peregrinos y extranjeros en este mundo… (rb 6,2)

Transcripción

peregrinos y extranjeros en este mundo… (rb 6,2)
PEREGRINOS Y EXTRANJEROS EN ESTE MUNDO… (RB 6,2)
Antes de empezar
Se ha propuesto este tema con motivo del “aniversario de la peregrinación de
Francisco a Santiago de Compostela”, acontecimiento que, según las dudosas fuentes
franciscanas que lo señalan (1Cel 56), tiende a situarse entre 1213 y 1214.
Creo que, a la vista de estudios de distintos momentos, especialmente los habidos
recientemente1 se puede concluir sin temor que muy difícilmente Francisco de Asís ni
recorriera la ruta jacobea ni pisara tierras peninsulares, por más deseo de ir a tierra de
sarracenos (RB XII) que tuviera, lo que no supone que no hubiera una muy temprana
presencia franciscana en España, en concreto, en la ruta jacobea.
Con todo, estos acontecimientos se terminan convirtiendo en “excusa”, más aún, en
“oportunidad” para tratar temas relacionados que nos afectan e implican hoy
directamente si queremos continuar, como Francisco, “siguiendo las huellas y pobreza
de Aquél que fue pobre y huésped”.
Introducción
Al inicio de esta reflexión, quisiera recordar algunos datos evidentes y que, por su
influencia en la reflexión, quisiera expresar.
Los primeros datos que además están a la vista son mi condición de mujer y
terciaria. Esto, más que una afirmación de identidad de género o constituir una mera
referencia de pertenencia en la Familia, innecesarias por obvias, tiene consecuencias en
el modo de acercamiento al tema:
-
La primera, que, en tanto que no pertenezco a la Primera Orden, en mi aproximación
apenas me detengo en las vicisitudes históricas que para los hermanos menores ha
significado la tensión -casi irresoluble en el paso de los siglos- por los temas de
1
Cf. Por citar sólo los más recientes: GARCÍA ORO, José, Francisco de Asís en Compostela.
Aspectos de una tradición franciscana: Compostellanum, vol. 57, nº 3-4, 2012, pp. 143-154; VOLTAN,
Giovanni, VIII Centenario dell pellegrinaggio di san Francesco d'Assisi a Santiago di Compostella:
1213-2013: Acta Ordinis, Ianuarii-Aprilis 2013 - n. 1, pp. 151-154, donde -citando un artículo sobre el
tema de Valentín Redondo, concluye: "più che VIII Centenario di Francesco alla tomba dell’apostolo
Giacomo, personalmente amerei intitolare tale ricorrenza alla fraternitas francescana. Così: VIII
Centenario del pellegrinaggio dei frati minori a Santiago (o: dei primi francescani a Santiago)". Unos
años antes: PELLEGRINI, Luigi, Los cuadros y tiempos de la expansión franciscana, en: AA. VV.
Francisco de Asís y el primer siglo de historia francisana, Ed. Franciscana Arantzazu, Oñati (Guipúzcoa)
1999, pp. 185-225 y IRIARTE Lázaro, Pellegrino, en: CAROLI, E., (Coord.), Dizionario Francescano,
Edizioni Mesaggero, Padova 19952, 1440.
1
propiedades, y propiedades inmuebles más exactamente: callejón sin salida al que se
llega cuando se sedentariza e institucionaliza la Orden y cuanto de ello se deriva.
-
La segunda, que, “pese” a ser terciaria, tanto la itinerancia como los otros términos
que le son próximos en Francisco y las primeras formas de fraternidad franciscana,
son algo que me toca personalmente, familiarmente, carismáticamente. La
itinerancia es referente de la identidad carismática, por tanto, sus textos referenciales
también son textos referenciales para el conjunto de la familia franciscana, en cada
caso según modalidades propias.
-
En tercer lugar, al ser un tema tan desarrollado en la bibliografía franciscana, no voy
a detenerme en los aspectos históricos, de sobra conocidos por los presentes, sino
que centraré la reflexión en la perspectiva de espiritualidad, que es donde, a mi
juicio, tenemos grandes desafíos, y de donde podrían emanar planteamientos
prácticos.
Voy a desarrollar mi reflexión en tres apartados breves; la itinerancia franciscana en
los orígenes, la problemática histórica y actual, y, finalmente, cómo vivir hoy “como
peregrinos y extranjeros”. Digo breves, aunque me ocuparán todo el tiempo, por la
razón de que cada uno de ellos es apenas un apunte de lo que podría contener. Sirva ante
todo esta propuesta como una visión muy de conjunto de una de nuestras
preocupaciones: cómo seguir viviendo hoy nuestra identidad franciscana, pues, a la hora
de la verdad, como veremos, esto es lo que está en juego cuando andamos a vueltas con
el tema de la “itinerancia”.
1. La itinerancia franciscana en los orígenes
Desarrollo este apartado quizá con cierta extensión en relación al conjunto, en gran
medida porque creo que aquí se incluye la razón de la actualidad de los planteamientos
que podamos hacernos sobre nuestro tema. Soy consciente de que sólo hago algunos
apuntes que necesitarían tener un mayor profundización.
Desarrollo este epígrafe en cuatro apartados: Contexto, El proceso personal de
Francisco, las referencias fundamentales al tema en los Escritos y, finalmente, La
itinerancia como forma de vida y espiritualidad.
1.1.El contexto
En primer lugar, no podemos perder de vista la importancia que las peregrinaciones
tienen en la Edad Media2. Desde muchos puntos de vista. No es el momento aquí de
hace un análisis al respecto, pero recordamos algunos aspectos3.
2
«La palabra “peregrino” viene del latín “peregrinus”, procedente a su vez de “peragrare”, que
significa ir por los campos (“agros”). Razón por la que fue ampliando su semántica y acabó designando a
2
En el Medioevo, las peregrinaciones, entre las que destaca la que llegaba a Santiago
de Compostela, constituían la expresión más elocuente de la unidad de la Cristiandad, al
estar por encima de la división territorial feudal. Era una especie de turismo religioso fundamentalmente laico- que acercaba a las gentes y los pueblos animado por un
espíritu penitencial (bulas) y la devoción. Las rutas de peregrinación estaban
frecuentemente protegidas por autoridades eclesiásticas y civiles, entre otros motivos
por los ingresos que producían, tanto en donativos como por facilitar intercambios
comerciales.
Los peregrinos, antes de ponerse en camino, en algunos casos se desprendían de sus
bienes, como parte inicial del peregrinaje y señal de conversión, llevaban una vestidura
especial que los hiciera reconocibles y respetados, debían atenerse a las llamadas “leyes
de hospitalidad” y solían caminar en grupo para ayudarse en las dificultades del camino.
En este sentido la itinerancia de los primeros hermanos era un rasgo en cierto modo
“ambiental” que caracterizaba a algunos grupos religiosos que tenían aspiraciones de
reproducir la vita apostolica, fijándose especialmente en el Jesús histórico y sus
discípulos, su pobreza y predicación itinerante.
1.2.El proceso personal de Francisco
Francisco, siempre él, su persona, su experiencia, como punto de partida irrecusable.
Si nos atenemos a los hechos, en lo que nos es dado conocer por biografías y Escritos,
diríamos que mirándole a él, antes que hablar de itinerancia tendríamos que hablar de su
conversión y del llamado "descubrimiento del Evangelio".
No sabemos exactamente en qué orden acontecieron los hechos, pero el encuentro
con el Cristo de San Damián (que, paradójicamente, no menciona en Test) y el beso al
leproso (que sí hace) le abrieron los ojos a un mundo nuevo. Después vino el tiempo del
discernimiento hasta desembocar en la decisión. Si nos fijamos el “resultado final”,
podemos constatar que el proceso de conversión se traduce para el joven Francisco en
una auténtica "salida" del mundo, de su mundo, de la forma habitual -tan humana- de
todo el que va o viene del extranjero. Un análisis etimológico nos muestra además la ambivalencia
semántica de este término, del que se derivaron palabras cargadas de connotaciones tanto positivas como
negativas. Algo que se puede apreciar en su primer fonema “per-“. Tal como señala Ortega y Gasset,
tanto “los fonemas latinos per y por y los griegos “per” y “peir”, proceden de un vocablo indo-europeo
que expresa esta realidad humana: ‘viajar’ en cuanto se abstrae de su eventual finalidad (…) y se toma el
viaje en cuanto estar viajando, ‘andando por el mundo’. Entonces el contenido de viajar es lo que durante
él nos acontece; y esto es, principalmente, encontrar curiosidades y pasar peligros”»: AGIS, Marcelino,
Antropología de la peregrinación. ¿Quiénes son los peregrinos?, XI Encuentro de Santuarios de España,
Santiago de Compostela, 23-25 de septiembre de 2008, 2.
3
Cf. IRIARTE Lázaro, Pellegrino, en: CAROLI, E., (Coord.), Dizionario Francescano,
Edizioni Mesaggero, Padova 19952, 1435-1446; AGIS, Marcelino, Antropología de la peregrinación.
¿Quiénes son los peregrinos?, XI Encuentro de Santuarios de España, Santiago de Compostela, 23-25 de
septiembre de 2008.
3
organizar la existencia en referencia a seguridades afectivas (lazos familiares) y
económicas (próspero trabajo familiar de comerciante)4, aun cuando se adivinan en él
tensiones personales insuficientemente clarificadas5.
Al hacer memoria de los grandes hitos de su vida, Francisco mismo lo recuerda en
Test 3 cuando afirma: “y salí del siglo”6. En el proceso vocacional de Francisco, no fue
suficiente este primer “salir del siglo” que le desclasó de su entorno y le hizo un extraño
hasta para los hijos de su madre7. Fue necesario un tiempo de espera expectante, de
purificación, de noche, hasta que empezaron a darse otros signos. La llegada de los
primeros hermanos fue un salto cualitativo, porque sólo Dios puede hacer estas cosas:
No sé si podemos suponer lo que fue: Francisco no sale de su asombro de que haya
otros que se sientan llamados a vivir como él8. Y junto a esto, ya en común, la búsqueda
de la voluntad de Dios para la naciente fraternidad. AP 10.11 nos lo cuenta en estos
términos9:
10. (…) el hermano Bernardo y el hermano Pedro. Ambos sencillamente le declararon:
«Queremos vivir contigo en adelante y conformar nuestra vida con la tuya. Dinos, pues, lo
que hemos de hacer con nuestros bienes». Él se regocijó mucho de su venida y propósito y
les respondió con bondad: «Vayamos y pidamos consejo al Señor».
