Capítulo 1

Transcripción

Capítulo 1
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Más allá
del miembro viril
Inés Varo
~3~
Capítulo 1
Aquellos maravillosos hombres
Eran casi las 5 de la madrugada y se encontraba con los
ojos abiertos de par en par. Acostada en una cama que
no era la suya, miraba como su acompañante dormía
plácidamente.
Acababan de practicar sexo. El cuerpo de su amante aún
estaba mojado en sudor.
A pesar del desmesurado tamaño de su sobresaliente
miembro viril, que pensaba que era el más grande que
había visto nunca, había sido un polvo decepcionante
para ella, rápido y sin orgasmo.
Había fantaseado durante casi un mes con el macizo de
la oficina, y se había imaginado una gran variedad de
escenas llenas de erotismo y lujuria, pero la noche del
estreno se quedó en una barata película porno de bajo
presupuesto dirigida por algún director novato que
nunca sería reconocido.
Mientras observaba aquel cuerpo desnudo, recordaba
cuando lo vio por primera vez entrando en la redacción
de la revista femenina donde ella trabajaba.
Era un hombre muy atractivo, alto y atlético, parecía
salido de algún anuncio de ropa interior.
Vestía con traje caro, pero informal. Tenía cierto aire
pícaro con su pelo despeinado pero milimétricamente
preparado.
Por decirlo de alguna forma era físicamente perfecto,
como una escultura preciosa que hubiesen esculpido con
mucho tiempo y dedicación. Un dios del Olimpo.
Aunque ahora que lo pensaba, era todavía más
imponente verlo sin ropa.
Aquel día, hace un mes, fue presentado como el nuevo
Editor jefe de la revista.
La plantilla de la empresa estaba conformada en su gran
mayoría por mujeres, lo cual era lo propio, teniendo en
cuenta que el cliente potencial al que iba dirigida era el
sector femenino.
Víctor se movía por el lugar cual gallito en su corral.
Sabía que podría tener a la mujer que quisiera, no
conocía el rechazo. Y como ave rapaz buscaba a su
próxima presa.
Aún no podía entender que había visto en ella.
Nora era de estatura media, ni delgada ni rellenita, la
genética la había dotado de unas piernas bien
contorneadas y un prominente trasero. Sus pechos no
eran grandes, pero aún así lucían provocativos en
generosos escotes.
No era especialmente guapa, pero desprendía una
sensualidad innata a la hora de moverse y en su forma
de hablar, que atraía a los hombres casi sin
proponérselo.
Era una mujer independiente y moderna. No necesitaba
tener un compromiso para disfrutar libremente de una
noche de sexo sin más, pero en el fondo era una
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romántica, soñando con que algún día aparecería su
Richard Gere particular que la hiciera sentir como su
pretty woman.
Mientras tanto asumía con resignación que debería besar
a muchos sapos hasta toparse con su príncipe.
Hasta el momento acumulaba un cómputo de 24 sapos y
3 cerdos; y empezaba a estar un poco harta de tanto
chupasangre sin sensibilidad.
Había cumplido los treinta y cuatro, aunque aparentaba
menos edad, siempre le había pasado, algo que le
molestaba cuando era pequeña y tenía prisas por crecer,
pero que ahora era recibido como una bendición; y ya le
apetecía una estabilidad emocional.
La mayoría de sus amigas se habían casado o preparaban
su enlace matrimonial, y muchas de ellas incluso ya
tenían hijos.
A estas alturas le empezaba a preocupar que no existiese
aquel hombre que la acompañaría por el tortuoso y largo
camino de la vida.
Su primera experiencia
decepcionante.
amorosa
ya
resultó
Se encontraba en el Instituto y sintió un fuerte flechazo
por un chico de su clase. Aquello fue amor a primera
vista. Recibió una nota citándola en el recreo. Llena de
nervios e ilusión, acudió a la cita, y recibió su primer
beso. Un beso que le resultó demasiado húmedo
convirtiéndose en desagradable cuando sintió una
extremadamente larga lengua que le acariciaba la
campanilla.
Pocos días después, encontró a su noviete metiendo su
molesta lengua en la boca de una de sus amigas.
Esa tarde descubrió tal vez prematuramente que el
príncipe azul del que tantas veces había oído hablar, más
que azul era de una tonalidad tirando a “verde”; y que la
palabra amistad la había estado utilizando
deliberadamente, debiendo acotar su significado a un
reducido número de personas que podrían ser contadas
con los dedos de una sola mano y aún así quedaría algún
dedo sobrante.
Su primera vez tampoco fue tal y como ella la había
imaginado, en una cama cubierta de pétalos de rosas,
iluminada con la cálida luz tenue de unas velas
aromáticas mientras sonaba alguna canción sensiblera
como banda sonora.
Perdió la virginidad en el asiento de atrás del coche del
padre de su novio en una noche de borrachera. Fue un
polvo con prisas y doloroso para ella.
No supo lo que era un orgasmo hasta bastante tiempo
después, cuando mantuvo una relación con un hombre
que le sacaba 10 años de edad y por lo tanto de
experiencia en la cama. Pero aquella relación tuvo un
lamentable final, debido a las varias infidelidades que
aquel complaciente compañero le ocultó durante el año
de relación. Lo más decepcionante para ella fue
averiguar que era la otra, y que éste tenía mujer y un
niño.
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Aquella fue la única vez que Nora se había enamorado, y
a partir de ese momento se mostraba fría y calculadora
en sus relaciones, y vivió una época loca en la que se
acostaba con desconocidos.
Siempre le había costado llegar al orgasmo, y se había
estado culpando a sí misma; pero si aquel hombre la
había sabido complacer plenamente, tal vez la culpa era
de la torpeza de sus amantes; torpeza o
desconsideración, puesto que ella se entregaba a fondo y
con generosidad.
Las siguientes experiencias hasta la noche actual, no
merecen ser mencionadas, siendo una recopilación de
acontecimientos similares a los ya contados sólo que con
diferentes escenarios y distintos protagonistas.
Víctor no era diferente a los demás hombres con los que
se había encontrado. Era el prototipo que le gustaba a
Nora. Fuerte, guapo, seguro de sí mismo, pero
desgraciadamente mujeriego.
Nora lo sabía, por eso había mantenido a raya sus
lascivos impulsos cada vez que él se le había insinuado,
mostrándose siempre desinteresada y distante.
Lo que no sabía era que ese desinterés hacía que
aumentara, sin darse cuenta, el deseo de su Don Juan,
cuyos intentos eran cada vez más feroces e insistentes.
Tornándose casi en acoso.
Una tentación que Nora intuía que pronto no podría
resistir.
Esa misma noche la empresa celebraba una cena
conmemorativa por la jubilación de la Señora Gandía, la
mujer que había fundado la revista medio siglo atrás,
aprovechando también para festejar el 50 aniversario de
la misma.
Fue una noche muy emotiva, y Nora había tomado
alguna copa de más llevándose por la emoción del
festejo, así que Víctor usó el alcohol como herramienta
de persuasión para retomar su empeño.
No recordaba con claridad como había llegado al cuarto
de su jefe. Pequeñas lagunas, y de pronto estaban
desnudos echando un polvo.
Tan pronto como su ansia había sido calmada, se quedó
dormido.
Se sintió insatisfecha y utilizada.
De pronto pensó en las consecuencias de sus actos.
Temía que pudieran surgir situaciones incómodas en el
ambiente laboral. Al fin y al cabo era su jefe.
