la psicosis, un defecto en la identificación

Transcripción

la psicosis, un defecto en la identificación
TRABAJO DE TESIS DOCTORAL
LA PSICOSIS, UN DEFECTO EN LA IDENTIFICACIÓN
Autor: Méd. Jorge E. Agüero
COMISIÓN DE TESIS:
Director: Prof. Dr. José María Willington
Integrantes: Prof. Dr. Rafael Gallerano
Prof. Dr. Santiago Palacio
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Reglamento Carrera Doctorado
Art. 25: La Facultad de Ciencias Médicas no se hace solidaria con las
opiniones de esta tesis.
3
Agradecimientos
A mi amigo entrañable y consejero metodológico, Dr. Marcelo Casarin, quien en
los momentos de quietud encontró el modo de relanzarme en el trabajo.
A mi amigo y colega Víctor Pujia, quien me acompañó en esta cruzada.
Agradecimiento especial a mi Director de Tesis, Prof. Dr. José María
Willington, quien tuvo la virtud ―además de su orientación― de reavivar mi
entusiasmo a partir de cada encuentro de trabajo.
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A mis hijos, María Florencia, Agustín Ignacio y María Julieta.
Quienes conocen de mi pasión y la ética con que llevo adelante
mi trabajo cotidiano, y que es lo que quiero transmitirles.
En memoria de mi padre, mi primer maestro en medicina.
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RESUMEN
Se trata de un trabajo cualitativo-cuantitativo, de un grupo de pacientes, de largo
tratamiento y de seguimiento prolongado, combinando en el mismo, el aspecto
psicofarmacológico con el aspecto psicoanalítico, que son tratados en el Hospital
Neuropsiquiátrico Provincial de la Ciudad de Córdoba, República Argentina.
Estos pacientes tienen como rasgo común que padecen de una patología,
caracterizada como Psicosis Delirante Crónica, de acuerdo a la clasificación francesa, o
de Trastorno Esquizofrénico de acuerdo a los clasificadores internacionales (DSM IV,
CIE 10).
Con la finalidad de revisar y conocer el origen de la enfermedad en cada caso,
los factores que se identifican como intervinientes, así como el análisis de las variables
sociales y clínicas que se plantean.
El 80 % de los pacientes llevan un tratamiento de entre 10 y 20 años, en tanto el
20 % restante lo llevan por menos de 10 años.
El 46 % de los pacientes ha completado sus estudios secundarios, en tanto el
13,3 % lo ha hecho en el nivel universitario.
En referencia a lo laboral, el 33,3 % no ha tenido ningún tipo de trabajo, en tanto
el 66,7 % ha tenido algún tipo de trabajo, sea independiente, o en relación de
dependencia, chocando con la dificultad del sostenimiento en el tiempo del mismo.
En cuanto a la relación con la familia, el 86,7 %, guardan una relación intensa
con los familiares directos, el 53,3% habiendo enfermado antes de los 24 años; no
obstante, el 40 % de los pacientes viven solos, aún tomando en cuenta esta dependencia
familiar.
En el rubro de los vínculos sociales, los resultados que se verifican son que el
46,7 % tienen pocos vínculos sociales, el 26,7 % tienen vinculaciones sólo con
familiares, y el 13,3 % no tienen tipo alguno de vinculación.
Al analizar la edad en que se desencadenó la enfermedad, se demuestra que el 40
% desencadenó la misma antes de los 20 años, el 33,3 % tuvieron su primera crisis entre
los 21 y 30 años, y el 26,6 % la tuvieron entre los 31 y 40 años.
Si se analizan las crisis producidas durante el curso del tratamiento, las
producidas en la primera mitad del mismo, se verifica que el 93,3 % presentó algún tipo
de crisis (anuales, bianuales, una sola crisis), en tanto sólo el 6,7 % no presentó crisis.
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En la segunda mitad, esta proporción se invierte, el 6,7 % presentó crisis
esporádicas, en tanto el 93,3 % no presentó crisis.
Al analizar la medicación administrada en la primera y en la segunda mitad del
tratamiento, se verifica que en la primera mitad, el 80 % de los pacientes fueron tratados
con dosis convencionales, en tanto el restante 20 % fue tratado con dosis menores a las
convencionales.
La segunda mitad muestra, que el 20 % es tratado con dosis convencionales, en
tanto el 80 %, es tratado con dosis menores a las convencionales, o bien permanecen sin
medicación.
A partir del análisis cualitativo de los casos, se verifica en todos ellos una falla
en la identificación yoica, quedando demostrada la forma de suplencia que han
adoptado, en cada caso, a esta falla estructural en la constitución subjetiva.
Estos resultados encontrados, abonan hacia la teoría de que el ámbito
principalmente afectado, en quienes padecen esta enfermedad, es el de los vínculos
sociales, las dificultades que entrañan, para ellos, las relaciones sociales. Queda
demostrado en las variables estudiadas, tanto a nivel de trabajo, cuanto de los vínculos
sociales, y de la relación familiar y de pareja.
En segundo término, el tratamiento llevado adelante, combinando la perspectiva
psicoanalítica, con la medicamentosa, ha permitido un mejor y más amplio desarrollo en
el campo relacional por parte de los pacientes, notándose que si bien un 33,3 % de los
pacientes nunca ha trabajado, el 66,7 % ha tenido algún tipo de trabajo. Asimismo si
bien en el 86 % de los casos la relación con los familiares es predominante, el 40 % de
los pacientes viven solos.
En tercer lugar, la mejora en la calidad de vida, es sustancial, a partir del
tratamiento sostenido, demostrado en los siguientes parámetros: el tratamiento es
mayoritariamente ambulatorio, aún en tiempos de crisis, tales se superan en forma
ambulatoria, pudiendo detectarlas precozmente; la disminución de las dosis de
medicamentos se observa ostensiblemente en la segunda mitad del tratamiento, aún en
casos se suspende su uso; la no aparición de crisis en la segunda parte del tratamiento,
en el 80 % de los casos.
La tasa de suicidios es cero, en esta muestra, por lo que se afirma que el
sentimiento de vida, aquello que han perdido los pacientes y que los trae a la consulta,
se recupera en el tratamiento sostenido en el tiempo.
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Finalmente, y en el orden cualitativo, se comprueba desde el punto de vista
psicopatológico, un rasgo común en estos pacientes a nivel de la estructuración
subjetiva, sustanciado en un defecto identificatorio a nivel del yo; en tanto la solución
que cada paciente ha dado a esta falla, es particular en cada uno de ellos.
En último término, se verifica que el camino encontrado en cuanto a suplencia
del defecto en el proceso de identificación, se traslada a la cura, en la medida que en el
tratamiento se brinden las condiciones de escucha y de acogimiento necesarios a las
propuestas que el paciente haya desarrollado y las haga presentes en la relación con el
psicoanalista.
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SUMMARY
The following is a qualitative/quantitative work, in nature. A group of patients at
the Hospital Neuropsiquiátrico Provincial in the city of Córdoba, Argentina; who have
received treatment for a large amount of time, and whose treatment has been followed
all the way through, combining the psychopharmacological and psychoanalytic aspects
of it.
What these patients have in common is that they suffer from a pathology
characterized as a Chronic Delusional Psychosis (Psychose Délirante Chronique)
according to French classification, or Schizophrenia, according to international
classification (DSM-IV, ICD-10).
Its object is to revise and know the origin of the illness in each case, the factors
which can be identified as participants; as well as analysing the social and clinical
factors which are raised.
80% of the patients have been treated for a period of 10 to 20 years, whilst the
other 20% have been treated for less than 10 years.
46% of the patients have completed up to their secondary studies, whilst 13.3%
have graduated from a university.
Regarding their work-life, 33.3% have not had any sort of job, whilst 66.7%
have, whether it be independently; or under contract, having difficulties keeping the job.
Regarding the relationship with their family, 86.7% have an intense relationship
with their direct family members, 53.3% having become ill prior to turning 24 years old;
however, 40% of the patients live by themselves, despite of this dependence on their
family.
In terms of social bonding, results which can be verified are that 46.7% have few
social bonds; 26.7% bond only with family members and 13.3% have no bonds
whatsoever.
When analysing at which age the illness unfolded, it is demonstrated that in 40%
of the cases it did so before the age of 20; 33.3% between 21 and 30 years of age and
26.6% between 31 and 40.
If only crisis produced during the first half of the treatment are analysed, it is
verified that 93.3% presented some sort of crisis (annual, biennial or just one during that
first half), whilst 6.7% presented none.
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During the second half, these proportions are inverted, only 6.7% presented
crisis sporadically, whilst 93.3% did not present any crisis at all.
When analysing medication administered during the first and second halves of
the treatment, it is verified that, in the first half, 80% of the patients were treated with
conventional doses, whilst the other 20% with doses lesser than conventional.
During the second half, 20% were administered conventional doses, whilst 80%
received less than conventional doses or remained without medication.
As far as the qualitative analysis of each case, it is verified in every one of them
that there is a fault in the ego-identification, demonstrating the form of suppléance they
have adopted, in each particular case, to this structural fault in the subjective
constitution.
These results add to the theory that the field which is mainly affected, in those
who suffer from this illness, is that of social bonds –the difficulties they experience
involving social relations-. This is demonstrated by the studied variables as far as work;
social bonds; and their relationship with their family as well as with the opposite sex.
Secondly, the undergone treatment, combining the psychoanalytic and
psychopharmacological perspectives has allowed a better and wider development in the
relational field since, although 33.3% of the patients have not had a job, 66.7% have had
one. And, although in 86% of the cases the relationship with their family is
predominant, 40% of the patients live by themselves.
Thirdly, the improvement in their quality of life from the treatment undergone is
substantial, as it is demonstrated by the following parameters: treatment is mostly
ambulatory, even when in crisis, which are overcome in an ambulatory way, being able
to detect them precociously; the decrease in doses of medication manifests ostensibly
during the second half of the treatment, even suspending medication, in some cases; the
absence of a crisis during the second half of the treatment in 80% of the cases.
The suicide rate is zero, in this sample, therefore it can be asserted and
confirmed that life sentiment (the will to live), that which patients have lost and leads
them to consultation, is recovered through treatment in time.
Finally, in the same order, it is verified from a psychopathological point of view,
a common feature of all these patients at a subjective structuring level, manifested as a
defect in the ego-identification; whilst the solution each patient has given to this
problem, is individual to each one of them.
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In addition, it is verified that the realised path as far as suppléance of that defect
in the process of identification, is transferred to the cure, as long as treatment provides
the necessary conditions of listening and embrace for whatever is proposed and
developed by the patient and made present in the relationship with the psychoanalyst.
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ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN
14
1.1. Las psicosis
15
1.2. Las psicosis delirantes crónicas
19
1.3. La identificación
23
2. HIPÓTESIS
26
3. OBJETIVOS
27
3.1. Objetivo general
27
3.2. Objetivos específicos
27
4. MATERIAL Y MÉTODO
28
5. MARCO TEÓRICO
218
5.1. La constitución del sujeto
218
5.2. La formación del yo
219
5.3. El narcisismo
221
5.4. El estadio del espejo
223
5.5. Edipo y castración
229
5.6. El Otro
232
5.7. El trabajo con el psicótico
235
5.8. La metáfora paterna
237
5.9. La forclusión del nombre del padre
239
6. RESULTADOS Y ANÁLISIS
241
7. DISCUSIÓN
258
12
8. CONCLUSIONES
264
9. BIBLIOGRAFÍA
268
10. GLOSARIO
272
11. ANEXO
282
13
1. INTRODUCCIÓN
El presente trabajo aborda la cuestión de un grupo de enfermedades que se han
constituido en motivo para la psiquiatría desde dos siglos atrás, aproximadamente,
momento en que se comenzó con su descripción. Las psicosis, tal como las
denominamos, han sido objeto de diferentes aproximaciones teóricas para explicar su
producción; y se han llevado a cabo otros tantos abordajes respecto de su tratamiento.
En este trabajo, el abordaje a partir del cual se tratarán los casos, así como el
análisis que se realice, es el del tratamiento psicoanalítico.
La psicosis, un defecto en la identificación, como indica el título que se ha
adoptado para el trabajo, presenta el tema desde una doble vertiente en su significación:
por un lado nos da idea del diagnóstico, para lo cual se procede a una redefinición y
actualización de cada uno de sus términos, y por otro, nos remite directamente al
tratamiento de esta patología, de la forma de tratamiento que el mismo paciente le ha
dado, y la conexión de esta última con la orientación de la terapéutica a instituir.
Se toma aquí en esa doble vertiente un grupo de psicosis, definidas desde el tipo
de síntomas que las caracterizan: las Psicosis Delirantes Crónicas, que desarrollan en su
evolución este tipo de síntomas restitutivos de la realidad. Una realidad para siempre
perdida por ese sujeto, pero que a partir ―y a través― de esta forma que toma su
enfermedad, promueve una intención curativa.
Esta intención curativa viene a suplir una falla estructural que ha ocurrido y que
no ha permitido que se lleve a cabo el proceso de la identificación. Proceso, este último,
a partir del cual un sujeto encuentra su sostén en el mundo en un lugar de particularidad,
lugar desde el cual puede hacer frente a todo el universo de la cultura, universo
representado en las circunstancias históricas, políticas y sociales que son vehiculizadas
mediante las relaciones familiares que se muestran atravesadas por el lenguaje, que a su
vez concurre como mediador y articulador de las generaciones y de los movimientos
culturales.
En este transcurso, será necesario hacer el pasaje de las psicosis ―en plural― a
la psicosis en singular, para fundamentar la conceptualización aquí propuesta acerca de
la producción de esta patología. Será necesario, también, hablar de la identificación y su
mecanismo, que ante la ausencia de identidad del ser humano debe apoyarse en tal
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procedimiento para asegurarse un lugar, una existencia en el mundo que le permita
relacionarse con las demás personas.
Asimismo, será necesario deducir un defecto en la identificación, y retomar a
partir de éste la orientación del camino terapéutico.
Para explicar la identificación como el proceso a través del cual el sujeto llena el
vacío de su falta de identidad, será necesario dar un rodeo por los caminos de la
filosofía, la psicología, la lógica y la gramática
En esto se inscribe el presente Trabajo de Tesis Doctoral, con una investigación
clínica sobre 15 casos de largo tratamiento, mayor a 10 años, con el análisis de cada uno
de ellos a lo largo del tratamiento desarrollado, y que continúa en el momento de la
presentación, por lo que se constituye en un corte.
1.1. Las psicosis
La psicosis es un término que caracteriza de plano, en su tipicidad, lo que ha sido y es el
campo de estudio de la Psiquiatría. Sin embargo, ha debido luchar para aparecer y
desarrollarse dentro de dicho campo, desde finales del siglo XVIII (Pinel y Esquirol en
Francia)(1) y durante los siglos XIX (Guislain en Bélgica; Griesinger en Alemania,
Falret, Bayle y Morel en Francia)(1) y XX, para luego comenzar una progresiva y lenta
disgregación que lo ubicó, en esas condiciones de difuminación, en las clasificaciones
de las enfermedades que hoy guían nuestra práctica.
Con el término psicosis se designan las afecciones mentales más graves, sobre
todo aquellas caracterizadas por una alteración global de la personalidad a raíz del
proceso patológico.
Durante el siglo XIX (Magnan, 1880; Kraepelin, 1890)(1) (2), y primera mitad
del siglo XX (Krepelin, Kretschmer en Alemania; Sérieux y Capgras, Ballet y Dupre en
Francia)(1) (2), fueron caracterizadas a partir de las adjetivaciones, tomando en cuenta
la naturaleza, la etiología o un rasgo dominante, por lo que se describió un alto número
de enfermedades, aspecto que abrió la perspectiva de su estudio a partir de tal adjetivo.
La psicosis, dentro del campo general de la locura, debió recorrer un largo
camino hasta lograr su identificación como tal, habiendo superado aquella división a
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partir de la Revolución Francesa, momento en que fueron separados los enfermos
mentales de quienes cometían delitos.
