El caminante de la Navetierra,Bienvenidos al Paseo Aldrey,Barro

Transcripción

El caminante de la Navetierra,Bienvenidos al Paseo Aldrey,Barro
El caminante de la Navetierra
Es ingeniero e integrante de una cooperativa que se dedica a
la bioconstrucción. Referente sudamericano de las Erthships
–viviendas que se hacen con materiales descartables y que se
autoabastecen de electricidad, agua y gas– está a cargo de la
construcción de la primera Navetierra en Mar del Plata.
Por Josiana García –
Fotos: Jerónimo González
Juan Bachi Pilotta tiene pelo largo. Siempre está peinado de
la misma manera: como si al despertar, se atara los pelos con
lo primero que encuentra sin importarle demasiado las
categorías “bien” y “mal” peinado. Vive en una casa que compró
en uno de los barrios que rodean al Complejo de la Universidad
Nacional de Mar del Plata. En la entrada, unos zapallos se
animan a crecer entre pastos un poco largos. Jota, como se lo
conoce, no vive en la casa de adelante porque restan hacerle
varios arreglos, entre ellos, el techo. Sino en lo que
antiguamente fue el quincho de la vivienda. Adaptada a las
necesidades de su familia —una hija adolescente y una mujer
embarazada— el monoambiente es cálido y en el patio que queda
entre ambos edificios se despliega una amplia variedad de
montículos de tierra, escombros y herramientas, clásicos de
una casa que está en plena refacción. Hay una pila de maderas
apiladas contra la pared. Son las estructuras con las que se
trasladan los parabrisas de auto. Jota las recuperó de un
taller mecánico porque “están buenísimas para hacer un montón
de cosas”, según explica.
Esa facilidad y fascinación por ver materiales de construcción
en vez de basura, es lo que hizo que este ingeniero en
electrónica se convirtiera en uno de los referentes
sudamericanos de las viviendas llamadas Navetierra (Earthship
en inglés) que inventó el arquitecto norteamericano Michel
Reynolds. Según earthship.com, el sitio oficial de la empresa
que dirige Reynolds, las Navetierras son “edificios
radicalmente sostenibles”. Esto significa que son casas que se
autoabastecen de electricidad a través de energía solar y
eólica; de agua, recolectando y almacenando la de lluvia; y de
gas a través de un biodigestor. Además, tienen un sistema de
refrigeración y calefacción solar, y cuentan con un vivero en
el interior en donde se pueden producir alimentos durante todo
el año. “La Earthship es el epítome del diseño y la
construcción sostenible porque ninguna parte de la vida
sostenible ha sido ignorado”, explican en el mismo sitio web.
En esta parte del continente, las Navetierras oficialmente
reconocidas por Earthship Biotecture son cinco. En tres de
ellas Jota participó de la construcción. Dos en la Patagonia
Argentina, y una en un pequeño pueblo a 80 km de Montevideo,
Uruguay, en la que además formó parte del equipo de
construcción de Reynolds. Está al frente, junto a la
Cooperativa Caminantes, de la primera Navetierra que desciende
en Mar del Plata, más precisamente en Sierra de los Padres en
un predio de 5 hectáreas y con un proyecto de la ONG
Prabhupada Seva que nuclea a la congregación Hare Krishna
local. Será la casa del doctor, especialista en nutrición,
Nicasio Cavilla, que se dedica a la medicina natural ayurveda
y que sostiene que “la salud tiene que ver con todo, incluso
con dónde uno vive; y parte de una vida saludable es tener una
vivienda saludable”. La casa se llama Druvaloka y, a
diferencia de las Navetierras anteriores, esta fue adaptada a
la economía y la cultura sudamericana y con un equipo de
construcción totalmente local.
Pero no siempre Bachi Pilotta fue un bioconstructor. Tiene 44
años y hasta hace 7 atrás trabajaba para la multinacional
Telefónica a la que ingresó luego de terminar sus estudios en
la Universidad pública cuando se recibió como ingeniero en
electrónica. Frases como “no era un laburo que iba conmigo”,
“tenía el bocho re quemado de Telefónica” y “es una picadora
de carne” salen de su boca mientras ceba unos mates luego de
una ardua búsqueda de los dos elementos necesarios para tal
intercambio: la bombilla y el mate. Abre armarios, remueve
pilas de platos, mira atrás de unas botellas con salsa de
tomate y algunos paquetes de galletitas. Pero nada. “Los otros
días se los prestamos a los albañiles y apareció arriba del
techo”. Dice mientras no deja de moverse y reírse. Finalmente,
la bombilla apareció adentro de la pileta abajo de algunos
utensilios de cocina recientemente lavados. Lo segundo nunca
pudo encontrarlo. Desiste de su búsqueda y opta por usar una
tacita, en la que cebará los mates durante la siguiente
entrevista.
Los
pasos
del
caminante.
Primero:
dejar
la
Multinacional
Juan trabaja en la Cooperativa Caminantes, una organización
que formaron a principios de 2012 algunos de los integrantes
de la Estación Permacultural de Mar del Plata. La Cooperativa
es un grupo multidisciplinario, según su propia presentación,
en el que confluyen para “la realización de actividades que
aportan al bienestar y a la calidad de vida del grupo y el
entorno, como alimentación, cultura, tecnologías socialmente
apropiadas, educación y bioconstrucción”.
—¿Cómo fue el cambio de la ingeniería en electrónica a la
construcción con barro?
—En realidad yo era un hombre bien: tenía perro, mujer y
laburaba para Telefónica. Los tipos te dicen “ahora te vas a
Buenos Aires, después te vas a España. Vas a ser gerente y a
ganar una tonelada de guita”. Me habían armado toda una
carrera. Y yo pensaba “a mí no me gusta eso”. A mí me gustaba
la naturaleza y las computadoras grandes, arreglarlas, meter
mano ahí. Llegó un momento en el que les planteé que no me iba
a ir a Buenos Aires entonces me dijeron “cagaste”. Me entraron
a cortar capacitaciones, no me daban aumento, no me daban
permisos. Hasta que llegó un momento que tomé la decisión: me
voy de Telefónica. Me puse en contacto con una empresa que
conocía en Mar del Plata y me quedé laburando acá. Ahí empecé
a ver lo que era la Permacultura porque tenía más tiempo, más
libertad.
Hasta hace algunos años atrás, el compromiso de Jota con la
naturaleza pasaba por buscar libros y documentales sobre el
tema. Pero recuerda con precisión la pregunta que le hizo el
click. Su hija mayor, que ahora tiene 12 años, miraba un
documental de Greenpeace. Interrumpió la proyección y le
preguntó: “Papá, ¿Qué están haciendo?”. La respuesta fue la
trampa: “Lo que hacen es para mejorar el mundo y la ecología”.
“Ahh, ¿y vos qué estás haciendo para mejorar el mundo?”,
repreguntó ella.
—Yo estaba sentado adelante del televisor y esa noche me dije:
“No estoy haciendo una mierda”. Era nada más que hablar con
amigos y tratar de convencerlos de cuidar el medio ambiente.
Empecé a averiguar por la Permacultura y quién andaba en esa
movida porque no conocía a nadie. Me contacté con gente del
Movimiento Zeitgeist Mar del Plata, del cual algunos nos
fuimos cuando consideraron que el barro no servía porque no
era tecnología, y que hacer huerta tampoco servía. De ahí nos
fuimos muchos y creamos la Estación Permacultural, de la cual
después se desprendió la Coope Caminantes.
Segundo: juntarse con otros
—¿Qué hacían en el espacio de la Estación Permacultural?
—Nos prestaban un lugar en La Rioja y Roca. Era un espacio
para probar hacer cultivos orgánicos, construir con barro,
hacer estufas rocket, teníamos un calentador solar de agua.
Empezamos a aprender y fue cuando me dije que esto no lo
quería hacer solamente los fines de semana. Entonces me empecé
a meter cada vez más y armamos la Coope entre diez que
queríamos laburar de esto. Ahí dejé de trabajar como
ingeniero.
—En tu formación académica en la Universidad, ¿aparecían temas
relacionados a la permacultura?
—Nada. Aprendí algunas cosas por mi cuenta. No encontraba
espacios, ni amigos, ni gente en común que me diera pelota con
eso. Te vas sintiendo medio sólo con el manualcito que te dice
lo que tenés que estudiar y de qué tenés que trabajar; y no me
podía bajar de ahí porque no encontraba gente que me hiciera
la segunda. Y solo la verdad es que no sirve. Lo más groso de
la Estación era eso: nos encontramos un grupo de personas que
teníamos ganas de aprender de lo mismo y eso es lo que te
permite dar un paso. Hay amigos que me dicen que en Telefónica
tenia la vaca atada y que bajé escalones. Pero hice lo más
fácil: hacer lo que me gusta. Los sacrificados son los que
siguen en las empresas multinacionales. Bajé escalones
económicos para subir en calidad de vida. Porque aprendí a
arreglarme con una guita distinta y vivo más feliz y
tranquilo.
Tercero: usar Internet como herramienta
Un desierto. Y por medio de él un hombre blanco, de canas y
pelo largo cruza las áridas tierras en una moto cross que
luego se sabrá que hizo andar reutilizando aceite de cocina.
Tiene unos 60 años, es flaco y usa anteojos de sol. Se trata
de Mike Reynolds. Y el lugar es Taos, Nuevo México, en donde
vive en la primera Navetierra que construyó: su casa.
Alrededor, hay otras viviendas similares que ayudó a levantar
en lo que fue la primera comunidad que fundó en 1990 y que se
llama “La Gran Comunidad del Mundo”. Tierras comunitarias,
subdivididas, en un lugar en donde en apariencia sólo hay eso:
tierra. Ni agua, ni frutos, ni pasto ni animales. Pero que,
después de 30 años de investigaciones, pruebas y luchas
legales, demostró ser un espacio con infinitas posibilidades
porque hay sol, viento, lluvia y basura para reciclar. Las
imágenes pertenecen al documental “Guerrero de la Basura” que
se estrenó en 2007 luego de que se convirtiera en un referente
mundial del movimiento ambientalista. No sólo por la
innovación de sus investigaciones, sino porque junto a su
equipo viajó a ciudades totalmente arrasados por catástrofes
naturales, como las Islas Andaman (India) o New Orleands
(EE.UU), donde las Navetierras surgieron como una respuesta
posible y efectiva para millones de familias que habían
perdido todo.
En el desierto de Nuevo México, ese lugar que parecía muerto,
Reynolds pudo desarrollar los modelos de Earthship que existen
y que reúnen seis características fundamentales: -Construcción
con materiales naturales y reciclados. -Colección y
almacenamiento de agua de lluvia. -Calefacción y refrigeración
con masa térmica y sol. – Producción de alimentos. Tratamiento de aguas grises y negras. – Electricidad
fotovoltáica y eólica.