No sabía qué hacer, no quería quedarse a dormir.
Imaginaba a su jefe despertándose a su lado,
fanfarreando de la noche de placer que le había regalado
tratándola como a una cualquiera.
Tenía que salir de allí, pero el alcohol no la dejaba
pensar con claridad.
Y si le dejaba una nota, donde se excusara.
Quizás estaba juzgándolo injustamente, un cuerpazo así
merecía una segunda oportunidad, saldría de puntillas
sin hacer ruido evitándose la desagradable vergüenza
del desayuno y dejando una puerta abierta para un
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próximo encuentro que deseaba fuera más satisfactorio
para ella.
Después de arrugar a modo de pelotitas varios trozos de
papel, le dejó la siguiente nota:
“He tenido que marcharme. Estabas tan dormido que no quise
despertarte. Un beso.
Nora “
Quería haberle puesto un “Llámame” al final, pero temía
parecer desesperada.
A pesar del desencanto, Víctor todavía le gustaba, pero
no sabía si para él podía llegar a ser algo más que otra
zorrita que se había llevado a la guarida del lobo.
De todas formas olvidó intencionadamente su pequeño
y elegante bolso en la mesilla de noche, asegurándose así
de recibir la deseada llamada.
Capitulo 2
El club de lectura
El primer domingo de cada mes Nora pasaba la tarde en
compañía de un club de lectura.
Era un grupo reducido de mujeres que se reunían para
dar su opinión sobre alguna novela con temáticas de
misterio, crimen, amor o incluso alguna erótica.
A veces, eran novelas o relatos que ellas mismas habían
escrito.
Solían reunirse en casa de Nora, que se encontraba en
una urbanización privada con amplias zonas verdes.
Al vivir sola, podían disfrutar de un ambiente relajado e
íntimo, donde aprovechaban para desahogarse
contándose sus problemas y preocupaciones cotidianas.
Además, la vivienda disponía de un salón enorme, con
tres amplios sofás, que aunque eran de diseño, su
comodidad agradaba mucho a las visitas, dotándolo de
un ambiente muy acogedor.
El suelo era de madera y había una chimenea que
mantenía el calor constante en los días más fríos del
invierno.
Nora preparaba minuciosamente la tertulia elaborando
deliciosas tartas para acompañar con un agradable café.
Para ella era el día favorito del mes. Se encontraría con
un grupo de personas que tenía los mismos gustos e
inquietudes por la literatura y escritura que ella.
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El resto de los días, su trabajo le obligaba a escribir
ridículos artículos sobre cantantes y actores de moda,
que le aburrían profundamente.
A veces escribía aconsejando a chicas adolescentes sobre
sus problemas amorosos o sus inquietudes sexuales, y
otras sobre los complementos que se van a llevar
durante la nueva temporada.
Pero rara vez le encargaban algún artículo de su
incumbencia con el que poder alardear sobre sus
cualidades como escritora.
Aquella tarde de domingo se encontraba más impaciente
que de costumbre. Deseaba compartir la experiencia que
había tenido con Víctor la noche anterior, ansiosa por
recibir algún consejo u opinión objetiva.
A punto estuvo de quemar la deliciosa tarta de manzana
que preparaba para la ocasión, suceso insólito, ya que se
trataba de una excelente cocinera.
La primera en llegar fue su mejor amiga Daniela.
Ella y Nora no se habían conocido en aquellas
reuniones, eran amigas hacía años, de hecho Daniel,
que es como le gustaba que la llamaran, fue quien la
introdujo en aquel grupo. Era una chica alegre y
atrevida. Lesbiana, pero no la típica lesbiana masculina.
Era alta y delgada, bien parecida aunque con una nariz
prominente que la dotaba de personalidad.
Venía acompañada de Carla, su novia de hacía años.
Ésta si parecía masculina, quizás debido a su manera de
vestir, la cuál era descuidada, sin combinar colores ni
estilos. Llevaba el pelo corto y nunca iba maquillada.
Tras ellas, René, una mujer luchadora que llevaba con
coraje una vida de amorosa madre, fiel esposa y
triunfadora ejecutiva. Tenía un fuerte carácter y defendía
sus opiniones con uñas y dientes, como si fuera incapaz
de desconectar del feroz mundo de hombres donde
discurría su vida laboral, disfrazando así su
vulnerabilidad y sensibilidad femenina en seguridad y
fortaleza.
Era muy atractiva, aunque su belleza se veía resaltada
por su elegante manera de arreglarse.
Los últimos en llegar fueron Ruth y Ortzi.
Ruth era una divorciada dolida con los hombres. Su
matrimonio había sido corto, escasamente 2 años.
Terminando por una infidelidad de su marido, que ella
no pudo perdonar.
Era la sensiblera del grupo y lloraba con facilidad. Su
aspecto era frágil como el de un cachorrito desvalido.
Aquellas reuniones le habían dado fuerzas para seguir
adelante, sentía que tenía amigas que la comprendían y
apoyaban.
Ortzi era el único miembro del grupo que representaba
al sector masculino, aunque era homosexual, no podía
ser de otra manera, por eso fue aceptado en un club
exclusivamente de féminas. No era muy afeminado,
apenas tenía pluma, pero desprendía una sensibilidad
delatadora.
No era el típico gay promiscuo, buscaba una relación
romántica, quizás por eso no le habían conocido pareja,
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aunque era bien sabido que era muy discreto y receloso
con su vida privada.
Era un hombre guapo, sus rasgos finos y
proporcionados, se podría decir que tenía cara de niño,
dulce y delicado.
Se sentaron en los enormes y cómodos sofás, charlando
animadamente, como una familia que hace meses que no
se ven, y que tienen mucho que contarse.
Mientras, Nora servía complaciente la merienda, cual
madre atenta y servicial.
Cuando acabó, empezaron a valorar el libro de la
semana.
“Se busca impotente para convivir” de Gaby Hauptmann.
Todos coincidieron en que se trataba de una comedia
femenina francamente divertida, narrada con encanto y
ciertas dosis de humor.
René comentó que se había sentido identificada con la
protagonista en algún momento de la historia.
Nora y Ruth le lanzaron una mirada asesina.
Envidiaban la vida de anuncio que tenía René con su
marido perfecto.
“¿Cómo puedes sentirte tú identificada? ¿Tú no sufres el acoso de
un desconocido que sólo te quiere llevar a la cama? Luces tu anillo
de casada como un talismán que te protege de los depravados.”
Ladró Nora.
“Si, yo todavía estoy buscando lo que tú ya has encontrado.”
Decía Ruth con desanimo.
René amaba a su marido, era consciente de su fortuna,
pero eso no le libraba del acoso continuo del erecto
miembro que en ocasiones la perseguía como perro en
celo por toda la casa, como si se tratara de un ser con
vida propia que hace y deshace a su antojo.
“Siempre llego a casa cansada del estrés diario, y no me quedan
fuerzas para protagonizar la función final. A veces lo que me
gustaría es que Ricardo me acunara hasta la cama y me regalara
un masaje relajante hasta quedarme dormida, sin esperar nada a
cambio.”
Las chicas suspiraron, comprendían perfectamente a su
amiga.
“Con una mujer, no tendríais estos problemas” comentaba
Carla mientras le lanzaba una sonrisa y un guiño
cómplice a Daniela, proponiendo un final alternativo a
la historia con tintes lésbicos.
