Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar

Transcripción

Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
Un gran acontecimiento
en la vida parroquial y familiar
Carta a los responsables de la
preparación de los niños
para recibir la primera comunión
Santiago García Aracil
Arzobispo de Mérida-Badajoz
2009
UN GRAN ACONTECIMIENTO
en la vida de los niños,
de la Parroquia y de la familia
CARTA A LOS RESPONSABLES DE LA
PREPARACIÓN DE LOS NIÑOS
PARA RECIBIR LA PRIMERA COMUNIÓN
Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
Mis queridos sacerdotes, padres de familia y catequistas:
1.- Motivo de esta carta
Me dirijo a vosotros, de modo extraordinario, puesto que a
todos vosotros, sacerdotes, padres y catequistas, os he escrito al
comenzar el curso. Así lo vengo haciendo desde que me encuentro entre vosotros y a vuestro servicio pastoral.
La importancia del asunto que deseo compartir ahora con
quienes tenéis una responsabilidad directa en la educación cristiana de los niños requiere un tratamiento específico. Me refiero
a cuanto gira, cada año, alrededor de la Primera Comunión
de los niños y niñas de nuestras Archidiócesis.
Creo que vosotros y yo coincidiremos si afirmo que, para
la familia y para la Parroquia, la Primera Comunión es un
acontecimiento que destaca en el transcurso de la vida familiar y de la acción pastoral. Padres, catequistas y sacerdotes os
implicáis muy seriamente, aunque de formas distintas, en la preparación y celebración de este acontecimiento. No obstante, se
observa la necesidad de mayor coincidencia en los aspectos
fundamentales. Urge avanzar hacia una más clara conciencia
de lo que corresponde concretamente a cada uno en la atención
a los niños que aspiran a recibir por primera vez el Sacramento
de la Sagrada Eucaristía para lograr la armónica confluencia de
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las distintas responsabilidades y esfuerzos. Así nos lo advierte la
Santa Madre Iglesia: “Los padres en primer lugar, y quienes hacen sus veces, así como también el párroco, tienen obligación de
procurar que los niños que han llegado al uso de razón se preparen convenientemente y se nutran cuanto antes, previa confesión sacramental, con este alimento divino” (CIC. cn 914). Esta
obligación eclesial pide que se arbitren formas de reflexión
compartida en abierto y paciente diálogo entre los sacerdotes, los padres, los catequistas, los profesores de religión y
cuantos inciden sobre los niños en su proceso educativo.
Yo me siento muy directamente implicado con vosotros
en todo el proceso que se inicia con el primer año de catequesis
y concluye con la solemne celebración de la Primera Comunión.
En ella vuestros hijos, alumnos y feligreses respectivamente reciben por primera vez el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo, que está y actúa para nuestra salvación en el Santísimo Sacramento del Altar.
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PRIMERA PARTE
Ilusión y colaboración ante el acontecimiento
2.- Ilusión y preocupación ante este precioso acontecimiento
La magnitud del acontecimiento familiar y parroquial,
que es la Primera Comunión, motiva tanto nuestra ilusión como
nuestra preocupación. Lejos de considerar este evento simplemente como una encantadora fiesta infantil de gran eco familiar
y social, la Primera Comunión debe ser contemplada, preparada, vivida y recordada como el precioso gesto del amor
de Dios que hace resonar, a través de los tiempos, aquellas conocidas y enternecedoras palabras de Jesucristo: “Dejad que los
niños se acerquen a mí y no se lo impidáis, porque de los que son
como ellos es el reino de Dios” (Lc. 18, 16).
El deseo de que sea entendida y vivida de este modo la Primera Comunión de los niños y niñas en el seno de la Parroquia y
de las respectivas familias, choca de frente con la repetida y triste experiencia de que, al menos en muchos hogares, no ocurre
así. Ello hace que coincidan en mi ánimo de Pastor, de un modo
irreconciliable, la ilusión y un inevitable disgusto acompañado
de una profunda preocupación pastoral.
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La ilusión brota y permanece al considerar la obra que
el Señor realiza cada año en un grupo nuevo de niños y niñas, y al pensar en el inmenso bien que podemos hacer a
esas criaturas ayudándoles en la debida preparación, en la
solemne celebración y en un cuidado seguimiento posterior.
El catecismo de la Iglesia Católica, refiriéndose al niño que se
acerca por primera vez a la Eucaristía, dice: “Hecho hijo de Dios,
revestido de la túnica nupcial (la vestidura blanca que significa
la limpieza de alma operada por el Bautismo), el neófito es admitido <al festín de las bodas del Cordero> y recibe el alimento
de la vida nueva, el cuerpo y la sangre de Cristo” (CEC. 1244).
El Papa San Pío X, en el “Decreto sobre la edad para la Primera
Comunión”, lamentando ciertos criterios tendentes a demorar la
recepción de este Sacramento, alude a los bienes que la Eucaristía obra en el alma del niño: “Sucedía, pues, que la inocencia
de los primeros años, apartada de abrazarse con Cristo, se veía
privada de todo jugo de vida interior; de donde se seguía que la
juventud, careciendo de tan eficaz auxilio, y envuelta por tantos
peligros, perdido el candor, cayese en los vicios antes de gustar
los santos misterios” (o.c. 5)
La preocupación, ciertamente muy seria, asoma cuando pienso en el problema que, tanto para los niños como para
la vida pastoral de las Parroquias, supone la disociación entre el clima claramente cristiano fomentado en la catequesis
Parroquial, y el ambiente excesivamente materializado, poco
o nada religioso, que domina en el seno de muchas familias,
y que afecta notablemente a los niños.
Siento que muchos padres, manifestándose muy interesados en que los niños reciban la Primera Comunión, den una
desproporcionada importancia a los trajes, a los regalos, a los
banquetes celebrativos y, en general, a cuanto forma parte de
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una simple fiesta social. Todo ello va en detrimento del ambiente
que necesita el niño para realizar con dignidad y espíritu religioso el solemne acto de su Primera Comunión.
Nuestro Sínodo Diocesano, celebrado en el año 1992, manifiesta ya una seria preocupación por determinados excesos, e
invita a su progresiva corrección: “Debe reformarse el contexto
actual de las Primeras Comuniones que favorece y fomenta una
celebración ostentosa y consumista, como acontecimiento más
social que religioso” (Prop. 108). Y, en este mismos sentido se
manifiesta en 1995 el Directorio Pastoral de la Iniciación Cristiana de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz: “Hoy es muy frecuente que, con ocasión de la primera Comunión de sus hijos,
muchos padres se dejen absorber por compromisos sociales y
gastos exagerados y excesivos” (o.c. 105).
Por otra parte, la exagerada magnitud que se da a la dimensión profana y social de esta celebración se ha convertido casi en
un requisito aparentemente insoslayable para las familias, y en
un motivo de lamentable competitividad social que produce frecuentemente graves trastornos en la economía y en el equilibrio
familiar. La presión de la fiesta social desenfocada o desproporcionada, condiciona y domina incluso a familias de un profundo
sentido cristiano. Por eso conviene que se propicie, con tiempo,
una reflexión debidamente motivada y desenfadada sobre este
punto. A ello nos urge el Directorio de la Iniciación Cristiana arriba citado, diciendo: “Se trata de un comportamiento muy arraigado, por lo que es necesario insistir, en los encuentros con los
padres, para que pongan empeño en centrar el interés de ese día,
sobre todo en la celebración eucarística, poniendo en un claro
segundo plano el traje, los regalos y la fiesta social que se ha de
caracterizar por la sobriedad y la sencillez” (o.c. 105).
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Debe procurarse, pues, con toda paciencia y buen tacto,
que los criterios vayan madurando y las actitudes vayan cambiando en el seno de las familias. Sobre todo entre los grupos
de matrimonios amigos, capaces de entender el problema, de
adoptar la postura correcta, y de iniciar unos comportamientos
acordes con lo que venimos diciendo. En este, como en muchos otros asuntos, tiene gran importancia la presentación
razonada del problema, y la ayuda entre amigos, apoyada
por la misma Comunidad parroquial y lejos de advertencias
condenatorias o que puedan parecer humillantes.
3.- Quiero entender, comprender y orientar vuestra situación
Como Arzobispo vuestro, quiero entender y comprender
cuanto gira en torno a la Primera Comunión, y cuanto se ha ido
asociando a ella, a través de los tiempos, por diversos motivos e
influencias.
