Desarrollo comunitario: ¿un activismo de gene´ro? La cuestio´n de

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Desarrollo comunitario: ¿un activismo de gene´ro? La cuestio´n de
& Oxford University Press and Community Development Journal. 2010
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doi:10.1093/cdj/bsq023
Desarrollo comunitario: ¿un
activismo de genéro? La
cuestión de las masculinidades
Patrick Welsh *
Resumen Este artı́culo describe el desarrollo del trabajo sobre masculinidad en
Nicaragua en el contexto de un tipo de trabajo de desarrollo con una
mayor conciencia de género. Se argumenta que el cambio sostenible y
real en las vidas y los contextos sociales de las mujeres no será posible
sin la compañı́a de un enfoque en el papel de los hombres y en la
necesidad de un cambio en su comportamiento tanto individual como
colectivo. A pesar de que una pequeña porción de hombres fomenta
ese cambio activamente, es esencial un enfoque significativamente
mayor por parte de los hombres en las instituciones públicas y
polı́ticas para alcanzar un cambio estructural más amplio.
Introducción
La mayorı́a de los/las activistas del desarrollo comunitario en América
Latina son mujeres. Su compromiso para mejorar las condiciones en sus
comunidades es a menudo una extensión del mandato cultural del
cuidado de otras personas que la sociedad les ha asignado y que ellas asimilan individual y colectivamente como parte de su identidad de género.
Pero si se examinan más de cerca las estructuras de los comités de agua
limpia y de otras organizaciones comunitarias, se podrá ver que la
mayorı́a de ellos son dominados por hombres. Pese a algunas excepciones
que confirman la regla, los cargos de liderazgo, como presidente y vicepresidente de las organizaciones locales en general los ocupan hombres, y
las mujeres (donde las hay) son secretarias y a veces tesoreras. De una
forma real, las estructuras internas de las organizaciones de desarrollo
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Community Development Journal
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Patrick Welsh
comunitario local reproducen y perpetúan las normas, los valores y las
dinámicas de género predominantes en la sociedad.
Este artı́culo, se enfoca particularmente en Nicaragua y propone que el
fomento de procesos dirigidos a desafiar y cambiar las percepciones, creencias, actitudes y comportamientos de los hombres puede ser una contribución importante para construir relaciones de género equitativas dentro de
las iniciativas de desarrollo comunitario. La transformación de la “masculinidad hegemónica” (Cornell, 1995), el modelo universalmente predominante de ser hombre que prima en todas las culturas, se traduce en
términos prácticos en cambios en las formas en las que los hombres usan
el poder y facilita procesos democráticos e inclusivos. Esto, a su vez,
permite una mayor participación cualitativa y más igualitaria de mujeres
y hombres, que fortalece las organizaciones comunitarias.
La cuestión de las masculinidades en Nicaragua
En Nicaragua, la “cuestión de las masculinidades” comenzó a emerger hace
cerca de veinte años con varias ONG de desarrollo que se fundaron inmediatamente después de la derrota electoral de la Revolución Sandinista en
1990. Un número significativo de estas ONG fue fundado por mujeres
con el fin de mantener y fortalecer los avances en educación, atención primaria en salud y organización comunitaria que la Revolución habı́a hecho
posibles y que el recién elegido gobierno de derecha parecı́a estar decidido
a erradicar. Dos organizaciones, Puntos de Encuentro y CANTERA (Centro
de Comunicación y Educación Popular), comenzaron a usar los medios y la
educación populares para programas dirigidos a crear conciencia y a empoderar en el marco de la igualdad de género y los derechos humanos. Otras
organizaciones como Sı́ Mujer e IXCHEN desarrollaron labores prácticas
basadas en los derechos relacionadas con la salud de las mujeres,
incluyendo la salud sexual y la salud reproductiva. Muchos otros colectivos
y organizaciones de mujeres se establecieron en diferentes partes del paı́s
para ofrecer servicios para mujeres que estaban experimentando violencia
doméstica.
