BUENA VIDA /Alpes /Suiza
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BUENA VIDA /Alpes /Suiza
BUENA VIDA /Alpes /Suiza Dibujando un paisaje Desde los viñedos de Lavaux junto al lago Leman, hasta los picos del Jungfrau y el Matterhorn, encontramos una vertical. Más de 4.000 metros de desnivel para ir en busca de los perfectos paisajes suizos. Por Rafa Pérez. Fotografías de Félix Lorenzo. Suiza Panorámica despejada desde el tren que asciende al Jungfrau. Con las conexiones adecuadas, la red de trenes y funiculares permite acceder a los paisajes más sorprendentes del país. BUENA VIDA R ecuerdo perfectamente aquellas clases de dibujo en las que el tema era el paisaje. Odiaba las naturalezas muertas, pero el paisaje era otra cosa. Un paisaje te permitía viajar, dejar volar la imaginación. Al principio, no eran más que unos malos trazos que trataban de representar una montaña, una casa, alguna nube y el sol. Ni siquiera conseguía guardar las proporciones. Con el paso de los años, la calidad no aumentó demasiado pero sí el número de elementos que iba incorporando al dibujo: un camino, la valla delante de la casa, alguna vaca. Luego llegarían las primeras concesiones al hedonismo: el humo saliendo por la chimenea y todo lo que cabe en unos enfáticos puntos suspensivos. Mi dibujo no era muy diferente a los del resto de mis compañeros de pupitre, pero yo tenía muy claro que estaba dibujando Suiza y sus paisajes perfectos. Cuando me subí en aquel tren iniciático para recorrer Europa en un mes, la primera casilla del billete hacía muchos años que estaba escrita. Un franco suizo se cambiaba por una barbaridad de pesetas, pero como compensación tenías evocadores trenes y los mejores albergues del viaje. Era una época en la que era feliz y despreocupado y el hecho de viajar a Suiza llevaba siempre implícito la promesa de un mundo mejor. Hasta que llegó el Stiller de Max Frisch para ponerlo todo en duda. Aquel primer viaje al extranjero es mi cantinela más recurrente cada vez que hago la maleta, un equipaje que con los años se ha ido liberando de los comple- Cajas de chocolate en la pastelería Poyet de Vevey. A la derecha, casa de arquitectura tradicional en Epesses, cerca de los viñedos de Lavaux. A la izquierda, Beffroi, la torre de la catedral de Lausana. LOS MONJES FUERON LOS PRIMEROS EN CREER EN LA CONVENIENCIA DE MODELAR EL PAISAJE CON LAS TERRAZAS TAN CARACTERÍSTICAS DE LAVAUX Blaise Duboux, viticultor de Epesses, uno de los defensores de la uva autóctona como la Chasselas y la Plant Robez. jos con los que te hacían viajar antes: que en el extranjero no se come bien era el principal de ellos. La emoción de aquel instante y unas cuantas gotas de ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’ vuelven a mi memoria cada vez que regreso a Suiza. Lo único que ha cambiado en todos estos años es el modo de llegar al país helvético. Los mismos Alpes que tanto me habían impresionado tiempo atrás aparecen ahora como una maqueta desde el aire. Al aterrizar, me recibe la fotografía de una chica animándome a vivir mi pasión. Anunciando un reloj, por supuesto. Un lejano mes de octubre del año 1986 se lanzaba desde Lausana aquel grito que puso a saltar a Pascual Maragall: “À la ville de Barcelona”. Capital del deporte por mérito propio, Lausana acoge un museo impulsor del espíritu olímpico con la paradoja de tener escaleras mecá- nicas en el acceso. Tras conocer algo más de la historia del olimpismo moderno y ver las donaciones hechas por los grandes atletas, salgo haciéndome la enésima promesa de empezar en el gimnasio a partir del lunes. Por las calles de Lausana pasean más de 150 nacionalidades que dejan a Babel al nivel de una noche de juerga entre compañeros de Erasmus, hay más católicos que protestantes y pese a que conservan algunas