El Libro de Oro de los Misioneros Josefinos

Transcripción

El Libro de Oro de los Misioneros Josefinos
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José María Vilaseca
EL LIBRO DE ORO PARA LOS MISIONEROS DEL SEÑOR SAN
JOSE.
Noviciado de san José del Buen Consejo
San Juan del Río Qro., 1991
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Prólogo
19 de marzo de 1877.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea siempre con nosotros.
Carísimos hijos en Jesucristo:
En este día tan grande cuando la santa Iglesia celebra muy solemnes fiestas en honra y
gloria del señor san José, manifestándonos lo mucho que lo ensalza, cuánta fue su humildad
profundísima, así como cuánto nos importa animarnos a trabajar para ser como él humildes
de corazón. En este día, pues, de tanta edificación para nosotros, tengo el grato placer de
repartiros esta Instrucción sobre la santa humildad, de cuya práctica espero para nosotros
toda especie de bien, así como para la juventud que se nos confiare en nuestras escuelas y
colegios; y principalmente para la práctica del ministerio sacerdotal, Ejercicios espirituales
y santas Misiones.
Por otra parte, es una verdad innegable que todas las comunidades que han acabado en la
Iglesia de Dios, han dejado de existir por la soberbia y el orgullo que las dominaba; así
como es en gran manera temible, según lo hemos visto prácticamente, cómo Dios maldice a
la comunidad que se ensoberbese y a sus individuos soberbios. Por esto, para librarnos de
tantos males, nos hemos apresurado a ofreceros esta Instrucción sobre la santa humildad,
porque todos teneis una necesidad tanto mayor de practicarla, cuanto por vuestra vocación
estais llamados a ejercer los más sublimes y heroicos ministerios, y cuanto que ahora
comenzais a ser con una poca de formalidad; y nada más importante, por tanto, que haceros
comenzar vuestra nueva vida espiritual poniendo por sólida base el riquísimo fundamento
de la santa humildad.
Con esta instrucción, por consiguiente, que, según nuestro humilde sentir, llamaremos con
razón nuestro Libro de oro, podemos esperar que con su práctica será nuestra pequeña
Compañía un objeto de edificación en la Iglesia de Dios, así como de grande utilidad en
favor de la juventud que eduquemos en las escuelas y colegios, y nos servirá más
admirablemente, si cabe, en el ejercicio de las demás fundaciones del celo, a cuyo
desempeño somos también llamados conforme las graves necesidades por las que
atravesamos.
Esta obrita os la presentamos dividida en cinco partes, de las cuales
la primera es una recopilación de lo que poseemos sobre la humildad;
la segunda, nos presenta los motivos para practicarla; la tercera, nos pone a la vista lo que
de ella han dicho y hecho algunos santos;
la cuarta, nos describe prácticamente la conducta de un alma humilde, y
la quinta, nos expone los medios para alcanzar tan divina virtud.
Dígnese Jesús, el maestro de la humillación, y María y José, las criaturas más humildes,
concedernos la práctica de la santa humildad según nos la prescriben nuestras Reglas, para
que siendo humildes de corazón, sean con toda verdad nuestras almas, fieles esposas de
Jesús, así como queridísimas hijas de María y de José, nuestros soberanos padres.
Con estos deseos, mis amados hijos, me repito en Jesús, María y José, vuestro humilde
servidor
José María Vilaseca.
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La doctrina que poseemos sobre la santa humildad, la hemos dividido en tres secciones:
la primera, contiene las razones o motivos que tenemos para abrazarnos con tan santa
virtud;
la segunda, en qué consiste y sus actos, y
la tercera, los medios que deben conducirnos a su práctica.
Sección I.
MOTIVOS PARA SER HUMILDES
1. Importancia de la humildad para un hijo de José.
La humildad es la segunda virtud que forma el espíritu de nuestro Instituto: debe ser
practicada por todos y cada uno de nosotros, porque ella es, por otra parte; el fundamento
de toda la perfección evangélica y el vínculo de toda la vida espiritual (Del cap. 9).
2. Necesidad de ser humildes.
La humildad no sólo es todo lo más recomendable para conservar nuestro Instituto, sí que
también algo con lo que nos vendrían todos los bienes y sin lo que, aun lo qué cada uno
tiene de bueno, le será quitado y será turbado por continuas angustias (Del cap. 9).
3. Con la humildad seremos perfectos discípulos de Jesús, María y José.
Con la práctica de la humildad todos podremos aspirar a ser predilectos discípulos de Jesús,
María y José, que nos dicen que aprendamos de ellos a ser humildes de corazón (Mat.
11,29) (Del. cap. 9).
4. Deber de pensar, hablar y obrar según la humildad.
A los Hijos del señor san José no les bastará obrar, y ni siquiera obrar bien, sino que
deberán procurar obrar siempre, y aun hablar y pensar conforme las tres virtudes que
forman su espíritu; y en especial pensarán, obrarán y hablarán según la humildad que es la
segunda que lo compone (1 Del cap. 9).
5. Jesucristo enseñándonos la humildad.
Todos, como hijos de María y de José procurarán imitar a Jesucristo en la práctica de la
humildad, porque El fue humildísimo, porque sólo quiere por esposas a las almas humildes,
y porque se nos da por ejemplo, diciéndonos que aprendamos de El a ser humildes de
corazón (Mat. 11,29) (2 del cap. 9).
6. La humildad es el cimiento de la vida santa.
Todos considerarán la humildad como la virtud primera de su espíritu; la virtud preciosa
que deben practicar; virtud que es, por tanto, el fundamento de la vida santa, y virtud
(pensará cada uno), cuya práctica es lo que más me conviene, porque siendo un miserable
pecador, hace años que merezco estar en el infierno, y tanto más cuanto que aun ahora soy
peor que un demonio (3 del cap. 9).
7. El premio de las virtudes pende de la humildad que las acompaña.
Todos con mucha solicitud procurarán la práctica de la humildad, acordándose que es santo
el humilde, y es santísimo el humildísimo; así como que ninguna virtud es premiada en el
cielo si carece de humildad (4 del cap. 9).
8. La humildad es la verdad.
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Para agradar a Dios con la práctica de la humildad, partirán todos de este principio cierto:
La humildad es la verdad, y por consiguiente nada es más erróneo e injusto que un acto
de soberbia (5 del cap. 9).
9. No obrar contra las Reglas es motivo de humildad.
Jamás podrán admitirse como reglas las costumbres que se puedan introducir contrarias al
espíritu del Instituto, y sí deben ser consideradas como corruptelas que deben quitarse,
acordándose todos, en semejantes casos, que han de ser juzgados en el tribunal de
Jesucristo según las santas Reglas que les han sido dadas y no conforme la costumbre;
porque ésta, siendo condenable, como suponemos, es siempre lo más contrario a la santa
humildad (14 del cap. 9).
10. La humildad es custodia de la pureza.
La santa humildad es, ha sido y será siempre la única custodia de la santa pureza.
Procurarán, pues, todos, practicar la humildad, practicarla según sus Reglas, practicarla con
más perfección si cabe, imitando siempre a Jesús, María y José. De nuevo os encargamos la
santa humildad, puesto que nunca hemos visto unidas la castidad y la soberbia; y hemos
visto y aun llorado muchas veces la justa permisión de Dios contra los soberbios, que les
permite tales caídas contra la santa castidad, que quedan por ellas semejantes a los brutos
animales más sucios y degradados (10 del cap. 6).
11. Necesidad de la humildad para adquirir heroicas virtudes.
Todos y cada uno de los Hijos de María y de José, tomarán con el mayor empeño la
práctica de la humildad de juicio, de palabra, de obra, y, sobre todo, de corazón, conforme
sus divinos modelos Jesús, María y José, a quienes deben imitar con tanta perfección, que
no deben parar sino hasta salir las perfectísimas copias de tan divinas personas, porque sólo
siendo de esta manera y en este grado humildes, podrán llegar a la santidad y perfección
que les pide su santa vocación (9 del cap. 12.
12. La humildad formará mi espíritu.
Es para mí la humildad de una cosa necesaria, porque es una de las virtudes que forman mi
espíritu; y sin humildad jamás podré ser bueno, y mucho menos santo, según mi vacación
(Punto 1 de la humildad).
13. El señor san José me pide la humldad
Debo practicar la humildad para imitar a José, el humildísimo José, que por amor a su
propia abyección y no ser honrado, quería separarse de su divina esposa la Virgen inmaculada (Mat. 1,19) (Punto 1 de la humildad).
14. La santísima Virgen me pide la humildad.
Debo practicar la humildad por imitar a mi madre la santísima Virgen, que si fue madre de
Dios, fue debido su honor, su gloria y su exaltación a su santa humildad. ¡Oh Virgen
humildísima, cuán digna eres de mi corazón! Y bien, ¿soy humilde? ¿soy humilde de
pensamiento? ¿soy humilde de deseo? ¿soy humilde en mis palabras? ¿soy humilde en mis
obras? ¿soy humilde de corazón? ¿tengo la humildad de la que me habla la santa Regla?
¡Dios mío! dadme un dolor de mis pecados para que desde este momento comience a
humillarme de corazón (Punto 1 de la humildad).
15. Mi divino esposo Jesucristo me pide la humildad.
Debo practicar la humildad para asemejarme a Jesucristo, pues siendo un Dios humilde,
jamás podrá tener y ni siquiera admitir por esposa suya a un alma soberbia. ¡Oh santa
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humildad! yo te amo desde ahora; yo quiero introducirme dentro de ti misma; quiero que
me rodees; quiero que seas como un divino velo que cubra todo cuanto de mí salga.
Y bien, ¿eres humilde? ¿te has humillado por tus pecados? ¿te has humillado según la
gravedad de las caídas? ¿te has humillado conforme al número de las gracias? ¿te has
humillado como esposa de Jesucristo? ¡Ojalá que al menos desde ahora comiences a
humillarte bien! Amén, Jesús. Amén, Jesús. Amén, Jesús (Punto 1 de la humildad).
Sección II.
EN QUÉ CONSISTE LA HUMILDAD Y SUS ACTOS.
16. En qué consiste la humildad y su efecto.
La humildad propiamente hablando es: Amor de la propia abyección que, nos exalta
llevándonos, como por grados de virtud hasta que lleguemos al cielo. Por consiguiente,
debemos todos tener por máxima inviolable la práctica de la sentencia del Salvador, que
dice: El que entre vosotros quiera ver el mayor hágase como el menor y el servidor de los
demás (Mat. 23,11) (Del cap. 9).
17. Grados de humildad para un misionero josefino.
1º.- Gozarse o alegrarse de que los demás vean nuestras imperfecciones.
2º.- Alegrarse de ser despreciados a causa de nuestras imperfecciones.
3º.- Considerarse con toda sinceridad y aun con gran alegría digno del vituperio de los
hombres.
4º.- Ocultar, para el aspecto de la propia vileza, lo que el Señor quisiera hacer por nosotros
o en nosotros.
5º.- Lo que por las circunstancias no podemos ocultar, debemos atribuirlo todo a la divina
misericordia según aquello de san Pablo: Por la gracia de Dios soy lo que soy (1Co.
15,10) (Del cap. 9).
18. Otros actos de humildad que hemos de practicar.
Todos procurarán también la práctica de los siguientes actos de humildad:
1º. Convencerse de que la práctica de la humildad en nosotros es la práctica de la verdad.
2º. Que nada de bueno hay en nosotros, como de nosotros mismos, sino que todo es efecto
de la bondad de Dios.
3º. Que en nosotros mismos no hay virtud alguna, y que estamos llenos de malicia, de
ingratitud y de pecado.
4º. Que con toda razón y con toda verdad podemos decir que somos pecadores, y tanto más
cargados de malicia e ingratitud, cuanto mayores son los beneficios de Dios.
5º. Que podemos y debemos considerarnos los mayores pecadores del mundo, porque esto
somos y no más de nosotros mismos, y aun somos peores que los mismos demonios (6. del
cap. 9).
19. Casos prácticos de humildad.
Todos procurarán pensar, hablar y obrar conforme a los grados de humildad expresados en
los dos anteriores párrafos; por consiguiente, no se levantarán a mayores contra el prójimo,
ni lo murmurarán, ni criticarán sus dichos o hechos, acordándose que si no son como él y
aún peores que él, es pura gracia de Dios (7. del cap. 9).
20. Tratos de un alma humilde para con el prójimo.
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Todos, en fuerza de la humildad, tendrán al prójimo mucho respeto, aprobarán sus acciones
en el Señor, las echarán a buena parte en cuanto puedan, excusarán al menos su intención, y
cuando esto no pudieren, condenarán el pecado, pero se compadecerán del pecador; y si han
de castigar alguna vez, lo harán según el dictamen de la Sagrada Escritura: Si os airais, no
pequéis (Ef. 4,26) (8 del cap. 9).
21. Comer, vestir y dormir de los humildes.
Por humildad comerán, vestirán y dormirán como pobres; por humildad se privarán del
descanso no necesario y se darán a un trabajo racional y conforme a los dictámenes de la
prudencia divina manifestados por la obediencia, sin que nunca estén ociosos (9 del cap. 9).
22. La comunicación interior como acto de humildad.
Una vez al mes, en el día señalado por el Superior, harán el día de retiro, en el cual
procurarán prepararse para la muerte, examinarán los progresos o decadencia en la virtud
que tienen por práctica, comunicarán su interior con toda sencillez al Superior haciéndole la
comunicación interior cada dos meses, y aún mas pronto si hubiere necesidad de ello, o si
lo juzgare oportuno el Superior. Todos pondrán especial cuidado en reducir a la práctica las
resoluciones formadas en el día de retiro, así como los avisos que les hubieren dado su
director o Superior (7 del cap. 2).
23. Otros actos de humildad, o la práctica de la abyección.
Serán actos de humildad que siempre deberán estar en práctica entre nosotros y reinar sobre
todo en nuestro corazón:
1º. Tener el capítulo en el que diremos la culpa delante de nuestros hermanos en el señor
san José.
2º. Pedir en esta misma ocasión ser avisados públicamente de nuestras faltas.
3º. Tener a bien que no sólo nuestros compañeros en esta ocasión digan públicamente
nuestras faltas, sino que aún nos reprendan en él nuestros Superiores por ellas y nos den la
merecida penitencia.
4º. Besar los pies a nuestros compañeros después de haber pedido la correspondiente
licencia, con tal acto se hacen tantas humillaciones, cuantas son las personas a las que se
besan los pies.
5º. Hincarse al entrar y salir del aposento, reconociéndose indignos de la vocación que
trasforma sus almas en esposas de Jesús e hijas muy predilectas de María y de José.
6º.Asear su propio aposento, teniendo a grande honor hacerlo, ya que hemos de considerar
nuestras casas como la habitación de Jesús, María y José.
El que practique la humildad dispuesta en este capítulo, se hará tan santo que puede esperar
que sin pasar por el purgatorio, de la cama irá al cielo (15 del cap. 9).
24. Otro acto de humildad.
Cada uno procurará instruirse bien acerca de las obligaciones que le imponen los santos
votos, y pedirá una penitencia al Superior cuando haya faltado a ellos, practicando esto de
un modo especial cuando la falta haya sido con escándalo; y en este último caso, el
Superior podrá imponerle una penitencia pública proporcionada a la falta (6 del cap. 14).
25. En qué consiste la humildad
La humildad es una virtud que, separándonos de los actos orgullosos, nos hace amar la
abyección. ¡Oh santa humildad que nos separas del orgullo! ¿Y quién no lo temerá? El hizo
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de una tropa de ángeles una turba de demonios, y a santos como Salomón los convirtió en
piedras de escándalo. Amemos una virtud que nos hace amar la abyección, con la que no
sólo logramos la gracia para reconciliarnos con Dios, sino que nos conduce hasta la
verdadera santidad.
La humildad es la verdad, y ved por qué es una virtud muy amada de Jesucristo. ¡Oh si
desde este dia acertáramos a amarla también! ¡Oh santa humildad! verdaderamente debes
ser una cosa muy grande a los ojos de Dios, ya que su unigénito hecho hombre la practicó
de un modo tan sobre todo otro modo que se anonadó, diciéndonos, además, que
aprendieramos de El a ser humildes de sorazón (Mat. 11,29) (Punto 2. de la humildad).
26. Práctica de la humildad.
Es acto de humildad no hablar de sí; y es acto de soberbia alabarse: de humildad,
menospreciarse a sí mismo;y de orgullo, amarse desordenadamente; de humildad, obedecer
y sujetar su juicio a los otros; de orgullo, faltar a la obediencia y ser terco en su propio
parecer; de humildad, aprender con sumisión; y de soberbia, aprender por vanidad; y, en
fin, es acto de humildad perseverar en su vocación, amarla todos los días más y más y obrar
conforme a ella; y es exceso de orgullo, de soberbia y de vanidad, abandonar su vocación
(Punto 2 de la humildad).
27. Otros actos de humildad.
Examínate... llora tu soberbia... gime por tu orgullo... y comienza desde ahora a ser fiel
discípulo de Jesucristo, aprendiendo de El a ser humilde de corazón (Mat.11,29) (Punto 2
de la humildad).
Sección III.
MEDIOS PARA ALCANZAR LA PRÁCTICA DE LA HUMILDAD.
28.Todos los días leerán una máxima de este su libro de oro, procurando aprenderla y
practicar lo que ella dice, en cuanto lo permita nuestra miseria.
29. (Lectura de los libros espirituales)
Hacer su lectura predilecta del Tratado de la sencillez, de la humildad y demás virtudes que
declaran nuestro espíritu, porque todo lo que contiene está destinado a producir en nosotros
los actos de humildad que tanto brillaron en Jesús, María y José, que aun ahora nos dicen:
aprended de nosotros porque somos humildes de corazón (Mat. 11,29).
30. ( Huir de la soberbia y de sus hijas )
Huír de tal suerte de la soberbia y de todas sus hijas, la presunción, la discordia, la disputa,
la inobediencia la ambición, la vanagloria y la jactancia, que sea la primera de nuestras
máximas el nada será para nosotros más importante que huír siempre, en verdad y
diligentemente, de este monstruo de la soberbia y de sus hijas.
31. ( Amor a la soledad )
El amor la soledad de suerte que, en cuanto lo permitan nuestros ministerios, veneremos
prácticamente la soledad de Jesucristo durante las noches que pasaba en la oración, y los
cuarenta días con sus noches que pasó en el desierto.
32. ( Varios actos de humildad )
Hacer los siguientes actos de humildad, con el objeto de ser humildes de corazón:
1º. Entre nosotros tener capítulos cada viernes.
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2º. En él ser públicamente amonestados de nuestros defectos.
3º. Recibir la amonestación por ellos.
4º. Hacer actos de humillación en el capítulo y aun fuera de él.
5º. Hacerlos también al fin de la oración mental y de la conferencia espiritual.
33. ( Somos siervos inútiles)
Cuando hayamos obrado con perfección o lo que hubiéremos hecho hubiese sido
singularmente bendecido de Dios, hemos de decir de corazón: Hicimos lo que debimos
hacer. Somos siervos inútiles (Lc. 17,10). Por la gracia de Dios somos los que somos (1Co.