Para mediados de los años noventa, el tema de la violencia en contra de
las mujeres habı́a cobrado gran importancia y la Red de Mujeres contra la
Violencia en Nicaragua, que para entonces jugaba un papel central en la
sociedad civil rápidamente emergente, logró que se aprobara una ley
para prevenir y sancionar la violencia en contra de las mujeres, que
además reconocı́a la violencia psicológica como una ofensa punible. Para
1996 el gobierno nicaragüense habı́a emitido un decreto que clasificaba a
la violencia en contra de las mujeres como un asunto de salud pública.
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Aunque estas nuevas organizaciones de mujeres fueron fundadas para
especializarse en áreas especı́ficas relevantes a las necesidades cotidianas
de las mujeres (salud, educación, bienestar social, desarrollo económico,
seguridad, etc.), también compartı́an un interés estratégico: cómo desafiar
y cambiar conceptos y prácticas de poder que llevaban directamente a la
opresión, la subyugación y al tratamiento de las mujeres como seres inferiores en todos los niveles de la sociedad. Como tal, dentro de las organizaciones de la sociedad civil, la “cuestión de las masculinidades” comenzó a
figurar más y más en discusiones internas sobre el tema de género, dado
que los hombres histórica y culturalmente son quienes ejercen el poder
sobre las mujeres.
Pese a que la Revolución en los años ochenta propició algunos avances
importantes en los roles, los derechos y las oportunidades de las mujeres,
el carácter patriarcal de la sociedad ha permanecido prácticamente
intacto hasta ahora. Como tal, el machismo continúa siendo el paradigma
predominante de masculinidad en la sociedad nicaragüense. Al encapsular
una visión muy clara de lo que significa ser hombre, el modelo del
machismo genera “hombres de verdad” que son fuertes fı́sicamente, dominantes que usan el poder y la violencia como un medio para garantizar sus
privilegios y derechos y para controlar a las demás personas, especialmente
a las mujeres. Social y económicamente independientes, mujeriegos, bebedores y fumadores, proyectan una imagen de auto-confianza e indestructibilidad aunque su comportamiento implica un peligro tanto para sı́ mismos
como para las demás personas. Además, los “hombres de verdad” rechazan
todo lo que sea “femenino”, y por consiguiente, desde pequeños se obliga a
los niños a un proceso brutal de autocensura que prohı́be el desarrollo de la
sensibilidad, la expresión de los sentimientos y las emociones y el tan
humano acto de ocuparse de y cuidar a otras personas, y a la larga a sı́
mismos. Mediante este proceso de socialización, los niños y los hombres
actúan ante tres públicos que refuerzan constantemente los estereotipos
crueles y deshumanizadores que producen el machismo: las mujeres,
otros hombres y ellos mismos como individuos. En el rechazo de todo lo
que es femenino, el machismo es tanto misógino como homofóbico.
Para algunas mujeres inmersas en el debate a principios de los noventa
sobre la “cuestión de las masculinidades”, los hombres eran vistos como
el archienemigo que debı́a ser derrotado si se esperaba que la emancipación
de las mujeres se convirtiera en realidad. La idea de ampliar la visión de
género para darse el gusto de darle una mirada analı́tica profunda a la construcción social de la masculinidad parecı́a una pérdida de tiempo. ¿Por qué
querrı́an los hombres en masa renunciar a las grandes cantidades de poder
que la sociedad les habı́a otorgado y que garantizaban sus derechos y pri-
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vilegios económicos, sociales y polı́ticos y por lo tanto perpetuaban su
poder?
Para muchas otras mujeres, sin embargo, especialmente aquellas a nivel
de los grupos de base que ya se habı́an embarcado en empresas personales
y colectivas de empoderamiento y que estaban involucradas en organizaciones comunitarias, el análisis era simple: si los hombres no cambian, no
se puede avanzar. A su manera de ver, el principal obstáculo para su crecimiento y desarrollo continuo como mujeres era la intransigencia y el
machismo de los hombres con quienes compartı́an espacios comunes de
vida: sus esposos, compañeros, padres, hermanos y colegas. A medida
que las mujeres entendı́an mejor la naturaleza histórica y sociocultural de
su propia identidad de género mediante procesos personales de concientización y empoderamiento, muchas se convencieron de que dada la oportunidad de tener experiencias similares de creación de conciencia, los
hombres podrı́an desaprender sus actitudes, valores y comportamientos
machistas y descubrir formas alternativas de expresar su masculinidad
que no implicaran la subyugación sistemáticas de las mujeres.