“Como mujeres, es normal sentirnos vinculadas más estrechamente
a las mujeres de una manera más emocional y espiritual,
simplemente nos entendemos mejor.” explicaba Daniela.
“Y el sexo es fabuloso” fanfarroneaba Carla.
Ortzi decidió intervenir para dar su opinión sobre el
libro desde el punto de vista de un hombre.
Era la persona más introvertida del grupo, apenas solía
hablar, parecía como si se sintiera cohibido ante tanto
estrógeno. Pero en realidad disfrutaba escuchando a las
demás, aunque lo que verdaderamente le fascinaba eran
los días en los que leían alguno de los relatos que él
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había escrito y podía verlas opinar sin tapujos, como si
el autor no se encontrara presente en la sala.
También había disfrutado con el libro en cuestión, a
pesar de ser una novela para mujeres. El final le había
parecido muy divertido y romántico, Ortzi adoraba los
finales felices, aquellos en los que triunfa el amor a pesar
de los obstáculos.
Pero la que más se había sentido identificada con la
historia, había sido sin duda Nora.
Se había leído el libro en una sola noche, no había
podido demorar su lectura, entendía profundamente a
Carmen, la protagonista.
Las dos eran mujeres independientes y triunfadoras, con
el único anhelo de encontrar a un hombre con el que
convivir y compartir sus vidas, y no un pene con patas.
El grupo reía, Nora podía ser muy gráfica en sus
intervenciones y eso les divertía.
“Yo lo que quiero es un hombre que no adore su pene, sino que
me adore a mí, como dice Carmen en la página 14 del
libro.”
Todos asentían, estaban de acuerdo con la tertuliana.
A veces pensaba que el culpable de todos sus problemas
era el pene, ese miembro viril que desde principios de la
humanidad ha representado el poder y la virilidad del
hombre. Una ridícula paradoja, al tratarse sólo de un
trozo de carne colgante y flácida quedando al exterior
cual vulnerable, poniendo en evidencia en realidad la
fragilidad del macho.
Fragilidad que se ve aumentada al poseer éste una
voluntad de relativa obediencia, pudiendo seguir órdenes
guiados por estímulos indirectos o incluso imaginarios,
dotando de poder a la mujer, quién logra
frecuentemente apoderarse de su voluntad a su antojo,
convirtiendo en ese caso al hombre en el sometido
esclavo.
Sin darse cuenta, la charla empezaba a tornarse
feminista.
Se encontraban centrando la conversación en el
miembro masculino, aquel por el que en realidad sentían
una curiosidad y fascinación innatas, quizás por el
simple hecho de no tener uno.
“Si, ese miembro es el culpable del fracaso de mi matrimonio. Si
Saúl no hubiera tenido pene, seguramente aún seguiríamos juntos.
Ese órgano enfermizo y sin personalidad se metió en la vagina de
su secretaría de manera equívoca. Ahora que lo pienso, si Saúl no
pudo controlar a su pene, quizás pueda perdonarlo. “
Rieron a carcajadas, sabían que Ruth en el fondo
deseaba encontrar una mínima excusa para perdonar a
su ex.
“Pobres insensatos, siempre preocupados por el tamaño de su
arma, cuando lo que a las mujeres nos importa en realidad es que
la tengan bien cargada y que sepan disparar, jajaja.” decía René
divertida.
“Es patético ver a algunos hombres alardeando de sus grandes
penes como si fueran trofeos. “
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“Teniendo en cuenta que la mayor sensibilidad de la mujer está
localizada en el clítoris y en el primer tercio anterior del interior de
la vagina, incluso el tamaño de un dedo puede ser más que
suficiente.” afirmaba Carla.
“En realidad se trata de un problema exclusivamente entre
varones, que compiten entre ellos y consigo mismos.“ razonaba
René, quién estaba acostumbrada a codearse en un
mundo competitivo y varonil.
“Las mujeres no elegimos a un compañero por su pene, porque no
es el pene el que te cuida cuando estás enferma, no es el pene quién
te escucha cuando necesitas desahogarte, no es el pene y la vagina
los que hacen el amor, sino las personas.”
Se oyeron aplausos en el salón. Nora siempre
encontraba las palabras adecuadas. Si se hubiese
dedicado a la política, sus dotes oradoras la habrían
lanzado a ocupar altos cargos gubernamentales.
“Porque por desgracia es el pene de tu jefe el que te lleva a su casa
borracha, el que se aprovecha de tu cuerpo, y el que te obliga a
salir de puntillas sin hacer ruido a las cinco de la madrugada
dejando una nota, por evitar la vergüenza del día después. Y es el
cabrón de tu jefe el que no te llama al día siguiente.”
La sala quedo en silencio.
Los invitados se giraron sorprendidos hacia la anfitriona.
Habían oído hablar de Víctor, y de lo mucho que le
gustaba, pero sabían que ella siempre había procurado
guardar las distancias.
“¿Te has acostado con tu jefe? Y ¿borracha? “preguntaba Ortzi
como si de una pregunta retórica se tratara, con la única
intención de regañar a su amiga.
Siempre mostraba preocupación por ella, sobre todo
cuando se trataba de hombres. A pesar de ser más joven
que ella, era bastante maduro y asumía a la perfección el
papel de hermano mayor que protege a su hermanita.
Hermano que ella nunca había tenido, puesto que era
hija única.
Se había criado sola con su madre, prácticamente sin
figura paterna.
El padre las abandonó cuando ella tenía apenas cinco
añitos para comenzar una nueva vida con otra mujer,
desentendiéndose de sus funciones como padre.
Su labor paternal consistió exclusivamente en un ingreso
mensual para su manutención.
Hábito que concluyó al cumplir la mayoría de edad.
Hacía muchos años que no se hablaban ni se veían. En
lo que a Nora respectaba su padre murió cuando ella era
pequeñita.
Aquel trauma infantil, propinó que de alguna manera no
confiara en ningún hombre, condenando al fracaso sus
relaciones amorosas.
Ortzi era la única persona del género masculino en
quién confiaba, situación quizás propiciada por su
condición sexual, gracias a la cual se sentía cómoda a
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sabiendas de la inexistencia evidente de tensión sexual
entre ambos.
La anfitriona contó con pelos y señales todos los detalles
de la fatídica noche, mientras el grupo escuchaba con
atención.
“Así que, a altas horas de la noche me encontraba en una casa
extraña, con el hombre que me gusta en pelotas acostado a mi lado
y desgraciadamente a medias.”
“Menudo cerdo. ¿ pero no te ha llamado? insistía Ortzi.
“Quizás no viera el bolso, puede que le diera un golpe mientras
dormía y esté en algún lugar debajo de su cama” Nora intentaba
buscar una explicación que no fuera la evidente, pero
realmente no encontraba ninguna que pudiera creerse
ella misma.
“Deberías pasar de él, no te merece.” intentaba consolarla su
amigo gay, con el propósito de evitarle otro desengaño
que veía venir.
“¿Veis? Ya lo decía yo, el pene es el culpable de todo” Daniela
intentaba poner una nota de humor, consiguiendo la
sonrisa de la desilusionada narradora.
Carla aprovechó la ocasión para fardar de nuevo sobre
su cómoda y satisfecha condición sexual.
“Yo creo que deberías probar, no puedes saber que no te gusta si
nunca lo has probado.”
“¿No crees que si fuera lesbiana ya lo habría notado?” le
recriminaba Ortzi.
