Pasión en París: Vida íntima de Simón Bolívar

Transcripción

Pasión en París: Vida íntima de Simón Bolívar
Título:
PASIÓN EN PARÍS
VIDA ÍNTIMA DE SIMÓN BOLÍVAR Y LA CONDESA DERVIEU DU VILLARS
Autor:
Jorge Dávila-Pestana Vergara
E-mail:
[email protected]
Diseño Portada:
Eduardo Torrecilla
Cindy Serrano Braum
Corrección de estilo:
Mireya Gómez Paz
Agradecimientos:
Arturo Matson Figueroa
Luis Tarra Gallego
Marta Fajardo Rueda
Pierre Tereygeol
Rodolfo Nieves Gómez
Biblioteca Bartolome Calvo
ISBN: 978-958-8583-09-9
Diagramación e Impresión:
Alpha Editores
Centro, Cl. Estanco del Aguardiente, No. 5-36
Tels.: 57-5 664 3352 - 660 9438
E-mail: [email protected]
www.alpha.co
Cartagena de Indias, Bolívar, Colombia
La obra está amparada por las normas que protegen los
derechos de propiedad intelectual.
Está prohibida su reproducción parcial o total.
Impreso en Colombia
2011
“Si yo no recordara que París existe,
y si no tuviera la esperanza de volver algún día,
sería capaz de dejar la vida.”
Simón Bolívar
Simón Bolívar
1783-1830
Óleo de A. Garzon, c. 1985. Reproducción del “Bolívar” de Ricardo Acevedo Bernal
( Colección privada)
CONTENIDO
PRESENTACIÓN
15
PRÓLOGO
19
INTRODUCCIÓN 123
VIAJE DE BOLÍVAR A EUROPA
27
CAMINO HACIA PARÍS
29
LOS SALONES DE PARÍS
35
BOLÍVAR EN LOS SALONES MÁS CONSPICUOS
39
EL SALÓN DE MADAME DU VILLARS
43
LOUISE JEANNE ARNALDE DENIS DE TROBRIAND
47
ANECDOTARIO DEL SALÓN DE MADAME DU VILLARS
57
ALEXANDER HUMBOLDT
57
EUGENIO DE BEAUHARNAIS
59
NICOLAS CHARLES OUDINOT
60
PARENTESCO DE FANNY DU VILLARS CON BOLÍVAR
63
FIN DEL IDILIO
65
PERIPLO POR ITALIA Y REGRESO A CARACAS
69
RECUERDOS DE AQUEL INTENSO AMOR
75
LA BOLIVARIANA TERESA DE LA PARRA
79
EL CARTAGENERO PABLO CAVALLERO
EL APELES NEOGRANADINO DEL SIGLO XVIII
81
MIGUEL ÁNGEL BURELLI RIVAS
85
BIBLIOGRAFÍA
87
PRESENTACIÓN
L
a celebración del Bicentenario de la Independencia de
Colombia, nos conduce irremediablemente, a adentrarnos
entre los vericuetos de nuestra Historia Patria, para trasladarnos de
inmediato a ese momento, en el que la obediencia instintiva y el
silencio secular de un pueblo, ante el asfixiante yugo colonial, fue
tornándose en reflexión, para luego materializarse en un proceso
revolucionario, doloroso y sangriento, de efervescencia y calor,
que finalizó en la tan anhelada Libertad. Fue la respuesta decisiva
y contundente de aquella parte llamada Nuevo Mundo, la España
americana, que reaccionaba ante la rutina y la corrupción de la
España metropolitana.
Revivir y repasar la vida y obra, de aquellos protagonistas
de la aventura insurrecta, que desembocó en nuestra nacionalidad,
no es más que la ocasión propicia de rendirles con admiración y
devoción el homenaje que se merecen por tan nobles fines.
El académico Jorge Dávila-Pestana Vergara, Presidente de la
Sociedad Bolivariana de Cartagena, se une al homenaje que Colombia
realiza a sus próceres, al escoger una etapa de la vida de la figura
estelar del proceso revolucionario, Simón Bolívar, y relatarnos las
peripecias que vivió en París, cuando aun no había llegado a lo que,
hasta hace algunos años, se llamó mayoría de edad. Un periodo de
expansiones juveniles, historiadas y diseminadas entre numerosos
textos, en las que el caraqueño se entregó sin reservas a los placeres
de la vida, entre los halagos del amor, la disolución, pero también de
los estudios y la lectura.
En Pasión en Paris, como ha titulado Dávila-Pestana su
ensayo, registra a un Bolívar desacralizado, que poco conocemos,
pero que, sin embargo, no deja también de ser él, tan verdadero y real
como el otro, el heroico. Son aspectos personales de su vida juvenil,
sobre la que existe la tendencia entre los historiadores, de olvidar
que una vez tuvo veinte años y que, en apariencias, fue un joven
intrascendente, pero muy humano. Vivencias tratadas por lo general
de manera tangencial, tal vez por considerarse anodinas, pero que
indiscutiblemente son un punto culminante en su formación.
Es un periodo en el que el Libertador se nutre en la práctica,
en vivo y en directo, de todo ese cúmulo de enseñanzas y lecturas
que enardecieron su espíritu, fortaleciendo sus ideas. Experiencias
vividas dentro de los intestinos de una sociedad que había hervido y
llegado a la ebullición total en busca de un mundo diferente y mas
justo, avivada por el fuego iluminante de la corriente político-social
de la Ilustración, y luego desbordada sobre la Revolución Francesa,
defenestradora de la ideología eclesiástica y feudal.
La adolescencia y juventud de Bolívar han sido épocas de
mucha pobreza historiográfica, y se justifica, porque nadie podía
presagiar lo que mas tarde sería, pero Dávila-Pestana en esta
monografía, con verdadero acierto exprime al máximo su estadía
en la Ciudad Luz, para finalmente extraer una jugosa visión de su
permanencia en ella. Su lectura, como si fuera el guion de una
película, nos conduce paso a paso a recorrer todas las vicisitudes
ocurridas al jovenzuelo durante mas de dos años, desde su arribo a
la urbe cortesana hasta su partida final.
Con la conmemoración del Bicentenario de la Independencia,
se dio la largada de la carrera en la que resurgirán los estudios y
publicaciones bolivarianas, y Dávila-Pestana con este ensayo, se
une a los escritores que iniciaron la partida contándonos una historia
en la que ha desmontado al héroe del bronce ecuestre, para cubrirlo
con un manto de humanidad.
Fundación Tecnológica Antonio de Arévalo
DIONISIO VÉLEZ WHITE
Rector
PRÓLOGO
S
i debiera resumir en dos palabras mi opinión sobre este libro, yo
diría que es a la vez revelador y apasionante. Aunque a primera
vista así lo parezca, no es sólo la crónica del amor que en el ambiente
sofisticado de los salones de París surgió entre Bolívar y la condesa
Fanny Dervieu du Villars. Pasión en París sitúa este idilio en un
entorno muy bien descrito. Nos pinta una brillante época de París
y dentro de ella nos muestra a un Bolívar de veinte años de edad,
elegante, millonario, disoluto, atraído por el juego y por licenciosas
aventuras con bailarinas, coristas o “cocottes”; un Bolívar que aún
no sabe cuál será su destino.
¿Cómo explicar tales desenfrenos? Los historiadores, y sin
duda entre ellos se cuenta Jorge Dávila-Pestana Vergara, saben que
tras ellos se ocultaba el irreparable dolor que poco tiempo antes había quebrado la vida de Bolívar y el destino que lo esperaba entonces
como rico heredero y miembro de una elite social asentada en los
valles de Aragua: la inesperada muerte de su esposa, María Teresa
del Toro y Alaiza. Se sabe que ese dolor lo hacía caminar como
sonámbulo por las calles de Caracas y que, buscando escapar a la
depresión de aquella pérdida, se había embarcado para Europa en
octubre de 1.803, para llevarlo finalmente a París.
Fue por cierto su maestro Simón Rodríguez quien le dio la
única alternativa para rescatarlo de una vida hasta entonces licenciosa y sin norte. Como bien lo recuerda el autor de Pasión en París,
el maestro de Bolívar, enterado de la vida que éste llevaba, acudió
desde Viena para llamarlo al orden y mostrarle un rumbo capaz de
salvarlo, rumbo que más tarde culminaría en su juramento de luchar
por la libertad de América.
Por lo pronto, atendiendo las amonestaciones de su maestro,
el joven caraqueño deja el juego y las fiestas licenciosas del Palais
Royal, ingresa a la Escuela Politécnica y la Normal Superior. Su
vida en París alterna entonces horas de estudio y reflexión bajo la
influencia de autores como Montesquieu, Voltaire, Rousseau y otros
cuantos que dominaban el panorama cultural de entonces, con su
frecuentación de los grandes salones donde hervían las inquietudes
propias de la Ilustración.
Este libro, como ninguno, nos pasea por esos sofisticados recintos y nos pinta a las aristocráticas damas que reunían en ellos
a toda suerte de célebres personajes del mundo político, social y
cultural de entonces. Entramos, pues, con Bolívar al salón de madame Amélie Suard, amiga de Voltaire y de Condorcet, al de madame
Talleyrand, al de Sophie d´Houdetot y, finalmente, al de la mujer que
lo subyugó, madame Fanny du Villars.
Lo que nos hace notar esta obra es que en este ambiente sofisticado y mundano el joven caraqueño se hacía notar por su brillo y
por una personalidad que combinaba el ingenio con una pìncelada
de exotismo. Fanny nos es descrita como una mujer bella, altiva,
refinada y seductora, que no tardaría en convertirse en la amante del
joven caraqueño y también en su guía por aquel mundo donde se
movía. La suya fue una relación secreta e intensa, que le permitió a
Bolívar, según el autor, “profundizar en el estudio y conocimiento
de la Europa intelectual, política y aristocrática.”.
Entre las anécdotas que recoge este libro, tal vez la más llamativa es la que nos recuerda el encuentro, en el salón de Fanny
du Villars, del joven Bolívar con el Barón de Humboldt, quien se
encontraba en París luego de su larga expedición de cinco años por
América del Sur. Cuando Bolívar lo interroga sobre la posibilidad
de que las colonias americanas se emancipen de la Metrópoli, Humboldt le da una extraña y escéptica respuesta: “Creo que la fruta está
madura, pero no veo al hombre capaz de realizar tamaña empresa”.
Doblada para siempre la página de París, el Bolívar que se
despide de su amante parece conocer ya cuál es el rumbo que va
a tomar su vida. Nunca volverá a la Ciudad Luz. Dejará de contestar docenas de cartas que le envía una Fanny du Villars incapaz
de olvidarlo. “¿Recuerda usted mis lágrimas vertidas, mis súplicas
para impedirle marcharse? – le pregunta en una carta de 1.826 -. Su
voluntad resistió a todos mis ruegos. Ya el amor a la gloria se había
apoderado de todo su ser”.
