El Último Titán
Transcripción
El Último Titán
El retorno de los magos Descubre el mundo de Kherian y comparte tus opiniones en: http://www.enriquetimon.com/ultimotitan/ultimo_titan.htm Foros: http://foro.enriquetimon.com Serie: El Último Titán Ciclo: La Era de Rankor Volumen: El retorno de los magos Título de la obra: El Último Titán: 1- El retorno de los magos Enrique Timón Arnaiz 2000-2007 Algunos derechos reservados 3.0 License de Creative Commons Licencia Reconocimiento No comercial Sin obras derivadas http://www.enriquetimon.com Ilustración portada: lienzo al oleo 100x81 © Enrique Timón, 2007 Primera Edición en lulu.com, Junio 2007 Primera revisión: diciembre de 2007 ISBN: 978-84-611-7968-8 (Obra Completa) ISBN: 978-84-611-7969-5 (Volumen 1) PRINTED IN UNITED STATES OF AMERICA Registro de la propiedad intelectual Castellón: Por la Primera Parte: 00/2000/10214 ― 30/05/2000 Por la Obra Completa: 09/2003/4142 ― 25/07/2003 A mis padres, que me permitieron soñar AGRADECIMIENTOS Quisiera aprovechar para agradecer a cuantos han tenido la amabilidad de leer los sucesivos borradores y revisiones de esta novela, algunos incluso con la paciencia de esperar a cada entrega. A todos ellos les agradezco también sus sinceros comentarios, que me han servido para intentar mejorarla con su aportación. Pero por encima de todo agradezco el apoyo y aliento que han supuesto para mí, hasta el punto que creo que fueron sus ánimos más que mis fuerzas los que me permitieron concluir esta tarea. Voy a citar sólo a algunos, no por afán de abreviar sino porque mi memoria es falible y estoy seguro que más de uno se me olvida, de otros no recuerdo el apellido así que los cito con su localización para que puedan identificarse, los hay también que lo leyeron a través de amigos comunes, de ellos sólo sé por referencias pero valga igualmente mi agradecimiento aunque no se mencionen aquí sus nombres. Por orden alfabético son: Eva Andrés, David Balaguer, José (Barcelona), Pepe Caballero, Rodrigo Cambronero, Marga Castro, Olaya Lafuente, Jesús Moreno, Blas Navarro, Isabel Pedrosa, Jaime Peña, Nel Rodríguez, Sven Valcárcel y Fernando Zayas. No quiero olvidar en esta ocasión a quienes desde el otro lado del Atlántico han contribuido con su lectura y aportaciones: Marisol Guzmán, Marc Pedrau y Manuel Peña. Mención aparte merece Luis Andrés Holgado, que tras la lectura del primer capítulo y el conocimiento de las características generales del mundo de Kherian y su historia decidió dedicar buena parte de su tiempo libre al oficio de historiador, geógrafo y cartógrafo de ese nuevo mundo y lo hizo tan bien, que su huella permanece en múltiples detalles de la obra, a él se debe por ejemplo la agasta, los nombres y economías de muchas regiones de los reinos kantherios, incluso de algunos reyes y dinastías o personajes legendarios. En su honor, existe un tipo de criaturas, una especie de gnomos, desconocida para el resto de los habitantes de Kherian, que viven en una pequeña isla perdida en el hemisferio Norte. Por último, si importante es el apoyo de los amigos, el de la familia es a este respecto crucial y yo he de confesar he tenido mucha suerte, con una familia que me ha animado y apoyado desde que puedo recordar. Desde mi madrina Purificación Maté que me regaló una máquina de escribir cuando apenas tenía 12 años, con la que llegue a escribir algunos pequeños relatos fruto de aquella mente infantil, en los que el gusto por una épica con dosis de romanticismo ya era notorio. A mis padres, que cada vez que terminaba un ensayo de filosofía me preguntaban ¿para cuándo la novela? No sé bien si me pedían que escribiera algo más inteligible o que estuviera mejor remunerado, seguramente tan sólo querían que me embarcara en algo más afín a sus gustos literarios. El caso es que ambos hicieron el esfuerzo de intentar leerla, aunque la literatura fantástica distaba mucho de ser su género favorito, mi padre incluso lo consiguió y hasta según confesó le gustó, aportando unos valiosos comentarios que tuve muy en cuenta (la aprobación de un padre puede parecer irrelevante, pero para quien conozca su nivel de exigencia comprenderá por qué para mí fue tan importante). Pasando por mi hermano Oscar, apasionado lector del género en el que lo inicié hace ya muchos años, que ha seguido paso a paso desde la construcción del mundo y los personajes a la redacción de cada uno de los capítulos, aportando su siempre aguda y bien documentada perspectiva. Y llegando hasta la siguiente generación, personificada en mi hija Krystal de 17 años, que tuvo que cargar con el grueso volumen del borrador (más de 700 hojas a una cara) en un largo viaje porque quedó enganchada con la historia y los personajes y ahora me anima a que la continúe; es difícil reseñar cuan gratificantes resultan sus ánimos para mí, baste con añadir al parentesco que nos une el hecho de que ella estaba muy presente en mis pensamientos en muchos de los pasajes de la novela. Sería injusto concluir sin una mención muy especial a quien sin duda es la artífice de que esta obra sea ya una realidad: me refiero a mi mujer Irma, que desde el cariño y la comprensión, pero también desde su perspectiva profesional y rigurosa como profesora de Literatura en la Universidad de Guadalajara, ha velado por el buen desenlace de este proyecto, en el que creyó desde un principio. Para ella no puedo tener palabras de agradecimiento, tan sólo un amor incondicional. Enrique Timón Castellón, 18 de mayo de 2005 7 8 Índice NOTA DEL TRADUCTOR .................................................................................... 11 CARTOGRAFÍA (MAPAS Y PLANOS).................................................................. 12 Prólogo. Historia de los titanes .................................................. 15 Primera Parte. Bestias Errantes .................................................. 31 1. Nadia la cínica ................................................................................... 33 2. Cuando los dioses tiemblan ............................................................ 48 3. Un alto en el camino ........................................................................ 63 4. Martheen el mercenario ................................................................... 91 5. La sombra del rwarfigt ...................................................................121 6. Caballeros, sanadores y magos......................................................141 7. Encuentro en la Senda Real ..........................................................160 8. Las cartas al descubierto ................................................................178 Segunda Parte. La batalla de Eriztain .......................................193 1. El Noclevac de los dioses ..............................................................195 2. Viejos amigos ..................................................................................210 3. Emboscada ......................................................................................237 4. En busca de Escoliano ...................................................................264 5. El desfile de la partida ....................................................................297 6. Camino del frente ...........................................................................310 7. Escaramuza en Philitros ................................................................331 8. Eriztain .............................................................................................355 9. Morirás y sin embargo, vivirás ......................................................382 Apéndice. Glosario .....................................................................412 Nota del Traductor: La presente obra es una fiel trascripción de su original escrito en kantherio imperial. Me he permitido la libertad de traducir también sus elementos culturales, sus sistemas de medida y giros lingüísticos, allá donde lo he creído conveniente, ajustándolos a los de nuestro propio idioma y cultura. Siempre con un escrupuloso respeto al sentido del texto original y con el único afán de hacer aquellos comprensibles al lector no familiarizado con la lengua y civilización kantheriocreona. 11 CARTOGRAFÍA (MAPAS Y PLANOS)1 1. Reinos de Darlem y Messorgia 1 Mapas realizados por Luis Andrés Holgado. Basados en bocetos del autor. 2. El mundo “conocido” de Kherian. 13 3. Ciudad de Finash (capital de Messorgia) 14 PRÓLOGO HISTORIA DE LOS TITANES L os destellos luminosos de los últimos rayos del atardecer traspasaban las amplias vidrieras multicolores del vestíbulo de la Academia Diógenes en Policreos. El mármol de Jatimlatt, que revestía el pavimento y las paredes, brillaba con fulgor blanquecino en las zonas bañadas por los haces de luz. Gruesas columnas de marcadas estrías y decorados relieves recorrían en hileras la estancia. Varias estanterías de madera de roudano* cubrían el fondo Norte; en ellas descansaban algunos rollos de pergamino, amarillentos y corroídos por el paso del tiempo, junto a una selección de códices lujosamente encuadernados, en cuyos lomos podían leerse títulos como “Historia de los Reinos Kantherios” de Dathales, “De la Naturaleza de las Cosas” de Tágoras o “Las Perspectivas del Hombre” de Diógenes. En la zona central del vestíbulo, junto a una de las columnas, dos hombres discutían acaloradamente sobre la naturaleza de la magia. Las togas de raso azules que vestían los delataban como maestros de la Academia. Los ribetes granates de sus brazaletes los distinguían además como miembros del Consejo de los Diez Sabios, la máxima jerarquía académica de la ciudad. Policreos, capital cultural del mundo civilizado; o, al menos, así era vista por los occidentales pueblos kantherios. El mayor de los hombres, casi un anciano, carecía completamente de cabello, a excepción de una cuidada perilla que acentuaba sus rasgos; su rostro reflejaba una serenidad escultural. Era Demetrio, un filósofo con fama de extravagante y excéntrico. El otro, Urrulus, historiador de reputado prestigio, también pasaba de la cincuentena; mostraba claros signos de alteración, agitaba los brazos arriba y abajo, mientras daba vueltas en uno y otro sentido en torno a su interlocutor. Los canosos * Árbol que crece en los bosques de Foreas. En el interior del Reino de Burdomar. Su madera es semejante a la del pino, aunque permite un trabajo mucho más fino, por lo que es especialmente utilizada para la construcción de mobiliario decorativo. El Último Titán: La Era de Rankor mechones de su arreglada barba se erizaban al compás de sus movimientos. ―¡No puedo dar crédito a mis oídos! ―farfulló mientras hacía un gráfico gesto con sus temblorosas manos―. ¿Estáis negando que exista o haya existido la magia en Kherian *? ―palideció escandalizado ante las palabras que acababa de escuchar a su interlocutor, sus ojos ligeramente verdosos parecían querer salirle de las órbitas. ―No niego que haya existido o incluso exista lo que vos llamáis magia ―Demetrio permanecía impertérrito mientras pronunciaba estas palabras, apenas podía distinguirse el movimiento de sus labios, ni la menor alteración en el tono―, ¿Cómo podría hacerlo? Existen miles de documentos en nuestra historia reciente que lo acreditan. Hombres notables, e incluso sabios como Diógenes, han sido testigos, ¿cómo podría dudar de su palabra? No niego la magia, sólo su carácter mágico. ―¿Sólo decís? ―el rostro de Urrulus había pasado de la estupefacción e incredulidad iniciales a un estado de indignación, patente en el nervioso temblor de su bigote―. ¿A quién queréis engañar? Eso es tanto como dudar de los dioses. ―Seguís sin entenderme ―el filósofo concedió un ligero movimiento de sus manos, acompañando con gestos benévolos su explicación―. No se trata de dudar de la existencia de los dioses, tal cosa no puede hacerse. De ser así, por la misma regla habríamos de poner en tela de juicio la existencia del legendario Ealthor o de su no menos grande hijo Oramntheer II. Nada más lejos de mi intención, creo firmemente que los dioses habitaron el mundo, e incluso que con toda probabilidad siguen perviviendo hoy en día, lo que cuestiono es su condición divina ―Urrulus dejó escapar una leve exclamación―. Pienso, más bien, que aquellos a los que llamamos dioses eran seres de carne y hueso como nosotros. Con sus particularidades, por supuesto, si atendemos a los antiguos escritos, eran mucho más fuertes, * Kherian es la denominación kantheria para referirse al mundo en su conjunto. Aunque ambos hablaban en fluido creón, en el año 623 después del “Advenimiento”, la denominación imperial se había popularizado hasta tal punto, que hacía olvidar otros apelativos del pasado. 16 Prólogo. Historia de los titanes altos y corpulentos, también el color de su piel era distinto, ligeramente azulado... ―E inmortales, eso también figura en los antiguos escritos ―interrumpió el historiador con una risa nerviosa dibujada en sus labios. ―Concedo que debían ser especialmente longevos, pues nadie pareció percibir envejecimiento en ellos y, efectivamente, fueron descritos por varias generaciones ―repuso Demetrio con su parsimonia habitual―. Pero nada de esto colige que fueran inmortales, antes bien tal cuestión ya fue refutada, del modo más contundente posible, durante la “Guerra de los Dioses”, y más tarde también en la “Guerra de los Titanes”. ―¿Creéis tener explicaciones para todo, no es eso? ―Urrulus adoptaba ahora una pose más tranquila, pasando a la defensiva, pero sin poder evitar frotarse nerviosamente las manos―. Bien, decidme, ¿cómo explicáis su increíble poder? Y no me refiero a su fortaleza física, sino al que emanaba de su magia. ―¡Veis!, a eso me refiero. Yo no puedo ver nada mágico o místico en su poder. Está claro que éste radicaba en sus artilugios, y aunque no comprendamos los mecanismos de su fabricación o funcionamiento, tal vez por limitaciones de nuestra capacidad intelectual, eso no justifica que demos por válida su explicación irracional ―el temple del filósofo comenzaba a contagiarse de la agitación de su interlocutor―. Pensadlo. Todos los documentos lo confirman. Los magos psíquicos utilizaban una especie de medallón, los lumínicos una varita corta, los térmicos esos pequeños y extraños tridentes, como el del Museo de Bittacreos, y los magos físicos unos brillantes brazaletes metálicos. Los caballeros sagrados portaban armas y armaduras de titanio, una poderosa aleación sin duda, pero no necesariamente mágica. Incluso los sanadores empleaban un instrumento semejante en su forma a una herradura. Los propios dioses, según narran las leyendas, se sirvieron de utensilios semejantes para demostrar su dominio. ―No tratéis de tergiversar la historia, yo también he leído los antiguos textos, y en ellos se habla de medallones que permitían controlar las mentes de otros seres y producir alucina17 El Último Titán: La Era de Rankor ciones, de varitas que emitían rayos, de tridentes que producían un frío helado y un calor abrasador, y de brazaletes que permitían mover objetos o golpear a distancia. Se habla también de armaduras de titanio, que resistían por igual los rayos o el acero, y de armas de este mismo metal, proporcionado por los dioses, capaces de partir una roca. Y, ciertamente sí, se mencionan unos extraños objetos con forma de herradura, “Simtar”, que permitían curar las heridas más espantosas. ¿Queréis hacerme creer que tales prodigios son simples obras de un artesano? ¿Qué un artilugio mecánico podría hacer cualquiera de estas cosas? Mi querido amigo, debéis estar de broma ―Urrulus se permitió una ligera sonrisa―. ¿Cómo podría un simple ingenio lanzar rayos, provocar alucinaciones o sanar graves heridas sin el concurso de la magia? ―No lo sé. Pero precisamente porque lo ignoro, porque desconozco cómo es posible que funcionasen tales utensilios, no trato de presuponer que ya lo sé y lo llamo magia ―las facciones de Demetrio se tornaron graves―. ¿Por qué cuando desconocemos algo nos refugiamos de inmediato en el misticismo tratando patéticamente de disimular nuestra ignorancia? ¿Por qué no aceptar que quizá no haya nada mágico en todo esto sino tan sólo unos seres más avanzados e inteligentes que nosotros? Piensa en los tupir, por ejemplo, están tan atrasados con respecto a nosotros, que muchos de nuestros enseres podrían parecerles igualmente mágicos. Se dice que incluso algunos de ellos consideraron a Ealthor I como un dios cuando conquistó Burdomar. ¿Por qué no podríamos ser nosotros “los tupir de los dioses”? ―No vais a persuadirme con vuestras falacias. Puedo concederos ―levantó la palma de su mano derecha, agitándola adelante y atrás al ritmo de sus palabras―, que el poder de los dioses precisase de algún artilugio, a modo de vehículo, para manifestarse. Pero de lo que no cabe duda es que fueran mágicos. Recordad que en los escritos también se relata cómo nadie, salvo los elegidos para ello, podía tocar tales “instrumentos”; los magos y sanadores, además, debían recitar con perfecta declamación sus sortilegios para que estos surtiesen efecto, y ningún humano, que no fuese un caballero sagrado, sobrevivía mucho tiempo a una prolongada exposición al titanio. Si fuesen sólo eso, meros artilugios, cualquiera debería poder usarlos, pero no era 18 Prólogo. Historia de los titanes así. ¿Por qué? Porque los dioses les habían infundido su magia, para que la utilizaran tan sólo sus elegidos. ―Creo que nuevamente buscáis la explicación más cómoda, en lugar de deteneros a reflexionar. ¿Por qué sólo los caballeros sagrados eran inmunes a los efectos nocivos del titanio? ¿Por qué atribuirlo a un supuesto carácter mágico de esta aleación? ¿Por qué no pensar en el titanio como una sustancia venenosa y en los caballeros sagrados como en aquellos que han probado el antídoto? Te extrañas de que nadie salvo los magos pudiese tocar sus utensilios; pero, ¿no podrían los dioses, de alguna manera inimaginable, haber dotado a estos instrumentos de la capacidad para reconocer a sus amos? Al igual que sucede con algunos animales, como los halcones, que sólo acuden al brazo de su amo, y nadie dice que sean criaturas mágicas. Y, ¿qué me dices de las palabras rituales que habían de pronunciar? Ambos sabemos que no fue así desde un principio, sino a partir de que, durante las guerras religiosas de los reinos creones del Sur, un guerrero cortara el brazo de un mago lumínico y fuese capaz de utilizar el miembro amputado aferrado a su varita, para utilizarla contra otros magos. Fue entonces, y no antes, cuando se vieron obligados a recitar unas palabras rituales para su activación, para evitar que se produjeran acontecimientos similares. Y esto es lo que más me inclina a creer que tengo razón al suponer que no haya magia alguna en todo ello. Hubo al menos una ocasión, documentada ―enfatizó―, en que un no mago pudo utilizar lo que vos llamáis sortilegios. ¿Cómo hubiese podido hacerlo si los dioses no le habían otorgado la magia? A menos, claro, que no haya tal poder mágico y se trate simplemente de potentes ingenios. ―¡Blasfemias! Hubo un tiempo en que se quemaba a los que así hablaban ―en su fuero interno Urrulus comenzaba a añorar aquellos tiempos―. Seguís sin comprender nada, os empeñáis en negar las evidencias, ¿por qué elucubrar complicadas teorías que no puedes explicar, cuando todo tiene una razón más sencilla? Decís no creer en la magia, pero estáis dictando las normas por las que debería comportarse. ¿Quién os dice que los dioses no otorgaron inicialmente sus poderes mágicos al instrumento en lugar de al hombre y que luego enmendaron su error otorgándoselos directamente a sus elegidos? Vuestra imagina19 El Último Titán: La Era de Rankor ción no os permite concebir nada que no sea explicable racionalmente ¿no es así? Pero esto es una limitación vuestra, que no sepáis comprender la magia como una emanación del poder divino, es una merma vuestra, no de ese poder. La inmensa mayoría de los habitantes de todo Kherian creen en el carácter mágico y divino de los dioses. ¿Iban a estar todos ellos equivocados y vos en lo cierto? Me temo que os sobrestimáis mi querido Demetrio; quizá no creéis en los dioses porque en vuestros anhelos os gustaría serlo vos. Y como no podéis ser dios, atraéis a los dioses hacia vuestra mortalidad, para sentiros más próximo a ellos. Resultáis pat... El ruido de un objeto chocando contra el embaldosado, interrumpió bruscamente la conversación. Ambos se giraron. En el suelo, junto a una columna próxima, había un tomo con cubiertas de cuero. Desde donde estaban no podían leerse las letras plateadas que lo identificaban. Hicieron el ademán de aproximarse, cuando vieron a una mano emerger tímidamente desde detrás de la columna en dirección al volumen caído. A la mano siguió un brazo y al brazo todo lo demás. Llevaba una especie de túnica ocre, de las utilizadas por los estudiantes de la Academia; tenía la capucha echada por lo que no pudieron distinguir sus rasgos. Si bien, al agacharse a recoger el libro, su prenda se abrió ligeramente a la altura del pecho, poniendo al descubierto parte de su anatomía femenina. Las pupilas de los oscuros ojos de Demetrio se dilataron al contemplarla furtivamente. Urrulus, por su parte, giró la vista, enrojeciendo avergonzado. Consciente de que había sido sorprendida espiando, la joven se irguió, ajustando pudorosamente los pliegues de su túnica. La capucha descendió levemente sobre sus hombros, permitiendo reconocer sus rasgos. Sus cabellos castaños claros, muy cortos, sus ojos, algo más oscuros, grandes y brillantes, así como la multitud de pecas que salpicaban sus pómulos, no dejaban lugar a dudas. Ambos la conocían muy bien, se trataba de Filias, una discípula reciente venida de Akaleim, pero que en su corta estancia había sabido llamar la atención de sus mentores, por sus preguntas y comentarios cargados con una mezcla de sagacidad e ingenuidad, también por su descaro a la hora de expresar sus opiniones. 20 Prólogo. Historia de los titanes ―Iba a llevarlo a la biblioteca ―trató de justificarse, señalando al preciado códice, en un defectuoso creón con acento kantherio. ―¿Sí? ―inquirió el filósofo sonriente, hablando ahora en kantherio― ¿Y cuanto tiempo hacía que llevabas el libro a la biblioteca detrás de la columna? ―Bueno... esto... yo... ―contestó alternando confusamente los idiomas creón y kantherio. No pudo evitar ruborizarse, mientras ensayaba como salir del paso. Sus pecas se marcaron con mayor contundencia en su rostro enrojecido―. Verá maestro, me dirigía allí... pero al escuchar, accidentalmente lo juro ―matizó―, tan elevada discusión, no pude evitar quedar prendida como una tonta de sus palabras ―pensó que un poco de coba no perjudicaría su causa―. En las clases no se escuchan cosas tan interesantes... ―¡Nos cerrarían la Academia si lo hiciéramos! ―pensó el historiador en voz alta. ―Hay algo en todo eso que discutían, sobre la existencia de los dioses, que me tiene algo desconcertada ―Filias entendió que si distraía la atención de nuevo hacia los temas en liza, quizá olvidarían su indiscreción―. Si los dioses, se supone, han existido desde siempre, ¿porqué no hay ninguna mención a ellos previa al “Advenimiento”? Es más, ¿por qué antes se hablaba de otros dioses? ―Yo me he hecho muchas veces esa pregunta ―comentó Demetrio. ―Estoy seguro de que ambos conocéis bien la respuesta, pero no me importará repetíroslo una vez más. Antes los hombres, en su ignorancia adoraban a los Arcanos, a los antiguos dioses, que no eran más que mitos, fruto de olvidadas supersticiones ―explicó con tono académico Urrulus a la muchacha, que levantaba la mirada hacia él absorta en sus palabras, su nariz, algo respingona, ayudaba a destilar esa sensación de devoción―. Hasta que los verdaderos dioses descendieron de los cielos sobre una ciudadela flotante, manifestación palmaria de su poder, para redimir los pecados de los hombres y darse a conocer. Por eso se le llama a este acontecimiento el “Advenimiento” y marca el año 21 El Último Titán: La Era de Rankor 0 de nuestra Era. El hombre vivía en la oscuridad y nada sabía de los dioses, pero vinieron a nosotros y se hizo la luz. ―¿Vinieron a redimir los pecados de los hombres? ―una sonrisa irónica se dibujó en los labios del filósofo, que daba muestras de una inquietud desacostumbrada―. Claro, por supuesto, por eso se dedicaron los años siguientes a esclavizar y convertir a los pueblos próximos. Por eso los obligaban a rendirlos culto y servirlos so pena de ser destruidos. Ciertamente trajeron la salvación al mundo ―el sarcasmo de su comentario resultó evidente. ―Jamás mis oídos escucharon una tergiversación de la historia más ruin ―intervino ligeramente encolerizado el historiador, mirando ahora fijamente a su colega e ignorando a la pupila que había emitido la cuestión―. Los dioses ofrecieron a aquellos pueblos su salvación y la de sus almas, al miserable precio de un mínimo reconocimiento y respeto. En su inconmensurable generosidad, los dioses ofrecieron la salvación incluso a quienes, manipulados seguramente por las antiguas castas sacerdotales de los arcanos, no la querían. Hubieron de mostrar su poder para convencer a los descreídos; pedirles una fe ciega hubiese sido injusto, ya que entonces nada hubiese podido distinguirlos de los charlatanes de feria o los sacerdotes de los Arcanos, y sólo los tontos hubiesen acudido a ellos. Hubo muertos, sí, pero qué son unos centenares, unos miles de vidas a cambio de la salvación de la humanidad. Aquellos infelices perdieron sus vidas, pero en compensación recibieron la eternidad para sus almas. Demetrio dejó escapar una sonora risotada. El semblante de su interlocutor se ensombreció notablemente. La muchacha miraba a uno y a otro con evidente curiosidad. ―¿Salvaron sus almas? ―replicó burlón el filósofo―. Menudo eufemismo, ahora va a resultar que el asesinato, cuando es bendecido por los dioses, es una redención de la víctima. ¡Salvaron sus almas! Eso es como decir: ¡salvaron sus ñutts! ―¿Qué es un ñutt? ―preguntaron al unísono. ―Lo mismo que un alma; o sea, nada ―declaró con su flema habitual―. ¿Qué es un alma? Nunca he visto ninguna por 22 Prólogo. Historia de los titanes ahí. Es tan sólo un mito de los arcanos para explicar la muerte y los cuerpos inertes, que algunos filósofos han explotado y ha calado hondo entre las gentes. Yo, confieso, sólo veo cuerpos vivos y cuerpos inanimados. Cuando una vida se apaga, no veo un alma que se libera, sino un cuerpo exánime. Tal vez debamos llamar a alguna de esas “almas eternas” para que pueda contarnos su versión de la historia... Antes de que Urrulus pudiera replicarlo, Filias tomó de nuevo la palabra. El discurso estaba llegando a unos derroteros demasiado profundos, para los que aún no se sentía preparada a transitar. Además no soportaba dejar de ser el centro de atención; a riesgo de recordar su transgresión, trató de reencauzar la conversación con una nueva pregunta. ―Perdón Maestros, pero en mi ignorancia no acabo de entenderlo. Si los dioses sólo se preocupaban de la salvación de nuestras almas. ¿Por qué tuvo lugar la “Guerra de los Dioses”? ―ambos se volvieron hacia la muchacha perplejos. ―Pocos años después del Advenimiento, según cuentan los anales ―el historiador volvió a adoptar una pose magistral―, hubo una escisión entre los dioses. Magrud, que en aquél entonces era su líder, desesperó de convertir a los hombres, a los que acusaba de ser impuros. Bulfas, por el contrario, en su bondad, seguía creyendo en los humanos y se opuso a las órdenes de Magrud de aniquilar a la especie de la faz del mundo, y... ―Sí claro, y en el Este te dirán que era Bulfas el pérfido que quiso exterminarnos y Magrud quien se opuso ―interrumpió Demetrio mirando a la estudiante―. Yo conozco otra historia mucho más plausible, claro que no es oficial, pero la oficial varía según la autoridad que la oficializa. Existen documentos de la época que hablan de un rumor, según el cual Bulfas se entendía con la mujer de Magrud y fue sorprendido en pleno adulterio. Yo, sinceramente, creo mucho más probable que ésta fuera la causa de la Escisión. ―¿Vuestras irreverencias no tendrán fin? ―le reprobó Urrulus antes de volverse hacia la muchacha― Tras la Escisión, los dioses y el mundo vivieron una época de paz que duró algo más de medio siglo. Ambas facciones se habían repartido Khe23 El Último Titán: La Era de Rankor rian en áreas de influencia. Pero Magrud no pudo contenerse, quiso ser el único dios e imponerse a los pueblos que quedaron bajo la protección de Bulfas, quien, en su benevolencia, no podía permitir semejante atropello. Así comenzó la famosa “Guerra de los Dioses”. ―Nuevamente mostráis a nuestra alumna la versión oficial, que ya conocerá y que sin duda es la inversa de la que se enseña en las escuelas del Este. Pero nada de esto es cierto. Las leyendas en torno al Bien y el Mal sirven para exacerbar a las muchedumbres, pero el Bien o el Mal no existen, son tan sólo la personificación de nuestras apreciaciones. Nada es blanco o negro, en su lugar hay una variedad casi infinita de tonalidades de gris. Yo te contaré cómo sucedió todo ―el filósofo se sujetó la barbilla con la mano, acompañando el tono grave de sus palabras―. En su afán de proselitismo, de someter a su credo a todos los pueblos, los dioses fueron engañados por los amónidas, fieles e inquebrantables en su culto a los arcanos. De este modo, pidieron por su cuenta ayuda a cada bando, a quien decían adorar, contra las injerencias del otro. Estalló un conflicto localizado en el que, por primera vez, murió un dios. Aquella muerte desencadenó la más funesta guerra que se haya conocido en el mundo. ―¿Unos simples humanos, amónidas además, iban a engañar a los propios dioses? ―el historiador se permitió una sonora carcajada― Ridículo, la próxima vez invéntate algo más creíble. ―Esperen, podemos leerlo aquí ―Filias abrió el grueso tomo que aún llevaba entre las manos. Los maestros pudieron ver por primera vez lo que rezaba el epígrafe plateado del mismo: “La Guerra de los Dioses y sus consecuencias” por Dathales. Con una voz un tanto aguda comenzó a leer: >>...Corría el año 63 desde el “Advenimiento”, cuando los distintos bandos en que se habían dividido los dioses y sus seguidores se enfrentaron violentamente en todos los rincones del mundo; haciendo gala de un ensañamiento y crueldad sin precedentes en la historia conocida. Las grandes batallas se sucedieron por tierra y mar. Pueblos, ciudades, reinos enteros fueron arrasados, razas exterminadas o sometidas, como los graph. Cientos de miles de seres murieron en combate y en un 24 Prólogo. Historia de los titanes número aún superior fueron asesinados o deportados. Millones de personas se vieron forzadas a abandonar sus hogares y las enfermedades hicieron estragos entre desplazados y sitiados. Los propios dioses no fueron ajenos a aquellas masacres y cuatro de cada cinco encontraron la muerte en aquel absurdo enfrentamiento fratricida. (...) Los maestros se miraron interrogativamente entre sí, mientras la muchacha leía. No se atrevían a interrumpirle, ni tampoco a cuestionar la autoridad de Dathales. Pasó algunas páginas y luego continuó leyendo: >>...Tras once largos años de sangrienta y despiadada guerra, en la que no había llegado a proclamarse ningún vencedor, los dioses de ambos contingentes, reunidos en el “Concilio de Goblio”, decidieron poner fin a tantos sufrimientos y hostilidades. Con aquel acuerdo, recordado hoy como “La Paz de los Dioses”, se selló una tregua indefinida, en la que ambos bandos renunciaban a toda forma de proselitismo, así como a cualquier contacto con los humanos ―a los que responsabilizan de la guerra―, obligándose a vivir en el subsuelo y dentro de los límites de sus dominios en el momento de firmarse el pacto. (...) ―A esto me refiero ―protestó Filias, sintiéndose incomprendida―. ¿Cómo es posible que una guerra tan cruel se hiciese para salvar a los hombres? ¿Cómo es posible que quienes predican amor sólo nos legasen armas e instrumentos de destrucción? En otros pasajes del libro explica cómo al comienzo de la guerra sólo habían creado magos, más tarde crearon a los caballeros sagrados a lomos de gigantescos reptiles voladores para combatir a los magos del bando contrario, después llegó el turno a los archimagos, que combinaban los cuatro poderes de la magia, a los que se entrenó a su vez para hacer frente a los caballeros sagrados. Finalmente se crearon los sanadores, pero no por un deseo altruista de curar las enfermedades del hombre, sino para minimizar las bajas en sus propios ejércitos. Y junto a ellos una larga lista, que no he podido memorizar, de artilugios mortíferos y sirvientes guerreros... ―Comprende hija que los designios de los dioses son muy complejos para que los podamos entender los simples mortales ― Urrulus trató de justificar la actuación divina―. Ni creo 25 El Último Titán: La Era de Rankor que nos corresponda a nosotros reprobarles por sus actos. En cualquier caso, olvidas que también debemos mucho a los dioses en otras materias no bélicas, la mayor parte de las innovaciones de que disfrutamos desde el “Advenimiento”, como los molinos, son un legado suyo y que, sin embargo, aquellos otros instrumentos más bélicos han quedado relegados a la historia. ―Caramba, no lo sabía. ―balbuceó la muchacha perpleja―. Nunca lo había visto así. ―Pero ella tiene razón ―intervino Demetrio señalándola―. El comportamiento de los dioses fue desmedidamente cruel y despiadado. Incluso después de la “Guerra de los Dioses” y su confinamiento tras los acuerdos del “Concilio de Goblio”. La prueba más palpable la tenemos en la “Guerra de los Titanes”. ―Dathales habla también de ella en este libro ―vociferó emocionada golpeando suavemente la cubierta del tomo que aún tenía entre sus brazos―. Dice que fue una consecuencia indirecta de la propia “Guerra de los Dioses”. Pero no lo entiendo, comenzó sesenta años más tarde, ¿cómo puede ser su consecuencia? ―Quizá no deberías interpretarlo en un sentido estrictamente literal―comenzó a explicar el historiador con su habitual tono académico―. Más que ser su consecuencia, la “Guerra de los Titanes” tuvo su origen en acontecimientos que sucedieron en aquella época: Los dioses y los mortales habían convivido muy estrechamente durante la “Guerra de los Dioses”. En ocasiones este contacto tan íntimo fue también de carácter..., de carácter... ―empezó a ruborizarse, miraba hacia la estudiante y se sentía incapaz de continuar. El filósofo lo hizo por él. ―De carácter sexual. Urrulus quiere decir que las uniones carnales entre dioses y humanos abundaron en aquellos años. Y además, resultaron ser extraordinariamente fértiles; de estos apareamientos nacieron los titanes, palabra que en creón significa “hijos de los dioses”, a los que se llamó así utilizando una vieja expresión, proveniente de los ritos arcanos, que significaba precisamente eso. De la misma raíz etimológica viene la denominación “titanio” ―precisó―. Los titanes, como recordarás, heredaron las principales características de sus progenito26 Prólogo. Historia de los titanes res. Su aspecto era semejante a ambos, poseían una fuerza y tamaño que rivalizaba con el de los dioses, aunque no su longevidad; su pigmentación también era claramente humana. Con el tiempo se demostró que, como los dioses, eran capaces de evitar el control psíquico, e inmunes también a los efectos letales del titanio. Su creciente poder en el mundo, en ausencia de los propios dioses, alertó a éstos, que, temerosos, decidieron exterminarles. ―Pero ¿cómo pudieron? ¡Eran sus propios hijos! ―protestó indignada Filias. ―No te dejes engañar por este tramposo ―intervino el historiador―. Las cosas no eran tan simples. Con los dioses replegados en el subsuelo, los titanes se habían hecho dueños del mundo, dirigían ejércitos, ocupaban tronos, renegaban de sus sagrados padres. Su fecundidad era muy superior a la de los dioses y sus periodos de gestación, propiamente humanos, muy inferiores a los divinos. Todo esto provocó que en poco más de medio siglo hubiese más titanes que dioses en Kherian. Poco importaba que cuando resultaban de aparearse con humanos, heredaran aquellas cualidades algo mermadas. Aún así, debes entender que, para los dioses, los titanes eran una consecuencia no deseada de su propio conflicto civil, hostiles a ellos, y se estaban apoderando del mundo. De haberlos dejado vivir se habrían hecho más fuertes y, quizá en su día, hubieran terminado por aniquilar a los propios dioses, erigiéndose a sí mismos falsamente como tales. Este fue el peligro que los dioses vieron y que, con gran dolor de su parte, se vieron abocados a atajar. Así fue como comenzó la “Guerra de los Titanes”. ―Mi buen amigo Urrulus, no te quedes a medias, cuéntaselo todo, dile cómo empezaron los dioses esa guerra ―apuntó Demetrio irónico―. Háblale de cómo crearon a los campeones, unos luchadores de élite entrenados con las potencialidades combinadas de un caballero sagrado, un archimago y un sanador; y no olvides mencionar cómo los utilizaron para ir “suprimiendo” discreta y selectivamente a los titanes uno a uno. Pero les salió mal, los titanes, que habían heredado su inteligencia de los propios dioses, pronto advirtieron la purga de que estaban siendo objeto y contraatacaron. Liderados por Grozmer, 27 El Último Titán: La Era de Rankor Rey de Akaleim, tu tierra ―añadió dirigiéndose a la muchacha―, asestaron duros golpes a los dioses, antes de que fuesen derrotados en la batalla de “Dom” y exterminados definitivamente años más tarde en estas mismas islas en que ahora estamos. Se hizo un tenso silencio en el que Filias derramó algunas lágrimas. No lloraba por lo titanes asesinados. Sabía muy poco de ellos para sentir esta compasión. Lo hacía por los propios dioses. Urrulus permaneció pensativo. No era un hombre especialmente religioso, pero siempre había sentido un gran respeto y devoción por los dioses. Como historiador nunca había podido dar crédito a aquellos textos que hablaban de atrocidades gratuitas u otras infamias atribuidas a ellos, no podía entender que la bondad y la generosidad no fuesen las cualidades primarias de aquellos seres superiores. Quizá su propio fervor le había cegado para comprender lo que ya sabía. En boca de Demetrio las acciones de los dioses parecían terribles, pero en su fuero interno estaba convencido de que siempre tuvieron una buena razón para actuar así, aunque su limitación humana le impidiera comprender cuál. No le importaba perder o ganar en su batalla dialéctica con el filósofo. Quería tan sólo saber la verdad; pero, traicionándose, no podía admitir que ésta fuese otra que la que él ya sabía y esperaba. Demetrio, a su vez, se sentía vencedor de su particular duelo con el historiador. No había sido capaz de demostrar el carácter no mágico del poder de los dioses, de hecho Urrulus parecía haberlo vencido a este respecto, pero providencialmente la aparición de la muchacha, incidiendo en la crueldad de los dioses, había conseguido lo que no pudieron sus argumentos, que Urrulus se replantease sus convicciones; pues la mente de este buen hombre, pensó, no es capaz de concebir un comportamiento abyecto en la divinidad. En realidad le importaba muy poco la existencia o no de la magia, como en general todos los temas relativos a los dioses. Tan sólo quería recibir la satisfacción de una victoria dialéctica frente a su testarudo colega. Ambos mentores se miraron entre sí, sostuvieron la mirada unos instantes y, sin necesidad de decirse nada, se volvieron 28 Prólogo. Historia de los titanes hacia la discípula que acababa de secar sus lágrimas. El filósofo habló en nombre de los dos: ―Ahora nos corresponde a nosotros preguntar y a ti responder, puesto que has asistido a toda la discusión ¿Qué postura te parece más aceptable? ¿Es mágico el poder de los dioses? Habla libremente, esto no es un examen, ni hay una respuesta acertada, tan sólo nos gustaría conocer tu opinión. Filias permaneció callada. Asombrada de que dos reputados maestros le pidiesen su parecer. Halagada, confusa, la palabras no salían de su garganta. Miró a uno y a otro, ambos parecían ansiosos por escucharle. Finalmente habló: ―Pues yo... esto..., a decir verdad..., el poder de los dioses no puede ser sino mágico ―Urrulus sonrió emocionado, una mueca de decepción invadió el rostro de Demetrio―, ...en la medida ―continuó― en que hay mucha gente que lo vive así. Pero al mismo tiempo no lo es, en tanto existan otros, como se ha visto aquí, que no encuentran nada mágico o divino en su actuación ―la sonrisa del historiador se congeló―. ¿Cómo podríamos probar que es de una u otra manera? ―pensaba en voz alta―. Creo que era Diógenes quien decía que cada cual habita su mundo particular, con sus propios pobladores, aunque todos creamos vivir en un mundo compartido. De hecho, me parece recordar que atribuía a esto la intransigencia, como cada uno vive en su propio mundo, como si fuera un mundo compartido, no puede aceptar que los demás no reconozcan los ingredientes de su mundo, los cree errados con respecto a la verdad, que siempre es la de su mundo particular. Lo mismo, considero, puede decirse de la magia, la magia existe si uno vive en un mundo mágico y no existe si se vive en un mundo técnico. ¿Cuál es el mundo verdadero? ¿Hay alguna forma de dirimirlo? ¿Es más cierto que el poder de los dioses es mágico que su inversa? Habríamos de ser dioses para poder responder, y aún en este caso lo haríamos desde nuestra particular visión divina. Con respecto a su pregunta, creo sinceramente que ambos tienen razón ―esta vez no era coba, pero le ayudaría a quedar bien pensó―, pero también que la discusión es inútil. Si un mago lanza un rayo como muestra de su poder, ¿En qué afectará al rayo el hecho de ser mágico o fruto de una depurada técnica? ¿Será menos dañino 29 El Último Titán: La Era de Rankor su poder? ¿En qué cambia los hechos una u otra interpretación? Se lo adelantaré, en mi humilde opinión, en nada. Ambos mentores la contemplaron impresionados, se miraron entre sí y sonrieron. Esta chica promete, pensaron. Luego, Demetrio se inclinó haciendo una reverencia, “algún día se dará cuenta de que no puede haber magia en el mundo”, se dijo a sí mismo el filósofo. Urrulus, a su vez, le dio unas suaves palmaditas en la espalda; “algún día se dará cuenta de que el poder de los dioses sólo puede ser mágico”, pensó el historiador… 30 PRIMERA PARTE BESTIAS ERRANTES P oco se sabe de Cromber con anterioridad a la Era de Rankor. (...). La leyenda lo sitúa como hijo del titán Brisack, a su vez hijo de Grozmer, Rey de Akaleim y líder de los titanes, y la diosa Adana, esposa de Bulfas. Según estas antiguas fábulas, Adana capturó a Brisack durante uno de los últimos episodios de la “Guerra de los Titanes”, pero fue incapaz de asesinarlo, como era su cometido, y en su lugar se enamoró de él. Se convirtieron en amantes, viéndose furtivamente durante algo más de dos años, hasta que un día el titán fue finalmente descubierto y muerto en una emboscada. Pero Adana llevaba ya, en su vientre, el fruto de aquel amor. Durante todo el período de gestación, que en los dioses dura algo más de veinte años, supo tener la habilidad y la paciencia para ocultárselo a los demás dioses. En el año 152 después del “Advenimiento” nació Cromber, considerado el último de los titanes. Tras el alumbramiento, él bebe fue entregado a Arlius, Archimago de su confianza y testigo mudo de su idilio, para que lo cuidara y protegiera entre los humanos. Y así lo hizo, lo instaló en el seno de una familia modesta en un poblado de Arrack, la más sureña de las semicivilizadas naciones virianas, con quienes habría de compartir sus primeros quince años de vida. Aquí termina la leyenda. En los comienzos de la Era de Rankor, aquel fruto del amor y del odio, contaba 29 inviernos, había recorrido ya de La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Oeste a Este todo el Gran Continente y las islas del Norte, dominaba más de cinco idiomas y sabía escribir en al menos dos de ellos. Durante esos años se dice que fue aventurero, soldado, ladrón, mercenario, pirata, gladiador e, incluso, filósofo. Su vida era entonces la de un vagabundo errante, sin patria a la que servir, ni dios al que adorar, ni mujer a la que amar... Filias de Akaleim. “Historia de la Era de Rankor”. Bittacreos 656 D.A., vol. II. pp.234-236. 32 CAPÍTULO 1 NADIA, LA CÍNICA U n hombre descabalgó junto a un arroyo. Sus pies, calzados con anchas botas de piel, se hundían en la tierra húmeda bajo su peso. Era extraordinariamente alto y fornido. Vestía una completa armadura laminada de color pizarra, que despedía reflejos obsidiana al recibir los rayos del sol. Sobre su espalda colgaba enfundada una gran espada de ancha hoja. Sobresalía la empuñadura, surcada de gráficos e incrustaciones, y forrada con finas tiras de cuero. Una daga colgaba discretamente de su cinturón. Con una mano sujetaba firmemente las riendas de su cansada montura, un impresionante corcel negro que respondía al nombre de Saribor. Acercaba la bestia al arroyo para que pudiera abrevar. Tenía la costumbre de dar siempre de beber primero a su caballo, su experiencia de aventurero le había enseñado que estos animales tenían un instinto especial para detectar cualquier tipo de corrupción en las aguas. Soltando las riendas se acuclilló junto al arroyo, se quitó los guantes de piel que cubrían sus manos e hizo un cuenco con ellas, a fin de traer hacia sí el preciado líquido. En la mochila, que colgaba de su silla de montar, llevaba un cazo y una cantimplora, pero los dejó ahí; por el momento sólo quería despejarse, y así empujó el agua hasta su cara varias veces, profiriendo espontáneos gruñidos al hacerlo. Cuando las aguas dejaron de agitarse, se dibujó sobre su superficie el rostro de un hombre no mayor de treinta años, se diría que apuesto, aunque un par de cicatrices superficiales surcaban su mejilla. Sus ojos azul zafiro refulgían como el acero. Sus cabellos, lisos y despeinados, eran oscuros como el carbón y le caían desordenadamente por detrás de los hombros. Una barba sin rasurar de varios días contribuía a darle un semblante más fiero y desaliñado. Por unos instantes, Cromber, pues así se llamaba, se quedó contemplando aquel rostro, que era el suyo, su reflejo. La imagen de un titán... el último de los titanes. Durante los últimos diez años, desde el día en que lo supo, había caminado con aquella losa a sus espaldas. No era La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes para dar saltos de alegría ―pensaba― descubrir que no eres propiamente humano, que perteneces a una raza de seres extinguidos, sobre los que pesa además una orden de exterminio, dictada por los propios dioses. No, no fue agradable, pero había aprendido a vivir con ello. Su temple, habitualmente impulsivo, se había serenado. Veinte meses de retiro en un refugio de las Islas Bitta, estudiando filosofía con el maestro Diógenes, habían contribuido a ello. Y aún continuaría en aquel ambiente de reflexión y recogimiento, de no ser por los rumores, que habían llegado a sus oídos, sobre la destrucción de la ciudad Azunzei de Bel-Zar, con cuyo gobernador le unía una vieja amistad. Según esos mismos comentarios, todo el Imperio Azunzei habría sucumbido a manos del nuevo integrismo que, al parecer, gobernaba en Hamersab. Recordó entonces a Tao-Gim y como se vio involucrado en la revuelta que llevó a éste al poder en Bel-Zar, destronando al tirano-mago Gem-Sao. Una sonrisa se dibujó en su rostro al evocar el episodio en el que los rebeldes lo capturaron creyéndole un agente del dictador; pero pronto se transformó en una mueca de dolor, cuando sus recuerdos le llevaron hasta la adorable Mi-Sun, hermana de Tao-Gim, que encontró la muerte en el transcurso de aquella rebelión. Apartó su mente de las sendas del pasado, que tanto lo afligían, para centrarse en los acontecimientos que lo habían guiado hasta allí. No podía dar crédito a los crecientes rumores, que hablaban acerca de cómo el Imperio Hamersab se hallaba inmerso en un feroz integrismo expansionista, en el curso del cual habría declarado la Guerra Santa al resto del mundo. Él mismo había servido, durante varios años, como mercenario primero, como oficial después, en las filas de los Hamersab. De hecho, su “aventura” en Bel-Zar tuvo lugar en el transcurso de una misión diplomática para este gran Imperio del Este. Había de reconocer, ciertamente, que los Hamersab no eran precisamente ajenos a ciertas veleidades de conquista y, también, que eran unas gentes, por lo general, muy devotas; pero aquello de someter a todos los demás pueblos a su credo, por la fuerza, era una chaladura muy difícil de digerir, completamente impropia ―pensó― del Emperador Solimán. 34 Capítulo 1. Nadia la cínica Todo aquello le resultaba muy extraño, hacía ya algo más de cinco años que sus pies no pisaban las tierras del Este, pero se preguntaba si podían haber cambiado tanto las cosas. ¿Podían ser tan diferentes de cómo las dejó la última vez que estuvo allí? ¿Tanto? En todos sus años de estancia con los Hamersab, no recordaba haber oído hablar de Rankor, la supuesta divinidad única y omnipotente, en cuyo nombre se estaba organizando todo ese jaleo; claro que, para ser justos, había de reconocer también que él nunca prestaba una excesiva atención a los asuntos relativos a los dioses. Si las noticias que llegaban del Este eran ciertas, el pasado verano, tras Bel-Zar, cayó todo el Imperio Azunzei bajo el yugo Hamersab. Y ahora, con la llegada de la primavera, un impresionante ejército estaría avanzando a través del Goblio*, dispuesto a invadir el reino kantherio de Messorgia. Se hablaba incluso del retorno de los magos y los caballeros sagrados, de cómo los seguidores de Rankor contarían con el antiguo poder de guerra de los dioses. Cromber se mostraba escéptico sobre todo aquello, tenía la impresión de que, como acontece habitualmente con los rumores, éste había ido exagerándose a medida que iba creciendo. Aún recordaba cuando, en sus tiempos de pirata junto a Scherska, lograron ―con más fortuna que mérito― derrotar con un único barco a los tres navíos del también pirata Aldert. Cuando se extendió la noticia, como si de por sí no fuese ya suficiente proeza, el número de buques tomados se incrementaba a cada narrador. Al volver a puerto pudo escuchar por sí mismo el relato en boca de un borracho, en la cantina habitual; para entonces, la hazaña había alcanzado ya dimensiones épicas y el número de embarcaciones capturadas a Aldert había ascendido a cincuenta. El hecho de que el bucanero nunca hubiese poseído semejante flota, no pareció preocupar a los avezados narradores. Pero si conocía bien la naturaleza inflacionista del rumor, también sabía que tales historias o leyendas no nacían nunca de la nada, detrás de ellas, indefectiblemente, siempre * Gran extensión desértica que separa los Reinos Kantherios del Imperio Hamersab. 35 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes había un acontecimiento real o una maniobra interesada. Cual fuese este trasfondo, era lo que estaba dispuesto a averiguar; por eso abandonó su retiro y cruzaba ahora el reino de Darlem, encaminándose hacia la frontera con Messorgia. Tenía muchas preguntas y ninguna respuesta. Allí esperaba hallarlas. ◙◙◙ Se encontraba sumido en estos pensamientos, mientras distraídamente trataba de llenar la cantimplora, cuando Saribor, su montura, comenzó a resoplar inquieto. Al principio no le dio importancia, a menudo las culebras y otros animales de río conseguían incomodar al equino. Entonces, sus resoplidos se hicieron más intensos, comenzó a agitarse y a relinchar. Sus ojos se encontraron con los de su amo y éste vio terror en ellos. No era ninguna culebra. Cromber, tensando sus músculos, se incorporó mientras aguzaba sus sentidos, la adrenalina galopaba en su interior. Pudo oler el peligro, se aproximaba a gran velocidad por su izquierda. Con la celeridad de un felino se echó a un lado, mientras su diestra desenvainaba su ancha espada. Podía sentir el aliento de su agresor a su espalda. Girándose sobre sí mismo atacó con furia. Apenas pudo distinguir la silueta de su atacante antes de decapitarlo de un único y certero golpe. Un chorro de sangre le saltó sobre la cara y el pecho, empapando su brazo. Tan sólo tenía una certeza: aquella criatura sin cabeza, que se convulsionaba a sus pies, no era humana. Su aspecto velludo, su dentadura afilada, así como las garras en que terminaban sus extremidades recordaban más a una fiera salvaje. No pudo entretenerse en examinarlo, dos nuevos seres, semejantes al anterior, se abalanzaron sobre él rugiendo ferozmente. En una reacción casi instintiva, atravesó con su espada el pecho del más próximo, el cual cayó fulminado. Se maldijo a sí mismo por idiota. La otra criatura se arrojó sobre él antes de que pudiera extraer su arma del cadáver, que había quedado literalmente empalado. Ambos cayeron rodando al arroyo. 36 Capítulo 1. Nadia la cínica Desarmado y mojado, sus esfuerzos se centraban en evitar que las enormes fauces lobunas de su contrincante alcanzaran su rostro. Mientras, las garras de aquel ser arañaban furiosamente su armadura, buscando carne que despedazar. Alejando, con gran esfuerzo, aquellas mandíbulas sedientas de sangre, pudo observar mejor a la criatura que babeaba sobre él: Su hocico y orejas eran marcadamente caninos, pero no así otros detalles de su faz, como la melena que la cubría o sus fríos ojos rasgados, más semejantes a los de los leones que había conocido en el desierto. Fue, no obstante, su fétido aliento lo que primero avivó sus recuerdos. Aquellas criaturas eran rwarfaigts, subhumanos de Galineda, salvajes bestias antropomorfas de escasa o nula inteligencia y gran fortaleza. Se había enfrentado ya a ellos en la arena del Circo de Tirso, cuando oficiaba de gladiador, cuatro años atrás. A su memoria vino entonces un detalle importante, aquellos seres eran extraordinariamente fuertes pero tenían un cuello frágil. Sin perder tiempo giró bruscamente la testa del rwarfaigt, que desesperado daba zarpazos ahora al aire, hasta que se oyó un chasquido de huesos rotos. Las garras de la criatura interrumpieron su frenesí y cayeron pesadamente inertes. Apartó con rapidez el cadáver, que cayó chapoteando en el arroyo. Con la misma celeridad se incorporó, como si no hubiese llevado armadura, y recogió su arma del cuerpo del otro subhumano. Se giró alerta en todas las direcciones esperando ver aparecer más enemigos, pero no había nadie más a la vista. Un pajarillo se posó en las inmediaciones. El titán dejó escapar un soplido de alivio. Si hubiese habido más bestias podrían haberlo despedazado cuando cayó al suelo. De haber pensado que en su suerte habían jugado algún papel los dioses, se lo habría agradecido. Algo más tranquilo, pero sin dejar de empuñar la espada, comenzó a limpiarse el barro y la sangre, que lo cubrían por doquier. Mientras hacía esto no dejaba de contemplar los cadáveres de los tres rwarfaigts y se preguntaba: ¿Qué hacían aquellos seres sueltos tan lejos de su lugar de origen? Con anterioridad sólo los había visto en la arena del circo, y allí los traían en jaulas desde el continente de Galineda de donde eran oriun37 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes dos. Tal vez, pensó, se habrían escapado de alguna caravana, al fin y al cabo Tirso estaba a tan sólo unos días de distancia. En cualquier caso, de algo no cabía duda, estaban sucediendo cosas muy extrañas. En un esfuerzo, tan desesperado como inútil, por desprenderse del fétido aliento de los rwarfaigts, escupió sobre uno de los cadáveres; mientras terminaba de limpiar la hoja de su espada “Mixtra”, un arma legendaria forjada por los propios dioses. A pesar de su antigüedad sobre su superficie no se observaba la más minúscula mella; una de las muchas cualidades del titanio. Se contempló a sí mismo empuñándola. Llevaba muchos meses sin entablar un combate real. El ritmo acelerado de su corazón acusaba esa falta de práctica. ◙◙◙ Tras recuperar a su asustada montura y llenar la cantimplora, se tendió un rato junto al arroyo, para descansar y permitir un merecido reposo a Saribor. Algunas horas más tarde reanudaba la marcha, aliviado por abandonar el olor putrefacto que comenzaban a destilar aquellos cadáveres. Pensó en incinerarlos, pero pronto descartó esta idea, no sería justo privar a los buitres, que habían comenzado a acercarse, de su festín. Conforme se aproximaba a la Senda Real** ―había estimado que quizá fuese más prudente cabalgar por zonas más transitadas―, se hacían más evidentes las huellas de nuevos rwarfaigts. El viento le venía de cara, aunque suave fue suficiente para que pudiera olerlos y sentir su presencia antes de que se hicieran visibles. Despacio, desenvainó a Mixtra, acercándose paulatinamente en la dirección desde donde provenía el pestilente aroma. Por fin pudo verlos, estaban semiocultos en un campo de trigo, junto a la Senda Real; aunque se encontraban separados avanzaban rápidamente en la misma dirección, hacia ** Camino empedrado que une las capitales de los reinos kantherios. En el caso de este tramo las ciudades de Tirso (capital de Darlem) y Finash (capital de Messorgia). 38 Capítulo 1. Nadia la cínica la propia Senda, donde una figura encapuchada descansaba apaciblemente sobre una roca. Un solo pensamiento cruzó su mente: las bestias habían elegido a su víctima, era preciso actuar rápido. Espoleando con fuerza a su caballo, se lanzó al galope sobre los rwarfaigts. El viento golpeaba su cara y extendía sus cabellos, una honda excitación embriagadora recorrió todo su cuerpo. Sintió como se anticipaba al olor de la sangre, como esto le hacía hervir la suya, mientras el furor bélico se apoderaba de sus actos. El mundo entero se desvanecía, tan sólo existía un cometido: acabar con aquellos seres. Los subhumanos apenas si lograron apercibirse de lo que se les venía encima, con el viento en su contra no notaron más olor que el de su pretendida víctima, tan sólo su agudo oído les advirtió de la presencia del jinete, cuando ya se encontraba casi a su altura. El primer golpe partió en dos a una de las criaturas, ahogando sus estertores. La ensangrentada hoja golpeó de nuevo, ahora a otro rwarfaigt, que profirió un grito desgarrador al recibir un profundo corte en el pecho, un nuevo mandoble sobre la base del cráneo finalizó sus lamentos. Mientras, Cromber, en pleno frenesí sangriento, les gritaba: “Como decía mi maestro en la arena: ¡Sólo hay una cosa mejor que un rwarfaigt muerto.., dos rwarfaigts muertos!”. Un tercer subhumano cayó bajo los cascos de Saribor, siendo luego rematado por el arma del titán. El cuarto y último se alejó, visiblemente aterrado. Pero no hubo cuartel para aquellas bestias asesinas. Tras una corta persecución murió atravesado por la espada del jinete. Todavía bajo los efectos de la euforia del combate, Cromber contemplaba los cadáveres sembrados en el campo de trigo, luego examinó su arma teñida con la sangre de los rwarfaigts y exclamó una maldición. Lo más odioso de combatir a aquellas criaturas, concluyó, era limpiar después la sangre que dejaban en la espada, era muy espesa y se adhería firmemente a la hoja. Para colmo de su desdicha, ahora no había ningún arroyo próximo. Decididamente no estaba hecho para esta fase de la batalla. Mientras se afanaba en limpiar el arma, sus gestos evidenciaban el retorno del guerrero. 39 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ◙◙◙ Enfundando su espada, se encaminó hacia la Senda Real. Allí, la figura encapuchada, a la que supuso iban a atacar los rwarfaigts, continuaba sentada sobre la roca, sin dar muestras de inmutarse por lo acontecido. Al aproximarse, ésta, con un gesto despreocupado, se giró hacia él. La capucha descendió lentamente sobre sus hombros. Tal como había supuesto se trataba de una mujer y joven además. Sus cabellos, lisos y enredados, le caían en cascada por un costado; se diría que eran dorados o al menos eso parecía adivinarse bajo la espesa capa de mugre que los cubría. Vestía una sencilla túnica ocre a la que la suciedad acumulada no permitía adivinar su tonalidad original. Pese a su aspecto desaliñado, o precisamente por ello, no pudo evitar detenerse a contemplarla. Y entonces sucedió. Sus ojos se encontraron con los de ella. Eran rasgados y de color negro profundo, como el abismo, en contraste con el blanco cristalino de su superficie. También eran los más bonitos que recordase haber visto. Cautivado por aquella mirada, se encontró embelesado observándola, sin saber reaccionar. Hasta que finalmente ella habló, en perfecto kantherio, aunque con un fuerte acento creón: ―¡Quítate de en medio! Me tapas la luz. ―su voz sonaba dulce y firme a un tiempo. ―¿Qué? ―respondió atónito, sin dar mucho crédito a sus oídos. ―Te digo que te apartes, tu enorme corpachón de carnívoro no me deja ver el sol. ¿O es que estás sordo además de tonto? ―¿Eso es todo lo que tienes que decirme? ―el propio tono empleado por Cromber delataba su perplejidad: ¿No se suponía que él era el héroe que la había salvado de las mismísimas garras de la muerte? Definitivamente, sus años de estudio habían sido inútiles. Seguía sin comprender a las mujeres. Antes, pensó, entendería a un rwarfaigt―. ¿Acaso no has visto lo que ha sucedido aquí? ―¿Tal vez esperabas otra cosa? ―una sonrisa se dibujó en sus labios, adelantándose a su comentario jocoso―. ¿Que 40 Capítulo 1. Nadia la cínica cayera rendida en tus brazos, quizás?... ¡Sueña despierto, cariño! ―añadió mientras guiñaba provocativamente el ojo derecho. ―¿Qué tal un simple: gracias? A fin de cuentas acabo de salvarte la vida. ―¿De verdad? ¿Eso crees? ¿Y qué es esa vida que según tú me has salvado? Resultaba obvio que aquella muchacha tan sólo quería burlarse de quien probablemente consideraba un patán musculoso y descerebrado. Lo más inteligente habría sido ignorarla y continuar el camino. Cromber sabía esto y seguramente lo habría hecho en cualquier otro caso, pero no ahora, no con ella. Una fuerza superior le impelía a aceptar su reto. Hasta el momento ella parecía dominar la situación, pero lo había pillado por sorpresa, él también sabía jugar al juego dialéctico y se lo iba a demostrar. ―¿Qué es la vida? ¿Acaso alguien puede definirla con certeza? Podría decirte mucho al respecto ―le respondió en un ruidoso creón, por deferencia a los patentes orígenes de la muchacha―. Para unos, como Arbolius, la vida es la facultad que los dioses otorgaron a algunos entes para que pudieran actuar por sí mismos. Otros, entre los que se encuentran si no recuerdo mal Alcien y Beronisa, sostienen que la vida no es más que un estado pasajero del alma atrapada en la materia. Pero mi favorita es la doctrina de Diógenes, para la que la vida es tan sólo el cúmulo de cuanto experimentamos y sentimos, de modo que el propio mundo no sería más que un fragmento de nuestra vida, existiría con ella y moriría con ella. De modo que habría tantos mundos como vidas ―carraspeó algunos segundos, no podía creer que tanta pedantería hubiese salido de sus labios―. Podríamos hablar y discutir sobre estas y otras materias filosóficas durante días, pero ni tengo tiempo, ni es eso lo que buscas. Me has visto empuñar una espada y me has prejuzgado por ello. ―¡Caramba!... No sé qué decir ―respondió la mujer en un creón impecable―. Has olvidado mencionar a Tágoras y su concepción de la vida como ilusión, pero he de reconocer que me has dejado impresionada... ―Cromber quedó estupefacto por unos momentos, nunca hubiese esperado que aquella muchacha 41 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes desaliñada supiese de qué hablaba, luego comenzó a sonreír satisfecho de su aparente victoria, mientras ella agachaba la cabeza pensativa, después la mujer volvió a mirarlo, con aquellos ojos que lo desarmaban, su rostro se había iluminado y se detectaba un atisbo de malicia en él―. Claro, que lo que no entiendo es porque no has utilizado esa retórica con esos “perros” ―dijo señalando a los cadáveres de los subhumanos. ―Para tu información no son “perros”, sino rwarfaigts y, créeme, no se puede razonar con ellos. ― la sonrisa del titán se había congelado, dejando lugar a una mueca que se le antojaba más bien ridícula. ―¿Eso eran rwarfaigts? ¿Los famosos aborígenes de Galineda? Nunca había visto ninguno hasta ahora ―profirió un suspiro― ¡Lástima que no estén vivos! ―¿Lástima? ¡Por Bulfas! ―comenzaba a advertir que aquella mujer tenía una capacidad especial para exasperarle― ¡Iban a matarte! ―Gritó. ―¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? Ni siquiera me habían atacado ―protestó la muchacha― Podríamos preguntárselo a ellos, pero, ¡ah claro!, lo olvidaba, no pueden hablar porque los has asesinado ―Cromber abrió la boca para protestar, mas ella lo interrumpió―. No te escudes en mi seguridad. Vi el resplandor de tus ojos mientras tu espada les acuchillaba una y otra vez. Disfrutabas con la carnicería, no puedes negarlo. El titán no podía comprender lo que estaba pasando. ¿En qué momento había perdido el control de la situación? ¿Dialogar con los rwarfaigts? En la vida había escuchado un planteamiento tan absurdo. Pero, pensó, si ni siquiera saben hablar, al menos no en ningún idioma conocido. Y, sin embargo, ella tenía razón ―sintió como si un puñal ardiendo atravesara su pecho―. No en lo relativo a los subhumanos, que ―él los conocía bien― son asesinos natos. Sino en lo que hacía referencia a sí mismo. Había sentido placer al acabar con aquellos seres, aunque le costara había de reconocerlo, y no un simple goce, sino algo más próximo al paroxismo. Había vivido los dos últimos años en un ambiente culto y civilizado, comprendía el punto de vista de aquella mujer de 42 Capítulo 1. Nadia la cínica ropas harapientas y ojos cautivadores. Y eso era lo más terrible, porque no veía el modo de hacerle entender el sentido de aquel ardor guerrero. Cómo explicarle que cuando te sumerges en una batalla todo se envuelve en brumas y los sentimientos más profundos, más primitivos, afloran sin control. Cómo sería posible que, quien probablemente ha vivido siempre entre libros y algodones, comprendiera la euforia emocional que acompaña a la conflagración bélica. No hay amistades, amores u odios más intensos que los que nacen en tiempo de guerra. A su entender, eso no te hacía más bueno o más malo, simplemente así eran las cosas, no podías evitarlo. Tras un breve pero eternizante silencio respondió, ahora de nuevo en kantherio: ―¡Tienes razón! Ni puedo, ni voy a negarlo ―su voz sonaba amarga―. Quizá no soy más que un monstruo igual que ellos ―señaló a los cadáveres―. Tal vez no te he salvado... Aún queda una bestia aquí... y soy yo. Será mejor que te vayas, ahora que todavía estas a tiempo. ―Eso me ha gustado ―agregó la mujer, cambiando de tono y mostrando una agradable sonrisa―. ¿Tienes un nombre o habré de llamarte “matador de rwarfaigts”? Cromber estaba más atónito a cada momento, ¿qué era lo que se suponía que había hecho bien ahora? Definitivamente había perdido la partida, pero se juró a sí mismo que si aquello era una nueva treta se la haría pagar con una buena azotaina, como acostumbraban a hacer los arrakios con los niños demasiado impertinentes. ―Me llamo Cromber, aunque mis amigos me llaman Crom ―le tendió la mano al estilo del típico saludo kantherio. ―Yo soy Nadia y mis amigos se refieren a mí como “aléjate de aquí pesada” ―le contestó recogiendo su mano enguantada―. Lo siento, mi madre ya decía que en ocasiones puedo resultar exasperante. Como ya habrás adivinado soy bithana y me dirijo a Messorgia. 43 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―Yo también vengo de las Bitta, aunque soy arrakio ―añadió el guerrero en un tono conciliador― y también me dirijo a Messorgia, concretamente a Finash. ―¡Vale! Aceptaré que me acompañes ―dijo Nadia y acto seguido hizo ademán de subir a lomos de Saribor, pero la mano del jinete se lo impidió con firmeza― ¡Eh! ¿Qué sucede ahora? ―Sucede, que no te he dado permiso para montar a mi caballo ―le reprendió enérgicamente Cromber. ―¿Acaso pretendes dejarme aquí sola? ¿Con esas criaturas rondando por ahí? ―su tono sonaba a súplica― No lo harás... ¿Verdad? Crom cerró los ojos en un esfuerzo por contenerse, finalmente lo consiguió, aunque algo le decía que iba a arrepentirse. ―De acuerdo, sube. Pero extiende esto sobre mi armadura ―añadió ofreciéndole una manta―. ¡No debes tocarla! ―¡Vaya! Ahora resulta que eres fetichista, o ¿es que temes que la ensucie? ¿Acaso te excita que la toque? ―Nada de eso, ¿has oído hablar del titanio? ―apenas salieron de su garganta estas palabras se maldijo por idiota. Muchos de sus allegados desconocían su auténtica naturaleza y ahora le estaba revelando a una perfecta desconocida, impertinente por lo demás, detalles que podrían descubrirle. ―¿Es de titanio? ¿Eres un caballero sagrado o algo así? ―preguntó alterada. ―Haces demasiadas preguntas ―fue su lacónica respuesta. ―No te preocupes, no la necesitaré ―le contestó ella devolviéndole la manta mientras subía ágilmente al caballo, sin desprenderse del pequeño macuto que en todo momento llevaba sujeto. ―¿Eres Inmune a los efectos del titanio? ―preguntó él asombrado― ¿Acaso eres una caballero sagrado o algo parecido? 44 Capítulo 1. Nadia la cínica ―Haces demasiadas preguntas ―con una sonrisa le devolvió su propia respuesta. ◙◙◙ Una hora de camino más al Sur, atravesaron uno de los puentes más antiguos de la Senda Real, el que cruza el río Hiuso. Ya en la otra orilla, Cromber abandonó el camino empedrado para seguir la ribera hacia el Este. Fue vadeando las aguas hasta detenerse junto a una zona poco profunda. ―¿Qué sucede? ―preguntó Nadia algo alarmada― ¿Por qué hemos abandonado la Senda Real? ¿Qué hacemos aquí parados junto al río? ―¡Necesitas un buen baño! ―fue toda la respuesta que brindó el guerrero. Acto seguido la arrojó sin miramientos sobre las tranquilas aguas. La muchacha chapoteó y pataleó con expresión de indignación exacerbada. Su mirada, fija en el jinete, destilaba su furia contenida. ―¡Eres un cerdo! ―le increpó iracunda― ¡Un asqueroso aborto babeante de gusano! ¡Excremento de rata de alcantarilla capada! ¡Boñiga pisoteada de rwarfaigt!... ¡Maldito hijo de ramera barata! ¡Me las pagarás! Nadia cerró los ojos y tapándose la nariz con una mano se dejó sumergir en el Hiuso. Segundos después emergía incorporándose súbitamente. Giró su cabeza repetidamente a uno y otro lado, centrifugando así la humedad. Unos reflejos plateados se descubrían entre las doradas hebras de su agitada melena. Mantenía los ojos cerrados. Sus manos recorrieron su hermosa cabellera, apartándola hacia atrás, revelando la belleza de su rostro, la suavidad de sus curvas, sus labios carnosos ahora entreabiertos. La delgada túnica que la cubría, empapada como estaba, se adhería a la superficie de su cuerpo, mostrando nítidamente su exuberante figura. Sobre la tela se dibujaba la firme redondez de sus generosos senos, la perfecta curvatura de sus caderas. El sueño de un escultor. 45 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Las facciones de su rostro se habían suavizado. Nada quedaba del exaltado enfado anterior, sonreía y la expresión de sus ojos tan sólo delataba dulzura. Con la misma ternura elevó su mano para que el jinete la ayudara a montar de nuevo. Cromber no supo cuánto tiempo había permanecido embelesado mirándola. Comenzaba a pensar que, después de todo, no había sido tan mala idea traerla consigo. Estiró su mano para recoger la que le tendía la mujer. Pero lo que ésta hizo, no se lo esperaba. Tomando su mano con las dos suyas, a modo de apoyo, la muchacha realizó un impresionante salto con el que atrapó la cabeza del titán entre sus piernas, a modo de tijera. Luego, las giró y se dejó caer, el peso del hombre y su armadura hicieron el resto. Ambos cayeron sobre las aguas en medio de un gran estruendo. Un guerrero sorprendido y colérico se incorporó presto, espada en mano, dispuesto a repeler el próximo ataque, pero éste no llegó. Nadia estaba sentada a horcajadas junto a la orilla, con el dedo índice señalando hacia él y riendo a carcajadas. Había cumplido su venganza, ahora él también había recibido un baño de impresión. La faz del guerrero comenzó a enrojecer consciente de lo ridículo de su pose. Después se unió a la mujer en su hilaridad. Rieron durante un largo rato antes de reanudar el viaje. Nada se dijeron en las siguientes horas. Ambos parecían ensimismados en sus propios pensamientos. Cromber se encontraba desorientado. ¿Quién era Nadia? Hasta donde alcanzaban sus conocimientos, sólo dioses y titanes eran inmunes a los efectos letales de un prolongado contacto con el titanio y, por su estatura claramente humana, resultaba obvio que ninguno de ellos era su caso. Podría ser tal vez un caballero sagrado, a los que los dioses habían otorgado la bendición para poder usar sin perjuicio este tipo de armas, pero por lo que él sabía los pocos que aún quedaban eran sexagenarios y, en cualquier caso, no se los imaginaba así. Lo cierto era, sin embargo, que aquella mujer lo había derribado de su montura, a él, un experimentado guerrero. Todo delataba que estaba muy lejos de ser la chica desamparada e indefensa que aparentaba ser. Por otra parte, no obstante, si ella tuviese intenciones hostiles podría haber disimulado sin dificultad sus cualidades, lo que le inclinaba a pensar que, fuese 46 Capítulo 1. Nadia la cínica cual fuese su secreto, no representaba ningún peligro inmediato. Tan sólo esperaba que no lo estuviese cegando el deseo. 47 CAPÍTULO 2 CUANDO LOS DIOSES TIEMBLAN os pasillos inferiores de Thombarnathaid*, habitualmente desiertos, se encontraban inmersos en el bullicioso ir y venir de dioses, reptilianos** y guäsids***. La ciudad subterránea era enorme y se extendía por un intrincado laberinto de niveles y pasadizos. Las cotas más bajas estaban dedicadas a los aposentos privados de Magrud y la Sala del Consejo, por lo que su acceso era muy restringido. Aquel día, sin embargo, el ajetreo era patente, y no era para menos, Magrud había convocado al Consejo para una reunión de urgencia. Hacía diez años que no había reuniones en la Sala del Consejo, y ninguna había sido convocada con tanta premura desde la “Guerra de los titanes”. L Hacia allí se encaminaban Jakinos y Thiria, más conocidos por los humanos como el dios de la Fiesta y la diosa de la Muerte respectivamente. El varón, de cabellos rojizos, era algo achaparrado para pertenecer al divino colectivo; no obstante, el tinte azulado de su piel delataba su condición. Una cuidada perilla suavizaba las facciones de su rostro; aunque, lo que más * Sede oculta de los dioses leales a Magrud. Los acuerdos de la “Paz de los dioses” obligaban a ambas facciones a retirarse del mundo de la superficie. ** Seres humanoides de piel escamosa, conocidos como “los servidores de los dioses”, presentes ya en el Advenimiento. Estuvieron próximos a ser exterminados durante de “Guerra de los Dioses”. Existen varios tipos de reptilianos: los Pug-Ar, magos de aspecto muy humanoide; los Bal-Ar, guerreros sagrados de enorme fuerza y gran cola; los Fit-Ar , sanadores de prolongado pico y pequeñas alas; los Tar-Ar, de nula inteligencia, gigantescos y voraces; y, finalmente, los Grai-AR, dóciles y de enorme tamaño, con amplias alas que les permitían volar cruzando largas distancias, fueron utilizados como montura de guerra por los caballeros sagrados durante las grandes guerras. *** Mutantes antropomorfos de gran fortaleza y nula inteligencia. Incapaces de respirar el aire de la superficie, viven en el subsuelo. Cuando los dioses se vieron obligados a replegarse a las profundidades, los reptilianos estaban casi extinguidos y los humanos no podían seguirles; así pues, crearon a los guäsid para que les sirvieran y obedecieran. Capítulo 2. Cuando los dioses tiemblan llamaba la atención, era la extraña vestimenta de mangas anchas y exageradamente coloreada, que llevaba puesta. La diosa, por el contrario, era alta y robusta, superior incluso a la media de los dioses. Vestía una pesada armadura de guerra, que emitía reflejos de ébano en respuesta a la iluminación artificial de los pasillos. Tenía el pelo rapado a los lados y una gran cresta de color verde en el centro. Los guardias reptilianos ―Bal-Ar―, que vigilan los accesos a los niveles inferiores, les flanquearon el paso, arrodillándose e inclinando la cabeza en señal de devoción. ―¡Mira que llegan a ser feos estos reptilianos! ―comentó Jakinos arrugando el entrecejo, mientras dedicaba con desprecio una mirada de soslayo a los reverentes centinelas―. ¿Por qué no creamos en su lugar unas bellas y exuberantes ninfas que atiendan a todos nuestros caprichos y necesidades? ¡Glimai no tiene imaginación! ¡Ah! ―suspiró― Si me dejaran hacer a mí. ―¡Eres un pervertido Jakinos! ―le reprendió Thiria con la vista fija al frente, sin ni siquiera girarse a mirarlo―. Esos guardias son nuestros más fieles súbditos y unos excelentes guerreros. No deberías burlarte así del trabajo de Glimai; hace cuanto puede. No es omnipotente, ninguno lo somos. ―¿Y qué si soy un pervertido? ―contestó el dios―. Por lo menos me divierto y trato de disfrutar de la vida, si es que se le puede llamar así a deambular por esta madriguera en que se ha convertido nuestro autoexilio. No como otros ―había una nota de sarcasmo en su tono―, que aún siguen sumergidos en las glorias del pasado. ¿Te has mirado bien Thiria? Con esos ademanes y esa altivez de “divina” majestad. ¡Resultas patética! ―Te divierte lo que está pasando, ¿verdad Jakinos? ―la diosa se detuvo para encararse con su interlocutor, el brillo esmeralda de sus ojos se iluminaba con la furia contenida de su interior. No esperó a su respuesta, con un gesto despectivo giró de nuevo la mirada al frente y aceleró el paso. Luego añadió: ―No pareces consciente de la gravedad del asunto, peligra nuestra propia existencia en este... ―Disculpa que disienta contigo querida ―le interrumpió Jakinos con una maliciosa sonrisa―. Desde que descendimos 49 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes a este mundo nuestra existencia no ha dejado de estar en peligro, y no precisamente a causa de los indígenas. Nada ha sido tan dañino para nosotros como nosotros mismos y nuestras veleidades de dominio. Y, en respuesta a tu pregunta, sí, me divierte y mucho. Me entusiasma que ese tal Rankor, quien quiera que sea, haya decidido ejercer de dios en nuestra ausencia, quizá así nos olvidemos de una vez de esos estúpidos humanos y podamos salir de este maldito agujero. ―¡Eres imposible! ―sentenció Thiria, sin alterar la gélida expresión de su rostro. Continuaron caminando por los corredores que conducían a la sala del consejo. Jakinos dirigió una distraída mirada a las paredes: siempre iguales, siempre las mismas, lisas, sin adornos, ni ornamentos, tan sólo las luces, que situadas a distancias regulares iluminaban el trayecto a su paso. Aquello resultaba tremendamente aburrido, pensó. Casi cien años sin ver las estrellas, salvando el breve lapso de la “Guerra de los Titanes”, eran demasiados a su juicio. Al doblar un recodo se cruzaron con dos guäsids, que aparentemente volvían de disponer los preparativos para el “Consejo”. Con un gesto, el dios detuvo al primero de ellos. El aspecto de aquel ser recordaba al de un humano, aunque absolutamente deforme; una multitud de bultos irregulares le recorrían las extremidades y el rostro, que emergía del centro de su pecho. Su ojo derecho era enorme y sin párpados, su opuesto pequeño y semicerrado. ―¿Cómo te llamas? ―le interrogó Jakinos― ¿Qué hacíais por aquí? ―O... Ooorr... Oring-id, Señor ―balbuceo, visiblemente nervioso, el mutante―. Maa... Magrud nos mandó llamar, Sseee... Señor. ―Bien Oring-id, escucha atentamente ―le ordenó el dios en un tono que rezumaba amabilidad―. Quiero que subas corriendo a buscarme a mis habitaciones, y si estoy allí me recuerdes lo terriblemente estúpido y feo que eres. ¿Lo has entendido? 50 Capítulo 2. Cuando los dioses tiemblan ―Eerrr... yyooo... ―el guäsid se mostraba confuso. Finalmente reaccionó―. Sssii... ¡Sí Señor! ―saludando marcialmente el llamado Oring-id salió corriendo hacia las estancias superiores. Apenas hubieron desaparecido de la vista los guäsids, Jakinos soltó una ruidosa carcajada. Hasta la glacial Thiria no pudo reprimir una leve sonrisa. ―Seguro que la próxima vez que me encuentre con ese Oring-id se disculpará por no haberme localizado hoy ―comentó el varón―. Podrás decir lo que quieras de tu amiga Glimai, pero no me negarás que sus criaturas son acreedoras del premio a la estupidez, si alguien lo convocase. ―Definitivamente eres incorregible, querido ―apostilló la diosa, ahora ya con una sonrisa en los labios y la mirada puesta en él―. No sé qué habré visto en ti. ―Sin duda, mi irresistible atractivo físico ―respondió Jakinos, haciendo una horrible mueca con la cara. Ambos rieron. ◙◙◙ Entraron en una gran sala. Sus dimensiones eran considerables para aquel submundo, apenas se alcanzaba a ver el techo. La iluminación era tan intensa y agradable, que daba la sensación de un día soleado en la superficie. La abundante vegetación, que rodeaba las paredes, contribuía a hacerla aún más acogedora. Aquella era la Sala del Consejo. En los algo más de diez años que había permanecido cerrada, nada parecía haber cambiado en su interior. La misma habitación, los mismos rostros; Thiria tenía la sensación de haber vivido ya aquella escena. Al frente, sobre una tarima de reflejos metálicos, un dios de rizada melena y largas barbas se giró hacia los recién llegados. Su irritación era patente en el fulgor que despedían sus ojos grises. Se trataba de Magrud, líder indiscutible de los autoproclamados “dioses legales”. Su potente voz sonó atronadora en medio del recinto. 51 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―¡Jakinos! ¡Otra vez llegas tarde! Parece que nuestros problemas no merecen el privilegio de tu atención ―le reprochó, visiblemente alterado. El interpelado hizo ademán de hablar, pero el propio Magrud le interrumpió―. ¡No quiero oír tus patéticas excusas! ―añadió en tono imperioso―... y ocupa tu puesto de una vez. Quiero celebrar esta reunión antes de que llegue el invierno. ―¡Psss...! ¡Tapón! ¡Medio palmo! ―le musitó al oído Tolemiros, cuando pasaba junto a él― ¿Cómo consigues llegar siempre el último a todo? ―Muy sencillo ―le respondió Jakinos, elevando el volumen de su voz, mientras su estirada mano palmeaba la “calva” del enjuto dios de la venganza―, esperando a que los “tontos” lleguéis primero. ―¡Silencio! ―ordenó su líder. Su mirada recorrió a todos los presentes. No faltaba nadie. A su costado estaban sus hijos Feriós y Vistria. A su izquierda se encontraban las diosas más influyentes Glimai, Flovera y Argilda. Más allá podía ver a Boceos, Nacikos, y así hasta un total de treinta y tres dioses, contándose él. Todos cuantos quedaban de entre sus fieles. A eso les había abocado su “locura”. Pero no era éste un momento de lamentaciones, se debía actuar y rápido. Con la mirada perdida en un supuesto horizonte comenzó a hablar: ―Todos sabéis por qué os he reunido hoy aquí ―su voz pausada sonaba grave y profunda―. Extraños e importantes acontecimientos están sucediendo en el mundo, desde hace algo más de un año. Si estos hechos representan algún tipo de amenaza para nuestra supervivencia, es algo que le compete determinar a este Consejo, así como las estrategias de actuación a tomar en consecuencia. Cedo la palabra a mi hijo Feriós, que nos hará un breve resumen de la situación. ―Estimados amigos y amigas ―saludó el aludido, mirando a uno y otro lados de la sala. Vestía una completa armadura, decorada con elegantes motivos y ornamentos, como correspondía a un dios de la guerra. Sus cabellos oscuros, largos y rizados, recordaban a los de su padre, si bien su barba estaba 52 Capítulo 2. Cuando los dioses tiemblan completamente rasurada. Su voz, también ronca, era algo más cálida―. Todo lo que sabemos ―continuó―, cuanto hemos podido averiguar hasta el momento, es que en los imperios Hamersab, por decisión imperial, y Azunzei, sometido por la fuerza, se ha oficializado el culto a un nuevo y único dios, al que llaman Rankor, de quien hasta ahora nada sabíamos. En su nombre han organizado un llamamiento a la “Guerra Santa”, la Deiblad la llaman, para obligar a los demás pueblos a adorar al que consideran el único dios verdadero ―tomó aliento―. Nadie parece haber visto a ese tal Rankor, pero sus huestes cuentan con un número creciente de caballeros sagrados, magos y sanadores. También hay reptilianos en sus filas y tampoco carece de artilugios especiales, semejantes a los que utilizamos en las pasadas guerras. Si no fuera porque es imposible, diría que es uno de nosotros. Y si no... ¿Quién? ―Sus seguidores dicen que es omnipotente y omnipresente, que carece de esencia corporal alguna ―agregó la hermosa Argilda, visiblemente alarmada―. ¿Y si fuese cierto? ―Tranquilízate Argi ―le susurró cariñosamente Flovera, apoyando su diestra sobre el hombro de ésta. Sus facciones derrochaban serenidad, arropadas por una melena plateada de formas rectas. La que los humanos conocían como la diosa de la sabiduría, se dirigió a los presentes elevando sensiblemente la voz, aunque no su tono―. Si efectivamente fuera cualquiera de ambas cosas, ¿por qué iba a necesitar de sacerdotes para predicar su palabra? Podría extender su conocimiento instantáneamente e incluso convertir a su credo a todos los seres vivos, podría revelarse directamente a todos. ¿Por qué, siendo omnipotente, iba a precisar de caballeros sagrados o magos para imponerse en la guerra? No, sea quien sea ese Rankor, no es más omnipotente que cualquiera de nosotros. ―La misma idea de omnipotencia es absurda ―añadió Boceos, atusándose su espeso bigote―. Vivimos en un mundo lleno de limitaciones, de obstáculos e impedimentos; nuestra fantasía nos imagina sin ellos y ahí tenemos la omnipotencia. Pero esto es algo que ni existe, ni puede existir. Os contaré una anécdota que seguramente muchos de vosotros ya conozcáis ―hubo un suspiro generalizado. Todos conocían bien su tenden53 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes cia a incluir pequeñas historias en sus discursos; pero nadie, ni siguiera su propio líder, se atrevió a objetárselo―. En los primeros años de lo que los humanos han bautizado como el “Advenimiento”, cuando uno de nuestros sacerdotes, llevado tal vez por un exceso de entusiasmo, anunció que éramos omnipotentes, un sabio creón que se encontraba presente, Tágoras creo que se llamaba, le reprendió. «Mientes, nadie puede ser omnipotente» le dijo. El sacerdote, por su parte, le aseguró que no era así, que él mismo había sido testigo de nuestro poder sin límites ―el dios hizo una pequeña pausa en su narración y luego, consciente de haber captado la atención de todos, continuó―. Entonces el filósofo, sometiéndolo a prueba, le preguntó: «¿Podrían tus dioses crear una roca inamovible?». «Por supuesto», respondió el predicador sin ni siquiera detenerse a pensarlo. «Luego, no son omnipotentes porque, si efectivamente es inamovible, no podrán moverla» precisó con habilidad el sabio. «No, por supuesto que podrían moverla» protestó el clérigo. «Luego, no son omnipotentes porque no habrán sido capaces de crear una roca realmente inamovible» sentenció sagazmente entonces el llamado Tágoras. Nuestro acólito quedó tan perplejo, que dedicó el resto de su vida inútilmente a tratar de resolverlo―se detuvo uno momentos observando en los rostros de los presentes la reacción a sus palabras―. Perdonad la digresión ―añadió―, sólo espero que haya sido lo suficientemente ilustrativa. Volviendo a nuestro tema, si de algo podemos estar seguros, en todo este turbio asunto, es que Rankor, quien quiera que sea, no es omnipotente. ―El tema está, creo, suficientemente claro ―intervino severo Magrud―. Por su modo de actuar, sólo puede ser uno de nosotros. Nadie más utilizaría caballeros sagrados, magos o reptilianos. Lo que es más importante, nadie que no sea de los nuestros podría hacerlo. Ahora la cuestión es averiguar quién. Descartemos a los presentes. Yo personalmente me he ocupado de verificar este extremo ―algunos dioses no pudieron reprimir un gesto de sorpresa al escuchar sus palabras. Habían sido espiados por su propio líder. ―Tal vez hayan sido los de Bulfas ―subrayó Thiria―. Quizá esta sea su manera de burlar los acuerdos de Goblio, que sellaron la paz entre nuestras facciones. 54 Capítulo 2. Cuando los dioses tiemblan ―Te equivocas Thiria. Bulfas y los suyos están tan desconcertados como nosotros por este asunto ―intervino Vistria, la bella hija de Magrud―. Además, si quisieran violar los acuerdos de la “Paz de los Dioses”, como los llaman los humanos, armando nuevos caballeros sagrados y magos, carece de sentido que lo hicieran en nuestra zona de influencia, donde inevitablemente los íbamos a descubrir. ―Mi hermana tiene razón ―aseguró Feriós, observándola brevemente en señal de asentimiento. Luego se volvió hacia los demás y añadió―. Carece de sentido que vulneraran los acuerdos delante mismo de nuestras narices ―hizo una interesada pausa―, salvo que su propósito sea simplemente el de no despertar sospechas. Y como acabáis de oír por labios de mi hermanita... ¿Qué menos sospechoso que eso? Vistria comenzó a ruborizarse. Una vez más su hermano había conseguido dejarla en evidencia. Sus cabellos caoba recogidos a los lados y su sencilla túnica amarilla, contribuían a darle una imagen de ingenuidad, que rubricaba las palabras de Feriós, quien añadió: ―No, yo no descartaría a Bulfas ni a los suyos. De hecho, ¿quién podría ser si no? ―¿Los titanes? ―preguntó Argilda, mientras sus dedos recorrían nerviosos sus rizados cabellos cobrizos y su otra mano ajustaba el escote de su ceñido vestido. Se escuchó un seco quejido. Glimai había propinado un codazo a su marido, demasiado “atento” a los encantos de la diosa de la belleza, que continuaba hablando. ―Quizás quieran vengarse por lo que les hicimos. Y no les faltaría razón ―las lágrimas afloraron a su rostro guiadas por los recuerdos―. ¡Eran nuestros hijos! ―gritó―. ¡Eran nuestros hijos! ―repitió, cada vez más ahogadamente, entre sollozos. ―Los titanes fueron exterminados, preciosa ―le espetó Tolemiros, con claros aires de suficiencia―. Precisamente para eso hicimos esa guerra, para no tener que preocuparnos nunca más de ellos. Fue doloroso pero debía hacerse y se hizo. Nosotros... 55 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―Perdona que te interrumpa, pero eso no es del todo cierto ―intervino Jakinos con una sonrisa cínica dibujada en los labios y sin dejar de hurgarse en la nariz―. Hasta donde yo alcanzo a saber, aún queda al menos un titán vivo. Uno que tuvo la insolencia de pasearse por uno de nuestros submundos y sembrarlo de cadáveres de guäsid; por no hablar de cuando robó el martillo de guerra de Thorem, o cuando burló a Bulfas, escapando de su celada. Si no recuerdo mal, nuestra última reunión, en esta misma sala, trató sobre este peculiar personaje. ―Tus palabras hablan con verdad Jakinos ―dijo Magrud―. Pero no es menos cierto que ya entonces tomamos una decisión al respecto. Si fuese preciso revisaríamos nuestro fallo, aunque lo que ahora nos importa es si ese titán, ese Cromber, puede estar detrás de la amenaza que conocemos como Rankor, y mi opinión es que no. ¿Tú qué piensas Nacikos? ―Estoy de acuerdo contigo, poderoso Magrud ―respondió el interpelado. Un varón de estatura media y gran complexión, con los cabellos rapados a los lados y una gran cresta pelirroja en el centro―. Aun suponiendo que el titán estuviese efectivamente detrás de Rankor, por sí mismo sería absolutamente incapaz de construir artilugios como los que poseen y mucho menos armar caballeros sagrados, sanadores o magos. Requeriría necesariamente el concurso de alguno de los nuestros. ―Lo que nos lleva de nuevo al punto de partida ―aprovechó Feriós para retomar su discurso―. Descartados los titanes, todas las pistas nos conducen de nuevo a Bulfas y los suyos. Deberíamos aplastar de una vez a esos traidores. Enseñarles lo que se merecen... ―Hijo, desde un principio te opusiste a los acuerdos de paz, que terminaron con la guerra que nos enfrentó a nuestros hermanos rebeldes y nos confinó en este submundo ―interrumpió Magrud, con voz solemne―. Yo siempre he respetado tu postura, aunque no la comparta. Pero no permitiré que se ponga en peligro una paz, que tanto costó imponer, en función de una sospecha basada en viejos prejuicios. Si tienes pruebas de la participación de Bulfas en este enredo, muéstralas. De lo contrario más vale que calles de una vez. Estaremos atentos a sus mo- 56 Capítulo 2. Cuando los dioses tiemblan vimientos, pero no haremos nada que viole lo pactado y nos arrastre a una nueva guerra. ―¿Quieres pruebas, padre? ―el tono de Feriós delataba su enojo―. ¡Os las traeré! Más vale, por el bien de todos, que no sea demasiado tarde ―con un brusco ademán se giró dando la espalda a los reunidos, y abandonó apresuradamente la sala. Durante unos momentos reinó el silencio. Le siguió un creciente murmullo. Todos tenían algo que decir pero nadie parecía querer hacerlo en voz alta. La teatral salida de escena del hijo de Magrud les había sorprendido a todos. El llanto de Barci, el más joven de los dioses ―apenas un bebe de cuarenta años―, rompió el monótono cuchicheo. Finalmente Thiria habló: ―¿Qué hay de las diosas independientes? Aquellas que no quisieron participar en la guerra. ¿No podrían estar ellas detrás de todo esto? ―Quizá estés en lo cierto ―comentó Tolemiros―. Al fin y al cabo, Erídice desapareció misteriosamente tras la Guerra de los Titanes. ―¡Eso es ridículo! ―dijo Vistria alterada―. Mi madre se fue de aquí porque no soportaba ver como se asesinaban entre hermanos. Se opuso también a la guerra de los Titanes, con mayor vehemencia que ninguno. Su pacifismo es bien conocido por todos vosotros. Si rompió todo contacto con nosotros fue porque nuestro belicismo la asqueaba. ¿Cómo iba ella a crear la horda de destrucción de Rankor?... ¡No puedes hablar en serio Tolemiros! ―Estoy de acuerdo con mi hija ―intervino apesadumbrado Magrud―. Todos sabéis que repudié a esa mujer como esposa y que en momentos, que no quiero recordar, me infligió un gran dolor. Pero Vistria tiene razón, su pacifismo exacerbado la aleja de toda sospecha. Y, en lo que respecta a la otra “independiente”, ninguno ignora que Milarisa es una maldita “chalada”, con la cabeza llena de “pajaritos”, que vive en una zona de acceso exclusivo, al Norte del Gilsam, rodeada de sus engendros. El motivo de su exclusión fue, como en el caso de Erídice, su oposición a la guerra. Aun así, por si acaso ―se justificó―, 57 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes algunos de nuestros agentes**** la han investigado, sin encontrar nada anormal, fuera de sus excentricidades habituales. Por lo que creo que podemos descartarla también. ―Eso significa que Feriós está en lo cierto ―comentó resignado Boceos―. Esto debe de ser obra de Bulfas y sus renegados. Me cuesta creerlo, pero no parece haber otra explicación. ―Quizá sí la haya ―añadió Flovera―. No deberíamos descartar otras hipótesis. Tal vez se trate de una acción individual y no autorizada de algún partidario de Bulfas, ya sabéis que entre ellos no existe tanta disciplina como aquí, o, quién sabe, podría tratarse también de alguno de los nuestros dado por muerto en alguna de las guerras. Incluso es posible que existan otras opciones, que hemos pasado por alto. ¿Y si fuesen “buscadores”? Un murmullo de asombro recibió aquella nueva sugerencia. Un terror enterrado con los años, surgía como un espectro del pasado. Se habían acostumbrado a pensar que estaban solos en aquel mundo. ¿Qué sucedería si no era así? ¿Y si “otros” habían descendido también? Preguntas semejantes se hallaban presentes en la mente de los asistentes. Se produjo una tensa espera, luego Magrud se dirigió a los allí reunidos: ―Carece de sentido seguir especulando, como viejas parlanchinas, sobre la identidad de Rankor. Todo cuanto conocemos es el peligro que representa y su hostilidad hacia nosotros. En su nombre se están quemando nuestros antiguos templos, según se dice para acabar con la idolatría a los “falsos dioses”. Debemos actuar y rápido ―enfatizó su líder―, aunque no de un modo unilateral ―matizó―. Mi propuesta es que convoquemos, con la mayor premura posible, un nuevo Noclevac***** con **** Los términos del Acuerdo de Goblio permitían a ambos bandos instruir sanadores, hasta un máximo de uno por año, que mantuvieran sus lazos con el mundo de la superficie. Éstos eran después utilizados, conjuntamente con algunos sacerdotes, como agentes, para obtener información sobre los sucesos más diversos. ***** El Noclevac era el órgano máximo de decisión entre los dioses e implicaba a una representación de ambas facciones. Se reunió por última vez con ocasión de la Guerra de los Titanes. 58 Capítulo 2. Cuando los dioses tiemblan nuestros hermanos rebeldes y allí establezcamos una estrategia conjunta de actuación, que nos permita hacer frente a Rankor sin poner en peligro los acuerdos de paz. ―Pero, ¿y si Feriós tiene razón y ellos son Rankor? ―cuestionó, algo contrariado, Tolemiros―. ¿No sería eso meternos en la mismísima boca del lobo? ―Ese es un riesgo que habremos de correr ―sentenció con firmeza Magrud―. No dudéis que estaremos preparados si llegase la eventualidad. ―Y me pregunto yo... ¡Uhhaaaa...! ―interrumpió Jakinos bostezando sonoramente―. ¿No sería mucho más sensato dejar a ese tal Rankor que se las apañe como quiera o pueda y olvidarnos del asunto? Nada le debemos a este mundo, y ¿qué nos habría de importar lo que pase en él? ―Tienes razón Jakinos ―respondió Magrud―. Nada le debemos a este mundo. Pero olvidas un “ligero” detalle: Vivimos en él. Este mundo es ahora nuestro mundo, aunque nuestra soberbia nos haya confinado en este agujero, como tú lo llamas. No puedes pedirnos que no nos preocupe lo que le suceda, porque cuanto le ocurra nos estará ocurriendo también a nosotros. Si el mundo está en peligro, todos estamos en peligro. Ningún santuario es lo bastante bueno, ni lo suficientemente seguro. ◙◙◙ Los aposentos de Magrud, situados en las proximidades de la Sala del Consejo, eran particularmente amplios y muy bien iluminados. En el centro de la estancia principal había un ancho sillón adornado con pieles; sobre él se encontraba Magrud, notablemente cansado. Las deliberaciones se habían extendido durante algo más de diez horas. Finalmente se habían aprobado sus resoluciones, siempre se hacía. El Consejo era un mero órgano consultivo, el líder contaba con la prerrogativa de poder anular cualquiera de sus decisiones, pero a él le gustaba ver sus posiciones refrendadas por la mayoría de los suyos. De este modo, 59 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes aquéllos las consideraban como propias y no como impuestas, esmerándose especialmente en cumplirlas. Se encontraba ensimismado, repasando mentalmente cuanto se había dicho en la reunión, y también aquello que no se había dicho, aquello que por razones de seguridad había omitido, cuando un intenso parpadeo en el marco de uno de los tapices, que decoraban la estancia, rompió su concentración. Como movido por un resorte, se incorporó bruscamente de su asiento, dirigiéndose con pasos acelerados a la pared sobre la que se encontraba el tapiz. A un gesto de su mano el muro desapareció, en su lugar se iba dibujando una nueva estancia que parecía crecer y alargarse en respuesta a sus movimientos. Un pequeño disco brumoso comenzó a aparecer al fondo de la nueva cámara, en el lugar donde antes estuviera el tapiz. Paulatinamente, el círculo de niebla siguió agrandándose hasta alcanzar casi el tamaño de un ser humano. Cuando desarrolló su máxima envergadura, los vapores comenzaron a disiparse y una imagen fue dibujándose en su interior. Poco tiempo después podía observarse con nitidez la figura de un humano joven, moreno, de nariz aguileña, con un elegante turbante cubriéndolo la cabeza y una larga y rizada barba ocultándole parcialmente el rostro. Magrud reconoció enseguida a Geroldán, el último y más joven de sus sanadores, al que había encomendado una delicada misión, de la que, por prudencia, nada había mencionado en el Consejo; pues, al contrario de lo que había manifestado en la Sala, no se encontraba seguro de que el propio Rankor o alguno de sus espías no estuviese presente en aquella reunión. Si no expresaba estas reservas en público, era para evitar que ello condujese a un encadenamiento de acusaciones mutuas, que terminase por derivar en un enfrentamiento interno. ―¡Mi Señor! ¡Oh poderoso Magrud! ―habló la imagen, cuya voz se anunciaba extrañamente lejana y cercana a un tiempo―. He cumplido fielmente la tarea que me asignasteis y espero nuevas órdenes ―hizo una pequeña pausa y luego comenzó a relatar―. Conseguí infiltrarme en los ejércitos de Rankor. De hecho ha sido extraordinariamente fácil. Aquí nadie hace preguntas, sólo tuve que mezclarme entre sus sanadores y ya era un miembro más de sus huestes. 60 Capítulo 2. Cuando los dioses tiemblan ―¡Hummm...! Hay algo en todo esto que no acaba de encajar ―dijo Magrud, visiblemente preocupado― ¿Tan confiado está Rankor que ni siquiera toma las mínimas precauciones? ¿Has podido averiguar quién es en realidad? ―¡No Señor! ¡Lo siento! ―respondió Geroldán―. Entre la tropa se dice que Rankor es omnipotente y omnipresente, y por tanto que no puede vérsele. Por lo general, los comentarios despectivos acerca de los que ellos llaman “falsos dioses”, se refieren tanto a los de Bulfas como a los nuestros. No obstante, esta mañana me ha sucedido algo inusual. Se ha acercado a mí el sanador llamado Hiutelan y, sin que mediara pregunta alguna por mi parte, ha comenzado a contarme que en realidad sirven a Bulfas y como todo no sería más que un truco para derrotaros ―gesticulando con las manos en señal de indecisión añade―. No sé qué crédito dar a sus palabras. Es obvio que ha querido contarme eso deliberadamente y, probablemente haya descubierto mi “tapadera”; pero si lo ha hecho con el propósito de advertirnos o para confundirnos, es algo que no puedo determinar. ―Bien. ¡Buen trabajo Geroldán! ―lo animó Magrud, un tanto pensativo―. ¿Ha habido alguna novedad? ―¡En absoluto Señor! ―contestó el aludido mesándose la barba―. Aquí siguen con los preparativos para una gran invasión hacia el Oeste, como ya sabíamos. Los primeros contingentes partieron hace ya algunas semanas. El nuestro tiene previsto iniciar la marcha en los próximos días. ―De acuerdo, escucha bien lo que voy a decirte ―le ordenó su dios―. Quiero que te alejes de ese tal Hiutelan. Si es preciso deserta de esa unidad y únete a otro contingente. A cualquier incidencia vuelves a ponerte en contacto conmigo. Infórmame de tus progresos. Una neblina gris volvió a cubrir el disco, envolviendo por completo el lugar en el que unos momentos antes se veía la imagen de Geroldán. Muy despacio, pero ininterrumpidamente, el círculo de brumas fue empequeñeciéndose hasta desaparecer finalmente. Lo mismo sucedió con la estancia abierta tras el 61 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes tapiz. En su lugar volvió a aparecer una firme pared. Magrud, sin embargo, no se sentó de nuevo; permaneció de pie dubitativo. Había confiado esta misión a Geroldán, a pesar de ser el más novato de sus sanadores, porque al ser el último era también el más desconocido. De hecho tan sólo Glimai, Nacikos y él mismo conocían su identidad. Y, sin embargo, nada había sucedido como estaba previsto. Su espía podría haber sido descubierto y las palabras de ese Hiutelan le desconcertaban. ¿Y si finalmente todo resultaba ser lo que aparentaba, una burda trampa de Bulfas y los suyos? Tenía la confianza de que esto no era así, sus espías entre los rebeldes le habían informado del desconcierto que la situación producía también entre aquellos. No tenía motivos para dudar de la veracidad de la información de sus agentes, que tan excelentes servicios le habían brindado en el pasado; pero era mucho lo que estaba en juego y él estaba apostando sus cartas a esa única jugada. Demasiado arriesgado para poder estar tranquilo. Por eso había convencido al Consejo de la necesidad de convocar un Noclevac entre ambas facciones. Un sudor frío comenzó a recorrer su cuerpo, hasta estremecerlo, al pensar en qué sucedería si él estaba equivocado y su hijo tenía razón. 