El Movimiento de los Focolares y la Palabra

Transcripción

El Movimiento de los Focolares y la Palabra
Centro Chiara Lubich
Movimiento de los Focolares
www.centrochiaralubich.org
(Traducción en español de la transcripción)
Rocca di Papa, 12 de febrero de 1985
Chiara a los Obispos amigos del Movimiento:
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"El Movimiento de los Focolares y la Palabra"
(…)
Ya que cada espiritualidad en la Iglesia es, sencilla mente, un modo de vivir el cristianismo
(aunque visto desde un aspecto) - y es así también para nuestra espiritualidad –y, ya que el cristianismo es
un inmenso tesoro que comprende también las Escrituras, querríamos ver cómo, el Espíritu Santo ( que ha
suscitado esta Obra y ha enriquecí do a la Iglesia con una nueva espiritualidad) nos hizo- comprender la
Palabra de Dios, cómo nos hizo penetrar en ella, profundizarla, de qué modo, por ejemplo, nuestro
Movimiento considera y vive el Evangelio, qué relación tiene con el Movimiento de los Focolares.
Para poder desarrollar bien este argumento, no podemos prescindir de volver a los primeros
tiempos, a las primeras semanas, lejanas más de 40 años, cuando se encendió (así lo ha definido Juan
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Pablo II) "la primera chispa inspiradora” . La Iglesia nos alienta a hacerlo y nosotros sentimos su
conveniencia y su gran utilidad.
Era durante la guerra y las primeras focolarinas, constatando la vanidad de todas las cosas que las
bombas destruían, ya habían sentido la llamada de lo Alto a hacer esta gran elección: escoger a Dios
como ideal de sus vidas. Aun más: a Dios Amor (1 Jn 4,16) que se les había manifestado en medio de los
horrores de la guerra, mientras el odio hacía estragos entre los hombres y las naciones.
Deseando ser coherentes con su ideal, ya habían formulado con decisión el propósito de responder
al Amor con su mismo amor, haciendo su voluntad, especialmente aquella que Jesús tenía más presente:
el mandamiento del amor recíproco, que el llamó nuevo y suyo, y cuyo fruto es la unidad.
Jesús abandonado ya se les había manifestado la clave para actuar perfectamente su mandato;
empezaban a aplicar en su vida aquel misterio, descubierto como camino para mantener la unidad deseada
por Jesús.
Se supone, pues, que en aquel entonces, aún sin saber lo, Jesús vivía espiritualmente en medio de
ellas, en el primer focolar, reunidas de esta manera, es decir, en su nombre.
Fue en aquel momento, por lo que recordamos, que empezamos a tomar cada día el Evangelio.
¿Cuál fue nuestra impresión?
Antes de describir el impacto que produjo, en el pequeño grupo de chicas, el encuentro con el
Evangelio, querría decir c5mo había sido hasta entonces nuestra vida cristiana, tanto la nuestra como la de
los cristianos que conocíamos.
Los buenos, los mejores cristianos, sin duda frecuentaban la Iglesia, asistían a la misa y algunos
incluso a la misa diaria. No se descuidaban las buenas lecturas y se hacían limosnas.
Se iba a las procesiones, se hacían novenas, se rezaba el mes de mayo. Sin duda alguna nos
esforzábamos en cumplir con los diez mandamientos y los preceptos de la Iglesia. Se puede decir que
reuníamos todos los requisitos para poder considerarnos buenos fieles. Y sin embargo no era así.
La vida del cristiano se caracterizaba, sobre todo, más por el no hacer: no hacer pecados.
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Publicado en Nuova Umanità, XXX (2008/1) 175, pág. 15-26
Juan Pablo II, discurso en el Centro Mariápolis de Rocca di Papa en "L'Osservatore Romano" del 20-21 de agosto de 1984.
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Era un cristianismo, por así decir, negativo y por lo tanto poco atractivo, sin incidencia. Se
manifestaba, casi exclusivamente, en el culto.
Por lo que se refiere al Evangelio, entonces no era costumbre que los fieles lo leyeran.
Probablemente la Reforma había dejado sus huellas. Los buenos cristianos seguían a directores y
maestros espirituales, pero no así el Evangelio. Desde luego, no estaba prohibido leerlo, pero era -según
nuestra mentalidad- un libro como otros. No se hacía una gran diferencia entre sus palabras y las de los
libros de espiritualidad.
Un cristianismo algo estático, aburrido, tradicional, aunque no se puede negar que existieran
actividades más vivas por la presencia de ciertas asociaciones católicas.
