La bruja y la caníbal A Laura, la caníbal Diosa de la fonología San

Transcripción

La bruja y la caníbal A Laura, la caníbal Diosa de la fonología San
La bruja y la caníbal
A Laura, la caníbal
Diosa de la fonología
San Martín de los gruñones
Llaman a la puerta. La madre deja escapar un suspiro y pone su libro boca abajo
sobre el velador para guardar el punto de lectura. Se levanta y se dirige hacia la
puerta renegando.
- Siempre igual, siempre te molestan cuando estás enganchada, todos estos
analfabetos te molestan porque son unos envidiosos…
Al abrir la puerta estalla la tempestad, una alegoría de tempestad, una arpía
enfurecida por instintos primarios, que llorando, chillando, maldiciendo, vituperando,
blasfemando, atraviesa el pasillo y cierra su habitación de un portazo. Otro suspiro
más profundo de la madre.
- ¿Y esta vez, qué le pasa?
Tercer suspiro de la madre desconcertada y desamparada por el carácter
desmesurado, excesivo y exagerado de su hija. Nada de ciclotímico, pero de
ciclónico sin duda alguna. Cuarto suspiros: todos suspiros de España:
"Quiso Dios, con su poder
fundir cuatro rayitos de sol
y hacer con ellos una mujer."
¡Es para perder la fe! Cuatro rayitos de sol fundidos en una fiera… Pero una madre
es una madre, famoso aforismo de un genio desconocido. De repente se recuerda
que como es la madre, así es la chiquilla, pues traga sus últimos suspiros y va a
apaciguar las cosas y calmar a su hija. Sobre la cama, el bulto está lloriqueando y
se agita con sobresaltos ritmando la indignación que la chica sorbe por la nariz.
Conociendo bien a su hija, la madre, prudente, no se atreve a proponerle un
pañuelo.
- ¿Pasa algo cariño?
- Les odio, les odio a todos, son unos gilipollas, unos malvados, unos
chisgarabís, unos chiquilicuatros, unos mamarrachos…
- ¿Otra vez los chicos?
- No, otra vez no, SIEMPRE los chicos… me llaman la bruja.
- ¿Es todo?
El bulto se incorpora, los ojos ahora secos pero llenos de ira fulminando la
inconsecuencia y la falta irresponsable de mansedumbre de su genitora.
- ¿Cómo que es todo?, ¿No te das cuenta?, ¿Insultan a tu hija y no te das
cuenta? Además de esto no me llaman sólo" bruja" sino "bruja loca".
- No es un insulto sino una sosa chiquillada. Ni han sido capaces encontrar un
apodo original. Recurren a las canciones infantiles porque no tienen ideas.
Además, es una prueba de que estos pilluelos te temen.
- ¿Cómo que me temen?, ¿Me estás tomando el pelo?
- En absoluto, te lo digo yo, te temen, a ti te temen. Te conozco y conozco a los
chicos. Todos son cobardes pero tienen demasiada soberbia para
reconocerlo. ¿Qué es para ti una bruja?
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Una mujer vieja, horrorosa, hedionda y maléfica, sin dientes, con una nariz
ganchuda y una voz chillona. ¿Así me ven?
Por supuesto que no, eres preciosa amor mío. Una bruja es también otras
cosas: los sortilegios, la adivinación, la fuerza… te tienen miedo digo yo, y sé
de lo que hablo.
¿Cómo que lo sabes? No estás conmigo en el cole. Nunca les has oído reírse
burlonamente cantando:
"Había una bruja loca
en la calle 22
no sabe hacer brujería
porque ya se le olvidó"
Un psiquiatra diría que era un modo supersticioso y desahuciado de
defenderse. De eso puedo hablarte porque a mí también me apodaron estos
majaderos, unos necios que nunca lograrán ser sensatos. Dicen que somos el
sexo débil porque ellos, estos lastimosos, saben que nosotras somos las que
tenemos los cojones, y a menudo, cojones cuadrados. Perdona mi vulgaridad,