Fueron, pues, a cierta iglesia de la ciudad de Asís, entraron, se arrodillaron y humildemente
rezaron así: «Señor Dios, Padre glorioso, te rogamos que por tu clemencia nos manifiestes
lo que hemos de hacer». Y, terminada su oración, pidieron al sacerdote allí presente:
«Señor, déjanos ver el evangelio de nuestro Señor Jesucristo».
11. El sacerdote abrió el libro, pues ellos no sabían todavía manejarlo debidamente. Y en el
acto dieron con el texto en que está escrito: Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes
y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Al consultar otra vez el libro, toparon
4«
De aquí en adelante puedo decir con absoluta confianza: Padre nuestro, que estás en los cielos,
en quien he depositado todo mi tesoro y toda la seguridad de mi esperanza» (LM 2, 4a).
5
CHARRON, J. M., De Narciso a Jesús. Francisco de Asís en busca de la identidad, Editorial
Franciscana Arantzazu, Oñati-Guipúzcoa 1995; GARRIDO, J., Itinerario espiritual de Francisco de Asís.
Problemas y perspectivas, Editorial Franciscana Arantzazu, Oñati-Guipúzcoa 2004.
6
Anota J. Herranz en Los Escritos de Francisco y Clara de Asís. Textos y apuntes de lectura,
Ed. Aranzazu, Oñati-Guipúzcoa 2001, p. 294, nota 13: “(…) el «salí del mundo (siglo)» subraya el
término del proceso de conversión de Francisco, sin que haya que entender esta expresión según uno de
sus sentidos dominantes en el s. XIII: el ingreso en la vida religioso-monástica. El santo remite aquí,
como final de este proceso de conversión, a su opción radical, aunque aún de contornos imprecisos, por el
seguimiento de «las huellas de Cristo», lo que, inevitablemente, lo colocaba al margen de sus
preocupaciones hasta entonces, y de lo que era la forma de vida y los valores dominantes de la ciudad de
Asís. En relación con este tema puede verse: R. Koper, Das Weltverständnis des hl. Franziskus von
Assisi. Eine Untersuchung über das «exivi de saeculo», Werl/Westf, 1959.”
7
Cf. TC 51; OfP 5,8.
8
¡Y no digamos Clara y las primeras Damas Pobres!
9
Que, por otra parte, coinciden con el proceso descrito por Francisco en Test 14-15, según hace
notar Stefano BRUFANI en Las citas evangélicas del “descubrimiento” del Evangelio en la Regula non
bullata”: Selecciones de Franciscanismo 112 (2009) pp. 59-86, donde se decanta por la mayor
historicidad del relato de AP respecto de Celano.
4
con el texto: Quien quiere venir en pos de mí, etc. Por último, se les presentó éste: No
toméis nada para el camino (Mt 19,21; 16,24; Lc 9,3)10. Al oírlos experimentaron inmensa
alegría y exclamaron: «¡Ahí está lo que anhelábamos! ¡Ahí está lo que buscábamos!» Y el
bienaventurado Francisco agregó: Esta será nuestra Regla. Luego mandó a sus dos
compañeros: «Id y cumplid el consejo del Señor tal como lo oísteis».
Aquí encontramos nuestro punto de partida, no sólo como identidad franciscana o de
familia religiosa, sino, también, para el contenido del tema que hoy nos ocupa. La
experiencia vocacional de Francisco, tejida del Absoluto de Dios “Todo Bien”, de
fraternidad y Evangelio, es una puesta en marcha, el inicio de una peregrinación que
define su autoconciencia y modo de estar y pasar por el mundo realizando la misión
recibida. “Porque así hizo Jesús” “porque esto dijo Jesús”, podríamos decir al mirar las
opciones de vida de Francisco.
Si nos fijamos en los textos que les hacen exclamar: «¡Ahí está lo que anhelábamos!
¡Ahí está lo que buscábamos!» «Esta será nuestra Regla», podemos observar, de una
parte, la fuerte impronta de movimiento11 que les caracteriza (fijémonos, por ejemplo, en
los verbos) y, de otro, la afirmación radical del Absoluto de Dios que hace palidecer
cualquier otra realidad: “Jesús basta para todo”, como podemos leer en RnB XXIV, 5.
Mirando globalmente los textos que, según las fuentes, supusieron tal “hallazgo”
nos encontramos con que la primera “regla y vida”, la sequela Christi franciscana, viene
a ser algo así como la resultante de unir estos textos y la dinámica existencial que ello
implica, que sintetizamos en tres términos o realidades inseparables para Francisco:
fraternidad-pobreza-misión apostólica. ¿Y dónde ponemos entonces la itinerancia? En
todas partes, como modus vivendi: pequeñas fraternidades (entre dos y cuatro hermanos)
que van por el mundo predicando con las palabras y/o la presencia, sin seguridades (sine
proprio) de ningún tipo que pudieran atenuar la experiencia radical de la inseguridad
que permite conocer la amorosa Providencia divina. Todo intento de “jerarquizar” o
“secuenciar” los elementos de este núcleo termina convirtiendo la vocación franciscana
en una sucesión de adjetivos o en un catálogo de virtudes que fácilmente se convierten
en un cliché del franciscano, de la franciscana, pero que pierden su carácter de “vida”,
del dinamismo asistemático de discipulado propio de toda existencia auténticamente
creyente.
En sugerentes y motivadoras palabras de G. Bini:
“Desde ese momento, «libre y seguro», emprende una vida itinerante a través del
mundo. Sabe que ya no se pertenece y se transforma progresivamente. Al final de su vida,
con una fuerza extraordinaria, restituirá al Padre incluso su proyecto, sus Hermanos, que lo
acompañan «desde lejos» (Lc 22, 54): Francisco se devuelve por entero a sí mismo al Padre.
10
Textos presentes en RnB 14, RB 1.
11
Términos que encontramos: seguir, huellas, ve, ven, sígueme, venirse, tome, sígame, pospone,
haya dejado.
5
Estos gestos nos interpelan directamente, nos dicen que Francisco no nació pobre ni
humilde; no encontró un mundo favorable a su visión evangélica; tuvo que arriesgar todo,
violentándose incluso a sí mismo y confiando únicamente en la palabra y en el ejemplo de
Jesús; tuvo la valentía de construir relaciones completamente nuevas consigo mismo, con
los demás, con el mundo, con Dios. «Sólo la envoltura de la carne lo tiene ya separado de la
visión divina» (cf. 1 Cel 15b). La vida de Francisco fue una parábola evangélica, signo
transparente de la irrupción del Reino en el mundo y en la historia. Francisco fue un
«revolucionario» evangélico a partir de sí mismo, obediente a la Iglesia, sin impugnar a
nadie, reformando su entera existencia a partir de la cotidianidad, de lo «ordinario».
¡Simplemente se atrevió!”12.
1.3. La propuesta de la “Regla y vida” franciscana
Tras este más que recortado acercamiento a la persona y experiencia misma de
Francisco, siquiera sucintamente de nuevo, nos aproximamos a los textos que quieren
recoger y expresar la vocación franciscana. Sin que nos suene a proyección, la misma
experiencia “radical” es la que pide a los que quieran “entrar en la obediencia”, hermosa
expresión de la pertenencia a la fraternidad. Al inicio de la descripción de la forma vitae
(RnB 1,4.5; RB 1), Francisco inserta los textos evangélicos que describen las
condiciones del seguimiento de Jesucristo 13. No porque “pida mucho” y Francisco sea
un exigente (aunque… ¡qué difíciles son los procesos para los conversos!), sino porque
ésta sería la marca de la “familia” nacida no de carne ni de sangre sino hermanos “por
divina inspiración” (RnB II, 2). Así nos encontramos con el rasgo que “emparenta” y
“vincula” a los hermanos y hermanas franciscanos.
Como aludimos más arriba, y repetimos ahora, en dichos textos, se describe lo que
supone la existencia franciscana en tanto que nuclearmente evangélica: renuncia a
seguridades materiales (bienes económicos, estabilidad laboral) y afectivas (lazos
familiares), es decir, plantea la radical y evangélica “reordenación” de lo que define la
existencia humana y su natural enraizamiento en el mundo. La radicalidad del
discipulado supone la adhesión a la persona de Jesús y su misión, siguiendo su “huellas
y pobreza”14 como el único tesoro por el que y para el que hay que dejar absolutamente
todo. Francisco no habla mirando textos a reproducir, sino poniendo palabras a su
propia experiencia y a la de los primeros hermanos.
Con este telón de fondo, que no es solamente un previo, podemos abordar ya
directamente nuestro tema.
12
G. BINI, Fraternidad en misión en un mundo que cambia.
13
Mt 16,24; 19,21; Lc 9,3; 14,26
14
CtaL 3 y 2CtaF 11-13; Cta0 50; RnB I,1; XXII, 2-3; OfP 7,8; 15,13. Estudio sencillo y básico
sobre el tema, cf., ASSELDONK, Optato van, ofmcap, Las Cartas de San Pedro en los escritos de San
Francisco de Asís, en Selecciones de Franciscanismo, vol. IX, n. 25-26 (1980) pp. 111-120.
6
La llamada “itinerancia” -término que, por otra parte, no aparece como tal en los
Escritos- es la concreción de la forma de vida de los hermanos. ¿Qué tipo de
“peregrinación” y “extranjería” descubrimos en los Escritos? Partiendo de la concepción
actual que tenemos del término, podemos reconocer que, efectivamente, los primeros
hermanos “van por el mundo” anunciando un mensaje de paz y de conversión
(predicación penitencial). Van y vuelven. Se dispersan y se reencuentran. Predican con
la palabra o con el testimonio. El camino es también lugar para la oración y el retiro.
Viven del trabajo manual y, cuando se hace necesario, de limosna. No tienen más
propiedades que los utensilios que necesitan para su trabajo manual y los mínimos
libros necesarios para el rezo del Oficio. Con vestiduras viles, se pueden confundir con
los pobres de los caminos. Allí donde están, son (los) menores. Su paso causa profundo
impacto. Y hasta aquí la “fotografía mental” que quizá tenemos muchos de aquelos años
primeros, muy tempranos, por otra parte.
Los textos reflejan que esta “itinerancia” no se entiende de un modo único ni se
concreta en un único estilo de vida: cabe afirmar que desde muy pronto coexisten los
grupos de hermanos “que van por el mundo” y “los que están en los lugares” 15. Todo
hace suponer, además, que nos encontráramos ante hermanos que intercambian sus
modos de vida, de manera que durante temporadas permanecieran más estables, por la
dedicación a algún oficio o en eremitorios, o yendo de un lugar a otro dedicados a la
predicación penitencial propia de los primeros penitentes de Asís 16. Rasgo común era la
provisionalidad, la intemperie, desposeídos, en ese límite donde la persona se juega la
supervivencia en una confianza más grande.