62 CAPITULO 3 UN ALTO EN EL CAMINO D urante dos días habían cabalgado siguiendo la Senda Real, descansando cuando anochecía al calor de una hoguera. El varón, que llevaba las riendas de la montura, se mostraba visiblemente agotado; aunque no habían avistado a más rwarfaigts, permaneció en vela las pasadas noches, con la espalda apoyada en un árbol y la mano en la empuñadura de su arma. La mujer reposaba cándidamente sobre su armadura, con sus brazos rodeándolo por la cintura. Estaba oscureciendo y en el horizonte comenzaban a destacarse los destellos luminosos de los candiles de una hacienda próxima. Hacia allí se encaminaban. Avanzaban en silencio, tan sólo el repiqueteo de los cascos de Saribor sobre el empedrado camino rompían la monótona quietud que gestaba el cansancio. A lo largo del camino, sin embargo, habían charlado sobre muchos y muy diversos temas; con Nadia era difícil no hacerlo, sólo el enfado o la fatiga parecían capaces de callarla. Hablaron sobre todo de filosofía, de aquellos temas que les apasionaban y de Diógenes, en quien ambos habían encontrado un maestro y un guía por tan tortuosos terrenos. También conversaron sobre Policreos, capital cultural del reino de Bitta, donde Cromber había vivido los dos últimos años y ella había pasado parte de su adolescencia y primeros años de juventud. Se sumaron las anécdotas sobre mil y un temas, políticos, estéticos y, en general, intrascendentes. Hablaron de casi todo, excepto de sí mismos. Con un exquisito cuidado habían eludido cualquier mención íntima que pudiese delatarlos. Cuando llegaron a la altura de las luces, pudieron comprobar que se trataba de una posada, “El Viajero Feliz” rezaba en un decorado letrero. Un hombre grueso y calvo, que llevaba sobre sus ropas un mugriento delantal, estaba intentando transportar unos troncos de leña hacia el interior. Acariciando suavemente las crines de su caballo, el titán consiguió que éste se detuviera, sin apenas tirar de las riendas. Su pasajera se irguió repentinamente al advertir que se detenían. Miró interrogativamente a su compañero y después se giró hacia la iluminada La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes posada. Una desvencijada ventana y la madera carcomida a su alrededor se destacaron a su atención. Volviendo la vista de nuevo hacia el guerrero preguntó con cierta indignación. ―¿No pretenderás que pasemos la noche en esta pocilga? ―hizo una mueca de asco―. Hasta los cerdos deben de huir de lugares como éste. Pero, ¡si incluso la madera está podrida! El hombre del delantal dejó caer sonoramente los troncos que llevaba. La crispación se dibujó en su rostro al escuchar las palabras de la muchacha. Como Cromber había supuesto se trataba del posadero y estaba realmente enojado. ―¡Esta es mi casa! ―gritó visiblemente alterado―. Y no consentiré que nadie venga aquí a insultarme de esa manera ―sus bigotes se movían frenéticamente al ritmo de su irritación. ―Discúlpela señor posadero ―intervino el titán con tono apaciguador―. Es tan sólo una niña malcriada, cansada del viaje. No teníamos ninguna intención de ofenderle... ―¿Una niña malcriada? ―protestó sonoramente Nadia―. ¡Maldito patán engreído! ¡Que la ira de Tolemiros te fría los “sesos”! ―dijo mientras le propinaba un puntapié en el tobillo. El jinete aguantó estoicamente el golpe, que había sido amortiguado por sus robustas botas, y la serie de improperios que le siguieron. Luego, ignorando a su acompañante que de brazos cruzados comenzaba a hacer “pucheros”, se dirigió de nuevo al posadero. ―Le reitero mis disculpas caballero ―añadió con suma corrección―. Necesitaríamos algo de cenar, comida y alojamiento para el caballo, y una habitación para pasar la noche. El posadero miró a su interlocutor a los ojos, sus bigotes habían dejado de palpitar. Se quedó pensativo durante unos segundos y finalmente accedió. ―¡De acuerdo! Serán dos darplets de plata. Aquel era un precio abusivo y su bolsa había menguado ya peligrosamente, pero no se encontraba en situación de discutir; aquella era probablemente la última posada antes de llegar a 64 Capítulo 3. Un alto en el camino Brindisiam y las palabras de Nadia no lo habían predispuesto precisamente a su favor. ―Es un poco caro ―comento Cromber con suavidad―, pero aquí tienes, dos bitplets* de plata. El posadero sopesó las monedas, las mordió ligeramente y después las inspeccionó de cerca. Cuando estuvo satisfecho con su autenticidad, abrió un saquillo que colgaba de su delantal y las metió dentro. Luego se dirigió a los viajeros. ―Podéis dejar el caballo en las cuadras; están ahí detrás ―dijo señalando la esquina oriental de la posada―. Allí encontrareis forraje y un abrevadero. Después entrad y acomodaos, la cena estará lista en unos minutos, es caldo de verdura creo. Para la habitación habréis de esperar algo más. Acto seguido se volvió y recogió la leña caída. El titán ayudo a descabalgar a una enfurecida Nadia, antes de desmontar él mismo. Cogió la silla de montar, las armas y las vituallas, con excepción del macuto de la muchacha, que ésta tenía ya entre sus manos; se los echó sobre los hombros, mientras su diestra tiraba de las riendas, guiando a su montura hacia los establos. Cuando el posadero desapareció tras la puerta con la madera sobre sus brazos, la máscara de calma que envolvía a la muchacha se esfumó. ― ¡Eres un puerco traidor! ―le imprecó entre susurros, como si no quisiera que nadie más los escuchase―. ¿Una sola habitación? ―extendió su dedo índice, acompañando gráficamente a sus palabras―. ¿Qué pretendes? Sabía que eras un pervertido, todos los hombres lo sois. ¿Qué clase de sátiro eres? * Los plets eran monedas circulares, que definían el sistema monetario kantherio. Su valor podía oscilar según el metal del que estuviesen hechas: Así 10 monedas de vistrio equivalían a 1 de cobre, 10 de cobre a 1 de plata, 10 de plata a 1 de oro. Normalmente se les denominaba con el prefijo del reino en que habían sido acuñadas. Los bitplets eran las monedas fabricadas en el reino de Bitta, los darplets las acuñadas en Darlem, y así sucesivamente. Cuando las monedas estaban hechas de plata u oro, su valor de cambio se extendía, por lo general, a cualquier reino kantherio y no sólo al originario. 65 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ¿Qué demonios estaba pasando? ¿A qué venían tantos remilgos? Se preguntó el guerrero. Exceptuando unas pocas cortesanas, no había conocido nunca una mujer más impúdica que la que ahora se encontraba frente a él. Durante el trayecto, no había dudado en aliviar sus necesidades orgánicas, allí donde la habían sobrevenido, con frecuencia junto a la propia Senda Real, sin mostrar recato alguno, ni hacia él, ni hacia los que pasaban. ―¡Alto! ―dijo él, soltando las riendas y extendiendo la mano en un claro gesto―. Si tienes dinero y quieres pagarle otra habitación a ese avaro, por mí adelante. De hecho creía que no te gustaba esta “pocilga” ―añadió con cierta guasa―. Si lo prefieres, puedes dormir con Saribor en las cuadras. ―¡Esta bien! ¡Me lo merezco por bocazas! ¡Perdona! ―comentó la mujer con tono suplicante―. Sé que serás todo un caballero y dejarás que sea yo quien duerma en la cama. ¿Verdad? ―¡Mira Nadia! ―respondió Cromber elevando sensiblemente el tono―. No quiero ser descortés, pero comienzo a estar harto de tus arrebatos. Estoy cansado, llevo tres días sin dormir y necesito imperiosamente descansar. Tú has dormido plácidamente estos días, mientras yo velaba tus ronquidos... ―¡No es cierto! ―le interrumpió la mujer visiblemente molesta―. ¡Yo no ronco...! ―y luego añadió bajando aún más la voz―. Sólo respiro un poco fuerte, eso es todo. ―De acuerdo, no roncas ―continuó el titán―. Pero hoy dormirás en el suelo o, si lo prefieres, puedes continuar sola hasta Finash. No creo que haya más rwarfaigts sueltos por ahí. Aquellos debieron de escaparse de alguna caravana que los transportaba al circo de Tirso. ―Crom... Tu galantería me abruma ―comentó Nadia irónicamente, mientras se llevaba su mano libre al pecho―. No me cabe duda de que sabes bien cómo tratar a una dama y llegarle al corazón. ¡Lástima que tus dardos estén tan envenenados! Cogiendo las riendas del caballo lo arrastró hacia los establos, susurrándole en voz alta: 66 Capítulo 3. Un alto en el camino ―¡Vamos Saribor...! Cariño ―dirigiéndose a la montura, mientras lo acariciaba―, hoy dormiré contigo. El posadero, que había vuelto a salir al exterior, dirigió una mirada interrogativa a Cromber. Por toda respuesta éste se encogió de hombros. ―¡Mujeres! ―exclamó con cierto tono misógino el hombre del delantal. Nadia desapareció tras la puerta de la cuadra. El titán entró en la posada sin volver la vista atrás. ◙◙◙ Al amanecer el titán abandonó la posada con sus bártulos sobre los hombros. Fuera lo esperaba la mujer, ya en pie, sujetando a la montura de las riendas. Sus miradas, frías, se cruzaron en un tenso silencio. Los instantes se sucedieron interminables. Finalmente él habló. ―¡Lo siento...! ―su voz sonaba serena―. Lo siento ―reiteró, sintiéndose culpable, aunque no alcanzaba a comprender muy bien por qué―, estaba cansado. Lamento haberme comportado así y haberte dejado... ―¡Yo también lo siento! ―le interrumpió la muchacha con una sonrisa―. Tenías razón, me estaba comportando como una niña mimada. Además Saribor y yo nos hemos hecho muy amigos. ¿Verdad cariño? ―añadió mirando al caballo. ―¡Por cierto! ―comentó el titán mientras ajustaba la silla de montar―. Había unas chinches así de grandes ―marcó un exagerado tamaño con los dedos. Rieron. Cabalgaron sin parar durante horas. Al atardecer se encontraban frente a los delgados muros de Brindisiam, la ciudad más sureña del Reino de Darlem, a apenas dos días de camino de la frontera con Messorgia. Un friso conmemorativo decoraba la arcada de la puerta Norte. Los guardias, que custodiaban la entrada, tan sólo les interrogaron por su destino, dejándolos pasar sin mayores explicaciones. Se adentraron en la población. Siguiendo una empedrada avenida que cruzaba transversalmente la ciudad, llegaron ante el Arco de Jaliest, una monumental cons67 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes trucción adornada en toda su extensión con bajorrelieves, evocando épicos momentos de la Guerra de Independencia**; a su alrededor se extendía la Plaza Mayor de la localidad, rodeada de jardines y edificios administrativos. Giraron a la izquierda, perdiéndose entre un laberinto de calles y callejuelas, de embarrado pavimento. Aquí y allá, cerámica destartalada, suciedad esparcida, charcos y socavones. Nadia no hizo ningún comentario, su guía parecía saber a dónde iban. Se detuvieron finalmente frente a una gran taberna, “Las Nueve Espadas” se llamaba. Cromber ya había estado allí en otras ocasiones, como delató el caluroso recibimiento de la posadera. Una mujer de unos treinta y cinco años, morena, de cabellos rizados y abundantes, nariz roma, y ojos castaños y brillantes. Llevaba puesto un escotado vestido de faena, como los que habitualmente solían llevar las camareras kantherias, y respondía al nombre de Roxana. La tabernera se deshizo en amabilidades para atender a los recién llegados. La muchacha creona dedujo que aquella era una mujer muy atractiva, o al menos le pareció que el titán la devoraba con la mirada. Se sintió confusa, aquello la incomodaba, aunque no acertaba a explicar por qué. Más que las miradas de su compañero de viaje, le molestaban las continuas insinuaciones preñadas de amabilidad que aquella le hacía, o los guiños de complicidad que había entre ambos. Alquilaron dos habitaciones, en las que dejaron sus equipajes, excepto el pequeño macuto de Nadia, que siempre llevaba consigo. Dejaron a Saribor atado junto al abrevadero de los establos de “Las Nueve Espadas” y salieron a recorrer la ciudad, ante las insistentes peticiones de la muchacha. Cromber agradeció el paseo. Era la primera oportunidad que tenía para “estirar las piernas” desde que salieron de la posa- ** La Guerra de Independencia tuvo lugar centenares de años antes del Advenimiento. En ella los reinos kantherios, sometidos hasta entonces al todo poderoso Convokanther o Consejo Supremo Kantherio, alcanzaron su emancipación y se constituyeron como tales reinos independientes. La batalla de Jaliest, que conmemora el Arco de Triunfo de Brindisiam, fue decisiva para la derrota del Convokanther 68 Capítulo 3. Un alto en el camino da al amanecer. Tantos días de viaje habían agarrotado sus músculos. Deambular sin prisas, contemplando el paisaje, entre las calles de Brindisiam, se le antojaba una bendición. Nadia también parecía disfrutar de la caminata. Nunca había estado tan al Sur de Darlem, todo le parecía interesante, maravilloso o peculiar. No paraba de preguntar por esto o aquello, el nombre de esa calle o para que sirve tal o cual ornamento arquitectónico. Entre risas y anécdotas alcanzaron los puestos del mercado local, que aquellas horas comenzaban a cerrar. Se acercaron a un puesto de alimentación que aún permanecía abierto, donde compraron abundantes víveres para el viaje, pan, carne seca, hortalizas, etc. En el instante justo en que el varón pagaba al tendero, la mujer no pudo reprimir formular una cuestión, que la había venido asaltando todo el camino desde la taberna: ―¿Esa mujer es tu amante? ―en su tono no había ninguna exaltación. Lo mismo podría haber preguntado por el precio del pescado. Cromber tragó saliva. Aquella muchacha no dejaba de sorprenderle. ¿A qué venía ahora esa pregunta y en plena plaza pública? Ciertamente, había vivido un pequeño idilio con Roxana varios años atrás, cuando era gladiador en Tirso, pero aquello acabó hace mucho tiempo, ahora tan sólo quedaba una bella amistad y los recuerdos compartidos. Podía contarle esto a Nadia, pero no quería, ni tenía por qué hacerlo. ―¡No es de tu incumbencia! ―fue la lacónica respuesta del titán. ―O sea, que sois amantes ―concluyó la muchacha con una sonrisa―. De lo contrario no te negarías a responderme. ―¡Por favor! Todo esto es ridículo ―añadió Crom―. Estamos hablando de una mujer casada. El tendero inclinó visiblemente la cabeza hacia ellos, con la esperanza de captar algo más, de lo que empezaba a percibir como una “jugosa” conversación. Ambos lo advirtieron. Girándose sobre él exclamaron al unísono “¿Y tú qué miras?”. A lo que la mujer añadió: “¡Piérdete!”. El hombre tembloroso comenzó a cerrar su establecimiento. Con paso distraído se aleja69 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ron de los puestos. Cuando se distanciaron lo suficiente, Nadia aprovechó para retomar la conversación. ―¿Y qué si está casada? No voy a decírselo a nadie. ¿Vas a negarlo? ―Como te dije en cierta ocasión ―contestó el titán―. Haces demasiadas pregun... ―¡Perdonad, jóvenes! ―les interrumpió una vieja encorvada, apoyada sobre un cayado, asesinando el idioma kantherio―. ¡Qué estampa tan bonita hacéis! Decidme pareja, ¿no querríais saber que os depara el porvenir? Sólo os costará un miserable vistrio. El acento sibilante de la anciana no pudo ocultar su origen amónida, como confirmaba la oscuridad de su tez. Su rostro apergaminado y pleno de arrugas resultaba poco expresivo, su nariz corta y aguileña era típica de su etnia, pero sus ojos negros y profundos emitían el misterio de sus entrañas. Su mirada resultaba hipnótica, penetrante. Un escalofrío recorrió el cuerpo del guerrero. ―No somos pareja ―se apresuró a matizar Nadia―. Sólo somos compañeros de viaje. Claro que ―añadió―, si ni siquiera eres capaz de adivinar eso, vaya porquería de bruja que estás hecha. La mujer amónida no pareció ofenderse por el comentario. Al contrario, lo recibió con una amplia sonrisa. Cromber llegó a pensar que no había entendido bien el correcto kantherio con acento creón de la muchacha. Después la bruja habló: ―Puede que os engañéis el uno al otro sobre vuestros sentimientos, pero para mí son transparentes ―su tono era enigmático, a lo que contribuía su pésima pronunciación―. Puedo abrir para vosotros las ventanas del futuro, por tan sólo un vistrio miserable. Cromber se disponía a ensayar una amable negativa, con la que librarse de la anciana; cuando Nadia, para su sorpresa, le dijo a la mujer que le pagarían el vistrio que pedía. La bruja extendió la mano esperando la moneda, pero ésta no venía. La vieja amónida, con la mano aún extendida comenzó a carraspear 70 Capítulo 3. Un alto en el camino sonoramente. La muchacha se volvió hacia el titán increpándole con gestos. “¡Ah!” Exclamó éste, aún sin recuperarse de su asombro. ¿Quién había decidido que tendría que pagar él? Buscó en su bolsa, extrajo un darplet de vistrio y se lo entregó. La anciana retiró su mano con celeridad y guardó la moneda entre sus pertenencias, sin hacer ninguna verificación; tal vez porque no lo necesitara, quizá porque nadie falsificaba monedas de vistrio. Con mucha ceremonia, cogió primero la mano del varón; la sostuvo entre sus manos girándola, mientras recitaba unas frases ininteligibles, probablemente en algún dialecto amónida. Un Cromber circunspecto puso su mejor expresión de paciencia. Tras unos interminables segundos la bruja habló: ―Veo una gran batalla ―su voz sonaba más ronca, aunque su acento seguía siendo abominable―. Eres un gran guerrero, lucharás con valor pero... ¡Oh! ¡Morirás! ―la vieja amónida se echó hacia atrás, como si temiera lo que “veía”, sus pupilas se dilataron. Nadia dio un respingo. Crom ni siquiera se inmuto, como si la cosa no fuese con él. ―¡Morirás...! y, sin embargo, ¡Vivirás! ―añadió enigmática la anciana, soltando bruscamente la mano. ―¿Qué significa eso? ―preguntó la muchacha visiblemente alarmada. ―No lo sé ―confesó la bruja―. El destino siempre se revela entre brumas. Yo sólo lo transmito, no lo interpreto. Dame tu mano ahora ―dijo dirigiéndose a Nadia. Pero ésta se mostró reticente. Tras varias tentativas infructuosas, en las que volvía a retirarla, extendió su mano para que aquella la examinara. El ceremonial fue algo más corto que con su compañero, aunque igualmente tedioso. ―¡Vaya! ―la expresión de la vieja amónida era de asombro―. Veo un gran dolor en tu pasado. Pero eso ya desapareció, ahora una nueva llama está brotando en tu interior. Todavía es débil, frágil; depende de ti alimentarla. Pero recuerda esto ―añadió susurrándole al oído―, esa “llama” es lo único que puede salvar a tu “amigo”. Os esperan grandes aventuras ―volvió a elevar el volumen de su voz―, juntos viajaréis a los 71 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes confines del Este, recuperaréis reinos, desafiaréis a los dioses. Pero no estaréis solos, “la Perdición” os acompañará allá donde vayáis. ¡Guardaos de ella! ―No dijo más. Girando sobre sí misma desapareció entre la gente, del mismo enigmático modo en que surgió antes. ◙◙◙ De vuelta en “Las Nueve Espadas”, estaban sentados uno frente a otro, en una apartada mesa que Roxana les había reservado, esperando a que les sirvieran la cena. A aquellas horas, ya nocturnas, el local estaba a rebosar; podían distinguirse huéspedes como ellos, clientes que habían ido a cenar, otros simplemente a beber, algunos a jugar al crábole***, e incluso algunas cortesanas a la caza de clientes. No se veía a Roxana, seguramente estaba preparando la cena, pensó el titán. Quien sí estaba detrás de la barra era su marido Oldarf. Un hombre de unos cuarenta y cinco años, de largos cabellos grises y espeso bigote. Una inmensa barriga de cerveza argámeda se adivinaba tras su delantal. ―Parece que tu novia te ha dado plantón ―dijo Nadia con una sonrisa maliciosa dibujada en los labios. ―¡Chssss...! ¿Quieres dejarlo de una vez? ―le imprecó Cromber, visiblemente malhumorado, mientras se llevaba el dedo índice a los labios en un gráfico gesto. ―¡Vale!, ¡vale chico! ―respondió la muchacha, levantando las palmas de las manos a la altura de los hombros―. ¡Qué mal perder tienes! Oye ―añadió―. ¿Qué crees que ha querido decir la bruja con todo eso de...? ―¡Sandeces! ―sentenció bruscamente el titán―. “Morirás y, sin embargo, vivirás” ―repitió parafraseando a la anciana amónida―. Cuán profundo parece esto y qué necedad envuelve. Si muero podrá decirse que acertó, y como algún día *** Juego de mesa con fichas, normalmente de madera, muy popular en los reinos kantherios. 72 Capítulo 3. Un alto en el camino habré de morir, en algún momento futuro será una premonición y, mientras tanto, como estoy vivo se cumple la otra parte de la sentencia. Suceda lo que suceda no puede fallar. ¡Así también yo soy adivino! ―Normalmente estaría de acuerdo contigo ―agregó su interlocutora―. Brujos y adivinos me parecen unos “charlatanes” insufribles, pero había algo en esa anciana que me ponía los pelos de punta. Esos ojos sin fondo, y además sabía cosas de mi pasado. ―No, no sabía nada de tu pasado ―le corrigió el varón―. Tan sólo que habías experimentado un gran dolor, y eso es algo que cualquier buen observador puede advertir, el resto simplemente te lo hizo creer. ―¿Sí? ―preguntó algo confusa. Oldarf apareció con sendos platos humeantes junto a la mesa. Unas costillas de cordero asado para el titán, un revuelto de verduras para la mujer. Posó dos jarras vacías y destapó una botella de su mejor vino de Artián, llenó los recipientes y dejó al lado la botella. ―El vino corre por cuenta de la casa ―anunció el tabernero, en un tono que rezumaba amabilidad―. Estamos muy contentos de tenerte de nuevo entre nosotros Zakron. ¿Volverás a la arena? ―No, eso acabó ―respondió tajantemente Cromber―. ¡Gracias por el vino Oldarf! Excelente como siempre ―añadió dando un sorbo que se entretuvo en paladear. ―Si necesitáis algo más. No dudéis en pedirlo ―dijo el llamado Oldarf volviéndose hacia el mostrador. ―¿Zakron? ―preguntó Nadia divertida. ―Ese era mi nombre de guerra hace algunos años ―respondió el titán―. Cuando trabajaba como gladiador en Tirso. ―¿Luchabas en la arena? Vaya, Crom, eres toda una “caja de sorpresas” ―comentó la muchacha sorbiendo un poco de vino. 73 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Ignorando sus comentarios, el varón comenzó a devorar el cordero asado, sujetándolo fuertemente con sus manos. La grasa se escurrió entre sus dedos, resbalando por sus carrillos y barbilla. Viéndolo atiborrarse de esa manera, su compañera hizo una mueca de asco, mientras daba otro sorbo al vino. ―¿Cómo puedes comer eso? ―le reprendió―. Esas costillas fueron antes un animalito que se movía por ahí. Tenía ojos y podía mirarte. ¿Qué pensarán sus padres, sus hermanos, sus hijos? ¿Qué será de todos esos corderitos? ―A sus padres me los comí hace tres años y a sus crías me los comeré la próxima vez que venga ―replicó con sorna el varón, mientras sorbía un profundo trago de vino―. Tus berzas también tienen filiación y, a juzgar por el revoltijo que te han puesto, ahí debe haber una familia entera. La muchacha contempló su plato dubitativa, apurando de un trago el vino de su jarra. Cromber rellenó los recipientes con lo que quedaba en la botella, vaciándola. A un gesto suyo el tabernero acudió con una nueva botella. La destapó y se alejó de nuevo hacia el mostrador. En ese mismo instante, un curioso personaje cruzaba la puerta. Ataviado con un jubón y unas mallas, todo ello de color verde chillón. Un peculiar sombrero alado del mismo color y rematado con una pluma de faisán cubría su cabeza; sus cabellos rubios y cuidadosamente peinados le caían en cascada sobre sus hombros. Una recortada perilla y un fino bigote acentuaban sus facciones. Sus ojos del color de su indumentaria, brillaban con especial fulgor a la luz de los candiles. Alto, aunque de complexión delgada, se diría que era atractivo, a juzgar por cómo encendía los ojos de las cortesanas a su paso. En sus manos llevaba una especie de arpa acabada en un extraño mástil. El recién llegado saludó a los presentes con una reverencia. Con suavidad arrancó unas notas a su instrumento, consiguiendo unos preciosos segundos de silencio y atraer la atención que reclamaba. Cuando se cercioró de haber captado sus miradas habló: ―Señoras.., señores. Me llamo Argelius ―dijo en voz alta y clara para que todos pudieran oírle―, y soy un modesto 74 Capítulo 3. Un alto en el camino trovador de Mortinam. Me gustaría que me permitieran entretenerles esta noche con mi humilde arte. A cambio sólo pido lo que su buena voluntad me quiera entregar. ―¡Lárgate basura! ¡No queremos bardos afeminados por aquí! ―gritó un corpulento pelirrojo, de anchas barbas y con un parche de cuero cubriéndole su ojo tuerto, que estaba tomando una jarra de cerveza junto a la barra del mostrador. El temor se reflejó en el rostro de alguno de los presentes. Se hizo un tenso silencio. El juglar, con expresión apesadumbrada, se giró con intención de abandonar el local. Estaba tan acostumbrado como harto de esos “chulos” de cantina. Entonces Nadia, que acababa de apurar un nuevo trago de aquel delicioso néctar, se puso en pie. ―¡Eh tú! ¡Patán seboso! ¿Quién te ha dado permiso para decidir por los demás? ―vociferó encarándose con el “matón” que increpó al bardo―. Si tus sesos de feto de mosquito raquítico no te permiten apreciar el arte, que el amigo Argelius nos ofrece, es tu problema. ―¡Maldita furcia! ―exclamó el aludido, visiblemente encolerizado. Se llevó una mano a la daga que pendía de su cinturón. En su furia comenzaba a saborear el olor de la sangre. Al girarse hacia la mujer, su mirada de un único ojo tropezó con el acerado brillo de los ojos del guerrero que estaba sentado junto a ella, pudiendo observar el tamaño de la enorme espada que colgaba a su espalda; lo que le persuadió de dejar el cuchillo en su vaina. Por esta vez, decidió, sería indulgente con la mujer. El corpulento barbudo se volvió hacia la barra para ocuparse de su abandonada cerveza. El juglar, que no acababa de creerse lo que había sucedido, regresó al centro de la taberna, dando las gracias a unos y a otros, y dedicando una especial reverencia a la mujer que había intercedido por él. ―Esta es la historia de afecto entre un niño y su gato ―comenzó a narrar, con una entonación suave y correcta―. Érase una vez, hace muchos, muchos años, el hijo del Conde de 75 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Bofislatt, en Messorgia, que apenas contaba siete primaveras, tenía un precioso gato hamersab. El niño y el minino salían siempre juntos a jugar, correteaban por los jardines ―con gestos acompañaba gráficamente el relato, ahora imitaba al infante y su gato corriendo―, saltaban y brincaban por la casa ―daba saltos y brincos―. Durante algunos años fueron compañeros inseparables, pero un día de invierno ―hizo una interesada pausa, haciendo un gesto compungido―, el gato ya no se movía, yacía inerte junto a su tazón de arroz con leche. Envuelto en lágrimas el crío fue junto a su padre y le dijo entre sollozos: “Papá, Misha ha muerto”. Misha era el nombre del gato ―aclaró al espectador―. El Conde de Bofislatt, que era un gran hombre, no soportaba ver cómo su hijo era presa del desconsuelo, así que le dijo: “Hijo, no te preocupes, sé que Misha es irreemplazable, pero debes superarlo. Mira, ya sé lo que haremos, este fin de semana iremos a Finash y nos pasaremos dos días enteros en “La Feria”. Después recorreremos las mejores tiendas de la ciudad y compraremos no uno sino dos gatos hamersab, como Misha. ¿Qué te parece?”. El niño contestó suspirando ―simuló el suspiro―, “bueno...” Y abandonó la habitación. Algo más tarde regresó corriendo y le dijo a su padre: “Papá, papá, Misha se mueve, ¡está vivo!... ¿le matamos?”. Una carcajada generalizada recibió la finalización del primer cuento del trovador, tampoco faltaron algunos aplausos e incluso hubo quien echó unas monedas sobre el copete que el artista había dejado volcado del revés. Con una reverencia, repetida varias veces, saludo a su público. ―¡Gracias! ¡Muchas gracias! ―agregó sin dejar de inclinarse―. Ahora, si ustedes tienen a bien, me gustaría ofrecerles en rigurosa primicia los versos de una Oda a Ealthor, que compuse hace tan sólo unas semanas. Una historia de cuando los reinos kantherios eran uno, grande y poderoso, y el amor era auténtico. Se la dedico a mi musa protectora ―dijo señalando a Nadia―, con permiso del caballero que la acompaña, por supuesto ―añadió mirando al titán. La muchacha, que había comenzado a ruborizarse, apuró el poco vino que le quedaba. Roxana apareció inmediatamente con una nueva botella. Tras servirles susurró algo al 76 Capítulo 3. Un alto en el camino oído de Cromber entre risas de complicidad, antes de desaparecer con los platos de la cena. Comenzó a sonar el arpa del juglar. Oda a Ealthor I ―entonó solemnemente. El gran Oramntheer muere asesinado. Julianthar, el pérfido, ha sido. Finalmente Ealthor ha vencido Y a Julianthar ha desterrado. Con su flota al mar ha zarpado Burdomar prometió conquistaría Con gran valentía A los tupir ha derrotado Quinientos eran quinientos Los sitiados Los aclamados Los invictos Ealthor y sus quinientos En Dunstath son sitiados Por cien días son cercados Los tupir cayeron a cientos Quinientos eran los valientes Con Ealthor a la cabeza No hubo mayor firmeza Que la de estos combatientes El traidor Viriano los acuerdos rompió Burdomar atacó a traición Oramntheer, hijo de Ealthor, inició la acción Ealthor al continente volvió Ealthor, el Grande, a los virianos se enfrentó Sobre bosques y planicies lucharon Sin tregua sobre los traidores marcharon 77 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Ealthor, el Grande, a la virianos derrotó Nadie sabe cuando a Laura conoció Por su sangre plebeya estaba prohibida Aquella relación tan querida El Convokanther así lo estableció Mas nada era más poderoso que aquel amor A escondidas con su amada se encontraba Entre zarzas y arbustos la amaba El fuego de su pasión era un clamor Su amor por Laura era su debilidad Julianthar, el mezquino, lo sabía Y así una trampa urdiría Tal era su maldad Iba Ealthor al encuentro de su amada Cuando le tendieron la emboscada A Julianthar mató de una estocada Mas finalmente murió junto a su adorada Sus asesinos encontraron el castigo Oramntheer II los colgó a racimos Mas recuperar aquel amor que perdimos Es la esperanza que aún abrigo Lágrimas y aplausos acogieron el emotivo final de la historia, que casi todos conocían de antemano. Incluso Cromber arrojó un darplet de cobre, aunque le había parecido un tanto ruidosa y falta de ritmo, siendo compasivos una improvisación mediocre. Por no hablar de las licencias poéticas que se tomaba con respecto a la auténtica historia registrada, que se le antojaron excesivas. No obstante, apreciaba el esfuerzo dramático del bardo, las venas de su cuello se hinchaban visiblemente y su piel enrojecía ante su empeño por declamar correctamente. ◙◙◙ 78 Capítulo 3. Un alto en el camino Oldarf abrió una nueva botella de vino de Artián, rellenando sus jarras una vez más. El juglar, que se había retirado a descansar, rodeado de cortesanas buscando sus afectos, dejó la cerveza que estaba tomando sobre la barra y comenzó a entonar melódicos ritmos con su arpa. Algunas prostitutas comenzaron a bailar tímidamente entre los taburetes. Nadia, apurando el vino de su jarra, se subió sobre la mesa; rompió la falda de su vestido por un lateral para obtener una mayor libertad de movimientos y comenzó a bailar al son de la música. Sus movimientos iniciales eran suaves aunque sensuales. Conforme se incrementaba el ritmo de la música, aumentaba su frenesí. Pronto sintió calor y rompió su vestido por el escote, mostrando su estilizado cuello y el nacimiento de sus exuberantes senos. Saltó de mesa en mesa sin parar de bailar y contonearse. Pronto todos los hombres de la sala tenían sus ojos puestos en ella. Algunas cortesanas se quejaron, pero después de advertir como babeaban incontroladamente algunos, comenzaron a pensar que, después de todo, aquella no iba a ser una mala noche para el negocio. Se desplazaba con agilidad por toda la taberna, sin dejar de moverse al compás de la melodía. Se aproximó a donde se encontraba su silla, frente a Cromber; se encaramó sobre la mesa danzando y contoneándose provocativamente, agitando sus cabellos a uno y otro lado, mientras sus brazos marcaban un ritmo sensual y salvaje. Con la mirada ardiente y unos labios entreabiertos que no pronunciaban ninguna frase, tendió una mano al titán. Éste le guiñó un ojo y sonrió, pero no aceptó su mano; no porque fuera precisamente inmune a los encantos de la mujer, sino porque la cantidad de vino de Artián injerida, aún no era suficiente para hacerle perder el sentido del ridículo. Ligeramente contrariada, Nadia retiró su mano tendida, sin parar de bailar. Su compañero de viajes le envió un beso con la mano, ella se lo devolvió de la misma manera. Luego se giró, acercándose danzando a uno de los hombres apoyados en el mostrador, un joven enjuto y moreno, con una espada colgada de 79 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes su cinturón. Antes de que le tendiera su mano ya se encontraba bailando con ella. A su alrededor se formó un corro que comenzó a aplaudirles. La mujer se restregó sensualmente contra él, mientras acercaba sus labios a los suyos, retrayéndolos siempre antes de que hicieran contacto. Fuera de sí el hombre extendió sus manos sobre los pechos de la muchacha, quien se libró de ellas con un brusco gesto. Echándose hacia atrás, Nadia se contoneaba febrilmente, agitando sus cabellos al son de su cuerpo, en un frenesí salvaje y sin freno. Su pareja de baile siguió sus pasos poseído por el deseo. Con gran habilidad consiguió sentar al hombre al ritmo de la música. Girando sobre sí misma, se acercó agitándose al trovador, quien nervioso aceleró el ritmo de su melodía. Acariciando con una de sus manos la peinada melena del juglar, lo besó en los labios. Argelius dejó de tocar. La mujer cogió su mano libre entre las suyas, al tiempo que le susurraba algo al oído. El bardo se disponía a reanudar el concierto, a petición de la muchacha que lo acababa de besar, cuando inesperadamente recibió un tremendo puñetazo por parte del hombre que instantes antes bailaba con ella, visiblemente arrebatado por un ataque de celos. Argelius y su extraña arpa fueron a parar de bruces al suelo. Su agresor se volvió hacia Nadia, su irritación era patente. La mujer, apoyada contra el mostrador, tanteó con su diestra en busca de algún objeto, su mano se cerró sobre el cuello de una botella; con la celeridad del rayo la estampó contra la cabeza del varón, que cayó fulminado por el impacto. ―¡Lástima! ―pronunció la muchacha al comprobar que la botella, que acababa de romper, no estaba vacía. ―Yo pagaré los daños ―se apresuró a añadir. Volviendo hacia su silla, metió la mano en su misterioso macuto y extrajo cuatro darplets de oro que le entregó a Oldarf, para sorpresa de todos. ―Pero, pero... esto es demasiado ―dijo el tabernero con dificultad. 80 Capítulo 3. Un alto en el camino ―Invita a todos a una ronda ―replicó Nadia―. Y, a nosotros, tráenos el mejor aguardiente que tengas. Unas prostitutas sacaban al juglar apoyado sobre sus hombros para que el aire fresco lo despabilase. Oldarf ya se había encargado de “colocar” al alborotador noqueado por la muchacha. Lo dejó tumbado junto a las escaleras de acceso a la taberna, después de comprobar que, aunque con la cabeza rota, seguía vivo. ―¡Caramba! ―intervino el titán cuando aquella regresó a su mesa―. Veo que sabes dejar una “fuerte” impresión en los hombres. ―¡Muy gracioso! ―contestó la mujer― ¿Y tú dónde estabas? ―¡No parecías necesitar ayuda! ―sentenció categóricamente el guerrero. Ambos rieron largamente, entre jarras de aguardiente de Kimtash ◙◙◙ Oldarf destapó la tercera botella de aguardiente junto a su mesa. Cromber, entre brumas de alcohol, observó paciente cómo limpiaba la mesa y rellenaba las jarras hasta rebosar. Nadia, con los ojos entrecerrados de la embriaguez, sonreía apaciblemente. ―¡Probad este aguardiente de hierbas! ―dijo el tabernero tendiéndoles sus vasos―. Lo he elaborado yo mismo, con el mejor aguardiente de Kimtash y un condimento secreto que me enseñó mi abuelo. Nadia apuró su jarra de un largo trago, parte del líquido se deslizó por la comisura de sus labios, resbalando por su escote. Cromber sorbió con algo más de moderación. ―¡Mmmm...! ¡Buenísimo! ―dijo la mujer relamiéndose. 81 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Un gesto del titán corroboró la apreciación de su compañera. Satisfecho Oldarf regresó al mostrador para ayudar a Roxana, que había comenzado a recoger. Casi todos los clientes habían vuelto a sus casas o subido a sus habitaciones. Tan sólo un puñado de ellos continuaba en el local, apurando sus últimas copas. ―Sólo por curiosidad, Nadia ―comentó un titán que comenzaba a tambalearse sobre su asiento―, ¿esa “bolsa” tuya está llena de monedas como esas? ―Ni se te ocurra curiosear entre mis cosas ―advirtió la mujer haciendo un esfuerzo por mantener los ojos abiertos, mientras sujetaba con fuerza su macuto. Alguien debía de haber puesto plomo en sus párpados pensó. ―No me interesan “tus cosas” ―replicó el varón―. Pero te confieso que sí tengo curiosidad por saber qué te ha producido tanto sufrimiento. Cuando la bruja lo mencionó te pusiste lívida... ―¡Por favor, Crom! ¡No quiero hablar de ello! ―interrumpió tajante, aferrando su jarra con ambas manos. ―De acuerdo, como quieras. Hablaré yo ―continuó Cromber sorbiendo un trago de aguardiente, había dulzura en su tono―. Como ya sabes en otros tiempos fui gladiador, aquí mismo, en Darlem. ―Sí, lo sé, te llamaban Zakron ―los ojos de la muchacha se iluminaron, el varón juzgó que a causa del alcohol. ―No estoy muy orgulloso de esa época de mi vida, pero pagaba mis gastos ―continuó el titán―. Un día, sin embargo, las cosas se torcieron y me vi obligado a abandonar el reino. ―¿Qué pasó? ―preguntó Nadia intrigada, mientras su mano izquierda sostenía su barbilla. ―Eso carece de importancia ahora ―eludió responder―. Llegué al condado de Foreas Wunt en Burdomar, seguía la Senda Real hacia Barnade, cuando una urgente necesidad fisiológica me obligó a hacer un alto. 82 Capítulo 3. Un alto en el camino ―Te estabas meando ¿No? ―interrogó ella. ―Sí, más o menos ―contestó él algo turbado―; entonces, no sé bien de donde salió, una mano apoyó una daga contra mis… “intimidades”. ―¿Tu miembro? ―Afirmó más que preguntó la muchacha, que comenzaba a encontrar divertida la historia. ―Aparecieron a docenas, rodeándome ―continuó relatando―. Ignoraba como habían podido permanecer escondidos. Su líder se acercó a mí, “El Enmascarado” lo apodaban, uno de los bandidos más famosos de Burdomar. Nunca llegué a saber su verdadero nombre, aunque algunos de los suyos lo llamaban Brocos. Creía que había llegado mi hora ―hizo una pausa para echar otro trago―. Pero entonces uno de sus hombres me reconoció. Aquello me salvó la vida. “El Enmascarado”, que parecía conocer las circunstancias de mi huida, me ofreció un trato: “Tienes dos opciones”, me dijo, “unirte a nosotros o perder tus „pelotas‟”. La mano del cuchillo presionó con fuerza acompañando a sus palabras ―apuró el aguardiente de su jarra―. Como siempre he tenido un gran cariño a mis “partes”, accedí. ―¿Te hiciste ladrón? ―preguntó animada Nadia, mientras hacía señas a Oldarf para que trajese una nueva botella. ―Algo parecido ―repuso el titán―. En realidad yo no tenía ninguna intención de cumplir la promesa hecha. El juramento hecho por la fuerza no tiene ningún valor para mí ―añadió adelantándose a cualquier reproche―. Cuando estuve repuesto y con mis “intimidades” a recaudo, me giré con la intención de encararme con aquellos salteadores y hacerles pagar la humillación sufrida. Fue entonces cuando la vi, la criatura más hermosa jamás creada, recuerdo que pensé. Sus manos aún sostenían aquel cuchillo que había amenazado mi... “integridad”. Se llamaba Agripina y al parecer era la sobrina de Brocos. Desde que nuestras miradas se cruzaron fui un miembro más de la banda. Hubiese saqueado Barnade, si ella me lo hubiese pedido. Hizo una pausa para beber un trago de aguardiente. Fue a echarse más, pero Nadia se había terminado la botella. Roxana les trajo una nueva. Oldarf atrancaba la puerta de entrada. Dentro no quedaba nadie más que ellos. 83 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―Esta es la última ―advirtió la tabernera mientras les servía―. Es muy tarde. Vamos a cerrar. Podéis quedaros aquí el tiempo que gustéis, ya sabéis donde están vuestras habitaciones. ¡Hasta mañana! ―se despidió guiñando un ojo a Cromber. ―¿Fuisteis amantes? ―preguntó curiosa cuando el matrimonio hubo desaparecido. ―¿Otra vez? ―Le increpó el titán sobresaltado. ―Me refiero a Agripina ―matizó ella. ―¡Ah, sí! ¿Por dónde iba? ―contestó algo azorado―. No fue nada fácil ―continuó la narración―. Durante meses se mantuvo esquiva y arisca ante mi insistencia. Finalmente se rindió, aunque antes hube de rescatarla de una fortaleza en Sumarth, un condado más al Norte de donde actuábamos, donde la retenían prisionera, al haberla capturado una patrulla. Los meses siguientes fueron de los más felices de mi vida ―echó un trago―. Foreas Wunt es una región densamente boscosa atravesada por dos de las principales rutas de la Senda Real, las que unen Tirso con Barnade y con Jezal. La tierra propicia para unos salteadores, proporciona fácil escondite y un gran tránsito de mercancías. “El Enmascarado” nunca robaba a los pobres, ni privaba a sus víctimas de la totalidad de sus pertenencias; además tenía la costumbre de repartir, parte de su botín, con los aldeanos más humildes de la comarca. Pero no te confundas, no le guiaba ningún altruismo, de ese modo se granjeaba su simpatía y apoyo, que eran vitales para su subsistencia. El ruido juguetón de unos ratones entre los estantes, interrumpió su relato. Ambos se giraron. Rieron al sorprender el motivo de su alarma. ―Como decía ―continuó el varón―, fueron, quizá, los meses más felices de mi vida. Amaba a aquella mujer y ella me correspondía. Juntos nos veíamos involucrados en continuas aventuras, ya fuesen de saqueo, ya de amor, junto a ella me sentía pleno, dichoso. Pero entonces vino la peste ―interrumpió la narración, parecía costarle hablar―. No pude hacer nada. Ella se moría en mis brazos y yo no podía hacer nada, excepto gritar de rabia y dolor ―los ojos del titán se humedecieron, o eso le pareció advertir a su compañera―. La enterré en las proximida84 Capítulo 3. Un alto en el camino des de la Senda Real, cerca de un pequeño arroyo junto al que habíamos pasado algunos de nuestros mejores momentos. Después de aquello me fui a las Bitta a recluirme del mundo, como ya sabes. El resto es historia. ―Una pérdida, sobre todo la de un amor, es siempre un gran dolor ―sentenció la muchacha, tras un largo silencio―. Pero ninguno puede compararse con el sufrimiento y la frustración que arrastra la traición. ¡Ojalá Bern hubiese muerto! Al menos hoy le recordaría con cariño y no con este odio que me corroe ―hizo una pausa mientras contemplaba su jarra vacía―. ¡Maldito tramposo! Al final consigues que te lo cuente. ―Sólo si tú quieres ―advirtió el varón tras probar un prolongado trago de aguardiente. ―Escucha pues ―continuó ella―, pero mañana negaré que estas palabras hayan salido de mi boca. Nací y me crié en Bittacreos, capital de las Bitta como sabes, durante mi adolescencia mi familia se trasladó a Policreos, ya hemos hablado de ello. Allí conocí a Bern. Era guapo, inteligente, atento, cortés y muy cariñoso. ¿Qué más podía pedir una mujer? Me enamoré locamente de él ―hizo una pausa contemplando su jarra vacía, Crom vertió en ella lo que quedaba de la botella―. Durante algunos años fuimos algo más que amantes, juntos estudiamos con Diógenes, nos encontrábamos furtivamente en los jardines de la ciudad, amábamos, pensábamos y vivíamos juntos. Él me inició en el sexo y nunca creí que fuese a haber otro hombre en mi vida. Lo era todo para mí; mi luz, mi cordura, mi amor. Un día, hace algo más de seis años, sin previo aviso se casó con la Condesa de Pontenges, veinticinco años mayor que él ―las lágrimas empezaron a aflorar tímidamente en el rostro de la mujer―. No entendía nada, yo creía serlo todo para él, y descubrí que nuestro amor valía mucho menos que el poder de un condado. Consiguió engatusarme para que siguiéramos viéndonos. ¿Cómo iba a negarme? ―elevó los brazos en gesto de resignación―. Seguía estúpidamente prendada de él. Nos veíamos en su propia casa de campo, cuando según él su anciana esposa estaba ausente. En una de esas ocasiones, me pareció escuchar un ruido tras un gigantesco espejo que adornaba su dormitorio. Al ir a comprobarlo descubrí una falsa compuerta y allí estaba: Su 85 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes amante esposa deleitándose, mientras nos observaba haciendo el amor ―las lágrimas le caían ya en cascada, Cromber estiró su mano, resbalando por su cara en un ademán de limpiárselas―. Vomité del asco. Salí corriendo, aunque hubiese querido morir allí mismo. Después de eso me fui de las Bitta, quería alejarme de aquel lugar, y me dediqué a recorrer el mundo para olvidar... ―su aflicción le impidió continuar. Entre sollozos sus lágrimas inundaron su hermoso rostro. El guerrero se acercó a la mujer, con el anverso de sus manos la secó como mejor pudo, con un gesto cariñoso le acarició el pelo y la abrazó. Ella encontró el consuelo de su hombro. ◙◙◙ Permanecieron largo rato abrazados. La luz del candil que había sobre su mesa, el único que permanecía encendido, comenzaba a debilitarse. Cromber lo cogió entre sus manos y con gestos le indicó que sería un buen momento para que subiesen a descansar. Al soltarla la muchacha se tambaleo. El titán la sostuvo con su mano libre. Habían bebido demasiado, hasta él cuya constitución le permitía soportar el alcohol hasta niveles muy superiores a los humanos, sentía contundentemente sus efectos: Visión borrosa, mareos y la sensación de que el suelo de la taberna estaba en permanente movimiento. No comprendía cómo ella aún se mantenía en pie. Caminaron dando tumbos, apoyados el uno en el otro, hasta el inicio de las escaleras. Las brumas etílicas, lejos de desaparecer, se hacían más espesas cuando levantaba la vista hacia el próximo rellano. Cogidos por la cintura iniciaron un penoso ascenso por las escaleras. La madera crujía resentida bajo su peso. A medio camino, Nadia tropezó cayendo sobre los peldaños, a punto estuvo de arrastrar en su caída al varón, que casi perdió el candil. Se agachó para ayudarla a levantarse, sus ojos azules se encontraron con los negros de ella que lo miraban fijamente. Estaban muy cerca, podía sentir su aliento ebrio golpear contra su cara. Sus labios rosados y carnosos se entreabrieron en lo que él tomó como una invitación. Las brumas se desva86 Capítulo 3. Un alto en el camino necieron ante el creciente empuje de su libido. En un supremo esfuerzo de voluntad se contuvo, no quería hacer algo de lo que sabía se arrepentiría al día siguiente. Colgó el candil de un saliente en la pared. La ayudó a incorporarse; tambaleándose la muchacha se inclinó sobre él, su cuerpo se pegó al suyo, sus labios se rozaron. El titán sintió como un deseo irreprimible se apoderaba de él. “¡Qué demonios****!”, pensó, “Mañana habrá tiempo de sobra para arrepentirse”. Sus labios buscaron los de ella y la besó apasionadamente. Nadia no lo abofeteó, ni chilló, ni lo insultó, como inconscientemente hubiese esperado. En su lugar, le devolvió el beso con una pasión desmedida. Sus bocas se fundieron en una sola durante un prolongado lapso de tiempo, deteniéndose tan sólo para aspirar. Su respiración fue haciéndose cada vez más entrecortada. Sus manos acariciaban y jugaban con sus cabellos, continuaba besándola en los labios, en la frente, en el cuello... y seguía bajando. Ella suspiró, sus manos recorrían el cabello y el rostro de Cromber, sus labios devolvían sus besos, exploraban su piel. El peso de la embriaguez parecía esfumarse. Las manos del titán comenzaron a surcar y acariciar aquel cuerpo femenino, al principio por fuera, luego por los resquicios que dejaba su destartalado vestido. Ella trató de imitarlo, sin dejar de devorarlo, pero tropezó con la hermética armadura. ―¡Maldición, la armadura! ―protestó Nadia―. Subamos a la habitación ―añadió con dulzura entre tímidos gemidos―. Me muero por hacer el amor. Subieron perezosamente lo que les quedaba de escaleras, fundidos en un abrazo sensual, bebiendo de los labios del otro, tropezando a cada peldaño. Cuando llegaron arriba él la guió hasta su habitación. Cuando iban a entrar, al percatarse Nadia de que se trataba de su propia habitación, lo detuvo con firmeza. **** Los humanos daban el nombre de Demonios a los Reptilianos, aunque su origen etimológico viene de algunos ritos arcanos. Cromber, sin embargo, utiliza aquí la expresión en un sentido coloquial. Como frase hecha. 87 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―¡No, aquí no! ―dijo brusca y dulcemente a un tiempo― En tu habitación mejor. Ella lo miró fijamente con esos ojos que lo desarmaban. Él no discutió. Entraron en la habitación del guerrero. Encendieron el candil. Junto a la cama estaban la silla de montar, las armas y las vituallas. Sin tregua, Nadia comenzó a desabrochar las complicadas hebillas y remaches de la armadura. Recorriendo con los labios aquellas partes del titán que iban quedando al descubierto. Demostrando una habilidad extraordinaria, especialmente teniendo en cuenta su embriaguez, consiguió librarle de su armadura, de la cota de mallas que la complementaba y del jubón de cuero, que llevaba debajo, en tan sólo unos momentos. Tumbándose sobre la cama, el varón, se quitó las botas, quedándose tan sólo con un simple taparrabos y un peculiar collar de cuero rodeado de círculos negros y rojos. Los ojos de la mujer se iluminaron imperceptiblemente al examinar este último. Ella observó a su amante a la luz del quinqué, era enorme y musculoso, aunque muy bien proporcionado, sobresalía en algo más de media pierna de la cama. El vello le crecía abundante en piernas, brazos y pecho, y podían distinguirse algunas cicatrices en su cuerpo, especialmente en las extremidades y el abdomen. A juzgar por el bulto de sus calzones no había desarmonías en su anatomía ―dio gracias a Milarisa por ello―. La miraba con aquellos refulgentes ojos azules que la estremecían y cautivaban. Se sentía arder en deseo. Él la contempló desde la penumbra. Entre contoneos y con gracilidad se había despojado de su harapiento vestido y estaba completamente desnuda. Era aún más hermosa de cómo se la imaginó aquella tarde en el Hiuso. Su piel, tersa y suave, tenía un cierto tacto oleaginoso, sus formas eras perfectas; la voluptuosidad de sus curvas, pensó, podrían fundir el acero. Le gustaban particularmente sus marfileños senos, algo generosos en su tamaño; pero sobre todo le cautivaban sus brillantes ojos negros. Unos ojos que le estaban mirando y atraían con todo su magnetismo. Sentía como el fuego de la pasión lo estaba consumiendo. Volvió a besarla, como si su vida pendiera de aquellos labios, ella colaboró con el mismo ardor, mientras con su mano lo liberaba del taparrabos. Fundidos en un abrazo pasional, sus 88 Capítulo 3. Un alto en el camino manos recorrían y acariciaban cada centímetro de su piel entre suspiros y jadeos. Sus labios siguieron a sus manos bajando por la barbilla, deteniéndose largo rato en el cuello, para después deslizarse hacia sus pechos, que sus manos ya acariciaban con dulzura, los chupó y mordisqueó con suavidad arrancándole algunos sonoros gemidos. Siguió recorriendo su cuerpo besando cada centímetro en dirección a su Monte de Venus, al llegar a él aplicó diestramente su lengua a cada recodo, ella comenzó a agitarse y convulsionarse entre gemidos y gritos de gozo, su ritmo se hizo cada vez más frenético, sufriendo involuntarios espasmos de placer, hasta alcanzar el clímax. En la habitación de Nadia, un juglar con un ojo amoratado esperaba tumbado sobre la cama, en su mano sostenía la llave que le dejó una hermosa mujer después de besarlo. Aquél, definitivamente, no había sido su día. Una prostituta le había robado la mitad de lo recaudado en la sesión, un borracho celoso le había golpeado con saña y la bella doncella, que habría de consolarlo esta noche, no había aparecido a la cita. Para colmo no dejaban de oírse los ecos de la pasión de la pareja de la habitación contigua. En el almacén, sentada pacientemente sobre una vieja mecedora, se encontraba Roxana, que no paraba de oler el perfume de su pronunciado escote y mirar hacia el reloj de arena que había colocado a su lado. Faltaban apenas un par de vueltas para el amanecer y su amante aún no se había presentado. Lo había presentido desde el mismo instante en que contempló la hermosura de su acompañante. Pero, por si acaso, esperaría un poco más. Tras unos prolongados preámbulos, en los que sus cuerpos sudorosos se habían entregado mutuamente, Nadia suplicó al titán que entrara antes de que el fuego de sus entrañas la consumiera y no quedaran más que sus cenizas; los prolegómenos la habían dejado al borde de la extenuación. Su amante la obedeció, deseoso también de aplacar su propio incendio. Ambos se fundieron en un solo ser. Siguieron amándose sin descanso hasta el alba. Cuando la mujer despertó, se encontraba desnuda, tumbada sobre Cromber y abrazada a él. Hizo un esfuerzo por recor89 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes dar, su mente manifestó diversas emociones al evocar lo acontecido, desde miedo o pesar a una gran satisfacción. Temía haberse equivocado, que aquello hubiese sido un gran error, y seguramente lo era, pensó. No obstante, se apretó fuertemente contra él, como si quisiera atrapar aquel instante. Luego, sigilosamente se vistió y abandonó la habitación. Debía recuperar urgentemente su macuto, que había dejado olvidado la noche anterior junto a su mesa. 90 CAPÍTULO 4 MARTHEEN, EL MERCENARIO L as últimas luces del atardecer iluminaban Finash. Desde el ventanal del Salón de Audiencias del Palacio Real, podía observarse el destello anaranjado del ocaso salpicando los edificios del sector Norte de la ciudad, hasta sus majestuosas murallas; destacando la cúpula dorada del flamante Templo de Bulfas. Gothenor, Rey de Messorgia, contemplaba el paisaje con la mirada perdida en el horizonte. En la penumbra de la estancia apenas podía distinguirse poco más que su silueta. Sus cabellos, tan canosos como escasos, le caían por encima de los hombros; una larga barba igualmente grisácea le llegaba hasta más abajo de la cintura. Regias vestiduras, repletas de encajes, broches y bordados, cubrían su maltrecha fisonomía; encorvado, posiblemente debido a su avanzada edad y su frágil salud, se sostenía apoyando ambas manos sobre su adornado cetro. Pensativo, el monarca del más alejado de los reinos kantherios*, reflexionaba sobre el duro peso de la corona. Su reino se desmoronaba y sentía como le faltaban las energías para acometer los desafíos que se avecinaban. Hacía ya algo más de medio siglo que alcanzó el poder. Todavía podía estremecerse al recordar su júbilo de entonces, en contraste con su pesimismo y abatimiento actuales. Cuando los dioses le ofrecieron el trono de Messorgia en sucesión del defenestrado Miriathos IV, quien había caído en desgracia al tomar partido por la causa de los titanes, no advirtió que era una manzana envenenada lo que le * Los reinos kantherios fueron fundados milenios antes de Advenimiento por el pueblo de las Islas Fekyas, que se llamaba a sí mismo kantherio ―de ahí el nombre―. Es por ello que pese a que hayan transcurrido muchos siglos desde que los reinos kantherios se independizaron del poderoso Convokanther ―Clan de los nobles que regía las instituciones políticas kantherias― de las Fekyas, éstas siguen siendo un referente válido. Es desde este punto de vista en que Messorgia es el más alejado de los reinos kantherios, el que más distante se encuentra de las islas Fekyas. La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes entregaban; con su ímpetu joven y voraz la mordió hasta dejarse la dentadura en ella. Durante décadas su preocupación fundamental fue la de legitimar su usurpación. Ahora, cuando ya casi nadie cuestionaba su reinado, se había convertido en un viejo decrépito, prácticamente incapaz de sostenerse en pie a sí mismo, y sin ningún heredero legítimo que perpetuase su dinastía y su estirpe. No había tenido descendencia pública, a pesar de haber contraído matrimonio en dos ocasiones. Aunque sí existía un hijo no reconocido, concebido por su prima Amalia. Lo habían llamado Ealthor, en honor al legendario héroe kantherio, pero no parecía haber sido suficiente para que heredara también su temple. Como era el hijo de su prima y, por tanto, también su familiar vivo más directo, no extrañó en exceso que lo hiciera general de sus ejércitos. Superando la cuarentena, aquel fruto de su unión ilegítima, no lo había colmado precisamente de satisfacciones, el pueblo hablaba abiertamente de su incompetencia y le achacaban el desastre del Lavare, cinco años atrás, durante la guerra contra los amónidas. Por si fuera poco, entre las gentes de Finash se rumoreaba la verdad y le apodaban “el bastardo”. Gothenor, hombre frío y cruel que difícilmente se vería cegado por un amor de padre, era perfectamente consciente de las deficiencias de su único “hijo”. Pero no tenía alternativas, quería ver perpetuada su estirpe, ambicionaba con dar origen a la más poderosa dinastía de Messorgia. Su secreta esperanza eran sus nietos; su deseo: que se parecieran lo menos posible a su padre. Un ruido de pasos interrumpió sus reflexiones. Sin necesidad de volverse supo que se trataba de su mujer, Gralinda. Reconocería aquella manera de “trotar” en medio de una tormenta pensó. Fingiéndose sorprendido se giró hacia ella. ―¿Eres tú querida?... ―forzó la tonalidad su voz para que sonara agradable, pero, como ya le había ocurrido otras veces, no fue suficiente para ocultar la frialdad de su expresión. ―Sí querido, soy yo ―contestó ella con timbre meloso, como si la respuesta hubiese sido necesaria― ¿Por qué estás tan a oscuras aquí? ¿Otra vez pensando? ¿Más problemas? No lo 92 Capítulo 4. Martheen, el mercenario entiendo. ¿De qué sirve pensar tanto? Y ¿por qué sin luz? Que yo sepa no es necesaria la oscuridad para pensar. Ya lo decía mi difunta abuela, que Bulfas acoja en su seno, pensar mucho es malo, da dolor de cabeza y hace que te salgan arrugas y se te caiga el pelo... Por toda respuesta Gothenor alzó su mano izquierda a la altura de su rostro, con este gesto esperaba conseguir acallar a su esposa. No era una orden, sino más bien una rendición; prefería enfrentarse a todas las ciudades-estado amónidas antes que seguir escuchando aquel incesante parloteo. A su entender, los dioses habían cometido su más grave error al dotar a la mujer de la capacidad para hablar. ―¡Arnaldo! ¡Bertigia! ―gritó el soberano entre toses. Dos criados, un hombre y una mujer, aparecieron presurosos en la estancia, inclinando la cabeza al entrar como respetuoso saludo a los monarcas. ―El señor desea que se enciendan las luces ―anticipó Gralinda acompañando su orden con sendas palmadas. Con gran diligencia, los sirvientes encendieron los candiles y las velas que rodeaban el salón. Cuando hubieron terminado, dirigieron su mirada hacia Gothenor, quien los despidió con un leve gesto. Apenas salieron se volvió hacia su mujer, a la que pudo contemplar ahora a la luz de las velas. Podía decirse que aún era joven, treinta y cinco años menor que él. A sus ojos todavía era hermosa: sus largos cabellos rubios seguían acelerando sus latidos; además, últimamente había adquirido cierta “robustez”, debida en buena medida a su desmesurada afición por la repostería real, que hacían que la encontrara cada día más deseable. Bastaba con ver cómo la miraba, para cerciorarse de que los encantos de su juventud compensaban, a los ojos de su cónyuge, sus escasas luces. Consciente de la admiración que despertaba, Gralinda aprovechó para confiarle sus temores. ―Estoy muy asustada esposo mío, te pasas el día dando vueltas de aquí para allá preocupado, y Ailflier ha estado contando a las damas que el reino de Messorgia no volverá a ver 93 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes una primavera más. Se rumorea que un gran ejército del este va a invadirnos y que son como demonios o algo así. Naomi dice que un amigo del primo de la cuñada de la vecina de su tío ―el rostro de Gothenor iba desencajándose paulatinamente― les habló de grandes hordas mágicas que destruyen cuanto encuentran a su paso. ¿Es cierto eso? ¿Es por ello que estás tan preocupado últimamente? ―las palabras salían atropelladamente de sus labios, produciendo un chirrido estridente que delataba su angustia, casi con tanta nitidez como sus humedecidos ojos― ¡Dime la verdad! Todos creen que soy tonta, pero no lo soy. Tú lo sabes... ¡ssnniiif! ¿Qué será de nosotros? ¿Qué... De nuevo un, más desgarbado que regio, gesto de la zurda real consiguió el silencio. Gothenor trató de hablar, pero un prolongado ataque de tos se lo impidió. Momentos después, apoyado en el hombro de su mujer, recuperó la compostura, tratando de disimular la cólera que su débil estado de salud le producía. ―¡Patrañas! ―protestó enfurecido sin dejar de toser―. He de afrontar una de las más graves crisis de mi reinado y mi consorte, mi reina, se dedica a escuchar las sandeces de un noble afeminado y una sirvienta adolescente ―tosió nuevamente, carraspeó y tomó saliva antes de continuar―. Recuerda esto, mujer insensata y olvida esos cuentos para asustar a las viejas y los niños: el Reino de Messorgia se ha enfrentado anteriormente en... ―su voz se iba haciendo cada vez más ronca y quebradiza, la hinchazón de las venas de su cuello, y el tono rojizo que había adquirido su tez, reflejaban su estado de exaltación― ...en numerosas ocasiones, a lo largo de su historia, a esos pérfidos de Hamersab. Y en todas esas ocasiones hemos conseguido prevalecer al peligro. Ahora no será distinto. Incluso cuando, en la Guerra de Los Dioses, Finash y el reino entero cayeron en manos del enemigo, nuestros ancestros volvieron a reconquistarlo. No te preocupes, paloma mía ―añadió suavizando su voz―, ahogaremos a esos perros en las arenas del Goblio. Nada has de temer... El criado llamado Arnaldo entró de nuevo en la estancia, inclinando hacia delante la cabeza como establecía el saludo kantherio de sumisión. ―Perdón... Majestad ―intervino temeroso el sirviente. 94 Capítulo 4. Martheen, el mercenario El anciano Rey hizo un marcado gesto con el que le indicó que podía continuar. ―Vuestros generales os aguardan, Señor... ―Muy bien ―visiblemente complacido Gothenor había dejado de toser―. No te demores. ¡Hazlos pasar! Sin mediar palabra, Gralinda, inclinándose con un leve gesto en señal de despedida, abandonó la estancia abrumada por el peso de sus pensamientos. Lejos de tranquilizarla las palabras de su marido le habían convencido de la gravedad de los acontecimientos. Una nube de incertidumbres se abatió sobre ella: Qué sería de sus vestidos, de sus joyas y enseres, quiénes la servirían, dónde viviría si el Palacio Real llegase a caer en manos de los Hamersab. La mera idea de soportar tales privaciones la angustiaba. Definitivamente su abuela tenía razón, pensar no podía ser una actividad saludable. ◙◙◙ El Salón de Audiencias, ahora ampliamente iluminado, combinaba la sobriedad de la piedra con una rica decoración en cortinas y tapices de Mortinam. Un elevado trono tallado en madera lo presidía, rodeado por una escalinata semicircular de mármol. No había otro mobiliario en la estancia, con excepción de una pequeña mesa frente al pie de ésta. Esta austeridad, que contrastaba con la opulencia de otros aposentos reales, obedecía a un diseño premeditado; de este modo, se obligaba a que todos los presentes se mantuvieran erguidos en presencia de su monarca. Desde su asiento en el trono, Gothenor esperaba con expresión altiva la llegada de sus generales. Cuatro miembros de los Arqueros Reales, guardia personal del Rey, entraron en el Salón y, tras saludar marcialmente a su soberano, flanquearon la entrada a ambos lados, manteniéndose firmes en sus posiciones. Momentos después, hicieron su aparición los integrantes del Supremo Consejo Militar de Messorgia, a los que había convocado para afrontar la crisis. A 95 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes un gesto de Gothenor los tres hombres se aproximaron al trono; mientras éste los observaba fríamente. A su izquierda se situó Vitrosgham, su general de confianza. Vestía una armadura de gala con el escudo kantherio, un águila sosteniendo una espada entre sus garras, grabado en ella. De mediana edad, había perdido casi todo el pelo que le cubría la cabeza, aunque lucía una cuidada perilla. Era su hombre más experimentado, enteramente leal y, lo que era su mayor virtud, carecía de ambiciones. A su derecha se encontraba Alcio, quien con algo más cincuenta años era el comandante en jefe de los Arqueros Reales. De estatura media y fuerte complexión, vestía la indumentaria oficial de su guardia personal. Su barba y cabellos canosos contribuían a reforzar su imagen de persona prudente y profesional. Era sin duda el más inteligente de sus oficiales, pero aunque su lealtad no tenía tacha, su comportamiento a veces en exceso libertino y vividor había truncado su trayectoria. El centro lo ocupaba su propio hijo bastardo, Ealthor. Con apenas 41 años era el general supremo de sus ejércitos. Llevaba puesto un lujoso uniforme repleto de adornos; dibujado en su peto un León sobre sus patas traseras, símbolo nacional de Messorgia. Sus cabellos rubios estaban cuidadosamente peinados, bien parecido en general, tenía un considerable éxito entre las damas de la corte. Desgraciadamente, pensó para sus adentros Gothenor, estas cualidades no parecían extenderse a otros campos. Y éste era el gran problema. No podía privar a su hijo de la jefatura de sus ejércitos, pero tampoco se atrevía a dejar el futuro del Reino en sus manos. Tener a un inútil al mando de las tropas en tiempos de paz, lejos de ser preocupante reportaba una cierta protección contra cualquier tentativa de asonada; pero ahora, con la guerra a las puertas de Messorgia, podía ser toda una temeridad. Tras intercambiar algunos saludos con los presentes, pidió a Vitrosgham que expusiera con detalle el estado actual de la situación, así como de los efectivos con que eventualmente podría contarse para hacerla frente. 96 Capítulo 4. Martheen, el mercenario ― Señor, según los informes de nuestros espías, un ejército de los Hamersab se aproxima al borde occidental del Goblio. Nuestras estimaciones son que comenzarán a entrar en territorio de Messorgia antes de que termine la primavera. No es previsible que se demoren. Ya casi han cruzado el Goblio, aprovecharon el invierno para atravesar el corazón del desierto, no olviden que es la zona más árida y calurosa del mundo conocido; pronto las temperaturas serán infernales en aquella región. Ningún ejército podría... ―Perdonad que os interrumpa general ―intervino Alcio― Pero, ¿eso supone que tendrán cortada la retirada? ―No exactamente ―Vitrosgham acompañó la negativa con un movimiento de su cabeza―. Los Hamersab han combatido durante siglos contra los nómadas, que habitan el desierto, y están, por tanto, habituados a los rigores de su clima. No obstante, unas fuerzas de esas dimensiones, como las que ahora cruzan el Goblio, no pueden mantener su capacidad combativa en condiciones extremas y sin un abundante suministro de agua y víveres. Las provisiones, que puedan encontrarse en estos momentos en sus puestos avanzados y oasis, serán del todo insuficientes. Por ello, creo más bien que simplemente no han tenido en cuenta su retirada. Esa horda, que avanza hacia nosotros, está tan convencida de su poder que no ha previsto esa posibilidad. ―¡General Vitrosgham! Se le paga para que informe, no para que piense o haga vagas especulaciones ―actuó enérgico Ealthor queriendo hacer valer sus cargos―. ¿Qué sabemos de sus fuerzas? ¿cuántos son? ¿cuál es su composición? ―Aquí.. ¡hjumm.,., hjummm! ―Gothenor decidió intervenir, si bien un repentino ataque de tos le impidió hablar. Se hizo un silencio cubierto de miradas envenenadas, mientras su real persona recuperaba la compostura―. Aquí soy yo quien hace los reproches y las preguntas ―Enfatizó con la mirada dirigida expresamente a su hijo Ealthor―. Las opiniones de mis generales en este Consejo son siempre escuchadas y atendidas ―un nuevo ataque de tos le obligó a detenerse un momento―, y si alguien discrepa puede hacerlo aquí libremente. Esa es la finalidad de estas reuniones. Puede continuar general Vitrosgham. 97 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes El Rey de Messorgia no estaba dispuesto a que el comportamiento caprichoso de su hijo creara malestar entre sus generales más leales, ni le privara de cualquier opinión o análisis. No en aquellos momentos, en que el destino de su Reino podría estar en manos de las decisiones que allí se tomaran. ―El enemigo contaría con alrededor de doscientos mil efectivos, según los informes de que disponemos ―continuó el aludido militar―. Fundamentalmente se trataría de infantería ligera, aunque también es considerable la proporción de camelleros y arqueros a caballo. Se han visto miembros de los Inmortales, sus más afamadas fuerzas de élite, pero no más de diez mil. Lo más alarmante a este respecto son los rumores y vagas informaciones sobre la presencia de magos y caballeros sagrados entre sus filas. No obstante, este extremo no ha podido ser confirmado por nuestros espías. Sí se han visto, sin embargo, algunos jinetes sobre monturas voladoras, como los antiguos caballeros sagrados, pero en número muy escaso como para ser una clara amenaza. ―Eso podría suponer una confirmación de los rumores ―añadió Alcio mesándose la barba en gesto de preocupación―. Hasta donde yo sé sólo los caballeros sagrados han utilizado ese tipo de monturas. ―Quizá sea eso lo que quieren hacernos creer ―atajó Ealthor―. Tal vez sólo han encontrado y domesticado a algunos de esos Grai-Ar, esos gigantescos reptiles voladores que se utilizaron en las guerras de los dioses y de los titanes, y están exhibiéndolos por ahí para asustarnos como a viejas. ―Es posible ―admitió Alcio―, pero ¿cómo podría explicarse la caída del Imperio Azunzei en sus manos, en tan sólo unas estaciones, sin el concurso de los antiguos poderes de los dioses? ―No es la primera vez que los Azunzei caen bajo el yugo de los Hamersab ―respondió Vitrosgham―. Cierto que en esta ocasión la derrota ha sido especialmente fulminante, pero eso no nos permite extraer conclusiones precipitadas, tal vez fuese su propia autosugestión, al creer que sus enemigos conta- 98 Capítulo 4. Martheen, el mercenario ban con el respaldo de los dioses, lo que les condujo a esa rápida capitulación. ―De acuerdo una vez más, pero si mis olvidadizas nociones de historia no me engañan, en aquella ocasión, a la que aludís, los Azunzei fueron vencidos en el preámbulo de la Guerra de los Dioses y gracias a la participación de éstos ―añadió Alcio con una sonrisa cínica dibujada en los labios. ―Especulaciones, especulaciones y más especulaciones ―protestó Ealthor agitando nerviosamente los brazos. ―Prosigamos ―intervino Gothenor entre toses―. ¿Con qué efectivos podremos contar para hacerles frente? ―Sin sumar las guarniciones de las ciudades, podemos disponer de los cinco mil hombres de la frontera Este, acuartelados en la fortaleza del Goblio, contamos también con el ejército real de Messorgia, con diez mil integrantes en caballería pesada y algo más de veinte mil en infantería, así como vuestros cinco mil Arqueros Reales. A los que podríamos añadir los cerca de treinta mil hombres que, según se acordó en el último pleno del Convokanther**, aportarían los nobles del reino y los poco más de cinco mil mercenarios que tenemos contratados. En total unos setenta y cinco mil efectivos ―Sentenció un Vitrosgham apesadumbrado por la clara inferioridad numérica. ―¿Y si utilizamos a parte de los diez mil hombres que vigilan la frontera Sur? ―afirmó más que preguntó Ealthor―. Esa frontera ha estado muy tranquila el último año. ―Tendríamos qué ¿ochenta mil? ¿Cambiaría eso la situación? ―interrogó un escéptico Alcio. ―¿Y si reclutásemos voluntarios? Podríamos sumar otros cuarenta mil ―Ealthor se mostraba cada vez más entusiasta―. Incluso podríamos contratar a un mayor número de ** Tras independizarse del gran Convokanther de las Fekyas, los reinos kantherios no suprimieron enteramente esta institución política, tan arraigada en sus tradiciones culturales, sino que la integraron dentro de sus propias estructuras monárquicas. De este modo, cada reino pasó a tener su propio Convokanther o consejo de los nobles. 99 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes mercenarios si fuese preciso, con veinte mil más habría suficientes. ―Siento desilusionaros general Ealthor ―intervino un irónico Alcio― Pero dudo mucho que consigáis más de veinte mil voluntarios y en cuanto a los mercenarios, me temo que no encontraríamos tantos ni en todos los reinos kantherios juntos, no es fácil encontrarles cuando estás en el bando aparentemente más débil. ―Alcio tiene razón ―recuperó la palabra Vitrosgham―, al menos en lo que respecta a los mercenarios, llevamos semanas haciendo llamamientos y apenas hemos reclutado unos cientos. En los próximos días esperamos un contingente más significativo, pero no más de unos miles. Sin embargo ―las facciones del general parecían contagiarse del entusiasmo de Ealthor―, debo añadir que el Reino de Akaleim ha prometido enviar doce mil hombres, a los que hemos de sumar los dieciocho mil que ya han partido de Darlem. ―Lo que nos sitúa en unos ciento cuarenta mil guerreros ―atajó enérgico Ealthor―. Suficientes para devolver a esos perros a las arenas del desierto, de las que nunca debieron salir. ―¡Discrepo! ―visiblemente nervioso Alcio se dirigió al hijo bastardo del Rey― En cualquier caso, se trata de una fuerza en clara inferioridad numérica y contra un enemigo que, según se rumorea, tal vez cuente con algo más que lanzas y espadas. Cualquier enfrentamiento frontal está condenado a convertirse en una derrota para los nuestros. ―¡Cobarde! ―gritó Ealthor. ―¡Sosegaos! ―intervino a medio tono Gothenor―. Quiero oír qué alternativa proponéis Alcio, pero antes decidme Vitrosgham ¿Qué ha sido de nuestra petición de auxilio a los otros reinos kantherios? ―Me temo que no tengo buenas noticias al respecto. Los reyes de Burdomar, Fekyas, Bitta y Mortinam, cada uno a su manera, apoyan sin reservas vuestra causa y prometen acudir en auxilio de vuestro reino en cuanto les sea posible, pero ahora están unificando sus esfuerzos para hacer frente a la invasión de 100 Capítulo 4. Martheen, el mercenario una flota Hamersab que, según dicen, estaría dirigiéndose hacia Mortinam ―la ausencia de caras de asombro entre los presentes, delató que la noticia ya era conocida en ciertos círculos. ―Eso explicaría por qué no les preocupan los suministros, esperan que Mortinam sea su granero ―el semblante del Rey semejaba envejecer por momentos, cerró los ojos y parecía que fuera a desmayarse; poco después recuperó la compostura―. Bien, nada podemos hacer, salvo rogar a Bulfas por la victoria de nuestros hermanos kantherios. Hablad comandante Alcio. ¿Cuál es vuestra propuesta? ―Cualquier general, que se precie, sabe que un ejército superior a diez mil hombres es ingobernable, incluso para el más hábil de los estrategas, bastará con tener un poco de paciencia y se desmoronará só... ―Eso es una imbecilidad muy propia de vos ―interrumpió Ealthor―. Yo he conducido ejércitos de más de cuarenta mil hombres en otras ocasiones... ―Y así os fue ―una sonrisa cínica se dibujó en los labios del jefe de la guardia real―. ¿He de recordaros vuestra estrepitosa derrota en la batalla del Lavare? ―Aquello fue fruto de la traición y no os consiento que me habléis así ― el enojo del “bastardo” era creciente. ―¡Ya basta de chiquilladas! ―gritó Gothenor entre toses―. Alcio terminad de explicarnos vuestra postura ―ordenó. ―Es muy sencilla, señor, evacuemos a la población próxima a la frontera y dejemos entrar en Messorgia a nuestros enemigos ―Ealthor hizo el gesto de ir a protestar, pero la firme mirada del Rey lo contuvo―. Una vez dentro, estarían en un territorio hostil que no conocen, con los suministros cortados por nuestras fuerzas y por la propia naturaleza del Goblio, hostigados por los nuestros, conocedores del terreno, que les asestarían golpes certeros y puntuales, retirándose rápidamente después. Antes del invierno el ejército invasor estará completamente deshecho y no habrá sido necesaria ninguna batalla campal. Además, nuestras bajas serían ínfimas, en comparación con las 101 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes que sin duda tendremos si nos enfrentamos a ellos en las puertas del Goblio. ―Pero ―protestó dubitativo Vitrosgham― ¿Y nuestro honor? Perderemos el respeto de los demás pueblos, incluso de nuestras propias gentes, si no acudimos al encuentro del invasor y en su lugar nos escondemos como comadrejas... Alcio se llevó las manos a la cabeza, tapándose los ojos con ellas en un gesto de desesperación ―¿Qué tiene de deshonroso una re...? ―No seguiré escuchando a un cobarde ―interrumpió tajantemente Ealthor―. Majestad, eso sería una deshonra para los ejércitos de Messorgia y para el reino entero, no permitáis que suceda ―suplicó volviéndose hacia su padre, sin dejar de señalar al comandante de su guardia personal. Una vez más un gesto de la mano del monarca consiguió recuperar el silencio. Ya no tosía. Tragó saliva antes de dirigirse solemnemente a los presentes. ―Ciertamente, no encararnos con las fuerzas enemigas a su entrada en el territorio del reino, acarrearía nuestra deshonra, más funesta que la peor de las derrotas y cuyo alcance el buen Alcio no ha sido capaz de medir ―tomó aire, la voz de Gothenor sonaba quebradiza, su rostro evidenciaba el esfuerzo que le costaba pronunciar cada palabra―. Por eso enviaremos a nuestras fuerzas a recibirles ―una ancha sonrisa de satisfacción iluminó el rostro de Ealthor―. Pero no a todas ―la sonrisa de su hijo se congeló―. Dejaremos a parte de ellas en reserva, por si nuestro ejército, Bulfas no lo quiera, resultase derrotado ―Ealthor estaba atónito, no daba crédito a sus oídos―. En tal caso, podríamos utilizar ―carraspeó, una mueca de sonrisa se dibujó en sus labios al contemplar la cara de abobado que presentaba el hijo de su prima―. Podríamos utilizar, decía, a estas fuerzas de refresco para efectuar el plan de Alcio, sin que nuestra honra sufra por ello… El rostro de Ealthor atravesó varias fases, hasta adquirir un cierto tono amoratado, en el que la hostilidad parecía que hubiese sido grabada a fuego. El hecho de que Alcio pareciese 102 Capítulo 4. Martheen, el mercenario encontrar divertida su furia, no hizo sino irritarle aún más. Había soñado que, al frente de su ejército, echaría a los Hamersab y su nombre sería recordado en la historia, junto al del antiguo héroe kantherio del que lo había heredado. Pero, ahora, con un ejército dividido, volvería a ser el hazmerreír de su tierra. Con gran indignación se dirigió a su progenitor: ―No puedes, no podemos ―se corrigió― hacer eso. Si dividimos nuestras fuerzas, ya de por sí inferiores en número, perderemos toda posibilidad de vencer. No puedes hablar en serio ―había un cierto tono de súplica en su voz―. ¿Por qué escuchas a este cobarde? ―añadió señalando a Alcio. ―¡Basta! ―intervino enérgico Gothenor―. No oses volver a decirme lo que puedo o no puedo hacer. Soy tu Rey y... ―un amago de tos volvió a salir de su garganta―. El comandante Alcio ha demostrado su valentía en más ocasiones que cualquiera de nosotros. No te dejes engañar por su sabia prudencia. Comprendo que quisieras tener a todos nuestros efectivos bajo tu mando, pero no puede ser. Una derrota junto al Goblio sería un desastre, pero una derrota de todas nuestras fuerzas sería el final de nuestras esperanzas. Carraspeó tosió y estornudó algunos segundos, luego se volvió compasivo hacia su hijo y añadió. ―No obstante, irán contigo la mayor parte de nuestras fuerzas. Dos tercios del ejército real, el contingente aportado por los nobles, la ayuda de nuestros hermanos kantherios, así como todos los mercenarios y voluntarios que puedas reclutar. Aquí se quedará el resto del ejército real, las guarniciones, las tropas fronterizas y, por supuesto ―miró hacia Alcio―, mis Arqueros Reales. Ealthor seguía oponiéndose al plan, aunque con menor vehemencia ya que de todos modos podría contar, según sus cálculos, con más de ciento veinte mil hombres. Suficientes, pensó, para derrotar a un ejército Hamersab escasamente profesionalizado. Vitrosgham se deshizo literalmente en elogios a la estrategia de su monarca, Alcio mostró algunas reservas, pero convino en que quizá fuese la mejor solución. Algún tiempo de 103 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes discusiones más tarde, nadie cuestionaba el plan de Gothenor. Nadie hubiese podido hacerlo. ◙◙◙ Los criados entraron y sirvieron unas copas y algunos comestibles a los allí reunidos, que discutían ahora de cuestiones tácticas, como la ruta a seguir o las maniobras a realizar. Después volvieron a abandonar la estancia, dejando a los miembros del consejo absortos en sus deliberaciones. Vitrosgham haciendo un inciso, solicitó que se hiciera pasar a Martheen, líder de la “Hermandad Libre”, una de las mayores agrupaciones de mercenarios de los reinos kantherios, presente ahora en Messorgia, a quien había tenido la previsión de hacerlo llamar. Ealthor hizo un gesto de desaprobación, pero su padre mostró signos de curiosidad por la propuesta. ―¿Y es de confianza ese tal Martheen? ―preguntó Gothenor previendo la respuesta. ―Sí mi Señor ―respondió algo dubitativo―. No lo hubiese hecho venir a vuestra presencia de no considerarle así. Si bien err..., debo insistir, todo lo digno de confianza que pueda serlo un mercenario. ―¡Ja! Esa gente vendería a su madre por unas monedas. No entienden de lealtad, sólo sirven al mejor postor ―protestó un enojado General en jefe de los ejércitos de Messorgia. ―Martheen ha prestado sus servicios al Reino con anterioridad, mostrando siempre una gran lealtad. Recor... ―Sí, hacia nuestro oro ―puntualizó irónico Ealthor. ―Recordemos ―continuó Vitrosgham ignorando el comentario―, que fueron él y sus hombres quienes liberaron a los prisioneros de la Fortaleza de Tiransa, tras la estrepitosa derrota de nuestras fuerzas al Sur del Lavare hace unos años ―volvió su mirada hacia Ealthor, ante el regocijo de Alcio que no ocultaba su satisfacción. 104 Capítulo 4. Martheen, el mercenario Cierta lividez pareció apoderarse del rostro del hijo bastardo del Rey, al ver una vez más como le era recordado y restregado su mayor fracaso militar. Se juró a sí mismo que cuando su anciano padre muriese, tema que le estaba comenzando a impacientar, haría ciertos reajustes entre el generalato. ―Ese Martheen, ¿no sirvió en otros tiempos a los Hamersab? ―afirmó más que preguntó―. Si ya trabajó para nuestros enemigos, ¿qué le impediría volverlo a hacer si ellos fuesen más generosos con su oro? ―Precisamente por eso es importante que hablemos con él ―intervino Alcio―. La última guerra contra el imperio del este ocurrió hace más de un siglo. Nadie en toda Messorgia conoce mejor a los ejércitos Hamersab que este hombre, que trabajó para ellos durante diez años. El Rey no necesitó escuchar más, utilizó sus prerrogativas reales para suspender la discusión y con un gesto enérgico indicó a los guardias que dejarán pasar al mercenario. Un hombre extremadamente alto, de gran constitución y corpulencia atravesó la arcada. Una cota de mallas le cubría el tórax, dejando al descubierto la musculatura de sus brazos. Sus cabellos rubios, que le caían sobre los hombros, estaban sujetos por una especie de trapo verde. Un espeso y largo bigote se destacaba en su rostro, marginando otros rasgos como su prolongada nariz o sus ojos oscuros. La tela raída de sus pantalones contribuía a darle un aspecto un tanto desaliñado. Tras dejar su enorme espadón en manos de los Arqueros Reales apostados a la entrada, se dirigió hacia los generales con andar desgarbado e irrespetuoso. Ninguna inclinación, ningún saludo marcial lo precedió, tan sólo su olor a sudor y su aliento ligeramente etílico. Hechas las presentaciones de rigor, sin que mediara especial entusiasmo por parte de nadie, Gothenor lo interrogó sobre su tiempo con los Hamersab y lo que recordaba de sus estrategias. Martheen tomó aire y comenzó a responder a las preguntas que se le hacían, ilustrando a la cúpula militar de Messorgia sobre las tácticas y unidades de sus, más que probables, invasores, insistiendo en sus puntos más fuertes, así como en los más vulnerables. No pudo evitar, sin embargo, ser interrumpido en 105 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes varias ocasiones por Ealthor, con continuas impertinencias sobre su profesión y el hecho de que hubiera trabajado para sus enemigos con anterioridad. Por toda respuesta el mercenario prefirió ignorarle. ―... La mayor parte del contingente de los Hamersab carece de armadura o se limita a unas pequeñas protecciones generalmente de cuero; además recurren con frecuencia al reclutamiento, por lo que el porcentaje de sus fuerzas que son verdaderamente profesionales es muy reducido. Estas dos razones los han hecho tradicionalmente débiles en el combate cuerpo a cuerpo sobre campo abierto; sin embargo, yo en su lugar no me dejaría engañar por las apariencias, pues al mismo tiempo hace a sus unidades mucho más ligeras y veloces, lo que les brinda una gran maniobrabilidad táctica, y los hace especialmente peligrosos en el ataque a distancia ―acompañó con gestos nerviosos su explicación―. Sobre todo sus arqueros a caballo yuclenaim, rápidos, ágiles y mortíferos combatiendo alejados... ―¿Cómo podemos saber que cuanto nos estás diciendo es cierto? ¿Cómo podemos saber que no estás trabajando ahora mismo para ellos y tratas de engañarnos? ―interrumpió nuevamente el hijo bastardo del Rey. Harto de sus impertinencias, Martheen se encaró con él y mirándole fijamente a los ojos le preguntó: ―¿Algún problema? ―¿Algún problema? ¡Claro que sí! ―contestó Ealthor, cada vez más iracundo―. ¡Tú eres el problema! ¡No me fío de ti! Hoy quizá estés con nosotros, pero mañana los Hamersab podrían ofrecerte más y entonces les contarías nuestros planes o incluso podrías abrirles las mismísimas puertas de Finash. ―Por mí puedes pensar lo que quieras ―replicó Martheen encogiéndose de hombros―. Ciertamente trabajo por dinero, estoy aquí por los magníficos mesplets de oro con que me pagáis. Pero también soy un profesional, me gusta mi oficio, y quiero seguir en él. Para cualquiera resulta obvio que nadie contrataría a un mercenario, que hubiese traicionado a su anterior señor por unas monedas de más 106 Capítulo 4. Martheen, el mercenario ―Salvo aquél que sale beneficiado por la jugada. Tu oratoria no me va a persuadir ―insistió el general―. Antes os habéis esforzado en recordarme todos el desastre del Lavare hace unos años. Pues bien, estoy persuadido de que en aquella ocasión fui traicionado y me parece extraordinariamente sospechoso que vos, señor mercenario, salvaseis la vida y consiguieseis escapar tan milagrosamente de sus garras en Tiransa. ¿Quién me dice que no nos traicionasteis ya entonces o que no volveréis a hacerlo ahora? ―Esta teatral desconfianza me parece absurda y fuer... Martheen no llegó a acabar la frase. Nuevamente el Rey volvió a poner orden en la discusión. Interiormente, Gothenor se maravillaba de su capacidad para imponer el silencio, del enorme respeto que despertaba su persona. Lástima, pensó, que no fuese tan eficaz con su esposa. El esfuerzo por hacerse obedecer le provocó un nuevo acceso de tos, aunque mucho más leve que los anteriores. ―No tenemos motivos para dudar de la lealtad de este hombre ―pronunció en tono solemne―. Necesitamos unir todas nuestras fuerzas contra los Hamersab y su diabólica divinidad Rankor. Pero escuchad mi advertencia: Si alguien me traiciona alguna vez, no sobrevivirá a su traición, aunque haya de recorrer todos los continentes para buscarle. Todos los presentes reconocieron, en las palabras de Gothenor, una velada amenaza a Martheen. Hubo unos momentos de tenso silencio. Después Alcio hizo una pregunta táctica al mercenario y la conversación se reanudó. ◙◙◙ Martheen abandonó el Palacio Real. Era noche cerrada y un viento frío y húmedo recorría Finash. Con paso firme se dirigió hacia el Norte, siguiendo la Avenida de la Senda Real. Tras rodear la muralla palaciega giró hacia la derecha, internándose por un laberinto de calles y callejuelas que conducían a una zona menos opulenta de la ciudad. Se encaminaba hacia “el 107 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Búho”, la taberna en la que habitualmente se reunían algunos de sus mercenarios. Avanzaba pensativo, sumergido en sus reflexiones, cuando escuchó a una voz sibilante pronunciar su nombre. Volviéndose hacia ella, descubrió a una anciana de ojos negros, apoyada sobre un mohoso tonel en la esquina que acababa de dejar atrás. Tanto el aspecto como el acento de la mujer delataban su origen amónida. El guerrero se acercó cautelosamente, desatando disimuladamente las cintas que fijaban su espada, mientras sus manos se tensaban esperando tal vez la oportunidad de esgrimirla de nuevo. La anciana no parecía peligrosa, pese al inquietante brillo de sus ojos profundos, pero podría estar atrayéndole a una trampa. Avezado en conflictos e intrigas desconfiaba por instinto ante cualquier situación extraña y ésta lo era. ―¿Qué quieres? ―preguntó con sequedad. ―¿De ti?... ¡Nada! ―comenzó a hablar la vieja amónida, de un modo enigmático y entrecortado, castigando sin piedad el idioma kantherio―. ¿Qué puede querer una vieja decrépita, a la que apenas le quedan soplos de vida, de un aventurero sin moral que vende su espada al mejor postor? ... No te quiero a ti, aunque eres una monada ―añadió formando un beso con los labios en dirección a Martheen―, ...quiero la daga de tu mejor guerrero... Un hombre, que no es humano, vendrá a la ciudad en los próximos días... debes acabar con él, no importan los medios... pon tu precio... sea cual sea lo aceptaré... ―Te has equivocado de hombre vieja bruja, ni yo ni los míos hacemos esa clase de trabajo ―contestó el mercenario sin ocultar su repulsa― Si buscas a un asesino, ve a “las Rosas”, tengo entendido que por ahí merodean gentes de esa calaña. ―No busco un asesino sino justicia ―protestó la anciana―, acabar con la vida de un asesino es lo que busco..., no merece esto cuanto menos un poco de comprensión... El rostro del guerrero se mostró impasible a sus ruegos, envuelto en una rígida máscara de dureza, destellaba frialdad y desconfianza. Sintió algo parecido a un pinchazo, los músculos de su faz se contrajeron unos instantes, luego nada. Se palpó en 108 Capítulo 4. Martheen, el mercenario el centro de la zona dolorida, pero no encontró nada. Volviéndose hacia la mujer le dijo: ―Si se trata de un asesino como pregonas, denúncialo a las autoridades, se supone que es su trabajo y a veces, te sorprenderá, hasta lo hacen... ―girándose sobre sí mismo―. No sé quién sois, ni cómo sabíais mi nombre, pero os ruego que me olvidéis. ¡Tengo prisa! Martheen hizo un ademán con su capa y se alejó de la mujer. ―¡Vete...! vete... diablo kantherio..., pero te arrepentirás, ¡juro que habrás de arrepentirte! ―luego en voz baja― que la maldición de Magrud caiga sobre ti... Cuando Martheen se hubo ido, el tonel sobre el que se apoyaba la anciana comenzó a difuminarse. En su lugar apareció un individuo, alto ―considerado desde la óptica humana― y ricamente ataviado con unos amplios ropajes de vivos colores, que contrastaban con sus cabellos rojizos y el tono azulado de su piel. La bruja, que no dio muestras de encontrarse sorprendida por la súbita transformación, se dirigió hacia el recién aparecido, hablando en lengua amónida. ―Te dije que no accedería... Jakinos. Conozco bien a esos tipos: dales unas monedas por participar en una gloriosa batalla y acudirán como borregos al matadero, pero pídeles una faena limpia y sencilla, como un simple asesinato y se asustan como tiernos corderillos... ―Has estado bien mi fiel Otria ―la tranquilizó el interpelado―, el objeto no era convencerle, sino distraerlo lo suficiente para que pudiera marcarle con mi estigma. ―Pero, ¿no debía ser él quien acabase con el titán? ―preguntó algo perpleja la amónida. ―¿Martheen? No, sólo es otro peón más ―una sonrisa cínica se dibujó en el rostro de Jakinos―. Como lo es el propio Cromber. No busco su muerte, ya deberías saberlo, siempre soy más sutil. Es Rankor quien me preocupa, el titán es tan sólo una ficha, mi jugada tras la manga que hará que Rankor se descubra y entonces... Bueno, esto es todo cuanto puedo decirte por ahora. 109 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―Hay algo que no entiendo ―repuso la mujer, aparentemente satisfecha con la respuesta del dios de la Fiesta, aunque no menos confundida―. Si se trataba de poder seguirles, ¿por qué no marcaste con tu estigma al titán o a la mujer que lo acompañaba en Brindisiam? ―Ya viste que ni tan siquiera pude acercarme. Cromber es un titán y los titanes son por naturaleza inmunes a lo que los humanos llamáis magia psíquica, que es lo que me ha permitido convertirme en tonel a los ojos del mercenario. Nunca hubiese funcionado con el titán, y tampoco con la mujer. Y esto es precisamente lo más extraño, que la mujer también fuese resistente a la magia psíquica. ―Puesto que no es una titánide, debe de ser una maga psíquica o una archimaga como yo ―conjeturó la llamada Otria―. Aunque parecía lo bastante estúpida como para creerse “mis predicciones”. Por cierto, ¿por qué tenía que decirles esas sandeces? ―Fue lo primero que se me ocurrió, tan sólo quería impulsarles a buscar a Rankor. Pero, te equivocas, no es ninguna maga, sino una campeona ―la sonrisa de Jakinos había desaparecido, pero no su semblante cínico―. Pude verificarlo mientras leías sus manos esta tarde. Las facciones de la mujer se contrajeron dando muestras de incredulidad. Se hizo el silencio durante los breves pero eternizantes momentos que le llevó asumir la noticia. ―¿Una campeona***? ―preguntó retóricamente―. ¿No se supone que murieron todos durante la Guerra de los Titanes? ―Eso creíamos al menos, pero aunque no hubiese sido así, su juventud delata que su entrenamiento ha sido reciente. Lo *** Los campeones eran considerados las fuerzas de élite de los dioses. Se trataba de elegidos a los que se adiestraba en los poderes combinados de los caballeros sagrados, sanadores y archimagos. Fueron entrenados por los dioses al comienzo de la Guerra de los Titanes, pero pronto se consideró que su coste de su formación era demasiado elevado, tanto en tiempo como en recursos, por lo que se dejaron de entrenar. Su eficacia en aquella guerra fue limitada y según todas las crónicas fueron exterminados. 110 Capítulo 4. Martheen, el mercenario que la convierte en una mujer muy interesante, máxime cuando se encuentra junto a Cromber ―el semblante de Jakinos recuperó su sonrisa cínica. ―¿Crees que se trata de una enviada de Rankor? ―preguntó la anciana segura de cual debía de ser la respuesta. ―Es más que probable ―respondió el dios con una tranquilidad que contrastaba con el creciente nerviosismo de la anciana―. Que sepamos, tan sólo esa enigmática divinidad ha formado caballeros sagrados o magos en los últimos tiempos, ¿por qué no también campeones? ―Y el titán, ¿sabe esto? ―¿Qué su bella acompañante es un campeón? ¿Qué quizá sirva a las órdenes de Rankor? Lo dudo ―hizo un gesto despectivo con los labios―, a menos que haya sido reclutado para su causa y no me parece probable. ―Si no es así, ¿qué papel juega ella? ¿Cuál es su misión? ¿vigilarlo? ¿reclutarlo? ¿o simplemente eliminarle? ¿No estará la vida de “tu peón” en peligro? ―los gestos con que la mujer acompañaba sus preguntas delataban su creciente excitación―. Si no recuerdo mal, aunque han pasado muchos años, a los campeones se les conoció inicialmente bajo el sobrenombre de "cazadores de titanes". ―No subestimes a ese muchacho, quizá ignore quién o qué es su compañera, pero se necesita mucho más que un campeón con bonitas curvas para darle “caza”. Pese a esa aparente inocencia de su mirada, es extraordinariamente astuto. En cierta ocasión, consiguió burlar al mismísimo Bulfas en su propia guarida. Y desde entonces ha conseguido escapar a sus iras, es un superviviente nato. ―Si no te conociese, Jakinos, diría que lo admiras ―había cierto tono de reproche en las palabras de la bruja. ―En Darlem, y algo menos aquí en Messorgia, acostumbran a celebrar carreras de caballos, las gentes apuestan por el que creen es el mejor ejemplar, el que podrá ganar la carrera. Pues bien, Cromber es mi caballo, mi apuesta, y me gusta creer que he hecho una buena elección. Claro que sólo un imbécil 111 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes confiaría en su suerte, por eso me he encargado de proteger mi jugada ―una expresión maliciosa iluminó su faz azulada―. Los Azunzei tienen un proverbio que dice algo así: “Quienes confían en su suerte no suelen encontrarla. Si quieres que la fortuna te sonría, procúratela; de lo contrario lo más probable es que se ría de ti”. ―Y ¿qué hay de mi promesa? ―murmuró Otria, sin atreverse a mostrar nítidamente su desconfianza. ―¿Cómo puedes dudarlo? Cuando todo esto termine, las vidas del titán y Martheen te pertenecerán como acordamos. Si sobreviven ―puntualizó―, podrás llevar a cabo tu anhelada venganza contando con mis bendiciones... ―¿Y no sentirás lástima por tus peones? ―No seas ridícula, vieja amiga, ¿de qué sirve el medio cuando ya has conseguido el fin? ¿Quién necesita una escalera cuando ha llegado a la cima? ―en su interior Jakinos pensó, si sería consciente la amónida de que, al fin y al cabo, ella misma no era más que otro peón―. Tendrás tu desquite ―le aseguró―. Ahora, debo irme, antes de que ahí abajo comiencen a echarme de menos. A partir de ahora deberás desplazarte por medios humanos. Cumple tu misión y ten presente lo que hemos hablado. Jakinos extrajo un pequeño objeto de forma piramidal de su jubón, con aire distraído lo presionó ligeramente. Un disco de brumas transparente comenzó a dibujarse junto a él. Poco después desapareció en su interior y las brumas se cerraron a su alrededor, como si nunca hubiese estado allí. ◙◙◙ Era noche cerrada en Finash. Martheen llegó a las inmediaciones de la taberna “El Búho”. Las luces de sus fanales iluminaban la entrada, un letrero tallado en madera, con la forma del ave que daba nombre al lugar, lo identificaba singularmente. Venía reflexionando sobre los últimos y poco comunes acontecimientos de aquella tarde. 112 Capítulo 4. Martheen, el mercenario Cuando empujó las puertas, que daban acceso al local, sus pensamientos se evaporaron en el cargado ambiente de la cantina. Gruesos pilares de madera recorrían regularmente la estancia. A la derecha había un pequeño mostrador, desde el que el tabernero regentaba su negocio. Varias camareras con vestidos ligeros e insinuantes iban de un lado para otro atendiendo a los clientes en las mesas, que dada la hora estaban a rebosar. Se veían sobre todo mercenarios de los distintos clanes que acampaban a las afueras de la ciudad, también abundaban prostitutas, mercaderes y soldados locales. En total habría algo más de cien personas que no se molestó en contar. Tras saludar a un grupo de sus hombres, que jugaban al crábole en una de las primeras mesas, y declinar amablemente su invitación a participar, se dirigió hacia el estrecho mostrador. Una mujer le interceptó en su trayecto. Sus cabellos rizados y rubios le caían en cascada por encima de sus hombros desnudos. Vestía una sencilla gasa semitransparente ceñida a su cuerpo, dejando entrever los detalles de su estilizada anatomía. Sus ojos, de color gris azulado, brillaban con el fulgor de sus diecinueve primaveras y de alguna que otra jarra de agasta consumida. Ciñendo cariñosamente con sus manos el torso del guerrero detuvo su avance. ―¡Eh soldado...! No estés tan triste, que Ginger está aquí para alegrarte la noche ―se restregó suavemente contra él, quien inclinó levemente la cabeza hacia la muchacha, observando divertido su pronunciado escote y el poco lugar que dejaba a la imaginación―. ¿Qué quieres que te haga hoy amor? ¿Qué te gustaría hacer? Ginger es buena y hará todo lo que le pidas. Le susurró entre sonrisas pícaras y maliciosas, mientras una de sus manos recorría la pierna derecha del mercenario, quien sonriente dejaba hacer a la mujer. La cortesana se extendía en todo tipo de caricias. Con su otra mano tomo la del hombre y la oprimió contra su propio pecho, en tanto que con voz melosa le jaleaba, hablándole de lo bien formado y fornido que estaba, y lo mucho que deseaba que subiesen a las habitaciones de arriba a hacer el amor. >>Ven cariño, no te arrepentirás, Ginger va a hacer que seas muy feliz. ¿Has traído algo para mí? ―añadió mirando para 113 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes su bolsa, pero Martheen no respondió― Quizá quieras tomar algo antes, ¿me invitas a una...? ―¡Lo siento, pero este hombre ya está pedido! ―una mano femenina, terminada en un rudo brazalete de guerra, apartó con habilidad a la llamada Ginger del mercenario al que estaba abrazada. Se trataba de Zinthya, lugarteniente y, según decían las malas lenguas, amante de Martheen; incluso se rumoreaba entre la tropa su casamiento en secreto. Más alta que la mayoría de sus compañeros, su figura escultural y sus bien proporcionadas curvas se revelaban incluso a través de su atuendo guerrero. Una ceñida cota de malla, con encajes de cuero y una falda corta y abierta a los costados eran su vestimenta. Calzaba unas botas altas de color ocre. Una diadema de acero recogía sus largos cabellos pelirrojos, que le caían a los costados. El tinte oscuro de su indumentaria contrastaba con la extrema palidez de su piel y el brillo de sus ojos de color esmeralda. Múltiples dagas pendían de su cintura y una gran espada colgaba envainada a su espalda. Varias cicatrices podían descubrirse en sus bien torneadas piernas o en sus robustos aunque femeninos brazos. Zinthya y Martheen intercambiaron un saludo intrascendente. La mujer lo cogió suavemente del brazo para guiarlo hasta la mesa en que lo aguardaba. Nada dijeron acerca de la prostituta, que se mantenía apartada, sin atreverse a importunar a la mercenaria; aunque por la mueca de sonrisa dibujada en sus labios, ambos parecían encontrar divertida la situación. En la mesa se encontraba sentado Corban, el segundo oficial de la Hermandad Libre capitaneada por Martheen. Algo más joven, representaba el tipo de mercenario oportunista y sin escrúpulos, pero también era un buen guerrero muy experimentado y conocedor de una variopinta colección de tretas que le habían merecido un reconocido puesto en la Hermandad. Un parche cubría su ojo izquierdo, que había perdido en el curso de una batalla años atrás, de la que también conservaba una larga cicatriz en la cara. Sobre su armadura llevaba un jubón de tela negra, del mismo color que sus botas o su ojo sano; incluso sus cabellos, muy recortados, eran morenos. 