Y si bien cada Navetierra es única en su estética, se podría
resumir en dos modelos: el “Global Model” que es el más grande
y completo en todas sus funcionalidades y cuesta unos 300 mil
dólares; y el último modelo que desarrolló Reynolds que es el
“Simple Survival” que cuesta unos 15 mil dólares. Ese modelo
fue el que se usó en la primera Navetierra de Argentina, la de
Usuahia; y la octava que se hizo en el mundo desde que se
diseñó. Lo interesante, es que esta versión más económica fue
pensada luego de que Reynolds y su equipo de constructores
identificaran que sólo el 20% de la población mundial podría
acceder a construir el “Global Model” por sus costos.
—¿Cuál fue el primer contacto con la obra de Reynolds?
—Veía que estaba todo mal y me propuse buscar gente que
estuviera haciendo cosas buenas. Entonces apareció el
documental “El Guerrero de la Basura”. Y me copé con las
Navetierras. El tipo había publicado tres libros, los compré y
los empezamos a traducir. Esos libros están en castellano
porque un montón de gente se anotó voluntariamente en una
página que armé.
—¿Cómo fue ese proceso?
—Mi laburo era sistemas así que armé una página que llamé
navetierramdq. Escanié los libros y los subí gratis a la web y
puse “queremos traducir estos libros al castellano para que
esta información llegue en español. El que quiera me escribe”.
Ahí me contactó un chico de Chascomús y me dijo que él se
podía encargar de contactar a los voluntarios, repartir los
libros por capítulos, mandárselos. Después nos lo devolvían
por mail y nosotros lo compaginábamos. Le mandé un mail a
Reynols y le dije “mirá, tu libro está re bueno. Me parece que
esto hay que compartirlo. Lo voy a subir gratis a la web”.
Nunca me contestó. Cuando lo conocí, la secretaria se reía
porque se acordaba de ese mail.
—¿Y esos libros se conseguían en Mar del Plata?
—No, los compré en Amazon; me tardaron como dos meses. Eran
libros baratos. Pero estaban en inglés y no podíamos compartir
la información. Después de un año y medio de laburo voluntario
tuvimos los tres libros, los subimos y tuvieron un montón de
descargas. Hasta el día de hoy hay gente que me escribe y me
dice “gracias”. Con esos libros te podés hacer una Navetierra.
Oficialmente reconocida por Earthship Biotecture, la primera
Navetierra que se construyó en Argentina fue la de Usuahia. Un
proyecto que impulsó el actor Mariano Torres y que fue
financiado por la Gobernación de Tierra del Fuego y la
Municipalidad. En esta Navetierra el Estado puso el terreno,
los materiales y herramientas y Reynolds dictó un taller
teórico-práctico de un mes, con un costo de 1500 dólares,
junto a su equipo de 10 constructores, del que participaron 70
personas de todo el mundo.
Actualmente esa Navetierra tiene una función pública. Puede
ser visitada por turistas y colegios y es un espacio de
difusión de buenas prácticas con el medio ambiente. Durante su
construcción, Mariano Torres junto a su mujer, la cantante y
actriz Elena Roger, filmaron el documental “Navetierra. Un
nuevo mundo en el fin del mundo”.
—¿Cómo llegaste a participar de Usuahia?
—Un día me llama un flaco, Mariano Torres, que me pregunta si
puede pasar por la Estación porque quiere hacer una
Navetierra. Era un actor, pero yo la televisión la había
apagado hacía seis años y no tenía ni idea. El flaco me dice
que vio la página y que quiere hacer una en Usuahia y que si
lo ayudaba. Armamos un proyecto para presentar en la
Municipalidad; y él, como es famoso y nativo de ahí, tenía
toda la palanca. Entonces, al año ya lo había traído a
Reynolds a dar una charla. Me dijo que fuera al curso porque
me becaban y me iba a encargar de la instalación de paneles
solares. Ahí fue el primer contacto que tuve con Reynols y
donde aprendí con su equipo a armar toda una Navetierra.
—¿Cómo fue trabajar con Reynolds?
—El tipo tiene 70 años y empieza a laburar a la 7 de la mañana
con la pala y el pico. Entonces es como que perdés esa
idolatría porque lo tenés laburando al lado tuyo. Sí aproveché
para preguntarle todo lo que se me ocurría. Y también a su
equipo. Porque tiene gente zarpada que la hizo de abajo. La
verdad es que no se la cree, te va a decir lo que sabe.
De esa experiencia, Jota escribió una “Bitácora de la
NaveElefanta, construcción de la Earthship de Ushuaia”, un
relato detallado, día por día, de su primera experiencia con
la Navetierra que se puede descargar de su página web.
Después de Usuahia, Jota participó, en El Bolsón, de la
construcción de la segunda Navetierra en Argentina. Un
emprendimiento privado y en el que fue contratado por los
dueños para hacer la instalación eléctrica. Y, un año más
tarde, lo llamaron por teléfono y le dijeron que cruzara el
Río de la Plata y en tierra charrúa formara parte del equipo
de Reynolds para construir la primera escuela 100%
autosustentable de Latinoamérica.
El pueblo se llama Jaureguiberry, tiene 500 habitantes y está
a 80 km de la capital de Uruguay. A diferencia de Usuahia, el
financiamiento fue de una empresa y el Estado facilitó las
herramientas y el terreno, además de declarar de interés la
actividad. Toda la gestión estuvo a cargo de la ONG Tagma
integrada por un grupo de amigos que desde hacía 4 años
estaban detrás de la posibilidad de construir una Navetierra
después de haber visto el mismo documental que Jota.
El último paso: el proyecto local
Cuando Jota armó el sitio web desde el que se tradujeron los
libros de Reynolds, tenía como fin armar una Navetierra en Mar
del Plata. Conseguir la tierra, los materiales y construirla
con mano de obra voluntaria. “Ese es el proyecto que todavía
no pudimos hacer. Un lugar que después sea un museo de la
construcción en barro, del reciclado. Un espacio para ser
visitado por escuelas en donde se puedan dar charlas sobre el
tema. Es un proyecto previo a la Cooperativa y a la Estación
Permacultural. Es un proyecto más altruista, aunque todavía no
pudimos hacer nada”.
Como otros, el doctor Nicasio Cavilla también se vio
identificado con el documental de Reynolds. Buscó en internet
y vio una nota que le hicieron a Jota. “Es un laburo de un
cliente para la Cooperativa que quiere una casa, en este caso,
una Navetierra. Un emprendimiento privado”.
—¿Por qué decidieron hacer la Druvaloka con la misma modalidad
de taller que Reynolds?
—Fue una manera de difundir y de financiar. Es una forma de
intercambio. Con el taller no se gana plata, se cubren los
gastos y se construye a una velocidad mucho más rápida.
Participaron 25 personas que vinieron de Tucumán, Córdoba,
Trelew, Rio Colorado, Neuquén, Balcarce, Mar del Plata y
México.
—En concreto, ¿qué significó
presupuesto Latinoamericano?
adaptar
la
Navetierra
al
—Por ejemplo, Reynolds utiliza un aislante que es como un
tergopol pero más duro. Cada plancha cuesta 850 mangos.
Nosotros lo reemplazamos con ladrillos pet (botellas llenas de
material reciclado) y palets. Cero pesos y aísla casi lo
mismo. El techo vivo, que es poner pasto en el techo, Reynols
no lo utiliza porque vive en el desierto e intenta capturar
todo el agua de lluvia que pueda. Acá en Sierra de los Padres
no necesitamos eso, entonces vamos a captar con el techo del
invernadero pero la parte de las cúpulas las hacemos con pasto
y en eso ahorramos muchísima guita y tiempo. La de Usuahia
costo 85 mil dólares, la de El Bolsón 90 mil dólares y esta va
a terminar costando 20 mil dólares, el mismo tamaño hecho de
distintas maneras.
—¿Y en cuanto a las energía renovables?
—Lo que no se instalaron son los paneles solares que valen
como 40 mil pesos. Va a tener uno sólo para hacer funcionar
una bomba de agua. Después tiene el pilar de luz enfrente. Le
dejamos el lugar preparado por si el día de mañana quiere
poner todos los paneles y pegarle un hachazo al cable. Pero si
tenés el pilar de la luz y no tenés la plata, enchufate a la
red. Hay agua de pozo que está buenísima y que usa toda la
comunidad. Para qué vamos a hacer un techo gigante de cemento
para colectar agua de lluvia si tenemos agua buena; y para
potabilizar el agua de lluvia se usan unos filtros de cerámica
y todo un aparato que cuesta mucho.
El caminante de la Navetierra sigue su andar. Ahora va hacia
el desierto de Atacama, Región de Iquique en Chile. Desde allí
lo llamaron para acompañar la construcción de “Pachakuti, la
Navetierra del Desierto”. Jota publicó en su Facebook: “La
Nave te da sorpresas… Sorpresas te da la tierra… Y así sin
pensarlo te pasa que un día te contactan desde ahí y te dicen
si te animas al ir al clima desértico de Atakama a planificar
una Navetierra. Wikipedia dice que es el desierto más árido y
seco del mundo, llueve 1 mm cada 15 años, y hay sectores con
400 años sin recibir lluvia. Es además el mejor lugar del
planeta para observar el cielo. Dicen que lo único que crece
por ahí es un árbol llamado Tamarugo, yo creo que también
pueden crecer las Navetierras”.
Bienvenidos al Paseo Aldrey
El 28 de octubre se inauguró el “Paseo Aldrey cultural y
comercial”. Se trata de un negocio millonario realizado en
terrenos fiscales, entregados por el Estado a una empresa a
través de un proceso plagado de irregularidades. En este
informe, la historia de una concesión que terminó siendo un
shopping. Poder real, Estado y derecho a la ciudad.
Por Federico Polleri – Fotos: Maximiliano Gutiérrez y Federica
González
Empecemos con una provocación: el empresario Florencio Aldrey
Iglesias puede ponerle a su paseo comercial el nombre que
quiera.
¿Quiere ponerle Paseo Aldrey? Puede. Si quisiera poner en la
puerta una gigantografía con su cara, podría también.
Una vez que el Estado le otorgó la concesión de un patrimonio
de dominio público —al igual que cualquier empresario que
administra una Unidad Fiscal (como lo hacen en las de la
playas, por ejemplo)— puede elegir para el emprendimiento
comercial el nombre de fantasía que él quiera.
La pregunta no es, entonces, por qué se permitió que el
Shopping que emplazaron en la exTerminal de Omnibus de Mar del
Plata lleve el nombre del empresario español. La pregunta es
por qué se le otorgó a un particular, para su explotación
comercial, un bien que le pertenece a toda la comunidad.
Muchos quieren que se discuta el nombre.
Entonces, quizás, convenga discutir el fondo.
