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Percepciones de la Parashá por Rab Yaakov Hillel Rosh Yeshivat Ahavat Shalom Parashat Vaerá Naturaleza y Providencia Divina Los nombres en Shemot “Y Elokim habló con Moshé y le dijo: ‘Yo soy Hashem y me mostré a Abraham, a Yitzjak y a Yaakov con [el nombre] E-l-Sha-d-ai, pero Mi nombre Hashem no se los di a conocer… Por tanto, di a los hijos de Israel: Yo soy Hashem y los sacaré de las tribulaciones de Egipto y los salvaré de su esclavitud y los redimiré con brazo extendido y grandes juicios’” (Shemot 6:2-6). En el episodio del arbusto ardiente, Hashem ordenó a Moshé confrontar al Faraón para exigirle liberar a sus esclavos, el Pueblo Judío. El Faraón se rehusó y en vez de ello aumentó la carga de trabajo a los judíos. Éstos se quejaron con Moshé de que su intento por liberarlos empeoró su situación y entonces Moshé transmitió estas quejas a Hashem (Shemot 3:5). Hashem prometió nuevamente a Moshé que pronto liberaría milagrosamente a los judíos. Esta segunda promesa vino acompañada de un reproche: en el pasado, Hashem había hecho promesas a los patriarcas que ellos no vieron cumplidas en el transcurso de sus vidas y aún así nunca se quejaron contra el Todopoderoso, como Moshé recién hizo (Shemot 6:19, con Rashí, quien cita Shemot Rabá 6:4). Podemos entender estos versículos a un nivel más profundo. Como vemos, estos versículos hacen mención de tres nombres distintos de D-os: Elokim, Hashem y E-l Sha-d-ai. Obviamente, la mención en la Torá de nombres diferentes del 1 Todopoderoso no es por razones estilísticas o poéticas, D-os no lo quiera. Cada uno de los nombres de Hashem revela un atributo divino específico. El nombre “Elokim” representa el dominio de Hashem sobre el mundo a través de las fuerzas de la naturaleza. Similarmente, el nombre E-l Sha-d-ai también se refiere al dominio Divino del mundo a través de las limitadas fuerzas naturales de la creación, como es evidente en la enseñanza de los Sabios en el sentido de que Hashem dijo a Su mundo “Dai” (literalmente “suficiente”), para así imponer límites a la Creación (Jaguigá 12a y Bereshit Rabá 5:8). Por su parte, el nombre Hashem, que es escrito como Yud-Ké-Vav-Ké, representa el dominio de Hashem sobre el mundo a través de la providencia divina individualizada. El tema de los nombres de Hashem aparece frecuentemente en las primeras parshayot del libro de Shemot, que literalmente significa “Libro de Nombres”. Este segundo libro de la Torá empieza con la frase: “Y estos son los nombres de los hijos de Israel que llegaron a Egipto”. El significado literal de este versículo es obvio, pues se refiere a los nombres de los hijos y nietos de Yaakov que llegaron a Egipto. Sin embargo, como explicaremos más adelante, la palabra “Shemot” se refiere al profundo concepto de la revelación de Hashem a través de Sus nombres, revelación que empezó cuando nuestro pueblo se convirtió en una nación, como es descrito en este libro de la Torá. Cada uno de los nombres de Hashem mencionados en la Torá representa una revelación específica de los atributos divinos. A partir de entonces, la Torá se referirá al Todopoderoso con el nombre que representa el atributo específico con el cual Él se relacionará con Su pueblo en ese momento o circunstancia específica. Por ejemplo, cuando la Torá emplea el nombre “Elokim”, eso indica que Hashem se está relacionando con el Pueblo Judío con el atributo divino de justicia estricta, y cuando la Torá utiliza el nombre “Hashem” (Shem Havayá), eso significa que se está relacionando con el pueblo de Israel