LA COCINA, LOS SECRETOS Cuento ganador del

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LA COCINA, LOS SECRETOS Cuento ganador del
LA COCINA, LOS SECRETOS
Cuento ganador del TERCER LUGAR
escrito por YOLANDA CHÁVEZ ARROYO,
“San Miguel” de Ciudad Guzmán,
Municipio de Zapotlán el Grande, Jalisco.
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Caminas.
Tu imaginación está despierta, hace saltos en el escenario de tu vida y en el
tiempo, posee más de una visión, no sabes en donde inicia ni donde termina, es infinita
como un círculo. Te parece que el aire de medio día huele a libertad y a justicia.
Caminas erguida, con pasos firmes recorres la calle empedrada que va hacia el templo.
Tu reciente viudez, te hace sentir una mujer sin guerra y sin gloria. Contienes la
sonrisa cuando piensas en lo conveniente que resulta que algunos venenos tarden
tantos días en actuar.
Ahora eres la viuda de don Brígido, el ex Presidente Municipal de este pueblo
semi dormido. Así fue como te llamaron aquellos luctuosos abogados que llegaron a tu
casa a informarte que eras la legítima dueña de todos los bienes de tu difunto marido.
Mientras ellos te presentaban sus respetos y te hacían firmar documentos, te sentiste
extraña porque sabías que tu matrimonio nunca se consumó.
Miras de frente, tu andar es firme, fuiste adiestrada para guardar silencio,
amordazarte con tus angustias y proyectar una falsa felicidad doméstica, pero ahora
eres la viuda de nadie, o algo así.
Tomas aire, te preparas para darle las buenas tardes a una mujer en rebosada
que camina en sentido contrario a ti.
Entre más se acerca, se va haciendo más visible comparada con el fondo de la
calle que ves, desde donde estás hasta el final del pueblo, allá, donde el paisaje se
difumina y las montañas parecen eternizarse. Haces una oración en voz baja, casi
podrías decir que no estás nerviosa. Por fin tienes a la mujer al alcance de la voz y te
adelantas a dar las buenas tardes. Felipa te responde el saludo y comienza una
conversación impulsada por una curiosidad imperiosa que raya en la irreverencia
comadrera.
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“Ay criatura, si nomás falta que te cuchilien los perros. Se me figura que
naciste con la suerte atravesada, primero huérfana por culpa de un incendio y
ora viuda por culpa del alcohol. Qué tanto hace que fuiste a pedirme la receta
de los chichicuilotes con hongos y te arrendaste pa´l cerro a buscar los
mentados hongos. Qué iba a saber yo que era la comida preferida de tu
difunto marido. No te apures y pídele al Santo San Antoñito, vas a ver cómo
todo tiene compostura”.
Siempre has creído en la justicia del cielo. Eres paciente y sabes esperar.
Escuchas a Felipa mientras recuerdas que cuando fuiste al cerro te sorprendió
encontrar tantos hongos anaranjados, los que ella te advirtió que no tocaras porque
eran venenosos, y tuviste que cortarlos con mucha precaución.
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“Te voy a encomendar a la Virgen de Casamaloapan y al rato te llevo un
tecito, a ver si acaso te compones”.
-
“Tan grandote que estaba don Brígido, te acuerdas cuando se vestía de
charro y nos miraba chiquitos desde arriba de su caballo. Lo hayas visto en el
suelo, parecía que nomás tenía ganas de morirse, qué feo pataleó su agonía,
yo y otro señor lo tratamos de levantar, pero estaba ahogado de borracho,
quién sabe qué quiso decir y ya no pudo porque se le borró el resuello”.
Interrumpes a la mujer y le explicas, con escasas palabras, que tienes que irte.
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“Qué bonito ajuariaste el entierro y qué tal hormigueaba el gentío en el
Camposanto”.
Observas el reloj de la torre del templo y vuelves a interrumpirla. Te despides y
sigues caminando. Te das cuenta que conoces muy bien el arte de la omisión y los
privilegios que ofrece.
Al entrar al templo escuchas la voz del Sacristán; te da las buenas tardes, igual
que aquel día que te contó la conversación que había escuchado:
-
¿“Cómo está niña?, qué bueno que la veo, mire, no sé cómo empezar a decir
esto, pero lo que voy a decirle es la sincera verdá. Hace unos días, el 21 de
los que corren, pa´ ser exacto, andaba yo trepado, limpiando por detrás del
altar, cuando oí, bien claro, que entró alguien. Era don Brígido, lo supe
cuando el Señor Cura saludó...”
-
Buenos días te de Dios Brígido, pasa, ¿No gustas sentarte a almorzar?
-
Pos un café sí se lo acepto, porque vengo a tratar un asunto. Ya ve que me
voy a aventar otra vez de candidato a la Presidencia Municipal, igual que en
el 64, hace seis años, que dicho sea de paso, gané con legalidá.
-
Mire usté Padre, pero óigame bien, necesito casarme con la huerfanita de
los Amezcua, ésa que usté llevó a vivir con doña Juanita la yerbera. Con su
permiso, le voy a explicar, porque se nota a leguas que no sabe de estos
asuntos de política. Ya le expliqué que lo del incendio fue un accidente, y si
me caso con la huérfana, le voy a callar la boca a ciertas gentes que me
pueden echar a perder mis planes. Por otro lado, como quiero que la boda
sea muy sonada, le voy a dar lo que se necesite pa´ los arreglos de su
templo.
Y desde donde yo andaba trepado, vi que sacó un pañuelo colorado con un
buen puño de pesos que el señor Cura casi le arrebató de la mano. Yo me arrejolé allí
donde estaba, por si acaso, no fuera ser que quedara ensartado en el trato, y con eso
de que el señor Cura tiene la costumbre de decidir por los demás, pos le dijo que a otro
día tempranito comenzaba los arreglos, y encaminó a don Brígido hasta la puerta.
La voz del Sacristán te regresa al presente.
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“Qué anda haciendo por acá niña”.
Le explicas que trajiste comida para el señor Cura, a quien no sabes cómo
agradecer todo lo que ha hecho por ti.
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“Pase niña, y yo me retiro que ya mi viejita me ha de estar esperando”.
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“Buenas tardes hija, pasa, pero qué bien huele esto, no en balde don Brígido,
que en gloria esté, decía que en este pueblo nadie como tú para la cocina.
Que Dios te bendiga y te dé más, ¿Qué me trajiste, hija?”.
Respondes con voz firme, pero amable:
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Chichicuilotes con hongos Padre.

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