UNIPAU 2012 Jose Angel Ruiz Jimenez

Transcripción

UNIPAU 2012 Jose Angel Ruiz Jimenez
La Primavera Árabe y la no violenta revolución silenciosa global
José Ángel Ruiz Jiménez1
Existe una anécdota apócrifa por la que el primer ministro chino Zhou Enlai,
preguntado en Occidente por la trascendencia de la revolución francesa, respondió “Es
demasiado pronto para saberlo”. Corría el año 1960 y, obviamente, el astuto político había
pretendido dejar la puerta abierta a un mucho mayor alcance de la revolución habida en
su propio país apenas dos décadas antes. Pese a las dudas respecto a la verosimilitud de
aquellas palabras, éstas poseen un sublime trasfondo de razón que puede resultarnos
tremendamente útil para interpretar la denominada Primavera Árabe: la enorme dificultad
de realizar un análisis preciso respecto a un hecho reciente y la conciencia de que la
configuración, discurso y posibilidades políticas que abre un evento así puede desplegar
diversas capas tectónicas cuyo efecto puede sentirse décadas o siglos más tarde.
Ciertamente, estos movimientos son efímeros y difíciles de analizar, y si bien estas
páginas tan solo ofrecen unas breves reflexiones, sí que podemos afirmar que hechos
como los de la Primavera Árabe pueden suponer una importante fuerza transformativa
para las siguientes generaciones.
Tras la Primavera Árabe, la mayoría académica, periodística y política que sostenía
que la población de los países árabes -sobre todo Egipto- se posicionaba entre la apatía
política o el islamismo radical y violento ha tenido que cambiar su discurso. En el contexto
de los países del Mahgreb y el Mashreq, la inmensa mayoría de los analistas limitaban las
posibilidades de cambio político a la existencia de grupos de insurgentes armados –la
opción guerrillera o terrorista, cuyo ejemplo más destacado era Al Qaeda-, en estos casos
demasiado débiles, pues las fuerzas de oposición eran, en general, irrelevantes debido al
férreo autoritarismo de los gobiernos.
Así, el reloj político de la región parecía haberse detenido, pues las potencias de
1 José Ángel Ruiz Jiménez es profesor del Departamento de Historia Contemporánea y miembro del Instituto de la
Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada. Su correo electrónico es [email protected].
Occidente, en principio aliadas naturales de alternativas democráticas, mostraron durante
décadas un decidido apoyo a los déspotas de la zona. Su actitud se debía a que
apostaron por la estabilidad -palabra clave de aquel statu quo- que les proporcionaba tal
alianza a ambas partes: los poderosos vecinos del norte dependen de los recursos
energéticos de la región, cuyo suministro se les garantizaba, se mostraban temerosos de
la alternativa islamista -enemigo común a los gobiernos locales-, y se encontraban
satisfechos con el control policial migratorio que se ejercía en estos países, limes natural
entre el norte y el sur, y que refleja la mayor diferencia de renta per capita del mundo
entre ambos lados de una línea fronteriza cuya expresión más obvia es la de Ceuta y
Melilla con Marruecos. Éste es el contexto en que tiene lugar la Primavera Árabe, en la
que al fin se hizo visible una sociedad civil joven, mayoritariamente de clases medias
empobrecidas, culta, consciente y ansiosa de reformas, que había sido silenciada durante
años.2
Las distintas Primaveras Árabes
Si bien hay muchos países implicados por los medios de comunicación, de forma
un tanto atropellada, en la Primavera Árabe, conviene señalar que cada caso es distinto. A
la relativamente exitosa y mayoritariamente no violenta Primavera Árabe en Túnez y
Egipto, a la institucionalización característica del caso marroquí, y a las menos exitosas y
más violentas primaveras en Libia, Yemen y Bahrein3 ha sucedido lo que, a la hora de
redactar estas páginas, parece una masacre interminable en Siria.
En el caso de Libia, pese a la espectacular caída de su régimen, no hay una
sociedad civil nacional medianamente consolidada y capaz de forzar cambios. Sobre el
futuro democrático del país, baste citar dos ejemplos: el consejo Nacional de Transición
está dirigido por Mohamed Abud al Jeleil, antiguo Ministro de Justicia de Gadafi, cuyo
2
Autores como Bichara Khader o Gema Martín Muñoz llevaban más de diez años advirtiendo sin éxito que
Occidente debería reconstruir sus relaciones con los países árabes a partir de estas clases medias para superar la falsa
dicotomía entre dictadores e islamistas radicales. Véase, Khader, Bichara (2009) Le monde arabe expliqué à
l'Europe , Histoire, imaginaire, culture, politique, économie, géopolitique. París, L'Harmattan – CERMAC; y Martín
Muñoz, Gema (1999) El Estado Árabe. Crisis de legitimidad y contestación islamista. Barcelona, Bellaterra.
3 Véase: “La primavera árabe se resiste a pasar de largo en Bahrein”, El Mundo, 22 de noviembre de 2011; y “La
primavera árabe en Bahrein, un año de lucha noviolenta”, en http://www.kaosenlared.net/component/k2/item/7701la-%E2%80%9Cprimavera-%C3%A1rabe-en-bahrein%E2%80%9D-un-a%C3%B1o-de-lucha-no-violenta.html
programa contempla que la nueva Libia debe regirse por la sharia, mientras Abdul Hakim
Belhadj, responsable del Consejo de Seguridad de Trípoli estuvo detenido por su
implicación en los atentados terroristas del 11-M en Madrid.4 Libia es un Estado cuya
estructura tribal condicionó por completo la caída de Gadafi en noviembre de 2011, y el
nuevo reparto de poder depende del equilibrio alcanzado entre sus líderes. Por el
contrario, en Egipto, Túnez y Yemen -en este caso con una represión mucho más atrozfue la presión popular lo que hizo posible el destierro de líderes que parecían inamovibles
y la celebración de elecciones. En el caso yemení, pese a la caída de Ali Abdullah Saleh,
sus familiares y colaboradores continuaron en el poder, habiéndole sucedido, incluso, su
antiguo vicepresidente Mansur al-Hadi, y siendo la clave de la estabilidad no las urnas,
sino el equilibrio de poder entre las confederaciones de tribus suníes y chiíes. Por su
parte, en Marruecos, además de una mayor legitimidad pública del régimen, existe una
hoja de ruta hacia la parlamentarización de su monarquía. La nueva reforma
constitucional de julio de 2011 con que el gobierno atenuó las protestas populares, supuso
un notable avance en la -lenta- senda de la democratización. De hecho, el gobierno
islamista resultante de las elecciones, con el partido Justicia y Desarrollo como fuerza
mayoritaria, es ajeno a las protestas juveniles contra el régimen, hasta el punto de que el
Movimiento 20 de febrero, que articulaba a los manifestantes, llamó a la abstención
electoral. No obstante, los principales protagonistas de la Primavera Árabe han sido
Egipto, Túnez y Siria, de los voy a ocuparme más detalladamente a continuación.