La otra gran separación que debió sufrir la psicosis fue la que se produjo entre
quienes padecían una enfermedad mental y aquellas personas que se habían equivocado,
o que cometían pecados.
Ya en el mismo campo de definición de las patologías, fueron definidas en
forma positiva, pero también se ha ofrecido su diferencia con el campo de las neurosis y
el campo de las psicopatías.
Es así que el término psicosis se opone al de neurosis en el lenguaje común de la
gente, con repercusiones en el pronóstico y en la terapéutica, así como en el imaginario
social; en tanto en las fundamentaciones teóricas, a través de las distintas concepciones
que abordaron el tema, los límites se muestran más imprecisos. Esto ocurre cuando se
quiere oponer ambas patologías a partir de algunos parámetros, como, por ejemplo,
cuando se toma en cuenta su gravedad y su modo de evolución.
No podría afirmar que las psicosis son enfermedades más graves, ya que si bien,
en general, presentan un pronóstico con mayores reservas, sin embargo hay algunas de
ellas que responden ―por ejemplo― a una etiología infecciosa o tóxica, y que una vez
desaparecida la causa que las produce, restituyen ad integrum.
Del mismo modo, hay algunas neurosis que pueden definirse como crónicas, al
interesar la personalidad de los sujetos. Por ejemplo, las neurosis obsesivas, que dejan a
algunas de las personas que las sufren sin posibilidades de desarrollar una vida completa
desde el punto de vista social, profesional y laboral.
También es poco conducente basar la oposición entre las psicosis como
enfermedades orgánicas y las neurosis como enfermedades de origen psicógeno,
exclusivamente (Sérieux y Capgras, primera década del siglo XX en Francia)(1).
Si lo que se pone en el centro de la oposición es el grado de conciencia de la
enfermedad, lo que tradicionalmente se ha sostenido es que los sujetos psicóticos no
tendrían conciencia de enfermedad, por lo que no concurren espontáneamente a la
consulta. En cambio, a los neuróticos, el hecho de estar afectados solo parcialmente en
su psiquismo les permitiría entender su padecimiento y, por lo tanto, solicitar ayuda
profesional.
Sin embargo, en la práctica nos encontramos con algunos neuróticos que no
aceptan algún grado de disfuncionamiento que los lleve a la consulta; así como hay
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psicóticos que concurren a la consulta sin la necesidad de ser conducidos por otras
personas, especialmente en situaciones en las que han perdido el sentimiento de la vida,
y que por eso solicitan ayuda.
El concepto de psicosis ha estado también afectado por el paso a través de la
cultura, haciéndose presente con distinta sintomatología en diferentes épocas, de
acuerdo ―precisamente― a las coordenadas del malestar reinante, es decir, a la forma
que toma ese malestar en cada etapa. Para esto es necesario entender el
desenvolvimiento de la sociedad a partir de sus componentes, del permanente interjuego
entre quienes detentan el poder y quienes se encuadran como dirigidos; entre quienes
ocupan el lugar del amo, y aquellos que ocupan el lugar del esclavo.
Quiero caracterizar ahora al amo moderno (Lacan, 1969)(3) en nuestra época, en
la que es el mercado y sus leyes de libre circulación el que rige el campo de la salud, y
en el que se ven muy claramente sus efectos.
El mundo de hoy se caracteriza por estar dominado por una nueva forma del
amo.
El amo antiguo, que podía estar representado ―por ejemplo― por el rey como
un derivado del padre, mantenía una relación muy especial con sus vasallos, con sus
súbditos, así como lo estaba el amo con sus esclavos. El amo era quien se hacía cargo de
sus esclavos (Miller, 1998)(4).
Ahora nos encontramos con el amo moderno, agente del discurso capitalista, y
efecto del desencadenamiento del discurso de la ciencia. Las características del amo
moderno son distintas a las del amo antiguo: es un amo que no aparece encarnado en
alguien. En el mar del movimiento del capital no se puede saber quién es el que ordena
las cosas; el amo se torna ilocalizable. No existe más referente ordenador que el libre
juego del mercado.
Las consecuencias de esto ya nos son conocidas: una nueva forma de malestar,
la exclusión, la segregación universal de la que el sujeto contemporáneo es la víctima
principal. Segregado por pobre, por negro, por enfermo, por viejo, por niño, por mujer,
etc. No se puede estar fuera del sistema, a la vez que es imposible excluirse (Laurent,
1998)(5).
La desaparición del trabajo ya no es un fenómeno aislado, propio de las
coyunturas económicas de un país determinado, sino que se extiende por el mundo
entero como una de las manifestaciones más conspicuas de la hegemonía
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universalizante de la globalización (Miller, 1998)(4).
No sólo están en juego aquí las consecuencias económicas que la desocupación
puede acarrear, sino que queda planteado el impacto subjetivo, ya que nos confronta con
la desaparición del vínculo social.
El padre, a quien el sujeto puede acudir para estabilizar su modo de
funcionamiento en el mundo, hoy tambalea, junto con los ideales que lo sostenían.
La familia monoparental, homosexual, o aún la familia ausente, parecen dar
cuenta de la caída del modelo familiar fundado en el padre, como si el sujeto ya no
quisiera ―o ya no necesitara― recurrir al padre como organizador de su subjetividad,
debiendo recurrir entonces a las maneras en que deberá suplantar al padre (Laurent,
1998 )(5).
Ocurre, al mismo tiempo, que el sujeto tiene dificultades para inscribirse en una
historia. El modo de presentarse en los hechos y sucesos, en forma de flashes, no
encadenados unos con otros entre sí, o bien unos como consecuencias de otros ―lo cual
los encadena―, es lo que da la ilusión de la historia. Desaparece así el carácter lineal,
que proviene de la compactación en un núcleo donde figuran pasado, presente y futuro,
y el sujeto no puede inscribirse, debido a esto, como un sujeto histórico.
Trabajamos, entonces, en el campo de la sociología y de la política, o por lo
menos en el terreno donde se verifican los efectos de ambas, tratándose ahora del sujeto
excluido que, como tal, no tiene protagonismo histórico; es decir, es un esclavo sin amo.
Es así que el sujeto contemporáneo, excluido, habiendo perdido la posibilidad de
recurrir al referente paterno ―o su derivados― para organizar su vida y ordenarse, y
habiendo perdido, también, la posibilidad de inscribirse como un sujeto histórico, debe
echar mano a identificaciones supletorias que lo representen en la sociedad y que son
puestas a su disposición por el amo moderno: tal el caso de las drogas, como resto de la
producción científica, la adoración a los dioses de la cibernética, el culto a las imágenes
de los cuerpos, la obtención de objetos que le son prometidos para obtener su felicidad,
etcétera.
Pero al mismo tiempo, encontramos la identificación en la exclusión a través de
las agrupaciones locales, con el denominador común de los modos de satisfacción de
sus necesidades, los movimientos, las bandas, las pandillas, etc.; identificación, aunque
lábil e inestable, y refractaria a toda pacificación, que proporciona al sujeto
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contemporáneo de alguna inscripción social, y un modo de establecer vínculos con los
demás (Laurent, 1998)(5).
Es el grupo en su carácter imaginario, en el cual la negativización, la
vinculación, no pasa por las leyes del ordenamiento simbólico, sino que son los
denominados pasajes al acto ―o bien las marcas en el cuerpo― los que sirven de
ordenadores.
1.2. Las psicosis delirantes crónicas
Se trata de cuadros clínicos que, al decir de Henri Ey (6), se caracterizan en lo esencial
por presentar ideas delirantes en forma permanente.
Se considera como ideas delirantes no sólo lo que está expresado en los temas de
ficción del contenido ideico, sino que también se suman los fenómenos conexos desde
el punto de vista ideoafectivo, tales como: las intuiciones, las ilusiones, las
interpretaciones, las alucinaciones, la exaltación, etc.
También se acepta que los delirios crónicos son experiencias duraderas en las
que el sujeto no es un participante pasivo y accidental, sino que toma un protagonismo
activo que le brinda la función de su relación con las demás personas y el mundo
exterior. Los delirios están incorporados a la personalidad (Ey, 1978)(6); en este
sentido, están planteados como enfermedades de la personalidad y, más aún, se los
considera como modalidades delirantes de un yo alienado.
Es así que estos pacientes se conducen de acuerdo al contenido delirante de su
pensamiento, alejándose de la realidad llamada común.
En este delirio crónico son dos las cosas que se observan: por una parte, la
diversidad de temas que abarcan o en que se desarrollan y, por la otra, el trabajo de
elaboración del delirio mismo, llevado adelante mediante procesos discursivos y de
reflexión del pensamiento, que es distinto en cada caso (Ey, 1978)(6).
Es decir que este autor, Henri Ey, ya propone, entre otras, dos características
fundamentales de las personas delirantes crónicas:
a) la temática delirante, particular para cada sujeto, y
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b) el efecto de alienación del yo, de lo que se deduce como consecuencia el
trabajo subjetivo para restituir esa falla, que reviste nuevamente
características muy particulares, no sólo en el contenido sino, también, y
fundamentalmente, en los caminos de elaboración de dicho delirio.
Jacques Lacan, psicoanalista francés que desarrolló su tarea durante el siglo XX,
afirma que el delirio no solamente se desenvuelve en relación con la personalidad, sino
que es la personalidad misma, es decir, es aquello que actúa para el sujeto cohesionando
sus rasgos personales, permitiéndole hacer frente a las relaciones con el mundo. Es
aquello, entonces, sobre lo que apoya su existencia, y a partir de lo cual organiza su vida
de relación, sus vínculos familiares, sociales, laborales, etc. (Lacan, 1932)(7).
El desarrollo delirante puede tomar, en términos generales, dos formas de
organización. O bien adopta la forma de una intelectualización abstracta, en un sistema
de creencias bien articuladas y perfectamente sistematizadas, o bien estos delirios toman
una forma más cercana a la de los sueños, cobrando un aspecto más caótico y fantástico
e irrealizable.
Pero estas personas delirantes, cuyo delirio muestra una profunda modificación
e, incluso, una inversión de los valores de la realidad, manifiestan, por otra parte, en
algunos casos, una adaptación adecuada a tal realidad.
Esta forma parcial de delirio, llamada locura parcial, fue planteada por
Esquirol(2) con el nombre de monomanías.
Esquirol(2), en la primera mitad del siglo XIX, describe la manía excluyendo de
la misma la forma “sin delirio”, o razonante, de la que hace una monomanía. Define así
la manía como una alteración y una exaltación del conjunto de las facultades
(inteligencia, sensibilidad, voluntad); un delirio total que obstaculiza la acción de la
atención voluntaria, muy disminuida frente al flujo de sensaciones, ideas e impulsos que
asaltan al enfermo. La alteración intelectual es aquí primaria, y no es secundaria a la
alteración afectiva.
Crea así la gran clase de las monomanías, que agrupa las afecciones mentales
que afectan sólo parcialmente a la mente, dejando intactas las facultades. En el año
1918, Esquirol (2) divide en dos grupos las monomanías, de acuerdo a donde se
encuentre el problema:
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a) los alienados que sistematizan y racionalizan sus alteraciones del carácter y
del comportamiento (manía razonante), dándole apariencias razonables pero
no por ello delirando menos, y
b) casos de división del yo en los que la razón y la locura se alternan. El
alienado no está loco más que en el momento de sus actos delirantes, y sigue
lúcido fuera de esos momentos, criticando entonces su comportamiento.
Sostenía este comportamiento bajo el justificativo de la unidad del yo.
Muchos clínicos habían recusado la simplicidad, la pureza o el carácter parcial
de estos delirios, entre ellos Griesinger(1) y J. P. Falret(1). Sostenían que es toda la
personalidad del delirante la que está perturbada.
Wilheilm Griesinger (1), en quien reconocemos uno de los fundadores de la
escuela alemana, sostuvo que el yo experimenta, en primera instancia, fenómenos que
vive con intensos sentimientos de angustia y de dolor moral. Puede dejarse llevar por
ellos, o bien reaccionar en contra. En cualquiera de las dos formas, el estado mental
genera nuevas representaciones concordantes, falsos juicios, que el enfermo no puede
rectificar. En un principio no puede rectificarlos porque el estado mental en que se
encuentra no le da tiempo de reflexionar; pero pronto, esas neo-formaciones toman
cuerpo, se fortifican, se consolidan, estableciendo relaciones cada vez más fuertes con el
complejo de ideas del yo, antiguo yo, que queda totalmente desvirtuado, convertido en
otro diferente. Estos falsos juicios devienen parte integrante del yo metamorfoseado.
Deviene, según este autor, un nuevo yo falso, que si logra sistematizar esta ideas
nuevas convertirá la locura en sistematizada, en tanto si no lo logra, quedará a la deriva
de un conjunto de ideas discordantes e incoherentes, haciendo desaparecer la unidad de
la persona.
J. P. Falret (1), ya en la madurez de su actividad como clínico, sostiene algunos
principios a los que arriba luego de un recorrido de al menos 15 años de trabajo. Afirma
que el alienista ―tal como le llamaba al clínico― debe observar tanto los hechos
negativos como los positivos, las lagunas, omisiones, ausencias de manifestaciones, al
mismo tiempo que los actos realizados y las palabras pronunciadas.
Estos principios enunciados por Falret, aplicados a los delirios y manifestaciones
delirantes, lo acercan a las concepciones de Griesinger (1). También considera ―como
aquél― a la enfermedad mental como una enfermedad cerebral, cuya modificación
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orgánica es desconocida en su esencia, pero perceptible en sus efectos. Esos efectos no
son directamente los fenómenos ruidosos de la alienación mental, sino las
modificaciones sutiles que crean la actitud para delirar.
Sobre este fondo mórbido se instala la dialéctica propia del psiquismo como
nivel autónomo de fenómeno, es decir, el engendramiento propio de las ideas y de los
sentimientos por las ideas. Afirma, así, que el delirio se desarrolla por leyes que le son
propias, y que se deben al trabajo de la función sobre ella misma. A esto se debería la
variedad infinita de los delirios, la multiplicidad de sus formas, y de sus matices tan
numerosos y delicados.
Autores como Laségue, Falret y Magnan (1) describieron en esta época del siglo
XIX el llamado delirio crónico de persecución, lo que mostraba claramente que se
trataba de una enfermedad que desorganizaba profundamente el ser psíquico.
En 1852, Laségue (1) describe esta nueva forma nosológica en la que distingue
tres fases: la primera, en la que el enfermo siente un malestar indefinible, que no se
parece en nada a las quejas que presentan como modo de sufrimiento las personas sanas;
una segunda fase de sistematización delirante, que consiste en construir ―apoyándose
en pequeños detalles― una nueva explicación de los sucesos; y finalmente una tercera
fase, que está caracterizada por lo que llamó la alucinación auditivo-verbal, la única
compatible con el delirio.
Las ideas de Magnan (1) representan una síntesis de las grandes corrientes de
ideas que atravesaron la psiquiatría francesa en 1880. En referencia al tema de los
delirios crónicos de persecución, describió dos períodos en su desarrollo: el primero de
incubación e inquietud, marcado por un malestar cenestésico general, y un segundo
período de persecución.
En los trabajos de Kraepelin y Bleuler (2), estos delirios han quedado
encuadrados en las denominadas formas paranoides de la demencia precoz, a diferencia
de un grupo de delirios de organización mucho más sistematizada, que los denominan
paranoicos.
Antes del año 1900 aparece el Compendio de Psiquiatría de Emil Krepelin (8),
que reconocerá ocho ediciones en los 30 años siguientes a su primera edición, en las que
ordena las afecciones mentales, que a su vez va modificando en cada una de sus
ediciones.
22
A partir del 1900 aparece la Escuela Dinámica alemana, crítica de Kraepelin,
que apoya sus tesis sobre las concepciones psicógenas de la producción de las
enfermedades mentales. Reconocemos entre sus exponentes a Eugen Bleuler (9),
contemporáneo de Freud e influenciado ya por sus pensamientos a través de Jung, quien
se carteaba permanentemente con Freud.
