Cuento 31: El inicio Por: Alan Flores elmundodealan.com Sus
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Cuento 31: El inicio Por: Alan Flores elmundodealan.com Sus sentidos le indicaron que había alguien cerca, así que abrió los ojos y lo más rápido que le permitió su agarrotado cuerpo se levantó y se puso de pie. Entornó la cabeza en todas direcciones, tratando de ver algo, pero no podía, así que comenzó a olfatear en espera de detectar el lugar donde estaba su próxima comida, y justo en el momento en que le detectó, se escuchó el sonido de el aire siendo cortado y lo siguiente que sintió, fue como su cabeza era partida a la mitad y luego… nada. Elías, un muchacho de unos doce años, jalaba con todas sus fuerzas para sacar el hacha de aquella cabeza, pero era en vano, estaba muy atascada. Escuchó unos pasos detrás de él, se giró y vio a un anciano que le sonreía con orgullo. —Venga, déjame ayudarte —dijo el anciano acercándose y de un tirón sacó el hacha de la cabeza. —Gracias abuelo —dijo el joven tomando el hacha. Ambos vieron el cuerpo frente a ellos: su piel grisácea, su cabeza hinchada, su ropa hecha girones y sus ojos blancos. El hombre se hincó para analizar el corte en la cabeza que había hecho el joven. —Cada vez lo vas haciendo mejor —elogió el anciano —, dentro de poco podrás salir a limpiar tú solo. El muchacho sonrió con orgullo. —Bueno, creo que ya no hay más rondando —dijo el anciano —. Regresemos a casa. Se echaron las hachas a los hombros y comenzaron la marcha a la casa. —Aún no puedo creer que luego de tantos años, todavía queden varios rondando por ahí —dijo Elías mirando el camino. —Bueno, es normal —contestó el anciano —. Si bien logramos contenerlos, muchos se quedaron escondidos por ahí y salen de vez en cuando. Imperó el silencio sobre ellos hasta que Elías habló de nuevo. —Abuelo, ¿me cuentas otra vez cómo empezó todo? El abuelo suspiró. —No sé bien los detalles —comenzó —. Yo tenía tu edad cuando los primeros sucesos salieron a la luz, aunque esos casos aislados se les achacaron a alguna droga rara que había por ahí y que volvía loca a la gente, creo que le llamaban sales de baño o algo así. Pero cuando los zombis comenzaron a salir hasta por debajo de las piedras, fue cuando nos dimos cuenta de que todo estaba jodido. —¿Pero que no tenían ustedes todas esas películas de zombis para saber cómo contener la infección? —preguntó Elías. —¡Claro que sí! —recordó el anciano con una sonrisa de nostalgia —Y no sólo películas, videojuegos en los que matábamos zombis nos sobraban, teníamos Resident Evil, Left 4 Dead, Dead Island… pare usted de contar. Gracias a toda esa parafernalia zombi, una gran porción de la población creía que estaba lista para enfrentar una posible epidemia zombi y no sólo lo creían, de verdad deseaban que algo así pasara. —Supongo que se lo pasaron bomba cuando los zombis salieron —inquirió el muchacho. —Sí… como por cinco minutos —respondió el abuelo —. Muchos se organizaron para salir a cazar zombis, incluso recuerdo con una mezcla de burla y ternura a un grupo que se había organizado para eso haciendo cosplay de personajes de Resident Evil. El anciano suspiró. —Pobres, todos esos listillos fueron los primeros en ser devorados —dijo. —Pero no entiendo —interrumpió el niño —, ahora nos defendemos bien, y sabemos que la mejor forma de matar a un zombi es destruyéndole la cabeza. No me cabe en la cabeza cómo es que les fue tan mal los primeros años. —Bueno, ahora tú lo ves normal porque has crecido con los zombis como parte de tu vida —explicó el anciano —pero en aquellos días nosotros vivíamos cómodamente, sin necesidad de mancharnos las manos de sangre. Si uno de nosotros sabía usar una pistola de pintura, ya era mucho. Así que imagínate lo cabrón que estaba para nosotros matar a algo aunque no estuviera muerto. Y los que sabían usar armas de fuego tampoco la tenían fácil, pues estaban entrenados para disparar al pecho, pero disparar de buenas a primera a la cabeza y tener la presión de que debes atinarle a la cabeza a la primera, no es algo sencillo. Por eso, todo mejoró cuando decidimos tirar a la basura nuestra tecnología y regresarnos a la edad media, usar espadas, hachas y martillos para matar zombis en lugar de lucirnos con armas de fuego. Eso fue lo que nos salvó. El par llegó hasta lo que parecía ser un pequeño pueblo rodeado por rejas y bardas. Cuando llegaron a las puertas principales se les acercó un hombre y los revisó en busca de mordidas, cuando comprobaron que estaban limpios se les dejó pasar. Mientras caminaban por las calles vieron a varios niños jugando a matar zombis. El abuelo no pudo evitar sonreír por la vista. Cuando llegaron a su casa, los dos se sentaron en el pórtico de la entrada. —Sabes —comenzó el abuelo —, cuando tenía tú edad odiaba a la mayoría de los autores del genero zombi. —¿Por qué? —preguntó Elías. —Bueno, por lo general tenían una visión muy pesimista de la raza humana — explicó el anciano —. Siempre nos pintaban a los humanos como una bola de tarados a los que los zombis nos tomaban por sorpresa y nos reducían a una especie en peligro de extinción en cosa de horas. A mí eso me parecieron mamadas, pues si los humanos hemos sido la especie dominante por los últimos milenios, habrá sido por algo. Y mira, se ha comprobado: Cincuenta años desde que comenzó el apocalipsis zombi, y lento pero seguros, hemos ido recuperando el planeta de poco a poco. Y sin decir nada más, abuelo y nieto entraron a la casa para cenar.