114 Capítulo 4. Martheen, el mercenario ―¡Hola Corban! ―saludó Martheen sentándose junto a Zinthya. ―¡Salud jefe! ―contestó el aludido alzando su jarra y haciendo un gesto explícito a la camarera. ― ¿Dónde están hoy los muchachos? Apenas he reconocido a media docena en la entrada. ―La mayoría prefiere “el Lupanar” o “las Rosas”, aunque muchos deben de estar ya durmiendo la borrachera. No más de un centenar quedarán en el campamento, contando a las mujeres y los niños. Aprovechan estos últimos días, antes de que las nuevas restricciones de Gothenor entren en vigor. Una camarera algo entrada en carnes, y que las lucía generosamente desde su amplio escote, se dirigió al grupo. ―¿Deseáis tomar algo? Hemos recibido la mejor agasta de todo Finash. ―De acuerdo, ponme una jarra ―dijo tibiamente la mujer guerrera. ―A mí puedes volvérmela a llenar ―habló el tuerto extendiendo su recipiente vacío. ―Olvídate de esos licores para viejas, tráeme una buena botella de vino de Artián y un cuenco vacío ―replicó el capitán de la Hermandad libre. La camarera tomó nota mental de lo pedido y, tras hacer un ademán de limpiar la mesa, se encaminó hacia la barra. Desde ahí se acercó tímidamente la llamada Ginger; aproximándose a Corban, se sentó en sus rodillas, quien daba muestras de estar encantado con su compañía. Zinthya cruzó una mirada de advertencia con ella; luego, dirigiéndose a Martheen, le preguntó: ―¿Cómo es que has tardado tanto? Llevábamos media tarde esperándote ―procuró no aparentar celos, dejando caer distraídamente la cuestión. ―¡Ni me lo menciones! ―repuso malhumorado al recordar su entrevista con el Consejo de generales―. El general Vitrosgham me hizo llamar esta tarde, para un asunto importante, decía, en el Palacio Real. 115 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―¿Has estado en Palacio? ―interrumpió la mujer sorprendida. ―¿De veras? Debe ser muy bonito y todo eso, yo nunca he estado en Palacio... ―intervino Ginger. Todos la ignoraron, incluso Corban que no paraba de sobarla. ―Sí, estuve en ese cochino Palacio, ¡mal rayo les parta...! Les patearía el culo, de no ser por los messplets de oro con que nos pagan. Te puedes creer que ese cretino de Ealthor, esa sucia rata de cloaca bastarda, se atrevió a insinuar que nosotros estábamos en connivencia con los amónidas y que por eso fracasó en Lavare. Creo que no lo abrí en canal allí mismo porque me habían desarmado al entrar ―fue elevándose el tono de su voz. ―¡chssss...! ―susurró Corban alarmado― podría haber espías del Rey aquí. ―¡Me importa una mierda! ―continuó Martheen elevando aún más el tono― Aquí en Finash todo el mundo sabe la clase de estúpido incompetente que es el general Ealthor y que si ocupa ese cargo es por ser el retoño bastardo de su majestad. ―¡Bien dicho Martheen! ―le apoyó su fiel lugarteniente― Es basura. ―¡Y además impotente! ―añadió Ginger, aparentemente entusiasmada con el cauce de la conversación. Todos se volvieron hacia ella―. Una vez estuve con él ―se justificó en un tono más moderado. Hubo un lapso de silencio; luego, casi al unísono, todos rieron. La camarera se acercó con las bebidas, pidiendo disculpas por el retraso, según dijo había tenido que limpiar los vómitos de un cliente al que el exceso de bebida había dejado indispuesto. Tras servir las jarras y abrir la botella extendió la mano diciendo: ―Son dos messplets de vistrio por las jarras de agasta y uno de cobre por la botella de vino de Artián, es de una de las mejores cosechas ―puntualizó. Martheen abrió su bolsa y pagó a la mujer, añadiendo un mesplet de vistrio de propina. Ginger no despegó la vista de la bolsa en todo su recorrido. Dando las gracias, la camarera se 116 Capítulo 4. Martheen, el mercenario alejó hacia otra mesa. Como si hubiesen estado esperándolo sedientos, todos se inclinaron para saborear los preciados líquidos. Corban compartió su jarra con Ginger. Tras vaciar un primer cuenco, Martheen volvió a rellenarlo desde la botella. Era su medicina, su anestesia, calmaba su furia y ahora estaba muy furioso. Cada vez que recordaba su conversación en Palacio, crecía su irritación. ―Ese inútil... Hace cinco años, pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer ―pensó Zinthya en voz alta―. Cuando el flamante ejército de Messorgia se dispuso a reconquistar su antigua región de Tiransa, en poder de los amónidas desde la Guerra de los Dioses. Cuanta arrogancia mostraba Ealthor, entonces recién ascendido a comandar la expedición, al frente de sus cincuenta mil hombres, su horda invencible. Cincuenta mil borregos que ese imbécil envió al matadero. Y entre ellos, los más estúpidos, estábamos nosotros. ¡Maldito hijo de puta...! ―¡No, Zinthya! ―interrumpió Martheen, que como todos en la mesa la escuchaba con atención―. No ofendas a las prostitutas emparentándolas con esa sabandija ―llenó de nuevo su cuenco vacío. ―Vaya, vaya... No parecéis ser muy amigos del General Ealthor ―comentó Ginger divertida. ―No quisiera aguar la fiesta, jefes ―habló un relajado Corban, al que la cortesana besaba profusamente en el cuello―. Pero esta situación ya la he vivido otras veces. Ahora es cuando narráis cómo el exceso de confianza y la imprudencia de Ealthor hizo que las tropas cruzaran el Lavare, sin inspeccionar ni siquiera de un modo rutinario la rivera contraria. Nos hablaréis de cómo apenas hubieron cruzado algunos mercenarios y la caballería ligera, apareció un auténtico enjambre de guerreros amónidas tras las colinas adyacentes, mientras la caballería pesada estaba cruzando el río y la infantería aún aguardaba en la orilla kantheria. Nos recordaréis cómo aquello fue una carnicería, en la que vuestros enemigos os arrinconaron contra el río, sin posibilidad de retirada, destrozando al ejército messorgio que osó invadir su territorio. He oído la misma historia decenas de veces entre estas mismas paredes. Hay algo, sin embargo, que nadie comenta pero me gustaría oír. ¿Por qué, en nombre de Bulfas, no se uti117 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes lizó la Puerta Sur de Finash para cruzar el Lavare al amparo de las murallas, en lugar del alejado vado de Ramassa? ―Buena pregunta ―respondió su Capitán―. La versión oficial fue que la Puerta Sur era demasiado pequeña para hacer pasar por ella a un ejército tan grande y además hubo quien recordó que una antigua ley prohíbe a los ejércitos internarse en las ciudades salvo situación de sitio. Pero creo que también supusieron que así podrían evitar las fortificaciones que rodean el Sur de Finash, internándose desde una zona menos guarnecida, ¡ilusos...! ―Entonces, ¿no estuviste en la “Batalla de Lavare”? ―preguntó una decepcionada Ginger al mercenario que acariciaba. ―No, por aquél entonces estaba en Akaleim ―fue toda su respuesta. Luego volvió la vista hacia Martheen―. Se habla mucho del desastre de Lavare, pero no de lo que sucedió después. ―No es ningún misterio, creía que todo el mundo lo sabía ya ―respondió el aludido― Cuando los supervivientes nos rendimos, nos condujeron encadenados hasta la fortaleza de Tiransa, donde asesinaron a algunos y torturaron a la mayoría. Luego conseguimos escapar e incluso incendiar la fortaleza, liberando a todos los presos. Con algunos de ellos refundé la Hermandad Libre y la convertí en un clan de bandidos que durante meses asoló las ciudades estado amónidas... ―Hasta que os contrataron en Akaleim, para proteger su frontera Sur, donde gozasteis del honor de conocerme ―continuó Corban haciendo una interesada pausa―. Lo que siempre me ha intrigado, aunque he oído algunos rumores, es cómo conseguisteis escapar de aquella prisión infernal. Martheen y Zinthya se miraron mutuamente y se rieron. ―Fue cosa de ese maldito bribón de Cromber ―mencionó Martheen en tono cariñoso. ―O Crom, como nos gustaba llamarlo ―añadió la pelirroja. 118 Capítulo 4. Martheen, el mercenario ―Estábamos en la “Sala de Torturas”, en lo más profundo de los sótanos de Tiransa ―continuó Martheen―, habíamos visto morir de dolor a varios compañeros y esperábamos tan sólo que todo acabara rápido. Cuando ese condenado hijo de hembra arrackia, Cromber, rompió sus cadenas como un niño rompe un juguete de arcilla. Había estudiado cada movimiento mientras nos torturaban, en cuestión de meros instantes acabó con el verdugo y los guardias que custodiaban la estancia, sin que pudieran dar la voz de alarma. Fue todo tan rápido que casi ni nos dimos cuenta de lo que estaba sucediendo… ―Todavía bendigo el momento en que estranguló al repugnante amónida que tenía encima ―agregó Zinthya llevándose pesadamente la mano al pecho. ―Nos liberó a todos. Luego tomamos los calabozos y rescatamos a los demás. Pero no fue suficiente, Crom se empeñó en recuperar nuestras armas. No se separaba nunca de las suyas, era muy maniático a este respecto, no dejaba que nadie se las tocara. Al hacerlo nos descubrieron y hubimos de pelear por nuestras vidas. Afortunadamente habían estado celebrando su victoria con un raro licor destilado, que preparaban allí mismo, por lo que había muy pocos en condiciones de plantarnos cara. Después incendiamos la fortaleza y lo demás es historia. ―He oído hablar de ese tal Cromber o como lo llaméis ―comentó visiblemente interesado el mercenario tuerto―. Lo habéis mencionado en alguna ocasión con anterioridad y también algunos hombres, de mayor antigüedad en la Hermandad, hablan con admiración de él. ¿Quién es? Los ojos de Ginger se abrieron como platos, ya no mimaba a Corban sino que se limitaba a dejarse manosear por él. ―Quién era querrás decir ―le corrigió Martheen con pesar―. Ha habido rumores de su muerte, se dice que fue víctima de la peste en Burdomar. En cualquier caso, no hemos sabido nada de él en los últimos años. Era un viriano gigantesco, natural de Arrack, que manejaba con igual brillantez el acero y el ingenio, más fuerte que tú y yo juntos, leal como el que más. Fue, sin duda y sin menospreciar lo presente, el mejor hombre que he tenido jamás. Lo conocí por primera vez hace bastantes 119 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes años, cuando trabajaba para los Hamersab, ayudándoles a controlar su frontera del desierto contra los nómadas zuarnios del Goblio. Se alistó como mercenario en mi compañía... 120 CAPÍTULO 5 LA SOMBRA DEL RWARFAIGT N adia buscaba afanosamente su morral por los alrededores de la mesa que la noche anterior había compartido con el titán. Miró en el suelo, por entre las sillas, pero no lo halló. No había clientes en la cantina. "Las Nueve Espadas" no había abierto aún. Roxana se esforzaba apresuradamente en limpiar el local. Oldarf parecía concentrado en realizar sus mezclas tras el mostrador. Apenas habían intercambiado un saludo cuando bajó. Tras una nueva inspección infructuosa se decidió a preguntar: ―¿Habéis visto por ahí un macuto? ―la voz le salió quebrada y grave. ―Ah, ¿es tuyo? ―preguntó la posadera en un alarde de simpatía. Se volvió hacia su marido sin esperar una respuesta―. Oldarf, ¡trae esa bolsa que encontramos esta mañana!, parece que es de la amiguita ―remarcó con musicalidad la palabra― de Zakron. El aludido se agachó tras el mostrador, buscando aparentemente algo. Volvió a aparecer instantes después con un macuto gris entre las manos. ―¿Es éste? ―inquirió dirigiéndose a la muchacha. ―Sí ―se iluminaron sus ojos, mientras se aproximaba para cogerlo. Sus manos se cerraron con ansiedad en torno al deseado objeto. Su semblante, sin embargo, se ensombreció al observarlo más detenidamente. Estaba cerrado, pero el lazo del nudo no era el que ella había hecho. Sin duda había sido abierto. Sintió nauseas, un profundo mareo y malestar se apoderó de ella, que paulatinamente se transformó en furia y rabia. Quería gritar, golpear, hacerles pagar por su intimidad violada, pero se contuvo. En su lugar dio rienda suelta a su ironía. ―¡Gracias! Ha sido una suerte que lo encontraseis vosotros. Imagina que hubiese caído en manos de gentes menos La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes honorables, que no hubiesen dudado en fisgar o incluso hurtar su contenido ―su sonrisa “más sincera” acompañó sus palabras. Oldarf comenzó a enrojecer. Quizá para ocultar su vergüenza, tal vez para compensar su indiscreción o simplemente por caballerosidad, ofreció una jarra de leche tibia a la muchacha, que la bebió con avidez. ―Agua ―pidió una vez hubo apurado la jarra. Tenía la cabeza a punto de estallar; aquella maldita resaca la estaba matando. ◙◙◙ Cromber despertó. En medio de su somnolencia le pareció recordar a Nadia saliendo de la habitación. Estaba solo, pero aún podía sentir su calor y su fragancia entre las sábanas. Le vinieron a la mente recuerdos de la noche anterior en forma de confusas instantáneas. Sintió que debería arrepentirse, pero no pudo hacerlo, y eso le dejó perplejo. Lo único que lamentaba era haber bebido sin moderación. Su estómago revuelto, las náuseas y los persistentes “pinchazos” en su cabeza así se lo recordaban. Sin duda, pensó, uno de los efectos más curiosos y efectivos del consumo masivo de alcohol es hacerte olvidar la resaca que ineludiblemente sobrevendrá al día siguiente. Tras vestirse, cogió sus bártulos y abandonó la habitación. Se dirigió hacia las escaleras, pero Roxana, que estaba subiendo por ellas, lo detuvo. ―¿Qué pasó anoche? ―preguntó susurrando la mujer. Había un tono de censura en su voz. El titán hizo un esfuerzo por responder, pero las palabras no acudían a sus labios. Ella lo hizo por él―. Estuviste con esa gatita rubia ―trató de decir algo pero no le dejó―. No te lo reprocho, es tan joven y bella, a su lado sólo debo de parecer una vieja lasciva. El guerrero pensó en negarlo, en decirle lo atractiva que estaba con su uniforme de camarera, lo preciosos que eran sus ojos, cualquier comentario bonito, que la halagase, hubiese servido; pero la fuerte resaca le impedía reaccionar con agilidad y 122 Capítulo 5. La sombra del rwarfaigt las palabras tardaron unos preciosos instantes en aflorar de su boca. Tarde, pensó, era titán muerto, lo veía reflejado en las encendidas pupilas de la posadera. Los dioses parecieron acudir en su ayuda aquella mañana. En aquel mismo instante se abrió la puerta de la habitación de Nadia y de ella surgió un maltrecho juglar, que bostezando y con aire soñoliento bajó las escaleras; cruzándose con ellos en el rellano; saludando al pasar. Cromber se permitió una ligera sonrisa interior al comprender que no había sido el único en plantar a alguien aquella noche. Roxana, sin embargo, se encontraba desorientada. Si Argelius salía de la habitación de la muchacha, ¿con quién había pasado la noche Zakron? ¿Habría estado solo, demasiado borracho para hacer otra cosa que dormirla? Sintió que el rubor se apoderaba de sus mejillas, se sentía ridícula por sus celos y no se atrevía a repetir la pregunta, por lo que se apresuró a cambiar de tema, aún susurrando, apenas hubo desaparecido el juglar. ―¡Guárdate de esa mujer!, hablo muy enserio ―su rostro se tornó grave―. He encontrado armas, un peto, extrañas varitas y un montón de monedas de oro, entre las cosas de ese extraño saco que lleva y adem... ―¿Por qué has hecho eso Roxana? ―había reproche en las palabras del varón―. ¿Quién te ha dado permiso para hurgar entre sus cosas? Me has decepcionado. ¿Crees que ignoro que no es una simple y desvalida muchacha? Pero si yo tuviese el más mínimo interés en saber que contiene su macuto ―bajó la voz, consciente de que la había elevado más de lo aconsejable―, le hubiese pedido a ella que me lo enseñase o la hubiese obligado a mostrármelo si creyese que entraña algún peligro. Lo que has hecho es... ―¿Ah sí? ¿También sabías que es una ladrona? ―reaccionó la mujer visiblemente herida―. Tenía tu colgante entre sus cosas. ―¿Mi colgante? ―repuso Cromber llevándose la mano a la altura del cuello. ―Sí, ese que solías llevar puesto ―sonrió maliciosamente al recordar las circunstancias en que se lo había visto. 123 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―Aún lo llevo puesto ―para más detalles lo mostró por encima de la armadura. La mujer dio un respingo y dejó escapar un leve quejido de sorpresa. ―Pues en su bolsa había uno idéntico ―aseveró. ―¿Idéntico o parecido? ―indagó el titán, al que finalmente había conseguido intrigar. El suyo se lo había regalado, hacía ya más de diez años, la propia diosa Milarisa. Recordaba cómo ésta le confesó que lo había hecho ella misma, pidiéndole que lo llevara siempre, que lo protegería allí donde fuera. Y así había hecho, no porque creyera que de él emanaba defensa mágica alguna, sino por deferencia y aprecio a quien se lo había regalado. ¿Cómo era posible que Nadia tuviese uno igual? Y, si era así, ¿por qué no lo llevaba puesto? ―Como dos gotas de agua, sé lo que me digo, lo he visto las suficientes veces como para estar segura. Y no me gusta que me regañes ―puso voz mimosa―. No soy una fisgona, me preocupo por ti, eso es todo. Ya puedes irte... Una cosa más, se me olvidaba, afuera te espera un comerciante de armas, debe llevar su mercancía hasta Finash y está dispuesto a pagar una moneda de oro diaria por tu protección en el viaje. ―Gracias, por todo Roxi... ―le dio un suave beso en los labios―. Volveré pronto, lo prometo. ―Vete de una vez embustero ―se despidió la mujer en un tono inequívocamente cariñoso, girándose para que no fueran visibles las lágrimas que se desprendían de sus ojos. Al terminar de bajar los escalones pudo ver a Nadia sentada en una mesa, apurando su segunda jarra de agua. Sintió una fuerte opresión en el pecho, los latidos de su corazón galopaban desbocados. ¿Cómo reaccionaría al verle? Ocupado en estos pensamientos mientras se aproximaba hacia ella, no advirtió la presencia de una silla fuera de sitio y tropezó con ella. Al oírlo ella se volvió y sus miradas se encontraron, le pareció advertir un brillo de alegría en sus ojos. Sonrió. Ella le devolvió la sonrisa, ¿o se reía de su torpeza? Se dirigió a Oldarf con intención de pagarle, pero éste objetó que con las monedas de oro que le había dado Nadia la 124 Capítulo 5. La sombra del rwarfaigt noche anterior la deuda estaba saldada con creces. Ambos se despidieron de él y abandonaron “Las Nueve Espadas”. Apenas cerraron tras de sí el portón de entrada a la taberna, las facciones de Nadia se transfiguraron por completo. Sin previo aviso explotó, dando rienda suelta a toda su furia contenida. ―Eres un asqueroso fisgón, me emborrachaste, me sedujiste con tus tretas y embustes para llevarme a tu cama, y mientras tu putita registraba a gusto todas mis cosas ―trató de defenderse pero la sorpresa y la contundencia de la mujer, a los que se aliaba la persistente resaca, se lo impidieron―. ¡Eres un maldito escupitajo de cucaracha bizca agonizante! ―Su enfado parecía creciente―. Nunca me lo hubiese esperado de ti. Todos los hombres sois lo mismo: galantes gavilanes de noche y excrementos de gusano al amanecer. El guerrero aguantó estoicamente la serie de improperios que le siguieron. Estaba comenzando a acostumbrarse a ello. El fuerte dolor de cabeza que sufría contribuía a su serenidad, excitarse hubiese sido contraproducente. En medio de la tormenta no pudo evitar pensar: ¿Dónde se habían llevado a la ardiente y cariñosa mujer con la que estuvo anoche? ¿A quién debía reclamar para que se la devolvieran? Finalmente, ella se detuvo un instante para recuperar el aliento, él lo aprovechó para replicarle sin alterarse. ―Nadia, estás sacando todo esto de quicio, sabes que yo no tuve nada que ver con.... ―¿Qué yo sé...? Yo no sé nada ―continuó gritando―. Lo único que sé es que la furcia de tu amiguita ha metido sus mugrientas narices entre mis cosas, y que lo ha hecho mientras tú me entretenías y engañabas con tus ardides. ¿Casualidad? No lo creo. Ya no. Ayer, en un momento de debilidad ―las lágrimas parecían querer aflorar al rostro de la muchacha, pero se resistió―, tonta de mí, llegué a creerte. Pero eso no se repetirá. ―No voy a escucharte más ―trataba de hacerse el duro, a veces daba resultado―, si tienes algo que arreglar con Roxana, arréglalo con ella, pero deja de utilizarme como diana de tus dardos. 125 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―¿Sí?, pobrecito... ―había una nota de sarcasmo en su voz, que delataba que el truco no había funcionado esta vez―. Atrévete a negar que esa buscona o el cornudo de su marido te han hablado de lo que contiene este zurrón ―señaló su macuto con ambas manos. Instintivamente Cromber iba a negarlo todo, pero no pudo hacerlo. Su propia impotencia para decidirse fue la confesión más palmaria de su culpabilidad. Al menos, pensó, ahora que ella sabía “que lo sabía” podría preguntarle por el collar. Afortunadamente recuperó la cordura a tiempo y juzgó que no era el momento más oportuno para ello. ―¡Ejem! Perdonen... ―una voz se impuso a su espalda. Ambos se giraron. Un hombre alto y corpulento de avanzada edad, cabellos escasos y canosos, se dirigía a ellos temeroso de ser inoportuno. El titán recordó entonces lo que Roxana le había contado del comerciante que estaría esperándolo a la salida. Lo había olvidado por completo. Se ruborizó pensando que seguramente había sido testigo de toda la discusión. >>Me llamó Hundamer ―continuó el mercader, seguro de haber captado su atención― y soy un humilde comerciante de esta ciudad. Me disponía a partir hacia Finash, con un cargamento de las mejores armas de Darlem, cuando he sabido que vos, Zakron, pensáis hacer la misma ruta. Me preguntaba si... ―hizo una pequeña pausa buscando las palabras adecuadas―, querríais acompañarnos en el trayecto, os pagaría bien por supuesto. ―Sí, disculpad, Roxana me ha hablado de vos ―el aludido como Zakron tenía la tentación de rechazar el trabajo, le incomodaba aceptar más responsabilidades durante el trayecto, y además implicaría un día o dos más de viaje como mínimo; pero el recuerdo del estado de sus maltrechas finanzas, le hizo cambiar de parecer―. Os escoltaré gustosamente, pero a cambio de dos monedas de oro diarias. ―Creo que es un poco excesivo por un solo hombre, pero tratándose de vos estoy seguro de que hago un buen negocio. Trato hecho ―se dieron la mano al estilo kantherio, simbolizando el cierre de la negociación―. Debéis saber que en la arena de Tirso aposté varias veces por vos 126 Capítulo 5. La sombra del rwarfaigt El hombre inclinó ligeramente la cabeza como saludo de cortesía, y entonces la vieron. Detrás de él, una mujer permanecía quieta, no se adivinaban sus rasgos, pues vestía una chilaba típica de los pueblos nómadas del Goblio, que cubría hasta las facciones de la cara. Sólo los ojos, unos ojos rasgados y negros, permanecían al descubierto. Era joven, la tersura de su piel no ofrecía duda, y alta, casi tanto como Hundamer ―¿La muchacha vendrá también? ―inquirió Cromber. ―Es mi mujer, Zulía ―respondió el mercader― Y, sí, vendrá con nosotros. No será ningún estorbo, os lo aseguro. Es capaz de afrontar las tareas más duras como cualquier hombre y además es una excelente cocinera ―Como si quiera refrendar las palabras de su marido, la mujer tiró hacia atrás del pañuelo, que cubría su cabeza y sus facciones, dejando al descubierto la hermosura de su rostro, sus labios carnosos y una cabellera morena, rizada y abundante. El guerrero no puso ninguna objeción. ◙◙◙ Abandonaron la muralla Sur de Brindisiam. El titán encabezaba la marcha montado sobre Saribor. Le seguía un pesado carromato tirado por cuatro caballos, conducido por Hundamer; junto a él se sentaban su esposa Zulía y Nadia. Una gruesa lona protegía a la mercancía del interior, consistente en todo tipo de armas y armaduras de esmerada artesanía. Una voz los llamó desde las puertas de la ciudad. Montado a lomos de un pollino Argelius se acercó a ellos. Casi a gritos les pidió, por favor, que le permitieran acompañarles. El mercader, que daba muestras de desconfiar de su aspecto estrafalario, se disponía a pedirle que se largase; pero Nadia se anticipó e intervino a su favor, aceptando en nombre de todos su compañía. Hundamer hizo una mueca de desagrado, pero no dijo nada por no incomodar a su escolta. Aproximándose al carromato, el juglar mostró su lira y propuso entonar un canto en honor a la belleza de las dos damas. El mercader con expresión severa le advirtió: 127 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―La dama que está a mi lado es mi esposa y no permito que nadie, que no sea yo, cante su belleza. ¿Queda claro? ―Zulía se cubrió con el pañuelo acompañando las palabras de su marido. ―¡Glups! Usted perdone caballero, creí que se trataba de su hija... ―se mordió el labio, había vuelto a meter la pata―. cantaré sólo para mi musa protectora ―dijo en clara alusión a Nadia―, con el permiso del caballero ―refiriéndose al guerrero, quien no dio siquiera muestras de inmutarse. Apenas hubo comenzado a entonar su cántico las nubes parecieron conciliarse en su contra. Unas gotas primero, a modo de aviso, una auténtica lluvia torrencial poco después, salieron al encuentro de su improvisación. Agitando el látigo en dirección al artista, Hundamer pidió: ―Que alguien haga callar a ese payaso, o de aquí tendremos que salir nadando ―en clara alusión al juglar. ―¿Insinuáis que mi arte irrita a las nubes? ―intervino en su propia defensa Argelius herido en su orgullo. ―Los chirridos de ese instrumento infernal irritarían hasta a un buey sordo ―replicó el mercader―. O cesáis de tocarlo ya mismo o, por Bulfas, que os lo hago tragar. La fuerza de la lluvia se intensificó, como si quisiera mostrar sus propios argumentos. Finalmente la mujer creona intervino conciliadora. ―Descansa un rato, mi buen Argelius ―había una nota de cortesía en el tono. ―Si vos me lo pedís mi musa. Vivo para obedeceros ―afirmó el juglar guardando el instrumento. Nadia encontró la lluvia muy oportuna. El monótono crepitar del agua al caer, tenía siempre para ella connotaciones de melancolía, muy apropiada para la tristeza que sentía su corazón. Entre cortinas de lluvia, observaba al titán encabezando la marcha. Le hubiera gustado continuar enfadada con él, pero no podía, aunque así se lo hiciera creer. Sabía que no había tenido participación alguna en la curiosidad de Roxana; lo había imaginado así desde un principio, pero se lo confirmó su propia inca128 Capítulo 5. La sombra del rwarfaigt pacidad para negarle que lo sabía. Algo, sin embargo, estaba pasando: hasta cuando se comportaba como un bobo le resultaba encantador y eso la inquietaba. Sus sentimientos eran confusos. A veces desearía contarle que su encuentro junto a la Senda Real no fue casual, que ella estaba allí esperándolo, que gracias al colgante, que compartían, sabía en todo momento donde estaba, que en realidad era una campeona entrenada por Milarisa, que su misión era seguirlo y protegerlo en todo momento. Pero no podía hacerlo, no le estaba permitido y él nunca lo comprendería. Una lágrima surcó su mejilla. Procuró secarla con rapidez para que no se notara. Sentía que había fracasado en su misión. Cuando la diosa se la encomendó creyó que sería una tarea fácil. Después de Bern ningún hombre había llegado a importarle realmente; se sentía cómoda en un mundo predominantemente masculino, utilizaba su belleza y la propia estupidez de los hombres para jugar con ellos a su antojo. Creía que en esta ocasión sería igual, pero algo salió mal. Se estaba implicando sentimentalmente y no podía consentirlo, eso sólo entorpecería su misión. Se reprochaba a sí misma por su momento de debilidad. Pensó en lo bien que iba todo el día anterior. Se imaginó pudiendo borrar lo ocurrido desde la última noche y al hacerlo descubrió horrorizada que no quería. No podía estar segura de cuáles eran sus sentimientos por Cromber, había pasado muy poco tiempo y todo era demasiado desconcertante. Tenía miedo de sentir, de sufrir otra vez. Enamorarse del titán podría ser la mayor equivocación de su vida. ¿Cuánto hacía que lo conocía, tres o cuatro días? ¿Qué podía esperar de él? Su fama de mujeriego y vividor era sobradamente conocida. En la Zona Prohibida, al Norte de Gilsam, donde fue entrenada, se rumoreaba que incluso la propia Milarisa había tenido un corto romance con él. ¿Dónde encajaba ella en todo esto? Lo mejor para ella, pensó, sería fingir una prolongación indefinida de su enfado, que le permitiera mantener las distancias y la cabeza lo más fría posible. La diosa le había encomendado personalmente la misión, había confiado en ella, no la defraudaría. 129 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ◙◙◙ Al atardecer había escampado. La Senda Real aparecía bloqueada a lo lejos por una columna de soldados con los estandartes de Darlem. A la izquierda, tras las colinas próximas, era visible una larga veta de humo. Con un gesto de su mano, Cromber detuvo la comitiva. Después tiró de las riendas de Saribor y se acercó a lo alto de la loma para inspeccionar lo que estaba ocurriendo. Una cabaña ardía por los cuatro costados, las llamas cubrían casi toda su superficie. Varios soldados, con uniformes de la caballería ligera de Darlem, habían formado una cadena humana hasta un pozo próximo y trataban de sofocar el incendio con cubos de agua. Otro grupo de soldados, más alejado, observaba y retenía a las monturas. Esparcidos en las proximidades de la cabaña podían verse varios cadáveres, algunos de ellos parecían ser de rwarfaigts. Un hombre permanecía sentado junto a ellos, con las manos cubriéndole el rostro y la cabeza escondida entre las piernas. El titán decidió aproximarse para contemplar más de cerca lo sucedido. Junto al hombre sentado, se encontraba el cadáver mutilado de una mujer, le habían amputado algunos de sus miembros y de sus ropas tan solo quedaban unos harapos sanguinolentos. Al centrar la vista, pudo distinguir junto a ella los restos desgajados de un bebe de corta edad. A pocos metros, casi tropezó con los despojos de lo que fuera una niña de no más de diez años. El resto de los cuerpos tendidos pertenecían a Rwarfaigts. Contó cuatro en total. Flechas certeras les habían atravesado el corazón, los ojos o la garganta. Prestó especial atención a la escasa profundidad a la que se encontraban clavadas; debieron ser disparadas a gran distancia. Lo atinado de los blancos, unido a la ausencia visible de proyectiles errados, delataba al autor de los disparos como un excelente tirador. Todo indicaba que éste había sido el hombre, con atuendo de cazador, que lloraba arrodillado junto a los cadáveres humanos. Aún conservaba el arco 130 Capítulo 5. La sombra del rwarfaigt junto a él y del carcaj de su espalda sobresalían emplumadas flechas, como las que habían acabado con los rwarfaigts. Dos soldados, montados sobre sus yeguas, se dirigieron hacia Cromber con intención de exhortarle a abandonar la zona. Una orden gritada tras de ellos les detuvo. Palius, su voluminoso comandante, había reconocido al titán como Zakron, quien comenzaba a encontrar insidioso el continuo recuerdo de su época como gladiador; una etapa de su vida con la que no se encontraba especialmente satisfecho. ―Saludos Zakron ―adelantándose a sus hombres, el rechoncho oficial se dirigió a él―, me llamó Palius y soy el comandante de la XIII compañía de caballería ligera. Nos dirigimos a Finash, como parte del contingente de refuerzo que nuestro Rey envía a Gothenor de Messorgia. ¿Qué te trae de vuelta por Darlem? ¿Volverás a la arena de Tirso? ―Saludos comandante ―contestó sin ningún entusiasmo― No, aquello terminó, me dirijo también a Finash. Escolto a un comerciante hasta la capital de Messorgia. ¿Qué demonios ha ocurrido aquí? ―Una tragedia... ―se llevó la mano al pecho, con ánimo compungido―. Esas criaturas bestiales, que veis por el suelo, atacaron a la familia de este hombre ―señaló al cazador que permanecía arrodillado―, cuando él se encontraba fuera cazando. Los despedazaron a todos; al parecer, puesto que nadie ha podido todavía hablar con él, llegó cuando estaban devorando sus restos. Acabó con los cuatro que permanecían en el exterior y encerró al resto en la cabaña, prendiéndole fuego después. Nosotros vimos el humo al pasar y nos acercamos a inspeccionarlo. Esto fue lo que nos encontramos ―extendió la mano señalando el panorama―, ya no pudimos hacer nada; salvo intentar sofocar el incendio e impedir que se extienda al bosque próximo. ―Esas criaturas se llaman rwarfaigts y son originarias del continente Galineda ―explicó el titán―. Las habréis visto alguna vez en el Circo de Tirso, puesto que erais aficionado a los espectáculos ―Palius asintió como si recordara de improviso―. Yo también he sido atacado por ellos, a unos tres días de camino hacia el Norte de aquí. 131 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―Eso que me contáis es muy grave ―las grasientas facciones del comandante se tornaron severas―, si hubiese más criaturas de esas sueltas por los alrededores, mucha gente inocente como ésta ―señaló a los cadáveres de la mujer y los niños― podría estar en peligro. ¿Cómo ha podido suceder? Nunca ha habido criaturas de esta especie en Darlem, ni en ningún otro reino kantherio, que yo sepa. ¿Creéis que tal vez se hayan escapado de alguna caravana que los llevaba al Circo de Tirso? ―No, eso creí yo la primera vez, pero hay demasiada distancia entre uno y otro sitio, para pensar que ha sido obra de un accidente fortuito. Presiento una “mano negra” detrás de todo esto. ―Ordenaré que se dé una batida a los alrededores, no podemos arriesgar las vidas de estas pobres gentes por un día más de marcha ―la voz de Palius sonaba ahora enérgica―. Parecéis conocer bien a esas bestias, me gustaría que os unierais a alguno de mis equipos de rastreo. ―De acuerdo ―un poco de acción calmaría sus tensiones internas, pensó―. Pero alguien deberá proteger al mercader y sus acompañantes, a los que venía escoltando. ―Mis hombres lo harán. Decidles que se unan a nuestra columna. ◙◙◙ Se organizaron en pequeños grupos de seis hombres cada uno. Cromber contó hasta una veintena de ellos. A una orden de Palius se dispersaron en direcciones opuestas, dispuestos a dar caza a los rwarfaigts que pudieran encontrar. Las imágenes de la familia despedazada estaban muy presentes en las mentes de todos, lo que contribuyó a exacerbar más los ánimos de los soldados, a los que la falta de acción comenzaba a resultar extremadamente tediosa. Krates, que así se llamaba el cazador, habló por fin y pidió unirse a la partida. Le prestaron un caballo, pues sus ani132 Capítulo 5. La sombra del rwarfaigt males habían sido devorados por las bestias, y le asignaron al mismo grupo que acompañaba el titán. Junto a ellos iban cuatro jinetes más, todos uniformados al estilo de la caballería ligera, consistente en una ligera cota de malla que les cubría hasta la cabeza, dejando al descubierto tan sólo las facciones del rostro, sobre la que caía una tela azul con el castillo, símbolo de Darlem, bordado en color carmesí. Encabezaba la comitiva el sargento Linthein, de rasgos aguileños, que comandaba el reducido grupo. Le seguía Hulter, corpulento, de aspecto fiero y con barba. A continuación, a la misma altura, iban Cromber y Krates. Cerrando filas estaba Jibanther, al que un flequillo castaño le caía por los costados, y las erupciones de su cara lo delataban como el más joven del grupo. Junto a él cabalgaba Lotherian, veterano de aires refinados y con un cuidado bigote rubio predominando en su faz. El cazador vestía un sencillo jubón de cuero marrón con flecos, su arco y su carcaj. Su semblante serio y apesadumbrado invitaba a pocas bromas. Sus cabellos morenos y rizados estaban atados con una fina tira de cuerda a fin de no estorbarle la visión. Sus ojos oscuros miraban fijamente al vacío de su rabia interior. ―Vamos Jibanther, o llegarás tarde a cazar tu primer rwarfaigt ―increpó Lotherian al joven que iba a su lado. ―Vigila tú, vieja momia, o seré yo quien no te deje ninguno al que atrapar ―replicó riendo el aludido. ―Vosotros dos, ¡silencio!, o espantaréis a todas las bestias en un día a la redonda ―intervino su superior. ―¡Aquí! ―gritó Hulter― ¡Huellas! ―se explicó ante la furibunda mirada del sargento Linthein. ―Parecen de rwarfaigt ―aseveró Lotherian. ―Son de esas bestias ―afirmó con aparente seguridad Jibanther. Cromber se aproximó, observando las huellas dubitativo. Krates hizo lo mismo, al verlas negó con la cabeza. ―Lobos grises ―fue su lacónico comentario. 133 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Todos aceptaron la autoridad del cazador, en lo que a reconocimiento de huellas se refería; aún así Linthein decidió seguir el curso del rastro descubierto, puesto que no tenían una elección mejor. ◙◙◙ Ya había anochecido en el campamento de la XIII compañía de caballería ligera de Darlem, instalado junto a la Senda Real. Los carromatos se habían dispuesto alrededor, dibujando el área acantonada en el que se desplegaban las tiendas y hogueras. Los animales relinchaban desde improvisadas cuadras, formadas por sogas tendidas entre los carromatos, donde abrevaban y se les daba de comer. El fuerte olor al rancho de campaña comenzaba a impregnar todos los rincones. Unas campanadas avisaron de que la cena estaba lista. Desde otras carretas, situadas en la zona Sur, podían escucharse las risotadas de las prostitutas, que acompañaban a la soldadesca y que a aquellas horas comenzaban su jornada. Próximo a esta zona se encontraba el carro de Hundamer. Dos soldados lo custodiaban. El comerciante y su mujer habían ido a dar forraje a sus caballos. El juglar entretenía a las cortesanas con sus historias, mientras esperaban por la clientela. Nadia se encontraba aburrida. Desganada porque Cromber no había dejado que lo acompañase e intranquila porque aún no había vuelto. Decidió levantarse y alejarse paseando, buscando tal vez que la brisa del Norte la ayudase a despejarse. Sobre su hombro izquierdo apoyaba, como siempre, su macuto. Al salir de la zona de hogueras, un soldado, al parecer de guardia, la abordó: ―¿Qué hace tan sola una mujer tan bonita? ―hizo el ademán de soltar un beso con los labios. El que así hablaba era Jokhitar, de constitución corpulenta, tenía la nariz recta, los ojos azules y un fino bigote rubio. La mujer se volvió hacia él. Luego continuó su camino como si no lo hubiese escuchado. Giró detrás del último carromato esperando encontrar algo más de intimidad, donde estar a 134 Capítulo 5. La sombra del rwarfaigt solas consigo misma. Pero se encontró de frente con Jokhitar que la había seguido. Puso su mano entre él y el carro para impedir que Nadia pudiese seguir avanzando. ―Eres muy hermosa ¿lo sabías? ―continuó piropeándola―. Yo te conozco, tú eres la mujer que ha venido esta tarde con el grupo de Zakron. Y sé por qué paseas sola a estas horas..., lo que necesitas es un hombre de verdad. ―Seguro, déjame adivinar… ¿algo así como tú? ―alegó socarronamente la campeona de Milarisa. Aquella situación estaba comenzando a divertirle. ―Te haré muy feliz, créeme. ¿Sabes por qué Zakron dejó la arena? Yo te lo diré, porque sus victorias habían sido amañadas y cuando tuvo que pelear de verdad, lo venció una simple mujer ―con la mano libre el soldado comenzó a sobarle las nalgas. ―¿Una mujer? ―repitió maquinalmente la muchacha. ―Sí, es un gigante de barro, te lo digo yo; sólo un afeminado blandengue se dejaría vencer por una mujer. ¿Sabes que estás para comerte? ―continuó refiriéndose a ella, mientras su mano subía hasta la altura de sus pechos, aprisionándole el seno derecho―. Eres como una pierna de bisonte en su jugo ―añadió relamiéndose. Nadia se detuvo unos instantes. ¿Ese patán acababa de compararla con un bisonte? La estaba manoseando. ¿Le había dado permiso para hacerlo? No, estaba segura de que no. Además era terriblemente torpe y bruto ¿Qué se creía, que estaba amasando pan? Con toda su rabia le propinó un fuerte codazo en el abdomen, el soldado se dobló sobre sí mismo en un gesto reflejo, soltando un fuerte bufido y dejando caer la lanza. Momento en que ella catapultó su puño hacia atrás. Se oyó un fuerte chasquido y el soldado acabó en el suelo, retorciéndose con la cara completamente ensangrentada y lloriqueando. ―¡Mi nariz! ¡Esa furcia me ha roto la nariz! ―gritaba entre las risas de sus compañeros que habían acudido a socorrerle. 135 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Nadia se alejó caminando lentamente, sin que nadie se atreviera a importunarla. Con su propia saliva se afanaba por limpiarse la sangre que le había salpicado las manos y el vestido. ◙◙◙ En otro lugar del campamento, una figura se desplazaba furtivamente lejos de las miradas ajenas. Sus manos desenvolvieron discretamente un pequeño objeto de forma circular. Presionó suavemente sobre uno de sus bordes y unas brumas grises comenzaron a dibujarse en el interior del objeto; paulatinamente fueron adquiriendo una forma distinguible, de piel azulada y cabellos rojizos. ―Jakinos, he cumplido fielmente las instrucciones y he conseguido que el titán acepte mi compañía. Ahora estamos acampados. Aunque él no está aquí, la mujer sí. Procuro no perderla de vista, como me habéis pedido, pese a que no me parezca peligrosa. ―Deja que sea yo quien juzgue de peligros ―respondió una voz desde el objeto―. No los pierdas de vista, especialmente a ella. No te confíes y evita la posibilidad de que te descubran. Ni siquiera debes ponerte en contacto conmigo si no es para informarme de alguna novedad importante. Por cierto, ¿Por qué no está Cromber ahí? ―Parece ser que una manada de rwarfaigts anda suelta por los alrededores; al mediodía asesinaron a una familia entera cerca de aquí. Ha partido en busca de su rastro, uniéndose a una de las patrullas que el regimiento darlemno al que acompañamos ha organizado. ―¿Rwarfaigts…? Interesante ―el reducido tamaño de la imagen no pudo mostrar con nitidez la cínica sonrisa que se dibujó en los labios de Jakinos. ―¿Qué pensáis señor? ¿Creéis que pueda ser obra de Rankor? 136 Capítulo 5. La sombra del rwarfaigt ―Sin duda ―sentenció el dios―. Suspende ya esta comunicación, no queremos que nadie descubra nuestra conversación. La mano presionó de nuevo suavemente los bordes del objeto circular. La imagen y las brumas desaparecieron, volviendo a quedar tan sólo una superficie lisa y opaca. ◙◙◙ Noche cerrada, las nubes cubrían el cielo estrellado. Regresaban al campamento por entre la densa arboleda del bosque. Rastrearon durante horas toda la zona y no encontraron ninguna pista de los rwarfaigts. Habían avistado alguna manada de lobos, incluso jabalíes, pero ninguna bestia de Galineda. Atravesaban una pequeña zona boscosa próxima a la senda Real. Cada jinete portaba una antorcha encendida para combatir la oscuridad. En el horizonte, entre la arboleda, podía distinguirse la claridad que emanaba de las hogueras del campamento, tras las colinas próximas, al otro lado del regio camino. Las facciones de Krates se ensombrecieron de repente. Cromber lo advirtió y dirigió una mirada interrogativa al cazador. ―¿No lo oís? ―preguntó éste, en voz alta para que todos le oyeran. Los soldados se miraron entre sí y se encogieron de hombros. ―No oímos nada ―anticipó Jibanther. ―De eso se trata ―advirtió el titán―. El silencio ―Krates lo ratificó con un gesto de su cabeza. Nerviosos comenzaron a hacer girar en redondo a sus monturas. Inspeccionaron los alrededores a la luz de sus antorchas. Nada, no encontraron el menor rastro, ni siquiera de otros animales. El sargento Linthein achacó el silencio a la noche cerrada y a su propia presencia, así como a la proximidad del campamento. Ni Cromber ni Krates parecían satisfechos con la 137 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes explicación, pero no había señal de peligro, así que decidieron proseguir su marcha. De súbito se levantó una ligera brisa del Oeste. Cromber percibió un olor, vio que Krates también parecía notarlo. Soltando las riendas y desenvainando con celeridad a Mixtra gritó: ―¡Rwarfaigts! ―reconocería su fétido olor en medio de un campo de estiércol, pensó. No tuvieron tiempo de prepararse. De improviso comenzaron a caer sobre ellos numerosos rwarfaigts desde las copas de los árboles que los rodeaban. Una bestia rugiente saltó sobre el titán, ensartándose en su espada. Con un rápido giro de su arma, el cadáver del rwarfaigt salió despedido liberando la hoja mortal. A su lado otro cayó sobre Krates, derribándolo de su montura. Uno más se aproximó a su izquierda, al que mantuvo a raya con su antorcha. Los gritos de los hombres y los rugidos de las bestias se entremezclaban con los sonidos del acero, garras y mandíbulas rompiendo huesos y carne. El rwarfaigt que había derribado al cazador alzó su zarpa mortal sobre él. No llegó a bajarla, un golpe del arma de Cromber le partió el cráneo. Girándose hacia su izquierda el titán acabó con la otra bestia que lo amenazaba abriéndole un profundo tajo en el tórax. No hubo respiro. Una nueva criatura se abalanzó sobre él desde un árbol próximo. Saribor se encabritó, viéndose obligado a arrojar la antorcha y coger las riendas para no caer. De un rápido mandoble seccionó el cuello del rwarfaigt, que agonizó entre estertores. La visibilidad era escasa, en medio del caos sólo Hulter conservaba su antorcha encendida. Otra bestia se abalanzó sobre él desde su flanco desprotegido. No llegó a alcanzarle, una flecha de Krates le atravesó la garganta. ―Se mueven por las copas de los árboles ―advirtió el cazador mientras montaba de nuevo su arco. Cromber tomó aire, dos nuevos cadáveres de rwarfaigt yacían a sus pies. Una de las antorchas había prendido en las ramas secas de un árbol al caer. La zona de combate estaba ahora iluminada. Se giró hacia donde estaban los demás, el espectáculo era dantesco. Del joven Jibanther sólo se apreciaba una masa 138 Capítulo 5. La sombra del rwarfaigt sanguinolenta. Lotherian sangraba profusamente de una herida en su brazo izquierdo. El sargento peleaba rodando por el suelo con otro rwarfaigt, hasta que una flecha del cazador lo libró de su oponente. Sólo Hulter aguantaba sobre su montura, manteniendo a raya a las bestias con su hacha, pues había perdido su lanza en el cuerpo de uno de los rwarfaigt. El arco de Krates silbó de nuevo y una criatura empalada cayó desde las alturas. Momentos más tarde, el combate había terminado. Sólo escuchaban sus propias respiraciones nerviosas. Sin dejar de empuñar las armas, vigilando atentamente cualquier movimiento a su alrededor, comenzaron a recuperar el aliento. Esperaban ver aparecer docenas de bestias de un momento a otro, pero no llegaron. Los únicos rwarfaigts que quedaban eran los cadáveres esparcidos a su alrededor. Llegó el momento de “lamerse” las heridas. Nada pudieron hacer por el joven Jibanther, la bestia que lo atacó lo había literalmente decapitado, ensañándose con sus restos hasta que Lotherian acabó con ella. Tampoco éste salió muy bien parado, yacía inconsciente junto a su espada, la herida de su brazo izquierdo era profunda y probablemente lo perdería; presentaba además otras contusiones menos graves en otras partes de su cuerpo. El sargento Linthein tenía la cota de malla desgarrada, permitiendo descubrir varias magulladuras y arañazos que surcaban su cuerpo, pero ningún daño irreparable. Hulter y Krates presentaban algunos rasguños, al igual que Saribor. Cromber estaba bañado en sangre, pero ni una sola gota era suya. Una vez más su armadura de titanio había resistido las afiladas garras de los rwarfaigt. Los caballos habían muerto o huido, con excepción de la montura de Hulter y el propio Saribor. Decidieron ir a pie, el campamento estaba cerca y así podrían utilizar los equinos para transportar a los heridos y al cadáver del infortunado muchacho. Pero antes volvieron a encender sus antorchas y apagaron el pequeño conato de incendio que se había declarado durante la batalla. ―¡Gracias! ―dijo el cazador, dirigiéndose al titán, apenas se pusieron en marcha. 139 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―¿Por qué? ―preguntó el aludido. ―Por salvarme la vida. ―No tiene importancia, tú también lo has hecho por nosotros. Tus flechas fueron muy oportunas. ―Aunque, quizá hubiese sido mejor morir en sus garras, como mi mujer y mis hijos ―un brillo acuoso se formó en sus ojos. ―Aún te quedan muchos rwarfaigts por cazar ―trató de animarlo―. Además, seguramente querrás la cabeza del que los ha estado soltando por aquí. ―Yo desde luego sí ―afirmó Linthein, que había estado siguiendo la conversación. ―También yo ―añadió Krates. ― ues, ahora estoy bien seguro ―continuó el titán―. Alguien ha estado soltando deliberadamente rwarfaigts en las proximidades de la Senda Real y lo ha estado haciendo en dirección Norte-Sur. Cuando me atacaron a mí, al Norte del Hiuso, me encontraba cerca de la Senda Real. Tu cabaña, Krates, está próxima a la Senda Real y nos acaban de atacar junto a la mismísima Senda Real. Demasiadas coincidencias. ―Pero ¿quién? Y ¿por qué? ―se preguntó en voz alta el sargento Linthein. ―No tengo ni idea ―reconoció Cromber―. Pero, quien quiera que sea, viaja en la misma dirección que nosotros y no debe llevarnos más de una o dos jornadas de ventaja. ¡Preguntémoselo! 140 CAPÍTULO 6 CABALLEROS, SANADORES Y MAGOS M uleif dirigió su mirada penetrante hacia los barracones próximos. Pertenecían al puesto fronterizo darlemno en la Senda Real, situado entre los territorios de Darlem y Messorgia. Por su tamaño no albergarían a más de una veintena de hombres. No serían un problema si algo salía mal, pensó. Pero estaba seguro de que eso no iba a suceder, Rankor les protegía. Volvió la vista hacia atrás y contempló la larga hilera de carromatos que le seguían. Todos idénticos, enteramente cubiertos de madera, con refuerzos metálicos y barrotes en la única ventana visible; semejantes a los habitualmente utilizados para el transporte de animales. Hasta él llegaban los guturales rugidos de los rwarfaigts, tan nítidamente como su olor. Aquellos momentos le hacían sentirse orgulloso de la confianza que su señor había depositado en él. Tratándose de un simple mago psíquico, era todo un honor que se le hubiese encomendado dirigir una misión tan delicada. Guió a su asustada montura hasta el primero de los carros. El gruñido de las bestias se agudizó ante la proximidad del mago. Sujetó, con su mano izquierda, el medallón plateado que llevaba colgando. Extendió su palma derecha y, dirigiéndose a las criaturas, comenzó a pronunciar el ritual de un encantamiento. ―Taa MELMURHKASKNEER aorete naa Rankor ―su voz vibró solemne. Uno a uno, los rwarfaigts recluidos en la carreta dejaron de rugir y de agitarse, para terminar desplomándose sobre sí mismos amodorrados. El mago repitió la misma operación en el siguiente vehículo y continuó haciéndolo en los demás, hasta llegar al décimo. El resto estaban vacíos o transportaban víveres. Sus hombres lo miraban con una mezcla de admiración y temor, sin atreverse a murmurar por miedo a interrumpir su concentra- La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ción. Cada carro estaba guiado por dos hombres, aparentemente desarmados; aunque un fardo oscuro situado al lado de cada uno de ellos, invitaba a sospechar que quizá no lo estuviesen tanto. Cuando llegaron a la altura del puesto fronterizo, Muleif volvió a encabezar la comitiva. Con la capucha puesta, ocultando sus rasgos aguileños, se encaró a los soldados que se acercaban a inspeccionar la mercancía. Uno de ellos se asomó a los barrotes del segundo carromato. El mago cogió de nuevo su amuleto y susurró de modo casi inaudible: ―Taa SYFFDARNTIRKREE julon baa Rankor. El soldado miró al interior, donde dormitaban los rwarfaigts. Tan sólo vio unos apacibles terneros, cansados por el largo viaje. Inspeccionó alguno más; en todos había lo mismo. Agitó en lo alto su lanza indicando a sus compañeros que todo estaba en orden. El servidor de Rankor extrajo unas monedas de la bolsa de cuero, que colgaba de su cintura, y se las entregó al oficial del puesto, como pago de las tasas correspondientes. Los ojos del capitán brillaron al contarlas y comprobar que había el doble de las que correspondían. Con un gestó de gratitud ordenó abrir el paso a la caravana. ◙◙◙ Al amanecer los hombres de Palius comenzaban las tareas para levantar el campamento. Hasta allí llegaron, maltrechos y andando, los componentes del grupo expedicionario del sargento Linthein, entre los que se encontraba el titán. Caminaban heridos, cubiertos de sangre y de barro, con el cadáver de Jibanther a lomos de Saribor. Al verlos sus compañeros se acercaron a ellos, agolpándose a su alrededor, algunos visiblemente alarmados, haciéndoles todo tipo de preguntas sobre lo sucedido. Pronto se formó un nutrido corro en torno suyo. El propio Palius se aproximó con el dolor y la preocupación reflejados en su rostro. Aquella había sido una noche muy agitada, otros dos grupos habían tenido encuentros con los rwarfaigts y otro 142 Capítulo 6. Caballeros, sanadores y magos más no había regresado aún. Apartó la vista al observar el cadáver mutilado del joven guerrero, tratando de contener la náusea que lo invadía. Vio entonces la fea herida en el brazo de Lotherian, que permanecía inconsciente. Hizo un gesto a uno de sus hombres, que salió corriendo en dirección a la desmontada tienda central del campamento. ―¡Crom! ―gritó Nadia, abriéndose paso entre la multitud congregada. A lo lejos lo había visto caminar empapado de sangre. Su corazón le dio un vuelco. Si algo le había sucedido no se lo perdonaría a sí misma. La angustia de sus emociones se dibujó en su bello semblante. Cromber advirtió su desasosiego y se apresuró a tranquilizarla: ―¡Estoy bien! ―comentó lacónicamente, tratando de forzar una sonrisa. Al observarle de cerca, la muchacha advirtió que no presentaba herida alguna y que la sangre que lo cubría debía de pertenecer a las bestias o alguno de los heridos. Entonces fue consciente de cómo sus turbaciones la habían delatado. Se sentía ridícula, ruborizándose con tan sólo pensarlo. Tenía que actuar y rápido. La empujaron por detrás, no necesitó volverse para reconocer a Argelius, que se aproximaba curioso para contemplar a los recién llegados, que tanta expectación estaban despertando. ―Pues ¡date un baño! ―dijo Nadia al titán, acompañando a sus palabras con un gesto de repugnancia. Luego, se giró hacia el juglar, sujetó con ambas manos su cara y lo besó en los labios durante unos prolongados momentos. El sorprendido trovador no opuso resistencia, se limitó a extender y dejar caer los brazos. Cromber simplemente la ignoró. Dirigiéndose a Palius, le confirmó su hipótesis sobre el origen de la presencia de los rwarfaigts, que Linthein había comenzado a narrar. El obeso comandante, con voz grave, dio órdenes a sus hombres para que inspeccionasen y registrasen cualquier comitiva sospechosa en la Senda Real. También indicó que se enviasen mensajes a las autoridades de Messorgia, recomendándoles actuar en el mismo sentido. 143 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Krates se adelantó un paso y pidió poder acompañar a las patrullas que acababan de convocarse. Un gesto afirmativo de Palius fue suficiente autorización. Volviéndose hacia el titán, el cazador le conminó a unirse a la expedición. El guerrero, sin embargo, trató de disuadirlo recomendándole que descansase, que ya tendría su oportunidad. El ansia de venganza impidió a aquél escuchar sus palabras. Viendo inútil toda tentativa por retenerlo, Cromber se refugió en su compromiso con el comerciante, asunto que le impediría acompañarlo en esta ocasión. Se despidieron apretándose el antebrazo. El hombre que acababa de perder a su familia, salió de nuevo en busca de revancha, sin dar tregua a su cansado y magullado cuerpo. De la misma dirección regresaba el guerrero al que Palius había enviado corriendo cuando vio a los heridos, tras de él venían dos singulares personajes, a los que la edad no permitía seguir la celeridad de sus pasos. Unos de ellos era una mujer de bellos rasgos dentro de su anciana edad, con sus canosos cabellos ondeando al viento, sujetados por una diadema de metal negro. Vestía una armadura brillante del mismo color. Aunque el titán nunca antes había estado frente a un caballero sagrado, las representaciones que había visto, las leyendas que había oído y el titanio que bañaba sus armas, le permitieron identificarla como una de ellos. El que caminaba junto a ella, llevaba atuendos de sanador y aparentaba tener aproximadamente los mismos años. Un pequeño y recortado bigote canoso decoraba su enjuto rostro, su extrema delgadez era tal que daba la impresión de no poder ser visto de frente. Arrodillándose junto a Lotherian, que había sido tendido en una improvisada camilla, el anciano Zenón extrajo un extraño objeto de su bandolera. Tenía forma de herradura, aunque mucho más consistente y perfectamente simétrico; rodeado de incrustaciones en toda su circunferencia. Con sumo cuidado, lo aplicó sobre el brazo desgarrado del veterano soldado. Pronunció solemnemente unas palabras mientras lo hacía: ―Taa HEINDHÜGFARPSY hubile maos nea Bulfas ―Las incrustaciones del objeto comenzaron a parpadear. Un extraño humo blanco surgió de la herida. 144 Capítulo 6. Caballeros, sanadores y magos Después obró el prodigio. La carne desgarrada comenzó a unirse, las heridas se cerraron. Allí donde había una profunda llaga, quedaba tan sólo una dolorosa cicatriz. Tardaría algunos días en sanar, pero con toda seguridad conservaría el brazo. Muchos de los que allí estaban quedaron atónitos. Para la mayoría aquella era la primera vez que veían por sus propios ojos actuar a un sanador. Cromber había sido testigo en otras ocasiones de su poder de curación, aunque nunca dejaba de maravillarle. La caballero sagrado, Marila, interrogó a Palius sobre el origen de las heridas y lo sucedido con los rwarfaigts. Ella y Zenón, su esposo, acompañaban, en calidad de observadores, a las fuerzas que el Reino de Darlem enviaba en auxilio de Gothenor de Messorgia. Formaban parte del contingente del Fuerte Dariam* y actuaban como representantes suyos. Su misión, según explicaron, consistía en recabar toda la información posible sobre la amenaza que venía del Este. Tenían órdenes estrictas de no intervenir. El restablecimiento del herido no podía entenderse como una violación de las mismas, puesto que no implicaba intervenir en el conflicto a favor de ningún bando, o eso quisieron pensar. ―Hummm... Huelo problemas... Esto no me gusta nada ―expresó su preocupación el sanador, que ya había concluido su trabajo y encaraba su mirada con la del comandante―. Me recuerda a los primeros momentos de la “Guerra de los Titanes”, entonces también se utilizó a esas bestias. ―Pero ¿para qué? ¿con qué sentido? ―rompió su silencio Hulter, encogiéndose de hombros. * Tras la Guerra de los Titanes, los dioses volvieron a acatar los acuerdos del plan de paz del Goblio, que los confinaba en el subsuelo. Al hacerlo disolvieron a los supervivientes de sus ejércitos en la superficie. Algunos pasaron a hacer vida normal, pero la mayoría prefirió seguir juntos, al margen de los dioses, con quienes habían perdido el contacto, y formaron sus propias órdenes en nombre de la defensa de la justicia y la piedad en el mundo. Los seguidores de Bulfas se congregaron en Fuerte Dariam, al Norte de Darlem. Gozaban de una gran autonomía de acción, aunque casi nunca se aventuraban fuera de sus recintos, a cambio ellos no se inmiscuían en los asuntos políticos de los comunes mortales. 145 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―Para entorpecer los movimientos del enemigo ―respondió asombrado Zenón, como si la respuesta hubiese debido ser obvia. ―Pero eso es absurdo ―repuso Hulter―, ¿qué son unas decenas, unos centenares de criaturas como esas contra los ejércitos de Darlem, Messorgia o cualquier otro Reino Kantherio? ―Perdona, creo que no hemos sabido expresarnos bien ―contestó ahora Marila, con voz suave pero firme―. No se trata de que los rwarfaigts ataquen a los ejércitos kantherios, como bien dices eso es absurdo. Su papel es muy diferente. Básicamente consiste en generar terror y confusión en todas las líneas de comunicación. Esto produce desabastecimientos, desvío de los recursos, desplazados, baja la moral, entretiene a los refuerzos... En la “Guerra de los Titanes” llegó a provocar el caos, especialmente entre los virianos… Tras saludar marcialmente a los presentes, caballero sagrado y sanador volvieron sobre sus pasos. Al girarse, ambos pararon unos instantes su mirada en Cromber, y en particular en sus armas. Fueron sólo unos momentos, pero la expresión de extrañeza, que se grabó en sus rostros, no pasó inadvertida al titán. ◙◙◙ Tras otro día de marcha, la comitiva acampó muy cerca de la frontera entre Darlem y Messorgia, nítidamente marcada en la Senda Real por dos postes elevados. Se instalaron junto al pabellón darlemno que hacía las veces de puesto aduanero. Las patrullas habían regresado y no traían buenas noticias. No se habían producido nuevos encuentros con rwarfaigts, pero tampoco se habían topado con quienes se suponía los estaban introduciendo, a pesar de haber recorrido a conciencia toda la vía y sus alrededores. Tampoco se les había visto cruzar la frontera. Del grupo que el día anterior no regresó, como ya se temía, sólo se encontró parte de la indumentaria y enseres, además de un 146 Capítulo 6. Caballeros, sanadores y magos rastro de sangre y vísceras, que obligó a vomitar a más de un rudo guerrero. Cromber y sus acompañantes habían sido invitados a compartir la hoguera y la cena con el comandante de la expedición. Krates, que había regresado de su patrulla, se unió a ellos. Allí los esperaban Marila, su esposo Zenón y un selecto grupo de oficiales. El cazador, abatido y cansado, se sentó junto al titán. Su anfitrión ordenó abrir un barril de cerveza negra de Tuinass, con él no sólo pretendía agasajar a sus huéspedes, sino también conseguir revitalizar el decaído ambiente, que habían provocado los desalentadores informes de las patrullas. El primero en beber fue Argelius, que se encontraba sentado al lado de Nadia, al que pronto siguieron todos los demás. Aquella cena que estaban degustando nada tenía que ver con el rancho amorfo e insípido que habían tomado el día anterior. Carne asada, verduras fritas, pan confitado y fruta. Tales platos, en campaña, constituían todo un festín, que devoraron como si no hubiesen comido en días. Saciado el apetito y consumidas varias jarras de cerveza, el clima comenzó a descongelarse. Algunos oficiales empezaron a hablar acaloradamente sobre las criaturas que les traían de cabeza. Se lamentaban porque al entrar en tierras de Messorgia ya no podrían realizar batidas como las de los últimos días. Krates aprovechó para abandonar su habitual timidez y parquedad de palabras. ―Esta tarde encontramos las huellas de un carromato que se había salido de la Senda Real, adentrándose entre los árboles próximos, para después volver al camino ―explicó el cazador―. Las huellas que salían de la Senda eran mucho más profundas que las que regresaban, por lo que creo que descargaron ahí su mercancía. ―¿No sería posible que la diferente profundidad de las huellas se deba a otros factores, como diferencias del terreno? ―cuestionó uno de los oficiales. Junto a las huellas del carro había multitud de pisadas de rwarfaigt ―se limitó a responder Krates. ―Así pues los traen en carromatos ―meditó en voz alta Cromber, sujetándose la barbilla con su mano izquierda, en un 147 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes gráfico gesto―. Pero, ¿cómo es posible que nadie les vea? ¿Cómo pueden soltar a los rwarfaigts sin riesgo para sí mismos? ―preguntó temeroso de conocer la respuesta. Dirigiéndose al matrimonio de Dariam, añadió―. ¿Cómo lo hicieron durante la “Guerra de los Titanes”? ―Utilizaban magos psíquicos ―respondió la anciana caballero sagrado, tras un breve pero tenso silencio en que meditó si debía o no contestar―. Con ellos podían ocultarlos a la vista de los curiosos y mantenerlos dominados cuando los soltaban. Se produjo un fuerte murmullo, delatando el temor supersticioso que despertaba entre las gentes de Darlem la mera mención de la magia. Magos psíquicos, repitió mentalmente el titán. Sí claro, eso explicaba por qué las patrullas no los habían encontrado y nadie los había visto cruzar la frontera. Una intervención de Zenón dirigida a él interrumpió el camino de estas reflexiones. ―Tienes unas bonitas armas. ¿Dónde las conseguiste? ―la sonrisa del sanador no consiguió ocultar el tono mordaz de su pregunta. ―Fueron la recompensa por un servicio ―eludió contestar con mayor detalle. ―Cromber, ¿me acompañarás esta vez? ―intervino oportunamente Krates, que había advertido como la pregunta de Zenón incomodaba al titán. ―Sí, esta vez sí. Quiero verles las caras a esos magos ―accedió, hubiese ido de todos modos, lo decidió en el mismo instante en que escuchó mentar a los magos, pero el cazador se había granjeado su gratitud por el modo en que le había rescatado hábilmente de aquel molesto interrogatorio. Desde un primer momento, en que fue testigo de su desdicha y su férrea determinación, sintió simpatía por él―. Pero, a condición de que esta noche descansemos ―añadió. Krates se apresuró a aceptar los términos exigidos, con un leve gesto afirmativo. Hundamer intercambió una mirada con su mujer, luego protestó airadamente contra Cromber. 148 Capítulo 6. Caballeros, sanadores y magos ―¡Zakron! ¿Acaso no sois un hombre de palabra? ―le increpó el mercader, visiblemente enfadado―. Teníamos un pacto, ibais a escoltarme hasta Finash. ¿Lo habéis olvidado? ¿o vuestra palabra es tan variable como el viento? ―Comprendo vuestro enfado y no me voy a ofender por ello ―replicó el titán―. Os libero de cualquier deuda que hayáis contraído conmigo por estos días. Siento de verdad no poder continuar con nuestro trato y más aún lo sentirá mi bolsa, creedme, pero debéis comprender que hay cosas más importantes que los negocios. ―Si no vais a escoltarme, libradme al menos de oír sandeces como esas: “Hay cosas más importantes que los negocios”, “hay cosas más importantes que los negocios” ―repitió mofándose escandalizado, mientras se levantaba junto a su mujer. Presentaron sus respetos a Palius y regresaron hacia a su carromato. ◙◙◙ Con un cortés saludo, Marila y Zenón se retiraron a descansar, aunque en perfecta forma física, su edad no les permitía trasnochar sin pagar las consecuencias. Durante más tiempo del que hubiesen deseado, habían estado narrando anécdotas sobre la Guerra de los Titanes y la batalla de Dom en las que participaron activamente. Las bocas de los presentes se habían abierto de par en par cuando escucharon hablar de artefactos que escupían fuego, de esqueletos andantes, duros como el metal, que arrasaban todo a su paso, de ingenios voladores del tamaño de la torre más grande de Tirso... Una cadena de murmullos, solapándose unos a otros, sustituyó a la presencia del sanador y la caballero sagrado. Las anécdotas de un pasado legendario, que tan sólo conocían narrado en épicas historias oficiales, que generalmente omitían los detalles, o en boca de ancianos ebrios, al calor de la cantina local, habían acentuado su nerviosismo ante los extraños acontecimientos de los últimos días. Palius, emocionado por los relatos, 149 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes llamó la atención de sus contertulios carraspeando sonoramente y batiendo ligeramente las palmas. ―mmm.... ―suspiró―. No hay nada como el recuerdo de las viejas historias. Todo esto que nos han contado me recuerda otros tiempos, cuando trabajaba en la comandancia de Seritash y se nos había ordenado capturar al poderoso bandido Galther y su banda de malhechores ―algunos oficiales agacharon sus cabezas, sabían lo que vendría a continuación, habrían de soportar una vez más el insufrible relato de una de sus “batallitas”. Cromber permitió que sus pensamientos lo ensimismasen, aislándole de su entorno. Recordaba punzantemente la pregunta de Zenón y su sonrisa cínica, como si conociese de antemano cual habría de ser la respuesta. Le habían preguntado con anterioridad por sus armas, pero nunca antes le habían hecho sentir esta intranquilidad. Aquellos que ahora se la hacían, habían participado en la “Guerra de los Titanes”, podrían tal vez reconocer su naturaleza, ser capaces de distinguir que estaban hechas de titanio o incluso su origen. Rememoró el episodio que le llevó a “adquirirlas”. Había pasado una década desde entonces. Contaba en aquellos tiempos con 19 inviernos, vagaba malherido por los bosques de Arrack, había huido de su poblado natal en circunstancias dolorosas y extremas que prefería no recordar. Una imagen apareció ante él, era la de una bella mujer conminándole a que la acompañara. Recordaba como inicialmente pensó que la fiebre provocada por sus heridas lo hacía delirar. Aún así, con un último acopio de fuerzas, la siguió, casi reptando, su hermosura lo alentaba... ―...Llevábamos varios días cabalgando ―la narración de su obeso anfitrión, que había elevado el volumen de su voz, lo recuperó para el mundo real― cuando, con gran habilidad, descubrimos su rastro... ―Su lugarteniente, Crecio, que también lo acompañó en aquella ocasión, recordaba cómo tras patrullar varios días sin encontrarles, el hambre les llevó a una Fonda próxima, que la casualidad quiso que fuera también escogida por los bandidos. El recuerdo de la belleza de Tigra, la sanadora cuya imagen había seguido a través del bosque, volvió a refugiar al 150 Capítulo 6. Caballeros, sanadores y magos titán en su pasado. Aquella fue la primera vez que vio actuar el poder de curación de uno de aquellos artilugios con forma de herradura, a los que denominaban “Simtar”. Cuando estuvo repuesto, su salvadora le exigió un precio: habría de acompañarla en un viaje. Sonrió al evocarlo, aunque no hubiese contraído una deuda de gratitud con la mujer, sus brillantes ojos castaños, su rizada melena cobriza, o las exuberantes curvas que se adivinaban bajo su atuendo, habrían bastado para que la siguiera al fin del mundo y, bien pensado, allí le llevó. Unas tímidas carcajadas distrajeron su atención, bruscamente interrumpidas por la expresión malhumorada del comandante. Al parecer su sonrisa, al recordar a la sanadora, había sido interpretada como si lo hiciera de la historia de Palius. Debería tener más cuidado, pensó. Su anfitrión, tras recorrer con la vista a sus contertulios y comprobar que todos le escuchaban con atención, continuó su relato: ―... peleamos a brazo partido, los bandidos eran algo más de cuarenta ―en realidad no llegaban a la media docena, pero ¿a quién le importaban esas nimiedades?, pensó Crecio―. Yo saqué mi sable y... La mente de Cromber volvió a navegar por las aguas de su pasado. El viaje con la sanadora duró hasta finales de aquel verano. Recordó también su ardor juvenil, no hubo ocasión propicia, de noche o de día, que no le hiciese alguna proposición a la bella mujer que lo guiaba, como tampoco la hubo en que ella no lo rechazase amablemente. Llegaron hasta unas minas abandonadas al Suroeste de Akaleim, se internaron en ellas y, una vez dentro, Tigra sacó un extraño objeto con forma piramidal. Pulsó uno de sus resortes y las brumas les envolvieron; cuando éstas se despejaron estaban en otro lugar, de paredes amplias y brillantes como el mármol, de tacto frío y duro como el metal. Recordó divertido, aunque en esta ocasión se esforzó por no exteriorizarlo, el pánico que sintió cuando vio a aquellos seres enormes de piel azulada. Para alguien que estaba acostumbrado a ser siempre el más alto allá donde iba, no resultaba cómodo tener que mirar hacia arriba para contemplar aquellos rostros hostiles. Trató de defenderse, temiendo que la muchacha lo hubiese conducido a alguna trampa, pero fue rápidamente 151 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes reducido. Aquella no era la primera vez que veía a un dios, aunque nunca a tantos juntos. Por las leyendas que le había narrado su mentor, el anciano Arlius, supo que probablemente se encontraba en alguna de sus guaridas de los submundos interiores, en los que se habían recluido. ―...entonces el jefe de los ladrones, Galther, cogió un caballo y trató de escapar a nuestro cerco ―relataba emocionado Palius. Su lugarteniente no objetó nada, aunque según pudo rememorar no hubo tal cerco, pues habían topado con él de casualidad y de no ser por su propia acción evasiva, quizá ni siquiera hubiesen reparado en ellos― Lo seguimos por montañas, ríos y desfiladeros... ―Crecio recordó que había una pequeña colina y un riachuelo al lado de la Fonda. Cromber regresó mentalmente a su primera y única estancia en los submundos. Al momento preciso en que descubrió, porque así se lo revelaron, que era un titán. Siempre se había considerado especial, como todo el mundo debe hacer en privado, supuso, pero aquello era más de lo que nunca hubiese sospechado. El propio Bulfas se mostró sorprendido de que aquel muchacho, que era él, ignorase su naturaleza. Los dioses supieron de su existencia accidentalmente, cuando, junto a su amigo gilsamno Havock, robó el martillo de guerra de Thorem de entre los deshechos de la batalla de Dom. Lo buscaban desde entonces. Normalmente lo habrían exterminado allí mismo, después de interrogarlo, como habían hecho con todos los titanes capturados antes que él; pero la suerte lo acompañó en aquella ocasión: La hija de Bulfas, Silke, había sido secuestrada por guäsids en uno de los submundos de Magrud. Ninguno de los suyos podía intervenir para rescatarla sin riesgo de volver a desencadenar una nueva guerra entre los dioses. Tampoco contaban con los contingentes adecuados, los acuerdos de Goblio tan sólo les permitían entrenar un sanador por año. Y enviar a sus propios guäsids habría sido tan temerario como intentar sofocar un fuego con material inflamable. No se le escapó entonces, que el refugio de los dioses no estaba precisamente entre los mejores sitios posibles para descubrir que era un titán. Arlius le había hablado con frecuencia del dramático destino de los titanes y en aquél momento comprendió 152 Capítulo 6. Caballeros, sanadores y magos porqué: de algún modo, su viejo mentor lo sabía. Recordó cómo aquello le hizo sentir vacío, hundido, toda su vida había consistido en una mentira. Pero su instinto de supervivencia, más fuerte que cualquier emoción, le permitió mantener la calma y afrontar su situación. Bulfas lo había escogido para rescatar a su hija, no había sido una decisión de su agrado, como confesó el propio dios, pero era la única alternativa con que contaban, según había anticipado su mujer. A cambio, le habían ofrecido su propia vida. Inmediatamente comprendió que no estaba en condiciones de rechazar la propuesta que se le hacía. ―...cuando lo perseguíamos aparecieron algunos de sus seguidores impidiéndonos el paso, por lo que nos vimos obligados a luchar con ellos ―Crecio recordó cómo en realidad se cruzaron con un rebaño de ovejas, que entorpeció su persecución. Si bien entendió aquellas “variaciones poéticas” de su comandante, ya que no hubiese quedado muy épico narrarlo así. El propio Bulfas le entregó la espada Mixtra, su armadura, y el resto de sus armas de titanio, las necesitaría allí donde iba le dijo; después, remarcó por dos ocasiones que se trataba tan sólo de un préstamo, cuando concluyese su misión habría de devolverlas. Habían pertenecido a Hecatolo, un dios muerto en la batalla de Dom, según le contó Tigra. Recordó cómo llegó a sentirse como un niño con juguetes nuevos, cuando se ciñó aquella armadura, tan extraordinariamente ligera como resistente, cuando esgrimió por primera vez su espada, al sopesar su nuevo escudo. En cierto modo, le parecía estar viviendo un sueño, aunque aún no estaba seguro de que no fuese más bien una pesadilla. Lo habían dejado solo, en un pequeño habitáculo vacío y de paredes uniformes, como el resto de las estancias que había observado en aquel lugar, mientras se probaba su nueva indumentaria. Apenas había terminado de cambiarse, entró Adana, la mujer de Bulfas; recordaba cómo quedó impresionado por la belleza y calidez que emanaba de su fisonomía. Con lágrimas en sus hermosos ojos azules, la diosa le rogó que salvase a su hija. Entre sollozos cogió sus manos y con disimulo le entregó un objeto, tenía forma piramidal y era idéntico al que había utilizado Tigra para llevarles allí. “Ten, guárdalo”, le dijo. “Salva a mi 153 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes hija, pero no vuelvas por aquí, Bulfas nunca te dejará marchar vivo. Utilízalo cuando Silke esté a salvo”. Después le indicó de qué manera debía pulsar los resortes del extraño artilugio para que el portal se abriera. Nunca supo con certeza por qué confió en aquella mujer; había tanta ternura en ella, que no le parecía posible desconfiar de sus palabras. Tampoco tuvo otras alternativas, pensó. Los sonoros ronquidos de Krates, que habían obligado a Palius a interrumpir momentáneamente su narración, recuperaron a Cromber para el presente. A una orden del robusto comandante, varios de sus hombres retiraron al agotado cazador hasta una zona próxima, donde lo arroparon con unas viejas mantas. Regresando a sus recuerdos, el titán revivió los acontecimientos que sobrevinieron a su incursión, junto a Tigra, en uno de los submundos de Magrud. Para entrar habían utilizado uno de aquellos objetos piramidales, como el que secretamente le había entregado Adana, “llaves dimensionales” los había oído llamar. Se fijó en cómo la sanadora lo desechaba arrojándolo al suelo. Descubrió entonces que eran de un único uso. Suponía que la muchacha tendría otro objeto semejante, que los llevaría de vuelta con Bulfas. Evocó sus ya lejanas experiencias en aquel lugar: Las galerías de los submundos, repletas de pasadizos y niveles, eran un auténtico laberinto. Pronto comprendió que la misión que le habían encomendado era cualquier cosa menos sencilla. Cada pocos pasos tropezaron con celosos guäsids a los que fue necesario neutralizar. Cundió la alarma y los corredores de inundaron de mutantes sedientos de sangre. Se inició una persecución en la que tuvo que abrirse paso a golpes de Mixtra, sembrando el submundo de cadáveres y guäsids mutilados. Afortunadamente, sin embargo, consiguieron esconderse con facilidad, la escasa inteligencia de aquellos seres jugó a su favor. Tigra aprovechó para curarle algunas pequeñas heridas en los brazos y las piernas, también ella tenía algunos cortes que hubo de tratar. Recordó el modo en que los sorprendió Vistria, la hija de Magrud. No iba armada y dio claras muestras de haber estado esperándoles. Sin su ayuda jamás hubiesen encontrado a Silke. No sólo los guió hasta ella, sino que también distrajo la atención 154 Capítulo 6. Caballeros, sanadores y magos de los guäsids para que pudiesen llegar hasta allí. En la estanciaprisión donde la retenían, una especie de cubículo informe, había varios mutantes de guardia, algunos de ellos portaban pequeñas varitas, semejantes a las de los magos lumínicos, de los que hasta entonces sólo había oído hablar. Cayeron sobre ellos con la fuerza de la sorpresa, pero no pudo evitar que el rayo de uno de los guäsids magos le alcanzase en el pecho. Se estremeció al rememorar su instante de angustia, cuando sintió a la muerte llamar a su puerta. No pudo esquivarlo, pensó que aquel rayo le abrasaría sin remedio; sin embargo, nada de aquello sucedió, sintió un fuerte impacto, pero su armadura lo aguantó sin ni siquiera abollarse. Fue entonces cuando comprendió el auténtico valor del “préstamo” de Bulfas. ―... y entonces yo solo, armado con mi sable le di caza ―Palius sonrió satisfecho, mientras hacía un brusco gesto con su brazo, imitando el manejo del arma. En realidad Galther había muerto asesinado por un marido celoso, que lo había sorprendido junto a su mujer, pero seguramente habría terminado así si no se le hubiesen adelantado, pensó su lugarteniente. Ajeno a la narración, el titán continuaba reviviendo el pasado. Aniquilados los guäsids de la estancia, liberaron a Silke de las cadenas que la aprisionaban a las paredes. Estaba extremadamente débil y con claros síntomas de haber sido maltratada. Vistria salió a recibirles y se fundió en un efusivo y más que cariñoso abrazo con la hija de Adana. Comprendió entonces que los guäsids no habían secuestrado a la hija de Bulfas en su propio submundo, sino que había sido allí mismo, en los abismos de Magrud, cuando visitaba secretamente a la hija del enemigo irreconciliable de su padre. No pudo evitar entonces sentir una oculta simpatía por su rebeldía. Cromber recordó también cómo, cuando regresaban junto a Bulfas, se despidió de sus acompañantes, en especial de Tigra, y se negó a entrar en el Portal de brumas que acababa de formarse. En su lugar se marchó corriendo pasillo abajo, hasta llegar a una zona en que nadie lo viera. Entonces activó la “llave dimensional” que le facilitó Adana. Se abrió otro Portal envuelto en vapores, lo cruzó y se encontró de nuevo en la antigua mina abandonada de Akaleim, fuera del submundo. Podría haber 155 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes pensado que todo no había sido más que un sueño, de no ser porque conservaba con él las armas que le había entregado Bulfas. Una aprobación generalizada, entre sus oficiales, concluyó la narración del comandante. Nadia, reprimiendo un bostezo, no sabía muy bien si los halagos eran porque les había gustado la historia o de alivio porque por fin había terminado de contarla. Los últimos recuerdos de Cromber aquella noche fueron para la diosa que se había arriesgado por salvarle la vida. ◙◙◙ El mercader y su esposa dormían apaciblemente, a juzgar por los ronquidos que se apreciaban en el exterior de la lona, tendida desde su carromato. El titán cogió su silla de montar y sus mantas, buscaba un lugar próximo para reposar. Al otro lado del carromato, Nadia y Argelius permanecían juntos compartiendo lecho. La mujer lanzó una mirada desafiante, Cromber respondió con un guiño y una sonrisa. El juglar, que no sabía muy bien cómo interpretar la sonrisa del guerrero, se agitó tembloroso entre sus cobijas. Finalmente, el titán, se acomodó en la esquina opuesta del carromato, solo y fuera de la vista de la pareja. Al ver desaparecer a Cromber, el trovador se volvió hacia la hermosa mujer acurrucada a su lado, más valía tarde que nunca pensó. La besó con suavidad en el cuello, mientras sus finas manos de artista recorrían delicadamente su tersa piel. Con incontenible excitación advirtió cómo la mano de la mujer subía decididamente, acariciando su pierna derecha. Aguantó la respiración esperando el momento en que aquella mano culminase su ascensión. Y el instante llegó, pero no como había esperado, en lugar de una cálida mano, sintió un contacto frío y duro apretándose contra su entrepierna. Una rápida comprobación en su cinturón, palmeando con su diestra, le cercioró de que, como temía, era su daga lo que la muchacha apoyaba contra sus partes. 156 Capítulo 6. Caballeros, sanadores y magos ―Me caes bien Argelius, no estropeemos una bonita amistad ―le advirtió Nadia con voz dulce. ―...No la estropeemos... ―Respondió el juglar, con los genitales a punto de atenazarle la garganta; un susurro apenas audible salió de sus labios, trataba así de justificarse―. Pero..., yo... pensé... ―No pienses Argelius o podría dolerte y mucho ―acompañó sus palabras con un aumento de presión con su daga―. Otro día, mi querido trovador, otro día... Retiró la mano y devolvió el cuchillo a su dueño. Luego se giró y se dispuso a dormir. Tan pronto hizo esto el juglar salto fuera de las mantas, como si éstas hubiesen estado llenas de escorpiones. Se incorporó con la respiración aún agitada, mientras con un pañuelo trataba de secarse el sudor que lo empapaba. Aquella mujer, pensó, acabaría con él cualquier día, si no lo hacía directamente, lo haría de un sobresalto. No era justo que encendiera de aquella manera su fuego y luego se negara a aplacarlo. ¿Qué haría ahora? Una mirada hacia los pabellones de la zona Sur inclinó su decisión. ◙◙◙ La compuerta del carromato se abrió. El celador que descorría el pestillo se apartó rápidamente a un lado. Muleif permanecía sujetando su medallón mientras recitaba, una y otra vez, las palabras rituales. ―Taa MELMURHKASKNEER butaior naa Rankor ―su voz solemne vibraba como si fuera un eco. Uno a uno, casi en formación, los rwarfaigts abandonaban mansamente el transporte, para adentrarse en la frondosidad del bosque próximo, con pasos cortos y calculados. Por el rabillo del ojo el mago observó cómo se aproximaba uno de sus hombres apostados con la caravana. Sin romper la concentración, que en aquel momento podría resultar fatal, realizó un gesto al lacayo para que se acercara. Una vez salió la última criatura y pronunció el último encantamiento, se giró en espera de noticias. 157 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―Señor ―comenzó a hablar visiblemente alarmado―. Se aproxima una patrulla, son más de cien soldados, demasiados... ―Di a los hombres que no se preocupen. No importa si son cien o mil, los que se acerquen a los carros sólo verán inocentes terneros ―una sonrisa perversa iluminó el rostro de Muleif. ◙◙◙ Cansado de tantos ajetreos y de noches en vela, el titán dormía profundamente. Al amparo de la oscuridad de la noche, una furtiva figura se aproximaba a su improvisado lecho. A pesar de la fatiga, su instinto guerrero le advirtió y despertó bruscamente. Permaneció inmóvil, manteniendo el ritmo acompasado de su respiración, como si aún siguiese dormido, mientras la excitación de un posible peligro borraba las neblinas de toda somnolencia. Reparó en la presencia de alguien de pie junto a su silla de montar. Entreabrió ligeramente los ojos, lo suficiente como para poder distinguir cualquier movimiento brusco, pero lo bastante poco para que no pudiera apreciarse a la luz de las estrellas. La figura no parecía ir armada; eso le tranquilizó, aunque no bajó la guardia. Su fragancia era de mujer y lo que se adivinaba de su silueta encajaba con esta apreciación. También su tacto era femenino como constató cuando con un rápido gesto se coló entre sus mantas. “¡Nadia!”, pensó con regocijo; pero inmediatamente comprendió que estaba en un error, aquél no era su olor, la muchacha creona no usaba perfumes y el que había percibido apestaba a alguno de los caros. Girándose con un brusco movimiento, sujetó con una mano las de la mujer y con la otra tapó su boca. La joven, pues de su vitalidad dio claras muestras, forcejeó violentamente con intención de soltarse, tratando de morder la mano que le atenazaba la boca y la impedía gritar. La sorpresa de Cromber fue mayúscula cuando, a la luz de los tenues rescoldos de una 158 Capítulo 6. Caballeros, sanadores y magos hoguera cercana, descubrió que se trataba de Zulía, la esposa del mercader. ―¿Qué haces aquí? ―susurró a su oído el sorprendido guerrero, apartando suavemente la mano que tapaba su boca. ―Yo... ¡qué vergüenza...! ―respondió entre susurros y sollozos―. Te vi tan solo que me dio pena... Yo siempre te había admirado cuando iba con mi marido al circo de Tirso. Te veía tan valiente en la arena... soñaba despierta con tenerte así, entre mis brazos... También yo estoy muy sola... mi esposo es ya muy viejo... ―El titán no daba crédito a lo que le estaba sucediendo. Reforzando sus palabras, la mujer dejó que su suave camisón de seda resbalase distraídamente por encima de sus hombros, dejando al descubierto su bien formado cuerpo. La robustez de sus curvas. ―¿Acaso no me deseas? ―preguntó ella con malicia, adoptando una pose compungida. ―Habría que estar ciego para no desearte ―contestó con galantería, tratando de bajar aún más la voz―. Pero también habría de ser un imbécil integral, que sólo piensa con sus genitales, para no considerar otras cosas ―añadió. Zulía miró al varón con furia encendida en sus ojos. No sabía si la había lisonjeado o si, por el contrario, la había insultado. Y esta duda la ofendía más que cualquier otra cosa. Temeroso de que la discusión acabase por despertar al marido, Cromber guió a la mujer, casi a empujones, de vuelta a su tienda; aunque no pudo evitar que le robase un efusivo beso antes de entrar. De regreso a su lecho, el guerrero maldijo a todos los dioses que lo estuvieran poniendo a prueba. Sólo su cansancio le había permitido dormir hasta entonces. ¿Cómo podría continuar haciéndolo ahora? Aún no podía creerse lo que acababa de hacer: había echado de su cama a una hermosa mujer que quería compartir unos momentos de placer con él. ¿Se estaría haciendo viejo? 159 CAPÍTULO 7 ENCUENTRO EN LA SENDA REAL A l alba, el roce de metales, el sonido de cascos golpeando la tierra, los murmullos de un campamento que despertaba, trajeron al titán de regreso del plácido hogar de los sueños. Amaneció malhumorado, el mundo era un lugar más hermoso mientras dormía. Se había imaginado en su casa de Bittacreos, acompañado de Inga, su amor adolescente. Lo tomó como una broma cruel de los dioses. Ella nunca llegó a estar en las Bitta, jamás hubiese podido hacerlo. Una muerte violenta la arrancó de su vida muchos años atrás. Se incorporó bruscamente, mientras se frotaba los ojos en un desganado intento por despejarse. Al abrirlos descubrió el origen de tanto ajetreo. Medio campamento parecía haberse reunido a su alrededor. Varios soldados compraban ruidosamente junto al carromato de Hundamer. Detrás de ellos, sobre sus monturas, podía verse a Marila y Zenón, que miraban hacia él y parecían estar aguardándolo. Quien sí lo esperaba era Krates, que permanecía en pie a unos pasos, con una gruesa mochila colgada del hombro y su labrado arco largo en la mano. A su diestra, Nadia le acercaba las riendas de Saribor, al tiempo que tiraba de las de otros tres caballos más. Le entregó uno al cazador, que inclinó la cabeza en señal de gratitud. Cromber tomó la brida de su montura, al hacerlo su mano y la de la muchacha se rozaron ligera pero lentamente. Luego ella retiró con un suave gesto la suya. Sus ojos, que comenzaban a acostumbrarse a la claridad de la aurora, se encontraron con los de la mujer al contemplarla. Los encontró más radiantes y hermosos de cómo los recordaba. Iba completamente despeinada, con sus cabellos enroscados de caprichosa manera, su raído vestido arrugado y, sin embargo, no era capaz de imaginar una belleza mayor. La humedad del rocío contribuyó a despertar sus facultades mentales, además de las físicas. De pronto, fue consciente Capítulo 7. Encuentro en la Senda Real de la cara de tonto que debía estar poniendo. Forzó un cambio severo en la expresión de su rostro y frunció el entrecejo. ―¿Para qué son esos caballos? ―preguntó, aunque presuponía saber cuál iba a ser la respuesta. ―Esta vez no me dejarás fuera de la diversión ―replicó Nadia, saboreando dulcemente el haberlo sorprendido mirándola con admiración. ―¿Y el otro? ―añadió el titán, señalando a la otra montura, dándose así unos momentos para pensar qué decirle. ―Es para Argelius ―se apresuró a responder. Se giró y, dando unos pasos, atrajo al adormilado juglar, arrastrándolo del brazo―. Vendrá con nosotros ―completó la mujer. En medio de un sonoro bostezo, que quedó congelado en su semblante, el hombre del jubón verde se volvió sorprendido hacia ella. ¿Qué pintaba un músico como él en una cacería de magos? Detestaba el riesgo inútil, pero odiaba más todavía que lo sacaran del lecho, que compartía con una hermosa viriana de anchas caderas, a horas tan intempestivas. Pensaba en decirle todo esto, pero no pudo. No se atrevió. Aquella hermosa joven lo estaba utilizando, lo sabía, pero era como si se lo debiera: siempre había salido en su defensa cuando lo había necesitado, en las “Nueve Espadas” y al salir de Brindisiam. Sentía como si hubiera un lazo muy especial que le unía a ella y, por el momento, no sería él quien lo rompiese. ―Puede ser peligroso ―se limitó a advertirles el guerrero. ―¡Más lo será para ellos! ―sentenció Nadia enérgicamente. La expresión del trovador, que se giró hacia ella, mostraba claramente su disconformidad con el pronóstico. Cromber optó por no discutir. Después de todo, pensó, ella parecía saber cuidar de sí misma. Quiso preguntarle de dónde había sacado los caballos, pero no lo juzgó oportuno. Recordando lo que Roxana le dijo acerca de las monedas que tenía en su macuto, imaginó que lo más probable era que los hubiera comprado. Tan sólo esperaba que hubiese sido en alguna aldea próxima y no a algún corrupto celador de las caballerizas. 161 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Cogió unas mantas y las extendió sobre su noble montura. Saludó con un gesto a Krates, en tanto colocaba la silla de montar a lomos de un paciente Saribor, que permanecía quieto mientras su amo ajustaba las cinchas. Cuatro hombres se aproximaron a ellos. Habían cambiado sus uniformes de la caballería ligera por cómodas cotas de malla de Hundamer y sus armas por otras que les había vendido el mercader. Titán y cazador intercambiaron sus miradas. Conocían a tres de ellos, habían compartido momentos de peligro juntos: eran el sargento Linthein, el veterano Lotherian y el rudo Hulter. El cuarto, de aspecto robusto, llevaba la nariz profusamente vendada. Nadia dio un respingo al reconocerlo, pero no dijo nada. Todos parecían empeñados en persuadir a Lotherian para que no cabalgase hasta haberse repuesto totalmente de sus heridas, pero éste insistió una y otra vez en recordarles a su joven compañero muerto. Finalmente desistieron. Linthein se adelantó a los demás, sus ojos enjutos y escrutadores captaron la mirada interrogativa de Krates. ―¡No os dejaremos ir solos! ―se apresuró a manifestar el sargento―. Como guerreros de Darlem no nos está permitido actuar por nuestra cuenta en Messorgia, donde sólo tenemos un permiso de paso ―se explicó―. Con estas cotas de malla y estas armas, nadie nos identificará como miembros de la caballería ligera, incluso hemos cambiado nuestros caballos por otros sin marcar de la reserva de carga. Quien trajo a esas bestias, que mataron a nuestro compañero Jibanther y a tu familia ―dirigió su mirada al cazador―, lo pagará caro ―hizo un dibujo con su mano y luego la besó en un significativo gesto, un murmullo de aprobación se escuchó entre los guerreros que lo seguían. ―Vamos, pues ―aceptó de buen grado Cromber, que montaba ya sobre Saribor― ¡Bienvenidos a la cacería! Antes de que pudieran iniciar la marcha, la caballero sagrado acercó su montura de guerra a la del titán. Con aire solemne comentó: ―Hemos decidido acompañaros, aunque sólo como observadores ―matizó. No había ninguna petición en sus pala- 162 Capítulo 7. Encuentro en la Senda Real bras. Tampoco era una oferta. El gesto de su esposo, apoyando la mano sobre su hombro, remarcaba la altivez de sus palabras. Cromber los miró de reojo. Tal vez, pensó, sus pasados servicios a los dioses impresionasen a las gentes, pero no a él. Creía conocer lo suficientemente bien a sus divinidades como para no sentir ningún devoto respeto por ellos. Además, aún pesaba sobre sus recuerdos la hiriente curiosidad del sanador la pasada noche. No obstante, aunque incómodo, tampoco encontró motivos para rehusar su presencia. Volviendo la vista al frente, su silencio supuso la tácita aceptación de su compañía. Reunidos sobre sus monturas, que comenzaban a inquietarse y relinchar, se dispusieron a partir. Hundamer aprovechó aquel momento, alzando sus manos, para pedirles que se detuvieran. El titán contuvo a Saribor. Con la resignación dibujada en el rostro se encaró con el mercader, dispuesto a escuchar la retahíla de improperios de un lógicamente enojado cliente, que ya no podría alquilar su espada. Pero no fue esto lo que oyó. ―Disculpa Zakron, la cerveza hablaba por mí anoche ―dijo con humildad. Luego extendió una mano con cuatro monedas de oro. Los ojos de Jokhitar brillaron al contemplarlas―. Te ruego aceptes esto por los servicios prestados. ―No me debéis nada ―repuso el mercenario―, ya os lo dije ayer. Siento sinceramente no poder cumplir con nuestro pacto, pero los hombres de Palius os escoltarán bien hasta Finash. ―¡Insisto! ―exhortó el comerciante sin retirar su mano con las monedas― No me perdonaría, por cuatro míseras monedas, no poder después presumir de haber tenido al gran Zakron como escolta. Acéptalas, es un ruego.... Cromber, cuyas ganas por discutir en aquel instante se asemejaban a las de cortarse un dedo del pie, tomó finalmente las monedas; estaba comenzando a temerse que no partirían nunca. Y no parecía estar muy errado. Acercando a su mujer a lomos de uno de sus caballos, Hundamer le pidió que la llevasen con ellos. El titán se pellizcó disimuladamente para cerciorarse de que estaba despierto. ¿Qué le estaba sucediendo a todo el mundo? 163 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Medio campamento parecía querer unirse a la expedición. Nadia no pudo reprimirse. ―Como dijo el Barón de Thaen, cuando su mujer dio a luz a su decimoctavo hijo, éramos pocos y se nos apuntó la infantería ―una mirada envenenada se cruzó entre las dos mujeres. ―No os estorbará y podrá cocinar para vosotros ―argumentó el mercader ignorando el sarcasmo de la mujer creona―. No me atrevo a tenerla aquí con tanto soldado y tanta mujerzuela alrededor ―señaló a los carromatos de las prostitutas―. Correrá menos peligro con vosotros. Desde luego, pensó Cromber, aquél hombre debía ser el colmo de la ingenuidad si creía eso. Y no le había dado ese tipo de impresión. Hundamer quería que su mujer los acompañara por alguna otra razón, pero ¿cuál? Se volvió hacia los carromatos de las cortesanas que aquél había mencionado; sí, dedujo, tal vez fuese ese el motivo, el viejo zorro quería “echar una cana al aire”. Quiso negarse rápidamente, pero Jokhitar se le adelantó en sentido contrario, alabando lo idóneo que resultaría llevar consigo una cocinera. ―¡No puede ser! Es peligroso ―se esforzó por atajar el titán. ―¡Consideraré nuestro pacto en vigor! ―agregó efusivamente el mercader― ¡Escoltadla a ella!, llevadla con vosotros y os pagaré lo acordado… Atrapado e impaciente por partir no pudo negarse. ◙◙◙ Hacia el mediodía, las primeras gotas de agua que cayeron por la mañana se habían convertido en un intenso aguacero. El juglar, tambaleándose sobre su montura, señalaba a su instrumento enfundado, repitiendo una y otra vez “¡no he sido yo!”. La fuerza de la lluvia les empujó a buscar refugio. Pronto lo encontraron, tras unos árboles, entre las ruinas de un caserón que Zulía conocía; pues, según dijo, había hecho aquel mismo trayecto con su marido en numerosas ocasiones. 164 Capítulo 7. Encuentro en la Senda Real Faltaba parte del techo y las paredes de adobe se encontraban a medio derruir, pero les serviría para refugiarse de las inclemencias del tiempo. Tras atar a los caballos, utilizando un desvencijado salón a modo de cuadra, se reunieron en una de las habitaciones, la única que aún conservaba el tejado casi intacto, dejando a Jokhitar al cuidado de las monturas. Trataron de encender un fuego sobre unos leños semisecos, que encontraron en la estancia; después de alguna que otra tentativa fallida, a causa del aire y la humedad, lo consiguieron. Alrededor de la hoguera se amontonaron unos y otros, quejándose de una lluvia que arreciaba por momentos, pero sobretodo de la mala suerte que parecía haberles acompañado desde que partieron aquella madrugada: Primero fue la interminable cola para atravesar el puesto fronterizo, luego el caballo de Hulter se había torcido una pata de modo inexplicable, ahora diluviaba... Krates se preguntaba qué vendría después. Linthein y Lotherian comenzaron a discutir sobre si aquello era un augurio de los dioses como pensaba el primero o un simple fruto de la casualidad como estimaba el otro. La mujer del mercader aprovechó para abandonar discretamente la sala. Cromber, que la había visto salir, se debatió entre seguirla o quedarse allí. Normalmente no se metería en tales asuntos, años atrás quizá hasta la hubiese seguido por motivos más lujuriosos, pero Hundamer le había confiado la custodia de su mujer y estaba obligado a “escoltarla”. Nadia vio salir a Zulía y, poco después, al titán en la misma dirección. Sitió una extraña angustia oprimiéndole el pecho, su imaginación comenzó a mostrarle escenas, en que lo veía con aquella mujer, amándose en un destartalado cobertizo. Se dijo a sí misma que aquello era una tontería, que no tenía ningún sentido. Y aunque no fuera así, ¿qué le importaba a ella? Consideró ridículos sus celos, pero su curiosidad pudo más. Arrastrando consigo al perplejo trovador, que en aquellos momentos examinaba con interés el arco del cazador. Lo cogió fuertemente del brazo y abandonaron juntos la estancia. Como supuso el guerrero, la mujer se encaminó hacia el salón que hacía de cuadra. Allí estaba Jokhitar junto a los caballos, arreglándose la venda de la nariz. El darlemno la recibió con 165 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes una amplia sonrisa. Aquella mañana Zulía no vestía la típica chilaba de su pueblo, que había llevado días atrás, pues no era adecuada para montar; en su lugar iba ataviada con un rico chaleco ceremonial, salpicado de incrustaciones e insinuantemente abierto en el centro, y unos pantalones ceñidos de suave tela; cubriéndola por encima llevaba una gruesa capa, que ahora se había quitado para secarla. Cromber se situó discretamente detrás de unos pilones de paja. Odiaba hacer aquello, espiar la intimidad de otros no entraba en su estilo, maldijo varias veces al mercader por su encargo envenenado. Unos interminables momentos después, se encontraba deseoso de poder abandonar su escondite. Contra todo pronóstico no hubo nada sexual en el encuentro. La mujer simplemente estaba diciéndole algo al oído del hombre, éste se limitaba a sonreír y asentir. Iba a volverse, cuando inesperadamente ella aflojó las cintas de su chaleco, liberando las estilizadas curvas superiores de su anatomía. El soldado dejó caer su broquel, no supo precisar si de la emoción o por liberar su mano. La esposa del mercader se volvió hacia el escudo al golpear el suelo, vio entonces, por unos instantes, reflejada en él la figura del titán. Jokhitar alargó sus manos hacia los pechos de la mujer, pero antes de que llegara a tocarlos ésta volvió a cubrirse. Luego le susurró algo al oído, que borró la frustración que se había apoderado de las facciones del hombre; éste asintió y se alejó hacia los animales, fingiendo apartarlos de las goteras. Recomponiendo sus ropas, Zulía se dispuso a regresar. Cromber se volvió con intención de retornar lo más raudo posible junto a los demás, esperando no haber sido descubierto; pero al hacerlo se topó de bruces con Nadia y Argelius que lo seguían a él. Cogida en el lugar del delito, la mujer creona contraatacó: ―¡Caramba! No sabía que fueses un mirón ―le reprochó en voz baja. ―Si no fueses una fisgona, tal vez no pensases que soy un mirón ―respondió el titán, e ignorándolos continuó hasta donde estaban los demás. 