A finales del siglo XIX, el grupo de La Salpetriere también se ocupó de las
enfermedades mentales. Entre sus integrantes, fue Seglas (1) quien estableció la
diferencia entre la confusión mental y la denominada paranoia aguda, en 1854.
Más adelante trabajaron sobre los delirios sistematizados, desarrollando estudios
tanto sobre los delirios propiamente dichos como sobre los fenómenos que también
quedaron encuadrados en la definición de delirios crónicos.
Es así como ―con cierta resistencia al concepto de Esquizofrenia― han hecho
hincapié en aquellos delirios que no tienen una evolución deficitaria de las funciones
psíquicas, diferenciándolos de aquellos otros que sí evolucionan con déficit de tales
funciones.
Alrededor de 1810 se constituye el edificio nosológico en Francia, considerado
como clásico.
Consideraron las diferentes patologías con grandes aportes a la clínica, y en este
sentido es necesario nombrar a algunos que aportaron al tema del que se ocupa este
trabajo: Pinel, Morel y Magnan (1), y más adelante Sérieux y Capgras (1), describieron
el delirio de interpretación. Dupré describió el delirio de imaginación; Ballet describió
la llamada psicosis alucinatoria crónica. El carácter primario del delirio fue descrito por
De Clérambault (10).
1.3. La identificación
La identificación es definida como el proceso psicológico mediante el cual un sujeto
asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro, y se transforma total o
parcialmente sobre el modelo de éste (Freud, 1921)(11).
23
Un sujeto se constituye con base en este mecanismo, siendo el proceso que pone
fin a una etapa constitutiva, para incluirse a partir de allí en otra etapa de mayor
complejidad. Esto mismo es lo que nos remite a entender la constitución subjetiva como
un proceso lógico, y no como un proceso solamente cronológico.
El sustantivo identificación puede ser tomado en diversos sentidos; en primer
lugar, en un sentido transitivo correspondiente al verbo identificar; y, en segundo lugar,
en un sentido reflexivo, que se corresponde con el verbo identificarse.
En el primer caso podemos identificar una cosa como perteneciente a un grupo,
o a una clase, o un animal perteneciente a su especie; la segunda acepción se refiere a la
identificación como el acto en virtud del cual un sujeto se vuelve idéntico a otro, o por
el cual dos sujetos se vuelven idénticos.
Desde siempre se ha tratado de imaginar un sujeto unificado: desde que existe la
raza humana, se imagina a un sujeto unificado para enfrentarse al universo en el que
debe crecer y desarrollarse. Se lo imagina unificado cuando le toca justificar su
existencia y su modo sexuado.
Finalmente, se lo piensa unificado entre lo que vive en su interior y lo que se le
requiere desde el exterior, exterior en el cual ―y por el cual― se desarrolla. Es decir
que cuando este sujeto actúa de acuerdo a lo que quiere, o de acuerdo a lo que desea, no
necesariamente está en acuerdo con lo que hace bien a los demás; se diría que, en todo
caso, ambas posibilidades se oponen.
El lenguaje mismo es lo que promueve esta división, implícita en el sujeto desde
el habla, y en el habla se constituye como dividido. En esta lucha por su unificación, es
que echa mano a la identificación.
Esta división ya ha sido objeto de estudio de los filósofos desde la antigüedad,
muy preocupados por la existencia del hombre, por búsqueda de la verdad y por el
conocimiento.
Hay un proceso identificatorio, en especial, en el que se apoya la constitución
subjetiva subsiguiente, y que de no llevarse a cabo en los términos esperados deja al
sujeto a la deriva de las relaciones no ordenadas y anárquicas con el mundo. En este
desorden quedan incluidas la existencia y la posición sexuada, que son necesarias para
el establecimiento de los vínculos con las demás personas.
Este proceso lógico tiene como base dos identificaciones: una desde el punto de
vista imaginario (Lacan, 1936)(12) (13) la identificación del yo. Y en segundo lugar,
24
una identificación simbólica (Lacan 1953)(14), en la que se constituye el sujeto como
tal, entrando de esta manera en las relaciones simbólicas de las leyes y normas a las
cuales desde ese momento se ajustan.
Se trata de un proceso lógico que dividiré en pasos sucesivos, solamente a
efectos didácticos y para poder demostrar la falla que implica la no realización de este
proceso identificatorio.
Este proceso puede fallar debido a distintos accidentes en su camino, y significa
en esos casos una falla estructural, que vendrá a ser salvada, o suplantada, por un nuevo
proceso desarrollado por el mismo sujeto a tal fin.
La falla en este procedimiento dejará al sujeto fuera del funcionamiento, no
pudiendo adaptarse a las leyes ni a las normas, quedando excluido del discurso
simbólico de ahí en adelante.
Es esto lo que le sucede a algunos sujetos psicóticos, quienes a partir de esta
falla estructural comienzan una dura y larga batalla por retomar la “carretera” a la que
no tuvieron acceso, utilizando para ello diferentes medios.
Algunos recurren a una forma en acto: por ejemplo, aquellos que cometen
delitos de homicidios, a partir de los cuales pacifican sus síntomas. En otros casos, los
sujetos recurren a actividades artísticas, literarias o plásticas con las cuales encuentran
su estabilización. Finalmente, otros optan por el delirio: una forma delirante que viene a
constituirse en su personalidad misma, y que es lo que les permite encontrar una forma
de relacionarse con las demás personas y con el mundo exterior.
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2. HIPÓTESIS
La hipótesis de trabajo en esta investigación es la relación que existe entre la producción
de la enfermedad, con base en un defecto estructural en el proceso de identificación, y la
forma delirante de suplantar esta falla. En esta forma misma de suplencia ya han
encontrado su solución, y en la misma ya está contenida la orientación a seguir en el
tratamiento.
El proceso identificatorio es el que articula una etapa con otra en el desarrollo
normal de la personalidad de un sujeto, permitiéndole no sólo afirmar lo conseguido,
sino el advenimiento a una etapa de mayor complejidad.
Ante el déficit en este proceso, los sujetos han debido recurrir a formaciones
suplentes de tipo delirante, que es lo que les otorga la posibilidad de un tratamiento.
Asimismo, se pueden establecer, en la forma delirante, las dos esferas en las que se
desenvuelve la vida de un sujeto: la existencia y la posición sexuada.
26
3. OBJETIVOS
3.1. Objetivo general
Demostrar que el delirio que presentan los pacientes afectados de una psicosis delirante
crónica está en correlación directa con la falla estructural producida en el proceso
identificatorio.
3.2. Objetivos específicos
a) Demostrar la producción de la enfermedad en los sujetos presentados.
b) Demostrar una falla estructural en la producción de la enfermedad.
c) Demostrar un defecto en la identificación, como falla estructural en la constitución
subjetiva.
d) Demostrar el modo de suplencia singular que cada sujeto presenta.
e) Mostrar que los pacientes, en su misma solución de suplencia, contienen la dirección
a seguir en el tratamiento.
g) Demostrar que los efectos de la falla estructural, sufrida por estos sujetos, se
manifiesta a nivel de las relaciones y los vínculos sociales.
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4. MATERIAL Y MÉTODO
La investigación estará basada en el trabajo clínico realizado con pacientes afectados de
psicosis delirantes crónicas, que hayan estado o estén en tratamiento. El material
utilizado proviene del contenido de las sesiones realizadas a lo largo del tratamiento, y
de lo registrado en las historias clínicas que se encuentran en el archivo de la institución.
Asimismo, estos pacientes han realizado o realizan dicho tratamiento
institucionalmente. El mismo se ha llevado y se lleva a cabo en el Hospital
Neuropsiquiátrico Provincial de la Ciudad de Córdoba, República Argentina.
Las psicosis delirantes crónicas son definidas a partir de la nosología clásica,
que consideraba a estas afecciones con el síntoma central en el delirio.
Reconoceremos en estos pacientes la producción de tal psicosis, a partir de una
falla en el proceso de identificación. También reconoceremos, de acuerdo a las
comprobaciones clínicas, el tratamiento que el mismo sujeto ha dado a tal situación de
enfermedad, y la orientación que encontramos en ello para la implementación del
tratamiento.
28
CASOS CLÍNICOS
Presentación
La clínica psiquiátrica ha sido esencialmente la observación morfológica, la descripción
formal de las perturbaciones psicopatológicas. La observación parecía ser la obsesión de
esta búsqueda de describir los fenómenos y agruparlos para transmitirlos.
Pero en este camino histórico, la clínica psiquiátrica se volvió sospechosa de
participar en la alienación de aquellos cuyas perturbaciones pretendía describir
exhaustivamente, analizar objetivamente y clasificar racionalmente.
La clínica psiquiátrica continuó siendo objeto de estudio y de progreso en el
campo científico en sus diferentes vertientes: la del diagnóstico, la evolución, las
clasificaciones y, finalmente, la de los tratamientos.
Para que un nuevo marco conceptual se establezca, es necesaria —
evidentemente— la acumulación de conceptos nuevos, fundados en desarrollos
diferentes; en este punto, los desarrollos acumulados por la clínica psicoanalítica, a
partir del desarrollo de su práctica y la teorización consecuente, se inscribe en este
campo.
También es conveniente conocer los límites de los desarrollos propuestos, ya
que universalizar su uso nos puede conducir a errores que adquieren gravedad en
nuestro ámbito del trabajo clínico. Es, pues, de las limitaciones que vamos a desprender
el uso más racional del instrumento con que contamos y proponemos.
También debemos decir que no es fácil acceder a un saber fascinante como el
que es ofrecido actualmente en los manuales modernos, poco preocupados en transmitir
lo conceptos basados en la observación de la clínica clásica.
En el campo de las ciencias humanas, el conocimiento de la historia y el retorno
a los textos son indispensables para una justa aprehensión del desarrollo de la práctica
de acuerdo al movimiento de cada época.
Debemos afirmar que, dentro de lo que hemos llamado la clínica psicoanalítica,
es perfectamente posible practicar una observación objetivante y universalizante, a
condición de que conservemos, en nuestra práctica, una ética en que se fundamente tal
29
procedimiento, para poder luego correlacionar los resultados obtenidos con los
materiales surgidos de un método de observación más vasto y abarcatorio.
Una clínica que se funda en principios sólidos, y que se respetan a la hora de su
puesta en práctica, es lo que permite otorgarle un valor universal, al mismo tiempo que
queda delimitada por estrechos bordes, una “mirilla” por la que mira la psicopatología
actual.
Siempre encontramos en la base de un saber de un conjunto sistematizado de
conocimientos, un recorrido metodológico particular, fundado en un sistema conceptual
más o menos elaborado que lo guía en este camino.
El psicoanálisis no es solamente un pensamiento; es primordialmente una
experiencia, la experiencia de la palabra. No expone una teoría: tiene raíces en esta
experiencia singular de la cual se trata —en trabajos como éste— de rendir cuentas.
Esta experiencia de la palabra puede ser considerada en sus tres dimensiones: la
imaginaria, la simbólica y la real, acudiendo para esto —en su ayuda— a diferentes
disciplinas que aclararán con sus conceptualizaciones los pasos a seguir.
La dimensión imaginaria es la de la eficacia de la sugestión. Es cuando se utiliza
la palabra como medio de poder y de dominio, sobre sí o sobre los otros.
En su dimensión simbólica, la palabra es considerada como medio de
comunicación, de educación, de instrumento político, de teorización, de mediación entre
unos y otros.
Pero este entrecruzamiento entre estas dos dimensiones no es suficiente para
explicar la experiencia en su amplitud, o por lo menos para la experiencia analítica. Las
dimensiones imaginaria y simbólica de la palabra no están solas en la consideración
cuando un analizante va a hablarle a un analista; sino que también en la experiencia
analítica se apunta a aquello que en el sujeto determina su relación con el mundo, más
allá de lo etológico y de los desarrollos sociales que Freud representó en el Edipo.
Este más allá de estas dimensiones, difícil de atrapar —o, mejor dicho,
imposible sino por aproximaciones— es lo que Lacan ha dado en llamar lo real, y es lo
que constituye la singularidad en cada sujeto, lo que determina su funcionamiento
respecto del mundo y que lo une en lazos —como decía— singulares a los otros.
Es por esto que se proponen disciplinas diferentes para explicar algunos
fenómenos y para hacer avanzar la clínica en el desarrollo de cada uno de los
tratamientos, como son los que nos ocupan en este trabajo cualitativo.
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Es entonces desde la perspectiva psicoanalítica que van a ser abordados los
casos para su análisis, tal como ha sido en el marco del tratamiento.
Igualmente, es conveniente aclarar que los casos presentados, en su seguimiento,
llevan un tiempo que oscila entre los 5 y los 22 años, por lo que —y en relación a este
vector— el desarrollo, en algunos, es más extenso que en otros.
El caso “J”
Se trata de un sujeto de 43 años de edad que concurre a la consulta aproximadamente 15
años atrás con el fin de realizar tratamiento, acompañado por algunos de sus familiares
pero contando con la particularidad de que él mismo había elegido al analista.
Esta consulta ocurre en el momento de una internación, a posteriori de que sus
familiares produjeran la interrupción del tratamiento que estaba realizando —y en que le
iba muy bien, según él mismo dice— porque no estaban de acuerdo con la forma de la
conducción de la cura por parte de este analista.
El paciente cuenta que su primera crisis se produce a los 17 años, en el colegio,
cuando cursaba sus estudios de nivel secundario.
Lo relata de la siguiente forma:
Esta primera crisis se inicia en una clase de biología en el colegio Montserrat. Yo
empecé a hablar de la reencarnación, y el profesor que era médico y psiquiatra hizo que
se callaran las risas de mis compañeros. Al salir del colegio enuncié mi tesis “Soy Dios,
quiero sexo”.
Esta era una frase con mucho contenido, pues yo venía de una relación de amistad con
un sacerdote jesuita homosexual; si bien yo no soy homosexual, yo pensé después de
años de conversaciones que a este mundo lo que le faltaba era la segunda venida de
Cristo.
Si bien no tenía resuelto el misterio de la muerte, me parecía que había que convocar a
los sabios del mundo para desentrañar ese misterio y resolverlo, de modo que así se
cumpliera la profecía bíblica del Apocalipsis.
Por mi parte, yo me reservaba, por ser Jesucristo en la segunda venida, el goce de las
más bellas mujeres que la humanidad había dado.
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(Irrumpe el delirio, posiblemente rumiado de largo tiempo en una atmósfera con
temple delirante e interpretaciones delirantes que aparecen sin contención; asimismo,
el discurso de estos párrafos carece de ilación. Están presentes la temática religiosa y
sexual íntimamente ligada a la biografía del paciente).
No obstante mi primera crisis fue nacida de una posición de amor, en el sentido que
quería darle al hombre la reconstrucción del paraíso (Aún hoy añoro escribir un libro
que se llame El Paraíso Posible).
Después vino el horror, yo decía que quería una mujer, y me llevaron a casa de mi
hermana, donde estaba el libro de Rafael Alberti A la pintura, y yo decía que era La
Biblia, y me llevaron al loquero engañado, en un auto, a la noche, diciéndome que
íbamos a ver a una mujer (esto me volvió desconfiado por el resto de mi vida), y ahí
enloquecí. Al despertarme, encerrado por unos muros altísimos con un loco diciéndome
que le diera cigarrillos, entonces perdí mi buena respuesta a la percepción del mundo.
Ya la realidad no ofrecía garantías, y la subjetividad quedó al desnudo.
(Clara desrealización y reemplazo del delirio por la realidad)
Los antecedentes
El paciente refiere haber tenido numerosos tratamientos, sobre todo en las primeras
épocas de su enfermedad, tanto de tipo psiquiátricos como de tipo psicoterapéuticos y
combinados, así como de terapia familiar, que según él no sólo no arrojaron resultado
positivo sino que sus efectos fueron fragmentarios en referencia a la familia y su
funcionamiento.
No obstante, finalizó el colegio secundario con buenas calificaciones, y tuvo lo
que llama: “mi primer y gran amor”.