tradiciones, como la del sereno que sigue anunciando la hora desde la torre de la Catedral, hace mucho tiempo que dejaron atrás la moral del doctor Tissot, que pasó parte de su vida escribiendo tratados sobre el onanismo como enfermedad nerviosa y actitud criminal. En Ouchy aparecen las primeras pistas de lo acertado del apelativo de ‘Riviera suiza’. La orilla del lago está plagada de esos hoteles de clásica elegancia heredada de una época en que lo de menos era dormir en las habitaciones. Se escribían grandes obras, se urdían planes bélicos, se pagaban las habitaciones con cuadros. Un coche con formas clásicas recorre los viñedos aledaños de Sierre, en el Cantón del Valais. BUENA VIDA bruces con el edificio de Nestlé. Frente al museo, la estatua de Charles Chaplin nos viene a recordar la relación del cómico con una ciudad que le devolvió su admiración dándole un poco más de altura de la cuenta. La banda sonora del viaje corresponde sin duda a Montreux. La ciudad pone el límite a los viñedos cantados por Prince que, tras un guiño al chocolate de Vevey, convierte el estribillo final en una pataleta: Back to the vineyards of Lavaux, Lavaux, Lavaux… El cantante agota el papel en minutos cada vez que se pasa por el festival de jazz, unos días en el mes de julio en los que la ciudad pierde ordenadamente los papeles. A Deep Purple le dieron un motivo mucho más tangible que las ensoñaciones de Prince. El incendio del casino de Montreux inspiró Smoke on the water y que levante la mano el que no haya dado nunca un salto cuando arranca la stratocaster. La última nota musical la pone una enorme estatua de Freddie Mercury. El mismo hermetismo que caracterizó su vida privada continuó tras su fallecimiento y es una incógnita si la estatua mira hacia el lugar donde reposan sus cenizas. Desde Montreux, un agradable paseo lleva hasta el castillo de Chillon, el del prisionero del poema de Lord Byron. También desde la ciudad festivalera parte uno de los trayectos que ha dado fama a los trenes suizos. El La pinturera terraza del restaurante L’Ermitage, en Montreux. A la derecha, su chef, Ettiene Krebs. Abajo, el espectacular glaciar Aletsch, el más largo de la Europa continental. La localidad de Interlaken separa los lagos Thun y Brienz. A la derecha, el Hotel Berghaus Bort, en Grindelwald. TRAS CRUZAR EL TÚNEL, SUIZA SE TRANSFORMA: DE UN PAISAJE DE PALMERAS MÁS PROPIO DEL MEDITERRÁNEO PASAMOS A LOS PIES DE LOS ALPES Siempre he soñado con ser de esa clase de viajeros, de los que escriben en los trenes o en la habitación de un hotel junto a un lago. Y a Suiza llegaron algunos de los mejores escritores: Rilke, Nabokov, Hesse, Capote y, claro, también Hemingway. Stefan Zweig, además, envió a Christine Hoflehner a un hotel de los Alpes suizos en La embriaguez de la metamorfosis. En Lausana arranca la región vinícola de Lavaux. Los monjes fueron los primeros en creer en la conveniencia de modelar el paisaje con las terrazas tan características de Lavaux, estupendas para la foto, pero que les pregunten a los vendimiadores. En el 2007, la Unesco tuvo a bien declarar a tiempo la zona como Patrimonio de la Humanidad para vencer cualquier tentación del ladrillo en un escenario del que salen vinos, pueblos y castillos. En Epesses, Blaise Duboux me habla con pasión de sus niñas mimadas, la Chasselas y la Plant Robez, dos variedades de uva autóctona con las que se están haciendo vinos muy interesantes. No es el único defensor de las bondades del vino. En el Café de Riex cuelga un antiguo cuadro en el que aparecen una serie de recomendaciones para algunas enfermedades comunes: para la fiebre una botella de champagne, cuatro vasos de Borgoña para la obesidad, tres tazas de Burdeos con azúcar y canela para la bronquitis. Apología ‘báquica’ con el fin de mitigar un dolor