Egipto ha sido el mayor receptor de ayuda económica estadounidense, junto a
Israel, desde la firma de los acuerdos de Camp David 17 el de septiembre de 1978.
Mediante este pacto, auspiciado por el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, el
primer ministro israelí Menachem Begin y el presidente egipcio Anwar el-Sadat firmaron la
paz en los conflictos territoriales entre sus naciones. Si bien Egipto recuperó de este
modo la península del Sinaí – perdida en 1967 en beneficio de Israel- el acuerdo fue
condenado por el mundo árabe, y sus consecuencias fueron la expulsión de Egipto de la
Liga Árabe y el ascenso del fundamentalismo islámico en el país después de la revolución
iraní. De este modo, Egipto, gran referente político y cultural del mundo árabe y paladín
4 Este veterano yihadista desde la guerra de Afganistán contra la URSS, fue detenido y torturado por la CIA en 2004,
siendo posteriormente interrogado por las autoridades españolas respecto a su vinculación con los atentados del 11M, en los que negó haber tomado parte. Véase: Ayestarán, Mikel, “Belhadj asegura que no tuvo nada que ver con el
11-M”, ABC, 11 de noviembre de 2011.
de su autonomía como bloque frente a las grandes potencias de la Guerra Fría, se
convirtió junto a Israel y Arabia Saudí en garante de los intereses de EEUU en la región.
Tras la Cumbre de Amán en 1987, Egipto inició la recuperación de sus relaciones con los
países árabes. Desde entonces, aprovechó su prestigio para mediar entre Israel y
Palestina, y en 1993 apoyó la firma de los acuerdos de Oslo que llevaron al inicio de la
ANP,5 defendiendo la formación de un futuro Estado Palestino. No obstante, el divorcio
entre esta cuasi dictadura pro estadounidense y una población joven, culta, consciente y
mayoritariamente desempleada fue haciéndose más patente con el paso de los años. Ese
fue el caldo de cultivo que explica el éxito de los Hermanos Musulmanes, quienes
denunciaban la corrupción reinante y apelaban al orgullo de sus raíces entre una
ciudadanía frustrada, estando además a salvo de críticas al no haber accedido todavía al
poder. Además practicaban una política de cercanía y solidaridad mediante la que
proveían de educación, formación religiosa, sanidad, alimentos, e incluso de fotocopias
baratas a muchos de los olvidados por un Estado cuyas arcas estaban saqueadas por la
corrupción, y que era incapaz de cumplir las promesas de bienestar realizadas tras la
independencia de las potencias coloniales. De hecho, según los datos del PNUD, dos de
cada cuatro egipcios viven por debajo del umbral de la pobreza. En este contexto, el
presidente Hosni Mubarak quiso dar un paso más en la deriva autoritarista de Egipto y
designar a su hijo Gamal como sucesor. El nepotismo de esa decisión hizo que el ejército
se distanciara del dictador, algo que resultaría decisivo al estallar las revueltas populares,
en las que los militares contemplaron con indiferencia la caída del presidente, al tiempo
que ganaban prestigio ante la opinión pública al no reprimir abiertamente a los
manifestantes. Así, el ejército se hizo cómodamente con el poder durante un año y
supervisó la transición, hasta los procesos electorales habidos entre diciembre de 2011 y
febrero de 2012.6 En ellos, los grandes vencedores fueron los islamistas, algo lógico si
consideramos que hasta entonces eran los únicos grupos de oposición bien organizados y
disciplinados. Así, la victoria correspondió a Libertad y Justicia (PLJ) –brazo político de los
Hermanos Musulmanes-, seguido de
Al Nur –radicales salafistas cercanos a Arabia
5 Autoridad Nacional Palestina, organización administrativa autónoma que gobierna la Franja de Gaza y parte de
Cisjordania, según se estableció en los Acuerdos de Oslo de 1994 entre el Gobierno de Israel y la Organización para
la Liberación de Palestina (OLP).
6 Los militares, que controlan amplios sectores de la economía, lavaron así su imagen tras haber dirigido las legiones
de espías, matones y torturadores que, durante decenios, aterrorizaron a los partidarios del Estado laico, salafistas,
cristianos coptos y personas corrientes. De cualquier modo, durante las revueltas no dudaron en arrestar a blogueros
que se habían atrevido a criticarlos.
Saudí-. El PLJ ha inició su mandato con concesiones y acuerdos con el aparato militar y
de seguridad, pero también intentando refrenarlo. En principio, las prioridades del PLJ en
Egipto parecen claras: mostrar ciertas mejoras en la economía, el bienestar y la seguridad
individual, algo imprescindible para no perder popularidad y, por tanto, votos. Por su parte,
el ejército se encuentra cómodo reinando sin gobernar.
En Siria, al cuasi estalinismo baaista de Hafez al-Hassad, aliado entre otros de
Saddam Hussein, sucedió la dictadura de su hijo Bashar al-Assad, de quien por su
formación europea y aparente talante personal se esperaba un aperturismo que no solo
no se produjo, sino que impuso un estricto autoritarismo continuista. Su gobierno se
apoya nominalmente -veremos que hay otros intereses- en una minoría shií de menos de
dos millones sobre una población de veinte millones, mayoritariamente sunnitas. Esta
postura ha convertido a Siria en protagonista de una “Triple Entente” junto a Irán e Irak,
que, por una parte, apoya a Palestina, mientras por otra se opone a Israel y EEUU. Ello le
permite formar parte de otra “Triple Entente” económica y estratégica mucho más
poderosa, junto a Rusia y China. El telón de fondo es el escudo antimisiles StratCom que
EEUU ha propuesto desplegar en Europa el Este, así como la protección de Irán ante una
posible agresión militar estadounidense-israelí, que comprometería el flujo de petróleo en
la cuenca ruso-iraní del Mar Caspio, rompiendo además la conexión chino-iraní mediante
la que los primeros refinan el crudo que proporcionan los segundos.