Luego enferma su padre de una enfermedad incurable, lo que cuenta de la
siguiente manera: “A principios del año siguiente murió mi padre de cáncer de hígado,
víctima de sus propios errores, y yo quedé en manos del azar”. (Interpretación mágica y
delirante)
32
También refiere, en lo que concierne a los tratamientos que ha recibido, que en
numerosas ocasiones han transcurrido en lo institucional; tanto en internación como así
también en ambulatorios, en sistemas protegidos o semiprotegidos.
Con relación a una de esas internaciones dice:
Después tuve una internación en la clínica X, donde me hicieron electroshock porque
mordí a una enfermera, y amenacé con cortarme con un cuchillo los genitales. Pero mi
punto de vista era que yo era privado ilegítimamente de mi libertad; sudaba grasa, los
olores eran fuertes, y sobre eso no estaba seguro de que el tiempo transcurriera. Para
contrarrestar eso, me tomaba el pulso con la mano derecha sobre la muñeca izquierda, y
de ese modo el corazón con sus latidos me daba el dato de que el tiempo transcurría y
quedaba pautado el paso del tiempo.
(Desrealización temporal).
Continúa con el recuento de sus tratamientos y de sus internaciones en los
siguientes términos, focalizando en uno de ellos:
Después me hice un guerrillero de la salud mental, acompañando a la época que el país
vivía, entonces mi psicosis se volvió además una psicosis de guerra. Fui atendido por el
Dr. ..., quien tenía más de agorero y de profeta que de psicoanalista, y se valió de dos
elementos para orientarme: su omnipotencia y su buena voluntad; además era partidario
de los gobiernos militares, y lo único que sabía este señor era darme el medicamento,
que ni siquiera fue mérito de él, ya que fue una amiga que era estudiante de medicina
quien me sugirió que tomara eso, y lo otro que sabía hacer era internarme en otra
clínica, a la cual después de los malos tratos recibidos en ella, la destruí.
(Omnipotencia mágica).
Finalmente, después de varios años de profecías y medicación hizo algo bueno: me
derivó a un psicoanalista, empezando allí mi encuentro con los sabios analistas
lacanianos.
A partir de allí comienza una época diferente en el tratamiento, encontrando
pacificación en los síntomas de crisis, pero luego de algunos años sobreviene la
33
intervención ya referida de su familia, retirándolo de ese tratamiento con los efectos
también mencionados de una gran crisis en la que fue necesaria una nueva internación.
La historia de una enfermedad
Al momento de su nacimiento, debido a la realización por cesárea y a que su madre
tenía sangre factor RH negativo, debió ser sometido a un cambio de sangre. Como era el
quinto hijo, los médicos le habían advertido a su madre que podía tener problemas o,
para decirlo mejor, le habían aconsejado que no tuviera más hijos, a partir de los riesgos
que corrían ambos (madre e hijo).
El paciente relata el hecho de la siguiente manera: “Cuando nací, mi padre me
ofreció a Dios y a la ciencia”; agregando de inmediato: “Ya que había una tradición en
la familia, durante muchos años, de que todos eran abogados y había un sacerdote”.
(Aquí se inicia lo que parecería ser un delirio de contenido genealógico, cuya forma
sigue siendo paranoide).
Es por la misma razón que, al momento de justificar los acontecimientos que
rodearon su nacimiento, dice lo siguiente: “Los médicos decían que iba a ser loco o
idiota, y mi papá dijo: va a ser jesuita”.
En relación a su madre, y a la interpretación de ese momento de su nacimiento,
refiere lo siguiente: “O bien soy hijo de otra mujer, o mi mamá, como nací por cesárea,
no me puede reconocer como hijo”.
Dice haber pasado una infancia feliz en sus primeros años, sobre todo en años en
que se dedicaba a la naturaleza; si bien ya le aquejaba una idea de que una nada le
invadía en esta familia.
“Mi papá se acercó a mi cama y me dijo: ‘hay cosas buenas y hay cosas malas;
yo, yo me sentí acusado, la visión del semen en las camas’”.
Por ejemplo, y a modo de salvedad, cuenta que su padre le tenía por empleado, y
que permanentemente le encargaba trabajos de todo tipo, desde cortar el césped y lavar
el auto que usaban sus hermanos hasta tareas de la casa y mandados. Lo dice de esta
manera: “Siempre me obligaron a trabajar en vasallo, nunca me dieron autoridad”.
Presenta algunos hechos de su infancia —la misma en que dice haber sido feliz
34
en sus primeros años— pero con los acontecimientos que hablan en contrario; y, por
otro lado, en la que permanecía de fondo un sentimiento de nada.
Aproximadamente a la edad de ocho años, como le gustaban los pájaros, pidió a
su padre una jaula para pajaritos. Le proveyeron de los elementos que necesitaba para
construir una jaula, como hierros, travesaños, redes, etc., y se dedicó a dicha
construcción.
Dice amar a la naturaleza, amor que también alcanzaba a los árboles que había
en su casa. Lo dice de esta manera: “Yo quería mucho un pomelo rosado, y a causa de
uno de mis hermanos sacó todos los árboles, siendo que mi padre decía que la casa no
sólo era la casa, sino los árboles que tenía. Con mi papá siempre compartimos el amor
por la naturaleza, y por las armas”.
A la edad de 9 años fue a casa de sus vecinas a pedir que le dieran el desayuno,
lo que suscitó una reacción en su propia vivienda. Lo expresa de esta forma: “Fui a
pedir el desayuno a la empleada de una casa vecina; se enojaron mucho, porque la chica
tenía que pasar por la habitación de los muchachos”.
Pero como antes se había mencionado, una sensación de la nada le invadía en su
vida, por lo que relata que hubo dos escenas en las que pudo advertir de esto que le
pasaba, las dos ocurridas en su infancia. Una de ellas ocurre estando en su habitación.
La relata de esta manera: “Fue cuando vi varias mosquitas en mi vidrio, que estaban
presas por no poder pasar; me amenazaban, yo me largué a llorar, y ahí mi padre me
consoló”.
La otra escena se refiere a una salida con unas vecinas que le habían invitado al
cine. Lo relata: “Cuando fui al cine a ver Odisea del Espacio, con unas vecinas, en el
ómnibus me sentí amenazado, las luces del ómnibus, la gente que viajaba”. (Relatos que
confirman la angustia psicótica previa a dar un significado al delirio).
El Otro
“El yugo familiar” es como denomina lo que le ha tocado y aún le toca vivir en su
familia, con el fin de nombrar su ubicación en la familia y la relación que mantiene con
ellos.
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Es el menor de 5 hermanos, existiendo una diferencia de 7 años entre el cuarto
hermano y él.
Del hermano mayor dice que siempre estuvo tan apegado a la mierda que ya no
puede salirse de eso, relacionándose con los demás a través de este objeto. Él lo relata:
“Siempre tan apegado a la mierda, que no puede salirse de ese circuito; su técnica es
frustrar al otro, es imponer sus condiciones”. (Perfiles del carácter paranoide).
Luego continúa hablando de ese hermano mayor, ya que es quien ocupó el lugar
de su padre en la familia. En ese sentido afirma lo siguiente: “Le decían barullo porque
estaba haciendo quilombo permanentemente; como jugaba al rugby andaba siempre
empujando. Era el tutor, porque mi papá no aparecía. Le decíamos el gendarme”.
De su hermana, dice que era una histérica que no se le entendía lo que quería,
pero era el modelo de mujer que tenía en su casa.
El hermano que seguía era quien bregaba por la libertad, pero se mostraba muy
agresivo en pos de este bien. Por ejemplo, podía agredir a su padre, momento en el que
salía en defensa del padre el hermano mayor, y volvía el orden. Asimismo, este
hermano era el que, cuando el paciente no quería ir al colegio, lo colocaba bajo el agua
fría durante varios minutos.
Del otro hermano, el anterior a él, sostiene que era un cretino. Dice: “Le decían
Cristo, y a mí me decían Judas”.
De su madre dice que es una mujer incontenible, inquieta, ansiosa, siempre
apurada, que nada la detiene. Lo expresa así: “Apurada no había tiempo para el amor,
no había tiempo para nada”.
Una mujer que siempre descalificó a su padre, no haciendo caso de sus palabras
ni apreciaciones. “Siempre lo calificó como un hombre enfermo”.
Proveniente de una familia importante desde un punto de vista científico, vivió
en el exterior durante su infancia debido al trabajo del padre de ella, por lo que siempre
demostró la añoranza de aquel tiempo y aquel país. Debió cuidar a su madre de una
enfermedad incurable, durante varios años, y lo hizo con dedicación.
“La mentira, su inquietud y su apuro son sus instrumentos de trabajo; nada la
detiene, ni respeta ninguna regla”.
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“Una mujer además sumamente fría, y despiadada, ya que cuando me bañaba,
cosa que yo no quería hacer, lo hacía con un cepillo de alambre para limpiarme la
espalda”.
El padre —un hombre ausente por distintas razones— trabajaba todo el día, se
dedicaba al juego, tenía depresión, no sostenía las cosas que decía.
Lo dice de esta manera: “Un hombre flojo, que cuando pasaban las cosas que
pasaban en mi casa, como peleas entre mis hermanos, su respuesta era sufrir, sólo sufría.
Era jugador, y su palabra no tenía peso para nadie”.
En una oportunidad, estando el paciente en una relación de noviazgo, su padre
intentó hablar con él pero de forma fallida. Lo dice: “Yo estaba de novio, los padres de
la chica me querían, me hacían entrar en su casa. Mi padre se enteró de eso, y en el
momento de un almuerzo dijo —me han comentado—, ‘el que se ande portando mal...’,
y ahí finalizó su frase”.
Transcurrido un año de su primera crisis, su padre enfermó de un cáncer de
hígado de forma fulminante, ya que falleció en menos de 6 meses.
Finalmente, y para sintetizar la relación con los miembros de su familia, dice lo
siguiente: “Yo fui criado por la calle, y dormía con mi hermana porque no había lugar”.
La primera crisis
Ocurre en este caso como en una gran cantidad de los que nos llegan a la consulta, que
en la misma presentación de los temas delirantes encontramos los elementos que
también tomaremos en su estabilización, o mejor dicho, que el mismo paciente tomará
en su estabilización, contando con la ayuda del tratamiento. En el enunciado que
presenta “J” se nota cuál es la cuestión que le aqueja, y que él presenta en lo que llama
su tesis fundamental: “Soy Dios, quiero sexo”.
Es así que nos introduce en las dos cuestiones que preocupan a un sujeto
humano en su paso por el mundo: la cuestión de la existencia y la cuestión del sexo.
Como hemos dicho con anterioridad, ambas cosas quedan resumidas,
contenidas, condensadas y a su vez representadas en la relación del sujeto con lo que
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hemos llamado el falo, lo que lleva un proceso de desarrollo lógico que también hemos
descrito anteriormente; esta es la manera en que la persona se mueve en el mundo.
Es decir que la cuestión del ser que el sujeto encuentra primero en el espejo —en
el estadio del espejo—, por medio de su yo que lo representa, más adelante lo hace
representar por los significantes que le vienen de su Otro, como lo hemos llamado, y
cuyo representante principal son los miembros de su familia, las figuras parentales, o
quienes ocupen sus lugares.
Podríamos agregar, a modo de planteamiento, tal como lo hace Freud en un texto
conocido con el nombre de “La Negación” (1925) (28), que la existencia es lo primero y
sobre esto se inscriben los atributos de un sujeto, tal como ha sido sostenido por
distintas Escuelas Filosóficas hasta el momento; o bien, como sostiene Freud, es el
atributo el que le da existencia a la persona, o la cosa de que se tratase.
A modo de ejemplo podemos decir que si estamos viendo una pared
blanca, la pared existe y en consecuencia es blanca —o se trata de que a nuestra vista es
blanca—, su atributo es lo que hace que esa pared tenga existencia para nosotros.
Para decirlo en términos técnicos, el juicio de atribución, según Freud, es lo que
da lugar al juicio de existencia.
Dice Freud en el artículo citado:
La función del juicio ha de tomar esencialmente dos decisiones. Ha de atribuir o negar a
una cosa una cualidad y ha de conceder o negar a una imagen la existencia en la
realidad. La cualidad sobre la cual ha de decidir pudo ser buena o mala, útil o nociva. O
dicho en el lenguaje de los impulsos instintivos orales más primitivos: “Esto lo comeré”
o “lo escupiré”. Y en una transposición más amplia: “Esto lo introduciré en mí” y “esto
lo excluiré de mí”. O sea, “Debe estar dentro de mí” o “fuera de mí”. El yo primitivo,
regido por el principio del placer, quiere introyectarse todo lo bueno, y expulsar de sí
todo lo malo. Lo malo, lo ajeno al yo, y lo exterior son para él, en un principio,
idénticos.
La otra decisión de la función del juicio, la referente a la existencia real de un objeto
imaginado, (test de realidad), es un interés del yo real definitivo, que se desarrolla
partiendo del yo inicial regido por el principio del placer. No se trata ya de si algo
percibido (un objeto) ha de ser o no acogido en él yo, sino de si algo existente en el yo
como imagen puede ser también vuelto a hallar en la percepción (realidad). Como pude
verse, es esta, de nuevo, una cuestión de lo exterior y lo interior. Lo irreal. Simplemente
imaginado, subjetivo, existe sólo dentro, lo otro, real, también existe fuera. En esta
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etapa del desarrollo ha dejado de tenerse en cuenta el principio del placer. La
experiencia ha enseñado que una cosa (objeto de satisfacción) posea la cualidad “buena”
y, por tanto, que merecer ser incorporada dentro del yo, sino que exista también en el
mundo exterior, de modo que pueda uno apoderarse de ella en caso necesario. Para
comprender este progreso hemos de recordar que todas las imágenes proceden de
percepciones y son repeticiones de las mismas. Así, pues, originalmente, la existencia
de una imagen es ya una garantía de la realidad de lo representado. La antítesis de lo
subjetivo y lo objetivo no existe en un principio. Se constituye luego por cuanto el
pensamiento posee la facultad de hacer de nuevo presente, por reproducción en la
imagen, algo una vez percibido, sin que el objeto tenga que seguir existiendo fuera. La
primera y más inmediata finalidad del examen de la realidad no es, pues, hallar en la
percepción real un objeto correspondiente al imaginado, sino volver a encontrarlo,
convencerse de que aún existe. Otra aportación a la separación de lo subjetivo y lo
objetivo proviene de una distinta facultad del pensamiento. La reproducción de una
percepción como imagen no es siempre su repetición exacta y fiel, puede estar
modificada por omisiones y alterada por la fusión de distintos elementos. El examen de
la realidad debe entonces comprobar hasta dónde alcanzan tales deformaciones. Pero
descubrimos, como condición del desarrollo del examen de la realidad, la pérdida de
objetos que un día procuraron una satisfacción real. (Freud, 1925) (28).
Esta cita es para poner en cuestión la tesis que presenta este paciente en esta
primera crisis, y que —como hemos dicho— lo pone de frente a las dos preguntas
fundamentales de una persona: sobre la existencia y sobre el sexo. Entonces, este sujeto,
al decir “Soy Dios, quiero sexo”, está afirmando su existencia con el atributo, atributo al
que no puede acceder definitivamente ni comprobar en la realidad si existe lo que ha
imaginado o construido en su imaginación, ya que para esto debe consentir a la pérdida
de los objetos; en este caso referidos al sexo, a la relación con las mujeres. Sin embargo,
él se encuentra con una certeza en la afirmación de su existencia, de su ser: “Soy Dios”.
Confirma a continuación la cuestión a partir de enunciar su problema no
resuelto: el de la muerte, y la salida que ha encontrado: la segunda venida de Cristo, en
la que él es Cristo y se reserva el goce de las más bellas mujeres. Lo dice de esta
manera: “Por mi parte, yo me reservaba, por ser Jesucristo en la segunda venida, el goce
de las más bellas mujeres que la humanidad había dado”.