166 Capítulo 7. Encuentro en la Senda Real ◙◙◙ En la mañana del segundo día, encontrándose muy próximos a la ciudad de Girthara, advirtieron en la distancia una larga caravana de carretas. Habían cabalgado parte de la noche, aprovechando que había escampado. Los nervios se tensaron, eran conscientes de que podría ser lo que buscaban. Durante el día anterior se habían cruzado con varias caravanas mercantes, el flujo parecía ser más intenso en estos días inciertos. Gentes que huían con sus pertenencias hacia Tirso, temerosos del rumbo que pudieran tomar los acontecimientos; aunque tampoco escaseaban los mercaderes que se dirigían a Finash, para abastecer la creciente demanda de suministros de todo tipo: madera, armas, ganado, etc... La guerra también era un próspero negocio. Pero ninguna de ellas reunía las características de aquella, una veintena de carromatos en hilera, precedidos por un jinete, acondicionados para el transporte de ganado salvaje. Cromber sintió la adrenalina fluyendo con libertad. La misma excitación se adueñó del resto de los miembros del grupo, sabían que aquellas carretas podían ser su objetivo. Nadia extrajo con disimulo un medallón y un brazalete de su macuto, se ajustó éste en su muñeca derecha y se colgó aquél del cuello. Luego extendió sus ropas para que no se vieran. Avanzaban en columna de a dos. Marila y Zenón encabezaban la marcha. Les seguían Linthein y Hulter. Después iban el titán y Krates. Detrás cabalgaban Nadia y Argelius. Zulía se movía entre ellos y la cola. Cerrando la retaguardia marchaban Lotherian y Jokhitar. Habían acordado, viesen lo que viesen, no intervenir directamente. Tan sólo debían inspeccionar disimuladamente los carromatos al pasar a su lado, luego ya pensarían qué hacer. Al advertir la proximidad de los jinetes que se acercaban a su espalda, Muleif giró su montura retrocediendo hacia el centro de la caravana. La visible presencia de la caballero sagrado y el sanador lo pusieron nervioso. 167 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Los compañeros se desplazaron en paralelo a la comitiva, avanzando despacio por su flanco derecho. Los primeros carromatos alcanzados estaban vacíos, pero aún despedían el putrefacto olor de los rwarfaigts, como advirtió el titán; Krates asintió con disimulo. Sus conductores dieron claras muestras de no apreciar la curiosidad de los jinetes, pero se limitaron a demostrarles su desprecio o retarles con la mirada. Con disimulo, el mago, sujetó su medallón y pronunció entre susurros un ritual mágico: ―Taa SYFFDARNTIRKREE julon baa Rankor. Al asomarse a la carga, Marila no pudo ver con claridad, disimuló, pero comprendió que alguien estaba utilizando magia psíquica. Los demás vieron simples terneros, lo que relajó en alguna medida su tensión. Sólo Cromber y Nadia distinguieron claramente a los rwarfaigts y, sobre ellos, como una fina imagen irreal, los pretendidos terneros. Una mirada de soslayo les permitió localizar al mago causante, lo identificaron como el jinete encapuchado que deambula al otro lado de los carromatos. Muleif no quiso correr riesgos, sospechó que la caballero sagrado hubiese podido detectar el truco, y prefirió cerciorarse. Ordenó al más próximo de sus hombres que abriese una de las compuertas. Con temor en los ojos y temblor en sus manos, el lacayo obedeció. Con su habitual disimulo, y en un susurro casi inaudible, el mago pronunció las palabras que activaban su medallón: ―Taa MELMURHKASKNEER butaior ziya Rankor ―Su voz salió quebrada por lo que hubo de repetirlo otra vez. Unos controlados rwarfaigts, obedientes a las instrucciones mentales de su amo, comenzaron a salir ordenadamente desde la parte posterior de uno de los carromatos. Los jinetes tan sólo vieron terneros que sacaban a pastar. Cromber sintió que se le helaba la sangre al ver como la “muerte silenciosa” se aproximaba a sus espaldas, y no podía hacer nada por avisar a sus compañeros, pues no comprenderían por qué habrían de alejarse o combatir a lo que ellos veían como inocentes vaquillas. No había tiempo para pensar, era el mo168 Capítulo 7. Encuentro en la Senda Real mento de actuar y rápido. Incorporándose sobre Saribor, saltó sobre la carreta más próxima, derribando a uno de los conductores. Con una mano extrajo su cuchillo de la vaina, con la restante arrojó al suelo al otro conductor. Desde ahí podía ver a Muleif con su mano sobre el luminoso medallón. Nadia sintió la misma angustia. A riesgo de descubrirse, extrajo el medallón de sus ropas y entonó el ritual, encarándose a los rwarfaigts ―Taa MELMURHKASKNEER butaior ziya Milarisa ―comenzó el duelo por el control mental de las bestias. Como campeona tenía todos los poderes de una archimaga, entre los que se incluía el dominio de la magia psíquica. Las criaturas se vieron paralizadas ante la presión de ambas fuerzas. Concentrada en los rwarfaigts, no vio cómo Crom abordaba una de las carretas. El rostro de Muleif se desencajó al comprobar que se oponían a su poder. Sin entender muy bien lo que estaba sucediendo, al ver a aquel guerrero saltar sobre uno de sus carromatos, los hamersab comenzaron a desenvolver los hatillos en los que ocultaban sus armas; los guerreros darlemnos, que aún entendían menos, desenvainaron las suyas y Krates tomó una flecha de su carcaj. El sanador y su esposa se hicieron a un lado del camino, para evitar interferir en la batalla que se avecinaba. ―¡Cuidado! No son terneros, ¡son rwarfaigts! ―gritó el titán y arrojó el puñal, tan fuerte como pudo, sobre el jinete encapuchado. Su gesto se crispó al notar que le había salido algo desviado. Siguió con la mirada la trayectoria de hoja hasta ver como desaparecía en el pecho de Muleif, sobresaliendo tan sólo la empuñadura. El mago sujetó incrédulo el mango del cuchillo, tratando de extraerlo, pero no pudo, se desplomó hacia delante inerte. Cromber suspiró aliviado, entre las voces consternación general, había fallado, pues apuntaba a la garganta. Afortunadamente, pensó, el resultado había sido el mismo. La confusión reinó en aquel tramo de la Senda Real. Los hamersab quedaron paralizados por la impresión, al ver morir a su líder. Los compañeros del titán, que no comprendían porque había hecho aquello, se mantenían dubitativos sobre sus monturas, sin saber cómo actuar. El caos se acrecentó cuando la 169 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ilusión desapareció con el ilusionista. Los caballos se encabritaron y los hombres se alarmaron al ver a las bestias. Krates montó su arco y se dispuso a disparar contra los rwarfaigts. Para su asombro, éstos se giraron y lanzaron rugiendo sobre los conductores de las carretas. Nadia controlaba ahora a las criaturas. Instintivamente, al ver lo que estaba haciendo y cómo brillaba el medallón, los compañeros se apartaron de ella, incluido Argelius, que se hizo a un lado del camino, lo mismo que la mujer del mercader. No pudieron evitar sentir un cierto temor irracional, aquel que acostumbraba a acompañar a las manifestaciones de lo desconocido. Invadidos por un histérico nerviosismo, los conductores se aferraron a las armas que llevaban consigo, fundamentalmente lanzas y arcos, que aún estaban tratando de desempaquetar. Los que guiaban los carromatos finales, los abandonaron tratando de presentar una pequeña formación. Mientras, los situados en posiciones centrales de la comitiva luchaban desesperadamente por conservar sus vidas frente a los fieros rwarfaigts, que la mujer había arrojado sobre ellos. Por último, los ocupantes de los carros delanteros trataban de defenderse del ataque de los jinetes, que ya se habían recuperado de la sorpresa. Cromber desenvainó a Mixtra y saltó sobre el siguiente carromato, en dirección a la cabecera de la caravana. Sintió como le hervía la sangre, la tensión martilleaba sus sienes. Los seguidores de Rankor que lo ocupaban trataron de hacerle frente. Por unos instantes vaciló. Aquellos hombres no eran bestias salvajes como los rwarfaigts, seguramente eran hijos, padres, esposos o hermanos de alguien, tampoco le habían hecho nada, salvo cruzarse en su camino, hasta es posible que ni siquiera quisieran soltar a las criaturas y tan sólo obedecieran órdenes. ¿Se disponía a matarlos? ¿Por qué? Sus años de civilizado retiro habían ablandado sus instintos. A punto estuvo su vacilación de costarle cara. Tan sólo la rapidez de sus reflejos le permitió esquivar la lanza del conductor, que buscaba su vida. Como movida por un invisible resorte su arma golpeó al agresor en el pecho. Fue su furiosa respuesta al ataque. El seco sonido de huesos rotos y carne desgarrada fue ahogado por el grito agónico del infortunado. Igno170 Capítulo 7. Encuentro en la Senda Real rando la sangre que cubría su hoja, y que le había salpicado por brazos, cara y armadura, blandió de nuevo su espada contra el otro ocupante del carromato. Apartando primero su lanza, y seccionando después, de un rápido tajo, su garganta. Entonces lo comprendió, no era por ellos, sino por él. Se trataba de algo mucho más básico e instintivo: Sobrevivir. No era el momento de hacerse preguntas, el más mínimo descuido podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Sólo tenía cabida la acción, y cuanto más rápida y contundente mejor, ya habría oportunidades para la reflexión más tarde,... si es que aún respiraba. Miró a su alrededor, a lo lejos, hacia la cola de la caravana, los cadáveres de los rwarfaigts se mezclaban con los despedazados miembros de sus celadores. Gritos y rugidos acompañaban a la confusa contienda, en la que las bestias parecían destinadas a llevar la peor parte, aunque la polvareda levantada no permitía apreciar los detalles. Más cerca pudo ver a Jokhitar peleando con uno de los servidores de Rankor. Los restos de otros dos yacían en las proximidades en caprichosas posturas. Tendido junto a ellos se encontraba Lotherian, al que una lanza atravesaba el pecho en medio de un gran charco de sangre. Al otro lado, hacia los carromatos delanteros, estaba Hulter con una flecha clavada en su hombro derecho. Esgrimía con la zurda su hacha, manchada de sangre, manteniendo a raya al conductor superviviente. Linthein, que había tomado el carro adyacente, trataba de acudir en su auxilio. Dos arqueros atrincherados sobre una de las jaulas, a la que se habían encaramado, hicieron frente al ataque de los jinetes. Uno de ellos tiró sobre el sargento, pero tan sólo consiguió rozar su cota de mallas, que desvió el proyectil. El otro apuntó al titán. La flecha no llegó a salir, Krates fue más rápido y su disparo atravesó el cuello del tirador hamersab, que se desplomó por uno de los laterales del carromato. Su compañero montó de nuevo su arco mirando hacia el cazador. Tomando carrera desde el carromato que ocupaba, Cromber realizó un espectacular salto, por encima de los caballos, hasta el siguiente, en el que estaba apostado el arquero. Obligado a cambiar de objetivo, el guerrero hamersab tiró contra el titán, alcanzándole de lleno en el pecho. El proyectil se astilló 171 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes contra su armadura de titanio, que resistió el envite, pero el impacto le hizo perder el equilibrio, cayendo sobre el techo del carro. Su oponente aprovechó para deshacerse del arco y desenfundar su cimitarra. Krates disparó sobre él, errando el blanco debido a un brusco movimiento de su inquieta montura. El servidor de Rankor atacó antes de que Cromber pudiera incorporarse. No le dejó opciones. Excitado por el peligro, el titán, golpeó rabiosamente con su espada la mano que sujetaba la cimitarra, seccionándola por la muñeca, provocando angustiosos gritos de dolor a su adversario, que agarraba atónito, con su otra mano, su muñón ensangrentado. Un revés, con el pomo de la empuñadura de Mixtra, bastó para aliviar su dolor... hasta que recuperara la consciencia. Necesitarían prisioneros a los que interrogar, se dijo a sí mismo. El conato de formación, que los hamersab habían organizado en la cola de la caravana, estaba abatiendo a los últimos rwarfaigts controlados. Algunos de aquellos servidores de Rankor se fijaron en Nadia y el medallón que sujetaba. Temiendo que pudiese dominar a más bestias y liberarlas apuntaron hacia ella. La campeona de Milarisa los observó con una sonrisa irónica dibujada en los labios, mientras murmuraba repetidamente: ―Taa RÖNMINKDOSPOO hulist deflecto Milarisa Su brazalete, ahora al descubierto, comenzó a parpadear visiblemente. Las flechas silbaron al viento al salir despedidas hacia ella, los arqueros buscaban su sangre. Pero ninguna alcanzó su objetivo, al aproximarse a la mujer creona, indefectiblemente, los proyectiles se desviaron, como si una fuerza oculta los empujase en otra dirección. Aquello asustó a los tiradores, aún más que los propios rwarfaigts, quienes con ímpetu suicida caían sobre ellos. Mientras los hamersab de las posiciones de cola acababan con las últimas bestias, los jinetes, que habían tomado los carros delanteros. Recuperaron sus monturas y se abalanzaron al galope sobre aquellos. Con la excepción de Jokhitar, que desapareció por el lado contrario de los carromatos. Tal vez, para sorprender a sus enemigos por la retaguardia, pensó Cromber. Con 172 Capítulo 7. Encuentro en la Senda Real un pie arrodillado en tierra y una casi perfecta formación, los siete arqueros supervivientes apuntaban a los hombres que cargaban sobre ellos, que sólo eran cuatro: Linthein, El herido Hulter, el cazador y el propio titán. Nadia intervino de nuevo, aferrando con fuerza el medallón, susurró unas ininteligibles palabras rituales: ―Taa SYFFDARNTIRKREE jugader multi Milarisa ―conforme las repetía se multiplicaban los jinetes que veían los arqueros. Confusos, giraban sus arcos en una y otra dirección, sin saber muy bien a quien dirigir sus flechas. Algunos adversarios les daban ya alcance por el costado derecho. Incapaces de mantener la sangre fría, descargaron sobre ellos su lluvia mortífera, que se perdió entre los campos de tierra próximos, puesto que ninguno de ellos era real. No tuvieron otra oportunidad, los auténticos jinetes cayeron sobre ellos, sembrando el dolor y la muerte entre sus filas. Los tres últimos servidores de Rankor, que quedaban en pie, optaron por rendirse. Krates y el sargento se encargaron de atar a los prisioneros, utilizando los propios cinturones que éstos llevaban. Cromber se giró, casi instintivamente, hacia Nadia. Al hacerlo advirtió el reflejo de la punta de una lanza, que asomaba detrás de uno de los carros, apuntando directamente a la espalda de la muchacha. Señalando el arma traidora con su espada Mixtra, que aún escullaba líquido escarlata, gritó: ―¡Nadia! ―mientras el terror se reflejaba en sus ojos. La campeona se giró inmediatamente en la dirección que apuntaba el titán, pero era demasiado tarde, la lanza volaba ya hacia ella. Su brusco movimiento hizo que la alcanzase en el hombro derecho, produciéndole un profundo corte, en lugar de en la espalda a donde iba dirigida. Soltó un sordo quejido y cayó del caballo, arrastrando consigo a su macuto. Cromber, que seguía montado sobre Saribor, se lanzó al galope en dirección al agresor. Nadia desató su macuto y extrajo una espada corta de titanio, con la que esperaba encararse con aquél. Se escuchó un alarido gutural, y un hombre surgió del lugar desde el que habían arrojado la lanza. Vestía una cota de 173 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes malla de Hundamer y un deshilachado vendaje cubría su nariz. Era Jokhitar, todos lo reconocieron. Se sujetaba la garganta con una mano ensangrentada. Sus ojos vidriosos no miraban a ninguna parte. Se desplomó hacia delante sin vida. Detrás suyo, con una daga cubierta de sangre en sus manos, apareció Zulía. ―El traidor ha muerto ―sentenció la mujer del mercader. ◙◙◙ Cromber se apresuró a llegar junto a Nadia, que seguía arrodillada en tierra, sujetando la espada corta con su mano izquierda, y sangrando abundantemente desde su hombro herido. Bajando de su caballo, se fundió con ella en un abrazo, al que la mujer respondió dejándose mecer cálidamente. Con la expresión de un veterano curtido en mil batallas, el titán examinó la herida con suavidad, torciendo el gesto al descubrir la profundidad del corte, aquello debía de dolerle mucho pensó. La muchacha, sin embargo, aguantaba estoicamente, sin proferir el más leve quejido, tan sólo sus ojos humedecidos delataban su sufrimiento. Ver aquella piel tersa y suave, dañada de aquella manera, le hizo estremecerse, sobre todo cuando llegó a imaginar lo cerca que había estado de perderla. Sintió nauseas. El mundo entero parecía girar, como en un torbellino, alrededor suyo. Notó que le flaqueaban las fuerzas. Sólo fue un instante, cuando se recuperó advirtió que aún seguía abrazado a ella. ―¿Cómo estás? ―le preguntó sin atreverse a soltarla, como temiendo que se rompiese en añicos si lo hacía. ―Estaría mucho mejor si dejaras de estrujarme ―le reprendió maliciosamente la mujer. Espoleado por su comentario, la soltó, apartando sus manos de ella. ―Perdona... ―comentó visiblemente azorado. Se sintió como un estúpido por su debilidad, que lo había puesto en evidencia. 174 Capítulo 7. Encuentro en la Senda Real ―Pero... me gusta que te preocupes por mí ―añadió candorosamente Nadia, que se sentía cruel por su contestación anterior. El corte en el hombro le escocía sobremanera, pero había merecido la pena, pensó, por verlo hirviendo de preocupación. Cuando terminó de regodearse, fue consciente de hasta qué punto, en el fragor de la contienda, se había delatado a sí misma y lo que era. Con la excepción del titán, todos se mantenían a una respetuosa distancia de ella. En sus rostros descubrió desde admiración a desconcierto, pero sobre todo temor. La temían a ella, al poder que había demostrado poseer. Sólo Zulía la miraba desafiante. La caballero sagrado y el sanador regresaron junto al grupo. Nadie les dirigió la mirada, aunque todos les sintieron llegar. Hulter y el sargento arrastraban el cadáver de Lotherian fuera de los carromatos. Su rostro sin vida parecía sonreír apaciblemente, como si supiese que su joven compañero había sido vengado. Zenón lo miró con pesar, si él no hubiese curado sus heridas, tal vez aquel veterano soldado seguiría vivo, maldiciendo a alguna enfermera del campamento. Vio entonces la flecha que sobresalía del brazo de Hulter y sacó su “Simtar”, aprestándose a sanar el herido; pero el corpulento soldado, que distinguió el objeto por su forma de herradura, se negó rotundamente a que lo usara. ―¿Dónde estabais mientras combatíamos? ¿Qué clase de caballeros sagrados sois? ...caballeros cobardes diría yo... ―les reprendió enfurecido, señalando hacia su compañero muerto―. ¡Sánalo a él! ¡Maldita sea...! ... Murió por vuestra cobardía... ―las lágrimas acudieron a sus ojos, para reprimirlas pateó con fuerza al cadáver de uno de los arqueros, que salió rodando por la pequeña pendiente que bordeaba la Senda Real. Comprendiendo su dolor, el sanador ignoró el tono ofensivo de sus comentarios. Sentía vergüenza, porque sabía que, aunque no lo dijeran abiertamente, los demás pensaban igual. No podían comprender la trascendencia de su misión, que los obligaba a permanecer neutrales en este conflicto. Se acercaron a Nadia. Cromber se había alejado con la intención recuperar su cuchillo, que el mago hamersab aún albergaba en su pecho. Sus 175 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes miradas concurrieron con la de la muchacha creona, que la sostuvo durante algunos instantes, como si tratara de escrutar sus intenciones. Zenón se ofreció a curar su herida. La campeona lo miró de soslayo; sin duda ellos, mejor que ningún otro, sabían ahora lo que era y, por tanto, no debían desconocer que ella podía tratar sus heridas con su propio “Simtar”. ¿Cuál era entonces el sentido de aquél ofrecimiento? No estaba segura, pero decidió seguirles el juego, dejando que el sanador atendiera el profundo corte de su hombro. ―Hacía mucho tiempo que no veíamos a un campeón ―le susurró Marila al oído, un millar de preguntas se escondían detrás del inocente comentario. ―¿De veras? ¿Cómo son? Yo nunca he visto ninguno; claro, que como no soy tan vieja como tú... ―se fingió sorprendida, poniendo la mejor cara de ingenua que supo, dejando patente que aquél no era su tema de conversación favorito. ◙◙◙ Hacia el atardecer, Linthein regresaba junto a una patrulla de guardias messorgios a los que había ido a buscar. Solicitaron su ayuda para enterrar a los cadáveres y custodiar a los rwarfaigts. También para que se llevaran a los prisioneros, ocho en total, a los que habían encerrado en una de las jaulas vacías, después de que Zenón sanase sus heridas. Los hombres estaban cansados, tras el combate habían tenido que limpiar sus armas y enseres. Después registraron los cadáveres de sus enemigos, aliviándoles de todo aquello que pudiera ser útil y los desdichados no fueran ya a necesitar. Les sorprendió encontrar, entre las pertenencias de Jokhitar, una gruesa bolsa, repleta de monedas de oro, aunque no eran tantas como las que le encontraron al mago. Algo más tarde cavaron varias zanjas para enterrar sus cuerpos, cuya descomposición se estaba viendo acelerada por la humedad, que transmitía la fina cortina de lluvia que los acompañaba desde el mediodía. El olor comenzaba a adquirir cierta consistencia sólida, especialmente en 176 Capítulo 7. Encuentro en la Senda Real el caso de los rwarfaigts, que ya era nauseabundo cuando estaban vivos. Cromber había interrogado a los cautivos, que estaban en condiciones de hablar. Algunos se sorprendieron de que hablara fluidamente el perio*, lo que explicó aludiendo a su pasado como mercenario en el Este; pero la mayoría ya no conseguía asombrarse por tales minucias, después de lo que habían visto aquel día. No obstante, no consiguió averiguar nada que no supieran o sospecharan ya. Aquellos hombres habían desembarcado en Barnade, a donde llegaron a bordo de un mercante, y, desde entonces, habían recorrido la Senda Real soltando a aquellas bestias en los lugares y cantidades que Muleif, su líder, disponía. Servían a Rankor, lo reconocieron con devoción algunos, pero todos decían ignorar sus designios, de los que respondían, casi ritualmente, que eran inescrutables. Marila apostilló que habían tenido mucha suerte, en la época de la Guerra de los Titanes, un convoy semejante no hubiese estado protegido por un único mago. Después de todo, reflexionó en voz alta, Rankor parecía ser real, pero quizá no fuese tan poderoso como se le había pintado. Se despidieron de Hulter y el sargento, que se quedaron acompañando a la patrulla messorgia, a la espera de que llegasen los hombres de Palius. Los demás marcharon hacia la cercana ciudad de Girthara, donde esperaban reponerse del agotamiento y el hambre acumulados. Casi ninguno había sido capaz de probar bocado entre el hedor que desprendía tanto cadáver; a excepción de Argelius y la mujer del mercader, que incluso bromeaban compartiendo sus raciones con la segada testa de un conductor, al que habían decapitado los rwarfaigts. * Idioma oficial de los hamersab. El Imperio Hamersab es fruto de una amalgama de pueblos, los perios constituyeron el factor aglutinador. A él pertenecen la mayor parte de las familias aristocráticas y su idioma es la lengua oficial del Imperio, hablándose en casi todos sus rincones. 177 CAPÍTULO 8 LAS CARTAS AL DESCUBIERTO G irthara era la segunda ciudad en importancia de Messorgia y la primera en la ruta de la Senda Real desde Darlem. Enclave privilegiado en épocas pasadas, gozaba aún del esplendor de sus viejas glorias en su paisaje arquitectónico, pese a haber perdido parte del protagonismo de antaño. Hasta allí llegaron los restantes miembros de la expedición. Cromber estaba sentado en una de las destartaladas mesas de la fonda “La Espina de la Rosa”, en la que habían pernoctado la pasada noche. Era más de media tarde y por toda compañía tenía una jarra vacía y una botella de vino de Artián a medio llenar. Nadia y el juglar habían salido a recorrer la ciudad, después de que éste recobrara súbitamente su valor. Krates dormía a pierna suelta en su habitación tras cuatro días de insomnio. De los demás no había sabido nada desde el día anterior. Había poca gente en el local: dos ancianos achacosos recordando viejas glorias pasadas junto a la barra, un joven con hábitos de monje sentado en una mesa próxima completamente ebrio, que bebía cerveza negra de Tuinass con gran avidez, y el propio posadero, un hombre robusto y de finos bigotes, que maldecía la guerra entre trago y trago, por cómo afectaba a su negocio. Se veían menos visitantes en la ciudad desde que comenzaron los rumores sobre la amenaza que se cernía desde el Este. Todos se giraron hacia las escaleras, situadas frente a la barra, por las que bajaba Zulía. No llevaba puesta la capa, dejando adivinar las curvas de su figura; aquellas que no mostraba directamente su insinuante chaleco. El titán se giró buscando el motivo de tanta curiosidad. Al descubrirlo volvió la mirada hacia su jarra vacía, destapó la botella y vertió su exquisito contenido en ella, hasta que ya no cupo más. Tal como había temido, la mujer se acercó a él, después de pedir una jarra de agasta al camarero, quien le sirvió sin apartar la vista de su busto. Se sentó enfrente suyo, compartiendo la misma mesa. No pidió permiso, no parecía necesitarlo. El guerrero trató de ignorarla, saboreando Capítulo 8. Las cartas al descubierto un trago de vino de Artián, pero ella no estaba dispuesta a permitírselo. ―¿Sigo sin gustarte? ―preguntó con voz seductora y melosa, la esposa del mercader―. En mi tierra enseñan a las mujeres, desde niñas, a satisfacer todos los deseos carnales de los hombres... todos los que tu fantasía sea capaz de imaginar... ¿no tienes algún sueño erótico que te gustaría realizar...? No importa si hace daño... ―con su lengua recorría sus labios carnosos, humedeciéndolos provocativamente, su voz era suave, sensual, como su mirada... ―Tentador... pero no me interesa ―respondió él, tratando de mantener las distancias. Aparentando serenidad sorbió otro trago del preciado néctar. ― Mentiroso... ―le reprochó la mujer― Vi cómo me seguías el otro día, cuando nos detuvimos por la lluvia... ―Siento desilusionarte ―interrumpió el titán―, pero tan sólo hacía mi trabajo. Tu marido me paga por escoltarte, ¿recuerdas? A propósito, ¿de qué hablabas con Jokhitar junto a los caballos ese día? ―¿No es morboso preguntar por la conversación con un muerto? ―Replicó Zulía con una nueva pregunta, tratando de desviar la atención, mientras sus manos acariciaban sugerentemente su rizada melena de negros cabellos. ―No, cuando a quien pregunto fue su ejecutora ―advirtió Cromber, quien desconfió desde un principio de las circunstancias que rodearon la muerte del infeliz guerrero. ―Iba a matar a esa bruja o maga que tanto pareces apreciar ―se defendió la mujer―, Nadia se llama ¿no? ¿Acaso hubieses preferido que le dejara actuar? ―Hubiese preferido que nadie arrojase esa lanza ―respondió él. ―¿Estas insinuando que yo ataqué a Nadia? ―preguntó visiblemente ofendida. ―No, en absoluto, tan sólo expresaba un deseo en voz alta ―se disculpó el titán―. Ya sé que fue Jokhitar quien arrojó 179 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes la lanza. Nadia lo vio. Y también que tenía motivos para odiarla, según me ha contado. Tan sólo me gustaría que nada de esto hubiese sucedido. ―A mí también créeme ―repuso ella, algo más calmada―. Cuando nos viste el otro día..., ese pobre idiota quería comprar mi cuerpo. Yo tan sólo jugaba con él, voy con quien quiero ―añadió mirándole insinuantemente―, no se tiene el suficiente dinero para comprarme. ―¿Y tu marido? ¿Él si lo tiene? ―preguntó mordaz. Zulía no lo pensó dos veces, le arrojó el contenido de su jarra de agasta a la cara. Empapado en licor, el guerrero sopesó su propia jarra, pero decidió no imitarla: el vino de Artián era demasiado preciado para malgastarlo así, además la suya estaba casi vacía. Se levantó, cogió el recipiente de cerveza del monje y, desoyendo las reclamaciones de éste, lo vertió sobre la cabeza de la mujer. Al sentir el frío contacto de la cerveza, la mujer gritó y una expresión de odio se adueñó de su semblante. Sus ojos arrojaban “fuego”, pero esta vez no era de pasión. La ira duró tan sólo unos instantes y fue sustituida por una sonora carcajada, cuando fue consciente de lo cómica que resultaba la situación de ambos. Cromber la acompañó en su hilaridad y lo mismo hicieron, con cierta discreción, el tabernero y los ancianos de la barra. Tan sólo el joven acólito, que observaba abatido su jarra vacía, parecía no encontrarle gracia al asunto. Repuesta de su enfado, la esposa del mercader echó sus cabellos hacia atrás con ambas manos, extendiendo el líquido que había caído por ellos; luego se acarició el cuello y el pecho, distribuyendo por su piel la cerveza derramada, introduciendo la mano entre las comisuras de su chaleco. El varón trató de volver la vista hacia otro lado, rellenando su jarra con los restos de la botella; era un titán, pero no de piedra. A punto estuvo de volcar su bebida, cuando sintió el pie descalzo de Zulía, restregándose contra su entrepierna, por debajo de la mesa. La oportuna aparición de Zenón, haciéndole señas desde la barra para hablar en privado, fue la excusa perfecta para abandonar a la esposa del mercader con sus juegos de seducción. Se 180 Capítulo 8. Las cartas al descubierto levantó sudoroso, maldiciéndose a sí mismo por su debilidad. No sabía si felicitarse por su fuerza de voluntad al resistirse a sus encantos, o golpearse la cabeza contra el muro más próximo por haber despreciado su ofrecimiento una vez más. Zulía no le gustaba y además sospechaba de ella. Ciertamente era hermosa y físicamente podía atraerlo, en otros tiempos esto quizá hubiese bastado, pero no ahora. Quiso pensar que era su profesionalidad, al haber recibido el encargo de “custodiarla” por parte de su marido, lo que le blindaba ante cualquier tentación; pero en el fondo sabía que había algo más, aunque se negó a admitirlo. Se reunió con el sanador en la barra; éste escrutó a su alrededor, cerciorándose de que nadie los escuchaba. Entonces le susurró al oído: ―Nadia quiere reunirse a solas contigo ―su voz sonaba misteriosa―. Te espera antes del ocaso en la Biblioteca de la ciudad, que está en la “Gran Plaza”, la encontrarás fácilmente, ella te esperará junto a los estantes dedicados a la Guerra de los Titanes. ―No entiendo ― Cromber se mostró sorprendido― ¿Por qué no ha venido ella a decírmelo? ―Quiere ser discreta ―trató de explicarse―. Antes ha hablado con nosotros, sólo puedo decirte que tiene algo que ver con lo ocurrido ayer. ◙◙◙ Nadia y Argelius paseaban por las calles de la ciudad; la más antigua de Messorgia y antaño capital del reino, hasta que fue desbancada por el auge y crecimiento de Finash. Los edificios del centro eran todos de piedra labrada, fuertemente erosionada por el paso de los años. Abundaban también las construcciones y adornos en mármol rosado, al que la edad había convertido en gris. En las ventanas y columnas predominaban las formas geométricas, los ángulos rectos y las cornisas y dinteles triangulares. 181 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Para aquellos días estaba prevista una reunión extraordinaria del Convokanther, por lo que las calzadas estaban muy transitadas. El ajetreo y bullicio provocado por el ir y venir de las gentes, ahogaba los sonidos naturales del lugar. La afluencia de visitantes, aunque inferior a la de anteriores ocasiones, animaba a otros como comerciantes, amigos de lo ajeno y profesionales del hedonismo en general. La estrechez de algunas callejuelas les obligaba a avanzar entre empujones. La muchacha creona hubo de abrazase a su macuto para poder pasar entre la multitud. El juglar tropezó en varias ocasiones, mientras su vista seguía las formas curvilíneas de algunas transeúntes. Finalmente llegaron a una especie de plaza, junto al mercado, en la que había dispuestas una serie de tarimas de madera sobre las que actuaban charlatanes, feriantes y músicos. En una de ellas, una jovencita interpretaba un ruidoso concierto, con un extraño instrumento de viento con forma de “J”. Argelius subió al estrado y decidió acompañarla con su arpa; a ella no pareció disgustarle la compañía. Había cierta conexión entre sus instrumentos, su melodía tenía un ritmo perfectamente acompasado, desgraciadamente carecía de toda musicalidad y resultaba hiriente a cualquier oído sano. La música, o pretendidos ensayos musicales, de unos se mezclaban con las exhortaciones de otros a abandonar la vida pecaminosa, o los gritos del frutero anunciando los precios de los tomates. Nadia trató de evadirse de todos ellos, zambulléndose en sus pensamientos: Todo se había vuelto más confuso, desde que se vio obligada a delatarse en la Senda Real. Debería haberle dicho algo a Cromber, ahora podía hacerlo, aunque probablemente ya sabía cuanto pudiera decirle, pues no lo encontró muy sorprendido entonces. Eso lo haría más fácil, pero le faltaba valor. Nuevamente sus sentimientos interferían en su misión. Quizá, pensó una vez más, Milarisa se equivocó al escogerla a ella. Últimamente estaba cometiendo muchos errores. Tuvo un mal presentimiento. No debía haberle dejado a solas con aquella “ramera”, no era de fiar. Decía haberla salvado, y eso aún la incomodaba más, estaba convencida de que ella había tenido algo que ver en el comportamiento de aquel desgraciado. Sintió la necesidad de retornar a la Fonda urgentemente. Se giró hacia 182 Capítulo 8. Las cartas al descubierto el trovador, para decirle que volvieran, pero lo vio tan entusiasmado tocando, que decidió regresar sola. En el camino, como si fuese producto de la casualidad, se encontró con Marila, quien le dijo que Cromber la estaba buscando y que la esperaba, a solas, en la Biblioteca de la ciudad, en la “Gran Plaza”, junto a los estantes dedicados a la Guerra de los Titanes, antes de que se ocultara el sol. Advirtiéndola que se trataba de algo muy importante que ya había hablado con ellos. Después marchó en dirección opuesta, tan velozmente como surgió. Cuando desapareció la anciana, la muchacha se detuvo a reflexionar. La citaba a solas, pensó. ¿Con qué intenciones? ¿Por qué había enviado a la caballero sagrado? ¿Qué podía tener que ver con aquellos? ¿Por qué no se lo había propuesto en persona? Finalmente, desistió encogiéndose de hombros. Nunca entendería a los hombres, sentenció para sí misma. ◙◙◙ Cromber atravesó la famosa “Gran Plaza” de Girthara, una de las más grandes de los reinos kantherios. Frente al edificio del Convokanther se encontraba, a unos sesenta cuerpos, la Biblioteca. En el centro de la plaza, cuya superficie estaba cubierta enteramente de mármol blanco, se hallaba un gigantesco obelisco, de casi seis cuerpos de altura, rematado con la estatua de un águila blanca sosteniendo una espada entre sus garras, símbolo kantherio. Tras subir los escalones que conducían a la entrada encolumnada de la Biblioteca, dos soldados uniformados y armados con lanzas acudieron a su encuentro. Con amables maneras le pidieron que dejase allí sus armas, donde se las custodiarían hasta la salida. Con la misma amabilidad el titán rehusó hacerlo. Los guerreros messorgios observaron molestos a aquel visitante arisco. Contemplaron su constitución musculosa, su elevada estatura y el nada despreciable tamaño de su espada. Luego se miraron entre sí y, en un arranque de sabiduría, decidieron que aquel hombre podría entrar armado siempre que no las exhibiese. 183 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Una vez dentro, visitó el pabellón dedicado a los volúmenes de historia. Allí le resultó fácil localizar la sección dedicada a la “Guerra de los Titanes”, amplios carteles en kantherio y creón así lo indicaban. La zona se encontraba iluminada por varias series de candelabros con pie y rodeada de estanterías. Nadia estaba allí, esperándolo; una sonrisa díscola iluminó su rostro al verlo llegar. ―Y bien, ¿qué quieres? ―preguntó la mujer adoptando una pose de frialdad. ―¿Cómo? Tú eres la que me has citado aquí... ―repuso atónito el titán. ―¿Yo? Has sido... ―se interrumpió bruscamente. Entonces lo comprendieron. Demasiado tarde, una hilera de libros de la estantería de enfrente cayó al suelo, lo mismo sucedió en otro de los anaqueles a su izquierda. Cromber desenvainó su espada, ella abrió su macuto. No hubo tiempo, dos ballestas armadas y en posición cruzada les estaban apuntando. Marila y Zenón las empuñaban. ―¡Quietos o disparamos! ―advirtieron. Los movimientos de ambos jóvenes se congelaron. Nadia esperaba que el ruido de los volúmenes al caer atrajera a alguien, pero si no estaban solos, nadie quiso oírlo. ―Las puntas de nuestras saetas son de titanio y atravesarán esa bonita armadura que llevas ―añadió el sanador dirigiéndose al titán. ―¡Tirad vuestras armas! ―exigió la caballero sagrado― y ese macuto ―apostilló mirando a la muchacha. Los tenían cogidos en un fuego cruzado. Era imposible estar atento simultáneamente a ambas armas para esquivarlas y, además, al hacerlo siempre correrían el riesgo de que fuera alcanzado el otro. Cromber se sintió tentado a jugársela, no iba con él rendirse fácilmente, estaba casi seguro de poder esquivar uno de los proyectiles, el otro sería cuestión de suerte, pero podrían darle a Nadia y ese riesgo no estaba dispuesto a correrlo. La campeona, segura de su agilidad, contaba con poder esquivar las saetas, pero no podría evitar que éstas alcanzasen fatalmente a su 184 Capítulo 8. Las cartas al descubierto protegido. Si algo le ocurriese..., se estremeció con tan sólo pensarlo. Tras intercambiar una mirada de asentimiento, ambos arrojaron al suelo sus armas. ―Buenos chicos ―dijo Marila―. Es la hora de las respuestas... ―Tan sólo queremos que nos despejéis algunas dudas ―continuó Zenón desde detrás de la otra estantería―. Si colaboráis os dejaremos libres y podréis marcharos en paz. ―Sabemos que eres un titán ―intervino Marila mirándolo―. Nosotros participamos, ya lo sabéis, en la “Guerra de los Titanes”. Pero aquello fue un asunto político de los dioses, con el que ya nada tenemos que ver. Con esto quiero decir que no te tenemos ninguna animadversión por ello. Esperamos que tampoco nos guardes rencor... ―¿Un titán? ―interrumpió Nadia fingiéndose sorprendida. ―Es inútil que finjas ―le increpó el sanador―. Luego tendremos una charla contigo, ahora escucha y calla ―volviéndose hacia Cromber―. Esas armas que llevas pertenecían a Hecatolo. Lo sé muy bien, pues estaba a su lado cuando murió. ¿De dónde las has sacado? ―Me las dio Bulfas ―respondió lacónico ―¿Bulfas? ¿Quieres decir que el todopoderoso Bulfas, señor entre los dioses, te regaló estas armas? ¿Acaso nos tomas por imbéciles? ―habló Zenón sin ocultar su enojo. ―Yo, sí ―se adelantó la muchacha. ―¡Cállate de una puñetera vez! ¡Zorra! ―le increpó la caballero sagrado, perdiendo los papeles y amartillando su arma, mostrando su intención de disparar si fuese preciso― ¿Estás cansada de vivir? ―¡Modera ese lenguaje! ―le reprendió su marido― No es propio de ti cariño. Y tú ―dirigiéndose a la joven― Cállate o ésta ―refiriéndose a la saeta montada en su ballesta― probará la sangre de titán. 185 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Cromber se vio obligado a narrar su historia en los submundos y cómo Bulfas le entregó aquellas armas para que rescatase a su hija. Omitió deliberadamente el insignificante detalle de que “olvidó” devolvérselas después de liberarla. De todos modos, pensó, tampoco debería de tener importancia puesto que su compromiso era entregárselas a su regreso y nunca volvió a aquel lugar. ―Bonita historia ―dijo Zenón cuando hubo terminado de contarla―. Pero no me la creo. Más bien pienso que las robaste. Oímos hablar de un titán que había participado en el robo del martillo de Thorem. ―Sí, yo robé ese martillo ―se apresuró a afirmar el joven, recordando aquella lejana aventura que compartió con su amigo Havock―. Pero estas armas ―señaló a Mixtra, tendida en el suelo, mientras con su otra mano se tocaba la armadura―, me las ofreció el propio Bulfas, como os he contado. Mirándose dubitativos, el matrimonio se resistía a creerle. Le preguntaron sobre mil y un detalles, el color de la barba de Bulfas, la iluminación de los pasillos en los submundos, el número de brazos de los guäsids, lo que comían los dioses, e incluso algunas “preguntas trampa”, como el color de las paredes del Palacio de Bulfas, cuando no existía tal palacio. Superó todas las pruebas, para desesperación de sus examinadores. Finalmente hubieron de reconocer que su explicación era, cuanto menos, plausible, por increíble que pareciera, pues sabía más que ellos del entorno de los dioses. Decidieron tomarlo como un indicio más del cambio de los tiempos. ―Ahora te toca a ti ―comentó el sanador señalando a Nadia―. Veamos si sigues tan charlatana. ―Sabemos que eres un campeón ―continuó Marila―. Es inútil que finjas. Tú misma te delataste ayer en el combate. Lo que nos intriga es qué haces junto a un titán. En nuestros tiempos, a los campeones se les llamaba cazadores de titanes. ¿Es él tu presa? ―¿Estás idiota? ―respondió la muchacha, empleando el mismo tono irónico que su interrogadora―. ¿Crees que si así fuera habríais podido cogerme en esta estúpida trampa? 186 Capítulo 8. Las cartas al descubierto ―Eso no es una respuesta ―advirtió Zenón― ¿Por qué estás con él? ―Tiene unos ojos preciosos y es bueno en la cama ―respondió sonriendo. ―Y yo soy un rwarfaigt adolescente ―replicó la esposa del sanador― Veo lo de sus ojos, y hasta puedo creerme que sea un buen amante, aunque no lo parezca; pero tú no lo acompañas por eso o no irías por ahí con ese musicastro de tres al cuarto. ¡Responde! Estoy comenzando a perder la paciencia y este trasto ―señaló con la mirada a su ballesta― podría disparárseme solo. ―Lo protejo ―comentó la mujer creona en un susurro apenas audible, que le obligaron a repetir en voz más alta, con la resignación dibujada en su rostro. ―¡No necesito ninguna niñera! ―protestó Cromber mirándola. Le había gustado más la respuesta anterior. ―Vamos progresando ―comentó satisfecha la caballero sagrado―. Dinos: ¿Quién te ha ordenado que lo protejas? ―Lo vi tan tierno y frágil ―respondió Nadia―, que pensé... ―la amenaza reflejada en los ojos de la anciana, le hizo cambiar de línea argumental―, bueno, fue una rana, yo iba camino de Tirso, cuando... ―¡Basta ya! ―gritó Zenón― No permitiremos más burlas... Te lo preguntaré de otra manera: ¿A qué dios sirves? ―¿Y si te digo que a ninguno? ―tentó la joven. ―No me vale ―replicó el sanador―. Los campeones no surgen por generación espontánea. ¿Quién te entrenó? ―Milarisa ―claudicó finalmente compungida―. Que su maldición caiga sobre vuestras cabezas ―añadió. El titán se giró hacia ella asombrado. Ahora comprendía lo del colgante. Por fin encajaban muchas piezas. Pero nunca había oído que la diosa blanca, como la llamaban los virianos, tuviese campeones, ni siquiera caballeros sagrados, sanadores o magos. La última y única vez que estuvo en sus dominios, al margen de los millares de criaturas extrañas y singulares que los 187 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes pueblan, sólo vio a un luchador, una especie de Bal-Ar creado por ella, Zitrow, que llegó a acompañarlo en aquella aventura. ―¿La diosa loca? ―preguntó el matrimonio al unísono, aún más asombrados que él― ¿No puedes hablar nunca en serio? ―añadió Marila. ―Prefieres Bulfas o Magrud, Rankor tal vez... ―repuso la aludida, visiblemente alterada― Si es por nombres, pide que me sé muchos. ¿Cómo puedes preguntar lo que desconoces y presumir que sabes la respuesta? ―Bien, por increíble que parezca, aceptémoslo. Milarisa te envía a protegerlo... ―continuó Zenón―. ¿Por qué? ―¡Y yo que sé! ―exclamó la joven―. ¿Os contaba Bulfas por qué asesinó a sus hijos titanes? ¿Creéis que Milarisa va dando explicaciones a sus servidores de por qué hace las cosas? ¡Por favor!, si hasta la llamáis la diosa loca. Si otros más cuerdos ocultan sus propósitos, ¿por qué esperáis que ella no lo haga? ◙◙◙ Zulía volvió a su habitación. Unas paredes desconchadas de caprichosa manera constituían la decoración. Todo su mobiliario era una cama de superficie sinuosa y a la que le faltaba una pata. De entre sus cosas, extendidas sobre el colchón de lana, extrajo un pequeño objeto circular. Activó sus resortes y al poco rato pudo visualizarse en él la imagen de Jakinos. La presencia del dios la hizo sentirse excitadamente nerviosa. Le contó cómo había conseguido unirse a la expedición, convenciendo una vez más al infeliz de su marido para que acatase sus instrucciones, lo que hizo sin rechistar, como siempre. Le habló del encuentro en la Senda Real con los hombres de Rankor y de cómo el titán había acabado con el mago que los guiaba, mencionándole también el papel de la campeona en la batalla. Los ojos del Jakinos brillaron de satisfacción con las noticias, o eso le pareció a ella, aunque quizá sólo era un poco de humedad sobre el óvalo. 188 Capítulo 8. Las cartas al descubierto Juzgó entonces que era el momento de contarle el resto. Le mencionó cómo había fracasado su intento de eliminar a Nadia y cómo había tenido que librarse del inútil que no supo cumplir su cometido. Omitió mencionar que a raíz de aquel incidente todos sospechaban de ella, lo que estaba dificultando bastante su papel; así como que no tenía ni la más remota idea de dónde podían estar en aquellos momentos. El dios montó en cólera. Sólo la ausencia de su presencia física le salvó de recibir un severo castigo, más allá del meramente verbal. ―¡Estúpida! ―le gritó una voz desde el objeto que sostenía― ¿Quién te mandó que eliminaras a la campeona? ¿Qué te ha hecho suponer que podías pensar por ti misma? Tu trabajo era muy simple, seguir al titán y mantener vigilada a la mujer. ¿Tan difícil era esto? ―Ese Cromber es un maldito engreído insoportable ―trató de defenderse con baño de lágrimas en los ojos―. Me he humillado más de lo que una mujer debe hacer jamás y sólo he obtenido su desprecio. Quería ganármelo para poder vigilarlo, pero esa mujer le debe de haber sorbido el seso, tan sólo quise neutralizarla... Como tú mismo dijiste que podría ser peligrosa... ―Seca tus lágrimas y deja esos trucos de mujer para los mortales ―le reprendió Jakinos―. Los dioses somos demasiado viejos ―y demasiado perros, pensó―, para caer en vuestras artimañas. Ahora sabemos que la mujer no es un peligro, al menos para él ―matizó―. Y eso es una buena noticia. Necesitaré saber algo más. El Noclevac de los dioses tendrá lugar dentro de seis días. Continúa con tu misión, pero si vuelves a creerte que eres más lista que yo, más te valdrá ser devorada por una familia de rwarfaigts hambrientos. ◙◙◙ ―Vale y... ¿ahora qué? ―preguntó Nadia a sus captores, que seguían apuntándoles con sus ballestas, cuando hubo terminado de responder a sus preguntas. ―Ahora... ―comenzó a responder Zenón. 189 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes ―Ahora bajáis esas armas ―gritó una voz detrás de Marila. Todos la reconocieron como la de Krates. El cazador apuntaba con su arco a la esposa del sanador por la espalda. El matrimonio se giró instintivamente hacia el recién llegado. El titán y la campeona se miraron un instante a los ojos. No necesitaron más. Con la celeridad del rayo saltaron sobre los estantes desde los que los apuntaban, derribándolos con la fuerza del embate. La ballesta de la caballero sagrado se disparó, pero la saeta se clavó en el techo. Ambos, marido y mujer, quedaron atrapados bajo el peso de los estantes y los volúmenes que sobre ellos había. Unas estanterías cayeron sobre otras, que a su vez también se vencieron por el impacto y así sucesivamente, produciéndose un efecto dominó en aquel pabellón de la Biblioteca, que ocasionó un gran estruendo. Cromber arrancó la ballesta de manos del sanador, al que noqueó de un puñetazo. Nadia hizo lo mismo con la mujer de éste, aunque hubo de ayudarse con el Tratado de las Buenas Costumbres de un tal Petius. La obra más voluminosa que encontró a mano. Recuperaron sus armas y se abrazaron a Krates ―la mujer le dio dos besos―, que había tenido que refugiarse de la estampida de estantes y libros. Después, todos juntos, se giraron hacia los caídos pensando que hacer con ellos. Un anciano, con aspecto de bibliotecario, prorrumpió en histéricos chillidos al observar, desde la esquina opuesta, los destrozos. En aquel momento entraron los guardias de la puerta, muy nerviosos al ver lo sucedido y con las armas en alto. La muchacha se dirigió a ellos con paso insinuante, tratando de convencerles de que todo había sido un accidente, provocado por aquellos dos ancianos ebrios, que yacían sin sentido en el suelo, cuando habían intentado escalar una de las estanterías. Como no parecían muy satisfechos con su versión, aflojó algunas monedas de oro, que ayudaron a persuadirles de que aquello era lo que sin duda había ocurrido. Fuera de la Biblioteca, caminaron abrazados los tres, con Nadia en el centro, hasta los pies del obelisco. La mujer y el 190 Capítulo 8. Las cartas al descubierto titán se miraron, la extrañeza marcó sus rostros y casi al unísono preguntaron: ―¿Cómo supiste que estábamos en la Biblioteca? ―Soy cazador ―respondió Krates, como si aquella fuese la pregunta más estúpida que le habían hecho jamás―. Sé seguir un rastro ―aclaró. ―¡Caramba! ―se admiró Cromber― Si que eres buen rastreador. Hasta en ciudad, con miles de olores artificiales atrofiando los sentidos, eres capaz de orientarte. ―Bueno ―añadió el cazador―, también te vi entrar. Todos rieron, hasta confluir en una sonora carcajada. El titán no pudo reprimirse, entre las risas y las emociones pasadas, y la besó. Ella le devolvió el beso, con pasión y ternura en un primer momento, aturdida por la sorpresa. Después, lo paró con las manos y se alejó unos pasos de ellos. Él la siguió, Krates se quedó esperándolos a una respetuosa distancia. ―¿Qué sucede? ―preguntó Cromber apoyando una mano sobre sus hombros. ―Sucede que hoy han podido matarte por mi culpa ―contestó Nadia reprimiendo un sollozo―. Si no hubiésemos deseado tanto creer que nuestra cita en la Biblioteca era real, no hubiésemos caído en esa estúpida trampa... ―Luego, reconoces que tu también lo deseabas ―matizó él buscando su confirmación. ―¡Maldita sea! ¿Es que sólo sabes escuchar lo que te interesa? ¡Se acabó! No puede ser ―las lágrimas fluían por el rostro de la mujer, en contra de su voluntad―. Fue una noche maravillosa, fue un sueño fantástico, pero sólo eso. Vivimos en el mundo real, para nosotros no están escritos los sueños. Seamos amigos... por favor ―añadió con su voz más candorosa. ―De acuerdo ―En medio de la confusión y del torbellino de ideas y sentimientos que cruzaban por su mente, el titán optó esta vez por rendirse, aunque esta vez no lo apuntase una ballesta, sino algo más poderoso― sea..., amigos. 191 La Era de Rankor: 1- Bestias Errantes Extendió su mano al modo del saludo kantherio, la muchacha lo aceptó. Mientras sus manos y brazos aún se tocaban, ella le advirtió: ―Amigos..., eso significa que no quiero que vuelvas a darme un beso, si no se lo das a Krates primero. ―rieron. 192 SEGUNDA PARTE LA BATALLA DE ERIZTAIN os tiempos convulsos conocidos como la “Era de Rankor”, fueron una consecuencia no deseada de la “Guerra de los Titanes”, como ésta lo había sido a su vez de la “Guerra de los Dioses”. Los conflictos resultan muchas veces del rencor acumulado entre los seres y los pueblos, pero a su vez ese odio crece y se alimenta a cada confrontación. Los resentimientos que una guerra genera son, casi siempre, simiente de la que le sobreviene. L Dathales, “La Guerra de los Dioses y sus consecuencias”. Policreos 239 D.A. Vol. III, p.382. ...La batalla de Eriztain marcó un punto de inflexión en la “Era de Rankor”. No sólo señalaba el comienzo de los intentos de expansión del Imperio Hamersab hacia el Oeste, sino también definía el inicio de una senda sin retorno en los abismos de la confusión. Dathales la señala como uno de los acontecimientos más culminantes de la época, tal vez porque reunió los mayores contingentes de tropas que se hubiesen visto en Occidente desde la “Guerra de los Titanes”. Sin embargo, un minucioso análisis de los hechos puede llevarnos a deducir, que fue en Eriztain donde se decidió el curso que habían de seguir los aconte- La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain cimientos de este oscuro período. (...) Entre los que lucharon en esta batalla se encontraban (...) Cromber, el titán. Filias de Akaleim, “Historia de la Era de Rankor”. Bittacreos 656 D.A., vol. II pp.203-204 194 CAPÍTULO 1 EL NOCLEVAC DE LOS DIOSES B ulfas se encontraba cómodamente recostado sobre el diván de sus habitaciones; a su lado reposaba Neyide, su amante, con la cabeza apoyada contra su pecho. Los humanos la conocían como “La diosa de la Lujuria”; quizá porque sus largos cabellos rubios, que ahora llevaba recogidos en una coleta, unidos a sus penetrantes y rasgados ojos esmeralda, la voluptuosidad de sus formas y el escaso recato que mostraba con sus atuendos y comportamientos, la convertían a los ojos masculinos en la personificación azulada del erotismo. La fragilidad de la figura femenina contrastaba con los duros rasgos del dios sobre el que descansaba, meciéndose entre sus hombros, al ritmo acompasado de su respiración. Los ojos de éste, entrecerrados, también eran verdosos, pero de una tonalidad más gélida y apagada. Sus largos cabellos oscuros y su barba, prolongada y descuidada, acentuaban la rudeza que le otorgaban sus numerosas cicatrices. Con su brazo izquierdo rodeaba acogedoramente la cintura de su amante. La estancia era amplia y ricamente decorada con multitud de motivos y detalles, recuerdos de pasadas contiendas mezclados con ornamentos florales y artísticos. El diván ocupaba el centro geométrico de la habitación, junto a una gran mesa ovalada. Detrás varias puertas marcaban los accesos a otras dependencias. Una brisa ligera y fresca dejaba una dulce fragancia a su paso, aportando la agradable sensación del aire libre, aunque se encontrarán en las profundidades y no hubiese accesos de ventilación visibles. Llamaron a la puerta. Ambos se alteraron, abandonaron su acaramelada postura, irguiéndose sobre el diván. Dieron claras muestras de no esperar a nadie. Bulfas hizo un rápido movimiento con su mano izquierda y un círculo de brumas comenzó a dibujarse frente a ellos, en el centro del mismo cobró paulatinamente forma una figura femenina de largos cabellos morenos muy lisos y ojos azules, de altiva mirada y regia compostura. Reconocieron con asombro a Adana, la esposa de Bulfas. La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Neyide no reprimió una mueca de desprecio, intercambió una mirada con su amante y abandonó precipitadamente la estancia, refugiándose en una de las habitaciones interiores. Bulfas se incorporó mientras se difuminaba hasta desaparecer el disco de brumas. Con gesto severo se alisó los ropajes y ató los cabellos. A una señal suya las puertas se abrieron, ocultándose a los lados, dejando paso a la hermosa diosa, que aguardaba impaciente. ―¡Bienvenida Esposa!... ¡humm...! ¿Cuánto hace? ¿Setenta años quizá? ―preguntó el dios, que trataba de mostrarse complaciente―. ¿Qué te trae por mis aposentos después de tanto tiempo? Porque algo me dice que la tuya no es una visita de cortesía. ¿Me equivoco? ―Quiero estar presente en el Noclevac ―fue la lacónica respuesta de Adana. ―¿Tú? ¿En el Noclevac? Pero si nunca te han interesado las “enmarañadas disputas políticas”, según tus propias palabras. ¿A qué se debe este repentino cambio? ―la mirada y el semblante nervioso de Bulfas reforzaban el asombro de sus palabras. ―Quiero estar presente en el Noclevac ―repitió en tono enérgico la diosa, ignorando el interrogatorio de su marido. ―Siempre supiste salirte con la tuya y estoy dispuesto a permitirte que lo hagas una vez más, pero no sin que antes contestes a mi pregunta ―ahora era la voz del dios la que sonaba enérgica, aunque sin alterarse―. ¿Por qué quieres asistir al Noclevac? Hubo silencio, se miraron fría e intensamente durante unos interminables instantes, finalmente Adana habló. ―Digamos que... por esta vez me gustaría estar allí cuando os vuelva a dar por jugar a las guerras y organizar masacres... Bulfas era consciente de que la diosa tan sólo respondería con evasivas, cualesquiera que fuesen sus motivaciones no las revelaría, salvo en el modo, lugar y momento que ella escogiese. No se ofendió por ello, en su lugar la dejó terminar de 196 Capítulo 1. El Noclevac de los dioses exponer sus excusas. Al finalizar, fingiéndose complacido, le concedió en tono magnánimo asistir al Noclevac. Le intrigaban sus motivos, pero entendió que averiguaría más al respecto dejándola participar; además tampoco quería exponerse a su enfado. ―¡Gracias esposo! ―con un gesto de agradecimiento Adana se despidió― ¡Ah! Y saluda de mi parte a Neyide ―añadió sonriente, mirando hacia la puerta por donde había desaparecido aquella. El rastro de su perfume, pensó, era más potente que cualquier indicación luminosa. Después abandonó la estancia. ◙◙◙ En la cumbre del Hultelton, una de las mayores cimas de los Herrios*, los dioses se habían reunido para celebrar su Noclevac. Hacía casi cincuenta años, desde la “Guerra de los Titanes”, que no se convocaba uno. Cinco representantes de cada una de las facciones se encontraban de pie, frente a frente, en la misma cúspide del promontorio. A su alrededor, a una cierta distancia, lo suficientemente alejados como para no poder escuchar las conversaciones, pero lo bastante próximos como para acudir en defensa de sus líderes si fuese requerido, se encontraba la guardia de reptilianos, veinte por bando, que formando dos semicírculos enfrentados velaban por la seguridad del encuentro. A sus pies la montaña desaparecía bajo la forma esponjosa de las nubes, contribuyendo a la intimidad del acontecimiento. Pero ni tan siquiera esto consiguió aplacar sus temores. ―¡Malditas nubes! ―farfullaba en su aguda jerga un mago reptiliano de aspecto humanoide, de los llamados Pug-Ar. ―¿Por qué te quejas? Las nubes nos protegen de miradas indiscretas, hasta sospecho que quizá los amos las hayan * Gigantesca cadena montañosa, la más grande de Kherian, que cruza transversalmente el Gran Continente, separando a los reinos Kantherios y Amónidas del Imperio Hamersab. 197 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain puesto ahí a propósito ―replicó entre graznidos el sanador reptiliano, Fit-Ar, que estaba a su lado. ―¿Si? ¿Y no has pensado que también nos impiden ver a quien se acerque? El lugar es perfecto para una emboscada. ¿No lo ves? ―el sibilante acento del Pug-Ar no ocultaba los tintes de superioridad impresos en sus palabras―. ¿O es que ese enorme pico que tienes te ha devorado el cerebro? El Fit-Ar, ofendido, agitó sus pequeñas alas y abrió amenazadoramente su pico hacia su interlocutor. Intervino entonces un caballero sagrado reptiliano, Bal-Ar, que a lomos de su Grai-Ar** se aproximó a ellos. ―Calma hermanos ―se aprestó a mediar―. Los Noclevacs siempre han sido respetados. Nuestra presencia aquí es meramente protocolaria. ―No son nuestros hermanos descarriados los que nos preocupan, sino ese Rankor y sus huestes. Dudo mucho que ellos respeten nuestras normas ―advirtió el Pug-Ar. ―¡A dónde hemos llegado! ―reflexionó el Bal-Ar en voz alta―. Antes éramos poderosos, el mundo temblaba a nuestros pies y nadie osaba hacernos frente. Ahora parecemos viejas guäsids, temerosas de lo que les deparará el destino... ―Algunos siempre han sido cobardes ―interrumpió el Fit-Ar, señalando al mago con su prolongado pico. ―Quizá cene ave... ―replicó el aludido. ―Bah, ¡callaos de una vez! ―sentenció el Bal-Ar―. Antes de que los amos ordenen colgaros de vuestras colas sobre un lago de lava, vais a conseguir llamar su atención. ◙◙◙ Magrud contemplaba con aire distraído la discusión de los reptilianos. En realidad tan sólo mantenía la mirada perdida, ** Reptil alado utilizado como montura por los caballeros sagrados. 198 Capítulo 1. El Noclevac de los dioses sin conseguir apenas disimular la preocupación reflejada en su semblante: No había vuelto a recibir noticias de Geroldán, su sanador infiltrado entre las filas de Rankor. Ignoraba qué podría haberle sucedido, pero su desaparición no auguraba nada bueno. Trató, sin embargo, de evitar cualquier muestra de abatimiento. Si lo habían descubierto, aumentaría su desventaja en una situación que, como la fina arena del desierto, se le escapaba poco a poco de entre las manos; pero también era consciente de que hacer público su pesar no contribuiría en lo más mínimo a sus fines. Lo acompañaban en la cima su hija Vistria, Boceos, Thiria y Jakinos, éste último en sustitución de su hijo Feriós, del que nada sabía desde que discutieron en la Sala del Consejo de Thombarnathaid, salvo por una misteriosa misiva en la que le pedía que permitiese acudir en su lugar al “dios de la fiesta”. Todos vestían sus armaduras de guerra, con la excepción de Jakinos, que la llevaba arrastrando de su mano. Frente a ellos, los representantes de la “facción rebelde” también lucían sus hábitos de batalla, salvo Lisorna, “diosa de los ladrones”, ataviada con su habitual traje de cuero ceñido. Liderados por Bulfas, los otros miembros de su delegación eran su mujer Adana, su hija Silke, y Mesternahem, “dios de la guerra”. Ésta era la segunda vez, desde la llamada “Guerra de los Dioses”, que sus líderes se entrevistaban. En ambas ocasiones se había puesto de manifiesto la incomodidad mutua que tales encuentros despertaban en ellos. Magrud, al ver a su rival, no podía olvidar que fue el causante de las infidelidades de su mujer y de la revuelta que llevó a los dioses a una sangrienta guerra fraticida. Para Bulfas tampoco era fácil, su antagonista seguía siendo aquel marido engañado, aquel líder al que en otros tiempos obedeció. Ambas delegaciones intercambiaron un saludo gestual, acompañado, en algunos casos, por ciertos sonidos guturales apagados, a modo de inaudibles susurros. Luego vino el silencio. Durante unos interminables momentos se observaron unos a otros, girando la cabeza aquí y allá, iniciando en ocasiones el gesto que acompaña a unas primeras palabras, pero sin que éstas llegasen a ser pronunciadas. Finalmente Bulfas habló: 199 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Nos has hecho llamar y hemos acudido ―miraba fijamente a Magrud―. Dinos pues qué sabes de Rankor y cuál es tu propuesta. ―Sabemos lo mismo que vosotros ―respondió pausadamente el aludido―. Quien así se hace llamar, usa nuestros mismos métodos y demostraciones de poder. Se ha proclamado dios único y en su nombre se destruye todo vestigio de cuanto tuvo que ver con nuestras acciones en el mundo. Con su monoteísmo proselitista e intolerante va camino de adueñarse del Gran Continente ante nuestra propia pasividad. No hay duda, conoce nuestras reglas y acuerdos, nuestras capacidades y limitaciones. A mi modo de ver, sólo puede ser uno de los nuestros... ―Uno de “vosotros” querrás decir ―interrumpió Bulfas con media sonrisa cínica dibujada en los labios. ―¡No! ―la respuesta de Magrud sonó enérgica―. He querido decir exactamente lo que he dicho: uno de “nosotros”, y eso incluye también a tus partidarios; pues, a menos que sepas algo que ignoramos, la identidad de Rankor es una incógnita en estos momentos. No hemos venido aquí para lanzarnos mutuos reproches, ni para despertar viejas suspicacias, sino para trazar un plan de acción conjunto, que nos permita hacer frente a esta nueva amenaza. ―¿Cuáles serían esas medidas que propones? ―preguntó abiertamente Mesternahem. El dios de la guerra presentaba un aspecto imponente, más alto y fornido que cualquier de los presentes, su espesa y prolongada barba rubia, su afeitada cabeza y el sonido grave de su voz, contribuían a destacar la fiereza de sus rasgos. ―Eso es lo que nos corresponderá decidir ahora ―contestó Magrud con tranquilidad en la voz―. Si queremos neutralizar a Rankor, el primer paso deberá ser desenmascararlo... ―¿Si? ¿Y cómo pretendes hacerlo? ―replicó Mesternahem, visiblemente impaciente―. ¿Cómo podremos saber quién es si antes no lo derrotamos? 200 Capítulo 1. El Noclevac de los dioses ―¿Se lo preguntaremos directamente? ―intervino Lisorna entre risas burlonas, volteando sus cabellos castaños con un gesto relajado. Thiria dio un paso hacia ella, pero una señal de Magrud la detuvo. ―Veo que tus muchachos no han perdido el sentido del humor ―se dirigió a Bulfas con una mueca de sonrisa en los labios, apenas perceptible tras la barba, luego se giró hacia quienes le habían interrumpido―. Puesto que tenéis tan claro como actuar que no me habéis permitido acabar de explicarme, os escucho, ¿Cuál es vuestra propuesta? ―Disculpa su impaciencia... ―comenzó a excusarse Bulfas. ―Disculpada, no hay problema, en serio, quiero oír su opinión ―se apresuró a matizar Magrud. Se hizo el silencio, y se mantuvo así hasta que los interpelados tuvieron la certeza de que verdaderamente se les exhortaba a hablar. Mesternahem lo hizo primero: ―Creo ―su voz sonaba aún más ronca de lo habitual―, que la mejor respuesta pasaría por formar un ejército conjunto para hacer frente a sus huestes, como se hizo en la “Guerra de los Titanes”, las mismas normas de entonces valdrían para ahora. ¡Venzamos a Rankor en el campo de batalla y su cadáver nos dirá quién es! ―golpeó con su puño la palma de su mano izquierda, enfatizando estas últimas palabras. ―Pero eso podría presentar un peligroso precedente ―intervino Adana con celeridad, dejando a Magrud con el incómodo gesto de quien se ha quedado con la palabra en la boca―, podría conducirnos a una nueva guerra de los dioses. ¿Es que no hemos sufrido bastante? ―preguntó retóricamente. Su hija Silke se apresuró a mostrar públicamente su conformidad. ―Tu madre tiene razón Silke ―irrumpió Vistria― seguimos pensando en viejos sueños de gloria y conquista, que al despertar siempre se convierten en pesadillas de miseria y destrucción. Bulfas miró ceñudo a su esposa, comenzaba a arrepentirse de haberle permitido asistir. No se trataba de que no com201 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain partiese su opinión, con algunos matices, tampoco era partidario de un enfrentamiento abierto contra Rankor; pero odiaba su habilidad para convertirse en centro de atención. ―Adana se muestra muy juiciosa, y me temo que tiene toda la razón ―comentó Boceos con su peculiar mesura―. Pero, me pregunto si no estamos ya en guerra, si las acciones de Rankor no son ya de por sí una flagrante declaración de guerra, aunque no haya combates directos, porque impera a sus anchas, aniquilando nuestro legado, extendiendo sus dominios por doquier, ya que por prudentes le estamos dejado el camino libre… ―hizo una breve pausa―. Seremos unos ingenuos si creemos que no intervenir ahora nos salvará de ir a la guerra. Sólo retrasará el momento y será entonces más destructiva que nunca. La proclama del dios sorprendió a alguno e impresionó a otros. Mesternahem, que mantenía el gesto torcido desde la intervención de Adana, no abandonó su defensa de una guerra abierta, cuya perspectiva acariciaba ansiosamente, pues le permitía vislumbrar un final a tantos años de inacción y aburrimiento. Simultáneamente, Magrud procuraba no contrariar a la esposa de su rival e insistía en que lo más importante era trabajar juntos y desenmascarar a Rankor. Bulfas también intervino entonces. Lo mismo hicieron Thiria y Lisorna. Todos parecían tener algo importante que decir o matizar. De pronto, la reunión del Noclevac degeneró en una sucesión de discursos inconexos, que se solapaban unos a otros; en los que cada uno tendía a elevar la voz para ser escuchado, pero sin hacer esfuerzo alguno por oír a los demás. En medio de aquel alboroto, se escuchó un estrepitoso golpe metálico, las palabras enmudecieron en las gargantas y todos se volvieron hacia el lugar de donde provenía el sonido. Con gran estupor comprobaron que se trataba de Jakinos, al que se le había caído el fardo que llevaba en la mano con sus armas y armadura. El dios de la fiesta aprovechó la interrupción que acababa de provocar para intervenir: ―Veamos, a ver si lo he entendido: hemos renunciado al proselitismo, a vivir junto a los humanos, a exigirles adoración y respeto; más aún, hemos renunciado incluso a vivir en la superficie del mundo para evitar todo contacto y lo hemos hecho 202 Capítulo 1. El Noclevac de los dioses aunque ello nos haya obligado a habitar en esas inmundas cuevas que llamamos hogar. Pero al primer patán con aires divinos que aparece por ahí, llámesele Rankor o como se quiera, nos volvemos locos de celos y volvemos a pensar en guerras ―paró un momento para estornudar sobre un pañuelo multicolor―. A veces pienso que debemos de padecer algún tipo de estupidez muy contagioso, que cíclicamente nos fuerza a complicarnos la vida... ―Habla por ti Jakinos ―lo reprendió Lisorna―. Hacer el imbécil siempre se te dio muy bien. ―No te consiento que le hables así a mi marido, ¡zorra en celo! ―le increpó Thiria, girándose luego hacia el dios de la fiesta―. Y tú, a ver si por una vez te tomas algo en serio. No entiendo en qué estaría pensando Feriós cuando le pidió a su padre que te dejara asistir, parece como si nuestras reuniones te aburriesen... ―¡Hey! Si vais a tener una pelea doméstica, largaos a casita y ahorrádnosla ―volvió a intervenir la diosa de los ladrones, con una sonrisa socarrona marcada en su rostro cubierto de pecas―. Me dais nauseas ―añadió. ―Te veo muy agresiva Lisorna ―advirtió Jakinos―. ¿Nadie te hace el amor últimamente? ―¡Basta! ―intervinieron casi al unísono ambos líderes, logrando acallar a sus subordinados. ―Tal vez no sea necesario declarar una guerra abierta ―Mesternahem aprovechó el silencio para compartir sus reflexiones en voz alta―. Si se dejan a mis órdenes doce campeones, seis de cada facción, podrían ser suficientes para cambiar el curso de los acontecimientos y detener a Rankor. ―Has pasado por alto que no hay campeones entre nuestras filas ―replicó Bulfas―, por lo que habría que entrenarlos y eso lleva tiempo, algo de lo que no andamos muy sobrados. Necesitaríamos al menos un par de años para organizar algo así y para entonces ya podría ser demasiado tarde. 203 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Además ―convino Magrud―, eso equivaldría a una declaración de guerra; algo que por el momento y si no me equivoco, tanto vuestro líder como yo mismo, queremos evitar. ―Efectivamente así es ― asintió Bulfas, la Guerra de los Dioses estaba demasiado fresca en sus mentes y en sus temores―. Nos encontramos, pues, en una difícil encrucijada: No queremos declarar la guerra abierta contra Rankor, aunque de alguna manera ya nos la ha declarado al incendiar nuestros templos y eliminar nuestros vínculos; pero al mismo tiempo nos vemos obligados a detenerlo. Si no queremos ir por ahí dando golpes de ciego, debemos saber a quién nos enfrentamos y cuál es el nivel de su amenaza. Tras prolongadas deliberaciones que duraron hasta el anochecer, en las que Jakinos se quedó dormido sobre un peñasco roncando sonoramente, se llegó a un compromiso de mínimos: Ambos bandos convenían en enfrentarse de modo conjunto al problema, incluyendo el acuerdo verbal de colaborar en sus indagaciones, que en privado ninguno pensaba cumplir, y la autorización general para que sus antiguas huestes, supervivientes de la “Guerra de los Titanes” ahora sexagenarios, tomasen partido en contra de Rankor. ◙◙◙ Los haces de luz iluminaban intensamente el centro de la estancia, penetrando a través de una gran arcada de piedra, situada en el muro Norte sobre la escalera que ascendía desde las cámaras inferiores. Era mediodía en el laboratorio del sabio Estamínides, situado en la ciudad bithana de Policreos. Las paredes alrededor estaban cubiertas hasta el techo por estantes de madera medio carcomida, distribuidos aparentemente al azar, sobre los que podían encontrarse todo tipo de pócimas, mecanismos y viejos volúmenes completamente entremezclados. Parecida amalgama de objetos se apreciaba sobre la gran mesa circular de piedra granítica, como el propio recinto, que ocupaba el corazón mismo del estudio; a su lado, cavado en el granito, había un pequeño estanque cuadrangular lleno de agua, de la 204 Capítulo 1. El Noclevac de los dioses longitud aproximada de un hombre tumbado y no más de una mano de profundidad. Estamínides permanecía agachado, a contraluz, junto al estanque; los largos rizos canosos de sus cabellos no permitían visualizar las facciones de su rostro, aunque se adivinaba arrugado por el paso de los años, algo que no podía ocultar su entumecido y tembloroso cuerpo, cubierto por su inseparable toga raída, tan vieja como él. Sacó con cuidado un objeto de su zurrón, lo había comprado en el mercado público aquella misma mañana: una miniatura casi perfecta de una galera tallada en madera. La contempló unos instantes, girándola para apreciar sus detalles, y luego la depositó en el estanque. Observó con gran júbilo que la diminuta réplica flotaba; un grito inarticulado de satisfacción escapó de su garganta. Se incorporó girándose hacia la mesa, permitiendo que la luz golpeara su rostro. Descubrió su poblado bigote gris y unos sorprendentes ojos castaños, pequeños y muy juntos, que se encontraron frontalmente con los de Tulius, su discípulo; un adolescente torpe y atolondrado, con la cara llena de granos, que acababa de subir las escaleras con un montón de frascos en sus manos. Aquel día, sin embargo, parecía estar singularmente despierto, aunque su maestro no lo advirtió, absorto como estaba en sus ensayos. ―¡Qué bien que hayas llegado! ¿Has visto? ¡Flota! Bueno, ¿has conseguido lo que te pedí? ―preguntó Estamínides impaciente―. Vamos, tráelo, ¡deprisa! ―Sí... sí ―tartamudeó su ayudante― esp... espero que sea suf... suficiente. ―¿Qué dices? ¡Ah!, sí... trae ―respondió ensimismado el alquimista mientras sus manos nerviosas cogían uno de los frascos―, sólo son necesarias unas gotas... Tráeme un poco de aceite de morsa. El pupilo corrió hacia una de las estanterías, tropezó y fue a caer de bruces a los pies de la misma, afortunadamente ―pensó su maestro― tan sólo rompió los recipientes que aún portaba en sus manos y quizá algún que otro diente. Como si nada hubiera pasado, Tulios se alzó, cogió una redoma de uno de 205 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain los estantes y se volvió hacia su mentor; éste le indicó que volcara el líquido sobre la vasija que estaba removiendo, en la que ya había realizado varias mezclas. El muchacho obedeció y vertió el contenido del frasco. Estamínides le indicó que ya era suficiente, pero aún así tuvo que sujetar la mano del aprendiz, que se había entusiasmado en exceso. El sabio continuó removiendo la mezcla durante bastante rato, hasta asegurarse de que su consistencia era la adecuada. Visiblemente excitado, se aproximó con ella al estanque y con mucha precaución fue dejando que el viscoso líquido resultante resbalase hasta el agua, apenas poco más que unas gotas. Casi incolora, apenas se apreciaba su tinte azulado contra aquel fondo de granito, la extraña mixtura daba la sensación de flotar en el agua. ―¡Rápido, las lentes! ―ordenó a su discípulo. Ambos se apresuraron hacia la mesa y juntos apartaron una gruesa tela gris, dejando al descubierto un estrambótico artefacto compuesto por espejos y lentes unidos por una especie de grueso alambre. Con metódica dedicación el maestro giró unos, torció otros, hasta que quedaron en disposición de proyectar la luz del exterior sobre el estanque. Aguardaron impacientes unos momentos, en los que no se atrevieron ni a respirar, pero nada sucedió. La decepción se apoderó del rostro de Estamínides. No así de su pupilo, que seguía expectante con la vista fija en la piscina. Y entonces sucedió... Una estruendosa explosión los arrojó violentamente al suelo, salpicándolos de agua en medio de una gran polvareda, que se convirtió ocasionalmente en barro. Cuando, aturdido, el alquimista pudo volver a incorporarse, sus pupilas se dilataron de asombro: Sobre el estanque, y fuera de él, se extendía un manto irregular de llamas que parecía flotar sobre el agua. El propio granito que definía los bordes de la piscina se había resquebrajado y de la fantástica replica de la galera tan sólo quedaban algunos pedazos humeantes o incandescentes. Nuca supo exactamente cuánto tiempo permaneció con la boca abierta. Posiblemente hasta que oyó los primeros quejidos de Tulius, que quedó tumbado sobre la fría piedra, mojado y cubierto de lodo. 206 Capítulo 1. El Noclevac de los dioses ―¡Ay...!.. ―gimoteaba sin muchas ganas el aprendiz―. ¿Qué... qué ha sido eso..., maestro? ―Lo siento muchacho... me temo que con tanta emoción me había olvidado de ti, ¿estás bien? ―Sí... bueno no... no se... me duele la pierna, parece que me he hecho daño al caer... pero... ¿qué ha sido eso? ―¿Eso?... un milagro, muchacho, un milagro... ―lágrimas de alegría surcaban tímidamente sus mejillas―. Creo que hemos descubierto lo que los antiguos llamaban “El Fuego Creón”. El arma legendaria de los antiguos pueblos creones, que les permitió ser los dueños de los mares durante más de mil años y que, en su celo por conservar el secreto, se había perdido en el olvido de los tiempos. Recuperándose de su propio éxtasis, mientras su ayudante se afanaba por limpiar el estropicio causado, Estaminides cogió una nueva vasija y se puso frenéticamente a preparar una nueva mezcla. Un buen científico, acostumbraba a decirse a sí mismo, “siempre repite un experimento exitoso, sólo de esta manera sabrá que fue su arte y no el azar quien obró el prodigio”. Esta vez, pensó, utilizaría menos cantidad, pues en la medida de lo posible deseaba conservar “entero” su laboratorio. Lo intentó una y otra vez hasta que el anochecer lo hizo imposible, y en todas ellas fracasó. El sudor recorría su frente. Una angustia insufrible se fue apoderando de sus ánimos. Tan cerca había estado de la cima, que la caída era ahora brutal. Abatido, golpeaba repetidamente su cabeza contra la mesa de piedra, llegando a sangrar de varias heridas. Aquel dolor físico mitigaba la profunda desazón de su frustración. Finalmente Tulius lo detuvo agarrándolo fuertemente de la túnica, hasta casi desgarrarla. ―Perdóname maestro…, perdóname... ―¿Qué te perdone? ―puso cara de estupefacción, enfatizada por las manchas de sangre que recorrían su rostro―. ¿El qué? ―He sido yo... perdóname, señor. 207 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―¡Explícate! Hoy no estoy de humor para palabrería enigmática o profunda. ―Yo... yo... Confundí los frascos... son tan parecidos... y están tan juntos... que... ―rompió a llorar― perdón... perdón. ―¿Qué? Esto es inaudito... ―la indignación del sabio iba en aumento― Pero ¿cómo?, mejor aún ¿cuáles? ―El aceite... el aceite de morsa. Lo confundí... traje otro frasco y no me di cuenta hasta que lo devolví a su estante... es tan parecido que no creí que tuviera importancia... ―¿Qué no tendría importancia? ―los pequeños ojos de Estamínides parecía que iban a saltar de su órbitas―. Pero... ¡Cómo se puede ser tan estúpido!, con perdón de los estúpidos... ―Perdón maestro ―dijo entre sollozos― no me regañéis... No volveré a hacerlo... ¡lo juro! ―Ya hablaremos, ahora dime, ¿por cuál lo confundiste? ―el alquimista no ocultaba su enojo. ―Por “perzufre”... perzufre... eso ponía en la etiqueta... perdón maestro... yo no quise... ―¿Perzufre?... Sí ¡perzufre! Eso es ―el rostro de Estamínides se iluminó―. Quizá te perdone después de todo. Mañana probaré con perzufre... ―Hay algo más maestro... ―añadió Tulios entre suspiros. ―¿Algo más? ¿De qué se trata? ―la mirada del alquimista volvía a ensombrecerse por momentos. ―Perdóname maestro, esta mañana cuando me encargasteis que os trajera esa poción especial de color azul... ―las lágrimas volvieron a manar―... No había en ninguna parte, así que... ―¿Qué no había? ―preguntó alarmado―. ¿Qué es entonces lo que me has traído? ―Eso trababa de explicaros... maestro... perdonad... Es agasta... había llegado una remesa nueva al mercado... y como también es de color azul... yo pensé... 208 Capítulo 1. El Noclevac de los dioses ―No, tú no pensaste... ese es tu problema, que nunca piensas ―Estamínides estaba furioso, pero pudo más su curiosidad― ¿Agasta has dicho? ¿Te refieres a la bebida esa de Akaleim? ―De Messorgia maestro... ―le corrigió temeroso su discípulo. Poco a poco la sabiduría se impuso sobre su cólera inicial y fue haciéndose consciente de que sin las torpezas de su ayudante nunca jamás habría descubierto el “Fuego Creón”. Estas reflexiones también bascularon sus sentimientos desde la rabia inicial al profundo agradecimiento. ―¡Benditos sean los dioses que te dotaron de esa genial estupidez! ―Se abrazó con fuerza a su discípulo, quien temiendo un castigo se encogió cubriéndose con los brazos―. Ve a descansar muchacho, hoy te lo has ganado. Tulius abandonó el laboratorio escalera abajo, desapareciendo por el acceso inferior. Atravesó varias dependencias hasta detenerse frente a una pequeña puerta. Tras comprobar que nadie lo observaba, sacó una llave, la introdujo en la cerradura y entró, cerrando de nuevo tras de sí. La estancia era pequeña. Sobre el suelo yacía un joven inconsciente, su rostro era idéntico al suyo, lo mismo que sus ropas, y también su escuálida anatomía presentaba una clara semejanza. El pupilo sonrió, un intenso resplandor brilló en el interior de sus ojos. En aquel momento recuperó su original aspecto, su pigmentación azulada y sus cabellos pelirrojos. Contempló por última vez al verdadero Tulius, que permanecía desvanecido. Cuando despierte, pensó Jakinos, su mentor ya no lo tratará igual y el infeliz no sabrá por qué. Después activó un objeto de forma piramidal y desapareció. 209 CAPÍTULO 2 VIEJOS AMIGOS E l viaje tocaba a su fin, se encontraban a las puertas de Finash. Habían transcurrido catorce días desde que abandonaron Girthara acompañados por la XIII Compañía de Caballería Ligera de Darlem. Cabalgaban junto al carromato de Hundamer y su esposa, Nadia y Argelius iban delante, Cromber y Krates cubrían la retaguardia. Se habían despedido del comandante Palius y sus hombres días atrás, en las proximidades de Demisthar, donde estaban concentrados los refuerzos darlemnos. Particularmente emotiva fue la partida de Hulter y Linthein, sus camaradas de armas. No habían vuelto a ver a la caballero sagrado, ni al sanador; escucharon rumores, entre los jinetes de Darlem, de que habían recibido la orden de regresar a Fuerte Dariam. Desde Demisthar habían divisado numerosos acantonamientos a uno y otro lados de la Senda Real. Algunos alojaban a tropas regulares concentradas, pero la mayoría pertenecían a voluntarios, levas locales o mercenarios. Poco antes de atravesar los arrabales de la ciudad, Cromber descubrió la insignia de la Hermandad Libre en uno de los campamentos. Recordó entonces a sus amigos Martheen y Zinthya y pensó que probablemente estuviesen allí. ¿Qué habría sido de ellos? Se preguntaba. Un impulso casi irresistible le conminaba a dirigirse a su encuentro; pero supo contenerse, aún debía escoltar al mercader hasta su destino. Si estaban en aquellas tiendas seguirían en el mismo lugar al día siguiente; una guerra como la que se avecinaba era un bocado demasiado apetitoso para que un mercenario desaprovechase la oportunidad. Sintió una intensa emoción ante la perspectiva de poder volver a encontrarse con sus amigos. Habían vivido muchas aventuras juntos y hacía cuatro años que no tenía noticias suyas, se los imaginaba dirigiendo aún la Hermandad Libre. En su interior tendía a pensar siempre que todo permanecería como lo había conocido, si bien la inexorable realidad se encargaba a menudo de rectificarle. Recordó el día que se despidió de ellos en Akaleim. Estaban muy unidos. El Rey de esta nación Capítulo 2. Viejos amigos kantheria los había contratado para guardar su frontera Sur, lo que supuso una excelente oportunidad para sus bolsillos. Él les dijo entonces que se había cansado de la vida de mercenario, que necesitaba renovar aires. Después se fue. Pero aun cuando todo esto fuera cierto, el titán sabía que no era toda la verdad. Nunca les dijo que en Akaleim habían puesto precio a su cabeza algunos años atrás. No se lo había dicho porque, conociéndolos, se habrían ido con él y no podía permitir que sus circunstancias personales condicionasen a toda la Hermandad. El jaleo organizado por un campesino, al que no dejaban entrar su carro de harina en la ciudad, lo devolvió al presente. Acababan de cruzar los arrabales: largas hileras de casas a ambos lados del camino, que constituían una auténtica ciudad extramuros. En una de sus posadas habían pasado la noche, pues habían llegado con la luz de las estrellas y, como era habitual en las grandes urbes, no estaba permitida la entrada después del crepúsculo. Se alzaban ante ellos las impresionantes murallas de Finash, con una altura aproximada de diez cuerpos y una anchura de dos. Construidas con bloques de piedra homogéneos, simétricamente tallados, constituían una de las maravillas arquitectónicas de los reinos kantherios. Dos torres de gigantescas proporciones flanqueaban la entrada. El portalón principal, en el que terminaba la Senda Real, era el único acceso al interior desde el Norte del Lavare. Estaba abierto en una de sus hojas, lo suficientemente ancha como para que cupieran dos carromatos a la vez; sin embargo, el movimiento no estaba siendo fluido y poco a poco se iba formando un cierto embotellamiento junto a la entrada, pese a que casi acababa de amanecer. El Rey Gothenor había ordenado restricciones a la circulación de personas y mercancías, veía espías de Rankor en cada esquina. Sólo aquellos que pudiesen justificar claramente los motivos de su visita a la ciudad, porque vivieran en ella, tuvieran familiares o negocios allí que pudieran responder por ellos, podrían cruzar las puertas. Un nutrido grupo de guardias se encargaba de hacer cumplir sus órdenes con exquisito celo, para disgusto y pesar de la paciencia de los visitantes. 211 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain El hombre que estaba montando la algarabía, decía ser un comerciante que simplemente transportaba la harina de su molino para vender en el mercado de “La Feria”, como hacía todos los meses, pero no conocía a nadie en Finash que pudiera responder por él. Sólo se dedicaba a vender, no a hacer vida social, se explicó en un lenguaje mucho más tosco. Finalmente, con tanto alboroto, llamó la atención del oficial de la guardia y consiguió entrar en Finash, pero no como había pensado, sino encadenado y sin su mercancía. Cuando le llegó el turno al carromato de Hundamer, no les permitieron entrar. Obligaron a echar el vehículo a un lado, para no entorpecer el paso, mientras se resolvían las comprobaciones burocráticas. El comerciante tranquilizó con un gesto a sus acompañantes y susurró algo al oído de su mujer, antes de desaparecer entre los guardias. ―Va a ponerse en contacto con el armero que solicitó el cargamento ―informó Zulía volviéndose hacia los demás―. Habrá que esperar un rato. Cromber observó atentamente a Zulía, que acababa de quitarse el velo para hablar. El trasfondo de la escena, el bullicioso ir y venir de las gentes, los interrogatorios de la guardia, el relincho de las monturas, comenzó a adquirir un aire irreal, casi espectral, mientras se sumía profundamente en sus reflexiones. La mujer de Hundamer no había vuelto a incomodarle insinuándose; de hecho, apenas le había dirigido la palabra desde Girthara, tras reencontrarse con su marido en aquella ciudad, no se había separado de aquél. Aquello le turbaba, y más que eso en concreto, le desconcertaba el hecho de que aquella situación le perturbase. No, se decía a sí mismo, no tenía ningún interés en que ella volviese a sus juegos de seducción; en cierta manera le aliviaba que hubiese desistido en su actitud. Pero también le intrigaba, aquella mujer ocultaba algo, lo sabía... Sus miradas se cruzaron y el titán tomó conciencia de que había sido sorprendido mirándola. Zulía pareció encontrarlo divertido a juzgar por su sonrisa, que el velo volvió a cubrir momentos después. Incómodo, giró la vista hacia otro lado. A su izquierda estaban Nadia y Argelius bromeando. Un poco más atrás y con la mirada perdida Krates parecía rememorar otros 212 Capítulo 2. Viejos amigos tiempos. Pensó entonces que sólo lo había visto reír una vez desde que se conocían: en la plaza de Girthara, tras el incidente de la Biblioteca. Siempre taciturno, cabizbajo, el cazador parecía experimentar una amarga existencia, sin otros incentivos que la venganza, desde que la violencia le extirpara a sus seres queridos de su vida. Había, sin embargo, una conexión especial entre ellos, cierta empatía, sobre la que se estaba forjando una profunda amistad. Argelius, por el contrario, siempre parecía estar alegre, era capaz de disfrutar en cualquier situación. Cromber hubo de reconocer para sus adentros que le caía simpático, los últimos tramos del viaje hubiesen sido mucho más aburridos sin su presencia. No obstante, su especial complicidad con Nadia y el que siempre estuviese cerca de ella, le resultaba en ocasiones bastante molesto. Quiso pensar que no eran celos, creía estar por encima de sentimientos tan bajos, pero no podía evitar que le incomodase y eso le irritaba aún más. ¿Significaba eso que se estaba enamorando de Nadia? Se lo había preguntado más de una vez. Nunca encontró respuesta. Quizá porque temiera descubrirlo, tal vez porque no lo sabía con certeza. El encuentro en la Biblioteca de Girthara había cambiado mucho las cosas entre ellos. “Sólo amigos” acordaron entonces. Desde que sabía que era una campeona al servicio de Milarisa, le confundía aún más que cuando su identidad era un enigma. Él ya había adivinado que no era quien aparentaba ser, pero siempre creyó que sus sentimientos eran sinceros. Ahora dudaba. Cuando pasaron aquella noche juntos en Brindisiam, ¿estaba representando su papel? ¿Cumpliendo con su misión? Por otra parte, ¿le importaba realmente? En ocasiones resultaba exasperante hablar con ella, sus modales de niña mimada conseguían sacarle de quicio, era impertinente, grosera, egoísta, y así podría continuar hasta enumerar un centenar de defectos, pero pese a ellos, o quizás por ellos, no podía dejar de sentirse atraído por ella. En cualquier caso, intentó consolarse, no sería la primera vez que perdía la cabeza por una mujer, conocía los síntomas y su experiencia le había enseñado que no era una enfermedad crónica, si no le mataba se curaría con el tiempo. 213 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ◙◙◙ Hundamer regresó a media mañana, le acompañaba un hombre moreno muy delgado y de mediana edad, con una gran cicatriz en el brazo izquierdo. Habló unos momentos con los guardias y éstos se apresuraron a abrirles el acceso a la ciudad, instantes después cruzaban las murallas. Entraron por una gran avenida empedrada, continuación de la Senda Real, motivo tal vez por el cual recibía en nombre de “Avenida Real”, ¿o sería porque conduce al Palacio Real?, se preguntó el titán sin que le importara la respuesta. A ambos lados los flanqueaban edificios de piedra, de hasta tres y cuatro plantas de altura, ricamente adornados. Nadia y Krates visitaban Finash por primera vez. No les pasó inadvertido el contraste entre las regias mansiones de la avenida y las casas de una o dos alturas, hechas mayoritariamente de adobe o madera, que poblaban los arrabales que acababan de cruzar. También les sorprendió lo transitado de las calles, en las que era difícil moverse; las restricciones a la entrada les habían generado la falsa idea de una ciudad semivacía. Muy al contrario, estaban atestadas de gentes que deambulaban en una y otra dirección. Faltaban tan sólo dos días para las fiestas en honor de Bulfas, protector de la ciudad, por lo que últimamente habían acudido muchos habitantes de la provincia para las celebraciones. Cromber, que había vivido algún tiempo en la ciudad, en sus tiempos de mercenario junto a la Hermandad Libre, no se mostró sorprendido por el paisaje. Sabía que varias calles más allá se acababan la ostentación, los grandes edificios, y se encontraban las casas humildes y ocasionalmente destartaladas, los barrios de adobe desconchado y madera podrida que nunca faltaban en una gran ciudad. De hecho, esperaba haberlo encontrado más cambiado después de cinco años; pero, al menos la avenida principal, estaba casi igual que cuando la vio por última vez, hasta habría jurado que la gente era la misma. Lo que no dejaba de sorprenderle de Finash, era que todo el mundo parecía tener siempre prisa, como si en sus desplazamientos por la urbe les fuera la vida en ello. Para alguien que se había criado en las montañas de Arrack, aquel comportamiento era propio de locos, pero tampoco le importaba, llevaba demasiado tiempo viviendo 214 Capítulo 2. Viejos amigos en los autoproclamados reinos civilizados y se había acostumbrado a sus peculiares rituales. Pasaron junto al templo de Bulfas, situado a su derecha, famoso por la enorme cúpula dorada que lo cubría. La monumental construcción dejó boquiabierta a Nadia, que nunca había visto un templo de tales dimensiones. Krates, que visitó una gran ciudad por primera vez cuando llegaron a Girthara, se mostraba ceñudo y observador, sin exteriorizar emoción alguna. Argelius, decía haber estado con anterioridad en Finash, pero también quedó embelesado contemplando las enormes esculturas que, a modo de columnas, decoraban los accesos al recinto. Sin detenerse a meditarlo desenfundó su arpa y se dispuso a tocar. ―¡Oh Finash! Permite que este humilde músico cante a tu belleza ―imploró mirando hacia las puertas del templo. ―Más vale que tengamos la fiesta en paz ―se volvió hacia él un malhumorado Hundamer. ―¡Vamos Hund! ―intervino la muchacha creona―, que unos versos no van a matar a nadie. El mercader se mordió la lengua para tragarse su contestación. No se atrevía a replicar a la mujer. Menos aún después de lo que Zulía le había contado sobre sus poderes. Nadia advirtió el temor en sus ojos y no pudo evitar sentirse mal. El titán se percató de ello y trató de mediar. ―Creo que a nuestro juglar no le importará esperar a la tarde para deleitarnos con su música. ―No claro, creo... que estaré más inspirado ―respondió Argelius algo aturdido, comenzando a guardar el instrumento. Hacia el final de la mañana llegaron a la altura del Palacio Real. La entrada a los jardines se situaba a su izquierda. Caminar por esta zona, aun cuando fuese a caballo, se hacía muy lento y penoso, las calles estaban abarrotadas de personas que iban y venían; algunos incluso comenzaban a preparar los festejos de los próximos días, contribuyendo sobremanera a entorpecer el tránsito. Siguieron avanzado hacia el Sur hasta recorrer todo el palacio en paralelo. Al mediodía alcanzaron el “Puente de 215 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Ramtasca”. El más importante de la ciudad. Construido en piedra tenía una anchura de varios carromatos. Pero lo más significativo de su arquitectura eran las casas que estaban edificadas a sus lados, que a diferencia del puente eran principalmente de madera y en su mayoría comercios. Cromber había recorrido casi todos los reinos civilizados y había pisado muchas de sus grandes ciudades, pero en ninguna otra había visto edificar casas en el propio puente, era una característica singular que siempre le había admirado. Según supo más tarde, en sus orígenes no fue así. Desde su construcción los comerciantes acostumbraron a establecer en él sus puestos ambulantes, utilizando sus propios carromatos o exhibiendo sus mercancías sobre unas mantas, pues era la zona más transitada de la ciudad al ser de obligado paso entre quienes habitaban las dos orillas. Pronto surgieron las disputas por los mejores puestos y no tardaron en ocurrir las primeras muertes sangrientas. Un antiguo Gobernador de la ciudad, cuando la capital del reino aún era Girthara, decidió acabar con las rencillas, otorgando a cada uno de ellos, previo pago, la propiedad de una sección del puente. Con el tiempo los mercaderes fueron dotando sus puestos y sus herederos utilizaron aquellos títulos de propiedad para edificar allí sus comercios. Desde entonces el puente de Ramtasca contaba con esas singulares construcciones a ambos lados de su recorrido. Finash estaba atravesada, de Este a Oeste, por el río navegable Lavare, que literalmente partía en dos la ciudad. Para comunicar las zonas Norte y Sur contaba con tres puentes; aunque en realidad sólo dos eran realmente útiles: El principal, conocido como de Ramtasca, en honor al Conde que lo mandó construir originariamente, situado hacia el Oeste de la ciudad, y el llamado “Puente Viejo”, el más antiguo de todos, un gran puente de madera, ubicado mucho más hacia el Este, elevable desde sus orillas, para permitir el tráfico fluvial. El tercero, algo más pequeño y también de madera, estaba situado en medio de ambos, pero rara vez estaba extendido y no era de uso público, servía tan sólo para comunicar directamente el Palacio Real con el Puerto, situado en la zona Sur de la ciudad. En realidad se trataba de un mero “puente levadizo” incrustado en los muros exteriores del regio complejo. 216 Capítulo 2. Viejos amigos ◙◙◙ Varios hombres se acercaron a Hundamer. El primero de ellos era Bachelar, propietario de una armería en el mismo puente de Ramtasca. Detrás suyo, a corta distancia, se situaron dos sicarios armados: a uno ya lo conocían, era el mismo que les había ayudado a entrar en la ciudad, el otro era bajo, robusto, calvo, con un espeso bigote y un parche en su ojo derecho del que sobresalían los extremos de una profunda cicatriz. Sus miradas eran frías, desafiantes, en contraste con la amable sonrisa del armero. Cromber desmontó y se situó a espaldas del comerciante con los brazos cruzados sobre su pecho, sosteniendo firmemente la mirada de los matones. Bachelar se dirigió al carromato y descubrió la lona que protegía su contenido. Sus largos cabellos grises le caían por encima de sus ricas vestiduras. Aquellas manos, ágiles a pesar de lo avanzado de su edad, inspeccionaron armas y armaduras. Empuñó una de las espadas, la sostuvo con el pulso firme y luego la giro en ambos sentidos, antes de depositarla de nuevo junto a las otras. Hizo un gesto de aprobación y se volvió hacia Hundamer. ―Tu mercancía es buena como siempre... ―¿Buena? Querrás decir excelente ―le reprobó el comerciante de Brindisiam. ―Sí, es muy buena... ―confirmó―. Te pagaré tres mil monedas de oro por todo el cargamento. ―Acordamos cinco mil. ―Lo sé, lo se... pero con todo esto de la guerra, la gente se va, se lleva sus fortunas y... ya no va tan bien como antes. Por tratarse de ti seré generoso, te daré tres mil quinientas... ―Cinco mil ―insistió impasible. ―Vamos amigo... ¿pretendes arruinarme? Te doy cuatro mil y es mi última oferta, lo tomas o lo dejas. 217 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Los sicarios se llevaron sus manos a las armas en un gesto amenazador. El titán los imitó. Durante unos instantes sólo hubo silencio. La tensión aumentó. ―Ahora han subido a seis mil ―replicó Hundamer sin dar muestras de intranquilidad―. Nunca he oído que la guerra cause pérdidas a un armero y en cualquier caso estoy seguro de que Marbleik me hará una oferta más generosa, tengo entendido que ha reclutado su propia compañía de mercenarios... ―Está bien, no sigas, te daré los cinco mil que acordamos, aunque esto va a ser mi ruina ―con su mano retiró el sudor que comenzaba a surcar su frente―. Realmente eres un negociador duro, amigo... ―Por si no has escuchado bien, su valor ha subido a seis mil. Al hacer esta advertencia, el semblante del comerciante conservaba la seriedad que había mantenido durante toda la negociación. El rostro de Bachelar, por el contrario, sufrió una brusca transformación, la sonrisa quedó congelada en sus labios, mientras el resto de sus facciones pasaban de la incredulidad inicial a la crispación. Sus hombres desenvainaron sus armas, un alfanje el más alto, espada corta y daga el otro. Cromber hizo lo propio con Mixtra. Krates tomó disimuladamente una flecha de su carcaj. Hundamer comenzó entonces a reír a carcajadas. El armero quedó unos instantes perplejo, luego rió también. ―Eres también un buen bromista, amigo... ―sus hombres envainaron las armas, lo mismo hizo el titán. De pronto la hilaridad se tornó contagiosa, todos rieron, hasta Krates se permitió una ligera sonrisa―. De acuerdo entonces, te daré cinco mil y os invitaré a comer en mi cantina, tiene unas vistas preciosas desde el puente... ―Trato hecho ―se apretaron los antebrazos, al modo del saludo kantherio. Se aproximaron varios hombres, venían de la armería. Bachelar comenzó a darles instrucciones con rudos gestos y chasquidos de sus dedos. Dos de ellos portaban sendos sacos llenos de monedas que entregaron a Hundamer. El resto comen218 Capítulo 2. Viejos amigos zaron a transportar hasta el almacén el contenido del carromato, pues no estaba permitido descargar en el puente. El comerciante y su mujer procedieron simultáneamente a contar una a una las piezas de oro. No era que desconfiaran de su comprador, se habían apresurado a asegurar, pero cuando se trataba de cantidades importantes era muy fácil cometer un error. Tan sólo, afirmaron, querían asegurarse de que un error semejante no se hubiese producido en su contra. Algo más tarde, tras una prolongada espera, amenizada por el monótono tintineo metálico de las monedas al ser recontadas, se encontraban sentados en una de las mesas de la Cantina “El Albino”, situada junto a la armería, dos de los edificios más emblemáticos del “Puente de Ramtasca”. Su anfitrión les había reservado sitio en la terraza, con vistas al río. Tan sólo una delgada barandilla de madera y cuatro cuerpos de altura les separaban del Lavare. Nadia se incorporó para apreciar mejor el paisaje, Argelius la siguió. Estaban casi en el centro geométrico del puente, mirando hacia el Este. Contemplaban a lo lejos los márgenes del cauce. A su izquierda podían verse difuminadas las torres de la cara Sur del Palacio, grupos de aves blancas parecían custodiar las orillas. En la cara opuesta, destacaba el puerto fluvial de la ciudad, con su ajetreo cotidiano; sólo que en esta ocasión, aunque ellos lo ignorasen, había más movilidad que de costumbre. Habitualmente se veían en él barcas de pesca o pequeños mercantes, pero ahora podían observarse claramente, fondeados en sus amarraderos, una galera de guerra y varios buques de carga. Un síntoma de los tiempos que corrían. En el horizonte, el río se perdía con una suave curva entre los edificios, sin que alcanzase a verse el “Puente Viejo” situado algo más allá. Un ruido los distrajo. A escasa distancia, la tripulación de una pequeña embarcación pesquera iniciaba las maniobras para atravesar los pilares del viaducto. El olor de la carne asada y otros platos cocinados que comenzaban a llegar a la mesa, de la mano de una camarera algo entrada en años, consiguieron ganar su atención hacia lo que ocurría en el interior. Todos estaban hambrientos, con excepción quizá de Zulía, que no mostró un especial apetito por su plato de 219 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain legumbres. Había sido una jornada larga y tensa durante la que no habían probado bocado. La comida era suculenta. Bachelar había tenido buen cuidado de agasajar convenientemente a sus invitados. Nadie habló mientras comían, tras tantos días de rancho de campaña, cuanto les servían sabía a manjar. Incluso la agasta que les ofrecieron para beber tenía un gusto especial, como si hubieran seleccionado la reserva de un buen año. Terminaron pronto, en algunos casos con la desagradable sensación de un estómago hinchado. Más que degustar, devoraron cuanto había en sus platos. ―Una comida fascinante ―comentó Argelius alzando su copa―, aunque yo pediría un poco más de esa agasta. ―Creo que no volveré a comer en un par de años ―conjeturó Hundamer frotándose su abultada barriga. ―¿Se lo has dado? ―le preguntó su mujer. ―No, ahora iba a hacerlo mujer... No te impacientes. Sacó de sus bolsillos una pequeña bolsa de tela finamente atada en los bordes. Luego el comerciante se giró hacia el titán y la arrojó, dejándola caer junto a su plato. ―Aquí tienes, cuarenta monedas de oro por tu protección de estos días, tal como acordamos. Pero podrías ganar muchas más si te decides a acompañarnos en el viaje de regreso a Brindisiam. ―No gracias, mi sitio está aquí ―rechazó cortésmente la propuesta mientras cogía el saquillo y lo sopesaba. Extrajo algunas monedas y las repartió a partes iguales con Nadia y Krates. La mujer rechazó las suyas. El juglar extendió la mano esperando su parte. No llegó. Cromber guardó el dinero restante, atándolo bajo su cinturón. ―Así sea Zakron ―sentenció Hundamer―. Será una lástima, ha sido agradable viajar en tu compañía. Nunca me había sentido tan seguro por la Senda Real. Nosotros nos alojaremos aquí mismo esta noche, nuestro comprador así nos lo ha ofrecido. Mañana emprenderemos el camino de regreso. 