En el caso de Túnez, si bien los eventos fueron espontáneos e inesperados incluso
para muchos de sus protagonistas, el modelo de revuelta respondió a lo que William
Zartman describe como “el modo tunecino de actuar”,7 existiendo interesantes
precedentes. Por ejemplo, en 1978 el presidente Habib Bourguiba castigó al ala liberal del
Partido Destour (PSD), así como a la Unión General de trabajadores de Túnez (UGTT)
con acciones represivas en las que murieron unas 200 personas. El régimen sobrevivió al
masivo descontento, si bien tuvo que ofrecer la zanahoria de unas elecciones en las que,
aún saliendo victorioso el gobierno, marcaron un antes y un después en la vida política del
país. En 1984 tuvieron lugar unos hechos más cercanos a los de 2011. Se cuenta que en
un momento de creciente inflación, un hombre salió de una panadería gritando que no
7 Khalili, Laleh; Schwedler, Jillian; Zartman, William; y Eid, Gamal (2011) “Revolution in the Arab World. The Long
View”, Center for Contemporary Arab Studies at Georgetown University. http://ccas.georgetown.edu/256660.ht
podía ya ni alimentar a su familia como había hecho siempre. Aquello habría iniciado una
reacción en cadena por la que cientos de personas empezaron a expresar su
descontento, dándose la destrucción de coches y casas de lujo, así como de otros
símbolos de riqueza -por otra parte poco comunes en las sociedades árabes, tan celosas
de su privacidad y poco dadas a la ostentación-. Bourguiba sobrevivió a esta nueva crisis
en la que la gente común había dado un paso más tomando las calles. Como ya había
hecho seis años atrás, cesó al primer ministro y a otros miembros del gobierno, a los que
responsabilizó de la crisis. En 2011, se avanzó en esta progresión sin aparente
continuidad, y el cargo del presidente Zine el Abidine Ben Alí ya no sobrevivió a las
revueltas callejeras. Por último, es interesante reseñar hasta qué punto existía un
componente popular en los eventos de Túnez. El levantamiento se produjo en la periferia
de los centros políticos, en localidades con tradición disidente como Sidi Bouzid y
Kasserine. Incluso en la capital, los protagonistas iniciales fueron emigrantes rurales,
pertenecientes a las capas más pobres y excluidas, antes de extenderse a las clases
medias y a familias recientemente enriquecidas pero excluidas de los círculos de poder.
Éstas últimas terminarían por dar el golpe definitivo al régimen y serían las grandes
beneficiadas de la revolución.
En definitiva, pese al destacable empuje de la población en la Primavera Árabe, de
los 22 países que componen el ámbito árabe-musulmán, sólo en 4 de ellos ha habido un
cambio de gobierno, siendo Túnez el único en que se atisban signos genuinos una
incipiente democracia.
Algunas sugerencias de análisis
A la hora de valorar la Primavera Árabe, un análisis clásico se centraría en las
grandes y duraderas transformaciones sociológicas que suceden inmediatamente a una
revolución. Si bien se trata de una perspectiva válida, resulta interesante ir más allá de
esos breves periodos históricos disruptivos, tan dados a interpretaciones heroicas y
románticas. Ello nos permitiría observar lo que, en palabras del brillante historiador
británico C.L.R. James, es una pausada a la vez que incesante acumulación de eventos, y
a veces siglos, que desembocan en erupciones volcánicas que no son más que
proyecciones del subsuelo del que provienen.8 Así, más allá de las llamativas y
multitudinarias expresiones ciudadanas en la calle o a ciertos hechos de armas, valdría la
pena detenerse en los factores estructurales que hay detrás. Uno de los más destacados
en la Primavera Árabe es sin duda la creciente brecha socioeconómica entre una nueva y
próspera clase capitalista dispuesta a defender como sea su recién adquirida riqueza, y lo
que el sociólogo Asef Bayat ha llamado “las clases medias empobrecidas”.9 Éstas últimas,
bien formadas y educadas, están excluidas del bienestar por la ausencia de empleos para
trabajadores cualificados.
Considero que vale la pena profundizar un poco más en las teorías de C.L.R.
James, pues me parecen especialmente útiles para el análisis de la Primavera Árabe.
Este historiador marxista se esforzó, en sus escritos sobre el Caribe, por dar
protagonismo a las sociedades negras dentro de un socialismo en el que se daba por
sentado que la clase obrera blanca europea parecía ser el único proletariado digno de
consideración. La perspectiva de la humanidad que ofrecía este autor se veía animada
por la simple pero profunda convicción de que la capacidad creativa de los hombres y
mujeres comunes era la fuerza más importante para el desarrollo de la civilización. James
consideraba que el poder y conocimiento de la gente corriente fue lo que hizo posible el
éxito de la libertad contra las estructuras de opresión de la Rusia zarista, pero el régimen
resultante convertiría aquella libertad en totalitarismo con la burocratización, la represión y
el despotismo estalinistas. Proveniente de una línea de pensamiento trostkista, James iría
evolucionando hacia posturas donde del marxismo se valoraba ante todo su potencial
liberador y su capacidad de empoderar a la gente común contra la opresión, pero
renunciando a la violencia y a la dominación que a menudo significaban las revoluciones.
Esto último, según él, arruinaba la experiencia política hasta el punto de terminar siempre
marginando la libertad y creatividad del individuo en beneficio de nuevas estructuras
opresivas.
Contrariamente a Lenin y Trostki, James consideraba que la ausencia de una
vanguardia sapiente que liderara a las masas en su levantamiento por la libertad no tenía
por qué ser un freno para la revolución, como demostró en su estudio de las experiencias
8 James, Cyril Lionell Robert (1950) The Class Struggle. Londres, Stanley Paul, p 21.
9
Sobre el análisis de esta clase social, véase Bayat, Asef, “A New Arab Street in Post-Islamist Times,” 26
January 2011, available at: http://mideast.foreignpolicy.com/posts/2011/01/26/a_new_arab_street.
de Santo Domingo y otros casos caribeños en Toissaint L´ Ouverture (1936), World
Revolution (1937) y The Black Jacobins (1938). Especialmente en el primero de estos
trabajos, James destacaba como paralelamente al surgimiento de líderes entre los
esclavos que lograron su libertad respecto tanto a sus amos como a sus metrópolis, había
que poner el acento en la gran masa anónima de esclavos conscientes y formados por su
experiencia de vida.
