Untitled - Historias Pulp

Transcripción

Untitled - Historias Pulp
1
Zapatos
Kara corría dejando huellas en el polvo sobre la madera con sus pies desnudos,
esquivando a toda velocidad los enormes objetos con los que los Monstruos se servían
su comida y su bebida: varios vasos de cristal amontonados, una chata y redonda tetera
blanca con ornamentos morados de flores, un par de tazas agrietadas y, casi al borde del
abismo, por último, una gran vasija de barro cocido. El roce de sus dos pares de alas
traslúcidas en el vidrio de los vasos la había descubierto, y su perseguidor, atraído por el
leve sonido tintineante, aterrizó allí arriba levantando una onda de polvo a su alrededor.
Ella tuvo el tiempo justo para rodear la vasija y apretar su espalda contra la superficie
grumosa pero resbaladiza, evitando apenas el precipicio. Esperaba que no la hubiera
visto…
Esperó un rato, intentando contener la respiración para ser capaz de escuchar el más
mínimo sonido que le indicara qué movimientos hacía su perseguidor. Pero nada.
Esperó y esperó, y ya se impacientaba. Empezó a continuar la circunferencia de la vasija
hasta el mismo lado donde la empezó, con el ceño fruncido, incómoda, cuando de
pronto notó que le tiraban de la muñeca izquierda con violencia, arrastrándola sin
equilibrio a la caída libre…
Pero no, se encontró atrapada contra el pecho de Soron, con las alas, aún inútiles,
inmovilizadas en su espalda bajo los brazos de él, mientras la miraba a los ojos
sonriendo, divertido, sus propias alas sosteniéndoles a ambos con su poderoso y
electrizante batir; la silueta ionizada que sus bordes segaban en el aire, iluminando de
tal manera que convertía en cerrada oscuridad todo a su alrededor.
Kara apenas distinguía cuanto les rodeaba, deslumbrada por el brillo de esos cortes
en las moléculas, pero de pronto sintió el suelo frío contra los dedos de los pies,
descubriendo que habían aterrizado. Soron no la soltaba, aunque sus alas habían dejado
de batir, y más bien hizo aún más fuerte su presa en ella, haciendo crujir un poco las
alas de Kara, un dolor que la azuzó y la hizo unirse en apasionado beso con él, ansiosa
de su rudeza. Se querían, y ese iba a ser un gran día.
De pronto, un retumbar metálico azotó la puerta de madera que daba al exterior. No
era posible. Los Monstruos llevaban como dos ciclos de Luna sin pasar por allí, lo que
Kara y Soron habían entendido como un “se fueron para siempre”. Pero, efectivamente,
ese sonido se correspondía sin duda con el de su grupo de artilugios para abrir, lo que
con sus propios ojos pudieron comprobar al moverse como por arte de magia el cerrojo
a media longitud de altura de la misma puerta. La hoja de madera crujió con el
desatinado envite del Monstruo, y cedió, no sin dar trompicones contra los trozos de
baldosas rotas y levantadas. Los mismos trozos que luego pateó el monstruo con sus
gigantescos pies; pies que, una vez dentro, ella pudo comprobar que se quitaba, como si
fuera una segunda piel. Ya se había fijado más veces en esas curiosas pieles para sus
pies, que siempre los Monstruos se enfundaban antes de salir del lugar. De pronto, se
dio cuenta de que estaba sola, en el momento mismo en que la luz que colgaba del techo
era encendida por la mano del Monstruo. Soron la había abandonado allí en medio,
presa del pánico, con toda seguridad. Kara también sentía un miedo irreprimible, pero
no podía volar aún, y no se creía que la hubiera dejado allí tirada.
El monstruo arrojó sus artilugios metálicos de abrir puertas sobre la mesa, en la
esquina más cercana a la puerta que daba al exterior. Kara, impresionada, dirigió la vista
hacia el estrépito del juego de agujas metálicas arañando la madera allí arriba, y corrió
hacia la pata de la mesa, hasta quedar debajo, oculta a la vista distraída del Monstruo.
Éste hizo rodear sus largos pasos a la mesa y dirigirse más allá, donde estaba el cuarto
2
estrecho y oscuro de extrañas máquinas que guardaban allí los Monstruos. Parecía estar
buscando una en concreto, de hecho no se había traído el Monstruo nada consigo…
Quizá sólo había venido a por una de esas máquinas. Kara se sintió esperanzada
pensando en eso, al tiempo que buscaba en todas direcciones a Soron, preocupada de
que se le viera o se pusiera en el camino del inconsciente Monstruo y muriera arrollado
o golpeado.
El Monstruo resopló sonoramente, atrayendo la mirada de Kara. Parecía tirar con su
brazo derecho de algo, causando un buen jaleo entre los trastos del estrecho cuarto,
hasta que consiguió liberar el objeto en cuestión. Una especie de tubo de superficie
espiral unido a una bolsa rígida con ruedas. ¡Lo reconocía! Era ese aparato tan ruidoso y
peligroso que succionaba cosas diminutas… Y criaturas diminutas. Temió que lo
pusiera a rodar por allí, pero no, volvió a rodear la mesa cargando con el aparato y
recogió los artilugios de operar los cierres de la puerta. Parecía que se iba. ¿Y Soron?
¿Hacia dónde habría volado? Cierto que se había espantado, pero ella aún le quería, y
temía que en esos últimos momentos le pasara algo, si se dejaba ver…
Ignoró por un momento la búsqueda, mirando expectante cómo los pies envueltos en
blanco uniforme del Monstruo parecían dirigirse a la puerta, al fin. Iba a meterlos de
nuevo en sus segundas (o terceras, según se mire) pieles. ¡No! Kara acababa de verlo:
¡Soron! ¡Sus poderosas alas se debatían temblorosas desde dentro de una de esas pieles
del Monstruo. Kara quiso gritar, una advertencia, una súplica, un grito de horror. Pero
no pudo. Abrió la boca y sus pulmones se vaciaron casi por completo, al unísono con el
seco crujir (más imaginado que oído) del cuerpo, en comparación ínfimo, de Soron,
bajo la indolente huella del pie que recuperaba su piel.
El Monstruo acomodó su otro pie con la misma soltura e indiferencia con que lo hizo
aplastando antes a Soron, para luego hacer apagarse la luz, salir y repetir el juego de
traqueteos metálicos desde fuera hasta que los cierres se bloquearon.
Kara dio unos pasos tambaleantes hasta quedar casi en el mismo sitio donde la había
abandonado Soron hacía sólo unos momentos. El trauma de la violencia absurda y la
desolación posterior la embargó. Su corazón se detuvo, helado de puro horror.
Fin
3

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