15,10). Sin el Señor Jesús, María y José nada hubiéramos podido hacer.
34. La enseñanza conduciendo a la humildad.
Al paso que todos procurarán aprender todo lo necesario y conveniente, según la obediencia
dispusiere, y al mismo tiempo huír de la afectación y de la vanidad en la enseñanza,
procurarán instruir a la juventud con la sencillez amabilísima y con la humildad profunda
con que Jesucristo enseñaba a los niños (10 del cap. 9).
35. Actos internos y externos de humildad.
Cuando alguno faltare a la humildad, procurará reconocerse luego, humillándose
interiormente, creyendo que la soberbia o resistencia que experimenta se la infunde el
demonio; y sobre todo, procurará algún acto externo de humildad. En caso de alguna falta
extraordinaria, el Superior señalará el acto de humillación (11 del cap. 9).
36. Otros actos de humildad.
Servirá mucho para alcanzar la humildad el escoger el último lugar, ceder en algunas cosas,
callarse cuando uno sea injuriado o maltratado de obra o de palabra, hacer alguna
mortificación, meditar acerca de los actos humildes de los santos y pedir a Dios la gracia de
ser humilde de corazón (12 del cap. 9).
37. Pedirse perdón conduce a la humildad.
Cuando alguno hubiere ofendido a otro con alguna palabra o conversación, inmediatamente
antes de acostarse le pedirá perdón, procurando estar perfectamente reconciliados, y se
guardarán bien de ir a comulgar sin estarlo. Y como por efecto de nuestro orgullo en
semejantes casos todos creemos tener razón, por esto todos estarán dispuestos a hacer el sacrificio de ella para conservar la caridad fraterna que debe reinar siempre entre hijos
predilectos de María y de José (13 del cap. 9).
38. Práctica de la humildad de juicio, de palabra, de obra y
de corazón.
Todos y cada uno de los Hijos de María y de José, tomarán con el mayor empeño la
práctica de la humildad de juicio, de palabra, de obra y, sobre todo de corazón, conforme
sus divinos modelos Jesús, María y José, porque sólo siendo de esta manera y en este grado
humildes, podrán llegar a la santidad y perfección que les pide su santa vocación (9 del cap.
12).
39. Primer medio para alcanzar la humildad.
Convencerme que necesito de la humildad en todos los estados de la vida, porque si estoy
en pecado, sólo humillándome como la Magdalena, alcanzaré el perdón. Si soy tibio, sólo
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con la humildad podré alcanzar la gracia del fervor; si soy justo, sólo humillándome podré
vencer la tentación; y si soy perfecto, sólo con la humildad podré hacerme todos los días
más y más perfecto. ¡Oh Salvador! ¡Oh Jesús humildísimo! hacedme la gracia que desde
este momento aprenda de vuestro corazón la práctica de la humildad (Punto 3 de la
humildad).
40. Segundo medio para alcanzar la humildad.
Estudiarme bien a mí mismo, pensando muchas veces en la oración lo que he sido estando
en pecado, lo que soy después del pecado, y lo que sería en adelante si el Señor, tratándome
según su justicia, me desamparara un solo instante (Punto 3 de la humildad).
41. Tercer medio para alcanzar la humildad.
Amar la humildad considerándola no sólo digna de ser amada, sino entreteniéndome con
ella diciéndole: ¡Oh carísima humildad!, yo te amo, y te amo tanto más, cuanto tú eres la
virtud del divino José, mi buen padre, la virtud de la Inmaculada María, mi tierna madre, y
la virtud de Jesús, mi amado esposo. Yo os amo de corazón, y os consideraré como mi
maestra, mi reina, mi todo; quiero vivir y morir en vuestros brazos, y juro desde ahora
cerrar mis ojos a todas las vanidades del mundo para tenerlos abiertos tan sólo a los actos
que me conduzcan a la humildad (Punto 3 de la humildad).
42. Cuarto medio para alcanzar la humildad.
Entrar de hecho en la práctica de la humildad, no sólo humillándome interiormente en la
santa oración y en los actos de presencia de Dios, sino especialmente amando la abnegación
en las ocasiones críticas de humillación, de calumnia o de grandes desprecios (Punto 3 de la
humildad).
43. Quinto medio para alcanzar la humildad.
Pedirla a Dios. Practica este medio, y adquirirás la humildad de corazón. Amén, Jesús.
Amén, Jesús. Amén, Jesús.
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Muchos son, hijos míos, los motivos y razones que deben hacernos una santa violencia
para que nos demos a Dios mediante la práctica de la santa humildad; por esto os recordaré
en esta segunda parte algunos de los más principales para que, meditándolos con atención,
nuestra voluntad comience desde ahora a ser humilde.
44. Sin humildad no hay cielo.
No hay misericordia para el soberbio, ni éste tendrá entrada en el reino de los cielos, porque
el Señor allí recibe solamente a los humildes. Esto nos enseña la Sagrada Escritura cuando
dice: que Dios disipa el orgullo de los soberbios; que abate a los que se ensalzan; que
para entrar en su gloria es preciso hacerse semejante a los niños: que quien a ellos no
se asemeje, será excluído del reino celestial (cf Mat. 18,3), y, por último, que no da
abundancia de gracias ni eleva más que a los humildes (cf St. 4,6).
Con esto que sepamos, hijos míos, ya es bastante para convencernos de cuánto importa
trabajar en adquirir la humildad, desterrando de nuestro espíritu la presunción, la vanidad,
el orgullo, y no perdonando medio alguno para llevar al cabo esta empresa. Mas supuesto
que sin la gracia divina nada alcanzaremos, debemos comenzar por pedirla a Dios encarecidamente a cada instante, pidiéndole que nos haga conocer, cómo un misionero josefino
soberbio, sería una imagen perfecta de Lucifer.
45. Jesucristo nos exhorta a la humildad.
Contraemos todos los cristianos, desde el bautismo, la obligación de ir en pos de Jesucristo,
tomándole por modelo para arreglar las acciones de nuestra vida; y cuando este divino
Salvador practicó en tan alto grado la humildad, que se hizo el oprobio de la tierra, para
curar de esta manera la hinchazón de nuestro orgullo, quiso enseñarnos con su ejemplo el
camino del cielo. Así lo dijo El mismo con estas tan claras palabras: Aprended de mí que
soy manso y humilde de corazón (Mat. 11,29).
Conque si queréis ser discípulos de este divino maestro, si deseáis adquirir esta preciosa
margarita, prenda segura de santidad, y más segura señal de predestinación, escuchad con
espíritu dócil los consejos de Jesucristo, maestro verdadero de la humildad.
Todavía podemos hacernos cargo del mismo motivo, apreciándolo según el sentir de un
santo Padre: El mismo Señor nos dice en su Evangelio:
Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mat. 11,29). Y como observa san
Bernardo: ¿qué orgullo, por grande que sea, no se encontrará vencido y curado por la
humildad de este divino maestro? Con toda exactitud puede decirse que sólo El ha sido
quien verdaderamente se ha humillado y abatido, pues cuando parece que nosotros lo
hacemos, hablando con propiedad, no nos abajamos, sino que tomamos nuestro lugar y nos
colocamos en la clase que nos corresponde como viles criaturas, culpables tal vez de mil
crímenes, y sin tener derecho más que a la nada o a penas eternas; pero no así Jesucristo
nuestro Salvador que se abajó infinitamente más abajo del rango que le es debido. Siendo
El un Dios omnipotente, Ser infinito e inmortal, soberano Señor y árbitro de todo lo criado,
se hizo hombre, débil, pasible, mortal y obediente hasta la muerte; redújose al último grado
de indigencia y a la más extremada pobreza; siendo quien causa en los cielos el gozo y la
bienaventuranza de los ángeles y santos permitió que el dolor ejerciese todo su imperio
sobre El, y se sometió en la tierra a todas las debilidades de la humanidad; siendo la
increada sabiduría y el principio de toda ciencia, no rehusó pasar plaza de loco en el
mundo; siendo el santo de los santos y la santidad por esencia, quiso ser tenido por pecador
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y facineroso; siendo adorado en el cielo por innumerables tropas de espíritus
bienaventurados, quiso morir en el oprobio y expirar en una cruz; en fin, siendo el soberano
bien por sí mismo, se expuso a toda clase de miserias. Y a vista de tal ejemplo de humildad
¿qué debemos hacer nosotros que no somos más que un poco de polvo y ceniza? Y si
consideramos que a más de esto, ¿podrá parecernos penosa alguna humillación?
Obremos, por tanto, según tan santas reflexiones, y seremos perfectos misioneros josefinos.
46. Nada tengo que no haya recibido.
Examínate a tí mismo a toda luz, y contemplando cuanto tienes, escudriña si por ti solo y
como de ti solo tienes algún bien por el que te puedas estimar o ensalzar. El pecado, la
mentira y la miseria, es propio de ti, y nada más; porque los dones de la naturaleza y de la
gracia que tienes son de Dios, principio de tu ser, de quien lo recibiste, y por tanto a El sólo
pertenece toda tu gloria y estimación.
Hágate esta reflexión adquirir un profundo sentimiento de tu nada, que constantemente has
de nutrir en tu corazón para confundir, cuanto sea posible, el orgullo que te domina.
Convéncete también de cuán vano y ridículo es pretender que te estimen por prerrogativas
que no te son propias, sino que las tienes como prestadas, merced a la gratuita liberalidad
de tu Creador, pues como dice el apóstol: ¿Qué cosa tienes que no hayas recibido de
Dios? Y si todo lo que tienes lo has recibido de El, ¿de qué te jactas como si no lo
hubieras recibido? (1Co. 4,7).
47. De mí mismo sólo tengo la corrupción y el pecado.
Piensa muy a menudo en las pésimas cualidades de tu corrompida naturaleza; en tus
debilidades, en tu ceguedad, en tu cobardía, en la dureza de tu corazón, en tu inconstancia,
en tu sensualidad, en tu indiferencia hacia Dios, en tu apego a las criaturas y en otros vicios
más, y de esto puedes tomar ocasión para abajarte continuamente a menos que la misma
nada, y presentarte a tus mismos ojos como una vil y baja criatura, ya que en realidad de
verdad no eres otra cosa.
48. La muerte, el juicio y el infierno.
Has de pensar con frecuencia en la muerte, en la podredumbre que se le sigue y que no has
de poder evitar, en el tremendo tribunal de Jesucristo donde necesariamente has de
comparecer, y en las penas del infierno que se les esperan a los orgullosos imitadores de
Lucifer. Considera con seriedad que siendo secretos e impenetrables los juicios de Dios, te
es imposible tener seguridad de que tú no has de ser un día del número de los réprobos que
por toda la eternidad sufrirán con los demonios en aquel lugar de tormentos; y esta
incertidumbre es preciso que te obligue a mantenerte siempre en un estado de profunda
humillación y a vivir cubierto de confusión y de vergüenza.
49. Qué pecado es la soberbia.
Considera que el pecado de soberbia es tan abominable que ni en la tierra, ni aun en los
mismos infiernos, hay cosa comparable a él: que la soberbia fue la causa de que los ángeles
perdiesen el cielo y cayesen en el abismo; que ella corrompió al género humano y le atrajo
multitud de males que durarán hasta el fin del mundo y por toda la eternidad. Además,
considera que si un alma que se ha manchado con un pecado no merece más que odio,
menosprecio y suplicios, ¿qué merecerás tú que te has hecho reo de tantas ofensas que has
cometido contra Dios?
50. El humilde posee la verdadera caridad.
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Entre los varios medios que pueden emplearse para alcanzar la caridad, esta virtud tan
excelente y tan divina, que llama el apóstol el fin de la ley, ninguno es más corto y seguro
que la humildad, y es a la vez el único camino para conseguir la verdadera y sólida paz que
nuestro divino Salvador prometió a sus discípulos diciéndoles: Aprended de mí que soy
manso y humilde de corazón, y hallaréis el reposo de vuestras almas (Mat. 11,29). Y en
efecto, la humildad, y nada más que la humildad, tiene consigo el gran tesoro, el rarísimo y
precioso privilegio de alejar del corazón la tristeza, la aflicción y el desosiego del espíritu;
por lo cual ninguno recibe un trabajo o un disgusto con violencia, acritud e impaciencia,
sino porque le falta la verdadera humildad. Por esto debe afirmarse siempre, que lo que
origina todo mal es el orgullo. Lucifer no se hubiera convertido en demonio si hubiera sido
humilde; y no fue otra la causa de su caída, sino su espíritu soberbio y presuntuoso. Al
contrario la Reina de las vírgenes no hubiera sido la más elevada y la más santa entre todas
las criaturas puras, si no hubiera sido la más humilde. Por esto hemos de afirmar que el
humilde seguramente no pecará, porque la gracia de Dios obraría sin obstáculo cuanto
quisiese por esto dijo san Agustín: Si se me pregunta a quién juzgo como el mejor entre
todos los hombres, respondo que al más humilde; y si cien veces se me pregunta lo
mismo, cien veces doy la misma respuesta.
51. Máximas en favor del humilde.
No tengas en mucho a quien es por ti o contra ti; mas ten cuidado que sea Dios contigo en
todo lo que haces.
Ten buena conciencia, y Dios te defenderá.
Al que Dios quiere ayudar, no le podrá dañar la malicia de alguno.
Si tú sabes callar y sufrir, sin duda verás el favor de Dios.
El sabe el tiempo y el modo de librarte, y por eso te debes ofrecer a él.
A Dios pertenece ayudarte y librarte de toda confusión.
Algunas veces conviene mucho, para guardar mayor humildad, que otros sepan nuestros
defectos y los reprendan.
Cuando un hombre se humilla por sus defectos, entonces fácilmente aplaca y mitiga a los
otros, y sin dificultad satisface a los que están enojados con él.
Dios defiende y libra al humilde, y al humilde ama y consuela; al humilde se inclina, y al
humilde da gracia, y después de su abatimiento le levanta a grande honra.
Al humilde descubre sus secretos, y le atrae dulcemente a sí y le convida.
El humilde, recibida la afrenta, está en paz, porque está en Dios y no en el mundo.
No pienses haber aprovechado algo si no te estimas por el más bajo de todos.
No te pese si vieres honrar y ensalzar a otros, y tú ser despreciado y abatido.
Levanta tu corazón al cielo, y no te entristecerá el desprecio humano en la tierra.
Señor, en gran ceguedad estamos, y la vanidad muy presto nos engaña.
Si bien me miro, nunca se me ha hecho injuria por criatura alguna; por esto no tengo de qué
quejarme justamente de ti.
Mas porque yo muchas veces pequé gravemente contra Ti, con razón se arman contra mí
todas las criaturas.
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Justamente, pues, me viene la confusión y desprecio, y a Ti, Señor, la alabanza, honra y
gloria.
Y si no me preparo de modo que desee sin repugnancia el verme despreciado y
desamparado de toda criatura y tenido en nada, no podré estar en paz y constancia en lo
interior, ni ser alumbrado espiritualmente ni unido del todo a Ti.
52. Sin humildad, las más grandes virtudes degeneran en vicios.
Así nos lo enseña la experiencia, pues vemos y palpamos que sin la humildad, la
mortificación más austera es una detestable hipocresía; la contemplación más elevada, una
vergonzosa ilusión; las más severas privaciones de la pobreza, un inútil orgullo; la soledad
de los anacoretas, las penitencias de los confesores, los tormentos de los mártires y el celo
de los apóstoles, no son más que un vano juguete que impresionaría la vista, pero que
divierte a los demonios.
53. La humildad nos asemeja a Jesucristo.
El estado del Salvador sobre la tierra ha sido un estado de abyección, de sufrimiento, de
menosprecio; y el alma humilde se halla contenta en este estado y se regocija de vivir en él.
Por eso bebe hasta las heces con Jesucristo en el mismo cáliz el amargo vino de la
abyección, se alimenta del mismo pan de la humillación, se cubre con el mismo vestido de
la confusión, y es tratada por el Padre celestial de la misma manera que su Hijo muy
amado, y así es cómo logra hacerse una misma cosa con Jesucristo nuestro Señor.
54. La humildad nos llena de paz.
Una persona humilde es superior a todas las turbaciones; pasa los días exenta de inquietud;
huye de la estimación de los hombres y de los honores, en vez de ambicionarlos; desea los
desprecios en vez de temerlos, y siega de este modo el principal origen del tedio que tanto
atormenta a los hombres. Porque ¿cómo será turbado el que pone sus delicias en los
desprecios y en las injurias? ¿Cómo puede ser turbado el que recibe los sufrimientos con la
sonrisa de la paz? ¿Cómo puede ser turbado el que con alegría interior pone la otra mejilla
al malvado de quien ha recibido la primera afrenta? Semejante persona vive sí, por la
humildad, en un cielo anticipado.
55. El humilde llega al colmo de la santidad.
Una persona puesta en la humillación, es despreciada; sus antiguos amigos se averguenzan
de su sociedad, le alejan de sus reuniones por las ideas de abyección que poseen contra ella;
y así, rechazada del mundo, ella lo rechaza también, y retirada en sí misma, no se ocupa
sino de Dios; adquiere el recogimiento interior, y pronto en tan sagrada soledad, su corazón
puro y exento de manchas adquiere la más perfecta disposición para obtener el amor de
Dios en el cual consiste el colmo de la perfección.
56. El humilde se ve lleno de los tesoros del cielo.
El Señor, que se anonadó, tiene naturalmente sus delicias en un alma humilde; y de esta
admirable asociación resulta de parte del Señor para con el alma humilde, una afectuosa
comunicación de los tesoros celestiales, una efusión amorosa de sus divinas larguezas,
principalmente de los siete dones del Espíritu. ¡Cuántas delicias inefables inundan a las
almas humildes! ¡Cómo Dios las penetre en un instante de una inteligencia clara de los
divinos misterios! Testigos santa Teresa de Jesús, san Pascual Bailón, y tantos otros santos
que encontraron en la humildad la llave de una ciencia tanto más sublime, cuanto ellos
habían sido más humildes. ¿Cómo no amar una virtud que nos colma de tantos bienes? Sí,
todos los bienes nos vendrán con la práctica de la humildad.
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57. Conducta de Jesucristo sobre la humildad.
Jesucristo nos ha dado ejemplo del acto más profundo de humildad, puesto que siendo
necesariamente impecable desde el primer instante de su concepción, honrado con la clara
visión de Dios, adornado de gracias, de virtudes y de perfecciones infinitas, se ha abatido,
sin embargo, profundamente por un acto de humildad el más perfecto; y acto que continuó
sin interrupción hasta el Calvario. Nosotros ¿no nos humillaremos? ¿No depondremos
nuestra arrogancia? ¿No nos abatiremos hasta la nada? Jesucristo se abate delante de la
santísima Trinidad; nosotros, que sólo somos polvo, ceniza, malicia, debilidad y pecado,
¿nos atreveremos a elevarnos con vanidad, a gloriarnos con nuestras palabras y a
preferirnos orgullosamente a los otros? ¡Ah! Aprendamos de Jesús a ser humildes de
corazón, al menos desde el día de hoy.