Entender y comprender equivale a conocer los motivos
que inducen a implicarse en cuanto venimos diciendo; y que,
contando con elementos indudablemente positivos, queda salpicado y muy condicionado, a veces, por lamentables elementos
negativos.
Entender y comprender no significa, en modo alguno,
justificar lo negativo, ni siquiera transigir ante ello sin manifestar las razones que puedan ayudar a superarlo.
Entender y comprender, de ninguna forma significa admitir la disociación entre el ámbito religioso-sacramental y el
festivo-social indebidamente desproporcionado o paganizado
como si se aceptara la equiparación entre lo positivo y lo negativo. De este modo, podría parecer que lo bueno da consciente y
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autorizada cobertura a lo malo. Si yo actuara así, cometería una
falta grave contra la verdad, contra mi deber pastoral, y contra el
respeto que merecéis los padres de los niños y niñas de Primera
Comunión.
Sin embargo, entender y comprender sí que es compatible con cierta tolerancia en este campo, que dé tiempo a ir
construyendo, sin perder tiempo, otros esquemas mentales
en las nuevas generaciones. De lo contrario podría producirse
la impresión de una dureza y premura, innecesarias e impropias
de la Iglesia, en cuestiones que no nacen de la mala voluntad.
Posiblemente nazcan de una deficiente formación, o de un silencio indebido por parte de quienes debían haber hablado y dado
testimonio sobre el equilibrio entre lo religioso y lo profano en
torno a celebraciones sagradas.
4.- Esperanza, interés y colaboración
La esperanza y el interés por conseguir todo cuanto pueda favorecer la debida celebración de este acontecimiento eucarístico infantil y plenamente eclesial, no siempre se ven satisfactoriamente colmadas. No resulta fácil acertar en la preparación
de los niños y niñas puesto que, a veces, son muy distintos los
niveles de formación y de hábitos religiosos con que llegan a la
catequesis, según las familias y los ambientes de procedencia;
y ello condiciona seriamente el aprovechamiento de los niños y
las niñas.
La catequesis es tarea delicada y compleja porque forma parte de la iniciación cristiana, que no es un objetivo fácil
de alcanzar, puesto que requiere en estos tiempos, como nos
decía el Papa Juan Pablo II, nuevos bríos, nuevos métodos y
nuevos lenguajes. Ello nos compromete a los sacerdotes, a los
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catequistas y a los padres cristianos en una constante renovación personal y a una actualización permanente de los instrumentos adecuados para conseguir el fin que se persigue
en cada momento y en cada ambiente. No estaría de más
que, para los niños que desean recibir la Comunión y proceden de familias con poca formación cristiana y con un ambiente religiosamente frío o incluso negativo, se procurara
algún miembro de la Comunidad parroquial, más o menos
allegado, o capaz de acercarse a la familia, para que ayudara
o supliera a los padres en la parte de la catequesis que corresponde principalmente a estos.
La superación de las propias deficiencias en este quehacer, y la corrección de los comportamientos inadecuados o mejorables por parte de cada uno de los adultos, han de movernos
a un claro interés por la ayuda mutua; deben comprometemos
a todos en una apretada y generosa colaboración personal e institucional entre la Parroquia y las familias, entre los catequistas
y los padres, y entre los sacerdotes, catequistas, padres y profesores de religión. La tarea en que estamos comprometidos
exige una adecuada programación y un equipo de trabajo
bien preparado, decidido y emprendedor. Estoy convencido
de que, si esa tarea se mira con realismo, sin idealismos ni pesimismos, se pueden lograr metas progresivamente más adecuadas a las necesidades y más satisfactorias para quienes han de
realizarlas.
5.- ¿Por qué la Primera Comunión en edad tan temprana?
Los padres sueñan con ver crecidos y maduros a sus hijos,
aunque temen que pierdan el encanto de su más tierna infancia, y
lleguen a esas edades difíciles en que la relación familiar se hace
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más compleja porque van surgiendo los problemas en la mente y
en el corazón de los adolescentes y jóvenes.
La Iglesia, que también es madre, puesto que de su seno
nacimos a la vida de Dios por el Bautismo, también goza de
sentar a la mesa de los adultos a quienes, a pesar de su corta
edad, ya disfrutan del uso de razón, de una conciencia que
va despertando a la distinción entre el bien y el mal, y de un
corazón abierto al conocimiento creyente y a la admiración y
adoración del Señor de cielos y tierra.
El niño, cuando llega a la edad del discernimiento, y cuando es capaz de asimilar lo que corresponde al proceso de iniciación cristiana propia de sus años, es considerado por la Iglesia
apto para prepararse a participar de la Sagrada Eucaristía en el
Banquete del Señor junto con los fieles cristianos adultos. Repito, pues, que es una alegría también para la Santa Madre Iglesia,
como lo es para los padres, contemplar a sus hijos incorporados
conscientemente a la vida familiar de los hijos de Dios, participando de la Mesa eucarística junto con los mayores. Los niños y
niñas aportan a ese encuentro sacramental el encanto, la ternura,
la ingenuidad y la limpieza de corazón que dan a la reunión en
torno a la Mesa del Señor una frescura y un encanto verdaderamente admirables.
Por otra parte, a pesar de las características tan encomiables que hemos destacado en los niños, que cuentan con
la edad y con las condiciones adecuadas para recibir la Primera
Comunión, sabemos muy bien que ya apuntan en su alma
pequeñas malicias, y claros signos de contagio de los ambientes e influencias no siempre positivas. Podríamos decir que el
pecado ya apunta, de alguna forma, en su corazón.
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La Iglesia, como una madre amantísima, solícita y responsable de la buena educación de sus hijos, e interesada en que
dispongan de los recursos necesarios para su crecimiento integral y para su desarrollo armónico en la virtud, quiere acercar
a los niños y niñas a la Mesa del Señor para que participen del
pan celestial que es alimento de vida y fuente de fortaleza frente
a las tentaciones del maligno y contra las malas influencias del
ambiente. Así lo enseña Jesucristo cuando nos dice: “Sin mí no
podéis hacer nada” (Jn. 15, 5). “Si no comiereis la carne del
Hijo del Hombre y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en
vosotros” (Jn. 6, 53). “El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn. 6, 54).
Y, como desde el uso de razón o capacidad de discernir
entre el bien y el mal, cuanto menos en lo básico, el niño puede
pecar, no solo necesita de la fortaleza que le aporta el alimento
de la Eucaristía, sino que debe acercarse, también, al sacramento de la Penitencia para reconciliarse con Dios.
El Papa San Pío X, promotor de la Primera Comunión a
la tierna edad en que despunta el uso de razón, decía citando al
cuarto Concilio de Letrán: “Todos los fieles de uno y otro sexo,
en llegando a la edad de la discreción, deben por sí confesar
fielmente todos sus pecados, por lo menos una vez al año, al
sacerdote propio, procurando según sus fuerzas cumplir la penitencia que le fuere impuesta y recibir con reverencia, al menos
por Pascua, el Sacramento de la Eucaristía, a no ser que por
consejo del propio sacerdote y por causa razonable creyeren
oportuno abstenerse de comulgar por algún tiempo” (Decr. Citado, 2).
Conviene recordar, en este momento, que una adecuada
pedagogía del Sacramento de la Penitencia y una correcta celebración por parte de los niños, aconseja que haya una ocasión en
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que, sin prisas y con los recursos propios de una celebración infantil correcta, se cuide la primera celebración de la Penitencia;
en un momento oportuno del segundo curso de la catequesis.
Luego, en las vísperas de la Primera Comunión, deberá ofrecerse a los niños la oportunidad de participar en el Sacramento
de la Penitencia. Pero, en todo ello ha de procurarse que el niño
entienda que la práctica de la penitencia no es algo esporádico
en la vida del cristiano, y tampoco una obligación precisa cada
vez que se vaya a recibir la Sagrada Eucaristía.
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SEGUNDA PARTE
Preparación de los niños y niñas
6.- Necesidad de una buena preparación de los niños y niñas
Cuando algo importante se realiza sin la debida preparación, se desvirtúa y se deteriora en la conciencia de quien
llega a ello de forma superficial e incompetente, aunque no
sea culpable de su propia situación.