Es el punto final de la pasión que da título a este libro cuyo
autor nos recrea con brillo años inolvidables en la vida de Bolívar.
PLINIO APULEYO MENDOZA
INTRODUCCIÓN
G
losando a Jean de la Bruyère, llamado el Filósofo de París,
quien en 1688 iniciaba su obra Caracteres con la reflexión,
“Ya se ha dicho todo, y se llega demasiado tarde cuando hace más
de siete mil años que hay hombres y que estos piensan”, podríamos
acotar en relación con lo que se ha escrito sobre el Libertador, que
ya se ha dicho todo, y que llegamos tarde, cuando a 180 años de
su muerte, numerosos y aquilatados historiadores han biografiado
y elogiado su vida y obra. Solamente en el libro Bibliografía
Bolivariana, que abarca casi 500 folios, editado hace 27 años por
el Banco de la República, a raíz del Bicentenario del nacimiento
del Libertador, en el acápite de Libros y Folletos, constante de
67 páginas, encontramos 630 fichas bibliográficas. Lo anterior
nos da una idea de lo copiosa que ha sido, hasta ese momento, la
investigación bolivariana, sobre la que se han escrito bibliotecas
completas.
Al celebrarse este año el Bicentenario de la Independencia
de Al celebrarse este año el Bicentenario de la Independencia de
Colombia, el único propósito que nos guía es el de narrar uno de
los idilios de la figura principal de la gesta emancipadora, Simón
Bolívar, protagonizado con una madura y refinada aristócrata
francesa, la Condesa Dervieu du Villars. De esta manera trataremos
de indagar por un retrato suyo, de cuerpo entero, perdido entre las
brumas del tiempo y el olvido, posiblemente ejecutado por el pincel
del mejor pintor colonial de todo el siglo XVIII del Nuevo Reino
de Granada, el cartagenero Pablo Cavallero, calificado por el sabio
José Celestino Mutis, como el Apeles de América. Reconstruir la
historia nos ayudará a crear una inquietud entre los lectores, el
medio bolivariano y los bolivarianistas, y de esta manera tratar de
averiguar por su destino.
Advertimos, entonces, que aparte de presentar unos retratos
desconocidos de la noble francesa, uno de ellos pintado en 1806
en Venecia, por Matteoti, actualmente en la colección Baldou de
Italia, nuevos datos biográficos de ella y una foto del castillo donde
pasó sus primeros años, creemos que en este ensayo no aportaremos
absolutamente nada nuevo, ni nada que se desconozca, ni mucho
menos que sorprenda.
Hemos escudriñado entre algunos de sus biógrafos, antiguos
y contemporáneos, por lo que esbozaremos planteamientos que
permitan, en un efecto retro-alimentador, averiguar sobre la
suerte de la pintura del Libertador. Desde luego, hilvanaremos
su estancia en París, lugar donde se desarrolla el affaire, rodeada
particularmente de significativas vivencias sentimentales, ocurridas
entre el criollo caraqueño, de casi 21 años a la sazón, y la dama
bretona, circunstancias y razones que dan origen a la referida
pintura. Acertadamente, refiriéndose a ella, el escritor Rufino Blanco
Fombona apuntó: “Menos mal que Bolívar encontró esta mujer
encantadora y no una aventurera vulgar”.
La anterior afirmación nos conduce a echar mano de la ucronía,
recurso literario conocido entre los escritores, que consiste en nutrirse
de un hecho histórico determinado, a partir del cual se especula sobre
realidades alternativas, desarrolladas de modo diferente a como las
conocemos, para así plantearnos la siguiente pregunta: ¿Qué rumbo
habría tomado la vida de Bolívar si no hubiera conocido a Fanny du
Villars?
Buscamos con este trabajo salirnos de la estereotipia de
algunos investigaciones sobre Bolívar y su hazaña libertaria, en
las que el pensamiento político y las fulgurantes y sacralizadas
campañas, cabalgan impecables sobre la historia perfecta, entre
senderos de citas y entrecomillados, pero que poco muestran la parte
humana, ese aspecto de carne y hueso, que alimenta errores e incurre
en fallas. Intersticio por donde la gente del común se aproxima al
héroe. Endiosar a los grandes hombres con la excusa de mostrarlos
como arquetipos de todas las virtudes es adulterar su legítima
personalidad. Y así falseados, carecen de verdadera atención, por lo
que es tarea estéril y vana intentar ponerlos de ejemplo.
Con la conmemoración de los 200 años de la Independencia
Nacional, y la coincidencia de cumplirse 180 años del aniversario
de su muerte, esta monografía sobre el trasiego de Bolívar por París,
es nuestro homenaje al Padre de la Patria, y, por qué no, a Louise
Jeanne Nicole Arnalde Denis de Trobriand, Condesa Dervieu du
Villars, llamada La amante espiritual del Libertador.
EL AUTOR
VIAJE DE BOLÍVAR A EUROPA
A
l fallecer de fiebre amarilla en Caracas el 22 de enero de
1803, su joven esposa María Teresa Rodríguez del Toro y
Alaiza, Simón Bolívar, a la sazón Teniente de la Sexta compañía
del Batallón de Blancos Voluntarios de los Valles de Aragua, quedó
inmerso en una gran depresión. El dolor
en que se sumió tuvo manifestaciones
cuyo dramatismo lindaba en lo anormal.
Herido en lo más profundo de sus
sentimientos, y con el corazón afligido,
se embarca en el puerto de La Guaira,
el 23 de octubre de ese mismo año, con
destino a la Metrópoli. Antes de partir,
el día anterior, como por llenar una
Carlos IV.
formalidad, solicita al Rey Carlos IV, Óleo de Francisco
de Goya, c. 1789,
Museo
del
Prado
se sirva concederle licencia para viajar
27
a España “por el término de dos años para pasar a dicha corte
y reinos... ”. Fundamenta la petición en razón de que necesita
evacuar algunos asuntos personales de la mayor importancia, como
son, un pleito de posesiones ante el Supremo Consejo de Guerra
y la liquidación de cuentas con la casa y compañía de Beruete y
Mendizábal del comercio de Bilbao.
Dos meses más tarde, tras una larga y borrascosa travesía,
plagada de galernas y tempestades, arriba a fines de diciembre al
puerto de Cádiz. Desde allí toma camino a Madrid, para reunirse
con su suegro Bernardo Rodríguez del Toro. Desolado y transido de
dolor, en un encuentro estremecedor, en el que sollozan a lágrima
viva, le entrega las pertenencias y alhajas de su única hija.
Muchos años después, al evocar el doloroso y patético
momento, cuando las más recónditas fibras de su ser eran invadidas
por la felicidad de estar triste, estado de ánimo profundo y sosegado
producido por la melancolía, decía el Libertador: “Jamás he
olvidado esta escena de delicioso tormento, porque es deliciosa la
pena del amor”.
Pero, poco tiempo ha de durar la estadía en la capital del reino,
lugar que le trajo tantos recuerdos. Una inesperada noticia el 25 de
marzo, lo toma por sorpresa. Sus planes para estar más tiempo en
Madrid se trastornan. Debido a la escasez de trigo y víveres, y la
posibilidad de que se presentara una hambruna entre la población
de la populosa ciudad, de casi 200.000 habitantes, el Rey toma la
decisión de promulgar un bando, por el cual ordena abandonar la
ciudad, “…a todas las personas forasteras y extranjeras de cualquier
estado y condición que fuesen, si no tenían domicilio verdadero de
precisa residencia”.
28
CAMINO HACIA PARÍS
A
nte la orden sin discusión, en la que se determina que a
los extranjeros, hijos de las Indias y las Filipinas, no podrá
concedérseles ninguna prórroga de permanencia en la metrópoli
sino por motivos poderosos, Bolívar emprende sin dilaciones, viaje
hacia París. La desgracia familiar que lo sitúa espiritualmente en
una situación de confusión y oscuridad sobre su futuro, lo sacude
también, para darle la fortaleza necesaria de mitigar el dolor, y
asimilar su desgracia sentimental.
Después de permanecer un corto tiempo en Soreze, sur de
Francia, donde deja instalados en la muy prestigiosa Escuela Militar
del mismo nombre a sus sobrinos Pablo Secundino y Anacleto
Clemente, hijos de su hermana María Antonia, un viudo millonario de
veinte años cumplidos, huérfano de padre y madre, con la fogosidad
e ímpetu propios de su edad, arriba en plena primavera a un París
29
de más de medio millón de habitantes, altanero y revolucionario,
teñido de rojo por la guillotina, en tránsito del Consulado al Imperio.
Se hospeda por 500 francos mensuales en un apartamento del Hotel
de los Extranjeros provistos de caballerizas, situado en la N° 2 de la
Rue Vivianne. Una placa en la Ciudad Luz, colocada en 1930 donde
estuvo dicho hospedaje, recuerda su paso por el lugar.
Edificación que hoy ocupa el lugar donde estuvo el Hotel de los Extranjeros, una placa
conmemorativa certifica que allí vivió Bolívar en 1804.
La llegada a la capital gala, en la que permanecerá diez meses,
han debido traerle a la memoria, el accidentado arribo de dos años
atrás, cuando al hacer un tour por la ciudad, y descender del landó
que había alquilado para recorrerla, en un descuido deja olvidada la
cartera en que portaba sus libranzas, y cartas de crédito. De seguro
los recuerdos afloraron en su mente, para evocar en fugaz repaso el
momento, cuando muy angustiado acude a la policía, para dar aviso
de la pérdida de los documentos. Y luego la alegría y admiración,
veinte y cuatro horas después, cuando lo citan para hacerle entrega
de ellos, sin que le faltase absolutamente ningún papel. A lo mejor
Bolívar, nunca se enteró, que el jefe de la Policía, no era más ni
nadie menos, que el creador del espionaje moderno y la censura de
prensa, el tenebroso y maquiavélico Joseph Fouche, luego Duque
de Otranto.
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Se encontraba en la deslumbrante ciudad por segunda vez. El
palpitante bullicio de la gran urbe, de inmediato lo seduce, y se entrega
a frívolas noches de desenfreno, devaneos y derroche de dinero. Las
tabernas y casas de juegos son la cita obligada de sus francachelas. Las
galerías de madera de Paláis-Royal, rendez-vous de la diversión por
excelencia de la época, zona de tolerancia inmortalizada luego en las
obras de los escritores Émile Zola y Honoré de Balzac, se convierten
en el lugar favorito. Asiduamente visita el excitante y agitado sector.
En los casinos, juega y juega fuerte. Es tanto el despilfarro en los
juegos de azar, que en una sola noche alcanza a perder la friolera de
cien mil francos. Un mozalbete de temperamento nervioso, que por
naturaleza se mantenía en constante excitación, al estar inmerso en
ese torbellino de experiencias, aventuras licenciosas y emociones
del juego, daba la impresión de que con ellas tratara de olvidar la
pena que lo embargaba.