Es en esta frase —de reservarse el goce de las más bellas mujeres que la
humanidad había dado— que encontramos que este sujeto no consiente a la pérdida de
39
objetos para entrar en la dialéctica de comprobar la existencia de esos objetos, ya que
una persona neurótica, para acceder al encuentro con una mujer, debe ceder —al menos
en ese momento— la posibilidad de encontrarse con otras mujeres.
Esto es lo que confirma su lugar de Dios, ya que solamente Dios podría hacer
una cosa así: gozar de todas las mujeres más bellas al mismo tiempo. Es donde
encontramos que el atributo, el juicio de atribución, da lugar y afirma el juicio de
existencia.
El último punto en la presentación de esta primera crisis es la convocatoria a
todos lo sabios del mundo para desentrañar el enigma de la muerte, en su
entrecruzamiento con el sexo —al que no le encontraba una respuesta—, en lo que nos
muestra una posibilidad de tratamiento del mismo tema por un camino diferente, al
menos en relación a otros. Una salida en la que incluye a los demás, al vínculo que lo
pudiera mantener relacionado con las demás personas.
El ideal del yo
Se nos hace necesario tomar en cuenta en el análisis de este caso dos cuestiones
sumamente importantes, en las cuales el mismo paciente nos introduce: una de ellas es
la cuestión del ideal del yo; la segunda es la de la existencia.
Sobre el tema del ideal del yo, partimos de un texto de Lacan del año 1946,
titulado “Acerca de la causalidad psíquica” (23), en el cual reordena su tesis y presenta
la locura como límite de la libertad. La cita: “Y al ser del hombre no sólo no se lo puede
comprender sin la locura, sino que ni siquiera sería el ser del hombre si no llevara en sí
la locura como límite de su libertad”.
En este texto, en el que se refiere a la causalidad psíquica, presenta y articula la
locura como identificación del ser con la libertad, ocupando el ideal —en las psicosis—
el lugar de la infinitización de esta libertad.
En un texto 10 años posterior Lacan va a retomar esta cuestión, a partir de
conceptualizar que en un sujeto psicótico —a diferencia de un sujeto normal— el ideal
ocupa el lugar del Otro, en tanto su tesis en estos años es que el ideal se opone al lugar
del Otro. Se ve, de esta manera, que en el artículo “Acerca de la causalidad psíquica” ya
40
estaba presente esta oposición entre el ideal y el lugar del Otro, representado en la
idealización de la infinitización de la libertad.
De modo que el texto de 1946 prepara el terreno de lo que se expone en el
seminario de 1956 —Las psicosis— (26), donde el punto de gravitación sobre el que se
explora el campo de las psicosis es la concepción de que el inconsciente está
estructurado al modo de un lenguaje. El ideal no es solamente definido a partir de su
función, como lo hacíamos en el estadio del espejo, sino que en este caso se lo deduce
de la estructura del Otro y, precisamente, en oposición a él. Esta concepción es la que
permite explicar una serie de fenómenos entre los cuales figura lo que hemos llamado el
desencadenamiento.
La existencia, la lógica del todo y el no-todo
Este es el segundo eje que debemos tener presente para el análisis de este caso en su
primera crisis, así como en la producción de la enfermedad. Para ello vamos a tomar
una frase del padre del paciente cuando se dirige a él. A partir de este enunciado
haremos las deducciones convenientes.
Se trata del enunciado del padre en referencia a cuando el paciente estaba de
novio con una señorita, y había comenzado a entrar en su casa. Dice en la oportunidad
de un almuerzo: “...Me han comentado, el que se ande portando mal...”.
Para la valoración de este enunciado vamos a ingresar en un tema en el que entra
Freud cuando habla del padre. Sabemos que Freud escribió 3 libros acerca del padre,
con el fin de conceptualizar —en diferentes momentos— la función de éste: el primero,
El mito del Edipo(1908)(29), en donde hace hincapié en la prohibición y en la
prescripción como funciones del padre. El segundo libro, Tótem y tabú (1912-13) (30),
es aquel en el que además de la función prohibitiva del padre, ya comienza a enunciar la
parte de satisfacción; es lo que llamamos el goce del padre. Establece una relación
directa entre el padre, el complejo de castración y la castración, que es la del lenguaje,
ya que el padre —como hemos dicho— es un significante que viene a ocupar un lugar
en el Otro, y puede llenar a su manera —sin llenarlo completamente— este lugar de
significante del N de P, como ya hemos dicho anteriormente. Esta vacilación del padre
41
es suplantada, en un neurótico, por un síntoma, que es lo que lo trae a la consulta. En
tanto un sujeto psicótico —como ese padre nunca existió en el lugar del Otro, nunca
pudo ser muerto por sus descendientes, en el sentido simbólico del término— no tiene
ninguna suplencia de este tipo neurótica. Es a esto a lo que hemos denominado
forclusión del N de P. Y aún un paso más para el psicótico, quien ofrece su propio
cuerpo para restañar esta falla estructural, apareciendo sus síntomas en el cuerpo o en
sus prolongaciones, por ejemplo los órganos de los sentidos.
El último libro acerca de la función del padre es el titulado Moisés y la religión
monoteísta ( 1939) (31), en el que pone en valor la función del goce del padre —de
aquellas formas de satisfacción del padre— y de los efectos de estos modos en su
descendencia.
Trataremos, a la luz de estos textos, de entender lo que le ocurre a un paciente
psicótico a partir del trabajo sobre la frase “Todo padre es Dios”, de Freud, para lo que
nos adentraremos en lo que es la lógica del todo, y lo que Lacan ha llamado el no-todo.
Como hemos afirmado anteriormente, es lo que se ha dado en llamar la metáfora
paterna, operación por medio de la cual el significante del Nombre del Padre venía a
sustituir al Deseo de la Madre, para dar un nuevo significado al sujeto. Como esto es
una operación de sustitución, Lacan le ha llamado la metáfora paterna, y la misma se
lleva a cabo en el lugar del Otro, es decir, en el registro simbólico.
Esta operación de sustitución arroja como efecto, en el nivel imaginario, la
representación del sujeto mediante el falo.
Como también hemos afirmado, puede haber accidentes a nivel de la operación
de la metáfora paterna, quedando establecida de esta forma una disyunción entre esta
metáfora, en lo simbólico, y su efecto en lo imaginario, la representación fálica del
sujeto, de lo que deducimos que el resultado de estos accidentes es la perdición del
sujeto como tal.
Si a esto sumamos ahora el concepto de lo que llamamos el goce, en
representación aproximativa de lo que Freud había llamado libido, este goce no es
atravesado por el significante, lo que se realiza a partir de la operación metafórica del N
de P. El goce no ha podido ser depositado en el cuerpo en pequeños trozos o pedacitos,
y ha quedado intacto al modo de un goce universal —si es que pudiese existir—, pero a
este goce universal se le adjunta como consecuencia la pérdida del sujeto.
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El sistema formal de proposiciones codificadas, en la lógica de Aristóteles,
supone la definición de cuatro tipos de proposiciones, agrupadas de dos en dos: las
proposiciones universales (universal afirmativa y universal negativa), y las
proposiciones particulares (la particular afirmativa y la particular negativa).
Apliquemos esta disparidad lógica de la estructura de las proposiciones a un
ejemplo, a condición de entender en esta frase algún crédito al lugar del analista, lugar
que es designado como el del sujeto de quien se supone que sabe, dando por
sobreentendido que únicamente una ignorancia estructural —con relación a lo que le
dice un paciente— es la potencialidad operatoria en el análisis.
Consideremos la proposición universal afirmativa: Todo psicoanalista es
ignorante. A partir de esta afirmación, vamos a desarrollar las otras proposiciones:
Universal negativa: ningún psicoanalista es ignorante.
Particular afirmativa: existen psicoanalistas ignorantes.
Particular negativa: existen psicoanalistas que no son ignorantes.
En la teoría lógica clásica, estos cuatro tipos de proposiciones se reparten en
posiciones contrarias, subcontrarias y recíprocas, que secundariamente determinan
posiciones subalternas y contradictorias, de acuerdo con la fórmula cuadrata de
Apuleyo.
Por ejemplo, la Universal afirmativa con la Universal negativa tienen una
relación contraria; en tanto la Particular afirmativa con la Particular negativa guardan
una relación subcontraria.
En tanto entre una Universal afirmativa y una Particular negativa la relación es
contradictoria, de igual modo que ocurre entre la Universal negativa con la Particular
afirmativa.
El comentario de Apuleyo (32), consagrado a la presentación de la lógica
aristotélica,
justifica
el
par
de
oposiciones
“universales/particulares”
y
“afirmativas/negativas”, en la medida en que ellas se distinguen en la calidad y la
cantidad.
La calidad remite a lo que concierne al sujeto (aquí, el psicoanalista), y la
cantidad lo que se refiere al atributo (ahí, la ignorancia).
Lacan se jacta de cuestionar la legitimidad de esa distribución formal, y para eso
se basa en algunas ideas lógicas de Charles S. Peirce (1932) (33), que están contenidas
en el esquema que a continuación trataremos de explicar.
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Tomamos una circunferencia dividida en cuatro cuadrantes. En el cuadrante
superior izquierdo vamos a colocar la proposición universal afirmativa; en el cuadrante
superior derecho ubicaremos la universal negativa. En el cuadrante inferior izquierdo
colocaremos la particular afirmativa y en el inferior derecho la particular negativa.
De modo que en los cuadrantes superiores nos quedan ubicadas las universales,
y en los inferiores las particulares. Asimismo, en los cuadrantes izquierdos nos quedan
ubicadas las proposiciones afirmativas, en tanto en los cuadrantes derechos quedan
ubicadas las proposiciones negativas.
Ahora vamos a aplicar una proposición a los cuadrantes que han quedado
dibujados. Para esto vamos a utilizar rayas que son verticales, y otras rayas que no sean
verticales. Pero en el trazo vamos a distinguir dos cosas: por un lado, la naturaleza del
trazo (fino, grueso, etc.) y, por otro, el atributo que tiene (que sea vertical, que sea
oblicuo, etc.), es decir el atributo o función del trazo.
Ahora vamos a llenar de trazos verticales los cuadrantes superior e inferior
izquierdos, y luego llenaremos con trazos que no sean verticales sino oblicuos los
cuadrantes inferiores, es decir, que lo que cambia en estos últimos es el atributo del
trazo: son oblicuos.
La afirmativa universal será: Todo trazo es vertical. Es lo que se ubica en el
cuadrante superior izquierdo.
La negativa universal: Ningún trazo es vertical. Es decir que no hay trazo, ya
que si todo trazo es vertical, lo opuesto en el ningún trazo significa que no hay trazo
alguno.
La particular afirmativa: Algún trazo es vertical. Es decir, hay trazo.
La particular negativa: No hay algún trazo que sea vertical.
La lógica clásica que enunció Aristóteles planteaba ciertas cuestiones formales
que no pueden ser salteadas. Decía entonces: no puede haber contrariedad o
contradicción entre la universal afirmativa y la universal negativa. Es decir que, dicho
en el esquema que venimos explicando, si hay trazos verticales no es lo mismo que no
los haya. Tampoco puede haber contrariedad entre las universales y las particulares.
Luego también planteaba una diferencia entre lo que es la calidad del trazo —o
naturaleza del trazo, como le hemos llamado— y la cantidad, o sea el atributo; nosotros
le atribuimos a la naturaleza del trazo todo aquello que es del sujeto, y si es del sujeto
—ya lo sabemos— está representado por el significante. Por lo tanto, si queda del lado
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del significante, queda inmerso en la ley del todo o nada, quedando planteado del lado
del universal.
En cambio, del lado del atributo, lo hacemos ingresar por el lado de la cantidad
(más, menos, etc.) Ahora para la enunciación de la universal afirmativa nosotros
podemos decir: si hay trazo, todo trazo es vertical. Dicho de otro modo, todo elemento
X está bajo esta función, es decir, bajo el atributo de que el trazo sea vertical. Es lo que
decimos para el cuadrante superior izquierdo.
Del lado de los cuadrantes del lado derecho, es decir, los que comparten la
universal negativa y la particular negativa, si es que hay trazo, no es vertical: “ningún
trazo es vertical”, por lo que estamos negando el atributo. Del lado del cuadrante
superior derecho, la universal negativa niega que haya trazo vertical: no hay trazo, está
por lo tanto vacío.
Esta característica, lejos de negar la afirmación universal de que todo trazo es
vertical, en realidad viene a certificarla, a confirmarla, ya que nos dice que si es que
existe trazo, ese trazo debe ser vertical. Para decirlo mejor, de acuerdo al atributo, la
verticalidad del trazo certifica en los cuadrantes universales que hay trazo.
No sólo no son contrarias la universal afirmativa con la universal negativa, sino
que la una confirma la otra: la universal negativa confirma la universal afirmativa.
Pero que no haya trazos verticales era compartido por el cuadrante inferior
derecho, aquel de la preposición particular negativa, la que dice “no hay algún trazo que
sea vertical”; es decir que si hay trazo, este trazo no es vertical. Recordamos que este
cuadrante había sido llenado con trazos solamente oblicuos, es decir, hay trazos que nos
son verticales.
Para que se sostenga la afirmativa universal de que todo trazo es vertical,
necesitamos que exista la demostración de que hay algunos trazos que no son verticales,
lo que ocurre en el lugar de la particular negativa. Dicho en términos de la lógica: existe
un elemento X que no ha pasado por el trazo vertical, que no está bajo la función de que
el trazo sea vertical; es una excepción a la regla de que todos los trazos sean verticales.
A modo de conclusión, podemos decir que la proposición universal afirmativa
está soportada, sostenida, por la proposición particular negativa; es decir, la excepción
soporta la regla universal. Dicho del modo lógico, hay un elemento X que no está
sometido a la función universal de que todos los trazos sean verticales. Retomemos la
frase: “todo padre es Dios”. Se trata de una universal afirmativa. Diríamos que la
45
universal negativa se enunciaría “ningún padre es Dios”. La particular afirmativa la
enunciamos “algún padre es Dios”, y la particular negativa queda enunciada como “hay
algún padre que no sea Dios”.
Si seguimos el razonamiento de la lógica que venimos planteando, podemos
decir que la proposición “hay algún padre que no sea Dios”, particular negativa, es la
que da soporte al enunciado universal afirmativo de que “todo padre es Dios”.
Recordemos que la universal negativa decía “ningún padre es Dios”.
¿Qué nos queda de este razonamiento?
La regla general de que “todo padre es Dios” queda certificada porque hay
algunos que están en excepción a la regla, es decir que cumplen la función de la forma
que la cumplen: no en forma de Dios Quizás podemos decir que aún en la ausencia de
padre, como es el caso de la universal negativa, aún en este caso puede cumplirse la
función paterna. Quiere decir que es posible que la función paterna ni siquiera esté
hecha de la necesidad de que esté el padre real, sino que queda determinada por una
presencia simbólica de un padre que cumple la función de la forma que la cumple —de
la forma fallida—, esto quiere decir, de la forma con fallas que un padre puede cumplir
con esta función.
Todo este razonamiento lógico para decir que el padre —que Lacan llamó el
Nombre del Padre— es una función absolutamente simbólica, y que su existencia y su
funcionamiento depende del razonamiento que hemos seguido. Que aún en la ausencia
de padre puede haber función, pero que siempre hay una distancia entre cómo cumple la
función el padre de la realidad respecto del padre ideal, que es el que se aprovecha de
todas las mujeres según el libro Tótem y tabú (30), al que hay que matar simbólicamente
para que cumpla la función.
Volvemos ahora a la frase del padre del sujeto, cuando al momento del almuerzo
dice: “Me han comentado, el que se ande portando mal...”. Se trata de un enunciado que
no tiene un destinatario.
El sujeto se lo aplica a la frase diciendo que este padre sí sabe las cosas, sí ve lo
que él hace, o conoce sus pensamientos, ya que un enunciado con destinatario podría
haber sido “¿Estás de novio, hijo?”, dirigiéndose al sujeto, si es que ese padre quería
saber algo, realmente, de lo que le ocurría a su hijo.
Entonces, ante un enunciado que no es particular, sin destinatario fijo, hace que
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nos preguntemos: ¿Para este sujeto “J”, al escuchar este enunciado, qué distancia hay
entre quien pronuncia esta frase, su padre y Dios?