Además, James cuestionaba seriamente la asunción del marxismo ortodoxo de que
la revolución tendría primero lugar en los países capitalistas más avanzados de Europa,
quienes deberían ser el modelo para el resto del mundo subdesarrollado, algo que, con el
tiempo, terminaría por mostrarse absolutamente equivocado en Rusia, China, Méjico,
Vietnam o Cuba, por citar los casos más destacados. De hecho, la clase obrera de las
grandes potencias industriales (Gran Bretaña, Alemania, Francia y EEUU) optó
mayoritariamente por modelos reformistas. En su opinión, era precisamente en las
colonias y ex colonias donde las poblaciones indígenas y especialmente las negras y
mestizas americanas podían liderar los movimientos revolucionarios libertarios más
destacados.
Resulta muy interesante comprobar como los elementos adelantados por James se
han visto reflejados tan fielmente, casi un siglo después, en la Primavera Árabe, donde el
ansia democrática producto de la experiencia colectiva no se ha dado en países
capitalistas del norte desarrollado con alta conciencia de clase, sino en el norte de África y
Próximo Oriente; y donde en lugar de vanguardias o partidos políticos ha predominado
una estructura horizontal en la que no había grandes nombres de líderes reconocibles.
Por tanto, vale la pena dar el debido protagonismo al fenómeno de empoderamiento
colectivo que ha caracterizado estas revoluciones, y en el que profundizaré a
continuación.
Los Estados autoritarios, sobre todo aquellos dotados de un poderoso aparato
policial, son particularmente eficaces imponiendo una atmósfera paralizante de miedo y
un sentimiento de debilidad entre la población. En el caso de Túnez, el gobierno de Ben
Alí disponía de un policía secreto por cada 40 habitantes, mientras en Egipto sus casi dos
millones de agentes tenían carta blanca para reprimir con dureza cualquier manifestación
de desafío al régimen. Si ha habido un elemento común en Sfax, Túnez capital, El Cairo,
Alejandría, Suez, Daraa o Aden, entre otros muchos lugares, es que los revolucionarios
afirmaban haber superado el miedo. Y es que, cuando la población percibe que puede
obtener logros destacables en la modificación de la política de sus países, experimenta lo
que E.P. Thompson denominó agencialidad histórica, refiriéndose a la conciencia de las
capacidades y poderes de los individuos y los colectivos para transformar la sociedad.
Esas competencias los hacen responsables tanto de sus decisiones como de sus actos, y,
consecuentemente, de forjar el mundo en que viven.10 El planteamiento implica una forma
de rebeldía tanto contra el marxismo ortodoxo que diluye al individuo en una clase social
responsable última de los hechos históricos, como contra un capitalismo alienante y cada
vez más excluyente que polariza la posesión y disfrute de la riqueza entre una minoría
muy próspera y consumista y una mayoría de excluidos.11 En una hermosa y afortunada
expresión, Elizabeth Wood ha llamado a este sentimiento de protagonismo histórico “el
placer de la agencialidad” (the pleasure of agency), que insufla a los participantes de
procesos como los de la Primavera Árabe un entusiasmo, confianza, fe y solidaridad
capaz de cruzar continentes.12 Así, cuando pese al alcance de los eventos de Túnez y
Egipto, la mayoría de analistas todavía afirmaba “muy interesante, pero esto nunca va a
suceder en Siria”, poco después, el desafío a la elite de este país se convertiría en el más
combativo -y sangriento- de todos. Y es que la visión de que otro mundo es posible
cambia el espíritu de lo que puede suceder. Compartir emociones en calles, plazas, cafés
y mezquitas crea lazos que forjan una comunidad revolucionaria en la imaginación
colectiva, algo efímero e imposible de medir, pero que genera una fuerza renovadora cuyo
efecto puede trascender fronteras y generaciones.
Otra característica muy comentada de la Primavera Árabe, símbolo mediático del
poder popular que la ha caracterizado, ha sido el uso de redes sociales como Facebook y
Twitter entre los revolucionarios para difundir información, realizar convocatorias,
prestarse ánimo, etc.
Las emisoras de radio y televisión han sido tradicionalmente
cruciales para la seguridad del Estado, siendo su seguridad estudiada y garantizada por el
ejército, ya que prácticamente monopolizaban el discurso sobre lo que pudiera estar
10 Véase Thompson, E. P. (1963) The Making of the English Working Class. Harmondsworth, Penguin y Ruiz Jiménez,
José Ángel (2099) Contra el reino de la bestia. E. P. Thompson, la conciencia crítica de la Guerra Fría. Granada,
Universidad.
11 Al respecto, véase, por ejemplo: Forrester, Viviane (1996) El horror económico. México, Fondo de Cultura
Económica y George, Susan (1999) The Lugano Report. On Preserving Capitalism in the 21st Century. Londres,
Pluto Press.
12 Wood, Elizabeth (2005) Performing Justice: Agitation Trials in Early Soviet Russia. Ithaca, Cornell University
Press.