Hecha la ley…
Una concesión es el traspaso, por parte del Estado, de un bien
que pertenece a toda la sociedad hacia manos de ciudadanos
particulares, con fines de explotación comercial, por un
período determinado.
Para otorgar este bien, existen diversos mecanismos. El más
conocido es el llamado a licitación: el Estado prepara un
pliego con las condiciones del otorgamiento, la inversión base
que se deberá realizar, el canon que se tendrá que abonar,
entre otros ítems. Una vez que se da a conocer ese pliego, a
través de una convocatoria pública, las empresas o
particulares interesados se presentan a la licitación y
compiten entre sí buscando mejorar la base propuesta. El
Estado, luego de un proceso de evaluación de las ofertas de
cada participante, elige la que considera más conveniente.
Cuando se trata de procesos limpios y ajustados a derecho, el
final es abierto y, cual si fuera un certamen televisivo, las
empresas competidoras aguardan con ansiedad el resultado.
Hace unos años, en el cierre del programa de televisión
Talento Argentino, un escribano metió la pata y rompió la
magia de la esperada final, anunciando anticipadamente al
ganador.
Algo parecido ocurrió cuando se incorporó al sistema de
concesiones la figura de Iniciativas Privadas. A partir de
ahí, un empresario podía, por motu propio, presentar un
proyecto al Estado para la explotación de un bien común,
garantizándose —si el Estado lo aceptaba— el triunfo en la
futura licitación. La ley de Iniciativas Privadas es a las
licitaciones lo que el escribano bocón es a los programas de
talentos.
El mecanismo —creado en la dictadura de Onganía, llevado al
máximo y perfeccionado en la década neoliberal y actualizado
en la etapa actual— es simple: el particular que presenta un
proyecto original es declarado Iniciador. Esto le brinda
beneficios y privilegios para la posterior licitación (ventaja
de un 5%, y posibilidad de igualar si la otra propuesta es
hasta un 20% superadora).
En limpio: le garantiza el triunfo con sus potenciales
adversarios. Si bien mantienen la figura de la licitación
pública, lo cierto es que casi no se conocen casos en los que
la empresa declarada iniciadora haya perdido la gran final.
Se acabó el misterio: gana o gana el Iniciador.
Un caso único en el país
La historia de la concesión de la exTerminal de Omnibus de Mar
del Plata, otorgada finalmente a Emprendimientos Terminal S.A.
(ETSA) para la construcción del monumental Paseo Aldrey, tuvo
muchas idas y vueltas. Pero si por algo fue llamativa, además
de por la envergadura del proyecto, fue por un aspecto
original. No existe en la ciudad, ni en ningún otro lugar del
país, un antecedente en el que tres grupos empresarios
diferentes presenten en un lapso de 24 horas un proyecto
similar, para hacer un mismo negocio, en un mismo espacio
público.
Martín Colombo era el abogado a cargo de la Procuración
Municipal del Partido de General Pueyrredon (cuya misión es
asesorar jurídicamente al Departamento Ejecutivo) en el
período en que se determinó la suerte del predio. A su cargo
estuvieron los dictámenes que evaluaron los aspectos técnicojurídicos de los proyectos presentados y la licitación
posterior. Renunció una vez finalizado este proceso y
actualmente se desempeña como abogado de forma privada y
sostiene una destacada labor académica, con especialización en
derecho administrativo. Ahora está parado buscando en la
biblioteca de su oficina. Con rapidez elige tres libros
ubicados en distintos estantes y los suelta sobre la mesa.
Habla con seguridad.
—En Argentina hay solamente tres libros escritos sobre
Iniciativas Privadas. Ninguno de los tres se refiere a qué
pasa cuando hay dos iniciativas presentadas en el mismo día y
casi a la misma hora. También hay libros uruguayos, chilenos,
españoles y norteamericanos. Ninguno lo prevé.
—¿Había algún antecedente?
—Con contundencia te digo que no. No no hay ninguno en el
país.
Tres, dos, uno
Las tres propuestas eran éstas:
1. El proyecto de Emprendimientos Terminal SA (en
formación), presentado por Jerónimo Mariani y diseñado
por él, junto a su socio del estudio de arquitectura
Mariani-Pérez Maraviglia (Expediente 18.139-3-2009).
2. El proyecto del Roig Grupo Corporativo, presentado por
Alfonso Roig Melchor y Emiliano Giri, diseñado por el
arquitecto Cesar Pelli (Expediente 18.193-5-2009).
3. Y el proyecto del Grupo Idear, presentado y diseñado por
el arquitecto
18.346-7-2009).
Julio
C.
Almeida
(Expediente
El tercer proyecto fue el primero en ser rechazado por
inconsistencias insalvables en la presentación, lo que dejó en
competencia sólo a los dos primeros. Pero el problema seguía:
¿cómo decidir cuál de las dos propuestas que quedaban en juego
era la que finalmente se quedaría con el negocio?
River-Boca
La disputa entre empresarios se tradujo socialmente en una
suerte de clásico de fútbol. A pesar de que el oficialismo
intentó negarlo durante mucho tiempo, ya la comunidad sabía
que detrás del proyecto de ETSA estaba el director del
multimedios La Capital, Florencio Aldrey Iglesias.
Los sectores políticos y sociales que se oponían a este
proyecto, argumentaban que la propuesta del Grupo Roig era más
generosa en términos de espacio público, y que había sido
diseñada por el tucumano Cesar Pelli, un arquitecto de fama
internacional (autor, entre otros edificios, de las famosas
Torres Petronas de Kuala Lumpur).
Así, se instaló en los medios de comunicación y en las calles
marplatenses una rivalidad entre los dos proyectos (Aldrey
Iglesias vs Pelli), que incluyó pintadas, juntadas de firmas,
movilizaciones, debate en redes sociales y declaraciones de
todo tipo.
Tanto fue así que, en uno de los dictámenes de la Procuración
Municipal, Colombo advirtió sobre “el inusitado contexto de
trascendencia mediática, publicitaria, social y política que
ha tomado este procedimiento. Que muestra desde hace meses un
cariz escenográfico, cuasi electoral, tal vez futbolero, que
ha llevado a trasladar la discusión hacia los confines de
ámbitos errados y, en cierta medida, trapaceros”.
Canté pri
La sabiduría infantil del famoso “canté pri” proviene del
derecho romano: “Prior in tempore, potior in iure”, que quiere
decir “primero en el tiempo, mejor en el derecho”. Este
principio fue el que utilizó el intendente Gustavo Pulti para
determinar que, de las propuestas presentadas en simultáneo,
la declarada Iniciadora fuera Emprendimientos Terminal SA. El
propio intendente informó que ningún otro aspecto de los
proyectos en juego —características arquitectónicas,
cuestiones ambientales, beneficios económicos, etc.— fueron
considerados para tomar la decisión. La determinación quedó en
manos de los sellos de la Mesa General de Entradas de la
Municipalidad de General Puerredon: el 20 de diciembre de
2009, ETSA ingresó su proyecto a las 8:30, mientras que el
Grupo Roig lo hizo a las 12:25.
Un detalle adicional: si miramos con detenimiento el
Expediente, el proyecto de ETSA tiene un sello anterior al de
Mesa de Entradas. Lo ingresaron al municipio el día anterior,
19 de diciembre, a las 19:00 (un horario no administrativo).
El sello pertenece a la Secretaría Privada del intendente, que
está a cargo de su esposa, Lucila Branderiz. Allí lo
recibieron fuera de horario administrativo y a primera hora de
la mañana siguiente lo hicieron ingresar a Mesa de Entradas,
dándole al proyecto la performance temporal que luego le
permitiría ser considerado el primero y, por lo tanto, el
iniciador.
Y el ganador es…
En una entrevista con Victor Hugo Morales en Radio
Continental, Gustavo Pulti explicó que el criterio de
selección fue de acuerdo a “lo que aconseja, desde un punto de
vista jurídico, toda la doctrina: que el primero en
presentarse es el que debe ser declarado iniciador”. Sobre el
final de la entrevista, aseguró —con algún titubeo frente a la
repregunta— que Florencio Aldrey Iglesias “no es socio de este
grupo”.
Para evitar la mentira, el intendente debería haber dicho: “no
figura como socio de este grupo”.
La realidad es que Emprendimientos Terminal S.A. fue
conformada especialmente para la presentación de este
proyecto. Según la Carta Intención – Acuerdo Marco para la
presentación de Iniciativa Privada (el papel que Mariani
presentó para dar cuenta de la sociedad), la misma estaba
conformada por Néstor Emilio Otero, en representación de NLD
Group SA.; Juan Carlos Zamora, en representación de Plantel
SA; Carlos Daniel Consorti, en representación de C.S.
Ingeniería SA; Fernando Luis Miconi, en representación de
Ingeniero Miconi y Asociados SA; Juan Marcos Cabrales, en
representación de Cabrales SA; Miguel Ángel Martínez Allué, en
representación de La Fonte D’Oro SRL; y Jerónimo Mariani.
El que no figuraba por ningún lado era quien luego se
descubriría como la cabeza del grupo: el empresario mediático
y hotelero Florencio Aldrey Iglesias, quien —incluso, y a
pesar de no estar en los papeles— terminaría poniéndole su
nombre al paseo comercial.
Con el tiempo, fue el propio diario La Capital quien se
encargó de desmentir al intendente. Así lo demuestra la
entrevista al escribano Gustavo Crego, publicada el 13 de
octubre pasado, en la que se ofrece el testimonio de quien
llevó adelante el —muy cuestionado— aspecto jurídico-notarial
del proyecto. “La primera etapa fue la formación del grupo
como sociedad jurídica y la presentación, preparación y
certificación de la documentación del pliego licitatorio. Fue
una etapa vertiginosa y en la cual el fundador del grupo, el
señor Florencio Aldrey, no sólo intervenía activamente como un
técnico de un equipo, sino que fundamentalmente tiene la
virtud y habilidad de contagiar el espíritu del esfuerzo”. A
confesión de partes, relevo de pruebas: el “fundador del
grupo” no figuraba en los papeles.
Quien tú sabes
“Hay dos cosas —dice el exconcejal Carlos Katz— que suele
hacer el Gallego Aldrey: una es no figurar. Y otra es no poner
plata”.
Katz fue una de las voces críticas dentro del Concejo
Deliberante durante el proceso de designación de ETSA como
iniciadora. Si bien no consiguió el apoyo del bloque de la UCR
al que pertenecía, sí lo acompañaron el representante del GEN,
Guillermo Schütrumpf, y el kirchnerista Diego Garciarena,
quienes también se opusieron a la designación.
De trayectoria radical, con reconocimientos al expresidente
Nestor Kirchner (se jacta de haber sido uno de los primeros
radicales K) y actualmente de nuevo en la UCR, Katz cumplió
funciones en el Poder Ejecutivo durante la intendencia de su
hermano, Daniel Katz, y luego en el Poder Legislativo, como
concejal entre 2007 y 2011. Desde ese rol denunció las
presiones de Aldrey Iglesias para quedarse con la exTerminal y
hoy, con la distancia de los años, dice que titularía al
procedimiento como “el triunfo de las presiones mediáticas
frente a la legalidad”.