La necesaria preparación de los niños, tal como lo indica el
proceso de la Iniciación cristiana previa a la Primera Comunión,
exige, al menos, un conocimiento de las verdades fundamentales que confiesa o proclama la fe cristiana. Este conocimiento,
adecuado a la edad de los niños y niñas, aunque requiere una explicación básica a la altura de sus exigencias y capacidades, no
puede ceñirse a lo que podríamos llamar “comprensión” o puro
conocimiento intelectual. En las edades a las que nos estamos
refiriendo, es muy necesario que se faciliten expresiones concretas y válidas para retener y comunicar las verdades ya
conocidas y entendidas a su modo y en su nivel. Podríamos
decir que la memorización es el necesario complemento de
la explicación de las verdades. Sólo así podrá el niño llegar a
poseer con firmeza lo que se le ofrece y enseña.
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El Directorio General para la Catequesis, publicado por
la Congregación para el clero en el año 1997, dice sobre la memorización en la catequesis: “La Catequesis está vinculada a
la <Memoria> de la Iglesia que mantiene viva entre nosotros
la presencia del Señor. El ejercicio de la memoria es, por tanto, un elemento constitutivo de la pedagogía de la fe, desde los
comienzos del cristianismo...En particular, se han de considerar
oportunamente como objeto de memoria las principales fórmulas de la fe, ya que aseguran una exposición más precisa de la
misma y garantizan un rico patrimonio común doctrinal, cultural y lingüístico” (o.c. 154).
La tarea de memorización, que sigue ritmos distintos según las personas, desborda generalmente el tiempo destinado a
la Catequesis. En ese mismo tiempo el catequista debe animar a
la conversión y a la plegaria como ayudas imprescindibles para
la interiorización religiosa de lo que el niño va aprendiendo.
Además de las verdades que debe ir aprendiendo el aspirante a la Primera Comunión, ha de familiarizarse con determinadas oraciones que deben grabarse firmemente en la memoria
para que no se olviden. Han de convertirse en plegaria de adoración, de alabanza, de arrepentimiento, de súplica y de acción de
gracias a lo largo de la vida.
Todo este conjunto de objetivos propios de la Catequesis
preparatoria a la Primera Comunión desbordan, como he dicho
antes, el tiempo y los recursos de los catequistas. Requieren, por
tanto, la colaboración de los padres. Lo que ocurre es que algunos padres no están preparados para ello, o no disponen del
tiempo necesario en el momento oportuno. En este caso, deberán buscar la ayuda de algún familiar o de algún amigo
que esté capacitado para prestar al niño adecuadamente esta
ayuda imprescindible. Hay que procurar que la memorización
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no resulte odiosa; de lo contrarío produciría el efecto opuesto al
que se pretende.
Esta importante tarea de ayuda o suplencia familiar debe
comenzar desde el primer día de la catequesis para los niños
que llegan sin los conocimientos ni los hábitos religiosos elementales y correspondientes a la infancia. En la búsqueda de
esta ayuda es muy importante la colaboración de la comunidad
parroquial.
7.- Atención a los niños con alguna deficiencia considerable
En esta carta he aludido repetidas veces a la condición de
Madre que constituye una cualidad muy importante de la Iglesia.
Esa maternidad es confundida por algunos, equivocadamente,
con una actitud de absoluta permisividad para todo lo que cada
cual pueda considerar como un derecho, o exponer como un
simple deseo que estima legítimo. Nunca la maternidad responsable puede confundirse con la dejación de su esencial
deber educativo, tal como necesitan y pueden asumir los hijos
singularmente considerados.
Por este motivo, la Iglesia se vuelca en atenciones con todos, procurando ayudar a su promoción personal y cristiana; y,
en ello, debe ser fiel cumplidora de los deberes que le incumben
por la obediencia a la doctrina católica y a la legislación eclesiástica vigente. Esta es la razón de que, en alguna ocasiones,
haya cierta confrontación innecesaria pero, a veces inevitable,
entre lo que piden algunas personas, y lo que la Iglesia debe
hacer o puede permitir en lo que se refiere a los requisitos concretos para recibir la Primera Comunión. De ello hemos tratado
en esta carta.
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En este punto de la Carta quiero exponer lo concerniente
a los casos extraordinarios que también merecen maternal atención, en nombre de la Iglesia, por parte de los pastores y de los
colaboradores. Se trata del cuidado de los niños y niñas que puedan sufrir alguna deficiencia condicionante ante las exigencias
básicas de la catequesis preparatoria. Estas exigencias son, en
definitiva, las que la Iglesia establece para la recepción del Sacramento de la Eucaristía, y que están indicadas en el curso de
esta carta y en el mismo Catecismo que debe constituir el punto
de referencia de cada niño y de cada Catequista en el proceso
preparatorio.
Sobre ello, dice el Directorio General de la Catequesis elaborado por la Santa Sede: “Toda comunidad cristiana considera
como predilectos del Señor a aquellos que, particularmente entre los más pequeños, sufren alguna deficiencia física o mental
u otra forma de privación. Actualmente, a causa de una mayor
conciencia social y eclesial, y también debido a los innegables
progresos de la pedagogía especial, se ha conseguido que la
familia y otros ámbitos educativos puedan ofrecer hoy a estas
personas una catequesis apropiada, a la que por otra parte tienen derecho como bautizados, y si no están bautizados, como
llamados a la salvación. El amor del Padre hacia sus hijos más
débiles y la continua presencia de Jesús con su Espíritu dan fe
de que toda persona, por limitada que sea, es capaz de crecer en
santidad” (DGC. 189).
Esta doctrina ha sido recogida por nuestra Archidiócesis
con verdadera fidelidad al pensamiento de la Iglesia, y con evidente caridad hacia los niños y adultos que sufren especiales
limitaciones. Por eso, el Directorio para la Iniciación Cristiana,
emanado de nuestro reciente Sínodo Diocesano, dice: “A los niños con determinadas minusvalías que puedan ser, en alguna
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medida sujetos de Iniciación Cristiana, se les prestarán, con especial atención, todos los cuidados necesarios para la misma,
teniendo en cuenta al máximo que el Sacramento es un don, un
regalo de Dios, y manifestando así la predilección amorosa de
la Iglesia por estos hijos suyos” (o.c. 98).
Una vez expuesto el pensamiento de la Iglesia universal, y
manifestada la aplicación que de ella hace la Iglesia particular,
que es nuestra Archidiócesis de Mérida-Badajoz, conviene señalar unos puntos que faciliten la operatividad más acertada en
favor de los niños y niñas a los que nos referimos.
El Papa San Pío X, el Decreto a que me vengo refiriendo
en esta Carta Pastoral dice: “El conocimiento de la religión, que
se requiere en el niño para prepararse convenientemente a la
primera Comunión, es aquel por el cual sabe, según su capacidad, los misterios de la fe, necesarios con necesidad de medio, y
la distinción que hay entre el Pan Eucarístico y el pan común y
material, a fin de que pueda acercarse a la Sagrada Eucaristía
con aquella devoción que puede tenerse a su edad” (o.c. 10, III).
Lo primero que se ha de tener en cuenta es que los niños y
niñas con limitaciones o minusvalías constatadas requieren,
para alcanzar lo fundamental de estos conocimientos, una
atención singular. Por tanto, los padres en primer lugar, deberán asumir la necesidad de un programa especial de preparación para los hijos en estas condiciones.
Esto supone que los padres no deben entretenerse en el
comienzo de la catequesis; que han de tomarse en serio, por sí
mismos o mediante la ayuda de personas autorizadas y competentes, su aportación al proceso catequético de su hijo o hija
tal como el Párroco o el catequista les indique. En caso de que
el niño o niña que requiere especiales atenciones catequéti19
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cas tenga hermanitos cercanos en edad, que van a recibir la
Primera Comunión en fecha próxima, los padres no deben
hacer cálculos precipitados respecto de la posibilidad de que
ambos reciban juntos la primera Comunión. No se va a exigir los mismos conocimientos y requisitos a los dos hermanos.
Pero no se debe prescindir de la preparación básica y posible,
razonablemente exigida al niño con minusvalía. Esto podría empobrecer en él o en ella el significado e importancia de la Primera Comunión reduciéndola en ellos a una simple ilusión festiva
contagiada por el ambiente familiar, parroquial o escolar; cosa
incorrecta.
Considero que es mi deber insistir en la comprensión y
colaboración de los padres, ateniéndose a los requisitos manifestados en los documentos que he citado y en las consideraciones
que se han expuesto.