La diversidad de situaciones aludida aflora en las fuentes franciscanas de forma
continuada. Me atrevería a decir -y los Escritos permiten tal afirmación- que Francisco
no tiene problema en aceptar que los hermanos ni todos ni siempre estén materialmente
“de camino”. O lo que es lo mismo: Francisco reconoce y admite desde muy pronto que
los hermanos -él mismo en ocasiones- residan en cuevas, chozas, lugares, eremos
(“yermos”)… Algunos lugares se irán convirtiendo en centros de referencia y encuentro,
como Rivotorto y, especialmente, la Porciúncula, sede de los Capítulos de Pentecostés,
lo que los hace candidatos “madrugadores” para una residencia más estable. Por tanto,
la cuestión, para él, no está en la contraposición entre estabilidad (más que relativa de
todas formas en aquellos momentos) y la itinerancia. La clave está para él en otro lugar:
en el “sin propio”. Esta será la expresión clave que aglutina y engloba lo que Francisco
quiere que sea el talante existencial de aquellos que le son dados como hermanos. Tras
ello escuchamos y leemos también otras palabras: hermanos menores, pacíficos y
pacificadores, testigos del Evangelio, pobres con los pobres, dispuestos siempre a la
marcha.
15
RnB refleja constantemente esta situación.
16
RnB XIV, XXI; CtaO; TC 37; AP 19.
7
David Flood17 hace notar cómo RnB (el “documento básico”, como suele llamarlo)
incluye toda clase de estímulos para ponerse en camino y ver lo que ocurre en el mundo
y entre la gente. Diecisiete años más tarde, cuando Francisco escribe el Testamento,
seguirá animando a este espíritu de peregrinación: los peregrinos y forasteros no se
buscan un lugar agradable ni se construyen moradas donde establecerse. Con otros
autores, concluye que los hermanos pronto tuvieron residencias o lugares (“loci”),
donde establecerse (stare conversari) para su oración y descanso, próximos y en
relación a los sitios donde realizaban su trabajo manual. Pero esta situación no les
impedía “ir por el mundo” (RnB XIV). Eso sí, rehuyeron una estabilidad que supusiera
una adscripción al marco social imperante. La itinerancia era una disciplina franciscana.
El término “peregrino” era apropiado -sigue nuestro autor- para describir al hermano
menor, ya se encontrase trabajando en Asís o sus proximidades, ya estuviera por los
caminos hacia Roma o las provincias. Este moverse de un lugar a otro, le convertía en
un eremita -y hermano- itinerante. En su análisis, deduce que, mientras en RnB se
refleja una realidad en la que indistintamente aparecen mencionados los hermanos que
“van por el mundo” y “los que están en los lugares”, señalando así la naturalidad con
que se viven las diversas formas de concretar la itinerancia, en RB, sin embargo, se
alude con más frecuencia a los hermanos que van por el mundo, bien porque la
problemática sea mayor, bien por la posible necesidad de seguir alentando la
desinstalación primera.
Dentro de la insistencia continuada de las Reglas al sine propio y a la itinerancia,
me centro en algunas alusiones de la Regla de 1223. Texto decisivo sobre la itinerancia,
a la luz de lo visto hasta el momento, entendiéndola como la tríada: “fraternidad-misiónsin propio” (en el orden en que queramos ponerlo) es lo que yo llamaría el “tándem”
que constituyen, en la Regla Bulada, los capítulos III, 10-14 y VI, donde se indica cómo
han de ir los hermanos por el mundo y cuál es el contenido propio de ser “peregrinos y
extranjeros”.
Los transcribo para hacer a continuación algunas observaciones:
RB III, 10-14
RB VI
10
1
Aconsejo, también, amonesto y exhorto a mis
hermanos en el Señor Jesucristo, a que, cuando
van por el mundo,18
Los hermanos no se apropien nada para sí, ni
casa, ni lugar23, ni cosa alguna.
2
Y, cual peregrinos y extranjeros (cf.1Pe 2,11; Sal
38,13) en este mundo 24, sirviendo al Señor en
pobreza y humildad, vayan por limosna
confiadamente. 3 Y no tienen por qué
avergonzarse, pues el Señor se hizo pobre por
no litiguen
ni se enfrenten a nadie de palabra (cf. 2Tim
2,14)19
ni juzguen a otros,
17
FLOOD, David, Francisco de Asís y el movimiento franciscano, Aránzazu 1996, p. 177ss.
18
Julio Herranz, nuevamente en Los escritos… indica: “Nos encontramos de nuevo con uno de
los centros estructurales y evangélicos de la regla, donde se condensa gran parte de lo que se decía sobre
la «misión» en los cc. 14-17 de 1R, y particularmente en el primero de ellos.”
19
Ib.” Cf. 1R 11, 1 y 11,3.”
8
nosotros en este mundo (cf. 2Cor 8,9).
11
sino sean apacibles, pacíficos y mesurados,
mansos y humildes20,
hablando a todos honestamente, según conviene.
4
Ésta es la excelencia de la altísima pobreza (2Cor
8,2), la que a vosotros, queridísimos hermanos
míos, os ha constituido herederos y reyes del reino
de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20; Sant 2,5), os ha
hecho pobres de cosas y sublimado en virtudes (cf.
Sant 2,5). 5 Sea ésta vuestra porción25, la que
conduce a la tierra de los vivientes (cf. Sal 141,6).6
Adhiriéndoos totalmente a ella, amadísimos
hermanos, por el nombre de nuestro Señor
Jesucristo jamás queráis tener ninguna otra cosa
bajo el cielo 26.
12
Y no deben montar a caballo 21 a no ser que se
vean obligados por una manifiesta necesidad o
enfermedad22.
13
En toda casa en la que entren, digan primero:
Paz a esta casa (cf. Lc 10,5).
14
Y, según el santo Evangelio, les está permitido
comer de todos los alimentos que les pongan
delante (cf. Lc 10,8).
7
Y dondequiera que estén y se encuentren unos
con otros los hermanos, muéstrense mutuamente
familiares entre sí. 8 Y manifieste confiadamente27
el uno al otro su propia necesidad, porque si la
madre nutre y ama a su hijo carnal (cf.1Tes 2,7),
¿cuánto más amorosamente debe cada uno amar y
nutrir a su hermano espiritual? 28
9
Y si alguno de ellos cayera enfermo, los otros
hermanos le deben servir como querrían ellos ser
servidos (cf. Mt 7,12).
En una primera aproximación a los textos, encontramos que, mientras el primero se
refiere directamente a los hermanos que “van por el mundo”, es decir, se dedican
prioritariamente -o al menos durante el tiempo correspondiente- a la predicación
itinerante, en el segundo, la desinstalación que se pide a los hermanos atañe a una
23
Ib. “Cf. CtaO 30.”
24
Ib. “Literalmente: «siglo». Cf. SalVir 11.”
20
Ib.: “Son múltiples las resonancias literales de la Biblia que pueden percibirse detrás de cada
una de estas palabras. Sin embargo, es evidente su trasfondo global: las bienaventuranzas del evangelio de
san Mateo (Mt 5, 1-12).”
21
Ib.: “Se trata, ciertamente, de una especie de paréntesis un tanto forzado, lo que pondría ser
indicativo de la importancia que Francisco concedía al tema. En todo caso podría haber llegado aquí por
asociación, al leer esta prohibición en clave de minoridad. Cf. 1R 15,2.”
22
Ib.: “Enfermedad (“infirmitate”) pudiera tener aquí, como en otros textos de Francisco, el
sentido genérico de debilidad o flaqueza.”
25
Ib. “Francisco aplica aquí a la pobreza las palabras del salmo 141, que, según el biógrafo
Celano, le gustaba recitar (2C 214-217). Este salmo tiene como trasfondo la distribución de las tierras de
Canaán entre los hijos de Israel: para la tribu de Leví no hay tierra porque Dios es su porción y su
heredad.”
26
Ib.: “Nos encontramos de nuevo con uno de los núcleos de la regla, y de ello dan fe, una vez
más, el contenido y la forma. En nuestro caso, Francisco, que habla en primera persona, recurre al
lenguaje del «éxtasis» y de la exaltación lírica, con un poema en tres estrofas (vv. 4, 5, y 6,
respectivamente), cuyo contenido recuerda el canto que hace a Dios y a su suficiencia en 1R 23,9-11. Cf.
I. Rodríguez-A. Ortega, 523-525.”
27
Ib. “Cf. 1R 9,10.”
28
Ib.: “No deja de llamar la atención el que, mientras en 1R 9,11 el amor materno es el ideal,
aquí el amor fraterno ha de ser superior al de la madre.”
9
actitud global y globalizadora de la existencia, conceptualizada como pobreza, limosna,
fraternidad, solicitud para con el hermano, sobre todo cuando la situación de necesidad
extrema a la que puede abocar el “sin propio” pone a prueba la capacidad de resistencia
ante la adversidad.
¿Por qué uno estos textos al tratar nuestro tema? Creo que por razones obvias, que
se derivan de la misma conexión que hace Francisco. Aspectos formales serían, por
ejemplo, el que de las cuatro veces que aparece la palabra “mundo” en este documento,
tres se incluyen en los textos elegidos y con sentido semejante, que en cada capítulo se
incluye una viva exhortación a los hermanos reflejando el carácter nuclear de lo tratado.
A nivel de contenidos, por ejemplo, la fundamentación en el Evangelio, la “tonalidad”
marcadamente itinerante a la que alude, etc.
Vayamos por partes.
RB III, 10-1429 se dirige a los hermanos que van por el mundo y les da pistas de
actuación. Nos encontramos ante la segunda exhortación de la Regla y el lenguaje usado
por Francisco (el uso de la primera persona, la reduplicación de las expresiones, el
modo de reflejar temas que le son profundamente significativos) nos indica que nos
encontramos ante un punto que él considera clave de la vocación de los hermanos, de la
vocación franciscana. Este texto refleja cómo “los hermanos están organizados en
pequeños grupos de predicadores ambulantes y trabajadores ocasionales, no de
comunidades estables en conventos especialmente construidos para ellos. El modelo que
guía a Francisco para animar la vida itinerante de los hermanos es el de los discípulos de
Jesús que van en misión y el lenguaje que emplea es típicamente neotestamentario” 30.