Y en este contexto se da el encuentro de las primeras focolarinas con el Evangelio.
La guerra hacía estragos y por ello era necesario ir a los refugios muchas veces al día. No se
llevaba nada con sigo; ya era mucho si se podía salvar la vida. El único objeto que no molestaba era el
pequeño libro del Evangelio.
En el refugio lo abríamos y leíamos aquellas palabras que tantas veces habíamos amos escuchado;
y no obstante, en aquellos momentos, nos resultaron extraordinariamente nuevas. Las iluminaba una luz
novísima. Escritas con divina plasticidad, nos parecieron únicas. Las descubrimos como palabras eternas,
actuales, pues, en todo tiempo, también en los nuestros.
Eran palabras universales que todos podían vivir.
"Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22,39). ¿Quién no podía ponerla en práctica? Valía tanto
para el blanco como para el negro, para el consagrado como para el casado, para la mujer como para el
hombre, para el encarcelado, el campesino, la mamá, el gobernante, para personas de todas las
vocaciones, para niños, jóvenes y adultos.
"Ama a tu prójimo como a ti mismo". Sí, todos podían vivir esta Palabra, pero, entonces ¿quién la
vivía así?, ¿quién amaba al prójimo como a sí mismo? "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los
que os odian" (Lc 6,27).
¿Quién lo hacía? Nos llamábamos cristianos, sí cristianos, pero no perdonábamos a nuestro
pequeño o gran enemigo que así era considerado toda la vida.
Las Palabras del Evangelio eran Palabras de vida que podían ponerse en práctica.
Se probó a vivirlas al pie de la letra y nació una revolución: la revolución evangélica.
Cambió nuestra relación con Dios y con los hermanos y floreció, con la Palabra y por la Palabra,
una comunidad cristiana: era el recién nacido Movimiento de los Focolares que brotaba del Evangelio -así
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fue expresado por una persona autorizada- como un manantial de agua .
Personas, que antes ni siquiera se conocían, se convirtieron en hermanos, hasta el punto de actuar
entre ellos la comunión de bienes materiales y espirituales.
Comprendimos que el Evangelio nos ofrecía la posibilidad de vivir un cristianismo distinto:
dinámico, positivo, que nos empujaba con decisión hacia los hermanos, hacia todos los hombres del
mundo.
Es verdad que también nos dice que recemos, más aún, que recemos siempre, que nos nutramos de
la Eucaristía, que cumplamos con todos nuestros deberes cristianos, pero poniendo como base el amor
fraterno.
Jesús quería que participásemos al culto, pero si "tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda
allí, ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano...” (Mt 5, 23-24).
El Evangelio, que casualmente habíamos tomado porque otra cosa no se podía hacer, llegó a ser el
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Canónico Bernard Pawley, anglicano.
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libro.
Muy pronto, en casi todos los refugios de las colinas de los alrededores de Trento, había personas
que llevaban consigo el Evangelio.
Se leía y cada paso nos resultaba nuevo.
¡Qué aguados nos parecían los libros de espiritualidad que habíamos leído y meditado! ¡Cuántas
páginas había que leer para dar con una idea que pudiera ponerse en práctica! ¡Y cómo se desvanecían los
pensamientos de los filósofos que también a nosotras estudiantes, nos habían fascinado!
Pero, ¿por qué nos resultaban nuevas aquellas Palabras? ¿Quién nos las hacía comprender así?
Era, ciertamente, efecto del carisma que ha dado origen a todo el Movimiento, pero también de un modo
suyo de ponerlo en práctica.
Se vivía - como ya he aludido - con la presencia de Jesús en medio nuestro y Él, probablemente,
como hizo con los discípulos en Emaus, no desdeñó ser nuestro Maestro para iluminarnos sus mismas
palabras.
Sabemos que la Palabra debe caer en buen terreno. ¿Y qué terreno mejor que aquel donde, por la
unidad?
El está presente entre los suyos, Jesús estaba en medio nuestro mediante su Espíritu y nos
enseñaba cómo comprender sus Palabras. Era una especie de exégesis realizada no por un maestro de
teología, sino por Él mismo, como dice Anselmo, doctor de la Iglesia: "Una cosa es tener facilidad en el
discurso y esplendor en la palabra; otra es penetrar en las venas y en la médula de las palabras
celestiales... esto no lo pueden dar, de ninguna manera, ni la doctrina ni la erudición del mundo; lo dará
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sólo la pureza de la mente, a través de la erudición del Espíritu Santo" .
