LA SANTÍSIMA TRINIDAD Que duda cabe que en la
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LA SANTÍSIMA TRINIDAD Que duda cabe que en la
LA SANTÍSIMA TRINIDAD Que duda cabe que en la actualidad es casi nulo el interés que pueda despertar en un espectador avezado la producción de cine norteamericano: la pirotecnia visual ha ocupado el lugar de la narración, rigurosa, del cine clásico. La última camada de grandes directores norteamericanos se dio entre los 70 y 80 y, lamentablemente, no hubo recambio generacional. Ejemplos de esta estirpe son los directores enmarcados en la que fue llamada, con veneración e ironía, “La santísima trinidad”. Recapitulemos un poco. Promediando los años sesenta aparecen en Estados Unidos, tres nombres que sin duda se ubican en el pináculo de la realización cinematográfica mundial de las últimas décadas, maestros indiscutidos que tienen en común raíces italo americanas, formación religiosa, una educación cinematográfica formal (son parte de la nueva camada de directores con instrucción universitaria, característica que los distingue de los maestros intuitivos del cine clásico), y una raigambre cinéfila obsesiva (otra diferencia con sus antecesores, que tenían una base intelectual sobre todo literaria) Ellos son Brian De Palma, Martin Scorsese, y Francis Ford Coppola. De Coppola nos hemos ocupado cuando proyectamos La ley de la calle. Como ejemplo de la obra del resto de los integrantes de la tríada de maestros del post-clasicismo cinematográfico elegimos dos obras maestras que los describen y representan: Doble de cuerpo y Taxi driver. Y aprovechamos, de paso, para hacer una semblanza de sus personalidades.l Brian De Palma Recién en los últimos años se ha revisado su obra y ubicado en el sitial que merecía. Es el más consecuente con sus orígenes cinéfilos. “Todo mi cine nace de la escena de la bañera de Psicosis”, dijo en algún reportaje. Ocurren crímenes en las duchas de varios de sus filmes; Al comienzo y – simétricamente- al final de Vestida para matar (casi una remake de Psicosis), en la famosa escena de la motosierra de Scarface, el filicidio (con simbólico baño purificador) cometido por la gran Piper Laurie en Carrie y, en tono irónico, el ataque del compositor vengativo al cantante Fornido en Un fantasma en el Paraíso. Sumemos también el sueño revelador de la protagonista de Femme fatal, que incluye también una bañera y una pecera que se desborda. Se rastrean sinnúmero de influencias de su maestro Hitchcock a lo largo de su obra: ventanas indiscretas en Sisters, Doble de Cuerpo y Femme fatal, hombres que saben demasiado en Blow Out y Misión imposible, hay vértigo en la claustrofobia de Scully en Doble de cuerpo, un cadáver es escondido en el centro de la escena de Sisters, como en el festín diabólico de Rope; encontramos personalidades psicóticas en Demente, Vestida para matar y Sisters, y una preponderancia del uso dramático de los exteriores como la fiesta del 4 de julio en Blow Out (que recuerda a su vez la escena del parque de diversiones en Dios sabe cuanto amé, de Vincente Minelli); el museo de arte moderno en Vestida para matar, el shopping center en Doble de cuerpo o el aeropuerto de Obsesión. Recordar y comparar con Intriga internacional y Con la muerte en los talones, por ejemplo. El cine de Brian De Palma es una reflexión constante sobre las apariencias , que se resume en el slogan publicitario de Doble de cuerpo: No crea todo lo que ve. De ahí el valor de las máscaras como elemento de significación en Un fantasma en el paraíso, Doble de cuerpo o Misión imposible, o la inclusión del travestido(es decir, el disfraz) en Vestida para matar y Demente. Un militar ejemplar puede ser el peor de los conspiradores (Ojos de serpiente), Kate Miller (Angie Dickinson) recurre a fantasías sadianas para excitarse con su marido(Vestida para matar), el éxito de un escritor afamado es proporcional a su degradación moral ( La Hoguera de las vanidades), o el alarido perfecto de un film de terror puede esconder el mas horrible crimen real (Blow Out). Los protagonistas depalmianos son por lo general antihéroes que no van a escapar de su infierno personal, por eso la preponderancia de los dobles finales en la filmografía de este autor: la perdida de la memoria en Sisters, la mano emergiendo de la tumba en Carrie, la explosión final en Furia, el hospicio de pesadilla de Vestida para matar, el recuerdo inolvidable de un crimen espantoso en Pecados de guerra, el loco travestido que reclama su paternidad en Demente. Su obra alcanza la mejor forma en el suspenso, en el clímax sin palabras y en el regodeo de la forma pura, la dilatación del tiempo y el típico ralento que es su sello de fábrica. El cochecito cayendo a lo Potemkin