ocurriendo. Sin embargo, Internet y los teléfonos móviles, desde donde pueden
diseminarse imágenes, textos y sonido, han terminado con el control estatal del discurso
público. No obstante, como acertadamente observa Javier Valenzuela, más de un año
después de las caídas del tunecino Ben Ali y del egipcio Mubarak, a las que les seguirían
las del libio Gadafi, el yemení Saleh, y el alzamiento contra el clan sirio de los Asad, la
blogosfera democrática árabe padece una fuerte resaca. Internet fue muy útil para superar
el aislamiento, romper el muro del miedo y lanzar las revoluciones, pero se probó
insuficiente para conseguir la caída de los dictadores —eso se hizo, y se hace, en la calle
y al precio de mucha sangre derramada— y aún más para construir luego verdaderas
democracias. La euforia de los primeros meses de 2011, cuando el mundo entero hablaba
de las revoluciones Facebook, ha ido dando paso a un realismo desencantado aunque
aún combativo. Y es que el contraataque de las fuerzas reaccionarias árabes —militares
autoritarios, políticos de colmillo retorcido, millonarios corruptos, islamistas moderados,
radicales salafistas, medios de comunicación conservadores, etc.— está siendo feroz.13
De cualquier modo, el actor mediático más destacado a largo plazo en la Primavera
Árabe ha sido Al Jazeera. Desde los últimos años 90, este canal de televisión catarí ha
mostrado a los espectadores del mundo árabe-musulmán una realidad distinta a la de sus
medios de comunicación nacionales, con ejemplos como las filtraciones de wikileaks que
dejaron al desnudo la corrupción e ineficiencia de sus gobernantes. Si consideramos el
nivel de analfabetismo en muchos de las naciones involucradas -a excepción de Siria y
Libia, en el resto de países oscila entre el 25% y el 60%- y el precio de las conexiones a
Internet, lo cierto es que la televisión sigue siendo un medio mucho más accesible e
influyente. Sin duda, Al Jazeera había ido sembrando una semilla de descontento que, en
parte, también explica los frutos de 2011.
Una última cuestión que creo vale la pena destacar es el papel jugado por las
mujeres en la Primavera Árabe. El fenómeno, que supuso que ambos sexos compartieran
el espacio público en números sin precedentes, se repitió en Jordania, Marruecos, e
incluso en Bahréin donde gobiernan monarquías autoritarias. Antes, fue Túnez el país que
alzó la bandera de las manifestaciones con un amplio protagonismo femenino, aunque allí
13 Véase Valenzuela, Javier “Desencanto Árabe 2.0”, El País, 4 de marzo de 2012.
no resultó tan llamativo puesto que la condición de la mujer tunecina es la más avanzada
del mundo árabe. De hecho, 4.000 mujeres se postularon para ser elegidas por primera
vez tras la ley de mayo de 2011, en la que se estableció que las listas de candidatos de
los partidos debían incluir paridad de miembros de ambos sexos. El hecho es que la
presencia femenina en la vida pública, pese a los estereotipos que hablan de sumisión,
posee una interesante trayectoria, desde líderes históricas,14 asociaciones de mujeres en
la década de 1930, y activistas en los procesos de independencia colonial, a figuras
actuales tan destacadas como Zainab Anuar, fundadora de Sister in Islam, o Nabila
Hamza, directora de Foundation for the Future. No obstante, su lucha sigue encontrando
enormes obstáculos. Y es que, precedentes tan valiosos como el de las numerosas
argelinas que participaron muy activamente en las luchas por la descolonización, han
terminado por verse olvidados e ignorados en gran parte después de la independencia.
En Egipto, gran referente de la Primavera Árabe, preocupa la situación de la mujer en el
nuevo orden político y social, puesto que la representación femenina en el nuevo régimen,
así como en los diversos partidos que se han formado después de la caída de Mubarak,
ha sido en realidad paupérrima. El gobierno transitorio de Essam Sharaf sólo nombró a
una mujer en su gabinete; cifra incluso inferior a la impuesta por la dictadura anterior. No
obstante, durante aquellas multitudinarias manifestaciones, por primera vez en un país
árabe musulmán pareció flotar, entre chadores y niqabs, un cierto aire de reivindicación
feminista. De cualquier modo, una vez desalojada la emblemática plaza Tahrir, las
mujeres han desaparecido del ágora, y su presencia pública suele volver a exigir
compañía masculina. En el resto de naciones implicadas en la Primavera Árabe, las
mujeres o no están, o marchan separadas detrás de los hombres, como en Irán o en
Yemen por el indeseado regreso del presidente Saleh. Es por ello que las manifestaciones
mixtas de la plaza de Tahrir resultaron tan novedosas, marcando un punto de inflexión en
el país que ya ha posibilitado acciones como la marcha de un millón de mujeres en marzo
de 2012 para exigir sus derechos.
En conjunto, como bien señala Timothy Garton Ash, observamos que la Primavera
Árabe no es otro 1989, con las consecuencias de aquel, pero tampoco es 1979 en Irán,
una revolución arcoiris que enseguida degeneró en una teocracia islamista represiva. Es
14
Bewly, Aisha, “El liderazgo de las mujeres”, 25 de junio de 2002, en http://www.webislam.com/articulos/26324el_liderazgo_de_las_mujeres.html
Egipto, Túnez, Yemen, Siria, Libia, etcétera; y es 2012, así que Gobiernos islamistas
pragmáticos, que logren una reducción gradual del gigantesco aparato militar, burocrático
y de seguridad de los Estados, es quizá lo máximo a que puede aspirarse en un futuro
próximo.15
No violencia revolucionaria e inducción estratégica exterior
Los modelos revolucionarios más influyentes en los siglos XIX y XX fueron sin duda
el francés de 1789-93 y el soviético de 1917. Ambos tenían en común la convicción de
que el cambio político solo era posible a través de la violencia. Estos referentes inspiraron
a numerosos grupos que ansiaban reformas radicales para mejorar las condiciones de
vida y libertad en sus países, y que por tanto optaron por el golpe de Estado o la guerra
civil cuando sus fuerzas lo hacían posible, o por la opción guerrillera o terrorista cuando la
relación de fuerzas era en de franca desventaja. En este sentido, Ernesto Guevara, el
Ché, es todo un icono de las estrategias violentas en pos de fines justos. Por otra parte,
pese a existir precedentes en el siglo XIX como Henry D. Thoreau o Lev Tolstoi, fue a lo
largo del siglo XX cuando se consolidó una alternativa en los medios para conseguir
grandes cambios políticos: la no violenta. Los casos de Gandhi en India, Martin L. King en
EEUU, la revolución de terciopelo de 1989 en Checoslovaquia y sus ecos en Europa del
Este, Mandela y el fin del Apartheid en Sudáfrica o la caída de Milosevic en 2000 son hitos
ejemplares sobre como las revoluciones y los grandes cambios estructurales son posibles
sin violencia. Su teoría y práctica han demostrado que existen otras estrategias de toma
del poder, desestimando la violencia, epitomizada en el esquema marxista en la “toma del
palacio de invierno” como opción política válida e, incluso, inevitable. No obstante, es
cierto que el discurso mayoritario entre políticos, periodistas y académicos aún tiende a
ignorar o invisibilizar la no violencia.