220 Capítulo 2. Viejos amigos ―Sí, ha sido toda una experiencia ―condescendió amablemente el titán, ocultando su repulsa a que lo siguieran llamando Zakron―, seguro que ninguno de nosotros lo olvidará. ―Seguro ―intervino la mujer del comerciante―. Ha sido un auténtico placer... ―¿De qué placer hablas? ―preguntó la campeona de Milarisa―. ¿Rebanar cuellos? ¿O te refieres a algo más carnal? ―Puta insolente ―replicó indignada Zulía, que acto seguido le arrojó las lentejas sobrantes de su bandeja. Sólo la rapidez de reflejos de Nadia, que agarrando a Argelius de su jubón lo interpuso en la trayectoria del proyectil culinario, le permitió escapar indemne del ataque. No así el juglar que recibió un auténtico baño de legumbres. La mujer creona buscó entre los demás platos, pero a nadie más le había sobrado comida, Krates había arrojado los huesos a un perro que había junto la barra. No resignándose, carraspeó y arrojó un escupitajo sobre su adversaria. La mala fortuna quiso que en aquel mismo instante el trovador se volviese hacia ella para pedirle explicaciones por haberlo usado como escudo. ―No permitiré que se ofenda así a mi mujer ―advirtió el comerciante; quien, sin embargo, esquivaba la mirada de la muchacha y se dirigía directamente a Cromber. ―Señoras ―intervino el interpelado―, lleváis así desde Girthara... sosegaos, vuestras disputas no tienen sentido... ―¿Así es como me agradece que le salvara la vida en la Senda Real? ―se justificó la esposa de Hundamer, dejando que unas lágrimas recorriesen sus mejillas―. ¡Es una bruja! ―Finges muy bien, ¿en qué burdel te enseñaron? ―replicó Nadia, lacerante como siempre―. No mataste a Jokhitar para salvarme, sino porque te había fallado y quisiste silenciarlo... ―¿Qué sucede aquí? ―interrumpió un hombre altivo, de largos cabellos castaños y rizados, ricamente vestido con sedas azunzei por debajo de la armadura que cubría su pecho. Un largo sable colgaba enfundado de su cinturón. Le acompañaban 221 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain varios sicarios armados, entre los que reconocieron a los dos que velaron por la negociación aquel mediodía. Bachelar los estaba acomodando a todos en la mesa contigua de la terraza. ―Señor, son el mercader de Brindisiam, que nos ha traído el nuevo cargamento de armas, y sus acompañantes ―se apresuró a interceder el armero. ―¿Ah sí? ―se acarició su cuidada perilla con un gesto de complacencia―. ¡Estupendo! Invítales a una nueva ronda de agasta. Corre de mi cuenta. Precisamente acabo de pasar por la armería y he tenido ocasión de comprobar el nuevo género, un trabajo de fina artesanía, sí señor. Mis felicitaciones ―añadió mirando hacia Hundamer, sin necesidad de que nadie lo identificase―. Si traes más carromatos como ese antes del invierno te pagaré un tercio más por tu mercancía... ―¡Gracias! Sois muy amable ―se vio obligado a decir el comerciante―. Deduzco entonces que vos sois... ―Gruzano, mi señor, el dueño de cuanto pisas y quien ha pagado tus armas ―completó la frase Bachelar. Al escuchar aquel nombre el titán sintió un pequeño estremecimiento. Había oído hablar de aquel hombre cuando vivía en la ciudad. Se decía que dominaba los bajos fondos y la mayoría de los negocios al Sur de Finash, que nada sucedía en su margen del Lavare sin que él lo supiese o consintiese. Sus caminos no se habían cruzado con anterioridad, aunque en cierta ocasión se vio obligado a acabar con uno de sus esbirros; fue en una reyerta de cantina hace muchos años, nadie le pidió cuentas por ello entonces y no creía que fueran a hacerlo ahora, pero por mera precaución se aseguró de tener la empuñadura de Mixtra al alcance de su diestra. ―Si así lo deseáis puedo traer un nuevo cargamento antes de que termine el otoño ―se ofreció Hundamer―. Espero no tener que recordaros entonces vuestra generosa oferta. ―Tienes mi palabra ―respondió gravemente el líder de aquellos hombres―. Disculpa si el regateo de los míos te ha ofendido. Estos negocios son así. Tienen instrucciones mías de 222 Capítulo 2. Viejos amigos ofertar siempre a la baja. No obstante, te he dado mi palabra, y la palabra de Gruzano es sagrada para los míos. La camarera sirvió entonces las nuevas jarras de agasta, tal como le había pedido su señor. Aquel inciso sirvió para que éste reparara en las dos mujeres que acompañaban al comerciante. ―Veo que no sólo eres hábil forjando el acero, sino que sabes escoger bien tu compañía. Alabo tu buen gusto. En esta ciudad puedes cruzarte con miles de mujeres en un solo día, pero pocas veces con alguna cuya belleza sea comparable a la de estas dos joyas que llevas contigo ¿Cuánto me pides por ellas? ―Ésta es mi mujer, Zulía ―respondió el comerciante rodeándola con su brazo, visiblemente indignado―, y no está en venta. ―Disculpa, soy un asno. Perdonad señora, espero no haberos ofendido, vuestra hermosura me ha confundido ―inclinó respetuosamente la cabeza, la mujer sonrió aparentemente halagada por las excusas―. Mis felicitaciones, una vez más alabo tu exquisito gusto. ¿Deduzco entonces que sí puedo hacerte una oferta por la rubia? Ella será suficiente para mí. ―Creo que su tarifa deberíais preguntársela a ella, ya que no pertenece a mi marido ―se apresuró a responder Zulía, que imaginaba así cumplida su venganza. ―¡No está en venta! ―advirtió categóricamente Cromber, mirando fijamente a los ojos de aquel hombre. ―Me lo temía ―Gruzano asintió con un gesto de resignación. ―Soy yo quien debe decidir eso ―protestó Nadia―. Aunque mi amigo tiene razón, no tenéis nada que pueda interesarme hasta ese punto, luego no podéis comprarme. Pero me halaga vuestro interés, por eso os haré una pequeña confidencia... Hizo un gesto para que el señor de los suburbios se acercara a ella y se agachase, luego murmuró unas palabras a su oído. Aquél asintió divertido y le dio las gracias, después regresó a la mesa junto a sus hombres. 223 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ◙◙◙ Se despidieron de Hundamer y su esposa a media tarde, luego recuperaron sus cabalgaduras y volvieron hacia el Norte por la misma Avenida Real. Había llovido mientras estaban en la cantina, lo que provocaba que los caballos resbalasen en el suelo empedrado. Decidieron no montarlos. Continuaron hasta dejar atrás el Palacio, después giraron hacia el Este antes de llegar al “Templo de Bulfas” y se internaron por un paisaje de Finash mucho más corriente y parecido al que vieron en los arrabales. Estaba anocheciendo, las farolas alumbraban las calles, estrechas y sinuosas, en las inmediaciones de la taberna “El Búho”, al Noreste de la ciudad, a donde se dirigían guiados por el titán, que esperaba encontrar allí algunas pistas de sus antiguos camaradas. Caminaban a pie, conduciendo a sus monturas de las riendas, pues así era más fácil avanzar en aquel tortuoso laberinto de calles y callejuelas, con el pavimento húmedo por el agua caída recientemente. A aquellas horas apenas se veía gente fuera de sus casas. Cromber se aproximó a Nadia, que caminaba a su lado, con voz muy baja, casi un susurro, le dijo: ―Tengo una curiosidad, me gustaría saber, ¿qué le dijiste a ese Gruzano al oído? ―¿Otra vez? Esta es ya la tercera que me lo preguntas. ―Pero aún no me has contestado. ―Ni lo haré. ―No es justo... Somos amigos, ¿no? ―¿Qué imaginas? ¿Acaso piensas que me cité con él? ―No lo sé. ¿Eso hiciste? ¡Dímelo tú! ―¿Qué dices? ¿Crees que me voy por ahí con el primer “chulo” que intenta comprarme? ―se mostró indignada. ―No cambies de tema, que te conozco. ―Está bien, a ver si así me dejas en paz. Sólo le he dicho que si tenía un poco de paciencia y hablaba con Zulía cuando 224 Capítulo 2. Viejos amigos no estuviese presente su marido, seguramente conseguiría gratis aquello por lo que tan generosamente estaba dispuesto a pagar. ―Eres imposible... ―una sonrisa comenzó a dibujarse en sus labios, pero no llegó a completarse. Un fuerte alboroto se escuchó más allá de la esquina próxima, justo donde, si no recordaba mal, debía de encontrarse “El Búho”. Se apresuraron a doblar el recodo. Allí estaba efectivamente la taberna, un gran letrero sobre la puerta con la forma del ave que le daba nombre lo recordaba. El intenso jaleo venía de su interior. Algunos clientes y camareras abandonaban corriendo el local, agolpándose a una prudente distancia. Se oyó un fuerte crujido, una de sus puertas saltó de sus goznes y un hombre, con aspecto de mercenario, salió despedido por el hueco dejado de un modo poco voluntario. El titán entregó las riendas de Saribor a la mujer e hizo un gesto indicándoles que permanecieran quietos allí, mientras él se aventuraba a inspeccionar la taberna. Aflojó las cintas que sujetaban su espada y se adentró en “El Búho”. El panorama era el de una gran pelea campal. Daba la impresión de que la mitad de los asistentes se hubiera enzarzado con la otra mitad; apenas se veía un reducido grupo de clientes sentados en una mesa, además de una camarera y dos prostitutas de cuclillas detrás de la barra, que no estuviesen involucrados en el intercambio de golpes. No vio al dueño, por lo que supuso que estaría escondido detrás de las cortesanas. Uno de los candiles cayó, prendiendo en una de las mesas, e iluminando con mayor detalle la escena. En medio de la reyerta distinguió a Martheen. Había envejecido un poco, pero seguía siendo el mismo bribón de siempre, pensó. Se enfrentaba a un corpulento mercenario de cabellos recortados y bigote espeso. Pese a su estatura y complexión atlética, su adversario le doblaba en tamaño. Afortunadamente para el capitán de la Hermandad Libre, su contrincante era tan lento como robusto, lo que hacía relativamente fácil esquivar sus golpes. Para Cromber resultaba evidente que tan sólo estaba jugando con él, tratando de provocar su enfado. Vio entonces a otro hombre que avanzaba a su espalda, con una silla levantada 225 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain en alto y aviesas intenciones. No se entretuvo en meditarlo, agarro del cuello una botella de agasta semivacía de la mesa que tenía a su lado, que algunos clientes habían abandonado en su precipitada huída, y la arrojó con fuerza contra el agresor, voceando: ―¡Martheen, a tu espalda! El grito también advirtió al asaltante, que esquivó el improvisado proyectil echándose a un lado. La botella fue a estrellarse en la espalda de Corban, quien profirió un seco quejido antes de caer derribado. Avisado, el capitán de la Hermandad Libre estrelló su codo izquierdo contra la cara del que quería atacarle por la espalda. Le partió el labio, haciéndole perder el equilibrio y caer hacia atrás; la silla se desprendió de sus manos, incapaces ya de sostenerla. Martheen se volvió hacia el lugar de donde provino la advertencia, la voz le resultó familiar pero no la había identificado. Entonces vio a Cromber. Quedó paralizado por el asombro, era como si hubiese visto a un fantasma. Sólo fueron unos instantes de distracción, pero los suficientes para que su corpulento y olvidado adversario lo golpease con saña en el estómago y en el rostro, haciéndole trastabillar y caer en el suelo. Aprovechando su ventaja, su contendiente agarró una mesa próxima con ambas manos, con la intención de aplastarle con ella. No llegó a hacerlo. El titán cayó sobre él como una exhalación y ambos rodaron por el tablado. Quedó situado encima suyo, con sus manos sosteniéndolo férreamente de sus muñecas. El mercenario luchó por librarse de los brazos de su captor, pero su enorme fuerza humana no podía rivalizar con la de éste. Cromber se conformó con mantenerlo inmovilizado; o, al menos, eso pensó en un primer momento, pues su antagonista le propinó un fuerte cabezazo en la nariz, que le hizo brotar sangre, aunque no aflojó su presa. El sabor de su propia savia vital, que resbalaba por la comisura de sus labios, lo enfureció. Soltó el brazo izquierdo de su adversario, pero tan sólo para liberar su propia diestra y poder así golpear brutalmente su cara contra los tablones del suelo. Su puño implacable bajó tres veces. Lo levantó una cuarta pero no llegó a descargar. Su contrincante estaba inmóvil, su cara era ahora un guiñapo sanguinolento, a su 226 Capítulo 2. Viejos amigos lado se había formado un pequeño charco de sangre, en el que a modo de islas podían descubrirse algunas piezas dentales. Se incorporó lentamente, a su lado el líder de la Hermandad Libre ya estaba en pie. Chocaron sus manos a modo de saludo, pero no pudieron llegar a entablar conversación. El núcleo de la pelea se había deslizado hacia su posición y otros mercenarios rivales se aproximaban con funestas intenciones. El titán se sentía desorientado, aparte de Martheen, el viejo Chaser, al que veía dos mesas más allá, y Zinthya, a la que acababa de descubrir al otro lado de la taberna, desconocía a los demás, no pudiendo saber quiénes estaban o no de su lado. Su amigo le echó una mano señalándole con el dedo sus potenciales objetivos. De este modo se vio enfrascado en mitad de la trifulca. Dos mercenarios, a los que Martheen había señalado, se acercaban ya hacia él. Uno de ellos, más decidido, cogió un taburete por la base y atacó. Cromber paró el golpe con sus manos, agarrando la banqueta y estampándola contra la cabeza de su agresor. El asiento se partió en pedazos. Algo más de suerte sufrió cráneo del hombre, que aparentemente sólo quedó inconsciente. El titán se quedó con una pata astillada cogida de su mano. Con ella golpeó ligeramente a su otro adversario, haciéndolo caer. Cuando éste se incorporó no parecía amedrentado, había sacado una daga y la exhibía con gran maestría, marcando cortes rápidos en el aire. ―Voy a rajarte en dos por lo que le has hecho a mi amigo ―le amenazó. Como no obtuvo contestación añadió― Me comeré tus tripas, con una buena jarra de agasta... Cromber se echó hacia atrás para mantener la distancia a la punta de aquel cuchillo. Su contrincante creyó leer miedo en esta actitud y continuó hostigándole, arrinconándole contra la pared, junto a la entrada, sin parar de amenazarle e insultarle. Aquel hombrecillo enjuto y de tez morena, comenzaba a saborear su victoria; ni siquiera se le ocurrió preguntarse porque su oponente no desenvainaba el gran espadón que llevaba colgado a su espalda. Una potente patada en los genitales le despertó de sus ensoñaciones, mientras se doblaba por el dolor. Un segundo 227 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain golpe en la mano, con la pata del taburete, lo desarmó. Un fuerte revés en la barbilla lo noqueó. ―Hablas demasiado ―sentenció Cromber mirando al mercenario tendido en el suelo. La pelea continuaba, aunque había disminuido su ritmo, menos de la mitad de los contendientes se tenían aún en pié y éstos estaban comenzando a acusar el cansancio. En el transcurso de la refriega el titán se había quedado aislado, separado por varias columnas de las que recorrían el local en hileras. Martheen no podía seguir señalándole adversarios pues estaba bastante atareado con los suyos y su anterior actuación había desmotivado a los mercenarios rivales de ir en su búsqueda. Escuchó una voz femenina que lo llamaba a su espalda. Se giró y vio a Nadia, junto a Krates y Argelius, que acababan de entrar en el local. Ante su tardanza habían atado las monturas en los abrevaderos de la taberna y decidieron acudir a buscarlo. ―¿Qué sucede aquí? ―preguntó la mujer. ―Una pelea ―respondió Cromber sin mucho entusiasmo. ―Eso ya lo veo, no estoy ciega. Quiero decir… ¿Por qué se pelean? ―No lo sé... ―¿Cómo que no lo sabes? ¿Quién era o qué hacía ese al que acabas de tumbar? ―¿Francamente? No lo sé... No sé quiénes son, ni por qué se pelean. Cuando entré todo había empezado... tendrás que preguntarle a otro. ―¡Milarisa me ayude a entender a los hombres! ―miró un momento hacia el techo con aire de resignación―. ¿Quieres decirme que puedes meterte en medio de una pelea y, sin saber porqué, quién ha comenzado o contra quien se pelea, liarte a mamporros con todos? ―Peleaban contra mis amigos. Es cuanto necesito saber. 228 Capítulo 2. Viejos amigos Krates observó a un hombre con un parche en el ojo que acababa de incorporarse, Corban. Hablaba con otro que le señalaba insistentemente en dirección al titán. Aparentemente lleno de furia, se abalanzó a la carrera hacia éste. Martheen al advertirlo trató de detenerlo, pero no escuchaba, con la mirada fija en su objetivo el mundo alrededor parecía haber sucumbido para él. El cazador dio la voz de alarma. ―¡Cuidado! ―gritó. Cromber se giró en redondo. Aún conservaba la estaca de madera en la mano. La partió en dos contra la cabeza del lugarteniente de la Hermandad Libre, que cayó al tablado semiinconsciente y con una brecha en la frente, de la que comenzaba a asomar un reguero carmesí. ―¡Quietos todos! ―rugió una voz desde la entrada. Hablaba el capitán Garbithos, oficial de la guardia de la ciudad. Le acompañaban medio centenar de hombres uniformados, armados con lanzas, que comenzaban a invadir el local. Avanzaban sosteniendo firmemente sus armas orientadas al interior de la taberna. Los contendientes suspendieron su riña. Sus actos hostiles se congelaron, con mayor o menor disimulo retrocedieron, y se encararon hacia los recién llegados. ―¿Qué está sucediendo aquí? ―preguntó Garbithos con su voz ronca e imperativa. ―Nada, oficial ―respondió Martheen―. Sólo entrenábamos un poco... ya sabe hay que estar siempre preparados. ―Si eso... los muchachos se enmohecen si no hacen un poco de ejercicio ―se apresuró a respaldarle Oflight, líder de los mercenarios de Marbleik, contra los que se había originado la trifulca. ―Señores, por su bien, no traten de ofender mi inteligencia ―replicó el oficial de la guardia. ―Apuesto capitán ―intervino Nadia, sacando un saquillo de su macuto―, creo que comprenderá la naturaleza de lo que ha pasado aquí si examina el contenido de esta bolsa ―se la entregó a uno de los guardias ya que no la dejaron acercarse 229 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain hasta el oficial. Éste la abrió y sonrió al comprobar que, como suponía, estaba lleno de monedas, de oro además. ―Vaya, vaya, ya veo... ―comenzó diciendo Garbithos, su voz sonaba más suave. Luego alzó la voz―. Así que además de organizar una pelea ilegal, intentan sobornar a un oficial de la guardia. ¡Soldados! ¡Prendedlos a todos! ¡A los calabozos con ellos! Esto será requisado ―añadió guardándose el saquillo. ―¡Alto! ―gritó Martheen. Sus hombres desenvainaron sus armas. Lo mismo hicieron los de Oflight. ―¡Soltad las armas! Debéis entregaros u os empalaremos ―amenazó el capitán de la guardia―. Las reyertas están prohibidas en Finash por orden del propio Rey Gothenor. ―De acuerdo, no opondremos resistencia. Somos vuestros prisioneros ―respondió Martheen―. Pero permitidnos conservar nuestras armas. Somos guerreros, solo muertos permitiremos que se nos desarme. Si queréis quitárnoslas tendréis que venir a por ellas. ―Habla también por nosotros ―se escuchó entre las filas de los mercenarios de Marbleik. Garbithos quedó unos momentos dubitativo. Sus órdenes eran evitar broncas o alteraciones de la vida pacífica, deteniendo a los causantes de estos actos. Por otra parte, también tenía instrucciones específicas de no provocar enfrentamientos con los mercenarios. Por si fuera poco, una de las facciones involucradas eran hombres de Marbleik, posiblemente el personaje más rico y poderoso de toda Finash, después del propio Rey Gothenor, tío además de la reina Gralinda. Finalmente decidió acceder a la petición de los mercenarios. No les obligaría a desarmarse. A aquellas razones sumó una más de tipo personal: no le atraía demasiado la idea de jugarse la vida y la de sus hombres por una simple disputa entre borrachos. Ordenó, a los que podían tenerse en pié, que recogieran y ayudaran a sus compañeros heridos o inconscientes. ―Nosotros no tenemos nada que ver con esto ―comentó Nadia al oficial al ver que los guardias intentaban prenderles también a ellos. 230 Capítulo 2. Viejos amigos ―¡Llevaos a todos! ―fue la lacónica respuesta de Garbithos. No se hicieron excepciones, las prostitutas, la camarera, e incluso los clientes que habían permanecido sentados en su mesa, fueron conducidos hasta los calabozos de la ciudad, situados a pocas manzanas hacia el Este de allí. Nadie opuso resistencia. Cromber hubo de sujetar a la mujer creona, tapándole la boca con la ayuda de Krates, para evitar que su afilada lengua complicase aún más la situación. También detuvieron al dueño de “El Búho”, que había permanecido escondido en la bodega todo el rato. Al ver los destrozos le entró un ataque de histeria. No paraba de repetir: “¿quién me pagará a mí esto?”. Martheen y Oflight, queriendo evitar problemas mayores, se ofrecieron para hacerse cargo de los daños a partes iguales. Aquello pareció tranquilizar al tabernero, hasta que fue consciente de que estaba detenido y se desmayó. ◙◙◙ Fueron conducidos a unas de las salas inferiores del sobrio edificio de las prisiones. Allí los alojaron en una amplia celda de piedra, marcada por una larga hilera de barrotes, destinada a alborotadores o borrachos. Los hombres de Marbleik fueron llevados a otras dependencias. El capitán de la Hermandad Libre sospechaba a dónde conducían aquellas: Nadie osaría tener retenidos a los mercenarios del tío de la reina por un motivo tan nimio. Nada más entrar en la mazmorra, Zinthya y Martheen se abrazaron a Cromber. No habían tenido ocasión de hacerlo antes. De camino al los calabozos intentaron intercambiar algunas palabras, pero la constante vigilancia de los guardias se lo impidió. Permanecieron abrazados algunos momentos, luego la guerrera pelirroja besó al titán en la mejilla y comenzó a hablar: ―¡Oh Crom! Doy gracias a los dioses... Te creíamos muerto. 231 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―No creo que los dioses hayan tenido mucho que ver ―puntualizó Cromber―, pero yo también me alegro mucho de veros amigos. ¿Cómo sigue la compañía? ―Igual que siempre ―respondió Martheen―, aunque ahora somos más de quinientos. Hemos estado en Akaleim todo este tiempo. Al principio en la frontera Sur contra los amónidas, pero los dos últimos años en la frontera Oeste contra los virianos. Incluso llegamos a realizar algunas incursiones en Arrack, un lugar precioso tu tierra, espero que no te moleste ―el interpelado negó con la cabeza―. Luego oímos rumores de que se avecinaba una gran guerra y el Rey de Messorgia nos ofreció el triple de lo que nos pagaban allí, así que... aquí estamos. ¿Y tú?... Nos dijeron que habías muerto en Burdomar, cuando la peste... ―Pues ya ves que no. Ni siquiera llegué a enfermar, aunque en cierto sentido es posible que la peste si matara algo en mí ―la tristeza se apoderaba de sus palabras siempre que rememoraba aquellos acontecimientos―. Lo cierto es que me retiré a vivir en las Bitta, pero os aseguro que es una historia muy aburrida. Luego oí hablar de la caída del Imperio Azunzei a manos de las hordas de Rankor y supongo que la curiosidad me venció. ―¿Por qué no te unes de nuevo a la Hermandad? ―le invitó Zinthya―. Podrás satisfacer esa curiosidad y hasta cobrar por ello. ―No sé ―se hizo de rogar―. Creía haber dejado atrás todo esto. Pelear por dinero no es mi ideal de una vida. ―También oímos rumores de que en Tirso fuiste gladiador ―recordó la pelirroja. ―En efecto, eso ocurrió después de que tomáramos caminos separados y tampoco es mi ideal de vida. De hecho es un episodio que me gustaría olvidar, aunque el mundo entero se empeñe en recordármelo. Pasar por Darlem ha sido una pesadilla, allí todavía recuerdan a Zakron. ―¡Oh Martheen! Estás herido... ―pronunció Ginger, una de las prostitutas detenidas, que se había acercado al líder de la Hermandad Libre y con un pañuelo trataba de limpiarle la sangre casi reseca de su labio inferior. El herido parecía igno232 Capítulo 2. Viejos amigos rarla. Zinthya la observó ceñuda, disuadiéndola. La mujer se fijó entonces en el titán y en el líquido carmesí que recorría su rostro por debajo de la nariz. Se prestó a auxiliarle con el mismo trapo que usaba con aquél― ¡Hola hombretón!, ¡que apuesto eres...! Deja que te ayude... Mi nombre es Ginger... ¡Oh! Mira como lo he puesto―señaló al pañuelo, que había adquirido cierto tono púrpura―, tendré que comprarme otro. ¿No tendrías por ahí algunas monedas para dejarme verdad? ―Mi esposa tiene razón ―intervino Martheen bajando el tono de voz―. Debes unirte a nosotros. Además has dejado “indispuesto” a mi lugarteniente Corban ―señaló al aludido, que permanecía inconsciente en un rincón―. Necesitaré a otro mientras tanto... y ¿quién mejor que tú...? ―¿Tu esposa? ―preguntó Cromber, que había tardado en asimilarlo. ―¿Estás casado? ―se interesó Ginger con cara de decepción. ―Sí, nos casamos antes de venir a Finash ―respondió Zinthya en su lugar. ―Pero en secreto ―añadió su marido enfatizando las palabras―. Así que no levantéis tanto la voz. ―¡Enhorabuena muchachos! ―volvió a abrazarles―. Está bien, me habéis convencido. Me enrolaré con vosotros. He oído cosas terribles de ese Rankor y he sido testigo de sus métodos crueles. No me importará enfrentarme a los suyos. Pero sólo hasta que termine este asunto, luego me iré. ¿De acuerdo? Eso sí, la paga ha de ser buena ―rió. ―Sí, un mesplet de oro al día ―concretó Martheen―. Serás uno de mis lugartenientes, los otros son Zinthya y Corban, ese de ahí ―volvió a señalarlo―, ya os presentaremos cuando recobre el sentido; sólo espero que no te guarde rencor. ―Él me atacó, yo no sabía... ―se defendió el titán―. Por cierto, no es que sea importante pero, ¿por qué nos hemos estado peleando en “El Búho”? Es sólo por curiosidad... ya sabéis... 233 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Pues no lo sé muy bien ―respondió Martheen―. El alboroto comenzó al fondo, detrás de las últimas columnas, para cuando me di cuenta los nuestros y los hombres de Marbleik estaban repartiéndose mamporros. Pero se veía venir, llevaban días provocándonos. ―¡Humm...! yo sí sé como comenzó todo ―añadió su esposa―. Volvía de las letrinas. Al pasar junto a ese cerdo baboso de Oflight me puso la mano en el culo. Eso quizá lo hubiese pasado por alto, pero añadió entonces un comentario grosero, algo sobre una vaca... ―¿Y? ―preguntó Cromber, mientras Ginger le limpiaba afanosamente la sangre de los nudillos. ―Nada. Le patee la cabeza. Sus hombres acudieron a socorrerlo, los nuestros a ayudarme... y se montó la bronca. Pero ha sido divertido... otra vez juntos en acción ―añadió gesticulando con los brazos. ―¡Ejem...! ―Escucharon un carraspeo a sus espaldas. Era Nadia reclamando algo de atención. Detrás de ella estaban Krates y Argelius. El titán se disculpó y ofició las presentaciones. Ginger optó por presentarse ella misma, puesto que todos la ignoraban, pero siguieron haciéndolo; con excepción del bardo, que cobró un súbito interés por su nombre y todo lo relacionado con ella. ―Siempre has sabido escoger a tu compañía ―comentó Martheen mientras sostenía y besaba la mano de la mujer creona. ―Y tu siempre has sabido ser encantador con las mujeres ―le replicó su esposa. ―Puesto que has de venir con nosotros, trataremos de hacer un hueco para tus amigos en la Hermandad Libre ―propuso el mercenario―. Nadia, podrías venir con nosotros y ayudarnos con los suministros, te pagaríamos medio mesplet de plata al día. ¿Qué me dices? ―No te confundas amigo ―advirtió Cromber―. También sabe pelear... ―¿Pelear? ¡Qué interesante! ―añadió Zinthya―. Eso habremos de verlo. 234 Capítulo 2. Viejos amigos ―También sabe hablar por sí misma ―replicó Nadia ofendida―. ¿Por qué habría de querer pertenecer a un grupo de mercenarios? ―¿Por estar cerca de mí? ―probó el titán. ―Es una idea sugerente. Me gustará estar cerca cuando muerdas el polvo. ¡Trato hecho Martheen! Pero habrás de aumentarme el sueldo. ―¿Para qué? ―le reprendió la guerrera pelirroja―. Para desperdiciarlo como has hecho esta noche. A quién se le ocurre intentar sobornar a un oficial de la guardia delante de sus hombres y de todos los clientes del local. La próxima vez que intentes algo así, hazlo en privado bonita. ―No vi que a ti se te ocurriese algo mejor ―replicó la mujer de cabellos dorados. ―Krates es un buen rastreador ―intervino Cromber tratando de cambiar de tema―, y el mejor tirador con el que me haya cruzado en los últimos tiempos. Tan bueno como lo era Hilostar. Además tiene una deuda pendiente con la fuerzas de Rankor. ―¿Cómo Hilostar? ―preguntó escéptico el capitán de la Hermandad Libre―. Me conformaría con que fuera la mitad. Muy bien, hay sitio para ti. Dos mesplets de plata al día, tres si eres tan bueno como dice mi amigo ―el cazador asintió. ―Argelius es un juglar ―completó las presentaciones el titán ―, me temo que tan sólo sabe cantar o componer poemas. ―No importa ―aseguró Martheen―. Podrás amenizar nuestra marcha, pero habrás de conformarte con la comida. ―No quisiera parecer descortés amable caballero ―replicó el trovador, al que Ginger rodeaba con sus brazos―. Aunque agradezco vuestra oferta, yo no quiero ir a un campo de batalla. Me asustan la guerra y las armas, soy un hombre de paz y de amor, que ya ha vivido demasiados peligros últimamente... pero aceptaré gustoso vuestra comida mientras permanezcáis en la ciudad ―rieron. 235 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Continuaron hablando durante horas, intercambiando anécdotas los viejos amigos, conociéndose mejor los recién presentados. Tenían toda la noche por delante, pues sabían que no los soltarían hasta el amanecer y sólo después de pagar una jugosa multa. Uno de los mercenarios de la Hermandad, de cabellos escasos y canosos y larga barba blanca rizada, se quedó mirando fijamente al titán. Se acercó a él y le preguntó. ―¿Eres Amber no? ¿El que nos salvó de Tiransa? ―Sí, es Cromber ―le corrigió Zinthya, luego se dirigió al oído del titán― El pobre Chaser, últimamente está un poco ido. ―Sí, Chaser, yo también te recuerdo viejo zorro ―le saludó Cromber. Aquél le abrazó emocionado. Luego corrió junto a sus compañeros gritando. ―¡Venid todos! Es Amber, aquél del que os he hablado... 236 CAPÍTULO 3 EMBOSCADA E n una oscura buhardilla, en algún lugar del barrio de “Las Rosas”, Zulía y Otria celebraban una reunión clandestina a la luz de las velas. Las acompañaban Gruzano y uno de sus sicarios, que se presentó como Escoliano, al que la mujer de Hundamer conocía bien, pues fue quien les facilitó la entrada en Finash. La única ventana y la claraboya estaban cerradas, impidiendo la entrada de los primeros rayos del amanecer. Permanecían sentados en torno a una pequeña mesa rectangular de madera. Sólo había tres sillas, la más joven de las mujeres descansaba acomodada en el regazo del señor de los suburbios. ―Bien, tu amiga dirá ―se expresó Gruzano mirando a la mujer sentada en sus rodillas―. Si he accedido a esta entrevista ha sido como tributo a tus excelentes “argumentos” y al carro de mineral de oro de Tiransa que ha traído consigo. No entiendo cómo ha podido introducirlo en la ciudad sin despertar sospechas, pero no voy a hacer preguntas. ¿Qué es lo que quieres a cambio de tan generosa contribución? ―añadió encarándose a la anciana amónida. ―Quiero la cabeza de los asesinos de mi hijo ―pronunció con sequedad, destrozando la lengua kantheria con su sibilante acento. ―No parece mucho. ¿De quienes se trata? ―Quiero que elimines al líder de la Hermandad Libre, a su lugarteniente Zinthya y a un mercenario llamado Cromber, que a estas alturas ya debe de formar de nuevo parte de sus hombres ―Otria no dio rodeos. Sus ojos negros, profundos, escrutaban a su interlocutor. ―Creo que me precipité. ¿Quieres eliminar al capitán de una de las compañías de mercenarios más prestigiosas? ―la pregunta era solamente retórica, no esperaba ser contestado―. Eso podría ocasionarme graves problemas... La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Te pago bien por ello ―fue la escueta respuesta de la mujer. ―Ya no estoy seguro de que sea suficiente ―por supuesto que le bastaba. Si sus cálculos eran correctos con aquel oro, una vez fundido, obtendría algo más de cuarenta mil monedas. Por esa cantidad sería capaz de asesinar a quien le pidiesen, aunque se tratara de un general del mismísimo Gothenor. Pero no quería dar a su cliente la idea de que se trataba de un dinero fácil o le pagaría menos la próxima vez. ―Tal vez nos hallamos equivocado de persona ―comenzó a erguirse ofendida. ―¡Espera! ―Gruzano alzó la palma su mano libre acompañando gestualmente a sus palabras, su otra mano rodeaba la cintura de Zulía―. No he dicho que no vayamos a encargarnos del “trabajo”, sólo advertía que será algo más difícil de lo que había pensado en un primer momento. Por supuesto que lo haremos, nunca renuncio a una misión justamente pagada. Pero necesito más datos, ¿quién es ese Cromber? ―Lo viste ayer ―contestó la mujer de Hundamer―, es el guardaespaldas que acompañaba a mi marido durante la comida en “El Albino”. Eso me recuerda que aún no te he mencionado mi condición: la zorra creona que lo acompaña debe morir también. ―¿Es realmente necesario? Tenía otros planes para ella ―protestó pensando en cuan acertadas habían sido las apreciaciones de Nadia. ―Me imagino tus planes... ―La mujer debe morir también ―refrendó Otria―. Hay algo más que debéis saber: Todos deben caer a la vez. En una misma trampa. ―¡Hey abuela! ―interrumpió Escoliano―. No trates de enseñarnos nuestro trabajo. Limítate a señalarnos al fiambre, que nosotros ya haremos el resto. ―Tiene razón ―añadió su señor―. Una copa de agasta envenenada aquí, un puñal entre las costillas allí, una flecha certeza, una amante letal, una soga al cuello... Hay muchas 238 Capítulo 3. Emboscada formas de hacer este trabajo, pero todas ellas exigen discreción. Matarlos uno a uno, cuando estén desprevenidos, será mucho más fácil. ―Pensáis como asesinos, pero yo necesito que penséis también como estrategas ―profirió la anciana, sin abandonar su calamitosa pronunciación―. Cierto, es más fácil eliminar a una única víctima que a un puñado; pero, vosotros mismos habéis recordado hace un momento que ese hombre dirige un ejército de mercenarios. ¿Qué creéis que hará cuando hayáis eliminado al primero? Peinará esta ciudad buscando a los culpables y, lo que es peor, el resto estará sobre aviso y será prácticamente imposible sorprenderlos... ―Bien, eliminemos entonces primero a su capitán ―interrumpió el sicario. ―Eso no cambiaría nada. Su lugarteniente Zinthya sería el nuevo capitán. ―Mal que me pese, he de reconocer que llevas razón ―admitió Gruzano―. Todo esto complica las cosas; no será fácil acabar simultáneamente con todos ellos. Habremos de seguirlos a todos y coordinar nuestras acciones... ―Tal vez resulte algo más sencillo, si no me equivoco tendrás sobradas ocasiones de encontrarlos a todos ellos juntos ―la mujer amónida se puso en pie mientras hablaba―. Pero, en cualquier caso, te compensaré las molestias extra que puedan ocasionarte... con mis servicios. ―¿Tus servicios? ―preguntó cínicamente el señor de los suburbios, conteniendo la risa. ―¿Crees que una anciana como yo no tiene nada que ofrecerte? Antes te preguntabas cómo pude introducir el oro en la ciudad. Es el momento de las respuestas... ―cogió un medallón de entre sus ropas y pronunció en voz alta con aire solemne― Taa SYFFDARNTIRKREE duos mlaik Magrud. Dos grotescos seres de color verduzco, afiladas garras y poderosas mandíbulas, armados con cimitarras y vistiendo armaduras doradas, aparecieron de la nada detrás de Otria. Alarmados, los hombres se pusieron en pie ―Gruzano hubo de empujar 239 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain a Zulía―, llevando sus manos a la empuñadura de sus armas. La archimaga amónida se remangó su vestido dejando al descubierto sendos brazaletes. Sus palabras se mezclaron con los gritos de Gruzano pidiendo ayuda a sus hombres del exterior. ―Taa LÄFVËRGRYTHES bloc accesa Magrud ―dijo mirando hacia la puerta, los brazaletes refulgieron, la cerradura se bloqueó y el travesaño que la reforzaba se movió impidiendo el acceso a los hombres que esperaban fuera. El sicario y su señor habían desenvainado sus armas. La anciana apuntó con sus muñecas a las manos que las esgrimían y pronunció las palabras― Taa RÖNMINKDOSPOO hulist desar Magrud. Gruzano sufrió un fuerte golpe en la mano que empuñaba el sable, obligándole a soltarlo. Lo mismo le sucedió a Escoliano, que arrojó al suelo su alfanje con una exclamación de dolor. Fuera se escuchaban los gritos de los hombres que golpeaban la puerta. El sudor se perlaba en la frente del señor de los ladrones, mientras su sicario agitaba su mano dolorida. Otria decidió que era el momento de terminar la función. ―Vamos señores, ¿no iréis a decirme que tenéis miedo de una simple anciana? ―un gesto suyo y las grotescas criaturas desaparecieron de la misma repentina manera en que había surgido, unas palabras y se desatrancó la puerta. Varios hombres armados entraron precipitadamente. Su jefe los tranquilizó y los ordenó salir de nuevo, pese a que Escoliano no se mostraba muy convencido. La mujer continuó entonces con su espeluznante acento―. Esto es lo que te ofrezco: Poder. Mis poderes a tu servicio. Imagina lo que podría hacer un granuja como tú con algo así. ―Creo que vamos a entendernos ―manifestó Gruzano recuperando su sable y la compostura. ―No lo comprendo ―interrumpió el sicario―. Si tienes tales poderes, ¿para qué nos necesitas? ¿No podrías eliminarlos tú misma? ―Seguramente ―respondió la mujer amónida―. Pero no es así como deben de hacerse las cosas. Digamos que si recurro a vosotros es porque no me está permitido realizar mi venganza personalmente, aunque nada desearía más, creedme. Es 240 Capítulo 3. Emboscada todo cuanto necesitáis saber. Aquí tenéis unas flechas especiales, capaces de perforar cualquier armadura, y un frasco de veneno de zuarda*, muy utilizado en mi tierra. Ellas os facilitarán vuestro cometido, supongo que sabréis como usarlas. Dejó sobre la mesa un abultado macuto que había traído consigo, al abrirlo pudieron verse varios haces de flechas, dos paquetes de saetas y un frasco con un líquido violeta. Gruzano inspeccionó las puntas de los proyectiles e hizo una señal de aprobación. La mujer de Hundamer esperó que no advirtiera que eran de titanio o habrían de dar más explicaciones, al fin y al cabo, aquellos ingenuos no sabían que debían dar caza también a un titán y una campeona. Un sordo golpe en la puerta les interrumpió. Desde el otro lado uno de los esbirros de guardia anunció que acababa de llegar una de sus informadoras, a la que habían estado esperando. Otria y Zulía aprovecharon la ocasión para despedirse cortésmente. Un apretón de antebrazos al estilo kantherio selló el pacto. Abandonaron la buhardilla. Poco después entraba Ginger. La puerta se cerró detrás de ella. ―¿Puede saberse donde te habías metido? ―le increpó Gruzano visiblemente enojado―. Tenías que venir a informarme de los movimientos de Marbleik al terminar tu jornada en “El Búho”, y ya hace rato que ha amanecido. ¿Qué ha sucedido? La muchacha se excusó. Les narró la pelea de la pasada noche entre los mercenarios de Marbleik y los de la Hermandad Libre. Explicándoles cómo después la guardia los encerró en los calabozos, donde los retuvieron hasta el alba. Ambos le pidieron más detalles. Así averiguaron que Martheen solía acudir regularmente a esa taberna, que esa misma noche tendría que ir forzosamente para saldar la deuda contraída con el tabernero y que probablemente lo acompañarían sus amigos, Cromber y Nadia entre ellos. Al verlos interesados en el nuevo lugarteniente de la Hermandad Libre, les narró lo que había oído hablar sobre él y su participación en Tiransa. * Planta que crece en algunas regiones al Sur del Lavare. De ella se obtiene un potente veneno, de efecto lento pero letal, muy utilizado por los asesinos amónidas. 241 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Bien, habrá que tener también cuidado con él―dictaminó el señor de los suburbios―. Ahora sé porque esa bruja amónida los odia tanto, su hijo debía de ser alguno de los caídos en Tiransa. ―¿Por qué os interesan ahora Martheen y sus mercenarios? ―preguntó la prostituta―. Creía que sólo os interesaban los mercenarios de Oflight... No les hagáis daño, han sido muy buenos conmigo... ―¿Quién ha dicho que vayamos a hacerles daño? ―la tranquilizó Gruzano―. Esto ya no es asunto tuyo. No olvides para quien trabajas. Ahora vete y duerme un poco, tenemos cosas importantes de que ocuparnos. Ginger abandonó la reducida estancia. Los dos hombres quedaron a solas debatiendo el modo de llevar a cabo sus planes. Escoliano abrió un baúl y extrajo de él un plano enrollado de la ciudad, rústicamente detallado, que extendió sobre la mesa. Gruzano marcó una posición con su dedo. ―Aquí, en “el callejón de los amantes”**. Si acampan fuera de Finash cualquier ruta que tomen hacia “El Búho” les obligará a pasar por esta calle, salvo que vayan antes a otro sitio, en cuyo caso es imprevisible. De cualquier modo, es nuestra mejor opción, su situación y la disposición de sus edificios es perfecta para una emboscada. Tendrá que ser esta noche. ―De acuerdo jefe. ¿Cómo quieres que lo haga? ―Escoge a quince hombres de confianza, han de ser hábiles tiradores, que lleven arcos o ballestas. Promételes cien piezas de oro a cada uno y ninguna pregunta a contestar. Sé especialmente discreto, no utilices a ningún novato y sobretodo que nadie sepa que estoy detrás de esto. Cuando hayáis acabado con ellos, dejad sobre sus cadáveres la daga que Ginger sustrajo el otro día a aquel estúpido oficial de Marbleik, después de la ** La calle de Tuinas. Más conocida como “el callejón de los amantes”, porque muchos años atrás, la Condesa de Tarent se reunía con su amante, un tendero de la ciudad, en una fonda situada en esa calle. Un día, según cuenta la leyenda, el ofendido marido contrató a un asesino que acabó con la vida de ambos cuando acudían a encontrarse. 242 Capítulo 3. Emboscada pelea de ayer nadie dudará de su autoría. De este modo mataremos dos pájaros con la misma flecha. Ponte en marcha, quinientas monedas serán para ti ―El sicario asintió, inclinó la cabeza en señal de sumisión y abandonó la buhardilla. ◙◙◙ Las conspiradoras llegaron ante la puerta del hostal donde Bachelar había alojado a Hundamer y su esposa. Allí se separaban sus caminos, Zulía debía emprender el viaje de vuelta a Brindisiam con su marido. ―Debo irme ―dijo la mujer del comerciante―. Espero que mi marido aún duerma... ―Que tengas un buen viaje, y gracias ―se despidió Otria en su lengua materna. ―No estoy muy segura de lo que acabamos de hacer ―le confesó en un entrecortado amónida―. Creo que no le va a gustar a Jakinos. ―No deberías preocuparte por ese bufón de dios ―una mueca de desprecio se reflejó en el rostro de la anciana amónida―. Ha estado jugando a escondidas de los demás dioses. Si nos descubriese, sabemos demasiado, no estaría en condiciones de ser muy severo con nosotras. Y no nos descubrirá ―Zulía creyó ver en estas últimas palabras una velada amenaza para que cuidase su lengua. ◙◙◙ Hacía rato que los había abandonado el mediodía en el campamento de la Hermandad Libre. Situado encima de una pequeña colina, junto a la Senda Real, lo componían algo más de cuarenta tiendas de lona y una veintena de carromatos distribuidos irregularmente. Un improvisado cercado hecho con ramas y cuerdas marcaba sus límites. En el interior, un vallado más consistente definía las cuadras. La zona del comedor también era 243 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain reconocible por las largas mesas y los asientos hechos con troncos. En el centro mismo de la loma, en uno de los extremos del campamento, se encontraba el área de ejercicios, constituida por un gran espacio abierto, en el que podían verse algunas dianas orientadas hacia el exterior, muñecos de paja, rústicos circuitos de ejercitación y hasta un pequeño arsenal de armas. Hacia allí se dirigían Cromber y Martheen. Acababan de levantarse, como aquellos de sus compañeros que habían pasado la noche en los calabozos. Al ver al titán algunos de los que fueron sus antiguos camaradas se acercaron a saludarle. Salieron a relucir viejas batallas y aventuras. Fue entonces cuando su capitán mencionó que lo encontraba muy bajo de forma. Bromearon sobre lo que habría estado haciendo esos años. Cromber aceptó el desafío. La mayoría estaban comiendo a esas horas. Pasaron por los comedores pero no se sentaron, picaron algo y bebieron agua para aliviar sus estómagos vacíos. Luego se dirigieron a la zona de ejercicios. Intrigados, algunos los siguieron. Nadia y Zinthya que salían de su tienda en aquellos momentos, se encaminaron también hacia allí al verlos. Dado el momento escogido no había casi nadie entrenando, tan sólo un puñado de arqueros, entre los que se encontraba Krates, y un mercenario bajito que se ejercitaba en el circuito. El suelo de hierba de la colina estaba embarrado por las últimas lluvias, aunque ahora el cielo se veía despejado y hacía incluso calor. Martheen y su adversario de ejercicios cogieron sendas espadas de entrenamiento*** de entre los arsenales, luego se colocaron frente a frente en posición de reto. A su alrededor se iban congregando cada vez más espectadores. La curiosidad de unos atraía ahora a los demás, incluso los mercenarios que esta- *** Espadas especiales hechas de vistrio y hierro, una aleación muy poco consistente pero bastante pesada. Tienen las puntas y el filo redondeados y cubiertos por finas tiras de cuero para evitar daños. Su uso se circunscribía exclusivamente a los entrenamientos o combates de exhibición, siendo tan poco peligrosas como las de madera, pero mucho más efectivas para su propósito, ya que por su peso y manejabilidad se asemejaban más a las reales. 244 Capítulo 3. Emboscada ban ejercitándose interrumpieron sus actividades para presenciar el combate. El titán pensó que su amigo tenía razón. Al margen de las bromas, había de reconocer que no estaba en plena forma. Aunque nunca dejó totalmente de entrenarse durante su retiro en las Bitta, aquello no podía compararse a la intensa actividad de su vida anterior como mercenario. En el transcurso del viaje y gracias en parte a los altercados sufridos había recuperado alguno de sus hábitos e instintos guerreros, pero aún se encontraba lejos de sus posibilidades. Martheen había sido su principal maestro en las armas. Se conocían desde hacía muchos años, trabajaron juntos en el Imperio Hamersab, en Messorgia y en los reinos amónidas. De nadie había aprendido más en el arte de la guerra y el manejo de la espada. Posiblemente, y así lo creía, su capitán era el mejor espadachín de los reinos kantherios. Medirse con él seguía imponiéndole cierto respeto. Se habían enfrentado muchas otras veces con anterioridad, siempre como entrenamiento o aprendizaje. Normalmente Martheen resultaba vencedor, aunque hubo excepciones. No se trataba de una competición, aunque en esta ocasión buena parte del público expectante esperase eso. La mayoría de ellos no conocían a Cromber, pues se habían unido a la Hermandad Libre con posterioridad a su marcha, pero habían oído hablar de él y de sus hazañas a los miembros más veteranos. De otro lado, su capitán era para muchos poco menos que un dios, verles enfrentarse, aunque fuera en un rutinario entrenamiento, despertaba la curiosidad de los mercenarios, que acudieron en masa a presenciarlo, una vez se hubo corrido la voz. Precisamente, la continua afluencia de espectadores era lo que más incomodaba al titán. Odiaba las exhibiciones, le hacían sentirse otra vez en la arena de Tirso. ―Veamos si esos libros que has leído no te han oxidado ―profirió el líder de la Hermandad Libre incitándole a comenzar el combate. ―De acuerdo, veremos si los achaques aún te dejan pelear ―respondió su adversario en la pista de entrenamiento. 245 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Martheen no pareció ofenderse por esa alusión a los casi diez años que le llevaba. Hizo girar rápidamente su arma entorno a sí y sobre su cabeza, cambiándola de mano con gran maestría, empuñándola de atrás a adelante y viceversa. Cromber no se dejó impresionar por tal derroche de destreza y se mantuvo firme en su posición, sujetando la espada en alto con las dos manos, esperando la acometida de su adversario. Y ésta no tardó. Rápidos y certeros, el capitán descargó varios golpes a los flancos del titán, que éste detuvo, no sin apuros, viéndose obligado a retroceder. Los congregados situados a su espalda se echaron a su vez hacia atrás para dejarle espacio. Martheen sintió que necesitaba aquel ejercicio, no sólo le permitía rememorar viejos tiempos, también le serviría para descargar su rabia contenida. Durante la conversación en los calabozos, le hablaron de los rwarfaigts y del mago que los guiaba. No dijo nada entonces, pero aquello le había dado un mal presentimiento. Por primera vez se enfrentaban a fuerzas que no alcanzaban a comprender. Su instinto le decía que aquella no iba a ser una campaña más, sino tal vez la última. Trataba de concentrarse sólo en la pelea. Tenía la situación controlada, su adversario mostraba cada vez más dificultades para contener sus acometidas. Era sólo cuestión de tiempo que una de sus estocadas alcanzase al objetivo. Cromber lo sabía. Por eso contraatacó utilizando sus cualidades naturales, como titán era más fuerte y rápido que cualquier hombre. Golpeó con fiereza, veloz como un relámpago. Las armas entrechocaron una y otra vez. Su adversario se veía ahora obligado a ceder terreno. Se escuchó un murmullo. El líder de los mercenarios paraba sin aparente dificultad sus acometidas, sólo su especial virulencia le obligaba a retroceder. En una de ellas el capitán perdió el equilibrio y cayó al suelo. Su contrincante no se aprovechó de ello y le permitió incorporarse de nuevo. El líder de los mercenarios emitió un saludo de cortesía al levantarse. Se sentía extraño. Cromber había sido uno de sus mejores amigos y todavía continuaba considerándolo así; sin embargo, aunque no dejaba de reconocer en él a su antiguo camarada, a veces tenía la impresión de estar ante un perfecto desconocido. 246 Capítulo 3. Emboscada Reanudaron la lucha. El titán insistió en sus embates. Martheen detenía y golpeaba obligándolo a pasar a la defensiva. En un intercambio de mandobles Cromber recibió un fuerte castigo en el hombro derecho, al tiempo que consiguió golpear a su adversario en un costado. Ambos se resintieron quejándose levemente. Los mercenarios comenzaron a vitorear a su capitán, unos pocos, junto a Nadia y Krates, animaban a su oponente. Molesto por lo coros de un público que no deseaba, el titán redobló la intensidad de sus ataques, haciendo nuevamente retroceder a su contrincante; pero éste, en un rápido contraataque, lo alcanzó de nuevo, en esta ocasión en la pierna izquierda, haciéndolo vacilar. Repeliendo una nueva acometida, Martheen asestó un golpe hacia abajo a la espada de Cromber, quien llevado por la propia fuerza de su asalto no pudo evitar seguir el camino de su arma, dejando su guardia al descubierto. Su adversario no desaprovechó la oportunidad y, girando ciento ochenta grados, detuvo su espada a la altura del cuello del titán. ―Has perdido la cabeza amigo ―dijo Martheen riendo. Los mercenarios dieron vítores por su capitán. Nadia trató de sonreír para disimular la mueca de decepción que se había dibujado en su rostro. Cromber dejó caer su arma y estrechó el antebrazo de su oponente, al estilo kantherio, como reconocimiento de su derrota. Entre risas recapitularon la pelea. Se les unieron Zinthya y algunos mercenarios. El resto se dispersó volviendo a sus asuntos. ◙◙◙ Nadia no había vivido nunca en un campamento de mercenarios. Por eso le sorprendió ver, además de los rudos guerreros que esperaba, a sus mujeres e hijos. Nunca se había preguntado cómo podía ser la vida diaria de esos luchadores errantes, más allá de las épicas batallas. No se le había ocurrido pensar que algunos pudiesen ser padres de familia y mucho menos que llevasen a sus seres queridos consigo. Pero pronto lo entendió: ¿cómo si no hubiesen podido estar con ellos? 247 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain La mayoría de los hombres de la Hermandad Libre no tenían mujer, ni hijos reconocidos, e incluso entre los que sí habían establecido lazos conyugales, no todos arrastraban a los suyos a una existencia tan ruda y peligrosa. Más tarde comprendería que buena parte de aquellas mujeres seguían a la compañía de mercenarios por otros motivos: algunas eran también combatientes****, otras prostitutas que rastreaban la ruta de la testosterona, incluso las había que acompañaban a los grupos de feriantes y comerciantes que ocasionalmente visitaban el campamento. Sólo la motivación de los niños era segura a simple vista: ellos seguían a sus madres. Comenzaba a oscurecer. Cromber, Martheen y algunos antiguos camaradas habían abierto un barril de cerveza argámeda. Estaban sentados alrededor de una incipiente hoguera hablando con añoranza de otros tiempos. Krates seguía practicando en el área de entrenamiento. Argelius había desaparecido entre las tiendas de la zona Norte; la última vez que lo vio trataba de obtener de balde, con los halagos de sus versos, los favores de una hermosa cortesana. Todos parecían disfrutar. Todos menos ella. Maldecía el momento en que aceptó formar parte de la Hermandad. Estaba allí por su misión, se dijo a si misma, porque su deber era protegerlo. Pero no tenía porque soportar aquella humillación. Desde que se levantó y presenció la derrota del titán a manos de su amigo, Zinthya se había encargado de que no pudiera aburrirse; obligándola a realizar las tareas que aquella consideraba más ruines y vejatorias: como lavar los platos y útiles de cocina, acarrear leña seca para la cena, limpiar las heces de un niño, mientras su madre amamantaba a su hermano, o sacar brillo a petos y armaduras. Se sentía ultrajada. Ella era una **** Aunque la presencia de las mujeres en los ejércitos de aquella época fuese relativamente poco frecuente, debido a sus desventajas morfológicas, tampoco se trataba de algo insólito. Los creones eran los más tolerantes a este respecto, y su influencia se había extendido también entre los kantherios. Pero no eran los únicos, en otros pueblos como los virianos o los azunzei era frecuente ver a las mujeres participar abiertamente en las contiendas, especialmente cuando se trataba de defender su hogar. 248 Capítulo 3. Emboscada campeona de Milarisa, no una vulgar campesina. No podían tratarla de aquella manera. No lo permitiría. ―¡No te duermas! O acaso esperas que el viento abrillante esas armaduras ―interrumpieron sus pensamientos las voces de la lugarteniente de la Hermandad―. ¡Ah!...Cuando termines, encárgate de limpiar esas espadas de la esquina... Nadia no pudo más. Un desgarrador grito de rabia surgió de su garganta, mientras se abalanzaba furiosa contra la esposa de Martheen, a la que cogió por sorpresa. Ambas rodaron por el suelo de hierba embarrado. La mujer creona sujetaba por el cuello a su oponente. Zinthya pudo librarse de aquellas zarpas golpeando desde el interior en las muñecas de su opresora, con un puntapié la alejó de sí y se incorporó. Su adversaria también se alzó. Estaban cubiertas de barro, pero no parecía importarles, mantenían la mirada fija la una en la otra. Los curiosos comenzaron a agolparse alrededor. La lugarteniente de los mercenarios se quitó los cinturones con sus armas y los entregó a uno de sus hombres. Luego se deshizo de su ceñida cota de malla. No quiso tener ventajas, debajo llevaba una prenda de tela rústica de color grisáceo, algo corta y muy escotada. Por su parte, la campeona volvió a ensanchar las aberturas de su vestido para permitir una mayor libertad de movimientos. Observó a su oponente: aquella mujer era una guerrera conocedora de su arte, con experiencia en múltiples batallas. Ella también había recibido un durísimo adiestramiento en la Zona Prohibida de Milarisa, pero apenas se había enfrentado al mundo real. Sin su macuto, donde guardaba sus armas y utensilios, de nada le valían sus poderes. Su única ventaja era la edad, por lo que sabía de su contrincante pasaba de los treinta. Era poca diferencia, pero la suficiente para abrigar alguna esperanza. Guiada por la misma furia atacó de nuevo. Un grito salvaje se desprendió de su boca. Volteando alternativamente sobre sus manos y sus pies, avanzó velozmente hacia su adversaria. Al hacerlo su vestido subía y bajaba al mismo ritmo, dejando ocasionalmente al descubierto sus nalgas. Los aullidos instintivos de los hombres ante la escena, atrajeron a nuevos espectadores de otros lugares del campamento. Sus piernas se cerraron en torno a 249 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain la cabeza de Zinthya, apresándola a modo de tijera. Girándolas la derribó sobre el fango, de mismo modo que había hecho con el titán sobre el Hiuso. Volvió a hacer gala de su extraordinaria agilidad, alejándose también volteando. Literalmente empapada en barro, la mujer de Martheen, se levantó y avanzó a la carrera hacia su contrincante, saltando hacia ella con las piernas por delante cuando estuvo a su alcance. Nadia, que acababa de erguirse tras su última voltereta, recibió una formidable patada en el pecho. El impacto la dejó postrada en el suelo sin aliento. Zinthya se arrojó sobre ella y ambas se revolcaron por el lodo, se intercambiaron golpes, arañazos, tirones de pelo, e incluso insultos. En el forcejeo sus vestimentas sufrieron algunos rasgones; sólo el fango, que se ceñía a sus siluetas, las impedía aparecer semidesnudas. ―Por un espectáculo así se pagan tres burplets de plata en Barnade ―vociferó uno de los mercenarios, visiblemente exaltado. ―Por algo así yo pagaría cinco ―le contestó un compañero desde enfrente. ―¿Quieres que detenga la pelea? ―le preguntó en voz baja Martheen a Cromber. Acababan de llegar atraídos por el jolgorio y la expectación despertados. ―Tú sabrás. Es tu mujer ―el titán se encogió de hombros. ―No es mi mujer quien me preocupa, sino tu chica ―le contestó al oído. ―No es mi chica. ―¿Estás seguro? ―una sonrisa cínica se dibujó en su rostro―. Por el modo en que os miráis, yo no diría eso. ―No te preocupes por ella, sabe defenderse. Apuesto mi paga de hoy a que vence a Zinthya. ―¡Hecho! ―se apretaron las manos sellando el reto―. Después de cenar iremos al Búho a despilfarrar lo que vas a perder. 250 Capítulo 3. Emboscada ―¿Será prudente volver? ―preguntó Cromber―. Los hombres de Marbleik estarán allí. ―No te preocupes por eso. No creo que vuelva a organizarse una bronca. Tengo que pagar al dueño la mitad de los desperfectos, como acordamos. Además ―añadió acercándose a su oído―, es uno de los pocos sitios de Finash donde puedes disfrutar de un buen vino de Artián. ―Me has convencido. Pero invitarás tú porque vas a perder la apuesta. Pobre Zinthya eso ha debido dolerle... ―se llevó la mano a los ojos acompañando a sus palabras. ―¡Ja! ¿Qué me dices de eso? Le está haciendo comer la hierba a tu chica. Espero que no se le indigeste ―Martheen se mostraba exaltado, aunque resultaba difícil adivinar si era por la apuesta o por su mujer―. Por cierto, sólo podemos entrar ocho en la ciudad. Gothenor sólo nos ha otorgado veinte pases y ya hay doce de los nuestros dentro. Vendréis vosotros cuatro, Chaser y Glakos... ―Puedes incluir a uno más. Krates no vendrá. Me ha dicho antes que quería practicar el tiro en semioscuridad. ―¿Ese hombre no se relaja nunca? ―Ha sufrido una experiencia terrible. Su familia... ―comenzó a explicarle el titán. Las mujeres siguieron forcejeando, rodando por el lodazal. Habían llegado a una especie de empate. Cada una mantenía firmemente sujeta a su oponente. Envueltas en barro, sudando y jadeando, se contemplaron fijamente. Luego giraron la vista hacia los lados, mostrando su sorpresa al comprobar lo numeroso del público congregado. Volvieron a mirarse la una a la otra y, casi al unísono, rompieron a reír, suavemente al principio, a carcajada suelta después. ―El espectáculo se ha acabado chicos ―anunció Zinthya en voz alta. Algunos hombres protestaron entre murmullos. Su esposo se ocupó de ordenar a los mercenarios que se dispersasen del lugar. Nadie osó contrariarle. ―Estás ridícula ―comentó Nadia, que aún seguía tumbada sujetando a su contrincante. 251 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Mira quién fue a hablar. Tú no te has visto, ¿verdad guapa? ―se soltaron y volvieron a reír―. Creo que al final hasta seremos amigas. ―¿Eso significa que no volverás a tratarme como a una criada? ―Sí. No te ordenaré nada que no haga yo misma. Pero con una condición ―añadió―. Debes enseñarme a dar esas volteretas. ―Sólo si tú me enseñas también esos trucos de lucha ―se pasó la mano sobre su pecho dolorido. ―¡Ejem! ―interrumpió Martheen―. Siento molestaros en vuestra “dulce noche”*****―añadió ironizando―, pero vamos a ir al Búho después de cenar y los platos ya están listos. ―¡Bien! Id cenando vosotros, Nadia y yo hemos de bañarnos primero y quitarnos todo este barro ―Zinthya se incorporó rápidamente al escuchar a su marido, su compañera le siguió, aunque algo más lentamente. ◙◙◙ Escoliano, sentado en el tejado de una de las casas que daban a la “calle de los amantes”, comenzaba a impacientarse. Todo estaba previsto, tan sólo faltaban las víctimas y éstas tardaban en llegar. Había apostado seis arqueros en los tejados, tres a cada lado de la calle. Dos ballesteros esperaban emplazados en una ventana del segundo piso, en uno de los edificios del margen Sur de la calzada equidistante a los extremos, utilizado habitualmente como lugar de citas. Cuatro asesinos más esperaban agazapados al final del callejón, dispuestos a cerrar la salida a una orden suya. Otros dos de sus hombres aguardaban, próximos al nacimiento de la bocacalle. Habían desplegado sendos andamios con motivos de la fiesta de Bulfas con los que bloqueaban ***** En los reinos kantherios y creones se denominaba así a la noche de esponsales. Ocasionalmente también se usaba para denominar al día en que los amantes comenzaban su idilio. 252 Capítulo 3. Emboscada el acceso, sus instrucciones eran mantener despejada la calle hasta que fuesen avistados y después impedirles su retirada. El último de sus sicarios estaba encargado de vigilar y avisar cuando se acercaran, informando de su composición y número. Nada podía fallar, pensó. Incluso los febriles preparativos de las fiestas, que comenzaban al día siguiente, les favorecían. Entre tanta confusión les resultaría fácil escapar sin que nadie supiese quien había asesinado a aquellos infelices. Las evidencias apuntarían a los mercenarios de Marbleik y todos les culparían. Uno de los arqueros estaba apostado detrás de la chimenea del primero de los edificios, en el margen derecho de la calle. Miraba sin interés hacia el interior de la calzada. Se sentía especialmente satisfecho, cien monedas de oro por intervenir en la matanza de un puñado de hombres era mucho dinero, una oportunidad así no se le presentaba a un honrado asesino todos los días. Aquellos a los que iban a liquidar debían de ser gente muy importante o haber hecho algo muy grave, pensó. No era habitual que pagasen más de diez monedas por un trabajo así. Su instinto de depredador le hizo sentir una presencia a su espalda. Se giró. El horror se dibujo en sus pupilas, pero no pudo gritar. Una mano azulada le atenazaba fuertemente la garganta, impidiéndole respirar. Angustiado comprobó que tampoco podía moverse. Los brazaletes, de aquel ser azulado de cabellos pelirrojos, despedían un extraño fulgor. Fue lo último que vio, la vida fue escapándosele poco a poco, sin que pudiera hacer nada. Nadie podía verlos, precisamente por eso había escogido aquella posición para apostarse emboscado. Dejó escapar su último aliento. Luego el dios adoptó la forma del asesino muerto, imitó sus ropas y tomó sus armas. Jakinos meditó cual sería el castigo que aplicaría a Otria por desobedecerle. Afortunadamente Zulía había enmendado sus últimos errores advirtiéndole de la conspiración. El primer escarmiento en que pensó fue el de delatarla ante el titán, pero lo descartó casi de inmediato, pues aquello podría acabar descubriéndole a él y a su juego. No, debía buscar algo más ejemplar. Los tiempos habían llegado a tal grado de degeneración moral, que hasta los magos se atrevían a desafiar a los dioses que los 253 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain habían creado. No podía dejar aquella acción sin castigo, o pronto otros secundarían su comportamiento. Se juro que se encargaría personalmente de ello. Los andamios que bloqueaban el acceso a la bocacalle comenzaron a retirarse. Un jinete se asomó veloz entre ellos. Escoliano lo reconoció como uno de sus sicarios, el encargado de avisar de la llegada de sus víctimas. Por fin, pensó, estaba comenzando a ponerse nervioso. Su hombre les indicó mediante señas que eran ocho y también que los objetivos iban en cabeza y en cola. Luego desapareció por una calle lateral. Ocho, repitió mentalmente, no esperaba a tantos; pero no le importó, la trampa era tan perfecta que podrían acabar fácilmente con el doble de aquellos. Contempló a aquellos de sus hombres a los que podía ver desde su situación: se mantenían tensos en sus posiciones. Con gestos les recordó que debían dejarles avanzar por el callejón hasta que hubieran recorrido algo más de la mitad de la calzada. Se adentraron por el pasaje sin sospechar nada. Las calles estaban revueltas por los preparativos de las fiestas de Bulfas; algunos viandantes incluso ya habían comenzado los festejos, antes de que se inauguraran oficialmente al día siguiente, y deambulaban por la ciudad en un estado de absoluta embriaguez. Avanzaban sobre sus monturas agrupados de dos en dos. Martheen y su esposa, que lucía de nuevo su cota de malla habitual, encabezaban la comitiva. Les seguían, casi pegados a sus talones, Glakos y Gnuba, veteranos mercenarios de la Hermandad Libre, que estuvieron en Tiransa. Glakos, de tez morena, cabellos oscuros rizados, delgado aunque nervudo, destacaba por su corta estatura para tratarse de un guerrero y su estilizado bigote; era un excelente ballestero de origen Hamersab, antaño escritor y poeta, fue condenado a muerte en su tierra por el supuesto contenido blasfemo de una de sus obras, razón por la que huyó para acabar uniéndose a la compañía. Gnuba era un corpulento guerrero Mob, su piel bruna, como correspondía a su etnia, y el hecho de que siempre llevará su cabellera rapada, evitaban que pasara desapercibido; seguía lealmente a Martheen, con quien hacía tiempo había contraído una deuda de honor. Algo más atrás cabalgaban Chaser y Argelius, conversando animadamente. Cerraban la marcha Cromber y Nadia, que llevaba 254 Capítulo 3. Emboscada puesto un vestido corto con volantes, que Zinthya le había prestado mientras se limpiaba el suyo. ―¿A qué ha venido vuestra pelea en el campamento? ―preguntó el titán ajeno a cuanto estaba a punto de suceder. ―Por lo menos yo no he perdido ―le replicó evasivamente ella. ―¿Qué respuesta es esa? ¿En eso consiste, en ganar o perder? ―No seas hipócrita. ¿Apostarías si no te importase ganar? ―¡Eh! ¿quién te ha dich...? Algo llamó su atención. Todos se encontraban ya dentro del callejón y avanzaban lentamente. El asesino suplantado por el dios comenzó a moverse ruidosamente por el tejado, poniendo sobre aviso a los miembros de la Hermandad más experimentados y nerviosos a sus compañeros emboscados, que al oírlo temieron ser descubiertos. Los mercenarios, bien entrenados, no dieron muestras de haberse percatado de nada. Con los dedos de sus manos intercambiaron unas discretas señales para advertirse del peligro. Martheen observó con disimulo sus pulimentados brazaletes, girándolos a uno y otro lados. Como si de sendos espejos se tratara, vio reflejados a tres hombres embozados sobre los tejados del margen izquierdo y a cuatro más en el derecho, al menos dos de ellos con arcos. Era una trampa. Con serenidad y aparente tranquilidad indicó a los suyos, por señas, cuanto había visto, ordenándoles discretamente pegarse al margen derecho de la calzada. Cromber empujó cautelosamente a Nadia hacia la derecha, pues la muchacha, que ni siquiera se había percatado de la situación, no entendía las señas de los mercenarios. Lo mismo hizo Chaser con Argelius. La mujer creona fue a protestar pero el acerado brillo en los ojos del titán le advirtió de que no debía hacer preguntas. Ella conocía aquella mirada, la había visto otras veces: era el preludio de la tempestad. Inesperadamente a Jakinos se le “escapó” una flecha, que fue a estrellarse sobre el pavimento a una prudente distancia 255 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain del grupo. El capitán de la Hermandad Libre ordenó entonces abiertamente cargar al galope hacia la salida del callejón. Su intención era escapar cuanto antes de aquella ratonera. Maldiciendo la torpeza del que creían su compañero, los asesinos apostados en los tejados del lado izquierdo de la calle, tensaron sus arcos y dispararon precipitadamente sobre sus objetivos, aunque no hubieran superado la mitad de la calzada. En el lado derecho no pudieron hacer lo mismo, pues al haberse pegado a sus paredes, no eran visibles desde su posición. Una flecha silbó sobre la cabeza de Martheen, a escasa distancia, otra soltó chispas al rozar la armadura de Cromber, a la altura del hombro, la tercera alcanzó a Nadia en el muslo, derribándola de su montura. Glakos hizo girar a su caballo, armando su ballesta se encaró a los arqueros. El titán desmontó y recogió a la mujer herida entre sus brazos. Instintivamente alzó la vista descubriendo una ballesta asomando desde una ventana del segundo piso, en el edificio que tenía a su lado. Más veloz que el pensamiento, cargó contra la entrada más próxima. Su espalda se estrelló violentamente contra el portón, que no resistió la presión del embate y se partió. Penetró en el interior con la muchacha en brazos, la depositó suavemente en el suelo y desenvainó a Mixtra. Argelius y Chaser que habían vuelto sus cabalgaduras para auxiliarla, al ver la puerta abierta por Cromber, abandonaron sus monturas y se dirigieron corriendo hacia allí. ―¡Chaser! ¡El macuto! ―gritó el titán. El aludido lo vio tirado en la calzada y se agachó a cogerlo sin parar de correr. Los que continuaron la galopada hacia el final de la calle encontraron su camino bloqueado por una barricada. Cuatro hombres habían cruzado e incendiado dos carromatos, impidiéndoles el paso, y ahora los apuntaban con sus ballestas. Zinthya extrajo dos cuchillos de su cinturón y los arrojó contra los salteadores con mortal puntería. Uno de ellos disparó su arma antes de caer, alcanzando a la montura de la mujer, que cayó derribada. Los otros dos sicarios también hicieron uso de sus ballestas. Una de las saetas salió despedida hacia Martheen, quien la partió en dos con un rápido tajo de su espada. La otra alcanzó a Gnuba en un costado, atravesando su armadura y haciéndolo caer de su caballo. 256 Capítulo 3. Emboscada Los arqueros del lado izquierdo de la calle estuvieron unos momentos indecisos, el hecho de que Glakos los apuntase con su ballesta los disuadía a asomarse. Finalmente uno de ellos disparó sobre el mercenario, alcanzando de lleno a su arma que se partió del impacto. Al verse desarmado se lanzó al galope hacia la brecha en la que se habían refugiado sus camaradas. Una flecha le pasó rozando estrellándose contra la fachada, otra se clavó en los restos del portón que había reventado el titán, instantes después de que lo cruzase Chaser. Dos de los arqueros del margen derecho estaban deslizándose por el tejado buscando alguna visibilidad de tiro. Martheen se puso de pié sobre su montura y de un formidable salto sorteó los carromatos en llamas, aterrizando al otro lado. El miedo se reflejó en los ojos de aquellos hombres embozados, que estaban terminando de cargar sus armas. Uno de ellos arrojó su ballesta y desenvainó su espada. Los aceros centellearon al chocar. El mercenario giró su espada e hizo un profundo corte en el pecho de su adversario. La sangre tiñó su camisa. Un nuevo tajo le seccionó la garganta aliviándole el sufrimiento. El otro asesino tuvo tiempo para armar su ballesta y lo apuntaba firmemente. El capitán de la Hermandad Libre parecía ignorarlo, avanzaba hacia él sin temor, sosteniendo en alto su gran espadón con ambas manos. El sicario disparó. Martheen, que se había anticipado a sus movimientos, esquivó la saeta echándose a un lado, mientras su arma atravesaba al incrédulo ballestero. Extrajo la espada y dobló corriendo la esquina, seguido de cerca por dos flechas que no llegaron a alcanzarle. Durante toda la pelea con los ballesteros, al otro lado de los carromatos, había estado al alcance de los arqueros del margen derecho, pero como éstos estaban desplazándose por el tejado buscando una mejor posición, no tuvieron sus arcos preparados cuando se les presentó la ocasión. Escoliano comenzó a tener la impresión de que los dioses no estaban de su parte aquella noche. Cromber le pidió a Chaser, que esgrimía su hacha amenazadoramente, que cuidara de la chica y del juglar. Recordaba la ballesta que asomaba desde el segundo piso y había decidido investigarlo. Al llegar al rellano del primer nivel, una anciana lo 257 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain vio avanzar espada en mano y prorrumpió en un millar de chillidos histéricos. Cualquier gesto por hacerla callar fue inútil. Desde abajo escuchó a Glakos, que acababa de entrar; anunciaba que habían bloqueado el acceso a la calle con unos andamios. Finalmente la anciana cejó en sus alaridos, desmayándose al ver que el titán se acercaba a ella. Zinthya se recuperaba del golpe sufrido al caer. El impacto de una flecha en el suelo, justo a su lado, aguzó de nuevo sus sentidos. Se dejó rodar a lo largo de la calle, moviéndose con rapidez. Ahora tiraban desde los dos lados de la calzada y todos contra ella. No podría seguir esquivándolas indefinidamente, era sólo cuestión de momentos que una de aquellas flechas, que silbaban a su alrededor, la alcanzase. El azar la situó junto a Saribor, visiblemente asustado por la situación. De su silla colgaba el escudo del titán. Lo cogió y se cubrió con él. Justo a tiempo, dos flechas impactaron consecutivas contra él. Corrió hacia la esquina, junto al mercenario herido, al lado de los carromatos. El escudo era bastante grande y ancho, agachados junto a la esquina los cubriría bien, pensó. Y eso mismo debieron de pensar los arqueros, pues dejaron de hostigarla. Desde donde estaba pudo ver a su marido escalando hacia el tejado de uno de los edificios de enfrente. Cromber se asomó prudentemente a las escaleras que conducían al segundo piso. Al doblar un recodo se dio de bruces con un ballestero que lo apuntaba. Su rapidez de reflejos le permitió volver hacia atrás, a tiempo de ver como una saeta se clavaba en la pared, atravesando la posición que había ocupado un momento antes. Se abalanzó a la carrera escaleras arriba. Su adversario trataba de recargar su arma. No se lo permitió. Un fuerte mandoble partió la ballesta y el pecho de quien la sostenía. Madera, metal y huesos crujieron. La hoja de su arma se cubrió de sangre. Entonces advirtió que, contra sus previsiones, había un segundo ballestero en la habitación. Su instinto le llevó a agarrar con su mano izquierda al asesino abatido, antes de que terminara de caer, y alzarlo a modo de escudo. Una saeta atravesó al moribundo. El titán lo dejó desplomarse y penetró en la habitación. El tablado del suelo crepitó bajo su peso. Su enemigo arrojó al suelo la ballesta, desenfundando espada y daga. 258 Capítulo 3. Emboscada Martheen consiguió alcanzar el tejado de una de las casas, pero su presencia fue advertida por los arqueros a ambos lados de la calle, que comenzaron a hostigarle, obligándole a refugiarse detrás de una chimenea. Cromber constató que su adversario era un hábil espadachín. En dos ocasiones sus aceros habían conseguido arañar la armadura del titán, aunque sin causarle daños, salvo un ligero corte en la mano izquierda. La sangre derramada avivó su concentración. Miraba fijamente a los ojos del asesino. Su mano aferraba firmemente a Mixtra describiendo arcos continuos con ella. Las espadas entrechocaron de nuevo buscando morder la carne del oponente. La daga silbó en el aire. Se oyeron ruidos a su espalda, alguien subía por las escaleras. Su contrincante se impacientó y trató de lanzar una estocada mortal. Cromber la detuvo, contraatacando con celeridad. El sicario lo paró con mucha dificultad. No así el siguiente golpe, que le seccionó el cuello, salpicando de sangre toda la habitación. En aquel momento llegó Glakos. ―¿Ya no queda diversión? ―masculló irónico―. La próxima vez deja algo para los amigos. ―Coge esto ―fue la escueta contestación del titán, señalando la ballesta que el sicario había arrojado al suelo―. Y ¡Cúbreme! ―señaló hacia la ventana―. Las escaleras terminan aquí. No he visto ningún acceso al tejado, así que lo intentaré desde esa claraboya. No dejes que esos perros de ahí en frente practiquen el tiro conmigo. ―Dalo por hecho ―repuso Glakos satisfecho. Era el mejor ballestero de la Hermandad Libre y le había fastidiado mucho que aquellos embozados le hubiesen destrozado su juguete favorito. Aquella ballesta era de calidad, aunque no tan buena como la que había perdido. El mercenario se acercó cautelosamente a la ventana. Anochecía rápidamente. La luz de los fanales le permitió descubrir las siluetas de los arqueros. Disparó contra el que tenía casi enfrente, que no advirtió su presencia. La saeta atravesó el pecho del sicario, que soltó un quejido seco, rodó por el tejado y cayó al vacío. Los otros dos asesinos apostados al lado izquierdo de la 259 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain calle volvieron sus arcos hacia la ventana abierta, de donde sospechaban había partido el proyectil. No alcanzaban a distinguir nada. Aún así uno de ellos disparó. La flecha pasó rozando a Glakos que estaba agazapado y fue a clavarse en la pared del fondo. El titán abrió cuidadosamente la claraboya, procurando no hacer ruido. A modo de precaución izó repentinamente una banqueta. Sintió un impacto y vio que había una flecha clavada en ella. Arrojó la banqueta y se encaramó de un salto en el tejado. Se encontró de frente con dos embozados. Afortunadamente sólo uno de ellos llevaba arco y estaba tomando una nueva flecha de su carcaj. Dieron la voz de alarma y pudo escuchar los pasos de otro asesino aproximándose desde una azotea cercana. El que no llevaba arco, desenfundó un pesado alfanje. Por el modo de dar órdenes a los otros, supuso que se trataba del cabecilla del grupo. Uno de los arqueros de los edificios de enfrente apuntó a Cromber, pero no llegó a disparar. Glakos lo alcanzó primero con su ballesta. El único que quedaba a aquel lado de la calle intentó huir pero Martheen se lo impidió. Trató de capturarlo, pero en el forcejeo el asesino se precipitó al suelo, donde quedó inmóvil en medio de un charco de sangre que comenzó a aflorar paulatinamente. El titán atacó al cabecilla de los embozados. Las chispas de sus armas al chocar destacaban en la oscuridad de la noche, que se cernía ya sobre Finash. La furia de sus ataques hizo retroceder a su adversario. De un tajo le arrancó parte de la camisa, dejando al descubierto su torso y brazo izquierdos. A pesar de la escasa luz pudo distinguir una gran cicatriz a lo largo del mismo, que le resultaba familiar. Estaba seguro de haberla visto antes. Esa distracción estuvo a punto de costarle cara. Sólo sus reflejos y extrema rapidez le permitieron detener el alfanje sobre su cabeza. Con un contragolpe logró desarmar al líder de los asesinos, que echó a correr, huyendo sin mirar atrás. Iba a perseguirlo, pero se encontró frente a frente con dos arqueros que lo apuntaban. Trató de frenar su impulso para esquivarlos, las tejas cedieron bajo sus pies, resbaló y cayó rodando sobre el tejado, hasta quedar colgado de la cornisa sostenido con una mano. 260 Capítulo 3. Emboscada Curiosamente su caída también provocó que los asesinos errasen sus tiros. Uno de ellos echó mano de nuevo a su carcaj, con la intención de extraer una nueva flecha. Desde el edificio de enfrente, Martheen, que se había hecho con uno de sus arcos, disparó sobre ellos. Falló, pero los disuadió de seguir intentándolo y echaron a correr detrás de su jefe. Cromber enfundó su espada, para poder asirse a la cornisa con ambas manos y subir de nuevo al tejado. Se disponía a salir en persecución de sus asaltantes, cuando escuchó la voz de Argelius a través de la claraboya, llamándole. ―¡Cromber...! Es Nadia... Está muy mal... Se muere... ―gritaba entre sollozos. Bajó corriendo, apartando al juglar de un empujón, tan deprisa como pudo. A punto estuvo de caer por las escaleras. Cuando llegó junto a ella, la encontró tiritando entre fuertes convulsiones, los ojos en blanco y gimiendo de dolor. Chaser estaba a su lado mirándola compungido, había partido el astil de la flecha pero no sabía que más hacer, se suponía que aquella no era una herida letal. Cromber se acercó a ella tratando de hablarle al oído. Ella balbuceó algo pero no pudo entenderla entre sus estertores. Luego advirtió que su mano señalaba insistentemente a la flecha que estaba clavada en su muslo. ―Creo que quiere que le extraigamos la flecha ―interpretó el titán―. ¿Dispuesto Chaser? ―Cuando quieras Amber ―respondió aquel. El titán no se molestó en corregirle. Entre los dos le extrajeron con mucho cuidado la punta de la flecha, luego vendaron cuidadosamente la herida para tratar de evitar la hemorragia. Argelius y Glakos observaban con curiosidad. Fuera se estaban complicando las cosas, se había presentado una patrulla de guardias que trataban de investigar lo ocurrido. Martheen y Zinthya estaban hablando con ellos. Cromber examinó la punta de la flecha. Lo primero que le llamó la atención fue que estuviera hecha de titanio. Era muy difícil conseguir algo así, lo que le hizo sospechar que el objetivo del ataque podrían no ser los mercenarios de la Hermandad Libre, sino ellos, un titán o una campeona de Milarisa. No dijo 261 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain nada al respecto. Tampoco sabría muy bien qué decir. Al observarlo más de cerca percibió también su olor y se alarmó. Se lo acercó a Chaser para obtener una confirmación. Y se la dio: ―¡Veneno amónida! ―pronunció el viejo mercenario con rotundidad. Se habían enfrentado a su olor en demasiadas ocasiones como para no distinguirlo ahora. Aunque de aquello hacía ya casi cinco años, su aroma permanecía fresco en el recuerdo. Reavivando la nostalgia por los que murieron a consecuencia suyo. ―¡Iros todos! Dejadme a solas con ella ―gritó el titán, visiblemente emocionado, temblando y con los ojos humedecidos. Sus compañeros se mostraron dubitativos, por lo que insistió―. ¡Salid, por favor! Todos le obedecieron. Abandonaron la casa con la tristeza grabada en sus rostros. Fuera se acercaron a Martheen que continuaba tratando de explicarles a los guardias lo sucedido. Empezaron a pensar que dormirían otro día en los calabozos. Cromber sacudió el cuerpo de Nadia, que comenzaba a vomitar entre convulsiones, tratando de que se despejara. Vamos Nadia, le dijo, no puedes morirte, tú no. La mujer inclinó la cabeza, tratando de decir algo. Él acerco su rostro tratando de escucharla. ―El Simtar... el Simtar... ―pronunció de un modo casi inaudible, mientras escupía sangre. Claro, pensó el titán, si ella era una campeona había de tener también los poderes de una sanadora. Lo que significaba que tendría su propio Simtar. Se abalanzó como un poseso sobre el macuto de la mujer. No tardó en encontrar aquel objeto con forma de herradura. Se lo entregó en sus manos. Nadia trató de incorporarse pero no lo consiguió. Su dedo señalaba el improvisado vendaje, con uno de los volantes de su vestido, que acababan de aplicarle. Por su expresión, Cromber entendió que quería que se lo quitara. Así lo hizo y la sangre comenzó a manar de la herida. Con su ayuda, la mujer consiguió incorporarse y aplicar el Simtar sobre el muslo. Pero algo no iba bien, con el dolor y 262 Capítulo 3. Emboscada sus vómitos no conseguía pronunciar adecuadamente las frases que activaban el artilugio. El titán recordó entonces algo que aprendió de un curandero azunzei. Presionando con los dedos en ciertos nervios de la cabeza podía aliviarse parcialmente el dolor. Lo intentó. Le costó dar con la posición correcta, pues hacía mucho que no lo usaba; pero funcionó. ―Taa HEINDHÜGFARPSY hubile posi nea Milarisa ―pronunció la mujer con claridad. El Simtar comenzó a parpadear y un humo blanco surgió de la herida. Luego un líquido violeta se derramó de ésta mientras se cerraba. Como si nunca hubiese estado ahí, salvo por una pequeña cicatriz. Nadia abrió los ojos y sonrió. ―Me has salvado la vida ―le dijo. ―Has sido tú, yo no hubiese podido hacerlo ―el titán miraba fijamente a sus ojos. Se sentía radiante de alegría. Pocas veces había estado tan asustado como cuando creyó que la perdería para siempre. ―Me asombras Cromber, para una vez que te reconozco algo, quieres quitarte méritos ―bromeó, dando muestras de haber recuperado su sentido del humor. ―Habremos de avisar a esos de ahí fuera que no vayan cavando tu tumba ―ambos rieron y luego guardaron el Simtar. Cromber besó a Nadia en la frente antes de salir. Fuera no cesaban las complicaciones, cuando los guardias comenzaban a estar convencidos de que se había tratado de una emboscada y no de una reyerta entre grupos rivales, Gnuba, el mercenario herido, comenzaba a mostrar los mismos alarmantes síntomas que la mujer creona. Para que Nadia pudiese curarlo sin despertar demasiadas sospechas sobre su identidad, se le ocurrió contar que la muchacha conocía un remedio para ese y otros venenos, pero que su legado le obligaba a administrarlo en privado y sin testigos. Dudaba de que realmente se creyeran semejante cuento, pero al menos no preguntarían y salvarían la vida de su camarada. Le disgustaba engañar a sus amigos, pero por el momento lo estimó mejor. 263 CAPÍTULO 4 EN BUSCA DE ESCOLIANO E ntraron en Finash. Era media mañana. Una veintena de jinetes cruzaron los portalones. Todos eran mercenarios de la Hermandad Libre. Buscaban venganza. Martheen había suspendido los permisos a quienes visitaban la ciudad por motivos particulares. Quien quiera que les tendiera la emboscada en el “Callejón de los Amantes”, podría volver a intentarlo en cualquier momento. La ciudad se había convertido para ellos en lo que en su jerga se denominaba “territorio tupir”*. La capital hervía en fiestas. Bandas de tela multicolor cruzaban las calles. Grupos de músicos tocaban melodías alegres. Las gentes danzaban sin recato al son de la música. El ajetreo diario parecía haber desaparecido, siendo sustituido por una muchedumbre vestida de júbilo. Resultaba casi imposible atravesar la “Avenida Real” a caballo, la marea humana parecía abarcar toda la calle y moverse en todas las direcciones. Demasiado preocupados como para dejarse contagiar por el ambiente festivo, giraron por una callejuela a la derecha, antes de llegar al templo de Bulfas. También allí encontraron gente bailando y divirtiéndose, pero al menos no les impedían avanzar. Corban, con una venda cubriéndole la cabeza, cabalgaba junto a Cromber. Era la primera vez que hablaban desde el desafortunado incidente en el Búho. Se pidieron disculpas mutuamente, el primero por atacarlo, el otro por golpearlo. Ambos las aceptaron. Luego, el mercenario tuerto mostró su admiración por las historias que había oído acerca del titán. Terminaron bromeando acerca de lo que iban a hacerle a quien hubiese enviado a aquellos asesinos. En cabeza de la comitiva, Martheen continuaba debatiendo las deliberaciones que les venían ocupando desde la madrugada. * Expresión kantheria para hacer referencia a que se está en zona peligrosa. Su origen podría remontarse a la época de los primeros conquistadores kantherios. Antaño los territorios de los reinos kantherios continentales fueron dominio de los tupir. Capítulo 4. En busca de Escoliano ―¡Qué me despellejen vivo si esta no es la daga de Oflight! ―dijo esgrimiendo el cuchillo que había encontrado en uno de los macutos de sus asaltantes, mientras los registraba, antes de que apareciesen los guardias―. ¿Para qué querrían esa daga? ¿Por qué la guardaban en un zurrón y no en sus cintos? No entiendo nada... ―A menos... ―comenzó diciendo Krates. Había pedido expresamente partir con aquella expedición, se sentía culpable por no haber estado junto a sus amigos cuando sufrieron la emboscada. ―Que alguien quisiera incriminar a los mercenarios de Marbleik. ―completó Martheen―. Pero quién y... ¿por qué? ―¡Maldita sea! ―bramó Glakos―. Ni siquiera sabemos si iban por nosotros o si solamente querían jugársela a Oflight. ―Desgraciadamente, parece ser que nuestra pelea del otro día con los mercenarios de Marbleik es de dominio público ―se lamentó el capitán de los mercenarios―. Cualquiera podría utilizarla. Claro, que ahora que recuerdo, hace algunos días vino a mí una extraña mujer con acento amónida, quería que asesináramos a alguien que había de venir a la ciudad. Como me negué, no llegué a saber de quién se trataba. ―El veneno de las flechas era amónida ―recordó Chaser. ―¿Sabía alguien que venías a Finash? ―le preguntó Martheen al titán. ―Nadie que no viajase conmigo ―fue su escueta respuesta, al tiempo que adelantaba su montura para situarse junto a los que conversaban. ―No tiene importancia, no me hagáis caso ―advirtió su capitán―. Creo que esta situación me está haciendo ver fantasmas. ―Esto ha sido cosa de los espías de Gothenor ―masculló Chaser. Nadie le hizo caso, estaban acostumbrados a sus devaneos e ideas disparatadas. Tampoco le discutieron ―. Ese chacal no se fía ni de su propia sombra. Aunque quizá sea más 265 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain propio del bastardo de su hijo. Sí, eso es, quiere vengarse de la afrenta de Tiransa... ―Un momento ―interrumpió Cromber―. Ya recuerdo dónde vi aquella cicatriz. Estoy casi seguro. El cabecilla de los embozados es el mismo hombre que nos ayudó a entrar en Finash por primera vez. No recuerdo su nombre, pero es un esbirro del armero Bachelar y su señor Gruzano. ―Bien, investigaremos eso ―Martheen se mostraba complacido, las piezas comenzaban a encajar―. Pero antes seguiremos conforme a lo planeado, quiero saludar a “mi viejo amigo” Oflight. Atravesaron un entramado de calles, por detrás del templo de Bulfas. Llegaron a una zona de grandes mansiones, valladas y ajardinadas. En una de ellas, perteneciente a Marbleik, se alojaban la mayor parte de sus mercenarios. De lujoso aspecto, con los exteriores rematados en mármol, contaba con amplios jardines. Se asemejaba más bien a un palacio, con cuatro plantas de altura y más de cuatrocientas habitaciones. Golpearon la verja de entrada. Varias decenas de mercenarios acudieron alarmados con las armas en la mano. Martheen trató de apaciguarlos levantando los brazos, cruzados por las muñecas, en señal de paz. ―Queremos hablar con Oflight ―dijo en tono mesurado―. Es importante. ―Te escucho ―se oyó una voz ronca detrás de los mercenarios de Marbleik. Se apartaron a los lados permitiendo emerger a la corpulenta figura de su capitán. La puerta permanecía cerrada. Hablaron a través de los barrotes de la verja. ―Ayer nos tendieron una trampa cerca de “El Búho”. ―Lo sé, los chicos de la guardia nos han hablado de ello. ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ―Esto ―les mostró el puñal que encontró en uno de los macutos de los asaltantes. ―Esa es mi daga ―afirmó Oflight―. ¿Cómo es que la tienes tú, ladrón? 266 Capítulo 4. En busca de Escoliano ―Estaba en el zurrón de uno de nuestros asaltantes ―respondió el capitán de la Hermandad Libre. ―¿Estas acusándonos de haberte atacado? ― No, en ese caso no estaríamos hablando, nuestras armas lo harían por nosotros. Más bien creo que alguien quiso que todo el mundo pensara eso. Les hubiese bastado con dejar la daga sobre uno de nuestros cadáveres. Pero les salió mal la jugada, no nos dejamos matar fácilmente... ―Interesante... ¿sabes lo que eso significa? ―Quiero escuchar tu versión ―le apremió Martheen, mientras le devolvía la daga por entre las rejas. ―Según los guardias, los “fiambres” que dejasteis eran de “Las Rosas” y no precisamente aficionados, posiblemente sicarios de Gruzano. Supongo que ya sabréis que entre mi señor Marbleik y ese gusano que impera en suburbios del Sur de la ciudad existe algo parecido a una guerra no declarada. Ambos se disputan el control de los negocios en Finash. Probablemente hayan querido implicarnos como parte de su guerra sucia contra mi señor, pero hacerlo de esta manera me parece demasiado enrevesado. Hasta para esas ratas del otro lado del río. ¿Le habéis hecho algo a Gruzano o alguno de los suyos? ―Nada, hasta ayer. ―Es muy extraño, quizá se trate de algún encargo. No creo que quisieran mataros sólo para incriminarnos. Debe haber algo más. ―¿Conocéis a un hombre con una larga cicatriz en su brazo izquierdo, que suele llevar un alfanje como éste? ―intervino Cromber, mostrando el alfanje que perdió el cabecilla de sus asaltantes. ―¡Hum...! ―se quedó mirándolo pensativo Oflight―. Sí, creo que podría tratarse de Escoliano, ¿un hombre moreno y delgado? ―Sí ―confirmó el titán pensando en el sicario de Bachelar que les facilitó la entrada en la ciudad―. De mediana edad, algo mayor que Martheen creo... 267 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―No hay duda ―se pronunció con rotundidad―. Es él, un perro fiel de Gruzano. Seguramente lo encontrareis por “Las Rosas”. Pero si vais a ir por él necesitareis ayuda, sus esbirros se cuentan por centenares y estaréis en el corazón de su madriguera. Nosotros podríamos acompañaros, somos muchos más que vosotros y como nos alojamos en la ciudad no sufrimos las restricciones de entrada. Sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero en esto estamos en el mismo bando. ―Gracias, pero debemos ocuparnos nosotros ―declinó amablemente la oferta el capitán de la Hermandad Libre. ―Está bien, cómo queráis. Si cambiáis de opinión ya sabéis donde encontrarnos ―el capitán de los mercenarios de Marbleik se mostró decepcionado―. Permitid al menos que demos cobijo a vuestras monturas. Con la ciudad en fiestas os será más fácil desplazaros a pie. ―De acuerdo, nuevamente os lo agradezco ―aceptó Martheen, ordenando a dos de los suyos que entraran y custodiaran las monturas. Todos descabalgaron. Cromber se sintió intranquilo dejando a Saribor en aquella mansión, pero no había otra opción, Oflight tenía razón. Sólo andando podrían atravesar la ciudad. ◙◙◙ En el interior de una de las tiendas del campamento de la Hermandad Libre, Nadia estaba postrada sobre unas mantas, convaleciente de sus heridas. Zinthya se encontraba sentada a su lado. Estaban solas en la estancia. La luz pasaba a través de una pequeña abertura en la entrada. Por el suelo se veían desperdigadas mantas, enseres y utensilios diversos. Casi dos docenas de mujeres se alojaban allí por las noches. ―No deberías estar aquí. Te estás perdiendo la cacería ―le advirtió la mujer creona. ―No te preocupes ―comentó la guerrera pelirroja―. Las mujeres no tenemos el mismo sentido de venganza de los hombres. Ellos buscan y persiguen a quien les ha ofendido. 268 Capítulo 4. En busca de Escoliano Nosotras somos más sutiles, esperamos a que se pongan a nuestro alcance y luego los destruimos, lenta y dolorosamente, sin piedad; asegurándonos de que sepan quién ha sido la causa de su perdición ―simuló estrujar algo con su mano. Rieron―. No, en serio, debía quedar algún oficial para vigilar el campamento, desde ayer está claro que tenemos enemigos en Finash y no conviene darles facilidades. Esta mañana hemos doblado la guardia... ―Seguro que tienes cosas mejores de que ocuparte que soportar a una paciente irritante. ―¿Me estás echando? ―No, en absoluto. Me apetece tener compañía, es sólo que no quisiera ser un estorbo. ―No lo eres. Pero hay algo de lo que quería hablarte ―el rostro de Zinthya se tornó grave―. Vengo de ver a Gnuba. Acabo de cambiarle los vendajes y cuál fue mi sorpresa al comprobar que la herida había cicatrizado. He visto cientos de heridas en mi vida como luchadora, pero nunca jamás vi una de esa gravedad que cerrara en tan poco tiempo. Me pregunto cómo ha sido posible y creo que tú tienes la respuesta. ―¿Yo? ―Nadia mostró su cara de mayor sorpresa, señalándose el pecho con su dedo. ―Apostaría mi paga de un mes a que tu herida también ha sanado. ¿Te importaría quitarte la venda? ―Eso no será necesario. Cromber ya os dijo que conozco algunas artes curativas. ―Puedo creerme que conozcas algunos antídotos con los que neutralizar el veneno, incluso que poseas cierta habilidad para curar algunas heridas. Pero conseguir que cicatricen en unos momentos... No, eso escapa a cualquier explicación como esa... No es preciso que contestes, tienes derecho a tener tus propios secretos, sólo me ha intrigado. Si quisieras contármelo, te prometo que seré una tumba... ―Más te vale, o yo misma me encargaré de que acabes ahí ―sonrió, su interlocutora la imitó―. Digamos que tengo cierto pacto especial con los dioses... 269 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―¿Eres una sanadora? ―Algo parecido ―fue su lacónica respuesta. ―¿Cromber lo sabe? ―Sí. No os dijo nada porque yo se lo pedí. ¿Lo conoces desde hace mucho? ―cambió de tema. ―Lo conocí tan sólo unos días después que a Martheen. Hará unos cinco años, quizá un poco menos. Yo antes era miembro de la guardia personal del Rey Gothenor, los “Arqueros Reales”, hasta que cometí un error: Me enamoré de mi comandante, Alcio. Una noche nos descubrieron en el propio Palacio y puedes imaginarte el escándalo que se montó. Al parecer las ordenanzas prohibían las relaciones sexuales entre los miembros de la tropa. A mí me echaron del cuerpo, a él lo condenaron a una especie de ostracismo interno. Sus aspiraciones se hundieron. Su nombre, que se barajaba para dirigir la expedición a Tiransa, desapareció de todas las candidaturas a la jefatura de los ejércitos. Sólo el favor personal de Gothenor le permitió seguir siendo el comandante de los Arqueros Reales. ―Veo que te gustan los superiores jerárquicos ―bromeó Nadia. ―Sí. Lo confieso tengo debilidad por los que mandan. Debe ser que como soy tan ingobernable me hago la ilusión de que podrán, por fin, enderezarme ―continuó la broma Zinthya―. Así fue como acabé alistándome en la Hermandad Libre. Martheen acababa de constituirla y estaba reclutando mercenarios en Finash, su intención era la de unirse a la expedición de Tiransa. Pocos días después apareció Cromber. Él y Martheen ya se conocían, habían luchado juntos en el Imperio Hamersab... ―¿Y Alcio? ―preguntó con una sonrisa picarona en los labios. ―No volvimos a vernos como hombre y mujer. Lo cierto es que desde que conocí a Martheen puede decirse que lo olvidé ―tomó aliento―. Ahora te toca a ti. Dime cómo conociste a Cromber... 270 Capítulo 4. En busca de Escoliano Nadia relató su encuentro con el titán en las proximidades de la Senda Real. Para justificar su presencia allí le contó la misma historia que le había narrado a aquél, en “Las Nueve Espadas” de Brindisiam, sobre Bern, su antiguo novio, y cómo huyó de las Bitta. Llevó buen cuidado de omitir cualquier referencia a Milarisa o a su misión. Después no pudo reprimir preguntarle a Zinthya: ―¿Cómo era tu relación con él? ―¿Con Cromber? ―preguntó extrañada―. Siempre hemos sido buenos amigos y le quiero mucho por eso. ―No es eso lo que quería saber. ―Amo a Martheen ―matizó la mujer pelirroja al escrutar la mirada de su interrogadora. ―¿Nunca hubo nada entre Cromber y tú? Zinthya sopesó su respuesta. ¿Sabía ella algo? ¿Se lo habría contado él? Se preguntó. ¿A qué venía esa insistencia? ¿Sería sólo curiosidad? Para ella no tendría la menor importancia de no ser porque ni siquiera Martheen lo sabía. Sucedió hace mucho tiempo, antes de que comenzara su relación con el capitán de la Hermandad Libre. Era una de esas noches mágicas, estrelladas, acababan de conocerse, bebieron, hablaron y rieron juntos hasta bien entrada la oscuridad. Después sucedió lo que tenía que suceder. Terminó jadeando entre sus brazos a orillas del Lavare. Conservaba un buen recuerdo de aquel día; pero sólo era eso, un agradable recuerdo, nada más. Sabedora de que su silencio podía delatarla ensayó su respuesta: ―Si lo que insinúas es si tuve alguna oportunidad con Crom, la respuesta es sí. Al principio me gustaron los dos, pero sabía que no podría tener a ambos, así que escogí, y no me arrepiento de mi elección ―añadió mirando fijamente a los ojos de su interlocutora―. Admito que pueda ser tan apuesto como Martheen e incluso que es más joven, para quien esto sea una ventaja, no para mí; pero no soporto ese halo de tristeza, de amargura, que lo rodea. Yo necesito a mi lado alguien como mi marido, alegre, jovial, optimista, con quien me pueda reír y disfrutar de cada momento. 