“Las mujeres sabemos lo que otras mujeres quieren, y no nos
quedamos dormidas tras la primera llegada.” Insistía la
vanidosa.
René aprovechó la ocasión para contar una experiencia
lésbica que protagonizó antes de acabar la carrera.
Su compañera de habitación en la residencia
universitaria estaba enamorada del mismo chico que ella.
Ambas charlaban sobre lo guapo y fuerte que era.
Para evitar perder la sincera y fuerte amistad que las
unía, decidieron hacer un juramento de sangre.
Aquel acto las prohibía mantener una relación con el
susodicho. “Para las dos o para ninguna” prometieron.
Pocos días después, René descubrió a la desleal de su
amiga montándoselo con el aludido en su propia cama.
Enfurecida, René la reprochó por tan mezquina hazaña,
pero su sorpresa fue tal, cuando ésta la invitó a unirse al
festín.
“Para las dos o para ninguna” repetía.
A tales efectos no rompían la promesa.
René accedió suponiendo que compartirían al chico sin
más, y en un arranque de amor propio, se lanzó a los
labios de aquel amor platónico, mientras su amiga
miraba la escena divertida y excitada.
El trío se giró cada vez más apasionado.
Y casi sin darse cuenta, se encontró con la lengua de una
mujer en su boca.
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Tras el ferviente y delicado acontecimiento, la amistad se
fue enfriando poco a poco.
La experiencia fue más agradable de lo que René hubiera
imaginado, pero por otro lado, sabía que no la volvería a
repetir.
Capítulo 3
El despertar
Aquella noche resultó ser insoportablemente larga. Cada
vez que cerraba sus enormes ojos color miel soñaba con
Víctor.
Estaba en la oficina, y de pronto entraba su jefe. Nora se
levantaba para coger unos papales que éste le entregaba,
y de pronto se veía desnuda.
Víctor se burlaba por tal desfachatez, y la señalaba
atrayendo así las miradas obscenas de los hombres y
burlonas de sus compañeras.
Temía que sonara el despertador y llegara el momento
de ir a trabajar encontrándose con su hombre.
No entendía por qué le importaba tanto. Al fin y al
cabo, no era la primera vez que se acostaba una noche
con un desconocido sin más, con la única intención de
disfrutar libremente del sexo.
Le preocupaba poder estar enamorándose nuevamente
de la persona equivocada, hecho que de salir mal, se
vería agravado, por el determinante de ser éste su jefe, y
no poder evitar verlo todos los días.
Se despertó justo antes de sonar el despertador, tenía la
sensación de que se quedaba dormida y llegaba tarde.
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Sus prominentes ojeras revelaban el cansancio del
desvelo sufrido.
Se dio una larga ducha caliente, con el propósito de
relajarse.
Mientras se enjabonaba pensaba en la estrategia que
seguiría con Víctor.
Se vestiría con la faldita más corta que habitara en su
espacioso armario, a juego, una camisa roja con un
sugerente escote.
No llevaría ropa interior, así se sentiría más atrevida y
seductora.
Los tacones de plataforma interminables, para estar más
imponente.
Su melena larga recogida en un moño informal dejando
al descubierto su delicada nuca.
Y unas gafas, que no necesitaba, pero en ocasiones
utilizaba para obtener un toque de secretaria erótica.
Su maquillaje impecable, logró borrar los signos de la
falta de descanso en su pálido rostro, luciendo
impecable e irresistible para cualquier varón.
Quería mostrarle lo que no volvería a tener sobre sus
suaves sábanas de raso.
Tendría que suplicarle para volver a tocar su delicada
piel.
Su plan estaba calculado al milímetro, lo que haría y lo
que le diría, pero al entrar en el ascensor del edificio
donde trabajaba se encontró a su amante de sopetón.
Estaba aún más guapo que de costumbre y su fragancia
era embriagadora.
Cuando vio sus penetrantes ojos clavarse en los suyos,
Nora olvidó su plan de mujer fatal.
De sus temblorosos labios sólo pudo salir un tímido
“Buenos días”.
Pero Víctor había decidido darle unos buenos días de
una forma un poco más especial, plantándole un
apasionado y largo beso que no encontró fin hasta que
el ascensor se detuvo en la planta de su destino.
Sin pronunciar ninguna palabra, el besucón se marchó
por el largo pasillo que conducía a su despacho.
“Que desfachatez, si se creía que podía tratarla así, estaba muy
equivocado.”
Pensaba mientras se dirigía a su mesa de trabajo, al
mismo tiempo que trataba de evadirse del calentón.
A la hora de comer, se acercó al despacho con decisión.
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Esta vez no toleraría que la tratase como un objeto, a
pesar de morirse por volver a sentir su húmeda lengua
recorriendo todos los rincones de su boca.
Quería hablar con él, necesitaba hablar sobre aquella
situación que la estaba volviendo loca, pero imaginaba
que no sería tarea fácil. Los hombres con los que había
estado siempre se mostraban reacios a la hora de tener
que expresar sus sentimientos.
Así que no forzaría la situación, aprovecharía el tema del
bolso olvidado, intentado dar pié a una conversación
que le permitiera esclarecer al menos un poco la
dirección de aquella misteriosa relación entre ambos.
Se detuvo ante la puerta de su jefe, estaba cerrada. Tenía
un letrero con su nombre y debajo un rótulo que exhibía
su categórico puesto dentro de la empresa.
Nora golpeó la puerta suavemente.
No obtuvo respuesta, así que volvió a golpear.
Dentro le pareció oír una risita nerviosa que parecía
provenir de una voz femenina.
Tras un largo minuto de espera, por fin oyó un sigiloso
“Adelante.”
Agarró el pomo de la puerta y la entreabrió.
Víctor se encontraba sentado en su cómodo sillón de
pez gordo.
“¿Interrumpo?”
“Estaba ocupado, pero… dime.”
Su voz sonaba suave y entrecortada, como si le costase
respirar.
“Resulta que el viernes por la noche perdí un fabuloso bolso que
me encanta y me preguntaba si tal vez tú lo habías encontrado.”
Decía poniendo morritos y con un tono sensual.
Víctor parecía no estar prestándole atención. Su mirada
perdida, sus ojos casi en blanco.
Nora ya había visto esa expresión en su cara
anteriormente.
Ahora que recordaba, era la misma cara de placer que
tenía la noche que se acostaron. Incluso se le escapó un
pequeño gemido.
¿Un gemido? Miró debajo de su mesa, había unos
zapatos de tacón rojos de charol.
Al agacharse pudo ver horrorizada como Amalia, la
joven becaria, se encontraba escondida de rodillas
haciéndole sin ningún reparo una felación mientras ellos
hablaban.
No podía creérselo, de todos los cerdos que había
conocido, este era sin duda el campeón.
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Se dio la vuelta, quería salir corriendo, y mientras salía
pudo oír la voz excitada de su jefe, pidiéndole que
cerrara la puerta al salir.
Mientras conducía hacia su casa, pensaba que había
tocado fondo.
Estaba harta de los hombres y de su inculpado pene.
Recordaba a sus amigas lesbianas. Ellas siempre
alardeaban de los felices que eran juntas, de lo bien que
se entendían en la cama y lo más importante de todo, se
amaban de verdad y se eran fieles.
Ellas no necesitaban un pene para disfrutar plenamente
de sus relaciones sexuales.
Nora nunca había tenido una experiencia lésbica, tal vez
porque nunca se le había presentado la oportunidad,
pero era una opción que nunca había descartado.