Por otra parte, exhorto a los colaboradores en la acción
catequética preparatoria para la primera Comunión, a que,
en contacto con los padres y con quienes pueden conocer
bien las características, capacidades y formas adecuadas de
tratamiento de estos niños, estudien y concreten los contenidos básicos que deben aprender, las actitudes fundamentales
que deben cultivar, y la forma correcta de ayudarles a adquirir todo ello.
8.- Duración de la catequesis preparatoria para la Primera
Comunión
No olvidemos que muchos niños llegan a la catequesis de
Primera Comunión careciendo de todo o de mucho de lo que
concierne a la educación cristiana básica propia de los primeros
años de su infancia. Me refiero al <despertar religioso>, para el
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que la Iglesia facilita elementos auxiliares, dada la importancia
de este preámbulo de la catequesis. Pero éstos elementos auxiliares no siempre son utilizados por los padres o por los demás
educadores que inciden sobre la vida y evolución del niño. Es
más: algunas veces se dan por supuestos, sin dedicar en el proceso catequético, un tiempo adecuado para su aprendizaje. Esto
supone un serio problema al intentar el desarrollo sistematizado
que propone el catecismo preparado por la Conferencia episcopal para este fin. Catecismo que debe constituir el apoyo
básico para el desarrollo de la catequesis, y que ha de poseer
y manejar cada uno de los niños aspirantes a la Primera Comunión.
A este respecto, nuestro Directorio Pastoral de la Iniciación Cristiana hablaba en 1995 de las etapas a recorrer en la
catequesis. Y señalaba, como la primera etapa, el <despertar
religioso> hasta los 6 años; a realizar fundamentalmente en
la familia, con las ayudas necesarias en casos especiales. Para
ello, la Conferencia Episcopal española estableció como material básico, el primer catecismo de la Comunidad, titulado
“Los primeros pasos en la fe”. El Directorio cita al Papa Juan
Pablo II cuando decía: “El niño pequeño recibe de sus padres y
del ambiente familiar los primeros rudimentos de la catequesis,
que acaso no serán sino una sencilla revelación del padre celeste, bueno y providente, al cual aprende a dirigir su corazón. Las
brevísimas oraciones que el niño aprenderá a balbucir serán
el principio de un diálogo cariñoso con ese Dios oculto, cuya
palabra comenzará a escuchar después” (CT. 4).
Como segunda etapa, el Directorio citado alude a la
iniciación cristiana y sacramental, que sitúa entre los 7 y los
9 años de edad. Tiene como objetivo que el niño asimile los
principales elementos de la vida cristiana y se familiarice con las
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cosas de Dios. En estos dos años debe seguir las pautas señaladas en el catecismo “Jesús es el Señor” al que acabo de aludir.
Consiguientemente, si el niño no ha desarrollado lo
concerniente al despertar religioso, deberá dedicar tres años
a la preparación de la Primera Comunión.
Si, debidamente probado, consta que realizó de forma
correcta lo concerniente al despertar religioso (cosa cada vez
menos frecuente), bastará que dedique los dos años que señala el procedimiento catequético propio del catecismo indicado.
Esta diferenciación puede ser motivo de complicaciones,
pero es de justicia. Habrá que estimar los procedimientos para
una correcta valoración del despertar religioso. De lo contrario,
deberá establecerse para todos el período de tres años, como se
indica en el párrafo anterior.
Estoy convencido de que, si no se toma en serio y con la
debida prudencia por parte de todos lo que acabamos de decir,
seguirá el incomodo que ya sufren algunos párrocos por establecer como obligatorios los tres años de catequesis previos a
la Primera Comunión, dado el estado general en que llegan los
niños a inscribirse para recibir la Eucaristía.
Lo que he manifestado puede llevar a señalar diferencias personales según la situación de cada niño; pero no justifica diferencias en el modo de proceder de las Parroquias por
decisión personal del párroco. Esas diferencias no son correctas
ni siquiera justas. Teniendo en cuenta la unidad fundamental que
deben guardar las instituciones diocesanas, cada parroquia no
tiene derecho ni autoridad para establecer sus años de catequesis por encima de lo establecido, legítima y razonadamente, por quien tiene obligación y autoridad para ello.
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Es necesario que todos hagamos un esfuerzo por asumir
la propia responsabilidad en este punto. Como Obispo, debo decir que éste es el punto por el que más incomodidad y malestar
me manifiestan muchos sacerdotes. Crea verdaderos problemas
a causa de los agravios comparativos y de los disgustos que, por
ello, causan los padres que están más interesados por la fiesta
y la edad del niño que por lo que significa para el niño y para
su vida cristiana recibir la Sagrada Eucaristía. Me violenta esta
situación de libre iniciativa y de individual decisión personal por
parte de algunos responsables, porque sobre ello me preguntan
en público, poniéndome en el brete de desacreditar a quienes así
procedieron sin razón suficiente.
Concluyendo, podríamos decir que los años de la catequesis preparatoria a la Primera Comunión son tres, salvo en los
casos en que se constate un adecuada realización del despertar
religioso en el niño a la hora de inscribirse en la catequesis.
Para que la temporalización de los tres años de catequesis
en la edad de los niños no sea arbitraria y no ocasione conflictos,
es conveniente atenerse a lo que dice nuestro Directorio de la
Iniciación cristiana (nº 87). En la puntualización de edades, se
atiene a lo que dice el Código de Derecho Canónigo.
El despertar religioso, puede preceder al uso de razón. Por
tanto cabe como aprendizaje o educación previa a los siete años.
Según el Código de Derecho canónico, “El menor, antes
de cumplir siete años, se llama infante, y se le considera sin uso
de razón; cumplidos los siete años, se presume que tiene uso de
razón” (cn 97 § 2),
El aprendizaje del catecismo asignado para la preparación
inmediata a la recepción de la Primera Comunión, corresponderá al tiempo de uso de razón; esto es, a partir de los 7 años. Como
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el proceso catequético requiere dos años, abarcará los siete y
ocho años. La recepción de la comunión corresponderá, ordinariamente al final de los ocho años o a los nueve.
Si el despertar religioso no se hubiese realizado antes de
los 7 años, tendría que realizarse a partir de este año con ello se
retrasaría la edad en que el niño recibirá la Primera Comunión.
La solución para no retardar innecesariamente la Primera
Comunión, cabe comenzar la catequesis con el despertar religioso a los 6 años, y desarrollar el aprendizaje del Catecismo,
durante el 7º y el 8º año de edad.
9.- La preparación a la Primera Comunión y la progresiva
incorporación a la vida de la Iglesia
Si nos estamos refiriendo a la iniciación cristiana, que
cuenta con la progresiva participación en los sacramentos (especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía después del Bautismo) no haría falta insistir sobre la progresiva integración en la
Iglesia que la misma catequesis debe procurar en el niño. Pero,
precisamente porque estamos hablando de la iniciación cristiana, que es inseparablemente iniciación a la vida de la Iglesia
y en la Iglesia, no podemos dejar de aludir a la conveniente
preparación explícita y a la progresiva vinculación consciente del niño a determinadas celebraciones litúrgicas que le
permitan asomarse a lo que, después de la Primera Comunión, deberá ser en ellos una práctica ordinaria. Me refiero,
especialmente, a la Santa Misa dominical.
Esta es la ocasión de manifestar que, con un sano criterio
ha de concluirse que el día más adecuado para recibir la Primera
Comunión es el incluido en el Tiempo Litúrgico correspondiente
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
al Domingo. Es lógico que el primer día en que el niño participa
del Banquete Eucarístico, sea el mismo en que la Iglesia celebra,
solemnemente, el día del Señor, que es, eminentemente, el día
de la iglesia, el día de la Eucaristía, el día de la Comunidad eclesial en la que se integra plenamente al recibir el Sacramento del
Cuerpo y la Sangre del Señor.
En la celebración de la Eucaristía, procúrese evitar toda
acción que deteriore la vivencia litúrgica acercándole a formas
espectaculares o folklóricas. Con ello, a lo sumo se puede conseguir captar la atención de niños y adultos, pero no acercarles
más al misterio de la Eucaristía. Debemos cuidar que no se confundan las formas pedagógicas que faciliten la participación de
los niños con unas formas de entretenimiento. No olvidemos que
esto puede dificultar la participación de los niños en la Eucaristía
cuando asistan con sus padres, con catequistas o amigos a una
celebración en los Domingos.
