El robador de doncellas El robador de doncellas

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El robador de doncellas El robador de doncellas
El robador de doncellas
El Señor de Bembibre,capítulo X I
EN R IQ U E GIL Y CA R R A SCO
“D oña B eatriz, no m enos atem orizada que subyugada por su pasión, salió apoyada
en su doncella y entram bas llegaron a tientas a la puerta del jardín. A briéronla con m ucho
cuidado, y volviendo a cerrarla de nuevo se encam inaron apresuradam ente hacia el sitio de
la cerca por donde salía elagua del riego. Com o la reja, contem poránea de don B ernardo el
G otoso, estaba toda carcom ida de orín, no había sido difícil a un hom bre vigoroso com o
don Á lvaro arrancar las barras necesarias para facilitar elpaso desahogado a una persona, de
m anera que cuando llegaron ya el caballero estaba de la parte de adentro. T om ó
silenciosam ente la m ano de doña B eatriz, que parecía de hielo y le dijo:
(… )
—¿D oña B eatriz, queréis confiaros a m í?
—O ídm e don Á lvaro, yo os am o, yo os am o m ás que a m i alm a, jam ás seré del
conde... pero escuchadm e, no m e lancéis esas m iradas.
—¿Q ueréis confiaros a m í y ser m i esposa, la esposa de un hom bre que no
encontrará en elm undo m ás m ujer que vos?
—¡A h! –contestó ella congojosam ente y com o sin sentido–; sí, con vos, con vos
hasta la m uerte.
Entonces cayó desm ayada entre los brazos de M artina y delcaballero.
—¿Y qué harem os ahora? –preguntó éste.
—¿Q ué hem os de hacer? –contestó la criada– sino acom odarla delante de vos en
vuestro caballo y m archarnos lo m ás aprisa que podam os. V am os, vam os, ¿no habéis oído
sus últim as palabras? A lgo m ás suelta tenéis la lengua que m añosas las m anos.
D on Á lvaro juzgó lo m ás prudente seguir los consejos de M artina, y acom odándola
en su caballo con ayuda de M artina y M illán salió a galope por aquellas solitarias cam piñas,
m ientras escudero y criada hacían lo propio. El generoso A lmanzor, com o si conociese el
valor de su carga, parece que había doblado sus fuerzas y corría orgulloso y engreído, dando
de cuando en cuando gozosos relinchos. En m inutos llegaron com o un torbellino alpuente
delCúa y atravesándolo com enzaron a correr por la opuesta orilla con la m ism a velocidad.
El viento fresco de la noche y la im petuosidad de la carrera habían com enzado a
desvanecer el desm ayo de doña B eatriz, que asida por aquel brazo a un tiem po cariñoso y
fuerte, parecía trasportada a otras regiones. Sus cabellos sueltos por la agitación y el
m ovim iento ondeaban alrededor de la cabeza de don Á lvaro com o una nube perfum ada y
de cuando en cuando rozaban su sem blante. Com o su vestido blanco y ligero resaltaba a la
luz de la luna m ás que la oscura arm adura de don Á lvaro, y sem ejante a una exhalación
celeste entre nubes, parecía y desaparecía instantáneam ente entre los árboles, se asem ejaba a
una sílfide cabalgando en el hipogrifo de un encantador. D on Á lvaro, em bebido en su
dicha, no reparaba que estaban cerca del m onasterio de Carracedo cuando de repente una
som bra blanca y negra se atravesó rápidam ente en m edio del cam ino y con una voz
im periosa y terrible gritó:
–¿A dónde vas, robador de doncellas?

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