Podríamos contestar que ninguna, porque el enunciado lo ubica en el lugar de
Dios. Al sujeto se le viene algo desde fuera; él lo toma, se lo aplica como destinatario,
sin un razonamiento simbólico que pueda decir “¿me hablará a mí, le miento, no le
miento, respondo o me hago el sonso?”
La frase enunciada por el padre, en forma impersonal, no pasa por el
razonamiento simbólico, porque ese hombre —en esta frase— no cumple la función de
padre en manera alguna, sino que cumple la función de Dios. Es como si dijera “yo sé
todo, veo todo, hasta lo pensamientos”.
El sujeto tiene que partir de esa frase que escucha realmente y construir algo a
partir de eso; es decir, elaborar algo a partir de lo que dijo este padre.
Es de aquí que deducimos cuál puede ser la maniobra de un psicoanalista con un
paciente psicótico, tomando la orientación, la reparación de la realidad. Como dice
Freud en su texto: “La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, que para el
psicótico queda un hueco con lo que le viene desde fuera, y debe llenarlo, es para lo que
utiliza el delirio”.
La carga de libido, como hemos dicho, el sujeto la pone en la cuenta del yo, o
del narcisismo. Es entonces cuando el sujeto escucha esta frase, en la que no hay
diferencia entre el padre y Dios. Si seguimos el razonamiento de la lógica del Edipo y la
castración —de la cual resulta el trabajo metafórico que hace el N del P—, es para el
hijo de tipo prescriptivo, marcando el camino de un deseo, y para la madre es de
prohibición, prohibiéndole que reintegre a ella su producto. El niño deberá emerger de
ese infierno mediante la identificación a ese deseo del padre que lo causa. Entonces, ¿a
qué puede identificarse este sujeto? A Dios, porque si no hay padre, le queda
identificarse con Dios. El sujeto lo dice de este modo: “Soy Dios”, respondiendo a la
pregunta sobre la existencia.
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La transferencia en la psicosis
El problema de la transferencia en la psicosis es muy serio; ya Freud sostenía que no
existía la transferencia en la psicosis. Él se apoyaba en la retracción de la carga libidinal
que suponía que hacía un sujeto psicótico. En 1911 (34), cuando presenta el estudio
sobre el caso Schreber, Freud dice que la carga libidinal de los objetos se retrae y se
deposita sobre el yo, haciendo de esta manera depositario al yo de toda la carga
libidinal. Más adelante, en el Manuscrito H, sostiene que esa carga libidinal es la
responsable de la megalomanía. Es decir, recupera aquí la tesis del narcisismo. De todas
maneras, siempre la libido que se retrae de los objetos sostiene al yo. Es el soporte del
yo del sujeto. Por eso podemos decir que el sujeto psicótico fracasa en lo que llamamos
el amor. Porque si entendemos al amor como la carga de libido que se deposita en los
objetos, y el sujeto no la puede tener, ya que no puede reemplazar los objetos perdidos
en la realidad por aquellos objetos de la fantasía, que es el camino que seguiría un sujeto
neurótico (reemplazar los objetos perdidos en la realidad por los objetos fantaseados),
quiere decir que un sujeto psicótico fracasaría en el amor.
Esta es la definición de la psicosis que toma Lacan en 1976 (35), en la
conferencia brindada en la Universidad de Yale, cuando sostiene: “La psicosis es un
fracaso en el amor”.
De este modo, si el psicótico supone que no tiene nada que esperar del Otro,
porque no hay ningún objeto que quiera recuperar, no tiene por ende ninguna intención
de ir hacia el Otro. De tal modo que Freud se autorizó a decir que no había transferencia
en la psicosis, porque la transferencia es justamente eso, la relación amorosa con ese
objeto que cree poder obtener del lado del Otro.
Para zanjar este problema de la transferencia en la psicosis, Lacan pasó por
varios períodos a lo largo de su enseñanza. Entre los años 1955-1958 —que es cuando
dicta el seminario III, Las Psicosis (26), y cuando escribe su texto “De una cuestión
preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” (25)—, él se afana en decir y
sostener que hay una estructura en un sujeto psicótico que funciona. Si hay una
estructura, es posible la transferencia. Plantea este razonamiento en dos esquemas: uno
llamado el esquema R, del sujeto normal, y su modificación el esquema I, en el que
representa la estructura de un sujeto psicótico.
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Pasado el año 1958, comienza a tomar otro giro. Freud quería sostener que algo
de lo que sucedía con el inconsciente en un sujeto neurótico, ocurría en un sujeto
psicótico. Sólo que no podía explicar qué ocurría con la libido, por lo cual no podía
explicar qué sucedía con la transferencia.
Es entonces cuando Lacan va a plantear —siguiendo el razonamiento freudiano
del inconsciente, y desde la perspectiva del lenguaje, del significante— que si bien para
el neurótico el Nombre del Padre ha sido reprimido, en el caso del psicótico el
mecanismo seguido con el Nombre del Padre es diferente, utilizando para nombrar este
mecanismo un término de las ciencias del derecho: la forclusión. Según Lacan, en la
psicosis el Nombre del Padre está forcluido.
Avanzando en su enseñanza, cerca de 1970, Lacan va a afirmar que el
inconsciente ni siquiera está forcluido en el sujeto psicótico, sino que está rechazado. Y
que esto es una elección del ser del sujeto. Lo llama “la insondable decisión del ser”.
Finalmente, nunca sabemos si una persona puede “elegir” psicosis o neurosis.
Más adelante, en su seminario “Joyce, el sinthome” (1975-76)
(36), va a
sostener que el sujeto psicótico es un desabonado del inconsciente, ya que no paga el
abono que sí pagan los neuróticos perdiendo goce, y quedándose —de este modo—
inmersos en un goce que podemos llamar goce universal.
El análisis del caso
Partimos para el análisis de este caso del lugar en que el sujeto comienza a contar la
vida, es decir, del deseo de sus padres, del lugar que en ese deseo se reserva para ese
sujeto.
Al momento de su nacimiento, tal cual se lo han transmitido, ya corría riesgo su
vida, sumado a que no era recomendable que su madre quedara embarazada. Es de la
muerte, entonces —del lugar de la muerte— que parte este sujeto, y no del lugar de la
vida.
El paciente interpreta este problema desde la doble perspectiva de la madre y del
padre. De su madre dice que puede no reconocerlo como hijo, ya que nació por cesárea,
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o lo que es aún más angustiante para él, puede no ser hijo de esta madre. Repetimos sus
palabras: “O bien soy hijo de otra mujer, o mi mamá, como nací por cesárea, no me
puede reconocer como hijo”.
También formula la interpretación del lado del padre, diciendo: “Cuando nací,
mi padre me ofreció a Dios y a la ciencia”.
Son las posibilidades que tenía para vivir —para sobrevivir— las que le proveen
más herramientas para avanzar en su interpretación, cuando hace ingresar a los médicos
como los representantes de la ciencia, ya que el representante de Dios estaba del lado de
la familia. Lo dice: “Los médicos decían que iba a ser loco o idiota, y mi padre dijo: ‘va
a ser jesuita’”.
Se apoya en la tradición familiar para sostener la palabra de su padre: “Ya que
había una tradición en la familia, durante muchos años, de que todos eran abogados, y
había un sacerdote”.
De ahí en adelante, todos los enunciados de su padre serán de ese tenor, el de los
ideales, pero sin poder sostenerlos personalmente, ni mostrar su deseo por llevarlos
adelante.
Es de aquí que surge en este sujeto su problema con la muerte: lo que él llama el
misterio de la muerte que debe ser develado. Por tanto, su problema de la existencia
quedará de ahí en adelante plasmado como una marca en sus actos.
Es lo que él llama con el nombre de la nada. Dice: “Una sensación de nada
invadía mi vida”. Pero este sujeto opone el todo a la nada, a la lógica del todo que
hemos descrito en el análisis de la primera crisis —que es la lógica que sigue el
significante. Sin embargo, desde la perspectiva de las enseñanzas de Freud y Lacan, en
especial de este último autor, ha propuesto una subversión de la lógica clásica de modo
de oponer al todo lo que él ha llamado el no-todo.
En efecto, Lacan ha introducido la originalidad esencial en la producción de
algunas de las proposiciones de la lógica clásica. Se trata de la expresión no-todo, para
designar la particular afirmativa, y la expresión no ningún para la proposición particular
negativa.
Lo ilustramos con el ejemplo que toma el mismo Lacan en su seminario XX,
conocido con el nombre de Encore (1972-1973) (37). La proposición dice: “Todo
hombre es mentiroso”.
50
Voy a enunciar la frase en latín y en castellano, ya que es costosa la traducción
de algunas expresiones al castellano porque no tienen traducción exacta. Lo hacemos
por aproximación y lo acercamos el concepto.
Universal afirmativa: Omnis homo mendax. Todo hombre es mentiroso.
Universal negativa: Nullus homo mendax. Ningún hombre es mentiroso.
Particular afirmativa: Non homnis homo
mendax. No-todo hombre es
mentiroso.
Particular negativa: Non nullus homo non mendax. Hay no-ningún hombre (que
no sea) mentiroso.
Al desarrollar su lógica, Aristóteles tomaba la precaución de mencionar que la
negación no debe afectar la calificación de la universalidad. En el formalismo lógico
contemporáneo expresamos una reserva idéntica, al mencionar que la negación no debe
afectar al cuantificador de la existencia, la que dice Existe un elemento X, sino a la
función que dice F de esos elementos X.
Es en estas condiciones que Lacan introduce lo que ha llamado no-todo (1973)
(38), que no figuraba en la lógica clásica.
El objetivo de ese no-todo es significar que la univocidad determinada por la
lógica clásica es cuestionable. Por esto, no podemos considerar como establecido
definitivamente que todo lo que no es verdadero es falso y, por el contrario, todo lo que
no es falso es verdadero.
Además, queda cuestionada también —con estas transcripciones— la
legitimidad de las oposiciones: universales/particulares y afirmativas/negativas.
Quiere decir, según habíamos visto, que la existencia encontrada a través de la
proposición afirmativa universal, y que se apoyaba en la proposición particular
negativa, “todo hombre es mentiroso”, estaba sostenido en la particular “algún hombre
no es mentiroso”.
Significa que si no existe algún hombre que no sea mentiroso, no podrá existir la
afirmación universal que todo hombre es mentiroso, de lo que deducimos que en esta
perspectiva clásica la existencia es una universal.
Pero en esta propuesta de Lacan, en la que —como hemos dicho— desaparecen
las oposiciones entre afirmativas y negativas y entre universales y particulares, se
51
sostiene que la existencia podría ser encontrada en una particular soportada en un notodo.
Es lo que no podrá alcanzar nunca nuestro sujeto, ya que su lucha es anterior a
este punto. Aquella de los ideales propuestos por su padre y también por su madre, a
través de sus enunciados.
Es “J” quien tiene esa lucha para salir de la nada, y su querer ingresar en el todo
que encuentra una razón de lucha por su existencia, ya que él no puede oponer un notodo que le permitiría transitar su vida al modo que encuentre y que lo relacione con los
demás.
¿Por qué el desencadenamiento de este sujeto aparece a sus 17 años?
Esa es la pregunta que nos surge y que tratamos de contestar con estas
disquisiciones previas. Su problema de existir, lo que el ha llamado la nada, está desde
el principio, pero es en su adolescencia cuando se produce su crisis, al momento del
encuentro con la sexualidad.
Es la escena que hemos analizado y en la que su padre interviene una vez más de
la forma apuntada, desde los ideales, los enunciados universales, sin particularizarlos en
“J”. Es la segunda parte de la frase de su primera crisis: “(...) quiero sexo”.
El otro eje de análisis en este caso es aquel que habla de los años previos al
desencadenamiento. Al inicio de su adolescencia, 14 ó 15 años, cuando manifiesta su
inquietud en la familia acerca de sus ideas sobre su lugar en el mundo y la nada, es
enviado a conversar con un sacerdote jesuita. Esto demuestra una vez más el
corrimiento de su padre —en este caso, compartido con su madre— del lugar ofrecido
para una identificación; el no encarnar el lugar al que pueda acudir el sujeto para
encontrar una palabra que no sea enviarlo a otro, dejándolo librado a lo azaroso de estos
encuentros, como fue el caso.
El encuentro con un sacerdote jesuita —quien según dice era homosexual— fue
lo que mantuvo latente en él la posibilidad de develar la incógnita sobre la muerte; lo
que él llamó “develar el misterio de la muerte”.
Pero la posición sexual del sacerdote se tornó invasiva en la medida de la
coincidencia del encuentro con una novia a quien llamó su primer y gran amor.
Es entonces cuando aparece el primer intento de solución de su problema
existencial, y sexual. Dice:
52
Soy Dios, quiero sexo”. Esta era una frase con mucho contenido, pues yo venía de una
relación de amistad con un sacerdote jesuita homosexual; si bien yo no soy homosexual,
yo pensé después de años de conversaciones que a este mundo lo que le faltaba era la
segunda venida de Cristo.
Si bien no tenía resuelto el misterio de la muerte, me parecía que había que convocar a
los sabios del mundo para desentrañar ese misterio y resolverlo, de modo que así se
cumpliera la profecía bíblica del Apocalipsis...
Ese encontronazo a partir de estar hablando con un sacerdote jesuita sobre el
misterio de la muerte, de la homosexualidad del sacerdote, de su noviazgo con una
señorita, le vuelve a la situación de misterio de la muerte. Por eso debe recurrir a la vía
delirante en dos etapas: por un lado, la vía religiosa, en la que se reserva el lugar de la
segunda venida de Cristo, reservándose el goce de la más bellas mujeres, dando
muestras de la comunión que hay entre la existencia y el sexo; y la otra vía que también
presenta, la de los sabios, convocar a los sabios del mundo para resolver el misterio de
la muerte, que es lo que a él le aqueja desde siempre.
Encontramos en esta doble vía la posibilidad de un intento de curación, así como
una orientación para el tratamiento. Es cuando se refiere a su periplo por distintos
profesionales, en especial de su relación con uno de ellos, de quien reniega pero termina
reconociendo que llevó a cabo el primer paso para su encuentro con lo que vendrá a
ocupar el lugar de los sabios del mundo y de su convocatoria. Dice:
Después me hice un guerrillero de la Salud Mental, acompañando la época que el país
vivía; entonces mi psicosis se volvió una psicosis de guerra, fui atendido por el Dr. ...,
quien tenía más de agorero y de profeta que de psicoanalista, y se valió de dos
elementos para orientarme: su omnipotencia y su buena voluntad...
Finalmente, después de varios años de profecías, hizo algo bueno, me derivó a un
psicoanalista, empezando allí mi encuentro con los sabios analistas lacanianos.
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A modo de síntesis
Podemos decir, en este caso, que se juega desde su inicio en el entrecruzamiento de las
dos cuestiones principales en la vida de un sujeto: la existencia y el sexo, un lugar vacío
de respuestas a ambas cuestiones. Este vaciamiento de respuestas que puede dar lo
encontramos a partir del lugar que estaba reservado para él en el deseo de sus padres.
Esto es notable en el encuentro de una madre que no hace lugar a un hombre, a quien
considera sólo como un hombre enfermo, y un padre que afloja cada vez que es
convocado por su hijo en ese lugar de padre, y que debe recurrir a figuras externas. Es
allí donde encontramos el déficit de posibilidad de identificación yoica en este sujeto.
Pero también encontramos el intento de solución a partir de una construcción
delirante, y de allí mismo la orientación en una posibilidad de un tratamiento. Él mismo
se desarrolla en su encuentro con los analistas, lo que viene al lugar de la convocatoria
de los sabios que vienen a develar el misterio de la muerte que le aqueja.
Es el mismo lazo, el mismo vínculo con el psicoanálisis lo que oficia de
encuentro con los sabios, siendo los analistas —o un analista— quien puede ocupar, si
está decidido y, a sabiendas de esta limitación, este lugar.