pero es la mejor manera de expresar el desdén que merecen.
Me gusta cuando hablas normalmente, como en la calle, como en la vida. Así
que te han apodado. ¿Cuál era tu apodo?
Un apodo que significaba fuerte y salvaje, indomable, alguien que jamás se
someterá. A mí también me temían. Era fuerte, muy fuerte y ellos eran
estúpidos, muy estúpidos.
Pero ¿Cómo te apodaban?
La caníbal. Y cuando me lo decían, bailaba yo cantándoles esta canción para
jorobarles:
Yo soy una niña caníbal nadie me quiere a mi
no me quedan amiguitos porque ya me los comí,
Por que ya me los comí.
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-
Muy buena la letra, ¿una invención tuya?
No, pero bastaba para que se callaran. Me tenían miedo ya te lo he dicho.
Esos cobardes son malos perros: mal ladra el perro, cuando ladra de miedo.
Ladran mal y ni se atreven a morder a quien les enseña los dientes. Son
gallinas que no tienen valor para poner.
Tienes razón, son todos unos malditos. ¿Cómo te molestaban estos
fastidiosos?
Pronto lo sabrás tú puesto que te estás poniendo monísima. Van a intentar,
fingiendo que por casualidad, te rozan el pecho, el culo, la piel… Una hazaña
que los rellena de orgullo.
Ya lo intentan, por eso llevo pantalones y mangas largas. No me pueden
tocar la piel. ¿Te la tocaban a ti?
En el cole no, pero sí en la piscina. Era una buena nadadora. Hacía
competiciones y ganaba a los chicos. Los humillaba. Creían vengarse
tocándome el culo o las piernas, pero sólo una vez y no volvían a intentarlo.
¿Qué les hacías?
Les bajaba el bañador. Con un bañador de chico era fácil. Les bajaba el
bañador hasta las rodillas. Después, ni tenían cojones para mirarme a los
-
-
ojos. Imagínate como se reían las chicas, todo al aire. Los chicos huían
subiéndose el bañador.
¡Qué bueno! ¿Así que después te dejaban en paz?
Totalmente. En la piscina, en el colegio, en la universidad. Tenía una
reputación sólida, tenían miedo de mí y me respetaban. Haz como yo,
enséñales los dientes.
Sí, los tiburones nacen nadando. Pero yo, no tengo dientes como los tuyos.
¿Qué podría hacer?
Somos tiburones de madre a hija. De pequeña también dudaba de mí, y
cuando me quejaba a mi madre de los cerdos que son los chicos, me
respondía: " sabes Laura, a todo cerdo le llega su San Martín" y de vez en
cuando, cuando sentía que los chicos me irritaban, me preguntaba que si
afilaba mi cuchillo para la matanza. Ahora, tienes que encontrar el buen
cuchillo y afilarlo.
Eso es fácil de decir…
La chica regresa pensativamente a su habitación. No más rabia, no más gritos,
no más llantos. Tiene que pensar, tiene que reflexionar. Busca el buen cuchillo y
el buen ángulo de ataque. La madre toma su libro con un suspiro de gusto esta
vez. Ha encontrado las buenas palabras, sabe cómo hablar a su hija, sabe cómo
hacer para que las cosas sean claras. Tiene este don. Pero, al cabo de un rato,
interrumpe su lectura. Siente que alguien detrás de ella la observa
silenciosamente. Se vuelve y va hacia su hija. Está pálida, inquieta, deshecha.
Parece turbada angustiada amedrentada, lo contrario de lo que había querido
obtener.
- ¿Algo más cariño?
- ¿Decías que te llamaban la caníbal?
- Sí, porque era fuerte y salvaje.
- Y que… ¿les bajaba el bañador?
- Sí, actuaba con la fuerza y la violencia del caníbal.
- Y que… "¿ni tenían cojones para mirarte a los ojos?
- Sí, es verdad, no se jactaban de ser varones.
- Y…
- ¿Y?
- Y… ¿qué les comías?

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