Así, como ya les sucedió con Gandhi o con la caída del comunismo en Europa del
Este, la mayoría de los analistas encontraron en la Primavera Árabe una situación que no
habían previsto y que pareció tomarles totalmente por sorpresa. Ello ha supuesto,
también, una derrota de la estrategia de Al-Qaeda, incapaz, con su propuesta violenta, de
15 Garton Ash, Timothy, “No es el sueño de Tahir”, El País, 3 de marzo de 2012.
forzar un solo cambio de régimen, mientras veía con incredulidad unos estallidos de
protestas ciudadanas que los excluían por completo. De hecho, con las excepciones siria
y libia -el caso de menor participación popular-, la única violencia presente ha sido la de
los gobiernos. Sin embargo, la alternativa no violenta ya poseía una firme trayectoria y
hacía tiempo que estaba presente, ayudando a la configuración de una revuelta popular
en pos de una sociedad más justa. Aparte de precedentes tan interesantes como el
movimiento verde en Irán contra el fraude electoral en la victoria de Ahmadineyad en
2009, trabajos de investigación periodística como el realizado por Marwa Awad y Hugo
Dixon para el caso egipcio, el más emblemático de la Primavera Árabe, han mostrado que
las protestas no habían surgido en el vacío.16 Estaban, por el contrario, muy bien
organizadas gracias al trabajo de activistas agrupados en organizaciones como el
movimiento 6 de abril, que fundó la Academia del Cambio en 2005. Su misión consistía en
adaptar a la realidad egipcia su marco conceptual y de actuación. Para ello, la referencia
era el académico norteamericano Gene Sharp, cuya Albert Einstein Institution contribuyó
activamente en la preparación de los grupos que lideraron las “revoluciones de colores”
no violentas en Georgia, Ucrania y Kirguistán, patrocinadas por Estados Unidos entre
2000 y 2005.17 Su principal fuente de inspiración eran las protestas sociales que llevaron
al hundimiento del bloque del Este, desde el surgimiento del sindicato polaco Solidarnosc
en 1980 hasta la caída del muro y los regímenes comunistas del Pacto de Varsovia en
1989, si bien todas ellas fueron mucho más genuinas, pues se realizaron prácticamente
sin ayudas extranjeras.
La continuidad e influencias entre unos y otros movimientos pueden apreciarse en
detalles como que el Movimiento 6 de abril adoptara el logotipo utilizado en Serbia y
Georgia por los grupos Otpor y Kmara respectivamente. A partir de la llegada de
Mohamed el Baradei a Egipto, en febrero de 2010, su página de Facebook reclutó
simpatizantes que fueron divididos en grupos de 100 personas que, a su vez, debían
extender en la población las diversas técnicas de la acción no violenta. El coordinador de
16
Awad, Marwa y Dixon, Hugo, “The Art of Revolution Egypt´s non-violent warriors”, The Daily Star, 14 de
abril
de
2011:
http://www.dailystar.com.lb/Apr/14/The-art-of-revolution-Egypts-nonviolentwarriors.ashx#axzz1otKiQRSN.
17 Gene Sharp, llamado por algunos el maquiavelo de la no violencia al dar más importancia a la dimensión
instrumental y política que a la moral, es conocido por sus 198 métodos de acción no violenta y por obras tan
influyentes como (1997) Nonviolent Action: A Research Guide. Nueva York, Garland Publishers; y (2005) Waging
nonviolent struggle : 20th century practice and 21st century potential. Boston, Extending Horizons Books.
esta fase fue otro de los miembros de la Academia: Saad Bahrar.18
Existen, por tanto, sólidas evidencias de que existió un interés muy específico
desde el extranjero en fomentar el activismo político no violento en algunos países de la
zona, sobre todo en Túnez, Egipto y Yemen. Esto se hizo principalmente mediante grupos
de oposición vinculados y parcialmente financiados por la política exterior de Estados
Unidos. De hecho, en febrero de 2010 el New York Times destapó la relación entre la
Academia para el Cambio, el Movimiento 6 de Abril, la Academia Democrática Egipcia –
que recibe fondos de los Estados Unidos para promover los Derechos Humanos y la
vigilancia de los procesos electorales – y la presión a la que se vio sometido el dictador
egipcio por parte de la Casa Blanca desde la última semana de enero. Dos meses más
tarde, el mismo diario vinculaba la actuación de la vanguardia de las protestas al
entramado de ONG vinculadas a los intereses estadounidenses. Es más, el Instituto
Nacional Demócrata y el Instituto Internacional Republicano (ambos financiados a través
del Fondo Nacional para la Democracia) y Freedom House (financiado a través del
Departamento de Estado) llevaban años trabajando de forma pública en Egipto, Bahréin y
Yemen con organizaciones privadas, lo que era fuente de tensiones con los gobiernos de
esos países. Como bien señalan Francisco Veiga y Carlos G. Villa:
“Todos éstos habían sido movimientos antisoviéticos o incluso anti izquierdistas
(neocomunistas o postsoviéticos, en la terminología estadounidense), algo que conviene
tener muy presente para entender los actuales acontecimientos en la región. Entre otras
razones, porque los operativos que se organizaron en las “revoluciones de colores”
incluían el relevo concertado de los dirigentes “postsoviéticos” o “filorrusos”: Milosevic por
Kostunica, Yanukovic por Yushchenko; Shevarnadze por Saakashvili; Akayev por Bakiyev.
Eso no sucedió en Túnez y Egipto; o no parece haber tenido lugar de forma clara. Pero
eso no es óbice para que se hubiera producido una repetición, al menos parcial, de lo ya
visto en Ucrania, Georgia o Kirguistán, con las variantes lógicas correspondientes”.19
18
González Villa, Carlos y Veiga, Francisco, “Primavera Árabe, vestigios de inducción estratégica”, Eurasian
Hub. Estudios, análisis, recursos y asesoramiento académico. 12 de septiembre de 2011,
http://eurasianhub.com/2011/09/12/%E2%80%9Cprimavera-arabe%E2%80%9D-vestigios-de-induccion-estrategica-1/
19
González Villa, Carlos y Veiga, Francisco; opus cit.