El caso “T”
Se trata de un sujeto femenino que a la edad de 33 años tiene su primera crisis de tipo
delirante a partir de un desencadenante sexual, lo que desemboca en su primera
internación, a partir de la cual continuó con tratamiento hasta el momento actual.
Ella lo relata de la siguiente manera:
A los 33 años, edad de Cristo, ya me guardaba para Dios, y ahí tuve mi primera relación
sexual con un chico de 19 años. Me sentí culpable porque ya no era pura; me guardaba
para el matrimonio pero fundamentalmente para Dios. Yo misma terminé esa relación
sexual diciéndole a ese chico que yo era grande y que él tenía mucho que aprender
todavía, que buscara otra chica de su edad, y que estudiara y viviera su vida; y así lo
hizo, hoy tiene una esposa de cerca de su edad y un hijo.
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Se observa en este relato un sentimiento de culpa por la experiencia
sexual, relacionado con una falta religiosa: lo ubicamos como estado de trema.
También podemos reconocerlo como esquizoforia o humor predelirante, y sobre
este estado de ánimo especial podrá surgir más adelante el de la convicción
delirante.
Comienza así un recorrido por los sentimientos hacia Dios, lo que queda
demostrado tanto en sus pensamientos como en sus actos.
Dice a continuación:
A partir de allí me seguí refugiando en mi Dios, y sentí el llamado a ser monja
de clausura. Empezó así mi peregrinar por las hermanas del convento Divino Amor, en
Santa Catalina de Siena, donde iba a misa todos los días antes de ir a trabajar. Fue un
día al salir de ahí que sentí como un cono que me cubría hasta el cielo, y yo sabía que
era el manto de la Virgen María. Me acompañó ese manto, ese cono desde que salí de la
iglesia hasta que llegué a mi trabajo.
Evoluciona el sentimiento que hemos caracterizado en su enunciado anterior
hasta convertirse en una vivencia clasificada como vivencia apofánica, según Conrad.
Se manifiesta, asimismo, el comienzo de una elaboración delirante a partir de su
acompañamiento de la vivencia mencionada, comprobándose la alteración del juicio de
realidad.
Continuando con el texto que presenta la paciente, podemos describir nuevos
fenómenos que denotan la evolución de su enfermedad. Dice T:
También iba a la catedral a ordenaciones sacerdotales, a confesarme y a escuchar misa
por la tarde. Una de esas veces, cuando me levanté del confesionario, sentí un peso y un
dolor en el hombro derecho: era el peso de la cruz de Cristo, era un dolor gozoso lleno
de alegría por compartir semejante pasión de Cristo, que me acompañó hasta el
departamento en que vivía en el paseo San Francisco.
Dos tipos de fenómenos se deducen de este relato: en el primer caso a nivel
sensoperceptivo; en el segundo a nivel del pensamiento. “...Un dolor y un peso en el
hombro derecho...”, alucinación cenestésica. “...Era el peso de la cruz de Cristo, era un
dolor gozoso lleno de alegría por compartir semejante pasión de Cristo...”,
interpretación delirante.
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Se acentúan los actos de T en consonancia con el contenido del pensamiento, a
partir de las interpretaciones delirantes. Dice: “Luego empecé a ir a la Virgen de San
Nicolás, y me hice de un grupito de amigos con quienes viajábamos juntos y nos
juntábamos a rezar en mi departamento. Participaba un sacerdote que venía de San
Nicolás para orar con nosotros, y me traía estampas y medallitas”.
Se trata del establecimiento del periodo religioso. Continúa:
En uno de esos viajes durante la peregrinación, íbamos rezando el rosario y, cantando,
de pronto no sentí el suelo. Iba caminando como en el aire, me dio susto porque creía
que me iba a caer pero sentía gozo y estaba tranquila; no supe qué era lo que me pasaba,
hasta que comencé a ir a un Psicólogo, que no hacía más que maravillarse de las cosas
que le contaba pero no me daba respuestas, así que yo seguí con ayunos y mis
oraciones. Una noche me la pasé peleando con una fuerza maligna en mi departamento,
tenía mucha sed y transpiraba, pero no dejé de rezar.
El delirio acompañado y envuelto en una sensación de beatitud y gozo, comienza
su instauración como tal.
Se produce ahí su primera internación, a la salida de la cual es llevada a casa de
su madre para su recuperación.
Estando en casa de mi madre haciendo reposo, una siesta, creo que fue a las tres de la
tarde, sentí que algo se salía de mi cuerpo despacio, desde lo pies hasta llegar a la
cabeza, y mi cuerpo estaba insensible, sólo me unía desde la zona llamada mollera hasta
el cielo un cordón umbilical, y ahí recibí mensajes celestiales; por ejemplo, que no
moría porque tenía otra misión en la tierra. Con el tiempo comprendí que tal misión era
anunciar la segunda venida de Cristo.
Además recibía otros mensajes: por ejemplo, qué comer o qué tomar, cómo
comportarme en la vida, en fin, consejos de vida.
El delirio adquiere ya forma sistematizada. La designación de “sistematizados”
hace referencia a que se trata de estructuras delirantes (Henry Ey) (6), de sistemas
delirantes cerrados en sí mismos, sin recurrencia a ningún elemento exterior.
Podemos distinguir de aquí en adelante las distintas fases del delirio: en este
caso la fase de delirio místico.
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En el barrio que vivía había un vecino alemán, y me hacía rezar el Padre Nuestro en
alemán. Antes de esto había tenido una nueva crisis, a partir de que una prima mía había
dado a luz; cuando me enteré les dije a todos que habían sido mellizos, y le habían
quitado un bebé a mi prima. Además reuní a mis familiares en mi casa para decirles que
mi madre no era mi madre biológica, sino que había sido una de mis tías.
Se pueden leer aquí los componentes de filiación de su delirio.
Se produce su segunda internación.
A partir de aquí el psiquiatra que me atendió —con quien aprendí mucho, porque él me
explicó lo que le pasaba a los santos— de a poco me fue trabajando psicológicamente
para que me enamorara de él.
Yo lo veía como un padre, no como un hombre. Llegamos al encuentro en la cama, pero
no hubo relaciones sexuales, no pudimos porque yo no lo veía como hombre sino como
padre... Luego de esto me internó en su clínica, y de ahí casi no salgo porque me tenía
prisionera; si no fuera que yo empecé a decir a todo el mundo lo que pasaba no hubiera
salido.
Se descubren aquí los elementos persecutorios del delirio.
En una nueva internación, por las noches me acompañaba una música Fa, la nota
musical que luego escucharía en otras oportunidades. Esta crisis comenzó al querer
independizarme de mi madre, lo que se repitió dos años más tarde.
Aquí se deducen referencias de alteraciones sensoperceptivas del tipo alucinaciones
auditivas.
Otra crisis se produjo cuando fui al ginecólogo, y me “oscultó”. Me sentí ultrajada, yo
decía oprobio, sin saber lo que quería decir, pero después con la Biblia y radio María me
di cuenta de lo que le había pasado a la Virgen María cuando estuvo embarazada, y yo
sentí lo mismo.
Se describe aquí un neologismo (“oscultó”).
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De mi enfermedad pienso que todo lo espiritual es realidad, pero lo que me enferma es
mi madre y mi abuela. Porque son demonios, y me confunden con sus rezos y sus
oraciones, además de que me ponen medicamentos en el agua y en la comida, en el
mate, etc.
La confirmación de la certeza delirante y el delirio persecutorio.
Mi madre controla todos mis comprobantes de lo que hago con mi sueldo, y no me
dejan libre porque quieren mi plata, mis beneficios.
Además pienso que la gente me maneja leyendo el pensamiento, y pueden entenderse
sin hablar, lo cual yo lo desconozco. Parece que yo sí puedo transmitir pero no puedo
recibir los mensajes de la gente; sólo recepto los mensajes espirituales que vienen del
Espíritu Santo, y de todos los santos. Además, pienso que la radio y la TV envían
mensajes para la gente buena y la gente mala, y yo no los entiendo, necesito aprender.
Lectura del pensamiento, influencia y adivinación del pensamiento.
Los antecedentes
A partir de esta crisis en sus 33 años, los hechos vividos en diferentes momentos de su
vida cobran una nueva significación, una valoración distinta; es decir, un nuevo
ordenador se ha hecho presente en forma abrupta, tomando esta doble función: la
primera de desencadenante de la crisis, y la segunda de ordenamiento que había sido
perdido. En este sentido, es conveniente establecer las condiciones o coordenadas en
que se produjo tal pérdida, ya que de la correlación entre estas condiciones y la historia
de esta persona encontraremos razones de la producción de su enfermedad.
En el momento de hacer su primera comunión, a los 7 años, relata su
experiencia: “...en la comunión, la ceremonia de tomar la comunión, qué grandioso
haber comido el pan de Dios; aparte el vestido de la Virgen con el manto...”.
A los 13 años sus padres le preguntaron si quería que ellos convivieran
nuevamente, a lo que ella respondió con una negación. Dice: “Yo quería que fuera por
amor, no por mí. Yo quería tener una familia”.
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A los 26 años comenzó un noviazgo que finalizó luego de 4 años de relación,
por una causa que ella misma expresa: “Me dejó porque yo no quería tener relaciones
sexuales”.
El Otro
La madre de T es una mujer que fue entregada de niña —por su madre— para ser criada
en un convento de monjas. Recién a los 15 años encontró una forma para salir del
convento, al casarse con quien sería el padre de T. Ese matrimonio duró sólo 2 años,
tiempo en el que nació T, y su duración estuvo en relación directa con la decepción que
sintió la madre con el encuentro sexual, del que desistió mucho antes de esos 2 años,
razón por la cual su marido abandonó el matrimonio. Según los dichos de T, su madre
prefería consagrarse a Dios, razón por la cual en varias oportunidades intentó ingresar
en un convento como monja, en compañía de su hija. En cada una de esas
oportunidades, repetidas hasta el día de hoy en sus intentos, les fue denegada esa
posibilidad.
Del padre —que casi no conoció— sólo guarda algunos recuerdos a partir de sus
13 años, edad en que volvió a encontrarse con él. Según refiere en sus relatos sobre
familiares paternos, el padre la quería mucho, y era cariñoso con ella. Al final de su
vida, antes de morir, se entregó por completo al culto evangelista.
La historia de una enfermedad
Al momento de recibir una persona en consulta aquejada por una mal como el que aquí
tratamos, surge una pregunta, acerca del por qué en ese momento aparece esta
desestabilización. ¿Cómo es que antes ha podido mantenerse en equilibrio este sujeto,
en su relación con la realidad y con los demás?
Para esto tomaremos el concepto de presicosis, tal como lo plantea Lacan en su
seminario III sobre las psicosis (26).
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Asimismo, tomamos la categoría de verdad histórica para acertar acerca de cómo
ubicamos la historia. La historia vivida es una historia perdida; en ese sentido, lo que
hacemos es construir ficciones en su lugar, es decir, interpretaciones sobre esa historia.
La historia pasa a ser la causa y el objeto de la construcción de una ficción, y así
es podemos hablar de invención en un tratamiento analítico. No se trata aquí de una
invención caprichosa, sino de una invención lógica. Para que esta invención lógica
tenga consistencia debe tener coherencia: tiene que ser verdadera en el sentido de la
coherencia y no en el sentido de la correspondencia entre lo recordado y los hechos. Si
es verdadera y tiene coherencia, entonces produce efectos.
Ya hemos comentado que Lacan dibuja en el campo de la psicosis un vacío, que
en el seminario antes mencionado va a llamar forclusión del Nombre del Padre, lo que
significa que falta algo en la estructura que debería estar presente en la constitución del
sujeto. Sucede que cuando algo falta, hay formas de suplencia; distintas maneras de
tratar con este agujero del Nombre del Padre. El psicótico produce esta suplencia bajo la
forma de síntomas delirantes y sus derivados.
Recordamos que, de acuerdo al razonamiento que ya hemos expuesto en este
trabajo, hay una diferencia entre el agujero y la falta, y esta diferencia implica que
hablar de falta ya nos ubica en el campo simbólico. Es diferente que no haya como falta,
de que no haya como agujero, porque cuando hay falta, el agujero está constituido como
una falta, es decir que ahí falta algo, y si algo falta, hay un objeto que podría estar y no
está. La cuestión —como lo hemos dicho— es que ese objeto nunca ha estado, de modo
que aparece como real, pero tratándose de un objeto simbólico.
Para ejemplificar esta diferencia Freud tomó el pene de la madre, a partir de un
caso de fobia infantil conocido como “Juanito (39). Cuando Juanito sostiene el principio
lógico de que todos tienen pene, tratando a la falta bajo la fórmula de desconocerla, el
llamado pene de la madre es el lugar alrededor del cual se juega la castración femenina,
constituyendo algo que falta. Por esto Freud va a hablar de envidia de pene, ya que se
envidia el objeto que no se tiene. La significación de este objeto que se va distanciando
del pene real adquiere el nombre de falo, y la significación que adquiere sólo puede
pensarse a partir de la función lógica que establece aquello que dice que todos lo tienen.
Es este razonamiento lo que constituye alrededor de la falta de pene de la madre toda la
lógica simbólica, porque ese pene de la madre —un pene que nunca existió— es el
nombre de un objeto simbólico, un objeto que debería estar —porque hay una ley cuyo
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enunciado dice que ese objeto debería estar— aunque nunca haya estado en la realidad.
Por lo tanto, el pene de la madre no es el pene real de nadie, sino un objeto simbólico.
La primera crisis
T desencadena su primera crisis a los 33 años, cuando experimenta su primera relación
sexual. Deducimos inmediatamente dos coordenadas en este episodio: por un lado, la
edad de 33 años (la edad de Cristo), en un sujeto suyo sostenimiento imaginario ha
transitado por el carril de la religión católica, que será corroborado por la significación
que de ahí en adelante toman los hechos vividos y relatados por la paciente. Por otro, el
encuentro sexual, que había postergado en ocasiones anteriores.
Son estas dos coordenadas las que plantean para cualquier sujeto una encrucijada
que tiene que resolver o responder con las armas que cuente: la cuestión del ser y la
cuestión del sexo. Ambas fueron “conmovidas” en este momento del encuentro sexual
con el hombre, quedando encerradas en los mismos dichos de la paciente: “...yo me
guardaba para el matrimonio, pero fundamentalmente para Dios...”; “...yo quería ser
monja de clausura...”.
Esta es la respuesta de este sujeto ante el encuentro con un agujero. Un agujero
en el lugar desde donde debería responder con su ser y con su sexo. Su respuesta es
clara ante la cuestión del sexo: dice que se guardaba para el matrimonio,
fundamentalmente para Dios; y respecto de la pregunta sobre el ser, responde con su
“querer ser monja de clausura”. Su respuesta —ante este agujero que se le presenta— es
una interpretación de lo que le sucede, que la encamina hacia un contenido delirante de
su pensamiento también en dos vías relacionadas con las cuestiones que se plantearon:
la vía mística (ser monja de clausura), y la vía erótomana (“me guardaba para el
matrimonio, fundamentalmente para Dios”).
¿Qué ocurría con este sujeto antes de esta crisis?
Como hemos dicho, la categoría que hemos denominado prepsicosis hace pensar
que hay un antes de la psicosis. Pero no se trataría de esto específicamente, sino de una
presignificación anterior a lo que llamamos el desencadenamiento, momentos anteriores
que nos plantean problemas a nivel del diagnóstico diferencial.
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Hablar
de
prepsicosis
nos
lleva
directamente
a
lo
que
llamamos
desencadenamiento, con lo que distinguimos un antes y un después de éste, con una
afirmación de base —que existe en una estructura psicótica— y sobre ella distintos
momentos de enfermedad, o distintos momentos sintomáticos.
Entonces surge la siguiente pregunta: ¿a qué llamamos desencadenamiento?
