VI “Y LA LUZ RESPLANDECE EN LAS TINIEBLAS”

Transcripción

VI “Y LA LUZ RESPLANDECE EN LAS TINIEBLAS”
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Del Verbo en la Tradición Hindú
bra puede suscitar en vosotros una explosión, una revolución,
una revelación.
Lo que acabo de deciros acerca del Verbo en la tradición
hindú inspirándome en los trabajos de Coomaraswami, podr1́a con"rmároslo con citas, no menos abundantes ni menos
fehacientes, de la tradición china; bastar1́a con reunir las que
contiene el admirable libro de Granet. Y Moret tiene, todo un
cap1́tulo acerca de este punto en la tradición egipcia.
El Verbo Dios es, pues, un nombre cargado de verdad. Esta
denominación de la Segunda Persona de la Trinidad está legitimada ante todas las tradiciones religiosas, pero no es el verdadero nombre del Señor, al menos para el propio san Juan,
que dice en el Apocalipsis (XIX, 12): “Y sus ojos eran como llama de fuego, y llevaba en su cabeza muchas coronas, y ten1́a un
nombre escrito, que ninguno ha conocido sino él mismo”. Asimismo, el Libro de Verdad y de Palabra de los egipcios dice: “He
evocado y clamado todos Sus nombres, salvo el verdadero,
que sólo ÉI mismo conoce”.
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“Y LA LUZ RESPLANDECE EN LAS TINIEBLAS”
8 de noviembre de 1946
Calle Saint-Paul.
R ETOMEMOS pues nuestro texto, la primera página del Evangelio de Juan. Tampoco avanzaremos mucho esta vez. Bástenos re#exionar sobre la siguiente frase: Y la luz en las tinieblas
resplandece, mas las tinieblas no la recibieron. ¿Cómo es posible?
Si encendéis una lámpara en un cuarto a oscuras, ¿cómo es
posible que la oscuridad pueda no recibir la luz? La oscuridad del cuarto no puede resistirse, no puede tergiversar: no
bien aparece la luz, le cede su lugar. ¿Cómo explicar que las tinieblas humanas, las tinieblas interiores, puedan resistirse a la
luz de los hombres? Puesto que hay un hecho cotidiano, comprobado en vosotros mismos y a vuestro alrededor: la simple
pura aparición de la luz no basta para iluminaros. Es decir,
que las tinieblas interiores tienen, por as1́ decirlo, sustancia y
resistencia propias, una vida y una fuerza caracter1́sticas —la
fuerza de las tinieblas—; no son la nada pura y simple, la pura
y simple ausencia de la luz. Son esa misma luz y esa misma
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sustancia que por un vuelco incomprensible se alzan contra la
sustancia y la luz. Y en verdad observaréis que el mal es siempre una forma del bien, que el mal absoluto no existe ni puede
existir en parte alguna. ¿Por qué las tinieblas no reciben la luz?
Porque no son puras tinieblas. Las puras tinieblas recibir1́an la
luz y no podr1́an resistirse. Pero las tinieblas impuras son las
que impiden brillar a la luz.
hu1́da ante la verdad. Ignorancia o inconsciencia, o sea lo contrario de inocencia. Los hindúes, que en materia de pecado se
conocen muy bien, sólo hablan de un pecado que es la Ignorancia. Y sólo porque nuestra moral es la más degenerada que
pueda darse podemos hablar de la ignorancia como de una
coartada, como de una excusa. La ignorancia, la inconsciencia no son circunstancias atenuantes; son el pecado mismo en
toda su inmensidad, en toda su profundidad, en todo su horror. Es, en cierto modo, el pecado del pecado. S1́: vuestro
pecado, vuestro crimen os será perdonado si sois inconscientes, o si os ha arrastrado la pasión, o si estáis ebrios. Vuestro
crimen os será perdonado porque vuestro crimen es cosa 1́n"ma comparado con esa ignorancia y esa inconsciencia que no
os será perdonada. No debéis ser inconscientes, no debéis ser
ignorantes. La ignorancia de que os hablo no es el hecho de
ignorar la fecha del nacimiento de Artajerjes o cuál es la capital de Camboya. La ignorancia de que os hablo es negarse a
conocer esa verdad que no aprendemos por intermedio de los
demás y que sólo aprendemos en nosotros mismos. Es negarse
a consagrarle una atención constante, a estudiar y estudiarse,
a trabajar y trabajarse para penetrar y profundizar esa verdad
que todos llevamos en nosotros mismos desde nuestro nacimiento. No es preciso leer libros o escuchar conferencias para
preguntarse: ¿Quién soy? ¿Qué he venido a hacer aqu1́? ¿Hago acaso, lo que estoy destinado a hacer? ¿Pago mi deuda?
Todos tenemos en nosotros los elementos y los medios para
adquirir este conocimiento, que es la conciencia.
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El mal humano tiene tres or1́genes y en cada clase hay tres
especies. El mal existe en el ámbito de la simple naturaleza.
Nuestro mal es nuestra limitación, primera forma del mal. La
hu1́da es la segunda forma, y la tercera es el apego a nuestros
l1́mites y huidas. Pues aunque esas limitaciones son la #aqueza que nos condena a la muerte y el dolor, equivocadamente
las tomamos por nuestro ser. Cuando el hombre dice: soy esto