En este momento, Francisco, haciéndose eco de las leyes de hospitalidad vigentes para
los peregrinos, pero yendo más allá de las mismas, propone más que una práctica, un
tipo de persona: el de las bienaventuranzas. Con otro lenguaje, el santo de Asís invita a
“ir por la vida” indefensos y pobres, mansos, como menores, desde la no-violencia,
compasión solidaria, anunciando la paz y el bien. Y esto, tanto en las relaciones con los
otros como con los mismos hermanos. Los criterios y referencias mencionados ponen de
relieve una predicación tanto explícita como silenciosa, con el ejemplo (cf. RB XII). Las
indicaciones sobre los desplazamientos en cabalgadura y la invitación a comer de lo que
les pongan nos habla de la condición de caminantes en inseguridad que no tienen
derecho a elegir, de la limosna en especie, más aún, del perfil de vida religiosa al que se
apunta: con normas mínimas sobre el ayuno y sin dietas cuya posibilidad de realizarse
era directamente proporcional a la estabilidad conventual y a la disposición de recursos
económicos.
29
Cf. Aquí recoge y resume RnB XI.
30
URIBE, Fernando, La Regla de San Francisco. Letra y espíritu, Ed. Espigas, Murcia 2006,
150s.
10
RB VI, uno de los capítulos más comentados de la Regla, pone de manifiesto de
manera especial la singular relación entre pobreza, fraternidad e itinerancia apostólica.
Es uno de los textos con más alto contenido carismático en la Regla de 1223 (si es que
tal cosa se pudiera decir). De las dos únicas veces que se menciona el tema del sine
proprio en la Regla, una es ésta (y, la otra, I, 1). Francisco aquí es tajante: no apropiarse
de nada, de nada. E insiste. A continuación, es cuando incluye la frase que preside
nuestro tema de hoy “y como peregrinos y extranjeros”31, haciendo suya la expresión de
1Pe 2,1132. Este capítulo “respira” una atmósfera muy especial. La terminología se
armoniza coherentemente dibujando la vocación franciscana cuando se ve amenazada
invitando con “sobredosis motivacional” y “fundante” a ella. Así, “nada se apropien, ni,
ni, ni…”, “peregrinos y extranjeros en este mundo”, “sirviendo al Señor en pobreza y
humildad”, “vayan por limosna”, “confiadamente”, “altísima pobreza”, etc. Si nos
atenemos a criterios puramente formales, el capítulo sobre la pobreza empieza
precisamente con el tema del no apropiarse ni casas ni lugares (ni cosa alguna, se
insiste), es decir, parte de la itinerancia. Se afirma sin vacilaciones la vocación peregrina
del hermano que, esté donde esté, vive como extranjero, dispuesto en cada momento a
salir a la tierra que el Señor muestre. La petición de limosna lo expresa, como también
la relación directa que establece entre lo indicado en los primeros versículos del capítulo
con la que sería la segunda parte (vv. 6-9), donde habla de un tipo de relación fraterna
(uno a otro, es decir, las parejas de predicadores ambulantes) que -en tan frecuente
situación límite como se vive- exige un plus de humanidad, calidez, solicitud y, ¿por
qué no decirlo?, también paciencia y humildad: para con el otro y para consigo mismo.
El paradigma propuesto para este amor fraterno: “más que una madre”. Además, al
igual que en la RnB (aunque allí con más extensión), se conecta el ir de camino con
el/los hermano/s, en pobreza, con la prueba que supone la enfermedad, la acogida del
hermano en situación de mayor debilidad33. Cabe observar que, de las cuarenta y seis
veces (sin contar los títulos) que se mencionan los términos “hermano”-“hermanos” en
esta Regla, las alusiones que conciernen directamente a las relaciones interpersonales
entre los frailes se encuentran precisamente aquí (vv. 7-9).
1.4. La itinerancia: forma de vida y espiritualidad
Con lo que venimos contemplando, podemos decir que en un primer momento, la
itinerancia es, a la vez, forma de vida concreta, visible, descriptible, y espiritualidad,
modo de estar plantados en la existencia y de vivir la vocación recibida. Una itinerancia
así vivida define el proyecto de vida fraterno y la dinámica personal de seguimiento. Es
decir, se vive “dentro” y “fuera”, en la “fraternidad” y en la “misión”, en la oración y en
31
Expresión que aparece de nuevo en Test 24, palabras en las que Francisco, diría, es tan él
mismo…
32
Cf. 1R 9,5.
33
No sabemos si por abreviar o por principio de realidad y aceptación del límite o porque el
proceso de “estabilización” de las fraternidades permitía otro tipo de cuidado de los enfermos, el caso es
que RB no menciona el posible excesivo afán del enfermo por procurarse los medios para la salud.
11
el trabajo, con una motivación fundante: por “nuestro Señor Jesucristo… (que) fue
pobre y huésped y vivió de limosna, como también la bienaventurada Virgen y sus
discípulos” (RnB IX, 5) o, como se afirma en la Regla Bulada (VI, 1s) “no se apropien
nada para sí: ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y, como peregrinos y extranjeros,
sirviendo al Señor en pobreza y humildad…”.
Dicho en otros términos: cuando hablamos de la itinerancia (insistimos: ese núcleo
dinámico carismático) nos referimos tanto a la forma de vida como, simultáneamente, a
la experiencia espiritual de la que nace. Esto supone una mirada hacia nuestros
“orígenes” (en sentido cronológico y vocacional) que discierne y distingue entre lo
irreproducible e irrepetible literalmente, por pertenecer a un contexto histórico concreto
(la forma externa), y lo que definiríamos como “llamada fundamental”, experiencia
originaria. Esta distinción, expresión de madurez de discernimiento, nos libera de
tentaciones fundamentalistas, acomodaticias, culpabilizadoras que terminan resultando
voluntaristas y paralizantes. Se nos pone ante la tarea irrenunciable de “hacer nosotros
nuestra parte” (cf. 2C 214), manteniendo la fidelidad siempre nueva de vivir hoy nuestra
identidad franciscana.
La primitiva praxis franciscana, imbuida de la mística de los orígenes, desarrolla dentro de la mentalidad y cultura del siglo XII, conviene siempre tenerlo en cuenta- una
actitud existencial en la que no hay distinciones, ni interpretaciones, ni glosas. Francisco
sabe bien que cuando se necesitan muchas razones, explicaciones y adaptaciones es que
se ha perdido el sentido primero; de aquí nacerá su insistencia a los hermanos sobre la
propiedad, el dinero, los privilegios, el sedentarismo que va alejando a los hermanos del
contacto con la realidad, no sólo de los pobres, que no es poco, sino, más globalmente,
de la condición personal de peregrinaje, extranjería, desinstalación, esto es, de lo que
supone una vida confiada totalmente a la Providencia. Sólo el que no tiene, el
desposeído sabe lo que significa la palabra de Jesús: “No temáis, pues; vosotros valéis
más que muchos pajarillos” (Mt 10, 31). Junto a otros textos de Francisco, la
admonición de la verdadera alegría lo expresa plásticamente.
La insistencia en vivir sine propio, sin embargo, no es intransigencia. Test 24 es una
buena prueba de la síntesis que el santo tuvo que aprender a vivir, rendido quizá a la
evidencia de lo real, pero sin renunciar a lo esencial:
24
Guárdense los hermanos de recibir en modo alguno iglesias, pobrecillas moradas y todo
lo que para ellos se construye, si no es como conviene a la santa pobreza que prometimos
en la regla, hospedándose siempre allí como extranjeros y peregrinos (cf. 1Pe 2,11; Sal
38,13).
A renglón seguido, continúa afirmando:
25
Mando firmemente, por obediencia, a todos los hermanos que, dondequiera que estén, no
se atrevan a pedir a la curia romana, ni por sí ni por intermediarios, escrito alguno en
12
favor de una iglesia o de otro lugar, ni so pretexto de predicación, ni por sufrir persecución
en sus cuerpos, 26 sino que cuando en alguna parte no sean recibidos, huyan a otra tierra (cf.
Mt 10,23) a hacer penitencia con la bendición de Dios.
Por tanto, nos encontramos desde el inicio, a la vez, con una tensión y una síntesis,
que sólo puede vivirse y reconciliarse tras un proceso como el que tuvo que hacer el
mismo Francisco viendo la evolución de la fraternidad-Orden de la que fue testigo. En
él encontramos la primera distinción entre llamada primera y concreciones variadas, en
las que se puede mantener o no la fidelidad originaria. Y aquí “amonesta”. La
itinerancia como forma de vida -ir por el mundo, sin tener donde reclinar la cabeza- es
irrenunciable: pertenece al núcleo vocacional, en cada caso, en cada situación habrá que
ver cómo. Ahora bien, la realidad se impone. “Imposición” que no podemos ni debemos
traducir siempre como in-fidelidad acomodaticia, sino como la necesaria adaptación a
los cambios: personales, ambientales, institucionales…
La espiritualidad de la itinerancia, sin desenraizarse de la praxis concreta que
suponía y se describe en la Regla y vida viene marcada, como ya hemos dicho, por el
des-clasamiento, la ruptura, el salir del siglo y de sus formas de organizar la existencia.
Me atrevería a decir que muy pocos -como Jesús constata- “pueden con esto”, sólo
algunos son llamados a adentrarse en esta experiencia del “vender todo lo que se tiene y
darlo a los pobres”, a pasar del vivir de sí a vivir de Otro, a poner toda la seguridad en
nuestro Padre que está en el cielo (cf. AlD, Cánt…), como Jesús “pobre y huésped”.
Con el riesgo y hasta la injusticia inherente a toda comparación y generalización,
creo que, en Francisco y los primeros hermanos, este “salir del siglo” y dejarlo todo
tiene un alcance mucho más radical que lo que muchos de nosotros hayamos podido
vivir al “entrar en nuestras obediencias” respectivas, ¿qué procesos de conversión, de
“éxodos” hemos vivido?
La itinerancia que se intuye en la experiencia de Francisco y sus primeros
compañeros, y que se nos propone como vocación y misión, supone llevarnos “más
adentro”, en el terreno de lo desconocido e improgramable. Como Nicodemo nos
sentimos perdidos. ¿Nacer de nuevo siendo ya viejos?
La experiencia espiritual que se expresa en reconocerse “peregrinos y forasteros”
admite variadas formas de vida. No solo “admite”, si es real, las busca y las necesita. La
expresión de Francisco es increíblemente significativa: salir del siglo, esto es, ponerse
en camino, ir por el mundo… Queda de manifiesto que hay un punto de partida a partir
del cual uno no sabe ya a qué atenerse. La vida es sorpresa; Dios, novedad; el ser
humano, un misterio revelándose de continuo; yo mismo, yo misma, alguien en proceso
de transformación. Hablamos de una itinerancia que habiendo roto los programas de
viajes, se adhiere a vivir de la escucha, de lo que la Palabra nos quiera ir mostrando:
¿Qué quieres, Señor, que haga? ¿Hacia dónde toca aquí y ahora? ¿Por dónde vienes,
Señor a mi encuentro, para que me ponga detrás de Ti?