con el atributo de bondad. El Arizal enseña que el propósito de la Creación fue revelar los atributos y poderes de Hashem expresados a través de Sus nombres (Etz Jaim, Shaar Alef, Capítulo 1). Esto comenzó a partir de que el Pueblo Judío se convirtió en una nación y Hashem empezó a relacionarse con Su pueblo por medio de varios atributos que previamente estuvieron ocultos. A partir de entonces inició la era de los “dos mil años de Torá”. Toda la Torá está formada por nombres del Todopoderoso que revelan los diferentes atributos con los cuales Él dirige el mundo.1 1 Véase Percepciones de la Parashá a Bereshit, para una discusión más completa de este tema. 2 En el arbusto ardiente Al describir el encuentro profético de Moshé con el Todopoderoso en el incidente del arbusto ardiente, la Torá declara: “Y Hashem vio que él volteó a ver, y Elokim lo llamó desde el arbusto y le dijo: ‘Moshé, Moshé’ y él dijo: ‘Heme aquí’” (Shemot 3:4). El versículo empieza con el nombre “Hashem” y después menciona el nombre “Elokim”. Los versículos siguientes también mencionan estos dos nombres de Hashem. Después de escuchar la orden divina, Moshé preguntó a Hashem Su nombre: “Y Moshé dijo a Elokim: ‘He aquí que al ir con los hijos de Israel y les diga que el D-os de sus padres me envió a ustedes y ellos me pregunten cuál es Su nombre, ¿qué les responderé?’ Y Elokim le dijo a Moshé: ‘E-he-yé Asher E-he-yé me envió a ustedes. Así le dirás a los hijos de Israel: E-he-yé me envió a ustedes’” (3:13-14). El nombre ‘E-he-yé Asher E-he-yé,” que literalmente significa: “Yo seré como seré” es el más elevado de los nombres de Hashem (Etz Jaim, Shaar Mem-Bet, Pérek Bet, página 94b). Los Mekubalim enseñan que este nombre es un “nombre raíz”. Una raíz es el origen de todas las ramas de un árbol. Todo lo que surge del árbol (ramas, frutos, hojas y flores) estuvo contenido en su raíz, aunque no sean visibles hasta que emergen. Así también, el nombre “E-he-yé Asher E-he-yé” incluye todos los atributos divinos, cada uno con su propio nombre, aunque no sean visibles mientras están dentro de la “raíz”. Cada atributo específico de D-os se deriva de esta raíz y se revela en el momento y en las circunstancias que le corresponden. Después de esto, “Elokim dijo a Moshé: ‘Así dirás a los hijos de Israel: Hashem, el D-os de sus padres, el D-os de Abraham, el D-os de Yitzjak y el D-os de Yaakov me envió a ustedes. Este es Mi nombre para siempre y esta es Mi remembranza para todas las generaciones” (Shemot 3:5). Los Sabios explican así este versículo: “El Santo, bendito es, dijo: ‘Mi nombre no se pronuncia de la manera en la cual se escribe. Mi nombre se escribe con Yud-Ké (haciendo alusión al nombre Yud-Ké-Vav-Ké) pero Mi nombre se pronuncia con Alef-Dalet” (aludiendo al nombre Alef-Dalet-Nun-Yud). La palabra leOlam, que significa “para siempre”, está escrita sin la letra vav, de modo tal que se lee como leAlam “para ocultarse” (Pesajim 50a). El nombre de Hashem Yud-Ké-Vav-Ké, el más sagrado de todos los nombres divinos de Hashem, no se pronuncia de la manera en la que se escribe, sino que se pronuncia Alef-Dalet-Nun-Yud. El nombre Yud-Ké-Vav-Ké está oculto, mientras que el nombre Alef-Dalet-Nun-Yud está revelado. El nombre Yud-Ké-Vav-Ké, conocido 3 como Shem Havayá representa la mayor revelación del Todopoderoso. Está totalmente prohibido pronunciar este nombre sagrado, a grado tal que ni siquiera se permite pronunciar ininterrumpidamente sus letras. Al hablar coloquialmente, lo leemos como “Hashem”, que literalmente significa “el Nombre”. Al decir bendiciones y al