EL PASILLO Y LAS MIGRACIONES ECUATORIANAS

Transcripción

EL PASILLO Y LAS MIGRACIONES ECUATORIANAS
REGISTROS DE LA MEMORIA
COLECTIVA:
EL PASILLO
Y LAS MIGRACIONES
ECUATORIANAS
Por Jorge Núñez Sánchez
Ponencia presentada al V Congreso Ecuatoriano de Historia,
Cuenca, 2004.
Foto de la portada:
Julio Jaramillo y Olimpo Cárdenas, dos notables intérpretes del pasillo
ecuatoriano, en una intervención en la Radiodifusora Tarqui, de Quito,
allá por los años sesentas.
INTRODUCCION
Existe la historia porque existe la memoria social. Cada pueblo o grupo
humano busca preservar su memoria colectiva a través de los recursos
mnemónicos que su tecnología le permite: petroglifos, pinturas rupestres,
tablillas de cerámica, papiros, pergaminos, papeles, grabaciones de sonido,
filmes o registros digitales. Es una forma de combatir colectivamente a los
efectos individuales de la muerte. Es una forma de pervivir en el tiempo y
conservar su identidad. Y es también un modo de instruir a las gentes del
futuro, que son, en definitiva, los destinatarios de esos mensajes.
La canción es también un registro de la memoria colectiva. Y por sus
especiales características, que incluyen en sus tonos y requiebros la
preservación de las emociones y sentimientos humanos, resulta ser un
testimonio del pasado aún más completo y revelador que la escritura. Por
ello, ningún texto sobre la diáspora de los judíos españoles podrá ser más
revelador de esos desgarramientos humanos que las kántigas y romanzas de
los sefardíes, del mismo modo que ningún papiro iluminado podrá
transmitirnos la elevación espiritual del hombre medieval de mejor manera
que los cantos corales de la música gregoriana.
También en el Ecuador, los cantos populares son testimonios útiles a la
reconstrucción de la memoria histórica. P. e., un canto ceremonial
precolombino, reciclado ideológicamente por el conquistador español, el
conocido como "Salve, salve, Gran Señora", nos revela en buena medida el
carácter ritual y la profundidad espiritual de la antigua religión solar de los
pueblos equinocciales. ¿Y qué decir de las canciones populares de la colonia
que han sobrevivido hasta hoy, en cuyas letras chispean la crítica social o los
requiebros sexuales de la picaresca popular?
Con la llegada de la educación musical en la época colonial, empezaron a
multiplicarse los registros notados de las canciones, aunque solo de las de
tipo religioso. Más tarde, a partir del siglo XIX republicano, se difundió el
conocimiento de la moderna notación musical, especialmente con la
instalación del primer -y breve- Conservatorio Nacional, en tiempos de
Gabriel García Moreno, luego con la fundación de la Escuela de Música de la
Sociedad Filantrópica del Guayas y, finalmente, con la creación del nuevo
Conservatorio Nacional, por el gobierno alfarista, en 1900. Todo ello aportó
elementos técnicos para el desarrollo y preservación de la música
ecuatoriana y contribuyó a estimular el rescate de los cantos y la música
folklóricos.
El maestro Domingo Brescia, tercer Director del
Conservatorio Nacional de Música creado por Alfaro.
Con la Revolución Liberal se multiplicaron las bandas militares de
música y hubo un florecimiento paralelo de la música marcial y la música
popular. En todo ello jugaron un papel fundamental los directores de esas
nuevas bandas, en su mayoría músicos con buena formación académica y de
cuyas filas salieron algunos de los más insignes y afamados compositores
nacionalistas. Más allá de las tareas propias de su oficio (desfiles militares,
ceremonias oficiales, marchas de campaña), la otra función relevante de esas
bandas fue la de brindar regularmente retretas de música nacional a la
población urbana del país. Suerte de "conciertos al aire libre", esas retretas
devinieron uno de los más eficaces medios de difusión de la música
nacional-popular, puesto que grababan en la memoria de sus oyentes las
nuevas composiciones producidas por los músicos de la escuela nacionalista.
A partir de la segunda década del siglo XX, los testimonios históricomusicales son más numerosos e inclusive abundantes, en razón de haber
sido el Ecuador uno de los primeros países en poseer el sistema de grabación
del sonido inventado por la casa "R.C.A. Victor" de los Estados Unidos. En
efecto, la instalación de un centro de grabaciones musicales en Guayaquil,
hacia 1912, efectuado por la Casa Comercial Encalada, permitió el registro y
difusión de numerosas canciones populares ecuatorianas y latinoamericanas
y, sobre todo, de las nuevas creaciones de los compositores de la escuela
nacionalista.