No debemos, por tanto, perder de vista las influencias de potencias exteriores que
persiguen una situación de ventaja: desde el despliegue de 4.000 soldados enviados por
Arabia Saudí a Bahrein -país de sólo un millón de habitantes- hasta los menos coercitivos,
pero igualmente interesados millones de dólares invertidos por los EEUU y la UE para
influir en el resultado de las elecciones tunecinas mediante programas de “ayuda a la
promoción democrática” para las fuerzas políticas que les son más favorables. En
general, podemos hablar de un intento por perpetuar la alianza entre Occidente y las
clases enriquecidas de estos países de modo que se domestique a los movimientos
revolucionarios para que los nuevos guardianes del Estado sean económica y
políticamente “moderados”.
Sin embargo, la no violencia que caracterizó la Primavera Árabe en Túnez, Egipto y
el inicio de la revolución en Siria, no ha sido solo consecuencia de unos hilos hábilmente
movidos desde Washington. De hecho, muchos de los vínculos entre EEUU y ONG se
mantuvieron en secreto para evitar reacciones negativas por parte de algunos miembros
de estos grupos de acción no violenta. Además, la mayoría de los manifestantes no
formaban parte de estos grupos o eran muy celosos de su independencia, mostrándose
incluso opuestos a influencias de gobiernos, partidos o lobbies como los que acabamos
de describir. El caso más destacado de esta genuina e independiente labor de
transformación social por medios pacíficos es el de los serbios de OTPOR y CANVAS, los
más influyentes en Túnez y Egipto, quienes precisamente hacen bandera de su absoluta
autonomía respecto a EEUU20
Curiosamente, en febrero de 2012 los militares egipcios reaccionaron con dureza
ante esta suerte de injerencia: el Ministerio de Justicia prohibió salir del país a 19
estadounidenses y a una veintena de europeos, libaneses y egipcios por formar parte de
nueve organizaciones internacionales registradas a finales de 2011. Pese a las airadas
protestas estadounidenses sobre el trabajo por la democracia realizado por estas
personas, fueron retenidas durante más de un mes. Las leyes prohíben la financiación
extranjera de operaciones en el país salvo cuando el gobierno controla las transacciones.
Así, todas las ONG que operan en Egipto deben contar con una autorización oficial para
20 Rosemberg, Tina, “Revolution U. What Egypt Learned from the Students Who Overthrow Milosevic”, Foreign
Affairs, febrero 2011, http://www.foreignpolicy.com/articles/2011/02/16/revolution_u.
poder recibir financiación extranjera. Según los responsables de algunas de las entidades
investigadas, éstas realizaron las peticiones adecuadas que establece la normativa, pero
no recibieron ninguna respuesta de las autoridades egipcias.21
De cualquier modo, el que en Egipto y Túnez (por no hablar de Bahrein o Yemen) la
vocación no violenta de los manifestantes hubiera convivido con formas de inducción
estratégica externa no tendría que desautorizar a las revueltas de la Primavera Árabe
como fenómenos de masas o populares, con motivaciones autóctonas y causas sociales
o políticas objetivas, legitimados para derrocar a autócratas y tiranos. La realidad es
compleja y así hay que tratar de analizarla, evitando explicaciones generalistas, simples o
ideológicamente orientadas. Y es que esconder bajo la alfombra aquello que no encaje,
según las preferencias del autor, con la visión realista de que estas revoluciones no
violentas fueron una marioneta en manos de Occidente, o con la idealista que las
presenta como totalmente autónomas, solo nos ofrecerá imágenes sesgadas. Reconocer
ambos componentes, tanto el de la manipulación externa como el de una sociedad civil
genuinamente comprometida, es lo que nos permite comprender cómo están operando
las grandes potencias en la zona, qué buscan y obtienen; asimismo, nos permite
reconocer una ciudadanía cada vez más madura, consciente y combativa. Es decir,
contribuye a explicar lo que está sucediendo en toda su complejidad, porque a la vez que
tenía lugar la Primavera Árabe, se estaban dando otra serie de movimientos solidarios
con ella, como el de los indignados y Ocupa Wall Street, nada sospechosos de injerencias
gubernamentales. Por el contrario, son manifestaciones de una tendencia que,
especialmente desde los años 60 del siglo XX, muestra una sociedad civil cada vez más
activa y mejor organizada en todo el mundo que exige menos violencia y más justicia
social.22
En este sentido, el post-materialista Ronald Inglehart, ya en 1971, analizó una serie
de tendencias políticas que consideraba expresaban una revolución silenciosa en las
sociedades industrializadas occidentales. El paso del tiempo ha ido confirmando lo
21 González, Ricard, “Egipto procesa a 19 estadounidenses de varias ONG”, El País, 6 de Febrero de 2012.
22 Ruiz Jiménez, José Ángel (2009) “El movimiento pacifista en el mundo contemporáneo: historia y presente”,
Tiempo de Paz, nº 92, pp 12-20.
acertado de su estudio, en el cual afirmaba que bajo el activismo de los años sesenta y la
aparente aquiescencia de los setenta se estaba experimentando un cambio gradual, pero
esencial, en la mentalidad política de los países del Norte desarrollado. Desde aquellos
años, una proporción sin precedentes de la población ya no solo occidental, sino mundial,
ha ido demostrando un interés genuino en comprender lo que sucede en la política
nacional e internacional, y en participar en las decisiones que se toman en esos
ámbitos.23 Los ciudadanos han ido modificando sus creencias, valores y conductas,
ampliando sus necesidades de identidad, estima y realización personal. Asimismo, han
potenciado sus habilidades políticas y ha aumentado el porcentaje de la población
implicada en el desarrollo de los valores y necesidades mencionados, hasta formar, en
conjunto, el mayor movimiento social de la historia.24 La joven sociedad civil de los países
árabes, invisibilizada por razones geopolíticas y económicas, no había sido ajena a este
proceso, y la Primavera Árabe ha supuesto su irrupción pública y su autoafirmación como
fuerza de cambio de enorme potencial.
Los valores y actitudes, más allá de crisis políticas o espectaculares
movilizaciones, son los que facilitan la comprensión de los procesos sociales. Para ello,
es necesario descubrir las formas de interacción ciudadana, cómo los movimientos
sociales se ven influidos por tradiciones de acción colectiva anteriores, y cómo las
instituciones, redes e identidades presentes facilitan o dificultan las formas de protesta.