58. Qué enseña la experiencia.
La experiencia enseña que nadie es más generoso que el humilde, porque desconfiando de
sí mismo y no confiando sino en Dios, está pronto y lleno de ardor para emprenderlo todo
por El.
La experiencia enseña también que al que le falta la humildad es muy sensible al desprecio,
y temeroso de él vive siempre en la inquietud, temiendo por el éxito de sus acciones. Por
esto, fiado en sus cálculos, no piensa en Dios, y sólo obra dirigido por una prudencia
humana. ¡Cómo ha de bendecir Dios al que así obra!
59. Cualidades del humilde.
Para que te animes a abrazarte con la santa humildad, ten presentes las cualidades del
humilde, el cual es agradable con los que lo aman y callado cuando lo vituperan; no se
levanta en lo próspero, ni se abate por lo adverso; no quiere ser servido, y recibe
exteriormente la honra que su dignidad merece; es el primero en saludar a los demás, y se
alegra cuando pasa desapercibido; no se rodea de los aduladores; no desea que aprueben
públicamente sus cosas; no pide ser alabado; no espera de nadie el favor; oye a los que lo
aclaman, con la santa verguenza de los que tienen una buena conciencia; siempre ensalza a
los humildes, y lleno de una suma bondad, a nadie injuria; con todos es manso, lleno de una
santa prudencia, y sigue el camino de los justos.
60. Diversos pensamientos sobre la humildad, sacados de nuestras conferencias.
Debo practicar la humildad haciendo lo que manden y besando de vez en cuando el suelo
con la intención de humillarme por mis pecados pasados (Conf.)
Nada más justo que recordar la vida anterior, a fin de que saquemos de ella los motivos y
razones que tenemos para humillarnos delante de Dios, a quien hemos ofendido (Conf.)
¿Qué ha pensado usted sobre la humildad? - Nada he pensado. - Ved aquí un motivo de
grande humildad. - Sí, soy tan tonto que nada he pensado, y nada he pensado por mi soberbia. - Deben ustedes humillarse delante de Dios diciendo: - Señor, nada pude pensar;
hazme conocer que sólo soy muy soberbio, muy orgulloso, y muy bueno para nada (Conf.)
Dios nuestro Señor no se comunica a las almas soberbias; por tanto, para alcanzar los dones
y gracias que necesitamos de Dios para obrar el bien y obrar con pureza de intención, nos
es del todo necesario el que seamos humildes. Si la santísima Virgen, siendo predestinada
para ser madre de Dios, hubiera cometido un acto de soberbia, habría dejado de ser madre
de Dios; así como nosotros, aunque estamos elegidos para que sean nuestras almas esposas
de Jesucristo, siendo hijos de María y de José, si acaso somos soberbios, nuestro Señor nos
quitará esta gracia (Conf.)
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He pensado que antes vivía yo como un animal, y aun peor que un animal y que esto me
acontecía por mi soberbia; y por mi refinada soberbia viví sin conocer la grandeza de Dios,
de la santísima Virgen y del señor san José, que me han traído a esta santa casa para
practicar la humildad, viendo en mis hermanos tan grandes ejemplos de esta virtud (Conf.)
Debéis de imitar a Nuestro Señor Jesucristo principalmente en la humildad (Conf.)
La más profunda humildad fue la virtud que más resplandeció en nuestro divino Salvador;
por consiguiente, practicad la humildad, porque una esposa de Jesucristo soberbia, se hace
repugnante a Jesucristo y le provoca a vómito (Conf.)
La humildad es una de las virtudes que forman el espíritu de los Hijos de María y de José,
porque ella es el fundamento de las virtudes y, por consiguiente, la debéis practicar más en
todos vuestros actos (Conf.)
Así como unas comunidades religiosas han sobresalido por su sabiduría; y otras por la
pobreza; éstas, por la mucha gente que tenían, y aquéllas por la obediencia, y todas por el
espíritu propio de su vocación, así todos y cada uno de vosotros se ha de distinguir en la
Iglesia de Dios por la humildad, procurando practicarla en el grado más heroico (Conf.)
Hay muchas personas que son apreciadas porque son muy útiles y saben muchas cosas; sin
embargo, hemos de creer, y de hecho lo vemos, que lo que al parecer les sale bien, de hecho
no es así, porque como no son humildes, Dios no bendice a los soberbios, por que si da su
gracia, la da a los humildes; al paso que maldice a los soberbios (Conf.)
Dios no bendice a los soberbios, porque si da su gracia, la da a los humildes; al paso que
maldice a los soberbios (Conf.)
Parte tercera.
La parte tercera de esta instrucción, hijos míos, tiene por objeto hacernos amar la humildad
por el amor que los santos le han tenido; amor que han manifestado de muchos modos, ya
expresándolo con las más graves sentencias, ya practicando con fervor los más profundos
actos de humildad. Veremos, primero, la parte teórica, para hacernos después cargo de la
práctica.
PARTE TEORICA.
61. San Agustín nos dice:
Si me preguntáis qué virtud tiene el primer lugar en la religión y en la doctrina de
Jesucristo, os diré que la humildad. ¿El segundo? La humildad. ¿Y el tercero? La humildad,
porque toda la verdadera doctrina de la sabiduría cristiana consiste en la humildad. ¿Qué
más se puede decir para alabar la excelencia y el precio de esta virtud? ¿Qué motivo más
poderoso puede proponerse a un Hijo de María y de José? Para él la humildad debe ser
todas las cosas.
62. San Bernardo nos asegura
Que la humildad es el fundamento sólido y durable de todas las virtudes, porque ella arroja
sus semillas en nuestra alma, las cultiva y las conserva; ella es la madre de toda acción
buena, la nodriza de toda obra excelente, el áncora de toda verdadera esperanza, la columna
de todo edificio de virtud, y el lazo que todo lo une bien.
63. San Juan Crisóstomo nos enseña
Que la humildad es la raíz de todas las virtudes, así como el orgullo es el principio de todos
los vicios. Por esto puede asegurarse que juntar virtudes sin humildad, es llevar platos de
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polvo ante el viento, y es hacer que nuestras mejores buenas obras pierdan todo el sabor de
edificación cuando no están sazonadas con la sal de la humildad.
64. San Nilo afirma
Que la abundancia de los dones celestiales, y aun las gracias más escogidas, no hacen más
que preparar una caída más terrible y más pronta a un alma que no posee la humildad. Y no
es extraño, porque las luces del Espíritu Santo ciegan a un alma soberbia en vez de
iluminarla; los favores del cielo le son más perjudiciales que útiles; el conocimiento de las
cosas divinas acrecienta su vanidad sin hacerla mejorar, y los dones de oración, de
lágrimas, de curaciones, de lenguas y de profecías se cambian para ella en un funesto
veneno.
65. San. Juan Clímaco hace ver
Que la humildad es tan ventajosa, que es capaz de darnos aun en este mundo un gozo
celestial; por esto todas las veces que oyeses decir u observares en ti misma que alguno ha
adquirido en pocos días una paz profunda, no creas que haya tomado otro camino que el
bienaventurado camino de la humildad.
66. Santa María Magdalena de Pazzis, en uno de sus raptos exclamó:
Que el alma que posee la perfección de la humildad adquirirá fácilmente el santo amor, sin
que tenga que emplear otras prácticas para obtenerlo, porque jamás un corazón estará lleno
de humildad, sin que esté igualmente lleno de divino amor que, causando una perfecta
unión con Dios, supone una profunda humildad.
67. San Bernardo distingue la humildad en dos especies:
La especulativa o de entendimiento que consiste en reconocer nuestra nada; y la otra
práctica o de voluntad, que consiste en querer ser tratados con el desprecio que merece la
nada. La primera no es verdadera humildad, pero sí es la verdadera preparación para
adquirirla. Y bien, ¿somos humildes? ¿Tenemos ya la humildad especulativa? ¿Tenemos un
claro conocimiento de nuestra bajeza? ¿Somos ya humildes de corazón?
68. San Vicente de Paúl al hablarnos de los principales grados de la humildad nos dice que
consisten:
1o. En pensar y hablar de sí con desprecio; en tratarse como se acostumbra tratar lo que se
desprecia, puesto que el hombre verdaderamente humilde quiere ser ignorado, nada piensa
ni dice de sí mismo por ser tenido por algo, sino que se juzga el último de todos.
2o. En soportar pacientemente y en silencio que los otros tengan la misma opinión respecto
de nosotros.
3o. En desear aún, que suceda así, buscando con cuidado las ocasiones.
4o. En regocijarnos verdaderamente y de corazón cuando los otros nos condenan.
¿Hemos alcanzado el primer grado de humildad? ¿Tenemos ya la práctica del segundo?
¿Vislumbramos en nosotros mismos algunas ocasiones la práctica del tercero? ¿Por ventura
tenemos ya el cuarto?
69. Los Santos Padres Isidoro, Hugo, Juan Clímaco, Gersón, y Lorenzo Justiniano, dicen:
Que la humildad se deriva de la humillación, y que es una virtud con la que el hombre,
conociéndose como es en sí mismo, se abraza con la abyección. La humildad es lo mismo
que menosprecio del mundo y de si mismo, conocimiento de su propia miseria, sentimiento
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de su misma vileza y la propia abyección que brota de las luces que infunde el verdadero
conocimiento de Dios y de sí mismo.
70. Pedro Blesense, Ricardo de san Víctor y santo Tomás de Aquino dicen:
Aquel corazón es humilde que, haciéndolo todo, se reputa por nada, y aún afirma que es un
siervo inútil; y que es verdadera humildad la de aquel que en nada presume de sus propias
cualidades, sino que todo lo espera de la divina virtud. De lo que se concluye, que el
humilde es el que verdaderamente se menosprecia; más humilde todavía, el que no huye ser
menospreciado de los demás, y que posee lo sumo de la humildad; el que verdaderamente
anda tras de los desprecios y abyecciones.
71. Hugo de san Víctor y Hugo Cardenal,
Afirman que la humildad parte de dos principios distintos: el uno, cuando no se encuentra
en si mismo cosa alguna de que gloriarse y el otro, cuando no se ve en el prójimo cosa
alguna para creernos superiores a él. Por esto la verdadera humildad consiste en sentir
bajamente de sí mismo y muy altamente de los demás; en no menospreciar a los demás; en
defender al prójimo y en gozarse del propio menosprecio.
72. San Agustín establece la diferencia entre la humildad y la soberbia, diciendo:
La soberbia arrojó a Lucifer del cielo; y la humildad obró la Encarnación del Hijo de Dios;
la soberbia expulsó a Adan del paraíso; la humildad introdujo al buen ladrón en el cielo; la
soberbia dividió y confundió las lenguas de los gigantes; la humildad hizo que se unieran
las lenguas dispersas; la soberbia hizo de Nabucodonosor una bestia; la humildad elevó a
José a ser príncipe de Israel; la soberbia sumergió al Faraón con todo su ejército en las
aguas del mar Rojo; y la humildad de Moisés hizo que los hebreos lo pasaran a pié enjuto.
¡Tanto conviene huir de la soberbia! ¡Tanto conviene ser humildes!
73. San Doroteo dice:
Que la humildad tiene por hijas la acusación de sí mismo, el odio de la propia voluntad y la
abominación del propio consejo; del mismo modo que, según Hugo de san Víctor, tiene por
compañeras inseparables la prudencia, justicia, fortaleza y templanza, la fe, la esperanza y
la caridad.
¡Oh santa humildad, que das a luz la sujeción! ¡Oh venturosa sujeción, que produces la
humildad, que es el origen de todas las virtudes, la maestra de todo acto meritorio y el
fundamento segurísimo de la mayor perfección!
74. San Ambrosio nos ensalza la humildad diciendo:
Buena es la humildad que libra a los afligidos y levanta a los caídos, porque en ella nada
hay dividido, nada hay no acostumbrado; buena es la humildad, porque hay en su posesión
una felicidad infinita, porque del humilde, Dios es su amor, su sabiduría, su consejo y su
fortaleza; buena es la humildad, pero al mismo tiempo es tan excelente, que nada puede
levantar desordenadamente a los verdaderos humildes de
corazón, cumpliéndose en ellos la sentencia del Salvador: El Reino de Dios está dentro de
vosotros (Lc 17,21).
75. San Anselmo nos retrata la humildad:
Pasa subir al cielo de la perfección, monte elevado, en cuya cumbre se encuentran luces
extraordinarias, así como una multitud preciosa de las más heroicas virtudes, hemos de
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saber que el primer escalón para llegar a ese monte, es el conocimiento de sí mismo; y el
segundo, el tercero, el cuarto, y todos los demás, son la práctica de los actos humildes.
76. San Basilio Magno hace de la humildad los más grandes elogios, diciendo:
Hija mía, aprende ante todo la lección de la humildad, porque entre todas las virtudes, ella
es la más sublime así como el medio más a propósito para llegar a la mayor perfección; por
esto el varón humilde es semejante a Dios, y lleva a Dios en su pecho como en un sagrario.
¡Qué cosa más rica pues, que la humildad! ¡Qué virtud más incomparable! Por otra parte,
nada más fácil que la adquisición de la humildad para aquel que ama la abyección.
77. San Buenaventura nos enseña:
Que adonde hay la humildad, allí reside la verdadera sabiduría; que aquel que se humilla,
es mayor que el soberbio; y cuanto somos más humildes, tanto estamos más llenos de
buenas obras. La humildad sujeta al hombre de tal suerte a Dios, que este es como el
socorro y el auxilio del varón humilde; y no es extraño, porque la humildad es la mejor escuela de la devoción y el más ancho y corto camino de la perfección cristiana.
¡Tánto nos conviene ser humildes!
78. San Doroteo asegura,
Que sin humildad no hay virtud alguna, ni temor de Dios, ni limosna, ni fe, ni esperanza, ni
caridad, ni abstinencia, ni celo, ni cosa alguna que sea meritoria de vida eterna.
79. San Eusebio Emiseno afirma:
Que es bendita de Dios aquella alma cuya humildad confunde la soberbia de los demás; y
tanto es más bendita de Dios, cuanto que es verdad innegable que en donde está la
humildad, allí está la paz, allí la tranquilidad verdadera, allí toda serenidad.
80. Tomás de Kempis dice:
Es la humildad una virtud tan noble, que los mismos soberbios no pueden menos que
ensalzarla. Obrar siempre bien, y obrarlo perfectamente, es el inicio más seguro de una
alma humilde, porque el verdadero humilde, no sabe ensoberbecerse, menosprecia la
alabanza, y se goza en la abyección.
81. San Gregorio nos demuestra:
Que la humildad es señal verdadera de salvación; así como que el soberbio tiene la nota de
reprobación eterna. De aquí que el diablo sea muy soberbio. Fue prometida la eterna
felicidad si pudiera decirse. Perdóname, Señor Dios mío. He pecado contra Ti. Y no
pudo ni quiso.
82. El bienaventurado Claus nos describe al hombre, diciendo:
¿Qué es al nacer? Es el más miserable entre todos los seres. ¿Qué es el hombre en su
infancia? Inútil para todo por el defecto del uso de razón. ¿Qué es el hombre en su
juventud? Es imprudentísimo muchas veces por la inmadurez de juicio. ¿Qué es el
hombre en su edad viril? Sujeto a mil peligros, trabajos, emboscadas y tentaciones. En
suma: ¿qué es en su vejez? Es dos veces niño, enfermo e inútil para todo; así como después
de su muerte, es polvo, ceniza y podredumbre.
PARTE PRACTICA.
Los santos no se contentaban con decir prodigios de la santa humildad, describirla con toda
su belleza, declarar sus actos y señalar los medios para su práctica; sino que a todo esto
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añadían la práctica, no parando en el camino de la humildad, sino hasta haberla alcanzado
de corazón. Veámoslo un poco en los siguientes casos prácticos.
83. Una santa que vio su alma.
Refiere el padre Rodríguez en la Práctica de la perfección cristiana, que habiendo una
alma pedido a Dios la gracia de conocerse a sí misma y habiéndolo alcanzado, le causó
tanto horror su fealdad y su miseria, que no pudiendo soportar su vista, le pidió de nuevo
que al menos una parte le ocultara, por temor de no desalentarse.
84. San Francisco de Asìs.
San Francisco de Asís, vaso de verdadera humildad, pasaba los días y las noches
contemplando su nada, y exclamaba: ¿Quién sois vos, Señor, y quién soy yo? Este es el
camino por donde muchos santos han llegado a un conocimiento elevado de Dios.
85. San Francisco de Borja.
Caminando un día san Francisco de Borja, encontró a uno de sus amigos, hombre de
cualidad, quien al ver su estado de pobreza y tan diferente de lo que había conocido en el
mundo, comenzó a compadecerlo y a invitarlo a que se cuidase un poco más. Pero con
alegre sonrisa y santo disimulo le respondió: No te aflijas por el estado en que me ves, ni
creas que estoy tan desprovisto como parece; pues has de saber, que yo siempre
mando por delante un aposentador que cuida de prepararme todo cuanto es
conveniente a mi persona. Preguntándole quién era ese aposentador, respondió; Es el
conocimiento de lo que soy y de las penas que merecen mis pecados; y con este
conocimiento, a donde quiera que llego, y por malo que sea mi alojamiento, me parece
que me tratan mucho mejor de lo que merezco.
85. El Abad Pafnusio
San Casiano cuenta del abad Pafnusio, que siendo monje en Egipto y abad de un
monasterio por sus venerables canas y admirable vida, estimado y honrado de los monjes
como padre y maestro, llevando a mal tanta honra, y deseando verse humillado, olvidado y
tenido en poco, una noche salió secretamente de su monasterio, y vistiéndose un hábito de
seglar, partió para el monasterio de Pacomio, que estaba muy lejos del suyo y florecía
entonces mucho en rigor y fervor de santidad, para que así, no siendo conocido, le tratasen
como a novicio y le tuviesen en poco; y estuvo a la puerta muchos días pidiendo el hábito
humildemente, postrándose y arrodillándose delante de todos los monjes; y allí, de
propósito, le despreciaban y daban en rostro que después de estar harto de gozar del mundo,
a la vejez venía a servir a Dios, cuando parece que venía más por necesidad y porque le
diesen de comer y sirviesen, que no para servir él. Al fin le recibieron, dándole el cargo de
la huerta del monasterio y poniéndole otro por superior, a quien en todo obedeciese.
Haciendo su oficio con grande exactitud y humildad, procuraba hacer todo lo que otros
rehusaban, que era lo más molesto de casa; y no contentándose con lo que hacia de día, se
levantaba de noche secretamente, y aderezaba las cosas que podía de casa, sin que pudiese
ser visto, maravillándose todos por la mañana por no saber quién lo hacía.