Actualmente alejado de la función pública, afirma que su
posición le trajo altos costos al interior de su propio
partido, que tiene la tradición —salvo en su caso— de renovar
el mandato de los concejales por lo menos por un período.
Ahora apura el café que está tomando y refuerza lo que
considera el ABC del manual de procedimiento de Aldrey
Iglesias: “Es como la biblia de los negocios que hace el
Gallego. Usa su poder mediático, su poder de presión política,
pero él no aparece y tampoco pone plata. Él se quiere quedar
con el negocio para después buscar inversores”.
El principal inversionista que encontró Aldrey Iglesias para
su proyecto (cuyo costo se estipuló en unos 106 millones de
pesos) fue Néstor Otero, concesionario de la nueva estación
ferroautomotora de Mar del Plata y de la terminal de Retiro de
Buenos Aires. El problema fue que Otero, mientras crecía la
disputa “Aldrey vs Pelli”, fue imputado por “dádivas” en la
causa que investigaba al exsecretario de Transporte Ricardo
Jaime (causa en la que Jaime fue finalmente condenado, tras
reconocer el delito). Por esta razón, Otero renunció a ETSA,
dejando al proyecto sin inversores de peso. Finalmente, lo
reemplazó el empresario marplatense Alejandro Rossi,
propietario de la cadena de ropa deportiva y con fuerte
presencia en el mercado inmobiliario a través de la
construcción de edificios en la ciudad.
Néstor Otero también integró otra Sociedad Anónima atribuida a
Aldrey Iglesias (y en la que éste tampoco figura). Se trata de
Arena del Atlántico SA, la empresa que en 2014 se constituyó
mediante un trámite express (también con la intervención de la
escribanía de Gustavo Crego) para comprar el diario El
Atlántico —única competencia en papel que tenía el diario La
Capital— y vaciarlo.
Pero los cambios en la sociedad no fueron lo más desprolijo de
Emprendimientos Terminal SA. Lo más desprolijo fue que la
empresa, al momento de presentarse como iniciadora, tenía una
singularidad: no existía.
Más que flojo de papeles
El Ejecutivo municipal, a través del secretario de
Planeamiento Urbano, José Luis Castorina, consultó en
reiteradas oportunidades a la Procuración Municipal sobre
cuestiones jurídicas vinculadas a los proyectos presentados.
El objetivo era construir argumentos y legitimidad para
fundamentar la decisión que iban a tomar.
Como todas las presiones caían sobre la Procuración, los
asesoramientos de Colombo fueron en general descriptivos,
antes que conclusivos, dejando en manos del Poder Ejecutivo la
decisión final. Esa ambigüedad de los dictámenes (al hacerse
públicos, los dos contendientes lo citaban para darse la
razón) no impidió que, en algunas de las consideraciones, la
Procuración no haya dejado lugar a dudas. Por ejemplo, en lo
referido a los problemas de papeles de ETSA.
“En su presentación inicial —señala el dictamen—, Jerónimo
Mariani alegó representar a Emprendimientos Terminal SA (en
formación), mas no acreditó tal circunstancia. Al no haber
acompañado documentación respaldatoria de su afirmación”.
Por requerimiento de la Comisión de Recepción y Análisis de
Iniciativas Privadas, recién el 20 de abril de 2010 (es decir,
cuatro meses después de haber ingresado el proyecto al
Municipio), Mariani presentó el acta constitutiva y el
estatuto de Emprendimientos Terminal SA (en formación) y copia
de la constancia de inicio del trámite de inscripción de la
Sociedad Anónima ante la Dirección de Personas Jurídicas de la
Provincia de Buenos Aires.
En este aspecto, el dictamen de Colombo fue lapidario:
“Entiendo que hasta el momento de esta última presentación,
Emprendimientos Terminal SA (en formación) no existía como
tal. No era persona jurídica. Ni estaba en formación”.
Repasemos: la elección de la empresa de Aldrey Iglesias como
iniciadora privada se realizó con el argumento de que llegó
primero. ¿Cómo llega primero una empresa que al momento de
llegar no existe?
Uso público y patrimonio cultural
Los dos proyectos eran parecidos. Una parte destinada para el
espacio cultural, una parte para un shopping y un
estacionamiento subterráneo. Había dos cosas que los
diferenciaban: el diseñado por Pelli era más generoso en
términos de espacio público, planteando una plaza abierta;
mientras que el de Aldrey Iglesias proponía abrir la calle
Rawson y destinaba menos metros cuadrados al sector cultural.
Más allá de estas diferencias, estaba claro que ambas
iniciativas proponían un shopping o, como eligieron llamarlo,
un “paseo cultural y comercial”. No fue por casualidad que
eligieron esa denominación. Existía una limitación legal para
llevar adelante el proyecto que pretendían: el artículo 2 de
la ley nacional 25.166 de 1999.
En este artículo dice claramente que la transferencia del
predio de dos hectáreas, delimitado por las calles Alberti,
Las Heras, Garay y Sarmiento, donde funcionaba el inmueble
—declarado de interés patrimonial— “Terminal Sur del
Ferrocarril Sud” (obra del arquitecto belga Jules Dormal)
había sido cedido por el Estado nacional a la Municipalidad de
General Pueyrredon “para ser destinado al uso público como
bien cultural de interés patrimonial”.
El municipio lo aceptó de conformidad a través de la ordenanza
13.127, en la que ratifica los términos de esa transferencia.
En el asesoramiento del 30 de marzo del 2010, la Procuración
Municipal alertó sobre este compromiso legal, advirtiendo que
“además de los recaudos de admisibilidad —de las iniciativas
presentadas— debe considerarse como presupuesto o
requerimiento sustancial el destino de uso público, como bien
cultural de interés patrimonial, asignado al predio sobre el
cual recae la propuesta” (las cursivas son del dictamen
original).
A pesar de todas estas limitaciones legales, la Municipalidad
permitió que en el predio recibido en donación como bien de
uso público se construyera el actual shopping “Paseo Aldrey”.
¿Quién es el padre de la criatura?
La concesión pública es producto de un proceso evolutivo sobre
tipos jurídicos que provienen de la antigua Roma y llegan
hasta el Estado moderno. Pero la figura de Iniciativa Privada
es mucho más reciente. En la Argentina, tiene su origen
durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, que sancionó el
Decreto-Ley 17.520 en 1967 “para la construcción, conservación
o explotación de obras públicas…”.
Unos veinte años más tarde, la presidencia de Carlos Menem, en
pleno despliegue del modelo neoliberal, promovió la extensión
de la iniciativa privada a toda la actividad económica.
En 1991, a poco de asumir su período democrático en la
Intendencia de Mar del Plata, Mario Russak (quien había sido
comisionado político entre 1978 y 1981, designado por el
gobernador de facto Ibérico Saint-Jean, durante la dictadura
de Jorge Rafael Videla), sancionó la Ordenanza 8.366 para
favorecer y habilitar las Iniciativas Privadas en la ciudad.
En 1997, Menem firmó el decreto 635, que modificó el de
Onganía, convocando la adhesión de los gobiernos provinciales,
para su implementación definitiva en los municipios.
En agosto de 2005, el presidente Nestor Kirchner y quien era
su Ministro de Economía, Roberto Lavagna (hoy referente del
espacio liderado por Sergio Massa), anunciaron la firma del
decreto 966 con el objetivo de “estimular la participación
privada en inversiones en infraestructura”.
Finalmente, en 2008 y mediante la Ordenanza 19.203, la gestión
de Gustavo Pulti se adhirió al Régimen Nacional de Iniciativa
Privada.
Cánones irrisorios
Una vez que el intendente designó al iniciador, se elaboraron
los pliegos para la licitación en la que ETSA tendría todas
las de ganar (y, por supuesto, ganaría).
Previo al llamado, en un intento por legitimar el cuestionado
proceso (que llegaría incluso a enfrentar controversias
judiciales), el Poder Ejecutivo envió al Concejo Deliberante
los pliegos para su evaluación. En el mismo no se preveía el
monto del canon que debía pagar el futuro concesionario. Y aún
cuando no lo especificaba, sí indicaba que tendría un período
de gracia de 6 años y que debería incrementarse un 10% anual,
un porcentaje de actualización irrisorio si lo comparamos con
la inflación (ese mismo año, el municipio aumentó a los
vecinos las Tasas por Servicios Urbanos en un 24%).
Finalmente, al presentarse a la licitación, ETSA ofreció un
canon de 19 millones de pesos por los 30 años de concesión:
divididos, serían unos 52 mil pesos por mes, por un mega
shopping que tendrá para alquilar 130 locales comerciales, 6
salas de cines, área de juegos infantiles, patio de comidas y
estacionamiento cubierto para 450 automóviles.
En abril de 2014, ya con Aldrey Iglesias como ganador de la
licitación y la construcción del mega proyecto en marcha, el
bloque de concejales de la UCR —a través de la edil Cristina
Coria— presentó un proyecto de ordenanza en el que proponía
beneficios impositivos para proyectos de inversión en
“actividades vinculadas en forma directa con el turismo
receptivo (…) o de puesta en valor o refuncionalización de
inmuebles declarados de interés patrimonial”. Proponía que, a
estos casos, se les exima de pagar Tasas municipales “hasta un
cien por ciento (100%) del monto de las inversiones”. La
propuesta de la UCR parecía hecha a la medida de
Emprendimientos Terminal SA.
Fue una muestra más de lo transversal, en términos políticos,
que puede ser el poder real.
Irregularidades legalizadas
—Eduardo, te escribo para pedirte si tenés bibliografía sobre
Iniciativas Privadas. Es para un informe que vamos a publicar
en Revista Ajo.
—Hola. Justo ese tema es el “estado de la cuestión” de mi
tesis, que debo comenzar a escribir en estos días. No hay
mucho material. Bienvenido al tren fantasma.
El arquitecto Eduardo Layus hace muchos años viene estudiando
y denunciando lo que denomina “formas desmaterializadas de
apropiación del territorio”, tema sobre el que actualmente
está escribiendo su tesis de grado para licenciarse en
Sociología.
Layus está convencido de que las iniciativas privadas son
“irregularidades legalizadas”. Sostiene que estas figuras son
una “estrategia política de transferencia de áreas
significativas de la ciudad y bienes públicos considerados de
alto valor simbólico, económico, patrimonial y ambiental, para
su explotación por parte de capitales privados”.
La pregunta que nos propone hacernos es cuánto hubiese tenido
que desembolsar ETSA si hubiese tenido que adquirir las dos
hectáreas de la exTerminal en el mercado inmobiliario.