Más de una vez se había excitado al contemplar una
escena erótica entre mujeres, en alguna película.
Incluso alguna vez había soñado que practicaba sexo
oral con alguna desconocida, pero eso sí, nunca
fantaseaba con una mujer real.
Se planteaba seriamente cambiar su opción sexual.
Tal vez su amiga Carla tenía razón, como podía saber
que no era lesbiana si nunca había estado con una mujer.
De pronto veía con claridad. Tal vez había una luz al
final del oscuro túnel.
Si el culpable de todo era el miembro masculino, la
solución a sus problemas amorosos era amputar al
villano, desterrarlo a los confines de su vida.
“A partir de este momento, salgo del armario, me proclamo
lesbiana.”
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Capítulo 4
Entrando en el armario
Quería ser lesbiana, había tomado la decisión, pero
ignoraba los pasos a seguir para salir de aquel
improvisado armario en el que había entrado de forma
repentina.
Tenía claro como era el tipo de mujer que le podía
atraer, femenina, sensual, muy exuberante, como
aquellas mujeres que protagonizaban películas porno de
lesbianas, pero más discretas.
El problema era que ignoraba como y donde encontrar a
esa experta fogosa en las artes lésbicas, que la guiara con
cariño pero con autoridad por el desconocido mundo
del placer prohibido hasta el exánime éxtasis.
Tumbada sobre la cama encendió su portátil y entró en
internet.
Encontró una infinidad de páginas que buscaban y
ofrecían encuentros sexuales reales.
“Chica joven y femenina busca chica femenina para
encuentros esporádicos”
“Mujer madurita y viciosa, busca chica para momentos
de lujuria”
“Chica busca chica morbosa para trío con mi novio”
Algunos anuncios incluso incluían fotos, casi todas
chicas jóvenes con posturas provocativas en ropa
interior, otras enseñaban sus pechos.
Tanta divulgación desvergonzada le provocaba una
desconfianza desmesurada.
Recordó una época en la que frecuentaba chats para
conocer hombres, con los que luego se citaba y que dejó
de menudear porque al encontrarse en la realidad, no
existía ninguna coincidencia con los datos referidos en el
mundo virtual. Incluso se encontró con algún caso en el
que el sujeto en cuestión había publicado una fotografía
en la que cualquier parecido con la realidad sería pura
casualidad.
No estaba dispuesta a reincidir en el mismo error.
Lo más sensato era pedirles ayuda a sus amigas
lesbianas.
Ellas disfrutarían como niñas instruyendo al aprendiz
en el arte del amor lésbico.
Nora era una entusiasta a la que le gustaban los retos, así
que cuando Carla y Daniel la invitaron a acudir con ellas
a un bar de ambiente, aceptó intrigada.
Aquella noche se arregló como si de una primera cita se
tratara.
~ 31 ~
Se colocó un insinuante vestido negro pegado a sus
curvas, cuyo generoso escote le impedía usar sujetador.
Peinó cuidadosamente su larga y abundante melena y se
maquilló muy femenina.
Mientras se arreglaba pensó que sería el centro de
atención en un local abarrotado de mujeres poco
femeninas y descuidadas. Ese pensamiento la hizo sentir
a la vez engreída pero nerviosa.
Después de mucho pensarlo, estaba decidida y lanzada,
aquella noche tendría su primera experiencia lésbica, y
miles de sentimientos revoloteaban por su estomago,
miedo, excitación, morbo, curiosidad e incluso
impaciencia.
Si resultaba que era lesbiana, no quería perder ni un
segundo más de su vida con un hombre.
Las tres mujeres llegaron al Bar.
Para la sorpresa y tranquilidad de Nora, era un bar como
cualquier otro, con su barra, un pasillo largo con algunas
mesas para sentarse a charlar y una pequeña pista de
baile.
Sonaba la misma música que en cualquier bar a los que
ella acostumbrada a frecuentar.
La única diferencia era que la gran mayoría de las
personas que se hallaban allí eran mujeres, y los escasos
hombres, gays.
A pesar de que el recinto era pequeño había alrededor
de ciento cincuenta personas, pero no se estaba
apretujado.
La mayoría de aquellas mujeres se encontraban
acompañadas en parejas, y eran mucho más discretas de
lo que Nora había imaginado.
Se sentaron en la única mesa que encontraron libre.
La parejita amiga se sentía en su salsa, y procuraban en
todo momento que la inexperta se sintiera a gusto
también.
Desde aquella posición pudo echar una mirada más
atrevida a su alrededor.
Había pocas mujeres con el cabello largo como ella, a la
mayoría apenas le rozaban los hombros.
Observó que algunas de ellas se habían esmerado antes
de salir de su casa para causar mejor impresión, al igual
que ella. Otras parecían menos preocupadas por su
aspecto; y había quienes tenían una apariencia
convencionalmente masculina, con pelo corto y ropa
unisex.
Nora no entendía por qué si a una mujer le gustan las
mujeres, se inclinaba por otra que parecía más masculina
que femenina.
~ 33 ~
Las chicas pidieron unas copas de ron con cola.
“Así qué quieres salir del armario” reía Carla divertida.
“¿Cómo vas a salir del armario si aún no has entrado en él?”
“Chicas me he documentado en internet, no todas lo saben desde
siempre, es verdad que muchas se dan cuenta en su adolescencia,
pero otras tienen una larga vida de incertidumbre e infelicidad,
hasta que descubren y admiten lo que son y lo que quieren, y yo
quiero mi experiencia lésbica.” se las veía divertidas.
“Nora, una no se levanta lesbiana un día de repente” se
mostraba Daniela más precavida que su pareja. Conocía
a Nora hacía muchos años y si bien conocía su
espontaneidad y mente abierta, nunca había sospechado
nada sobre aquellos repentinos gustos por las mujeres.
“Es cuestión de tiempo, no de auto etiquetarse de lesbiana, bi, o
hetero, porque eso no son más que etiquetas. Si te sientes atraída
por alguna mujer adelante, explora tu sexualidad, pero si de
repente no es así no pasa nada. Cariño tómate tu tiempo y luego
decide.”
“Vamos a bailar.”
Nora pretendía quitarle seriedad al asunto, no había
invitado a Ortzi porque no le apetecía escuchar
sermones, aquella noche tenía que ser especial y deseaba
divertirse y desinhibirse.
Las tres chicas bailaban al son de un merengue.
De pronto observó que aunque se divertía, no se movía
tan sensualmente que cuando había algún hombre
mirando.
Para su sorpresa, ninguna mujer se le acercó aquella
noche, y ella tampoco tomó la decisión de dar el primer
paso. Pensaba que las demás no la veían como una
“auténtica lesbiana”.
A pesar de no encontrarse incómoda, echaba de menos
sentirse deseada. Incluso se descubrió mirando a un
atractivo gay, que en ningún momento le devolvió la
mirada.
No sería aquella noche cuando disfrutaría de su deseada
experiencia con otra mujer, pero Nora era muy
obstinada y no se rendiría tan fácilmente.
~ 35 ~
Capítulo 5
La desesperante calma de los bares de lesbianas
Era la cuarta vez que Nora entraba en aquel Bar de
mujeres y ya empezaba a tener una sensación “deja vu”.
Allí se encontraban las mismas chicas, en los mismos
lugares, tomando las mismas copas y hablando con las
mismas amigas.