Estuvo así tres años, muy contento de la buena ocasión que tenía entre manos, de trabajar y
de ser tenido en poco, que era lo que tanto había deseado; y como sus monjes sintiesen
mucho la ausencia de tal padre, salieron algunos de ellos a buscarle por diversas partes, y
ya desconfiados de hallarle, al cabo de tres años, como pasasen por el monasterio de
Pacomio uno de los monjes de Pafnusio, bien descuidado de hallarle, al fin le reconoció estando estercolando la tierra. Echóse a sus píes; y los que le vieron, no poco se espantaron de
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esto, y más cuando supieron quién era por la fama que de él y de sus cosas tenían.
Pidiéronle perdón.
El santo viejo lloraba su desdicha en haber sido descubierto por envidia del demonio, y
perdido el tesoro que allí tenía. Lleváronle, aunque por fuerza, a su monasterio: recibiéronle
con incomparable alegría y guardáronle desde entonces con mucha diligencia; pero no fue
parte esto para que él (con el deseo grande que tenía de ser menospreciado y desconocido, y
con el sabor y el gusto de aquella vida humilde que en otro monasterio había tenido) déjase
de salir otra noche, teniendo antes concertado el partirse en una nao a Palestina, que era
muy lejos. Hízolo así aportando en el monasterio de Casiano; pero nuestro Señor, que tiene
cuidado de levantar a los humildes, ordenó cómo allí fuese descubierto de unos monjes
suyos que allí habían venido a visitar aquellos santos lugares, siendo el santo viejo por estas
cosas más estimado.
86. Un filósofo humilde.
Contaba el abad Juan, que un filósofo tuvo un discípulo que cometió una falta, y le dijo: No
te perdonaré, si no sufres con humildad las injurias de otros por tres años. Hízolo así, y vino
por el perdón; y volvióle a decir al filósofo: No te perdono, si no das premio otros tres años
porque te injurien. Hízolo así, y entonces le perdonó, y le dijo: Ya podrás ir a Atenas a
aprender la sabiduría. Con lo cual fue a Atenas y un filósofo injuriaba a los que entraban a
oirle de nuevo, por ver si tenían paciencia y como le hiciese una injuria y él se riese, díjole:
¿Cómo te ríes injuriándote yo? Respondió: Tres años di dones para que me injuriasen; y
ahora hallando quien me injurie de balde, ¿no quieres que me ría? Entonces dijo el filósofo:
Entra, que tú eres bueno para la sabiduría. De lo que concluía el abad Juan, que la paciencia
era la puerta de la sabiduría verdadera, que es la santa humildad.
87. El padre Lainez.
El padre Mateo en la vida de san Ignacio cuenta, que yendo una vez nuestro santo en
peregrinación de Venecia a Padua con el padre Lainez, con unos vestidos muy viejos y
remendados, viéndolos un pastorcillo, se les acercó y comenzó a burlarse de ellos. Paróse el
santo padre con mucha alegría, y diciéndole el compañero que por qué no andaba y dejaba
aquel muchacho, respondió: ¿Por qué hemos de privar a este niño de este momento de
alegría que se le ha ofrecido? Y así permaneció parado para que el muchacho se hartase de
mirarle y de reír y burlarse de él recibiendo tanto contento con este desprecio, como el que
los del mundo reciben con las honras y estima.
88. San Francisco de Borja.
De san Francisco de Borja se cuenta en su vida, que yendo una vez de camino con el padre
Bustamante, que era su compañero, llegaron a una posada donde no hubo para dormir sino
un aposentillo estrecho con sendos jergones de paja. Acostáronse los padres, y el padre
Bustamante, por su vejez y ser fatigado de asma, no hizo en toda la noche sino toser y escupir. Pensando que escupía hacia la pared, acertó acaso a escupir en el padre san Francisco, y
muchas veces en el rostro. El santo padre no habló palabra, ni se mudó, ni desvió por ello.
A la mañana, cuando el padre Bustamante vio de día lo que había hecho de noche, quedó en
gran manera corrido y confuso, y el padre san Francisco no menos alegre y contento; y para
consolarle, le decía: No tenga pena de esto, padre, que yo le certifico que no había en el
aposento lugar más digno de ser escupido que yo.
89. San Francisco y el venerable Junípero.
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Muchos ejemplos encontramos de personas que han estudiado el modo de huir la honra que
el mundo quería tributar a su mérito. San Francisco, con el fin de que se formaran los que lo
veían una opinión baja de él, se ponía a hacer bolas de lodo; y el padre Junípero con el
mismo objeto se ponía a hacer columpio con los muchachos.
90. San Francisco.
Del mismo san Francisco se refiere otra muy diferente, aunque nacida del mismo espíritu de
humildad. Es el caso, que llegando cierto día a una aldea, comenzó el pueblo, que tenía
grande opinión de su santidad, a tributarle mil honores y a elogiarlo, besarle el hábito, las
manos y los píes, sin que el santo hiciese ninguna resistencia. Juzgando su compañero que
en estas demostraciones se estaba complaciendo el santo, no pudo menos de escandalizarse
y manifestárselo; y como le respondiese: Hermano mío, estas gentes no hacen más de lo
que deben, quedó aun más escandalizado por no comprender el sentido de la respuesta. En
efecto, añadió san Francisco, yo no me creo honrado con lo que hacen, ni me atribuyo
esos honores, sino que permanezco en la profundidad de mi bajeza, y lo refiero todo a
Dios, a quien únicamente pertenece; así es que ellos son los que ganan en lo que hacen,
pues reconocen y honran a Dios en su criatura. Quedó muy satisfecho el compañero con
esta respuesta, y al mismo tiempo admirado de tanta perfección; y con razón, pues ser
considerado como santo, que es el mayor honor que se le podía hacer, y no atribuirse nada a
sí mismo ni retener para sí ningún elogio, ni tener en ello la menor complacencia, sino
referir únicamente a Dios la gloria de todo, y mantenerse en los sentimientos de su bajeza,
como si nada fuera y como si todos aquellos honores se estuviesen tributando a otra
persona, todo esto es una sublime perfección y una profundísima humildad.
91. San Vicente de Paúl.
Cierta persona poderosa, a quien se le frustró la consecución de un obispado, trató de
vengarse de san Vicente de Paúl, e intentó contra él una calumnia, a la cual se dieron tales
coloridos, que llegó a noticia de la reina. Aquella prudente princesa le preguntó sonriéndose, sí sabia que le acusaban de tal cosa; y exponiéndose a ser tenido por reo de aquel
delito, se contentó el siervo de Dios con responder que era un gran pecador. Pero como la
reina replicase que era necesario que se justificara, exclamó: Otras muchas injurias
dijeron contra nuestro Señor Jesucristo, y jamás se justificó. Yo soy muy dichoso en
ser tratado como el Hijo de Dios: los abatimientos son la mayor gracia que el Señor
puede conceder a los hombres. Los aplausos nos deben hacer temblar, pues está
escrito: ¡Desgraciados de vosotros cuando os aplauden los hombres! Ay de ustedes
cuando digan bien de vosotros.
92. El humilde huye de las dignidades.
San Gregorio Magno se fue a una cueva para no ser promovido al Pontificado y de
ella fue llamado después por un milagro. Pedro Celestino renunció al Pontificado.
Ambrosio de Milán huyó para no ser elegido Obispo. Juan Crisóstomo se retiró al
desierto para no ser Obispo. Santo Tomás de Aquino rehusa ser Arzobispo de
Nápoles. Hizo lo mismo san Felpe Neri y otros más.
93. El que se humilla será ensalzado.
Por esto, mientras san Pablo asegura que es indigno de ser contado entre los apóstoles de
Jesucristo: Consigue el título de apóstol por antonomasia. San Juan Bautista
humillándose hasta tenerse por indigno de desatar la correa del zapato del Salvador, con
todo, le fue dado en el Jordán: Tocar la cabeza de Cristo. San Alejandro, que por
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humildad se fue al monte a hacer carbón, de entre los carboneros escogiólo Dios: Para
Obispo de la ciudad de Cumis. Moisés creyéndose y confesándose inepto para defender
los negocios del pueblo de Dios ante Faraón: Fue constituido por Dios señor del Faraón.
94. Vida humilde entre las dignidades
José, ocupando en Egipto el primer lugar después del Rey: No se llenó de soberbia. A
Benedicto XI, habiéndosele presentado su pobre madre tan ricamente vestida, como
convenía, al parecer, a la madre de un Sumo Pontífice; con todo: No quiso reconocerla
sino con un vestido trivial. El grande emperador Carlos V, casi señor de medio mundo, a
la idea de un muerto que le decía: Hoy a mi, mañana a ti, añadió. Soy hombre y nada
humano juzgo ajeno de mí. Aunque David era ya ungido por Samuel, rey de Israel, con
todo: Llevaba víveres para sus hermanos, en favor de los cuales había sido elegido.
95. Ser menospreciado de la gente del mundo.
Los santos Zenón, Egidio, Joduco, Alejo, Eulalio, Pafnusio, Hilarión, Pedro Telonasio,
Felipe Neri, y mil y mil otros: Buscaban ser despreciados por el mundo. El conde de
Holsacia, ya lego franciscano, a fin de no ser honrado de los suyos, derramó sobre su
cabeza un jarro de leche que llevaba san Francisco de Borja, que había sido capitán general
de Cataluña, cargaba sobre sus hombros los fardos y los metía en la cocina y en la
despensa. El santo Abad Moisés, para no ser honrado como santo, según lo exigían sus
virtudes, se hizo el loco.
96. Cómo huye el demonio de los actos de humildad.
Cierto religioso había ido a conjurar a un endemoniado: éste le acometió y dióle un
bofetón; el monje se le hinca y le presenta la otra mejilla, con cuyo acto de humildad,
huyendo el demonio, exclamó: Un acto de humildad me arrojó. El diablo queriendo
engañar a un santo, se le apareció en figura de un ángel de luz, y éste lo venció
admirablemente, por medio de los actos de humildad, diciendo al tentador: No soy digno
de ver a Cristo en esta vida. El tentador confundido por esta voz, se retiró.
97. Humildad de santa María Magdalena de Pazzis.
Era tanta la humildad de esta sierva de Dios, que se tenía por semejante a los demonios,
indigna de la aureola de la virginidad, de servir a Dios puramente, de que la mandasen cosa
alguna, y aún de ser contada en el número de los obedientes. Por su humildad se estimaba
indigna de habitar en aquel colegio de vírgenes, de unir sus oraciones con las de aquellas
esposas de Jesucristo, de comunicar con ellas, y aún de que le dijeran palabras injuriosas.
Por su humildad se creía indigna de todo género de gracias, de poder servir al prójimo, de
participar de los bienes comunes a los fieles, y de poseer cualquier virtud. Por su humildad
se creía indigna de la sagrada comunión, de toda comunicación interior y de toda gracia
espiritual.
Piensa en tanta humildad, pondérala con la tuya, examina lo que te falta, y en adelante sé
humilde.
98. Medios que empleaba para ser humilde.
Escribió de su mano y se ejercitaba en los siguientes actos: Tú, alma mía, te humillarás
tanto, que te tengas semejante a los demonios: te humillarás de tal manera, que te estimes
por indigna de ser virgen y de vivir con pureza; indigna de que te manden y de ser contada
en el número de las obedientes; indigna de estar en el convento con las esposas de
Jesucristo; indigna de practicar la caridad; indigna de practicar la virtud; indigna de recibir
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por amor la sagrada Eucaristía; y se creía solo dignísima de ser desamparada de Dios,
dejada en las tinieblas del pecado y de la ignorancia, y precipitada a los infiernos. Con estos
medios llegó a ser una de las almas más humildes de su tiempo.
99. Cómo se llamaba a sí misma.
Confusión mía, que en la más baja y vil criatura como soy, quiera Dios por mi medio
mostrar la grandeza o inmensidad de los tesoros de su misericordia. Llamábase gusanillo de
la tierra, pobrecilla y con otros nombres de desprecio y confusión.
100. Cómo pedía consejo a las novicias.
Siendo tan alumbrada en las cosas celestiales, en todo se estimaba por la más ignorante; por
esto no se avergonzaba de pedir consejo a sus iguales y aun a sus novicias, no obstante de
ser su maestra. Pensaba que cuanto hacia sin consejo era hecho imperfectamente, y que por
tanto nada valía. Por la misma razón, cuando decía o hacía algo, solía preguntar: ¿Os parece
si lo he hecho o dicho bien? Decidme, por amor de Dios, si en algo he faltado. ¿Qué os
parece que podré hacer para dirigir a esta alma?
101. Cómo se creía en el convento.
Aderezando la comida, se sujetaba aun a las legas; se tenía por la monja más imperfecta y
pecadora, al paso que a las demás a todas las tenía por santas; de lo que resultaba que
muchas veces besaba las huellas que dejaban sus pies. Si Dios me dejase de su mano, hoy
mismo haría todo lo malo. Mi conducta es muy ingrata; yo soy la causa de todo mal;
merezco que la tierra se abra a mis pies y me trague. ! Viva dichosa yo si tan sólo voy al
purgatorio! En suma, reputábase por tan indigna de la compañía de las otras, que cuando
estaba con ellas era con tanta reverencia, que apenas se atrevía a alzar sus ojos para
mirarlas, diciendo: Que habiendo visto sus defectos, conocían bien quién era.
102. Humildad de santa Brígida
Tanta fue la humildad de santa Brígida, que bien puede decirse que llevaba consigo
insondables abismos, porque en medio de tantos y tan exquisitos favores del cielo, de tantas
estimaciones y aplausos de la mejor y más sana parte del mundo, tantas expresiones
respetuosas de papas, rendimientos de cardenales, consultas de sabios, veneraciones de
emperadores, reyes, prelados y personas de todas jerarquías, y con todo esto, nada
engreirse, nada envanecerse, sino antes bien, coger de ello mismo frutos del mayor
abatimiento como más indigna y más ingrata a los beneficios de Dios, es ciertamente una
humildad la más profunda.
103. Cómo santa Brígida practicaba la humildad.
La practicaba con la más generosa renuncia de sus riquezas y reales grandezas; la
practicaba vistiéndose como un miserable mendigo, mezclándose entre ellos
disimuladamente para recibir en los conventos la limosna que se les daba, limosna que
entregaba después a un pobre, besándole disimuladamente la mano, como si la besara a su
divino Esposo el maestro de la humildad. La practicaba con su penitencia vistiéndose de
saco y de cilicio, y portándose, por humildad, con la mayor mansedumbre en medio de los
oprobios, irrisiones y vilipendios con que le ultrajaban malos hombres. ¿Qué demuestra
esta conducta, sino una humildad sin fondo?
¡Oh qué confusión para muchos! ¡Qué enseñanza para todos!
104. Cómo Dios manifestó la humildad de santa Brígida.
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Dios mismo quiso pregonar la muy profunda humildad de santa Brígida, y lo hizo por
medio de las soberanas gracias de todo género que le concedió, pues de lo contrario, no se
las habría concedido. Dios, pues, demostró su heroica humildad, exaltándola con visiones
muy elevadas de los misterios de la Santísima Trinidad, Encarnación del Verbo, Eucaristía
y demás misterios, llenándola, ilustrándola y ensalzándola con los más profundos e
inescrutables arcanos de la sabiduría, grandeza, misericordia y amor de tan soberana Majestad. Siendo, pues, tantos y tales los favores recibidos de Dios, de su santísima Madre y
de los santos, hemos de creer que así fue elevada, porque era profunda su humildad.
105. Desprecio de sí misma.
La venerable María de Escobar, no obstante de haber recibido de Dios los más
extraordinarios beneficios, de suerte que no fueron inferiores en cierto modo a los de santa
Teresa de Jesús, Magdalena de Pazzis y Brígida de Suecia, con todo, de un modo semejante
a ellas, así también fue humildísima. Por el profundo conocimiento que tenía de sí misma,
se miraba con tal asco y abominación, que le parecía imposible poderse sobrellevar si el
Señor en su misericordia no la levantaba de aquel abismo de su vileza y de su nada. Por
esto se despreciaba a sí misma, se decía mil baldones y ultrajes, como pudiera hacerlo un
hombre colérico con su mayor enemigo. De ahí resultaba que se creía indigna de toda
consideración, andaba corrida y avergonzada de sí misma, sentía íntimamente y se aquejaba
dolorosísima, que le llamasen la santa, y escondida en su bajeza daba voces de
misericordia.
106. Humildad de santa Margarita María Alacoque.
Esta santa fue extrema en su humildad, y la manifestaba con los actos siguientes:
1º. Juzgando sinceramente que todas las criaturas tenían derecho de tratarla con menosprecio, y afligirse de no ser bastantemente menospreciada.
2º. Pidiendo de buena fe a sus Superioras que la humillasen frecuentemente.
3º. Deseando que sus Superioras le hubiesen permitido hacer delante de sus hermanas
aquellas cosas que se hacían fácilmente de imperfección o de locura, para conseguir por
este medio más imperfecciones y menosprecios.
4º. Queriendo ardientemente vivir escondida y olvidada de todo el mundo, resolviendo a
este fin no mantener ninguna especie de comercio con él, ni por cartas ni por
conversaciones.
5º. Separándose de hecho de él hasta el extremo, de que ir al locutorio era para ella un lugar
de suplicio, así como escribir una carta; y nada de esto hacia sino movida por la obediencia.
6º. Estando penetrada de su nada y de sus faltas, creía que cuanto le decían y le escribían
mostrándole estimación, eran otras tantas heridas que hacían a la virtud.
107. ¿Qué pedía a Dios, obligada por la humildad, santa Margarita Alacoque?
Al ser alabada o recibir señales de estimación, exclamaba: ¡Oh Dios mío! armad todos los
furores del infierno contra mí antes que las criaturas me den vanas alabanzas y aplausos.
¡Oh, si en vez de ellos lloviera sobre mi todas las contradicciones y confusiones! ¡Bórrame,
Señor, de la memoria de todas las criaturas! Dad a conocer a todo el mundo mis
ingratitudes, mis infidelidades y mis faltas, con toda su deformidad! Señor, dignate ocultar
de tal suerte a los del mundo las gracias con que me regalas, que de ellas no se descubra
otra cosa, que lo que pueda aniquilarme y servirme de confusión ¡Oh, si frecuentemente me
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reprendiesen, me castigasen y me hiciesen quedar llena de confusión ante todas las
criaturas!
CUARTA PARTE
44
I
Esta cuarta parte, hijos míos, está destinada a describirnos prácticamente, la admirable
conducta de una alma humilde; y para hacerlo con el debido provecho, haremos notar, que
la verdadera humildad ha de ser voluntaria, porque la humildad que se queja, apenas
merece el nombre de virtud; debe ser sincera, porque el falso semblante de la humildad, es
el colmo del orgullo y una verdadera ambición; debe ser discreta, porque necesario es saber
juzgar en qué tiempo, hasta qué punto, en qué lugar, en qué ocupación, por qué medio, de
qué manera, con qué fin, y con qué reserva conviene humillarse; pues no sería conveniente
humillarse el Superior de modo que no pudiese someter después a sus súbditos al yugo de
la disciplina.