271 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―¿Quieres que te presente a Argelius? ―propuso en chanza Nadia. ―Bueno además de divertirme, tiene que ser alguien capaz de cuidarme y protegerme, un compañero fiel. No lo había mencionado antes porque trataba de destacar aquello que veo en Martheen y que nunca encontraría en Cromber. Espero que esto te convenza de que no somos rivales, si eso es lo que querías saber. ―No... Digo sí... Sí que me convence, pero no es eso lo que quería saber. No estoy interesada en él.., sólo como amiga, igual que tú. ―Ahora cuéntame una de azunzeis. ―Es cierto ―protestó―, ya no me interesa de ese modo. ―¿Ya? Veo que vamos progresando, al menos ahora admites que te interesó... ―Eso fue un error. Confundí el amor con la lujuria de una noche. ¿Nunca te ha pasado? Zinthya cada vez sospechaba más que aquella mujer sabía algo. Detrás de cada frase, de cada pregunta, creía descubrir una alusión a su propio pasado. Decidió ignorarlo. Se dijo a sí misma que tan sólo se trataba de fantasías suyas, provocadas por su sentimiento de culpabilidad por no habérselo contado en su día a su esposo. ―Puede ―le respondió―. Pero esa no es la cuestión. Dime: ¿Por qué lo sigues entonces? ―Tengo mis motivos. ―No lo dudo, pero no creo que esos “motivos” sean la única razón que te impulsa a seguirlo. Mira ―le cogió la mano en señal de aprecio―, a él podrás engañarlo, aunque sea inteligente es un hombre y ya sabemos que los dioses no les bendijeron con un exceso de astucia, por eso están ciegos para ciertas cosas, pero a mí no puedes ocultármelo, he visto tus ojos cuando le miras y también como evitas su mirada y eso sólo significa 272 Capítulo 4. En busca de Escoliano una cosa amiga mía... Si dentro de ti no eres capaz de reconocerlo, quizá te estés engañando a ti misma... ―Te equivocas... No me conoces... ―la mujer de cabellos dorados titubeaba―. Pero... supongamos que tienes razón y estoy enamorada de él, qué podría hacer yo con un aventurero, un mujeriego libertino, que sólo se ama a sí mismo... ―Tienes razón, no te conozco, pero tú aún conoces mucho a menos a Crom si crees que es así. O mucho ha cambiado en este tiempo o, desde luego, el hombre que yo conocí no lo era. ¿En qué te basas para juzgarlo de ese modo? ―Lo que yo he visto tampoco encaja muy bien ahí, pero su fama... ―¿Su fama? No sé quién te habrá hablado de él, pero está claro que no lo conocía. Por supuesto que le gusta divertirse, y el sexo y el buen vino, como a la mayoría de nosotros, ¿eso hace de él un mujeriego o un borracho? El Cromber que yo conocí era un solitario, pero no porque fuera incapaz amar o comprometerse, sino porque su corazón se había roto ya varias veces en pedazos y era como si temiera no poder volverlo a recomponer; en el fondo estoy segura de que es un romántico empedernido, al que la vida le ha golpeado con mucha dureza, hasta tal punto que le resulta muy difícil volver a amar. ―¿Y las mujeres que ha habido en su vida? ―se interesó Nadia. ―¿Mujeres? Por lo que sé a las que amó murieron o le abandonaron. Algo de eso me contó Martheen un día, pero en el tiempo que estuvo con nosotros no conocimos a ninguna. Bueno, tan sólo hubo una que venía a veces a buscarlo, cuando estuvimos aquí en Finash antes de partir hacia Tiransa, creo que era una prostituta, al menos vestía como tal, pero no creo que fuese nada serio... ◙◙◙ Desde unas calles laterales, los mercenarios llegaron al puente de Ramtasca. Estaba tan atiborrado de gente celebrando 273 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain las fiestas en honor a Bulfas, que resultaba prácticamente imposible atravesarlo. Se colocaron en fila de a uno, con Cromber a la cabeza, esperando así poder avanzar por el hueco que fuera abriendo el primero. Adentrarse en el puente resultaba una tarea lenta y penosa. En ocasiones los viandantes les animaban a unirse a los festejos. La gente bailaba, bebía, gritaba y saltaba, unos junto a otros formando un gran amasijo humano. La alegría se había apoderado del sentir colectivo y ya nadie ni nada parecía recordar la guerra que se avecinaba. Aunque quizá fuese precisamente la cercanía de tiempos oscuros, pensó Martheen, lo que animaba a la población de Finash a abandonarse a un frenesí de júbilo. Llegaron hasta la altura de la armería, hacia la mitad del puente, pero estaba cerrada. En la puerta de entrada había un cartel en kantherio que decía: “Cerrado por Fiestas”. Con el ánimo frustrado y maldiciendo la festividad, avanzaron hasta “El Albino”. Éste sí estaba abierto y literalmente abarrotado de clientes. El titán hizo una seña a sus compañeros para que se detuvieran, luego trató de adentrarse hasta la barra de la cantina. Le costó algunos empujones e insultos, pero finalmente la alcanzó. Allí preguntó a una de las camareras por Bachelar, pero nadie lo había visto y tampoco lo esperaban hasta que concluyeran las celebraciones. Salir fue aún más difícil, cuando lo consiguió su cara de decepción habló por él. Siguieron avanzando. Habían planificado su itinerario: cruzarían al otro lado del río y continuarían sus pesquisas en “Las Rosas”. Aquel barrio de Finash constituía un auténtico refugio de rufianes; pero también era el lugar donde probablemente encontrarían a quienes buscaban. Cuando ya casi habían terminado de cruzar el puente de Ramtasca, Cromber reconoció a un hombre bajito y calvo, con un parche en su ojo derecho, que avanzaba en dirección contraria. Se trataba del otro sicario que estaba junto a Bachelar y Escoliano durante las negociaciones con Hundamer. Advirtió a los demás señalándolo. El hombre lo vio entonces y dio claras muestras de reconocerlo. Girándose en redondo emprendió la huida tan rápidamente como la gente apiñada a su alrededor le permitió. 274 Capítulo 4. En busca de Escoliano Los mercenarios corrieron tras él, pero les ganaba terreno, se mostraba especialmente hábil empujando y esquivando a sus conciudadanos. Ante las dificultades para avanzar el titán optó por encaramarse al tejado de una de las casas construidas en el lado izquierdo del puente. Glakos lo siguió, entre las airadas protestas de los vecinos. Varios sicarios trataron de cortar el avance a Martheen y el resto de los mercenarios. Sin muchos miramientos se abrieron paso a golpes. Cromber y el mercenario hamersab avanzaban mucho más rápido por los tejados y pronto alcanzaron al fugitivo. Glakos saltó sobre él, derribándolo. El pie derecho del titán se quedó atrapado en unas tablas del tejado que habían cedido bajo su peso. El mercenario hamersab y el sicario rodaron por el suelo, entre la gente que deambulaba por el puente, intercambiándose patadas y golpes. De vez en cuando recibieron algún pisotón. El hombre de Gruzano sacó un cuchillo y amenazó con él a Glakos. Al ver el puñal algunos viandantes chillaron y se apartaron. Cromber, que finalmente había podido liberar su pierna y bajar, se situó a su espalda. Veloz como un rayo atrapó la muñeca del brazo que esgrimía el arma y le retorció la mano. El hombre tuerto gritó de dolor y soltó la daga. Glakos se acercó y lo golpeó en la boca del estómago, el agredido soltó un resoplido y luego liberó a su estómago de parte del pesado pastel de frutas que acababa de comer. Martheen y los demás mercenarios llegaron a su altura, formando un corro alrededor, que les permitió interrogarlo fuera de las miradas de los curiosos. Advirtieron cómo algunos guardias del extremo del puente comenzaban a caminar hacia ellos. Alguien los había avisado. El capitán de la Hermandad Libre extrajo la daga de su cinturón y se encaró con el sicario. Se encargaría personalmente de sonsacarlo. ―¿Dónde está Escoliano? ―preguntó con una siniestra mirada en los ojos, mientras su mano izquierda estrujaba la garganta del interrogado. ―No sé... de quien hablas... ―replicó el aludido con voz ronca y apagada, entre gorgoteos y accesos de tos. 275 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―¡Mientes! ―le golpeó en la mandíbula con la empuñadura de su daga. El esbirro soltó un quejido sordo y escupió sangre. ―No sé... donde está ―contestó sin apartar la vista de la daga de Martheen. Una mirada temerosa se apoderó de sus ojos entre toses. ―¡Cuidado! Date prisa. Los guardias ya están casi aquí... ―advirtió Corban, mostrando su nerviosismo. ―No era esa la respuesta que estaba buscando ―Martheen pareció ignorar el aviso de su lugarteniente y apretó su daga contra el cuello del sicario, un hilillo de sangre comenzó a manar de la presión―. Encomiéndate a tus dioses... ―¡No! por favor... ―chilló el hombre de Gruzano―. Te diré lo que quieras saber... pero no me mates... Es cierto, no sé dónde está Escoliano, pero... él suele ir siempre a “El Rincón de Burdomar”, al Oeste de “Las Rosas”..., allí lo encontraréis... Te he dicho todo lo que sé... ―suplicó gimiendo. ―¡Vete! ―le dijo apartando la daga de su garganta―. Pero si nos has mentido o tratas de avisarlo..., volveré a por ti y no será para preguntarte nada ―añadió jugando con el cuchillo entre sus manos. Llegaron los guardias. Eran cinco, armados con lanzas. Hicieron algunas preguntas a los congregados. Trataban de averiguar qué había pasado allí. Al ver las heridas del hombrecillo tuerto, centraron sus pesquisas en él. ―¿Quién te ha hecho eso? ―le interrogó uno de los guardias. ―¿Qué? ¡Ah! ¿esto?... No... Nadie... tropecé con las escaleras... soy así de torpe ―no se atrevió a denunciarles. ―¿Qué ha sucedido aquí? ―insistió otro de los vigilantes. ―Nada... esto.., una carrera..., sí eso... una carrera. Mis amigos y yo apostábamos a ver quién llegaba antes hasta aquí... ―los demás asintieron a coro. 276 Capítulo 4. En busca de Escoliano Los guardias se miraron entre sí. No se habían creído una sola palabra, pero nada podían hacer. Así que decidieron volver sobre sus pasos. Entonces brotaron unas voces desde el gentío reclamando su presencia. Eran un grupo de comerciantes, protestaban contra Cromber por haberles roto algunos tablones de su tejado. Los soldados regresaron, pero Martheen atajó el conflicto aflojando algunas monedas de oro por los desperfectos. ◙◙◙ En una oscura bodega en el corazón de “Las Rosas”, cuya iluminación provenía de sendos candelabros incrustados en las paredes, enfrentados frontalmente, varias hileras de barriles de agasta y cerveza cubrían los muros y formaban pasillos en el interior. Escoliano estaba sentado encima de una cuba, visiblemente nervioso. Frente a él, de pie, se encontraba su señor, rellenando una jarra de agasta. Al fondo podía distinguir la mirada impertérrita de la bruja amónida. Gruzano le sirvió una jarra de agasta a su sicario. Éste la cogió con ambas manos y bebió con avidez, dejando que parte del líquido se resbalara por las comisuras de sus labios. Levantó la vista temeroso, su jefe parecía calmado, distante, pero lo conocía bien y sabía que tan sólo era su fachada. En el fondo estaba muy, pero que muy irritado. ―¿Cómo puede estar pasando esto? ―explotó su ira―. En estos momentos un grupo de mugrientos mercenarios debe estar registrado “Las Rosas” buscándote. ¡Aquí! En mi territorio ―rugió―. ¿No dijiste que nadie te reconoció? ¿Cómo saben entonces que tú dirigiste la emboscada? ―Yo... quizá ese maldito mercenario.., Cromber, me reconoció ―Escoliano se sentía encoger por momentos―. La cicatriz de mi brazo quedó al descubierto durante la pelea... Pero estaba muy oscuro... no creo... ―¿No crees? No te pago para que creas estúpido, sino para que me sirvas ―le recriminó―. Te había visto el día ante- 277 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain rior. Una cicatriz como la tuya es muy peculiar. ¡Claro que te reconoció imbécil! Nos has puesto a todos en peligro. ―Perdón amo ―suplicó balbuceante. ―¡Maldita sea! ―golpeó una de las barricas con el puño―. ¿Cómo pudo salir mal? El plan era perfecto. El lugar y el momento eran ideales, nuestros hombres eran los mejores. Ninguno de esos mercenarios debía de haber escapado con vida a la encerrona. Y ¿con qué me encuentro? No sólo no acabáis con ninguno de ellos, sino que hemos perdido en el intento a diez asesinos profesionales, la élite de los suburbios. ¿Qué pasó en aquél callejón? ―Aquello fue una pesadilla ―comenzó a narrar Escoliano tragando saliva―. La suerte nos abandonó desde el primer momento, apenas se adentraron en la calle, uno de los nuestros hizo demasiado ruido y los puso sobre aviso... ―¿Quién fue? ―“El Cabras” ―responde―. Pero está muerto, alguno de esos malditos le partió el cuello. ―Esa suerte ha tenido ―comentó malhumorado―. Yo no le hubiese dado una muerte tan dulce. ―No entiendo por qué fue tan torpe, siempre había sido un buen profesional, de los mejores. Quizá tropezó... ―Esa no es suficiente explicación para mí. Perdisteis el factor sorpresa, está claro. De acuerdo, pero aún los teníais cercados, en un callejón sin salida y desde posiciones muy ventajosas. Además, tenías quince hombres y ellos sólo eran ocho, dos de los cuales iban desarmados, según me han dicho. ¿Cómo pudieron escapar indemnes? ¿Cómo es que sufrimos tantas bajas? ―Herimos, por lo menos, a dos de ellos ―se defendió el sicario. ―¿Sí? Vuestras flechas estaban impregnadas de un veneno mortal. ¿Por qué siguen vivos? 278 Capítulo 4. En busca de Escoliano ―Quien sabe ―se encogió de hombros―. Quizá tuvieran algún antídoto, o la zuarda que nos dio la vieja no era buena... ―¿Quieres que lo comprobemos contigo? ―le advirtió desafiante Otria. ―Sólo lo preguntaré una vez más ―el semblante de Gruzano adquirió una notable gravedad―. ¿Qué demonios pasó? ―Aún no habían llegado a la mitad del recorrido, pero nos vimos obligados a tirar sobre ellos. Entonces su capitán... ―Escoliano narró cuanto pudo ver desde su privilegiada posición en los tejados, con tanto detalle como fue capaz de recordar. Luego arremetió verbalmente contra la mujer amónida―. ¿Contra qué clase de seres nos enviaste? ―Nunca os dije que fueran fáciles de matar ―replicó la anciana, destrozando, como siempre, el idioma kantherio. ―¡Basta! ―interrumpió Gruzano―. ¡Dejad de pelearos! Tenemos asuntos más importantes de qué ocuparnos. Hemos de resolver un dilema: ¿Qué hacemos con esos mercenarios que están poniendo esta parte de la ciudad patas arriba buscándote? ¿Acabamos con ellos? ―Escoliano movió la cabeza afirmativamente―. Suponiendo que pudiéramos hacerlo, lo cual comienzo a dudar después de lo sucedido en el “Callejón de los Amantes”. Si los ataco ahora vendrán más y será la guerra, hasta es posible que se aliasen con los hombres de Marbleik, sobre todo si averiguan que intentábamos involucrarles. Mis espías acaban de informarme de que esta mañana han estado en su Mansión, y no creo que se tratase de una visita social. ―¿Qué hacemos entonces señor? ―preguntó el sicario―. No podemos permitirles que entren de esa manera en nuestra ciudad, otras facciones podrían perdernos el respeto. ―Tienes razón ―le concedió―. La única solución que se me ocurre es entregarles tu cadáver. ―¿No hablaréis en serio señor? ―el sudor comenzó a recorrer la frente de Escoliano, que comenzaba a temblar de temor. 279 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Me temo que sí ―fue la lacónica respuesta de Gruzano. ―Pero señor, siempre os he servido fielmente, no podéis hacerme esto, no fue culpa mía, no fue culpa mía ―repetía entre lamentos. Instintivamente llevó su mano hacia la empuñadura del alfanje, pero recordó entonces que lo había perdido en la emboscada―. ―Tranquilízate, nadie va a matarte, de momento ―le anunció su señor entre risas, acompañadas, como si de un eco se tratara, por las de Otria―. No temas, no voy a desembarazarme de ti, aunque quizá lo merezcas por inútil. No tengo tantos hombres fieles como para permitirme ese despilfarro. Otria ha tenido una buena idea al respecto, ella preparará tu “muerte”. Después quiero que salgas de la ciudad, oculto en uno de nuestros carromatos de mercancías. Te harás cargo de nuestros contactos en Tarent. Volverás cuando se hayan calmado las cosas por aquí. ―¡Gracias! ¡Gracias señor! ―había lágrimas en sus ojos―. No volveré a defraudarte. ―Vete de una vez y límpiate, que apestas a mierda ―Escoliano abandonó la bodega avergonzado. Gruzano y Otria se quedaron a solas. Se miraron a los ojos unos momentos. El señor de los suburbios trataba de escrutar las emociones de la anciana, pero ésta permanecía impasible. Finalmente ella rompió el silencio. ―Aún tienes un trabajo que hacer para mí. ―Sí, no he renunciado a ello, pero ahora no es un buen momento. Habremos de esperar. He perdido a diez buenos hombres. La próxima vez quiero asegurarme de que no haya fallos. Deberás tener paciencia... ―De acuerdo, tu palabra me vale ―susurró en un pésimo kantherio―. Pero recuerda, para que pueda ayudarte ahora no deben de estar presentes ni Cromber, ni la muchacha rubia que lo acompaña. ―¿Por qué no deben estar presentes? ―se mostró intrigado. 280 Capítulo 4. En busca de Escoliano ―Digamos que no me está permitido utilizar mi magia en su presencia. Es cuanto debes saber. ―Se hará como tú dices. ◙◙◙ La luz del mediodía comenzaba a perder su intensidad. Los mercenarios pararon junto a un puesto de comida ambulante, a la entrada Norte de “La Feria”, un amplísimo parque natural en el corazón mismo de la ciudad Sur, que en estos días de fiesta se llenaba de casetas y atracciones. A sus espaldas se encontraba el populoso barrio de “Las Rosas”, con sus edificios de varias alturas, de aspecto pobre y destartalado, sus calles de tierra y barro, sus mendigos tirados junto a alguna pared ―la mendicidad estaba prohibida en el resto de Finash―, sus prostitutas, embadurnadas con ungüentos, luciendo en esquinas sus dudosos encantos ―la prostitución callejera también estaba prohibida en el resto de la capital― y sus ladrones acechando al incauto. Martheen no recordaba haber visto nunca guardias en aquella parte de la ciudad. Glakos y Cromber lo ratificaron. Chaser opinó que los mendigos eran en realidad soldados de Gothenor disfrazados. El comedor era más bien una especie de asador al aire libre, con varias mesas y taburetes de madera distribuidos alrededor. Se atiborraron a todo tipo de carnes asadas, costillas, magro y embutidos, regados en sus propias grasas. Su Capitán quiso acompañar la comida con un buen vino de Artián, pero hubo de conformarse con agasta, no tenían otra cosa. Cuando hubieron saciado su apetito Martheen llamó al titán aparte, quería hablar con él. ―He pensado mucho en lo que me comentaste el otro día, acerca de aquel mago y los rwarfaigts en la Senda Real ―su rostro mostraba preocupación―. ¿De verdad crees que nos enfrentaremos a magos, caballeros sagrados y demás? ―Me temo que así sea ―respondió Cromber pensativo―. He visto demasiadas cosas extrañas en este viaje. 281 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Además conocimos a un sanador y una caballero sagrado de fuerte Dariam, ellos dijeron que las fuerzas de Rankor estaban utilizando las mismas tácticas que los dioses en la “Guerra de los Titanes”. ―Nunca me he enfrentado a un mago ―confesó―. Y eso me intranquiliza, estoy preparado para hacer frente a cualquier peligro, pero lo sobrenatural me pone los pelos de punta. ―¿Crees en los dioses? ―se giró hacia él mirándolo a los ojos. ―Bueno.., no les rezo, ni les pido nada, si es a eso a lo que te refieres. Pero, están ahí ¿no? ―Esa es tu flaqueza, en el fondo crees en los dioses, por eso temes su magia. Pero no tienes por qué ―trató de tranquilizarlo―. Yo sí me he enfrentado antes con magos y puedo asegurarte que sangran y mueren como los demás. ―Es un consuelo saber eso, pero no se puede no creer en los dioses.., están ahí.. ―hizo un arco con su brazo señalando el horizonte―, Rankor por ejemplo... ―Rankor es real, supongo ―matizó―, pero nadie me persuadirá de que no podré matarlo. ―Me gustaría tener tu seguridad ―afirmó Martheen―. Voy a pedirte dos favores amigo mío: El primero, que me enseñes cómo se mata a un mago; el segundo, que no comentes nada de esto con los muchachos, están corriendo rumores y temo que el asunto termine minando su moral. Mientras hablaba con su capitán, el titán observó cómo una niña le robaba la bolsa a uno de los clientes del asador. Había algo en ella que le resulta familiar. Tal vez sus cabellos castaños cortados a media melena y sin peinar. Quizá la mirada singular de sus ojos marrones. No, era esa manera pícara de sonreír. ¿A quién le recordaba? Llevaba puesto un raído vestido, del que las manchas acumuladas ―de barro, tierra y hierba―no permitían adivinar el tinte original. Sin darse cuenta, Cromber comenzó a seguirla con la mirada. Vio cómo después se aproximaba a Chaser e intentaba igualmente robarle su bolsa. Se debatió entre su deber de adver282 Capítulo 4. En busca de Escoliano tirle a su amigo y la curiosidad por ver cómo se las apañaba la niña. No tuvo que decidirse. El viejo mercenario se percató de la sustracción de sus pertenencias y atrapó a la muchacha del brazo. Ella forcejeaba por soltarse, pero el veterano miembro de la Hermandad Libre la sujetaba con firmeza. ―¡Chica! Nadie te ha dicho que está muy mal robarle a las personas mayores ―la sermoneó Chaser―. Tienes suerte de que no sea un agente de Gothenor, porque si algún día te captura uno de ellos sabrás lo que son la tortura y el dolor. Están por todas partes, quizá ahora te estén viendo y vengan por ti... ¡ay! La niña mordió la mano del veterano mercenario, quien en un acto reflejo la soltó. La pequeña ladrona echó a correr. En su huída tropezó con Cromber, que avanzaba hacia ella, y cayó al suelo sobre su espalda. Fue a incorporarse y entonces sus miradas se cruzaron. La chiquilla volvió a caer paralizada por el asombro. ―¿Crom? ―acertó finalmente a decir cuando pudo articular palabra. ¿Me conoce? Pensó el titán. Y en ese momento supo quién era. ―¿Kryss? ―balbuceó. Era Kryssia. Habían pasado cinco años desde la última vez que la vio. Entonces apenas tenía siete años. Estaba muy distinta de cómo la recordaba. Había cambiado mucho, ya casi era una mujercita, tan alta como su madre. No tuvieron tiempo para abrazarse y felicitarse por el reencuentro. Con el alboroto montado, algunos clientes comenzaron a comprobar sus pertenencias. Uno de ellos, al que el titán vio robarle, descubrió que le faltaba su bolsa y se abalanzó furioso sobre la niña. Cromber se interpuso. Algunos de los comensales le increparon por hacerlo. El hombre, que había sido víctima del hurto, protestó. El titán se volvió hacia Kryssia y con expresión severa le pidió que devolviese lo que había cogido. ―No sé de qué habla ese hombre ―la muchacha se mostró asustada―. Yo no he cogido nada. ―Kryssia... ―insistió Cromber, mirándola con dureza. 283 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―¡Caramba! ―se mostró sorprendida, mientras de entre sus ropas extraía una pequeña bolsita de cuero―. ¿Cómo habrá llegado esto hasta aquí? ―Trae ladronzuela ―le increpó el hombre extendiendo su mano. ―Seguro que la ha metido él mismo entre mis ropas ―aseguró mirando hacia el titán, mientras devolvía la bolsa. Luego se volvió hacia el hombre ofendido―. ¿No le da vergüenza? Esconder cosas entre las ropas de una niña... Algunos de los congregados quisieron darle un escarmiento a la muchacha. Cromber trató de disuadirlos. Varios mercenarios se pusieron en pie y se situaron junto al titán, miraban a la muchedumbre exaltada con actitud amenazadora. La presencia de hombres armados desanimó a los justicieros, que se conformaron con vociferar y mostrarse disgustados porque Gothenor no hacía ahorcar a los amigos de lo ajeno. Luego volvieron a sus asuntos. Cromber cogió a Kryssia de la cintura y la levantó en alto, girando una vuelta completa sobre sí mismo. La muchacha gritó de emoción, alegre y sonriendo. Se abrazó a él y depositó un beso en sus mejillas. El titán la dejó de nuevo en el suelo. Al observarla de nuevo meditó sobre lo poco que se parecía a su madre, tan sólo en la forma de los ojos o los labios encontraba algún parecido. Ni siquiera el color del cabello, de los ojos, su constitución, o el tono de su piel, presentaban semejanza alguna. Sin duda Berta tenía razón y la chica se parecía a su padre. Nunca lo conoció, de él tan sólo sabía que fue un humilde pescador de Finash, que murió antes de llegar a conocer a su retoño. ―¿Me llevarás a pasear con Hipontio? ―preguntó la niña. Se refería al antiguo caballo de Cromber, en el que antaño la paseaba por la ciudad en compañía de su madre. ―Hipontio se fue ―lo había perdido durante la Batalla de Lavare―, pero ahora tengo otro, te gustará, es completamente negro y se llama Saribor... ―¿Por qué se fue? ―lo miró con pena―. Era tan bonito... y tan bueno... 284 Capítulo 4. En busca de Escoliano ―Murió ―descubrió que carecía del tacto necesario para hablarle a un niño. No sabía cómo hacerlo. El brillo en los ojos de la pequeña le dijo que iba a romper a llorar. Trató de cambiar de tema― Y tu madre, ¿Cómo está? ―Ella tiene muchas ganas de verte, siempre dijo que regresarías, aunque yo ya no la creía. Ahora trabaja en “La Espina Dorada”. El oír hablar de Berta, más aún por boca de su propia hija, despertó sus recuerdos. Casi cinco años atrás, cuando se unió por primera vez a la Hermandad Libre en Finash, mantuvo un tempestuoso romance con una prostituta de “Las Rosas”, madre de Kryssia, una niña de apenas siete años entonces. Su condición nunca le incomodó, como tampoco a ella el que fuese un mercenario, ninguno daba importancia a las etiquetas. Fue una relación de conveniencia, él había sufrido un revés amoroso y necesitaba a alguien que le ayudase a olvidar, ella lo veía como una tabla de salvación en el naufragio en que se había convertido su existencia, tras la muerte por enfermedad de su marido. Con el tiempo, su relación fue haciéndose más obsesiva, algo para lo que el titán no se sentía preparado, necesitaba espacio para respirar. Un día se despidió de ella, debía partir con sus compañeros en la expedición a Tiransa. Nunca más volvió a verla. Dejó a Kryssia unos momentos al cuidado de Glakos, que también la había reconocido. ―¡Caramba! Así que esta muchachita es aquella niñita que venía a nuestro campamento y yo cogía en brazos... Ahora eres casi tan alta como yo... ―el mercenario hamersab jugó con ella. ―Antes me has pedido dos favores ―le comentó Cromber a Martheen―. Ahora te pido yo uno a cambio: Quiero el resto del día libre. He de ocuparme de algunos asuntos que dejé pendientes hace mucho tiempo. ―Entiendo tu postura, pero ¿no crees que este es un mal momento? ―le replicó su capitán. ―No le he escogido yo, más bien me ha escogido a mí, sé que no es muy oportuno, ahora que estamos buscando a 285 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Escoliano. Pero no creo que se atrevan a repetir un ataque, no con tanta gente alrededor y a plena luz del día. ―No me refería a eso, aún somos diecisiete, suficientes para hacer morder el polvo a cuantos sicarios pueda reunir ese Escoliano. No ―matizó―, yo lo decía por ti. No es un buen momento para que vayas sólo por esta ciudad, sobre todo mientras ese cerdo traicionero ande suelto. ―Sé cuidarme ―añadió el titán acariciando la empuñadura de su espada. ―Voy contigo ―se ofreció Krates, que había escuchado la conversación. ―No, amigo. Martheen te necesita más que yo. Ahora eres el único del grupo capaz de reconocer a Escoliano ―se despidió de él apoyando la mano en su hombro, en señal de agradecimiento―. Si quieres hacerme un favor, lleva a Saribor de vuelta al campamento cuando recojáis las monturas. ―Cuenta con ello ―le aseguró el cazador, devolviéndole el saludo. ◙◙◙ Cromber acompañó a Kryssia hasta “La Espina Dorada”, en “Las Rosas”. Donde ésta le había dicho que ahora trabajaba su madre. A aquellas horas de la tarde ya se habría levantado y estaría trabajando, había comentado la niña. Entraron en el local, a través de unas puertas de madera abatibles a los lados. Dos musculosos hombres armados permanecían a los lados del vestíbulo. Por dentro era como un gran patio, con una barra al fondo y mesas distribuidas por toda la sala. Unas escaleras daban acceso a los pisos superiores, cuyas galerías eran visibles desde abajo. Sólo el interior de las habitaciones que los recorrían permanecía oculto. En las barandillas, junto a la barra o sentadas en las mesas podían verse casi un centenar de mujeres de todas las etnias, vestidas con escaso recato y luciendo sus mejores atributos. Era temprano, aún había pocos clientes. 286 Capítulo 4. En busca de Escoliano Dos cortesanas de aspecto azunzei se acercaron a él, invitándole a pasar el rato con ellas, pero las rechazó con un gesto de su mano y una sonrisa de complicidad en los labios. Berta estaba cerca de la puerta, sentada sobre las rodillas de un hombre de espeso bigote, al que rodeaba con sus brazos. El titán notó las huellas del tiempo en su rostro, aún así seguía siendo muy hermosa. Se había recortado su larga cabellera azabache y ahora le caían sus rizos por encima de los hombros. Sus ojos azules miraban con la dulzura del miope. Su piel lechosa marcaba la curvatura de su menuda figura. Llevaba puesto un sencillo atuendo de cuero de dos piezas. Le cubría lo mínimo insinuándolo todo. Sus pupilas se dilataron al descubrir a su hija en el local. ―¡Kryssia! ¿Qué haces aquí? Te he dicho mil veces que no quiero que vengas a... ―entonces vio a Cromber. Se quedó mirándolo unos instantes, sin llegar a ser capaz de articular palabra, como si no creyese lo que le mostraban sus ojos o hubiese visto a un fantasma. ―Mira quién ha venido a verte mamá ―le anunció su hija. ―Berta... ―pronunció el titán, sin saber qué decir. La prostituta se levantó, alejándose del cliente sobre el que estaba sentada, ignorando sus airadas protestas. Caminó apresuradamente hacia su antiguo amante. Se arrojó literalmente a su brazos y lo beso profusamente. Luego, se separó y recuperó el aliento. Le miró a los ojos y lo abofeteó sin violencia. ―¡Cabrón! ―le gritó entre sollozos de alegría. Las lágrimas recorrían sus mejillas―. Pensé que habías muerto. Creo que prefería pensar eso a que me hubieses abandonado. ―Yo... ―comenzó a excusarse. Pero ella le tapó los labios con su mano indicándole que se estuviera callado, luego los selló volviendo a besarlo apasionadamente. El cliente que estaba con la madre de Kryssia se mostró molesto y protestó sonoramente al encargado, que estaba detrás de la barra. Un chasquido de dedos de éste y los musculosos guardianes de la entrada se encararon al titán. 287 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Haga el favor de acompañarnos fuera ―le invitó amablemente uno de los matones. Cromber tensó sus músculos, sentía la adrenalina fluyendo libremente. ―¡Espera! ―intervino Berta―. Está conmigo... ―Eso no importa ―le gritó el encargado, un hombre alto de cabellos rizados―. Mientras trabajes para mi, si alguien quiere estar contigo debe de pagar y este cliente ya ha pagado por ti ―añadió señalando al hombre en cuyo regazo estuvo sentada. ―¿Cuál es el precio? ―preguntó directamente el titán. ―Por una vuelta de reloj un mesplet de plata ―mostró un reloj de arena del tamaño de una mano extendida. ―¿Cuanto por toda la noche? ―Siete, siete mesplets de plata. ―Cinco ―le corrigió la madre de Kryssia. ―Aquí tienes por dos días ―el titán le arrojó una moneda de oro. El metal golpeó contra el mostrador y siguió rodando por el suelo. El encargado se agachó a recogerlo. El cliente que estaba con Berta no parecía muy conforme con el acuerdo. A una orden del gerente varias mujeres lo rodearon, haciéndole olvidar el desplante. Cromber abandonó el local con madre e hija. ◙◙◙ Los mercenarios se acercaban a las proximidades de “El Rincón de Burdomar”, en “Las Rosas”. Aquella zona de la ciudad, por ser también la más pobre y estar próxima a “La Feria”, no se encontraba tan volcada en las fiestas como otros lugares por los que habían pasado. Continuaron encontrándose con gentes disfrutando de la diversión general, aunque sin entorpecer su paso. Pero ahora, apenas media tarde, se adentraban por unos callejones donde no había absolutamente nadie, ni por las calles, ni en las ventanas o balcones. Ni siquiera parecían llegar los ecos 288 Capítulo 4. En busca de Escoliano de la fiesta. Martheen se detuvo en seco y alzando la mano hizo parar a los demás. Intercambió unas miradas con Corban y Chaser, ellos también lo habían advertido. Al capitán de la Hermandad Libre, como a sus hombres más veteranos, les resultó sospechoso. Con rápidos gestos hizo desplegarse a los suyos, cubriendo los flancos y la retaguardia. Sicarios de Gruzano salieron de sus escondites, bloqueándoles el paso. Desde los callejones contiguos aparecieron más esbirros. También en los tejados se vieron algunos. Unos y otros echaron mano de sus armas. Un grupo de personas, en su mayoría ebrios, que estaban celebrando las fiestas se introdujo entre los dos bandos sin advertirlo. Cuando se dieron cuenta, dejaron cuanto llevaban entre manos y salieron corriendo. Sólo la tensión del momento impidió a más de uno romper a reír a carcajadas. Uno de los hombres de Gruzano se adelantó para hablarles. Krates lo conocía: Era Bachelar. ―Mi señor Gruzano está molesto por vuestra intromisión en sus territorios. Os espera para solucionar este desagradable asunto en aquel almacén ―señaló una gran puerta en la esquina próxima―. Sólo podréis entrar tres de vosotros y deberéis ir desarmados. ―¿Crees que nacimos ayer? ―le replicó Martheen―. Ni yo ni ninguno de mis hombres entraremos en esa cueva desarmados. Si tu jefe quiere parlamentar deberá aceptar que acudamos libremente. Él ya ha escogido el lugar de la reunión ―enfundó su espada como gesto de buena voluntad. ―Deberéis dejar vuestras armas ―insistió. Luego volvió la vista hacia el almacén. Desde allí debieron de hacerle alguna seña pues cambió de opinión―. Está bien, podéis conservar vuestras armas, pero absteneros de empuñarlas. Martheen escogió a Krates y Chaser para que lo acompañaran. Encargó a su lugarteniente Corban que organizara la defensa, con las instrucciones precisas de atacar a la menor provocación o sospecha. Entraron en una especie de almacén de dos alturas, lleno de pilones de paja y cajas de madera. Gruzano estaba en lo alto de la escalera que daba acceso al segundo nivel, así se lo identificó el cazador, aunque sus ricos ropajes ya lo 289 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain habían delatado. Una docena de sicarios se interponían entre ellos y el inicio de la escalera. Seis más lo acompañaban arriba, cubriendo sus costados. El capitán de la Hermandad Libre no dio muestras de intranquilidad por ello, ni siquiera cuando reconoció a Otria junto al señor de los suburbios. ―Estoy muy decepcionado. Habéis violado mi territorio sin mostrar ningún respeto hacia mi persona ―les recriminó Gruzano―. La mayoría de vosotros sois extranjeros y quizá por eso no hayáis sabido calibrar el alcance de vuestra afrenta. Yo soy el señor de cuanto pasa en esta parte del río ―elevó la voz―. Pero no temáis, no voy a haceros nada... ―Nada tememos ―replicó Martheen―. Tan sólo buscamos justicia. ―Si tenéis alguna queja contra alguien que se aloje en mis territorios, sólo tenéis que venir a mí y yo castigaré a los culpables, si procede. Pero nadie aplicará la justicia por su mano en mis dominios ―se mostró severo. ―¿Ni siquiera Gothenor? ―preguntó Chaser. ―Gothenor es mi soberano ―respondió con rotundidad. ―Anoche nos tendieron una emboscada y fue vuestro servidor, Escoliano, quien la dirigió ―proclamó el líder de la Hermandad Libre. ―¿Os atacaron decís? ―Gruzano se mostró sorprendido―. ¿Alguna baja o herido? ―Dos heridos, pero la intención fue de asesinarnos a todos. ―Y... ¿qué pruebas tenéis contra Escoliano? ―Tenemos su alfanje y lo vimos, vimos su cicatriz del brazo izquierdo. ―Las armas pueden imitarse y mucha gente tiene cicatrices, ¿cómo podéis estar seguros que no se trata de otra persona? 290 Capítulo 4. En busca de Escoliano ―Uno de los suyos confesó antes de morir ―inventó Chaser. ―Vaya, así que fue él... Nunca lo hubiese sospechado. Me sorprende que alguien como ese alfeñique se atreva a atacar a un señor de la guerra, que lidera una de las compañías de mercenarios más nombradas en los últimos años. ―No habéis parado de mostrarnos vuestra sorpresa por lo acontecido, pero yo tenía entendido que nada sucedía en vuestro territorio sin que lo supierais ―objetó Krates irónico. ―Pero no sucedió en sus dominios ―respondió Bachelar adelantándose. ―Nadie ha mencionado el lugar donde ocurrió ―advirtió Martheen, con una sonrisa en los labios, evidenciando la cogida en falso. ―Quería decir que era obvio que no había sucedido por aquí o lo hubiésemos sabido... ―¡Déjalo...! ―le ordenó el señor de los suburbios a su sicario―. Evidentemente te rodeas de gente con más cerebro. Efectivamente nada sucede en Finash sin que me entere, aunque sea al Norte de la ciudad. Sabía lo que os ocurrió y a quién estabais buscando. El “mal nacido” trabajaba hasta hace dos días para mí... ―¿Quieres decir que ya no está a tus órdenes? ―indagó con expresión escéptica Martheen. ―Quiero decir que ya no trabajará para nadie ―los sicarios se apartaron y permitieron ver el cuerpo sin vida de Escoliano, tendido a los pies de la escalera con la garganta cortada. Su camisa estaba remangada en el lado izquierdo, permitiendo observar la larga cicatriz de su brazo. ―¿Es él? ―preguntó volviéndose hacia el cazador. ―Sí ―respondió Krates sin sombra de duda, aunque se quedó mirando pensativamente a la anciana amónida. ―Como podéis ver se ha hecho justicia ―dijo Gruzano elevando las manos a la altura de sus hombros, en un gesto que pretendía reforzar la magnanimidad de sus palabras. 291 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Hubiese preferido poder interrogarlo ―comentó Martheen mientras comprobaba el pulso del presunto cadáver desde una de sus muñecas. Efectivamente estaba muerto. ―También a mí me hubiese gustado poder hablar con él y así hacerle saber los tormentos que le esperaban por haberme traicionado. Desgraciadamente ofreció demasiada resistencia, y mis hombres se vieron obligados a acabar con él ―hizo un gesto despectivo de despedida con la mano―. Podéis marchar en paz, pero en el futuro me consultareis antes de entrar avasallando en mis dominios. ◙◙◙ Cromber paseaba junto a Berta, que llevaba una amplia capa cubriendo su atuendo de trabajo, y su hija por el parque de “La Feria”. Habitualmente el lugar más discreto y tranquilo de toda la ciudad, estos días, sin embargo, hervía de actividad en virtud de las fiestas. Donde usualmente sólo había árboles y hierba, habían construido una especie de ciudad paralela provisional dispuesta en forma de hileras, llena de puestos, tarimas, mesas, zonas de música y baile, juegos organizados, y otros establecimientos propios de aquella época de fiestas. Habían comprado unas tortitas, que comían mientras andaban. Llegaron a un puesto donde se jugaba a tirar a unas dianas con una pelota de cuero, costaba una moneda de vistrio cada tres tiros, y de regalo para el ganador ofrecían un muñeco de trapo. Kryssia se encaprichó del premio y el titán optó entonces por jugar. Lo intentó varias veces, en ocasiones acertaba alguna diana, pero nunca consiguió derribar las tres consecutivas que eran necesarias para optar al ansiado trofeo. Estuvo tentado de pagarle directamente por el muñeco al feriante, le habría salido mucho más barato, pensó. Entonces la propia niña le pidió que la dejara probar a ella. Y así lo hizo. La muchacha derribó las tres dianas en el primer intento. Con disgusto y mirándola de reojo el tendero le entregó el obsequio prometido. ―¿Dónde has aprendido a tirar pelotas así? ―le preguntó Cromber, una vez se hubieron alejado del puesto. 292 Capítulo 4. En busca de Escoliano ―He practicado mucho. Les tiro piedras a los niños ―respondió sin darle importancia, mientras estiraba los trozos de cuerda que formaban los cabellos de su muñeco. ―¿Por qué les tiras piedras a los niños? ―preguntó su madre sorprendida. ―Porque son tontos, siempre quieren levantarme el vestido y sin pagar ―añadió. Berta se sonrojó. Siguieron caminando. Pasaron junto a una pareja que se había tumbado a descansar sobre la hierba, junto a un árbol. Cromber, que rodeaba a Berta con su brazo izquierdo, vio por el rabillo del ojo como Kryssia se hacía con el pequeño zurrón que la pareja tenía a su lado. Soltando a su madre se volvió hacia la pequeña. ―Devuelve eso Kryss ―le ordenó. ―¿Por qué? Estaba tirado. Seguro que no lo quieren... ―se defendió. ―¡Devuélvelo! ―insistió Berta con la mirada firme―. ―Esta bieeen... ―aceptó haciendo pucheros. Se volvió hasta la pareja y les devolvió el zurrón―. Perdonen, se les ha caído esto... Pasaron por una zona de entarimados. En algunos se veían gentes cantando o tocando instrumentos. El titán pensó en lo que le hubiese gustado a Argelius estar allí. Más adelante se ofrecían espectáculos, “la mujer serpiente barbuda” rezaba el letrero de uno de ellos. También había videntes, que por un módico precio predecían el futuro de los incautos que estuviesen dispuestos a gastarlo. Y sobre todo vieron bastantes predicadores, en su mayoría catastrofistas o recaudadores de bienes materiales para aligerar el peso de las conciencias. Uno de los oradores consiguió atraer la atención de Cromber. Vestía como los sacerdotes de Bulfas, pero estaba predicando la llegada de Rankor. Hablaba de cómo con él se acabaría la corrupción, se cerrarían tabernas y burdeles, se acabaría con la adoración a falsos dioses, las gentes devotas se verían recompensadas. Kryssia, aburrida, tiraba de la mano de su 293 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain madre para que siguieran hacia la zona de juegos. Con un suave gesto el titán les indicó que esperasen un poco. ―¿Te has vuelto religioso? ―le preguntó Berta al oído. ―No ―contestó en voz baja, sonriendo―, pero ese dios del que habla es al que siguen los invasores que vienen del Este. ―Ante Rankor ―continuó el sacerdote―, todos los hombres son iguales, sea cual sea su condición social. Su valor se medirá por su capacidad para sacrificarse por la causa, por su voluntad de servir en los designios del único dios verdadero y omnipotente... Poco después, un nutrido grupo de guardias acudió al lugar. Ordenaron al clérigo bajar de la tarima y se lo llevaron preso. Cromber compartió su extrañeza con la madre de la niña. Por lo general los reinos kantherios eran bastante tolerantes en lo que se refería a los asuntos de culto. Claro que ―pensó en voz alta― podría tratarse de una detención política. Berta le explicó cómo uno de sus clientes más asiduos era sacerdote del templo de Bulfas. Aquél le había hablado de que muchos de sus compañeros se estaban pasando al bando de Rankor. Se sentían más respetados. En Messorgia el clero había carecido tradicionalmente de poder político, desde que sus representantes fueron expulsados del Convokanther. Con Gothenor las cosas cambiaron, cuando llegó al poder, con la ayuda de los dioses hacia el final de la “Guerra de los Titanes”, hizo reforzar el poder sacerdotal. Pero años más tarde, cuando el Rey luchaba por legitimar el reinado, parte del clero y algunos nobles trataron de limitar su poder. Su airada reacción no se hizo esperar y los desterró definitivamente del Convokanther, restringiendo su papel al de meros cuidadores de los templos. Por eso, ahora muchos clérigos veían en Rankor la posibilidad de recuperar su antiguo poder. Por la misma razón Gothenor había prohibido predicar su culto. El titán quedó sorprendido por los conocimientos históricos y culturales de la mujer, más meritorios si se tenía en cuenta que ella nunca había estudiado, ni siquiera sabía leer o escribir. Simplemente sabía escuchar, y en una profesión como la suya podían llegar a oírse muchas cosas. 294 Capítulo 4. En busca de Escoliano La hija de Berta volvió a recordarles su aburrimiento. Caminaron hasta un circuito vallado donde los niños competían en carreras de sacos. Kryssia se apuntó emocionada. Dejó el muñeco a la custodia de su madre y se embutió rápidamente en uno de los sacos. Poco después comenzó una nueva carrera, la niña tuvo algunos problemas en la salida, pero luego supo sacar ventaja a sus competidores, con excepción de un niño que iba delante de ella y estaba a punto de cruzar la meta. Con todas sus fuerzas catapultó su saco contra el del niño que llevaba la ventaja. Su oponente cayó, pero ella tampoco pudo mantener el equilibrio y se dio de bruces contra la hierba. Ganó el que iba detrás de ella. Cansados, abandonaron el recinto de “La Feria”. Se dirigieron a la casa de las mujeres. Si es que podía llamársela así. Vivían en un segundo piso, en un edificio destartalado de “Las Rosas”. La vivienda la compartían con otras familias, también dedicadas al “oficio”. El comedor, la cocina y el baño eran comunes. Berta tenía un pequeño cuarto con sus cosas y su hija dormía con otros tres niños en otra habitación. Por el camino habían comprado algo para cenar y una botella de vino blanco de Kombelatt. Cromber trató de comprar vino de Artián, pero aquello fue lo mejor que pudo encontrar. Cenaron juntos, en una especie de comedor comunitario, en el que también estaban sentadas otras dos mujeres con sus hijos. Kryssia pidió probar el vino. El titán, con permiso de la madre, le sirvió un poco. ―¡Puag! ¡Qué mal sabe! ― lo escupió―. ¿Y habéis pagado por esto? A mí me tendrían que pagar por beberlo ―rieron. La niña fue a acostarse con su muñeco entre los brazos. Su madre le dio dos besos. Cromber extendió la mano en un significativo gesto. Ella le devolvió la bolsita de tela que le entregara Hundamer. ―Sólo estaba cuidándotela ―se justificó, con los ojos entrecerrados a causa del sueño. Luego despareció tras la puerta de su habitación. Se escuchaba a los niños bromear entre ellos. El titán fue a despedirse de Berta. 295 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Ha sido... refrescante. Me ha alegrado volv... ―¿Quieres quedarte a dormir? ―le interrumpió ella. ―¿Es una invitación? ―quiso cerciorarse él. ―Sí ―contestaron ambos consecutivamente. Se besaron a la luz de las velas. 296 CAPÍTULO 5 EL DESFILE DE LA PARTIDA L a Sala de Mapas del Palacio Real, situada en una de las dependencias interiores, permanecía iluminada a la luz de los candiles. Un pelotón de Arqueros Reales que custodiaba la entrada, se apartaron a ambos lados para dejar pasar a Arnaldo, ayudante de cámara del Rey. En el interior, las paredes estaban recubiertas de anaqueles y estanterías, poblados con numerosos volúmenes y planos enrollados. Hacia el fondo había varios puestos de escritura y dos grandes mesas en el centro. La primera de ellas sostenía una maqueta en miniatura de la ciudad de Finash. La réplica estaba realizada a escala con una sorprendente precisión. Sobre la otra mesa acababan de desplegar un detallado mapa de Messorgia. En torno a ella se encontraban Gothenor, su hijo bastardo Ealthor, el general Vitrosgham y Alcio, comandante de su guardia personal, que acababa de llegar. Debatían sobre cuestiones tácticas. Hicieron un alto mientras Arnaldo les servía las copas, continuando cuando el criado hubo abandonado la sala. ―¿Qué hace él aquí? ―protestó Ealthor haciendo referencia a Alcio. ―Yo lo he hecho venir ―replicó Gothenor carraspeando. Un acceso de tos lo interrumpió. Luego se dirigió a todos―. ¿Por qué no veo aquí a Patheck? ―Está en Kobenther, organizando la partida de sus contingentes ―explicó Vitrosgham―. Puesto que los suyos tienen un margen de tiempo más justo para llegar al punto de reunión en la frontera, le permitimos adelantar su partida. Recibirá las oportunas instrucciones por medio de correos reales. El Rey dio por buena la respuesta con un gesto de su brazo. Le sobrevino un fuerte ataque de tos que le obligó a sostenerse con ambas manos, agarrándose nerviosamente a su cetro. Mostró síntomas de marearse, su general y el comandante de los Arqueros Reales se apresuraron a ayudarle. La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―¡Dejadme! Estoy bien... ―protestó orgulloso su soberano, mientras se incorporaba apoyado una vez más en su cetro. Carraspeó guturalmente unos momentos, luego habló con voz ronca y seca―. Entonces... está todo listo para que nuestros ejerc... ―la tos le obligó a interrumpirse―, para la partida de nuestras tropas. ―¡Sí señor! ―contestó su hijo―. Están todos listos e impacientes... ―Así es señor, aunque quedan algunos asuntos pendientes, como los suministros que todavía no han terminado de organizarse o los refuerzos prometidos por Akaleim que aún no han llegado ―completó Vitrosgham, quien no se atrevió a contradecir a su superior, pero tampoco quiso ocultar información a Gothenor―, puede decirse que estamos en condiciones de iniciar la marcha... ―¿Por qué no han llegado esos refuerzos del Rey Pharfants? ―preguntó su regente. ―Recibimos un despacho urgente, hará unos días, en él se nos advertía que se retrasarían un poco. Al parecer las compañías de mercenarios que colaboraban en la custodia de sus territorios limítrofes con Arrack han venido a Messorgia atraídas por vuestra generosa paga, dejando parcialmente desguarnecida una de sus fronteras más conflictivas ―informó el general―. De otro lado, si damos crédito a la opinión confidencial del Conde Alejandro de Dolith en Akaleim, quien sí ha acudido con más de tres mil voluntarios de sus dominios en nuestro auxilio, su Rey nunca dará tal orden a sus tropas. ―Ese Pharfants de Akaleim es un miserable traidor ―vociferó Ealthor―. Por lo que a mí respecta puede comerse esa montaña de estiércol a la que llama su ejército. ―No me sorprende, nunca me he fiado de él ―masculló Gothenor con una mueca de desprecio, acentuada por el dolor crónico que padecía―. Tampoco lo necesitamos... ―Afortunadamente Darlem sí ha cumplido con los compromisos. Sus refuerzos están acampados en las proximida- 298 Capítulo 5. El desfile de la partida des de Demisthar, a la espera de nuestras instrucciones ―trató de animar Vitrosgham. ―Haz llegar una misiva con mis agradecimientos a su soberano ―ordenó el Rey de Messorgia, antes de caer presa de un nuevo ataque de tos. ―Así se hará. ―También hay buenas noticias ―comentó Ealthor exaltado―. Hemos conseguido reclutar casi ocho mil mercenarios y más de cincuenta mil milicianos, más de los que habíamos previsto. Cuando Gothenor se hubo recuperado, dio su aprobación para iniciar la marcha a la mañana siguiente. Ealthor explicó entonces sus planes para desplegar el ejército de Messorgia en la frontera. Se dividirían en tres contingentes: Uno de ellos partiría de Kobenther ―señalaba todas las localizaciones en el mapa que estaba extendido sobre la mesa― comandado por Patheck, Conde de Sinarsa, y avanzaría por el Norte recogiendo a las milicias, fuerzas condales y guarniciones reales de esos territorios. Otro avanzaría paralelo por el Sur, próximo al Lavare, partiría de Finash comandado por Vitrosgham, lo compondrían el grueso de las milicias, las fuerzas aportadas por los nobles del Sur, los mercenarios y los contingentes de ayuda extranjeros. El último remontaría el río Lavare a bordo de galeras de guerra y buques de carga, partiría también de Finash y lo comandaría él mismo, transportaría al ejército real y las guarniciones del Sur, además de la mayor parte de los suministros. En Ramassa se juntarían los dos contingentes que avanzan por el Sur. Seguirían el curso del río Morrist, cuyo caudal no permite la navegación fluvial por lo que habrían de abandonar los navíos por barcazas, hasta llegar a la pequeña aldea de Polacen, limítrofe entre los territorios de Herrioslatt y Philitros, donde se unirían al contingente del Norte. Desde allí avanzarían conjuntamente, en formación de ejército, por el condado de Philitros hasta el fuerte Goblio o al encuentro del ejército hamersab si ya hubiese alcanzado la frontera. El Rey pareció mostrarse satisfecho con la exposición, aunque se quedó un rato pensativo, apoyado en su cetro como si 299 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain fuese un bastón. Luego miró hacia el comandante de su guardia personal y dijo: ―Y bien Alcio. Has estado muy callado hasta ahora ―tosió levemente―. Dinos, ¿Qué opinas de este despliegue? ―No tengo nada que objetarle ―respondió el aludido―, si acaso un comentario y una sugerencia. ―Te escuchamos ―le apremió Vitrosgham, el hijo de Gothenor soltó un gruñido instándole a hablar. ―En mi humilde opinión, creo que el tiempo corre en contra nuestra. Hemos tardado ocho días más de los previstos en tener dispuesta la partida de nuestros ejércitos. Si enviamos por tierra a fuerzas como las milicias, fundamentalmente de infantería, mientras transportamos por el río a fuerzas de caballería, como parte de ejército real, tardaran al menos diez días más en llegar al lugar de encuentro. ―Buena observación, aunque no estoy de acuerdo ―comenzó a decir el general Vitrosgham. ―No, no es una buena observación ―protestó Ealthor―. Si he colocado al ejército real en los navíos es porque quiero que llegue fresco al campo de batalla y no agotado por un viaje de cincuenta o sesenta días. ―Yo tampoco desearía agotar al ejército real ―replicó Alcio―. Pero si llegan a tiempo tendrán ocasión sobrada de descansar en Polacen y si no llegan a tiempo serán, al menos, diez días menos tarde... ―Bien, es suficiente ―interrumpió Gothenor―. Agradecemos tu colaboración mi fiel comandante, pero Ealthor es el general supremo de esta expedición, a él le corresponde decidir su despliegue ―el rostro de su hijo se iluminó de satisfacción―. Ya conoce tu postura, con eso es suficiente ―le sobrevino un nuevo ataque de tos. ―Si mi presencia ya no es requerida aquí, pido permiso para retirarme ―solicitó Alcio. ―Concedido ―replicó su soberano, cuando hubo aclarado su voz―. Pero espera, no tengas tanta prisa, te acompañaré. 300 Capítulo 5. El desfile de la partida Dejémosles con los preparativos del desfile ceremonial de mañana. ◙◙◙ La algarabía de una ciudad que amanecía en fiestas despertó a Cromber. Sintió la respiración acompasada de Berta que aún dormía junto a él. Sus cuerpos desnudos se abrazaban bajo las sábanas. No se movió. Quiso retener aquel instante. Le llenaba de ternura y de recuerdos. Pensó entonces en cuanto había echado de menos encontrar a alguien a su lado al despertar. Conocía la trampa que subyacía a aquella sensación, lo había experimentado antes, pero eso no le impidió disfrutar del momento. Se dijo a si mismo que tan sólo sentía nostalgia por los buenos momentos pasados. Él había escogido su soledad. En su día optó por una vida sin ataduras, errante, una continua aventura para disfrutarla en libertad. No se arrepintió de su elección, aunque tuviese algunas contrapartidas como despertar solo en un lecho frío. La soledad le gustaba, más aún la necesitaba. Precisaba espacio vital para ser él mismo. En otros tiempos, recordaba, fue capaz de olvidar todo esto por fundirse con la otra persona. Era más joven e ingenuo, se justificó ante sí mismo, más capaz de abandonarse a sus sentimientos. Sentía un cariño muy especial por Berta, podría haber continuado en aquella posición el resto del día. La noche anterior habían hecho el amor hasta caer extenuados, como si aquella fuese la última noche de sus vidas, había sido fantástico y, sin embargo, no acababa de sentirse bien. Nadia seguía presente como nunca en sus pensamientos. Sus esfuerzos por desterrarla de su mente resultaban vanos e incluso contraproducentes. Tenía la impresión de que una vez más había recurrido a Berta como consuelo de sus propias decepciones amorosas, lo que le hizo sentirse como un canalla. Desde la calle se escuchaban gritos llamando a la movilización. Alertado se incorporó sobre la cama. La mujer a su lado comenzó a desperezarse. Se volvió hacia ella. Berta abrió un ojo 301 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain y sonrió. Le devolvió la sonrisa y se besaron. Tenía la boca reseca pero no le importó, prolongaron el beso dejando sus labios resbalar sobre los del otro. La irrupción de Kryssia en la habitación les interrumpió. La niña se arrojó literalmente sobre el lecho, en medio de ambos, luego besó a su madre. Cromber comenzó a sentirse un poco incómodo, aunque la expresión sonriente de Berta le indicó que aquél era su comportamiento habitual. El titán no estaba acostumbrado a tratar con niños, cuando topaba con alguna de aquellas personas diminutas se sentía desorientado, sin tener claro cómo se suponía tenía que actuar. En el caso de Kryssia se agravaba, pues aunque la conoció siendo muy niña, ya era prácticamente una adolescente, con sus formas femeninas parcialmente desarrolladas y casi la misma altura de su madre. La niña, inquieta, no paraba de moverse. Empezó a saltar sobre la cama. Berta la recriminó, consiguiendo que se bajara. Entonces Kryssia vio las armas y armadura de Cromber y comenzó a jugar con ellas. Al titán no le gustó, especialmente por el titanio de que estaban hechas; aunque su toxicidad sólo resultaba letal para los humanos a partir de un contacto prolongado, de varios días, no quería que se acostumbrase a tocarlas. Le pidió que las dejase, pero lo ignoró. Lo ruegos de su madre se unieron a la petición. No funcionó, parecía estar tan absorta que ni siquiera dio muestras de haberla escuchado. Cromber trató de levantarse y quitárselas él mismo, pero al intentarlo fue consciente de su desnudez y su arraigado pudor arrackio se lo impidió. Sólo le quedó gritar: ―¡Deja eso! ―la potencia de su bramido asustó a la muchacha que soltó la armadura y corrió a refugiarse a una de las esquinas, al lado de Berta. Efectivamente no sabía tratar a los niños, se dijo una vez más a sí mismo. Para arreglarlo trató de ser amable―. Vamos, no ha pasado nada, sólo es que las armas son muy peligrosas y podrías haberte hecho daño. Ahora sal un momento para que pueda vestirme y luego te construiré una espada de madera para que puedas jugar... ―¿Por qué tengo que irme? ―preguntó Kryssia asombrada― ya he visto antes a otros hombres. 302 Capítulo 5. El desfile de la partida ―Vamos Crom, no seas tímido ―intervino su madre encogiéndose de hombros―. Nuestro cuerpo somos nosotros, nunca deberíamos avergonzarnos de él. El titán sabía que Berta tenía razón, su pudor era pueril y hasta estúpido; pero su educación en Arrack, donde hombres y mujeres hacían vidas separadas y el primer cuerpo desnudo del sexo contrario que llegaban a ver según las normas era el de su cónyuge y siempre después de la boda, pesaba como una losa en su inconsciente. Finalmente optó por vestirse rápidamente, sonrojándose ante las risas pícaras de la niña y la complicidad de la madre. Terminó por reírse con ellas de su propia estupidez, mientras abrochaba los cierres de su armadura. Ajustó su cinturón y colgó a Mixtra de su espalda. Se disponía a marcharse, las llamadas a la movilización habían sido constantes y aquello sólo podía significar una cosa: el ejército de Messorgia se disponía a partir hacia el frente. Tendría que incorporarse inmediatamente al campamento de la Hermandad Libre y aún debía cruzar casi todo Finash y los arrabales andando. Antes de despedirse sacó su bolsa, extrajo cinco monedas que apartó y le entregó el resto, treinta mesplets de oro, a Berta, que dejó caer la sabana que ya apenas la cubría. ―No... no puedo aceptarlo ―protestó amablemente la mujer―. Tú no eres un cliente... ―¡Eso espero! ―dijo Cromber sonriendo―. Pero debes aceptarlo, no es un pago, sino una ayuda. Con esto tendréis para vivir las dos durante al menos un año. Así no será preciso que vuelvas mañana a trabajar y podrás pasar más tiempo con tu hija. Creo que lo necesita, que ambas lo necesitáis. ―¡Gracias! Eres un encanto... Pero vuelves a irte ―le reprochó mirándole con sus ojos azules ligeramente humedecidos―. La última vez que fuiste a una batalla tardaste cinco años en regresar. ―Esta vez volveré mucho antes de que hayas podido gastar esas monedas ―se despidió de ella con un apasionado beso. Luego se volvió hacia la pequeña. 303 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Puesto que ahora tenéis dinero espero que no vuelvas a apropiarte de nada ajeno, al menos hasta que yo pueda enseñarte a hacerlo de verdad... ―¿Tú vas a enseñarme? ―preguntó Kryssia escéptica, con una mueca de incredulidad dibujada en su cara. Cromber se desabrochó uno de los cierres de su armadura y extrajo de su interior el muñeco de trapo que ella había ganado el día anterior― ¿Cómo lo has hecho? ―preguntó fascinada. ―Te lo explicaré cuando vuelva, si para entonces no has intentado robarle a nadie. ¿De acuerdo? La niña movió la cabeza afirmativamente. Con un beso en la frente se despidió de ella. Camino de la puerta volvió a abrazarse a la madre. No intercambiaron palabras, tan sólo algo de saliva. Luego marchó. ◙◙◙ De camino al campamento, Cromber descubrió que el “Puente Viejo”, aunque poblado de fiesta como toda la ciudad, estaba menos transitado de lo que esperaba. Cuando alcanzó la “Avenida Real”, después de rodear el Palacio, averiguó por qué: Estaban casi todos allí. Un cordón formado por centenares de guardias, que se extendía a ambos lados de la calle principal, impedía el acceso al centro de la misma. La muchedumbre se agolpaba contra esta barrera humana, profiriendo gritos de júbilo y exaltación. Se aproximó para ver que sucedía, tampoco tenía muchas alternativas, mientras el acceso permaneciera bloqueado no podría regresar junto a sus compañeros de la Hermandad Libre. Un nutrido grupo de soldados del ejército real caminaban en formación por el centro despejado de la avenida. Portaban lanzas y estandartes, los petos y cascos de sus armaduras brillaban relucientes, despidiendo destellos a la luz del mediodía. Las gentes vitoreaban a sus guerreros y arrojaban pétalos de flores a su paso, algunas mujeres declaraban su amor a los aguerridos combatientes. Una de ellas consiguió burlar la barrera de protec304 Capítulo 5. El desfile de la partida ción y se aproximó a su amado. Varios guerreros tuvieron que romper la formación para devolverla al otro lado de los guardias. Detrás de la infantería, desfiló la caballería real en perfecta coordinación, manteniendo sus monturas el mismo paso. Hasta las cotas de malla de sus corceles de Thiras resplandecían con un intenso brillo. Sus uniformes impolutos no presentaban la más mínima arruga, en ellos podía distinguirse un león puesto de pie sobre sus patas traseras, símbolo nacional de Messorgia, bordado con hilo dorado sobre un fondo granate. El titán pensó en lo llenos de júbilo que parecían aquellos soldados y las gentes que los aclamaban, ¿cuántos de ellos regresarían? ¿Sería tan feliz su retorno? Su propia experiencia le dio las respuestas. Los ladridos de un perro, al otro lado de la barrera, interrumpieron sus reflexiones. Algunos equinos próximos comenzaron a inquietarse resoplando intensamente. Uno de ellos llegó a encabritarse y a punto estuvo de derribar a su jinete, sólo su pericia le libró de acabar de bruces en el suelo. Un hombre con un cayado, posiblemente el dueño del animal, se encargó de acallarlo a bastonazos. El chucho emitió algunos quejidos lastimeros y abandonó el lugar. Los miembros de la caballería real involucrados en el percance recuperaron la compostura y siguieron desfilando al ritmo acompasado de sus compañeros. Tras la caballería dejaron un espacio desierto, que aumentó la curiosidad de los espectadores que, en su mayoría, giraron sus cabezas para ver qué les seguía. Vieron un imponente carro de batalla falcado tirado por cuatro caballos, ricamente adornado con motivos dorados. Anclada en uno de sus costados ondeaba un estandarte con los símbolos de Messorgia. En su interior, detrás del auriga, de pie con los brazos cruzados sobre el pecho, iba Ealthor, vistiendo su armadura de gala. Al pasar por las proximidades de Cromber, éste pudo escuchar junto a los vítores habituales, otros mucho menos amables que lo llamaban “bastardo” e “inútil”. Los guardias se volvieron tratando de localizar a los osados que se atrevían a vilipendiar así al general de sus ejércitos, pero cada vez se oía desde un sitio distinto, con una voz diferente, como si se turnasen para pasar desapercibidos entre la multitud. Una muchacha fue algo más imprudente y reiteró sus improperios, cada vez con más fuerza. No fue difícil 305 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain localizarla. Al ver a los soldados avanzando hacia ella echó a correr entre la multitud, pero apenas pudo dar unos pasos, otros guardias le cerraron el paso por detrás, llevándosela detenida entre los aplausos de unos y los abucheos de otros. Detrás del hijo de Gothenor se exhibieron algunas máquinas de guerra, como catapultas, o balistas, arrastradas por mulas y bueyes. Cerrando el desfile iban los músicos en perfecta formación, con Tobras* y tambores, entonando una marcha marcial. Cromber maldijo la parsimonia con que se movían, a este paso, pensó, no llegaría al campamento hasta el atardecer. ◙◙◙ En el campamento de la Hermandad Libre todo estaba listo para partir. Las tiendas habían desaparecido y tan sólo quedaban las marcas que su paso dejó en la superficie de la colina, además del improvisado comedor. Hasta la zona de ejercicios había sido desmantelada. Los carromatos estaban montados y repletos. Los mercenarios y sus acompañantes se habían apresurado en terminar todos los preparativos y aguardaban impacientes, en los carros o junto a sus caballos, a que Martheen diera la orden de partir. Pero su capitán tenía otras preocupaciones en aquellos momentos. ―¿Se sabe algo de Cromber? ―preguntó a Krates, temiendo conocer la respuesta. ―No ha regresado aún ―contestó lastimeramente el cazador―. Tendría que haber estado con él, no debí obedecerle. ―Es muy probable que se quedara en la ciudad con aquella niña y su madre. Simplemente se habrá despertado demasiado tarde para salir antes de que comenzara el desfile ―trató de tranquilizarlo Martheen. ―Tal vez, pero no estoy muy seguro de que el asunto de los asesinos haya concluido. * Instrumento de viento, muy parecido a la trompeta, pero algo más largo y girando en espiral; utilizado por los ejércitos kantherios y creones. 306 Capítulo 5. El desfile de la partida ―Yo tengo el mismo presentimiento, aunque Escoliano haya muerto, las circunstancias de su muerte me hacen sospechar que alguien más poderoso está implicado ―dijo acariciándose el mentón―. Además está esa bruja amónida... No me fío de ella. ―Lo peor es que aún nos falta el motivo. ¿Por qué os atacaron? ―Hay muchos puntos oscuros en todo esto. Los guardias encontraron diez cadáveres, pero yo maté a tres, Zinthya, Glakos y Cromber a dos cada uno, eso suman nueve. ¿Quién liquidó al otro? ―el capitán de la Hermandad Libre mostró gestualmente su abatimiento―. Y encima ese necio de Ealthor nos envía el aviso esta misma madrugada de que hemos de partir. Seguro que los oficiales del ejército real lo sabían ya desde hace días. ―Voy a buscarlo ―anunció Krates montando su caballo. ―¡Espera!, que te acompañen los muchachos ―le pidió. Martheen ordenó entonces a Corban organizar una partida con dieciocho hombres, entre los que se encontraban Chaser, Glakos y, por supuesto, el cazador. Llevaban con ellos a Saribor, por si daban con él. Les dio instrucciones de encontrarlo a toda costa, registrando todo Finash si era preciso. Después entregó a su lugarteniente el itinerario de su ruta prevista, para que pudiesen alcanzarlos. Desde el carromato en que viajaba postrada, convaleciente aún de sus heridas, Nadia hablaba con Argelius, que se había asomado para saber de su estado y despedirse. ―¿Ha llegado ya...? ―preguntó la mujer. ―¿Cromber...? No, en los últimos momentos no. Pero ya han salido a buscarlo ―respondió pacientemente el juglar. ―¡Oh...! Perdona, tú tratando de despedirte y yo preguntándote por un impresentable que sería capaz de llegar tarde a su propio funeral. ―Así es, venía a despedirme, me quedo en Finash. 307 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―¿Seguro que no quieres cambiar de idea? El rancho es aceptable y hasta te dejan repetir. Por no hablar de la maravillosa compañía... ―añadió ella riendo. ―Seguro, las batallas y las emboscadas no son para mí. Ya he tenido demasiados sobresaltos últimamente ―le guiñó el ojo―. ¡Suerte! ―¡Suerte! También para ti ―le devolvió el guiño. Argelius se agacho y la besó. Después volvió a su montura y marchó. ―¡Te echaré de menos! ―gritó ella a sus espaldas. ―¡Yo también! ―respondió volviendo la cabeza. Apenas habían comenzado la marcha, Martheen vio llegar a Corban y los hombres que había enviado en pos de su amigo, éste venía con ellos a lomos de Saribor. Lo habían encontrado de camino antes de llegar a las murallas de la cuidad. El capitán de la Hermandad Libre giró su montura para partir a su encuentro. ―Bienvenido amigo ―le saludó con emoción contenida―. Me alegra saber que sigues en el reino de los vivos. Aunque debería castigarte a realizar alguna tarea penosa, por el mal ejemplo que has dado como oficial de esta compañía con tu retraso, me limitaré a condenarte a compartir con Zinthya y conmigo una botella de vino de Artián, cuando acampemos esta noche. ―Cumpliré honroso el merecido castigo ―respondió el titán entre risas―. Siento las molestias que os haya ocasionado mi retraso. Ese maldito desfile me retuvo en la ciudad... ―Eso nos imaginábamos ―le restó importancia―. Ayer te perdiste un buen espectáculo. Gruzano nos entregó el cadáver de su sicario Escoliano. ―Algo me ha estado contando Krates, mientras veníamos. Pero también me ha dicho que había allí una vieja amónida y cómo sujetaba un medallón con su mano mientras os presentaban al difunto ―en realidad el cazador había sido algo más explícito. Le había indicado que el collar que utilizó la bruja era 308 Capítulo 5. El desfile de la partida idéntico al que llevaba Nadia en el combate de la Senda Real. Omitió esto último para preservar la identidad de la muchacha creona. ―Es posible, desde luego llevaba un feo collar. En ese momento yo miraba al cadáver, no me fijé en qué hacia aquella mujer con sus cosas; pero, ¿qué importancia puede tener eso? ―Toda ―repuso Cromber, con su expresión más seria―. Aquella mujer podría ser una maga psíquica, en cuyo caso nada de lo que visteis es de fiar. Podría tratarse de otro cadáver o ni siquiera haber muerto alguno. Sólo en vuestra imaginación. ―Creo que tendremos una primera charla sobre magos esta misma noche ―comentó Martheen, que había comenzado a palidecer por momentos. Nadia, advertida de la llegada del titán, bajó del carromato a su paso, sosteniéndose sobre un cayado. Cromber al verla detuvo su montura y sonrió. La mirada fría con que la mujer respondió a su sonrisa le advirtió. La acidez de sus palabras se lo confirmó. ―Como dijo el gobernador de Korkhania a sus guardias cuando aparecieron, después de que unos salteadores le robaran y asesinaran a su familia: “Os esperaba un poco antes”. ―Lo siento... ―Crom tenía la sensación de que cada vez que iniciaba una conversación con aquella mujer tenía que comenzar con un “lo siento”, aunque la mitad de las veces no tuviera ni idea de qué se suponía que tenía que disculparse―. Me entretuve resolviendo algunos asuntos pendientes y luego el maldito desfil... ―¿Dónde has estado? ―le preguntó con sequedad. Él la miró sin responder. Martheen ordenó reanudar la marcha y ella se vio obligada a retornar al carromato. 309 CAPÍTULO 6 CAMINO DEL FRENTE L a comitiva de la Hermandad Libre se encontraba acampada junto al río Vigiargh, afluente del Lavare. Habían pasado seis días desde que partieron de Finash. Formaban parte del contingente comandado por el general Vitrosgham. Habían sido elegidos, junto a otros mercenarios, las fuerzas nobiliarias y las guarniciones del Sur, para encabezar la marcha. Los milicianos, formados fundamentalmente por granjeros y ciudadanos leales a Messorgia, armados con lo que habían podido encontrar, los seguían en el centro de la sinuosa serpiente que dibujaban a su paso. Los efectivos de la ayuda extranjera avanzaban en retaguardia. Precisamente, la falta de preparación e infraestructura de la milicia estaba contribuyendo a ralentizar considerablemente la expedición, en algunos casos llegaban a carecer del más mínimo equipamiento y otro tanto sucedía a menudo con su aguante. Aquello obligaba a los demás a realizar frecuentes paradas para esperarlos. Los mercenarios de Martheen utilizaban el tiempo de espera para ejercitarse, preparar el rancho o, simplemente, descansar. Cromber se maravillaba del empeño que ponía Krates en aquellos entrenamientos: Primero fueron los de tiro con arco, nocturno y a caballo, pero ahora también se interesaba por los de lucha cuerpo a cuerpo. El cazador se había comprado una cota de malla, que llevaba debajo de su jubón de cuero, con el dinero que le dio el titán en “El Albino” y un pequeño anticipo que le había entregado la Hermandad Libre. De su cintura llevaba colgando el alfanje de Escoliano y su cuchillo de monte. A su espalda colgaba su arco de precisión, que construyó el mismo algunos años atrás, y un carcaj repleto de flechas. En su montura llevaba otras aljabas de las que asomaban los astiles de sus repuestos, así como el arco compuesto de Hilostar, que Martheen le había entregado. Se había dejado crecer la barba y su aspecto se asemejaba ya al de cualquier otro mercenario que llevase años en la compañía. Se enfrentaban ahora con un grave problema, que amenazaba con retrasar aún más su marcha. Sólo había un viejo Capítulo 6. Camino del frente puente por el que pudiera cruzarse el río. Los carromatos debían de cruzarlo de uno en uno, con mucha precaución, pues su estado de conservación era precario. El puente alternativo más próximo se encontraba a una jornada de camino hacia el Norte. La situación estaba derivando en un sorprendente atasco, que convertía el viaducto en el cuello estrecho de un embudo. El general Vitrosgham se encontraba en la ciudad de Purtaceo, al otro lado del río, reclutando a parte de sus guarniciones y reaprovisionando a sus tropas, ignorante del caos que se estaba originando en el avance de su contingente. El comandante que había dejado al mando en su ausencia, un hombre tal leal como estúpido, fue incapaz de reaccionar. Sus órdenes eran que el ejército cruzase el río por ese puente y eso haría. Martheen, desesperado por tanta incompetencia, se vio obligado a tomar la iniciativa. Decidió construir unas almadías con las que agilizar el paso a la otra orilla. ―¡Zinthya!, ¡Cromber!, ¡Corban! Que vengan todos aquí, vamos a construir una balsas para cruzar ese maldito río ―ordenó su capitán. ―No funcionará Martheen ―advirtió Corban, mientras los miembros de la Hermandad Libre comenzaban a congregarse en torno a su líder―. La corriente es demasiado fuerte en esta zona del río, las balsas no podrán maniobrar, zozobrarán sin remedio y eso nos conducirá a un desastre... ―Ya había pensado en eso. Por eso mismo las ataremos con sogas. De ese modo, no será preciso maniobrar y aguantarán la fuerza de la corriente. Será como caminar sobre un gran puente colgante ―comentó el esposo de Zinthya. Todos dieron muestras de refrendar su plan―. Empezad a talar esos árboles, vamos, tenemos que terminar antes de que anochezca... ―Perdona Martheen... ―interrumpió tímidamente Krates―. Pero la madera de estos árboles es muy sensible a la humedad, sería mucho mejor la de aquellos ―señaló una arboleda junto a una loma próxima. ―De acuerdo, ya habéis oído muchachos, talad en aquella arboleda ―ordenó Martheen, atendiendo a las razones del cazador. 311 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Al ver lo que estaban haciendo, algunos mercenarios de Oflight se unieron para ayudarlos. Más tarde se incorporaron también miembros de los refuerzos nobiliarios. Finalmente una gran cadena humana trabajaba a destajo para tener listas las almadías antes del nuevo día. Gnuba y Nadia permanecieron tumbados, en el interior del carro que los transportaba. Aunque el guerrero mob no era muy amigo de conversar, en los días de forzosa convivencia en el carromato que transportaba a los heridos, habían hablado de muchas cosas, sobre todo de sus aspiraciones, siempre en un lenguaje ambiguo y sin detalles, especialmente en el caso del hombre negro que se expresaba con dificultad en kantherio, pese a llevar ya muchos años en aquellas tierras. La mujer aprendió mucho acerca de las costumbres de los Mobs y la vida en el continente de Galineda, donde aquel pueblo compartía su espacio con los rwarfaigts desde tiempos inmemoriales. También el mercenario aprendió algo, aunque no entendiese una palabra de lo que aquella le contaba sobre las Bitta y la filosofía de Diógenes: Supo entonces que el arte empleado por algunas personas para complicarse la vida carecía en apariencia de límites. ―Debo te mía vida ―le dijo Gnuba una vez más en su peculiar kantherio―. Lealtad eterna jurar yo a tú. ―Vale, vale acepto, si con eso consigo que dejes de repetirlo, me debes la vida ¿Contento? ―replicó Nadia―. Oye, eso... ¿no significará que vayas a seguirme luego a todas partes? ―añadió alarmada. ―Mi hará lo que querer tú ―aclaró como pudo el hombre de color, girándose hacia ella―. Ser muy buena mujer ―No, no soy buena, sólo un poco estúpida ―corrigió la mujer, girándose para el otro lado, no quería que su interlocutor viese sus ojos humedecidos. Se reprochaba su comportamiento con Cromber cuando partieron de Finash. ¿Por qué lo había hecho? ¿Acaso estaba celosa? Qué tontería, celosa ella... Era como si una fuerza interior le obligara permanentemente a buscar un camino para distanciarse rápidamente de él, cada vez que sus sentimientos hacia él afloraban y se hacían más evidentes. Tal vez temía que pudiera advertirlo y esa era su forma patética de 312 Capítulo 6. Camino del frente disfrazarlo. ¿Se protegía de él o se estaba protegiendo de sí misma? ◙◙◙ El contingente dirigido por Vitrosgham se encontraba a cuatro días de Ramassa. Estaba atardeciendo. Las fuerzas que iban en cabeza habían terminado de establecer el campamento en los llanos señalados por el general. Como cada día, esperaban a sus unidades más rezagadas. Martheen y Cromber paseaban por los aledaños del recinto. ―Vuelve a contarme lo de los magos ―le pidió su capitán. ―¿Sigues obsesionado con eso? ―su sonrisa era casi burlona. ―No tiene gracia. ¿Te ríes de la muerte? ―Tú y yo no hemos dejado de reírnos de ella. En cada batalla, en cada esquina. No pienses que ahora será diferente. La magia lo hace todo más complicado, pero no mejor ni peor, sigue siendo el mismo juego al que hemos jugado siempre: matar o morir. ―Quizá tengas razón y me estoy obsesionando demasiado. Tal vez sea que la vida de casado y las responsabilidades me han vuelto más prudente. ―La prudencia no acostumbra a ser mala consejera. Yo aún no sé qué hago aquí. ―¿Cobrando un mesplet de oro diario? Ya lo creo que sabes por qué estás aquí ―añadió sonriendo. ―No, hablo en serio ―repuso el titán―. Desde el principio he tenido la sensación de que una extraña fuerza me guiaba a enfrentarme a esta Deiblad como la llaman, a esta absurda guerra santa de Rankor. Si yo creyese como los arcanos que todos tenemos un destino, pensaría que éste es el mío. 313 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―¿Lo ves? Tú mismo reconoces su misterio. Nos enfrentamos a algo nuevo y desconocido, es normal que quiera saber a qué atenerme si tropezamos con ellos... ―se justificó Martheen. ―Sí, lo entiendo; pero no sé qué más puedo contarte, ya te he dicho lo que sabía ―aunque se había enfrentado a magos con anterioridad, sus conocimientos sobre los poderes de la magia iban más allá de su propia experiencia, gracias a las enseñanzas de su mentor Arlius―. Existen cuatro tipos de magia, que dan lugar a otros tantos tipos de magos, más los archimagos que dominan todas las disciplinas. La magia psíquica es capaz de controlar las mentes de sus víctimas o crear alucinaciones mortales. La magia física puede crear escudos invisibles que protejan al mago o la zona que éste decida, hacer volar a objetos, golpear a distancia o atrapar a alguien con cadenas invisibles. La magia lumínica domina los rayos y haces de luz, su efecto es letal, son capaces de atravesar cualquier armadura salvo que esté hecha de titanio. La magia térmica domina el calor y el frío, puede congelarte convirtiéndote en una estatua de hielo o abrasarte con una bola de fuego. Cualquiera de las manifestaciones de la magia precisa de un artilugio especial que la activa y la voz del mago pronunciando las frases rituales. Para neutralizarla basta con hacerlo callar o privarle de su “juguete”. ―Eso es muy fácil decirlo, pero ¿cómo silencias a un mago o le quitas sus utensilios? ¿Pidiéndoselo amablemente? ―añadió su capitán con sorna. ―¿Qué tal con una flecha en el corazón? ―ironizó Cromber―. O un hachazo en la cabeza, o amputándole la mano. Tienes que perder ese temor reverencial por la magia o la harás más peligrosa de lo que ya es. ―Luego…, admites que puede resultar peligrosa. ―¡Desde luego que lo es!... Pero aún lo es más si se la teme. ―¡Mira a esas! ―Martheen señaló hacia Nadia y Zinthya que estaban entrenando duramente―. Se pasan el día juntas. Si se tratara de un hombre comenzaría a ponerme celoso. 314 Capítulo 6. Camino del frente La muchacha creona se había restablecido completamente de sus heridas, unos días antes que Gnuba, quien aún precisaba de bastones para andar. La campeona de Milarisa vestía ahora su armadura de titanio, cuyas piezas se adaptaban perfectamente a las formas de su anatomía, como si hubiese sido hecha expresamente para ella. La cubría completamente, desde la ingle hasta el cuello, sin resquicios aparentes. Una falda de cuero, abierta y con flecos, completaba su atuendo junto con unas botas altas ―hasta las rodillas― también de cuero y con hebillas. Dos espadas cortas, del mismo metal que su armadura, colgaban de su espalda en forma de aspa. Enganchadas a su cinturón llevaba sus varitas y el Simtar. No mostraba distintivo alguno, aunque su medallón y brazaletes eran perfectamente visibles. Cromber la veía de mucho mejor humor desde que la mujer decidió abrir su macuto y ponerse lo que llevaba en su interior. Quizá la aliviaba encontrarse libre de disimulos, poder mostrarse tal cual era, aunque sólo él y Krates, en toda la compañía, supieran con certeza de sus poderes. Lo cierto era, que en los últimos cinco días parecía inmersa en una sonrisa permanente, todo lo encontraba agradable y ella misma estaba encantadora. Durante esos días tan sólo habían compartido tareas rutinarias, como comer, montar o desmontar el campamento, contemplar el paisaje a su paso... Pero de todas ellas había disfrutado teniéndola a su lado. No parecía la muchacha impertinente y gruñona que conocía y se alegraba de ello. Pensando en las preguntas de Martheen tuvo una idea. ―Vamos con ellas ―se dirigieron junto a las mujeres―. Hay alguien que podrá explicarte todo esto mejor que yo. Y, quién sabe, hasta podría aprender algo nuevo. Al verles aproximarse interrumpieron su entrenamiento. Estaban sudorosas y acaloradas por el ejercicio. Zinthya saludó al titán y besó a su esposo. Nadia se limitó a sonreírles. Luego todos trataron de hablar a la vez, interrumpiéndose unos a otros. Callaron y rompieron a reír. Una vez aclarados los turnos de palabra, escucharon lo que Cromber quería contarles. 315 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Lo que voy a deciros requiere vuestra más absoluta discreción. Ni siquiera los “muchachos” deben saberlo ―mostró su semblante más serio. ―Sabes que puedes confiar en nosotros Crom ―afirmó la guerrera pelirroja. ―Claro ―asintió Martheen. ―En mi también puedes confiar ―se pronunció la mujer creona. ―Tú sabes mejor que yo lo que quiero decirles sobre la magia y los magos ―añadió el titán en alusión a Nadia. ―¡Ah! ¿Sí...? ―respondió la sorprendida mujer con la mejor de sus sonrisas. ―¿Nadia...? ―entonó interrogativamente, pidiéndola permiso para desvelar su secreto. ―Bien... ―asintió la campeona―. ¿Queréis saber lo que es la magia? ¡Esto es magia! Nadia sujetó su medallón mientras pronunciaba las palabras rituales. De repente Zinthya vio como su esposo se convertía en un terrible rwarfaigt y lo mismo se encontró éste, sólo que a la inversa. Cromber observaba divertido la proyección de lo que cada uno creía ver. Ambos cónyuges desenfundaron sus armas dispuestos a atacarse. La muchacha creona hizo desaparecer las ilusiones antes de que se hicieran daño. Martheen y su mujer se observaron atónitos con las armas en la mano. ―¿Qué demonios eres? ―profirió Martheen, volviéndose hacia la mujer de cabellos dorados. ―Es una campeona ―explicó el titán, viendo que aquello no parecía decirles mucho aclaró―. Tiene los poderes de una archimaga. Recordad que habéis prometido no decir nada de esto. ―Me imaginaba algo así ―advirtió Zinthya para mayor sorpresa de su marido. 316 Capítulo 6. Camino del frente ―Estaba en mitad de mi primera lección ―les reprendió Nadia―. Si ya habéis terminado de catalogarme, me gustaría continuar, no me encuentro cómoda como animal de feria. ―Sí, perdona, continua... ―le pidió Martheen―. Sólo estábamos asombrados. ―Lo que habéis visto es una demostración de magia psíquica. Parece impresionante ¿verdad? Pero también tiene sus limitaciones, saberlas puede ser la clave de la supervivencia ―los demás la miraban con atención―. La magia psíquica es una proyección de la imaginación del mago. Si éste es mucho más inteligente que su víctima podrá controlar su mente, pero difícilmente la de un grupo, a menos que se trate de descerebrados, como los rwarfaigts que encontramos en la Senda Real... ―¿Y las ilusiones? ― quiso saber Zinthya. ―No, en el caso de las ilusiones, su poder es menos limitado. Un solo mago será capaz de engañar a un grupo entero, aunque la eficacia de su poder disminuirá en proporción al tamaño del grupo. En este caso debéis tener en cuenta, que su poder es fundamentalmente visual, aunque las alucinaciones se pueden también oír, tocar e, incluso oler. Si os tapáis los ojos podréis superar en buena medida sus efectos. Las ilusiones en cuanto a tales sólo existen en vuestra imaginación y por tanto no tienen una capacidad directa para dañar. Pero si las creéis reales serán tan reales como la hierba que pisamos y acabareis auto lesionándoos o matando a vuestro compañero. Si las ignoráis no podrán haceros daño, pero habréis de tener en cuenta que también es posible que una ilusión esté, en realidad, encubriendo un peligro real. Normalmente si esto sucede, el motivo de la ilusión suele ser inofensivo, en cuyo caso lo mejor es alejarse cuando haya alguna sospecha... Martheen y Zinthya se enzarzaron en una encendida discusión sobre cómo serían capaces de distinguir una réplica ilusoria de su pareja. La mujer creía que no podrían engañarla. Él disintió. Nadia aprovechó la distracción para pronunciar el ritual que activaba sus brazaletes. Su capitán sintió de pronto que una fuerza extraña le sujetaba las manos. Se resistió y poco a poco consiguió separarlas. Cuando se sintió completamente libre una 317 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain daga salió del cinturón de su mujer y volaba hacia él. Se arrojó ágilmente a un lado. No fue necesario, el puñal se había quedado suspendido en el aire y cayó pesadamente al suelo. Recogió la daga y todos volvieron la vista hacia la mujer creona. ―Segunda lección ―dijo sonriente, ante el ceño fruncido de Martheen―. Lo que acabáis de ver es magia física. Con ella el mago proyecta su propia fuerza física. Y ésta es precisamente su primera limitación, un mago no podrá proyectar una fuerza superior a la sus capacidades físicas de ese momento; es decir, no podrá empujar por ejemplo con más fuerza que si lo hiciese con sus propias manos. Pero no os engañéis, el hecho de que proyecte su fuerza no significa que quede débil, lo que proyecta es más bien un duplicado de su fuerza, que no afecta a sus capacidades físicas actuales ―vio como Martheen ponía una extraña mueca―. Espera, no te agobies, ahora te explico: Su fuerza física es la que tenga en cada momento, como nos sucede a cualquiera de nosotros, cada vez que usa la magia física se cansa un poco más, del mismo modo en que lo haría si golpeara con sus propias manos, en esa medida su fuerza disminuye, pero no más. ―¿Y lo que has hecho antes con el cuchillo? ―preguntó Zinthya. ―Sí, esa no es más que una de las posibles aplicaciones de la magia física: mover objetos. Pero hay otras, como golpear o sujetar a alguien o crear un escudo invisible. En el caso del escudo es especialmente útil contra proyectiles y flechas, contra cosas que tu propia fuerza podría parar; contra espadas o hachas manejadas por una mano es más dudosa su eficacia, pues es muy probable que tu fuerza tan sólo ralentice el golpe, no lo pare, salvo que realmente seas más fuerte que tu agresor. Si tropezáis con algún escudo de este tipo bastará con que insistáis en vuestro ataque para atravesarlo. ―Esto es fantástico ―comentó la mujer de Martheen. ―Hasta yo me estoy quedando asombrado ―añadió Cromber. ―Gracias chicos, aunque me siento intranquila al contar esto, es como si estuviera traicionando a alguien ―manifestó 318 Capítulo 6. Camino del frente Nadia con algunos rasgos de preocupación dibujados en el rostro. Hasta el momento se la había visto disfrutar narrando los entresijos de la magia―. Las lecciones tercera y cuarta deberán de ser teóricas, pues me temo que llamaríamos demasiado la atención con una demostración práctica. ―Creo que estamos de acuerdo ―anunció el titán, mirando hacia sus amigos. ―Esta pequeña varita cónica que llevo aquí ―señaló la varita de su cinturón―, es lo que emplean los magos lumínicos para lanzar rayos. Contra la creencia común, no se consumen con la energía de quien las emplea, sino que están precargadas para funcionar un número limitado de veces. Si os encontráis frente a frente a un mago de este tipo no confiéis en que vaya a agotársele, rara vez ocurrirá. Su única limitación es que sólo puede efectuar una descarga por vez y que requiere algo de tiempo, unos momentos, entre descarga y descarga. Recordad que no sirve de nada cubrirse tras de escudos o armaduras a menos que éstos sean de titanio. La mejor manera de evitarlos es actuar como si estuviéramos ante un ballestero, mirando la orientación de su arma y sobre todo a sus ojos, para esquivarlo cuando dispare. ―Y... ¿decías que no debíamos preocuparnos? ―le reprochó Martheen a Cromber―. ¿A qué deberíamos esperar para preocuparnos? ¿A que vuelvan los mismísimos dioses? ―Se me olvidaba deciros que los magos lumínicos pueden utilizar la varita de una segunda forma: Expandiendo un haz ancho de luz, que no es letal, pero deja momentáneamente ciegos a cuantos miraban para él ―añadió la campeona. ―Ya sólo queda que nos hables de la magia térmica ―enunció el titán. ―Sí, funciona de manera muy semejante a la lumínica. En lugar de la varita se utiliza un pequeño tridente como éste ―señaló la varita con forma de tridente de su cinturón―, y es capaz de producir bolas de fuego o viento helado. A diferencia del rayo, una bola de fuego o el viento helado no pueden esquivarse fácilmente, pero podremos protegernos detrás de cualquier parapeto, preferiblemente de roca o metal. También... 319 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―¡Viene alguien...! ―advirtió Zinthya. Todos se volvieron en silencio. Era Glakos que avanzaba corriendo hacia ellos. ―¡Han atacado a los barcos! ―anunció exaltado el mercenario hamersab. ―¿Cómo? ¿Ya están tan al Sur? ―preguntó Martheen alarmado. ―No, han sido los amónidas ―se explicó recobrando la respiración―. Parece ser que les tendieron una emboscada. Aprovecharon un momento en que viajaban tres buques de carga consecutivos. Desde la orilla estiraron unas cuerdas que cruzaban el río, bloqueando su paso y su retirada. Entonces miles de esos diablos del Sur atacaron a los barcos con flechas incendiarias. Por suerte uno de los buques transportaba a caballería real que repelió el ataque. Dos galeras de guerra que iban delante retrocedieron aprovechando la corriente para hacer frente al ataque. ―¿Cuál ha sido el resultado? ―preguntó Cromber. ―Un buque de carga con pertrechos ha sido destruido y una de las galeras embarrancó. Los amónidas se han dispersado. Vitrosgham opina que se trata de un hecho fortuito, al parecer se veían amenazados por nuestra presencia militar. ―¿Cómo sabes todo eso? ―preguntó su capitán. ―Ha llegado un mensajero de Ramassa. El general Ealthor ya acampa allí esperándonos. Me lo ha contado uno de los hombres de Oflight. ◙◙◙ Treinta y tres días después de su partida de Finash, el contingente de Vitrosgham llegaba a las proximidades de la ciudad de Ramassa. Acamparon en las inmediaciones. El general Ealthor llevaba varios días esperándolos, mientras sus hombres terminaban de preparar las barcazas para remontar el río Morrist con los suministros. A diferencia del Lavare, este importante 320 Capítulo 6. Camino del frente afluente no permitía la navegación a embarcaciones de gran calado. Desde el campamento de la Hermandad Libre pudieron ver las tiendas con los distintivos de Darlem no muy lejos de allí. Habían viajado en el mismo contingente, sólo que unos en vanguardia y otros en retaguardia. Por eso no se habían visto antes. Cromber, Nadia y Krates pidieron permiso a Martheen para ir a saludar a sus antiguos compañeros de travesía. Les costó un poco dar con la XIII compañía de caballería ligera de Darlem, entre la selva de tiendas dispersas sin orden aparente. Allí saludaron al comandante Palius y otros conocidos, con quienes compartieron unas jarras de cerveza negra de Tuinas. Después se encontraron con el sargento Linthein y Hulter. ―Pero... ¿vosotros no ibais a quedaros en Finash? ―preguntó Linthein. ―¿Queríais esta guerra para vosotros solitos? ―bromeó Cromber. ―Creo que hay suficientes perros hamersab para todos ―siguió la broma Hulter―. Bueno, si la señora tiene a bien dejarnos algunos ―añadió mirando a Nadia. Se hizo el silencio, por un momento todos temieron la reacción de la mujer. ―Me lo pensaré ―respondió la campeona. Su semblante era serio, luego emitió un esbozo de sonrisa y todos rieron aliviados. ―Caramba Krates, si llevas el atuendo de un auténtico guerrero, hasta pareces uno de esos mercenarios ―continuó Hulter mirándolo. ―Es que somos mercenarios ―repuso al cazador seriamente. Los darlemnos echaron a reír, pero al ver que nadie les secundaba se dieron cuenta de que iba en serio. ―¡Caramba! No lo sabíamos ―se disculpó Linthein por los dos―. ¿Con quién estáis? ¿O vais por vuestra cuenta? ―Con la Hermandad Libre ―respondió el titán. ―No los conozco ―comentó el sargento. Su compañero negó también con la cabeza. 321 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Creo que nunca han trabajado en Darlem ―justificó Cromber. ―Así que ya no eres cazador ―manifestó Hulter refiriéndose a Krates, en un intento por romper el hielo provocado por su condición de mercenarios. Resultaba obvio que especialmente a Linthein no le gustaban los que alquilaban su espada. ―Ahora “cazo” seguidores de Rankor ―confirmó burlonamente el aludido. Todos volvieron la vista hacia las puertas de la ciudad, perfectamente visibles desde la loma en que se encontraban. Acababan de abrirse de par en par para dejar paso a los hombres que estaban desfilando por sus calles, cuyos ecos aún resonaban. Eran los legendarios caballeros de Ramassa, una orden ancestral de reconocido prestigio en Messorgia. Sus corazas plateadas brillaban con las últimas luces del día y las antorchas que portaban sus seguidores. Llevaban sus lanzas en alto y los escudos inclinados sobre el pecho. Montaban corceles de Thiras. Las espadas estaban enfundadas en sus vainas y una ballesta colgaba junto a la silla de cada uno de ellos. Lo más característico de sus atuendos eran sus cascos: alados como los de argámeda, pero con unas alas más diminutas y plateadas como el resto del casco, terminados en una gran punta de lanza. Al frente de los caballeros de Ramassa iba el propio Conde Kolisther. Lo acompañaba su hijo, de apenas diecinueve inviernos, Miriathos. Su estampa era regia y amable. La calurosa despedida evidenciaba que gozaba de las simpatías de las gentes del lugar. En total sumaban dos mil jinetes, sin contar el operativo auxiliar, dos quintos de su total de efectivos. Constituían la aportación del Conde de Ramassa a la causa común contra la invasión hamersab. Tras los caballeros de Ramassa, una multitud alegre y exaltada se dirigió a los campamentos. Llevaban flores, comida, vino y otros regalos para los valientes guerreros que iban a salvarles del peligro que se cernía sobre sus hogares. Cromber había visto ya ese tipo de recibimiento en otras localidades por las que habían pasado, pero no dejaba de ser una grata sorpresa a la que no estaba muy habituado. Se veía claramente que las gentes no 322 Capítulo 6. Camino del frente vivían aquella guerra como un mero conflicto fronterizo. Por primera vez en generaciones tenían miedo, miedo a perder sus vidas, sus haciendas, su cultura, a manos de un siniestro enemigo del que sólo sabían lo que rumores terribles habían difundido. ◙◙◙ Una nave voladora surcaba los cielos del Goblio. En las pasadas guerras las llamaron Drekaim, que significaba “la que cabalga a las nubes” en lengua creona. Muy semejante a una embarcación marítima, carecía de velamen. Sus mástiles la unían a tres estructuras, con forma de gigantescos melones alargados, hechas de tela y más grandes que el propio casco del navío. Distribuidas en la parte superior con distintos ángulos, todo parecía indicar que en ellas radicaba su capacidad para cabalgar entre las nubes a una considerable distancia de suelo. Debajo de la quilla podía verse una barra transversal que sostenía a dos Grai-Ar atados a la misma. Caballeros sagrados, a lomos de sus monturas, volaban a su alrededor, describiendo extrañas formas circulares al hacerlo. A sus pies caminaban los contingentes del ejército hamersab. Podían verse elefantes, camelleros, miles de jinetes a caballo, otro número aún mayor avanzando a pie, centenares de carromatos, máquinas de guerra, fuerzas azunzei sin sus uniformes a causa del intenso calor. Por todas partes se veían operarios y sirvientes organizando y comunicando la marcha. Desde las alturas eran como una gran alfombra viva, en movimiento, que abarcaba hasta donde llegaba la vista, se mirase en la dirección que se mirase. A bordo de la Drekaim, Thurgam-Bei, general en jefe de los ejércitos de Rankor, salió de su bañera de cuatro cuerpos, situada en una de las esquinas de su amplísimo camarote. Dos hermosas mujeres de etnia azunzei se apresuraron a cubrirlo con toallas. Sus largos cabellos y abundante barba rubios estaban ahora aplastados, escullando agua. Sus ojos negros y almendrados enfocaban fijamente al frente sin mirar a ninguna parte. Era extraordinariamente alto y corpulento, con abundante vello por 323 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain todo su cuerpo. También debía de estar bien dotado a juzgar por la glotonería con que las mujeres observaban su entrepierna antes de extender sus toallas. Mientras terminaban de vestirlo, sus pensamientos se regocijaban con su poder. Había conquistado al orgulloso imperio azunzei en menos de un año. Su incomparable genio militar unido a las bendiciones del poder de Rankor, hacían invencibles a sus ejércitos. Los orgullosos kantherios habrían de rendirse a esta evidencia, porque nada lo detendría. Él era, junto con su hermano pequeño, el último de los titanes, una especie virtualmente extinguida por la confabulación genocida de los dioses. Había llegado la hora de la venganza, él resarciría a los de su estirpe, castigando a las falsas divinidades por los crímenes cometidos contra los suyos. No importaba si para ello debía conquistar todos los reinos donde aún se les daba culto, e instaurar la adoración a Rankor, el único y verdadero dios. Los dioses debían desaparecer y él sería su brazo ejecutor. Él, el primero de una nueva generación de titanes que gobernarían el mundo, el primogénito de Rankor. Sus meditaciones se interrumpieron, alguien llamaba a su puerta. Entró Burgaf, un hombre rechoncho y con amplias papadas, que vestía ricas sedas y llevaba un enjoyado turbante sobre su cabeza, uno de sus consejeros. A su lado se situó uno de los hombres de su guardia personal, un campeón de Rankor, de tez y cabellos blancos como la nieve, singularmente alto y delgado, pertenecía a la etnia de los mofraks, comúnmente denominados “albinos”, oriunda de las islas Zamberi, al Sureste del Gran Continente. No solía vérselos fuera de su tierra, por eso para muchas gentes su existencia era fruto de antiguas leyendas narradas al calor de las hogueras. Su imponente aspecto, acentuado por lo extremo de sus rasgos, solían conferir temor entre quienes tropezaban con ellos. Tal vez por esa razón todos los campeones de Rankor pertenecían a esa etnia. El consejero habló: ―¡Oh... poderoso señor! Luz de Rankor entre las tinieblas. Azote de infieles. Señor del mundo... ―se arrodilló. El campeón permaneció de pie con los brazos cruzados sobre su pecho. 