Esos discos de pizarra, tocados en “victrola” u ortofónica, vinieron a
constituir lo que entonces se llamó "la música mecánica" y coadyuvaron a la
difusión de la música ecuatoriana de un modo parecido al de las retretas.
Así, mientras las bandas militares brindaban interpretaciones para el gran
público, las “victrolas” permitían recrear interpretaciones musicales para
círculos privados, con la ventaja de que éstas interpretaciones traían tanto la
música como la letra de la canción, transmitida por la voz emocionada de
algún notable intérprete.
Más tarde, aparecieron nuevas formas de grabación y difusión del
sonido, y apareció la radio, que se convirtió en el primer medio masivo de
comunicación moderna. Con ello, la música nacional alcanzó con sus notas a
una masa creciente de ciudadanos y las canciones populares se convirtieron
en una nueva y vibrante forma de identidad colectiva, en un país dividido
por activos regionalismos y con pocos signos de identidad nacional.
EL PASILLO Y EL NACIONALISMO MUSICAL
Hay pueblos de espíritu triste y el Ecuador es uno de ellos. No es el caso
analizar aquí los orígenes de esa vocación colectiva por la tristeza, pero es
indudable que ella existe y ha existido desde la antigüedad. Hablando de las
paradojas del ser quiteño, Alejandro de Humboldt consignó, a comienzos
del siglo XIX, que "las gentes de este país duermen tranquilas al pie de los
volcanes, viven pobres sobre un subsuelo de oro y gozan con una música
triste".
No debe extrañarnos, pues, que la mayor y mejor expresión del
nacionalismo musical ecuatoriano haya sido el tristón "pasillo lírico", género
musical creado en el Ecuador a partir de un alegre y movido ritmo
colombiano de baile. Esa mutación que este género sufrió en el Ecuador
obedeció a una compleja variedad de circunstancias históricas y sociales.
Hacia los años veintes del siglo precedente, una vez concluido el ciclo
revolucionario del liberalismo, se produjo un progresivo reflujo de la música
marcial, que había tenido una presencia preponderante en el último cuarto
de siglo, y hubo un paralelo resurgir de la música romántica y sentimental.
Tras una época signada por el espíritu guerrero, advino otra más calma y
reposada, en la cual el país se dedicó a restañar las heridas dejadas por las
últimas guerras civiles y a enfrentar los embates de la nueva crisis
económica, que vino acompañada de inestabilidad política, enfrentamientos
armados y revueltas sociales. Sobre ese doloroso mar de fondo, poco
adecuado para la alegría personal o colectiva, floreció en el alma popular esa
canción de dolencias que es el pasillo ecuatoriano. Además, el mismo género
se cargó en aquel período de influencias provenientes de la música
romántica europea y también recibió la importante influencia de los ritmos
indígenas locales. Todos esos elementos coadyuvaron para producir una
serie de mutaciones en el ritmo original llegado de Colombia.
La primera mutación fue de carácter estético y se dio desde el "pasillo de
baile" hacia el "pasillo canción", mediante un tránsito que tardó varias
décadas, tiempo en el que uno y otro género convivieron en armonía. El
cambio comenzó
cuando varios compositores de la época postrevolucionaria, siguiendo el ejemplo marcado por Carlos Amable Ortiz y los
hermanos Francisco y Rafael Ramos Albuja, buscaron incorporar un texto
poético a la composición musical, con lo cual el pasillo evolucionó
definitivamente desde el ritmo de baile hacia la canción. Mas tarde, una
conjugación de fenómenos sociales, elementos estéticos y cambios
tecnológicos terminaron por imponer la difusión mayoritaria del pasillo de
canto o "pasillo lírico" y el relegamiento progresivo del pasillo de baile o
"pasillo rítmico", hasta llegar a su virtual extinción hacia los años cincuentas.
El maestro Carlos Amable Ortiz (“Pollo Ortiz”),
uno de los primeros compositores nacionalistas del Ecuador.
Otro elemento que contribuyó a esa mutación fue la irrupción social de
la clase media, hija predilecta del Estado laico. Este nuevo estrato social,
empeñado en hallar una identidad para sí mismo y para el nuevo país que
surgía, retomó el pasillo -y más tarde otros ritmos populares- como un
símbolo identificador de lo ecuatoriano. Pero a ese grupo social emergente,
no le bastaba con arrebatar a la aristocracia terrateniente un grato ritmo de
baile; estaba más interesada en cantar que en bailar, y requería de un tipo de
canción que le permitiese expresar sus inconformidades, rebeldías,
angustias, frustraciones y ternuras. Bajo ese requerimiento, el pasillo fue
dejando de ser música de salón y paso de baile, y se convirtió prontamente
en canción estremecida, donde hallaron alero el amor y el desamor, la
nostalgia, los celos, la angustia, la rebeldía, el despecho y, sobre todo, los
adioses...