rezar, decimos en su lugar el nombre Alef-Dalet-Nun-Yud, el nombre de Adnut. Este nombre se refiere a la relación de un siervo con su amo, es decir, Hashem es nuestro rey y señor (Adón) y nosotros somos sus siervos. El Shem Havayá, el atributo de la Providencia Divina, está a un nivel más allá de la comprensión humana, por lo que está leAlam, oculto. En vez de estar revelado abiertamente, este nombre es representado por el nombre de Adnut, el nombre que sirve de nexo entre el Todopoderoso y Sus creaturas. Encontramos una alusión a este concepto en el versículo: “Hashem (es decir, el nombre Yud-Ké-Vav-Ké) está en medio de Su santuario sagrado” (Tehilim 11:4). El término hebreo Hejal (santuario) tiene el mismo valor numérico (guematriá)2 que el nombre Alef-Dalet-Nun-Yud, que es 65. Podemos derivar de este versículo que el nombre Havayá es como el alma y el nombre Adnut es como el cuerpo que lo contiene. En otras palabras, el nombre Yud-Ké-Vav-Ké se revela a través del nombre Alef-Dalet-Nun-Yud. Este es el significado profundo de la unión de los nombres Havayá y Adnut al escribirlos juntos y alternando las letras de estos dos nombres: Yud-Alef-Ké-Dalet-Vav-Nun-Ké-Yud (Hakdamat Tikuné Zóhar, página 3a). Confrontando al Faraón La primera vez que Moshé se acercó al Faraón por mandato divino, le dijo: “Así dijo Hashem, el D-os de Israel: ‘Envía fuera a Mi pueblo y ellos me festejarán en el desierto’. El Faraón respondió: ‘¿Quién es Hashem para que yo escuche su voz?... No conozco a Hashem y no los liberaré’”. Moshé y Aarón respondieron: “El D-os de los hebreos nos llamó. Viajaremos tres días en el desierto y le sacrificaremos a Hashem, nuestro D-os, no sea que arremeta contra nosotros con plaga o espada” (Shemot 5:1-3). Hasta ese momento, parecía que no sólo sus valientes esfuerzos fracasaron, sino que además fueron contraproducentes. El Faraón no quiso ni siquiera pensar su petición y, en vez de ello, decidió malévolamente destruir la fortaleza moral de los esclavos hebreos, aumentando su carga de trabajo a niveles intolerables. A partir de entonces, tendrían que conseguir sus propios materiales de construcción, además 2 En el alfabeto hebreo, cada palabra posee un equivalente numérico (guematriá) compuesto por el valor numérico que se le adjudica a cada una de las letras que componen esa palabra. 4 de seguir cumpliendo con la misma cuota de producción de ladrillos que tenían cuando se les proporcionaban los materiales de construcción. Cuando Moshé vio las consecuencias de su misión, “…regresó con Hashem y le dijo: ‘Mi Señor (Alef-Daled-Nun-Yud), ¿por qué empeoraste la situación de este pueblo? ¿Para qué me enviaste? Desde que fui a hablar con el Faraón, ha sido peor para ellos y Tú no los has salvado’” (Shemot 5:22-23). Entonces Hashem dijo a Moshé: “Ahora verás que haré con el Faraón: él los enviará fuera con mano fuerte y con mano fuerte los expulsará de su tierra” (6:1). Esta promesa divina fue seguida por duras palabras de reproche: “Y Elokim habló con Moshé y le dijo: ‘Yo soy Hashem. Yo me mostré a Abraham, a Yitzjak y a Yaakov con [el nombre] E-l Sha-d-ai y Mi nombre Hashem no se los di a conocer. Por tanto, di a los hijos de Israel que Yo soy Hashem’” (6:2-3). La actitud del Faraón La actitud del Faraón con Moshé dejó claro que no creía en Hashem y que tampoco estaba dispuesto a obedecer Sus instrucciones o la de Sus mensajeros. Sin embargo, el Arizal señala una inconsistencia en la actitud del Faraón (Shaar haKavanot, Derushé Pésaj, Derush Alef). Previamente, la Torá indica que el Faraón sí había reconocido a D-os, como