Crisis y palingenesia social por
Transcripción
Crisis y palingenesia social por
CRISIS Y PALINGENESIA SOCIAL Por: Dr. Iván Pazmiño Cruzatti, M.Sc. Doctor en Ciencias de la Educación Magíster en Educación y Desarrollo Máster en Edición Director General de EDITEKA Ediciones Como resultado del estudio de las sociedades, al que dedicó la mayor parte de su vida, el connotado filósofo y sociólogo de incidencia contemporánea Arnold Toynbee (1639-1975), aparece el concepto "palingenesia" que se entiende como un proceso común, observable en la historia de todos los grupos humanos organizados. Se explica la palingenesia como el proceso mediante el cual la sociedad se ve inmersa en una suerte de desintegración provocada en razón de que quienes la conducen, pierden, en algún momento histórico, su atributo esencial de servicio para degenerarse en minorías dominantes cuyos fines exclusivos giran alrededor de la conservación del poder y la satisfacción de sus propias necesidades. Indicadores de la desintegración social, de la que nos habla Toynbee, son la corrupción, la delincuencia, la drogadicción, la prostitución común e infantil, la pobreza, la trata de blancas y todo el conjunto de lacras sociales con que nos ha tocado coexistir y cuya causa principal la encontramos en la profunda crisis de valores en la que la humanidad, se encuentra sumergida. El término palingenesia en su etimología, implica "volver a nacer" "volver a engendrar" de allí, que en forma paralela a la desintegración de la sociedad nuestro autor, señala que el fin de una civilización no es irreversible sino que es posible que pueda producirse un resurgimiento o renovación de la capacidad creadora que permita a la sociedad continuar adelante y superar el cisma. La clave para tal resurgimiento radica en el retorno a los principios fundamentales y valores humanos, básicamente. La desintegración y el resurgimiento de las sociedades que nos presenta Toynbee es una constante que ha sido referida por innumerables pensadores e intelectuales de la historia de la humanidad, claro, en su propia versión. Así, en el civitas diaboli y el civitas dei de Agustín de Nipona (354-430) ya se expone la existencia de dos diferentes ideales de vida. En el primero, el civitas diaboli, Hipona explica que el ser humano rige su vida por la búsqueda de la satisfacción de su propio egoísmo. En el civitas dei en cambio, el hombre vive regido por principios fundamentales y valores humanos y tiene como fin el servicio. Por su parte Manlio Severino Anicio Boecio (480-524) conocido como el último filósofo clásico explica que la historia es escenario de la confrontación entre el bien y el mal. Sin embargo, las fuerzas del mal dice, son solo aparentes y no pueden sino ofrecer tristeza y remedos de bienestar a quienes la defienden. El bien triunfa siempre aún contra toda esperanza. Boecio, estima de capital importancia que los seres humanos puedan encontrar en sus actos aquellas esencias que, siguiendo a Platón, denomina "universales". La búsqueda de la Justicia y la Paz son para Boecio, las matrices del desarrollo histórico de las sociedades. La historia nos muestra muchos más filósofos, que comparten la idea principal de Arnold Toynbee en el sentido de que el resurgimiento de la sociedad en crisis es posible, por la vía del retorno a la práctica de los principios fundamentales y valores humanos. En cualquier caso, como lo manifiesta el mismo Toynbee, las sociedades surgen como consecuencia del paso de un periodo simplemente imitativo ("mimético" según el autor) en que los seres humanos arrastran atavismos costumbristas, a un periodo innovativo o creador (''dinámico") en que el pueblo es capaz de aportar soluciones inéditas frente a sus problemas, lo que les permite dar un salto en su evolución y transformarse en una sociedad con entidad propia. El Ecuador como tantos otros países del llamado "tercer mundo", transita -sin lugar a dudas- por este proceso palingenésico. La crisis de valores que desencadena las lacras sociales es palpable a simple vista y su incidencia es tan profunda que se podría aseverar que -acudiendo al concepto de mimetismo de Toynbee- la sociedad ecuatoriana arrastra de generación en generación la práctica de antivalores y lo que es más alarmante, los ha elevado a la categoría de virtudes en muchos casos. Por ejemplo quien ha tenido la oportunidad de pasar por un efímero cargo de poder, es señalado tomo tonto, si luego de su experiencia no ha "cosechado" para sí alguna forma de bien material. O bien, al niño que por la "imperfección" de expresar su creatividad e ingenio natural en la escuela, es ridiculizado por los demás y por el contrario, aquel que refleja en mayor medida, antivalores tales corno la impuntualidad, el irrespeto a las normas y personas, el incumplimiento, entre otros, es erigido como el líder del grupo. En el marco del escenario descrito, es muy probable que la mayor cantidad de males que azotan a nuestro país, encuentren como causa esencial la crisis de valores humanos que transmitida de generación en generación se perpetúa y se refleja en las actitudes cotidianas de los ecuatorianos. Resulta entonces prioritario e impostergable, que la propia sociedad agote todos sus esfuerzos en la búsqueda de la solución de sus problemas. Es necesario que las organizaciones e instancias sociales -en términos generales- ataquen la crisis de valores desde diversos ángulos sin perjuicio de resaltar que es al sector educativo, al que le corresponde de manera natural esta la tarea. Los valores humanos fueron adoptados por el sistema educativo nacional desde hace muchos años como eje transversal del proceso de interaprendizaje. No obstante, los resultados -que a esta hora ya deberían ser observables- no se palpan en la realidad, mas bien como ya se ha dicho antes, acudimos todos, en calidad de trémulos observadores al imperio de los antivalores que siguen siendo arrastrados por las nuevas generaciones como parte de su heredad social. Y es que la práctica de los valores humanos implica más que líricas declaraciones de transversalidad, la vivencia de los mismos, como requisito sine-qua-non que permita transferirlos a los demás, porque indiscutiblemente, -como bien dice la sabiduría popular- "nadie da lo que no tiene"