boca y le desgarró los labios. Un trapo sucio sirvió para atraparla y

Transcripción

boca y le desgarró los labios. Un trapo sucio sirvió para atraparla y
boca y le desgarró los labios. Un trapo sucio sirvió para atraparla y con la punta de
una bayoneta la cortaron de tajo. Dio un salto el cuerpo entero, arco la espalda,
sacudidas las piernas de aserrín...
El anciano Medardo semi-paralítico rodaba por los escalones de piedra,
desnudo, rojizo, cárdeno. La cabeza del general Serrano golpeaba el pavimento,
salpicando botas y alpargatas con rojiblancos pedazos de cerebro. El tímido cuerpo
de don Eloy iba inerte, tirado de las piernas. Flavio, Páez, unos sin acabar de morir,
otros blancos, mudos, con los ojos clavados en una distancia inapelable.
Cuerdas oportunas fueron distribuidas. Todos desnudos, a unos de los pies,
a otros de los brazos, los arrastraban. Celia María León, La Pájara, se había
prendido la primera y marchaba cantando, la cabeza en compás. El jefe de
guardianes del panóptico, Arroyo, que había hecho disparos certeros de guía,
brincaba de gozo. Algunos se embolsicaban de prisa las monedas enviadas para el
reparto. Y los niños descalzos, curiosos, corrían en pos de los cuerpos, cuesta abajo.
– ¡Al Ejido!
En el dilatado parque se partieron los despojos. Gritos y saltos, una pierna
jugaba de mano en mano, testículos arrancados pasaban por sobre las cabezas. Y
un bárbaro de ojos rojos pidió que le mirasen la prueba: levantó con ambas manos
un cráneo hueco, colmado de chicha, y se puso a brindar y a beber.
Anochecía. Los árboles se pintaron de crepúsculo. Miradas extrañas y
atónitas se acercaban, y todos los balcones vecinos se llenaron de caras de espanto.
Bebieron como locos y danzaron, regando kerosén sobre los miembros
apedazados. Crujieron las llamas torcidas. ¡La prueba de saltar de una en una, de
dos a un golpe, a la carrera! Olor a carne quemada hízoles abrir las narices.
En la punta de una bayoneta, la barba de don Eloy viajaba iluminada por las
llamas.
En los parques, ese domingo de caníbales se escuchó, como solía hacerse de
costumbre, las retretas de las bandas militares de la guarnición de Quito.
Del notable maestro en ecuatorianidad, Pió Jaramillo Alvarado, es menester
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