Como consecuencia de esa mutación, se produjo en el período reseñado
el aparecimiento de una "estética de la tristeza", que luego se convertiría en
característica general del pasillo ecuatoriano contemporáneo. Así, el pasillo
romántico derivó crecientemente hacia la nostalgia, la melancolía y la
tristeza, bajo la convergente influencia del modernismo literario y de la
música indígena, todo ello sobre el mar de fondo de los problemas políticosociales.
Esa transición desde el romanticismo hacia la tristeza se patentiza ya en
la obra de algunos compositores liberales y estaba de algún modo
influenciada por la derrota del radicalismo alfarista, así como por los
desmanes de la burguesía liberal gobernante, que culminarían con una
masacre de trabajadores el 15 de noviembre de 1922. Uno de los primeros
pasillos grabados en el Ecuador (1912) y titulado "A Julia", ejemplifica ya esa
vocación por la tristura:
"Lágrimas tristes, sueños angustiosos,
origen son, negrita, de tu amor;
lúgubres son mis horas silenciosas;
ámame, Julia, y calma mi dolor."1
A partir de la segunda década del siglo XX, el "spleen", la abulia y la
angustia existencial de los poetas modernistas inundaron las letras de los
pasillos y se volvieron lugares comunes expresiones del tipo de "tengo
enfermo el espíritu", "la angustia de vivir", "la crueldad de la vida", "mis
horas de tedio", "mi enfermo corazón", "mis crueles sufrimientos" o "enfermo
de dolor". Hay una frase simbólica que resume el espíritu de aquel tiempo y
es un verso de Arturo Borja incluido en un pasillo de Miguel Angel Casares,
que dice: "...Esa tristeza enorme que me mata la vida..."
1
2
"A Julia", música de Oscar Ignacio Alvarado.
"Rebeldía", letra y música de Angel Leonidas Araújo Chiriboga.
Miguel Angel Casares, un notable actor, compositor
e intérprete. Fue autor del pasillo “Lamparilla”.
Paralelamente a la mutación del género musical y en un breve plazo de
dos o tres décadas (de los veintes a los cuarentas), se produjeron también un
cambio de escenario y una renovación de los actores del mundo pasillero. El
salón elegante, donde las gentes de alta clase bailaban pasillos ligeros, al
compás de la música interpretada por un conjunto de cámara o un pianista
de calidad, fue reemplazado por un nuevo escenario, modesto hasta el
extremo límite pero también más abierto a la socialización: la cantina, donde
gentes del pueblo, embriagadas de alcohol y sumidas en su propio
romanticismo, cantaban pasillos u otras canciones nacionales, acompañadas
por el tañer de una guitarra. Desde entonces, esa trilogía de pasillo, trago y
cantina se volvió indisoluble e hizo del pasillo una típica "canción de
taberna".
Un afamado ejemplo es el terrible pasillo "Rebeldía"2, que allá por los
años cincuentas fuera la primera canción protesta del Ecuador, sólo que esa
protesta no estaba enfilada contra el sistema socio-político sino contra el
mismísimo Dios:
"Señor, no estoy conforme con mi suerte
ni con la dura ley que has decretado,
pues no hay una razón bastante fuerte
para que me hayas hecho desgraciado."
Angel Leonidas Araújo, un gran poeta y compositor
riobambeño, fue autor del retador pasillo “Rebeldía”.
De otra parte, la generalización de las migraciones internas,
especialmente entre la Sierra y la Costa, impuso una nueva temática,
2
"Rebeldía", letra y música de Angel Leonidas Araújo Chiriboga.
marcada por las angustias del desarraigo. Florecieron, así, las "canciones de
adiós" y los pasillos de añoranza a los afectos lejanos, con lo cual el pasillo
terminó por convertirse en una "canción para llorar ausencias, desahogar
infortunios y maldecir destinos desgraciados." Esa definición la acuñamos
precisamente en un ensayo que escribiéramos hace unos veinte años y que
fuera publicado por la revista "Cultura" del Banco Central del Ecuador,
donde calificábamos al pasillo como una "canción de desarraigo" y
afirmábamos que él había vehiculizado, en el plano sentimental, todas las
tristezas y angustias de los variados migrantes e inmigrantes del Ecuador.