lo vemos en la primera conversación que tuvo con Yosef. El Faraón dijo al esclavo hebreo Yosef que oyó de su habilidad para interpretar sueños. Yosef respondió humildemente que “No soy yo. Elokim responderá sobre el bienestar del Faraón” (Bereshit 41:15-16). En este diálogo, el Faraón no le contestó a Yosef que nunca había escuchado de Elokim. Por el contrario, después de escuchar la interpretación de Yosef y sus sugerencias de cómo lidiar con la crisis de la próxima hambruna, le dijo: “¿Acaso hay otro como él, un hombre que tiene dentro el espíritu de Elokim?... Ya que Elokim te informó de todo esto, estarás a cargo de mi palacio” (Bereshit 41:38-40). Pero cuando habló con Moshé, su respuesta fue totalmente distinta: “¿Quién es Hashem que deba escuchar Su voz y liberar a Israel? No conozco a Hashem”. El Arizal explica que, al parecer, el problema del Faraón no fue con la idea de una fuerza gobernante del mundo, pues sí reconocía la existencia de “Elokim”. Su problema fue que Moshé habló con el Faraón en “Su nombre”, refiriéndose al nombre “Hashem” (5:23). Lo que el Faraón no aceptaba era el concepto que conlleva el nombre “Hashem” (Yud-Ké-Vav-Ké). Eventualmente, este mismo concepto fue lo que posteriormente “endureció el corazón del Faraón”. 5 ¿En qué creía exactamente el Faraón? Desde el inicio de los tiempos, los antiguos pueblos no judíos tenían su propia idea de “D-os”. Tal como ellos percibían, cuando D-os creó el mundo, lo creó con una estructura sofisticada llamada “naturaleza” que lo dirige y después se retiró de él. Ellos no aceptaban la idea que pudiese existir la Providencia Divina continua (Hashgajá Pratit) de D-os en los asuntos individuales del ser humano: “Pues ellos dicen: ‘Hashem no nos ve, Hashem abandonó la tierra’” (Yejézkel 8:12). Según ellos, después que Hashem terminó la Creación, Hashem no se involucra ni en los asuntos ni con las preocupaciones triviales del ser humano (véase el comentario de Rambán a Shemot 13:16). Sin embargo, constituye un principio básico del Judaísmo que Hashem continúa supervisando los asuntos humanos en todo momento y que está involucrado en cada acto nuestro en la vida. Podemos ver esta discrepancia de perspectivas en los versículos de Tehilim 113:4-6. Los otros pueblos dicen: “Hashem está arriba de todas las naciones, Su honor está arriba del Cielo” (Tehilim 113:4). Ellos ven a D-os arriba de todo y creen que el honor de D-os es estar exclusivamente “arriba del Cielo”, arriba y lejano, pues Él es demasiado grande y elevado como para preocuparse por algo tan insignificante como el ser humano. Nuestra respuesta a esta idea aparece en los versículos siguientes. Es cierto que “Hashem está arriba de todas las naciones, Su honor está arriba del Cielo”, pero nosotros agregamos: “¿Quién es como Hashem, nuestro D-os, quien habita en las alturas y ve hacia abajo el Cielo y la Tierra?” Pese a que Su trono está en el Cielo por encima de nosotros, constantemente ve abajo para supervisar todo lo que sucede. Él está constantemente involucrado en nuestros asuntos, pues “levanta al pobre del polvo y eleva al indigente de la basura” (113:5-7; véase Malbim). Es esta creencia en la Providencia Divina personal lo que distingue al Pueblo Judío. Tal como explicamos, el nombre “Elokim”, que sí era aceptado por el Faraón, se refiere a las fuerzas de la naturaleza puestas por D-os para dirigir el mundo y mantener su existencia después que Él se separó de la creación. Significativamente, la palabra “Elokim” posee el mismo valor numérico que la palabra “haTeva”, las fuerzas de la naturaleza. En opinión del Faraón, el Creador no debe ser llamado “Elokim”. Él percibía las fuerzas mismas de la naturaleza como “Elokim”. El nombre Hashem, con el cual nos referimos a D-os, representa al concepto de que el Creador dirige personal y directamente el mundo a través de la Providencia Divina. Esta fue la idea que hizo enfurecer al Faraón. 