108. Conducta práctica del humilde de corazón.
Siendo necesario, hijos míos, el que seamos humildes de corazón, será muy útil examinar
cuáles son los sentimientos, los principios y la manera de obrar de quien posea la verdadera
humildad. Y en primer lugar, comenzando por sí mismo, el hombre humilde reconoce su
nada, cuán vil es, y cuán despreciable e incapaz para nada bueno; siempre tiene a la vista,
que por el número y tamaño de sus pecados, se ha hecho indigno de la gracia y de los
auxilios divinos, y merecedor de todas las penas y aflicciones que puedan venirle, ya de
parte de Dios, ya de parte de las criaturas; confiesa que por haber abusado del ser que tiene,
merecía que Dios se lo quitara; mas como a pesar de esto, por su infinita bondad se lo
conserva, y aun continuamente trabaja en reformárselo, no puede dispensarse de darle
humildes acciones de gracias por tan gran beneficio.
109. El humilde de corazón todo lo atribuye a Dios.
Cuanto ha recibido del cielo, ya en virtudes, ya en talentos o ya en gracias, confiesa
ingenuamente que no lo ha merecido; y penetrado de este sentimiento, no hace más que
ofrecerlo y consagrarlo a Dios en unión de los demás bienes con que ha sido favorecido,
como efectos todos de su infinita misericordia. En manera alguna se ensalza por ninguna
preeminencia, ya sea natural o ya sobrenatural; es decir, ni por ciencia, ni por prudencia, ni
por fuerza, ni por hermosura, ni por riquezas, ni por cualquier perfección; sino que se
mantiene firme en el sentimiento de su indignidad y de su dependencia a la voluntad divina
en todo cuanto tiene.
110. Dios llena de sus gracias al corazón humilde.
Digo, pues, que, en semejante hombre como humilde de corazón no encuentra Dios
obstáculo alguno ni para los dones que quiere derramar en su alma, ni para lo que por su
medio quiera hacer; antes bien, lo eleva a la perfección, porque siempre que quiere obrar en
él o por medio de él, encuentra su corazón desembarazado, pronto a recibir sus divinas
impresiones, sumiso a todos sus movimientos, y como un instrumento propio para cooperar
a todas las operaciones de la gracia. Por consiguiente, Dios llena y rellena de sus gracias al
corazón humilde.
111. La práctica de la humildad hace al humilde tenerse en poco.
Además, sea cual fuere el lugar que ocupe este humilde cristiano, reconoce francamente
que no lo merece, porque sólo se atribuye a sí mismo muchos defectos y pecados; y cuanto
hace por abajarse y humillarse, le parece que es nada, teniendo en consideración su
indignidad. Cuando concurre con otros, siempre toma para sí lo más despreciable, lo más
vil y lo que desechan los demás; y lejos de creer que lo que dejan es poco para él, se
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persuade, por el contrario, que aun eso no lo merece; vive siempre sin inquietudes, sin
quejas y sin murmurar, pues por una parte mira todos los males que le asaltan como
venidos de la mano de Dios, y sabe de qué manera se deben recibir viniendo de una mano
tan poderosa y benéfica, y por otra parte se convence de que todas las criaturas tienen
derecho a maltratarlo en castigo de las ofensas que ha cometido contra el Creador soberano.
112. El humilde, aun besa la mano del que lo injuria.
Por tal razón, sea cual fuere la injuria o insulto que le hagan, no cuida de quejarse, pues aun
cuando echasen por tierra todos sus proyectos, lo maltratasen indignamente, nunca creería
que le hacían agravio, ni vituperaría por ello a nadie, ni guardaría rencor en su corazón;
hasta la misma muerte sufriría sin disgusto, persuadido de que cuanto le puede acaecer,
estará ya arreglado así en los designios de Dios y ha de ser siempre para su provecho. Pero
este humilde de corazón obra poderosa y eficazmente cuando se trata de defender la causa
de Dios.
113. Cómo el humilde alcanza la práctica de la verdadera humildad.
Afirmándose bien el hombre espiritual en este solidísimo fundamento de la virtud de la
humildad, si quiere crecer en la de la caridad, la cual hace que amemos a Dios con todas las
fuerzas, sin más mira que el mismo Dios vigile cuidadosamente sobre todo lo que pasa en
su interior; escuche con atención lo que el Señor le dirá en el fondo de su corazón;
desembarácese de toda ocupación que no sea necesaria; evite toda precipitación, y descanse
en la unión con Dios, ocupándose en su dulcísima y amabilísima presencia; distrayéndose
sin necesidad; sea sencillo, manso y, en cuanto pueda, divino en su conversación y en sus
modales; recíbalo todo de las manos de Dios, alábelo por todo, dele incesantemente gracias
por todos sus beneficios y sírvalo sin más objeto que agradarlo; considere por una parte la
infinita excelencia y la gran bondad de este Ser adorable y por otra, sus propias e
innumerables imperfecciones y su miseria, y en vista de esto, pásmese de asombro al ver la
inmensa caridad de este divino Bienhechor, y confúndase comparándola con su ingratitud y
su infidelidad; desconfíe además de su propio juicio; evite escrupulosamente cualquiera
vana complacencia, no atribuyéndose nunca más que lo suyo propio, que es la corrupción y
la miseria; aspire sin cesar a una vida nueva y más perfecta, y que no pase un solo día sin
hacer nuevos esfuerzos para adelantar en la virtud, no por motivo de su engrandecimiento
espiritual, sino por estar más estrechamente unido a Dios y cumplir más perfectamente su
santísima voluntad; hable poco, y sea muy circunspecto en sus discursos; lejos de apetecer
el aplauso, desee, al contrario, que todo el mundo lo desprecie, nunca pierda un solo
momento, pues que todos deben ser de Dios; y cuide tanto su interior y su exterior, que
nunca se haga merecedor de verse privado de su divina presencia, y que todo el mundo al
verle se sienta movido a ser mejor. Así, con tanta perfección llega a amar a Dios el
verdadero humilde de corazón.
114. Conducta del humilde en sus negocios.
Para que el humilde de corazón obre bien, aun al verse obligado a vivir divagado sobre
muchos objetos, o a desempeñar muchos negocios, permanezca siempre recogido en su
interior; muera de tal manera para las criaturas y para sí mismo, que hasta cierto punto le
sea todo indiferente, y no tenga voluntad propia; evite cuanto pueda la compañía y la
conversación de los hombres: sepárese de ellos por lo menos de afecto y de pensamiento, y
huya de todo sentimiento y de toda imagen que le incline a la tierra; mire a menudo la vida
y las acciones de Jesucristo, como un espejo purisímo y muy claro, examinando si tiene
alguna conformidad con este modelo divino; contemple sin cesar el origen o principio de
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donde salió, que es la nada, y esfuércese cuanto pueda en volver a ella; en fin, y pensando
seriamente lo que es, en dónde está, de dónde proviene, en dónde ha caído, a dónde será
llamado dentro de poco, lo que hace, por qué lo hace, y cómo lo hace, persevere
esforzadamente en la práctica de todo el bien que de sí dependa. Este es en compendio el
camino de la perfección y de la perfecta santidad, porque es el de la perfecta caridad, y es
además el de la felicidad verdadera, aun en la vida presente. ¡Oh hijos míos! Os aseguro
que uno solo de nosotros que asì fuere humilde, sería para toda la comunidad una lluvia
inmensa de bendiciones del cielo. Viva, pues, y viva siempre entre nosotros la práctica de la
santa humildad.
115. El humilde no habla de sí mismo.
Pon gran cuidado en no decir palabras de orgullo y altanería, ni que manifiesten autoridad
alguna, ni frases estudiadas, galantes o chistosas, y así mismo evita el decir lo que pueda
darte reputación de hombre de talento, de honra, de estimación o de importancia o como
dotado de otras prerrogativas. En una palabra, habla muy rara vez de ti mismo, y calla
siempre lo que pueda serte ventajoso.
116. El humilde no habla para llamar la atención.
En tus conversaciones evita también las inútiles agudezas, graciosas ocurrencias, las
chanzas, las burlas, y en fin, cuanto tenga apariencia de mundano; y hasta de las cosas
espirituales has de hablar poco en clase de advertencia é instrucción, a no ser que por razón
de tu empleo tengas obligación de hacerlo; pero si esto no es, debes contentarte con hablar
de esas materias preguntando á quien más sepa y pueda darte instrucción; porque dar
lecciones a otro, es cosa que tiene visos de ser instruido e ilustrado y que alimenta la
hinchazón de nuestro orgullo, del que por desgracia está bien infectada nuestra alma.
117. El humilde huye de la curiosidad.
Haz cuanto puedas por huir de lo que se llama curiosidad, aparentando la vista de las cosas
que en el mundo se reputan por bellas, raras y magníficas, informándote tan solamente de lo
que contribuya a tu perfección y eterna salud.
118. El humilde es cortés y urbano para con todos.
Ten muchísimo cuidado en manifestar estimación y deferencia no solo á tus superiores,
sino á tus iguales y aun inferiores; á todos agasaja con cortesía, y sigue el consejo de san
Pablo, siendo tú el primero en cumplir con los deberes de civilidad que se acostumbran, y
procurando hacer de ordinario algo más de lo que juzgues que es debido hacer en obsequio
de otros.
119. El humilde escoge el último lugar.
Sigue la máxima del Evangelio eligiendo siempre el último y más humilde lugar; pero
convenciéndote tú mismo de que ese te corresponde; y en todas las cosas de que hacemos
uso para satisfacer nuestras necesidades, toma para ti lo más incómodo, persuadido de que
eres quien menos consideración merece y de que cualquiera otro merece lo mejor, y tú
mereces lo peor por tu sumo demérito; y por fin, desea con todo tu corazón que siempre te
traten como a quien nada merece.
120. El humilde está contento con su indigencia.
Por grandes que sean las privaciones que padezcas, tanto en el orden temporal como en los
consuelos espirituales, cree firmemente que lo poco que tienes es demasiado harto para ti y
mucho más de lo que mereces, y vive siempre contento con tu indigencia.
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121. El humilde se censura a sí mismo con rigor.
Acusate, reprendete y condenate incesantemente; ensurate con rigor de todas tus acciones,
considerándolas llenas de imperfecciones y dirigidas por el amor propio. Mira muy a
menudo con desprecio tu conducta por la falta de prudencia, de sencillez y de pureza de
intención que acompaña tus acciones, y en una palabra, onstituyete un perpetuo censor de ti
mismo, y no te perdones nada. La mala opinión que se forma uno de sí mismo unida a la
perpetua condenación de su propia conducta, son la verdadera fuente de la humildad y de la
perfección cristiana.
122. El humilde se persuade de sus defectos.
Vive firmemente persuadido de que la magnitud de tus defectos y la fealdad de tus pecados
te han hecho un hombre insoportable en el mundo. Y en efecto, no queda a nuestros ojos
tan horrible el cadáver de que se ha apoderado la corrupción, como queda el alma a quien
ha matado el pecado, a los ojos de Dios y aún de los hombres que conocen el horror de él.
Pues si bien consideras esto, debes admirarte de que te sufran en el mundo tanto tiempo, y
de que no te hayan desterrado cuanto ha, como á un hombre apestado.
123. El humilde no condena al prójimo sino por grandes
motivos.
Guárdate mucho de condenar á tu prójimo, sea de la manera que fuere, y mira esto siempre
como un gran mal; procura, al contrario interpretar favorablemente cuanto diga y cuanto
haga; busca con caridad industriosa, razones fuertes para disculparlo y defenderlo, haciendo
siempre el oficio de su abogado; y aun cuando esto no siempre sea posible, por ser muy
notorio el mal que haya hecho, siempre lo has de disculpar, diciendo que sería una
inadvertencia, ó un acto impensado ó que tal vez fue muy fuerte la tentación y la malicia
del demonio que lo sedujo, ú otra razón semejante; y sobre todo, nunca fijes tu pensamiento
en el mal que otro haga, a no ser que por tu empleo tengas obligación de poner el remedio.
Practicando esto, encontrarás otra fuente de verdadera humildad.
124. El humilde cede siempre que puede.
Cuando estés en una conversación en que se traten materias dudosas, nunca contradigas a
nadie, ni disputes acaloradamente, cede luego que veas que tu opinión no merece
aprobación, y permanece en humilde silencio: haz esto mismo aún cuando estés seguro de
que no es cierto lo que otros aseguran, si de ello no resultare perjuicio a nadie; mas si fuere
importante defender la verdad, hazlo, con tal que sea sin exaltación ni acritud, pues siempre
persuadirás más con la dulzura, que no con la impetuosidad y la cólera.
125. El humilde no entristece al prójimo voluntariamente.
Pon gran cuidado en no contristar a tu prójimo, sea quien fuere, ni con palabras, ni con
acciones ó de cualquiera otra manera, y nunca le des motivo de tristeza (a no ser que tengas
obligación de hacerlo por tu empleo, por obediencia ó por caridad), porque en cierto modo,
al dar a tu hermano un motivo de tristeza, entristeces a Jesucristo, que mira como si a él se
hiciera lo que se hace al más pequeño de sus miembros.
126. El humilde sufre todo por amor de Dios.
Si alguien te injuria, de cualquier manera que sea, no esperes a que reconozca su falta y
venga a darte satisfacción; manejate como si no fueras el agraviado, búscalo con humildad,
y pídele perdón por haberle dado motivo de que se irritara contra ti, disculpa su falta, y
échate á ti mismo la culpa.
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127. El humilde ama al que lo calumnia.
Cuando encuentres alguna persona que se empeñe en mortificarte y te persiga por todas
partes con sus injurias, ultrajes, calumnias, ó de cualquiera otro modo, has de mirarla como
un instrumento de que se vale Dios, por su infinita misericordia, para curar tu alma de su
inveterado mal de orgullo, y has de mirarla también como á un insigne bienhechor.
128. El humilde pide perdón en vez de enojarse.
Como quiera que la cólera sea una cosa insoportable, particularmente entre personas
piadosas, y como este vicio toma su fuerza de nuestro orgullo, es preciso que te esfuerces
en oponerle un principio de tranquilidad y mansedumbre, que llegue al punto de que, en vez
de enfadarte cuando te hagan algún agravio ó injuria, supliques humildemente que te
perdonen.
129. El humilde es todo caridad para el prójimo.
Sufre con paciencia y de buena voluntad las flaquezas y defectos de tu prójimo; pero no
exijas que de la misma manera te sufran los tuyos, pues has de persuadirte de que se debe
usar de severidad contigo, y de que tú eres indigno de alcanzar misericordia.
130. El humilde cree que hacer el bien es su deber.
Si hicieres algún favor, y aun si colmares a alguno de favores, no manifiestes que se te debe
pagar, darte gracias ó volver bien por bien; al contrario, dirás que nada has hecho que no
sea obligación tuya, que a nada queda obligado el agraciado, y que eres tan indigno, que no
mereces que tengan reconocimiento ni estimación hacia ti.
131. El humilde vence al malo con beneficios.
Allá en tu interior da licencia a todo el mundo para que pueda hacerte toda clase de injurias;
pero por lo que a ti toca, no te permitas pagarlas mas que con la amistad, el respeto y todo
género de bienes, que esto es lo que llama san Pablo vencer el mal con el bien ó á fuerza de
beneficios.
132. El humilde no se queja de nadie.
Jamás abras tu boca para quejarte de nadie, sea cual fuere la ofensa que hayas recibido ó la
animosidad con que te persigan; convéncete de que por grande que sea el mal que te hagan
siempre es infinitamente menor que los castigos que mereces.
133. El humilde considera lo que le aflige como venido
de Dios.
Cuando te sobrevenga alguna tentación ó cualquier trabajo, sufrelo con resignación y con
placer, considerando que los has merecido, que mereces todavía más, y que no eres digno
de consuelo. No has de desear verte libre de lo que padeces, más que en el caso de que veas
que corres riesgo de caer en tentación y de ofender á Dios; y por fin, no busques ni siquiera
el alivio de tu pena por un mero amor a la comodidad, particularmente si conoces que Dios
te la envía para humillarte y curarte del orgullo y presunción de tu alma, pues en este caso
debes decir con el santo rey David: Señor bien está el que me hayas humillado; para que así
aprenda tus justísimos preceptos.
134. El humilde oculta las incomodidades.
Oculta cuanto puedas los pequeños males que padezcas, como por ejemplo, el hambre, la
sed, el calor, el frío, los dolores de cabeza y otras ligeras incomodidades, á menos que te
obligue á manifestarlas la obediencia, la conservación de tu vida ó de tu salud.
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135. El humilde huye de todo honor.
En general huye de empleos y puestos honoríficos, y busca los más humildes, si Dios no te
llama a ocupar aquellos; pero no los renuncies, como hacen los orgullosos, para que se les
ruegue más y se les obligue a aceptarlos, ó por un espíritu de vanagloria, ó por alcanzar
estimación y alabanza; renuncialos sinceramente por un principio de desprecio y de
desconfianza de ti mismo, y por verdadero amor a la santa humildad.
136. El humilde come lo que le dan, sin quejarse.
Por el mismo principio, en tus comidas no rehuses los manjares ordinarios ó mal
preparados que te presenten, sino has como los pobres y los mendigos, quienes comen con
gusto, en las puertas de las casas, las sobras que les dan, y miran como una dicha el
encontrarlas.
137. El humilde todo lo hace con cuidado.
Cuanto hagas, aún lo mas insignificante, hazlo con cuidado, exactitud y diligencia; porque
es propio de la presunción el obrar con ligereza y precipitación, mientras que el
verdaderamente humilde anda siempre cuidadoso y con gran temor de faltar en algo.
Atendiendo a esta misma razón, debes preferir los ejercicios piadosos más comunes, y huir
en general de las cosas extraordinarias que te sugiera tu inclinación; porque así como el
orgullo nos induce a singularizarnos, así la humildad nos hace recrearnos en las acciones
comunes y ordinarias.
138. El humilde no se fía de sí mismo.
Por más elevado que sea el grado de gracia y virtud a que hayas llegado por más que hayas
recibido el don de oración, y por mucho que sea el tiempo que hayas vivido con inocencia y
piedad, camina siempre lleno de temor, y no te fies jamás de ti mismo en ninguna materia,
pero particularmente en asuntos de castidad: acuérdate que contigo llevas en tu interior un
gran fondo de desórdenes y una fuente inagotable de pecados, y que nada eres mas que
debilidad, inconstancia é infidelidad. Vive alerta incesantemente; cierra los ojos y los oídos
para no ver ni oir nada que pueda manchar tu alma; huye de las ocasiones, por poco
peligrosas que sean; evita las conversaciones inútiles con el otro sexo, y en las necesarias
conserva siempre una modestia y circunspección casi escrupulosas; en fin, y supuesto que
nada puedes sin la gracia de Dios, ruégale constantemente que se apiade de ti y no te
abandone ni un momento.