13
Solemos saltarnos, un poco rápidamente a mi juicio, lo que pudo vivir Francisco por
dentro durante el tiempo transcurrido desde el “acontecimiento” en la plaza de Asís (1C
6,14) hasta la llegada de los primeros hermanos y su viaje a Roma en solicitud de la
aprobación pontificia. Me refiero a los años comprendidos entre 1206 y 1209 (más o
menos). Largos meses de soledad, desconcierto, búsqueda, incomprensión. Su salida no
encontró la pronta respuesta interior quizá esperada. Qué fácilmente podría haber dicho
en estos momentos aquella oración de cronología incierta: “ilumina las tinieblas de mi
corazón…”.
Este tipo de “salidas” de “éxodos”, por su envergadura, son los que nos descolocan
sustancialmente. Y es que hay procesos, acontecimientos, desiertos que, cuando se
“sufren”, se “atraviesan”, se “soportan”, dejan una huella indeleble y qué difícil es la
vuelta atrás. No es casual la primera cita evangélica de la Regla Bulada: “nadie que
pone mano en el arado y mira atrás es apto para el reino de Dios” (Lc 9,62)34.
Haber “permanecido” cuando todo se pone en contra, cuando ni siquiera se intuye
qué será después y el presente a veces es un grito clamoroso, predispone a “mirar lo que
está delante”, a vivir confiados a su Providencia, desafío constante a la fe y a la natural
estructura de la condición humana que no está hecha para esto, sino, más bien, para
protegerse y guardarse de todo tipo de “frío”, “hambre”, “sueño” o “desamparo”.
Estos años serán el “noviciado” de Francisco, su prueba de fuego. Cuando el Señor
lo tiene a punto, los dos dan un paso más. El asombro de los hermanos, la alegría del
Evangelio, la pasión por Jesucristo acrecida35, llevan consigo la urgencia de la misión
evangelizadora, con palabras y obras. Misión hecha en debilidad y pobreza, confiada al
poder de la Palabra y no a la seguridad de los poderes o saberes humanos. Juglares que
cantan las alabanzas de Dios. Locos del Evangelio. Iletrados. Siervos de toda humana
criatura por Dios. Con el ancho mundo como claustro (SC 63). Sin más pretensiones
que contagiar su alegría y ser como Jesús, menores, menores, menores. No teniendo
dónde, ni en quién, reclinar la cabeza. Expuestos a todos los peligros, sin miedo, porque
el amor ahuyenta todo temor.
Este panorama, que conocemos y recordamos con cierta romántica nostalgia, nos
pone delante a los primeros hermanos. También a las primeras Damas Pobres, a los
primeros terciarios y terciarias. No creo que esta “radicalidad” llegara a extenderse ni
siquiera a la primera generación franciscana, a la que Francisco conoció, ya muy
numerosa. El tipo de persona que aquí y así encontramos desafía nuestros conceptos
34
No volvemos a encontrarnos con otra cita textual del Evangelio precisamente hasta III,13,
precisamente, en uno de nuestros textos básicos: En toda casa en la que entren, digan primero: Paz a esta
casa (cf. Lc 10,5). Ambos casos podrían formar parte, según diversos autores, del “Evangelio
descubierto” por Francisco y sus primeros hermanos.
35
“ahora, después de haber dejado el mundo, ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la
voluntad del Señor y agradarle”, RnB XXII, 9.
14
sobre lo posible y lo imposible, sobre lo lógico y lo absurdo, sobre proceso y gracia.
Cuando Dios irrumpe en el corazón humano y éste le da paso, lo humano se conmueve
y pasa a madurar por otros caminos. Y es que, el que escucha a Dios,
“vive en el filo bipolar de la existencia, entre el tiempo y la eternidad, entre el deseo y la
autonegación, entre el principio de realidad y la desmesura del Amor Absoluto. Por eso, la
madurez humana se le da a posteriori, como fruto de la tensión bipolar resuelta “desde
arriba”, no por proceso de autocontrol. Y no siempre, porque a veces hay que pagar el
precio de un cierto desequilibrio psicológico (…), sin embargo, cualquier psicólogo sabe
que no se puede vivir así, en el límite de un amor que roza el masoquismo y la fantasía.
Exactamente, por eso existen los santos, para que nos entremos de una madurez más alta, la
que no pertenece a ninguna sabiduría de este mundo, y que fácilmente resulta locura, pero
que nadie puede domeñar”36.
“Dada su experiencia, Francisco no puede menos que situar el discernimiento en el
límite, en un humanismo paradójico, en el que la vida surge de la muerte, la eficacia de la
minoridad, la autorrealización en la desapropiación. Aquí es donde reside la grandeza y los
límites de su herencia y nuestra vocación37.
Llegados a este punto podemos decir de nuevo que la espiritualidad de la
itinerancia, con la fraternidad y la pobreza y la misión apostólica, como rasgos
nucleares franciscanos son prácticamente intercambiables, como el mismo Poverello
dirá de las virtudes, Quien posee una y no ofende a las otras, las posee todas (SalVir 6):
ser franciscano o franciscana supone seguir itinerantes las huellas de Cristo pobre y
humilde (anonadamiento) sin propio, heraldos de la paz y el bien, pobres con los pobres
de los caminos38. Más, que esta itinerancia, espiritualidad, llamada fundamental,
vocación franciscana, se concreta en unas determinadas formas de vida en época de
Francisco, cuya luz sigue iluminando nuestro presente, pero que deja en nuestras manos
-por fidelidad- la tarea de encarnar esa luz. No siempre, en nustra historia, nos daremos
cuenta de esta necesidad de distinguir para ser auténticamente fieles.
La pregunta decisiva es la misma que hicieron a Jesús “¿quién puede con esto?”,
“¿cuánto tiempo se puede sobrellevar?”
2. Problemática histórica y actual
La problemática histórica surgida a continuación, ya en tiempo de Francisco, como
se deduce del Testamento y de algunos testimonios de los biógrafos (el regreso de su
viaje a Oriente y la casa adjunta a la Porciúncula o la de Bolonia), surge de múltiples
36
GARRIDO, Javier, Itinerario espiritual de Francisco de Asís. Problemas y perspectivas,
Arantzazu 2004, p. 140.
37
Cf. Ib., p. 227.
38
RnB IX, 2: Y deben gozarse cuando conviven con gente baja y despreciada, con los pobres y
débiles, y con los enfermos y leprosos, y con los mendigos que están a la vera del camino.
15
factores, de una parte de la limitación humana, de la falta de discernimiento vocacional,
del desmedido y sorprendente aumento numérico de hermanos que se unen a la
fraternidad pero ya sin el contacto personal con Francisco que marcó a los de la primera
hora, de los cambios estructurales y culturales que se irán sucediendo.
Kajetan Esser39 tras hacer caer en la cuenta de la novedad de la propuesta de vida
franciscana y el soplo de aire fresco que supone tal estilo de vida, describe la serie de
“malestares” que empiezan pronto a manifestarse y que reclaman otra forma de
concretar algunos rasgos de la forma de vida. Los malestares que cita son, precisamente,
algunos que nos atañen directamente: la carencia de la vida conventual, el “andar
vagando fuera de la obediencia”, el peligro de la herejía, las consecuencias de la
incomprensión fuera de Italia de la itinerancia, la mendicidad y pobreza franciscana, etc.
Para poner remedio a estas crisis se buscan soluciones, entre las que destaca el
establecimiento del noviciado y la profesión, el “asentamiento” de los frailes, una mayor
estructuración interna de la fraternidad con la figura del guardián (el superior local), el
gradual establecimiento de un horario conventual, la vinculación aún más estrecha a la
Iglesia y diversos modos de preservación de la herejía. Aun cuando es una cita larga, me
permito recordar la síntesis que hace Esser de este proceso40:
Se ha de observar que la orden franciscana no conoció la crisis por primera vez en la
década posterior a la muerte de su fundador. Durante la misma vida de san Francisco surgen
múltiples malestares, que éste no hubiera domeñado sin la ayuda de la Iglesia. (…) Hay que
poner de relieve que estos malestares provenían de la estructura misma de la orden.
Evidentemente, la época de san Francisco no estaba madura para unos propósitos que
superaban todo lo hasta entonces acostumbrado.
El hombre medieval estaba muy habituado a vivir en agrupaciones sociales muy
organizadas. Era natural que la vida de los franciscanos tendiera a los modelos vigentes. En
la primera fase de este desarrollo surgieron las “provincias” de la orden; en la segunda, las
fundaciones estables que ofrecían a los frailes el albergue local. En esta marcha, los
eremitorios primitivos, cobraron gran importancia como forma de organización.
Fácil es comprender que se dio un paso ulterior en esta evolución al acomodar la vida a
las formas de la vida conventual ya existentes. (…) La comunión primitiva de la vida
franciscana se va contemplando más y más mediante una vida en comunidad conventual.
Ni san Francisco, ni la Iglesia, ni los demás frailes desecharon radicalmente o forzaron
esta evolución, que tuvo un curso espontáneo entre la necesidad y la preocupación de
eliminar los malestares que iban surgiendo. San Francisco se empeñó, desde luego, en
armonizar los nuevos elementos (fundaciones estables, poder coercitivo de los superiores,
los estudios) con el espíritu primitivo de la fraternidad (…).
Como los elementos mencionados aparecen a partir de 1220/21, habrá que considerar
este período de la vida del santo como el más decisivo para el futuro de la orden. En él se
combinaron el espíritu y la forma de un modo cargado de futuro.
39
ESSER, Kajetan, La orden franciscana. Orígenes e ideales, Arantzazu 1976, pp. 186ss.
40
Ib., pp. 265-267
16
Queda, sin embargo, en pie la cuestión de si hoy, en un mundo diferente y en unas
formas de vida sociológicamente distintas, podrían ponerse en práctica no pocas cosas de la
vida primitiva de la orden franciscana.
Nos encontramos, por tanto, a un paso de la conventualización y clericalización de
la orden. Mientras unos luchan, inútil y anacrónicamente, por la literalidad de la Regla,
otros, por una adaptación que se distancia cada vez más de la genuina experiencia
franciscana hasta identificarse con el resto de las formas de vida conventual del tiempo.
Ni unos ni otros han entendido a Francisco y el centro de su experiencia de Evangelio.
Estudiando la historia de la familia franciscana -en cuyo desarrollo no voy a entrar,
lógicamente- se tiene la impresión del proceso de olvido del amor primero, aunque
quizá habría que matizar más la respuesta. Proceso de “olvido” que nos ha tenido -y esto
es sano- siempre incómodos. Sabemos que no estamos a la altura. El pequeño Francisco
nos viene grande, muy grande: ¡tendríamos que “achicarnos” tanto!
