Conversión de Pablo
Transcripción
Conversión de Pablo
Conversión de Pablo Misión de los discípulos: Id al mundo "Por último se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y su terquedad en no creer a los que lo habían visto resucitado. Y añadió: - Id por el mundo entero pregonando la buena noticia a toda la humanidad. El que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer, se condenará. A los que crean, los acompañarán estas señales: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán las serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; aplicarán las manos a los enfermos y quedarán sanos. Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el mensaje por todas partes y el Señor cooperaba confirmándolo con las señales que los acompañaban." Mc 16, 14–20 1. Para mejor comprender este pasaje Estos versículos, con los que termina actualmente el evangelio de Marcos, pertenecen al apéndice (16, 9-20) que se le añadió en el siglo II. Aunque éste no forma parte de la obra primitiva de Marcos, la Iglesia lo considera inspirado y canónico. La incredulidad de los discípulos, que se niegan a creer a los sucesivos testigos del resucitado (vv. 11, 13, 14), y la misión o envío que reciben de anunciar el evangelio por todo el mundo, son los temas dominantes. El pasaje que comentamos (vv 14-20) contiene dos breves relatos: 1) la aparición y mandato misionero a los once; 2) la ascensión. La ascensión no es alejamiento o simple despedida, sino el comienzo de un nuevo modo de presencia del Señor. En el evangelio está vinculada al comienzo de la actividad evangelizadora universal de los discípulos. Ascensión y misión aparecen estrechamente unidas. El señor exaltado coopera activamente en la evangelización. 2. Anunciar el evangelio A veces, el cristianismo es vivido como fenómeno mágico o milagrero, o como religión que se basa en creencias extraordinarias. Preocupan excesivamente los exorcismos, las curaciones milagrosas, los fenómenos de hablar en lenguas desconocidas y de tener poder contra serpientes y venenos. Más que proclamar la buena nueva pedimos, buscamos, nos agarramos, o mantenemos la fe en signos extraordinarios. Otras veces, permanecemos pasivos, mirando al cielo, en vez de vivir comprometidos activamente en la construcción del reino de Dios. No es raro el oír que estamos demasiado atentos al cielo futuro y poco comprometidos en la tierra presente. Y frecuentemente, en vez de abrirnos "al mundo entero" y salir a predicar por todas partes, nos centramos en nosotros mismos o nos quedamos en el mundo más fácil y cercano, o justificamos nuestra nula misión por las dificultades, el momento negativo, el desinterés de las personas, etc. Distorsionamos la misión y el proyecto de Dios y nos quedamos tan anchos. Precisamente este pasaje evangélico corrige esas desviaciones. La Iglesia y los cristianos recibimos la misión de Jesús. Somos enviados a proclamar la buena noticia, no a crear dudas o presagiar castigos. Todos los signos que acompañan a los que creen tienen una dimensión positiva para esta vida. Y es que anunciar el evangelio tiene que ver con la liberación integral de las personas y el mundo. La buena nueva no es un mensaje al margen de la realidad que vivimos. No podía ser de otra forma cuando quien nos envía a anunciarla es quien luchó hasta el fin y dio su vida en pro del pueblo pobre y marginado. 