Antes que nada, cabe precisar que el desarraigo es un acto de
alejamiento, entre forzado y voluntario, que se encamina a poner distancia
entre uno mismo y el sujeto o la tierra amados. Cuando voluntario, el
desarraigo implica un doloroso renunciamiento o una fuga que busca
preservar el super-ego, por la ruta de eliminar el motivo de la angustia o
suprimir la ocasión de la agresión externa. Cuando forzado, el desarraigo
implica una fuga táctica, en busca de acceder en otro lugar a mejores
condiciones de vida y retornar en el futuro al sitio amado.
¿Por qué surge ese sentimiento de desarraigo? Opino que por muchas
causas individuales y sociales. Estrictamente individuales son, por ejemplo,
ciertos motivos citados en las mismas letras de los pasillos: desamor,
deslealtad, traición, olvido, cansancio, hastío, resignación, desconsuelo,
duda, soledad, desaliento, celos. En cambio, son de carácter social otros
fenómenos entrevistos en el pasillo como motivo del alejamiento, tales como
la migración por pobreza, expresada literalmente en ciertos estremecidos
pasillos, como "Cenizas" o "Casita Blanca".
En "Cenizas", un verdadero clásico del pasillo ecuatoriano, podemos
hacer una lectura literal de ese fenómeno social, por el cual miles de
muchachos serranos migraban forzadamente hacia la Costa tropical, en
busca de un futuro mejor:
"Si yo de aquí me alejo no es porque así
lo quiera,)
Me lleva es el destino sin rumbo a navegar,
Pero jamás olvides que en un rincón del mundo
Llora en silencio un hombre su desgraciado amor.
Llora mi corazón, llora ¡ay! qué triste,
Porque aquí va dejando lo más querido.
¡Como no ha de llorar! Mucho ha sufrido
y arrancan en pedazos su pobre vida." 3
Luis Alberto Valencia (1918–1970), un
notable compositor y cantante de pasillos.
Similar es el fenómeno expresado en el muy popular "Casita blanca",
aunque es distinto el tiempo desde el que se canta: ya no a la hora de la
3
“Cenizas”, letra y música de Alberto Guillén Navarro.
despedida, como en el caso anterior, sino tiempo después, cuando la
nostalgia ha hecho más dolorosos los recuerdos y la paralela migración del
ser amado ha frustrado la anhelada felicidad del retorno:
"Hace ya mucho tiempo, con rumbo incierto,
que abandoné la tierra donde nací;
errante por el mundo, como el desierto,
no encontraba tus pasos ¡pobre de mí!
A mi tierra querida volví más tarde
Anhelando ser tuyo, como soñé,
Desde entonces no hay día que no te aguarde
Y en tu casita blanca no te encontré." 4
or su trascendencia humana y su reiterada presencia, la migración es
P
el más complejo de los problemas sociales reflejados en el pasillo.
Es, desde luego, un problema característico de una nación pobre, como el
Ecuador, pero también típico de un país de difícil geografía, cruzado por
muy altas montañas y grandes ríos, que hasta hace unas pocas décadas
debían ser cruzados con un gran esfuerzo y no poco riesgo. Un
país en donde las dificultades del espacio geográfico se agravaban por la
presencia de viejas y rígidas estructuras del tiempo histórico, que procuraba
n limitar la comunicación entre las gentes para evitar la llegada de "ideas ext
rañas" y buscaban arraigar la mano de obra mediante brutales métodos coer
citivos, tales como el concertaje, la prisión por deudas y las
"leyes contra la vagancia".
En tal circunstancia, la única forma de migrar de la Sierra feudal hacia la Costa capitalista era, hasta hace unas décadas, el emprender la fuga
o desarraigarse de un tirón, lo que implicaba una ruptura radical con el
mundo ya conocido, en nombre de la indefinida promesa de un
mundo por conocer. Guayaquil, el puerto caliente y animado del Pacífico
Sur, con una economía boyante y bellas mujeres tropicales,
era el imán que atraía a los jóvenes serranos, que abandonaban su
conservador y frío mundo andino y partían hacia la costa cálida
4
“Casita blanca”, letra y música de Filemón Macías.
con la ilusión de asomarse a un mundo mejor y retornar algún día a su
amada tierra natal, luego de asegurar su personal éxito económico. Partían
empujados por la pobreza, las inundaciones o la sequía, o simplemente tras
la quimera de la prosperidad. Dejaban atrás hondas querencias y se
autoexiliaban de su mundo amado, pero estrecho, en busca de horizontes
más amplios.