en Los intocables, la persecución-seducción en el shopping de Doble de cuerpo, el re-conocimiento padre-hija al final de Obsesión (una impar imagen – tiempo, al decir de Gilles Deleuze), los retruécanos narrativos de Femme fatal son momentos privilegiados de su cine. Y por el contrario, sus historias decaen cuando priman las palabras, como el abusivo uso del relato subjetivo en Demente. Brian, como ese otro esteta de la imagen que es Darío Argento, descree de las explicaciones y del racionalismo, por eso es vilipendiado por la horda de los verosimilitas que todavía se preguntan si las manzanas que pintaba Cezane eran dulces o ácidas. Eduardo Russo lo advirtió con justeza en su memorable análisis de Ojos de serpiente: curioso el reclamo de verosimilitud para una obra que está regida por las leyes de la pesadilla. De Palma es un maestro en el manejo de las simetrías con connotaciones simbólicas: los espejos devienen en signos de la doble personalidad del psicólogo demente en Vestida para matar; la sangre de cerdo que cae sobre Carrie en la fiesta de graduación es metáfora de su sangre menstrual; penetración en el cuerpo de la bella Gloria Revelle en Doble de cuerpo, con fálico taladro, por su marido disfrazado de indio; los títulos de Blow Out que prefiguran desde la banda sonora, y a modo de resumen, los tres sonidos que serán el eje de la narración del film: un grito, un disparo y una goma que revienta. Convite insoslayable para el cinéfilo exquisito, la obra depalmiana es un equilibrio perfecto entre lo sensorial y lo intelectual, y adhiere consecuentemente a la hipótesis que el movimiento se demuestra andando. Doble de cuerpo, el film que hoy presentamos, es una de sus obras maestras. En él todo es apariencia. Comienza como un film de serie B, con letra creepy chorreante de sangre y cementerio Corman de estudio, un vampiro claustrofóbico (falso film dentro del film) y un paisaje desértico que se mueve, denunciando acto seguido su simulación. Las reglas que plantea de Palma son claras: no hay que confiar demasiado en lo que se ve. La puesta de de Palma contiene evidentes anacronismos (transparencias cuando Scully maneja su auto, telones de fondo y luz de estudio cuando se besan Gloria y Jack en la playa), nostalgia del cinéfilo por las bondades del cine clásico. Hay largas escenas de seguimiento que rememoran las de Scottie y Madeleine en Vértigo de Hitchcock, acompañadas con música de Pino Donnaggio que a su vez evoca las melodías de Bernard Herrman. De Palma hace un uso significante de la música, obliga al espectador a jugar con asociaciones: música romántica, de “calentura” (cuando Jack espía a su vecina, melodía que repite cuando se apropia de la bombacha), de claustrofobia. Las melodías, para de Palma, no son meramente incidentales. En la narración todo tiene que ver con todo, nada ocurre porque sí. Las audiciones actorales infructusas llevarán a Jack a volver a las producciones de cine berretas al finalizar el film; los encuentros “casuales”, se revelará luego, que no lo son tanto; su trabajo de “memoria emotiva” lo salvará de la muerte. Cada acción esta engarzada en un todo que funciona como un corpus narrativo ejemplar. Al finalizar la historia ¿Quién creerá la historia de Jack? La revelación de la verdad como en Blow out y Femme fatal es personal e intransferible. Mientras pasan los títulos de cierre de Palma desnuda el artificio y aclara al espectador lo que es un doble de cuerpo. Una mera simulación. Con este film de Palma llega a la cumbre de la prestidigitación. Brian de Palma ha oscilado entre la popularidad más desaforada (Carrie, Misión imposible) y un éxito menos que escaso (Furia, Femme fatal). A este último grupo debemos sumar su último film (no estrenado entre nosotros) La Dalia negra. Con una puesta esmeradamente anacrónica, este film recuerda el cine negro de los 40 con sus decorados de estudio, su fotografía amarronada, el fumar como signo de elegancia, su tempo demorado e incluye la pérfida damisela malvada y letal que es de rigor. Con su clásica cinefilia desbocada, mixtura ritmos languianos, narrativa hawksiana (comparar, sino con El sueño eterno), rictus sardónicos (actualización en la diégesis de El hombre que ríe de Paul Leni, que los personajes ven con pavor en un cine) y –no podía ser de otro modo- se hace presente Hitchcock con una referencia a Los pájaros. Permanece en esta obra incólume la elegancia formal de Brian de Palma, sus travellings virtuosos y un crimen que es toda una pieza de suspense. Recomendamos fervientemente su visión. No tuvimos la suerte de un estreno comercial en Argentina. Pero tenemos un premio consuelo, una de las bondades de nuestra idiosincracia: no es demasiado difícil hacerse de una copia trucha.