Es muy importante considerar que el Papa San Pío X, refiriéndose a la vinculación de los niños a la Eucaristía y a la Penitencia, y teniendo en cuenta lo fáciles que son los niños para las
influencias ambientales, especialmente las negativas, dice: “El
precepto de que los niños confiesen y comulguen afecta principalmente a quienes deben tener cuidado de los mismos, esto es,
a sus padres, al confesor, a los maestros y al párroco” (Decreto
citado, 10, IV).
Esta responsabilidad de los adultos vinculados al niño no
concluye advirtiendo a los niños cada vez, ni siquiera insistiéndoles o urgiéndoles a que participen en la Penitencia y en la
Eucaristía. Habrá que animarles con el propio ejemplo, como
padres y como catequistas, sacrificando lo posible para acompañarles a la participación en estos sacramentos, e incluso preparándoles a ellos.
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
Esta necesidad catequética deberá hacernos pensar
en determinadas Celebraciones litúrgicas muy bien preparadas para que los niños y niñas puedan asomarse a la riqueza de la vida eclesial, progresivamente y de forma adecuada
a su edad y a sus capacidades.
Dicha práctica litúrgica y piadosa es verdaderamente importante en el proceso catequético. No podemos permitir que se
confunda la catequesis con un mero aprendizaje de conceptos y
de oraciones, o con una simple llamada a comportarse honestamente según la moral cristiana. Es necesario que se vaya entendiendo, por la oportuna reflexión y por la práctica, que la vida
cristiana consiste en un acercamiento fiel al Señor que se hace
presente de muchas formas y, especialmente, en las celebraciones del Culto sagrado.
También en este punto es absolutamente imprescindible la colaboración entre todos los implicados en la educación cristiana de los niños. Cantos, ceremonias, intervenciones
propias de la participación infantil en los actos sagrados, textos
a recitar, explicaciones de la palabra de Dios, etc., constituyen
un conjunto no siempre fácil de armonizar. Por este motivo, la
iniciación cristiana de los niños debe ser preocupación y colaboración de la familia y de la Comunidad parroquial en su
conjunto.
Esta colaboración al interior de la la Comunidad Parroquial, especialmente por parte de los catequistas y de los profesores de religión, y por parte de los padres o de quienes ellos
elijan para ayudarles, debe entenderse como importantísima. De
lo contrario, no solo quedará incompleta la tarea de iniciación
cristiana de los niños, sino que se provocará una separación entre lo que significa la Primera Comunión y lo que esta celebración debe implicar en la conducta cristiana posterior.
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
El olvido de que es tarea imprescindible educar para la
continuidad entre la preparación y celebración de la Primera Comunión y la vida cristiana que ella nos exige y propicia, provoca el triste e incoherente fenómeno del abandono de la práctica
cristiana por parte de los niños ya desde el Domingo siguiente a
su participación primera en la sagrada Eucaristía.
Es tarea de la Comunidad Parroquial procurar la progresiva introducción del niño en la vida de la Iglesia, especialmente mediante la participación en la Eucaristía dominical, en la oración personal y en la práctica del Sacramento
de la Penitencia.
Cuando se explica insistentemente a los niños, como corresponde hacer en la catequesis, lo que significa la Primera Comunión, y cuando se les introduce en el conocimiento de la vida
de la Iglesia, pero luego experimentan el abandono de padres,
catequistas, etc., en lo que se refiere al acompañamiento cristiano posterior, como si esto ya no fuera tan importante, terminan
concluyendo que lo que se tenía que hacer ya se hizo al recibir
al Señor aquel día tan precioso; y que ya no están obligados a
nada más. Por eso, y con la presión del ambiente hostil a la fe y
a la Iglesia en que viven, se van abandonando; y, con el paso de
los años, se adentran progresivamente en una vida cada vez más
distante de la fe y más alejada de la Iglesia.
La preparación a la Primera Comunión comporta todo
un plan de pastoral de seguimiento, que ha de pasar por un
claro planteamiento de pastoral de la infancia, de la adolescencia y de la juventud. Y en ello han de sentirse implicados
los mismos grupos de personas que antes llamábamos a la colaboración para llevar a buen término la catequesis de Primera
Comunión. Esta afirmación no es exagerada, ni debe considerarse utópica. Sería muy importante y fructífero que se constitu27
Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
yera en objeto de reflexión compartida entre catequistas y otros
agentes de pastoral de infancia de distintas Parroquias. Vuelvo a
insistir en la urgencia de trabajar pastoralmente abiertos a la colaboración y valorándola como corresponde. La inercia de quedarse en lo propio cierra horizontes e impide una sana revisión
de lo hecho.
Los tiempos nuevos piden a la Comunidad parroquial, animada por un voluntariado competente y animoso, una acción
continuada de atención a niños, adolescentes y jóvenes. Y esta
atención comporta la preparación de personas bien elegidas y
bien dispuestas, tanto padres, como educadores de diverso rango
y dedicación. (Monitores de juventud, promotores de movimientos cristianos juveniles, grupos de padres colaboradores, etc.).
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
TERCERA PARTE
Algunos puntos de especial interés
10.- Lugar donde ha de celebrarse la Primera Comunión
El Código de Derecho canónico no establece norma general alguna sobre el lugar donde deban administrarse los Sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación
y Eucaristía en la Primera Comunión. Solamente respecto del
Bautismo dice el canon 857 que “como norma general, el adulto
debe bautizarse en la iglesia parroquial propia, y el niño en la
Iglesia parroquial de los padres, a no ser que una causa justa
aconseje otra cosa”.
Respecto del lugar en que debe ser administrado el Sacramento de la Confirmación, el can. 880 dice: “Conviene que el
sacramento de la Confirmación se celebre en una iglesia y dentro de la Misa; sin embargo, por causa justa y razonable, puede
celebrarse fuera de la Misa y en cualquier lugar digno”.
Refiriéndose al lugar propio para la celebración de la Eucaristía, dice el can. 932: “La celebración eucarística se ha de
hacer en lugar sagrado, a no ser que, en un caso particular,
la necesidad exija otra cosa; en este caso, la celebración debe
realizarse en un lugar digno”. Nada se dice, pues, respecto del
lugar en que deba celebrarse la Primera Comunión.
Sin embargo, es muy clara la íntima relación que existe entre los tres sacramentos de la iniciación cristiana. Está
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
igualmente claro que estos sacramentos, junto con el proceso
catequético, introducen a los fieles en la vida de la Iglesia. A
nadie es extraño que, como dice el Concilio Vaticano II, entre las
comunidades de fieles “destacan las parroquias, distribuidas
localmente bajo un pastor que hace las veces del Obispo. Éstas,
en cierto modo, representan a la Iglesia visible establecida por
todo el mundo” (SC. 42). Por tanto es lógico que, en la medida
de lo posible, los sacramentos de la iniciación cristiana tengan
como lugar preferente los templos parroquiales o, al menos, el
área propia de la Parroquia. De este modo, el niño puede conocer la comunidad cristiana de referencia y disponerse a integrarse activamente en ella, en la medida de lo posible.
Nuestro Sínodo diocesano, partiendo de esa vinculación
entre los sacramentos de la iniciación cristiana, dice: “El lugar
propio del Bautismo es la comunidad parroquial, y de modo semejante, ha de procurarse que ella lo sea de los otros sacramentos de la iniciación cristiana. Desde esta perspectiva teológica
y pastoral, el Sínodo urge a todos, fieles e instituciones, a que
asimilen y apliquen dicho criterio” (Prop. 112).
Procúrese, pues, que, en la medida de lo posible, se cuiden al máximo todos los signos eclesiales que deben acompañar a la más digna y elocuente celebración de los sacramentos
de la iniciación cristiana; de modo que, en ellos, encuentren
los niños una ayuda para su incorporación viva a la Iglesia
en el lugar que la divina Providencia les depare a lo largo de
su vida.
Sin embargo, debe atenderse también a otras realidades
y circunstancias que condicionan la vida y la identidad social y
comunitaria de algunas personas en determinados momentos de
su vida.
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
De acuerdo con la necesidad de prestar atención a las realidades en que viven las personas, no debe olvidarse que, para
muchísimos niños, la comunidad humana, el ambiente de trabajo
y ocio, el ámbito en el que despertaron a la amistad, el lugar donde recibieron la primera formación cristiana, y el espacio donde
pasan la mayor parte de su vida es el Colegio. Este fenómeno se
da, de un modo especial en las Ciudades grandes, en las que los
alumnos de un colegio provienen de distintas parroquias con las
que habitualmente no tiene contacto alguno, ya que, incluso en
los fines de semana son muchos los que salen con los padres a
otros domicilios de ocio y descanso. En muchísimos casos, los
padres no se preocupan excesivamente de vincularles a la Parroquia de pertenencia; y en otros, quizá sean los padres quienes les
ofrecen un antitestimonio eclesial.