139. El humilde ve en sus cualidades otros tantos dones de Dios.
Por grande que sea el talento que hayas recibido del cielo, y por mucha la reputación que
tengas, afírmase constantemente en el conocimiento y en la convicción como experimental
que tienes de tu debilidad, de tu incapacidad y de tu nada. Hazte más pequeño que los niños
evita los elogios que te quieran dirigir, y desprecia los honores que te hagan. Admirante del
candor de las personas que, alucinadas con el falso brillo de tus obras, te tienen mil
consideraciones de que no eres digno, y bien puedes llegar a persuadirte que mereces se
burlen de ti. Y si encuentras alguno que, sin consideración á tu mérito, trata, al contrario, de
abajarte en todas ocasiones, califícalo de hombre de juicio, y añade que este te conoce
mejor que nadie: hazle, por tanto, los servicios que puedas, y creete que tal hombre es más
útil para tu alma, que todos los que te tributan homenajes que no mereces. No creas, en fin,
que todo esto que hagas sea un acto de humildad sino de justicia y de sinceridad.
140. El hombre tolera las injurias por Dios.
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Si recibieres alguna grave injuria, ó si alguno te causare algún notable disgusto, nunca fijes
tu atención en la persona que te ofende, sino que has de levantar los ojos al cielo y mirar en
esto la admirable Providencia de Dios que te ha proporcionado ese remedio para expiar tus
faltas ó para destruir tu espíritu de orgullo, obligándote a hacer actos de paciencia y de
humildad. Y si te viniese la idea de que aún cuando Dios, por efecto de su amor paterno,
haya permitido que se te trate mal, pero el hombre que te ha injuriado no tiene los mismos
sentimientos paternos, sino más bien de odio y malicia, desecha enteramente este mal
pensamiento, porque solo á Dios toca leer el fondo de los corazones y juzgar de las secretas
intenciones de los hombres.
141. El humilde ve á su bienhechor en la persona que beneficia.
Cuando hayas hecho alguna obra de caridad con tu prójimo, como visitar a un enfermo y
asistirlo, ó cualquiera otra, aunque en ello hayas trabajado mucho y sufrido mil incomodidades por amor de Dios, nunca llegues a persuadirte de que tú has ejercido la
caridad, sino al contrario, debes convencerte de que se ha ejercido contigo, y de que para ti
ha sido la dicha de desempeñar un empleo que no merecías, porque quien es
verdaderamente humilde, mira a su bienhechor en la persona que se digna servirse de él, y
que sufre con paciencia que le hagan un buen servicio.
142. El humilde se humilla con la persona de quien sirve.
Si la ocasión se te presentare de hacer en servicio de tu prójimo alguna cosa humillante y
baja, aprovechala con gusto y con tanta humildad, que parezca que eres su criado y él es tu
amo y señor; y aún con respecto a las personas de quienes por razón de tu puesto seas
superior, no pierdas la oportunidad de prestarles hasta los más bajos servicios. Inmensos
tesoros de virtud y gracia sacarás de la práctica de estas acciones, y por esta razón has de
tomar en ello tanto empeño, como el que los mundanos tienen en conservar sus
prerrogativas y derechos. ¿Qué más te diré sobre esto? Drete que todo el mundo no vale ni
siquiera un pequeño grado de humildad que ciertamente adquirirás con esa práctica.
143. El humilde no se mezcla en lo que no le importa.
Nunca te mezcles en los asuntos que no te importan, y de los que no has de dar cuenta a
Dios ni a los hombres, pues el interesarte en ellos es efecto de un secreto orgullo y vaga
presunción de ti mismo, y eso nutre y aumenta la vanidad, y causa una multitud de
sinsabores, inquietudes y distracciones. Cuando al contrario, no se interesa uno más que en
las cosas de su obligación, disfruta de paz y tranquilidad: así lo dice en esta bellísima
sentencia el libro de la Imitación de Cristo: El que caya todo, tiene paz de todo, que quiere
decir, que quien guarda silencio sobre todo lo que en este mundo pasa, con nada se
perturba, y en todo conserva una paz perfecta.
144. El humilde se mortifica por sus pecados.
Cuando hicieres alguna obra extraordinaria de mortificación, si quieres preservarte del
veneno de la vanagloria que destruya todo el mérito de ella, es preciso que te persuadas de
que no por otra causa te privas de algunas comodidades que otros se permiten, sino porque
no merece un miserable pecador como tú, disfrutar de regalos, y porque eres indigno de
ellos a causa de las innumerables faltas en que por tu infidelidad incurres todos los días.
También debes pensar en que las obras de penitencia son necesarias para contener el impetu
de tus pasiones y sujetarte a tus deberes, así como es necesario un freno y fuertes riendas
para manejar un caballo fogoso; al paso que otros que cumplen fácilmente con sus
obligaciones, por efecto de su buen natural y los auxilios de la gracia, no tienen la misma
necesidad.
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145. El humilde se abraza con los padecimientos de este
mundo.
Siempre que sientas algún movimiento interior de tristeza o de impaciencia en medio de las
aflicciones o humillaciones que te vengan, resiste con vigor a esta tentación, acordándote de
la multitud de culpas que has cometido, y que te han hecho acreedor a suplicios mucho más
terribles que lo poco que sufres. Procura más bien alegrarte de ver que tiene en tí su
ejecución la Justicia Divina, que es de Dios la real coraza, según dicen estas palabras del
Sábio: Lleva por coraza la justicia (Ef 6,14). Adora esa misma justicia como a excelente
atributo de la Divinidad; recibe sus golpes con respeto; míralos como fuentes de
misericordia y de gracias; deleitate con la dicha de mano paternal: entregate a sus
disposión, y en fin, dí con san Agustín: Aquí quema, aquí corta, con tal que perdones en la
eternidad: Quema, Señor, y corta en esta vida, que no ha de durar más que unos momentos,
con tal que en la eternidad me perdones. Quien rehúsa las aflicciones, en cierto modo se rebela contra esa justicia saludable de nuestro Dios, y arroja al suelo con desprecio el cáliz
que le presenta por su infinita misericordia, y el cual quiso beber primero Jesucristo, a pesar
de su inocencia.
146. El humilde se contenta de sus faltas cuando lo desprecian.
Cuando te acontezca cometer una falta que te haga despreciable a los ojos de quien de ella
sea testigo, duelate el haber ofendido a Dios, y el haber dado mal ejemplo; pero el
menosprecio y la deshonra que de ella te resultare, miralos como piedras preciosas y como
un gran tesoro que Dios te proporciona para correctivo de tu falta y para hacerte humilde y
virtuoso. Mas si por el contrario, esa deshonra te aflige y te inquieta, creete que es porque
no tienes verdadera humildad, y porque estás infectado con el veneno del orgullo; y en tal
caso pide incesantemente a Dios que te cure y te salve de este mal; porque si no se apiada
de tí, cometerás otros muchos desaciertos.
147. El humilde solo se fija en el bien que tiene su prójimo.
Si entre las personas con quienes vives hubiere alguna a la que mires con menosprecio,
obrarás con prudencia si a solas examinas las buenas cualidades y dones de la naturaleza y
de la gracia que Dios le ha dispensado, en vez de los defectos que te presenta tu espíritu
soberbio y orgulloso; y luego que reconozcas cuanto esta persona tenga de bueno y
apreciable, apresurate a echar mano de este conocimiento para sofocar en tu corazón los
sentimientos de menosprecio, y aún para tributarle honra y respeto. En cualquiera persona
por lo menos debes considerar que es una criatura de Dios, hecha a su imágen, rescatada
con el precio de la sangre de su Hijo; que es un cristiano marcado con el carácter de su
divinidad, cuya alma puede verlo y poseerlo eternamente, y tal vez un predestinado en el
secreto consejo de su adorable Providencia. ¿Y quién sabe las gracias que ha derramado y
que aún derramará en su corazón? Tal vez, sin entrar en estas consideraciones, te será mas
conveniente desechar toda idea que alimente el desprecio a tu prójimo, como venenosa
sugestión del espìritu tentador, respondiéndole que no sólo aquella persona, sino el último
entre todos los hombres, tiene más merito que tú: y mantente firme y constantemente en
este sentimiento.
148. El Humilde se abate en las alabanzas.
Cuando oigas que te elogian, tiembla en el fondo de tu corazón, y teme que eso sea por
junto toda la recompensa que merezcan las pocas buenas obras que hayas hecho. Entra en
tu interior a reconocer tu miseria, y sorpréndete de que haya quien fije la atención en un
ente tan despreciable como tú. Procura hacer mudar de rumbo la conversación, pero no de
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manera que eso te atraiga mayores elogios, como hiciera un hombre de falsa humildad o de
diestro orgullo, sino con tan sábia industria, que ya nadie vuelva a pensar en tí; y si eso no
pudieres hacer, refiere inmediatamente a Dios sólo todo honor y toda alabanza, diciendo
con Baruch y Daniel: A nuestro Dios y Señor la justicia, mas a nosotros la confusión de
nuestro rostro: Del Señor Dios nuestro es la justicia o santidad, mas de nosotros la
confusión de nuestros rostros.
149. El humilde procura que otros sean alabados.
Al paso que las alabanzas que a tí se encaminen deben causarte tormento, las que se dirijan
a otros y los honores que se les tributen, deben causarte alegría; míralos como
verdaderamente dignos de ellos, por razones que no alcanzas, y contribuye a su elogio en
cuanto la sencillez y la verdad te lo permitan. Los envidiosos no pueden tolerar la gloria, y
por esto con mucha maña sueltan en la conversación expresiones que sean capaces de
debilitar el elogio que a otros se hace. No imites jamás esa conducta, y procura, cuando
alabes a tu prójimo, alabar también al Señor por las gracias que le ha concedido, y por los
servicios que de ellas saca. Dirígete estas o semejantes palabras en tales ocasiones: Mas
vale que Dios se sirva de cualquiera otro que de mí, en razón de mis muchos defectos y
de los arranques de amor propio con que echo a perder cuanto hago. Añade que las
alabanzas convienen más a tu prójimo que a tí, porque tú las recibes con orgullo,
presunción y una cierta propiedad criminal. En fin, miéntras más repugnancia tu soberbio y
envidioso natural sienta al oir bien que de otro se dice, tanto más te has de empeñar en
gustar lo que se dice. adviértote, que exceptúo el caso en que se elogie el vicio, ó en que el
elogio sea en perjuicio de la honra de Dios y de la edificación del prójimo, como sucedería
cuando se elogiase a los herejes, a los libertinos o a cualquiera otro de los que abusan de tu
reputación, para causar la ruina de las almas.
1150. El humilde defiende a su prójimo.
Cuando oigas en una conversación que se habla mal del prójimo, duelete dentro de tí de lo
que has oido; disimula la debilidad de la lengua maldiciente, y procura defender la
reputación del zaherido; pero con tal juicio y prudencia, que no descubras flanco por donde
lo ataquen con más vigor. Valete algunas veces de insinuar lo que le hace recomendable;
otras, de manifestar sin embozo cuán estimable es para otros, y aún para tí mismo; otras, de
variar con destreza de asunto, o dar algunas señales del disgusto que te causa aquella
conversación, y de esta manera sacarás provecho para ti, para la persona de quien se habla,
para los mismos que hablan y para las personas que lo escuchan. Pero si oyes con placer
que se hable mal de tu prójimo, o con disgusto que se le elogie, y no resistes con todo tu
corazón a estos sentimientos, sabete que estás extremadamente distante de poseer el tesoro
incomparable de la humildad.
151. Recibiendo los avisos serás humilde.
Como el advertirle a uno sus faltas es uno de los medios más útiles para adelantar en la vida
espiritual, es necesario que a quienes te hagan esta caridad los alientes para que continúen
haciéndotela siempre que lo juzguen conveniente; y una vez oídos sus consejos con gusto y
acciones de gracias, imponte la obligación de seguirlos, tanto por el bien que te resulta de
corregirte, cuanto para dar testimonio a tan fieles amigos de que no ha sido inútil su trabajo,
y de que les agradeces su benevolencia. Aún cuando un orgulloso desee corregirse, jamás
manifiesta deferencia a las advertencias que se le hacen, sino más bien mucho desprecio;
pero no así el verdaderamente humilde, pues se gloría de vivir sumiso a todo el mundo por
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Dios, y oye los prudentes consejos que se le dan, como de la boca del mismo Dios, sean
cuales fueren los órganos de que se vale su Divina Magestad.
152. El humilde descansa en los brazos de Dios.
Entregate enteramente en las manos de Dios, para seguir las disposiciones de su adorable
Providencia, de la misma manera que un niño bien educado se deja conducir de un padre a
quien sabe es tiernamente amado. Dejale que haga de tí cuanto quiera, sin inmutarte ni
afligirte por lo que te sucediere, sea lo que fuere; y cuanto de su mano te venga, recíbelo
con gusto, confianza y respeto; porque si te conduces de otra manera, desconoces la bondad
de su corazón, faltas a la esperanza que debes tener en él, manifiestas, por decirlo así, un
temor de que te engañe; y en fin, parece que quieres enseñarle un modo mejor de gobernar
a sus criaturas. ¡Oh, cuán opuesto es todo eso a la dulzura y a la piedad de una alma
verdaderamente humilde! La humildad nos baja a un grado que no tiene medida bajo la infinidad del ser de Dios; pero a la vez nos hace poner todo nuestro apoyo y nuestro consuelo
en el mismo Dios.
153. El humilde todo lo atribuye a Dios.
Ten singular exactitud en referir a Dios la gloria de los buenos resultados que tengan tus
negocios, y de cuanto bueno te sobrevenga; y no te atribuyas más que los defectos que
suelen mezclarse en estas ocasiones, porque esos son propios de tí, miéntras que el bien
dímana de Dios, y a el únicamente se le debe la estimación y el agradecimiento. Esta
verdad la has de grabar profundamente en tu corazón, para que nunca la olvides; y además,
persuadete de que otro cualquiera que hubiera recibido tan poderoso auxilio de la gracia,
hubiera obtenido mayores ventajas, y no hubiera incurrido en tantos defectos. Cierra tus
oidos a los elogios que te hagan por el feliz éxito de tus empresas, diciendo que no son
debidos a un vil instrumento como eres tú sino al Artifice soberano, que cuando quiere, con
una vara hace brotar agua de un peñasco, o con un poco de lodo vuelve la vista a los ciegos,
y puede hacer otra multitud de milagros.
154. El humilde cree que solo es bueno para echarlo todo á perder.
Mas si te aconteciere que no te salgan bien los negocios que tuvieres a tu cargo, te
atribuirás enteramente toda la culpa, como hombre que para nada es bueno, y con cuya
prudencia y destreza no se puede contar. Guardate de echar a otros la culpa, y de entrar en
explicaciones por las cuales se venga en conocimiento de que no ha dependido de tí la falta
de buen éxito en los negocios; porque tal conducta, por desgracia muy común en personas
poco mortificadas, no puede ser hija sino de un secreto orgullo, que no puede sufrir la
humillación y el desprecio; y á no ser en el caso en que razones de conciencia te obliguen a
obrar de otro modo, deja que el mundo crea lo que quiera, y acepta como un rico presente el
vituperio y la deshonra que de ello pueda resultarte. Además, has de pensar que aún cuando
te parezca que en nada has faltado, porque has puesto los medios para acertar, siempre tus
pecados, tu presunción o la satisfacción que tenías de tí mismo, han apartado la bendición
del cielo a tu empresa; y en fin, que para tu castigo, y para que otra vez seas humilde, ha
permitido Dios que todo le salga al contrario de lo que tu habias esperado.
155. El humilde tiene caridad con Dios y con el prójimo.
Ten siempre para con tu prójimo entrañas de caridad, que sean como una fuente de dulzura
y cordial aprecio; aprovecha las ocasiones que se te presenten de hacerle algún beneficio,
pero siempre con el fin de agradar en eso a Dios; evita cualquier motivo humano en tu
conducta, para excluir todo principio de vanidad y amor propio, y para referir unicamente a
Dios todo el bien que hicieres; pues debes saber que la buena obra que tengas tan oculta,
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que sólo de Dios pueda ser vista, te es de una ventaja incalculable, miéntras que la buena
obra que por culpa tuya vieron los hombres, cuando estaba en tu poder haberla escondido
de su vista, es perdida a medias, y corre peligro de que lo sea del todo. Semejante obra es
como el racimo de uvas que comenzaron a comer los pájaros, y en poco tiempo ya no
quedará de él más que un esqueleto sin fruto.
II
Esta segunda parte de la parte cuarta, nos convence a nosotros, tanto más cuanto que está
sacada de nuestras conferencias; en la que se explica de un modo muy conducente a
nosotros la santa práctica de un misionero josefino.
156. ¿La humildad en la práctica qué es?
¿En qué consiste la humildad? En la verdad (Conf.)
157. Diferencia entre el humilde y el soberbio.
El que es humilde practica la verdad, y el que es soberbio practica la mentira (Conf.)
158. ¿En qué consiste la humildad más provechosa?
Creo que la humildad más provechosa consiste en sufrir los genios contrarios de nuestros
hermanos y de nuestros prójimos; y sufrirlos con gusto y amabilidad; y sobre todo, en no
volver mal por mal, sino bien por bien mal. Por otra parte, siempre será verdad que es
mejor la humillación del corazón, que no la de los actos exteriores (Conf.)
159. ¿Cómo debe practicarse la humildad?
Debe practicarse la santa humildad con actos externos y actos internos; por ejemplo:
besando el suelo, arreglando el aposento, barriéndolo quitando el polvo de los libros,
sirviendo a los niños de las escuelas, y sobre todo, con actos propios de abyección y de
humildad de corazón compungido; porque todos ellos son actos de humillación, y práctica
de verdadera humildad. Cuando se hacen, con ellos se agrada a Dios, y cuando no se hacen,
se da gusto al diablo. Pongo por ejemplo, sì a uno de ustedes le dicen: hágame favor de
barrer la escalera, y va aquel pensando: Yo, ¿cómo he de barrer la escalera? ¡qué dirán si
me ven barriendo! Dirán que soy un criado.
Ved aquí un acto de soberbia; luego acaban por no hacerlo, porque les dio verguenza,
porque se dejaron engañar tanto del demonio que le dieron gusto, y se lo quitaron a nuestro
Señor. Ved aquí otros muchos actos de soberbia .... pero ¿quién podrá contarlos? (Conf.)
160. Sobre la humildad de cumplimiento.
En el mundo hay una humildad falsa que se llama cumplimiento. Luego dicen: ¡Oh! Yo no
soy para esto, esta persona lo hará mejor que yo; yo no lo sé hacer bién Mas como estas
cosas no las dicen de corazón, sino que las dicen por cumplimiento, y que yo traduzco por
cumplo y miento, de ahí resulta que es una humildad falsa y pura mentira (Conf.)
161. Hablar de la humildad no es ser humilde.
Hay no pocas personas que tienen un pico muy largo para hablar de la humildad, que
parecen ser sumamente humildes, segun se explican, y de hecho parece que lo son, mientras
no las tocan; pero que las toquen tantito y luego se montan con tanta cólera, que no se sabe
qué hacer con ellas: tales personas no practican la humildad verdadera sino la falsa (Conf.)