En respuesta a esta demanda, ONG como Puntos de Encuentro y
CANTERA comenzaron a desarrollar programas especı́ficos para trabajar
directamente con hombres con la intención de facilitar procesos transformativos entre ellos, que mejorarı́an como consecuencia la situación de las
mujeres. Este enfoque feminista desde un principio incorporó la idea de
que los hombres también podı́an beneficiarse con los cambios: la conceptualización de los hombres como el “problema” dio lugar a una interpretación social más profunda y más amplia del patriarcado y de las
consecuencias negativas en hombres y mujeres (aunque de maneras diferentes) y en sus relaciones.
Enfoques de género en el desarrollo
En los cı́rculos académicos en diferentes partes del mundo, el estudio y la
investigación sobre la incorporación del género en los programas y proyectos de desarrollo también dio un giro en los años noventa. El enfoque de
Mujeres en el desarrollo (MED), predominante en los años setenta y
ochenta, que trataba las necesidades prácticas de las mujeres (acceso a
salud, educación, vivienda, tierra, empleo remunerado, independencia económica, etc.) resultaba ser insuficiente para lograr la equidad de género. La
necesidad de transformar las estructuras, dinámicas y relaciones de poder
injustas, opresivas y violentas que caracterizan las instituciones patriarcales
fue reconocida, lo que condujo al surgimiento del enfoque de Género en el
Desarrollo (GED). Lejos de reemplazar al MED, el enfoque de GED se concentraba en abordar las desigualdades estructurales como requisito para
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maximizar el impacto y la sostenibilidad a largo plazo de los programas y
proyectos de desarrollo basados en las necesidades prácticas. Esto significaba, por ejemplo, no sólo fortalecer el acceso de las mujeres a bienes y servicios básicos sino garantizar su participación pública y polı́tica cualitativa
en la sociedad en igualdad de condiciones que los hombres.
Con el marco de referencia del GED, el énfasis en el tema del poder y las
relaciones de poder permitió seguidamente un aumento en los estudios e
investigaciones sobre “masculinidades y desarrollo”. Esto facilitó la incorporación de los hombres y sus identidades como temas en el análisis de
género. El concepto de “masculinidad hegemónica” que se le atribuyó originalmente al sociólogo australiano Raewyn Connell, se refiere a “[. . .]esa
forma o modelo de masculinidad que una cultura favorece por encima de
otros, que define implı́citamente lo que es ‘normal’ para los hombres en
esa cultura y que es capaz de imponer esa definición de normalidad por
encima de otros tipos de masculinidad” (Mangan, 2003:13).
Esto no significa necesariamente que la “masculinidad hegemónica” sea,
en sı́ misma, la expresión más común de ser hombre sino a la que los
hombres más aspiran y la que más aprueban. Cuando los hombres
ejercen su masculinidad de esta manera, causan directamente la subordinación de las mujeres y de aquellos hombres, especialmente los homosexuales, que la desafı́an y la rechazan. El grado en el cual los hombres
integran individualmente la “masculinidad hegemónica” en su identidad
personal está relacionado directamente con las formas en las que usan el
poder en sus relaciones interpersonales, sociales, económicas y polı́ticas
como un medio para controlar, dominar y subyugar a las mujeres. Esto se
manifiesta invariablemente en todo tipo de violencia, utilizada como una
herramienta para ejercer y mantener el poder, los derechos y los privilegios
que simultáneamente se les niegan a las mujeres. Mientras que la mayorı́a
de los hombres no se suscriben per se a la “masculinidad hegemónica”,
existe una complicidad silenciosa de parte de la mayorı́a de los hombre
que, en diferentes grados, disfrutan de los beneficios que ésta otorga. Esta
complicidad es un elemento crucial que permite y garantiza su consolidación, perdurabilidad y adaptabilidad, aún cuando otras normas sociales
varı́an.
