Cuento número 42: El chihuahua Por: Alan Flores elmundodealan
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Cuento número 42: El chihuahua Por: Alan Flores elmundodealan
Cuento número 42: El chihuahua Por: Alan Flores elmundodealan.com Odio al chihuahua de mi mamá. Todavía recuerdo el día que mi madre trajo a casa esa sonaja con patas y desde entonces me ha hecho la vida imposible: se orina en mi cuarto, muerde y destruye mis cosas, se la pasa ladrándome… Y siempre que corro a regañarlo o hacerle algo, el muy maldito corre a brazos de mi madre para que ella lo proteja, esta me regaña por querer hacerle algo al “pequeño” mientras ese perro mi mira con esos ojitos negros y una expresión que claramente dice “lero, lero”. Me gustaría hacerle algo, no matarlo porque ni yo soy tan malo, pero al menos sí lograr que mi mamá le dé una buena tunda. La oportunidad llegó más pronto de lo que esperaba. Mi madre llegó aquella mañana a la casa algo apurada, pues había que hacer un trámite legal muy importante, desde el sofá de la sala vi cómo dejaba unos documentos en la mesa para luego salir apurada. Con curiosidad me acerqué a los documentos y tras verlos, vi que eran de un asunto de vital importancia. ¿Qué haría mi mamá si algo le pasara a estos documentos? Una sonrisa digna del grinch antes de arruinar la navidad se dibujó en mi rostro mientras miraba al perro dormir patas pa’rriba en la puerta que llevaba al patio. Subí a mi habitación, encendí la computadora y procedí a escanear los documentos para después imprimirlos. Las copias no salieron muy bien, pero nadie lo iba a notar de la forma que las iba a dejar: comencé a romper las copias lo más que pude, hasta que quedaron como confeti. Dejé los documentos originales en mi cuarto y llevé las copias hechas confeti a la sala y comencé a espolvorearlas por la sala. Después regresé a mi cuarto y me encerré en él poniendo música a un volumen considerable para tener una coartada. No pasaron ni diez minutos cuando escuché que alguien entró en la casa para luego oír el nombre del maldito perro en un grito. —¡Ay Chuchin! Seguido de un chillido de perro. Tomé los documentos y bajé al primer piso donde vi un espectáculo imperdible: Mi madre perseguía a su perro por toda la sala con una escopa, y le daba de golpes cuando lo tenía dentro del rango de alcance. Yo comencé a reírme como loco cuando mi mamá me vio con los documentos en mano. Gruñó, se acercó y me quitó los documentos de la mano con brusquedad y entendiendo la broma, me dio con el palo de la escoba en la cabeza para luego salir echa una furia de la casa. Me sobé la cabeza mientras seguía riendo. Dolía, pero había valido la pena: ya le había aplicado una al estúpido perro. Le miré y ahí desde la esquina donde se lamía los golpes, me miraba con sus ojitos negros, una mirada que claramente me decía: —Bien jugado culero, bien jugado.