Del vértigo de locuras, barrumbadas y disipaciones, se
entera Simón Narciso Rodríguez, su gran maestro y amigo.
Alarmado, acude desde Viena a finales de noviembre de 1804. Las
recriminaciones y observaciones no faltan por parte de su influyente
maestro. Rodríguez era la persona que podía hablarle a su mente
tanto como a su corazón. Bolívar escucha los consejos y reflexiona.
Recapacita entonces y deja el piso de la calle Vivienne, a sólo dos
pasos del Palais-Royal, mudándose a la Rue Lancry, barrio más
alejado y sosegado.
Serenado de aquella principesca y estrepitosa vida, se matricula
en la Escuela Politécnica, y en la Normal Superior como pasante. Un
cambio radical opera en su espíritu. Con las pasiones atemperadas
y recuperado de la vorágine de excesos, expresa: “Los placeres me
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han cautivado, pero no largo tiempo. La embriaguez ha sido corta;
pues se ha hallado muy cerca del fastidio”. Allí en un ambiente
tranquilo se entrega al estudio y a la reflexión. Nuevamente adquiere
la disciplina de la lectura, hábito que conservó toda la vida, pasión
que estimuló su despertar intelectual, permitiéndole observar y
analizar con claridad la situación geopolítica del mundo que tenia
ante sus ojos. Bolívar contaba con la virtud de rectificar ante sus
errores, con voluntad y entereza, de examinarse y criticarse a sí
mismo.
Fue tal el impacto producido por la funesta experiencia del
juego, vicio que ha podido llevarlo a la ludopatía, que decidió y
juró, no jugar jamás. “El juego –decía- aumenta las necesidades,
corrompe al hombre de bien, […] porque el jugador, para tener
dinero, para satisfacer su pasión es capaz de todo.” Aunque
incumplió la promesa, lo hizo ya de manera social, para departir
momentos de solaz, con los amigos más cercanos. Las partidas de
tresillo y ropilla, en muchas oportunidades distrajeron las tensiones
de álgidas situaciones.
Sus biógrafos lo describen en este período de su vida, como
el dandi elegante y calavera, festejado por todos, que citaba los
retruécanos de Brunet y cantaba los couplets de boga, tonadillas
algo picantes y un tanto groseras. Rodeado de mujeres, de criados
de librea, un coche, caballos magníficos y de sus amigos Fernando
del Toro, hijo del marqués del Toro, primo de su esposa, y Carlos
Montúfar, hijo del marqués de Selva Negra, y luego enconado
enemigo, el joven Simón flotaba sobre el éxito mundano en un
estado de total embriaguez. Coristas, bailarinas y cocottes, sin reatos
ni remordimientos, fueron sostenidas por su bolsillo. Al relatar estas
32
circunstancias en la vida del caraqueño, el francés Jules Mancini
expresó: “El libertinaje, (y) la pasión del juego le absorbieron”.
Muchos años después, al comentar en la total confianza de sus
más íntimos, algunas de sus aventuras, refería el barullo desatado
por una damisela en un burdel de Londres, al creer equivocadamente
que sus intenciones eran otras. Para calmarla le dio unos billetes
de banco, que no sirvieron de nada, pues de inmediato los arrojó
a la chimenea de la casa. Pero, no estropeemos la historia, dejemos
que sea el mismo Simón Bolívar quien narre la anécdota: “...vean
ustedes lo célebre de la escena. Yo no hablaba en ingles, y la p… no
sabía una palabra de castellano; se imaginó, o fingió, que yo era
algún griego pederasta y por esto empezó el escándalo, que me hizo
salir más aprisa de lo que había entrado”.
Pero definitivamente, cuando rememoraba las calaveradas
por Paris, el semblante se le iluminaba; de inmediato, un inusitado
entusiasmo le invadía, y con verdadero deleite revelaba sus
experiencias y peripecias, plenas de gesticulaciones bruscas y
lujuriosas. Relata el general francés Inmanuel Roërgais de Serviez,
quien lo acompañó en algunas de sus campañas de independencia,
que, para él, dar mentalmente un paseo por el Palais-Royal, era lo
más parecido a un recreo de colegio.
Fueron errores y desaciertos propios de la condición humana,
que Luis López de Mesa muy bien los resumió, estos y otros yerros
de su vida, al decir que el criollo fue grande como el mar, profundo
como el mar, pero también tuvo como el mar sus atardeceres y
borrascas.
33
Quien iba a imaginar, que aquel mozuelo
disoluto de 1804, alcanzaría más tarde tal
fama por la epopeya en América, al
encarnar los nuevos ideales políticos,
que por los años 1819 y 1820, se puso
en boga entre los caballeros, el famoso
y célebre sombrero de fieltro gris y
bordes levantados, de alas anchas y
alta copa en forma de vaso, llamado
chapeau Bolívar, de fulgurante
prestigio, pero pasajero uso.
Fue tan popular en Europa, que las
personas de ideas progresistas lo
Goya de Mariano Benlluire
con un chapeau Bolívar
lucían, mientras las monárquicas se
distinguían con otro llamado Morillo. El renombre adquirido como
signo de la época, y expresión de un sentir político, influyó tanto,
que Alexander Pushkin y Víctor Hugo, le encasquetaron sendas
chisteras Bolívar en la indumentaria de sus novelescos personajes,
Eugenio Onieguin y al padre de Coseta, en Los Miserables. Un
soberbio bronce de Francisco de Goya del escultor Mariano
Benlluire, que sostiene en su mano izquierda un Bolívar, colocado
en una de las entradas del Museo del Prado en Madrid, nos recuerda,
cómo era el sombrero, y también, el alineamiento progresista del
gran pintor.
Y luego en 1824, estando en la cúspide de la gesta emancipadora,
y su heroicidad corría de boca en boca, llegó con furor la moda entre
las parisinas elegantes de lucir eventails (abanicos) con el retrato de
Bolívar, feliz idea plasmada por Jean Denis Nargeot, un grabador de
viñetas e ilustrador de libros, que tiró un crecido número de ellos.
34
SALONES DE PARÍS
E
l acaudalado y joven aristocrático, que contaba entre sus
ancestros, por lo menos con catorce conquistadores de
Venezuela, llega a la capital del Imperio en pleno apogeo intelectual
de los famosos Salones de París, palacetes y mansiones donde se
daban cita lo más granado y selecto de la élite francesa, y en los que
cotidianamente concurrían científicos, políticos, cortesanas, poetas,
artistas y también agitadores.
El salón era una reunión de personas cultas y refinadas, que
empezó a proliferar desde el siglo XVII hasta el XIX, en especial
en Francia, y donde asistían personalidades de la aristocracia, la
política, las letras y las artes, para debatir los sucesos del país, o
charlar temas literarios, morales, filosóficos o mundanos.
35
El nacimiento de los salones se inicia cuando, a partir de 1613,
la marquesa de Rambouillet se alejó de la corte de Enrique IV por
considerarla vulgar, y comenzó a recibir en su casa a las mentes
más exquisitas de su tiempo. El salón del Hotel de Rambouillet se
convirtió en ágora erudita, atrayendo a gentes tan informadas como
la marquesa de Sévigné, madame de La Fayette o Madeleine de
Scudéry. Siguiendo su ejemplo, otras damas de mundo, y también
algunos caballeros, abrieron sus tertulias.
Lectura de la tragedia “El Huerfano de China” Voltaire, en el salón de Madame Geoffrin.
Óleo de Anicet Charles Gabriel Lemonnier, 1812, Castillo de Malmaison.
Una de las características de los salones, era la falta de jerarquía
social y la mezcla de diferentes clases sociales y órdenes, aunque
fueran en esencia una prolongación de la sociedad cortesana. Eran lo
que podíamos llamar una universidad informal para las mujeres, en
donde jugaban un papel preponderante y en el que podían expresar
sus ideas y críticas, escuchar las obras de sus autores y también las
36
suyas propias. Dependiendo de las inclinaciones intelectuales de los
contertulios, algunos tenían días específicos para tratar los temas de
letras, arte o de cualquier otra índole. No fueron simples círculos
para matar el tedio, sino que eran verdaderas instituciones y focos de
intriga, en el que se debatían el presente y el porvenir del país. De
ellos germinaban, crecían y circulaban nuevas ideas, al igual que se
hacían y deshacían reputaciones.
En una Francia en la que el talento superior es tenido como
algo al que hay rendirle admiración y respeto, su influencia en la
evolución de los usos, modas y gustos literarios del siglo XVII, fue
considerable. En ellos se reunieron las llamadas bas-bleus (medias
azules), calificativo que definía a la mujer culta. Eran cenáculos de
los que brotaban ideas luminosas, como aquella que surgió del salón
de Valentín Conrart, que dio paso a la creación de la Academia de las
Letras Francesas, inspiración del cardenal Richelieu.
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BOLÍVAR EN LOS SALONES MÁS
CONSPICUOS
A
vanzado el siglo XVIII, la costumbre de los salones siguió
proliferando y algunos viajeros de tránsito por París acudían
a visitarlos, en pos de intercambiar ideas y nutrirse intelectualmente.
Simón Bolívar no fue la excepción. Un hombre ávido de
conocimientos, pleno de sueños e ideales, plasmados más tarde a
sangre y fuego, que a esa edad ya había leído a Plutarco, Montesquieu,
D’ Lambert, Voltaire y Rousseau, y muchos más clásicos, tanto
antiguos como modernos, no podía menos que interesarse en
concurrir a ellos. Así lo había demostrado en su primera visita a
Europa, cuando solía asistir a la calle Bidebarrieta en Bilbao, a la
tertulia de un rico y noble caballero de la ciudad, Antonio Adán
de Yarza, quien tenía en un pasaje secreto, las obras de muchos
pensadores de la Ilustración, nada bien vistos por la Inquisición.
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Franqueó entonces los umbrales de cuatro salones, en los que
pudo alternar y llenarse de esa efervescencia que significó para el
mundo, la Ilustración. Era la atracción que París ejercía sobre el
mundo civilizado, como eje del Siglo de las Luces, y la que sin duda
influyó en él, para escoger el rumbo de la política. Francia queda en
Bolívar a través de las lecciones de los pensadores de la Enciclopedia.
En los textos del Libertador, Rousseau y Montesquieu, siempre se
encuentran latentes.
Entre los que visitó, se encontraba el de
madame Amelie Suard, gran amiga de
Voltaire y de Nicolás de Condorcet,
situado en la Rue Royale, en el que
se fraguaron muchas candidaturas a
la Academia Francesa, entre ellas, la
de su propio marido, el reconocido
intelectual Jean Baptiste Antoine
Suard. Fue una mujer muy influyente,
y en sus tertulias de los martes y sábados,
tuvo como asiduos visitantes a Talleyrand y
Princesa de Benevento.