Este “olvido” lo solemos considerar adaptación a los tiempos, atención a la media
humana -siempre tan baja-, prudencia, discreción, visión de futuro, eficiencia de
recursos (personales y económicos), etc., cuando no tradición. Con facilidad, hacemos
una reducción espiritualista de nuestros textos “fundacionales”, remitiéndolos al área de
lo interior sin más, de la experiencia espiritual entendida de una forma privatista, a mi
juicio. Nos hemos detenido años y años, y hasta siglos enteros, en batallas y
contraposiciones irresolubles: itinerancia o lugares estables para guardarse los hermanos
de los peligros, pobreza o fraternidad, lectura literal o inspiradora de la Regla, tenencia
de bienes en propiedad o no, estudios o no estudios, trabajo manual o predicación… Y
así encadenamos los problemas, en las adversativas que, como su nombre indica,
oponen. Oponen ideas, oponen planteamientos, y, lo que es peor, terminan oponiendo
personas, hermanos y hermanas, proyectos de vida fraterna y de misión. Francisco nos
sigue repitiendo, cada vez más fuerte: “no litiguen ni se enfrenten a nadie de palabra, ni
juzguen a otros, sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes” (RB
III, 2). Las polarizaciones nos han hecho tanto daño...
Hemos comenzado y mantenido nuestra reflexión sobre la itinerancia oscilando a
veces quizá con demasiada soltura entre cada uno de los pivotes de la tríada franciscana:
fraternidad, misión, sin propio. Lo que en su origen tenía un contenido específico y
distinto de la “vida religiosa” conocida hasta entonces, cambió pronto pasta acomodarse
a las demás formas religiosas. El “nada se apropien, ni casa, ni lugares, ni cosa alguna”
pasó a ser una afirmación simbólica por cuanto, en un primer momento, se distinguió
entre propiedad y uso y, muy poco después ya (todavía en el s. XIII) se pasó a
considerar que, como los bienes de la Orden pertenecían jurídicamente de la Santa Sede,
podían “poseerse” pues quedaba a salvo el precepto de la Regla. Otro tanto sucedió con
la fraternidad, y con la misión…
17
En este devenir histórico, parecen haberse buscado de continuo -salvo excepciones
que confirman la regla- subterfugios diversos a nivel institucional, cuyas formas
concretas y expresiones jurídicas y/o espirituales conoce cada una de las familias y
congregaciones aquí presentes.
Explicito lo evidente: “a nivel institucional”, que, evidentemente, no es siempre
“personal”. La irremisible “desazón” que parece habitar la autoconciencia franciscana
(y eso nos toca a todos los de la familia) ha seguido incomodando siempre en el seno de
las tres órdenes y, consiguientemente, en el seno de la Iglesia y de la sociedad. En ese
extraño “desasosiego” de aquellos y aquellas más inquietos ha ido abriéndose prácticamente en cada generación- el deseo y ciertas concreciones para una renovada y
actualizada expresión de fidelidad franciscana, o al menos en forma de intentos. Las
“reformas” -con mejor o peor fortuna- forman parte de nuestra historia. Con todas las
posibles ambigüedades sobre ellas que la historia pone de relieve, reflejan uno de
nuestros “tesoros”: la seducción constante por la forma vitae, la fuerza inherente a las
Reglas, ese misterioso “atractivo” de Francisco y su experiencia de Evangelio, del
encuentro con “nuestro Señor Jesucristo, pobre y humilde”. Todo ello, traducido en un
afán: no el de la mera “vuelta a los orígenes”, como quien sueña con un pasado mejor y
revestido de utopía, sino el de la “recuperación” de la originalidad franciscana,
entendiendo esto no en un sentido cronológico, sino de conexión carismática con la
experiencia de Francisco, según cada “aquí y ahora” del Espíritu Santo que hace nuevas
todas las cosas. Al final, resulta que nuestra historia -tantas veces dolorosa y hasta
rechazable”- se sigue convirtiendo en camino de gracia: tantos años, tantas reformas,
tantas reformulaciones… pero hay un “sin glosa” de fondo que permanece y es lo que
permite que la Familia siga siendo hoy, pese a todo, pese a todo, con todo…, “vehículo”
transmisor y portador de Francisco, fraternidad donde algunos y algunas pueden ser
realmente franciscanos.
Y una nota particular un poco al margen, que nos afecta a buen número de “los” y
“las” (sobre todo “las”) aquí presentes. La Tercera Orden, a fuerza de marcar las
diferencias -obvias, por otra parte-, y quizá para librarnos de culpabilidades, hemos
hecho hincapié en que ese “nada se apropien, ni casas, ni lugares” no iba directamente
para nosotros, pues nuestra misión -más vinculada a tareas y obras de misericordia- fue
haciendo necesario hacerse con propiedades que permitieran moverse con mayor
libertad y mejor y más eficaz desempeño en las tareas de que se tratase. Pero creo que
no es buen planteamiento.
En primera instancia parece “evidente” que hacer las tareas apostólicas en
plataformas propias (obras propias, con las que también cuenta la Primera Orden)
facilita, permite mayor libertad de movimientos, da estabilidad al proyecto, trabajo a los
hermanos o hermanas (y, consiguientemente, salarios en contrapartida), etc. Muchas
ventajas. Ahora bien, todo ello es en función de lo que llamaríamos -de entrada- mayor
eficacia. Y este es un punto que necesita todo un discernimiento desde nuestra
espiritualidad franciscana: la pregunta por la eficacia es la que buscamos, con qué
18
medios, y desde qué parámetros. Sé que es un tema muy tratado en distintos ámbitos y
que no es éste su momento. Pero, a la vez, toca de lleno en nuestro tema y su
problemática. Supongo que lo desarrollado en el primer apartado da suficientes claves,
que voy a convertir, sin embargo, en preguntas: ¿qué eficacia buscamos? ¿la que
podemos ver y contar? ¿qué significa hoy para nosotros no tener más que los
instrumentos de trabajo imprescindibles? ¿qué tipos de trabajos preferimos y/o
realizamos? ¿suponen desclasamiento? ¿facilidad para hacer las maletas e ir a otro
lugar? Nuestras propiedades (inmuebles y no sólo), cuya razón de ser fundamental es
estar al servicio de la tarea apostólica, ¿de qué son signo? ¿de la eficacia del grano de
trigo? ¿del signo de Jonás? ¿del espíritu siempre contracultural a la vez que
radicalmente humanizador de las Bienaveturanzas? ¿realmente “liberan” para la misión
o están convirtiéndose en nuestras “cárceles”?
Vocacional y espiritualmente, la OFS y la TOR, cada uno a su modo, ha de ver
cómo vive la no apropiación (como espiritualidad y como forma de vida), lo indicado en
los capítulos mencionados de la Regla Bulada, y, consiguientemente, la desinstalación y
la itinerancia, no sólo a nivel personal, sino también institucional, de modo que no sea
algo meramente facultativo, interior y subjetivo, ajeno o independiente de las formas de
vida. La minoridad de la no propiedad, de la desapropiación y la itinerancia no
meramente interior, nos afecta e interpela: también es “nuestra”.
Acabo de nombrar, ni exhaustiva ni sistemáticamente, algunas de las pistas de la
evolución habida en la familia franciscana casi hasta el Vaticano II. En estos años, al
amparo del aggiornamento promovido por el Concilio, se despierta nuevamente el afán
de revivir la originalidad franciscana desde las urgencias y desafíos que el mundo y la
cultura contemporánea plantean a la fe y a la vida religiosa. Surgen nuevos estilos de
pequeñas fraternidades insertas, con pluralidad de tareas, buscando relaciones más
cercanas entre los hermanos o hermanas y con el entorno. Algunas de estas presencias incluso- se definen desde opciones decididas por una vida de trabajo-contemplación o
por una vida “itinerante” entendida en toda su literalidad (comunidades entre gitanos,
acompañando algún circo…).
Pocas décadas más tarde, como sabemos y quizá padecemos, este movimiento ha
entrado en franco retroceso, hasta llegar a su práctica desaparición en algunas
Provincias o Institutos de la TOR. El cansancio de muchos de sus protagonistas, que los
ha retirado de la brecha, las dificultades para encontrar hermanos o hermanas que se
unieran más o menos gustosamente a este tipo de proyectos, el envejecimiento de las
instituciones que ha optado por concentrar presencias y proceder a unas
reestructuraciones en las que venía siendo más fácil suprimir estar fraternidades, la
insuficiente integración de estas presencias en el conjunto de la vida de la ProvinciaInstituto en algunos casos, junto a otros motivos ha hecho que estas presencias tengan
hoy entre nosotros, si las hay, marcado carácter simbólico y difícil continuidad.
Reconozcámoslo: mucho prefieren vivir en casas grandes, conventos, comunidades de
corte más monacal. Marcados por la demografía (si la pirámide de población en nuestras
19
sociedades se invierte… ¡hasta qué extremo en nuestras instituciones!) nos miramos y
decimos “¿a dónde podemos ir si estamos ya para poco?”, “esto ya da poco de sí”.
Junto a lo descrito, nos encontramos que la evolución socioeconómica de occidente,
en razón del capitalismo y la globalización, ha impuesto, por su parte, la obsesión por el
tener, por la propiedad de los bienes, aunque sea para su derroche y su uso
desproporcionado. Mentalidad de usar y tirar. A la vez, marcados -junto a nuestra
generación- por un miedo difuso y a veces terrible, que nos convierte en fanáticos del
“por si acaso”, de las copias de seguridad, de los sistemas de alarma (por poner
ejemplos gráficos), y de todo tipo de prevención que conjure e imposibilite toda
sorpresa desestabilizadora que nos deje al aire. En la vida cotidiana, tiene tantas
traducciones…: que no nos falte de nada.
¡Espíritu de itinerancia, ven!
Nos toca volver a empezar. Volver al amor primero. Volver como se vuelve después
de una larga historia de idas y venidas, volver con la cabeza gacha y el corazón
humillado y receptivo. Vivir en camino, vivir de camino, peregrinos y extranjeros en
este mundo sigue siendo un extrañamiento conflictivo. ¡Qué difícil es resistir la libertad
de los auténticamente libres que no tienen miedo porque no tienen nada que perder! El
pobre del Evangelio, reconciliado con la propia historia (personal, institucional), que no
tiene miedo ni necesita defenderse (“el Señor lleva mi causa”, Is) y se deja conducir por
el Espíritu es el que de verdad puede anunciar la paz y el bien y concitar con una
bendición la llamada a la fraternidad universal.
3. Vivir hoy “como peregrinos y extranjeros”
Después del análisis y las notas históricas, cabe preguntarse: ¿y ahora qué? ¿y
nosotros qué? Me permito empezar con unas palabras de Javier Garrido:
“En Francisco nos encontramos con uno de los rasgos esenciales de los auténticos
creadores de espiritualidad: la experiencia más individual adquiere carácter universal.