Según él, con estas reglas de juego las empresas se terminan
quedando con activos públicos de valor extraordinario por
períodos de tiempo que superan una generación (30 años,
prorrogables a 10 más) “sin necesidad de adquirir el dominio
sobre la tierra y a cambio de cánones de explotación
irrisorios y que terminan siendo licuados por los vaivenes de
la economía”.
El poder real
En estas elecciones, una vez más, Florencio Aldrey Iglesias
logró que casi la totalidad de los candidatos se rindan a sus
pies. A excepción de Alejandro Martínez, el resto de los
candidatos a intendente de la ciudad ha hecho declaraciones o
realizado gestos para congraciarse con el empresario
mediático. Gustavo Pulti, Lucas Fiorini y Pablo Farías
recorrieron las obras del Paseo junto a Aldrey Iglesias, como
mostraron las fotografías de rigor. Y aunque en esta
oportunidad desde el diario La Capital no apoyaron la
candidatura de Carlos Arroyo, el intendente electo también ha
realizado declaraciones sumisas en elecciones anteriores, como
cuando fue candidato a intendente por el duhaldismo: “Ojalá
hubiera más Aldrey Iglesias en la ciudad (…) uno ve cómo dejó
el hotel Provincial y es para hacerle un monumento”, afirmó.
Un caso particular fue el del empresario y político Emiliano
Giri, quien era el vocero del Grupo Roig Corporativo, la firma
que perdió la designación como iniciadora frente a ETSA.
Giri es gerente regional de la empresa de Pagos RIPSA,
concesionario del balneario Mariano (también de dominio
público) y diputado provincial electo por el macrismo, además
de haber sido el jefe de la campaña de Carlos Arroyo. Se hizo
conocido por insinuar en un móvil televisivo su evasión a la
AFIP en su viaje al mundial Brasil 2014. Respecto del proceso
de designación de la empresa iniciadora, Giri realizó
declaraciones a Radio Continental en 2010, en donde dijo estar
decepcionado por la decisión del municipio de excluir a la
empresa que representaba: “Indiscutiblemente uno de los dos
proyectos ha tenido mucha más capacidad de lobby que el otro”,
argumentó. El testimonio fue una confesión. Admitió haber
hecho lobby… insuficientemente.
Pero su declaración, además, demostró otras dos cosas: que el
lobby es la manera natural en que el sector privado se
relaciona con el Estado. Y que, a veces, para competir con el
poder real, no hay lobby que alcance.
El derecho a la ciudad
Hay un movimiento relativamente reciente que sostiene que sólo
el marco más progresista del derecho urbanístico puede aportar
un ordenamiento legal superador en el desarrollo de las
ciudades de América Latina. Buscan superar las limitaciones
liberales del derecho civil y administrativo, cuestionando las
normativas “exclusionistas” dominantes, en las que se
inscriben figuras como las Iniciativas Privadas.
Sus referentes sostienen que es necesario otro tipo de
intervención estatal y formas más desarrolladas de control
social en los procesos relacionados con el suelo y la
propiedad.
Al respecto, el reconocido geógrafo David Harvey ha sido uno
de los más lúcidos promotores de un debate internacional sobre
el llamado “derecho a la ciudad”.
“Todos nosotros somos, en cierto modo, arquitectos”, plantea
Harvey en su libro Ciudades Rebeldes. “Individual y
colectivamente, hacemos la ciudad a través de nuestras
acciones cotidianas y de nuestro compromiso político,
intelectual y económico. Pero, al mismo tiempo, la ciudad nos
hace a nosotros”.
Para el geógrafo, la mayoría de las injusticias que se dan en
las ciudades son consecuencia de valores y presupuestos del
sistema político, económico y cultural dominante. “Si es aquí
donde conducen los derechos inalienables a la propiedad
privada y al beneficio, no los queremos. Nada de esto produce
ciudades que respondan a nuestros anhelos más profundos, sino
mundos de desigualdad, injusticia y alienación. Estoy en
contra de la acumulación ilimitada de capital y de la
concepción de los derechos que la permite. Otro derecho a la
ciudad es necesario”, sostiene.
Y concluye: “El derecho a la ciudad no es el simple derecho a
acceder a lo que los especuladores de la propiedad y los
funcionarios estatales han decidido, sino el derecho activo a
hacer una ciudad diferente, a adecuarla un poco más a nuestros
anhelos y a rehacernos también nosotros de acuerdo a una
imagen diferente”.
Barro, tal vez
La construcción de viviendas con materiales naturales dejó de
ser cosa del pasado. La práctica se perfeccionó y levantar
paredes con tierra cruda es una alternativa sustentable al
cemento y el ladrillo hueco. En los partidos de General
Pueyredon y Mar Chiquita, la técnica se usa pero no está
reglamentada: dos ordenanzas esperan su aprobación.
Por Andrea Pérez Calle – Fotos: Pablo González
Cuando decidió construir su casa de tierra cruda, Ricardo se
bancó que lo tildaran de pobre, de hippie, de sucio y
antiprogreso. Escuchó a expertos de salón hablar con la
soberbia de quien se olvida que realmente no sabe. Que la
vinchuca, que el mal de chagas, que los techos caídos, que las
paredes se diluyen y que el perejil te crece en el cuarto como
le pasaba a tu papá.
Ricardo escuchó siempre sin levantar el dedo índice. No iba a
desplegar, con voz de compadrito, los postulados de la
sustentabilidad, el medio ambiente y las falacias de la
edificación convencional. No. Para Ricardo Tamalet no se trata
de jugar al pan y queso de las argumentaciones teóricas con
los prejuiciosos del barro. La estrategia es otra, porque con
la construcción natural se trata de ver y hacer para creer en
las transformaciones.
Y Ricardo cambió: hace unos pocos años abandonó la barra de
los expertos de cafetín y se puso a levantar paredes de tierra
cruda. Había que probar. Algo había que hacer. El nacimiento
de su hija lo llenó de preguntas. Y todas las respuestas
traían la misma explicación: “Las cosas, así como están, no se
sostienen mucho más”.
Ricardo empezó por casa, literalmente. Hoy dicta talleres en
su vivienda de barro en Santa Clara del Mar, en ese hogar como él gusta llamarle- que es punta de lanza para demostrar
el perfeccionamiento de la técnica y la necesidad de promover,
también desde el Estado, la bio y autoconstrucción.
La historia de Mariana López, otra constructora natural, no se
distancia mucho de la de Ricardo, aunque tiene ribetes
propios. En Barcelona, producto del casi obligado exilio del
2002, estudió Proyecto y Dirección de Obra en Diseño Interior.
En criollo, diseñadora de interiores.
Gracias a un trabajo práctico en el que analizó los materiales
naturales de las construcciones africanas se chocó con las
bondades del barro. Flasheó, recuerda ahora desde su
departamento de La Perla.
Al poco tiempo, viajó a El Bolsón; hizo un curso de diseño en
Permacultura y nada volvió a ser lo de antes. Regresó al país,
se radicó en Mar del Plata y conoció la Estación
Permacultural. Desde hace dos años integra “Caminantes”, la
única cooperativa dedicada a la biocontrucción en la ciudad.
Además de la convicción por generar cotidianos sustentables,
Ricardo y Mariana comparten una misión colectiva: que se
apruebe una ordenanza, en el Partido de Mar Chiquita y en el
de General Pueyrredon, que reconozca la técnica como
alternativa de construcción e involucre a los Estados
municipales en su fomento y práctica. Hasta el momento, pese a
los intentos, ninguno puede contar el fin de la lucha. Los
proyectos están en veremos.
Qué es la construcción natural
Una definición sencillita y acotada de construcción natural
dice que es el modo de levantar estructuras en base a
materiales naturales, es decir, materias primas sin procesar.
Dependiendo de la zona y el entorno, aparecen la piedra, la
madera, la paja, la tierra, el bambú, la arena y la arcilla.
El ladrillo hueco, el aluminio y el cemento son, junto a
otros, muestras de lo contrario: materiales industriales con
costos de elaboración y alto impacto ambiental. Eso usamos en
la Argentina y casi todas las casas de las grandes ciudades
tienen cimientos grises. Pero la técnica en nuestro país, en
comparación a la de materiales naturales, es relativamente
nueva: en el sur, en el norte e incluso en el interior de la
provincia de Buenos Aires hay tradición en la construcción en
barro.
“La idea es prestar atención al entorno para identificar qué
materiales nos ofrece y qué técnica es más conveniente
utilizar. El sol es una fuente genuina y natural de energía y
todo debe girar en torno a él. Entre otras cosas, porque es
fundamental
para reducir el consumo de energía. Podemos
levantar estructuras mixtas, por ejemplo con barro, chapa y
madera; también con paja encofrada y ladrillos de adobe. Todo
depende del espacio y de quién vaya a ser la vivienda. Cada
casa es particular porque cada persona llega con sueños, con
cualidades y con un montón de cosas que hay que saber recibir
y transferir a esa estructura. No hay casa en serie. No se
trata de venir y pagar. Acá es diferente”, anticipó Mariana.
Ricardo agregó otra idea interesante: “La construcción natural
tiene en cuenta a la persona viviendo adentro, no afuera. No
es la casa para la foto y qué linda que queda. Es para el tipo
que vive adentro. Eso es algo que la construcción convencional
y en serie, todas igualitas, no contemplan. Más si no tenés
poder adquisitivo”.
Una parte del todo
A todo esto, ¿qué es eso de la Permacultura? Un término que
acuñó Bill Mollison en Australia en la década del 70 y que da
sentido a un “sistema de diseño para la creación de
medioambientes humanos sostenibles”. “Como herramienta, es
ante todo un cambio de percepción. Es crear sistemas
organizados que estén al servicio del hombre pero también
cuidando los recursos, haciendo prevalecer la diversidad y la
cooperación de todos los elementos que ponemos dentro de
nuestro micro espacio”.
Como explican desde el centro de Investigación, Desarrollo y
Enseñanza de Permacultura (Cidep) “la palabra en sí misma es
una contracción, no solo de agricultura permanente, sino
también de cultura permanente, pues las culturas no pueden
sobrevivir por mucho tiempo sin una base agricultural
sostenible y una ética del uso de la tierra”.
Así que la construcción natural es parte de la Permacultura.
Para Ricardo Tamalet, del grupo “Arquinatural”, es una
“excusa”. “La construcción natural no es sólo levantar
paredes. Es construirnos como individuos, como comunidad.
Vamos tejiendo otros vínculos. Es una excusa para un cambio
que va mucho más allá. En mi rectángulo de 20 por 30, donde
está mi casa y mi parque, soy lo más sustentable posible.