Tenía la sensación de que nada había cambiado, nadie
había ligado, sólo las mismas parejas.
Nora sabía que no podía ser lesbiana de la noche a la
mañana pero empezaba a exasperarse.
Estaba acostumbrada a la inmediatez y facilidad con la
que se le acercaban los hombres, sin tener que hacer
nada para lograrlo.
Lo más excitante que le había ocurrido aquellas noches
de lesbiana, fue descubrir alguna mirada que al
encontrarse con la suya giraba la cara con disimulo.
Esa absurda situación parecía perpetuarse hasta la
eternidad.
“¡Qué difícil era aquello de ser lesbiana!” pensó.
Para colmo, cuando al fin encontró una chica que le
atraía de verdad, pidió a Daniela que se la presentara,
pero aquella hermosa mujer se llevó toda la noche
tonteando con su amiga, lo que provocó una discusión
por celos entre la pareja.
Así que llegados a esta situación, Nora consideró dos
posibles soluciones, usar el alcohol como herramienta de
valor y lanzarse al vacío por si tenía suerte; o pedirle a
un amigo gay que la acompañara para pedirle que le
presentara a la mujer que le gustara.
Aquella noche, pensaba ponerle fin a aquella absurda
abstinencia de ligoteo, así que optó por la opción menos
dolorosa, y llamó a Ortzi.
Su amigo se mostró disgustado con la idea, no parecía
agradarle salir por locales de ambiente.
Estaba convencido de que Nora no era lesbiana, y
además estaba seguro de que aquella no era la mejor
forma de encontrar el amor, solo sexo esporádico y sin
sentimientos, precisamente de lo que su amiga estaba
huyendo.
Nora insistía una y otra vez, sabía que tarde o temprano
Ortzi accedería. Nunca le había negado nada.
Se citaron en la puerta del local.
Era la primera vez que se veían solos, y fuera del grupo
de lectura.
~ 37 ~
Cuando Nora llegó al bar, ya estaba Ortzi esperándola
fuera.
Se había puesto muy guapo, y a pesar de llevar aquella
camisa rosa, no aparentaba ser gay.
Se mostraba casi aliviado al verla aparecer.
Acababan de entrar cuando ya se le habían insinuado un
par de hombres que lo miraban como carne fresca, pero
Ortzi los rechazaba con amabilidad.
“¿Ves? Por eso no frecuento este tipo de locales.”
Conversaron animadamente, tanto que en ocasiones
olvidó el motivo por el que se encontraba en ese lugar.
“¿Bueno, entonces qué?” preguntó Ortzi que se
impacientaba por ayudar a su amiga.
“¿Qué de qué?” por un momento se sorprendió
coqueteando con su amigo gay, su innata costumbre con
el sexo opuesto le estaba jugando una mala pasada, o tal
vez era el alcohol.
“que si has encontrado alguien que te guste”
Nora echó un vistazo rápido a su alrededor. Sentada en
la barra había una chica que la observaba
descaradamente. Incluso le sonrió cuando las miradas se
cruzaron.
“¿Y tú?” preguntaba divertida.
“Sí, pero esta es tu noche, no la mía, además no creo que yo le
guste.”
“¿Cómo no le vas a gustar? Si eres el centro de todas las miradas,
hasta las lesbianas te miran” rieron amenamente, nunca
antes se había fijado en él, pero ahora que lo había
hecho le resultaba verdaderamente atractivo.
Ortzi la dejó sola para ir al baño, y fue entonces cuando
Laila, la mujer que la había estado observando desde la
barra se le acercó.
Tenía rasgos latinos, labios carnosos, la piel morena y
curvas bien marcadas. Su cabello negro largo y denso,
sus ojos color azabache.
A pesar de aparentar algunos años más que Nora, se
conservaba bastante joven.
La mujer parecía decidida y extrovertida y su acento
suramericano le parecía de lo más sensual, lo mismo le
ocurría con los argentinos.
“¿Cómo está? Soy Laila.” Decía mientras le besaba
sonoramente cerca de la comisura de los labios.
“Nora, encantada.”
“Que gusto conocerla, nombre relindo el suyo.”
Laila llevaba la iniciativa en todo momento, lo que la
hacía sentir algo más cómoda.
~ 39 ~
Al parecer venía sola. Estaba en la ciudad por una
reunión de negocios y le habían comentado que aquel
bar estaba bien ambientado.
Llevaban largo rato charlando animadamente, cuando se
percató de la demora de su amigo.
Se excusó para ir a los aseos para comprobar que Ortzi
se había marchado.
Retocó su brillo de labios, recolocó sus pechos en su
minúsculo y seductor sujetador, y volvió a la mesa
esforzándose por no tropezar con nadie y controlando
su equilibrio, puesto que hacía rato que había percibido
algunos signos de embriaguez.
Laila jugaba con su pajita de manera sugerente.
De pronto se levantó y le susurró al oído,
“vayamos a mi hotel, no demoremos más”
Tomó su mano y la invitó a seguirla.
Al llegar a la puerta de la habitación sintió un cosquilleo
nervioso en el estómago, había llegado la hora de la
verdad, y ya no había marcha atrás.
La latina le propuso meterse en el jacuzzi, pero con la
ropa interior puesta.
Mientras se desnudaba notaba sus ojos negros mirándola
lujuriosamente.
Laila tenía unas caderas desproporcionadas y un trasero
más sobresaliente de lo que aparentaba vestida, y al
descalzarse se veía pequeña. Pero presentaba unos
rasgos exóticos que la dotaban de sensualidad.
Podía ver como se le trasparentaban sus pezones al
entrar en contacto con el agua.
Laila descubrió su pechos, invitándola a repetir sus
pasos. Eran grandes y la fuerza de la gravedad se había
encargado de atraerlos hacía el suelo. Sus pezones
enormes, la aureola casi cubría todo el pecho simulando
un huevo frito.
Ante su pasividad, la latina agarró las temblorosas
manos de Nora y las puso sobre sus pechos. Se sintió
rara tocando unos pechos que no eran los suyos, aunque
eran agradables al tacto suaves y blanditos, los tocaba
como una enfermera en busca de una anomalía, no sabía
muy bien que hacer con ellos.
Sintió una gran impresión cuando ésta la beso y jugueteó
con su lengua, incluso estuvo a punto de rehusarla, pero
comprendió que llegadas a ese punto debía continuar.
Se dejó hacer, Laila era tremendamente activa, y empezó
a lamer sus pezones, deslizando su lengua hasta llegar a
su tanga, el cual retiró con sus dientes mientas besaba
sus muslos y lamía suavemente su clítoris.
~ 41 ~
Estaba excitada, aquella mujer sabía lo que le gustaba y
como le gustaba y aunque intentó controlarse alcanzó el
clímax con rapidez.
Era su turno, no sabía muy bien cómo hacer, pero
observó que con cada inexperta caricia que le
propiciaba, Laila parecía más excitada, así que se animó
a chuparle los pezones, aunque mientras lo hacía no
sentía nada, excepto un extraño sabor como a leche
amarga o ácida.
De pronto, aquella mujer, abrió sus piernas mostrándole
su vulva mojada, en un acto que exhibia impaciencia.
Era la primera vez que veía una que no fuera la suya,
exceptuando algún que otro video porno. Y le pareció
algo más vasta y desagradable de lo que había
imaginado.