Los hombres en contra de la violencia en Nicaragua
En 1993, cuando Puntos de Encuentro lanzó el Grupo de Hombres contra la
Violencia o GHCV, con sede en Managua, éste pronto se convirtió en un
punto focal para los hombres para reflexionar sobre su masculinidad y promover la reflexión entre otros hombres tanto a nivel comunitario como institucional. El grupo, que se reunió regularmente durante casi diez años, se
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caracterizó por su heterogeneidad e hizo posible que hombres de diferentes
edades, campos educativos, clases sociales, ideologı́as polı́ticas, creencias
religiosas y preferencias sexuales se reunieran. El único requisito para participar era el compromiso personal de no usar la violencia en contra de las
mujeres (o de otros hombres) y de convencer a otros hombres para que
hicieran lo mismo.
Muchos de los primeros miembros del GHCV ya estaban dedicados a la
justicia social y habı́an trabajado previamente en la Revolución Sandinista
durante los años ochenta. A principios de los noventa, como empleados
de diferentes ONG, su compromiso se puso a prueba cuando las mujeres
de esas organizaciones los invitaron a analizar la justicia social desde una
perspectiva de género. Como resultado, descubrieron que sin equidad de
género, la justicia social era un concepto vacı́o y sin sentido. También se
dieron cuenta de que la “masculinidad hegemónica” estaba profundamente
arraigada en las ideologı́as polı́ticas de derecha e izquierda que validaban y
reproducı́an desvergonzadamente conceptos y prácticas sexistas y homofóbicas.
Se hizo obvio para los miembros del GHCV que los cambios en la masculinidad hegemónica sólo se podı́an lograr cuando los hombres se comprometieran personalmente a renunciar a la violencia y a los privilegios
relacionados con ser un hombre en la sociedad. Esto implicaba adoptar
una posición pro-feminista que respaldaba las agendas sociales y polı́ticas
del feminismo, que ellos habı́an empezado a entender como la propuesta
ética progresiva para la eliminación de todo tipo de discriminación y violencia en contra de las mujeres en todas las esferas de la vida pública y
privada y para el establecimiento de la justicia de género.
Como tal, el GHCV se consideraba a sı́ mismo como un aliado del feminismo en Nicaragua, y se gestó una relación de mutuo beneficio entre las
ONG feministas y el grupo. Los miembros del GHCV participaron en programas de formación y concientización que CANTERA y Puntos de
Encuentro habı́an diseñado para hombres sobre género y masculinidades,
fortaleciendo su compromiso personal con la equidad de género y adquiriendo nuevos conocimientos y destrezas para poner en práctica ese compromiso en sus propias vidas. Al mismo tiempo, los miembros del GHCV
empezaron a desempeñar un importante papel en la formación de otros
hombres y en los programas de investigación y concientización sobre masculinidades fomentados por estas y otras ONG.
A mediados de los años noventa, miembros del GHCV empezaron a
desempeñar un papel más polı́tico en el cabildeo de miembros prominentes
de la Asamblea Nacional y recolectando firmas para respaldar las iniciativas
de la Red de Mujeres Contra la Violencia (RMCV) para garantizar la creación
de leyes para proteger a las mujeres y prevenir la violencia de género.
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Antes de finalizar la década, sin embargo, el compromiso polı́tico se puso a
prueba cuando Zoilamérica Narváez acusó a su padrastro, el Presidente
Daniel Ortega, de abuso sexual sistemático en la década de los ochenta,
cuando ella era adolescente. Después de una profunda reflexión y análisis
de la situación, el GHCV respaldó abiertamente a Zoilamérica, y entre
1998 y 2000 participó en manifestaciones y programas de radio y televisión
exigiendo justicia para Zoilamérica.
Para finales de los noventa, el GHCV habı́a desarrollado su propia identidad autónoma y se habı́a convertido en una voz “masculina” alternativa
reconocida a nivel nacional e internacional en la lucha para acabar con la
violencia de los hombres en contra de las mujeres, concentrándose en particular en el trabajo directo para cambiar conceptos y prácticas relacionadas
con ser hombre. El trabajo en el tema de masculinidades (formación, concientización, campañas públicas y polı́ticas) en Nicaragua habı́a generado
una “masa crı́tica” significativa de hombres que habı́an estado expuestos
a la idea de que el poder y la violencia no eran elementos esenciales de
ser hombre y que si eran adquiridos socialmente, también se podı́an desaprender.
