REVOLUCIÓN CONTRA EL ESTALINISMO

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REVOLUCIÓN CONTRA EL ESTALINISMO
En lucha Octubre 2006
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HUNGRÍA 1956: LECCIONES PARA HOY
REVOLUCIÓN CONTRA EL ESTALINISMO
El mes pasado, los telediarios hablaban de manifestaciones contra un
Gobierno “izquierdista”
en Hungría. Los reporteros sacaron paralelos
con la revolución contra
el viejo sistema estalinista, hace 50 años.
en sus manos derribando totalmente
al viejo Estado, tarde o temprano
éste encontrará la oportunidad para
reestablecerse y ahogar en sangre
a los que le amenazan.
David Karvala
Desde 1956 mucha gente, tanto
de derechas como de izquierdas,
ha aceptado el mito de que aquella sublevación representase un
movimiento de derechas (incluso
fascista) frente a un gobierno
comunista.
Pero la verdadera historia de la
revolución húngara de 1956 nos
revela algo muy diferente; una lucha desde abajo contra la opresión,
que puede enseñarnos mucho al
movimiento de hoy.
A los países del Este de Europa
se los solían llamar comunistas.
Pero lo que se creó tras la Segunda
Guerra Mundial fue un sistema
como el de la Rusia estalinista; un
capitalismo de Estado, donde los
trabajadores y campesinos eran
explotados por el Estado en los
intereses de la alta burocracia.
El fin del fascismo en 1945 trajo
mejoras a Hungría, pero a finales de
los 40 el nivel de vida de los trabajadores empezó a caer, y la sociedad
se volvió cada vez más represiva.
La AVH (la policía de seguridad
húngara) espiaba y llevaba a cabo
torturas horribles.
Todo lo que ocurría en Hungría
estaba sometido a la URSS. Los
acuerdos firmados al final de la
guerra por Stalin y los dirigentes
estadounidense y británico habían
dividido Europa en esferas de
influencia, y en el Este el poder le
tocaba a Rusia.
La muerte de Stalin en 1953
sólo rompió el hielo brevemente.
Pero, en febrero de 1956 Jruschov,
el nuevo dirigente ruso, convencido de que el legado de Stalin
se había convertido en un lastre
para la URSS, denunció muchos
de los crímenes estalinistas en
un discurso secreto ante el XX
Congreso del Partido Comunista.
El discurso no tardó mucho en
conocerse, y dado que en el Este
se seguía fielmente cada directiva
rusa, se abrió una crisis en estos
países.
En Hungría, se reabrieron las
divisiones en el seno de la clase
dirigente que ya habían aparecido
en 1953. Así, se creó un espacio
para el debate, inicialmente entre
los intelectuales jóvenes, miles de
los cuales reivindicaban la democratización. Esto, a su vez, aumentó
la crisis entre la cúpula.
Estalla la revolución
Lo que detonó la revolución fue
algo aparentemente lejano. La crisis
había aupado a un nuevo dirigente
“reformista” en Polonia, Gomulka,
que cuestionaba elementos del
poder ruso. El 23 de octubre, los
estudiantes húngaros se manifestaron en solidaridad con los polacos.
La burocracia húngara vaciló entre
Una rebelde junto al cadáver de
un miembro de la AVH, la policía
secreta (arriba).
Tropas soviéticas entrando en
Budapest, capital de Hungría
(abajo).
La revolución fue un
ejemplo del
internacionalismo
que necesitamos en
el mundo globalizado
de hoy
sus intentos por reprimir o ignorar
la manifestación.
Cuando dicha burocracia optó
finalmente por la represión, fue
demasiado tarde. Los estudiantes
habían enviado delegaciones a las
fábricas, y el descontento subyacente hizo que los trabajadores se
uniesen a la manifestación. Es más,
una muchedumbre ante la sede de
la radio pedía que se emitiesen
las demandas de los estudiantes,
esencialmente las de reformas democráticas. Los disparos de la AVH
contra los concentrados desataron
la revolución.
Pocas horas después, la gente
estaba armada y luchando en las
calles contra la AVH. Empezó una
huelga general. Los soldados rasos
optaron entre la neutralidad —que
en ese momento significaba entregar sus armas a la gente— y sumarse
activamente a la revolución.
La reacción de los dirigentes estalinistas fue pedir la intervención
militar de la URSS. La intervención
fue inmediata, debido a la presencia
en Hungría de tropas rusas. Pero
habiendo vivido en Hungría, estas
tropas se negaron a reprimir la
revolución, y se sumaron con sus
tanques a los sublevados (o bien se
retiraron a sus bases).
El poder desde abajo
Durante un tiempo, existió en
Hungría una situación de “poder
dual”.
Por un lado estaban los órganos
del viejo Estado; debilitados y
fracturados, pero no destrozados.
El Gobierno del momento era reformista, pero la mano dura de siempre
podía volver en cuanto existiese la
posibilidad de aniquilar a los que
amenazaban al sistema.