Al partir, muchos lo hacían con una mezcla de euforia y esperanza,
como ha quedado consignado en el aire típico “Vamos a Guayaquil”, que en
su hora fuera un verdadero motor de impulsión para la emigración de
serranos hacia la Costa:
"Del suelo tropical
surgiste Guayaquil,
Oh, pueblo tan querido
y preferido
por mil y mil.
Vamos a Guayaquil,
nos lleva el corazón
A mirar sus mujeres,
todas hermosas
Como ellas son.
Al llegar a Durán,
Sobre mi río Guayas
Se yergue majestuosa
Cual una diosa
mi gran ciudad.
Su ambiente tan feliz,
Franqueza y corazón,
Y su mujer divina,
rosa abrilina,
ritmo y canción."5
5
"Vamos a Guayaquil", aire típico interpretado por el dúo Ramos Mendoza.
Un breve análisis textual de esta canción basta para revelarnos los
significativos cambios que iban ocurriendo en la mentalidad colectiva de las
provincias de la Sierra, durante la primera mitad del siglo XX. Uno de ellos,
la creciente ansia de progreso y libertad personal que se levantaba entre las
gentes del interior del país, y otro, la ruptura con la antigua vocación de
fidelidad al lar nativo, que el viejo sistema había convertido casi en un
apotegma, en busca de radicar la mano de obra regional.
Rotos ya los diques del aislamiento entre regiones por la fuerza creciente
de la modernidad (el ferrocarril, las carreteras, la supresión de la prisión por
deudas, el enganche de trabajadores para la zafra azucarera), los jóvenes
indígenas, mestizos o blancos pobres de la Sierra marchaban “por mil y mil”
hacia el puerto caliente, tras la ilusión de vivir y progresar en una sociedad
abierta, despoblada de los prejuicios sociales y raciales de su Sierra natal.
Convertida en reflejo emocional de la realidad, la canción registraba
las emociones y anhelos del migrante, que partía soñando con una ciudad
próspera y un "ambiente feliz", poblado de mujeres bellas y sensuales. Mas,
por otra parte, también hacía suyo el canto de la mujer (madre o novia) que
quedaba abandonada en la pequeña casa familiar, envuelta en la bruma de
los recuerdos y carcomida de angustia.
Un canto que resumió el poeta Rafael Blacio Flor en la letra del
hermoso pasillo "Esperando", cuya música compusiera el artista quiteño
Cristóbal Ojeda Dávila:
"Amor, ¿por qué te fuiste dejándome sombrío?
¿En quién será que piensas? ¡Amor, si lo supiera!...
Tal vez esté lloviendo. Tal vez estés con frío.
Yo, en cambio, vivo triste. ¡Qué triste que es la espera!
Mi vida es un paisaje y tú le das la vida.
Amor, ¿por qué te fuiste? Amor, si tú volvieras
mis noches taciturnas hiciéranse floridas
y no estuviera triste. ¡Qué triste que es la espera!
Mis noches solitarias las paso pensativa
y siento esta nostalgia... ¡Amor, si la sintieras!...
Tal vez estés alegre... ¿Y cuál será el motivo?
Yo, en cambio, sigo triste. ¡Qué triste que es la espera!
Así serán los meses, así serán los días,
así será la angustia del corazón que espera.
Queriéndote yo tanto, amor, ¿por qué te irías?
y ahora que estoy triste, amor, ¡cómo volvieras!...
Cristóbal Ojeda Dávila, compositor quiteño, puso
música a memorables pasillos de desarraigo,
como “Esperando” y “Alma lojana”.
Otro de esos cantos de mujer abandonada es el que sintetizó Carlos
Falquez en el hermoso pasillo "Faltándome tú", que grabara en el alma
nacional la voz inolvidable de Carlota Jaramillo:
"Faltándome tú, mi vida se entristece,
las estrellas ya no alumbran, el cielo se oscurece.
Faltándome tú, mi alma no se anima,
El camino queda trunco faltándome tú.
Quisiera
que aunque te encuentres muy lejos
te acuerdes de mí)
Y sientas
Un vacío tan inmenso faltándote yo.
Mi vida, regresa.
No puedo más vivir así,
faltándome tú."
Doña Carlota Jaramillo poseyó la voz más
hermosa y memorable de la música ecuatoriana.
Durante el siglo XX, cada región del país consignó en el pasillo sus
testimonios de desarraigo. Así, al emprender su viaje, el cuencano
miraba por vez postrera a su "tierra de los cuatro ríos", murmurando con el c
orazón:
Cada vez que mi camino
me separa mas de ti,
voy dejando en cada piedra
y en el polvo, algo de mí.
Y al cruzar la última curva,
vuelvo Cuenca a contemplar
y es mi alma que en los ojos
se hace lágrima y cantar.