Esto llevó al grupo con sede en Managua a fundar la Asociación de
Hombres contra la Violencia AHCV. El objetivo de la AHCV era garantizar
la continuidad del trabajo realizado por las ONG en los noventa, pues la
capacidad de éstas era limitada, y desarrollar más estrategias y metodologı́as para trabajar con los hombres. Hoy en dı́a, la AHCV cuenta con
varios cientos de miembros activos en más de 30 municipios en diferentes
partes del paı́s. La concientización y la formación para desafiar y cambiar
las actitudes y el comportamiento de los hombres son el objetivo principal
de las estrategias de intervención comunitarias desarrolladas por la AHCV.
También fomenta la consolidación de grupos y redes locales de hombres
organizados en contra de la violencia, fortaleciendo su capacidad para
introducir la “cuestión de las masculinidades en la agenda de las organizaciones comunitarias y los gobiernos locales con los que están involucrados y
en los que pueden influir. Tanto a nivel local como nacional, la AHCV
respalda la agenda polı́tica y las iniciativas de los movimientos y organizaciones de mujeres dedicadas a acabar con la violencia de los hombres en
contra de las mujeres.
En los últimos años, esto ha implicado tomar una posición pública para
respaldar los derechos de las mujeres al aborto terapéutico (por razones
médicas), criminalizado en octubre de 2006, y la participación en marchas
y protestas civiles en oposición al acoso del que son vı́ctimas las lı́deres feministas y las organizaciones de mujeres por parte de las instituciones estatales. Estas acciones amparadas por el estado han sido ampliamente
condenadas por la mayorı́a de las organizaciones de la sociedad civil,
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agencias internacionales de ayuda y paı́ses patrocinadores, especialmente
la Unión Europea y los Estados Unidos, por ser ilegales y anticonstitucionales.
Como un personaje clave en el desarrollo de los programas de capacitación para los hombres en Nicaragua, ha sido fascinante, para mı́, ser testigo
de cómo los hombres transforman actitudes, valores y comportamientos
patriarcales profundamente arraigados y desarrollan nuevas formas de
relacionarse con sus parejas, hijos/as y amigos/as y consigo mismos.
Para muchos, esto ha implicado reconocer que usan violencia y ponerle
fin, para otros, significa una mayor participación en las labores del hogar
y el cuidado de los/as hijos/as. Para algunos, como Xavier Muñoz, el coordinador de la AHCV, ha significado un enfoque totalmente nuevo y radical
de la paternidad:
En mi relación con mi hijo la primera cosa que hice fue cortar con toda la
violencia dirigida hacia él y trabajar en comunicarme con él. Al principio,
mi familia me criticaba por no pegarle. Pero con el tiempo, ellos también
han dejado de pegarles a sus hijos. Ese es uno de los logros del grupo de
hombres. Aprendı́ nuevas formas de relacionarme mediante el grupo.
Hay un dicho muy bonito que dice: “Debemos aprender a enseñar con
ternura”. He aprendido eso. . .
No obstante, también ha sido frustrante, ver las contradicciones y los desafı́os que implica el cambio personal cuando se nada en contra de una corriente predominantemente machista. Como lo expresó un hombre en un
taller sobre “Género, poder y violencia” hace unos años:
No podemos engañarnos con que somos naturalmente superiores a las
mujeres, pero siendo realistas, sabemos que cambiar no es una labor fácil.
Existen muchas presiones de nuestros amigos, colegas, familias y hasta de
las mujeres para que no cambiemos. Nos aterra que se rı́an de nosotros y
nos marginen, que nos llamen “maricas”. Esos miedos hacen difı́cil que
pongamos en práctica lo que estamos descubriendo en este taller. . .