para el que todavía no tenían nada previsto las farmacéuticas suizas. La perfección de pueblos como el propio Riex, Epesses o Rivaz sólo se rompe al llegar a Vevey y darse de Golden Pass, con escaparates en lugar de ventanas, hace el recorrido hasta la ciudad de Lucerna, pero yo me iba a quedar en la intermedia parada de Interlaken. Tras cruzar un túnel, cambiamos de Suiza. De un paisaje de palmeras más propio del Mediterráneo, pasamos a los pies de los Alpes desde donde veo las primeras nieves que ya no me dejarán hasta Interlaken. La ciudad entre lagos tiene todas las virtudes de los destinos vacacionales y ninguno de sus defectos. Impresionantes paisajes, hoteles y gastronomía de alta calidad, ocio de volumen moderado y hasta la calma de un jardín japonés. El emperador Akihito pasó unos meses de su infancia en Interlaken, suficiente reclamo para que sus compatriotas se hayan convertido en uno de los principales mercados junto al indio, que ha encontrado en Interlaken el marco ideal para muchas de sus producciones de la factoría Bollywood. Los sedimentos que va depositando el río Lütschine tienen la culpa de la separación del Thunersee y el Brienzersee. El tren recorre la orilla de los dos lagos a ritmo lento, con paradas en pequeñas estaciones de borrón y cuenta nueva, la clase de estaciones que suelen dar buenos argumentos para un inicio o final de película. Una de ellas es la de Leissigen, donde el que esto escribe creyó una vez, en una casa junto al lago, que el amor duraba para siempre. Me bajo al azar en la estación de Brienz. En los días soleados, el agua del lago irradia un color irreal, iridiscente, donde predomina el verde turquesa. Paseo junto al lago al compás –tarareando a ratos– de What a wonderful world. Un niño está dando sus primeros pasos, para otro no hay más horizonte que el que le muestra su patinete, mientras en un banco se reparten besos de adolescencia. La pequeña Brienz se mantiene impasible con Escultura frente al museo Alimentaria, en Vevey, obra de J.P. Zaugg y Georges Favre. BUENA VIDA Cuaderno de viaje CÓMO LLEGAR SWISS tiene vuelos a Ginebra desde Madrid, Barcelona, Málaga y Palma de Mallorca. Barcelona desde 59€ y Madrid desde 155€. Swiss (901 116 712; www.swiss.com/spain). SWISS PASS es el sistema de transportes públicos en Suiza y permite llegar a cualquier rincón del país en tren, teleférico, barco o bus postal, además de incluir el transporte en el interior de la mayoría de las ciudades. El Swiss Pass tiene una validez de 4, 8, 15, 22 o 30 días con viajes ilimitados y descuentos del 50% en los trenes panorámicos como el Golden Pass. (swisstravelsystem.ch) CUÁNDO IR Cualquier mes es bueno para visitar Suiza. Durante los meses de primavera y verano las temperaturas no son altas. El paisaje está en su momento de esplendor, las cascadas y ríos bajan con su máximo caudal y el verde predomina en el paisaje. El invierno ofrece la otra cara de un país con una de las mejores ofertas para la práctica de deportes de nieve. DÓNDE DORMIR Hotel Chateau d’Ouchy, en Lausana (+41 213 313 232; chateaudouchy.ch). Las mejores habitaciones son las que tienen vistas al lago Leman. Por las tardes hay música en vivo en el bar. HD desde 255€. Hotel Beau-Rivage Palace, en Lausana (+41 216 133 306; brp.ch). Uno de los mejores de la ciudad. HD desde 370€. Grand Hotel du Lac, en Vevey (+41 219 250 606; hoteldulac-vevey.ch). Su antigua condición de parada de los viajeros del Orient-Express todavía se deja notar en su ambiente. HD desde 292€. Hotel Belvedere, en Grindelwald (+41 338 889 999; belvedere-grindelwald.ch) Excepcionales vistas a los Alpes desde las habitaciones. El hotel está muy bien situado para conocer la zona del Jungfrau. HD desde 308€. Riffelalp Resort, en Zermatt (+41 279 660 555; riffelalp. com). El mejor