Si queremos que estos niños entiendan y vivan la Eucaristía como el alimento para la vida, no lo conseguiremos
con suficiente éxito si pretendemos desvincular radicalmente
la participación primera en este Sacramento de su ámbito de
vida ordinaria no solo académica, sino cultural, deportiva e
incluso religiosa si se trata de colegios confesionales.
Por tanto, no se puede negar la posibilidad de que la Primera Comunión se realice, razonablemente, en el Colegio donde
han sido preparados los niños y niñas. Pero, incluso en ese caso,
es muy importante que se procuren signos de vinculación eclesial y parroquial.
Estas consideraciones nada contradicen la importancia de la
Comunidad parroquial en el proceso de crecimiento cristiano. Por
tanto, habrá que procurar una relación viva, continua y perceptible
entre el Colegio y las Parroquias. Tarea no fácil porque en ella se
dan muchas implicaciones personales, institucionales y estructurales,
además de la pluralidad de pertenencias parroquiales de los niños.
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
Lo verdaderamente importante es que vaya creciendo
la conciencia eclesial, y en concreto diocesana, imprescindible para la vida cristiana y para la misma identidad de los
Institutos religiosos. Debe crecer entre nosotros, sacerdotes,
religiosos y seglares, el convencimiento de que nada podemos
hacer en este mundo si no unimos las fuerzas de las Parroquias y
de las Instituciones regidas por religiosos y religiosas. Para ello
es absolutamente necesario que haya espacios de encuentro
entre los responsables de dichas instituciones, los educadores, los pastores, los catequistas, etc.
Desde estas líneas invito encarecidamente a los responsables de los Colegios y de las Parroquias, a que reflexionen
juntos, con realismo, con mutua confianza, con paciencia y esperanza, acerca de los asuntos que implican a unos y a otros
en la educación cristiana de los niños y jóvenes, que no puede
separarse de la educación en el sentido eclesial. De esa reflexión
ha de brotar cuanto concierne a los ámbitos, modos y momentos
de colaboración.
11.- Algunos aspectos básicos para la colaboración entre Colegios y Parroquias en este punto
La colaboración a que nos estamos refiriendo, no puede
ser fruto exclusivo de los acuerdos o consensos entre unos y
otros al interior de la Diócesis. Debo recordar a este respecto el
enorme interés que tienen en la Iglesia la integración y participación activa de los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares
jóvenes y adultos. Participación que el mismo Concilio vaticano
II estima necesaria incluso en cuestiones de gobierno, aunque la
última decisión esté en otras instancias. La Iglesia es esencialmente participativa, pero no es fundacional y estructuralmente
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
democrática, puesto que tiene como Cabeza siempre y sólo a
Jesucristo, goza de una Jerarquía sacramental de institución divina, y está orientada indefectiblemente por la palabra de Dios y
por la acción del Espíritu Santo.
Por estos principios de integración viva y de participación
activa, que he venido recordando y estimulando en las diversas Cartas Pastorales dirigidas a todos los que colaboran en la
vida diocesana (aunque de forma y en grados distintos), hemos
procurado animar y orientar abundantes estructuras de participación, tanto sacerdotales como abiertas al conjunto de los fieles.
Por la misma razón hemos creado las que no existían y merecían
una presencia operativa en la vida diocesana. Muestra de ello
son los Consejos diocesanos del Presbiterio y de Pastoral, los
Consejos parroquiales y arciprestales, las agrupaciones arciprestales de Cofradías, etc. Desciendo a esta referencia para recordar
el valor de todas estas organizaciones, estructuras o elementos
de participación, y aprovechar la ocasión para animar a quienes
andan todavía rezagados en la promoción y aprovechamiento,
sobre todo, de los Consejos parroquiales y arciprestales.
Terminado el inciso acerca de la participación en la vida
de la Iglesia diocesana, es necesario recordar que la base de esa
colaboración está en la necesaria aceptación de los elementos
fundamentales previamente establecidos por quienes tienen
la responsabilidad primera y última en la Pastoral de la Iglesia Universal, por una parte y, por otra, en la Pastoral de la
Iglesia particular. De ahí que haya una normativa general para
toda la Iglesia y, apoyada en ella, otra normativa diocesana, que
procura la aplicación de aquella a nuestra realidad particular y
concreta. Ello se plasma en el Plan diocesano de Pastoral, en las
orientaciones del Obispo en determinados casos y para asuntos
concretos, etc.
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
Tener esto en cuenta es más importante de lo que algunas
veces se piensa. Basta considerar dos hechos muy importantes.
Uno, la esencial unidad de la Iglesia que, en el caso de la Diócesis tiene su fautor y referencia en el Obispo. Así lo manifiesta el
Magisterio solemne de la Iglesia en el Concilio Vaticano II, diciendo: “Cada uno de los Obispos, por su parte, es el principio
y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal.“ (LG. 23). Otro hecho
es el fenómeno de la rápida intercomunicación entre los diversos
núcleos de la Diócesis, que motiva comparaciones y agravios
entre las diversas formas de actuar no siempre legítimas y razonables. Comparaciones que mueven a pedir explicaciones no
siempre posibles y convincentes por carecer de suficiente apoyo
eclesial o canónico. Es cierto que a estas reclamaciones contribuye, muchas veces, cierta conciencia equivocada de los propios
derechos, tantas veces vinculados a una considerable falta de
formación eclesial, y tantas otras instadas por gustos o intereses
personales o particulares.
No voy a pormenorizar sobre este punto, porque no es el
lugar ni el momento. Pero sí debo manifestar, en cumplimiento
de mi deber, algunas orientaciones cuya explicación, por parte del magisterio de la Iglesia y de otras instancias autorizadas,
expuse en la reciente Carta Pastoral titulada “Para vosotros,
catequistas”.
1º.- Entre ellas quiero destacar la necesidad de que todos los catequistas de Parroquias y de Colegios utilicen los
mismos materiales catequéticos. Así lo manifesté en el Decreto correspondiente al implantar para toda la Archidiócesis el
catecismo para la Primera Comunión. Me estoy refiriendo al
Catecismo que ha publicado recientemente la Conferencia
Episcopal Española con la aprobación de los Obispos, y que
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
yo he establecido como el material que todos deben utilizar
en la preparación para la Primera Comunión.
Estos materiales son: el Catecismo “Jesús es el Señor”
y la “Guía para el catequista”. Ambos materiales han sido presentados a toda la Diócesis mediante reuniones organizadas por
Vicarías episcopales.
2º.- Cada niño debe tener su propio catecismo como
material de uso personal a utilizar en casa y en las sesiones
catequéticas, hasta familiarizarse con él.
3º.- Sería muy oportuno que los responsables de la catequesis en los Colegios, invitaran a los Párrocos, o al menos,
al de la Parroquia de pertenencia del Colegio, como signo de
la Comunidad cristiana a la que han de irse vinculando al salir del Colegio. Esa vinculación eclesial a través, fundamentalmente de la Parroquia, debe formar parte de la Catequesis preparatoria a la Primera Comunión y a la Confirmación. El Concilio
Vaticano II insiste en ello muy claramente: “Es necesario que
se incorporen a la comunidad local de la parroquia, de modo
que en ella adquieran conciencia de que son miembros vivos
y activos del Pueblo de Dios” (AA. 30).
En este punto habría que considerar varios elementos que
sería bueno tratar en sucesivos encuentros entre religiosos y párrocos.
12.- La base de una buena colaboración está en la unidad
diocesana
Ya hice alusión a la necesidad de que todos utilicemos el
mismo Catecismo, cuya autoría y autoridad manifesté en el Decreto de puesta en vigor, leído en el curso de una Jornada dioce35
Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
sana para Catequistas al finalizar el curso anterior. Ahora quiero
insistir en la necesidad de que todos atiendan a esta llamada
que os hice razonable y oportunamente.