… Y así voy, con la nostalgia
de la tierra en que nací.
¿Lo demás? Solo la pena
de no ser lo que antes fui.”6
No era distinta la angustia del riobambeño que bajaba hasta las tierras
cálidas del trópico y, desde la lejanía, cantaba sus endechas:
"¡Oh! amor grande y lejano que atormentas mi vida
con fiebres de retorno y ansiedades de tedio;
oh amor que me consumes como llaga escondida,
como llaga escondida de algún mal sin remedio.
Implorad por mi suerte, labios buenos y amantes,
Ojos de adormidera, fuentes de mi locura;
Mirad que voy muy solo por las sendas distantes,
Por las distantes sendas de mi mala ventura."7
La canción también guardó testimonio del desarraigo masivo de los
bolivarenses que partían hacia el puerto abrigado, renunciando a la vida
calma y la belleza mágica del Ande, a cambio de hacerse un lugar en la
abierta y competitiva urbe porteña:
6
7
"Adiós a Cuenca", letra de Ricardo Darquea Granda y música de Carlos Ortiz Cobos.
"Amor lejano", letra y música de Angel Leonidas Araújo Chiriboga.
“Mis horas tan felices qué pronto se han pasado!
Pensé fueran eternas; como mi amor, creí;
Mas hoy que me separo, me ausento de tu lado,
Qué largas, qué cansadas serán lejos de ti.
Las campanas anuncian mi partida.
Ven a mis brazos, ven, te estrecharé mejor.
No vaya a ser la eterna despedida,
Estréchame más fuerte, más fuerte mi amor.”8
Julio César Cañar, un gran músico quiteño, le puso música
al desarraigo bolivarense sintetizado en pasillos tales como
“Besándote me despido”, con letra de Augusto César Saltos.
Desde mediados del siglo XX, generaciones enteras de jóvenes
provincianos abandonaron el Ande para asentarse en el gran puerto de
Guayaquil o en las demás ciudades y poblaciones de la llanura tropical, en
8
“Besándote me despido”, letra de Augusto César Saltos y música de Julio César Cañar.
uno de los más extraordinarios y poco estudiados movimientos
demográficos de nuestra historia. Luego, cultivando pacientemente la regla
de oro de todo migrante (trabajo, frugalidad y ahorro), la mayoría de esos
emigrantes serraniegos alcanzó efectivamente el éxito y la fortuna, pero a
costa de desgarrarse el alma y vivir estremecidos por las añoranzas:
"Triste y pensativo me alejé.
Llevo destrozado el corazón
por esta ausencia larga y fatal
que al marchar mi vida te dejé,
y con ella toda mi ilusión...
¡No sé porqué partí!
dejando allí, mi bien,
Todo mi amor cifrado en ti.
¡No sé porqué partí...!"9
El pasillo, expresión fiel del alma nacional, testimonió todas las
variadas tristezas generadas por el desarraigo. Por ejemplo, dejó prueba de
cómo la mujer lloraba cantando la angustia causada por ese alejamiento, en
una bella obra musical de Carlos Brito, con letra de la poetisa mexicana
Rosario Sansores, que alcanzaría fama universal:
"¡Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras!
Cuando tú te hayas ido, con mi dolor a solas,
evocaré este idilio en mis azules horas.
¡Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras!
Y en la penumbra vaga de la pequeña alcoba,
donde una tibia tarde me acariciabas toda,
te buscarán mis brazos, te besará mi boca
y aspiraré en el aire como un olor de rosas.
¡Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras!"
9
“Ausencia”, letra y música de Alcides Millán.
La poetisa mexicana Rosario Sansores, autora de la letra del
más afamado pasillo ecuatoriano: “Sombras”, compuesto por
el maestro Carlos Brito Benavides (derecha).
En tiempos más cercanos y de modo paralelo a la migración interna,
empezó a gestarse en el Ecuador una movilización poblacional todavía más
difícil y conflictiva y es la migración hacia países de mayor nivel de vida o
mayor promesa de futuro, y especialmente hacia los Estados Unidos,
Australia y Venezuela, y luego hacia España, Italia y otros países europeos.
La mayor distancia y los más complejos retos que debían –y deben–
enfrentar los viajeros, determinaron que el desarraigo fuera todavía más
doloroso. Un desarraigo ciertamente colectivo, grupal e incluso
generacional, pero que no por eso ha dejado de ser asumido como un
problema individual y sufrido como un dolor personal e íntimo. Desde
entonces, el pasillo ha sido –lo es hoy mismo– el mensajero de esos masivos
desgarramientos, que envuelven a los inmigrantes que parten y a los seres
amados que quedan en abandono de su afecto, quienes, para expresar sus
emociones, recurren a un soneto del gran poeta colombiano Julio Flórez,
convertido por el compositor azuayo Carlos Arízaga Toral en el pasillo
"Gotas de ajenjo":
“Cuando lejos, muy lejos, en hondos mares,
en lo mucho que sufro pienses a solas,
si exhalas un suspiro por mis pesares,
mándame ese suspiro sobre las olas.