162. La humildad y la verdad.
La práctica de la humildad no es más que la práctica de la verdad. Por esto, el que dijese
¿yo qué soy? ¿para qué sirvo?" y contestaste: "yo para nada sirvo. Si esto que dijera lo
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sintiese, ese tal sería verdaderamente humilde porque habría hecho un acto de verdad; ya
que somos lo que somos, por solo la gracia de Dios (Conf.)
163. Cómo deben ser humildes los "Hijos de María y de José."
La humildad debe ser profunda en los Hijos de María y de José, haciéndola resplandecer en
todos sus actos; y principalmente en aquellos que son más importantes que los demás,
como en la enseñanza, ejercicio del ministerio, refectorio, recreos, paseos, etc. Tratarán
también con mucho respeto a toda clase de personas, particularmente a sus hermanos,
manifestándoles así en el hablar, como en el saludar, la disposición que tienen de ceder la
preferencia en todo, y harán todo esto por espíritu de humildad (Conf.)
164. Los Hijos de María y de José, todo podrán llevarlo a cabo por medio de la humildad.
Para que los Hijos de María y de José puedan ser con el tiempo verdaderos misioneros
josefinos, y llevar a cabo la grande obra que el Señor en su misericordia se ha dignado
poner en sus manos, es preciso que reine en ellos el espíritu de humildad; espíritu por
medio del cuál han podido las diversas comunidades que ha habido, dar una multitud de
santos a la Iglesia del Señor; pero si al contrario, no reina ese espíritu en una comunidad,
que es el que sirve como de fundamento a las demás virtudes, pronto, muy pronto aquel
instituto, por bien que haya comenzado deja de ser, se trasforma en una especie de
Babilonia, y en vez de dar a la Iglesia santos, le dará hijos desgraciados que la aflijan más y
más, ¿Y cuánto más sucederia esto en nuestro naciente Instituto? (Conf.)
165. Los misioneros josefinos, con el espíritu de soberbia todo lo echarán a perder.
Con humildad los misioneros josefinos podrán llevar a cabo empresas las más difíciles, y
hacer fácil y llevadero aún lo más penoso; mas si en alguna acción, por buena que parezca,
se les introduce el espíritu de soberbia, todo se les perderá y saldrá mal (Conf.)
166. Los misioneros josefinos más útiles, serán más humildes.
En el Instituto josefino no serán más útiles los ricos, ni los que se saben conducir
exteriormente, ni los que según el mundo se pueden llamar verdaderos sábios, ni los que
tienen buena presencia, ni los que poseen, por decirlo así, el don de causar contento a las
personas con quienes tienen que ver, mediante su bello trato; sino aquellos que sean más
humildes. Por consiguiente, en tanto un individuo nos será verdaderamente útil, en cuanto
sea verdaderamente humilde (Conf.)
167. ¿En qué nos hemos de distinguir?
La hermosa virtud de la humildad ha de distinguir a los verdaderos misioneros josefinos del
resto de los demás hombres; por tanto, nos hemos de distinguir ante todo en ser humildes
(Conf.)
168. ¿Cómo obraremos fácilmente?
Haciendo un misionero josefino girar todas las acciones de su vida sobre la santa humildad;
el cumplimiento de sus obligaciones, por pesado que parezca, se le hará fácil (Conf.)
169. Cómo los malos intentan revestirse del ropaje de la humildad.
Es tal la excelencia de la virtud de la humildad, que aún los malos allá en el mundo quieren
tenerla. Cuántas veces vemos acciones de algunas personas que llevan consigo un orgullo el
más refinado, una soberbia semejante a la de Satanás, y sin embargo, delante del mundo
procuran revestirse de una humildad aparente, manifestando exteriormente una cosa y en el
interior tienen otra muy diversa. Su conducta es semejante a la del padre de la soberbia, y
quieren ellos presentarse con la humildad propia de una persona del Señor. Tal es de
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poderosa y amable virtud de la humildad, y virtud que comunica la tranquilidad, la dicha, el
sosiego inalterable; y virtud que, como se ve, aún los mismos mundanos se abrazan de ella
para salir bien de sus negocios, aúnque siempre sea de lamentarse el mal uso que de ella
hacen (Conf.)
170. Por qué pierde la paz un misionero.
El misionero josefino que ha perdido la paz y la tranquilidad, es porque no estaba fundado
en la humildad (Conf.)
171. Poder de la santa humildad.
El demonio, mundo y carne, nada podrán contra las personas realmente humildes (Conf.)
172. Motivos para humillarse.
El hombre, o mejor dicho, la nada, no tiene motivo para ensoberbecerse, y sí tanto de que
humillarse, que si posible fuera, debiera andar siempre arrastrando por el suelo como el más
vil de los gusanos (Conf.)
173. Medio para hacerse santo.
El misionero josefino que obrare conforme al espíritu de humildad, se irá reformando cada
día más y más en el camino de la perfección, y muy presto, si persevera, será un gran santo
(Conf.)
174. Quiénes logran la verdadera humildad.
La humildad es un conjunto de gracias que Dios pondrá en manos del misionero josefino
que sea fiel a la gracia de su divina vocación (Conf.)
175. ¿Qué es la soberbia?
La soberbia es un conjunto de desgracias; y entre otras, es la más terrible hacerle perder la
santa vocación. Para que no suceda esto, necesario es al misionero josefino, obrar siempre,
no según la carne, sino según el espíritu de humildad (Conf.)
176. ¿Qué hace la humildad?
La virtud de la humildad hace en el hombre admirables efectos: destruye la vanidad de
vanidades, amortigua la concupiscencia de la carne, aniquila la soberbia de la vida, y hace,
en fin, la hermosa unión del hombre con Dios (Conf.)
177. Unión entre Jesús y el alma humilde.
El que llegare a poseer esta virtud en alto grado, puede exclamar de un modo semejante a la
Esposa de los cantares: Mi amado es todo para mí, y yo todo para mi amado (Ct 2,16 )
(Conf.)
178. Perfección del alma humilde.
Por la humildad logra el hombre desprenderse de todo, ser señor de sí mismo, practicar la
nada, y aún practicar con el tiempo el excelentísimo voto de hacer siempre y en todo lo
mejor (Conf.)
179. Resultados fatales de la soberbia.
Al pobrecito que después de haber comenzado una obra con la bendición y ayuda de Dios,
por su espíritu de humildad se deja vencer del de soberbia, Dios lo abandona a sus propias
fuerzas, permite, para su confusión, que caiga en pecados muy vergonzosos, que se haga
reo de grandes miserias propias de la flaqueza humana, y aún que acabe por perderse. Hé
aquí los resultados de la soberbia. (Conf.)
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180. Cómo necesitamos ser humildes.
La virtud de la humildad es necesaria a todo cristiano; pero de un modo muy especial a los
"Hijos de María y de José", como es necesario en la noche oscura el resplandor de la
brillante estrella (Conf.)
181. Medios para alcanzar la humildad.
Para conseguir la práctica de esta virtud, con progresión admirable, basta que nos
propongamos imitar a nuestros divinos y bellos modelos de todas las virtudes Jesús, María
y José (Conf.)
182. ¿Qué podremos con la práctica de la humildad?
En fuerza de la virtud de la humildad desconfia el hombre de sí mismo, y confia totalmente
en Dios, haciéndose por este hecho acreedor al buen éxito de todas sus operaciones, y a un
sin número de gracias (Conf)
183. Hasta qué punto bendice Dios a los humildes.
Dios bendice a los humildes y no se cansa de dispensarles continuamente singulares
mercedes. San Francisco de Asis llegó a tener un conocimiento tan perfecto de Dios y de sí
mismo, que no podía menos que ardiendo en amor de Dios, exclamar repetidas veces, y con
particularidad cuando estaba en oración: ¿Qué cosa hay en el mundo que pueda separarme
de Dios? nada, nada me separará de mi Dios y Señor.
184. Cuán necesaria es la humildad para los que viven dedicados a la enseñanza.
La humildad es de un modo singular indispensable a un maestro, como que tiene en sus
manos el tesoro más grande de donde depende el porvenir de la sociedad; porque tiene a la
juventud y a la niñez, que con su buen ejemplo, y santa educación, debe lograr hombres
útiles a la sociedad, y lo que es más, a la santa Iglesia del Señor. ¿Podrá un maestro cumplir
debidamente con tan sagrada misión sin ser humilde, o sin estar íntimamente unido con
Dios, que es el verdadero Maestro de la humildad? Se ve que es imposible (Conf.)
185. Cómo la humildad es el cúralo todo.
Por más cargada de defectos y miserias que esté una persona, no hay remedio más seguro
para salir de todos ellos que acogerse a la misericordia de Dios, emprendiendo una vida
humilde (Conf.)
186. Remedio para conocer los ataques de la soberbia.
Como esta virtud da tantísimos santos a la Iglesia de Dios, el diablo enemigo común de las
almas, procura introducir en todos el espíritu de soberbia: en los ya casi perfectos, en los
que llevan andado parte del camino de la perfección y en los que comienzan; pero como por
otra parte, él no puede contra el hombre más que lo que Dios le da permiso y lo que aquel
quiere, basta al hombre para salir triunfante de las tentaciones que se le ofrezcan en contra
de la humildad, y contestarle como otro san Bernardo cuando se encontraba en tales casos:
"Quitate de aquí maldito: ni por tì lo comencé, ni por tí lo dejaré; y la obra salia mejor; pero
si uno se deja llevar de la propia complacencia, o de que lo vean los demás, valdría más no
hacer tal acción, por el peligro que hay de que en lugar de premio se merezca castigo
(Conf.)
187. El humilde quiere ser avisado.
Una persona humilde no encuentra repugnancia en que alguno le avise de sus faltas, sino
que antes bien se complace (Conf.)
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188. Cuánto nos conviene huir de la soberbia.
El vicio de la soberbia por los efectos que produce, es de tal manera abominable, que no
sólo los que se consagran a Dios deben huir de él, como del monstruo más horrendo, sino
también aquellos que aman al mundo, y esto aún por conveniencia propia; véase
practicamente: El soberbio por procurarse honra y estima de los hombres, trabaja, se fatiga,
y hace sacrificios hasta con perjuicio de su salud; pero sin embargo, él por un humo de
honra, está dispuesto a dar con gusto la vida. ¿Y su alma? Parece.... ¡Qué desgracia después
de haber sido su vida una contínua rueda de fatigas, tener que sufrir los tormentos
interminables del infierno! Con el humilde sucede todo lo contrario, para él no hay
adversidad, sino que todo lo es propicio; porque los sufrimientos de esta vida, son nada en
proporción de sus pecados; no se turba porque otros sean ensalzados y él humillado, se cree
digno de desprecio, todo lo sufre por amor de Dios, goza de una gran tranquilidad, y en fin,
cuando sale de esta miserable vida, va a gozar eternamente de aquel por quien tanto se
humilló en la tierra (Conf.)
189. Cuánto nos conviene adelantar en la práctica de la
humildad.
Cuando el cristiano va consiguiendo la práctica de la humildad, es indispensable que entre
más dias pasen, le profese un amor especial y se humille más, porque de lo contrario, si se
abandona, viene el espíritu de soberbia, le hace creer que ha llegado a la cumbre de la
perfección y todo viene a dar en tierra. Algunos hay, por decirlo así, que llegaron a ser
como un san Luis Gonzaga, pero después ha venido la soberbia y ella los ha sumergido en
los abismos del pecado (Conf.)
190. O humillación voluntaria, o abatimiento forzoso.
El que sea humillado en la tierra, será ensalzado en el cielo; el que sea ensalzado en la
tierra, será humillado en el cielo (Conf.)
191. Hemos de humillarnos según la excelencia de nuestra santa vocación.
Para que los Hijos de María y de José puedan llevar a cabo, con felices resultados, la obra
que Dios se ha dignado poner en sus manos, y logren la santidad a que son llamados, es
necesario, que se humillen hasta el polvo, mirando que Dios se ha valido de instrumentos
tan débiles para cumplir su altos designios; no debiendo perder nunca de vista que en ellos
de un modo especialísimo se les ha cumplido el dicho de san Pablo: Dios elgió lo más
despreciable del mundo (Conf.)
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QUINTA PARTE.
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Hay dos medios principales para adquirir la humildad:
el primero es la consideración de los motivos que tenemos para humillarnos;
el segundo consiste en hacer a menudo actos de humildad.
La meditación de estos motivos, y la práctica habitual de estos actos son, por tanto, el
camino de la verdadera humildad.
192. La humildad se adquiere con actos prácticos de humildad.
No tengas esperanza de alcanzar jamás la humildad, si no es por medio de prácticas
proporcionadas a esta virtud, como son actos de bondad, de paciencia, de obediencia, de
mortificación, de menosprecio de ti mismo, de renunciación a tus sentidos y a tu corazón,
de ingenua confesión de tus faltas y confusión por haberlas cometido, y otros actos
semejantes a estos, porque de esta manera extinguirás en tu pecho el tirano dominio de tu
amor propio, que es la fuente miserable de todos tus males y el origen de tu orgullo y
presunción.
193. Con el silencio y recogimiento se adquiere la humildad.
Procura cuanto puedas guardar siempre silencio y tener recogimiento, pero sin que esto te
haga objeto de incomodidad para otros, ni de acceso difícil para quien quiera verte; y
cuando llegue el caso de que hables, procura que siempre sea con medida, modestia y un
cierto temor que de luego a luego manifieste que estás convencido de ser indigno de que te
escuchen, de ser incapaz de decir nada bueno y que merezca llamar la atención de quien te
oye. Y si en efecto te aconteciere que no se haga caso de lo que dices, sea por desprecio o
por cualquiera otra causa, no manifiestes disgusto, sino más bien date el pláceme
interiormente por esta humillación, persuádete de que tiene razón quien te desprecia, y dirígete estas palabras: ¿Quién soy para pretender que se haga caso de lo que pienso y de
lo que digo?
194. Perdonando de corazón se alcanza la humildad.
Humíllate siempre que se te presente ocasión de hacerlo; pero con particularidad humíllate
ante las personas que te causen alguna aversión o antipatía, y no digas de éstas tales lo que
algunos suelen decir: "yo no tengo contra fulano ningún resentimiento, pero no quiero verlo
ni tratarlo" porque a éste no quiero verlo, es mala voluntad, hija del orgullo, y prueba que
aún no se ha domado por medio de la gracia este natural nuestro tan soberbio y tan
satisfecho de sí mismo, pues si nos abandonásemos a los movimientos de la gracia,
apagaría con una verdadera humildad nuestros resentimientos, y nos haría sobrellevar con
placer el trato de las personas de áspero carácter, y aún buscarlas y frecuentarlas, a fin de
sacar de esto algún provecho y de adquirir algunos méritos.
195. Recibiendo bien las advertencias, alcánzase la humildad.
No porque te reprenda injustamente alguno, o censure tu conducta, aun cuando sea tu
inferior, y él mismo sea más reprensible que tú, vayas a despreciar sus advertencias o a
encolerizarte; al contrario, en vez de disculparte, ponte de su parte contra tí mismo, y hazle
conocer mejor cuán digno eres de vituperio y menosprecio, si de esto no resultare escándalo
y notorio perjuicio. Dentro de ti mismo confirma la reconvención que se te haya dirigido,
considerándola muy justa y racional; convéncete de que son muchos tus defectos, y aún de
que son más de los que se te echan en cara, y que por temor de que se lastime tu debilidad,
se te oculta más de la mitad de ellos. De esta manera adelantarás mucho en la virtud de la
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humildad y evitarás grandes escollos, porque sin disputa, cuando uno se disculpa y condena
el juicio de otro, siempre proviene esto de un fondo de orgullo y presunción.
196. No acechando el amor de nadie alcánzase la humildad.
Hay otro medio seguro para alcanzar la humildad, y consiste en no andar en acecho del
particular amor de nadie, porque como no pueda el alma amar sino lo que estima como
bueno, resulta que ser amado y ser estimado, son dos cosas inseparables, y no es posible
querer una sin querer también otra. Luego si el deseo sincero de crecer en humildad te hace
no querer la estimación de nadie, tampoco debes tratar de ocupar el corazón de ninguno. De
esto sacarás muchas ventajas, y entre ellas, que tu alma, si no desea la amistad de las
criaturas, se irá a refugiarse en las llagas de su Salvador; encontrará en su adorable corazón
una inexplicable satisfacción, porque renunciando por su amor el corazón de todos los
hombres se pondrá en estado de recibir abundantemente la dulzura de los consuelos
divinos, de que no podría gustar si conservara algún apego a los consuelos humanos, por
ser aquellos tan puros y delicados que casi no se pueden mezclar con éstos, ni se nos
conceden más que a medida que renunciamos las dulzuras de la vida presente. Además, tu
alma tendrá mejor disposición para recogerse en Dios, uniéndose a él en la meditación de
su presencia y de sus infinitas perfecciones. Y, en fin, como quiera que lo más agradable
para nosotros sea el vernos amados de los demás, si renunciamos a este placer por Dios y
con el fin de amarlo exclusivamente en nuestro corazón, le ofreceremos entonces un
sacrificio de agradable olor, que tendrá mucho mérito ante su bondad. Y no temas que esta
práctica vaya a amortiguar en tu corazón la caridad para con el prójimo, porque, al
contrario, entonces lo amarás con más pureza y perfección, puesto que ya no te guía el
motivo interesado del amor de ti mismo, sino sólo la mira de agradar a Dios haciendo lo
que sabes que le agrada.
197. Son actos de humildad obrar según el ajeno parecer.
Vive siempre persuadido de que no tienes peor consejero que tú mismo, y no te fíes de tus
propios sentimientos, porque nacen de un fondo de ceguedad y de corrupción. Piensa
también que, cuanto de ti mismo crees y juzgas, es necesario que otro lo examine. Y una
vez persuadido de esto, nada emprendas, en cuanto te sea posible, sin consultar el juicio de
otro. Y si te aconteciere que la opinión que te den no sea mejor que la tuya, con tal que no
te induzca a pecado, ni resulte daño de tercero, síguela de preferencia, pues es medio seguro
de adelantar en la humildad el sacrificar tu parecer al ajeno. Por esta conducta tendrás en
recompensa una paz interior que te compensará perfectamente del perjuicio que te haya
resultado de seguir una opinión de menos valor que la tuya.
198. El que se convence de su miseria sigue la humillación.
Siendo cosa cierta que sin Dios nada bueno harías jamás, que cada paso que dieses sería
una caída, y que la menor tentación te echaría por tierra, has de reconocer incesantemente
tu debilidad, tu impotencia para hacer una sola cosa buena, y tu continua y necesaria
dependencia de los socorros divinos en todas tus acciones, y en vista de esto has de estar
inseparablemente unido a él, como le sucede a un niño que no encontrando ningún apoyo
extraño se afianza del cuello de la madre. Díle a Dios lo que decía el real profeta: ¡Ah! si el
Señor no me hubiese socorrido, seguramente sería ya el sepulcro mi morada. Repítele con
el mismo profeta: Vuelve, Señor, hacia mí tu vista, y ten de mí compasión, porque me veo
solo y pobre. ¡Oh Dios! atiende a mi socorro; acude, Señor, luego a ayudarme. En fin, da
continuamente gracias al Señor con toda la efusión de tu corazón, particularmente por la
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continua protección que te dispensa, y pídele constantemente que te dé los auxilios que
necesitas, y que nadie más que él puede darte.