Óleo de Elisabeth Vigée, 1783, al abate Raynal.
Museo Metropolitano de Arte
El de madame Talleyrand, conocida como Catherine Noele
Grand de Talleyrand-Périgord, Princesa de Benevento. Famosa
tanto por su impresionante belleza nórdica, como por sus ingeniosos
comentarios y la colección de amantes que tuvo. De familia bretona,
había nacido en la India, donde se casó con un funcionario ingles
de apellido Grand, al que rápidamente engañó. En vísperas de la
Revolución, asustada por las matanzas, emigró a Inglaterra lugar en
el que ya había vivido, para luego regresar del brazo del diplomático
40
genovés Cristóbal Espínola. Fue amante y, posteriormente, por
presiones del mismo Napoleón, esposa por lo civil y por la iglesia,
del diplomático francés Charles Maurice de Talleyrand-Périgord, la
primera persona en ocupar el cargo de Primer Ministro de Francia.
El de Sophie d’Houdetot -situado en Montmorency-, amante
del Marqués de Saint Lambert, musa que inspiró a Rosseau a la
creación del personaje de Julie, en la famosa novela La Nueva
Eloísa, obra, que entre otras cosas, nunca le agradó a Bolívar, por
considerarla pesada, aunque advertía que el estilo era admirable.
41
EL SALÓN DE MADAME DU VILLARS
P
ero el que definitivamente lo subyugó, y en el que vivió
inolvidables episodios y vivencias de un romance apasionado y
romántico, fue el salón de Madame Fanny Dervieu du Villars, situado
en la Rue Basse de St. Pierre, número 22 Boulevard Menilmontant,
calle suprimida en 1865 y actualmente incluida en la calle de la
Manutención. De moda a principios del siglo XIX, asiduamente lo
frecuentaban distinguidas personalidades. Estaba catalogado como
uno de los salones más liberales del momento.
Entre los constantes y destacados contertulios que solían
acudir a la mansión de la dama bretona, encontramos a Julie Adelaide
Recamier Bernard o Madame Recamier, uno de los personajes
más reconocidos del París revolucionario y fundadora del salón
de la Rue Moint Blanc, quien cayó en sospecha, y por supuesto en
desgracia, al negarse a ser dama de honor de Josefina y tener entre
sus asiduos visitantes a exrealistas y a los Generales Jean Victor
43
Moreau y Jean Baptiste Bernardotte,
desafectos al gobierno napoleónico;
François Joseph Talma, el mejor
actor trágico del momento, Secretario
de la Comedia Francesa, admirado,
agasajado y colmado de favores por
Napoleón Bonaparte; los hermanos
Teodoro y Carlos Lameth, educados
por la reina María Antonieta, y
Madame Recamier.
cargados de honores por haberse
Óleo de François Pascal Simon Gérard,
1805. Museo Carnavalet
distinguido en los Estados Unidos en
el asalto de Yorktown bajo las órdenes del conde de Rochambeau;
Pedro de Lagarde, agente secreto de la policía; Philippe-Paul,
Conde de Segur, historiador y militar, autor de varios obras como
la Historia de Napoleón y del gran ejército de 1812, e Historia
de Rusia y de Pedro el Grande; los sabios naturalistas Alejandro
Humboldt y Amadeo Bonpland, y Anne-Louise Germaine Necker,
Baronesa de Staël-Holstein, quien también tenía un salón en la Rue
du Bac, uno de los principales centros literarios y políticos de París,
donde consciente o inconscientemente se ayudó a inflar la bomba
de la Revolución Francesa. Fue autora de la obra, entre otras de
su pluma, De la influencia de las pasiones sobre la felicidad de
los individuos y de las naciones: Reflexiones sobre el suicidio. Su
formación cosmopolita la situó en aquel plexo cultural, de manera
protagónica, y es con seguridad uno de los máximos intelectos
europeos presentes entre el siglo XVIII y XIX.
En el París espléndido de ese entonces, el salón de la Condesa
du Villars rivalizaba con el de la Condesa de Segur -hija natural
del duque de Orleans-, y con el de madame de Talleyrand, Princesa
44
de Benevento. Durante la época del
Consulado y el Imperio, desfiló lo más
granado e importante del notablato
parisiense. Letrados, políticos, sabios,
artistas y todo un numeroso grupo de
generales cubiertos de gloria, pasaron
por él.
Nadie mejor ha descrito el
envolvente encanto de su tertulia,
como lo hizo Indalecio Liévano
Aguirre en su libro Bolívar:
Baronesa Staël-Holstein.
Óleo de François Pascal Simon Gérard,
c. 1810, Museo de Versalles.
“En él –decía- […] Fanny recibía la
admiración galante de sus amigos, que tanto
la halagaba, y en el ingenio, excentricidades y
atractivo de los hombres inteligentes y artistas
que allí concurrían, con cierta elegancia muy
suya, buscaba estímulos para satisfacer su
sensibilidad en pasajeras aventuras. Para guardar
las apariencias bastaba la presencia de su marido,
hombre de cincuenta y seis años y siempre absorto
en sus estudios botánicos”.
45
LOUISE JEANNE ARNALDE DENIS
DE TROBRIAND
L
ouise Jeanne Nicole Arnalde Denis de Trobriand –a quien
sus amistades llamaban simplemente Fanny– había nacido
en Bretaña el 29 de junio de 1775. Pasó los primeros años de la
Revolución Francesa en el castillo de Penmarc’h en St. Fregant,
Lesneven (Finesterre), bajo la protección de su parienta, la marquesa
de Penmarc’h. Durante un tiempo vivió con su hermana Hilarie
en el convento de las Ursulinas de Lesneven. A los 14 años fue
emancipada por su padre el Barón Trobriand de Keredern, para que
pudiera casarse con el conde Barthélemy Régis Dervieu du Villars,
quien luego contó en su haber castrense con en el grado de coronel.
El matrimonio tuvo lugar en la capilla del castillo de Penmarc’h, el
8 de febrero de 1791. De dicha unión nacieron tres hijos legítimos.
Augusto, nacido en 1796, capitán de caballería; Eugenio, nacido en
Italia en 1806, y Carlos, nacido en 1814, quien hasta 1825, estuvo
47
Castillo de Penmarc´h, St. Fregant, Lenesven (Finesterre).
lugar donde la condesa de Dervieu du Villars, pasó sus primeros años.
sin bautizar, esperando el consentimiento de Bolívar para nombrarlo
padrino. La condesa murió el 21 de diciembre de 1837 en su
propiedad rural de Millery, cerca de Lyon.
Un dato interesante para destacar, es el nombre con que fue
denominado un archipiélago localizado en el mar de Salomón,
Papua Nueva Guinea, bautizado Islas Trobriand en honor al
padre de Fanny, primer teniente de la expedición del barco francés
L’Esperance, que arribó por primera vez a estas islas, y descubiertas
en 1793 por Bruni de Entrecasteaux.
48
Madame du Villars, llamada La amante espiritual del
Libertador, era de una belleza altiva, atractiva y fina, afable, de
mucha elegancia, cutis de porcelana, que indistintamente lucía
cabellos negros lisos o ensortijados; de senos turgentes –según la
moda de las mujeres del imperio-, garboso cuerpo, bellos y grandes
ojos azules poblados de finas cejas, en armonía y equilibrio con el
óvalo de la cara, la boca, y la nariz. Era, en definitiva, una atractiva
y seductora mujer.
Bolívar debió sentir de nuevo, el encanto de vivir al conocerla.
Algunos biógrafos señalan que la conoció en Bilbao, en su primer
viaje a Europa; otros, por el contrario, afirman que fue en París su
primer encuentro.
Sobre este aspecto, creemos que fue en Paris donde se
conocieron, pero, en su primer viaje de 1802, cuando antes de
contraer matrimonio, realizó una corta visita de dos meses. Los
registros de la Prefectura de la Policía nos animan a pensar así, pues
a ciencia cierta se sabe que estuvo para ese año, como lo corrobora
la anotación F-7, N° 2331 del año Diez de la era Republicana,
que iba desde el 22 de septiembre de 1801 al 21 de septiembre de
1802, donde quedó consignado: “Bolivard, Simon. Né a la Corogne
(Espagne) Rue Honoré 1497, 18 ans”, Una nota que sólo tendría
un error, quizás debido a una interpretación del funcionario de
inmigración, al asentar Corogne (Coruña) por Caracas. Por otro
lado, bueno es recordar, que fue la señora du Villars, quien ayudó
a Bolívar inmediatamente llegó a París, a conseguir hospedaje en la
Rue Vivienne, lo que interpretamos como la existencia anterior de una
relación de amistad entre los dos. En todo caso, al contemplarla, en
unas de las habituales reuniones que brindaba, tuvo que reflexionar
que ante esa fascinante mujer se le había olvidado por primera vez
49
la pena que lo entristecía. En ese instante, también por la mente,
debieron pasarle como un reproche, los recuerdos de su amada y
desaparecida esposa, “la amable hechicera de su alma”, cariñoso
calificativo con el que solía llamar a María Teresa Rodríguez del
Toro.
Desde ese día, y para cortejarla, bajo los impulsos de su
nueva libertad, el viudo de Teresa del Toro, mitigando el luto, se
convierte en el más asiduo de los concurrentes a la casa de Madame
du Villars. Nace así el idilio con la bella mujer. La ve durante el día,
en la noche asiste al teatro donde arrienda un palco, y, pareciéndole
poco todo aquello, también le escribe románticas cartas. Además,
suponemos, que estando tan cerca del sector de Palais Royal y de la
Rue Vivianne, el famoso restaurante Le Grand Véfour situado en la
Rue Beaujolais, actual joya patrimonial y gastronómica de Paris, y
abierto en 1784, finalizadas las veladas, debió invitarla en variadas
ocasiones a comer al exquisito lugar, y disfrutar tiernos momentos
de enamorados.
A su lado y bailando con ella, acaso un minué o una vals, Fanny,
mujer ambiciosa, coquetamente lo rodeada con un magnetismo
singular, envolviéndolo con agasajos y besos y la meliflua suavidad
del idioma francés. La belleza y espiritualidad de la seductora dama,
terminan por sucumbirlo. Cupido con su arco de fresno y ciprés,
certeramente había clavado la saeta cubierta de rodomiel.
En aquel medio refinado -asegura Jules Mancini-, Bolívar era
una nota de exotismo, exotismo algo brusco, pero cuyo ingenioso
atrevimiento a todos interesaba, a todos se imponía. Allí formó
parte de la alegre sociedad de jóvenes, a quienes asombraba por su
habilidad en el manejo del florete, y su maestría como jinete, aunados
a la reciedumbre de carácter y personalidad que lo distinguían.