Cuando el sol con sus rayos, por el oriente
Rasgue las blondas gasas de las neblinas,
Si una oración murmuras por el ausente,
Deja que me la traigan las golondrinas.
Que ya cuando la noche tienda su manto
Yo, que llevo en el alma sus mudas huellas,
Te enviaré con mis quejas un dulce canto
En la luz temblorosa de las estrellas.”
Julio Flórez, afamado poeta romántico colombiano, cuyos poemas
sirvieron como texto para muchos pasillos ecuatorianos.
Desde la distancia a l a que lo llevaron sus quimeras, el
desarraigado alzará su dolida vo
z para cantar la tristeza de su desolación y
la añoranza del amor ausente:
"Lejos de ti, parece que les falta
luz a mis ojos y a mi cuerpo vida;
lejos de ti, parece que mi alma,
de pena, de pena y de dolor
está oprimida.
Ven, por piedad, no tardes amor mío,
que vivir separados no podemos,
pues formamos los dos una sola alma
y un solo corazón los dos tenemos."10
A su vez, en la distancia, hay quien que busca grabar en la memoria del
ausente la imagen de un amor que ansía perdurar en el recuerdo. Es alguien
que quedó en abandono
y que, por medio del pasillo, canta
angustiadamente:
"¡Acuérdate de mí! en tus horas sombrías,
en tus horas de dicha, acuérdate de mí!
Mi nombre será el bálsamo en tu melancolía,
Mi voz será el mensaje de los que pienso en ti,
El recuerdo sublime de lo que pienso en ti.
Por lejos que te encuentres llévame en tu memoria,
Haz cuenta que mi sombra camina junto a ti,
Yo seguiré tus pasos así, calladamente,
Por doquiera que vayas, ¡acuérdate de mí!.11
10
11
"Lejos de ti", letra y música de Víctor Valencia Nieto.
"¡Acuérdate de mí!", letra y música de Luis Alberto Valencia.
El poeta e historiador Abel Romeo Castillo (derecha), autor del memorable
“Romance de mi destino”, junto al inolvidable cantor Julio Jaramillo, cuya voz
eternizara algunos de los más sentidos pasillos de desarraigo.
EL PESO HISTÓRICO Y CULTURAL DEL DESARRAIGO
¿Cuán generalizado es ese sentimiento de desarraigo en nuestra cultura
musical?
Ciertamente se trata de un sentimiento muy difundido, tanto a nivel de la co
mposición musical–literaria como a nivel del sentimiento popular.
En cuanto al ámbito de la creación pasillística, queremos destacar dos
datos por demás reveladores. Uno de ellos es el vasto número de pasillos
ecuatorianos que hablan expresamente del desarraigo, esto es, de la partida, el viaje, el adiós, el retorno o la espera. De una muestra de 478 pasillos usual
mente
interpretados,
investigación,
que
hallamos
que
fueron
110
analizados
se
refieren
durante
nuestra
expresamente
al
este fenómeno y otra cantidad similar contiene alusiones simbólicas a
él. Dicho en otras palabras, ello significa que alrededor de un 20 por ciento
de las canciones de este tipo que se oyen actualmente se refieren de una u
otra manera al desarraigo o están vinculados a éste, aunque sea
de manera figurada.