Al final de la década de los noventa, CANTERA realizó un estudio sobre el
impacto (1999) con hombres que habı́an participado en los programas de
formación y mujeres cercanas a ellos (parejas, madres, hijas, colegas). La
encuesta reveló algunas tendencias interesantes. Tanto hombres como
mujeres estuvieron de acuerdo con que se habı́an dado cambios en la
forma en la que los hombres percibı́an su masculinidad, una mayor solidaridad con las mujeres y más participación en las labores del hogar. Las
mujeres, sin embargo, observaron una mayor responsabilidad como
padres y un menor grado de homofobia del que los hombres se atribuyeron.
Por otro lado, la percepción de los hombres de ser menos violentos y más
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responsables sexualmente también fue reconocida por las mujeres aunque
en un menor grado.
El estudio también muestra que los hombres que utilizaban la violencia
en contra de sus parejas antes de participar en los talleres y que continuaron
haciéndolo después, estaban realizando esfuerzos concientes para erradicar
esa violencia. El número de actos de violencia psicológica registrados antes
y después de los cursos de formación disminuyó en un 36% y la violencia
fı́sica en un 56%. Igualmente, la frecuencia y la gravedad de esos actos de
violencia disminuyó significativamente. Ejercicios de monitoreo y evaluación realizados más recientemente por la AHCV y algunas agencias internacionales de desarrollo1 que han incorporado la “cuestión de las
masculinidades” en su trabajo también confirman los cambios sustanciales
en las actitudes y el comportamiento individual de los hombres y los esfuerzos sinceros de poner en práctica lo que aprendieron, especialmente en sus
familias y trabajos.
Conclusión: de lo personal a lo polı́tico
En los últimos 16 años, docenas de ONG locales y nacionales y de organizaciones comunitarias en Nicaragua han facilitado la formación en “masculinidades” para el personal masculino y para algunos grupos en particular
(especialmente hombres jóvenes). Muchos de ellos se han convertido realmente en modelos de conducta alternativos para los hombres tanto dentro
de las organizaciones como en las comunidades en las que operan. En
algunas instituciones estatales como la Policı́a, el Ejército y el Ministerio de
Salud se han dado procesos similares, aunque en un menor grado.
Sin embargo, una de las crı́ticas principales de estos procesos es que son
costosos, llevan tiempo y carecen de una visión estratégica polı́tica clara.
Pese a la creciente evidencia de que los hombres realmente se benefician
de forma individual, impulsando cambios en particular en sus familias cercanas, existen personas, especialmente pertenecientes a grupos feministas,
a quienes les preocupa la capacidad de esos hombres de trascender la
dimensión personal y desafiar y cambiar los aspectos estructurales del
patriarcado institucionalizado. Aunque los procesos de cambio individual
son importantes y son un requisito para un cambio social más amplio, el
carácter y las estructuras patriarcales de las instituciones sociales y polı́ticas2 en general permanece intacto.
1 Por ejemplo, agencias suecas como Forum Syd y Diakonia; agencias de la ONU como UNFPA y
PAHO (2003–2009)
2 Por ejemplo las iglesias, los partidos polı́ticos, las organizaciones comunitarias, los sindicatos y las
entidades gubernamentales y estatales.
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Rubén Reyes, cofundador de AMAV y empleado de Puntos de Encuentro,
en una entrevista hace algunos años3 lo expresó de esta manera:
Venimos trabajando duro en cosas personales, con los demonios personales,
tratando de crecer, de cambiar y de ser hombres diferentes; hombres que
construyen nuevas relaciones. Pero también estamos concientes de la
necesidad de hacer de ésta la forma de vida de cada uno de nosotros y hacer
que este cambio social sea viable para todos los hombres mientras que nos
conectamos con nuestras relaciones con las mujeres. Entonces adoptamos la
máxima feminista “Lo personal es polı́tico” como una fuente de inspiración,
tratando siempre de que ası́ sea. Me parece no obstante que nuestra dificultad
es que la mayorı́a de nosotros somos hombres tradicionalmente excluidos de
las esferas tradicionales del poder polı́tico.
Por eso hasta ahora ha sido difı́cil articularnos de tal manera que
tengamos un mayor impacto en la sociedad. En relación con los
movimientos de mujeres, todavı́a estamos dando los primeros pasos. En el
caso de ellas, son más organizadas, hay más mujeres y por eso pueden
tienen un impacto social más beligerante.