Por otro lado, estaban los comités revolucionarios basados en la
democracia directa de las personas;
control de sus propias fábricas,
escuelas, ciudades… La revolución
reveló cómo en medio del caos, la
gente de a pie empezaba a crear
otro mundo mejor.
El mejor testigo que tenemos
de este proceso fue un periodista
comunista, Peter Fryer, enviado
por el PCGB (Partido Comunista de
Gran Bretaña). La experiencia hizo
que rompiese con el estalinismo,
y se volviese un revolucionario
internacionalista. Describió los
nuevos órganos de poder popular:
“Los comités se llamaban indiferentemente ‘nacional’ o ‘revolucionario’. En su origen espontáneo, en
su composición, en su sentido de
responsabilidad… estos comités,
de los cuales una red se extendía
por toda Hungría, fueron sorprendentemente uniformes. Fueron a la
vez órganos de insurrección —la
unión de delegados elegidos por
fábricas y universidades, minas y
unidades del ejército— y órganos
de autogobierno popular, en los que
el pueblo armado confiaba. Como
tal, disfrutaban de una enorme autoridad, y no es ninguna exageración
decir que hasta el ataque soviético
del 4 de noviembre el poder real en
el país estaba en sus manos.
Por supuesto, como en toda revolución auténtica ‘desde abajo’, hubo
‘demasiado’hablar, discutir, pelearse, ir y venir, espuma, excitación,
agitación… Es una parte del cuadro.
La otra es el surgimiento hasta el
liderazgo de hombres, mujeres y
jóvenes de a pie a los que la policía
AVH había mantenido sumergidos.
La revolución los empujó adelante,
desató su orgullo cívico y su genio
latente por la organización, y los
puso a construir una democracia
sobre las ruinas de la burocracia.
“Puedes ver a la gente desarrollándose día en día, me dijeron.”
No fue un proceso pacífico, ya
que muchos agentes de la odiada
AVH acabaron colgados de las
farolas —las experiencias contadas
por los presos liberados tras años
de cárcel y torturas tuvieron su
impacto—, y algunos burócratas
estalinistas también perecieron o
sufrieron palizas. Pero muchos más
comunistas de base, según Fryer,
“habían, por fin, encontrado la
revolución de sus sueños”.
Pero el poder dual siempre es una
situación inestable. Si el movimiento desde abajo no toma todo el poder
El final
El 4 de noviembre, los dirigentes
estalinistas invadieron otra vez con
nuevas tropas. Por temor a que ellas
también se infectasen con el virus
revolucionario, no se les permitía
bajo ninguna circunstancia hablar
con los húngaros.
Los trabajadores húngaros resistieron armados durante 6 días. Incluso después, intentaron negociar
sus demandas democráticas con
las fuerzas de ocupación, pero al
final el nuevo Gobierno burocrático
se impuso. Ejecutó a más de mil
personas, y muchos más pasaron
años en la cárcel.
Cincuenta años más tarde, y en
un mundo en que nos dicen que las
revoluciones no sirven para nada,
su ejemplo debe ser recordado, por
muchos motivos.
Primero, rompieron la idea de que
el socialismo significa un Estado autoritario. Aunque la mayoría de sus
participantes no lo planteasen así,
los comités que surgieron durante
la revolución fueron un modelo de
cómo se podría empezar a construir,
desde abajo, una sociedad genuinamente socialista.
Segundo, que una revolución
no puede ganar de forma decisiva
sólo en un país. En 1956 se vio
cómo se podían ganar a las tropas, incluyendo a muchas del país
ocupante. Fue un ejemplo del internacionalismo que necesitamos.
En el mundo globalizado de hoy,
hará falta aún más.
Y por último, que las revoluciones y las sublevaciones nunca son
perfectas; seguro que se cometieron errores, seguro que personas
inocentes cayeron entre los opresores ajusticiados, pero la mejor
respuesta a estos problemas no es
abandonar la lucha por un mundo
mejor ni soñar que todo se pueda
hacer sólo con medios pacíficos (los
dirigentes del viejo sistema o del
poder imperialista asegurarán que
esto sea imposible). La solución
dentro del movimiento es conseguir
una mejor organización, una red de
activistas conscientes —es decir, lo
que los marxistas llaman un partido
revolucionario— que sea capaz de
corregir estos errores y, sobre todo,
de dar más impulso a las luchas.
Porque el mayor error de una revolución suele ser el de quedarse a
medias, de no dar el paso adelante
decisivo cuando hace falta.
Con todo, y a pesar de ser
derrotados, los trabajadores y
campesinos húngaros nos dejaron
un ejemplo esencial sobre cómo
se puede y se debe impulsar una
revolución incluso, a veces, contra
un Gobierno que dice hablar en
nombre del socialismo.
Dejemos las últimas palabras
a Peter Fryer: “Aquí había una
revolución, para ser estudiada no
en las páginas de Marx, Engels y
Lenin, por muy importantes que
éstas sean, sino ocurriendo aquí
en la vida real, ante los ojos del
mundo. Una revolución de carne
y hueso con todas sus limitaciones
y contradicciones y problemas: los
problemas de la vida misma.”

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