Ella se entretenía en oírlo, y cuando decía algún despropósito
o cometía alguna falta en francés, lo corregía y reía a más no poder,
aunque -valga hacer la aclaración-, Bolívar había aprendido el
idioma galo en su natal Caracas, Madrid y Bilbao, donde tuvo una
educación con maestros selectos, y prácticamente hablaba y leía
perfectamente el francés, “con facilidad, prontitud y elocuencia”,
como si fuera el español, además, leía y chapurreaba el inglés, y el
italiano lo leía y comprendía.
Cuando se encuentra con el joven Simón Bolívar, Fanny tiene
28 años. Su marido, el Coronel Dervieu du Villars, 26 años mayor
que ella, próximo a la senectud, tenía 54 años a la sazón, una edad
bastante avanzada para la época. Madame Dervieu du Villars, era
uno de esos embelesos parisienses, elegantes y refinados, nacidos
para encantar y fascinar. Era sofisticada y coqueta, pero también
hermosa y espiritual. Buscaba quizás en la sociedad el complemento
de una dicha que tal vez le era esquiva en su matrimonio, por lo
que intentaba prodigarse con algo más que las manifestaciones
galantes de sus invitados. Diestra en los vericuetos del amor, tenía
el convencimiento de que el criollo estaba entonces profundamente
enamorado de ella.
Al conde, mundano descendiente de una de las más antiguas
familias francesas, poco le inquietaban las actividades sociales de su
esposa, al igual que la relación de ella con el primo. Y a fe que también
lo demostró, como aquel día en que Bolívar acudió a Bouhinad,
donde él habitaba, y en la impaciente espera fue destrozando en el
jardín cuanto estuvo a su mano. Llegó a la huerta de árboles frutales
y mordió todas las peras sin concluir ninguna. Flores, frutas, ramas
de la viña y de los árboles, fueron tronchadas. Ante tal disparate, la
reacción del esposo de Fanny, fue decir: “Arrancad las flores y las
frutas que queráis, pero, por Dios, no arranquéis estas plantas por
el sólo placer de destruir”, a lo que el mozalbete respondió:
“¡Oh! ¡Perdón coronel! Creo que la mariposa no es más
voluble que yo, pues apenas arrancó una flor, cesa ya de agradarme,
y deseo otra”.
Una biografía publicada en 1868, que reposa en la Biblioteca
Nacional de Francia cuyo autor se identifica como L. C., editada por
Rosa y Bouret de París, describe a Bolívar como “un joven delgado,
algo menos de una regular estatura, viste bien y tiene un modo de
andar y presentarse franco y militar. Sus maneras son buenas y su
aire sin afectación. Ojos negros y penetrantes. Su voz es gruesa y
áspera pero habla elocuentemente, en casi todas las materias. Le
gusta por instinto y por hábito la sociedad: y en sociedad algunos
de sus dotes naturales afloran a plenitud con brillo y éxito”. Toda
la vida estuvo siempre seguro de sí mismo, lo que se traducía en
una presencia arrolladora. Era, en fin, el hombre cautivador, el
hombre imán, todo simpatía y empatía, que también subyugaba por
su conversación en el círculo más restricto de los salones, con el plus
de ser un excelente bailarín y agradarle el baile, al que calificaba
como “la poesía del movimiento”. El caraqueño fue muy aficionado
al vals, y a esa edad hizo muchas locuras “bailando de seguido horas
enteras, cuando tenía una buena pareja”.
52
Condesa Dervieu du Villars
1775-1837
Óleo de Matteoti, pintado en Venecia en 1806,
en la que aparecen la Condesa, con sus hijos Augusto y Eugenio.
(Colección Baldou).
Prendados de un intenso amor quedaron Bolívar y Madame du
Villars. Se inicia una etapa de su existencia en la cual los impulsos
naturales del instinto alcanzaron su máximo frenesí. La pasión
que enloqueció a Marco Antonio cuando enamoró a Cleopatra, y
que Plutarco denominó furor báquico, los arroba. Protagonizan
entonces un idilio que alimentó no sólo la materia, sino el espíritu,
al permitirle al futuro líder de América profundizar en el estudio y
conocimiento de la Europa intelectual, política y aristocrática, en
una relación secreta, pero de apariencia ingenua ante la sociedad.
Fanny representó para el mocetón caraqueño tres amores en
uno: El de amante, por el amor provocador con que lo sedujo; el
de madre, al tratarse de una mujer mayor que lo amó con devoción,
sirviéndole de destrón ante la rutilante urbe; y el de esposa, al tratar
de construir un mundo para el porvenir lleno de proyectos e ilusiones.
Bolívar y Fanny inmortalizaron una pasión en París. Ella exaltó su
imaginación, y fortificó sus propósitos. Fue quien pudo arrancarle
las ideas y proyectos políticos que le agitaban el cerebro, recónditos
y febriles pensamientos de emancipación, que luego en América se
convertirían en la única razón de su vigilia.
Fue amorosa y benevolente con él, lo introdujo en el círculo
social de sus amistades, e hizo cuanto pudo por hacerle la vida
agradable y guiarlo en la deslumbrante ciudad. En más de una
ocasión, gracias a sus consejos y suplicas, Fanny lo alejó del vicio
del juego. En cierta oportunidad, hasta le ayudó a pagar las deudas
de su mala suerte, tal como ocurrió en un momento cuando, en
compañía de su gran amigo Fernando del Toro, al perder y no tener
el dinero con qué pagar, de inmediato acudió a donde su esposo,
quien lo proporcionó.
55
En la mansión de los Du Villars luce el mantuano la plenitud
de la juventud, mostrándose en constante vitalidad. Educado como
un noble, estaba preparado para disfrutar los alamares de la corte
y la alta sociedad. Dos años atrás, en Madrid, aficionado al buen
vestir y a la vida opulenta, había aumentado su vestuario, al ordenar
a un experto sastre de cámara del Rey Carlos IV la confección de un
lujoso uniforme de teniente, varias levitas de paño muy fino, un frac
de gran corte y una capa riquísima. Sabe que a través de su relación
está entrando a lo más granado e ilustre de la alcurnia erudita y social
parisina. Pero también sabía –como lo comenta Daniel Florencio
O’Leary-, que por su nacimiento, fortuna y relaciones, tenía entrada
en la sociedad que frecuentaban los hombres más notables de la
época. La seguridad y natural desenvoltura con que se comportaba
en estos círculos exclusivos, añadían a su presencia una singular
altivez, produciendo la impresión de haber vivido toda la vida en ese
medio. Siempre estuvo consiente de la importancia de sus ancestros,
quienes se habían constituido a través de más de dos siglos, desde la
llegada del primer fundador de la estirpe, Simón Bolívar “el viejo”,
a quien se le conocía como “el Vizcaíno” en una de las más sólidas,
aristocráticas y poderosas familias de la provincia. Desde allí,
atalayado en una Francia que era el centro de Europa, contempla y
analiza toda una época de convulsión, como se otea un paisaje, y al
horizonte en lontananza, desde las alturas de una colina.
56
ANECDOTARIO DEL SALÓN DE MADAME
DU VILLARS
ALEXANDER HUMBOLDT
E
n las tertulias del salón de Madame Du Villar, tuvieron lugar
toda clase de anécdotas, experiencias y rifirrafes protagonizados
por el caraqueño. Una de esas historias fue el encuentro del criollo
con la avasallante personalidad del naturalista y explorador alemán,
Alejandro Humboldt, quien acababa de arribar del Nuevo Mundo.
Radicado en Paris, estaba inmerso en la recopilación, ordenación
y publicación del material recogido en la expedición, llevada a
cabo durante cinco años en la América del Sur. Napoleón ya le
había brindado un banquete, donde el agasajado refirió los relatos y
peripecias de su riesgosa expedición.
Conociendo de antemano las atenciones que su familia y
amigos, en su paso por Caracas, habían prodigado al sabio, e interesado
57
en oír noticias de su lejana patria,
Bolívar se une al grupo que rodeaba
al barón, en el cual se encontraba
un ilustre compañero del mismo, el
naturalista Amadeo Bonpland, amigo
del Coronel Dervieu, quien también
era un apasionado por la botánica. La
conversación transcurre en torno a la
visita que Humboldt había realizado a
Alexander Von Humboldt.
detalle del óleo de Joseph Stieler, 1843, la hacienda de los Bolívar, en ausencia
Universidad Libre de Berlín
de Simón, pero de pronto el coloquio,
cambia en un instante, y gira alrededor de la política. Sobre el tapete
viene a colación el triste destino de América, agonizando bajo el
dominio colonial. Bolívar, dominado siempre por una intensa
verbosidad, le pregunta: “Señor barón, […] usted que acaba de
recorrer el continente americano y que ha podido estudiar su espíritu
y sus necesidades, ¿no cree que ha llegado el momento de darle una
existencia propia, desprendiéndolo de los brazos de la Metrópoli?
¡Radiante destino el del Nuevo Mundo si sus pueblos se vieran
libres del yugo, y qué empresa más sublime!”. A lo que respondió
desdeñosamente el barón: “Creo que la fruta está madura, pero
no veo al hombre capaz de realizar tamaña empresa”. Buscando
morigerar la mordaz respuesta, Amadeo Bonpland, que hacía parte
del círculo que lo acompañaba, terció diciendo: “Las revoluciones
producen sus hombres. La de América no será una excepción”.
La lectura de una carta enviada por Fanny años más tarde,
debió traerle a la memoria en alígero repaso, el presentimiento de
que el alemán, a pesar de las muestras de amistad manifestadas en
París, no tuvo empatía con él. En la misiva le comenta: “Ha estado
58
aquí el Barón de Humboldt… No sé cómo hará el señor Barón para
llamarse vuestro amigo, en aquella época en que el éxito de vuestra
empresa era dudosa, él y el señor Delpech eran vuestros detractores
más celosos”.
EUGENIO DE BEAUHARNAIS
E
ntre el anecdotario que acumula el salón de madame Fanny du
Villars, refiere O´Leary, aquel incidente que exaltó el ánimo
de Bolívar, en contra de Eugenio de Beauharnais, hijo de Josefina.
Departiendo animadamente en una de las tertulias, el coloquio
se planteó alrededor del parecido que tienen algunas personas
con los animales. Pícaramente, la anfitriona preguntó entonces al
Príncipe, con qué animal comparaba a Bolívar, a lo que el hijastro
de Napoleón respondió, que se le parecía a un moineau, palabra que
en francés significa gorrión. A pesar
de que hablaba fluidamente el francés,
Bolívar confundido creyó que le había
encontrado parecido con un mono.
“Impulsivo, de palabra fácil […] y
amigo de discutir”, de inmediato y
sin titubeos, agriamente le replicó:
“Et vous ressemblez un corbeau”
(y usted se parece a un cuervo). La
oportuna explicación de Fanny, puso
Eugenio de Beauharnais.
punto final al embrollo antes de que
Óleo de Andrea Appiani, 1810,
Castillo de Malmaison.