6 Ahora ya podemos entender cuál fue el problema del Faraón. Para él, el concepto de la Divinidad está limitada (ni D-os lo quiera) al nombre “Elokim” o, para decirlo con otros términos, a las fuerzas de la naturaleza en general. Cuando Yosef mencionó “Elokim”, el Faraón estuvo de acuerdo con ese concepto y lo reconoció, pero más de eso contradecía su percepción del mundo, por lo que cuando Moshé le habló en nombre de Hashem, con todo lo que implica, estalló furioso y dijo: “No conozco a Hashem”, queriendo decir que no conoce el concepto de un D-os que dirige el mundo a través de una Providencia Divina personal. Además, agregó que no enviaría fuera a Israel, negando así que Hashem hubiera creado el mundo con el propósito de que Israel recibiese y cumpliese la Torá (véase Rashí a Bereshit 1:1). Según el Zóhar, fue el nombre “Hashem” lo que endureció el corazón del Faraón y no una decisión divina de restringir su libre albedrío, como vemos en los siguientes versículos: “Hashem me envió a ti…” (Shemot 7:16); “Ve con el Faraón, pues Yo endurecí su corazón… para que sepas que Yo soy Hashem” (10:1-2); “Y Hashem endureció el corazón del Faraón” (10:27) y “Hashem endureció el corazón del Faraón y no envió fuera al pueblo de Israel de su tierra” (11:10). Tal como el Faraón entendía el mundo, el hombre y sus actos no son más significativos que el movimiento de una hormiga en su hormiguero. De hecho, para él sería insultante insinuar que el Creador se encarga personalmente de algo tan insignificante como mantener y dirigir este mundo inferior (véase Néfesh haJáim, Shaar Yud Guimel, capítulo 11 con las notas). La mención misma del concepto de Hashgajá Pratit implicada en el nombre “Hashem” fue lo que detonó la furia del Faraón y endureció su corazón, haciéndolo terco e intratable (Zóhar, volumen I, página 195a). Con esto en mente, podemos entender por qué las primeras palabras que Hashem pronunció al Pueblo Judío al dar la Torá fueron: “Yo soy Hashem, tu D-os, quien te sacó de la tierra de Egipto” (Shemot 20:2) y no la frase que aparentemente sería más obvia de “Yo soy Hashem, tu D-os, quien creó el Cielo y la Tierra”. Incluso los antiguos pueblos del mundo aceptaron la idea de un Creador, concepto expresado en el nombre Elokim; esa no es la creencia que distingue a nuestro pueblo. Lo que nos distingue es otra concepción de D-os. El Éxodo estuvo acompañado de una serie de milagros abiertos e incontrovertibles, como las plagas y la partición del mar, eventos que D-os llevó a cabo en beneficio de Su pueblo. A partir de entonces comenzó una nueva era de percepción de Hashem no sólo como Creador del mundo sino también como su gobernante, quien supervisa todos los eventos y circunstancias, grandes y pequeños, guiando al mundo a su último propósito. 