A veces se interpreta en clave sociológica: su camino personal conectaba con las
corrientes de su época. En él vieron sus contemporáneos expresadas sus aspiraciones
más íntimas. Hay mucho de ello. Pero es más, porque en ningún momento él se
preocupa de ser un líder o de ser actual. Con esto demostramos nuestra superficialidad
espiritual. Él sólo quiere obedecer a su Señor, y para ello ser fiel a sí mismo, porque la
luz la lleva por dentro. No vive discerniendo los signos de los tiempos. Vive de la
llamada interior.
Es verdad que en esta llamada interior convergen la tradición y el momento
histórico, el Evangelio eterno y la sensibilidad de su época; pero Francisco no razona,
como los intelectuales que le rodean, sobre el modo de ser más eficaz en la Iglesia y en
la sociedad. Su discurso es inverso: "Seamos fieles a la radicalidad del Evangelio, y lo
demás se nos dará por añadidura".
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Por eso, Francisco puede resultar tan medieval y tan moderno, a un tiempo. Lo
determinante de su obra se da a nivel íntimo, absolutamente personal. Es esa
experiencia espiritual la que crea el movimiento espiritual. Con ella se sienten
identificados los verdaderos discípulos.
El discípulo ideológico conecta con lo interesante de Francisco, con lo sociocultural. El discípulo espiritual conecta con la experiencia personal, y ahí se encuentra
con su propia llamada única, distinta a la de Francisco, al que siente como auténtico
maestro y padre.”41
Exacto, ¿qué tipo de discípulos de Francisco somos? Eso determinará la síntesis y
actualización que hagamos de la itinerancia franciscana. Como venimos preguntándonos
desde hace tiempo: ¿qué significa hoy para nosotros “no se apropien de nada”, “vayan
por el mundo”, “muéstrense mansos y pacíficos”, “alegrándose de compartir la
condición de los pobres de los caminos”, “siervos y hermanos de todos”?
No tengo recetas ni puedo darlas. Siento frustrar en esto a la Asamblea que me
escucha. Más, creo que nuestras Constituciones, documentos emanados de Capítulos,
Comisiones, etc., son preciosos y contienen una -incluso larga- sucesión de prioridades,
opciones, medios, programaciones, etc. De ahí que este apartado, que yo sé que es el
que más interesa, por si nos dicen lo que queremos oír, es donde más insuficiente resulta
la palabra, porque no puede responder a la complejidad concreta en la que nos
movemos, en la que, además, no valen los clichés.
Partimos ahora recordando la primera anotación de Ignacio de Loyola en la
conocida “contemplación para alcanzar amor” de la Cuarta Semana de los Ejercicios
Espirituales: “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras” (EE n. 230).
Pues eso. Pocos comentarios más se necesitan. Tenemos muchas palabras. Pasamos de
unos documentos a otros sin haberles podido dar vida ni apenas aterrizar en la existencia
concreta de las comunidades y los hermanos o hermanas. Por no decir, la presión que
ejercen ¡también en esto! las modas, las corrientes de pensamiento, los “estilismos” en
los lenguajes, el indiscreto “afán de novedad”, como si el tener hermosos documentos,
grandes palabras y referencias, conjurara y atenuara nuestras mediocridades y falta de
planteamientos. ¡Espíritu de la verdadera alegría, ven!
En realidad sólo hay una cosa importante que decir: la vocación itinerante (en la
perspectiva vista al principio) es irrecusable. Y aquella distinción que hacíamos antes se
nos impone ahora. “Espiritualidad de itinerancia” que ha de mantenerse encendida (nos
va la vida en ello) y “formas” no sé si del todo nuevas, pero sí que sean realmente
expresivas de la experiencia espiritual, vocacional. Más que afirmar ese “y”
(espiritualidad y formas de vida), habría que afirmar un “en” (espiritualidad en formas
de vida), porque nunca hay una espiritualidad neutra o “al aire”, o dos elementos
distintos que haya que unir. La espiritualidad se concreta siempre. De ahí que todo
41
GARRIDO, Javier, o. c., p. 229.
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discurso sobre la itinerancia sea vacío si no se “re-aliza” al modo que sea. Además, la
acción, la re-alización, sin agotar lo que es la fuente de la que nace, en cierto modo “tira
de ella”, la mantiene y hasta la nutre, en un dinamismo bipolar que se alimenta
recíprocamente. A poco que tengamos alguna experiencia de estas cosas, sabemos a qué
nos referimos.
Así, podemos afirmar que la espiritualidad de itinerancia se traduce en una forma de
vida itinerante si verdaderamente lo es. Hablar hoy de itinerancia es tan difícil y
problemático como hacerlo de la pobreza franciscana, por poner un ejemplo. Pero
necesitamos hacerlo. Mantener la “memoria subversiva” y desestabilizadora que nos
lleve más allá, o que nos haga vivir lo que nos toca y que no podemos cambiar “como
peregrinos y forasteros”.
Hay itinerancias que podemos (y debemos) elegir personal e institucionalmente,
aunque a priori nos parezcan imposibles y pongan a prueba nuestra paciencia y nuestra
capacidad de integrar el límite personal y grupal: por honestidad, por responsabilidad
básica, por elemental coherencia. Suponen mantener la tensión de superación, el
horizonte de la utopía. Cumplen un servicio importante de marcar las referencias que no
podemos perder de vista. Estas itinerancias “que podemos programar” irían, a mi juicio,
en estas direcciones:
1. “Por esto os envió al mundo entero, para que de palabra y con las obras deis
testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay omnipotente sino él” (CtaO
9. Cf RegTOR 29).
Por tanto, y primera invitación al “salir al mundo entero”, es dar testimonio “de Su
voz”: con la palabra y con las obras, es decir, el anuncio del Primado de Dios en
nuestras vidas. Principio que atraviesa la vida y los escritos de Francisco, contraseña
para entenderle. Este testimonio no se concreta en tareas, aunque adquiere forma en
ellas, supone más: la expresión a través de toda la existencia del anhelar sobre todas
las cosas el espíritu del Señor y su santa operación (cf. RB X), siendo conscientes
que todas las cosas temporales deben servir al espíritu de oración y devoción (cf. RB
V)42. La clave del cómo realizamos este éxodo la llevamos dentro, cada uno y cada
una de nosotras. Hemos rutinizado de tal manera lo más importante de la vida que
hablar de “conversión” no deja de ser un término piadoso cargado de resonancias
cuaresmales. La conversión es el resultado del itinerario del encuentro transformante
con el Señor. Allí donde Dios se revela, la realidad se recrea, la vida renace, la
persona nace de nuevo “desde otro lugar”, “de lo alto” (cf. Jn 3).
Junto a la experiencia radical y fundante del primado de Dios, de donde todo lo
demás arranca, está evidentemente, el tema de las formas en que se expresa, y el
mundo al que hemos sido enviados, tal cual es. ¿Significa hoy lo mismo el hábitat
42
Cf.: RB X,9; RB XXII, 27-31; 2CtaF 21; OfP 2,1; Adm 16. Además: RegTOR 7.
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conventual que hace unos años? ¿Y el hábito? ¿Y las plataformas de evangelización
que basan su acción en que los otros se acerquen a ellas? ¿Y el “discurso” que
hacemos de Dios, de la fe, de la Iglesia por más convencidos que estemos? El
anunciar que no hay otro omnipotente sino Él, pasa por hacerse cargo -en nuestra
cultural, al menos- de la implacable secularidad en las que nos movemos. No es
indiferencia, no es ateísmo: es que Dios no cuenta en nuestro mundo. No pertenece
al horizonte cultural ni antropológica. Lo hemos oído en muchos ámbitos, lo
sabemos, y lo incluimos en nuestros hermosos documentos. Pero me pregunto hasta
dónde somos conscientes de lo que supone. Es toda una revolución que miramos, en
el fondo, como algo negativo y Dios quiera que pasajero. Pero ni una cosa ni otra.
Dar testimonio de Su voz en nuestro tiempo nos exigiría, entre otras cosas (partiendo
de la conversión, por supuesto):
- una nueva mirada, acogedora y positiva, a los hombres y mujeres con los
que caminamos en esta fase de la historia,
- “aprender su idioma” sabiendo que -en el mejor de los casos- tienen más
preguntas y no buscan respuestas hechas,
- respetuosa conciencia de la dignidad radical del ser persona por encima de
la fe y de cualquier otro rasgo adjetivo (desde lo religioso, cultural, político,
de orientación sexual, de género, de pensamiento…),
- descubrir esa síntesis genuina que no reduce la fe al ámbito de lo privado
pero tampoco busca el protagonismo público, el “estado cristiano” (los
intentos de regreso a la cristiandad, la nostalgia de las sutiles formas de
teocracia),
- el criterio sabio que da Francisco en RB XII a los que van entre sarracenos y
otros infieles, es decir, los que van a mundos no cristianos, o de diferentes
confesiones, es decir, parecido al nuestro: “5Y los hermanos que van,
pueden vivir espiritualmente entre ellos de dos modos. 6Uno es, que no
promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda
humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos. 7El otro es, que,
cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios para que
crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas
las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador”,
- tengo para mí que, con frecuencia, nostálgicos del brillo de las
“realizaciones evangelizadoras” de otros tiempos, buscamos reproducir
ambiciosos proyectos que terminan por ahogarnos o sencillamente muriendo
en el intento, olvidando la humilde pero auténtica posibilidad de mostrar el
primado de Dios en nuestras vidas desde la aceptación creyente y gozosa de
la ancianidad, desde el cuidado a los hermanos mayores y enfermos, desde
la alegría de haber vivido toda una vida por y para Dios y su Reino.
Personas mayores gozosas de la vida, que no piensan sólo en sí y en sus
achaques, que pueden comprender más y mejor a los otros porque han
vivido más, etc.
- Y todo eso que tenéis en vuestras Constituciones, Documentos, etc.
23
2. «¡Comencemos, hermanos, a servir al Señor, porque hasta ahora poco o nada hemos
hecho!» (1C 103).
Creo que la espiritualidad de la itinerancia y la peculiar radicalidad a la que somos
emplazados en nuestro tiempo ha de hacer sitio a esta llamada. No es sólo la
invitación a salir de nuestras posiciones y seguridades porque nos quede casi todo
por hacer. Me refiero ante todo a esa itinerancia fundamental de atreverse a vivir en
clave de proceso, de dentro afuera, desde una identidad personal, no social ni
institucional o ideológica, porque terminan alienando y ya no sirven o, al menos, no
sirven para mucho ni para los ámbitos en los que nos movemos, tan seculares. Una
vez más, nos encontramos con que suena a lo evidente, pero la experiencia dice que
no es común. La aventura de hacerse persona, de crecer en libertad y obediencia a
Dios, es ardua y se requieren, como decía santa Teresa, “corazones magnánimos”.