3. Los que reciben la misión, tercos e incrédulos La verdad es que los discípulos no estaban todavía muy preparados. Hasta el último momento mantuvieron su incredulidad y su terquedad. No parecen, humanamente, ser los mejores agentes para pregonar la buena noticia. Sin embargo ahí los tenemos. Ellos son los elegidos. A veces los cristianos, aunque no lo expresemos, somos tercos e incrédulos. Pensamos que la misión es cosa de otros. De gente más preparada y con más facilidad de palabra. Nos equivocamos; todos somos misioneros. Todos somos embajadores de Jesús. Enviados a realizar el reino de Dios en todos los países y en todos los ambientes. Por el mero hecho de ser creyentes somos también misioneros. Por el mero hecho de ser discípulo soy propagador y fermento de un mundo distinto, de una buena noticia para todos los seres humanos. No somos nosotros quienes le hemos elegido; ha sido él quien nos ha elegido. Vivir la elección a la contra, tensionarla porque no nos sentimos dignos, olvidarla porque no nos creemos capaces, es hacer un flaco servicio a quien proclamamos Señor y dador de buena noticia. 4. Los signos de la buena noticia "Echarán demonios, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, el veneno mortal no les hará daño, impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos" (vv. 17–18). En aquella época y cultura eran signos palpables de la presencia y fuerza divina. El anuncio de la buena noticia conlleva su realización práctica, sentirlos y experimentarlos en nuestra vida, en nuestra sociedad, en nuestro mundo. Hoy, igual que ayer, el anuncio de la buena noticia va acompañado de signos liberadores. Si no hay signos que nos hagan sentir y experimentar realmente el evangelio, éste pierde entidad, se desvirtúa y deja de ser buena noticia. No es cuestión de hacer lista. Pero sí es imprescindible experimentar en nosotros la liberación para transmitir a otros el anuncio de Jesús. 5. El reto de la adultez Jesús asciende, porque ha descendido. Se transfigura, porque ha sido desfigurado; se sienta a la derecha de Dios, porque fue contado entre los malhechores. La ascensión no es un hecho histórico constatable. Es objeto de fe. Es el final de una etapa y el comienzo de otra definitiva. Resurrección, exaltación, ascensión, sentarse a la derecha de Dios, expresan la misma realidad: que Dios Padre ha elevado a Jesús, el profeta de Galilea ajusticiado por el poder civil y religioso, a la dignidad de Señor de la historia. La ausencia física del Señor abre un tiempo nuevo: el tiempo de la comunidad de discípulos, el tiempo del testimonio. En adelante los seguidores de Jesús no lo tendrán, no lo tendremos, a mano para preguntarle. Deberán tomar sus propias decisiones. Y para ser testigos no basta decir lo que vieron y oyeron, es necesario saber cómo hacerlo, a quiénes y en qué momento. Ello implica, además de experiencia del Señor, lucidez e inteligencia históricas. El Señor confía en sus discípulos, pero esa confianza representa un reto, es una llamada a la adultez apostólica. 6. Recuperar el horizonte El hombre actual parece vivir en un mundo cerrado, sin proyección ni futuro, sin apertura ni horizonte. Nunca los seres humanos habíamos logrado un nivel tan elevado de bienestar, libertad, cultura, larga vida, tiempo libre, comunicaciones, intercambios, posibilidades de disfrute y diversión... Y, sin embargo, son pocos los que piensan que nos estamos acercando "al paraíso en la tierra". Cansancio y desilusión son realidades frecuentes. No se encuentran motivos para luchar por una sociedad mejor. Cada cual se defiende como puede del desencanto y la desesperanza. Son cada vez menos los que creen en las promesas y soluciones. Son cada vez más los que están aprendiendo a vivir sin futuro, a actuar sin proyectos, a organizarse sólo el presente, a vivir sin un mañana. Y sin embargo la buena noticia de quien nos envía, de quien asciende, de quien coopera con nosotros y hace surgir las señales de vida, nos invita a recuperar el horizonte y la esperanza de una vida y un mundo mejor. Sólo quien tiene fe en un futuro mejor puede vivir intensamente el presente. Sólo quien conoce el destino camina con firmeza a pesar de los obstáculos. Sólo quien se ha encontrado con el resucitado sale por todo el mundo. Sólo quien cree en el cielo y en quien subió a él, puede recordar que las personas no podemos darnos todo lo que andamos buscando y, al mismo tiempo, creer que nuestros esfuerzos de crecimiento y búsqueda de una tierra más humana no se perderán en el vacío. Porque al final de nuestra vida no nos encontraremos sólo con los logros de nuestro trabajo sino con el regalo del amor de Dios. Quizá éste sea el mensaje más importante de la ascensión. 