Para su sorpresa no sintió deseos de lamerla, así que la
acarició con los dedos, que resbalaron de tal manera que
se colaron dentro fácilmente. Parecía como si fuese a
colarse entera, mientras su amante gemía fuertemente.
Fue así como finalmente consiguió darle un orgasmo
por primera vez a una mujer.
Al terminar, Laila se mostró excesivamente generosa
procurando gratificarla con un segundo orgasmo.
Nora cayó rendida ante su delicadeza, con sus caricias
eternas le transmitía una sensación de calma, de
tranquilidad, de no tener prisas por terminar.
Era un placer relajado, nada que ver con las estridencias
típicas de los hombres, con sus prisas y en ocasiones
forzadas posturas.
Cerró sus ojos para concentrarse en la culminación, pero
entonces pensó en el delicado rostro de Ortzi, imaginó
que aquellos dedos que la penetraban era el miembro
viril de su amigo.
Aquel pensamiento le resultó extraño a la vez que
revelador.
Nora quería un pene, pero uno que se comportara como
una extensión del alma, que obedeciera con exclusividad
a los sentimientos del hombre que lo porta, sirviéndole
como mera herramienta para la demostración de los
mismos, y no para auto complacerse únicamente.
Le gustaba sentir las grandes y fuertes manos de un
hombre que la dominaran al tiempo que la hicieran
sentir a salvo.
Una espalda musculosa y corpulenta a la que abrazarse
acompañada de unos brazos fornidos que la abrazaran.
Añoraba apoyar la cabeza en un robusto pecho sudado
tras terminar exhausta.
~ 43 ~
A pesar de resultar una experiencia muy placentera,
echaba de menos aquello que no podía encontrar en
ninguna mujer, aquello que la complementaba.
Aunque una relación sexual no garantiza el
descubrimiento de una orientación lésbica o
heterosexual, para Nora resultó claramente concluyente.
Capitulo 6
Primer domingo de Abril
Miró el calendario, 1 de Abril, un mes nuevo que
además coincidía con el primer domingo del mes.
No había tenido noticias de Ortzi desde la noche del bar
de ambiente, cuando desapareció en el baño.
Habían pasado casi veinte días desde su experiencia
lésbica, y continuamente le daba vueltas al motivo que la
hiciera tener un orgasmo mientras pensaba en su amigo
gay.
A decir verdad, intentó contactar varias veces con él,
pero nunca recibió respuesta. Motivo por el cual arrancó
con satisfacción la última hoja del mes de Marzo del
almanaque.
Aquel día tendría lugar en su casa la correspondiente
reunión del club de lectura, asegurándose así de coincidir
con Ortzi.
Imaginaba que aquella había sido una noche loca para
ambos.
Seguramente su amigo se encontró en el baño con el
chico que le gustaba. Al ser tan discreto preferiría salir
para conversar más tranquilamente y al verla
~ 45 ~
acompañada de Laila, no quiso acercarse a despedirse
para no interrumpirla.
Era un chico muy prudente.
Elaboró con esmero una tarta de queso, la preferida del
joven, pretendía agradecerle de alguna forma la ayuda
prestada. Al fin y al cabo, de una manera u otra, había
contribuido a despejar sus dudas sobre su condición
sexual; y curiosamente, sin ni siquiera saberlo le había
dado un orgasmo.
Anhelaba contarle su aventura.
Carla y Daniela llegaron a la hora acordada, siempre tan
puntuales.
La pareja ya conocía la anécdota, la cual les pareció
divertida e inédita, nada que ver con la primera
experiencia homosexual de ambas.
De todos los miembros del grupo, aquellas eran las
únicas que mantenían una relación más estrecha, y se
juntaban en incontables ocasiones.
Nora miraba inquieta el reloj de pared colgado encima
de la chimenea. Se impacientaba por la llegada de Ortzi.
Al sonar el timbre se apresuró a abrir, su cara se tornó
decepcionada al encontrarse en la puerta a René y a
Ruth.
“Vaya, yo también me alegro de verte.”
Le soltó René ante la inusual falta de entusiasmo por
parte de la anfitriona.
El tic-tac de aquel enorme reloj avanzaba con
normalidad, pero el exasperante sonido de las agujas
retumbaba en los oídos de Nora.
“Las cinco y media, no vendrá”.
La voz de Nora sonaba decepcionada, aquel hombre no
había faltado nunca a su cita mensual, pero tampoco se
demoraba tanto. ¿Le habría pasado algo?
La tertulia procedió con normalidad, aunque la
anfitriona parecía ausente.
Añoraba el silencio calmado y las intervenciones
racionadas del ausente, siempre aportando cordura.
Hasta ahora no había notado lo imprescindible que
resultaba la participación del varón para ella en aquellas
reuniones. Aparentemente se mantenía comedido y en
ocasiones era invisible para las demás mujeres, pero su
presencia la motivaba, y su vacío la estaba volviendo
loca.
Fingió sentirse enferma, hazaña francamente sencilla
puesto que tampoco estaba bien.
Tenía prisa por deshacerse de aquella insípida charla.
~ 47 ~
Las mujeres se marcharon, habían observado el malestar
de la anfitriona durante toda la tarde, incluso se
percataron del extraño sabor de la tarta de queso, que no
estaba tan dulce como de costumbre.
Se despidieron mostrándole su preocupación, y
deseándole una pronta recuperación.
Daniela se ofreció para cuidarla, pero ésta la rechazó
cariñosamente.
Necesitaba estar sola y poner en orden sus
pensamientos.
Capítulo 7
Una visita inesperada
Se colocó su cómodo pijama morado de rayas, se
desmaquilló y se tumbó en su amplio sofá de diseño que
tanto la confortaba.
Miró el móvil, en busca de respuestas, pero no había
nada.
Marcó el número de Ortzi pero su dedo no fue capaz de
tocar el botón verde.
Se asustó con el vibrar del teléfono en sus manos
mientras una mariposa revoloteaba en su estómago.
La pantalla anunciaba el nombre de la persona que
llamaba, matando rápidamente a aquella frágil mariposa.
“¿Cariño estás bien?, me marché preocupada.”
“Daniel estoy bien, solo es malestar de estómago, me tomo una
infusión y a la cama.”
“¿Seguro que es sólo eso? no puedes engañarte, quizás te engañes a
ti misma, pero a mí no.”
“¿De qué hablas?”
“Esta noche he visto en tus ojos aquella mirada.”
“¿Qué mirada? Estaba mala, nada más.”
~ 49 ~
El timbre de la puerta interrumpió la conversación
telefónica, provocando un gran alivio en Nora, que
empezaba a incomodarse con el tema.
“Tengo que colgar, llaman a la puerta, no te preocupes por mí
amiga, todo va bien. Que descanses.”
Abrió apresuradamente, sin mirar por la mirilla, aunque
no esperaba a nadie.
Las mariposas volvieron al estomago de Nora, cual
colonia agitando al unísono sus alas.
Ortzi estaba empapado, se quedó inmóvil en la puerta,
no parecía importarle la lluvia.
Llevaba barba de varios días y el pelo algo más largo que
de costumbre, su cara reflejaba el cansancio que causa el
insomnio.
Nora se sorprendió por su descuidado aspecto, pero le
complació descubrir una imagen más varonil de su
delicado amigo.
“Te estás empapando, no te quedes ahí, vamos entra.”
“Siento aparecer a estas horas, verás no me di cuenta de que hoy
era el primer domingo del mes. Acabo de mirar el reloj, las 23.05,
pensé aún es domingo.” Sonaba a arrepentido y hablaba
rápidamente, parecía nervioso.