o aquello, observaréis que esto o aquello no es sustancia, sino
l1́mite. Advertidlo en vosotros mismos cuando tratéis de de"niros. ¿Y qué es lo que de"ende el hombre cuando de"ende y
cuando lucha? De"ende su #aqueza, su l1́mite, y no su sustancia, que no tiene la menor necesidad de defensas. ¿Y la hu1́da?
Porque como nuestra naturaleza es fugitiva y transcurre en el
tiempo y este paso nos lleva a la muerte, nuestra hu1́da es el
principal objeto del deseo y el principal resorte de la voluptuosidad. Puesto que todo lo que consideramos placentero, todo
lo que llamamos distracción o diversión o deseo, todo ello es
hu1́da y dispersión y agua que mana hacia la nada.
Más arriba, por encima de ese mal natural, existe el mal
que se llama con propiedad pecado, el mal voluntario, el mal
mediano que no es el más bajo ni el más alto. Y el pecado es
sobre todo orgullo, mentira, ignorancia. Orgullo, o sea satisfacción dentro de los l1́mites. Mentira, o sea hu1́da espiritual,
Pero más arriba aún existen tres formas del mal que forman las tinieblas rebeldes, que podr1́amos llamar falsa luz. Son
las formas superiores del mal y quizá a ellas aluda Cristo cuan-
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do habla de los pecados que no serán perdonados. Son el falso
saber, la vanagloria y la virtud de convención.
que sean puras vuestras tinieblas. Si queréis ser iluminados,
extinguid las luces falsas, puesto que si tenéis ante los ojos las
luces de la ciudad no veréis la estrella: y si estáis llenos de saber de satisfacción, de gloria y de contento, ya segu1́s al Pr1́ncipe de este Mundo que, en efecto, se llamaba Lucifer, o sea el
Portador de la Luz, y fue precipitado en el fuego satisfecho
con la luz que llevaba.
Buscad la pureza interior, la pura oscuridad: olvidad lo
que habéis aprendido; no os crispéis en vuestros esfuerzos;
manteneos calmos y libres en vuestra acción exterior y en el
cumplimiento de vuestros deberes exteriores as1́ como se os
enseña a manteneros corporalmente distendidos durante el
ejercicio, a "n de que la luz no encuentre un obstáculo en el
momento de penetrar en vosotros. Si queréis ser iluminados,
oscureceos, retiraos al interior donde todo es negro, remontad
todas las pendientes en vez de deslizaros por ellas, remontad
la pendiente de los deseos, evitad la distracción, recordad lo
esencial, el punto pequeño, pequeño, pequeño, más pequeño
que el grano de mijo en la sombra del corazón, entrad por la
puerta estrecha, humillaos, porque si no os humilláis no seréis
ensalzados y si os eleváis seréis precipitados.
Pero sobre todo que esto os dé ocasión para un examen de
conciencia No me escuchéis como se escucha un discurso, no
me escuchéis sino para recogeros en vosotros, para escucharos a vosotros mismos. Cread el silencio interior y buscad la
oscuridad: nada aprenderéis de vuestras propias luces; nada
conseguiréis con vuestras propias fuerzas. Vuestras virtudes
de nada os servirán. Recelad de vuestras virtudes y de vuestros conocimientos. Nos recogeremos por un instante. ¿Estáis
dispuestos?
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Del pecado nos hablan abundantemente el Antiguo Testamento y la Ley Antigua y nos previenen contra él. Nos dan
remedios, porque todas estas cosas caen bajo la Ley. Pero el
Nuevo Testamento fustiga con especial vehemencia esta tercera especie de mal: el mal superior, el pecado en esp1́ritu.
Nuestras faltas son cosa nefasta y peligrosa, difunden a nuestro alrededor muchos males, matan a las personas, las enferman, las deprimen, las entristecen, las extrav1́an. Pero muestras virtudes. . . ¡Oh, qué estragos pueden causar nuestras virtudes! Como estimulan y animan la Ignorancia, la Inconsciencia de que acabamos de hablar, la fuente más negra del pecado. Qué obstáculos pueden ser nuestras virtudes, y con ellas
nuestras curiosidades cient1́"cas y nuestra cultura y nuestro
amor a la gloria y nuestro deseo de alabanza y todo lo que
nos hace brillar ante los ojos de los demás. Cómo nos impiden
recogernos y buscar la luz verdadera. Cuánto tiempo consagramos —a pesar de ser criaturas de tiempo limitado— a resolver problemas que no nos conciernen, a adquirir ciencias
que no nos iluminan, a cumplir con deberes que no nos sirven
ni a nosotros ni a los demás, que sólo sirven a nuestra vanidad, a nuestro secreto deseo de justi"cación. Ésta es, sin duda,
la razón del terrible veredicto de Cristo contra el pecado del
esp1́ritu: no será perdonado. Quienes lo cometen no encontrarán perdón porque el perdón supone el arrepentimiento y
ésos se justi"can ante s1́ mismos y se glori"can los unos a los
otros. ¿Qué parte pueden tener en la misericordia divina? ¿Y
cómo podr1́a llegarles esa misericordia?
Si queréis, pues, que las tinieblas reciban la luz, tratad de

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