No obstante, existe un creciente número de hombres con conciencia de genero
que trabajan actualmente en ONG y en instituciones gubernamentales y
quienes generalmente toman partido en defensa de los derechos de mujeres,
niños, niñas, homosexuales, lesbianas, bisexuales y transexuales, desafiando
las actitudes y los valores patriarcales y homofóbicos de otros hombres en sus
organizaciones. Muchos de ellos también participan activamente en partidos
polı́ticos, organizaciones comunitarias y redes clave de la sociedad civil como
la Red de la Diversidad Sexual y el Movimiento en contra del Abuso Sexual,
contribuyendo a esos espacios con una visión cualitativamente diferente de
lo que significa ser hombres. En el gobierno local de Jalapa, cerca de la frontera
con Honduras, el recién elegido alcalde y su asistente se han formado en masculinidades y han expresado públicamente su compromiso con la igualdad de
género y la colaboración con las organizaciones de mujeres locales.
Sin embargo, aunque algunos hombres (aún una asombrosa minorı́a) han
empezado a conectar lo personal con lo polı́tico, estos esfuerzos son dispersos y carecen de articulación. Existe en general una necesidad urgente de
escalar el alcance para concentrarse en hombres dentro de las instituciones
públicas y polı́ticas, quienes tienen a su cargo el diseño y la implementación
de las polı́ticas y la toma de decisiones en temas que afectan la vida y el
desarrollo de las personas.
Entre tanto, sin embargo, la presencia creciente de hombres con conciencia de género en las organizaciones comunitarias es un recurso muy valioso.
3 Entrevista inédita de Dean Peacock a Men Overcoming Violence, San Francisco, 1999.
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Su rechazo a los privilegios otorgados por la masculinidad hegemónica y
sus mecanismos e instrumentos facilitan la participación cualitativa e igualitaria de hombres y mujeres. Además, su compromiso con el desarrollo de
un modus operandi basado en la equidad, el respeto y la comunicación mutua
fortalece las estructuras y las relaciones internas de las organizaciones
comunitarias y contribuye con su sostenibilidad social.
Patrick Welsh ha estado involucrado en el cambio social y el desarrollo comunitario en Nicaragua desde mediados de los años ochenta, y comenzó trabajando en temas de educación
popular en áreas rurales afectadas por la Guerra de los Contras. Luego trabajó con ONG nicaragüenses, el Centro de Comunicación y Educación Popular (CANTERA) y la Asociación de
Hombres contra la Violencia, de la que es miembro fundador, en el desarrollo de metodologı́as
participativas para la formación en temas de género y concientización de los hombres. Ha trabajado como consultor autónomo desde 2003, apoyando las iniciativas de otras organizaciones
interesadas en “el tema de las masculinidades”y trabajando directamente con hombres en diversos paéses en América Central y del Sur, África y Europa.
Referencias
CANTERA (1999) Hacia Una Nueva Masculinidad: Impacto de los Cursos Metodológicos de
Masculinidad y Educación Popular 1994 – 1997, Managua, Nicaragua.
Connell, R. W. (1995) Masculinities, Polity Press, Cambridge.
D’Angelo Almachiara, October 1999, Explorando Nuestros Cambios, MUSAVIA,
Managua.
Fernández, Montserrat y Welsh Patrick, 2003, “Alternativas. Queremos y podemos tener
una vida mejor cuidando nuestras relaciones”, (Manual de formación para adolescentes
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Kane Liam, 2001, Popular Education and Social Change in Latin America, Latin America
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Mangan, M. (2003) Staging Masculinities: History, Gender, Performance, Palgrave
Macmilan, Basingstoke.
Muñoz Xavier y Welsh Patrick, “Hombres de Verdad o la Verdad sobre los Hombres”,
(Manual de formación para el fomento de los grupos de reflexión de los hombres), 2004,
CIIR/AMAV, Managua Nicaragua.
Welsh Patrick, September 2001, “Men are Not From Mars: Unlearning Machismo in
Nicaragua”, CIIR/ ICD, London, (en inglés y español).

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