Dicho esto para todos los miembros de la familia, tiene una especial aplicación para
los hermanos y hermanas más jóvenes (o menos mayores, dada nuestra realidad),
llamados a vivir vocacionalmente en circunstancias que requieren identidad
consolidada, como todo cristiano, por otra parte. Hablo de la itinerancia como
actitud existencial, humana y creyente. Itinerancia del corazón, que se sabe en
camino, y de las opciones en que se concreta, fruto del discernimiento que arriesga y
confía. Itinerancia del que se hace cargo de su propia vida y se pone cara a cara ante
Dios para escuchar y poner por obra su Palabra, esencia del discipulado. El éxodo
que es ser y hacerse persona, ser y hacerse, y recibirse, discípulo de Jesús, pobre y
humilde. Sabernos siempre en camino, esencialmente peregrinos, sabiendo que nada
ni nadie nos resuelve la vida, ni lo que nos toca personalmente. Ser nosotros
mismos, personal y vocacionalmente (si es que pudieran distinguirse) allí donde nos
encontremos, es un auténtico desafío en un mundo tan plural y “desprotegido” como
el nuestro.
3. “Cuando van por el mundo no litiguen ni se enfrenten a nadie de palabra ni juzguen
a otros, sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a
todos honestamente, según conviene… En toda casa en la que entren, digan
primero: Paz a esta casa” (cf. RB III, 10-14; cf. Test 23).
Francisco no pide irenismos fáciles. Ni es un inhibido temeroso del conflicto.
Tampoco habla por temperamento y tendencia psicológica. Habla, como hermano
menor, desde un corazón que ha hecho el camino del perdón y de la paz, de la
reconciliación y la fraternidad, desde la integración de la finitud y de cuanto
amenaza la fragilidad humana.
Nos corresponde, hoy como nunca, recorrer el camino de la paz, la que nace del
corazón, la que se traduce en opciones de vida menos beligerantes, la itinerancia que
nos pone en camino para salir al encuentro de “todo otro”, de todo “distinto” en son
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de paz, promoviendo la mirada respetuosa y acogedora que nos hermana. Exodo
que, como todo éxodo, a veces des-arraiga a la hora de construir paz y
reconciliación en nuestros ambientes políticos tan extremistas y polarizados (y me
refiero en primera instancia a nuestras fraternidades, a nuestras comunidades
cristianas, no digamos en otros ambientes).
4. “Los hermanos no se apropien nada para sí, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y, cual
peregrinos y extranjeros en este mundo, sirviendo al Señor en pobreza y
humildad…” (RB VI, 1-2; Cf. Test 24)
La itinerancia de la desapropiación. Buscando las formas que hoy concretan el “no
se apropien nada”: ni casas, ni lugares, ni privilegios, ni posiciones de poder, ni
trabajos, ni obras, ni personas, ni recursos, ni proyectos, ni cualidades. Hay un
momento en el proceso personal en que, para madurar, hay que “apropiarse” la vida,
hacerla nuestra, implicarnos en ella a fondo. Es paso necesario para aprender a
entregarlo todo y descubrirnos en buenas manos, las del Padre que nos cuida más
que a los pajarillos. La no apropiación es la condición de posibilidad para aprender
confianza y conocer en fe cómo nos guarda el Señor de todo peligro. Aquí y así
habla Francisco. Lo dice a nivel personal y para la fraternidad.
Hay cosas, como estas, por ejemplo, que se aprenden también en cierta medida
“forzados por las circunstancias”: ¿nos atrevemos a dejar algún resquicio a la
inseguridad, a la intemperie, a perder las riendas? ¿hemos elegido alguna vez la
pobreza material, la escasez, de manera que podamos conocer qué sucede y, más
aún, qué se desata en nosotros? ¿hemos “dado cuerpo” de alguna forma concreta y
perceptible a formas de vida que expresen nuestro “servir al Señor -todo Bien, único
Bien- en pobreza y humildad”? Tendríamos que hablar además, de la gestión de
recursos económicos, sensación de “seguridad” que transmiten nuestras
instituciones y “seguridad” que, a la hora de la verdad, nos guarda de las
inclemencias a las que se ven sometidos tantos hermanos y hermanas nuestras en
temas laborales, de vivienda…
Es también -y por todo ello- el éxodo de la solidaridad, el compartir, de unirnos a
quienes trabajan en esta misma dirección. El éxodo de la inserción cuando todo nos
lleva al repliegue. Menores entre los pobres.
5. “Y dondequiera que estén y se encuentren unos con otros los hermanos, muéstrense
mutuamente familiares entre sí. Y manifieste confiadamente el uno al otro su propia
necesidad, porque si la madre nutre y ama a su hijo carnal, ¿cuánto más
amorosamente debe cada uno amar y nutrir a su hermano espiritual? Y si alguno de
ellos cayera enfermo, los otros hermanos le deben servir como querrían ellos ser
servidos” (RB VI, 7-9).
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No parece en modo alguna casual, como dijimos anteriormente, que las menciones
que reflejan las relaciones interpersonales entre los hermanos se encuentren en el
capítulo que la Regla Bulada trata sobre la pobreza (término que apenas aparece en
los Escritos, sino más bien, sine proprio) y sobre la condición itinerante de la vida
de los hermanos, que “sirven al Señor en pobreza y humildad”.
Desde la misma sensibilidad y toma de conciencia del tema que nos ocupa, somos
llamados hoy ¡y de qué manera! a algo que nos es esencial y que encontramos por
todas partes en los documentos de la familia y en nuestra identidad espiritual y
carismática: ser hermanos, ser hermanas -decimos con frecuencia- es nuestra
principal misión. A veces me pregunto si nos lo creemos de verdad, más allá de los
papeles (que lo soportan todo), porque andamos mucho más preocupados por
nuestra “significatividad”, por los “campos pastorales o de evangelización”, que del
modo como construimos fraternidad y ofrecemos ámbitos de fraternidad a nuestro
mundo frío e inhóspito.
Volvemos, de otra manera, al mensaje de la paz, de la bienaventuranza franciscana,
de la reconciliación… Ser en medio de nuestro mundo, hermanos y hermanas que
anuncian, por el hecho mismo de la con-vocación, el milagro de una humanidad
nueva. Con toda seguridad, mirando nuestras fraternidades concretas, nos parece
una exageración (de calibre semejante a lo del testimonio de pobreza o alegría), pero
es real incluso con todas nuestras deficiencias, sabiendo que son más que muchas.
En fin, como decía anteriormente, “itinerancias necesarias hoy y programables”.
Sólo algunas. Sólo enunciadas. Conocidas, reflexionadas, elegidas, secuenciadas,
convertidas en prioridades y proyectos de renovación institucional. Y está bien, muy
bien. Y es justo y necesario. Y es lo que nos toca, seguir empeñándonos en lo que
siempre parece estar más allá de nuestras posibilidades…
Todo esto, efectivamente, ¿cómo? ¿con quiénes contamos para ello? ¿a qué
“precio”? Quizá no siempre sean formas que todos y/o todas los hermanos podamos y
debamos vivir en la dinámica cotidiana concreta, pero sí habrán de ser formas que nos
expresen a todos, en las que nos sintamos en comunión. Nos toca vivir y asumir como
“cuerpo”, como “fraternidad” esta diversidad en la que nos encontramos, cada uno
desde el sitio al que se sienta llamado, en comunión, del mismo modo que en la primera
hora, ni todos los hermanos -ni siempre- “iban por el mundo”, o “estaban en los
lugares”, ahora bien, eso sí, entonces y ahora, “peregrinos y extranjeros”.
Hemos visto algunas itinerancias elegibles y, necesariamente, tenidas en cuenta a la
hora de establecer nuestras opciones si queremos no perder nuestro “norte”, lo que
podemos y debemos ofrecer a nuestra generación. Por otra parte, creo que, como vida
religiosa, nos encontramos con una itinerancia que no podemos elegir, ella es la que nos
elige a nosotros, estamos “arrojados” a ella. La expresa con exactitud Jn 21 en las
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palabras que Jesús dice a Pedro después de la pesca milagrosa: “Otro te ceñirá y te
llevará a donde no quieres ir”.
Esta es una gran peregrinación, la principal, donde nos lo jugamos todo: la
itinerancia de la hora de la verdad, el éxodo hacia la irrelevancia y la impotencia y la
reducción. El éxodo de asumir -dando bandazos incluso- unas estructuras institucionales
que hacen aguas por todas partes. El éxodo de la ancianidad dominante y la desbordante
problemática que trae consigo. El éxodo del desfase generacional. El éxodo de la
reducción. El riesgo de elegir las presencias pobres y no encastillarse en nuestras
fortalezas, aún cuando toda lógica conduce al repliegue, la economía de medios
humanos, la macrogestión. El desplazamiento (por obligación…) de los centros de
poder, decisión, influencia y valoración social y hasta eclesial. El éxodo de vivir en la
“inseguridad social”, en la forzosa (y creciente) desapropiación económica derivada de
vivir básicamente del sistema de pensiones. El éxodo de optar por no asegurar
compulsivamente el futuro y nuestros cuidados materiales. El éxodo de la muerte. El
éxodo del restituir la historia. El éxodo del vivir de fe, en esperanza que no defrauda. El
éxodo del amor de cruz.
¿Y si no nos resistimos tanto a morir en paz contentos de “haber hecho nuestra
parte” y dejando que el Señor sea el que siga diciendo el futuro a quien/quienes le/les
toque? ¿Y si vivimos nuestro presente y futuro con el gozo de haber servido al Señor
desde nuestra pobreza y humildad, sabiendo que aunque no entendamos, Él nos lleva?
¿Y si soltamos amarras y remamos más adentro, a donde no sabemos, no controlamos,
no podemos, y entregamos ya todas nuestras posesiones?
El éxodo de la entrega: sin propio. «Quedó desnudo para poder seguir al Señor desnudo
en la cruz, a quien tanto amaba» (LM 2, 4b), que nos permita unirnos a Francisco en su
alabanza: “Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe, tú eres nuestra caridad, tú eres
toda nuestra dulzura, tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable Señor, Dios
omnipotente, misericordioso Salvador.” (AlD 7)
“Y todo el que observe estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del
altísimo Padre, y sea colmado en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el
santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes del cielo y todos los santos. Y yo el
hermano Francisco, pequeñuelo, vuestro siervo, os confirmo tanto cuanto puedo,
interior y exteriormente, esta santísima bendición” (Test 40 - 41)
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