éste se desbordara, evitando graves
consecuencias.
59
Con el mismo Eugenio de Beauharnais, derrochador y
licencioso, que a la sazón tenía 23 años, protagonizó otro incidente,
que según sus cronistas, se presentó a raíz de los requiebros que le
prodigaba a Fanny. El joven Bolívar, no pudiendo contener la ira,
al considerar una afrenta el hecho de cortejarla, lo desafía. Aquel
estallido tuvo como mediadora a la misma Fanny que, mujer de
talento y de gran mundo, supo encontrar con sagacidad el medio
de reconciliar a aquellos hombres orgullosos y altivos. Sucedido
el incidente, no ha de pasar mucho tiempo cuando Eugenio fue
nombrado Virrey de Italia y más tarde Príncipe de Venecia, dejándole
de esta manera el camino despejado a Bolívar.
NICOLAS CHARLES OUDINOT
A
raíz de su proclamación como emperador, Napoleón
encantaba y subyugaba, al igual que también atraía pasiones
y odios, razones por las cuales las opiniones políticas de sus críticos
o admiradores, siempre traían debates y confrontaciones. Ya
Beethoven, admirador del Corso, ante el hecho de su autocoronación,
y considerar que no era más que un hombre como todos los demás,
rompe la dedicatoria que le había hecho de su Tercera Sinfonía, y
sólo coloca “Sinfonía Heroica, compuesta para festejar el recuerdo
de un gran hombre...”. Como muchos de sus contemporáneos,
Beethoven valoró a la persona que había sido capaz de recoger las
banderas de la Revolución Francesa y fundar una nueva república,
dando sentido a los ideales de libertad y hermandad que recorrían a
Europa, pero se sintió decepcionado y traicionado con este hecho.
Sus enemigos, por su parte lo atacaban sin cuartel, y no dejaban de
llamar aquel acto “La entronización del gato con botas”, en alusión
60
al famoso cuento de Charles Perrault, que relata la vida del pobre
hijo de un molinero que llegó a ser el Marqués de Carabás a través
del engaño.
Aunque Bolívar había sido invitado a asistir a la ceremonia en
la catedral de Notre Dame, con la comitiva del embajador español,
prefirió quedarse en su residencia, ese gélido 2 diciembre de 1804,
en simbólica protesta. Y para no escuchar las fanfarrias de la tiranía,
representadas en el exabrupto de la autocoronación de Napoleón
ante el Papa Pio VII, cerró las ventanas del apartamento.
En fin, Bolívar ante este
acontecimiento no fue la excepción.
Desde ese momento se convirtió en
un violento crítico del emperador,
aunque como cónsul y guerrero lo
aplaudía. Tenía dos obsesiones: atacar
a Napoleón y defender la libertad
de América. Un día Fanny brindó
una comida suntuosa a la que había
convidado a tribunos, senadores,
Nicolas Charles Audinot.
Óleo de Robert Lefèbre, 1811.
generales y algunas dignidades de la
Museo de Versalles
Iglesia. En medio de las degustaciones
y libaciones de ricas viandas y exquisitos vinos, Bolívar en el fragor
de la conversación, mostró su indignación contra el primer cónsul,
desfogando acremente su opinión delante del coronel Nicolás Charles
Oudinot, bonapartista, militar enérgico, detallista y resuelto, quien
fuera más tarde nombrado Mariscal de Francia y Conde de Reggio
por Napoleón. Ante tal despropósito, se produce una acalorada
discusión entre los dos, que afortunadamente no pasó de ahí, pero
que pudo haber desembocado en un duelo.
61
Luego de lo sucedido, el conde Dervieu du Villars,
impresionado y alarmado por el incidente, le sugiere abandonar
a Paris por temor a alguna represalia, pero Bolívar antes de
amedrentarse por lo que pudiere pasar, le da las excusas por escrito,
lamentando el escándalo ocasionado por la exaltación fanática de
algunos clérigos, a los que, en el constante anticlericalismo que
sostuvo, consideraba “ … más intolerantes que sus antepasados,
y que hablan con tanta imprudencia como en España, donde el
pueblo les dobla la rodilla y les besa la falda de la sotana”, para
finalizar su misiva expresándole: “Coronel, perdonad; yo no seguiré
esta vez vuestro consejo; no abandonaré a Paris hasta que no haya
recibido la orden de ello. Deseo saber por mi propia experiencia si
le es permitido a un extranjero, en un país libre, emitir su opinión
respecto a los hombres que lo gobiernan y si lo echan de él por
haber hablado con franqueza”
62
PARENTESCO DE FANNY DU VILLARS
CON BOLÍVAR
S
obre la relación familiar de Fanny du Villars con Bolívar, se
han hecho prolíficos comentarios, y se ha escrito lo decible y lo
indecible para negar o afirmar el parentesco. Trataremos de aportar
algunos conceptos sobre el particular, sin querer desde ningún punto
de vista, desvirtuar o confirmar los vínculos consanguíneos con el
Libertador, ni si Fanny du Villars era o no Teresa Laisney. Esa es
otra historia.
Uno de los más ilustres historiadores bolivarianos, Vicente
Lecuna, sostuvo que descendía de la familia Aristeguieta de San
Sebastián, emparentada con la de Caracas. Otro de sus panegiristas
por excelencia, Rufino Blanco Fombona, señala que desciende por
línea materna de una Aristeguieta, y seguidamente sostiene que
“Por tanto, es parienta de Bolívar, a quien llama primo”. Augusto
Mijares, importante historiador venezolano, apunta: “Fanny Dervieu
63
du Villars, que por su propia familia lleva el apellido Trobriand,
y a éste añadía ella, a veces, el de Aristeguieta, a través del cual
se decía prima de Bolívar, aunque nadie ha encontrado rastros de
este parentesco.” Armando Rojas, en la obra “Bolívar, Paradigma
de la estirpe”, da por descontado el parentesco y dice en su obra
“En el salón de su bella prima Fanny de Villars Aristeguieta […]
conoció a Simón…”. Por otro lado, Blanca Gaitán de París, escribe
“Bolívar frecuentaba la casa de su prima […] hija del Barón de
Trobriand y una de las siete musas Aristeguieta, caraqueña como
el Libertador”. Cornelio Hispano sostuvo que el apellido de soltera
era Fanny Louise Denis de Trobriand de Keredern y Aristeguieta.
Y en la obra Bolívar, de Alfonso Rumazo González, afirma que el
padre de Fanny, “aristócrata también, es el Barón Dennis Throbrian
(sic), viudo de María Anna Massa Leuda y Aristeguieta, (origen
del parentesco)”. Sin embargo, existe una obra titulada Bolívar
en París, de Carlos Mejía Gutiérrez, que sustenta que no existía
absolutamente ningún parentesco.
64
FIN DEL IDILIO
E
n la vida, aquellas cosas que no enfrentan la muerte inexorable,
perecen sin remedio a manos del tiempo, y es precisamente
el tiempo el que va debilitando ese amor abrasador e insaciable,
entre Bolívar y Fanny. Mientras Simón iba transformándose en su
personalidad, la pasión empezó a decrecer. En su cerebro ya habían
germinado las ideas de independencia de América. El amor por su
terruño, por su patria, brotaba en su corazón. Las idas a la ópera,
las pláticas de enamorados, las invitaciones a comer y los halagos
propios del cortejo amoroso que cimentaban la relación, fueron
desapareciendo poco a poco. Los sinsabores del desamor, producen
el desasosiego de Fanny. La relación va desvaneciéndose, para
tornarse en una incertidumbre total.
Ante su manifiesto desafecto, los reproches de la condesa
no se hacen esperar. Desoídas sus recriminaciones, arrecia con
65
Retrato desconocido de madame Dervieu du Villars
Autor desconocido
advertencias y amenazas, pero lejos de cambiar, Bolívar continúa
en su abandono, cada vez más notorio. Fanny intenta entonces
aventuras con sus viejos amigos, para provocarle celos, pero la única
respuesta del joven, es no prestarle atención a su actitud.
Un día le informa su resolución de volver a América. Madame
du Villars, derrumbaba y sin aliento, sollozando le suplica que
recapacite, pero la única respuesta que recibe es que la decisión
estaba tomada. Nunca por la mente de la francesa se le pasó lo
efímera que sería esta pasión. Le jura amor eterno y le entrega un
anillo de oro, grabado con la fecha 6 de abril de 1805.
Es ella misma, y nadie mejor que ella, quien cuatro lustros
más tarde reconstruye esa partida que dejó hondas cicatrices en
su corazón. De su puño y letra, le escribe a su Bolívar, haciéndole
66
reminiscencias de aquel periodo romántico, alegre y feliz, que tuvo
como telón de fondo a un Paris refinado y excitante, encerrándolos
en un torbellino, en el que los impulsos propios e instintivos de
la condición humana fueron desfogados. Confiando todavía en la
supervivencia de las pasadas sensaciones, desahoga ilusiones que
todavía le animan y evoca el día de la partida:
“Paris, abril 6, de 1826
Dedico esta esquela para nosotros dos.
Hoy hace 21 años, mi querido primo, que usted
dejó a París, y que me dio usted una sortija que
lleva esta misma fecha, 6 de abril; pero en vez de
1826, fue en 1805 cuando aquello sucedió.
Este anillo siempre me ha acompañado, trayéndome
a la memoria el recuerdo gratísimo de una amistad
que usted me aseguró sólo se extinguiría con su
postrer suspiro.
¿Recuerda usted mis lágrimas vertidas, mis súplicas
para impedirle marcharse? Su voluntad resistió a
todos mis ruegos. Ya el amor a la gloria se había
apoderado de todo su ser, y sólo pertenecía usted a
sus semejantes por el prestigio que les ocultaba el
genio, que las circunstancias han aumentado.
Su resolución de alejarse de mi me hirió
profundamente; pero hoy aquel valor tan firme
lo eleva a usted en mi pensamiento y lo coloca
sobre todos los hombres. He tenido y tengo aun la
67
confianza de creer que usted me amó sinceramente,
y que en sus triunfos, como en los momentos en que
corría usted algún peligro, pensó usted que Fanny
le dirigía sus pensamientos.
Consérvese usted para la felicidad y la gloria
del Nuevo Mundo; tengo todavía la esperanza de
volver a verlo, de estrechar contra mi corazón al
ser más digno que ocupa todos mis pensamientos,
al objeto de mi profunda admiración.
Dígame, pero escrito de su mano, que me conserva
usted una amistad verdadera… No tengo ya el
derecho de ser exigente… Si usted se encuentra en
el apogeo de la gloria, dígamelo, y me congratularé
con usted; si, al contrario, no se siente satisfecho,
también es a mí a quien debe decirlo porque lo que
concierne a usted será para mi mas que mi propia
existencia, más que yo misma.