La Iglesia diocesana, rica en iniciativas pastorales de todo
tipo, que debemos defender y cultivar, no puede, en cambio, someterse en todo a la libre elección de cada uno, sobre todo en
cuestiones de semejante importancia, como es la del catecismo
a utilizar en la preparación a los sacramentos de la iniciación
cristiana. Este es un punto tratado en la Carta Pastoral que dirigí
a los Catequistas (pg. 40-41) (por tanto también a los sacerdotes, que son, junto al Obispo, los primeros catequistas en sus
respectivas comunidades parroquiales). Sería bueno retomar esa
Carta en estos momentos y en algunos puntos especialmente,
como arranque de un diálogo más entretenido con padres y catequistas. Siempre es oportuno manifestar con razones autorizadas
aquello a lo que todos debemos atenernos.
La importancia de guardar una disciplina básica en estos
puntos evita la sensación de que cada uno puede hacer lo que
quiera, como si no hubiera indicaciones oportunas y competentes por parte de los Pastores; y todos sabéis que sí las hay.
Pensad bien los Catequistas y los Párrocos, la insistencia
con que pedís al Obispo que sea firme en la exigencia de la unidad en aquello que compromete ante los feligreses la legitimidad de los procedimientos pastorales seguidos con fidelidad y
empeño en la propia Parroquia. Con esa insistencia os recuerdo
la necesidad de una razonable disciplina pastoral en todos los
puntos, debida y claramente expresados en diversos momentos.
Esta unidad no es enemiga de la atención a los casos concretos
que requieren un tratamiento diferente. Si las excepciones no
son caprichosas, sino razonablemente justificadas, las entienden
todos y no causan problemas.
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
Yo comprendo que, dado el deterioro que, en muchos casos, está sufriendo la mentalidad y los consiguientes planteamientos y costumbres ante la Primera Comunión, especialmente
por parte de algunos padres, se hace muy ardua la tarea de establecer y defender una disciplina básica, razonable y oportuna
que llegue a todos los interesados. Previendo los problemas que
puede presentar esta necesaria disciplina diocesana, es una exigencia pastoral tomar con tiempo la exposición y explicación de
lo que no depende de cada párroco, ni es capricho del Obispo.
Para la educación de las personas no vale nada el simple
recurso a la autoridad del Obispo, sin más explicación. Lo único
que se desprendería de ello es un injusto deterioro de la imagen del Pastor diocesano. Y eso, ni es justo, ni sirve para nada.
Quienes no entiendan lo que venimos diciendo y no compartan
la bondad de las normas básicas establecidas para todos, deben
acudir al Obispo y dialogar con él hasta percatarse del verdadero
sentido y de las motivaciones reales de dichas normas. Eso mismo es lo que cada párroco y cada catequista pide para sí cuando
se pone en entredicho su acierto y autoridad en cualquier decisión razonable.
13.- La fiesta de la Primera Comunión
Pretender una total separación entre la fiesta religiosa y
la fiesta profana sería una equivocación. La fiesta profana es
el signo humano del gozo que ocasiona la celebración religiosa. Por tanto, se podría afirmar que la fiesta religiosa y la
profana constituyen cierta unidad totalmente coherente con
la condición del cristiano y de la Iglesia. En la misma identidad de la Iglesia está la condición terrena y celestial, natural y
sobrenatural, humana y divina. También el hombre es terreno y
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
elevado al orden sobrenatural, espiritual y corporal, individual
y social, etc. Por tanto sería un error pretender una radical separación entre las dimensiones humanas integrantes de su única
personalidad. Jesucristo, con su presencia en las Bodas de Caná,
y contribuyendo a su esplendor con la conversión del agua en
vino, da clara muestra de lo que venimos diciendo.
Sin embargo, ha de quedar muy claro siempre que, en
esta celebración sacramental, lo profano está supeditado a lo
religioso, lo humano a lo divino, lo terreno a lo sobrenatural,
etc. La atención mayor siempre ha de ponerse en lo principal.
Esto va resultando cada día más difícil. Vivimos en una sociedad
progresivamente descristianizada, de muy escasa sensibilidad
genuinamente religiosa, y muy pobre en formación cristiana. La
condición laica de la sociedad comparte la presencia inevitable,
al menos de momento, de arraigadas costumbres cristianas. Entre ellas y por esta mezcla muchas veces desproporcionada, la
Primera Comunión ha llegado a ser, para muchos, la fiesta social
de la infancia.
Este es uno de los puntos que debería tratarse con los padres, paciente y adecuadamente, desde el comienzo de las catequesis preparatorias a la Primera Comunión. Es una pena que los
niños y su primer acercamiento a la Eucaristía queden siendo un
mero pretexto para otros fines familiares o sociales nada acordes
o muy lejanos del auténtico sentido de lo que realmente celebra
el niño. Y así ocurre algunas veces. Esto puede ser el primer
escándalo que reciba el niño, y la primera insinuación hacia el
menosprecio de lo sagrado en una sociedad materializada con
fuertes presiones laicistas.
Conviene hacer un esfuerzo por simplificar los regalos, por
unirlos cuanto sea posible al sentido de lo que se celebra, y por
separarlos de cualquier forma de distracción del niño respecto
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
de lo que va a celebrar. Para ello sería muy importante que los
padres más cercanos al sentido cristiano de la celebración, y
más dispuestos a vivir el acontecimiento con espíritu de fe,
dieran clara muestras de un cambio notable en la forma de
celebrar festivamente el inmenso Don de Dios que es la Primera Comunión.
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
CUARTA PARTE
La Primera Comunión, punto de partida
14.- La post-Comunión
La evolución psicológica, ambiental y cultural de los niños en esas edades es verdaderamente importante y rápida. Por
ello, necesitan actualizar sus conocimientos, motivar de nuevo
sus actitudes cristianas, y descubrir la riqueza y fuerza del Evangelio, camino certero para su vida. Por ese motivo, no deberá
abandonarse la formación cristiana en línea catequética a través de las diferentes edades hasta lograr una madurez humana y
cristiana. Así lo entiende la Iglesia, y lo manifiesta a través de la
Congregación para el Clero: “La Catequesis según las diferentes edades es una exigencia esencial para la comunidad cristiana. Por una parte, en efecto, la fe está presente en el desarrollo
de la persona; por otra, cada etapa de la vida está expuesta al
desafío de la descristianización y, sobre todo, debe construirse
con las tareas siempre nuevas de la vocación cristiana. Existen,
pues, con pleno derecho catequesis diversificadas y complementarias por edades, que vienen pedidas por las necesidades y capacidades de los catequizandos” (DGC. 171).
Pero, el peligro está en que este seguimiento se reduzca
a nuevas sesiones de catequesis que, a su vez, queden enmarcadas en un estilo demasiado escolar, en el que el niño se li41
Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
mite a recibir explicaciones y consejos, sin más participación
ni creatividad. Esto haría incómodo y hasta odioso el seguimiento catequético.
En orden a la atención catequética de los niños, verdaderamente necesaria y útil después de la Primera Comunión, la
Iglesia dispone de movimientos infantiles y juveniles, y de actividades muy válidas y variadas. Con ellas se rompe el esquema
escolar muy frecuente durante los primeros años de catequesis,
y puede cumplirse el fin señalado por el Directorio General de la
Catequesis, que acabamos de citar.
La motivación a integrarse en estas realidades y en sus respectivas actividades no es tanto problema de previa convocatoria para la inscripción, cuanto del eco producido por la acertada
realización de las actividades propuestas. Los niños y los padres
valoran todo según el resultado que constatan.
También esta oferta debe estudiarse previamente con los
padres para que vayan disponiéndose a colaborar en favor de
una formación integral y continuada de los hijos, sin provocar el
desequilibrio personal ocasionado por el ansia de acumular saberes que les preparen para hacer y hacer cosas, dentro de cierta
línea de competitividad social que brota, a veces, de una instintiva competitividad familiar.
Este tipo de actividades, no siempre atendibles desde
cada Parroquia, abre campos de colaboración interparroquial cada vez más necesaria dada la escasez de sacerdotes.
No obstante, sería un error pensar que, si no las puede realizar el
Sacerdote, no caben en el conjunto pastoral de la Parroquia. Este
es un campo de acción eclesial que nos recuerda la urgencia
de preparar jóvenes y adultos capaces de animar la necesaria
y variada acción pastoral con los niños y con los preadoles-
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
centes. Lo mismo ocurrirá con los adolescentes y jóvenes que se
acercan a recibir el Sacramento de la Confirmación y que luego
quedan sin asidero parroquial y sin saber cómo continuar lo que
han recibido y valorado como orientación cristiana para su vida.