199. El que ora humildemente alcanzará la humildad.
Al tiempo de orar es cuando debes tener gran confusión de ti mismo, una profunda
humillación y un santo temor en presencia de la majestad suprema a quien te atreves a hablar: Hablaré a mi Señor, aunque sea yo polvo y ceniza. Si recibieres algunas gracias
extraordinarias, recíbelas con un vivo sentimiento de tu indignidad y reconoce cuán pura es
la misericordia de Dios en hacértelas; guárdate de apropiarte nada de lo que recibas, y de
mirarlo con la complacencia del amor propio. Y si ninguna gracia señalada recibieres,
queda también contento considerando que estás muy lejos de merecer ninguna, y que
bastante gracia te hace Dios en sufrirte a sus pies, espera con paciencia y humildad a que se
digne visitarte, como un mendigo esperaba horas enteras a la puerta del rico para recibir,
cuando por allí pase, una pequeña limosna, que muchas veces no alcanza para aliviar su
miseria.
200. Con la buena comunión seremos humildes.
Cuando te acerques a la sagrada comunión, además de llevar un corazón abrasado en las
llamas del amor divino, debes presentarte con un espíritu penetrado de sentimientos
profundos de humildad. Admírate de que un Dios tan santo y tan puro haya llegado a tener
tal exceso de bondad, que quiera venir a una criatura tan vil y despreciable como tú;
ocúltate cuanto puedas en el centro del abismo de tu indignidad; no te acerques a esa
adorable santidad, si no es con una profunda reverencia; y cuando este adorable Salvador,
que es todo amor en ese Sacramento, quiera que tengas parte en sus caricias, comunicando
contigo en la abundancia de sus dulzuras, que en nada disminuya tu respeto hacia la
majestad infinita, permanece en tu lugar, que es la dependencia, la humillación y la nada;
mas no vaya el conocimiento de tu bajeza y de tus miserias a apocar tu corazón, ni a
disminuir la santa libertad que debes tener en el sagrado banquete, sino que sirva, al
contrario, para aumentar tu amor a un Dios que se abate hasta el exceso de servir de
alimento a tu alma.
201. El que teme a Dios será humilde.
El saludable temor que debes tener de desagradar a Dios, acompáñalo con un suspiro
interior, dirigido hacia él, por el continuo riesgo que corres de caer, a fin de que su divina
bondad quiera preservarte de tan gran desgracia. Esto es lo que constituye el santo gemido
que tanto han recomendado los santos, que trae consigo la vigilancia de sí mismo, la
dedicación a practicarlo todo con perfección, la meditación de las verdades divinas, el
menosprecio de las cosas temporales, la oración del corazón, el despego de todo lo que no
sea de Dios; en una palabra, es la fuente de la verdadera humildad o pobreza de espíritu. En
vista de todo esto, haz uso frecuente de ese santo gemido, y procura que te sea una especie
de continua oración.
202. El que suspira por la humildad será humilde.
El enfermo que ansía por su curación, evita con gran cuidado cuanto pueda retardarla: toma
con gran parsimonia los más sanos alimentos, y observa casi a cada bocado, si aquello
podrá perjudicar su salud. Pues no de otra manera, si tú deseas sanar de la funesta
enfermedad del orgullo, si verdaderamente suspiras por alcanzar el precioso don de la humildad, es preciso que sin cesar cuides de no hacer ni decir nada que pueda alejarlo de ti; y
para esto conviene que en toda ocasión observes si lo que vas a hacer tiende a practicar la
humildad o es contrario a ella, a fin de adoptarlo con gusto o desecharlo con presteza. Para
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que en esto obtengas un feliz éxito, es necesario de tu parte muchísima fidelidad en
corresponder a los movimientos de la gracia que te ha de encaminar.
203. El que reflexiona en su miseria alcanzarála humildad.
Además de la consideración de tu nada, de tus caídas, de tu debilidad, del abismo de tus
miserias, todavía tienes otro medio de adquirir la preciosa virtud de la humildad, y es el
hacer esta reflexión: si no cuido de humillarme yo mismo, Dios me humillará ciertamente;
me negará su gracia, y tal vez permitirá que caiga yo en faltas muy grandes, que me
deshonren a los ojos del mundo, sin que de ellas pueda sacar fruto para mi salvación. Pues
¿no es mejor hacerme justicia a mí mismo abatiéndome voluntariamente, y atrayendo abundantes gracias sobre mí, que el exponerme a las terribles humillaciones que en esta vida
sufren muchas veces los soberbios, y a las mucho más terribles que para la eternidad se les
esperan? No dudes que esta reflexión tan juiciosa ha de causar mucha impresión en tu
espíritu, y te ha de hacer diligente en aprovechar las ocasiones de adquirir la santa
humildad, que te ha de preservar de tamaña desgracia.
204. La práctica de las humillaciones hace humildes.
Con el fin de adelantar cada día en esta virtud, y de familiarizarte y holgar con las
humillaciones, te ha de servir de mucho el representarte a menudo algunas afrentas, algunos
oprobios que puedan sobrevenirte, y entonces interiormente trabaja, a pesar de la
repugnancia de la naturaleza, en aceptar esas afrentas como insignes favores y seguras
señales del amor de nuestro Señor Jesucristo y como un medio verdadero de tu
santificación. Para llegar a este punto, tal vez tendrás que sufrir ataques violentos; pero no
desmayes, sostente valerosamente en el asalto hasta que veas derrocado tu orgullo y te
sientas resuelto a sufrirlo todo con gusto por amor de Jesucristo.
205. El reprenderse a sí mismo conduce a la humildad.
Todos los días de tu vida te has de dirigir tales reconvenciones, cuales tu mayor enemigo
pudiera hacerte, no tanto para que, llegada la ocasión, no te hagan mucha mella, cuanto para
que te mantengas siempre en el abatimiento y menosprecio de ti mismo. Sobre todo, si en
medio de la tempestad de una tentación violenta, sintieres movimientos de impaciencia y de
interior murmuración del medio que Dios emplea para probarte, repréndete severamente
por esta especie de rebelión, llénate de indignación a ti mismo, al ver que aún estás poseído
de orgullo, y dirígete estas reconvenciones. ¿Cómo siendo un vil y miserable pecador me
atrevo a quejarme de esta aflicción? ¿Pues no merezco penas infinitamente mayores?
¿Ignoras por ventura, alma mía, que la abyección y los padecimientos son tu pan merecido?
Sábete que esta es una rica limosna del Señor para sacarte de la miseria y de la indigencia.
Y ¿cómo no la has de recibir con mil acciones de gracias? ¡Ah! si la rehusases, serías
indigno de ella, y despreciarías un rico tesoro, que tal vez se te quitaría para que pasase a
otras manos que lo empleasen mejor: Se dará a mi pueblo que rinde sus frutos (Mat.21,43).
Queriendo el Señor elevarte al rango de sus favoritos, los verdaderos discípulos del
Calvario, ¿tendrías la cobardía de rehusar el combate? Nadie puede ser coronado sino
después de haber combatido, ni puede recibir jornal sin haber concluído el trabajo del día.
Estas y otras semejantes reconvenciones han de reanimar tu fervor y te han de despertar el
deseo de tener una vida oscura, humilde y llena de padecimientos, como la de nuestro
amado Salvador.
206. La vigilancia en la humildad práctica hace humildes.
Si te aconteciere experimentar mucha calma en medio de los desprecios que te hagan, no
vayas a persuadirte que posees la humildad tranquila y victoriosa, porque muchas veces el
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orgullo está solamente adormecido, y por cualquier motivo se despierta y hace terribles
estragos en el alma. Vive, pues, continuamente alerta en el ejercicio del conocimiento de ti
mismo, huye las honras y busca con empeño y ama sinceramente las humillaciones; y de
esta manera, si has recibido el rico patrimonio de la humildad, estarás a cubierto de perderlo, porque es preciso humillarte siempre para conservar ese don precioso.
207. La devoción a María es medio para alcanzar la humildad.
Ten por abogada y protectora a la Santísima Virgen, que con su amparo alcanzarás la
humildad. De ella dice san Bernardo que se humilló más que ninguna otra criatura, y que la
más excelente entre todas se hizo la más pequeña por su profunda humildad, y por tan
admirable disposición se atrajo la plenitud de gracias, y se hizo digna de ser madre de Dios.
También es madre de misericordia y de ternura, que nunca se invoca en vano; arrójate,
pues, lleno de confianza en sus brazos maternos, pídele que alcance para ti una virtud tan
preciosa y que tanto estimó, y no dudes que se interesará y la pedirá a quien eleva a los
humildes y abate a los soberbios; y como es todopoderosa cerca de su Hijo, no hay duda en
que su petición será atendida. Recurre a esta Madre en todas tus penas, en tus necesidades,
en todas tus tentaciones; sea siempre esta Señora tu refugio, tu apoyo y tu consuelo, pero el
principal favor que debes pedirle es el de la santa humildad, y reitera tus instancias hasta
que la obtengas, sin temor de ser importuno, porque ama esta importunidad que es para
bien de tu alma, y para que seas agradable a su divino Hijo. En fin, si quieres interesarla en
que te sea propicia, pídela a la vez por su misma humildad, que fue el origen de su
elevación hasta ser madre de Dios, y por su divinidad, que fue el fruto inefable de su
humildad.
208. La devoción a los santos es medio para ser humildes.
Con el mismo objeto te has de dirigir a los santos en quienes esta virtud ha brillado más;
por ejemplo, a San Miguel arcángel que fue el primer humilde, así como Lucifer fue el
primer soberbio; a san Juan Bautista quien, según san Gregorio, había llegado a tan alto
grado de santidad, que hubiera podido haber pasado por el Mesías, y a pesar de esto, según
el testimonio del Evangelio, tenía la idea más baja de sí mismo; a san Pablo, el apóstol
privilegiado, que fue elevado al tercer cielo, y después de haber oído los secretos de la
divinidad, se miraba a sí mismo como el más pequeño de los apóstoles, se creía indigno de
este nombre, y por fin, era nada a sus ojos: aunque nada soy; al santo papa del que acabamos de hablar, que hizo tantos esfuerzos para huír el pontificado, cuántos no hubiera
hecho el mayor ambicioso del mundo para conseguir los primeros empleos; a san Alejo,
que en su propia casa prefirió el menosprecio y los ultrajes de sus criados a los respetos y
comodidades que pudo procurarse; a san Luis Gonzaga, que se despojó del brillo y los
honores de la grandeza por seguir una vida humilde y mortificada; y, en fin, a tantos como
vemos en los fastos de la Iglesia, tan recomendables por su humildad. Creete que todos
estos humildes siervos de Dios han de emplear con gusto su valimiento en el cielo para que
haya en la tierra imitadores de esta virtud, y que tú seas del número de ellos.
209. La frecuencia de los sacramentos hace humildes de corazón.
En fin, en la frecuencia de los sacramentos de la confesión y comunión encontrarás el más
propio recurso para mantenerte en la práctica de la humildad. La confesión, que es el
sacramento en que descubrimos a un hombre como nosotros, nuestras más secretas y
vergonzosas miserias, es el mayor acto de humillación que Jesucristo quiso prescribir a su
Iglesia. La santa comunión, en la que sustancialmente recibimos a un Dios hecho hombre
y anonadado por amor a los hombres, es una maravillosa escuela de humildad y una
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poderosísima obra para adquirirla. ¿Y cómo puedes poner en duda que te comunicará esa
admirable virtud, si cuando su sagrado corazón, su manso, humilde y amorosísimo corazón,
descanse, por decirlo así, en tu pecho, se la pidas allí con todas las veras de tu alma?
Acércate, pues, tan frecuentemente como te sea permitido a esa sagrada mesa; lleva las
santas disposiciones que exige y ten por seguro que allí encontrarás el oculto maná que sólo
se concede a los que con empeño lo buscan.
210. La perseverancia en los ejercicios de humillación hace humildes.
No te desalientes por las dificultades que encuentres al principio en la práctica de lo que se
te ha aconsejado hasta aquí, ni por la oposición que hallares dentro de ti mismo; guárdate
de decir lo que los poltrones discípulos decían: Dura es esta doctrina, ¿y quién es el que
puede escucharla( Jn 6,60) y ponerla en práctica? Porque en verdad te digo, que los
sinsabores que al principio encontrares, pronto se convertirán en dulzuras y consuelos
indefinibles. La santa perseverancia en estos ejercicios te librará de mil penas del espíritu, y
te pondrá en un estado de calma y tranquilidad, en que el alma comienza a gozar de la
felicidad que en el cielo se le prepara. Pero si, al contrario, por un efecto de tu ruindad no
empleas los medios, ni haces los esfuerzos necesarios para ser verdaderamente humilde,
entonces vivirás en continua inquietud, agobiado con el peso de tus miserias, insoportable a
ti mismo, y tal vez también a los demás; y por fin, corriendo gran riesgo de perderte
eternamente. Y lo segurísimo es que se te cerrará la puerta de la perfección, porque es cosa
cierta que sólo con la humildad se puede pasar por esa puerta. Anímate, pues, y llénate de
un santo ardor de manera que nada pueda desalentarte; alza los ojos al cielo y considera a
Jesucristo que con la cruz a cuestas te enseña el camino de la humildad y de la paciencia,
camino que tanto transitaron los santos que hoy reinan con él en el cielo; te está invitando y
haciéndote instancias para que sigas sus huellas y las de los fieles imitadores de sus
virtudes. Considera que los santos ángeles, por el interés que tienen en tu salvación, te
conjuran a que sigas el mismo camino, como el único seguro, el único capaz de conducirte
al cielo, a ocupar el lugar que perdieron los ángeles rebeldes por su orgullo. En fin,
considera la inmensa tropa de santos que a una voz te están diciendo que ninguno de ellos
llegó a gozar esa gloria inmensa, más que por el camino de las humillaciones y
sufrimientos; y ya parece que aprueban y aplauden los primeros deseos que se asoman en tu
corazón y te conjuran que no los dejes entibiar ni apagar. Armate de fuerza y valor para
emprender y cuanto antes comenzar esta grande obra; acuérdate de los sagrados
compromisos que te ligan al cristianismo, y tiembla de desmentir la santidad de las
promesas que has hecho a Dios.
El reino de los cielos se alcanza a viva fuerza. Tal es la expresión del Salvador: El reino de
los cielos sufre violencia y los violentos los arrebatan. (Mat 11,12) Feliz, y mil veces feliz,
serás si, adoptando estos sentimientos, haces un estudio particular de la humildad para
merecer la grandeza de la eternidad.
211. El tenerse uno por inútil es señal de alcanzar la humildad.
Ya solamente agregaré para concluir que nuestro divino Maestro recomendaba a sus
discípulos que se tuviesen por siervos inútiles ( Lc 17,10), aun cuando hubiesen hecho
todas las cosas que se les habían mandado. Y tú, de la misma manera, aún cuando con la
mayor exactitud hayas puesto en práctica estas instrucciones, no dejes de decir lo mismo:
somos siervos inútiles (Lc 17,10); y cree firmemente que aún cuando hayas adquirido la
preciosa humildad, ni tus trabajos ni tus méritos te la han alcanzado, sino la gratuita
voluntad del Señor y su infinita misericordia. Dale gracias toda tu vida porque te concedió
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tan gran beneficio con cuanta ternura y efusión de corazón seas capaz; en fin, día por día
pídele que te conserve ese tesoro hasta la última hora de tu vida, en que tu alma, libre ya de
todos sus lazos, pueda volar al seno de su Creador a gozar la gloria que tiene preparada para
los humildes.
Pensamientos para alcanzar la humildad sacados de nuestras conferencias.
1. El recuerdo de nuestras faltas es un medio para alcanzar la humildad.
Los medios para practicar la santa humildad me parece que pueden ser: recordar las faltas
que he cometido, y las ofensas tan grandes que he hecho a Nuestro Señor; reconocer que
soy el peor de todos, y reconocerlo de modo que me convenza de que ésta es la verdad:
¡Tan cierto es que la humildad es en nosotros la verdad! (Conf.).
2. Segundo medio, la oración.
No hay más que orar mucho para alcanzar la gracias de ser humildes. Sí, sean verdaderamente humildes y serán benditos del Señor (Conf.).
3. La oración y la súplica.
Pidamos la humildad a la Santísima Trinidad, por ser hoy el día consagrado a este divino
misterio, para que siendo humildes verdaderos, les conceda la gracia cada una de las tres
divinas personas, de habitar en su corazón; pidámosle que los ilumine. ¡Oh divino misterio!
aquí tienes a tus hijos, ilumínalos y dales toda la gracia que necesitan para que practiquen la
humildad de pensamiento, de palabra, de obra y de corazón, y por este camino alcancen la
gloria que a todos os deseo (Conf.).
4. El conocimiento de sí mismo es grande medio para alcanzar la humildad.
Una santa siempre pedía a Dios la humildad, y siempre la estaba practicando; pero cada día
más ansiosa de llegar a su perfección, le pidió a Nuestro Señor la iluminara para que se
conociera a sí misma, mas he aquí que Nuestro Señor le dio a conocer su alma y se vio tan
fea y tan abominable, que cayó en un desmayo tan grande, que no sabia qué hacer, hasta
que dijo: "Señor, quítame una poca de luz porque me muero de congoja y caimiento". Pues
ved ahí lo que es la humildad, no es más que la verdad (Conf.).
5. Practicar de hecho la humildad es el medio de los medios.
Como no basta desear ser humilde, sino que es necesario practicar la humildad. Por esto
vamos a establecer otra práctica además del capítulo que ya tenemos establecido. La
práctica a que me refiero, es la de besar los pies a sus compañeros para alcanzar una gracia
especial, o en justo castigo de algún acto de soberbia. Para que estos actos sean más
meritorios, no se harán sino con la debida licencia y en los lugares señalados, y del modo
acostumbrado entre nosotros (Conf.).
6. El acto de besar los pies es medio muy propio para ser humildes.
La santa práctica de hacer las humillaciones desde ahora queda establecida, y ambos a dos
deben humillarse, tanto el que besa los pies, como el que se los deja besar. El primero debe
decir: "Yo soy peor que estos pies, y debo andar arrastrado por el suelo como ellos" y el
otro exclamar: "¿Quién soy yo para que me besen los pies?" ¡Oh Dios mío! perdona mi
soberbia para que Dios nos bendiga. Asì hemos de continuar viviendo en la humillación del
espíritu; así hemos de perseverar humillándonos conforme nuestras Reglas; como
misioneros josefinos hemos de vivir en la práctica de la humildad para que seamos tanto
más humildes, cuanto que vemos cumplirse en todos nosotros la admirable sentencia de san
Pablo: Dios ha escogido lo despreciable del mundo (1 Co 1,28).

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