Tengo biodigestor para el tratamiento de los residuos antes de
que entren al pozo ciego. Tengo huerta, tengo composta para
generar humus, recupero agua de lluvia, hago un tratamiento de
aguas jabonosas con lo que sale de la ducha y el lavarropas y
tiro muy poca basura a la calle: una bolsa por semana, como
mucho. Claro que lleva otro tiempo, pero enseguida lo
asimilas. No vivo para eso, sino que vivo con eso. Empecé con
una pared y luego vinieron otros cambios. Un efecto dominó.
Sin ser extremistas o meramente filosóficos, se puede arrancar
por algunas cosas”.
Con las manos en la tierra
Para llegar a la casa de Ricardo hay dos opciones. O se
descarga un mapa de Santa Clara del Mar o se baja la
ventanilla e interrumpe a un peatón.
-Disculpame, ¿la casa de barro?
-Agarrá Mónaco y de ahí dale un par de metros. La vas a ver.
Y sí, el señor de bigotes y short de Huracán tenía razón. La
ves: a mitad de terreno, inclinada hacia el sol de mediodía,
dos plantas con postes de madera, un techo vivo (con pastito)
y un balcón a medio hacer.
A un costado del lote, lo que quedó del último taller: moldes,
tierra acumulada y como 40 adobes secando. Más al fondo,
aparece la huerta, el compos y las totoras que se alimentan de
las algas que desprende el tratamiento de aguas jabonosas que
llegan de la ducha y el lavarropas. Dos baldes de grandes
dimensiones recuperan agua de lluvia para regar. En el deck,
piedritas amontonadas: ellas servirán para el invernadero que,
no sé bien cómo, ayudará a calentar la casa en invierno.
Demasiada nueva información para una bicha de ciudad.
– ¿Por qué barro de nuevo?
-Hace muchos años compramos un modelo. Pero nuestros abuelos
construían así, con adobe, porque no tenían poder adquisitivo
para poder construir de otro modo. Luego llegó el progreso,
como algunos le dicen, y empezamos a tener plata para comprar
ladrillos. Hoy decís que vas a construir en barro y te señalan
de pobre. El barro es de pobre. Y es mentira. Dos generaciones
pasaron y robustecieron la idea de que hay que comprar
ladrillos para construir casas, sin saber si es mejor que lo
natural, sin conocer el impacto ecológico que genera y
creyendo que nos van a construir una casa mejor. Así se perdió
el conocimiento. Pero nuestra generación empezó a dudar de que
esos materiales industriales fuesen mejores y arrancamos a
buscar. Reencontramos el barro, que es tierra cruda, greda o
colorada, mezclada con otros componentes naturales o
minerales.
– ¿Qué ventajas tiene construir en barro?
-No generás escombros. Mezclas tierra, paja, arena y viruta y
eso se cae al pasto, se degrada y vuelve a formar parte de la
tierra. No tenés pilas y pilas de escombros, de hierro, de
metales, que quedan y van al basural como relleno.
La tierra cruda es más térmica y aislante que el ladrillo
hueco común. Ecológicamente hablando, el ladrillo de adobe
(ladrillo hecho de barro y tierra compactada manualmente) no
necesita energía eléctrica, ni gas, ni fuego para hacerse,
como los convencionales. Y eso genera, desde el vamos, menor
impacto ambiental. La mayor ventaja de la tierra como material
de construcción es que es higroscópica: absorbe y desorbe la
humedad. Entonces tu casa de barro respira, las paredes nunca
se sellan. Y eso permite que adentro no tengas humedad o
tengas el porcentaje que permite que las mucosas no se
resequen. Saca la humedad que sobra en el ambiente y permite
entrar la necesaria. En una casa de barro nunca vas a tener
humedad.
– Y en términos vinculares, ¿qué genera la construcción
natural?
-Propone otro sistema de relaciones porque detrás hay una
ideología, una forma de tener en cuenta al otro, hay
compromiso, otras sensibilidades. Normalmente en la
construcción natural se convocan a mingas, que son instancias
en la que todos llegan a ayudarte a hacer tu casa. La palabra
minga viene de minka que es cuando hacemos todos por el bien
del otro. En Bolivia, en Perú y en el norte argentino eso se
usa. Se comparte el proceso. Es llamativo ver cómo la gente no
para de trabajar porque te dan muchas más ganas con materiales
de barro.
Mientras habla, Ricardo recorre el patio y encuentra lo que
quiere mostrar: un colector solar en plena ejecución. Sí. Así
se denomina a ese caño negro de PVC recubierto con botellas de
plástico que por acción solar calienta el agua hasta a 60
grados en pleno invierno. “Es para ahorrar energía. Este
colector hace que calientes el agua previo paso al calefón o
termotanque. Reducís el gasto y uso de esos artefactos. Uno se
va dando cuenta cómo puede reducir el consumo energético. Todo
parte de preguntarse qué hacemos y qué se puede hacer”,
deslizó Ricardo, muy sueltito de cuerpo.
A contramano, la que escribe empezaba a sentirse una
porquería: siempre luces prendidas al cuete, una hornalla
encendida sin uso, el calefactor al mínimo “por las dudas”, el
ventilador en 12 cuotas chupando energía para que el altillo,
de estructura convencional, deje de parecerse a un horno
pizzero.
Cuántas cosas podrían evitarse, pensé para tranquilizar la
culpa. La toma de consciencia tiene eso: o te vuelve
responsable y hacedor o te recuerda, siempre, que estás
derrapando. Es una decisión que lleva tiempo.
Por dónde empezar
Siguiendo la definición de Ricardo, que la tomó de Jorge
Belanko, una referencia nacional en la materia, la
construcción natural es una excusa para alterar los órdenes
establecidos de consumo y vinculación con lo natural, con el
entorno y el medio ambiente.
Sin embargo, a muchos todavía nos parece marciano pensar en
una casa de barro. Precisaríamos excusas previas, anteriores a
la construcción natural. A un año de la implementación de la
separación de residuos, aún nos hincha tener dos tachos y dos
días distintos de recolección.
Cuando Mariana volvió de El Bolsón, viendo que la
sustentabilidad era un camino posible, atravesó el dilema y
las contradicciones de lo urbano: cómo implementar en el
cemento los principios de la permacultura.
“Se trata de dar pasos pequeños y seguros. Lo primero que hice
fue un compostador para convertir desechos en tierra negra. Lo
podes hacer en un pozo o en un cajón. También podes tener una
huerta. Yo vivo en departamento y en varios cajones tengo mis
verduras. Y también podes intentar el residuo cero. A casi
todo se le puede dar una segunda vida. Hay que buscarle la
vuelta porque está”, asegura Mariana y lo que dice es
perfectamente constatable: en sus dos ambientes de La Perla
hay reciclado, hay compostado, hay generación de alimentos y
todo está en perfecto orden.
“Es cuestión de generar nuevas costumbres. No te lleva ni más
ni menos tiempo tirarlo en un tacho o en el otro. Tampoco
poner lo orgánico en el compos. Es una cuestión de actitud, de
querer hacerlo. Cuando mucho hay que asumir que no se quiere,
pero no excusarse en el tiempo”, razona la constructora.
El recuerdo, los prejuicios y la vuelta del barro
Cuando Mariana le contó a su papá que construiría casas de
barro, ganó por respuesta el desquicio. Cómo podía ser que su
hija, con lo que a él le había costado esa “casa de material”,
quisiera recuperar la técnica de los abuelos. Cómo podía ser.
Acaso se había olvidado de la vinchuca, el polvo y la pobreza.
Antes las casas de barro no se hacían por consciencia
ambiental. Eran la salida económica y autogestionada a la
urgencia de un techo, sobre todo en el campo.
“Por eso que el barro levanta la memoria de la gente, con lo
bueno y con lo malo. Mi papá tiene 72 años y nació en una casa
de tierra cruda; un matrimonio con caballos ayudó a mis
abuelos a levantarla. Charlamos y miramos muchas nuevas
estructuras de barro. Ni él la podía creer. Ahora se hacen
buenas terminaciones, hay revoque fino, hay pinturas, hay
confort en el barro. La técnica se perfeccionó y eso es lo que
precisamos difundir y hacer saber”, explica Mariana, mientras
un Power Point de fondo contaba La Muralla China, ponele, como
una de esas estructuras de barro “milenarias”.
Tamalet refuerza: “El prejuicio es ignorancia. Es lo que quedó
en el inconsciente colectivo por lo que ocurría hace 60 o 70
años. Mantenimiento precisan todas las casas. Roturas hay en
todas las casas. Bichos, si se abandona la construcción,
aparecen en cualquier tipo de vivienda”.
Dónde está, el Estado dónde está
Maxi es balcarceño, se recibió de abogado y trabaja en un
estudio cooperativo. Como a la gran mayoría de los
treintañeros, ni en su casa ni en la escuela le enseñaron a
separar basura, reciclar materiales o pensar en clave de
sustentabilidad. Por entonces, a decir verdad, parecía no
haber urgencia de cuidar nada.
Fue de grande que Maxi Álvarez empezó a “enrroscarse”. Con esa
palabra él sintetiza el proceso a través del cual, con todos
los entretelones del “nuevito”, se somete a reeducación:
aprende a sembrar y cosechar, a amasar con harina integral, a
valorar “lo orgánico” y hacer una “quincha” (pared de barro
con estructura de caña o madera y relleno de barro y botellas
de plástico).
Maxi está entusiasmado. Se prepara para lo que viene: su casa
de tierra cruda.
Pero antes, da pelea por otra cosa: la aprobación de una
ordenanza que elaboró, junto a compañeros de Caminantes,
Patria Grande y la Estación Permacultural, para que en el
Partido de General Pueyrredon se avale y reglamente la
bioconstrucción.
En una lucha similar andan los constructores de Mar Chiquita.
Palabras más, palabras menos, los articulados buscan lo mismo:
el reconocimiento estatal a la práctica tradicional para que
se agilicen los trámites y planos, para que se dejen de
aprobar casas por excepción y para que se promocione la
técnica y multipliquen las instancias de formación entre
inspectores y vecinos, para impulsar procesos de
autoconstrucción asistida por profesionales. La mano de obra
calificada, como reconocen los propios constructores
naturales, “escasea en la zona”.
“No hay prohibición expresa, pero querer hacerse una casa de
barro termina siendo engorroso en los papeles, porque quienes
tendrían que aprobarlos (Dirección de Obras Privadas)
desconocen del tema y sus particularidades. Tampoco hay
personal de inspección capacitado para avanzar sobre el aval
de los planos y ni te cuento, en este contexto, lo que
conlleva la conexión a los servicios domiciliarios. Todo esto
desalienta la construcción natural, cuando es una técnica
noble, económica, que genera un impacto social positivo y que
bien serviría a los municipios para empezar a paliar el
déficit habitacional”, explica Maxi.