7 Hasta el Éxodo, Hashem gobernaba el mundo a través de las fuerzas de la naturaleza. Se revelaba a algunos individuos –entre ellos nuestros patriarcas–, pero nunca de una manera que mostrase abierta y milagrosamente Su Providencia Divina a través de la alteración de la naturaleza, tal como sucedió en Egipto (véase Ramban a Shemot 6:2 y Malbim a Tehilim 14:1). Es por esta razón que los Sabios llaman a los primeros dos mil años de la creación y antes de la entrega de la Torá los “dos mil años de desolación” (Sanhedrín 97a). Durante estos años, Hashem ocultó Su involucramiento abierto en los asuntos humanos. Al reprender a Moshé, le recordó que a los Patriarcas no se les concedió ese nivel de revelación, pero a sus descendientes –el Pueblo de Israel– sí se les otorgaría este privilegio. Los Patriarcas sólo vieron a Hashem como E-l Sha-dai, que representa a D-os gobernando al mundo mediante las limitadas fuerzas naturales de la creación y, aún así, nunca dudaron de Él. Los nombres de la Creación Encontramos una alusión a estas ideas sobre los nombres divinos en el primer versículo de la Torá, al inicio de la Creación: “En el principio, Elokim creó el Cielo y la Tierra” (Bereshit 1:1). El nombre “Elokim” se refiere a la creación divina del mundo con un mecanismo incorporado dentro de sí mismo que vela por su existencia y su buen funcionamiento (véase Responsa Jajam Tzeví 18). Al crearlo de esta manera, dejó la puerta abierta para que surja el error de pensar que Hashem se desconectó del mundo que Él mismo creó, dejando todo en manos de la naturaleza. No obstante, los Sabios enseñan que este primer versículo también conlleva la noción de Providencia Divina: “[Bereshit, por Reshit, significa] por la Torá que es llamada Reshit Darkó, el inicio de Su camino (Mishlé 8:22) y por Israel, quien es llamado Reshit Tebuató (el inicio de Su cosecha, en Yirmeyahu 2:3)” (Rashí a Bereshit 1:1, citando a los Sabios; véase también Baté Midrashot, parte 1, Bereshit 5). Hashem no creó el mundo para dejarlo funcionando solo y dedicarse a otras actividades. Él tenía cierto propósito al crear, propósito relacionado con Su Providencia Divina e involucramiento constante en los asuntos humanos: la Torá y el Pueblo de Israel que la observaría. El Arizal enseña que el propósito de la Creación fue revelar los atributos y los poderes de Hashem, que se expresan a través de Sus nombres (Etz Jaim, Shaar Alef, capítulo 1). Esto sucedió cuando los judíos se convirtieron en una nación y Hashem se reveló a ellos con los atributos que hasta entonces habían permanecido ocultos. 8 Podemos comprender mejor este concepto a partir de una enseñanza del Rosh (en Orjot Jaim 1:26), en el cual nos sugiere “confiar en Hashem con todo tu corazón y creer en Su Providencia Divina personal, gracias a lo cual habrá en tu corazón la Unificación completa, al creer en Él y que Sus ojos abarcan el mundo entero y Sus ojos están puestos en los caminos del hombre y que Él examina el corazón y los riñones. Aquél que no cree en ‘…que te sacó de la tierra de Egipto’ tampoco cree en ‘Yo soy tu Hashem, tu D-os (Elokim)…’ y eso no es una Unificación completa. Pues ésta es la singularidad de Israel sobre todas las naciones y éste es el fundamento de toda la Torá”. El Zóhar enseña que la “Unificación completa” del nombre de D-os ocurre cuando combinamos del Shem Havayá con el nombre Elokim (Zóhar, volumen II, Parashat Pekudé, página 256b). Cuando decimos “Hashem Elokim” reconocemos que Él es el Creador y el Gobernante del mundo, lo cual fue hecho evidente a través de los milagros del Éxodo. Estas palabras del Rosh hacen eco de la diferencia esencial entre nuestra creencia y la del mundo no judío. Tal como dijo el Rosh: “Es el fundamento de toda la Torá” creer en D-os no sólo como Creador (“Elokim”), sino también como “Hashem”, quien guía al mundo a través de la intervención divina continua. Si carecemos de esta creencia fundamental, nuestra fe no es una “Unificación completa”. Un solo D-os, muchos nombres El libro de Shemot comienza con