Loreta Eulalia González, saludo final

Transcripción

Loreta Eulalia González, saludo final
Loreta Eulalia González, saludo final
Loreta Eulalia, nació un diez de diciembre en San Ignacio de las Misiones, Paraguay. Fue la
menor entre seis hermanos.
Luego de la guerra con Bolivia, la familia emigró hacia la Argentina, portando como el tesoro
más preciado una pequeña imagen de San Antonio de Padua. Soñando un mejor bienestar se
instaló en la entonces naciente Colonia Alfonso, donde tantas otras familias llegaron
provenientes del Paraguay, dando luego origen al pueblo y posterior ciudad de Laguna Blanca.
Muy jovencita, a los quince años, Loreta contrajo enlaces matrimoniales, en primera nupcias,
con Antonio Fernández. Tuvieron catorce hijos y residían en la zona de Tapití, trabajando la
tierra y criando algunos animales. Tantos hijos no impidieron que Loreta cuidara también de
su madre, doña Petronila, hasta el fallecimiento de la misma.
La fe, el espíritu de lucha, buena capacidad de trabajo y también el buen humor la hicieron
caminar en la vida y superar muchos obstáculos. Logró ser también reconocida en Laguna
blanca por sus capacidades para curar diversas enfermedades, en particular en los niños.
Primero separada y luego viuda de su primer esposo, contrajo enlaces en segundas nupcias
con César O’Higgins, con el cual compartió varios años de su vida.
Loreta, mamá, abuela… amó la vida, fue generosa con la vida, se aferró a la vida con verdadera
pasión y la consumió hasta la última gota.
En sus últimos años le dedicó mucho tiempo a la oración. Todos los días su tiempo, su corazón
y una vela humeante frente a la imagen del fiel San Antonio, elevaban plegarias al buen Dios
para agradecer, para pedir o simplemente por rezar nomás.
Cuando ya estaba muy enferma dijo una vez: “quisiera rezar más, pero digo ‘Padre nuestro…’
y ya no me acuerdo como seguir.” ¡Y es que ya no le hacía falta decir nada más, para Dios, su
Padre, ya estaba casi todo cumplido!
Un diez de diciembre,
de calurosa tierra bermeja,
la Virgen quiso verte nacer
y regalarte su advocación con perfume de laurel.
Hoy, domingo del Señor,
Domingo de nacimiento y Pascua,
con flores y cantos germinando por doquier,
la Virgencita esta vez,
conmemorando su propio nacimiento,
pidió por verte llegar a la eternidad.
No tiene tristeza este dolor
ni sabe a derrota esta muerte,
un largo camino pintado de lucha y amor
engalana tu historia de siembra.
¡Fecunda gavilla te llevas,
mujer de abrazos fornidos!
hacia el Dueño orgulloso del Campo,
que recibe tu ofrenda de vida
y corona tu sien de perenne victoria.
¡Que descanses en paz madrecita!
¡Que tu ser resplandezca de luz!
¡Amén!
F. J. F. 8 de septiembre de 2013

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