Adiós, mi caro amigo, yo lo amo a usted y creo
que no es porque le he amado que le amo tanto.
No sería imposible que fuese este un adiós para
siempre. Dios sólo y usted pueden saberlo.
Conserve usted mi retrato; él será más feliz que yo,
porque, al enviarle mi imagen, no tengo la facultad
de prestar mi alma a mi fisonomía: si la tuviera, tal
vez olvidaría usted mis años.
Adiós, mí querido primo. Fanny D. du Villars. Neé
de Trobriand et Aristeguieta”.
68
PERIPLO POR ITALIA Y REGRESO A
CARACAS
D
espués de diez meses de juergas y diversiones, estudios y
lecturas, Bolívar parte a pie, hacia Italia vía Suiza; asiste a la
coronación de Napoleón en Milán, recorre Venecia, Ferrara, Bolonia,
Florencia, Peruggia, Roma y Nápoles. Asciende al Vesubio con
Humboldt y el físico francés Gay-Lussac y en la “Ciudad Eterna”,
hace su célebre juramento en el Monte Sacro. La transformación del
mantuano va tomando forma.
Regresa a la capital francesa, en la primavera de 1806,
alojándose en el Hotel de Malta, ubicado en el número 63 de la Rue
de la Loy, calle rebautizada así durante la Revolución Francesa, pero
que en ese año, después de más de tres lustros, toma el antiguo y
actual nombre, Rue Richelieu. Este hotel que aun mantiene el mismo
nombre, al que le han agregado la palabra Ópera, se comunicaba por
medio de un pasaje con la desenfadada Rue Vivianne. Fue remodelado
69
muchos años después, para construir
otro más moderno, pero aun conserva
intacta la fachada original, patrimonio
histórico, en la que ostenta al lado
derecho de la entrada principal, una
placa de mármol, colocada en 1983
para el Bicentenario del Nacimiento
del Libertador, que reza: “Ici vècut
en 1806 Simón Bolívar...” (Aquí
vivió en 1806 Simón Bolívar...). En
la Prefectura de la Policía de París
Fachada del hotel de Malta, 63
Rue de Richelieu, París
quedaron sentados, bajo el registro
número F-7 2241 del control de extranjeros, dos menciones de su
nombre que a la letra dicen: “Volivar Simon, 13 avril 1806 né a
Caracas en Espagne, négociant” y “Bolívar, Simón, 30 de avril
1806; permis de séjour le 28 avril; négociant domicilié en Espagne,
22 ans. Logement, 63, rue de la Loy”.
En esta tercera y última permanencia en la ciudad, es
ascendido al 2° grado masónico, de Hermano a Oficial de la Logia
de San Alejandro de Escocia, por proposición del Venerable, La
Tour D’Auvergne, apellido que representaba uno de los abolengos
más rancios y blasonados de Europa. Su promoción, desde que
fue iniciado el 11 de noviembre de 1805, significaba que había
acumulado satisfactoriamente los requisitos de asistencia y progreso
en los conocimientos de la Orden, pues Bolívar era un joven
inteligente y estudioso, pero carente de influencia para lograr grados
masónicos sin las condiciones exigidas para hacerse acreedor al
ascenso respectivo. Transcribimos a continuación el acta de recibo
que aparece en un ensayo titulado Seis temas sobre Bolívar en
Francia, del historiador venezolano Marcos Falcon Briceño:
70
“El Venerable (de la Logia) propuso elevar
al grado al hermano Bolívar recientemente
iniciado a causa de un próximo viaje que está
en vísperas de realizar. El aviso de los hermanos
habiendo sido unánime para su admisión y el
escrutinio favorable, el hermano Bolívar ha sido
introducido al templo según las formalidades de
costumbre. A los pies del trono prestó juramento
de rigor, colocado entre los dos vigilantes y ha sido
proclamado Caballero-compañero masón de la R.
Madre Logia de San Alejandro de Escocia. Este
trabajo ha sido coronado por un triple hurrah y
el hermano después de dar las gracias tomó su
puesto a la cabeza de la Columna del Mediodía”.
Bolívar tal vez buscaba en la masonería, el medio expedito y
eficaz para propagar las ideas independistas de América, así como
en su momento lo hizo Francisco Miranda, al fundar en 1797, la
Gran Logia Americana de Londres. Años más tarde, apartado de la
fraternidad universal, le confiesa a uno de sus principales testigos
oculares y biógrafos, Luis Perú de Lacroix que “…en las logias había
encontrado algunos hombres de mérito, bastantes fanáticos, muchos
embusteros y muchos más tontos burlados; que todos los masones
se asemejaban a los niños grandes jugando con señas, morisquetas,
palabras hebraicas, cintas y cordones; que, sin embargo, la política
y los intrigantes pueden sacar partido de aquella sociedad secreta
[…]”.
El retorno a la urbe del Sena, marca el fin definitivo de los
placeres de la anterior estadía. Una página de su vida quedaba
doblada. Los acontecimientos de Venezuela y la fallida expedición
emancipadora de Francisco de Miranda, por el occidente del país,
son su preocupación principal.
71
Madame Dervieu du Villars, retratos de autores anónimos.
Mientras tanto, Fanny había viajado embarazada hacia Italia,
lugar en el que nació Eugenio, el recién nacido que aparece en su
regazo en el óleo de Matteoti, pintado en Venecia en 1806. Herida y
desilusionada de un amor imposible, buscaba quizás cobijarse en los
brazos de Eugenio de Beauharnais, quien ya se encontraba ejerciendo
como Virrey de Italia. Se sabe por cartas de los Dervieu du Villars,
que se encontraron con Bolívar en Milán, circunstancia que debió
ocurrir cuando este último acudió a la coronación de Napoleón como
rey de los romanos. Una misiva del Coronel lo corrobora al hacerle
reminiscencias de los “paseos por Milán y vuestras observaciones
sobre la situación de esta nación que indicaban ya el genio que ha
iluminado vuestra vida”. Otra comunicación para la misma época,
de Fanny, con menos encomios que la anterior, salvo que quisiera
insinuarle algo a Bolívar sobre la paternidad de su hijo Eugenio,
reza: “Mi Eugenio del cual estaba embarazada en Italia”. Cuentan
las tradiciones de la familia Trobriand que Fanny tuvo dos hijos
ilegítimos, de uno de los cuales, Louise Victoria, le atribuyen la
paternidad a Eugenio de Beauharnais.
72
En el otoño de 1806, Bolívar abandona definitivamente París,
una ciudad y un país que le produjeron fascinación y asombro. La
ciudad lo marcaría para siempre. Huellas indelebles en sus recuerdos
y nostalgias, quedarán grabadas. A continuación así lo manifiesta
a su amigo Alexander Dehollian, tal vez, el amigo más íntimo y
sincero que tuvo Bolívar durante sus permanencias de juventud en
Europa, y a quien había conocido en Bilbao en 1801, cuando ambos
estudiaban idiomas:
“Quiere usted que le diga cómo me fue
en París? La cosa es clara pues no hay en toda
la tierra, una cosa como París. Seguramente que
allí es donde uno se puede divertir infinito, sin
fastidiarse jamás. Yo no conocía la tristeza en todo
el tiempo que me hallé en esa deliciosa capital...
Qué cortesía. Cuánta amabilidad. Que gente tan
bien criada es la de toda la Francia y sobre todo la
de París... Esté usted seguro, que si vengo a vivir a
Europa, será no en otra parte que París.”
Se dirige a Hamburgo, llega a Estados Unidos donde
permanece varios meses y finalmente arriba en junio de 1807, a
Caracas, ciudad que rondaba alrededor de las 45.000 almas, y de la
que Humboldt comentado de su paso por ella, que tenía, “opulencia
y luces”, añadiendo que en ninguna parte de la América Española
había “tomado la civilización un aspecto más europeo”. Llega
a una ciudad inmersa en un ambiente de gran agitación social y
política, gobernada por personajes interinos bajo la supervisión de
un Regente visitador. Había estado fuera de Venezuela más de tres
años, y estaba por cumplir veinticuatro años.
73
RECUERDOS DE AQUEL INTENSO AMOR
D
el intenso amor de Bolívar con la Condesa du Villars,
quedaron más de doscientas cartas suscritas por ella, y una
sola respuesta por parte de él. El mutismo epistolar que el caraqueño
mantuvo a través del tiempo, en una oportunidad motivaron a Fanny
a reclamarle: “Cuanto tiempo, querido primo, que no recibo sus
cartas siendo la primera y la última la suscrita en Guayaquil el 20
de julio de 1822 que llegó a mis manos el 6 de octubre de 1823.”
A los recuerdos de las misivas se agregaron varios retratos
obsequiados por el Libertador, de los cuales dos en especial son
el meollo de este ensayo. El uno, una miniatura pintada sobre
marfil, y el otro, un óleo de cuerpo entero. El primero, regalo del
caraqueño realizado por pintor anónimo, durante su estadía en París.
Catalogada con el número 187, se encuentra en la colección Boulton
de Venezuela. El segundo, aparece reseñado en una carta enviada
por Bolívar al General Leandro Palacios, el 14 de agosto de 1830.
75
Hacerse pintar un retrato al miniado, era la costumbre de ese
entonces. El marco de los retratos con frecuencia era un medallón
ovalado y se realizaban en una variedad de técnicas pictóricas
como óleo, cobre, estaño, esmalte, o marfil. Se hacían con el fin
de obsequiarlos, como recuerdo, a personas de alta estimación. De
la miniatura realizada en París en 1804 a Bolívar, hace referencia
Enrique Uribe White en una excelente y bien documentada
Iconografía del Libertador. Actualmente pertenece a la colección
de Alfredo Boulton, por compra hecha a doña Margarite Denis de
Layarde y Montalvo de Post, familiar de Fanny. Las dimensiones de
la miniatura son de 5 X 7 cms.
Sobre el lienzo de cuerpo entero, da buena cuenta la misma
Fanny en carta al Libertador, de 1825. En dicha misiva le relata que,
en la Corte de Francia como en la sociedad parisiense, ya no se le
considera un pecado que sea su amante, y a continuación le dice:
“…pero lo que más le sorprenderá a usted, mi querido
primo, será saber que el 20 de abril de 1820, quien
con el más vivo interés me interrogó acerca del
carácter de usted, de su talento y de su nacimiento,
fue el Rey Luis XVIII, que concedió una audiencia
solicitada por mí. […] El Rey, lleno de bondad y
con su genio solícito, [...] me pidió el retrato de
usted, que entregué al señor duque de Chartres, su
primer gentil-hombre, y lo tuvieron en el palacio de
las Tullerías durante ocho días”.