324 Capítulo 6. Camino del frente ―Sí, sí, sí... ¡habla de una vez! ―le urgió su señor. ―Han llegado dos despachos urgentes de tus generales de campo. Uno con un mensaje de nuestros espías acerca de los ejércitos kantherios ―le entregó un pergamino enrollado―. Al parecer la alianza de los reinos del Norte ha concentrado una flota cerca de Barnade, dicen que son miles de barcos. Nunca se había visto nada igual en aquellas aguas. ―No importa, esos cascarones de nuez no son rival para nuestras modernas galeras artilladas. Miles de gacelas no pueden asustar a una manada de leones ―desenrolló la misiva y la miró con atención. ―También dicen que el ejército de Messorgia ha partido a nuestro encuentro. Se han organizado en tres contingentes, uno avanza por el Norte y dos por el Sur... ―¡Estupendo!, ya estaba temiendo que no nos organizaran un comité de bienvenida. ¿Quién los dirige? ―preguntó Thurgam-Bei. ―No lo sé ―contestó Burgaf apesadumbrado, mientras comenzaba a sudar en abundancia―. Debe estar en los informes. Yo sólo conozco el resumen que me ha hecho el emisario. ―Sí... aquí está ―exploró los documentos―. ¿Ealthor? ¿No es ese el nombre de uno de sus reyes legendarios? ―Debe tratarse del hijo ilegítimo del Rey Gothenor. También comandó la fracasada expedición de los kantherios por recuperar Tiransa de manos de los amónidas, si no recuerdo mal... ―¿Un idiota refinado? ¿Eso es lo que me envían? Esperaba a un rival más digno de mi genio. Merecen ser destruidos sólo por esto... ¿Qué era ese otro asunto? ―Ah... sí, poderoso señor, nuestras avanzadillas han llegado ya junto al Fuerte Goblio, la primera posición defensiva de los kantherios. Los generales esperan tus órdenes. ―¡Bien! ―apretó sus manos con un gesto de satisfacción―. Enviad un mensajero inmediatamente con mis instrucciones: Quiero que sigan adelante e ignoren esa fortificación. Ya 325 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain se ocuparán de ella nuestras fuerzas de asalto cuando lleguen hasta allí. Deben avanzar por territorio enemigo y sembrar tanto desconcierto y terror como sean capaces. Evitando cualquier confrontación directa con los ejércitos kantherios. ¿Queda claro? ―Como un día despejado, señor ―asintió sumisamente su consejero―. Fuera hay unos guardias que han subido a bordo al espía de los falsos dioses, ¿los hago pasar? ―Por supuesto, y vete de una vez. Utiliza a uno de los caballeros sagrados como mensajero, quiero que mis órdenes se cumplan de inmediato. El consejero abandonó el camarote arrastrando sus pies. Por la misma puerta entraron dos nuevos campeones, con los distintivos de la guardia personal de Thurgam-Bei; como el otro, también eran “albinos”. Vestían armaduras de titanio con los emblemas de Rankor, un cuadrado inscrito en el interior de una circunferencia. Arrastraban consigo a un hombre encadenado en lamentable estado. A una señal de su señor lo incorporaron. El prisionero parecía bastante joven, moreno de cabellos y piel, su larga barba estaba cubierta de sangre reseca. Su nariz de aspecto aguileño y sus labios aún sangraban. Sus ropas, hechas jirones, estaban llenas de manchas ocres y granates. ―¿Cómo te llamas? ―preguntó Thurgam-Bei al detenido, mientras con su mano derecha lo sostenía de sus cabellos. Parecía que fuera a contestarle, pero su interlocutor apenas acertó a escupir un poco de sangre. ―Geroldán ―testificó uno de los campeones que lo sostenía―. Eso dijo cuando lo interrogamos... ―Muy bien Geroldán, ahora vas a contestarme a algunas preguntas: ¿A quién sirves? ―con el terror escrito en sus ojos, el prisionero negó una y otra vez con la cabeza. Luego su vista quedó fija en los brazaletes, con pequeñas figuras incrustadas con forma de yunque, que llevaba puestos el líder de sus captores. Los había visto con anterioridad, pero solamente a los dioses cuando vestían sus armaduras de guerra―. Es inútil que te resistas. Yo ya sé que sirves a Magrud. Sí, no te asombres. La deducción es muy sencilla. Eres un sanador de los falsos dioses. ¿Quién podría haberte mandado? ¿Bulfas? No lo creo, maté a su 326 Capítulo 6. Camino del frente espía hace dos días en este mismo camarote. ¡Cómo chillaba el condenado! Casi me deja sordo. Así pues ¿qué me queda? Magrud. Ahora veremos si aguantas más que ese estúpido espía de Bulfas. No resistió nuestra tortura, a los tres días va y se nos muere y sólo le habíamos hecho unos centenares de cortecitos por todo el cuerpo, cortado los genitales, arrancado los ojos... Aún estábamos empezando a divertirnos... ―¿Qué quieres saber? ―balbuceó Geroldán de modo casi inaudible, entre vómitos de sangre. ―¿Información? ¿Eso crees que quiero? Me decepcionas, tengo toda la información que necesito, sé mucho más de lo que tú o tu patético señor llegareis nunca a sospechar. No, lo que quiero es que te unas a nosotros, que abandones a tus falsos dioses y obedezcas la voluntad de tu único dios: Rankor ―hizo una pequeña pausa―. Tienes dos opciones: abrazar nuestra causa o morir, tú eliges, pero hazlo ya porque tu tiempo se está acabando... ◙◙◙ Los mercenarios de la Hermandad Libre avanzaban por los parajes de tierra seca de la región de Philitros, bajo un calor de verano abrasador, que los había inducido a quitarse sus armaduras. Hacía sesenta y un días que partieron de Finash y aún les faltaban al menos ocho más para llegar al lugar de reunión ―cuya ubicación exacta aún desconocían―, junto a la pequeña aldea de Polacen. El viaje desde Ramassa había sufrido algunos contratiempos, si ahora el calor hacía la travesía poco menos que insoportable, días atrás habían sido las lluvias torrenciales. Lo peor fue que provocaron la crecida del río Morrist, varías barcazas se perdieron y otras tuvieron que ser remolcadas desde tierra para evitar que naufragaran. Conforme se adentraban en Philitros el paisaje fue haciéndose más desolador. Columnas de refugiados, en su mayoría mujeres, niños y ancianos, que huían de la guerra con todo lo que han podido llevar consigo, contaban historias de granjas abandonadas o incendiadas, aldeas arrasadas, familias asesinadas 327 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain y pueblos saqueados. Los salteadores hamersab actuaban de un modo completamente aleatorio, sin orden ni patrón, sobre objetivos elegidos al azar sobre la marcha. Sus daños directos habían sido escasos, pero sí habían conseguido sembrar el pánico entre las gentes del lugar. Las deserciones en la milicia, que en los comienzos de la marcha habían sido anecdóticas, implicaban ya a dos de cada diez milicianos. Estos datos no alarmaron al Ealthor, pues entre los desplazados solían encontrarse quienes quisieran ocupar su lugar en la milicia, suficientes para cubrir o minimizar aquellas bajas. Uno de los grupos de refugiados con quienes se cruzaron, se acercó a los mercenarios suplicándoles, con lágrimas en los ojos, algo de comida. Entre ellos había ancianos, una mujer embarazada con un bebe en sus brazos y algunos niños. Martheen volvió su montura hacia ellos para decirles que no tenían nada para darles, cuando sus ojos se abrieron de par en par de la sorpresa. Nadia, que viajaba en uno de los carromatos de suministros, estaba entregándoles dos sacos y un barril de sus propias provisiones. El capitán espoleó su caballo para encararse raudo con la mujer creona. ―¡Maldita estúpida! ¿Qué haces? ¿Tienes la más remota idea de lo que has hecho? ―voceó Martheen furioso. Ni siquiera el recuerdo de que estaba ante una campeona a la que tal vez no convenía enojar suavizó sus ánimos―. No tenías ningún derecho a entregarles nuestras provisiones. ―Yo... tenían hambre... ―Nadia ignoraba a qué obedecía ese enfado, no entendía qué crimen podría haber cometido, había mucha más comida en los carromatos. Buscaba con la mirada a Cromber, tratando de encontrar apoyo o consuelo, pero el titán se limitó a mirarla con frialdad, sin abrir la boca; se enfrentaba a un dilema: comprendía lo que ella había hecho y por qué lo había hecho, pero también sabía que su capitán tenía razón. Fue Zinthya quien acudió en su auxilio. ―¡Ya basta! ―gritó la guerrera pelirroja―. Nadia no tiene la culpa de nada. No merece que la tratemos así. Ha cometido un error, está claro, pero lo único que ha hecho ha sido actuar como todos querríamos hacerlo, nosotros sabemos que no 328 Capítulo 6. Camino del frente podemos y por eso no lo hacemos, ella, simplemente, no lo sabía... ―Pero, ¿qué es lo que he hecho mal? ―preguntó, casi suplicando la mujer creona―. Sólo era un poco de comida. Tenemos muchísima más en los carromatos... ―Ese ha sido tu error, mi querida amiga ―le explicó Zinthya, mientras Martheen mantenía el ceño fruncido―. Aunque pueda parecerte que entregar esa comida era un pequeño sacrificio por aliviar la hambruna de unas pobres gentes, es un gesto que te honra, pero en realidad esto no va a acabar aquí. Tu acción atraerá a otros en sus mismas condiciones y así sucesivamente. Esas provisiones son vitales, no sólo para nuestra supervivencia, pues no sabemos cuándo podremos volver a abastecernos, sino también para la suya. Somos su única esperanza de poder recuperar sus hogares y tal vez su vida. Varios grupos de refugiados que habían sido testigos de la generosidad de Nadia, se aproximaron hacia ella y los carromatos. El capitán de la Hermandad Libre les informó de que no había más comida y se despidió de ellos deseándoles suerte en su viaje. No parecieron contentarse con su versión, comenzaron a exigir comida a gritos y de un modo cada vez más violento. Algunos de ellos asaltaron el carromato del que Nadia había extraído las provisiones y se pusieron a coger por su cuenta los sacos y barriles que encontraron. Martheen perdió la paciencia. Ordenó a los suyos cargar contra los ladrones y recuperar los suministros robados. Los mercenarios redujeron con facilidad a los asaltantes, recuperando la mercancía, aunque se vieron obligados a recurrir a la violencia para conseguirlo. De pronto, los refugiados comenzaron a correr colina abajo, se había corrido un rumor entre ellos. Al parecer los caballeros de Ramassa estaban compartiendo sus provisiones con los más hambrientos. Cuando Martheen dio la orden de cargar contra los refugiados, Cromber no se sumó a ellos. Se sintió incapaz de hacerlo. Pensando en la gran batalla que se avecinaba, comenzaba a dudar de si realmente sería capaz de empuñar las armas. Frente a él no habría feroces rwarfaigts, ni asesinos emboscados. 329 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Posiblemente muchos ni siquiera serían fervientes seguidores de Rankor. Solamente soldados que obedecían ciegamente las órdenes de su emperador, cuyo único crimen sería el de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Quizá algunos de ellos hasta fueran antiguos camaradas de cuando vivió entre los hamersab. Pensó en cuan absurda y estúpida podía llegar a resultar la guerra, se preguntó entonces de qué otra manera se podrían detener afanes expansionistas como el de Rankor y su imaginación se vio superada por la dolorosa realidad: No encontró otra vía. 330 CAPÍTULO 7 ESCARAMUZA EN PHILITROS S esenta y nueve días después de su partida de Finash, los contingentes del Sur, guiados por Ealthor, llegaron al punto de encuentro. Acamparon en las proximidades de la aldea de Polacen, esperando a las tropas del Norte, que aparecieron un día más tarde. Su general, Patheck, relató cómo en los últimos días de su trayecto habían sido hostigados por pequeños grupos de caballería ligera hamersab, que atacaban sus flancos y retaguardia, ensañándose especialmente con su línea de suministros. Descansaron un día más, luego el general Ealthor ordenó marchar hacia fuerte Goblio. El ejercito messorgio al completo, bajo su mando, inició una travesía que, según sus propias previsiones, habría de durar veintiséis días, en pleno período estival y con unas temperaturas dignas de la mejor fundición. El agua comenzó a racionarse y las cubas se precintaron para impedir su evaporación. Las tropas avanzaban sin sus armaduras puestas. Entre los milicianos muchos caminaban con el torso al descubierto, incluso se aventuraron a hacerlo algunas mujeres. Se dieron casos de insolaciones y parte del ganado, que transportaban como aporte de suministros, murió deshidratado. Pronto los oficiales aprendieron a temer más al calor que al propio ejército hamersab. Doce días después de partir de Polacen. El general Ealthor viajaba en el interior de una carroza, custodiada por la caballería real. Frente a él se sentaban los generales Vitrosgham y Patheck. El cochero detuvo el vehículo, su escolta también frenó su marcha. Un mensajero se aproximaba al galope desde las líneas exteriores. Soldados de la caballería real le interceptaron el paso. Uno de ellos se dirigió a la carroza del general para informarle. Ealthor ordenó que lo llevaran a su presencia. Desarmado y registrado a fondo por miembros de las fuerzas reales, el emisario accedió al primer peldaño de la carroza en la que viajaba el alto mando. La puerta del compartimento estaba abierta y por ella asomaba la cabeza del hijo de Gothenor. La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―¿Qué sucede? ―Preguntó Ealthor con voz grave y tono altivo. ―Señor ―respondió el mensajero sudoroso―, los hamersab están hostigando nuestro flanco derecho, sobre todo a los pertrechos y maquinaria de guerra. Atacan y desaparecen, se mueven velozmente en estos terrenos. Ya hemos sufrido tres ataques en lo que va de día, pero cada vez contra objetivos diferentes y siempre consiguen escapar antes de que podamos reaccionar... ―La próxima vez habrán de recibir un severo escarmiento ―protestó el general con visible enojo―. ¿Cuántos eran? ―Contamos unos setecientos, señor. ―Dad la orden, quiero que el Conde Kolisther envíe a quinientos de sus caballeros en persecución de esos infames ―el escriba sentado a su lado comenzó a redactar―. Que lo acompañen los mercenarios de ese insolente, ese Martheen, ¿cómo se llaman...? ―La Hermandad Libre ―respondió Vitrosgham. ―Sí, esos... Quiero que vayan también, si ese Martheen conoce las tácticas hamersab tan bien como alardea tal vez los sea de alguna utilidad ―Ealthor no ocultó su desprecio por los mercenarios, ni por el Conde de Ramassa, a los que encomendaba la misión. Si fracasaban quizá se habría librado de dos estorbos, si tenían éxito el mérito sería suyo por haberlos enviado. Su rencor contra el Conde era mayor del que pudiera sentir por el capitán de los mercenarios. No sólo odiaba su popularidad y el prestigio de los suyos. Si su padre moría sin nombrarlo oficialmente su heredero, Kolisther, que era sobrino de Miriathos IV, antiguo Rey de Messorgia y predecesor de Gothenor, podría aspirar legítimamente al trono. Y eso era algo que no estaba dispuesto a consentir. Cuando el escriba hubo terminado de redactar las ordenes, Ealthor estampó su sello sobre la cera que lacraba las misivas. El emisario, que aún esperaba a los pies del carromato, recuperó sus armas y partió raudo con sus nuevas instrucciones. 332 Capítulo 7. Escaramuza en Philitros ―Perdón señor ―comentó Vitrosgham, cuando el mensajero ya había partido―. Pero casi todas esas fuerzas que enviáis en persecución de los hamersab son de caballería pesada. Y según los manuales de tácticas... ―¿Acaso estás insinuando que no sé lo que hago? ―los ojos de Ealthor ardían de furia. ―Nada más lejos ―trató de disculparse Vitrosgham―. Tan sólo pensaba que es una maniobra arriesgada. ―Sin riesgo no hay valor ―enunció, con una mueca de sonrisa en los labios―. ¿No dijo algo así un filósofo? No recuerdo bien su nombre... pero es igual. Si fracasan perderemos a un chacal y un traidor. No derramaré lágrimas por ellos. ◙◙◙ Cuando Martheen recibió las órdenes de Ealthor, no pudo creer lo que leyeron sus ojos, pese a estar escrito en correcto kantherio. Su mano crispada arrugó la misiva en un gesto impulsivo. El sudor que cubría su rostro no se debía simplemente al calor infernal que estaban soportando. A gritos hizo llamar a sus oficiales, al tiempo que ordenaba la movilización general de los suyos. Esperó a que estuvieran todos reunidos para contárselo, sin abandonar su estado de indignación. El hijo bastardo de Gothenor estaba ordenándoles que se suicidaran. Conocía bien las tácticas de los hamersab, sus brigadas de caballería ligera, como las que estaban hostigando a su flanco, eran rápidas y ágiles, compuestas por jinetes sin armadura ni pesados pertrechos, que manejaban arcos cortos y largos, según atacasen desde sus monturas o a pie. Perseguirlas con tropas equipadas con armamento y protecciones pesadas, en las que hasta los caballos llevaban cota de malla, era como sujetar una espada con la punta hacia arriba en el suelo y arrojarse sobre ella. Con tanto peso, especialmente bajo el calor reinante, no podrían darles alcance, mientras que sus monturas y ellos mismos se agotarían rápidamente. Después los hamersab sólo tendrían que atacarlos insistentemente a distancia hasta aniquilarlos por completo. 333 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Hemos recibido órdenes de “su excelencia” ―comenzó a relatar su capitán―. Quiere que junto a los caballeros de Ramassa persigamos a los hamersab que están hostigando el flanco derecho ―se escuchó un murmullo de desaprobación―. Sí, hasta los milicianos deben saber que la caballería pesada nunca jamás puede partir en persecución de fuerzas de caballería ligera; pero esas son las órdenes y nos pagan para cumplirlas. ―No pueden ordenarnos que nos suicidemos ―protestó Corban, que estaba afilando su enorme hacha de doble hoja. ―No tendremos ninguna posibilidad ―meditó Zinthya en voz alta. ―Tal vez la astucia pueda salvarnos ―el rostro de Martheen comenzó a esbozar una pequeña sonrisa. Acababa de ocurrírsele algo―. Podríamos hacer algo parecido a lo de Zumorash. ¿Qué te parece Crom? ―Podría funcionar ―afirmó el titán levantando la vista mientras pensaba en ello. ―¿Qué es eso de Zumorash? ―preguntó Corban. ―Zumorash es uno de los oasis del Goblio. Cuando Cromber y yo trabajábamos para los hamersab, libramos una batalla junto a él, contra los nómadas zuarnios hostiles al emperador Solimán ―explicó su capitán―. Los nómadas se movían con mucha agilidad por el desierto y después de cada ataque suyo era casi imposible capturarlos, por eso ideamos una estratagema: Dividimos nuestras fuerzas en dos, y así mientras unos simulaban perseguirlos los otros se alejaban dando un rodeo, de modo que los perseguidores iban encaminándolos al encuentro de sus compañeros. Finalmente los cercamos entre los dos grupos en las proximidades del oasis, dando buena cuenta de ellos. ¿Te acuerdas Gnuba? ―añadió al ver al mercenario de color entre los que lo escuchaban. ―Del plan mucho no, pero de la paliza que darles nosotros sí ―contestó el interpelado. Era el único de los mercenarios, junto con el titán, que trabajó a las órdenes de Martheen cuando éste servía al Imperio Hamersab. 334 Capítulo 7. Escaramuza en Philitros ―Eso puede estar bien, pero ¿cómo vamos a convencer a los caballeros de Ramassa? ―objetó Corban―. Tienen fama de ser obcecadamente nobles, no creo que se presten a cercar a sus enemigos mediante el engaño... ―No será necesario. De hecho cuento con ello ―repuso Martheen―. Puesto que hemos de dividir en dos nuestras fuerzas, ellos serán los que los persigan, eso es lo que indican las órdenes de Ealthor y eso será lo que hagan. Nosotros nos encarguemos de cercarlos. ―Aún así será preciso que coordinemos nuestras acciones. ¿Cómo si no van a empujarlos a nuestro encuentro? ―Intervino Zinthya. ―Aquí es donde interviene nuestro amigo Cromber ―el titán lo miró intrigado al oírle pronunciar su nombre―. Puesto que él conoce tan bien como yo lo que hicimos en Zumorash, acompañará a los caballeros de Ramassa, contándoles nuestro plan y asegurándose de que les cierren cualquier salida hacia el Norte. Con eso será suficiente, si los hamersab no avanzan hacia el Norte, podremos calcular la zona aproximada en que los caballos de los caballeros quedarán agotados, si no me equivoco ese será el momento en que sus perseguidos aprovecharán para atacarles impunemente. Distraídos como estarán sólo tendrán que aguantar el tiempo suficiente para que nosotros podamos cercarlos... ―Parece fácil ―comentó Corban―. Pero en realidad es un acto desesperado, que podría salir muy mal. ¿Qué pasará si toman otra dirección? ¿Si no calculamos bien la zona en que se agotarán sus monturas? ¿O si los caballeros deciden descansar antes? ―Tienes razón ―replicó Martheen―. Pero de esta manera al menos tendremos una oportunidad. Momentos después, una febril actividad se apoderó de la comitiva de la Hermandad Libre. Todos prepararon sus pertrechos y volvieron a ponerse sus armaduras, que se habían quitado días atrás para combatir el asfixiante calor. Por indicación expresa de su capitán se cubrieron por encima con capas y jubones. Algunos protestaron, ya era suficiente el calor que iban a sufrir 335 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain con sus armaduras puestas como para ponerse más ropa por encima. Cromber y Gnuba reforzaron las órdenes de Martheen al advertirles que así es como se luchaba en el desierto e iban a aproximarse a él. Estaban a una jornada del Goblio hacia el Este. El titán explicó a los más escépticos que de ese modo no sólo preservarían su propia humedad, algo vital cuando se soportan elevadas temperaturas, sino que también impedirían que la luz directa sobrecalentase el metal de sus armaduras. Cromber se despidió de sus compañeros, marchaba a encontrarse con los quinientos caballeros de Ramassa destacados para la misión. Krates lo acompañaba, así se lo había pedido a Martheen. Nadia también lo había solicitado, pero Zinthya le rogó que se quedara, le dijo que la necesitaban para custodiar, junto a Chaser, sus carromatos, provisiones y reservas; pero sobre todo para proteger a sus familias, en el caso de que todo fuese mal y tuviesen que salir huyendo. La campeona se debatió entre su instinto de seguir al titán, para protegerlo y cumplir su misión se dijo a sí misma, y la responsabilidad que le confiaba su mejor amiga. Incapaz de decidirse dejó que los demás lo hicieran por ella: Se quedaría. ◙◙◙ Explicarles el plan a los caballeros de Ramassa no fue tarea fácil. Aceptaron la presencia de Cromber y Krates entre sus filas porque así lo exigían las normas de la cortesía. Pero los miraban con extrañeza, a sus ojos eran unos bárbaros, que además no debían de estar muy bien de la cabeza, pues iban abrigados con sus capas con el fuerte calor que estaban padeciendo. Tras las pertinentes presentaciones preguntaron por su comandante. Los llevaron ante él, Miriathos, hijo del Conde Kolisther. La juventud de sus rasgos no les pasó desapercibida. Bajo su casco alado rematado en punta, distintivo de los caballeros de Ramassa, podían adivinarse unos cabellos morenos muy cortos, acabados en unas largas patillas. La pelusilla en el bigote 336 Capítulo 7. Escaramuza en Philitros delataba su edad, su nariz pequeña y mandíbula recta su origen familiar, y unos ojos oscuros y brillantes su afán de aventura. ―¡En nombre de Bulfas! ―exclamó el joven noble al encararse con los dos mercenarios― ¿Tenéis frío? ¿Cómo es que vais tan abrigados con este calor insoportable? ―No, no lo entendéis, este calor nos gusta tan poco como a vosotros, pero es necesario... ―Cromber les relató lo mismo que antes había explicado a los mercenarios de la Hermandad Libre. Pero entre aquellos hombres, que lo tomaban por un loco bárbaro, sus palabras carecían de la misma autoridad y nadie le hizo caso. ―Y bien... ¿por qué no están vuestros compañeros aquí? ¿Qué es eso que me han dicho que queréis proponernos? ―preguntó Miriathos intrigado. ―De eso precisamente quería hablaros... ―el titán comentó la estratagema que querían utilizar con los hamersab y su precedente en Zumorash―. Vosotros sólo tendréis que hacer lo que Ealthor os ha ordenado, seguir a los hamersab cuando nos ataquen. Lo único que os pedimos es que os situéis lo más al Norte posible del flanco derecho, para durante la persecución forzarles a tomar dirección Este o Sureste. Cuando vean la oportunidad se pararán a hostigarnos, ese será el momento en que mis compañeros los envolverán. ―No suena muy honorable ―comentó el hijo del Conde de Ramassa. ―Morir agotado o acribillado tampoco lo es ―replicó Cromber―. ¿Podríais decirme en cuantas batallas habéis participado? ―¿Reales? ―preguntó. ―No, con juguetes de madera ―se burló―. Pues claro que reales... ―Ninguna ―reconoció Miriathos―. Ésta será la primera... ruborizándose el joven ―Lo suponía ―murmuró el mercenario. 337 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Pero he sido preparado durante toda mi vida para ese momento ―la minada del noble se tornó severa―. No consiento que se burlen de mi inexperiencia, y menos quien confunde estrategias con ardides. ―¿Hará lo que le pedimos? ―preguntó casi suplicando. ―Sí, no estoy de acuerdo con vuestras tácticas, pero estamos en el mismo bando, y, cómo no veo en qué nos puede perjudicar situarnos al Norte, lo haremos ―ordenó a sus quinientos caballeros de Ramassa dirigirse hacia el Norte, hacia la cabecera del flanco derecho―. Pero antes decidme, tengo curiosidad, cuando utilizasteis esa estratagema con los hamersab... ¿también dirigíais caballería pesada? ―No ―tuvo que admitir Cromber―, ningún general hamersab sería tan estúpido como para enviar caballería pesada en persecución de caballería ligera. ―Ya me lo parecía a mi ―comentó el hijo de Conde esbozando una sonrisa, algunos de sus caballeros también rieron. Sus modales no les permitían ser más explícitos, pero no sentían simpatía alguna por su general Ealthor. ◙◙◙ No tardó en producirse el ataque, a poca distancia hacia el Sur de donde estaban esperándolos los caballeros de Ramassa. Los hamersab vestían ropas blancas que les cubrían todo el cuerpo, sobre sus cabezas llevaban turbantes del mismo color. Desde sus monturas, sus arcos cortos escupieron flechas incendiarias. En esta ocasión su objetivo había sido la infantería del condado de Girthara. Era lo que habían estado esperando, salieron inmediatamente en su persecución espoleando sus monturas para conseguir mayor velocidad. Más al Sur acertaron a ver a los mercenarios de la Hermandad Libre que también se abandonaban el flanco, aunque algo más despacio; pero, en lugar de avanzar hacia sus enemigos, iban en dirección contraria, hacia el Sur. La maniobra dejó perplejo a Miriathos. 338 Capítulo 7. Escaramuza en Philitros ―¿Tus compañeros son unos cobardes? ―protestó indignado―. ¿Por qué huyen en dirección opuesta al enemigo? ―No están huyendo ―trató de aclararle Cromber que cabalgaba a dos monturas de él―. Forma parte de la estratagema de la que antes hablamos. Necesitan alejarse de la vista de los hamersab para poder después envolverlos. Soplaba un viento fuerte del Este, procedente del desierto, que en lugar de aliviar el calor contribuyó a hacerlo aún más insoportable. Por más que intentasen forzar a sus monturas, las vestimentas blancas de los hamersab seguían apareciendo en la lejanía del horizonte, siempre a la misma distancia inalcanzable. Con la intensa luminosidad del mediodía reflejada en sus armaduras, los caballeros de Ramassa comenzaron a sentir el efecto “horno” producido por el calentamiento del metal. El sudor llegaba a nublar su vista, el calor los hacía avanzar como zombis y sólo su férrea disciplina les mantenía en su puesto. Al comenzar el atardecer, el calor siguió persistiendo en su intensidad, pero el rastro de los hamersab desapareció del terreno. Las huellas de setecientos caballos avanzando ordenadamente, marcadas en un terreno de tierra quebrada, se cortaba abruptamente en una determinada zona. Era como si se los hubiese tragado la tierra. Krates olió el aire, que aún seguía viniendo de su dirección. ―Están por ahí ―señaló un poco hacia el Sureste―. Las huellas han sido borradas a propósito, seguramente arrastrando algunas ramas con sus monturas de cola. Quieren despistarnos, no hay duda; pero el olor de setecientos caballos y sus jinetes no puede camuflarse tan fácilmente, sobre todo si avanzan con el viento en su contra ―añadió. Cromber instó a Miriathos a escuchar al cazador. No teniendo una opción mejor, el líder de los caballeros de Ramassa decidió seguir la ruta propuesta por Krates. Pronto encontraron nuevas evidencias que demostraron que seguían tras sus pasos. Borrar las huellas de tantos jinetes era una tarea difícil, prácticamente imposible si quienes les seguían contaban con un rastreador de su talla. 339 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Comenzaba a anochecer. Se encontraban a punto de penetrar en el Goblio, hacia donde habían huido los hamersab. Sus monturas estaban agotadas, uno de los corceles reventó y varios más presentaban síntomas de fatiga alarmantes. Miriathos ordenó a sus hombres desmontar e improvisar un campamento al raso, la mitad de ellos descansaría, sobre unas mantas o en el duro suelo, mientras la otra mitad vigilaba. Krates encontró huellas recientes en las proximidades, provenían de dos grupos distintos que después marchaban juntos. ―Parece que nuestros “amigos” han encontrado compañía ―comentó el cazador. ―¿Tenéis miedo? Esos harapientos jinetes no son rival para mis caballeros de Ramassa ―replicó Miriathos. ―Para vos todo es una cuestión de valor. ¿No? ―contestó aparentemente ofendido Cromber― Mi amigo sólo estaba advirtiéndonos de que nuestros enemigos han recibido refuerzos y ahora podrían ser muchos más. No dudo de las cualidades legendarias que se atribuyen a vuestros caballeros, pero haríais bien en no subestimar a esos “harapientos” hamersab, como los llamáis. Máxime cuando estáis emplazando vuestro campamento en las lindes del desierto, a merced de cualquier ataque que provenga de él. ―Parecéis tener mucha simpatía por esos hamersab, a los que servisteis. Diríase que los admiráis, ¿por qué habría de confiar en vuestros consejos? ―Sólo los respeto ―las dudas del noble lo ofendían pero procuró parecer calmado para no generar mayores resentimientos―, algo que si sobrevivís averiguareis que debe hacerse con todo enemigo, por insignificante que parezca. Y en cuanto a mis consejos, sois libre de hacer lo que os plazca con ellos, no esperaba que hicieseis caso a un “mercenario” ―remarcó la expresión consciente de la valoración peyorativa que tenía entre las fuerzas regulares―, tan sólo apelaba a vuestro buen juicio. ―Y... sólo por curiosidad. ¿Dónde se supone que deberíamos acampar según vuestra dilatada sabiduría? ―preguntó con sorna. 340 Capítulo 7. Escaramuza en Philitros ―Aquél grupo de dunas sería un buen lugar ―contestó señalando a las inmediaciones del desierto e ignorando el tono de la pregunta. ―¿En medio de la arena del desierto? Por un momento llegué a creer que sabíais de lo que hablabais. Cualquier libro de tácticas desaconseja la arena del desierto como campo de batalla, la inestabilidad del terreno dificulta la maniobrabilidad de las tropas... ―Veo que seguís pensando en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo. No creo que nuestros enemigos tengan eso en mente ―ironizó el titán. ―Agradezco vuestro consejo, pero si no os importa prefiero guiarme por la sabiduría de los ilustres generales que escribieron los tratados de estrategia. Acamparemos aquí ―Miriathos se esforzó por no ser descortés, había algo en aquellos mercenarios que a pesar de todo le inspiraba confianza, aunque sus prejuicios fueron más fuertes―. Vosotros podéis acampar entre aquellas dunas si lo deseáis. ―Veo que vuestros hombres se están quitando las armaduras para descansar ―comentó observando a su alrededor. ―Sí, pero sólo los que no están de guardia, nos hemos cocido con ellas. Aquí si debo daros la razón, vosotros no parecéis tan sofocados con vuestras capas. ¿Creéis que los alcanzaremos? ―No ―su respuesta fue tajante―. Serán ellos quienes nos alcancen a nosotros y pronto. Saben que nuestras monturas están agotadas, debe ser el momento que han estado esperando toda la tarde. Por eso no creo que sea buena idea que vuestros caballeros se despojen de sus armaduras, por incomodo que pueda resultar. ―No sólo nuestras monturas están agotadas, también mis hombres, no puedo obligarles a permanecer con sus armaduras; si somos atacados se las pondrán. Los que están de guardia podrán contenerlos mientras tanto... ―¿De verdad seguís pensando que el enemigo anunciará su visita? ―una sonrisa irónica se dibujó en el rostro del 341 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain titán. Tiró de las riendas de Saribor y se dirigió a las dunas, Krates iba con él. ◙◙◙ Cromber se encontraba sentado en la cumbre de una duna, junto a su amigo el cazador. Observaba el cielo estrellado del desierto. El viento había cesado y sólo corría una leve brisa del Norte. A su espalda las hogueras y antorchas del campamento iluminaban la noche. Krates extrajo un polvo azulado de una pequeña bolsita, lo depositó sobre su mano derecha y comenzó a frotar con él su preciado arco. ―¿Crees realmente que nos atacarán? ―preguntó a su amigo. ―Estoy casi seguro de ello ―respondió el titán sin apartar su mirada de las estrellas. ―Empiezo a sentirme impaciente ―comentó mientras tensaba las cuerdas de su arma. ―Si Martheen y nuestros compañeros no aparecen a tiempo, quizá te arrepientas de tanta impaciencia ―giró la vista hacia su interlocutor. No era habitual verle tan hablador. ―Esa niña que encontramos en Finash, Kryssia se llamaba ¿no? ¿Es tu hija? ―Indagó cambiando de tema. ―No, su madre es una vieja amiga ―su rostro reflejó la extrañeza que le había producido la pregunta. ―¿Y Nadia? ―añadió con aparente despreocupación. ―¿Nadia? ―devolvió la pregunta, encogiéndose de hombros. ―¿Qué es ella? ―se explicó su interlocutor. ―Una amiga... ―respondió como si aquello fuera lo más obvio del mundo―. Tú mismo estuviste en la plaza de Girthara, ya sabes cómo están las cosas. 342 Capítulo 7. Escaramuza en Philitros ―Lo único que sé, es que desde entonces no sois vosotros mismos. Os evitáis como si os avergonzarais de lo que sentís el uno por el otro ―el cazador dejó a un lado su arco y volvió su vista a los ojos de Cromber. Manteniendo fija la mirada. ―No sé de qué me hablas. Últimamente hemos pasado bastante tiempo juntos ―el titán comenzaba a sentirse ante un absurdo tribunal―. Tú lo sabes. ―¿Le has dicho ya que la amas? ―Krates atajó directo. Cromber dio un respingo. ―¿Qué? ―elevó el tono de su voz, olvidando la peligrosa situación en que se encontraban―. ¿Por qué piensas que estoy enamorado de ella? ―¿Por qué el búho canta de noche? Quizá ni siquiera él lo sabe ―manifestó enigmático, bajando el tono de la conversación a poco más que un susurro. ―¿Esa es una respuesta...? ¿Acaso crees que podría estar enamorado sin saberlo? Eso no va conmigo. Hace tiempo que dejé de ser un muchacho enamoradizo... ―en realidad no estaba seguro de sus sentimientos por la mujer creona, pero le incomodaba hablar con otros del tema, aunque se tratase de uno de sus mejores amigos. ―Vale, no he dicho nada ―se retractó, ante la evidente desazón de su amigo. ―Quizá deberíamos hablar de Blarena ―propuso el titán con la sonrisa marcada en los labios. ―¿De quién? ―inquirió el cazador un tanto azorado. ―No te hagas el despistado. Esa arquera de Argámeda con la que has estado entrenando estos... No llegó a terminar la frase. El sonido de un millar de flechas silbó en la oscuridad. El eco de los gritos de dolor y confusión llegó del acantonamiento de los caballeros de Ramassa. Se daban ordenes mutuamente, gritaban los nombres de los heridos o desaparecidos y corrían de un lado para otro bus- 343 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain cando sus ballestas y armaduras, pero sobre todo buscando al enemigo invisible que seguía ensañándose con ellos. ―Krates, ¿dónde están? No veo nada... ―preguntó Cromber incorporándose desde su posición. Las flechas que alcanzaban el campamento parecían provenir de distintas direcciones. ―El viento está en contra nuestro ―enunció el cazador mientras negaba con la cabeza. Se concentró unos momentos, luego distinguió relinchos en la lejanía― Están allí y allí ―afirmó con rotundidad señalando al Este y al Sur. ―¡Están cercándolos! Hemos de avisarles antes de que esos necios se dejen matar ―concluyó el titán. Se acercó a lo alto de la duna y desde allí les gritó a los caballeros de Ramassa, a riesgo de descubrir su posición a los asaltantes―. Por aquí, venid... Varias saetas salieron volando hacia el lugar desde el que hablaba, sus rápidos reflejos le permitieron echarse al suelo antes de que lo alcanzaran. Habían sido los propios caballeros, que confundidos disparaban en todas direcciones donde creían ver un hamersab. En un nuevo intento Cromber se identificó e instó a Miriathos a dirigirse hacia las dunas. En esta ocasión el líder de los caballeros de Ramassa, que daba vueltas en círculo, casi paralizado por la indecisión, no dudó en obedecer las recomendaciones del mercenario. Ordenó a sus hombres que cogieran sus pertrechos y monturas y los llevaran hacia aquellas dunas. Los hamersab no aflojaron su presión. Varias andanadas de proyectiles los acompañaron en su trayecto. La luz de las hogueras y la de las propias antorchas que portaban se reflejaba en sus piezas metálicas, convirtiéndolos en un blanco fácil. Sólo la excelente calidad de sus armaduras, unida a la excesiva prudencia de sus asaltantes, que les hacía atacar desde mucha distancia, minimizaron sus bajas, que fueron algo más elevadas entre sus caballos. Pese a que estos tenían una ligera cota de malla como protección, la mayoría no la llevaba puesta, se las habían quitado, al igual que las sillas de montar, para que pudieran reponerse más rápidamente de su cansancio. 344 Capítulo 7. Escaramuza en Philitros Cromber se horrorizó al ver como algunos de aquellos caballeros ascendían por la ladera de las dunas portando antorchas encendidas en sus manos. ―¡Miriathos! ―gritó―. Ordena a tus hombres que apaguen esas antorchas. Estamos ofreciendo un blanco luminoso. ―Pero, así no podrán ver... ―comenzó a objetar, pero se interrumpió, había aprendido a confiar en el juicio del titán. Ordenó a sus hombres apagar las antorchas y éstos lo hicieron sin rechistar. ―¿Cómo pueden tirar desde tan lejos con sus arcos cortos? ―se preguntó en voz alta Krates. ―Las brigadas ligeras de los hamersab suelen estar equipadas también con arcos largos. Seguramente han desmontado y están usándolos ―trató de responderle Cromber. Los caballeros de Ramassa se distribuyeron en el interior de las dunas en perfectas formaciones. Llevaban sus ballestas armadas y listas. Los hamersab se vieron obligados a lanzar flechas incendiarias, para poder localizar las posiciones de los kantherios. Los proyectiles llevaban atadas pequeñas bolas de paja, que los arqueros prendían antes de soltarlas. Al ser encendidas, las flechas y antorchas pusieron al descubierto su propia localización y composición. El titán calculó que serían aproximadamente el doble de los que perseguían. La situación no amedrentó a los messorgios, que habían despertado del agotamiento, como si sólo fuera un mal sueño, con todos sus sentidos alerta. Dispararon sus ballestas sobre las siluetas enemigas que vislumbraban en el horizonte, a la luz de las teas encendidas, pero ninguna saeta alcanzó el blanco, estaban demasiado lejos para el corto alcance de sus armas. No sucedió lo mismo al contrario, los arcos largos de los seguidores de Rankor demostraron una vez más que eran capaces de sembrar una lluvia de muerte entre sus adversarios. En esta ocasión no había hogueras ni antorchas encendidas, sólo los rescoldos de sus flechas incendiarias, que los caballeros se apresuraban en apagar cuando caían cerca. Al estar, además, resguardados tras las dunas, resultaba difícil evaluar los daños causados, salvo por algún grito ocasional. Estaban tirando a 345 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ciegas, aunque sus proyectiles iluminasen la noche, su utilidad se restringía a delatar posiciones genéricas o movimientos. Tampoco les preocupaba, las leyes de la probabilidad estaban de su parte. Si continuaban hostigándolos de esa manera, era sólo cuestión de tiempo que las flechas alcanzasen sus objetivos. Cuando se terminasen sus proyectiles podrían rematar a los supervivientes cargando contra ellos. Krates sonrió ante la ingenuidad de aquellos ballesteros, que seguían desperdiciando munición en un vano intento por alcanzar a sus enemigos. La ballesta era un arma magnifica, pero en distancias cortas y trayectorias de tiro rectas. Su posición exigía un arma capaz de tiro parabólico. Lo intentó con su arco de cazador, pero falló. Aunque había llegado bastante más lejos que las saetas de los caballeros, sus adversarios eran muy prudentes y estaban fuera de tiro. Entonces pensó en el potente arco compuesto que Martheen le había regalado. Había pertenecido, según le dijo, a Hilostar, el famoso arquero con el que lo comparaban. Halagado por el obsequio no se atrevió a rechazarlo, aunque para su gusto era demasiado grande y pesado; por eso lo llevaba como arco de repuesto, aunque nunca creyó que llegaría a utilizarlo. Bajó corriendo por el interior de las dunas. En la zona central habían agrupado a las monturas y en la suya había dejado aquel arco. Los proyectiles silbaron a su alrededor. Un caballero que se cruzaba con él cayó fulminado a la arena, pese a la poca luz pudo ver que una flecha le había atravesado la cara. Al llegar junto a los caballos no podía encontrar al suyo. Poco después lo descubrió tendido en el suelo con tres astiles ensangrentados asomando de su cuerpo, dos en la grupa y un tercero en el lomo. Con su cuchillo acabó con el sufrimiento del animal agonizante. Cogió el arco de Hilostar y un nuevo carcaj. Corrió hacia la cima de una de las dunas, donde estaba el titán. Miriathos estaba junto a él, un hilo de sangre discurría por su frente, uno de los proyectiles le había pasado rozando. Otro había alcanzado a Cromber en la espalda, pero rebotó contra su armadura, aunque agujereó su capa. Junto a ellos estaban varios caballeros, uno de ellos herido en una pierna. Sus compa- 346 Capítulo 7. Escaramuza en Philitros ñeros estaban intentando extraerle la flecha para vendarle la herida. Acompañado por el titán que lo cubría con su escudo, Krates se asomó al borde superior de la duna. La intensidad de los proyectiles era tremenda en esa zona, ya que casi todos los que buscaban el interior de las dunas desde el Sur habían de pasar cerca de allí. En poco tiempo dos astiles se partieron contra el escudo de Cromber. El cazador tensó el arco, lo recorrió con suavidad con las yemas de sus dedos, trataba de familiarizarse con él. Tomó una flecha de una de sus aljabas, apuntó y disparó. Falló, pero la luz de las antorchas de los hamersab le permitió descubrir la trayectoria del proyectil, debía corregir un poco la posición para aumentar la parábola. Volvió a disparar, la silueta de un arquero enemigo se derrumbó en la arena. Emitió un rugido de júbilo, que fue aplaudido por alguno de los caballeros. Lo intentó de nuevo y otro seguidor de Rankor cayó. Miriathos se aproximó hacia ellos. La situación era tan frustrante, que el saber que aún podían causarles algún daño, aunque fuese mínimo, era todo un alivio. ―¿No se suponía que tus amigos iban a emboscarlos? ¿A qué esperan? ―le apremió el joven noble. ―Me temo que no vendrán ―se lamentó el titán apesadumbrado―. Ya hace rato que deberían de haber aparecido, quizá no calcularon bien el lugar o tal vez hayan tenido algún encuentro. ―¿Qué podemos hacer? En este agujero acabarán por matarnos a todos ―acababa de escucharse el lamento de otro caballero alcanzado por las flechas―. ¿Es que nunca va a acabárseles la munición? Si al menos tuvieran la valentía de pelear cara a cara, podríamos luchar por nuestras vidas y morir con honor... ―No hay nada honorable en morir ―le advirtió Cromber―. Pero acabas de darme una idea. Diles a tus hombres que griten de vez en cuando, sobre todo si ven caer alguna flecha cerca de ellos. Tal vez eso les haga creer que nos han causado muchas más bajas y se decidan a atacar cuerpo a cuerpo. Escucha, es muy importante que se estén muy quietos, también las 347 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain monturas, y que los gritos vayan disminuyendo gradualmente hasta que no escuchen ninguno. Sólo entonces se atreverán a venir. ―De acuerdo, así lo haremos, pero ¿y una vez que vengan? Deben superarnos en más de cuatro a uno y mis hombres no se encuentran en sus mejores condiciones... ―preguntó Miriathos, queriendo saber que otros planes tenía el titán. ―Entonces, improvisaremos... En el peor de los casos tendrás tu oportunidad de morir con honor... Se corrió la voz entre los caballeros de Ramassa y las órdenes de su líder se cumplieron a rajatabla. Inmovilizaron a sus monturas, manteniéndolas próximas a ellos para que se calmaran. Comenzaron a simular gritos de dolor y de angustia. En lo alto de una de las dunas Krates contaba ya dieciséis hamersab abatidos. El recuerdo de su mujer y sus hijos, descuartizados por los rwarfaigts, acompañaba a cada uno de sus mortales proyectiles. Había agotado las flechas de su carcaj. Se agachó para recuperar el otro que había traído consigo. Al volver a incorporarse, sus ansias por apuntar de nuevo traicionaron su natural prudencia, se asomó fuera de la protección que le brindaba el escudo del titán. Una flecha fortuita le alcanzó en el pecho. El astil se partió y su cota de malla aguantó el impacto, gracias sobre todo a la lejanía del tirador hamersab, causante de que el proyectil no tuviera demasiada fuerza, pero sí la suficiente para abollarla un poco hacia dentro, produciéndole una pequeña herida en el pecho, que lo dejó momentáneamente indispuesto. Miles de flechas sembraban el interior de las dunas, apenas podía recorrerse espacio alguno en que no se encontrasen astiles hamersab sumergidos en la arena, en algunos de ellos aún podían observarse rescoldos de paja ardiendo. Los caballeros de Ramassa habían cumplido fielmente las instrucciones, durante un tiempo habían estado gritando periódicamente con cada descarga de proyectiles, paulatinamente habían disminuido sus alaridos hasta dejar que estos desaparecieran, salvo los gritos lastimeros de los heridos, que no eran muy frecuentes dada la capacidad de sacrificio de los caballeros. De vez en cuando, al ser alcanzado alguno más de los suyos, se escuchaba algún quejido, pero hasta 348 Capítulo 7. Escaramuza en Philitros en esto eran disciplinados y muchos aguantaban su dolor sin proferir ningún lamento que pudiera delatarlos. ◙◙◙ La estratagema no funcionó. Nunca supieron si los hamersab descubrieron lo que se proponían los kantherios, o si se trató simplemente de su ancestral prudencia. Estaban decididos a continuar acribillando a aquellos infieles hasta que no les quedase ni una sola flecha en sus aljabas. Después las recuperarían de la arena, las que no estuviesen alojadas en sus cadáveres. Prácticamente ya no oían nada, pero siguieron enviando mortíferas andanadas de proyectiles tras aquellas dunas. El silencio de la noche, apenas perturbado por el silbido de las flechas o el relincho de las monturas, fue roto por el sonido de unas tobras. No entonaban ningún himno marcial, sino que repetían insistentemente un fragmento del estribillo de una canción popular muy conocida en los reinos kantherios. Cromber supo que eran ellos. Sus compañeros de la Hermandad Libre estaban allí. Así se lo hizo saber a los que estaban con él, la voz se expandió como un eco. Indicó a Miriathos que les ordenara, a aquellos de sus hombres que aún pudieran empuñar un arma, montar en sus caballos. Los sitiadores hamersab se vieron de repente rodeados por todas las direcciones, excepto por la que estaban los caballeros que habían estado hostigando. Para conseguirlo, los mercenarios se habían dividido en tres alas comandadas por Zinthya, al Este, Corban, al Oeste, y Martheen, al Sur. Presos del pánico, el verse cercados, e inconscientes de su superioridad numérica, los seguidores de Rankor saltaron como pudieron sobre sus monturas y huyeron en estampida por la única salida que les habían dejado. Pronto comprendieron su error. De las dunas, donde suponían que habían aniquilado a los kantherios, vieron emerger a los caballeros de Ramassa avanzado sobre sus monturas en formación cerrada. Los jinetes hamersab fueron conscientes de que estaban completamente embolsados. Comenzaron a correr en círculos tratando de escapar de las espadas de sus enemigos, que 349 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ya hacían estragos en su retaguardia. Entre los caballeros existían muchas ganas de desquite, pero eso no rompió su disciplina y siguieron avanzado en formación hasta cerrar el cerco. Inicialmente, los hamersab estaban tan confusos y asustados que apenas acertaron a oponer resistencia. Fue una carnicería. Carecían de armaduras y de un equipamiento adecuado para la lucha cuerpo a cuerpo. Dagas y cimitarras es todo con cuanto contaban para hacer frente a fuerzas de élite de la caballería pesada kantheria. El estrecho cerco impidió que pudieran sacar algún provecho de su ventaja numérica, en tan reducido espacio se estorbaban unos a otros para maniobrar y avanzar. Sólo la feroz “siega” organizada por sus enemigos conseguía despejar el campo de batalla. La fina arena del desierto y los desniveles de sus dunas también contribuían a dificultar su movilidad. Cromber avanzaba detrás de la sólida línea representada por la formación de los caballeros de Ramassa. Miriathos le había ofrecido un puesto a su lado, pero había rehusado amablemente, excusándose en acomodar primero a su compañero herido. Dudaba de cómo reaccionaría cuando tuviera que matar en aquella guerra. A diferencia de su amigo Krates, él no responsabilizaba a los hamersab por las crueldades de Rankor. Había vivido varios años entre ellos. Eso le permitía reconocer su humanidad, algo de lo que las guerras solían privar al “enemigo”. Era consciente de que tras esos uniformes había personas muy parecidas a ellos, con sus mismos problemas, preocupaciones e inquietudes, con otras costumbres y otro idioma, pero no creía que merecieran morir por ello. Se dijo a sí mismo que quizá se había engañado acudiendo al frente. Estaba furioso con aquellos jinetes, que habían estado acribillándolos impunemente toda la noche, si de ellos hubiese dependido estarían todos muertos. Pero ahora, al verlos gritar de desesperación, no pudo evitar sentir algo de lástima por ellos. ¿Qué iba a hacer? Tarde o temprano se iba a encontrar en situación de tener que matar. ¿Qué haría entonces? ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Tendría razón Martheen cuando bromeando dijo que sus años de retiro en las Bitta habían hecho de él un blando? ¿Y si eso era precisamente lo que quería ser? 350 Capítulo 7. Escaramuza en Philitros La última resistencia de los hamersab se hizo más feroz. Se habían recuperado de la sorpresa y con la furia que nace de la desesperación atacaban a las formaciones kantherias, especialmente a los castigados caballeros de Ramassa, buscando abrir una brecha por la que escapar de esa trampa mortal. El titán observó cómo Miriathos se batía en primera línea con el ímpetu propio de su juventud. Los hamersab que trataban de pasar por su lado comenzaron a desistir y retroceder. Eso le envalentonó y se introdujo en sus líneas persiguiéndolos, varios caballeros trataron de ir tras de él pero se vieron frenados por un repentino empuje del enemigo, que huía de otros frentes con los mercenarios. Cromber reconoció el peligro en que se encontraba el joven noble y forzó a Saribor a abalanzarse al galope en medio de la batalla. Miriathos no fue consciente de haberse quedado aislado, hasta advertir que sus enemigos lo habían rodeado. Reaccionó de la única manera que alguien de su casta podía hacerlo: luchando. Su espada hirió a uno de los jinetes que le cerraban el paso. Por detrás otro adversario le acertó con un cintarazo en el costado. Afortunadamente su armadura aguantó y sólo sintió un fuerte golpe. Con su arma rasgó el pecho de otro de sus sitiadores, que cayó derribado. Otro contrincante lo hirió de un corte en el muslo, cuando sus monturas se cruzaron. El hamersab perdió su cabeza en el intento. Viendo cada vez más desesperada la situación del hijo del Conde de Ramassa, el titán se internó en las filas del enemigo. Desenvainó a Mixtra y cargó contra los jinetes hamersab que le impedían el paso. Sintió el viento del Norte refrescando su espalda, acompañándolo en su galopada mortal. Advirtió una ya conocida y al mismo tiempo extraña sensación que se iba apoderando de él, era como si todas las fuerzas del universo estuviesen con él. Sus dudas habían desaparecido, era uno con su espada. Cortó el brazo del primer adversario que alzó su cimitarra contra él, la sangre que manaba del miembro amputado le salpicó la capa. El mismo mandoble destripó a otro jinete a su izquierda, que se acercaba con aviesas intenciones. Un tercero perdió su cabeza de un único y certero tajo. Mixtra estaba empapada de sangre y la escullaba a cada movimiento. La cimitarra de un cuarto hamersab buscaba herir su carne pero tan sólo arañó su 351 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain armadura. Cromber golpeó desde lo alto con el filo de su espada, con tal contundencia que le abrió un tajo desde el hombro hasta el estómago. El hombre gritó de dolor y cayó fulminado. Miriathos, herido como estaba, giraba continuamente su montura para defenderse de las acometidas que le hacían desde uno y otro lado. Al ataque de un jinete que enarbolaba su cimitarra en alto respondió estirando rápidamente su espada hacia el frente. Su adversario cayó atravesado por ésta, pero se la llevó arrastrándola consigo al caer. Al verse acorralado y desarmado, el joven noble extrajo una daga de su cinturón. Con ella paró con dificultades el golpe de una cimitarra. La violencia del choque le hizo perder el arma y caer del caballo. El guerrero hamersab se dispuso a rematarlo en el suelo pero una espada le atravesó el costado y cayó de su montura entre gorgoteos. El hijo del Conde de Ramassa descubrió a su salvador, una figura gigantesca envuelta en sangre, que esgrimía amenazadoramente un ancho espadón. Lo reconoció como Cromber, el oficial de los mercenarios, que lo había acompañado en aquella misión suicida. Tal vez fuera a consecuencia de los golpes sufridos, pero en aquellos momentos se le ocurrió pensar cómo contaría a sus nietos, cuando los tuviera, lo sucedido aquél día. Varios caballeros surgieron tras del titán, habían conseguido romper las líneas enemigas. A su derecha, Cromber vio emerger a Corban, empuñando su gran hacha de doble filo, al frente de un nutrido grupo de mercenarios que perseguía a los desmoralizados hamersab. Reparó el titán en que, al margen de los ejercicios y el patético episodio de la taberna, nunca había visto al otro oficial de Martheen pelear. Se asombró de verlo manejar el hacha con tanta maestría, blandiéndola a uno y otro lados, desmembrando y mutilando los cuerpos de sus enemigos, con la celeridad del pensamiento. En apenas unos momentos le había visto abatir a cerca de una docena de adversarios. Comprendió entonces por qué Martheen lo había distinguido de aquella manera. Cuando contempló su sádico disfrute reflejado en su único ojo y su ensañamiento con los que huían, entendió también por qué su capitán y amigo no acababa de fiarse de él. Los hamersab supervivientes depusieron sus armas y con los brazos en alto se rindieron incondicionalmente. Cromber 352 Capítulo 7. Escaramuza en Philitros vio emerger de entre la oscuridad a Martheen y a Zinthya que caminaban a pie abrazados y completamente cubiertos de sangre. Sólo necesitó ver la expresión de sus rostros para saber que no era suya. Caballeros y mercenarios se felicitaron mutuamente por el éxito. Para los caballeros de Ramassa eran sus salvadores, para los mercenarios fue gracias a la capacidad de aguante de éstos, que pudieron finalmente resultar vencedores. Comenzó a gestarse entonces una estrecha relación de camaradería muy poco habitual entre mercenarios y fuerzas regulares. Una vez ataron a los prisioneros, para lo que hubieron de recurrir a los ropajes de los cadáveres, pues carecían de cuerdas suficientes, surgió un importante dilema, que protagonizó algunos encendidos debates. Finalmente se solventaron sin quebrar el espíritu del reciente hermanamiento. Corban y muchos mercenarios con él, querían matar allí mismo a los prisioneros, iban a ser un lastre y seguramente eso sería lo que finalmente Ealthor propondría. Sostenían que aquello era más humanitario para los infelices hamersab, pues no tenía sentido alargar su sufrimiento. Miriathos se oponía, pues aquellos enemigos se habían rendido y un trato noble exigía dar cuartel a los prisioneros. Por sus propios motivos, Cromber apoyó al joven noble. Krates secundó a Corban, al titán no le extrañó, el dolor por su familia perdida tardaría mucho en cicatrizar. Finalmente, Martheen, que no se pronunció por ninguna de las posturas, sentenció la discusión al aceptar, por pura cordialidad, los argumentos del hijo del Conde de Ramassa; aunque puso una condición: serían sus propios caballeros los encargados de custodiarlos. Miriathos aceptó. Después todos se sumieron en una ajetreada actividad, tras la fuerte resaca producida por los ánimos exaltados durante la escaramuza. Quitaron todas sus pertenencias a los prisioneros y a los cadáveres. A sus muertos los montaron atados en caballos, pues ahora tenían de sobra; a los hamersab caídos los dejaron al cuidado de los buitres, estaban demasiado cansados para cavar tumbas y no se fiaban de los cautivos. Atendieron a los heridos y reagruparon sus fuerzas. Establecieron un nuevo campamento al aire libre entre las dunas, para que los hombres pudieran descansar algo en lo que quedaba de noche, hasta el ama353 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain necer. Sin embargo, uno de cada cuatro no podría hacerlo, ya que les correspondía montar guardia. 354 CAPÍTULO 8 ERIZTAIN E l ejército kantherio se aproximaba a la pequeña aldea de Eriztain, una antigua población minera semiabandonada. Un caballero de Ramassa había llegado poco después del amanecer, trayendo consigo noticias de la escaramuza. Ealthor viajaba en su carruaje, la noticia de la pequeña victoria obtenida contra los invasores no alteró su ánimo. Cualquiera que hubiese sido el resultado le hubiese satisfecho por igual; no obstante, tuvo que reconocer que aquél trajo consecuencias positivas no esperadas. La voz se extendió entre los hombres y su moral aumentó significativamente. Ahora examinaba un parte lacrado que le habían entregado las autoridades de la región. Mientras leía enarcó las cejas, los ojos parecían que fueran a salirle de sus órbitas, sus manos crispadas se cerraron sobre la misiva, arrugándola. Aquello no lo esperaba. Los generales y el escriba que lo acompañaban se inclinaron hacia él. ―¿Qué sucede, señor? ―preguntó Patheck adelantándose a sus acompañantes. ―¡Hemos perdido el fuerte Goblio! ―su voz ronca y atropellada delataba su frustración―. Ha sido tomado y destruido por el enemigo. ―¡Qué desastre! ―farfulló Vitrosgham―. ¿Cómo ha sido posible? Ni siquiera con todo nuestro ejército hubiésemos podido rendir esa fortaleza en menos de noventa días. ―Quizá les pudo el miedo y se rindieron ―postuló Patheck. ―¡Imposible! ―vociferó Vitrosgham―. Eran hombres de las guarniciones reales, profesionales bien entrenados, de lo mejor de Messorgia. ¿Hay supervivientes? ―No os saquéis todavía los ojos y dejad de gritar, esto no debe saberse fuera de este carruaje, por ahora ―ordenó Ealthor―. El informe no habla de supervivientes, pero dice claramente que la fortaleza fue tomada por asalto y destruida. Os recuerdo que fue construida en piedra y sus muros eran tan altos La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain como las propias murallas de Finash. ¿Sabéis lo que eso significa? ―Que los rumores son ciertos y los hamersab cuentan con el poder y maquinaria de los dioses ―respondió cabizbajo Vitrosgham―. Sólo así se explicaría que pudieran reducirla en tan poco tiempo. ―Nuestros antepasados consiguieron expulsar a los hamersab de nuestras tierras durante la “Guerra de los Dioses” y también entonces contaban con su poder. Nosotros haremos lo mismo ―enunció el hijo de Gothenor, que había desenfundado el sable ceremonial y lo esgrimía de su puño. ―No quisiera importunaros, señor; pero en aquella ocasión el poder de los dioses también estaba con los nuestros ―advirtió el Conde de Sinarsa. ―Pues me importunáis ―se mostró enfadado―. ¿Creéis acaso que no lo sé? ¿No iréis a decirme ahora que tenéis miedo? ―Yo... ―Patheck se ruborizó―. No, no... señor. ―No creo que sea malo tener miedo ―dijo Vitrosgham―. En una situación así es casi absurdo no tenerlo, lo importante es dominarlo y aprovecharlo en nuestro propio provecho para... ―Pues yo no tengo miedo ―declaró Ealthor, golpeando su asiento con la empuñadura de su sable―. Y todo eso que dices, Vitrosgham, son necedades. Si tienes miedo tienes miedo y eres un cobarde. Es así de simple. Empiezo a estar harto de tus filosofemas, siempre tratas de confundirme... ―No... yo... ―trató de excusarse el aludido. ―¡Dejémoslo! ―dispuso su general en jefe―. Lo importante es que hemos perdido fuerte Goblio y a los cinco mil hombres que lo custodiaban. Si esto llega a saberse la moral podría caer por los suelos. Por tanto, lo mantendremos en secreto tanto tiempo como podamos. 356 Capítulo 8. Eriztain ―Pero nos dirigimos allí, al llegar me temo que se den cuenta de que está destruido... ―objetó sarcástico el Conde de Sinarsa. ―Pensad un momento conde ―intervino Vitrosgham―. Si han tomado la fortaleza, seguramente a estas alturas ya habrán salido del Goblio. Me apuesto lo que queráis a que antes de llegar allí nos encontramos con ellos... La puerta del carruaje volvió a abrirse, anunciaban la llegada de un mensaje de los exploradores. Ealthor le echó un breve vistazo. Luego recorrió con la vista a sus acompañantes. Su mirada era fría, severa. Enrolló pacientemente la misiva y la guardó entre sus ropajes. Envainó su sable ceremonial. Satisfecho por los rostros hambrientos de impaciencia que veía, proclamó: ―Señores ―anunció con cierta parsimonia―. El ejército enemigo ha sido avistado ―se escuchó un murmullo general. ―¿Dónde? ―se apresuró a preguntar Patheck. ―A una jornada de aquí. Caballeros ―su tono adquirió tintes solemnes―, ha llegado la hora de la verdad. Preparemos el emplazamiento de nuestras huestes. ¡Por la victoria! ―gritó alzando el puño. ―¡Por la victoria! ―replicaron al unísono con idéntico gesto. ―Lástima que no os diera tiempo a aceptar mi apuesta ―susurró Vitrosgham hacia el conde de Sinarsa. ◙◙◙ Al día siguiente, soportando un calor abrasador, los ejércitos kantherios se habían desplegado en las proximidades de Eriztain, dejando las ruinas del pueblo a su espalda. Ealthor pensó que aquel sería un buen terreno para librar una batalla. La superficie de tierra seca, con escasa vegetación, era fundamentalmente llana, aunque salpicada de suaves colinas y pequeños 357 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain promontorios. Las tropas podrían maniobrar fácilmente allí. De este modo, también permitió a los suyos descansar y recuperarse de la fatiga del viaje, mientras esperaban a entablar contacto visual con el enemigo. Thurgam-Bei contemplaba el despliegue de los ejércitos desde la cubierta de su nave voladora. Lo acompañaban tres de sus campeones “albinos” y su fiel consejero Burgaf. Su aparición en el cielo de Eriztain, junto a algo más de un centenar de caballeros sagrados, que volaban a su alrededor a lomos de sus GraiAr, sobrecogió a los kantherios. Entre sus filas, particularmente en las milicias, comenzaron a surgir las primeras deserciones. Un prolongado anteojo sirvió al líder de los hamersab, para descubrir la disposición de fuerzas de sus enemigos. Su esquema era clásico, habían dividido su ejército en tres alas, para proteger sus flancos, como acostumbraba a hacerse en las grandes batallas. En su ala izquierda pudo apreciar un amplio despliegue de tropas desorganizadas y poco equipadas, sin duda se trataba de las milicias. Detrás de ellas se veían contingentes de caballería, mucho menos numerosos, con emblemas de Darlem y Akaleim. Eran los refuerzos kantherios. Al otro lado, en su ala derecha, vislumbró una amalgama de uniformes y equipamientos absolutamente ecléctica, en su mayoría, sin embargo, se componían de abundante caballería pesada y estaban bastante bien equipados. Portaban estandartes de distintos colores y motivos. Burgaf se apresuró a aclararle que se trataban de fuerzas nobiliarias, durante el camino había estado explicándole el complejo sistema feudal que regía las sociedades kantherias. Junto a ellos observó a otras huestes no uniformadas, pero igualmente bien equipadas que identificó como mercenarios. Echó un vistazo al ala central de los kantherios, como había supuesto se concentraban allí las fuerzas y guarniciones reales, divididas casi a partes iguales entre infantería y caballería pesadas. Enarbolaban estandartes del león erguido sobre sus patas traseras, símbolo nacional del reino de Messorgia. En la reserva, custodiando la retaguardia, se encontraban desplegados sus carros de batalla. No eran muy numerosos, pero resultaban realmente impresionantes. Aquello fue lo que más le llamó la atención de las fuerzas de sus enemigos. Más allá estaban distri358 Capítulo 8. Eriztain buidas sus máquinas de guerra, fundamentalmente catapultas y grandes ballestas. Detrás de ellas, sobre unas colinas, a salvo de cualquier proyectil, una serie de figuras emplumadas, protegidas por fuerzas de la caballería real. Supo inmediatamente que aquellos eran Ealthor, su rival en la batalla que se avecinaba, y su estado mayor al completo. Esbozó una ligera sonrisa al pensar en lo seguros que se sentirían allí tan lejos de la primera línea. A un lado de los generales, sobre un terreno más llano, se veía una interminable caravana de carromatos con suministros, pertrechos y otros elementos de apoyo. Thurgam-Bei giró entonces su anteojo hacia sus propias filas. Sonrió con satisfacción al ver que se habían cumplido fielmente sus órdenes de despliegue. También él había organizado sus fuerzas en tres alas. Al ala izquierda había destinado su infantería ligera. Consciente de que eran sus fuerzas más vulnerables al choque con los kantherios, situó tras de ellos una fila compacta de rotams*, precediendo a sus magos, que siendo poco más de la cincuentena cerraban la formación. Su ala derecha la componía su caballería ligera, el cuerpo de ejército más extendido entre los hamersab, confiaba en ellos para destruir el flanco izquierdo del enemigo, también había efectivos de caballería azunzei. En su ala central, previendo que allí era donde su enemigo tendería a situar lo mejor de su caballería pesada, colocó a aquellas de sus fuerzas que mejor pudiesen enfrentarse a ella. En primera línea se encontraba su infantería pesada, equipada con largas picas, reforzada con contingentes de infantería azunzei. Detrás suyo los Inmortales, la guardia imperial hamersab, también equipada como infantería pesada, que utilizaban arcos largos para atacar a distancia. Cerraban el ala los catafractos, una modalidad de caballería pesada equivalente a los Inmortales en infantería, también estaban provistos de arcos. Casi toda la cultura militar hamersab giraba en torno a este arma. * Criaturas metálicas algo más altas que un ser humano y con forma de esqueleto. Producen pavor en el enemigo y son muy difíciles de destruir. Su mayor desventaja es su lentitud, sus movimientos adolecen siempre de una extremada pesadez. Se utilizaron por primera vez en la “Guerra de los Dioses”. 359 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Se volvió apresuradamente hacia la popa. Respiró tranquilo, sus fuerzas de reserva, formadas fundamentalmente por elefantes y camelleros, estaban correctamente emplazadas. Sobre una loma próxima estaba situada su maquinaria de guerra, principalmente cañones de diversos calibres, apenas poco más de una docena, pero suficientes para demoler las murallas más resistentes. Más atrás aún pudo divisar su larga columna de abastecimiento. ―Mi querido Burgaf ―comentó a su ayudante y consejero, que había estado siguiéndolo impaciente por toda la cubierta―. Sin duda te preguntarás por qué he situado a los elefantes, unidades sin duda de vanguardia, en la retaguardia... ―Pues sí, señor, yo... he... me preguntaba que maravillosa táctica querríais poner en práctica ―replicó el aludido. ―Ninguna ―admitió, causando una mueca de decepción en su servidor―. No nos harán falta. Me limito a aplicar lo que tú mismo me dijiste sobre ese Ealthor... ―¿Yo... señor? ―Sí tú, ¿acaso no me dijiste que como buen kantherio es un fanático de las virtudes de la caballería pesada? ―Burgaf se ratificó gestualmente―. ¿Qué cree que la caballería de Messorgia es la mejor del mundo? ¿Qué siempre que ha entrado en combate, pequeño o grande, real o simulado, lo primero que ha hecho ha sido enviar la caballería pesada frontalmente contra sus adversarios? ―Sí, efectivamente, así nos lo han comunicado nuestros espías ―afirmó su consejero, sudoroso a causa no sólo del clima. Si algo salía mal, y se culpaba a su información, peligraba su cabeza. ―Lo único que quisiera es no disuadirlo de sus impulsos ―explicó Thurgam-Bei―. Si hubiese colocado los elefantes en cabeza podría actuar de otra manera, de hecho debería de hacerlo, y no es eso lo que queremos... ―Como siempre vuestro genio no tiene par, señor ―le aduló Burgaf, como acostumbraba a hacer. 360 Capítulo 8. Eriztain Los músicos de uno y otro bando se esforzaban por hacer prevalecer sus himnos. Las tobras kantherias se enfrentaban a los tambores hamersab. Los ánimos estaban exaltados, los guerreros golpeaban sus armas y gritaban consignas, clamando impacientes por entrar en acción. El sofocante calor de la mañana hacía más tensa la espera. Ealthor dio la primera señal: algo más de medio centenar de catapultas y ballestas de torno, las balistas no tenían suficiente alcance, enviaron sus proyectiles incendiarios sobre las filas enemigas. Uno de ellos cayó entre sus propias fuerzas, la mayoría en el terreno intermedio y sólo algunos alcanzaron sus objetivos. Thurgam-Bei se mostró satisfecho con los resultados y dio la orden a sus cañoneros de abrir fuego, mediante un potente silbato instalado en la nave. Los hamersab demostraron aquí su superioridad, la mayoría de los proyectiles impactaron en las huestes kantherias, sembrando caos y confusión a su alrededor. Una nueva combinación de sonidos desde el silbato transmitió una nueva orden. Las brigadas de caballería ligera de su ala derecha cargaban contra el ala izquierda de los kantherios, situada enfrente suyo. Ealthor no mostró preocupación alguna por la ligera superioridad de los hamersab en la maquinaria de guerra. Sabía perfectamente que mientras no se tratase de un asedio, tales mecanismos apenas decidían nada en una batalla a campo abierto. Sentía una extraña embriaguez, aunque no había probado el alcohol desde hacía días, aquél podría ser el día más grande de su vida. Si conseguían una victoria en Eriztain nadie volvería a mofarse de él a sus espaldas, el episodio del Lavare pasaría a convertirse en un simple y desafortunado incidente, el pueblo lo aclamaría y aceptaría con gusto su reinado. La emoción terminó sepultando sus pensamientos. Era el momento de dar el paso decisivo hacia la gloria. A una señal suya, la caballería pesada de sus alas central y derecha se lanzó a la carga sobre las filas enemigas. El suelo retumbó en aquella pequeña aldea de Philitros, cuando miles de caballos completamente equipados iniciaron una carrera al galope contra las posiciones de sus adversarios. La impresionante estampa proporcionada por la carga de la caballería, amedrentó a algunos soldados en las filas de los hamersab, que trataron de huir. Más que su visión, era todo aquello que la rodeaba, cómo el 361 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain martilleo del golpear de los cascos de los caballos contra el árido terreno. Consiguieron ahogar momentáneamente el sonido de los tambores, además de levantar una singular polvareda, que casi los ocultaba a la vista de sus adversarios. Les daba un cierto halo fantasmagórico, sobrenatural, que consiguió atemorizar a más de uno. Los kantherios avanzaban veloces, sudorosos, acompañados de un estruendo demencial y un manto de polvo que los envolvía. Frente a ellos, inmóviles, aguardando su acometida, las inmensas moles del ejército hamersab. No había lugar para el temor, eran conscientes de que muchos de ellos no volverían a ver otro amanecer, pero también sabían que estaban haciendo historia. Las generaciones venideras entonarían gestas en honor de su valor en este día. La caballería ligera de los hamersab, cuyo núcleo principal lo componían los arqueros a caballo yuclenaim, giró bruscamente antes de chocar contra los milicianos messorgios, comenzaron a cabalgar en círculos, descargando sus proyectiles contra sus adversarios cuando pasaban junto a ellos. Los hombres y mujeres de la milicia perplejos por la actuación de sus enemigos, apenas acertaron a responder, pese a los esfuerzos de algunos de sus capitanes por mantener el orden. Las continuas oleadas de flechas y jabalinas sembraron de muertos y heridos las primeras filas de las milicias. Muchos intentaron huir, pero tampoco esto era fácil, detrás suyo avanzaban las fuerzas de Darlem y del Conde Alejandro de Akaleim, en formación compacta y cerrada, bloqueando cualquier salida directa, sólo podían escapar por los flancos, entorpeciendo el paso de los suyos. El caos, sin embargo, había conseguido adueñarse de aquellas levas kantherias. Al no ofrecer una resistencia organizada apenas causaron bajas a sus atacantes, mientras que las pérdidas entre los suyos se maximizaban. En el ala central de las fuerzas de Rankor, la infantería pesada ancló sus picas en la tierra, agachándose y sujetándolas en alto con ambas manos. Detrás los Inmortales tensaban sus arcos largos, apuntando por encima de las cabezas de sus compañeros, que permanecían encogidos junto al suelo. El choque fue feroz. Las fuerzas de la caballería real de Messorgia se em362 Capítulo 8. Eriztain potraron contra un muro erizado de picas. Monturas y jinetes resultaron empalados en algunos casos. Los Inmortales demostraron también su eficacia. Miles de flechas saludaron la carga de los kantherios, que advertían sorprendidos como la fuerza de los proyectiles llegaba en algunos casos a atravesar sus poderosas armaduras. Sus bajas se contaron por centenares en los primeros instantes de su encuentro, pero no fue suficiente para abatir su moral. Siguieron avanzando entre la selva de picas y la incesante lluvia de proyectiles, sus lanzas y espadas se abrían paso entre sus enemigos, hiriendo su carne, esparciendo su sangre por el campo de batalla. La caballería pesada kantheria, que formaba parte de su ala derecha, virtualmente pulverizó a la infantería ligera hamersab, que constituía el grueso de su flanco izquierdo. Ignorando las flechas, saetas, jabalinas y piedras que les arrojaban por millares, cayeron sobre ellos con todo el ímpetu de su carga. Incapaces de resistir, los soldados hamersab se disolvieron en multitud de grupos que corrían por sus vidas. Crecidos con su éxito, continuaron a la carrera hasta el final de sus líneas, desmantelando todo conato de defensa a su paso. La infantería ligera había dejado de existir, sólo quedaban cadáveres e ingentes masas de soldados corriendo y gritando en todas las direcciones tratando de escapar del acoso mortal de sus enemigos. Dirigidos por una multitud de capitanes, condes y oficiales, el ala derecha de los messorgios perdió su organización. Unos se lanzaron en feroz persecución de los que huían, otros se ensañaron con los caídos y heridos, la mayoría continuó hacia el final de las líneas enemigas, compitiendo unos con otros por la gloria del momento. De improvisto se vieron frenados en su avance por una fila compacta y cerrada de rotams. No los habían visto antes porque permanecieron agachados hasta que los últimos soldados de infantería abandonaron sus puestos. La presencia de aquellos gigantescos esqueletos, armados con cimitarras, atemorizó a los jinetes y encabritó a las monturas. El efecto duró poco. Alentados por la valentía de Kolisther, Conde de Ramassa, que al frente de sus caballeros cargó contra los rotams, los demás siguieron su ejemplo. 363 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Entonces intervinieron por primera vez. Situados detrás de los rotams, poco más de una cincuentena de magos comenzó a ejercitar su poder. Sus efectos fueron contundentes. Las ilusiones enloquecieron a las monturas y confundieron a sus jinetes, haces de luz los cegaron, bolas de fuego los abrasaron sin compasión, oscuras fuerzas los desmontaban o inmovilizaban, rayos mortales atravesaban impunemente sus armaduras, segando las vidas de cuantos encontraban en su trayectoria. No había escapatoria, aunque quisieran no habrían podido huir, las ilusiones los retenían próximos a los rotams, girando en círculo, confusos y agotados, sin nada que esperar salvo una muerte cierta a manos de unas fuerzas que desconocían. Los magos no tenían prisa, actuaban metódicamente, sin ninguna emoción visible, administraban la muerte con la misma frialdad que un funcionario estampaba sellos. Thurgam-Bei, que seguía contemplándolo todo desde su nave voladora, no había abandonado su sonrisa de satisfacción. El ala izquierda de sus adversarios estaba a punto de sucumbir, con los milicianos huyendo en estampida general. Su ala derecha no estaba mejor, los magos estaban terminando de aniquilar a los restos de su caballería pesada. Sólo en el centro, la lucha se mostraba equilibrada, con importantes bajas por ambos bandos y el ahínco feroz de sus contendientes. Pero una vez hubiesen caído los flancos poco podrían hacer. Sintió que faltaba muy poco para que pudiera saborear la victoria. Pensó que aquel era un buen momento para precipitar los acontecimientos: “había llegado la hora de descabezar a la serpiente”. Con un brusco gestó de su mano dio la orden, que los caballeros sagrados habían estado aguardando. Como si se tratara de un gigantesco enjambre, los jinetes surcaron raudos el cielo hacia el corazón de las líneas enemigas, a lomos de sus dóciles Grai-Ars, su objetivo era eliminar al general kantherio y a todo su estado mayor. Después se encargarían de atacar su maquinaria pesada y carromatos de aprovisionamiento. Al verlos sobrevolar sus cabezas, algunos kantherios sintieron el tipo de pavor que sólo produce lo sobrenatural, otros acertaron a disparar sus arcos y ballestas contra ellos, pero volaban demasiado alto para ser alcanzados. 364 Capítulo 8. Eriztain ◙◙◙ Los mercenarios de la Hermandad Libre, junto a la compañía de caballeros de Ramassa comandada por Miriathos, aparecieron a la vista del campo de batalla. Todos ellos cabalgaban recubiertos de telas, bajo el calor abrasador del verano en los límites del Goblio. Arrastraban a algo más de doscientos prisioneros atados, que caminaban a pie, y casi quinientas monturas sin jinete. Llegaron descansados, habían reposado toda la noche anterior, con cuatro turnos de guardia. Dos días después de la escaramuza se encontraban recuperados, tanto física como anímicamente. Los heridos avanzaron en retaguardia. El azar quiso que, cuando percibieron las primeras señales de la confrontación de los ejércitos, estuviesen situados al Sureste de la contienda. Durante la persecución a las brigadas ligeras, llegaron a internarse detrás de las líneas enemigas, hasta la misma frontera natural del Goblio. Por eso, al volver ahora con sus contingentes, lo hacían desde aquella dirección. Cuando el campo de batalla comenzó a ser algo más que una inmensa polvareda y humo, empezaron a distinguir las huestes de uno y otro bando. Se sorprendieron situados detrás, en diagonal, de la compañía de magos que estaba aniquilando la caballería pesada kantheria, nobiliaria y mercenaria. El espectáculo los impresionó por unos instantes. Pero tan sólo fueron esos momentos. Miriathos, al ver a las fuerzas de su padre sucumbiendo ante el poder de los magos, no lo pensó dos veces. Ordenó a los suyos cargar sobre la pequeña loma en la que se situaban aquellos. Ni siquiera esperó a ver la reacción de los mercenarios. Martheen miró hacia Cromber, esperando alguna indicación. El titán se encogió de hombros. ―Aquí tienes a tus magos ―le dijo―. Pero nunca esperé que fueran tantos. Matar a un mago es una cosa, tratar de hacerlo con un ejército de ellos…, se parece mucho a un suicidio. 365 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―¿Qué otra cosa podemos hacer? ―preguntó sin ánimo de respuesta su capitán―. Si huimos sin presentar combate, habremos muerto como compañía de mercenarios. Nadie querrá contratarnos. Por el contrario, si peleamos y morimos en el intento, al menos lo haremos dignamente. Si al menos ese maldito condesillo nos hubiese esperado... ―De acuerdo, esta va a ser la cacería de magos más grande de la historia ―vaticinó Cromber, mientras se ponía el casco y cogía el escudo con su mano izquierda, la misma con la que sujetaba las riendas―. Recordad bien lo que os dijo Nadia y dejadme ir delante, trataré de abriros camino. ―¿Por qué has de ir delante? Ese privilegio habrás de ganártelo ―le interrumpió Zinthya entre risas. ―Digamos que Nadia no es la única que tiene pactos con los dioses... ―añadió el titán. ―Siempre lo supuse... ―afirmó la guerrera pelirroja. ―¡Adelante! ―gritó Martheen a toda la compañía―. Vamos a enseñarles a esos hechiceros de pacotilla como las gastan los muchachos de la Hermandad Libre ―después se aproximó a su esposa y la besó, corta pero intensamente. Últimamente acostumbraba a hacerlo antes de cada batalla. Algunos de sus hombres aplaudieron su gesto. ―Zinthya, ¿no tienes nada para mí? Yo también te quiero... ―reclamó Glakos, ignorante de la relación conyugal que la unía a su capitán. La mujer le envió un beso con la mano, que él recogió agradecido. Los mercenarios prepararon sus armas y se colocaron en formación. A una señal de su líder se lanzaron a la carga, siguiendo la estela de polvo dejada por los caballeros de Ramassa. A bordo de la nave voladora, Burgaf advirtió a su señor de aquellas maniobras en la retaguardia. Thurgam-Bei se mostró sorprendido, pero le restó importancia. ―Debe tratarse de rezagados o exploradores, no me imagino a ese Ealthor tan hábil como para urdir una estratagema semejante. Además son muy pocos, calculo que menos de mil. Mis magos darán buena cuenta de ellos. De todos modos, cursa 366 Capítulo 8. Eriztain la orden a nuestros camelleros de reserva: quiero que envíen a dos batallones, por si acaso... ―el líder de los hamersab estaba confiado en su victoria, pero eso no le hacía olvidar la prudencia que le aconsejaba su instinto. Los magos advirtieron la presencia de aquellos locos uniformados, con cascos alados rematados en punta, que se abalanzaban sobre ellos, a escasa distancia de sus posiciones. Absortos como estaban, exterminando a los últimos vestigios de la caballería del ala derecha kantheria, no fueron conscientes del peligro hasta que el clamor de la galopada se impuso a los demás sonidos de la batalla. Reaccionaron con rapidez, aunque tan sólo algunos magos psíquicos y físicos se volvieron, ya que no les dieron demasiada importancia, pues su número era muy inferior al de los que tenían atrapados al otro lado de los rotams. Bastarían unos pocos magos para contenerlos, pensaron. Los caballeros de Ramassa, con Miriathos a la cabeza, comenzaron a ascender la loma sobre la que se encontraban los magos de Rankor. A mitad de camino, antes de que pudieran culminar su ascensión, surgieron de las entrañas de la tierra, unas criaturas gigantescas y terroríficas, de dientes afilados y zarpas veloces, que los atacaron sin piedad. El hijo del Conde y sus hombres se enfrentaron valerosamente a aquellas criaturas, que les produjeron diversos cortes y heridas. Por más que las golpeaban o ensartaban no consiguieron dañarlas significativamente. Los mercenarios acudieron en su auxilio. Cuando Cromber llegó a su altura, gritó lo más fuerte que fue capaz para que todos pudieran oírle: ―No son reales, es sólo una ilusión ―a continuación atravesó al galope a las feroces criaturas, como si éstas no hubiesen estado allí. Aquello fue una confirmación para Martheen, que ordenó fijar la vista al suelo y seguirle, ignorando las ilusiones; pero tan sólo él, Zinthya, Gnuba, Krates y cuatro mercenarios más se atrevieron a avanzar contra aquellos seres cuyas fauces parecían engullirlos. De entre los caballeros de Ramassa también los siguieron: el propio Miriathos, que había aprendido a confiar en el titán, y varios de sus hombres. Cromber avanzaba en solitario, muy por delante de los demás, hacia lo alto de la loma. El fuerte calor le estaba derri367 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain tiendo los sentidos, se vio a sí mismo y a su alrededor rodeados de una misteriosa aura de irrealidad. Las altas temperaturas le hicieron dudar de que aquello estuviera ocurriendo. Las imágenes de los magos frente a él se ondulaban y brillaban como las reflejadas en el agua. El sudor empapaba su cuerpo. Hasta los relinchos y babeos de Saribor, producidos por la agotadora galopada, le parecían sucederse con lentitud, como si alguien hubiese capturado su visión y la estuviese reproduciendo lentamente. Se preguntó si aquello no sería la sensación que tiene uno cuando sabe que va a morir. No tenía ninguna posibilidad, aquellos magos iban a destrozarlo; pero no podía volverse a atrás. ¿Qué hacía allí? Se preguntó una vez más. Miró a sus adversarios, que comenzaban a advertir perplejos el nulo efecto de su magia sobre él. Entonces lo supo. Por primera vez en una vida dominada por las mareas de los acontecimientos, que lo llevaron a vivir de un sitio a otro a lo largo del mundo, sintió que su existencia podría tener un auténtico sentido, que ser un titán no era necesariamente una maldición. Los dioses habían exterminado a los suyos, ahora él se encargaría de erradicarlos del mundo o moriría intentándolo. Por eso se había sentido atraído a enfrentarse con Rankor, desde el momento en que supo de sus andanzas. Algunos magos físicos trataron de golpearlo con sus poderes, pero aguantó con tal entereza sus impactos, que llegaron a dudar de no estar perdiendo sus habilidades. Cromber vio cómo su vida pasaba velozmente ante sus ojos en apenas un instante. Se detuvo en el mesón de “Las Nueve Espadas” de Brindisiam, hablaba con Nadia mientras cenaban. Un brusco golpe en la cara le apartó de sus ensoñaciones Cuando ya casi hubo alcanzado la cima de la loma, los magos se volvieron hacia él alarmados. Delante de ellos, el que parecía su jefe, les daba instrucciones precisas para que concentrasen su poder. Atacaron juntos, sincronizados por el gesto enérgico de la mano de su líder. Los magos físicos arrojaron piedras y todo tipo de proyectiles contra él. Los lumínicos proyectaron sus mortíferos rayos. Los térmicos lanzaron bolas de fuego. Una nube abrasadora cayó sobre el titán, que se cubrió con su escudo. Saribor reventó en pedazos, alcanzado por varios rayos y algunos proyectiles. Murió en el acto. No sintió dolor cuando una bola de fuego abrasó sus restos. Al primer impacto se encabritó, 368 Capítulo 8. Eriztain protegiendo a su jinete, al que, sin embargo, derribó al volver a ser alcanzado. Desde el suelo, tumbado de costado, Cromber seguía protegiéndose con su escudo, que recibió la mayoría de los impactos, aunque otros acertaron a su armadura y la cota de malla que protegía sus piernas. Un rayo le impactó en el casco, seguido al poco rato de una pedrada. Eso le atontó un poco, dejándolo inmóvil en el suelo. Le dolía todo el cuerpo, tenía pequeños cortes y hematomas por todas partes, pero ningún daño afectaba a sus órganos vitales. El archimago que los dirigía y sus secuaces sonrieron, mostrando por primera vez un síntoma de humanidad, al creer que finalmente habían acabado con aquel extraño osado que había llegado a amenazarles. Lo mismo creyeron sus amigos y camaradas, que gritando su nombre avanzaban velozmente hacia donde había quedado tendido. Al percatarse de su presencia, los magos giraron hacia ellos sus varitas y tridentes. Martheen ordenó a los suyos desmontar. Cuando vio caer a Cromber, se percató de que la poca capacidad de elusión que le permitía su montura había sido su perdición. Miriathos y los caballeros de Ramassa que lo seguían continuaron a caballo. Los magos psíquicos se concentraron en sus monturas y éstas, encabritadas, desalojaron a sus jinetes. Una bola de fuego abrasó a dos de los caballeros. Gnuba fue derribado de una fuerte pedrada en el pecho. El caballo de Krates fue alcanzado por un rayo, el cazador se parapetó detrás de su cadáver. Zinthya esquivaba los rayos dando volteretas sobre sí misma, como le había enseñado Nadia. Martheen paró una bola de fuego con su escudo, pero luego hubo de arrojarlo lejos de sí soltando un potente bramido. El metal se había calentado y le había quemado el brazo, maldijo a la campeona por no haberlo advertido de esto. Pese a lo desesperado de su situación, indicó a los suyos que avanzasen. A su lado, un rayo destrozó la cabeza de uno de los mercenarios. Cromber abrió los párpados, vio un poco más arriba a los magos ensañándose con sus compañeros, a los que había oído gritar poco antes. Su líder se movía frenéticamente a un lado y a otro repartiendo instrucciones, parecía nervioso. Nadie le prestaba atención, todos le daban por muerto. Y debería estarlo, una vez más le había salvado la vida su completo blindaje de titanio, paradójicamente un regalo involuntario de los dioses. Contempló 369 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain los restos chamuscados de su fiel montura. A su memoria dedicaría los cadáveres de los magos a los que iba a matar. Sus ojos estaban humedecidos a causa de la ira que lo invadía. Se incorporó velozmente, sujetando con firmeza su escudo y su espada, Mixtra. Inició una carrera desesperada hacia las posiciones de sus enemigos, que lo miraban estupefactos, no acabándose de creer lo que veían. El pánico se extendió entre los magos, al verlo casi encima de ellos. Algunos acertaron a usar sus poderes, entre ellos su propio líder. Lanzaron sobre él rayos y hasta una bola de fuego. Nada lo detuvo. Un instante más tarde estaba en medio de ellos repartiendo una muerte carmesí con su espada. El primero en caer fue el archimago que daba las órdenes. Le cortó la cabeza. Batió a Mixtra en arcos por todas las direcciones, girando sobre sí mismo y alrededor. Sintió su arma desgarrando músculos, destripando cuerpos, amputando miembros, cercenando cuellos, en una danza sangrienta que no parecía detenerse. Sus prendas chamuscadas estaban ahora empapadas de sangre. Los magos chillaban de terror sin acertar a defenderse eficazmente. Nunca en sus anteriores batallas habían llegado a experimentar un auténtico peligro para sus vidas, era la primera vez que se enfrentaban al horror y cayeron presos del pánico. Algunos utilizaron sus rayos, en medio de su nerviosismo, con la precipitación de quien era atenazado por el miedo. La celeridad mortal con la que el titán se movía entre sus filas también contribuyó. La mayoría de ellos fallaron, muchos hirieron o mataron sin querer a otros magos. Alguno consiguió alcanzar al escudo o la armadura del titán, pero sin consecuencias. Eso atenazó aún más su frustración y su pavor. En sus mentes se forjó la idea de un engendró enviado por los dioses para su destrucción. Uno de ellos arrojó una bola de fuego sobre Cromber, quien la detuvo con su escudo, achicharrando a quienes estaban enfrente de él. La hoja de su espada bajaba una y otra vez, describiendo rápidos semicírculos a los lados, tiñéndose con sangre de mago. Sabía que debía golpear con celeridad, el casco no le permitía mucha visibilidad, obligándole a girar en torno a sí, cortando y pinchando a su alrededor, casi sin mirar. Sus enemigos, los que aún podían caminar, huían desordenadamente 370 Capítulo 8. Eriztain de su alcance. Un rayó le alcanzó de lleno en el pecho y la fuerza del impacto le hizo perder el equilibrio. Cuatro magos se aproximaron cautelosos al caído, dispuestos a rematarlo. Desde su posición, tras el cadáver de su caballo, Krates observaba la escena. Tenía entre sus manos el arco compuesto de Hilostar, tensado y con dos flechas dispuestas. Apunto y disparó la primera, aún no había alcanzado su objetivo cuando soltó la segunda. El primero de los proyectiles atravesó la garganta a uno de los cuatro magos. Otro, mago físico, se protegió a tiempo con sus poderes del segundo proyectil, pero no de la espada de Cromber, quien se incorporaba en esos momentos, que le atravesó el esternón. Los otros dos cayeron de bruces al suelo delante suya, de sus espaldas sobresalían las empuñaduras de sendas dagas. Zinthya apareció a su lado saludándolo. Sus compañeros ya habían alcanzado la posición, también Miriathos y sus caballeros de Ramassa, y estaban dando buena cuenta de los supervivientes, que desmoralizados y aterrados se vieron incapaces de ofrecer una resistencia eficaz. Una maga temblorosa utilizó un haz de luz en su defensa, cegando momentáneamente a Martheen, otro mercenario y algunos de los caballeros de Ramassa, que venían de la misma dirección; pero también a muchos de sus colegas que, al verse privados de visión y en peligro, utilizaron sus poderes en todas las direcciones que les sugirieron sus temores, matándose con frecuencia unos a otros. El capitán de la Hermandad Libre había quedado afectado cuando se encontraba en medio de un grupo de enemigos, la mayoría de los cuales no se habían visto cegados. No se dejó dominar por los nervios. Había entrenado en muchas ocasiones en condiciones de nocturnidad o con una venda sobre los ojos. Este era el momento de sacarle partido a aquel aprendizaje ―pensó―. Un brusco movimiento delató al que estaba a su espalda. Un corte limpio le abrió la garganta. Martheen se movía con rapidez, de manera abrupta y asimétrica, para evitar ser un blanco fácil. Un rayo que buscaba su piel erró. Su espada cortó unas piernas, el mago cayó entre gritos de dolor. Lo decapitó para que dejara de sufrir. Pero la ceguera le jugó una mala pasada: sin darse cuenta pisó un charco de sangre y resbaló en él. La lanza de Gnuba atravesó el estómago del que se 371 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain disponía a matar a su jefe y amigo, para gran regocijo del mercenario que vio así saldada su deuda, después de tantos años. Otro se dispuso a intentarlo, pero una flecha de Krates lo disuadió para la eternidad. Zinthya se enfrentó a los que quedaban a su alrededor. Martheen, que recobraba poco a poco la vista, vio asombrado, entre borrones, la agilidad con la que su mujer danzaba entre los magos, mientras las dagas segaban sus vidas entre regueros de sangre. Los últimos tres magos, que quedaban en pie, hicieron uso de un extraño objeto de forma piramidal, que Cromber ya conocía. Al activarlo surgió de la nada un disco de brumas algo más grande que un hombre. Por él desaparecieron los tres servidores de Rankor. Antes de que nadie pudiera evitarlo uno de los caballeros de Ramassa lo cruzó tras de ellos. Luego el disco de brumas se cerró, sin dejar rastro de haber estado alguna vez allí. El titán pensó en aquel desdichado. Probablemente recibió una muerte rápida allí. De no ser así podría encontrarse perdido en cualquier remoto confín del mundo. Los compañeros que habían quedado rezagados recibieron su victoria con gritos de júbilo. La loma era suya. De los magos de Rankor tan sólo quedaban un montón de cadáveres entre charcos de sangre. Un caballero de Ramassa quiso coger del suelo una de las varitas caídas. Recibió una fuerte descarga por su imprudencia. Formaba parte de la sabiduría popular, que los instrumentos de los magos no podían ser tocados por manos ajenas sin recibir un severo castigo. Aquel caballero tal vez lo desconocía o creyó que se trataba de meras fábulas infantiles, lo único seguro es que jamás se le olvidaría. Se cruzaron abrazos y apretones de antebrazos entre los supervivientes de la matanza. Zinthya estrechó a su marido, que ya había recobrado la vista, y lo besó apasionadamente por toda su cara cubierta de sangre. Luego se dirigió hacia Cromber y también lo besó, aunque algo más castamente. ―¡No te me vuelvas a morir! ―le advirtió sonriendo, mientras movía su dedo índice en alto. ―¡Me alegro de que estés vivo! ―le confesó Krates, apoyando la mano en su hombro. 372 Capítulo 8. Eriztain ―Yo también me alegro de que todos estéis bien ―contestó Cromber azorado por tanta demostración de afecto. ―¡Has estado formidable! ―le felicitó Martheen, apretando fuertemente su antebrazo―. Si tardamos un poco más no nos dejas probar ni uno, con las ganas que yo tenía de mi buena ración de mago ―bromeó mientras la punta de su espada señalaba el brazo amputado de uno de ellos. ―¡Señores! ―interrumpió Miriathos, con los correctos modales que le eran habituales―. Siento enturbiar estos momentos de gozo, pero seguimos estando en situación peligrosa. Los hombres de mi padre están bloqueados por esas criaturas ―señaló a los rotams loma abajo―. Necesito vuestra ayuda para liberarles... ―¡Cuenta con ello! ―se anticipó Cromber, antes de que Martheen dijese una sola palabra. Durante unos breves instantes, casi habían olvidado que se encontraban en medio de un campo de batalla, con los rotams algo más abajo, hacia el Suroeste, y diez mil camelleros aproximándose a sus posiciones desde el Noreste. ◙◙◙ Un auténtico enjambre de caballeros sagrados sobrevoló las posiciones del alto mando kantherio. Ealthor estaba allí, a una prudente distancia del frente, como mandaban los cánones de la estrategia militar. Vestía su armadura ceremonial y un elegante casco cubierto de plumas. Su capa dorada contribuía a destacar aún más su distinción y mando. No fue difícil para los hamersab localizarlo. Un letrero incandescente no hubiese sido más eficaz. Tras asegurarse de la presencia de su objetivo, los caballeros sagrados se lanzaron en picado, sujetos mediante arneses a sus Grai-Ars. Sus sombras componían una singular silueta con forma de flecha, apuntando directamente al corazón del alto mando kantherio. Los miembros de la caballería real, que los escoltaban, armaron sus ballestas. Esperaban sudorosos el momento en que aquellos seres mitológicos, que surcaban el aire a 373 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain velocidades de vértigo, estuviesen a tiro de sus armas. La imagen de aquellos guerreros cabalgando por los cielos hacia ellos, a lomos de aquellas enormes criaturas aladas, sobrecogió hasta a los más veteranos. No obstante, aguantaron firmes en sus puestos. Patheck se preguntó si sería por su valentía o porque el pánico les impedía tener las fuerzas suficientes para huir. A un orden de su general en jefe, centenares de saetas surcaron el asfixiante aire de Eriztain sobre los caballeros sagrados, que volaban en formación. La mayoría de ellas erraron sus objetivos, la velocidad a la que se desplazaban éstos hacían prácticamente imposible poder apuntar con precisión. El resto se astillaron contra las armaduras de titanio de los caballeros de Rankor, o las cotas de malla del mismo material que llevaban los Grai-Ars. Uno de estos animales resultó herido en una de sus alas y su jinete hubo de abandonar su posición para tratar de aterrizar tras sus líneas. Como un ciclón, los caballeros sagrados arremetieron contra la caballería real que conformaba la guardia de los generales, sus lanzas, ancladas en su propio arnés, empalaban a los soldados que pillaban a su paso, atravesando armaduras y monturas, incluso a varios de ellos a la vez. En su primera pasada dejaron tras de sí un reguero de sangre con cuerpos destrozados y mutilados rodando por la superficie terrosa, que se había vuelto de un rojo más brillante. El pánico comenzó a cobrar sus víctimas, más numerosas que las que arrastraron las lanzas. Los miembros de la caballería real eran soldados profesionales bien entrenados, que no se amilanaban fácilmente ante la adversidad. Pero nadie los había preparado contra aquello, no eran seres humanos, eran demonios, seres creados por los dioses para su destrucción, ¿Qué esperanzas podían abrigar contra eso? Algunos comenzaron a desertar, otros simplemente se arrodillaron para rezar a sus dioses. La mayoría, sin embargo, trató de mantener sus posiciones, no así la calma. Todos estaban nerviosos, empezando por los propios generales que gritaban ordenes incoherentes e inconexas, presas del histerismo que los embargaba a todos. Tras girar en círculo, dando una vuelta completa, los caballeros sagrados iniciaron una segunda carga. En esta ocasión fueron directamente contra la posición más defendida, donde se 374 Capítulo 8. Eriztain concentraban los generales. De nuevo fue una matanza. Los primeros fueron despejando el camino, eliminando a cuantos les estorbaban y no eran lo bastante rápidos como para echarse a un lado. El alto mando kantherio se vio cara a cara con el horror. No lloraron, ni suplicaron por sus vidas, con sus armas en alto los hicieron frente. Iban decididamente por Ealthor. Cuando sus escoltas cayeron, Vitrosgham se interpuso, pero la lanza de uno de sus adversarios le golpeó la cabeza, destrozando su casco y derribándolo sin sentido. El hijo de Gothenor agitaba su sable ceremonial en semicírculos, tratando de defenderse. Una lanza le atravesó el pecho y lo levantó por lo aires, siguiendo la remontada del caballero que la esgrimía. Agonizante, vomitando sangre entre estertores, Ealthor supo que había perdido la batalla de su vida. Otro caballero le arrancó la cabeza de un poderoso tajo de su espada, mientras su cuerpo permanecía empalado en la lanza. La testa del que soñaba con ser Rey de Messorgia algún día, cayó al suelo, rebotando ladera abajo. Antes de que ninguno de los suyos pudiera recuperarla, un caballero sagrado le clavó su lanza por la base. Sus intenciones eran claras, se dirigiría con ella al frente, donde los dos ejércitos continuaban la contienda, para mostrarles a unos y a otros la cabeza del general kantherio. Si todo salía como Thurgam-Bei había planeado, aquello desmoralizaría a sus enemigos, mientras que redoblaría las energías de sus propios hombres. Casi todos los generales y comandantes kantherios del estado mayor sufrieron una suerte semejante a la de Ealthor. La mayoría murieron combatiendo. Algo más de suerte tuvo Patheck, uno de los caballeros sagrados le había atravesado un costado con su lanza, pero cuando iba a rematarlo su cuerpo chocó con el de un comandante, lo que le arrancó de la lanza, arrojándolo al suelo gravemente herido. Realizaron cinco pasadas. Después, sobre la colina en la que se había establecido el estado mayor kantherio, sólo quedaban un motón de cadáveres, algunos caballos desorientados y los heridos clamando por sus dolores. Satisfechos con su acción, los jinetes voladores se giraron hacia las posiciones de la maquinaria de guerra, con intención de inutilizarla. Nadia se encontraba junto a Chaser, custodiando sus carros de aprovisionamiento; no muy lejos de la colina donde 375 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain estaban los generales. Había visto lo sucedido con los caballeros sagrados. A cada momento que pasaba se sentía más intranquila, casi podría decirse que estaba deseando que aquellos jinetes voladores atacasen los suministros para poder entrar en acción. No saber nada de Cromber, ni de sus amigos la estaba matando de angustia. Supo por los rumores que habían tenido una escaramuza junto al Goblio de la que habían salido victoriosos, pero nada más desde entonces. Ni siquiera estaba segura de que no estuviesen en esos momentos en medio del campo de batalla. Desde su posición tan sólo acertaba a verse una inmensa polvareda, con algunos focos de humo y fuego. Nunca debió dejarse convencer por Zinthya ―pensó arrepentida―. Si algo le sucedía al titán, por no haber estado a su lado, le habría fallado a Milarisa y lo que era peor, se habría fallado a sí misma. No sabía si su diosa sería capaz de perdonárselo algún día, pero estaba segura de que ella no. A bordo de su Drekaim, Thurgam-Bei no acababa de creerse lo que estaba viendo con su catalejo. Hacía rato que la sonrisa de complacencia había desaparecido de su rostro. La eliminación del líder kantherio no había ofrecido todavía sus frutos. Parte de los contingentes messorgios estaban inmovilizados por esta falta de órdenes, pero aquellos que ya las tenían seguían obedeciendo sus últimas instrucciones sin huir en desbandada, como había esperado. Eran los capitanes y comandantes directos los que se estaban encargando de mantener el orden en sus filas. La muerte de su general en jefe había aumentados las deserciones y minado la moral, pero sus efectos visibles eran por el momento escasos. Aquél había sido un error cultural de cálculo, pues a diferencia de los hamersab o los azunzei cuya jerarquía se apoyaba en el mando supremo, de modo que todos obedecían directamente a su líder, la jerarquía militar de los kantherios descansaba en los mandos intermedios, el líder daba las órdenes a sus oficiales de campo, pero es a estos a quien en última instancia obedecían las tropas. Por si fuera poco, el ala izquierda de los kantherios no acababa de sucumbir. Sus fuerzas habían deshecho virtualmente a las milicias messorgias, la mayoría de sus miembros estaban 376 Capítulo 8. Eriztain huidos o tendidos en el campo de batalla, pero se habían encontrado con la enconada resistencia de las fuerzas de Darlem y Akaleim, que habían conseguido detener el avance de los suyos. Era sólo cuestión de tiempo, pero comenzaba a impacientarse. Nada de todo esto hubiese conseguido mermar su ánimo. Se trataba de meros contratiempos, previsibles por lo demás, que simplemente demoraban su victoria. Lo que realmente le sacaba de sus casillas era lo sucedido en su ala izquierda. Cuando estaban a punto de destrozar irremediablemente el ala derecha de los kantherios y más próxima saboreaba la victoria, un pequeño grupo de jinetes salidos de la nada habían exterminado a todos sus magos, dando la vuelta a la situación, ya que ahora era su ala izquierda la que amenazaba ser destruida. Tan sólo los rotams se mantenían en su posición. ¿Cómo había sido posible? ―se preguntaba―. Ya no dudaba que aquel grupo de jinetes no se había extraviado, como pensó en un principio, sino que de alguna manera era algún tipo de arma secreta que Ealthor había preparado contra él. De haber sabido que su genio militar abarcaba tales cotas no lo hubiese hecho matar tan precipitadamente. Burgaf observaba el enfado de su señor sin atreverse a mencionar palabra. Sus puños apretados contra la barandilla de estribor eran tan disuasorios como la ira que se adivinaba en sus ojos. De pronto, su expresión cambió, se hizo más ansiosa. ―Ordena regresar inmediatamente a mis caballeros sagrados ―fue todo cuanto dijo Thurgam-Bei, que fijaba su vista en donde antes estuvieron sus magos. Sus servidores se apresuraron a ejecutar la orden y el silbato se escuchó una vez más, por encima de los ruidos de la contienda. ◙◙◙ ―¡Que bichos más feos! ―dijo Zinthya, refiriéndose a los rotams, con una mueca de desprecio en los labios. ―Crom, ¿habías visto alguna vez algo así? ―preguntó Martheen. 