las palabras: “Y estos son los nombres de los hijos de Israel que llegaron a Egipto con Yaakov, cada hombre con su familia llegó”. Tal como hemos explicado desde una perspectiva más profunda, estas palabras aluden al hecho que la revelación de los nombres de Hashem comenzó cuando los judíos llegaron a Egipto. El libro de Shemot habla de la relación del Todopoderoso con el Pueblo Judío y que gracias a su constitución como nación se actualizó la revelación de los nombres divinos al lidiar con nuestro pueblo. Quizás esta es la explicación de por qué este libro de la Torá se llama Shemot, “nombres”: a partir de ahora, los nombres del Todopoderoso fueron revelados. Sabemos que “Hashem es Uno y su nombre es Uno” (Zejariá 14:9). ¿Cómo puede ser que aquél que es Uno sea llamado por tantos y distintos nombres? Moshé hizo esta pregunta en el episodio del arbusto ardiente, donde aparecen los nombres “Hashem” y “Elokim”: “Y ellos me preguntarán: ‘¿Cuál es Su nombre? ¿Qué les diré?’” Y Hashem respondió: “Y Hashem dijo a Moshé: ‘E-he-yé Asher E-he-yé, traducido literalmente como “Seré como Seré”. 9 Esta pregunta y esta respuesta van más allá del simple pedido de un nombre familiar que la gente pueda reconocer y aceptar. Tal como explicamos, cada nombre de Hashem representa un atributo divino distinto. La pregunta de Moshé fue: ¿cuál de estos atributos debo presentar al pueblo? O, para decirlo más claramente aún: ¿cómo Hashem los guiará? ¿Con el nombre de Hashem, que representa la bondad Divina o con Elokim, que simboliza el juicio estricto? Los Mekubalim enseñan que el nombre “E-he-yé” es el más elevado de todos e incluye dentro de sí todos los atributos que puedan aparecer durante el exilio y el éxodo (Zóhar, volumen III, página 11a; Shaaré Orá, Shaar Alef, Sefirá Rishoná). Por ello, Moshé les dio ese nombre, para hacerles saber que el Todopoderoso los dirigirá con cualquiera o con todos los atributos que sean necesarios. Cuando Moshé preguntó acerca del nombre de Hashem, Él contestó que Su nombre depende del atributo con el cual se manifiesta en esa situación. Din y Jésed Después del infructuoso encuentro de Moshé con el Faraón, él dijo a Hashem: “Desde que fui con el Faraón a hablar con él en Tu nombre, ha sido peor para ellos y Tú no los has salvado” (Shemot 5:23). La respuesta a este reclamo fue: “Y Elokim le dijo a Moshé: Yo soy Hashem” (6:2). Hashem es espiritualidad pura, sin límite alguno, Él es Ein Sof, el Infinito. El ser humano es un ser material con percepciones físicas muy restringidas. No podemos comprender a D-os y sólo podemos conocerlo a través de Sus atributos que se revelan en los mundos inferiores. En la Kabalá, el nombre Elokim representa el atributo divino de juicio estricto y el nombre Hashem simboliza la bondad divina. Incluso aquello que percibimos como juicio severo (Elokim) es bondad (Hashem). Durante el Pacto entre las Partes se decretó que el exilio judío en Egipto duraría cuatrocientos años (Bereshit 15:13). No obstante, al intensificar la miseria y el sufrimiento de su servidumbre, este período se redujo a casi la mitad (doscientos diez años), permitiendo que el Pueblo Judío pudiese salir antes. La carga de trabajo que se aumentó a los judíos pareció ser una manifestación de “Elokim”, pero en verdad fue la bondad de “Hashem”. Encontramos una analogía a este concepto en la visión profética del arbusto ardiente, donde se expresaron estos dos nombres divinos: “El arbusto ardía con fuego, pero no se consumía” (Shemot 3:2). El fuego simboliza la Gueburá (el atributo del poder y el juicio estricto) y el