El otro dato revelador de la presencia del desarraigo son los mismos tít
ulos de los pasillos, de los que nos limitaremos a citar únicamente algunos d
e los más significativos:
Acuérdate de mí, Adiós, Adiós a Cuenca, Adiós a Loja, Adiós mi vida, A
diós querida, Alejándose, Alma herida, Alma lojana, Alma solitaria, Alm
as gemelas, Alondra fugitiva, Amor eterno, Amor grande y lejano, Amor
perdido, Añoranza azul, Ausencia, Ausencia y olvido, Besándote me des
pido, Brumas, Canta cuando me ausente, Casita blanca, Cenizas,
Cenizas del corazón, Chorritos de luz, Ciudad lejana, Confesión,
luz, Ciudad lejana, Confesión, Consuelo amargo, Cruel destino, Cuando me
aleje,
Cuando
retornes,
Desde
aquella
mañana,
Desde que tú te fuiste, Despedida, Después de aquella noche, Destino de
amor, Dolor de ausencia, Dolor del alma, Dos lágrimas, En las lejanías, E
spérame, Esperando, Faltándome tú, Filosofía, Gotas de ajenjo, Grito del
alma, Guayaquil en la distancia, ¿Hasta cuándo corazón?, Honda pena,
La pena de no verte, La canción del olvido, La canción del retorno, La
novia lejana, La ventana del olvido, Lejos de mi madre, Lejos de ti,
Lejanas tierras, Lágrimas y recuerdos, Los adioses, Me abandonaste, Me
quedo llorando, Me verás partir, Mi último adiós, Mi soledad, No me
dejes, No me dejes partir, No me abandones, No te podré olvidar,
Pañuelo blanco, Por esta triste senda, Por ti llorando, Por tu amor que se fue, Regresa vida mía, Romance de mi destino, Sangra corazón, Sé que
me matas, Si acaso vuelves, Sí…volverás un día, Siguiéndote los
pasos, Sobre las olas, Sombras, Te alejaste, Te alejas y me dejas, Tendrás
que
recordarme,
Te
fuiste,
Tu
ausencia,
Tu
juramento,
Tu
partida, Tristeza, Un adiós, Una lágrima y un adiós, Un pétalo final,
Vamos linda, Ven, Ven pronto mi amor, Ven que te espero, Vete, Viajera,
Viajero solitario, Vuelve, Vuelve al hogar, Vuelve pronto, Y yo no he de
volver.
Hay todavía más: ese sentimiento de desarraigo ha desbordado los
límites del pasillo y ha buscado expresarse por medio de varios otros
géneros musicales, como el viejo yaraví de origen incaico, la graciosa tonada
y aún el festivo pasacalle.
Una cuestión a dilucidar, dentro de la cultura palillera, es saber cuál
intención es la que prevalece finalmente: la del autor, la del intérprete o la
del oyente– viviente. Lo cierto es que, al margen de las particulares
motivaciones que pudieron haber movido al creador para realizar una obra
y aún a contrapelo de los significados simbólicos que éste consignara en esa
canción, el pueblo la usa para expresar sus propias resonancias interiores y,
algunas veces, la insufla de un nuevo simbolismo diverso al original.
De este modo se explica que el pueblo ecuatoriano, haciendo suyos los
recursos simbólicos de la poesía o incluso renegando de ellos, siga
utilizando los pasillos para expresar esas tristezas hondas causadas por el
amor ausente o por el extrañamiento de su sol y suelo.
Unas tristezas que se han multiplicado incalculablemente en los últimos
tiempos, a consecuencia de la brutal crisis económica desatada en 1998 por
un grupo de banqueros-bandidos, que fugaron del país después de haberse
apoderado de los ahorros y depósitos de todos sus clientes, contando para
sus delitos con la complicidad activa del derrocado gobierno de Mahuad. A
consecuencia de ello, han salido del Ecuador hacia otros países más de un
millón de ecuatorianos y siguen saliendo otros sesenta mil más por mes, en
la más desgarradora y angustiosa de las migraciones.
Muchos de ellos mueren de hambre, sed o ahogamiento en las terribles
rutas de tránsito hacia los Estados Unidos. Otros son capturados en alta mar,
o en aeropuertos europeos, y devueltos a su país de origen, después de
haber vendido todas sus propiedades y contraído enormes deudas para
costear su viaje, pero siguen intentando, una y otra vez, emigrar a tierras
lejanas, que les garanticen al menos la supervivencia. Los más felices logran
llegar a su meta y, olvidándose de sus profesiones o títulos, aceptan los
trabajos más duros y humillantes, con tal de ahorrar unas monedas para
enviar a su familia lejana.
Es así, amigos míos, que se explica la indefinida vigencia de pasillos tales
como el citado "Romance de mi destino", canción con letra de Abel Romeo
Castillo y música de Gonzalo Vera Santos, que hace poco hemos escuchado
cantar a los migrantes ecuatorianos en el madrileño parque de El Retiro.
Por todo lo expuesto, tenemos la seguridad de que el pasillo tiene vida
para largo. A diferencia de las canciones novedosas que impone la moda -las
que vienen y pasan como golondrinas de verano- el pasillo está ahí, siempre
presente, cambiando periódicamente de estilo y de factura, pero enraizado
en el alma ecuatoriana desde hace más de un siglo, testimoniando las
alegrías y tristezas de la gente de este país, eternamente fiel a los
sentimientos del pueblo.
Quito, 29 de junio de 2004,
aniversario del nacimiento de Juan León Mera.

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