hotel de Zermatt. Encantadoras habitaciones de marcado carácter alpino. HD desde 493€ (verano) y 655€ (invierno). Hotel The Omnia, en Zermatt (+41 279 667 171; the-omnia.com). Desde su posición elevada ofrece las mejores vistas sobre el Matterhorn. A destacar los enormes ventanales y la chimenea de la sala común. HD: 246€. Más información en Lugares y Precios. Cascada Staubbach en Lauterbrunnen. A la izquierda, habitación del Riffelalp Resort, en Zermatt. A la derecha, sendero en el valle de Grindelwald. Abajo, ascensión al Jungfrau, conocido como Top of Europe. este haciendo aún más imponente su presencia. Porque el Matterhorn siempre está presente. Las raras veces en que no lo ves de frente, sientes su aliento detrás de ti. Un nuevo vistazo, uno más antes de subir al último tren del viaje. Las estaciones suizas siempre eran el punto final de aquellos viajes en tren por Europa, una obligación que me imponía para comprobar que todo podía funcionar. Una vez cruzada la frontera, procuraba dormirme. Mapa: Salvador Prior Vista de Zermatt con el poderoso Matterhorn al fondo, todo un icono natural al que le han consagrado incluso un museo. el paso del tiempo, con algún cambio en el color de las fachadas. Seguirán allí las antiguas casas de madera, las tallas de águilas y búhos que acabarán decorando alguna estantería junto a una torre Eiffel y la bailarina flamenca. También el coqueto cementerio junto a la iglesia donde, al amparo del Eiger, el Mönch y el Jungfrau, morirse importa un poco menos. Los monitores situados en la estación de Interlaken Ost me permiten consultar la meteorología en la cima del Jungfrau. El cielo despejado saca mi billete para el tren de acceso. Subir en un día nublado no me hubiera permitido ver el Schilthorn de James Bond o el Aletsch, el mayor glaciar de los Alpes. Con las conexiones adecuadas, la red de trenes y funiculares permite acceder al póker de paisajes que forman el lago Bachalp, al que se accede a pie desde la estación de First; el valle de Grindelwald, la cascada Staubbach en Lauterbrunnen y la pequeña localidad de Mürren, para la que no hay acceso por carretera. Un nuevo tren para viajar hacia el sur. El cantón del Valais está partido por el Ródano, el idioma (francés y alemán) y la orografía. Una vez alcanzo la localidad de Visp, los plácidos riachuelos dan paso a violentos descensos de agua por torrenteras y las montañas terminan por encima de los 4.000 metros en picos de afiladas aristas. Llegamos a Zermatt. Aunque brilla el sol, se siente el gélido viento que baja de esa montaña de tarjeta postal. El Matterhorn, Cervino por su cara italiana, se ha convertido en la imagen más reconocible de los Alpes, un icono al que le han dedicado incluso un museo. Desde aquella primera ascensión al Matterhorn por parte de Edward Whymper, Zermatt fue cambiando su temporada alta a los meses de invierno. Animado por el espíritu Whymper, decido tutear al Matterhorn pero sin llegar a mirarle por encima del hombro. Es decir, que llego hasta donde me lo permite el teleférico. A esa altura, las bajas temperaturas y cada paso dado tienen mucho que decir, por eso es tan bien recibido el chocolate caliente que me ofrece Pierre, el guía que me acompaña. La bajada la hacemos por Gornergrat para ver las montañas gemelas Cástor y Pólux. Unos pájaros un tanto erráticos cruzan por delante de nosotros, probable síndrome de abstinencia heredado de la época en que el abuelo de Pierre subía hasta allí, sesenta años atrás, para darles migas mojadas en aguardiente. A la mañana siguiente, me despierto más temprano que de costumbre. En unas horas tengo el vuelo de regreso y quiero ver despertar al Matterhorn mientras tomo las últimas notas, pero cuesta concentrarse en algo cuando se inicia el incendio. Los rayos rojizos bañan la cara