arbusto simbolizó a Israel, ardiendo en fuego pero sin ser consumido. El arbusto, símbolo del Pueblo Judío, estaba en 11 llamas y abrasado por la esclavitud en Egipto, pero no se consumía. Por el contrario, ese sufrimiento aceleró su redención. El valor numérico de la palabra “Gueburá” es doscientos dieciséis, el cual equivale a tres veces el número setenta y dos, que es el valor numérico de la palabra “Jésed”. Lo que vemos como manifestaciones de Gueburá es Jésed triplicado. Aun así, el sufrimiento es amargo sin que nosotros sepamos a ciencia cierta cuál es su propósito, haciéndolo especialmente difícil de aguantar. Por eso pedimos a Hashem: “Muéstranos, Hashem, Tu bondad” (Tehilim 85:8). Pedimos a Hashem que nos haga un Jésed que podamos ver y apreciar, y no un Jésed que para nosotros sea sufrimiento aunque para nuestro bien. Encontramos otra alusión a este concepto en el versículo “Nos imaginamos, Hashem, que Tu bondad está en medio de Tu santuario” (Tehilim 48:10). Como dijimos antes, el término hebreo Hejal (Santuario) tiene el mismo valor numérico (65) que el nombre Alef-Dalet-nun-Yud, que implica el juicio estricto de Hashem. Las letras Alef-Dalet-Nun-Yud pueden reacomodarse para dar origen a las palabras Din Alef, que es una referencia al atributo Divino del Din. Hashem es Alef, el número Uno, la Primera Causa y Él, Alef, es el origen del Din que viene hacia nosotros desde Su santuario. Sin embargo, aunque no podamos verlo, “Hashem (el nombre Yud-Ké-Vav-Ké) está en medio de Su santuario”. Lo que parece ser juicio estricto es en verdad una manifestación de la bondad divina. Pero como somos humanos, no tenemos acceso a la perspectiva interna del Hejal de Hashem, donde está claro que todo lo que sucede es Jésed. La perspectiva con la que nosotros vemos es opaca y confusa. Vemos sufrimiento y creemos que surge de Elokim, juicio estricto, pero sólo es lo que “nos imaginamos”, pues no podemos ver la situación desde arriba, desde el santuario celestial. Si pudiésemos ver el mundo desde el santuario de Hashem, nos daríamos cuenta que en verdad no es así. Ahí, con el conocimiento omnisciente divino del pasado, presente y futuro, es aparente que todos Sus actos son en verdad Jésed para nuestro bien. Revelando Su nombre Hashem creó nuestro mundo para que podamos ganar recompensa eterna a través del ejercicio de nuestro libre albedrío. Si la verdad de Su existencia fuese revelada abiertamente al ser humano, el libre albedrío desaparecería. Si nuestro conocimiento y conciencia de D-os, de Su voluntad y de Su poder fuesen tangibles, jamás cometeríamos pecado alguno y al carecer de la tensión al evitar la tentación de trasgredir, nuestras mitzvot serían automáticas y no merecerían recompensa 11 alguna. Por eso el Todopoderoso es llamado E-l Mistater, el D-os que se oculta. Se esconde de la humanidad para darnos la posibilidad de ganar recompensa. Al cumplir con la voluntad de Hashem a través de Su Torá y mitzvot eliminamos las “barreras” espirituales que ocultan Su luz divina, revelando así Sus nombres y atributos al mundo. Cuando eso suceda, toda la humanidad sabrá que “Hashem es Uno” (Zejariá 14:9) y que “No hay nadie aparte de Él” (Debarim 4:35). Este proceso de revelación comenzó con el exilio de nuestros antepasados en Egipto y con los milagros abiertos que acompañaron el Éxodo. Sea Su voluntad que podamos tener el mérito, con la ayuda de Hashem, de revelar completamente Sus nombres sagrados y, con ello, nuestra pronta redención en nuestros días. Este ensayo contiene dibré Torá. Por favor trátelo con el debido respeto. 12