377 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Sí ―afirmó el aludido. ―¿Por qué será que no me sorprende? ―comentó su capitán. ―Rotams, se llaman, en tierra mía guardar sagrada ciudad ―compartió Gnuba, que había conocido aquel tipo de criaturas en su tierra natal. ―¿Son de metal? ―preguntó Miriathos―. ¿Cómo pueden moverse? ¿Cómo los controlan? ―Como ha dicho nuestro amigo mob son rotams, seres animados por los dioses y sí, son metálicos. Pero que no os atemorice su aspecto, pese a su impresionante apariencia son muy lentos ―intervino Cromber respondiendo al hijo del Conde de Ramassa―. No tengo ni idea de cómo pueden moverse u obedecer órdenes, eso habrá que preguntárselo a los dioses... ―Yo sólo quiero saber cómo podemos destruirlos ―atajó Krates, Glakos lo secundó y a continuación los demás. ―Como destruiríais cualquier cosa de metal. Puesto que no tenemos ninguna fundición a mano ―respondió el titán―, golpeándola hasta partirla. Separar la cabeza del tronco es suficiente para anularlos. Pero antes es mejor hacerles perder el equilibrio, con un fuerte golpe, bien en la base de las piernas, bien a la altura del pecho, con los cascos de los caballos por ejemplo. Una vez caen al suelo son incapaces de incorporarse por sí mismos... Reagruparon a sus fuerzas, entre caballeros de Ramassa y mercenarios sumarían unos ochocientos cincuenta, sin contar los heridos y los que se habían quedado custodiando a los prisioneros y las monturas capturadas junto al desierto. Se colocaron en formación. Cromber y Krates recibieron dos nuevos corceles, de los caídos, para reemplazar a los que habían perdido. El titán no pudo evitar recordar a su fiel Saribor al montar el nuevo ejemplar. Debían darse prisa, los camelleros continuaban aproximándose. Se corrió la voz. La consigna era lanzar una carga colina abajo y aprovechar la fuerza de la galopada para derribar a los rotams. Más de uno pensó que se debería racionar la agasta que tomaban sus jefes, pero todos lo acataron. 378 Capítulo 8. Eriztain Los rotams mantenían sus filas compactas, estaban orientados hacia abajo, su misión consistía en impedir el acceso a la caballería pesada del ala derecha kantheria. El hecho de que aquella orden careciese de sentido una vez habían caído los magos no alteró su comportamiento. Cuando la carga se estrelló contra sus posiciones, no dieron muestras de sorpresa, eran incapaces de ofrecer expresión alguna. En bastantes casos el plan tuvo éxito y la fuerza de la acometida fue suficiente para derribar a las criaturas, pero en otros muchos no sucedió así, los jinetes no consiguieron evitar que el animal se frenara o simplemente el impacto fue insuficiente, yendo en ocasiones a caer a los pies del rotam que trataban de derribar. El corcel de Cromber, que no estaba familiarizado con su nuevo jinete, fue de los que se frenaron antes de concluir la acometida. Cuando el titán se enfrentó a aquellos seres por última vez todavía no tenía a Mixtra en su poder. La espada de acero que tenía entonces resultó completamente ineficaz contra la dura estructura de aquellos esqueletos, pero su actual espada de titanio era capaz de abrir una roca, ¿no podría hacer algo parecido con aquellos huesos de metal? ―se preguntó―. Desenvainando su arma se dispuso a comprobarlo. Golpeó en la base del cráneo del rotam, se escuchó un fuerte repiqueteo metálico, pero no llegó a partirse, un fuerte hormigueo recorrió todo su brazo. Aquel ser, tal vez molesto, se volvió hacia su agresor, sujetaba una cimitarra en cada una de sus esqueléticas manos, las cuencas vacías de sus ojos, en las que brillaba una débil luz rojiza, parecieron mirarlo. Cromber volvió a intentarlo. Trató de concentrar todas sus fuerzas en aquel golpe. Se escuchó un chasquido metálico y la cabeza del rotam salió despedida, rodando por el suelo. El resto de su cuerpo se desmoronó, como si ya no fuese capaz de sostenerse. Los rotams derribados eran suficientes para abrir algunas brechas en sus compactas filas, por las que comenzaron a ascender las fuerzas de caballería del ala derecha kantheria, supervivientes de la masacre que sobre ellos habían orquestado los magos. Conociendo su vulnerabilidad, despejar el camino de esqueletos no fue una tarea difícil, tan sólo paciente. El titán, por su parte, se recorrió a caballo la hilera de rotams, descabezando a cuantos pudo. 379 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Miriathos se adentró entre las fuerzas que ascendían, buscando a su padre. Por el camino encontró a algunos caballeros de Ramassa, pero ninguno supo contestarle. Finalmente le dijeron que había muerto y poco más tarde pudo encontrar por sí mismo su cadáver medio calcinado. Se escuchó un profundo alarido, que sonaba parecido a un “¡nooo!”, que estremeció a todos. Según le dijeron había muerto junto con la mayoría de sus hombres, bajo el despiadado ataque de los magos. Se alegró entonces de haber cumplido de antemano su venganza, aunque lamentó no haber llegado antes. Las lágrimas recorrían a raudales sus mejillas. Desmontó y se arrodilló junto al cadáver de su padre. Sintió que iba a derrumbarse, miles de recuerdos desfilaban desordenadamente por su mente. Sólo cuando sus hombres le recordaron que ahora era él el Conde de Ramassa y que esperaban sus órdenes, recuperó parcialmente la compostura. Se incorporó frotándose los ojos en un vano intento por borrar todo vestigio de sus lágrimas. Ordenó que se llevaran el cadáver de su padre, junto con los heridos, hasta la zona de abastecimiento. En lo alto de la loma se iban concentrando los distintos efectivos de manera desordenada y caótica. Cada grupo nobiliario o mercenario se encontraba separado de los demás y muchos vagaban perdidos buscando a los suyos. En total sumaban unos seis mil hombres y alrededor de una treintena de capitanes. En pocos momentos habrían de enfrentarse a los más de diez mil camelleros que continuaban aproximándose peligrosamente, pero cada uno parecía tener la mejor opinión sobre lo que hacer. ―Deberíamos retroceder hasta las posiciones de la infantería ―propuso el cabecilla de una compañía de mercenarios. ―No, debemos defender esta colina ―replicó un hombre uniformado, con una rica capa granate a sus espaldas, aparentemente un oficial nobiliario. ―Yo soy el general de mayor antigüedad ―protestó el conde de Purtaceo. ― ¡Ya basta! ―interrumpió Martheen―. Así no vamos a ninguna parte, con tantos capitanes queriendo mandar, el enemigo no tendrá ni que esforzarse para acabar con nosotros. Haced lo que queráis, pero tened en cuenta que lo que se nos 380 Capítulo 8. Eriztain viene encima son camelleros, unidades temibles para la caballería en el desierto... ―Pero no estamos en el desierto ―comentó un oficial nobiliario en tono de mofa. ―Precisamente por eso tenemos mejores posibilidades ―replicó el líder de la Hermandad Libre, ignorando el tono despectivo de la interrupción―. Aún así cuentan con una importante superioridad y es que sus monturas, además de asustar a las nuestras, les permiten combatir desde una posición bastante más elevada, que resultará ventajosa en cualquier lucha cuerpo a cuerpo. Nuestra baza será la mejor maniobrabilidad de nuestros caballos. Tampoco debemos olvidar que los nuestros arrastran ya un cansancio considerable y los enemigos que vienen hacia aquí forman parte de sus tropas de refresco. La mejor opción que tenemos sería organizarnos en pequeños grupos, muy compactos y móviles con los que destrozar su formación... ―¿Y tú quien eres para darnos órdenes? ―protestó el Conde de Purtaceo. ―Alguien cuyos consejos me han salvado en más de una ocasión ―habló Miriathos―. Y que hace unos momentos os acaba de salvar a vosotros. Los míos marcharán con él. ―Me debías una ―le recordó Oflight a Martheen, un chorro de sangre surcaba la frente del obeso mercenario―. Ahora estamos en paz. Los míos también te seguirán. ―Los míos seguirán a los caballeros de Ramassa ―se adhirió el comandante de la caballería del condado de Minarsa. Finalmente, la urgente necesidad de defenderse de los camelleros que ya casi estaban a tiro de flecha, les hizo aceptar el liderazgo de Martheen, quien se esforzaba porque los pequeños grupos compactos estuviesen bien formados y preparados para cargar en cuanto el enemigo llegase a la base de la colina. Pero tal situación no se produjo. Thurgam-Bei dio órdenes a sus camelleros de detenerse. No quería que estorbasen en la carga de los caballeros sagrados, que acababa de ordenar. 381 CAPÍTULO 9 MORIRÁS Y SIN EMBARGO... VIVIRÁS L a amenaza surgió del cielo, un enjambre de caballeros sagrados cayó sobre ellos sembrando la muerte. Su ímpetu era arrollador, las pequeñas formaciones fueron destrozadas en cuestión de momentos, sus lanzas acabaron por igual con mercenarios y tropas nobiliarias, desmembrando y desgarrado sus cuerpos con la fuerza de su acometida, bañándolos en su propia sangre. En medio de la refriega, Cromber advirtió a Krates, quien se encontraba a su lado, que utilizara el carcaj “especial”, aquél que le había entregado él, con las flechas que les arrebataron a los asesinos que les emboscaron en Finash. Un jinete volador enfiló hacia la posición del titán. Al verlo, éste dejó su escudo colgado de su montura y sujetó a Mixtra en alto con ambas manos, aguardándolo. Sus ojos se cruzaron un instante con los del caballero sagrado, llevaba una armadura de titanio muy semejante a la de Marila, aunque con el distintivo de Rankor grabado en el pecho; su casco era algo más peculiar, ya que terminaba en una especie de cono que ascendía en espiral. Cromber no sentía nada. El universo entero parecía haberse volatilizado, sólo existían aquel caballero sagrado y su montura alada, que avanzaban hacia él a gran velocidad y él mismo, que con su espada conformaban una única entidad. Llegó la acometida. Con la celeridad del rayo golpeó su lanza hacia abajo con Mixtra, empleando todas sus fuerzas. La lanza se clavó profundamente en el suelo y el propio ímpetu del caballero sagrado sirvió para derribarlo, cayendo de bruces junto a su propia montura, en medio de un grupo de mercenarios de Marbleik, que se arrojaron sobre él sin piedad para rematarlo. El titán observó firme su espada, satisfecho. Aquella era la primera vez que se enfrentaba a un caballero sagrado, exceptuando el patético episodio de la biblioteca de Girthara. Había utilizado un viejo truco que le enseñó Martheen, que consistía en aprovechar la propia fuerza de la acometida del adversario; Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás aunque se suponía que era especialmente indicado para resistir ataques de la caballería desde la infantería, tampoco parecía resultar inapropiado contra aquellas fuerzas voladoras. Su pequeña hazaña no pasó inadvertida a otros caballeros sagrados, que decidieron vengar a su compañero caído. Tres de ellos giraron sus monturas hacia el titán. Los recibió con la misma frialdad que a aquél, empuñando a Mixtra con ambas manos. Esquivó en el último instante la acometida del primero de ellos, echándose a un lado. Con su mano izquierda se sujetó fuertemente de las riendas para no caer, con la otra dio dos rápidos tajos con su espada, cortando las cintas que unían el arnés del caballero sagrado, que cayó de su Grai-Ar bastantes cuerpos más atrás. Sin embargo, apenas consiguió parar la lanza del segundo de ellos, que lo derribó de su corcel, quedando tendido en el suelo a merced del tercero, que se abalanzaba sobre él. La embestida no llegó a realizarse porque una flecha de Krates atravesó el ojo izquierdo del jinete volador, que continuó tendido sin rumbo a lomos de su Grai-Ar. Corban se había sentido sobrecogido por la presencia y poder letal de los caballeros sagrados, pero el ejemplo de Cromber y “el cazador” consiguió infundirle nuevo valor. Aquellos seres no eran invulnerables, sangraban y podían morir. No pidió más a los dioses. Puesto que entre tantas víctimas parecían ignorarlo, decidió salir a su encuentro. Uno de aquellos jinetes voladores se estaba ensañando con varios soldados de la caballería de Sinarsa, que trataban de apartarse atemorizados. Se acercó al galope, blandiendo su hacha de doble filo, cortó las cintas que sujetaban el arnés del caballero sagrado, golpeando de paso una de sus piernas, haciéndolo caer de su montura. Ya en el suelo se abalanzó sobre él sin darle tiempo a reaccionar. Su hacha castigó una y otra vez todas las partes de su cuerpo, brotando borbotones de sangre de aquellas que no se encontraban protegidas por su armadura. Pronto sólo quedó tendido en el suelo un guiñapo sanguinolento y troceado, pero Corban no dejó de descargar su arma. El nuevo Conde de Ramassa detuvo con su escudo la arremetida de uno de los caballeros sagrados, pero la lanza de éste lo destrozó, al igual que a su armadura, a la altura del hom383 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain bro. Miriathos cayó derribado de su montura, herido de consideración y sangrando abundantemente. Sus pensamientos fueron para el recuerdo de su padre. Creyendo morir, se imaginó reencontrándose con él en el Paraíso de las Ánimas, el hogar que se decía los dioses reservaban para los que morían con honor. Pensó entonces en su hermana mayor Shinole, en la carga que dejaba en sus manos con su muerte. ¡No!, se reveló, no podía morir todavía, le quedaban muchas cosas por hacer. Varios de sus hombres se agacharon junto a él tratando de atender sus heridas. A Glakos le disgustaba enfrentarse a sus compatriotas, pero odiaba a Rankor y todo lo que representaba, por eso su lucha en esta guerra tenía algo de personal que le desagradaba. Hizo moverse a su caballo en círculo, tratando de encontrar el mejor ángulo desde el que acertar sobre aquellos jinetes voladores. Lo intentó en varias ocasiones, pero volaban demasiado rápido y sus armaduras les protegían bien. Sus empeños llamaron la atención de uno de los caballeros sagrados, que en la siguiente pasada cargó contra él. Al ver a aquel ser de leyenda aproximándose, sintió un nudo en su garganta, pero no perdió la calma. Apuntó con su ballesta. Disparó cuando apenas estaba a tres lanzas de distancia. La saeta golpeó al jinete volador en el pecho, pero se astilló contra su armadura. El mercenario hamersab soltó su arma y se agachó sobre su corcel para esquivar la arremetida de aquella lanza que el caballero sagrado guiaba buscando su sangre; pero no pudo evitar que rasgase su cota de malla por la espalda, produciéndole un gran corte longitudinal, no letal, aunque sí muy doloroso, que le hizo perder el conocimiento y caer de su montura. Gnuba, que vio caer a Glakos, se abalanzó a la carrera contra el caballero sagrado que lo derribó. Consciente de que su lanza no atravesaría su armadura, pues lo había intentado antes infructuosamente con otros, la utilizó a modo de bastón, golpeándolo en el abdomen. El acero de la lanza se dobló del impacto, pero rompió su cinturón y lo despidió del Grai-Ar. Al caer, el jinete volador giró instintivamente su lanza, golpeando fuertemente al mercenario mob en la cabeza, que quedó aturdido en el suelo. El servidor de Rankor se incorporó bruscamente, azorado por la situación de peligro en que se encontraba. Desenvainó su espada y mató con ella a un mercenario de la Herman384 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás dad Libre, que trataba de cerrarle el paso hacia su montura; la cual, al advertir la pérdida de su jinete, había aterrizado muy cerca de allí. En medio de la confusión generada por el ataque desde los cielos, los miembros de la compañía se habían dispersado unos de otros, nadie acertó a impedir que el caballero sagrado llegara hasta su Grai-Ar, otro mercenario que lo había intentado perdió su mano al hacerlo. Cuando ya se encontraba sentado de nuevo a lomos de su montura voladora, dispuesto a emprender el vuelo. Zinthya, que había cabalgado a toda velocidad hacia él, saltó a su espalda, clavándole las dos dagas que llevaba en el cuello. El servidor de Rankor se desplomó entre un reguero de sangre. La mujer lo empujó fuera del arnés. Se sentía extraña, era una luchadora profesional, acostumbrada a dejar sus emociones fuera del campo de batalla; pero, sin embargo, no podía evitar que la invadiera un cierto odio por aquellos enemigos, algo parecido a lo que le sucedió en Tiransa con los amónidas. Aquello no le gustaba, sabía que aquellos sentimientos podrían llegar a nublar su juicio, lo que en medio de un combate podía significar su muerte o la de los suyos. Un jinete de Sinarsa, que en otros tiempos fue ganadero, hizo un nudo corredizo en una soga, que llevaba en su montura, con ella consiguió atrapar a uno de los caballeros sagrados, justo después de que pasara a su lado. No tuvo en cuenta la impresionante fuerza del vuelo del Grai-Ar, que lo arrastró consigo, arrojándolo de su montura. Otros jinetes lo vieron y al pasar junto a ellos se sumaron a tirar de la cuerda. Llegó a haber hasta una docena de ellos, que aguantaron pese al castigo que suponía ser arrastrados por el suelo. Finalmente el servidor de Rankor cayó derribado, aunque su captor no pudo celebrarlo, pues había muerto a consecuencia de las heridas recibidas al ser arrastrado. Los caballeros de Ramassa consiguieron abatir y capturar vivo a uno de los caballeros sagrados. Sus gritos de júbilo se interrumpieron cuando uno de los propios compañeros del prisionero, utilizando la ballesta que los Grai-Ars llevaban anclada en su costado izquierdo, acabó con la vida de aquél. La caballería kantheria estaba siendo duramente diezmada por el ataque, más 385 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain de mil hombres habían caído muertos o heridos, víctimas de la ferocidad de aquellos guerreros aéreos. Martheen, que hasta el momento se había limitado a esquivarlos o defenderse, decidió pasar a la acción, siguiendo el ejemplo de su mujer. Al igual que ella estaba notando su excesiva implicación emocional en el conflicto. Como mercenario era bueno creer que la justicia estaba de parte de aquellos por los que luchas, pero no lo era involucrarse hasta el punto de experimentar odio por tus enemigos. Y eso era lo que estaba sintiendo, cada vez con más rabia. Si sus compañeros estuvieran muriendo en justa lid, se decía a sí mismo, no estaría sintiendo aquel resentimiento. Pero aquello no era una lucha justa. Se encaramó de cuclillas sobre su corcel, con su espadón en una mano y su daga larga en la otra, haciendo gestos para llamar la atención del primer caballero sagrado que vio en las inmediaciones de su posición. Aquél aceptó el desafío y cargó contra él. Permaneció agachado sobre su caballo esperando a que se aproximase. Cuando lo hizo saltó con todas sus fuerzas hacia arriba, llegando a alcanzar su propia altura por encima de su caballo. Su impresionante salto sorprendió a su atacante, que de repente vio cómo su adversario, que estaba debajo de él, pasaba a situarse por encima suyo. Martheen aprovechó aquél momento de confusión: Mientras descendía, un golpe de su espada apartó la lanza de su enemigo y un rápido giro de su brazo izquierdo permitió que su daga le rebanara el pescuezo. El jinete volador agonizante cayó un poco más adelante. Desde su posición, el capitán de la Hermandad Libre vio cómo a lo lejos su esposa se disponía a montar en uno de aquellos Grai-Ars. Su corazón le dio un vuelco. Debía impedírselo a toda costa. ―¡Zinthya! No lo hagas, ¡no...! ―gritó tanto como pudo, pero en el clamor de la batalla no dio muestras de oírlo. Montó de nuevo en su corcel y se dirigió hacia allí al galope. Al sentarse sobre el arnés de la criatura voladora, la guerrera pelirroja atrajo el interés de un caballero sagrado, quien por motivos muy diferentes también trató de disuadirla, embistiendo contra ella. Krates se disponía a disparar sobre otro jinete volador que hostigaba al titán, pero entonces lo vio. No lo dudó un instante, disparó contra el que amenazaba a la mujer. La 386 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás flecha impactó en su objetivo, pero rebotó contra su armadura, pese a que su punta fuese de titanio. Zinthya cogió su espada con ambas manos y trató de golpear la lanza hacia abajo, trataba de utilizar el mismo truco que poco antes empleó Cromber; pero la fuerza de la acometida era tal que apenas consiguió desviarla un dedo de su trayectoria. Sintió como un fuerte empujón, cuando la lanza penetró en su estómago, atravesando su armadura, y salió por su espalda. La herida escupió sangre y entonces llegó el dolor. Soltó la espada, sintió una profunda nausea y cómo las fuerzas la abandonaban. El caballero sagrado no detuvo su vuelo sino que continuó exhibiendo a su presa ensartada aún agonizante. Martheen emitió un grito desgarrador, que se escuchó por encima del fragor del combate, mientras continuaba galopando como un poseso tras del jinete volador. Cromber, que acababa de librarse de su último adversario, descubrió lo que pasaba al girarse hacia el lugar de donde provenían los alaridos de su amigo. Cerca suyo Krates permanecía con la cabeza agachada entre los hombros, abatido por su fracaso. El titán apoyó una mano en su hombro y le indicó que fueran hacia allí. Obligarían a ese perro de Rankor a soltarla ―le dijo―. Sus pensamientos eran dolorosos, confusos, pese a lo que había visto aún abrigaba la esperanza de que estuviese viva. Hacía mucho tiempo que había dejado de estar enamorado de ella, era una adicción que fue dejando poco a poco desde que supo que era la chica de su amigo, pero no por ello dejó de quererla, quizá incluso la quería aún más, sólo que de otra manera, era para él como la hermana que nunca tuvo. Jamás se lo dijo, pero siempre tuvo la impresión de que ella pensaba lo mismo. Zinthya trataba de contener con su mano la sangre que manaba de su herida, que no era demasiada por estar la lanza aún alojada en su cuerpo. El dolor era insoportable, sobre todo cuando a consecuencia de los vaivenes de la cabalgada se movía la lanza, pese a su fortaleza no pudo evitar chillar de dolor en algunos momentos. Las náuseas le produjeron vómitos, fundamentalmente de sangre. Era consciente de que aquello era el fin para ella, por eso tan sólo quería que acabase el suplicio. Le pareció escuchar la voz de su marido que la llamaba a gritos. Trató de abrir los ojos, los párpados le pesaban. En medio de una neblina distinguió a su asesino, sus ojos se cruzaron con los 387 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain suyos, sonreía, regocijándose con su dolor. Volvió a cerrarlos. Hizo un último acopio de fuerzas y extrajo con disimulo una de sus dagas del cinturón. No necesitó volver a abrir los ojos, con las energías que le quedaban arrojó la daga contra su adversario, acertándole de lleno en la garganta. El esfuerzo le causó un enorme dolor y más sangre salió de su herida. Al morir, el jinete volador aflojó la sujeción de la lanza y la mujer resbaló por ella hasta el suelo. No sintió el encontronazo, sólo un agudo dolor cuando el arma abandonó su cuerpo y después oscuridad. Martheen llegó junto a ella unos momentos después, estaba tendida en el suelo en medio de un gran charco de sangre. Le quitó lo que quedaba de su armadura. Con su mano izquierda trató de taponar la herida para evitar que perdiese más savia vital, aunque en su interior sabía que cuanto hiciera era inútil. Intentó de reanimarla, pero no dio ninguna señal de consciencia. Su otra mano acariciaba nerviosamente sus cabellos. ―Zinthya... no me dejes... no... ― su marido le susurraba al oído, con voz entrecortada y lágrimas en los ojos. ―Grac... cias... ―pronunció débilmente la mujer, que nuevamente vomitó sangre. Abrió los ojos por última vez, lo miraban fijamente― por... todo... ―Tranquila Zin, vas a ponerte bien ―el rostro de Martheen se iluminó al poder hablar con ella. Le envió un beso con los labios―. Te quiero... ―Mentiro... ―comenzó a decir, pero nunca completó la frase, sufrió una pequeña convulsión, suspiró profundamente y quedó inmóvil, con la vista fija en su marido, de unos ojos que ya no miraban. Martheen supo que había muerto. Se quedó estupefacto junto a ella, sin ser capaz de ninguna reacción. Un caballero sagrado volaba directo hacia él. El capitán de la Hermandad Libre ignoraba las voces de sus compañeros advirtiéndole del peligro. Tan sólo seguía sentado en el suelo junto al cadáver de su mujer, con la expresión seria, obnubilada, acariciando aún sus cabellos, mirando sus ojos. Cuando iba a producirse la embestida surgió Corban, quien había estado acercándose a la carrera, saltando sobre el jinete volador desde su derecha. Su adversario lo advirtió a tiempo y giró su lanza 388 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás hacia él, atravesándole un costado; sin embargo, el giro fue tan brusco que desmontó la lanza del arnés, cayendo el arma al suelo junto al herido. El caballero sagrado no se desanimó, desenvainó su espada e intentó dar una nueva pasada. Martheen seguía agachado junto a Zinthya. Le estaba colocando las manos, limpiándole la sangre de la cara, cerrándole los párpados. Tampoco ahora parecía escuchar los gritos de advertencia. Su agresor se vio obligado a volar algo más bajo y a inclinarse hacia la derecha, para poder golpearlo con su espada. Dio el golpe de gracia sobre su cabeza. Pero en lugar de un chasquido de huesos rotos se escuchó algo más parecido al entrechocar de metales. El mercenario paró el golpe con su espada, girando velozmente sobre si mismo, asestó un tajo en el cuello de su adversario, que dejó su testa exánime colgando hacia un lado, mientras su casco caía. De un ágil salto se encaramó al Grai-Ar, que aún arrastraba el cadáver de su amo. Con un nuevo golpe de su espada cercenó definitivamente la cabeza del servidor de Rankor, que se aplastó contra el suelo. Desató el cinto que unía su tronco al arnés del animal y de una patada arrojó el resto de su cuerpo a la superficie. Se giró para comprobar la dirección de la cabalgada y se ató el cinturón que lo sujetaba al arnés. Cromber, al ver a su amigo volando sobre aquella criatura alada, advirtió que se había vuelto loco. Tal debía de ser su dolor en aquellos momentos que no soportaba vivir y buscaba que lo matasen. No le cabían dudas sobre las motivaciones de su actitud suicida. Casi desde que la conoció, Martheen y Zinthya habían estado juntos, compartiéndolo todo. Su grado de compenetración, de gustos comunes, eran difíciles de igualar. Si alguna vez dos personas habían estado hechas el uno para el otro era en su caso. No conocía ninguna otra relación que pareciese tan perfecta, tan idílica. La muerte de ella había sido un duro golpe para todos los que la conocían y apreciaban, pero era difícil imaginar lo que aquello había significado para su eterno compañero. El titán podía sentir la ira y frustración que lo invadían y pudo hacerse una vaga idea de la furia que dominaba a su capitán. Pero loco o no era su amigo y no estaba dispuesto a dejar que se sacrificase de aquella manera. 389 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Subió sobre el Grai-Ar que capturó Zinthya, que estaba a su lado. Tomó su escudo y le pidió a Krates que los cubriera. Aquello era una locura, lo sabía, pero también el único modo de salvar a su amigo y nadie lo disuadiría de intentarlo. Pronto descubrió que montar una de aquellas criaturas no era como montar a caballo. El arnés era parecido a una silla sólo que algo más aparatosa. También tenía estribos y bridas; además de una extraña pinza en la base del cráneo. Pero nada parecía funcionar. Lo había probado todo: había tirado de las riendas, golpeado sus lomos con los talones de sus botas, palmeado sus cuartos traseros, incluso acariciado su testuz. El animal seguía quieto en tierra, ignorándole. Se le ocurrió presionar aquella extraña pinza, pero tampoco se produjeron cambios. Harto ya golpeó fuertemente con su puño el lomo del animal, mientras le gritaba “¡estúpido bicho...! ¡muévete de una vez!”. El Grai-Ar salió volando como una exhalación hacia el frente, su jinete hubo de agarrarse con fuerza a las riendas para evitar caer hacia un lado. Varios caballeros sagrados, testigos de la osadía de aquellos intrusos del aire, salieron en su persecución. Krates los siguió con su arco y derribó a uno de ellos, al segundo disparo; pero eso lo delató y otro de ellos se lanzó en picado sobre el cazador. Cogió dos nuevas flechas de su carcaj. El pulso le temblaba, ver a la muerte encarada hacia él a toda velocidad lo había puesto nervioso. Estaba utilizando el arco de Hilostar. Disparó una flecha. Tan sólo rozó el casco de su adversario. Cerró los ojos. Trató de relajarse. Los abrió de nuevo. Apuntó. Su enemigo estaba ya literalmente encima suyo. Disparó. La flecha atravesó la armadura del jinete volador, a la altura del corazón. Murió en el acto; pero su montura, que bajaba en picado, sólo pudo remontar el vuelo en el último instante, golpeando accidentalmente a Krates en la remontada, quien cayó al suelo inconsciente y con fuertes magulladuras a causa del gran impacto. ◙◙◙ Martheen apenas consiguió controlar a aquella criatura, mucho menos aún que volase en la dirección correcta. Por el momento se conformaba con que no lo arrojase al vacío. Pronto 390 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás se encontró virtualmente rodeado de caballeros sagrados que intentaban interceptarlo. Su arnés había perdido el anclaje para la lanza por lo que se defendió con su espada. Sólo su falta de pericia montando un Grai-Ar los mantuvo a salvo de su ira; pero cuando alguno de su adversarios osaba acercarse más de la cuenta, su espada cortaba con precisión quirúrgica todo aquello que no estuviese protegido por el titanio: manos, tobillos, gargantas, caras, sillas de montar e incluso el ojo de un Grai-Ar. Su furia parecía haber multiplicado su habitual maestría. Pronto ganó el respeto de sus enemigos, que optaron por eludir el combate cuerpo a cuerpo y lo atacaban a distancia, con las ballestas ancladas sobre sus monturas. Su instinto guerrero le permitió esquivar las dos primeras saetas, la rapidez con que manejaba su arma desvió las dos siguientes y partió una tercera. Un proyectil perdido alcanzó al Grai-Ar de uno de los jinetes, que cayó en picado. Movió con gran habilidad y celeridad su espada, girándola sobre su muñeca a ambos lados, mientras desviaba ahora nuevos proyectiles que apuntaban a su montura, en una exhibición de esgrima que despertó la admiración de sus oponentes. Jamás habían visto a nadie que manejase aquel arma con tanta precisión y agilidad. Cromber volaba a gran velocidad, internándose sobre las filas enemigas, en dirección opuesta a donde se encontraba su amigo. Varios caballeros sagrados habían salido en su persecución. Sus esfuerzos por controlar a su montura habían resultado hasta el momento infructuosos. Por más que tirara de las riendas no conseguía que disminuyera la velocidad. En algún momento tiró tanto que el animal profirió un gruñido de queja, pero sin dejar de surcar los cielos a una velocidad de vértigo, que estaba consiguiendo marear al titán, quien ya comenzaba a sentir náuseas, sobre todo cuando miraba hacia abajo, donde los ejércitos aún combatían como diminutas fichas de un tablero. Sus perseguidores dispararon contra él sus ballestas, en un intento por detenerlo, pero ninguna de sus saetas lo alcanzó. La enorme aceleración y la distancia hacían de él un objetivo difícil de acertar. De un modo puramente accidental descubrió el modo de hacer girar al Grai-Ar. Era preciso golpear repetidamente con los talones uno de los costados del animal, mientras se tiraba fuer391 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain temente de las riendas. Lo que más lo confundió fue el hecho de que el giro fuese inverso al que se esperaría de un caballo, ya que en este caso el jinete no obligaba a su montura a mirar en la dirección que debía seguir, sino que simplemente se lo indicaba. La criatura seguía girando en aquella dirección hasta que se dejase de presionar de las bridas. El hallazgo le costó unas cuantas vueltas locas e incontroladas a gran velocidad, que a punto estuvieron de obsequiar con su desayuno a los combatientes de la superficie. De vuelta se encontró frente a frente con sus perseguidores, que enfilaban sus lanzas y monturas hacia él. Eran cuatro, cuatro lanzas que convergían hacia él. Sujetó las riendas con sus dientes, mientras sus manos sostenían firmemente su escudo y la lanza anclada en el arnés. Ellos lo imitaron y cogieron los escudos que colgaban de sus monturas, en todos ellos podía verse grabado en rojo el distintivo de Rankor. Pudo sentir el roce del aire golpeando su rostro, aliviando el fuerte calor y el sudor del cansancio. De no ser por la extraña sensación de estar surcando los cielos, le parecería volver a los torneos del Circo de Tirso. El encontronazo prometía ser espectacular. En el último momento giró su montura hacia la derecha, girándose él mismo con todo su cuerpo hacia su flanco izquierdo. La maniobra le dejó momentáneamente fuera del alcance de dos de sus agresores, que pasaron de largo. Lo mismo le sucedió a un tercero que apenas acertó a rozar la cota de malla del Grai-Ar. El restante golpeó con fuerza el escudo del titán, aunque éste lo giró bruscamente hacia su izquierda, golpeando con él la lanza, para disminuir el impacto absorbido, ya que en su posición podría haberlo hecho caer. Por el contrario, su lanza dribló la protección del escudo de su adversario y le alcanzó en el abdomen, atravesando su armadura de lado a lado, su cinturón se partió, quedando empalado, agonizante. Cromber trató de soltarlo, pero apenas consiguió que su cuerpo resbalara un poco por el arma. Aquella situación le recordó a la pobre Zinthya, pero sus ánimos de venganza y desquite no le inclinaban a ser tan cruel como sus enemigos. Soltó la lanza de su anclaje, que cayó sobre la superficie junto con su víctima, provocando un gran estruendo al impactar contra el suelo. Desenvainó a Mixtra y giró su montura para enfrentarse de nuevo a sus hostigadores. 392 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás Sólo vio a dos de ellos. Inmediatamente comprendió que el tercero había quedado a su espalda tras el giro. Volvió la vista y lo vio. Estaba lo suficientemente lejos como para que pudiera ocuparse primero de los que venían de frente. De este modo ―pensó―, por separado le sería más fácil abatirlos. Se produjo un nuevo encontronazo. La lanza de uno de los caballeros sagrados atravesó al Grai-Ar que montaba el titán, hiriéndolo mortalmente. Cromber desvió hacia fuera la del otro con su espada, dejándolo con su guardia al descubierto mientras avanzaba hacia él, le bastó con girar rápidamente a Mixtra en su dirección para que éste se ensartara en ella. Saltaron chispas cuando el titanio del arma atravesó la armadura. Rápidamente extrajo su arma, permitiendo a su oponente agonizante alejarse del lugar. Su montura comenzó a descender al vacío, pero aún estaba unida por la lanza a la de su atacante, al que también arrastraba. El servidor de Rankor se esforzaba por soltar el arma empotrada en la carne del Grai-Ar. El titán comprobó que estaba a punto de conseguirlo, soltó el cinto que le unía al arnés. Se encaramó sobre su montura sujetándose sólo de sus riendas, flexionó sus piernas y saltó con todas sus fuerzas sobre la montura del agresor. Al verlo caer encima, el caballero sagrado que acababa de liberar su lanza alzó su escudo para protegerse, Cromber lo apartó hacia fuera con el suyo, mientras su espada lo golpeaba fuertemente, destrozándole el casco y partiéndole la cabeza. Se escuchó un ruido sordo de huesos rotos y la sangre salpicó su rostro. Soltó el cinturón que aún sujetaba el cadáver de su oponente y lo arrojó al vacío. Trataba de ajustarse el arnés cuando sintió un fuerte viento y una sombra negra precipitarse sobre él. Se giró con su escudo dispuesto a detener la agresión, pero no pudo impedir que la lanza lo alcanzase en el hombro izquierdo, destrozando su armadura a esa altura. Sintió un fuerte desgarrón, borbotones de sangre que brotaban de su herida y dolor, mucho dolor. Sólo se olvidó por un instante del atacante que venía tras de él, pero lo había pagado caro, y todavía le costaría más si aquél se salía con la suya. Manteniéndose en vuelo a su altura, el caballero sagrado volvió a golpearlo con su lanza. El titán se cubrió con su escudo, pero el fuerte dolor de su hombro le impidió sujetarlo con firmeza y lo perdió en la embestida. Un nuevo 393 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain intento lo detuvo con su espada, a un dedo de su rostro. Entonces se encaró con su adversario. No se habían visto las caras hasta entonces. Lo que vieron los paralizó a ambos. ―¿Havock? ―preguntó Cromber asombrado. No daba crédito a lo que le mostraban sus ojos, pero aquel gigantón de cabellos y barba pelirrojos era la viva imagen, con alguna arruga más quizá, de su amigo de Gilsam, junto al que robó el martillo de Thorem, y que se lo quedó después. Tras aquella aventura sus caminos se separaron durante algún tiempo, mientras el gilsamno trataba de unificar a las tribus de su nación en un único reino bajo aquél martillo místico. Estuvo muy cerca de conseguirlo, pero finalmente fracasó y se vio obligado a exiliarse. Se encontraron de nuevo en las regiones inhóspitas de la tundra de Mortinam. Ingresaron juntos en las fuerzas mercenarias que los hamersab contrataron para dominar a los nómadas del desierto, ambos conocieron allí a Martheen. Juntos se incorporaron a los ejércitos regulares del Imperio. Después él volvió a las tierras occidentales y su amigo se quedó allí, viviendo entre los hamersab, instalado con su familia. ―¿Crom? ―preguntó simultáneamente aquél, aunque el batir de las alas de los Grai-Ars, moviéndose en círculo, apenas los dejase escucharse. Nunca pensó en reencontrarse con su amigo en aquellas circunstancias―. Debí suponerlo, había algo familiar en ese perro que estaba machacando a mis compañeros... ―¿Cómo es que estás con Rankor? ―gritó extrañado, mientras su mano se apoyaba en su herida, aunque sin soltar su espada. ―¡Estoy con los hamersab! ―replicó enérgico. Vociferó tanto como pudo. El incesante movimiento circular de los Grai-Ars, para mantenerse en el aire, los alejaba o situaba de espaldas ocasionalmente, dificultando la audición de sus palabras―. Y tú deberías de saberlo mejor que nadie, pues ya estaba con ellos cuando marchaste y entonces tú también servías al emperador, si no recuerdo mal... ―No quise ofenderte ―se explicó, elevando igualmente el volumen de su voz. Se le hacía irreal estar manteniendo aquella conversación con su antiguo amigo, en medio de una 394 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás cruenta batalla. Pero estaban solos en los cielos. Se había alejado tanto con su falta de pericia para controlar al animal, que desde allí los otros caballeros sagrados eran sólo puntos negros en el horizonte―. Sólo es que se oyen y ven tantas cosas horribles sobre esa divinidad, que me extraña que la sigas voluntariamente. ―No creo que sea tan perverso como dices. Sólo hace las cosas de un modo distinto y eso a veces crea cierta resistencia en las gentes fieles a sus costumbres ―carraspeó, forzar de aquella manera sus cuerdas vocales comenzó a resentir su ya de por sí ronca voz―. Yo también lo he sufrido en mi pueblo. Seguramente todas esas habladurías no son más que propaganda de guerra, para ocultar los traicioneros planes de las naciones kantherias. Allí todo el mundo sabe de las maquinaciones para apoderarse del mundo de estos reinos... ―Hablando de propaganda... ―dijo para sí el titán, que mostró una sonrisa escéptica. Criado en Arrack, conocía muy bien el odio común de los virianos hacia los kantherios. Decidió entonces cambiar de tema, tratando de recordarle su mutua amistad―. ¿Cómo está tu mujer, Shasha? ¿Y la niña? ―Muy bien, se alegraría de verte, ahora tenemos otro niño ―Havock miró hacia la herida que le había provocado en el hombro―. Siento eso... Sabes que nunca te habría atacado de haber sabido que eras tú. ―Yo tampoco podría atacarte, pero... ¿cómo es que eres un caballero sagrado? ―Sólo desde hace poco más de un año. El emperador ordenó una competición entre todos sus oficiales. Yo creí que se trataba tan sólo de una nueva costumbre o un sistema de promociones, pero a los seleccionados nos prepararon para ser caballeros sagrados. Por lo visto no tenían tiempo para entrenarnos como correspondía, por eso escogieron a expertos combatientes. Pero tiene sus ventajas, por fin he podido utilizar el martillo de Thorem, más allá de llevarlo en un arcón ―Le señaló su cinturón, del que llevaba colgado la legendaria arma. Miró con gravedad hacia los lados―. Será mejor que simulemos pelear o alguien podría llegar a sospechar si nos ven. 395 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Permíteme una pregunta ―indagó mientras simulaban pararse mutuamente sus mandobles―: me he vuelto loco para tratar de domar a estas bestias, ahora creo que sé básicamente como actúan, pero cuando vosotros atacáis veo que cierran automáticamente sus alas en el momento del encuentro, pero yo no he conseguido que lo hagan... ―¡Ah eso! Es muy sencillo ―sonrió Havock―, debes mantener apretada la pinza que hay en la base de su cuello y soltarla en el momento en que quieras que replieguen las alas. Ten en cuenta que eso te hará perder un poco de altura, así que mejor tenlo previsto. ―Ahora viene lo más difícil ―comenzó diciendo Cromber―. Debes dejarme pasar. Tengo que ayudar a Martheen... ―¿Es él el otro loco? ―no necesitó la respuesta―. ¿Aún continuas con ese perdedor? ―Tus compañeros han matado a su mujer ―explicó. ―¿Ese golfo había sentado cabeza? De acuerdo, te dejaré pasar, por lo viejos tiempos, no olvido lo mucho que te debo, y para que me perdones por la herida. Pero sigue mi consejo, aléjate de aquí, nadie puede enfrentarse a Rankor. Si persistes sólo encontrarás la muerte. Saca a ese loco de ahí y vete ―la expresión de Havock se tornó seria―. Ahora deberás golpearme con el plano de tu espada, hemos de simular que me derribas... ◙◙◙ Sobre la colina que había servido de sede al estado mayor kantherio, los supervivientes comenzaban a recuperarse del brutal ataque sufrido. Atendieron a los heridos y recompusieron sus posiciones. Un grupo de oficiales estaban apostados en torno al general Vitrosgham, al que llevaban un buen rato tratando de reanimar con agua. Algo más tarde lo consiguieron. Mareado y algo confuso Vitrosgham no tardó demasiado en ser consciente de que era el nuevo general en jefe de los messorgios. Pidió un catalejo y observó el curso actual de la batalla. 396 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás Su ala central había destrozado por fin la sólida formación de la infantería hamersab y se batía ahora contra los catafractos, pero sus alas izquierda y derecha estaban a punto de sucumbir bajo el empuje del enemigo. No todo estaba perdido, aún le quedaban algo más de treinta mil hombres de reserva, que aún no habían entrado en combate. Podía jugarse el todo por el todo e intentar convertir en victoria lo que ya era una aparente derrota. Nada le hubiese gustado más que convertir una nueva derrota de Ealthor en una indiscutible victoria. Pero aquello estaba muy lejos de la realidad, recordó la carga de los caballeros sagrados. No estaban preparados para algo así. Una retirada a tiempo tal vez permitiría convertir aquella derrota en una nueva victoria más adelante. En cualquier caso el derrotado era Ealthor. A él le correspondía salvar todo lo que pudiese del ejercito messorgio. No lo dudó más. Ordenó el repliegue ordenado de sus efectivos, las tropas de reserva avanzarían al frente para proteger la retirada de los demás. Desde su nave voladora Thurgam-Bei escuchó el sonido de las tobras kantherias llamando a retirada. Su rostro recuperó por fin la sonrisa. El enemigo se retiraba, había ganado aquella batalla. Eran tantos los reveses sufridos durante el último cuarto de la contienda, que llegó a temer por la victoria. Sin perder tiempo, ordenó a los suyos que se detuviesen, no quería que unos ánimos exacerbados pusieran en peligro lo que acababa de conseguirse. ―¿Vais a dejar que escapen sin perseguirlos, señor? ―preguntó un sorprendido Burgaf―. ¿Qué pretende vuestro genio?, oh magnífico señor... ―Acorralar a un enemigo herido puede resultar muy peligroso. Dejémosles que huyan, ahora ya saben quién es el más fuerte ―se explicó sabiendo que no necesitaba hacerlo. Nadie osaba discutir sus decisiones―. Que las brigadas ligeras les hostiguen, pero sólo a distancia, que sientan el olor de nuestra presencia. Eso nos ayudará a rentabilizar esta victoria. ―Y ¿qué queréis que hagamos con esos locos que están desafiando a vuestros caballeros sagrados, aquí en las alturas? ¿Los dejamos marchar también? ―preguntó su consejero, 397 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain mostrando su semblante más inocente y obediente, pero sabiendo que ponía el dedo en la yaga de su poderoso señor. ―¿Locos? ―Thurgam-Bei se mostró pensativo, con su diestra sujetando su barbilla―. Quizá sea una forma de llamarlos. Pero puedes decirme entonces quien es más loco: ¿el loco o el que se deja cazar por el loco? Esos locos como dices están diezmando a mis caballeros sagrados, la élite de mis ejércitos, y sólo son dos. ¿Quiénes son? O mejor: ¿qué son? Sus amigos en tierra también han matado a varios de ellos y prácticamente han aniquilado a todos mis magos. Cuando conquisté el Imperio Azunzei no perdí un solo mago y tan sólo un caballero sagrado. ¿Qué ha sucedió aquí? ―Tal vez la apuesta era ahora más arriesgada ―respondió elusivamente Burgaf. ―Quizás, pero eso no explica lo que ha pasado ―meditó su señor―. Necesito respuestas y sé cómo obtenerlas. Se dirigió a uno de los campeones que formaban su guardia personal, y le dio unas instrucciones al oído. A continuación el “albino” abandonó la nave Drekaim a lomos de un GraiAr, volando directamente hacia donde se combatía en el aire. ◙◙◙ Pese al toque a retirada, la batalla en el aire continuaba, con mayor intensidad todavía, puesto que la orden de detener las hostilidades había devuelto a los caballeros sagrados hacia las alturas. En poco tiempo Martheen se vio rodeado por más de una cincuentena de adversarios. No le importó. Cuantos más eran más se estorbaban entre sí. Poco a poco se iba haciendo con el control de su montura y estaba abatiendo uno tras otro a los enemigos que lo cercaban. Un dolor que no era físico lo estaba corroyendo por dentro. No esperaba salir vivo de allí. Tampoco lo deseaba, tan sólo quería destrozar el mayor número de aquellos seres que pudiese, antes de reunirse con su querida Zinthya. Ya no solían dispararle saetas, moviéndose entre ellos habrían resultado más peligrosas para ellos mismos que para aquél. Aun398 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás que lo hostigaban manteniéndose próximos, pocos llegaban a atacarlo directamente. Los que lo habían intentado lo habían pagado con sus vidas o con alguno de sus miembros amputado. Tampoco servía atacarlo por la espalda, parecía tener ojos en la nuca. En medio del ensimismamiento que le producía su furia, Martheen creyó reconocer la voz de Cromber que lo llamaba. Le decía algo de irse, pero ¿irse a donde?, él sólo quería ir con Zinthya y eso no podía hacerlo porque aquellos seres la habían matado. Ahora sólo le quedaba matarlos a ellos. Realizó un giro arriesgado con su Grai-Ar para situarse de cara al lugar del que provenían las voces. Vio efectivamente al titán, estaba muy cerca, aunque parecía herido en un hombro. Varios de los caballeros que lo cercaban habían salido a recibirlo y no llevaban precisamente buenas intenciones. Pensó que quizá su amigo estaba en apuros. Trató de abrirse paso hacia él pero un muro de lanzas le bloqueó el acceso. Cromber tomó el escudo que había “arrebatado” a su amigo Havock, era algo más pequeño y ligero que el suyo, además llevaba grabado el emblema de Rankor, pero era mejor que nada. En su diestra esgrimía a su inseparable Mixtra. Sujetaba las riendas con los dientes esperando la acometida de los caballeros sagrados, pero esta no se produjo. Mantenían sus lanzas enfiladas hacia él y lo rodeaban a distancia, pero parecían reticentes a atacarlo. Sintió un brusco impacto que a punto estuvo de derribarlo. Uno de ellos había disparado una saeta que fue a estrellarse contra su escudo. Con la mano con que sujetaba a éste acarició el gatillo de su ballesta, le parecía muy difícil poder apuntar con aquél arma anclada en el arnés de su montura, ya que más que apuntar había que imaginarse la trayectoria, pero los adversarios estaban cerca, así que disparó. Alcanzó a uno de sus enemigos, que resultó herido en un brazo, más debido a la fortuna que a su propia pericia, según estimó. Su acción desencadenó una respuesta, varias saetas salieron dirigidas hacia él, dos se partieron contra su escudo, otra acertó su armadura, pero sólo de refilón y rebotó, la más dañina alcanzó una de las patas traseras de su Grai-Ar, que emitió un quejido lastimero. Las demás fallaron. Sus emociones se encontraban desbocadas, como su adrenalina, se veía perdido, sin saber cómo escapar de aquel 399 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain atolladero. En su mente vislumbró un posible epitafio: “Aquí yace otro loco más”. Se movía a gran velocidad entre sus enemigos, que se desplazaban paralelamente a él, cruzándose de vez en cuando, entrechocando sus armas sin que llegase a derramarse la sangre. El campeón “albino” llegó al lugar. Ordenó apartarse a los caballeros sagrados que cercaban a Martheen, indicándoles que cerraran el paso al otro intruso. El capitán de la Hermandad Libre giró su montura para encararse al recién llegado que lo había “liberado de su escolta”. Nunca había visto a un hombre como aquél, aunque había oído hablar de su existencia. Sus cabellos eran blancos como la nieve, su piel pálida, de una palidez espectral, casi tan blanca como sus cabellos, sus labios de un morado difuminado. Tan sólo el contorno rojizo de sus ojos tenía algo más de color. Su delgadez extrema que dibujaba bajo su rostro los huesos de su cara contribuía a darle un aspecto más tétrico. Pero el mercenario no se dejaba asustar fácilmente por cualquier mascarada. Espada en mano se dirigió a su encuentro. Tenía aspecto de jefe, al menos los demás parecían obedecerle, mejor, pensó, disfrutaría más matándole. El “albino” le sonrió, de hecho no paraba de sonreír, mientras murmuraba algo entre dientes. Martheen pensó que a aquél estúpido le había entrado la risa floja. De pronto, unas enredaderas comenzaron a surgir desde su montura, atenazándole los brazos, enroscándose entorno a su cuerpo y su cuello. ¡Magia! ―gritó para sí―. Y todos sus sentidos se pusieron alerta. Tomó la ballesta anclada en su Grai-Ar, que aún no había utilizado, y casi sin apuntar disparó. La saeta se detuvo antes de alcanzarlo y volvió a salir despedida de vuelta hacia él. Se echó rápidamente a un lado, el proyectil sólo le rozó el costado, sin atravesar su armadura. Cromber apenas podía ver lo que pasaba, pero acertó a distinguir la magia psíquica. Aquello le intranquilizó. Intentó en varias ocasiones atravesar aquél muro de lanzas, e incluso burlarlo, pero siempre tropezaba con la misma erizada muralla, imposible de traspasar sin suicidarse. Martheen cerró los ojos recordando los consejos de Nadia, intentando desterrar en su mente las enredaderas. Una 400 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás presión más tangible, más real, sobre sus muñecas le obligó a volver a abrirlos. El “albino” continuaba sonriendo, mientras sus brazaletes emitían un fulgor especial. Comprendió que lo estaba sujetando mediante magia, pero la muchacha creona les explicó que el límite de ésta era la propia fuerza física de quien la empleaba. Estaba seguro de ser más fuerte que aquella nervuda masa de huesos, como comprobó estirando fuertemente los brazos, consiguió moverlos, aunque muy despacio, pues debía vencer su resistencia. Entonces lo vio sacar una varita de su cinturón, le apuntaba con ella. Siguió sus movimientos y muy especialmente sus ojos. Su única posibilidad era esquivarlo. De pronto no había un “albino” sino toda una docena, todos lo apuntaban con una varita, pero cada uno estaba en una posición distinta. Sabía que tan sólo uno era real, los demás eran una ilusión, pero ¿cuál? La “docena” de campeones dispararon a la vez. Su instinto le guió a inclinarse hacia un lado, pero una fuerza lo retuvo, impidiéndoselo. Apenas pudo apartarse y el rayo le alcanzó en el pecho, atravesando su armadura y su cuerpo. Primero sintió calor, un calor espantoso, luego vino el dolor y el olor a quemado ―gritó―. Notó que las fuerzas lo abandonaban, pronto estaría con Zinthya ―pensó―, pero aún se mantenía erguido sobre su montura y empuñaba amenazadoramente su espada, aunque no podía moverla, su enemigo lo mantenía inmovilizado. Se escucharon a lo lejos las voces de Cromber. El “albino” se acercó a él, su sonrisa parecía haber aumentado. De su cinturón extrajo una cimitarra. Contempló unos instantes a su víctima. Luego golpeó con fuerza una, dos veces. La cabeza de Martheen se desprendió de su cuerpo y cayó al vacío en medio de un reguero de sangre. Desde el momento en que su amigo fue alcanzado por un rayo, el titán rugió de rabia y cargó veloz sobre el enjambre de lanzas que le impedían el paso. Aquel día había rebasado el cupo de pérdidas que podía soportar, antes Zinthya, ahora Martheen. Algo quebró en su interior, su rabia se hizo insoportable y estalló en forma de una furia incontenible. Los caballeros sagrados quedaron perplejos ante lo decidido de su acometida. Les pilló tan de sorpresa que muchos no acertaron a coordinar sus acciones. Penetró entre el bosque de lanzas apartándolas con el escudo y su espada, golpeando con celeridad brazos, cuerpos, 401 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain cabezas, piernas... Cuanto se oponía en su camino. Dos caballeros sagrados cayeron bajo la ira de su espada y tres más resultaron heridos. Tampoco él salió ileso, una de las lanzas lo alcanzó en su pierna izquierda, por debajo de la rodilla, destrozándole el hueso. Sólo su deseo de venganza conseguía reprimir su dolor. También su Grai-Ar resultó alcanzado, un rasgón en su cota de malla, marcaba un surco en su costado derecho, del que manaba abundante sangre de un color un tanto anaranjado. El “albino” se dirigió entonces hacia él, con aquella permanente sonrisa dibujada en su rostro. A una orden suya los caballeros sagrados se hicieron a un lado, de bastante buen grado. Cromber se impresionó al ver la montura de Martheen, volando con su cuerpo aún atado al arnés y sin cabeza. Aquello sólo consiguió aumentar su odio por aquel ser sonriente. Notó que murmuraba algo mientras introducía la mano entre los pliegues de su armadura. De pronto vio la ilusión de su Grai-Ar ardiendo proyectada sobre él. Le bastó menos de un instante para perfilar su venganza: “veremos quién ríe el último” ―le dijo con el pensamiento―. Fingió que la ilusión le afectaba, mostrándose esforzado en apagar las llamas. Su adversario mantuvo la sonrisa mientras atenazaba sus brazos. El titán se fingió su prisionero relajándolos aunque ofreciendo una mínima resistencia, la equivalente a un humano medio, para no despertar sospechas. Entonces el campeón extrajo su varita y multiplicó sus imágenes. Eso no le preocupó a Cromber, distinguía perfectamente las réplicas falsas de la verdadera; sí prestó más atención a donde apuntaba, asegurándose de que no lo hiciera muy alto. Afortunadamente sus prendas, aunque chamuscadas parcialmente, seguían ocultando la naturaleza de su armadura. De este modo, cuando disparó sobre su pecho, el titán se fingió alcanzado y mostró su mejor mueca de dolor. No le resultó difícil pues sus heridas reales le proporcionaban todo el estímulo necesario. Abatido como suponía que estaba, el “albino” no dudo en aproximarse sonriendo abiertamente. Con su magia física mantenía sujeta a su víctima, a la que creía agonizante. Extrajo la cimitarra de su cinturón y sin abandonar su sonrisa se dispuso a darle el golpe de gracia. La sangre salpicó a borbotones, se escuchó un fuerte crujido a metal y huesos rotos, cuando Mixtra le atravesó el pecho. Su expresión sonriente se transmutó en una 402 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás mueca de horror y sorpresa. La cimitarra cayó de sus manos. Cromber empujó con fuerza su arma y ésta asomó por su espalda atravesando de nuevo su armadura. Un hilillo de sangre surcó la comisura de los labios del campeón, que horrorizado gritaba de dolor. Su muerte no era suficiente para el titán, había asesinado a sangre fría a su amigo, quería verlo sufrir mientras agonizaba. Comenzó a girar su espada en el interior del cuerpo de su enemigo que daba auténticos alaridos de angustia y dolor, hasta que se desmayó. Sólo entonces extrajo su arma. Dejó escullar la sangre. Después le arrancó la cabeza de un único y certero golpe. ◙◙◙ Los caballeros sagrados aún lo rodeaban pero a distancia, sin hacer gesto alguno por aproximarse. Cromber pensó en el dolor que lo abatía, lo fácil que sería morir combatiendo allí mismo. Tuvo un acceso de lucidez y recordó que esa misma era la salida que había buscado Martheen y que él trató de evitar. No, se dijo, “la batalla ha terminado”. Estaba cansado, no sólo físicamente, también anímica y emocionalmente. Con tranquilidad desató lo que quedaba del cuerpo de su amigo y lo ató con su propio cinturón a la parte trasera del arnés de su Grai-Ar. Después emprendió vuelo hacia sus líneas de suministros, en la retaguardia del ejército kantherio. Su montura estaba herida y no era capaz de volar a gran velocidad. Algunos enemigos lo siguieron hasta que se escuchó un silbato desde la nave voladora y todos regresaron. Desde la misma Drekaim, el propio Thurgam-Bei y dos de sus guardias personales salieron en persecución del titán. Sus Grai-Ars estaban frescos y eran más rápidos, por lo que esperaban alcanzarlo pronto. Cuando lo vio acabar con su campeón, el hijo de Rankor supo con toda certeza que estaba ante un titán. Aquello modificó su perspectiva de los acontecimientos. Su consejero, Burgaf, no creía prudente que fuera él en persona, pero nadie más podía hacerlo. Le recordó que aunque aquel tipo había demostrado ser muy peligroso para los hombres de su guardia, distaba mucho de poder representar una amenaza para él. Lo alcanzaron ya sobre las líneas kantherias. 403 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Nadia los vio desde la zona de carromatos. A pesar de la altura distinguió claramente a Cromber. Su corazón se encogió al verlo perseguido y completamente cubierto de sangre. Esta vez estaba segura de que al menos parte de ella era suya. Lo presintió por la manera en que su cuerpo se ladeaba al volar. Montada en su caballo se lanzó a la carrera siguiéndolo en la perpendicular. Al advertir a sus perseguidores el titán trató de girar su montura, pero no fue necesario, ya que éstos le adelantaron, situándose enfrente suyo. De nuevo cogió el escudo y desenvainó a Mixtra, dispuesto a hacer frente al nuevo desafío. Dos de los hombres parecían réplicas idénticas del campeón que acababa de matar. El otro, aparentemente el jefe, era el más extraño. Como aquellos llevaba puesta una armadura de titanio, aunque algo más engalanada, y también sus armas se adivinaban del mismo metal. Pero lo auténticamente extraordinario eran las bandas que cubrían sus muñecas. Eran idénticas a las que vio a los dioses en el submundo. Nunca creyó que un mortal pudiera llevarlas, pero obviamente, por el color de su piel, aquél no era un dios. ―Guarda por el momento tus armas ―habló ThurgamBei en un peculiar kantherio, con un extraño acento que no supo identificar―. No hemos venido necesariamente a acabar contigo, sino a ofrecerte la oportunidad de tu vida. ―¿Qué significa “necesariamente”? Cromber manteniendo en alto sus armas. ―preguntó ―Que si eres inteligentes y aceptas mi generosa oferta vivirás. ―¿Y si no? ―¿De verdad tengo que contestarte a eso? No pongas a prueba mi paciencia. Has convertido una hermosa victoria aplastante sobre mis enemigos, en este sucedáneo. Has matado a mis magos, a varios de mis caballeros sagrados y hasta uno de mis campeones. Pero estoy dispuesto a perdonarte y olvidarlo... ―Creo que sobreestimas mis posibilidades y subestimas las de mis compañeros. Pero... ¿A qué debo tanto honor? 404 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás ―¿Es posible que todavía no te hayas dado cuenta? ―Thurgam-Bei se mostraba radiante de excitación―. Tú y yo somos hermanos de raza. ―Me parece que te asemejas más a una rata que a mí ―replicó el titán mostrando su incredulidad. ―Por ahora pasaré por alto tu falta de respeto, pero no tientes tu suerte. Lo que quiero decir es que eres un titán al igual que yo ―aquello fue como un mazazo para Cromber, siempre había soñado con la posibilidad de encontrar a alguien que fuera como él, pero cuando por fin lo había hallado sólo sentía náuseas―. No sé qué azar te ha llevado a defender a los falsos dioses, los exterminadores de nuestra especie. Pero debes saber que Rankor está con nosotros, quiere vengarnos. Vengar la infamia que cometieron asesinando a sus propios hijos. Esta es tu causa. ―Mi causa no puede consistir en someter a las gentes a mi credo, sin importarme su sufrimiento ni a cuantos haya de asesinar para ello ―Cromber recordó lo que pensó cuando se enfrentaba a los magos, que aquél era su destino. Ahora sabía que todo aquello no eran más que tonterías. No existía un destino, una misión en la vida, ese tipo de paranoias sólo servían para engendrar monstruos como el que tenía enfrente. La misión de cada uno es la que se otorga a sí mismo, la que escoge en cada momento―. Los dioses no tienen mi simpatía, pero no demuestras ser mejor que ellos. ―Veo que vivir entre humanos te ha reblandecido el cerebro ―se mofó―. No entiendes que sólo así es posible la paz universal, bajo el gobierno mundial de Rankor no habrá guerras, porque todo estará bajo su dominio, y el bien triunfará. Los falsos dioses serán desterrados para siempre del mundo y una nueva generación de titanes lo regirá. ―Me temo que no lograrás persuadirme ―le espetó con frialdad y sus armas aún en alto. ―¿Acaso eres estúpido? Te ofrezco todo con cuanto puedas soñar. ¿Quieres riquezas? Tendrás más riquezas de las que seas capaz de contar. ¿Quieres poder? Te daré poder. ¿Un reino? ¿Qué tal este mismo? Sí, yo puedo hacerte Rey de Messorgia. La alternativa es la muerte. ¿Cómo puedes rehusar? 405 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain ―Mi madre adoptiva me enseñó a no ambicionar más de cuanto puedas realmente poseer ―fue toda su respuesta. ―No has entendido nada... ―sentenció Thurgam-Bei, luego ordenó alejarse a sus campeones. Se ocuparía él sólo de aquel insolente―. De veras que siento tener que hacer esto, el primer titán que me encuentro y tengo que matarlo... Los débiles como tú fueron los culpables de nuestro exterminio. El hijo de Rankor no desenfundó sus armas, simplemente apuntó con sus brazos al titán y éste recibió un terrible golpe en el estómago, que le obligó a doblarse sobre sí mismo. Después envió una gigantesca bola de fuego sobre su adversario, que detuvo con su escudo, aunque no pudo evitar sentir el fuerte calor abrasando sus partes más descubiertas. Thurgam-Bei decidió que había llegado el momento de dejar de jugar. Desenvainó su espada, un gran espadón de titanio, muy semejante a Mixtra. Con su otra mano sostenía una maza del mismo material. Su montura se aproximó a la de Cromber hasta quedar enganchadas. Con sus primeros golpes el general de los hamersab castigó el escudo de su adversario hasta dejarlo completamente inservible. El titán buscó herirlo con su espada, pero era tremendamente rápido, el luchador más rápido con que se hubiese enfrentado nunca y estaba demasiado cansado. Pronto comprendió que no tenía ninguna posibilidad. No perdió la calma, arrojó al suelo lo que quedaba de su escudo y sujetó su espada con ambas manos. Su oponente golpeó con la maza. Detuvo el impacto con Mixtra. Después las espadas chocaron con gran estruendo. La maza impactó contra su pecho, su armadura lo protegió parcialmente, pero el golpe lo dejó casi sin respiración y con alguna costilla rota. Thurgam-Bei quiso rematarlo entonces con su espada, pero no contó con la pericia de su oponente que paró su ataque y le produjo un fuerte corte en la cara con el contragolpe. Furioso por la sangre derramada en su rostro, arremetió de nuevo con su maza sobre el castigado hombro de Cromber. El dolor casi le hizo perder el conocimiento. El hijo de Rankor aprovechó para atravesarle un costado con su espada. El titanio de su armadura quebró y su carne detrás se rasgó. La sangre manó abundante de la herida. Se sintió morir de dolor. Dejó caer su espada. En un último gesto desabrochó el cinturón que lo unía 406 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás al arnés. Después sobrevino la oscuridad. Su cuerpo cayó del Grai-Ar y fue a estrellarse contra el suelo, produciendo un gran impacto al caer. ◙◙◙ Thurgam-Bei ordenó a un caballero sagrado que recuperase el cadáver del titán, mientras se alejaba hacia su nave voladora, acariciándose la mejilla herida. Nadia lo vio caer. Todo su ser se estremeció mientras caía. Estaba segura de que aunque hubiese podido sobrevivir a sus heridas, nunca podría haber superado semejante caída, que bastaba por sí sola para matar a cualquiera. Pero ni siquiera pensó en ello, tan sólo quería llegar cuanto antes junto a él. Estaban en tierra de nadie y aunque se observaba mucho movimiento por los alrededores, no se veía actividad en las inmediaciones de donde cayó. Espoleó a su montura para forzarla a apresurarse. Cuando llegó, un caballero sagrado había recogido su cuerpo y trataba de montarlo sobre un Grai-Ar. El golpear de los cascos del caballo contra el duro suelo terroso, le advirtió de la presencia de la mujer. Desenvainó su espada. Ella siguió cabalgando hasta llegar a su altura, allí pronunció unas frases y sus brazaletes se iluminaron. Su adversario sintió un violento empujón que lo arrojó al suelo. Nadia cogió a Mixtra, que estaba en el suelo a su lado y empuñándola con ambas manos se enfrentó a su oponente. Aquél resultó ser un hábil espadachín y no conseguía abatirlo. El tiempo era crucial, así que arrojó la espada de Cromber contra su adversario; éste la esquivó sin problemas, pero le dio el tiempo necesario para desenvainar sus espadas cortas. Puso en práctica un ataque que había ensayado muchas veces con Zinthya. Con una de las espadas castigaba duramente sus defensas, tratando de descubrir su guardia. Impaciente, se ayudó con algunos golpes de su magia física. Cuando lo consiguió le clavó la otra en el abdomen. Extrajo el arma y las guardó. 407 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain Cogió al titán entre sus brazos. Estaba empapado en sangre y sudor. La angustia se apoderó de ella al comprobar que no respiraba. Apartó los retales deshilachados y chamuscados de su capa. Le quitó los restos de su armadura, desabrochando rápidamente remaches y hebillas. Le retiró también el jubón de cuero que llevaba debajo. Vio entonces la gravedad de las heridas, había perdido mucha sangre, tenía que actuar deprisa. En la academia de Bittacreos había aprendido a practicar primeros auxilios a un paciente que se quedara sin pulso o respiración; sin embargo, nunca había tenido ocasión de utilizarlo en un caso real. Con sus manos aplicó un masaje sobre su pecho, mientras que con su boca le insuflaba aire desde sus pulmones. Las lágrimas que se acumulaban en sus ojos le dificultaban la visión. Sintió que había fracasado en su misión, pero aquello ya no le importaba. Querría fracasar en mil misiones y sufrir tormento por ello, si con eso conseguía que Cromber siguiera vivo. ―¡Crom...!, respira..., no te mueras... ahora no... ―le gritaba mientras continuaba intentando reanimarle―. Oh Milarisa... soy yo quien te ha fallado, castígame a mí..., pero deja que él viva. Volvió a hacerle el boca a boca, pero no obtuvo ninguna reacción. Lloraba abiertamente, las lágrimas inundaban su rostro y resbalaban por su barbilla. Un dolor profundo laceraba todo su ser. Sus sentimientos habían estado confusos hasta aquél momento en que lo había perdido irremediablemente. Ahora que sabía la verdad quería gritársela, pero él no podría escucharla. La histeria llegó a dominarla ―¡Respira maldito! ― le gritó, entre sollozos, mientras lo golpeaba con fuerza en el pecho―. ¿No ves que sin ti estoy perdida? Como urgido por sus reclamos, el titán movió un poco el labio inferior, luego tosió levemente. El rostro de la mujer, encharcado de lágrimas, se iluminó de alegría. Rápidamente cogió su Simtar, al que manchó de sangre, pues se había puesto perdida durante la reanimación, y lo fue aplicando pacientemente a cada una de sus partes necesitadas. Primero trató de cerrar y cauterizar las heridas, para que no perdiese más sangre. Después comenzó la tarea más lenta de soldar costillas y demás huesos 408 Capítulo 9. Morirás y sin embargo… vivirás rotos. Más tarde tocaría unir ligamentos y músculos desgarrados, para concluir reparando infecciones y daños colaterales en otros órganos. Tardaría algún tiempo en poder tratarlo del todo y aún así habrían de pasar varios meses antes de recuperase su estado físico anterior. Pero estaba vivo y Nadia se sentía feliz por ello. Feliz y aterrorizada. Cromber permanecía inconsciente. Lo colocó encima de su caballo, aunque hubo de utilizar algo de magia física para ayudarse a subirlo. Las últimas emociones la habían dejado extenuada. Colocó también sobre su montura la armadura y la espada del titán, así como sus otras pertenencias ―incluso la capa hecha jirones, chamuscada y ensangrentada―. Se dirigió andando, tirando de las bridas, hasta el puesto de suministros, que iniciaba el repliegue ordenado por Vitrosgham. Preocupado por la tardanza del caballero al que encargó traer el cadáver del titán, Thurgam-Bei ordenó a otros dos de sus caballeros sagrados que fueran a ver qué había sucedido. Cuando llegaron a la zona se encontraron a su compañero tendido en el suelo junto a su Grai-Ar, sobre un charco de su propia sangre y a la mujer llevándose el cuerpo. Iniciaron un vuelo rasante hacia ella, pero de pronto, uno de los jinetes voladores ―Havock― perdió aparentemente el control de su montura y se estrelló “accidentalmente” contra su compañero, cayendo ambos a bastante distancia de allí. Nadia advirtió el ruido de la colisión en el aire pero al no ver que lo había provocado no le dio mayor importancia. Pensó que sin duda Cromber le debía la vida a su propia naturaleza de titán. Ningún ser humano hubiese sobrevivido en esas condiciones. Sólo la caída desde quince o veinte cuerpos de altura habría sido más que suficiente para matarlo. Era como si hubiese muerto y luego vuelto a la vida. Entonces recordó la profecía de la vieja amónida en Brindisiam. Habló de una gran batalla y luego le dijo “¡Morirás y, sin embargo, vivirás!”. A continuación se recriminó por tonta. Cromber tenía razón―pensó― cuando le dijo que aquellas parrafadas no tenían ningún valor premonitorio, porque eran tan vagas y genéricas que siempre se autocumplían, sirviendo para engañar a los cautos 409 La Era de Rankor: 2- La batalla de Eriztain e ingenuos que creían en tales cosas. Sin embargo, en su caso, el significado era tan literal... 410 APÉNDICE GLOSARIO • A.a.- Antes del advenimiento • Acuerdos de Goblio.- Ver “Concilio de Goblio” • Adana.- Diosa, esposa de Bulfas. Madre de Cromber. Tuvo un idilio con el titán Brisack, del que nació su hijo titán. • Advenimiento.- Acontecimiento histórico que representa la llegada de los nuevos dioses. Marca el año 0 de la cronología utilizada por los historiadores. • Agasta.- Bebida alcohólica de color azulado elaborada en Messorgia, a partir de una planta del mismo nombre que sólo crece en la región de Tarent. • Agripina.- Sobrina de Brocos y compañera de Cromber en sus tiempos de ladrón en Burdomar. • Ailflier.- Noble de la corte de Messorgia. • Akaleim.- Reino Kantherio, del que fue Rey Grozmer, abuelo paterno de Cromber. • Alejandro.- Conde de Dolith, región de Akaleim • Albino, el.- Cantina en el “Puente de Ramtasca”. Regentada por Bachelar. • Albinos.- Denominación común para hacer referencia a los mofraks. • Alcien.- Filósofo creón, que vivió entre los años 45 a.a. y 38 d.a. Su tesis más conocida sostiene que la materia no es más que un estado pasajero del alma y que todos vivirán después en un mundo inmaterial. • Alcio.- Comandante de los Arqueros Reales. Miembro del Supremo Consejo Militar de Messorgia. • Aldert.- Pirata de los mares interiores, rival de Scherska. • Althorior.- Matón de cantina al que Nadia desafió en Brindisiam. Apéndice. Glosario de términos y personajes • Amalia.- Prima de Gothenor y madre de Ealthor, hijo bastardo de aquél. • Amónidas.- Pueblo que vive al Sur de los reinos kantherios. Adoran fervientemente a los arcanos. Son tradicionalmente místicos y muy reservados. • Anudislatt.- Región messorgia muy montañosa y boscosa. • Arrack.- La más sureña de las naciones virianas. País de nacimiento de Cromber. • Arbolius.- Filósofo de Burdomar, que vivió entre los años 134 a.a. y 71 a.a. Su tesis más conocida es la que afirma que la vida es un mero juguete de los dioses, que hace que las cosas aparenten moverse por sí mismas. • Arcanos.- Denominación genérica bajo la que se engloban los dioses a los que se adoraba con anterioridad al Advenimiento. • Archimagos.- Servidores de los dioses entrenados en las cuatro disciplinas de la magia. • Argelius.- Juglar que conocieron en “Las Nueve Espadas”. • Argilda.- Diosa de la belleza, leal a Magrud. • Arlius.- Archimago de la confianza de Adana, que cuidó de Cromber desde su nacimiento. • Arnaldo.- Criado del Rey Gothenor. • Arqueros Reales.- Guardia personal de los reyes de Messorgia. • Artián.- Región al Suroeste de Burdomar. Famosa por la excelente calidad de sus vinos. • Azunzei.- Imperio oriental. Sus gentes son más bien poco corpulentas y el color de su piel es pálidamente amarillento. Muy conservadores con sus tradiciones. • Bachelar.- Encargado de una armería en el “Puente de Ramtasca” en Finash. También regenta la cantina contigua “El Albino”. Sicario de Gruzano. • Bal-Ar.- Caballeros sagrados reptilianos, de enorme fuerza y gran cola. • Barci.- El más joven de los dioses, leal a Magrud. 413 El Último Titán: El retorno de los magos • Barnade.- Capital del reino kantherio de Burdomar. • Batalla de Dom.- Marca el inicio de la victoria de los dioses en la “Guerra de los Titanes”. Tuvo lugar en la región de Dom en el territorio viriano de Gilsam. • Batalla de Eriztain.- Primera gran batalla que enfrenta a los ejércitos kantherios y hamersab, durante la “Era de Rankor”. • Batalla de Jaliest.- Marcó el fin de la “Guerra de la Independencia”. • Batalla de Lavare.- El reino de Messorgia trató de recuperar la fortaleza de Tiransa de manos de los amónidas y fue derrotado. Los hechos transcurrieron cinco años antes de comenzar esta historia. • Bel-Zar.- La más occidental de las grandes ciudades del Imperio Azunzei. • Bern.- Antiguo compañero de Nadia. • Beronisa.- Filósofa creona, discípula de Alcien, que vivió entre los años 2 a.a. y 78 d.a. Su principal labor fue la de recopilar la obra de Alcien, ya que éste no escribió ningún libro. Se rumorea, que muchas de las tesis de Alcien, hoy conocidas, en realidad le pertenecen a ella. • Berta.- Prostituta de “Las Rosas”, en Finash, con la que Cromber mantuvo un romance en el pasado. Madre de Kryssia. • Bertigia.- Criada del Rey Gothenor. • Bitplets.- Moneda del reino de Bitta. • Bitta.- Archipiélago noroccidental, en que su ubica el reino del mismo nombre. Fueron colonizadas por los creones en los albores de la historia y conquistadas por los kantherios, durante la guerra kantherio-creona, en torno al 1.232 a.a. Como reino simboliza la integración de las culturas kantheria y creona. • Bittacreos.- Actual capital de las islas Bitta desde su ocupación por los kantherios. • Blarena.- Mercenaria viriana de la Hermandad Libre, reclutada en Akaleim. Su país de origen es Argámeda y su especialidad el tiro con arco. 414 Apéndice. Glosario de términos y personajes • Boceos.- Dios de la Sagacidad, leal a Magrud. • Bofislatt.- Región de Messorgia. • Brindisiam.- Ciudad más sureña del reino de Darlem. • Brisack.- Titán, hijo de Grozmer, y padre de Cromber. Tuvo un idilio con Adana, la mujer de Bulfas. Fue el último titán que murió en la “Guerra de los Titanes”. • Brocos.- Apodo que los suyos daban al Enmascarado. • Brujos.- Se denomina así a quienes practican la magia de los arcanos, consistente fundamentalmente, en la predicción de futuro, preparación de pócimas y ungüentos, maldiciones, etc... No existe una documentación fiable de su eficacia. • Bulfas.- Adalid de la facción rebelde de los dioses. • Burgaf.- Consejero rechoncho de Thurgam-Bei. • Búho, el.- Taberna al Noreste de Finash, frecuentada habitualmente por mercenarios. • Burdomar.- Uno de los más antiguos reinos kantherios, conquistado a los tupir en tiempos de Ealthor el grande. • Caballeros de Ramassa.- Legendaria orden de caballería messorgia, originaria de la región del mismo nombre. Famosos por su valor y honradez. Fueron creados por Ealthor II de Messorgia y tuvieron su actuación más laureada durante la “Guerra de los Dioses”. • Caballeros Sagrados.- Poderosos guerreros entrenados por los dioses, a los que sirven. Sus armas y armaduras son de titanio, lo que les confiere importantes defensas frente a los magos. Tradicionalmente volaban sobre Grai-Ar. • Campeones.- Luchadores de élite al servicio de los dioses, que han sido entrenados como caballeros sagrados, archimagos y sanadores. Poseyendo las cualidades de todos ellos. • Chaser.- Veterano mercenario de la Hermandad Libre, originario de Tarent, en Messorgia. Experimentado guerrero y excelente luchador, sufre frecuentes desvaríos mentales. Estuvo con Cromber en Tiransa, al que admira profundamente, aunque lo llame Amber. 415 El Último Titán: El retorno de los magos • Compañía Libre de Martheen.- Organización de mercenarios, escisión de la Hermandad Libre, liderada por Cromber. • Concilio de Goblio.- Acuerdo de paz que finalizó la “Guerra de los Dioses”, por el cual ambas facciones se comprometieron a abandonar el proselitismo y habitar en el subsuelo. También conocido como los “Acuerdos de Goblio”. • Consejo de los Diez Sabios.- Máxima jerarquía académica de Policreos. Custodian la mayor biblioteca del mundo. Sus miembros llevan un brazalete granate como distintivo. • Convokanther.- Asamblea de nobles kantheria. En la antigüedad dirigía los destinos de los reinos kantherios. Tras la “Guerra de la Independencia”, los reinos kantherios conservaron su figura a nivel local, como asamblea de nobles del reino. • Corban.- Mercenario de la Hermandad Libre, de la que es segundo oficial. • Crecio.- Lugarteniente de Palius. • Creones.- Pueblo originario de las islas de Galineda. Son fundamentalmente pacíficos marinos y comerciantes. Aunque también destacan por haber desarrollado la cultura más avanzada del mundo. Sus maestros y eruditos tienen fama mundial. • D.a.- Después del advenimiento. • Darlem.- reino kantherio en el que comienza la historia. • Darplets.- Moneda del reino de Darlem. • Dathales.- Famoso historiador bittanno, que vivió entre los años 180 d.a. y 243 d. a. Escribió preferentemente sobre los grandes acontecimientos posteriores al advenimiento, como “La Escisión”, “La Guerra de los Dioses”, “La Guerra de los Titanes”, o “La Era de Rankor”. • Deiblad.- Guerra santa organizada por los seguidores de Rankor, su única finalidad conocida consistía en imponer sus creencias a los infieles. • Demetrio.- Filósofo con fama de extravagante y excéntrico. Miembro del Consejo de los Diez Sabios. Vivió entre los años 551 d.a. y 634 d.a. Su tesis más conocida es aquella que niega la 416 Apéndice. Glosario de términos y personajes condición mística del poder de la magia y los dioses, a la que tacha de superstición de los hombres. • Demisthar.- Población messorgia próxima a Finash. • Diógenes.- Famoso filósofo bittanno, que vivió entre los años 123 d.a. y 204 d.a. Sus principales teorías versan sobre el conocimiento del hombre y otras materias físicas y matemáticas. También escribió algunas obras de teatro y ensayos. Fue maestro de Cromber en sus años de recogimiento y también de Nadia en su adolescencia • Dolith.- Región de Akaleim. • Drekaim.- Naves voladoras utilizadas por los dioses en las grandes guerras. • Drethor.- Ciudad messorgia ubicada en el condado de Sinarsa. • Ealthor.- Legendario héroe y Rey kantherio, conquistador de Burdomar. También es el nombre del hijo bastardo de Gothenor, Rey de Messorgia, a quien se lo pusieron en honor a aquél. • El Enmascarado.- Famoso bandido de los bosques de Burdomar. • Erídice.- Diosa y antigua esposa de Magrud. Madre de Feriós y Vistria. El descubrimiento de su secreta relación con Bulfas desencadenó la “Escisión”. Actualmente nadie sabe dónde está, ni si vive. Se separó de los dioses tras su oposición a las dos grandes guerras. • Eriztain.- Antigua población minera abandonada en Philitros. En sus inmediaciones tuvo lugar la batalla del mismo nombre. • Escisión.- Acontecimiento histórico que marca la división de los dioses en dos facciones. Tuvo lugar en el año 16 d.a. • Escoliano.- Sicario de Gruzano. Tiene una larga cicatriz en el brazo izquierdo. • Espina Dorada, la.- Burdel de “las Rosas”, en Finash. • Estamínides.- Sabio y físico creón, famoso por haber descubierto el misterioso “Fuego Creón” 417 El Último Titán: El retorno de los magos • Fekyas.- Reino kantherio originario, también llamado “Kantheria” por sus habitantes. Situado en las islas del mismo nombre, al Norte de Baglon, el “Gran Continente”. • Feria, la.- Amplio parque natural en el corazón del Sur de Finash • Feriós.- Dios de la Guerra. Hijo de Magrud. • Filias.- Historiadora de gran prestigio, en el mundo cultural kantherio. Vivió entre los años 603 d.a. y 692 d.a. Sus estudios más conocidos son los que realizó en torno a la convulsiva “Era de Rankor”. • Finash.- Capital del reino kantherio de Messorgia. • Fit-Ar.- Sanadores reptilianos de prolongado pico y pequeñas alas. • Flovera.- Diosa de la sabiduría, leal a Magrud. • Foreas Wunt.- Región boscosa del reino kantherio de Burdomar. • Fuego Creón.- Las antiguas leyendas de los creones, narran como sus antepasados dominaron los mares gracias a un arma secreta que les permitía destruir las flotas de sus enemigos. Desgraciadamente el secreto se guardó con tanto celo que se perdió con el paso de los años. • Fuerte Dariam.- Refugio de caballeros sagrados, magos y sanadores de Bulfas tras la “Guerra de los Titanes”. Situado al Norte de Darlem. • Fuerte Goblio.- Estructura defensiva de Messorgia, capaz de albergar a algo más de cinco mil hombres, que protege a los reinos kantherios de incursiones desde el desierto. • Galineda.- Pequeño continente, al Sureste de del gran continente (Baglon). • Galther.- Bandido de Darlem • Garbithos.- Oficial de la guardia de Finash. • Gem-Sao.- Mago lumínico, antiguo gobernante de Bel-Zar, al que Cromber contribuyó a destronar. 418 Apéndice. Glosario de términos y personajes • Gerdabal.- Líder de los sexagenarios caballeros sagrados de Bulfas. • Geroldán.- Sanador joven al servicio de Magrud. Infiltrado en las filas de Rankor. • Gilsam.- Reino viriano central. • Ginger.- Prostituta de Finash. Alterna con la Hermandad Libre y los mercenarios de Marbleik. • Glakos.- Ballestero de la Hermandad Libre, de origen hamersab. Antaño fue escritor, hasta que una de sus obras fue prohibida por blasfema y él condenado a muerte en su tierra. Conoce a Cromber desde Tiransa. • Glimai.- Diosa de la Creación, entre los leales a Magrud. • Girthara.- Ciudad noroccidental de Messorgia, antigua capital del reino, con anterioridad a Finash. • Gnuba.- Guerrero mob que acompaña a la Hermandad Libre. Sigue a Martheen por una deuda de honor contraída cuando éste le salvó la vida. Es uno de los dos únicos mercenarios mobs de la compañía. Conoce a Martheen y a Cromber desde sus tiempos de mercenarios en el Imperio Hamersab. • Goblio.- Gigantesca extensión desértica que separa el Imperio Hamersab y los reinos Kantherios. • Gothenor.- Rey de Messorgia, arrebató el trono a Miriathos IV con la ayuda de los dioses, durante la “Guerra de los Titanes”. • Grai-AR.- Gigantescos reptiles voladores de carácter dócil. Utilizados por los caballeros sagrados como monturas. Pertenecen al grupo de los “Reptilianos”, traídos originariamente por los dioses. •.Gralinda.- Mujer de Gothenor, reina consorte de Messorgia. • Gran Plaza.- Denominación popular de la plaza mayor de Girthara, una de las más grandes de los reinos kantherios. Famosa por su obelisco y por estar enteramente recubierta de mármol blanco, aloja importantes edificios oficiales como el Convokanther y la mayor biblioteca de Messorgia. 419 El Último Titán: El retorno de los magos • Grozmer.- Titán, Rey de Akaleim, y líder de los titanes durante la “Guerra de los Titanes”. Murió en el sitió de Bitta. Abuelo paterno de Cromber. • Gruzano.- Señor de los suburbios del Sur de Finash. • Guarnición Sur.- Acuartelamientos al Sur del Lavare, en Finash. • Guäsid.- Mutantes antropomorfos de gran fortaleza y nula inteligencia, creados para servir a los dioses en su retiro. • Guerra de la Independencia.- Tuvo lugar muchos años antes del Advenimiento, en ella los reinos kantherios se independizaron del todopoderoso Convokanther. • Guerra de los Dioses.- Conflicto bélico de alcance mundial, que enfrentó a los partidarios de Bulfas y Magrud, y sus seguidores, durante los años 63 d.a. y 74 d.a.. Casi todos los pueblos de Kherian se vieron implicados y fue la guerra más destructiva que nadie recuerda. No hubo ganadores, terminó en tablas que fueron ratificadas por los Acuerdos de Goblio. • Guerra de los Titanes.- Conflicto bélico de alcanza mundial, consecuencia de la Guerra de los Dioses, aunque de menor intensidad. Transcurrió entre los años 123 d.a. y 131 d.a. Conllevó el exterminio de los titanes a manos de los dioses. • Hamersab.- Poderoso imperio del Este, cuyos ejércitos amenazan ahora a los reinos kantherios. • Havock.- Guerrero gilsamno, amigo de Cromber. En sus primeros años de juventud robaron juntos el martillo de Thorem. • Hecatolo.- Dios del Ardid, seguidor de Bulfas. Murió en la batalla de Dom contra los titanes. A él perteneció y para él fue forjada Mixtra. • Hermandad Libre.- Grupo de mercenarios kantherios, que alquilan sus armas a los reinos que lo precisan. Fundada por Martheen. • Herrios.- Gigantesca cadena montañosa, la más grande de todo Kherian, que cruza transversalmente el Gran Continente (Baglon), separando los Reinos Kantherios y Amónidas del Imperio Hamersab. 420 Apéndice. Glosario de términos y personajes • Herrioslatt.- Región del Sureste de Messorgia. • Hilostar.- Arquero de la Hermandad Libre. Adquirió fama de excelente tirador. Murió en el transcurso de los sucesos de Tiransa. • Hiuso.- Río caudaloso que cruza el Sur de Darlem. • Hiutelan.- Sanador de Rankor. • Hultelton.- Cumbre montañosa perteneciente a los Herrios, escogida por los dioses para celebrar su Noclevac durante la “Era de Rankor”. • Hulter.- Rudo y corpulento soldado de la caballería ligera de Darlem, que acompaña a Cromber en la búsqueda de rwarfaigts. • Hundamer.- Comerciante de armas de Darlem que contrata a Cromber para que lo escolte hasta Finash. • Inmortales.- Denominación de la guardia imperial hamersab. • Jadisther.- Coronel al mando del puerto fluvial de Finash. • Jakinos.- Dios de la fiesta, entre los leales a Magrud. • Jatimlatt.- Rica región noroccidental del reino kantherio de Darlem. Famosa por el mármol blanco que se produce en los alrededores de la ciudad minera de Minithos. Atravesada por la Senda Real, dos de sus principales ciudades se encuentran en el trayecto de esta ruta: Jatim, que le da nombre, y Neliasther. • Jezal.- Capital del reino kantherio de Mortinam. • Jibanther.- Joven soldado de la caballería ligera de Darlem, que acompaña a Cromber en la búsqueda de rwarfaigts. • Jokhitar.- Soldado de la caballería ligera de Darlem, pendenciero y con extrema debilidad por las mujeres. Importuna a Nadia en el campamento. • Julianthar.- Traidor legendario, que ocasionó la muerte de Ealthor. • Kantherios.- Pueblo originario de las Fekyas, que domina también en los Reinos noroccidentales de Akaleim, Burdomar, Mortinam, Messorgia, Darlem y Bitta. Se caracterizan por su elevada capacidad ética y su afán de conquista. 421 El Último Titán: El retorno de los magos • Keras.- Ciudad messorgia situada en la región de Philitros. Es el principal núcleo urbano en las cercanías del Goblio y la más oriental de las urbes messorgias. • Kherian.- Nombre kantherio del mundo de Wanadom. • Kimtash.- Región de Darlem, famosa por sus destilerías. • Kobenther.- Ciudad de Messorgia. Situada en la región de Kombelatt. • Kolisther.- Conde de Ramassa. Sobrino de Miriathos IV. • Kombelatt.- Región de Messorgia de amplia implantación agrícola. • Korkhania.- Región del Sureste de Darlem. • Krates.- Cazador que perdió a su familia en un ataque de los rwarfaigts. • Kryssia.- Pequeña adolescente, hija de Berta, hábil en el arte del hurto. • Lavare.- Enorme río navegable, que hace de frontera natural entre los reinos kantherios y amónidas. Cruza la ciudad de Finash. • Linthein.- Sargento de la caballería ligera de Darlem, que acompaña a Cromber en la búsqueda de rwarfaigts. • Lisorna.- Diosa de los ladrones. Leal a Bulfas y antigua amante de Jakinos. • Lotherian.- Veterano soldado de la caballería ligera de Darlem, que acompaña a Cromber en la búsqueda de rwarfaigts. • Magia Física.- Una de las disciplinas de la magia. Define la capacidad para mover objetos o golpear a distancia. • Magia Lumínica.- Una de las disciplinas de la magia. Define la capacidad para lanzar rayos, bien en forma de haz, bien ramificados. • Magia Psíquica.- Una de las disciplinas de la magia. Define la capacidad para producir alucinaciones y controlar mentalmente a otros seres. Su eficacia es inversamente proporcional a la inteli- 422 Apéndice. Glosario de términos y personajes gencia del sujeto que la padece. Dioses y titanes son inmunes a ella. • Magia Térmica.- Una de las disciplinas de la magia. Define la capacidad para controlar el calor y el frío. Quien la domina puede lanzar bolas de fuego o proyectiles de hielo. • Magos.- Luchadores entrenados por los dioses en una de las cuatro disciplinas de la magia. • Magrud.- Líder originario de los dioses y dirigente de la autoproclamada facción legal de los mismos. • Marbleik.- Señor de los negocios al Norte de Finash. Es tío de la reina Gralinda y posee la mayor compañía de mercenarios de toda Messorgia. • Marila.- Anciana caballero sagrado de Dariam, que acompaña como observador a las fuerzas de Darlem. Esposa de Zenón. • Martheen.- Mercenario veterano, capitanea la Hermandad Libre. Amigo de Cromber. • Messplets.- Moneda del reino de Messorgia. • Messorgia.- Reino kantherio, amenazado por las fuerzas de Rankor. • Mesternahem.- Dios de la guerra entre los partidarios de Bulfas. • Milarisa.- Conocida por los virianos como la diosa blanca, y por todos los demás como la diosa loca, por sus excentricidades. Fundó la “Zona prohibida” en Gilsam al inicio de la “Guerra de los Dioses”, como su lugar de retiro lejos de la guerra fraticida. • Miriathos.- Hijo del Conde de Ramassa. Sobrino nieto de Miriathos IV. • Miriathos IV.- Rey de Messorgia. Destronado por los dioses durante la “Guerra de los Titanes” a favor de Gothenor. • Mi-Sun.- Hermana de Tao-Gim, que murió en la revuelta de Bel-Zar. • Mixtra.- Espada de titanio del dios Hecatolo, actualmente en poder de Cromber. 423 El Último Titán: El retorno de los magos • Mobs.- Etnia originaria del continente de Galineda. Sus rasgos más característicos son el color negro de su piel, su alta estatura y corpulencia. Su civilización es tribal y acostumbran a llevar el cráneo rapado. Fueron el pueblo elegido por los dioses durante el advenimiento. Leales a Magrud, la mayoría de sus magos, caballeros sagrados y sanadores durante las dos grandes guerras, fueron de esta etnia. • Mofraks.- Etnia originaria de las islas Zamberi. Sus rasgos principales son una tez y cabellos muy claros, prácticamente blancos, ojos grises, muy altos y delgados. Su población es muy reducida, lo que estuvo a punto de ocasionar su extinción en varias ocasiones. Se desconoce su grado de civilización pues nunca suelen abandonar sus islas y sus contactos con los otros pueblos de Kherian han sido siempre fortuitos, lo que ha permitido rodearlos de cierto halo de misterio. Son los más fieles seguidores de Rankor, todos sus campeones pertenecen a esta etnia. Los demás pueblos los conocen popularmente como “los albinos”. • Morrist.- Río caudaloso y muy extenso que nace en los montes Herrios y desemboca en el Lavare, en las proximidades de Ramassa. • Mortinam.- Reino Kantherio más oriental. • Muleif.- Mago psíquico de Rankor. Conduce la caravana de rwarfaigts. • Neyide.- Diosa de la Lujuria. Amante de Bulfas. • Nacikos.- Dios de la Templanza, leal a Magrud. • Naomi.- Doncella de la corte de Messorgia. • Noclevac.- Reunión sagrada de las distintas facciones de los dioses y su máximo órgano de decisión. • Nuriber.- Amiguita y rival a un tiempo de Kryssia. Son de la misma edad. • Oflight.- Capitán de los mercenarios de Marbleik. • Oldarf.- Mesonero de “Las Nueve Espadas” en Brindisiam y marido de Roxana. 424 Apéndice. Glosario de términos y personajes • Oramntheer II.- Famoso Rey kantherio, conquistador de Mortinam. Hijo del legendario Ealthor. Recibe este nombre en honor a su abuelo, el primero de los grandes reyes kantherios, de los que existe documentación histórica. • Oring-id.- guäsid del que se burla Jakinos. • Otria.- Archimaga amónida al servicio de Jakinos. • Palius.- Comandante de la XIII compañía de caballería ligera de Darlem. • Paraíso de las Ánimas.- Lugar al que según una tradición que proviene del advenimiento, los dioses alojan a sus creyentes muertos con honradez • Patheck.- Conde de Sinarsa, leal a Gothenor, general del ejército Messorgio. • Perio.- Lengua oficial del Imperio Hamersab. • Perzufre.- Sustancia aceitosa, extremadamente combustible, obtenida en minas de Fekyas y Mortinam. • Petius.- Escritor mediocre de la corte de Mortinam, que vivió entre los años 236 a.a. 171 a.a. • Pharfants.- Rey de Akaleim. • Philitros.- Región del Este de Messorgia. • Polacen.- Pequeña aldea, situada entre las regiones de Philitros y Herrioslatt. Punto de reunión de los ejércitos de Messorgia. • Policreos.- Antigua capital de las Islas Bitta hasta la ocupación kantheria. Actualmente continúa siendo el centro cultural de las islas. • Puente de Ramtasca.- El puente más importante de Finash, cruza el Lavare, manteniendo unidas las zonas Norte y Sur de la ciudad. Es de piedra y cuenta con la particularidad de tener casas adosadas construidas a los lados del mismo. • Puente Real.- El más pequeño de los puentes de Finash; de madera y levadizo, une el Sur de la ciudad con el Palacio Real, de ahí el nombre. 425 El Último Titán: El retorno de los magos • Puente Viejo.- El puente más antiguo de Finash, une las zonas Norte y Sur de la ciudad, cerca de la muralla Este. Es de madera y levadizo desde sus extremos, para permitir la navegación fluvial. • Pug-Ar.- Magos reptilianos de aspecto muy humanoide. • Purtaceo.- Ciudad, capital de la región de Messorgia del mismo nombre. Próxima a Finash. • Ramassa.- Ciudad, capital de la región de Messorgia del mismo nombre. • Rankor.- Dios desconocido en cuyo nombre se está librando una guerra santa en el mundo. • Reptilianos.- Seres, algunos de ellos humanoides, de piel escamosa, conocidos como “servidores de los dioses”. • Rincón de Burdomar.- Taberna situada en “Las Rosas” (Finash), habitualmente frecuentada por sicarios de Gruzano. • Rosas, las.- Suburbios del Sur de Finash. • Rotams.- Criaturas metálicas algo más altas que un ser humano y con forma de esqueleto. Sirven normalmente a los dioses que las controlan. Su primera aparición tuvo lugar durante la “Guerra de los Dioses”. • Roxana.- Camarera de “Las Nueve Espadas”, en Brindisiam. • Roudano.- Árbol que crece en los bosques de Foreas. En el interior del Reino de Burdomar. Su madera es semejante a la del pino, aunque permite un trabajo mucho más fino, por lo que es especialmente utilizada para la construcción de mobiliario decorativo. • Rwarfaigt.- Criatura antropomorfa, oriunda de Galineda, de gran ferocidad. • Sanadores.- Agentes de los dioses, entrenados en las capacidades curativas. Llevan un “Simtar”, instrumento con forma de herradura, con el que son capaces de minimizar los daños de la mayoría de las heridas. Con frecuencia también van armados con ballestas o arcos, que utilizan para arrojar letales proyectiles con punta de titanio. 426 Apéndice. Glosario de términos y personajes • Saribor.- Corcel de Cromber. • Saribor II.- Grai-Ar regalado a Cromber por Zenón y Marila. • Scherska.- Pirata de los mares interiores del Imperio Hamersab. En otros tiempos compañera de Cromber. • Senda Real.- Camino empedrado que une las capitales de los reinos kantherios. • Seritash.- Región de Darlem. • Shasha.- Mujer de Havock. En su adolescencia hábil ladrona e hija de un brujo local. • Shinole.- Hija de Kolisther, Conde de Ramassa, y hermana de Miriathos. • Siete Espadas, las.- Taberna de Brindisiam, regentada por Oldarf y Roxana. • Silke.- Diosa hija de Bulfas y Adana. • Simtar.- Instrumento con forma de herradura utilizado por los sanadores para acelerar la curación de cualquier tipo de heridas físicas. Ocasionalmente también podía ser utilizado como arma arrojadiza por su cualidad de retornar siempre a la mano de su dueño. • Sinars.- Cadena montañosa de la zona central de Messorgia. • Sinarsa.- Región del Norte de Messorgia. Su principal riqueza es la cría de ganado. • Solimán.- Emperador de los Hamersab. • Sumarth.- Región de Burdomar. • Tágoras.- Famoso filósofo creón, originario de Galineda. Vivió entre los años 32 a.a. y 55 d.a. Su talante relativista y escéptico, especialmente en temas religiosos, le ganó abundantes enemigos. En varios reinos sus obras fueron prohibidas o quemadas. Entre sus argumentos más famosos está el que niega la Omnipotencia de los dioses. • Tao-Gim.- Gobernador de Bel-Zar hasta los comienzos de la “Era de Rankor”, al que Cromber ayudó a alcanzar el poder. 427 El Último Titán: El retorno de los magos • Tar-Ar.- Reptilianos de nula inteligencia, gigantescos y voraces. • Tarent.- Región de Messorgia, en la que se elabora la famosa Agasta. • Thaen.- Región nororiental de Messorgia. • Thiras.- Ciudad al Este de Herrioslatt. Famosa por la calidad de sus corceles, utilizados fundamentalmente por las tropas de caballería. • Thiria.- Diosa de la muerte y esposa de Jakinos. • Thombarnathaid.- Sede oculta de los dioses leales a Magrud. • Thorem.- Dios leal a Magrud. Muerto durante la “Guerra de los Titanes”. Su martillo es un arma legendaria para los habitantes de la nación viriana de Gilsam. Cromber y Havock lo robaron cuando el titán tenía diecisiete años. • Thurgam-Bei.- Líder de los ejércitos hamersab. Titán e hijo de Rankor. • Tigra.- Sanadora de Bulfas. Acompañó a Cromber en los submundos. • Tiransa.- Región amónida que perteneció a Messorgia hasta la “Guerra de los Dioses”. • Tirso.- Capital del reino kantherio de Darlem. • Titanes.- Etimológicamente significa ―en creón― “Hijos de los dioses”, resultado de su mezcla con los humanos. Poseen muchas de las características de los dioses, en cuanto a fuerza, tamaño o inteligencia, pero no su longevidad, en esta y otras características son más próximos a los humanos. La mayor parte de ellos desaparecieron durante la “Guerra de los Titanes”. • Titanio.- Etimológicamente significa ―en creón― “metal de los dioses”. Poderosa aleación capaz de resistir las agresiones más extremas. Su contacto desprende una sustancia tóxica, a la que son inmunes dioses y titanes. • Tobras.- Instrumento de viento, muy parecido a la trompeta, pero más largo y girando en espiral. Utilizado por los ejércitos kantherios y creones. 428 Apéndice. Glosario de términos y personajes • Tolemiros.- Dios de la venganza, leal a Magrud. • Tulius.- Discípulo atolondrado de Estamínides. • Tupir.- Pueblo salvaje y atrasado, vestigio del progreso evolutivo de los humanos. Dominaron casi la totalidad del gran continente. En la actualidad, sin embargo, sólo sobreviven en una gran selva frondosa al Sur. • Turidia.- Región messorgia al Este de Finash, con acceso al Lavare entre Purtaceo y Ramassa. • Urrulus.- Historiador conformista, con fama de conservador. Miembro del Consejo de los Diez Sabios, que vivió entre los años 564 d.a. y 645 d.a. • Vigiargh.- Río caudaloso de gran extensión, que nace en los montes Sinars y desemboca cerca de Purtaceo, en el Lavare, del que es uno de sus principales afluentes • Virianos.- Pueblo rudo y noble que habita el territorio al Oeste del gran continente, más allá de los reinos kantherios. Las naciones virianas son: Argámeda al Norte, Gilsam y Arrack al Sur. • Vistria.- Diosa hija de Magrud. • Vistrio.- Metal muy abundante, de escasa calidad y muy quebradizo. Utilizado especialmente para la acuñación de monedas de inferior valor, pero también en la construcción de recipientes, réplicas, etc... • Vitrosgham.- General de confianza de Gothenor. Miembro del Supremo Consejo Militar de Messorgia. • Viztu.- Hombre de la cantina “Las Nueve Espadas”. • Wanadom.- Nombre, en creón antiguo, que recibe el mundo de Kherian, en el que se desarrollan las aventuras del Último Titán. • Zakron.- Nombre de guerra de Cromber, de cuando fue gladiador en Tirso. • Zamberi.- Archipiélago poco explorado al Sureste de Baglon. • Zenón.- Anciano sanador de Dariam, que acompaña como observador a las fuerzas de Darlem. Esposo de Marila. 429 El Último Titán: El retorno de los magos • Zinthya.- Mercenaria veterana. Miembro de la Hermandad Libre, lugarteniente y esposa de Martheen. • Zitrow.- Criatura creada por Milarisa, de apariencia semejante a un Bal-Ar. Acompañó a Cromber en algunos episodios de su aventura en busca del martillo de Thorem. • Zuarda.- Planta que crece en algunas regiones al Sur del Lavare. De ella se obtiene un potente veneno de efectos muy dolorosos y letales, muy utilizado por los asesinos amónidas. • Zuarnios.- Habitantes del Goblio y sus territorios cercanos. Son fundamentalmente nómadas y algunas de sus tribus desafían al Imperio Hamersab, que domina en sus territorios. • Zulía.- Sensual mujer de Hundamer. • Zumorash.- Oasis del Goblio. En sus proximidades tuvo lugar una batalla entre los hamersab y los nómadas del desierto zuarnios, en la que participaron Cromber y Martheen. 430