La hipótesis del joven abogado cobra más sentido si se tienen
en cuenta los datos que arrojó el censo de 2010. Según esos
datos, en el Partido de General Pueyrredon, que después de La
Matanza y La Plata es el tercer conglomerado urbano más
importante del territorio bonaerense, viven 618.989 personas,
54.933 más que en 2001. En total, como reveló el estudio
nacional, en Mar del Plata y Batán existen 307.977 viviendas:
201.039 están ocupadas y 106.938 -más de un 30%- cerradas gran
parte del año.
En un informe publicado en el vaciado diario El Atlántico, se
agregaba que en esos diez años se incrementaron en un 16% los
hogares en el Partido de General Pueyrredon: los 176.162 de
2001 pasaron a ser 209.794 en 2010. De ese trabajo se
desprende, además, que sólo 606.163 personas, de las casi
619.000 que habitan ambas ciudades, viven en un hogar. El
resto lo hace en la calle o en instituciones de encierro,
asistencia o minoridad.
Visita guiada por un Concejo ¿desinteresado?
A diferencia de los constructores de Mar Chiquita, que estiman
que antes de fin de año su proyecto de ordenanza empezará a
ser tratado en comisiones, los de Mar del Plata siguen
esperando. Hace casi un año repartieron por los bloques copias
del texto que impulsan. En el camino se encontraron con “de
todo”, como cuenta Maxi, y no es difícil de imaginar.
Por un lado, dieron con la concejal emocionada. Casi que
prometió teñir a Mar del Plata de marrón. A los meses se le
licuó la excitación y ahora pareciera ni acordarse que tuvo
entre manos un proyecto de ordenanza que ella misma iba a
presentar y que promovía la bioconstrucción en el Partido de
General Pueyrredon.
Por otro lado, se toparon con el edil “palo y a la bolsa”.
“Esto cuánto sale, qué beneficios trae, lo bancamos si el
resto lo banca”. La charla duró unos pocos minutos. Y todos
sabemos de quién se trata.
No faltó, por supuesto, el concejal que convirtió a la
entrevista con los constructores naturales en un
interrogatorio cuasi policial. Junto a su asesor, “parecido a
Pinedo” -recuerda Maxi- admitieron su temor a que Mar del
Plata se convierta en un epicentro de la vinchuca y el mal de
chagas. Sin remate.
Luego, por suerte, conversaron con ediles que elogiaron la
medida y que prometieron acompañarla. Pero por ahora eso no
podrá comprobarse: no hay legislador que haya aceptado
ingresar el proyecto al recinto.
Si finalmente el Partido de General Pueyrredon reconoce la
técnica de la bioconstrucción pasará a integrar el listado que
hoy componen, en la provincia de Buenos Aires, Coronel Suárez,
Bahía Blanca y Ayacucho. En este último municipio, no sólo se
aprobó y reglamentó la construcción natural, sino que además
se levantó un biocorralón (para la elaboración de adobes) y se
empezó a utilizar la técnica -promovido por el Estado- para la
edificación de casas sociales y repoblamiento de los pueblos
de la zona.
Cuarenta años no es nada
Se cumplieron cuatro décadas de la aprobación de la ordenanza
del Bristol Center. La de los tiros en el Concejo. El proyecto
prometía una obra faraónica, con piscina, cines, salas de
juego y tres pisos de galerías comerciales. Nunca se terminó.
El gobierno local apuesta a un plan de expropiación. Los
propietarios esperan una mejora estética y que la Suprema
Corte defina una demanda contra la constructora.
Por Ramiro Melucci – Fotos: Pablo González
Sobre un papel amarillo y con una birome azul, el hombre
escribe números. Le salen de memoria: 334, 550, 96 y 225. Al
lado del 334 anota “Torre B”. Al 550 le pone “cocheras”; al 96
“locales” y al 225, “Torre C”. Después apunta la suma: 1.205.
“Eso es lo que hay”, comenta. Y más abajo dibuja un 1.800 y lo
encierra en un círculo. “Eso -vuelve a comentar- es lo que
debía haber”.
El hombre es Jorge Urrizaga, que durante más de 15 años formó
parte del consorcio de administración del Bristol Center, y
está hablando del total de unidades funcionales que tiene ese
complejo entre los departamentos, el apart hotel, las cocheras
y los comercios. También de las que figuraban en el proyecto y
no se construyeron nunca. Para eso muestra un boceto de cómo
hubiese quedado de haber sido terminado tal como fue planeado.
Se ven tres torres imponentes, una galería que las conecta a
la altura del décimo piso y tres niveles (los primeros) con
espacios comunes. La comparación con lo que verdaderamente hay
en esa manzana, ubicada entre las calles San Martín, Buenos
Aires, Rivadavia y Entre Ríos, es inevitable: dos torres, tres
pisos con estructuras a medio terminar, hierros oxidados y
comercios de ropa y comida que venden mucho pero atraen poco.
Pena. La comparación termina dando pena.
“Esto lleva 35 años abandonado. Es una vergüenza”, dice casi
resignado Roberto Schleider, que conoce como pocos la historia
del abandono porque en 1968 su padre le alquiló un comercio en
la Galería Bristol. Propietario de dos cocheras, cuenta que
tanto los subsuelos como los departamentos están
“perfectamente construidos”, asegura que “no hay riesgo de
derrumbe como muchos creen” y reclama una mejora del aspecto
de los locales y la fachada: “El problema no es lo que está
hecho, sino lo que quedó a medio hacer”.
***
Dueña de un pasado de lujo y sofisticación, la manzana que
comprendía el Boulevard Patricio Peralta Ramos y las calles
San Martín, Rivadavia y Corrientes padeció una decadencia
progresiva desde 1930. Allí se erigió el Bristol Hotel, donde
solían alojarse las familias aristocráticas de Capital Federal
que llegaban a Mar del Plata a veranear.
Golpeado por la crisis del 30, el hotel cerró sus puertas en
1944, y sus amplios salones fueron divididos en los locales
comerciales de la Galería Bristol. Dos décadas después, la
manzana fue a remate. El 23 de julio de 1966, la firma
Atarisco la compró por 100 millones de pesos.
Para entonces ya se hablaba de un proyecto para construir una
torre de 30 pisos con dos cines, una confitería, una galería
de arte, una sala teatral, una de conferencias y hasta una
guardería infantil.
La obra fue autorizada por el comisionado municipal Pedro
Martí Garro -gobernante de facto de la ciudad durante buena
parte de la dictadura que en el país inauguró Juan Carlos
Onganía en 1966- e iniciada por la constructora Nicolás Dazeo.
En 1969, el emprendimiento pasó a manos de las firmas Fundar
SA y Construir SA, propiedad del empresario David Graiver, el
mismo que después compraría Papel Prensa y sería considerado
“el banquero de los Montoneros”.
Los nuevos constructores pensaron un proyecto más ambicioso,
con tres torres y un centro cultural, y empezaron con la
promoción y la preventa de los departamentos. Fue entonces
cuando lo bautizaron Bristol Center. Pero no estaban a salvo
de la polémica: las torres generarían un cono de sombra sobre
la playa Bristol. “Por eso, a poco de comenzada la obra, las
áreas técnicas del municipio desaconsejaron su continuidad”,
apunta el licenciado en Historia Juan Ladeuix. En efecto, la
obra fue interrumpida.
Los propietarios de los departamentos se pusieron en alerta.
“Son ellos los que en el 73 le empezaron a meter reclamos al
gobierno socialista -liderado por el intendente Luis Nuncio
Fabrizio- para que siguiera la obra”, cuenta Ladeuix. Claro
que la decisión no era fácil: “Tradicionalmente, los
socialistas se habían opuesto a la construcción de edificios
altos frente a la costa”.
Hubo que negociar. “Se logró bajar la altura y reglamentar
nuevamente las torres”, recuerda el exconcejal Juan Carlos
Cordeu, que formaba parte del bloque oficialista del Concejo
Deliberante.
El consenso alumbró un nuevo proyecto. El complejo estaría
compuesto por tres subsuelos para uso de cocheras, un
basamento integrado por tres niveles destinados a la
radicación de locales comerciales, esparcimiento y actividades
socioculturales, y tres torres dispuestas entre sí en forma
triangular.
En las negociaciones, el Ejecutivo se aseguró la donación
un auditorio de 370 metros cuadrados y de un salón
exposiciones de 390. Pero al gobierno municipal todavía
faltaba algo: la aprobación en el Concejo del proyecto
ordenanza.
de
de
le
de
***
Los nueve disparos perforaron los discursos. Uno de ellos pasó
a centímetros de la cabeza del secretario del Concejo, Alberto
Peláez. La mayoría de los balazos se incrustaron en uno de los
rincones del recinto. Por lo menos uno alcanzó el techo.
Todavía hoy, 40 años después de la sesión legislativa más
escandalosa que se recuerde en Mar del Plata, se pueden
apreciar las marcas de los tiros en las paredes.
En la sesión extraordinaria del 5 de diciembre de 1974 estaba
en debate el proyecto oficial para seguir la ejecución del
Bristol Center. Anunciada para las 19.30, recién empezó una
hora más tarde. Hasta las 21.30 los concejales expusieron sus
argumentos. Las posturas eran parejas: el socialismo y un
sector del peronismo apoyaban el proyecto impulsado por
Fabrizio, en un contexto de alarmante falta de trabajo en la
industria de la construcción; otra fracción justicialista y el
radicalismo consideraban inaceptable el cono de sombra que
proyectaría el edificio sobre la playa Bristol.
El clima se fue poniendo espeso a medida que transcurrían los
discursos. El peronismo estaba en ebullición. Los obreros de
la construcción, liderados por Miguel Ángel Vasconcellos,
respaldaban la obra. El bloque del Frejuli (Frente
Justicialista de Liberación), la rechazaba. “Esto es una
estafa a la población, una perturbación a los planes de la
reconstrucción nacional que sustenta el gobierno del pueblo, y
una escandalosa y sucia tramitación administrativa, lo peor de
este gobierno socialista”, llegó a acusar el jefe del bloque,
Luis Omoldi. La barra expresaba esa división: estaba poblada
por peronistas que estaban a favor y peronistas que estaban en
contra.
El discurso que detonó el escándalo fue el de Rodolfo
Santamaría. El concejal del bloque federal elogió al creador
de su partido, el oficial naval Francisco Manrique, y como por
arte de magia unió en un instante a los dos sectores
justicialistas, que comenzaron a insultarlo y a cantar la
Marcha Peronista. Fueron diez minutos en que sólo se
escucharon estribillos alusivos al movimiento creado por Juan
Domingo Perón. El presidente del Concejo, el socialista
Ricardo Junco, optó entonces por convocar a un cuarto
intermedio.
El recreo no consiguió aplacar los ánimos. Al reanudarse la
sesión, los insultos a Santamaría continuaron. De pronto se
vio avanzar a un pequeño grupo con un afiche de la presidenta
Estela Martínez. “Sigámosla”, decía. “Que lo pongan, que lo
pongan”, coreaban algunos. Cuando lo estaban por hacer, el
secretario del Concejo salió decidido a impedirlo. Junto con
algunos asistentes, Peláez forcejeó con los simpatizantes
peronistas y pareció querer destruir el afiche. No era inusual
para la época: unos y otros portaban armas.
