Antipolítica y contrapolítica, la praxis de la racionalidad fragmentada
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Antipolítica y contrapolítica, la praxis de la racionalidad fragmentada
Antipolítica y contrapolítica, la praxis de la racionalidad fragmentada L os vientos del posmodernismo agrietan la sólida casa de la política de nuestros días y las categorías del pensamiento político moderno empiezan a desdoblarse. La cultura “contra” fue la primera en aparecer. Se trataba de una nueva cultura construida sobre la base de la negación. No se trataba de una anticultura, es decir, de una ataraxia cultural, sino de la afirmación de los contrarios culturales. En la misma idea, una contrapolítica es tan política como aquella que contradice, pero con postulados paralelos. Mas el desdoblamiento hacia la antipolítica parece insinuar la nada radical, es decir, el no reconocimiento de la vigencia o existencia de lo político, o mejor dicho, de la política en su praxis conocida. Mientras que los “contra” (contracultura, contrapolítica, contraderecho) se presentan como prácticas culturales, políticas o jurídicas paralelas, aunque antagónicas. El traje de la antipolítica empieza a ser utilizado como una trampa por quienes ya advirtieron que su esquema de vieja política nada tiene que buscar en esta sociedad emergente. Y se manifiesta como una política blanda y esquiva. No emitir opinión alguna sobre las cosas importantes, explotar intensamente la imagen gráfica sin mensaje —expre109 sión posmoderna de la máxima “el medio es el mensaje”—, decir únicamente frases dulces y agradables. En esa línea, la antipolítica ni siquiera se molesta en rebatir los postulados de la política. Simplemente se queda suspendida en el vacío, en una condición de extrañamiento no conflictivo con la política. Cuando política se confunde con partidos políticos, entonces la antipolítica se presenta como una forma de participación que nace, crece y se multiplica en el espacio del setenta por ciento de electores que arruga la nariz cuando oye hablar de partidos políticos. Es una expresión del “desencanto de la política”. Y es por eso que los candidatos de partido tratan de presentarse a si mismos como antipartidos. Otra cosa muy distinta es la visión contracultural de una política paralela. De la contra–política, en dos palabras. Es decir, de una reacción conscientemente política contra la praxis política que alimenta y se alimenta del diario quehacer público, sea partidista, sea independiente. La contrapolítica es deconstructora del manido discurso de la política, pero no por ello es menos política. Como quiera que le desnuda sus intimidades, pone al descubierto las debilidades del mito de la “representatividad democrática”. Su discurso es fuerte y alternativo, frente a la pose blanda del antipolítico. “La violencia es apenas una de las expresiones del divorcio que existe entre lo que la cultura ordena y lo que la ley ordena”, señalaba Antanas Mockus, el ex–alcalde bogotano. Ciertamente, la quiebra institucional surge cuando en una sociedad es culturalmente aceptable un comportamiento que legalmente no es aceptable. Pero no basta apelar al deber de obediencia, según el imperativo kantiano, para reacomodar la sociedad. La violencia del súbdito parece entrañar un cuestionamiento de la base legitimadora misma del poder jurídico. 110 Por eso el tema de la nueva política es fundamentalmente el tema de la nueva cultura jurídica. El discurso duro de la contrapolítica, ese discurso deconstructor de las relaciones de poder y de obediencia, se abre paso en la emergencia de valores de una contra cultura que se pone a distancia de los valores del derecho oficial. Se construye cotidianamente en nuevas formas de convivencia social, de subsistencia comunitaria, frente al ritualismo fetichizado de un derecho de viejo orden. 111