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Iglesia Nueva Apostólica Internacional
La doctrina de las últimas cosas
Parte III
En la tercera y última parte de la serie de artículos sobre las últimas cosas se
tratará primero el juicio final. Luego le seguirán explicaciones sobre la nueva
creación y las imágenes con las cuales se la representa.
El juicio final o juicio con esta generación
El juicio final es el acontecimiento dentro de la historia de la salvación en el cual los
hombres se pondrán de manifiesto ante Dios en todo lo que son y en todo lo que han
hecho. Al mismo tiempo, Jesucristo emitirá sobre ellos un juicio que significará la cercanía o la lejanía de Él. El tema del juicio final se desarrolla en Apocalipsis 20:11-15:
“Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron
la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes
y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el
cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban
escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él;
y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados
cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego.
Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue
lanzado al lago de fuego”.
En el versículo 11: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él”, se menciona un trono y a alguien que estaba sentado en él. Este es –aunque aquí no se lo
menciona expresamente– Jesucristo. El Nuevo Testamento da fe de que Jesucristo es
el Juez. Así por ejemplo la epístola a los Romanos habla del “día en que Dios juzgará
por Jesucristo los secretos de los hombres” (Ro. 2:16). En el Evangelio de Juan dice
que el Padre le ha dado al Señor Jesucristo “autoridad de hacer juicio” (comparar
con Jn. 5:27). Hechos 10:42 dice que los Apóstoles están encargados de anunciar a
Jesucristo como Juez: “Y [Cristo] nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos”.
El versículo 11 no sólo habla de Cristo como el Juez, sino también sobre un acontecimiento misterioso que compete a todo el cosmos: “De delante del cual huyeron la
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tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos”. Aquí se alude a que la vieja
creación, o sea todo el cosmos, pasará.
Los versículos 12 y 13 hablan de los muertos: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el
libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en
los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte
y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno
según sus obras”.
Todos los que no participaron de la Primera Resurrección (comparar con Ap. 20:5)
entonces serán juzgados. Nadie puede escaparse del juicio de Dios; “grandes y pequeños” se refiere a las diferentes personas, a los poderosos y los que no tienen poder,
a los ricos y los pobres. No existe lugar en el que uno se podría esconder. Incluso el
“mar” como el símbolo del distanciamiento de Dios, no puede servir como lugar donde
huir, por eso el reino de los muertos debe entregar los muertos que hubiere en él. Todos
se deben reunir delante del trono de Cristo, pararse delante de Él.
En conexión con el juicio final se habla de libros según los cuales se hará el juicio, en
los que están escritas las obras de los hombres –su fe y sus acciones–. Estos libros son
el símbolo de la omnisciencia de Dios. El abrir los libros es señal de que se expone con
total claridad toda la esencia del hombre. Los libros abiertos también son el símbolo de
que el juicio de Dios no es arbitrario, sino que se realiza según los parámetros de su
justicia. Los que están registrados en el libro de la vida encontrarán gracia ante Dios
en el juicio final y –junto con los que participaron de la Primera Resurrección– serán
los moradores de la nueva creación.
En el versículo 14 se menciona el final de la muerte, o sea de todas las potestades que
traen aparejada la muerte: “Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego.
Esta es la muerte segunda”. El “lago de fuego”, aquí llamado la muerte segunda, significa el distanciamiento definitivo de Dios. Esta “muerte segunda” también concierne a
aquellos que no están registrados en el “libro de la vida”: “Y el que no se halló inscrito
en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”. Así, para los moradores de la nueva
creación no existirá más la muerte física ni la muerte espiritual.
La nueva creación
El final del Apocalipsis de Juan (21:1 – 22:5) da cuenta de la nueva Jerusalén, un
nuevo cielo y una nueva tierra –o sea una nueva creación–. La nueva creacion no
es una renovación ni una transformación de la vieja creación, sino algo totalmente
nuevo. El punto central de la nueva creación es la nueva Jerusalén que descenderá
del cielo. La nueva Jerusalén es comparada con una esposa ataviada (Ap. 21:1-2). La
santa ciudad es el prototipo del ámbito de la gloria de Dios. La imagen de la esposa
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ataviada expresa por un lado la belleza de la nueva Jerusalén y por otro lado la estrecha
relación entre Dios y el hombre.
Las imágenes de la nueva Jerusalén señalan su preciosidad única en su género. Se
pone en evidencia un espacio para el que hoy en la tierra no hay equivalente. De modo
tal, las piedras del cimiento del muro que rodea la ciudad están adornados con piedras
preciosas. Cada una de las puertas es una única perla. La calle de la ciudad de oro
puro, transparente como vidrio.
Para dejar en claro que la nueva creación es completamente diferente, se dejan sin
efecto expresamente todas aquellas categorías y características que pertenecían a la
vieja creación. Ya no habrá noche ni sol. Ya no habrá necesidad, sino que la fertilidad
será desbordante. No habrá más dolor ni sufrimiento ni muerte. Todas las deficiencias
y dificultades del mundo anterior formarán parte del pasado.
Todo hombre que viva en la nueva creacion, recibirá bienaventuranza perfecta. En
aquellos que como el sacerdocio real ya reinaron con Cristo en el reino de paz, se
cumplirá en la nueva creación la promesa: “Sus siervos le servirán, y verán su rostro,
y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de
luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los
siglos de los siglos” (Ap. 22:3-5).
La espera mencionada en 2 Pedro 3:13, se habrá hecho realidad: “Pero nosotros
esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la
justicia” (comparar con Is. 65:17). Se cumplirá la promesa: “Él [Dios] morará con ellos;
y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap. 21:3). Este
reino de Dios será eterno; entonces Dios será todo en todos (1 Co. 15:28).
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