Nora le agarró la mano y lo llevó al cuarto de baño,
mientras le ofrecía de forma hospitalaria una toalla con
la que secarse.
“No tengo ropa de hombre, así que ponte este viejo albornoz, que
me queda grande, y entretanto meteremos tu ropa en la secadora.
Pensaba hacerme una infusión calentita, ¿te apetece?”
“Claro, gracias.”
Cuando Ortzi terminó de secarse, ya estaba Nora
esperándolo en el sofá, con dos tazas calientes.
Su cara dibujó una amplia sonrisa al verlo con su
albornoz rosa, que apenas tapaba sus partes íntimas
dejando al descubierto su pecho firme y sus piernas
fuertes y depiladas. Su estampa le recordaba al increíble
Hulk, que al crecer desmesuradamente, su ropa sufría un
efecto visual de estrechamiento resultando ridículamente
entallada e incluso diminuta para su tamaño.
Aunque su amigo no estaba tan exageradamente
musculado, resultaba más definido y masculino de lo
que aparentaba con ropa.
“Por favor ríete, acabemos con esta tortura.”
“Estás muy guapo”.
“Intentaré no respirar para no romperlo, tú sí que estás guapa.”
~ 51 ~
Recordó las pintas que debía tener, sin maquillar, con el
pelo alborotado y ese pijama de rayas, la sangre corrió
hacía sus mejillas dotándole de un favorecedor color
rosado.
“jajajaja, menudas pintas llevamos.”
Se hizo una pausa con un incómodo silencio, a pesar de
tener ambos mucho que decir, parecían buscar las
palabras adecuadas y el momento oportuno.
Tomaron un sorbo de su taza de té.
Nora decidió tomar las riendas de la conversación, aquel
silencio la ponía histérica.
“Ortzi, ¿estás bien? Tú barba, tu pelo, no es propio de ti.”
“Bueno, este look desenfadado se lleva ahora, ¿no?”
“Y te queda genial, más varonil, pero…”
“Últimamente no duermo mucho. Hace días que intento escribir,
pero no hay manera. Se me cerró el estómago y me da la sensación
de que todo me sale mal. Pero tranquila, nada grave, una mala
racha.”
“Vaya, yo me siento igual.”
“¿Y eso? Te imaginaba feliz con tu nueva novia, aquella noche se
os veía muy animadas.”
“Bueno, ya te contaré, y ¿tu? ¿Dónde te metiste?”
“Al salir del baño te vi con esa latina tan guapa y bueno…no
quise interrumpir.”
“Pues tenías que haberlo hecho, me quedé preocupada, aunque
luego pensé que te habrías marchado con compañía.”
“¿yo? ¡Qué va! Me fui derechito a casa, aunque por el camino me
pasó de todo.”
“Cuenta, cuenta.”
“Al salir del Bar iba distraído pensando… bueno, en mis cosas, y
no me percaté de que unos hombres me seguían. En un callejón
oscuro, el tipo más grande sacó una afilada navaja y me la puso en
el cuello, mientras los otros dos me robaban todo lo que llevaba
encima. Intenté resistirme pero fue inútil, tres contra uno, clara
inferioridad numérica. Al llegar a casa, fue cuando noté que me
habían dejado sin llave. Quise llamar a un cerrajero, pero también
me habían quitado el móvil. En fin, fue una noche muy larga.”
“Claro, te llamé varias veces, pensé que no querías hablar
conmigo,”
“No, sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. Pues me
pasé la noche denunciando y anulando mis tarjetas, el móvil…”
Ortzi anhelaba preguntarle por su experiencia lésbica, así
que acortó la historia.
“¿Encontraste lo que buscabas?” preguntó curioso.
“Pues sí, fue una experiencia bastante esclarecedora.”
~ 53 ~
“Me alegro, te lo mereces.”
Agarró su mano como muestra de apoyo y cariño,
aunque sus ojos azules, extremadamente expresivos,
parecían tristes.
“Bueno…en realidad en el momento cumbre pasó algo muy
extraño.”
“¿Qué?”
“Me da vergüenza, no sé si decírtelo.”
“¿Vergüenza, tu? Puedes contarme lo que sea, ya lo sabes.”
Nora lo sabía, aquel joven le había demostrado desde el
principio lealtad y confianza mutua.
Pero esta vez era diferente, pretendía contarle a un
amigo que había fantaseado con él, un amigo que
además era gay.
Un amigo que estaba despertando en ella sentimientos
que iban más allá de una amistad.
Tanto tiempo buscando al príncipe azul, al hombre
perfecto, y cuando finalmente lo encuentra resulta que
era gay.
Sin ninguna posibilidad de éxito, no tenía nada que
perder, así que prosiguió con su historia.
“Está bien, te lo contaré. En el momento cumbre pensé en alguien,
su imagen apareció en mi cabeza, y ahora comprendo por qué.”
“¿Otra vez Víctor? No te conviene, tienes que olvidarlo, sé que es
difícil pero…”
Nora se sentía excitada con aquel secreto que estaba a
punto de revelar, miraba a Ortzi fijamente, mientras éste
le soltaba su sermón sobre el canalla de su jefe, por el
que ya no sentía nada, pensaba que le resultaba muy sexy
cuando se ponía en plan padre.
Estaba en su sofá, con su albornoz, únicamente con su
minúsculo albornoz, deseaba arrancárselo y demostrarle
que una mujer como ella podía ser capaz de hacerlo
extasiar.
Su frecuencia cardiaca se aceleraba.
El joven hablaba y hablaba, y aquella loba en celo
únicamente halló una manera de hacerlo callar.
Lo miró fijamente y se acercó despacio, para no
ahuyentar a su presa.
Ortzi quedó en silencio, clavando sus ojos en ella,
expectante.
Se detuvo a un escaso centímetro de sus labios,
“Pensé en ti.”
El hombre quedó inmóvil, sus ojos se abrieron de par en
par, mientras sus labios besaban por vez primera la boca
de una mujer.
~ 55 ~
Fue el beso más dulce y lleno de amor que Nora había
recibido nunca.
Al separarse, se hizo evidente por el abultamiento
formado debajo del albornoz, que a su amigo también le
había gustado.
“Lo siento, no quería forzarte.”
“No, he sido yo, lo estaba deseando desde aquella noche en el Bar.
Cuando me preguntaste si me gustaba alguien, pensaba en ti
Nora, pero tú querías ser lesbiana.”
“Pero… ¿Tu no eras gay?” preguntó sorprendida a la vez
que intrigada.
“¿Gay, bisexual, hetero? Qué importa eso, llámame como quieras,
yo sólo soy una persona y tú eres otra. No me importa si eres
hombre o mujer, sólo lo que siento cuando estoy contigo.”
Nora sonrió con ternura, su compañero tenía razón.
El amor es universal, lo abarca todo, todo lo puede; y no
entiende de edad, raza, sexo o religión, porque el amor
no está en los ojos de quién ama.
Aquella noche hicieron el amor.
Nora descubrió en él al amante perfecto que combinaba
cabalmente la ternura y placer pausado de una mujer;
con la virilidad y potencia masculina de un hombre que
la complementaba.
Fin
“No hay heteros, no hay gays, no hay bisexuales, sólo
personas, que se enamoran de otras personas. El cuerpo
es un mero recipiente que contiene nuestro amor.”
~ 57 ~

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