Uribe White opina que posiblemente fue la miniatura la que
madame du Villars envió al palacio. Sobre este planteamiento
discrepamos, pues en un reino como lo fue Francia, en donde la
76
pompa de la corte asombraba
a propios y extraños por su
magnificencia y suntuosidad,
vemos incomprensible que la
Condesa Dervieu du Villars,
acostumbrada también a
ese lujo y boato, le enviara
al Rey, una miniatura del
Luis XVIII en las Tullerías, detalle del
óleo de François Pascal Simon Gerard.
Libertador, de escasos e
insignificantes 5X7 cms., de un anónimo pintor, para que fuera
expuesto en el Palacio Real. Juzgamos, entonces, que el retrato
exhibido fue el óleo de cuerpo entero.
Miniatura de Simón Bolívar a escala natural de 5x7 cm, c. 1804.
colección Boulton de Venezuela, obsequio de Bolivar a Fanny.
Autor anónimo
77
LA BOLIVARIANA TERESA DE LA PARRA
D
el lienzo expuesto en el Palacio de las Tullerías, no se supo
más. El 17 de diciembre de 1930, estando en la Ciudad Luz,
en el primer centenario de la muerte del Libertador, la escritora
venezolana Teresa de la Parra, famosa por sus obras Ifigenia y
Memorias de Mama Blanca, y por su marcado bolivarianismo,
asistió a una misa de réquiem que por tal motivo se celebraba en la
Iglesia de los Inválidos. Allí le llamó la atención, una señora altiva
y con mucho porte, que le solicitaba al gendarme la dejara pasar.
Argumentada que tenía derecho a uno de los primeros puestos pues
era parienta de Bolívar.
Intrigada por la conducta de la aristócrata, al finalizar el
servicio litúrgico, Teresa la esperó, abordándola a la salida. De
inmediato le preguntó por la supuesta relación familiar que esgrimía
ante el guardia. La anciana de delicados modales y mucha clase le
79
respondió con gravedad: “En efecto, soy descendiente de Madame
Dervieu de Villars”. Era la Condesa Rodellec de Poryie, y provenía
de su castillo de Bretaña.
A raíz de ese encuentro, tuvieron una nutrida relación epistolar.
Transcurrió el tiempo y en una oportunidad le escribe angustiada
que estaba arruinada. Le comenta que, buscando recursos con que
aligerar el infortunio económico, “había decidido vender un retrato
del Libertador de cuerpo entero, hecho en Cartagena y enviado por
el propio Bolívar a Fanny”.
El historiador Donaldo Bossa Herazo, al reseñar sucintamente
la obra pictórica del cartagenero Pablo Cavallero, en la Guía Artística
de Cartagena de Indias, y enumerar los posibles retratos ejecutados
por su pincel, anota que “Tal vez un retrato de cuerpo entero del
Libertador, pintado en esta ciudad y que éste envió a su amiga
Fanny du Villars, a Francia, pudo ser obra de Cavallero”, y agrega
en su comentario: “Si lo pintó Cavallero, debe ser del año 1812. La
escritora Teresa de la Parra vio el retrato en Francia, el (sic) año de
1931, en poder de la familia […] de la Condesa Rodellec de Poryie,
descendiente de Fanny, que había decidido ofrecerlo en venta al
Gobierno de Venezuela.”
80
EL CARTAGENERO PABLO CAVALLERO, EL
APELES NEOGRANADINO DEL SIGLO XVIII
P
artiendo de este criterio, en el sentido de que el retrato fue
realizado en Cartagena de Indias, nos unimos a lo afirmado
por Bossa Herazo, porque definitivamente el único artista que
pudo haber pintado al Libertador en esta ciudad y en todo el Nuevo
Reino de Granada, era el cartagenero Pablo Cavallero, y nadie más.
Bolívar no podía entregarse a que lo retratara un mediocre pintor. Su
realización debió producirse cuando él llegó a Cartagena, en octubre
de 1812, ciudad en la que permaneció más de dos meses, y desde
donde escribió el famoso y conocido “Manifiesto de Cartagena”.
Pero ¿Quién era este pintor? ¿Por qué este artista y nadie más
podía pintar el lienzo del Libertador?
De origen humilde, Cavallero había nacido en el año de 1732
y probablemente murió en 1814, a la edad poco común de 82 años.
81
Vivió en la Calle de Nuestra Señora de la Victoria, Manzana 10, casa
baja N° 11 del Barrio de la Santísima Trinidad de Getsemaní. Fue
el mejor pintor de todo el siglo XVIII, y ha sido considerado por
los expertos en crítica de arte, el último de los pintores coloniales.
Con sus lienzos renació la rica escuela neogranadina de los Acero,
Figueroa, y Vásquez, y con Cavallero también finalizó el arte
colonial del siglo XVIII, que parecía haber concluido a principios
de 1700, cuando Vásquez y Ceballos decidió literalmente tirar los
pinceles, a raíz del escándalo que protagonizó al raptar a una monja
de un convento de Santafé de Bogotá. Después de él, y tiempo más
tarde perdidos entre los escasos y mediocres artistas santafereños
de mediados del siglo XVIII, surgen Joaquín Gutiérrez, el Pintor
de Virreyes y posteriormente su discípulo Pablo Antonio García del
Campo.
Eran tiempos en que pocos pinceles, contados con los dedos
de una sola mano, podían realizar un retrato de buena factura, o por
lo menos estar al nivel artístico exigido por los retratados, una élite
social y económica.
Cavallero, hombre sincero y de carácter, es reputado por crítica
especializada como el mejor pintor decimonónico del Virreinato de
la Nueva Granada, que comprendía lo que hoy son las repúblicas
de Panamá, Venezuela, Ecuador y Colombia. Trabajó en Santafé
de Bogotá y en su ciudad natal, Cartagena. Gozó fama de acertado
retratista de extremada finura, y bien lo corroboran los retratos que
de él se conocen. Fue un excelente dibujante, de indudable capacidad
para captar fisonomías.
82
El magnífico retrato de Don Luis Eduardo de Azuola -uno
de los firmantes del acta de Independencia-, pintado en 1793, obra
impar del insigne pintor, considerada la mejor de su género que
produjo todo el siglo XVIII neogranadino, constituye un ejemplo
del retrato bogotano en ese momento finisecular. El retrato de Don
Antonio Paniagua Valenzuela, rector del Colegio Mayor de Nuestra
Señora del Rosario, es también una de las mejores muestras de ese
siglo, en la que el cartagenero acusa también su maestría.
El getsemanicense trabajó un corto tiempo en la Expedición
Botánica, pero consideró el trabajo de la expedición no acorde
con su capacidad y talento por lo que al poco tiempo renunció. El
sabio Mutis que lo estimaba como artista, lamentó la partida del
maestro, y en comunicación enviada en 1786 al Virrey Caballero
y Góngora, experto conocedor de arte, quien había traído la más
grande pinacoteca privada al Nuevo Mundo, lo llama el Apeles de
América. Lo anterior no era un simple cumplido del sabio, pues en
su archivo epistolar podemos observar que, al referirse en algunos
apartes sobre el cartagenero, lo pondera de “acreditado maestro”
“insigne maestro” y “gran pintor”.
De su pincel salieron las más renombradas pinturas religiosas
y retratos de la época. Sobre el lienzo de la Inmaculada Concepción,
localizado en la sacristía de la Catedral Primada de Bogotá, el
historiador y crítico de arte Gabriel Giraldo Jaramillo anota que “...
se trata de la más hermosa pintura religiosa de la época virreinal,
inspirada, sabiamente compuesta, de dibujo excelente y delicados
matices...”. En Cartagena ha quedado un óleo de buena factura, que
representa al obispo José Díaz de la Madrid. Hace muchos años
estuvo colgado en la Catedral, luego pasó al Convento de Santo
83
Domingo y actualmente se encuentra en el museo religioso del
convento de San Pedro Claver.
Bolívar, un hombre viajado, con posición social, dinero, y
buen gusto, mantuano de campanillas, como se denominaba a una
especie de nobleza venezolana, comúnmente mezclada con sangre
europea, acostumbrado como ya hemos visto, a los medios más
exquisitos y elitistas, tanto de Europa como de América, que debió
escuchar, o a lo mejor, conocer las obras de los pintores mimados
de la alta aristocracia de París, de la corte y de Napoleón, JacquesLouis David, Elisabeth Vigée-Lebrun o François Pascal Simon
Gerard, no podía menos que escoger al cartagenero, un pintor pleno
de experiencia y fama en el arte de ser un excelente retratista.
84
MIGUEL ÁNGEL BURELLI RIVAS
A
l instalar en mayo de 1997 la Sociedad Bolivariana de
Cartagena, siendo Presidente de la Sociedad Bolivariana de
Colombia el Doctor Virgilio Olano, ante la presencia del entonces
Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Miguel Ángel
Burelli Rivas, de su embajador en Colombia, Sebastián Alegrett,
y el Cónsul General en Cartagena, Armando Rojas Sardi, como
también de numerosos académicos e historiadores del vecino país y
de Colombia, en nuestra búsqueda por conocer el destino del retrato
de Bolívar, supuestamente pintado por Pablo Cavallero, volvimos
a indagar con el Canciller, gran bolivariano, por el paradero de la
pintura. Conociendo de antemano la historia de la escritora, nos
respondió: “lo último que supe fue que una de las casas de remate
Christie´s o Sothebys, lo habían puesto al martillo en Nueva York,
no sé qué rumbo habrá tomado”. Ante su respuesta y la noticia
que leímos en la prensa del 2004, sobre una subasta de Christie´s,
85
en la que remataban unas pistolas de duelo fabricadas entre 1804
y 1806 por Nicolás Noël Boutet, uno de los armeros favoritos de
Napoleón, ofrecidas en su momento como presente al Libertador
por la Condesa, y subastadas por una cuantiosa suma, nos da la
impresión de que sus descendientes, estuvieran rematando mucho
de los recuerdos de ese gran amor.
Pistolas de duelo, fabricadas por Nicolas Noël Boutet, armero de Napoleón,
y ofrecidas por la condesa al libertador.
Finalmente, concluimos por la respuesta del Canciller, que
la sugerencia propuesta en su momento por Teresa de la Parra
no cristalizó, por lo que el óleo expuesto en el palacio de las
Tullerías, testimonio y recuerdo de un ardiente amor, condenso de
la inmortalización de una pasión entre el Libertador y la Condesa
Dervieu du Villars, de seguro debe engalanar las paredes de una
colección privada.
86
BIBLIOGRAFÍA
NOTA DEL AUTOR: El carácter de ensayo que tiene el presente
trabajo, no ha hecho posible la inclusión en él de referencias. A
continuación anotamos las principales fuentes que hemos obtenido
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http://freepages.genealogy.rootsweb.ancestry.com/~bhuguenin44/
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Esta obra se terminó de imprimir en
Alpha Editores, en el mes de diciembre de 2011.

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