¿Y cuáles fueron las primeras Palabras que el Espíritu Santo nos subrayó?
Son aquellas que se refieren a lo que Juan Pablo II en su visita a este Centro definiera como "el
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núcleo central", "el carisma propio" o lo "específico" del Movimiento: el amor .
Como ya he dicho, desde el comienzo de esta nueva vida, el Señor nos hacía intuir la importancia
del amor, mientras que nos preparaba a leer el Evangelio.
Ya lo había hecho, pero ahora, leyendo el Evangelio, nos subrayaba las Palabras que hablan del
amor y nos empujaba con fuerza a vivirlas.
Eran éstas: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" "Amad a vuestros enemigos...". "Amaos los unos
a los otros”.Y también: "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten” " (Mt 7, 12). Y luego:
"Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed..." Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 35).
Se podía decir también de nosotras, como de los primeros cristianos: "el amor de caridad” (amor a
Dios y al prójimo) era lo primero que un miembro de la comunidad aprendía a vivir. Juan decía: "Amigos
míos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio"
(1Jn 2,7).
Y el Espíritu de Jesús cuando nos subrayaba las Palabras del amor evangélico, lo hacía con un fin:
nos concentraba en ellas porque es amando, como podían comprenderse mejor las otras Palabras. (Dios se
manifiesta a quien lo ama (Cf Jn 14, 21). Y era principalmente con el amor que se podía consolidar y
garantizar su presencia en medio nuestro y, así, encaminarnos sin demora hacia la unidad.
Cada una de estas Palabras del Evangelio y todas las que tratamos de penetrar y vivir, relacionadas
con los más variados argumentos, nos parecían ricas de un gran contenido, abismales.
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SAN ANSELMO, Tractatus asceticus, c. 5, PL 158,1033 C.
Juan Pablo II, Ibid.
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Y se creyó que la regla de todo cuanto estaba naciendo era sencillamente el Evangelio. Por tanto
fue lógico eliminar los demás libros y quedarnos sólo con el Evangelio.
En aquel tiempo se escribía: "Nosotros no tenemos otro libro que el Evangelio, no tenemos otra
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ciencia ni otra arte. Allí está la vida. Quien la encuentra no muere" .
Estos días estoy leyendo lo que han escrito algunas focolarinas y focolarinos de los primeros
tiempos sobre su encuentro con el Movimiento. Y constato que todos han sido fulgurados y arrollados y
se han comprometido a seguir por este camino, no por una espiritualidad que aún no existía, sino por una
u otra palabra de Jesús que han visto vivida en nosotros.
Vivir la Palabra era nuestro modo de amar. Jesús había dicho: "El que me ama observará mi
palabra" (Jn 14, 23).
"Pruebe a vivirla -podemos leer en un escrito de aquel tiempo- y en ella descubrirá toda la
perfección de la misma manera que cada mañana le basta con la Hostia santa que recibe, sin desear otra,
del mismo modo le sacie esta palabra. Y encontrará, como lo encontraba San Francis co, "el maná
escondido de las mil fragancias".
"Así y sólo así, ‘haciendo la verdad’, amamos. En caso contrario el amor es un sentimentalismo
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vacío" .
Aunque todo el Evangelio nos había atraído particular mente, con el pasar del tiempo algunas
palabras puntualizaron nuestro camino, convirtiéndose en pilares de aquella nueva espiritualidad que
brotaba del Evangelio.
Éstas eran: "Qué todos sean uno" (Jn 17,21). No admitía barreras ni de raza, ni de nacionalidad, ni
de cultura y dilataba nuestro corazón a la fraternidad universal.
"Donde dos o más están unidos en mi nombre", que selló nuestra unidad y llegó a ser, la norma de
todas las normas, en la vida del Movimiento. "El que a vosotros escucha a mi me escucha" (Lc 10,16),
por ella nos abandonamos filialmente con total confianza a la maternidad de la Iglesia.
Y por último, el grito de Jesús: "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46),
que se reveló como la clave de la unidad.
Éstas eran algunas de las Palabras que originarían en la Iglesia una nueva espiritualidad colectiva,
comentaría, apropiada para nuestros tiempos.
Este ha sido el encuentro cara a cara de nuestra Obra que nacía con el Evangelio.
(…)
Chiara Lubich
Publicado en Nuova Umanità, XXX (2008/1) 175, pág. 15-26
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CHIARA LUBICH, carta del '48.
CHIARA LUBICH, Ibid.
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