Así, más allá de la simple participación en procesos electorales, la gente común ha
demostrado una creciente capacidad para influir en política de un modo que Inglehart
denomina de desafío a las elites, en oposición a las tradicionales actividades ciudadanas
dirigidas por las elites, como las movilizaciones masivas organizadas por partidos
políticos, sindicatos o instituciones religiosas. En el caso de la Primavera Árabe, la propia
ciudadanía fue más allá, mostrándose capaz de autogestionar sus acciones de protesta
sin ninguna elite ni institución que liderara el proceso. De este modo, en oposición a los
clásicos –ismos, observamos un amplio movimiento no ideologizado que no apela a
fantasías de masas, sino que se centra en necesidades concretas. De hecho, la
contribución capital de estos movimientos es que rechazan una idea única para ofrecer
23 Inglehart, Ronald (1977) The Silent Revolution. Changing Values and Political Styles Among Western Publics,
Oxford, Princeton University Press.
24 Véase Hawken, Paul (2007) Blessed Unrest. How the Largest Movement in the World Came into Being
and No One Saw it Coming. Nueva York, Viking Penguin.
cientos de otras pequeñas y prácticas. En lugar de -ismos, ofrecen procesos, dudas y
compasión, mostrando la cara generosa de la humanidad y siendo más pragmáticos que
utópicos. Sería de ilusos sostener que la firme toma de postura de millones de ciudadanos
en todo el mundo, desafiando a gobiernos y medios de comunicación de masas, tiene
lugar en el vacío y es espontánea u obra de los servicios de inteligencia de algunas
potencias. Estos movimientos sociales están contribuyendo lenta, pero notablemente, a la
formación de una mucho mayor conciencia social de denuncia y crítica de las lacras y
causas que motivan los conflictos y la violencia –más allá de las simples guerras-, que
implican cuestiones de violencia estructural: dictaduras, subdesarrollo, hambre,
pandemias, armamentismo, manipulación informativa, etc. Indudablemente, la Primavera
Árabe se sitúa en este contexto de interacción ciudadana internacional, siendo un buen
ejemplo de como los movimientos sociales se ven influidos por tradiciones de acción
colectiva anteriores, y también de como las instituciones, redes e identidades presentes
facilitan o dificultan las formas de protesta.
Conclusiones y reflexiones finales
Si algo ha demostrado la Primavera Árabe, es que el sistema político de los países
implicados se había quedado pequeño para las aspiraciones y madurez ciudadana de la
mayoría de sus habitantes, atrapados durante décadas entres gobiernos despóticos e
islamistas radicales. Paralelamente, en las mismas semanas, entre otros, el movimiento
15-M en España, Ocupa Wall Street en EEUU y los indignados a nivel internacional
mostraban los mismos síntomas de agotamiento de un sistema en el que cada vez más
ciudadanos se sienten descontentos. No obstante, deben observarse importantes
distancias cualitativas, pues mientras en las revoluciones árabes se aspira a instaurar un
modelo de democracia participativa, en Occidente ese debate parece resuelto y las
demandas van más allá, cuestionando aspectos como las estructuras del mercado, el
reparto de la riqueza, el modelo energético, etc.
El futuro deja muchas dudas sobre hasta qué punto existen perspectivas serias de
institucionalizar los aparentes logros de estas revoluciones; sobre el potencial del ejemplo
egipcio y tunecino de ser imitado con éxito en otros Estados; sobre la vulnerabilidad
comparativa ante revueltas similares de los grupos gobernantes en cada caso; y sobre la
capacidad de las élites de desarrollar estrategias antiinsurgentes para vencer, contener o
cooptar movimientos similares. Así, por ejemplo, en Egipto el PLJ y el salafista Al Nour
controlan, entre los dos, una amplia mayoría en las dos cámaras del Parlamento. Son
ellos —no los jóvenes urbanos y con educación que encabezaron la revolución en la
Plaza de Tahrir— quienes han obtenido la victoria política. No es extraño en una sociedad
conservadora y de mayoría musulmana, en la que los Hermanos Musulmanes poseían ya
una formidable organización clandestina. De este modo, los grandes impulsores de las
revueltas, líderes blogueros de entre 20 y 35 años, procedentes de las clases medias
urbanas, con estudios universitarios, políglotas, que desean ver a sus países convertidos
en democracias decentes, han quedado, pues, fuera de la ecuación. Sin embargo, la
Primavera Árabe ha dejado un inestimable poso en esa revolución silenciosa que es más
un proceso que un evento aislado, y seguro que esas capas de la sociedad civil
musulmana vuelven a ser protagonistas en el futuro próximo.
En definitiva, la Primavera Árabe ha demostrado una vez más que el poder de la
gente corriente es capaz de desafiar con éxito al de las elites, por muy estables y
poderosas que éstas puedan parecer, como era el caso; y por otra parte, que la oposición
a los gobiernos autoritarios de la zona no se limitaba a islamistas del corte de Al Qaeda o
los Hermanos Musulmanes. Las revueltas no han tenido lugar en el marco de una crisis
económica especialmente dura para la población, ni se han realizado bajo el grito ¡Alá es
grande!, sino que se exigía dignidad y trabajo; quienes arriesgaban su vida en la calle no
eran sólo los más pobres y excluidos, ni los vándalos que decían los gobiernos
afectados.25 Se ha tratado, por tanto, de revueltas consecuencia más de una crisis moral
que económica, larvadas durante décadas y que han estallado espontáneamente,
lideradas por los jóvenes y seguidas por una amplia mayoría social contra unos gobiernos
arrogantes y represivos. El genuino despertar de la sociedad civil que ha supuesto la
Primavera Árabe, más allá de la inducción estratégica con que se la haya querido
manipular desde el exterior, ha estado en los orígenes de las revueltas tunecina y egipcia,
en las derivaciones hacia Bahrein, Yemen y Omán, así como en las revueltas de Siria.
Todos esos acontecimientos están inscritos en una misma zona, y forman parte de los
procesos de cambio que están afectando al mundo árabe-musulmán en su conjunto, que
25
Así, entendemos mejor que el vendedor ambulante tunecino Mohamed Bouazizi no se prendiera fuego por su
situación de subempleo, sino por sentirse públicamente humillado cuando le confiscaron sus herramientas y género. Su
acción fue la mecha que prendió las revueltas tunecinas.
en estos momentos es una prolongación del enorme tablero euroasiático.

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