7. Gestos, signos e imágenes para orar a) Cara a cara con Jesús. Es él el que se hace el encontradizo y nos interpela. Nos hace levantar los ojos, mirarle a la cara y escuchar sus palabras. Nos despierta, nos remueve, nos interroga, nos saca de nuestra terquedad, desidia o apatía. Él sigue confiando en nosotros, sea cual sea nuestro pasado. Orar es experimentar la confianza del Señor en nosotros... b) Sentir su envío. A nosotros, los que todavía dudamos, nos envía a continuar su obra. Nos envía porque nos ama. Nos envía a proclamar y realizar la buena noticia. Nos envía y nos llena de responsabilidad. Nos envía porque cree en nosotros más que nosotros mismos. Nos envía para que salgamos del estrecho marco en el que nos encerramos y para que tomemos conciencia del horizonte de Dios. Orar es descubrir y vivir la misión como don y tarea, como alegría y realización, y no como carga y obligación. c) Salir al ancho mundo. Orar no es encerrarse en uno mismo, ni crear una relación solo y exclusiva con Dios, pues el Señor nos invita siempre a salir, a abrir las ventanas y el corazón y darnos cuenta de todo lo que hay a nuestro alrededor. Salir de nosotros, mirar nuestro mundo, mirarlo cerca y levantando la vista. Mirar a todos los que claman y gritan, y a los que guardan silencio. Mirarlo y recorrerlo como Jesús. Y anunciar buena nueva. Somos portadores de evangelio, no de otra cosa. d) Descubrir los signos de liberación. También hoy, como aquellos primeros años, hay infinidad de señales que acompañan a los que anuncian la buena nueva. No vivimos un tiempo especialmente duro y oscuro. Las señales de Dios brillan a nuestro alrededor. Quizá tengamos que restregarnos los ojos, o alzarlos o mantenerlos fijos para descubrirlas. Orar es precisamente eso. Darnos cuenta que Dios sigue presente y se manifiesta entre nosotros, más de lo que pensamos. e) Encender cirios. Recordando el cirio del bautismo, la luz recibida en la vigilia pascual y nuestro envío por todo el mundo, podemos encender un cirio cada uno y salir, desde la pila bautismal o el lugar en que nos hemos reunido a orar, hacia la calle o el mundo y dispersarnos por todos los rincones. A la vuelta comentar lo que nos sugirió el signo (ir solo, apagarse, gastarse, juntarse, hacer luz, mirar a los otros, etc.) f) Hacer memoria de quienes me han ofrecido la buena noticia. Recordar a todas las personas que a lo largo de mi vida han sembrado la buena noticia en mí o han encendido luces de esperanza en mi camino. Escribir sus nombres, visualizar su rostro, revivir su mensaje. Hacer con todo ello un puzzle abierto, un árbol con infinidad de ramas y raíces... Dar gracias. sentirme miembro de una familia que experimenta la vida. A CONTRALUZ SUBÍAS A contraluz subías, lentamente ibas subiendo a contraluz, subías milímetro a milímetro, como una mazorca de maíz, doradamente; y tu corporeidad, al remontarse, resbalaba su sombra por los rostros de los que habían ido a despedirte. Eran las ocho en punto de la tarde, justo empezando a anochecer. Subías despacio, retrasando los adioses últimos; ascendías gota a gota, lo mismo que la savia por las vides. Tú hacia lo alto, colgado por los hombros de la barquilla de tu globo de oro, y ellos, allí, en el suelo, los que habían compartido contigo alegrías y penas. Eran los mismos, los de siempre, y tristes: jornaleros, mineros, pescadores, peones, emigrantes, obreros, refugiados, parados -los de siempre-, viendo tu remontar irremediable. Los de siempre, los tuyos, contemplando tus sandalias gastadas por los caminos y tus heridas; que te ibas. Ellos se quedaban allí sin comprenderlo, con miedo, como niños, de la vida. Alonso, Manuel