Enseguida una mujer fue agredida y cayó al suelo. Casi en
simultáneo se oyó el primer disparo, que por milagro no
alcanzó a Peláez. El tiro provocó un desbande generalizado.
Desde la barra, otros dos hombres blandieron sus armas de
grueso calibre y abrieron fuego. Un agente policial vestido de
civil respondió con disparos para arriba. Había gritos de
espanto. Sillas que volaban al recinto. Intentos desesperados
por guarecerse. Entre los que buscaban devolverle la calma al
recinto estaba Antonio Gilardi, hoy secretario general del
sindicato de municipales. En esos años era policía.
Acallados los disparos, en la barra no quedaba casi nadie.
Fueron unos minutos en los que pudo pasar cualquier cosa, pero
sólo hubo heridos por golpes de puño. “Estamos para cumplir un
mandato popular que no debe interrumpirse. Que estos hechos de
vandalismo no se repitan”, dijo Junco, el presidente del
Concejo, cuando a las 22.10 reanudó la sesión. El debate se
extendió durante horas y la definición no pudo ser más
ajustada: 12 concejales votaron a favor, otros 12 en contra. A
la 1.40 del viernes 6, después de una jornada que el
radicalismo calificaría como “la más vergonzosa de toda la
historia del Concejo Deliberante”, Junco desempató con su voto
positivo.
Por motivos obvios, esa sesión es la más recordada. Pero, como
apunta Ladeuix, a comienzos del año legislativo había habido
otra con fuertes cruces de acusaciones por el Bristol Center:
“Ya ahí los socialistas mostraron su intención de que el
proyecto prosperara, con el argumento de que el grupo inversor
le iba a dar a la municipalidad un auditorio”.
***
“La aprobación implicó que se otorgaran condiciones
excepcionales para lo que era el área. Esa zona de la ciudad
tiene un alto valor simbólico: es parte del área fundacional
de la ciudad, donde ha habido intervenciones urbanas de
distintas escalas”, reflexiona la presidenta del Colegio de
Arquitectos, Julia Romero.
La obra continuó hasta que llegó la dictadura y todos los
bienes y compañías de Graiver fueron expropiados por la
Comisión Nacional de Reparación Patrimonial. Con el retorno de
la democracia, los derechos volvieron a la empresa Construir.
Es decir, a Lidia Elva Papaleo, la viuda de Graiver. El hotel
fue terminado en los primeros años de la década del 90, cuando
el presidente de la sociedad ya era Diógenes Alfredo de
Urquiza Anchorena, el apoderado de Papaleo, que hoy sigue
siendo el principal referente de la firma.
Para Romero, el Bristol es el mejor ejemplo de lo que un
emprendimiento sin el estudio debido le puede generar al
espacio público de la ciudad. “Como estuvo configurado, trajo
un perjuicio y no un beneficio. Justamente porque está
arrojando sombras sobre la playa. El proyecto inconcluso le
generó un deterioro a la calidad ambiental de ese sector de la
ciudad que es prácticamente irreparable”, interpreta.
De lo que no se habló más fue de la donación del auditorio y
el centro de exposiciones que la constructora debía hacer al
municipio. La que se permitió preguntarlo fue la Defensoría
del Pueblo en un pedido de informes que elevó en agosto al
Ejecutivo municipal, en el que también interrogaba sobre la
vigencia de los permisos de construcción y la posibilidad de
disponer su caducidad. No hubo respuestas.
El defensor Fernando Rizzi tampoco tuvo suerte cuando, en sus
años de concejal, propuso la construcción de una marquesina
unificada o falsa fachada para uniformar colores y diseño;
cerrar con portones los espacios que no se usan, ocultar los
hierros y las obras inconclusas y hacer murales para mejorar
la estética del lugar. Por eso su queja es recurrente: “El
gobierno municipal no ha mostrado interés en hacer más prolijo
el entorno”.
***
“Te tenés que encargar del Bristol Center”. Un domingo a la
tarde de hace tres años, el intendente Gustavo Pulti llamó por
teléfono a Alejandra Martínez para darle esa orden que con
tono amable buscó disfrazar de pedido. Martínez se había
convertido hacía poco en la primera diputada provincial salida
de las filas de Acción Marplatense, que llegó a la banca a
través de la lista del Frente para la Victoria.
La orden-pedido de Pulti buscaba que Martínez se abocara a
armar un proyecto de ley de expropiación del Bristol Center.
La diputada lo obedeció, pero a medida que avanzaba se iba
topando con obstáculos inusitados. Cuando solicitó en la
Dirección Provincial de Catastro la valuación fiscal del
inmueble, le respondieron con un informe en el que figuraban
las tres torres del Bristol. Es decir que aparecía hasta la
Torre A, que nunca se construyó. Eso no fue todo. En el
municipio no hubo forma de hallar el plano de mensura.
Martínez llegó a ofrecer un equipo de búsqueda que rastreara
los sectores de la municipalidad en que se creyera que pudiera
estar el expediente. Pero no hubo pistas.
Lo mismo le había pasado diez años antes al entonces concejal
Eduardo Pezzati, impulsor de una ordenanza que creó una
comisión mixta para reordenar el Complejo Bristol Center:
nunca consiguió el expediente inicial. “Se dice que la
dictadura lo hizo desaparecer”, arriesgó un exconcejal que los
buscó junto con Pezzati.
El complejo está conformado por el Edificio Bristol Center
(San Martín 2110), de 24 pisos; el Bristol Condominio Apart
Hotel (San Martín 2150), de 18; la Galería Bristol (Rivadavia
2179), comercios en el resto de la manzana y unas 550 cocheras
subterráneas distribuidas en tres niveles. Los primeros tres
pisos que están sin terminar correspondían, como la planta
baja, al sector comercial.
El proyecto de expropiación, que Martínez tiene casi definido
y prometió presentar en enero, no apunta a tirar todo abajo
como se hizo con la manzana 115. Sólo se derribaría lo que
está inconcluso y se le daría un uso público a la planta baja.
En otras palabras: lo que se va a transformar es el sector de
los comercios. “Si pensamos a futuro -observó Martínez- la
idea es que queden las dos torres, el espacio público y las
cocheras”.
La legisladora asegura que lo más importante del proyecto ya
lo tiene: son los informes de arquitectos e ingenieros que
determinan que, si se derriba lo que se piensa derribar, no se
verá afectada la estructura del edificio. “Todas las
cuestiones técnicas las tenemos resueltas. Sólo nos faltan
algunas cuestiones de forma”, apuntó. “El objetivo es poner en
valor la zona”.
El Colegio de Arquitectos colaboró en la redacción de los
argumentos de la iniciativa. “Parte de los fundamentos están
basados en lograr una intervención que potencie y jerarquice
el espacio público, que lo articule con la Plaza del Milenio y
la Peatonal San Martín. Además, hay que garantizar los accesos
a los edificios y la conexión con las cocheras. La posibilidad
de intervenir de una manera adecuada los sectores que quedaron
inconclusos probablemente descomprima el lugar y permita
cambiarle la cara”, estima Romero.
Lo que todavía no está del todo claro es qué se piensa hacer
después de la expropiación. “Somos defensores de los concursos
de arquitectura -subraya la presidenta del Colegio-. Llegado
el caso, creemos que habría que llamar a un concurso de ideas
para obtener propuestas que contemplen la creación de espacios
públicos abiertos y cerrados para complementarlos con las
áreas comerciales, porque la zona es netamente comercial.
También podría haber lugar para desarrollar actividades
culturales. Es un tema que merece mucho estudio”.
Si a esta altura algo parece unánime es que la obra sin
terminar es una postal del abandono. Sólo parece. “Debido a
estar situado en un lugar privilegiado, el entorno que rodea
al Bristol Condominio Apart Hotel combina el relax de la
playa, la diversión del Casino Central con la excitante vida
comercial y cultural de la Peatonal San Martín”, promocionan
los dueños del hotel en su página de internet. Y siguen: “La
Plaza Colón y la Plaza del Milenio forman parte de un espacio
verde que se completa con los canteros lindantes que
jerarquiza de gran manera el entorno paisajístico del sector
costero”. Se ve que la unanimidad no es tan fácil de
conseguir.
***
Urrizaga fue uno de los propietarios que, durante algunos
años, logró sacarle poder a Construir en las decisiones del
consorcio. Al ser dueña de las 225 unidades del hotel y de
otras en los distintos sectores del complejo, la empresa
dominaba a su antojo las asambleas de propietarios, desde
donde nunca surgía una exigencia para que se terminara la
edificación.
“La cantidad de problemas que genera la obra inconclusa es
enorme. Se desprenden materiales, se acumula agua en las losas
que están por encima de la planta baja y se filtra a los
locales y las cocheras. Cuando llueve se forman lagunas que
caen como cascadas en la vereda. Hay locales a los que no
puede entrar nadie porque cae un chorro de agua”, enumera
Urrizaga.
“Un problema permanente es el desprendimiento de mampostería”,
acota Schleider, que no hace mucho vio la caída de un trozo de
material en plena Peatonal San Martín. “Creo que la
municipalidad tiene que tomar cartas en el asunto para que
caduque el derecho de construcción”, sugiere.
En 2003, luego de cambiar el administrador del consorcio, los
propietarios presentaron una demanda millonaria contra la
empresa por incumplimiento en la terminación de la obra.
Asesorados por el abogado Alberto Gabás, allí sostuvieron que
la finalización “decorosa, urbanística y estética” del
complejo contribuiría al cese de las filtraciones y la caída
de materiales, así como a la terminación de fachadas, espacios
comunes, galerías y entradas, “pues el dinero reclamado se
destinaría a esos fines”.
No olvidaron decir que faltan obras comunes “relacionadas con
la infraestructura ofrecida y pagada”, entre las que
mencionaron una piscina, confiterías, ascensores, pasillos,
pintura, una entrada común, un solárium, salas de juego, una
galería comercial, dos cines, el salón de convenciones,
fachadas, entradas y servicios eléctricos.
La causa tuvo un fallo adverso en primera instancia, pero el 4
de agosto de 2009 los jueces de la Sala Primera de la Cámara
de Apelaciones en lo Civil y Comercial del Departamento
Judicial Mar del Plata fallaron a favor del consorcio. La
constructora no se resignó y presentó un recurso
extraordinario ante la Suprema Corte de Justicia de la
Provincia de Buenos Aires. Desde entonces Leandro Gabás, hijo
del abogado que formalizó la demanda, contesta con las mismas
tres palabras cuando en las reuniones de consorcio los
propietarios le preguntan por la causa: “No hay novedades”.

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