¿No podría ser la preocupación por el seguimiento en
la post-Comunión un asunto a tratar, entretenida y prácticamente, en los Consejos Arciprestales de Pastoral? Como veréis, desde la experiencia de la realidad y desde la constatación
de sus exigencias, cada vez surge más clara la llamada a la constitución y revitalización de estos Consejos sobre los que tanto he
insistido. Me mueve a ello la urgencia que me manifiesta la atenta observación de la Diócesis y de sus necesidades pastorales.
Desde la colaboración interparroquial es posible salir
al paso de abundantes acciones muy adecuadas para los niños y preadolescentes que cada parroquia sola no puede programar por diversas causas. Me atrevo a proponer las celebraciones eucarísticas especialmente preparadas para niños, y que
el Misal Romano contempla ofreciendo diversos modos de participación infantil. Esto debería tenerse especialmente en cuenta
para la celebración de la Eucaristía en la Primera Comunión.
Para llevarlo a cabo, es necesaria la colaboración de maestros,
catequistas, jóvenes y monitores de pastoral infantil y juvenil.
Lo mismo podríamos decir de las celebraciones Penitenciales. Los hábitos de la participación eucarística dominical y la
práctica del Sacramento de la Penitencia necesitan una reactivación. Nada de lo que se haga será definitivo y universalmente
eficaz, pero nada será totalmente ineficaz; sobre todo, lo que se
orienta a los niños en la tierna edad de la infancia.
El cultivo de las fiestas y encuentros infantiles con motivo
del aniversario de la Primera Comunión, de un santo patrono de
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
la infancia, como por ejemplo S. Tarsicio, Santo Domingo Savio, Santa Eulalia, etc. son buena ocasión para ir descubriendo
y viviendo el ambiente parroquial. Ya S. Pío X decía: “Una o
más veces al año cuiden los párrocos de hacer alguna comunión
general para los niños, pero de tal modo, que no sólo admitan a
los noveles, sino también a otros que, con el consentimiento de
sus padres y confesores, como se ha dicho, ya hicieron anteriormente la primera Comunión.” Decr. Cit. 10, V).
Los campamentos, jornadas, peregrinaciones, encuentros,
etc., organizados por la propia Parroquia o de modo interparroquial o diocesano, deberían ser aprovechados. Combinan, de un
modo especialmente atractivo y provechoso para los niños, la
formación humana, la diversión, la convivencia, la ampliación
del propio círculo de amistades, y la evangelización, tanto en su
dimensión catequética como en la litúrgica. Así se desprende de
la experiencia de quienes practican esta actividad.
En todo cuanto estamos diciendo, aflora, como una acción a tener muy en cuenta, la pastoral vocacional. La disponibilidad ante la llamada del Señor, como el pequeño Samuel,
debe sonar a los oídos de los niños, de modo que entiendan la
vida y la fe como una vocación fundamental, desde la que deben
buscar su vocación específica.
La presentación del Sacerdocio y de la Vida Consagrada
como vocaciones necesarias a la Iglesia, es comprensible para
los niños y niñas porque pueden entender que sin ellas no habría
párrocos, ni atención a los niños, a los jóvenes, a los pobres, a
las misiones, etc., en lo que destacan tanto los sacerdotes como
los religiosos, y religiosas.
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
15.- La formación y animación de los catequistas
En todo este quehacer pastoral, destaca la tarea de los catequistas. Por ello deben ser objeto de especial atención por parte
de los sacerdotes, no solo en al ámbito parroquial sino también
en el interparroquial y diocesano. Los catequistas son imprescindibles para la acción de la Iglesia en todos los tiempos.
Pero ahora más todavía porque los tiempos se han puesto difíciles, y la acción evangelizadora encuentra grandes enemigos
en los medios de comunicación dedicados a los adultos y a los
niños, en el cine, en la escuela y, cada vez más, en las mismas
familias. Los nuevos métodos y los nuevos lenguajes constituyen un objetivo urgente en toda acción pastoral, animada
por los nuevos bríos que nacen del cultivo de la fe y de la
práctica de la oración y de los sacramentos, especialmente
en el Día del Señor.
Todo lo referente a la selección y al cuidado de los catequistas está relacionado con la formación sistemática que procuran impartir entre otras instituciones de instrucción cristiana
y teológica, las Escuelas de Formación Básica implantadas en
la Diócesis, y a cuyo aprovechamiento habría que convocar a
los catequistas. Es muy necesario que no se confunda la formación de los catequistas con la sola formación metodológica,
muy oportuna para acertar en la pedagogía catequética, pero claramente insuficiente para transmitir adecuadamente el mensaje
evangélico.
Insisto en la importancia de la formación sistemática
y debidamente programada, aunque requiera un cierto esfuerzo, ante el que temen algunos, porque se imaginan exigencias
académicas parecidas a los colegios, y no se consideran competentes para afrontarlas. Hay que clarificar este punto, sin dar la
impresión de que las Escuelas son un recurso del que cada uno
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se aprovecha simplemente los días que quiere y puede. Hay que
motivar la seriedad en la asistencia y en el aprovechamiento.
Las clases no se reducen a conferencias que basta con oír. Es
necesario asegurar el aprendizaje. La experiencia de quienes las
aprovecharon, es verdaderamente positiva. Quizá habría que recurrir a los antiguos alumnos para motivar a los posibles nuevos
participantes.
16.- ¿Un proyecto específico para la Primera Comunión?
A esta pregunta me atrevería a responder afirmativamente.
Sin embargo no debe ser un proyecto paralelo al parroquial que,
a su vez, debe estar conexo con el Plan Diocesano de Pastoral.
No cabe duda de que el acontecimiento parroquial de la
Primera Comunión requiere un planteamiento serio, un proyecto
bien estructurado, muy realista y acorde con las posibilidades
de la propia Comunidad cristiana, siempre que ésta se abra a la
colaboración interparroquial sobre la que venimos insistiendo.
Al menos debe cuidarse en cada Parroquia un planteamiento serio, sereno y entretenido que, al tiempo que trate los
problemas fundamentales de este campo, y programe a corto,
medio y largo plazo las respuestas oportunas, vaya atendiendo
las necesidades ineludibles de la pastoral ordinaria. La combinación de ambas tareas da fuerza y crea ambiente en favor de
la renovación catequética y pastoral en las Parroquias y en la
Diócesis.
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CONCLUSIÓN
17.- Mi gratitud y confianza para todos vosotros
Antes de concluir las páginas de esta Carta Pastoral, quiero manifestar mi confianza en que tomaréis con interés, cada uno
según sus posibilidades, cuanto he querido exponeros.
Confío, además, en que vuestro esfuerzo por alcanzar
los objetivos propuestos será tan ejemplar como, a lo largo
de tantos años, viene siendo vuestra acción continuada en
favor de la catequesis preparatoria para la Primera Comunión.
Por todo ello, y por vuestro buen ánimo en la acción
pastoral de la Iglesia diocesana como ejemplares colaboradores,
quiero daros las gracias.
Os animo a seguir en vuestra generosa disponibilidad, y
a procurar todo lo que pueda ayudaros a desempeñar cada día
con mayor competencia, y con más abundantes y más adecuados
recursos, la misión que el Señor os ha encomendado a través de
la Iglesia.
Quedo a vuestra disposición.
Santiago. Arzobispo de Mérida-Badajoz
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
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Un gran acontecimiento en la vida parroquial y familiar
ÍNDICE
1. Motivo de esta carta
I. Parte. Vivimos el acontecimiento
2. Ilusión y preocupación ante este precioso acontecimiento
3. Quiero entender, comprender y orientar vuestra situación.
4. Esperanza, interés y colaboración.
5. ¿Por qué la Primera Comunión en edad tan temprana?
II. Parte. Preparación de los Niños y niñas
6. Necesidad de una buena preparación de los niños y niñas
7. Atención a los niños con alguna deficiencia considerable
8. Duración de la catequesis preparatoria para la Primera
Comunión
9. La preparación a la Primera Comunión y la progresiva
incorporación a la vida de la Iglesia.
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III. Parte. Algunos puntos de especial interés
10. Lugar donde ha de celebrarse la Primera Comunión.
11. Algunos aspectos básicos para la colaboración entre
colegios y parroquias en este punto.
12. La base de una buena colaboración está en la unidad
diocesana.
13. La fiesta de la Primera Comunión.
IV. Parte. La Primera Comunión, punto de partida
14. La Post-comunión.
15. La formación y animación de los catequistas.
16. ¿Un proyecto específico para la Primera Comunión?
Conclusión
17. Mi gratitud y confianza para todos vosotros.
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