Esta mujer —para quien el sostén en el mundo se concretaba en el registro
imaginario; es decir, pensando que había una mujer posible para Dios, un matrimonio
posible, tal como se lo transmitió su madre a partir de sus actos—, al momento del
encuentro con un hombre, deja de estar sostenida en ese imaginario, perdiendo sus
referencias en el mundo y por tanto su lugar de existir, lo que le lleva a perder las
coordenadas de sus lazos con las demás personas. Es a esto que llamamos
desencadenamiento: ella cae de un lugar en el que se sostenía, sin poder representarse
luego de ninguna otra manera que no sea la forma de los síntomas productivos, a su vez
displacenteros, medidos en su relación con ella misma y en su relación con los demás y
con la realidad. El sexo es lo que ocasiona su caída del lugar del ser o de su lugar de
existencia en el mundo.
En ese sentido, ¿podríamos decir que durante el tiempo anterior a esta primera
crisis no hubo síntomas?
Quizás podríamos responder que durante los 33 años anteriores al
desencadenamiento sus síntomas fueron consonantes con el mundo, con los demás, en
su relación con la realidad. Para decirlo de otra manera: estos síntomas eran
absolutamente placenteros, o por lo menos no le producían sufrimiento alguno desde el
punto de vista subjetivo.
Es esto lo que habría cambiado a partir del desencadenamiento. Los síntomas se
transformaron en distónicos; es decir, en lugar de permitirle un funcionamiento en sus
relaciones con los demás, comenzaron a producirle un obstáculo, constituyéndose en un
sufrimiento.
En el caso del psicótico, podemos decir que no cree pero que tiene certeza: esto
es, que la certeza y la creencia no van de la mano. Es así que distinguimos dos tipos de
síntomas. Uno es el que produce displacer, molestia, angustia, y crea problemas: por eso
es que nuestra pregunta apunta al sufrimiento en cada caso, ya que hay síntomas que a
algunas personas les hacen sufrir aunque en otros casos no ocurra lo mismo.
El otro síntoma es el que no hace sufrir; el síntoma que en el caso del psicótico
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es heredero de la metáfora delirante. No lo definimos como displacentero: decimos, en
su lugar, que es lo que le ha permitido relacionarse con el mundo, como una forma de
crear lazos con los demás.
La segunda crisis
Se presenta en el momento del nacimiento de la hija de una prima, lo que la conduce
directamente a la relación con su madre. Ella dice: “...a mi prima le habían quitado una
hijita, había tenido mellizas...”; “...reuní a toda mi familia y les dije que mi madre no era
mi madre biológica, sino que era una de mis tías...”
Se le presentan los fenómenos en el espacio de esta relación entre una madre y
una hija para hacernos ver que lo que ha sido conmovido es la relación con su madre;
este espacio dual que se mantenía sostenido por un imaginario que nuevamente se ha
derrumbado, por lo que debe recurrir a los fenómenos que inundan su pensamiento y
otras funciones psíquicas.
También recurre —de inmediato— al componente erotomaníaco, que esta vez
no lo refiere a Dios sino a un sucedáneo, el médico psiquiatra que le atiende con mucha
atención.
Al estilo de la crisis anterior encontramos las dos vías en su delirio, si bien en
esta oportunidad notamos la crudeza de la conmoción de la relación imaginaria,
denunciada en los efectos de esa relación dual con la madre —efectos de transitivismo y
agresivos.
El sujeto psicótico no se posiciona de la misma manera ante los fenómenos que
se le presentan. Podemos decir que hay una primera respuesta ante ellos que es la
perplejidad, en tanto en un segundo momento aparece la certeza.
La perplejidad es un dato esencial, ya que la podemos ubicar en la frontera de la
prepsicosis y el desencadenamiento. Un fenómeno de frontera —al decir de Lacan—
que se produce cuando el sujeto se queda sin respuesta frente a algo que le sucede. Se
presenta, en esto, una relación con lo enigmático, es decir, con lo que no sabemos qué
significa. Este fenómeno, en el psicótico, adquiere la particularidad de que el sujeto no
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sabe lo que significa pero sí sabe que significa algo, y en especial que esa significación
le concierne a él.
Se encuentran, entonces, dos elementos: por un lado el fenómeno enigmático,
donde hay una suposición de significación; pero por otro, el sentimiento de que eso le
está dirigido a él.
El delirio de un paranoico está sostenido en una certeza, que no es lo mismo que
el fenómeno de perplejidad frente a algo que se transtornó en el mundo y no sabe qué
significa ni qué se debe hacer con eso.
Resumiendo, podemos decir que en el psicótico tenemos fenómenos elementales
—perplejidad o certeza— que a la vez que señalan el camino que siguen los fenómenos
en el psicótico, también designan el tratamiento que este sujeto les ha dado a dichos
fenómenos y, por lo tanto, es lo que nos orienta en el tratamiento.
Este es el camino que sigue T en la resolución de cada crisis, y en cómo se
presenta a cada consulta el fenómeno que se le hace presente con el nacimiento de la
hija de su prima. Lo enigmático que surge de la necesidad de descifrar este hecho
responde, en el momento siguiente, con la relación entre ella y su madre, que ya no le
ofrece un enigma sino una resolución: ella no es hija de su madre biológica sino de una
de sus tías. Eso es lo que le transmite a sus familiares.
Podemos decir, asimismo, que en la relación con el médico psiquiatra se instaló
el mismo procedimiento, si bien la relación erotómana —en este caso— viene a resolver
la otra vertiente de los fenómenos en la vía de la relación de una hija con una madre.
Las crisis siguientes
La siguiente crisis, según ella misma afirma, se desató en oportunidad de querer
independizarse de su madre, al igual que sucedió en la crisis anterior.
Luego sigue otra crisis cuando concurre al ginecólogo, donde se le presenta
nuevamente el enigma del sexo, al que sólo puede responder con un nuevo fenómeno:
un neologismo (“me oscultó”).
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Este neologismo viene a representar el enigma y su resolución, tal como el
camino que hemos descrito para crisis anteriores. El neologismo viene al lugar de un
significante aislado, solo, que no se relaciona con otros significantes.
Sabemos que la característica de los significantes es que se definen siempre en
relación a otros significantes, es decir, que se definen por diferencia de otro, de modo
que no puede presentarse más que acompañados, en cadenas y redes de significantes.
En el caso de un sujeto neurótico, lo que viene al lugar de esto enigmático es esa
red de significantes, a través de los cuales el sujeto se representa una respuesta subjetiva
neurótica.
Podríamos agregar que así como hemos dicho que en el psicótico encontramos la
perplejidad o la certeza, en el neurótico lo que encontramos a partir de esta red de
significantes es la indeterminación, que en el obsesivo va a tomar la forma de duda, y en
la histérica toma la forma de metonimia.
El análisis del caso
A los 33 años, en ocasión de su primer encuentro sexual con un hombre, y ante el vacío
que se le presenta al querer interpretar su accionar, es cuando podemos ubicar lo que
llamamos el desencadenamiento de esta sujeto. Aparece el fenómeno con claridad, de
acuerdo a la descripción precedente que hemos hecho. Sólo que en esta oportunidad el
tiempo de la perplejidad ha sido inexistente, de acuerdo a su relato, encontrándonos
directamente con la certeza: “...yo me guardaba para el matrimonio, fundamentalmente
para Dios...”.
Es a partir de esta interpretación que se resignifican muchos hechos de su
historia, en especial el que se constituye como el pivote sobre el que girará de ahí en
adelante su relación con la realidad, con el mundo y, como decíamos, con la exclusión
del Otro. Se trata de aquella escena de su primera comunión: “...en la comunión, en la
ceremonia de tomar la comunión, qué grandioso haber comido el pan de Dios, aparte el
vestido de la Virgen con el manto...”.
Aquí es donde podemos ver el camino que sigue el fenómeno que este sujeto
interpone ante un enigma que se le presenta del lado del Otro. Cuando debe significar lo
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que le está sucediendo, ella no puede decir, por ejemplo, “yo estoy haciendo la primera
comunión”, o bien “¿cómo será cumplir con Dios?”, “¿agradaré a Dios con mi
comportamiento?”. Es decir, significaciones posibles que se presentan ante el enigma
que le sugiere el lugar del Otro, ante lo que debiera suponer qué quiere el Otro, o, lo que
es igual, qué quiere ella del Otro. Es decir, lo que demostraría su ubicación en el
registro de lo simbólico.
Ella, sin embargo, ante lo grandioso que se le aparece en esa ceremonia,
responde de inmediato y sin vacilar con una certeza: haber comido el pan de Dios,
cuando se refiere a la comunión, y el vestido de la Virgen con el manto, cuando se
refiere a su vestido. Queda revelada su posición subjetiva frente a un enigma: un
fenómeno en el que el tiempo de la perplejidad es mínimo respecto de la producción de
la certeza.
En este punto —como hemos dicho— se produce una falla en una identificación
que hemos llamado primordial, que le proveería de efectos formadores en el yo y, por
tanto, en la constitución subjetiva.
Freud advertía que para constituir el narcisismo ha de venir a agregarse al
autoerotismo algún otro elemento, un nuevo acto psíquico. Ese nuevo acto psíquico, tal
como él lo llama, es la formación del yo.
Esto es lo que no puede decir T, y en consecuencia no puede preguntarse sobre
su ubicación respecto de los demás. Respecto, también, de lo que esperan los demás de
ella; respecto de sus expectativas hacia el mundo y la realidad. Es decir, hacia y desde lo
que hemos llamado el Otro, y que se le presenta en forma de enigma.
Recordemos que Lacan conceptualiza este proceso mediante el estadio del
espejo, en cuyo transcurso el niño lleva a cabo la conquista de la imagen de su propio
cuerpo. La identificación primordial que está en juego en esta instancia del niño con su
propia imagen va a promover la estructuración del yo, poniendo término a la vivencia
psíquica que hemos llamado la fantasía del cuerpo fragmentado.
Una pregunta nos surge de inmediato: ¿qué ha sido lo que ha fallado en T que no
le permite el acceso a la constitución de su narcisismo, a la constitución de un yo que le
permita relacionarse con el mundo?
Decíamos que el estadio del espejo y sus efectos de formación del yo —a partir
de una identificación fundamental— sólo lo valoramos en la constitución subjetiva, en
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la medida en que ésta quede enmarcada en el proceso de la metaforización paterna, lo
que Freud ha llamado en su teorización el Edipo y la castración.
Se trata de un proceso de formación lógica en el que pueden ocurrir accidentes o
similares que provoquen defectos en su desarrollo, defectos que se notarán en un
funcionamiento desarticulado de su cuerpo y su representación en el pensamiento, y en
el transitivismo que inundará la relación con los otros de ahí en adelante.
Es decir que existe una “subordinación” lógica entre una identificación del
narcisismo —la del yo, en el registro imaginario— y aquella del Edipo, la del Nombre
del Padre, que da entrada al sujeto en el registro simbólico.
En el caso de T, ha ocurrido algún accidente que tratamos de localizar en su
historia, es decir, en la relación con las figuras que han intervenido en su vida. Su madre
se presenta como una mujer que no ha aceptado a hombre alguno para que se constituya
en el objeto que pudiera satisfacer lo que a ella le faltaba; es decir, su relación con el
falo no la ha encontrado por el lado de un hombre, sino que desde su encuentro con un
representante del sexo opuesto cerró la puerta para la relación con lo masculino,
quedando reservada para la relación con Dios. Esto lo notamos en el desarrollo de los
acontecimientos de su vida: fue dejada en un convento para ser criada por las monjas
desde niña, hasta la edad de 15 años, momento en que sale para casarse con quien había
elegido como marido, pero con quien —al decir de la paciente— en el mismo encuentro
sexual que mantuvieron decidió abandonar esa práctica para reservarse a Dios, lo que
motivó que su marido terminara el matrimonio dos años después.
Queda delineado en esta síntesis el por qué de esta falla en la metáfora paterna,
es decir, en la unión que un sujeto hace de la ley simbólica con la presencia del padre.
Para esto —tal como lo hemos descrito de acuerdo a los conceptos de Freud y
Lacan— no sólo la madre debe hacer un lugar al padre, en la medida en que lo
reconozca como el objeto que puede satisfacer su deseo —por lo que el sujeto, en este
movimiento, va a relacionar la causa de las ausencias de la madre con la presencia del
padre—, sino que también el padre debe encarnar el peso de esta identificación con su
presencia —y aquí encarnar hace referencia al cuerpo: prestar su cuerpo, su carne, para
permitir que el niño realice aquella asociación de la ley con la presencia del padre.
El padre de T no estuvo a su lado, físicamente, desde el segundo año de
matrimonio —su primer año de vida—, pero antes tampoco había estado presente en
discurso de su madre, quien había optado por la vía de Dios.
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Pero como nos han enseñado los maestros del psicoanálisis, y aún desde el punto
de vista de nuestra práctica clínica, un hecho aislado no tiene significación, sino que
adquiere ésta a partir de relacionarlo con otro par, que es lo que ocurre con los
significantes.
En el caso de T, vamos a dialectizar esta escena de la primera comunión, a los 7
años, junto con la otra escena —a los 13— que deja al descubierto la posición de sus
padres. A los 13 años de edad sus padres la llamaron —cuando regresa el padre, desde
aquel tiempo en que se había ido—, para preguntarle si ella quería que nuevamente se
juntasen. Y ella dice: “yo quería que fuera por amor, no por mí. Yo quería tener una
familia”.
Además de la respuesta que dio en esa oportunidad, podemos deducir la posición
de los padres respecto de la relación entre ellos, es decir, con su propio deseo. Se trataba
de lo que quisiera la hija T y no de lo que quisiera hacer cada uno de ellos, que por
cierto, fuera vivir juntos o continuar separados, tendría sus consecuencias en el
desarrollo psíquico del sujeto, dejando a la deriva a T, quien no puede subordinar una
acción suya, lo que le permitiría decirse yo ante la acción de sus padres, ya que ellos no
se hacen cargo en manera alguna tal posibilidad. Tal posibilidad quiere decir tomar a
cargo su deseo o, dicho de otra forma, los padres no pueden tomar a su cargo su
ubicación sexuada en el mundo, de mujer y de hombre que desean algo.
Es en la dialéctica de esta dos escenas comentadas por la paciente que
encontramos esta falencia que redunda en un defecto en una identificación primordial, y
de carácter fundamental, en la constitución subjetiva.
A modo de síntesis
Este sujeto queda atrapado en la relación entre sus padres, quienes, con su bagaje
edípìco a cuestas, han influido en la producción de la enfermedad de T. Una madre que
para salir de un convento —en el que había sido internada por su madre— ve pasar a un
hombre, a los 15 años, se enamora y se casa. El padre, que accede a esta propuesta,
como una persona que demuestra tener poco compromiso con sus decisiones.
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A los 2 años de casados la madre decide que no quiere saber más nada con
hombre alguno; se queda con su hija y consagra su vida a Dios. Esto es lo que toma la
paciente para “guardarse” para Dios, al momento de su primera comunión.
A los 33 años —“la edad de Cristo”, como ella dice—, al conocer sexualmente a
un hombre, desencadena la crisis, respondiendo delirantemente a esta experiencia. A
partir de aquí se vuelve más constante en el seguimiento de lo religioso, de lo divino,
por lo que a la hora de interpretar la experiencia vivida lo hace con el misticismo.
Pero aunque su pensamiento aparece con este fuerte componente místico, el
trabajo de restitución de la realidad que realiza es erotomaníaco, ya que ella piensa y se
ubica en el lugar de objeto en la mayoría de los casos en que se encuentra con un
hombre, sea este sacerdote, médico, etcétera. Es lo que le sucedió con su experiencia de
tratamiento con el psiquiatra.
En el momento de estabilización en que se encuentra, que ella llama de sequía
religiosa, y en la que busca ir mas allá de esto.
Pero esta búsqueda conviene que no encuentre el final, ya que es eso lo que la
lleva a la erotomanía. Y es esta erotomanía la que denuncia, pone en evidencia, la falta
de identificación yoica a la que viene a suplir.
El caso “C”
Se trata de un sujeto femenino de 34 años, que ubica su primera crisis a los 22. Sin
embargo, vamos a demostrar que los fenómenos del desencadenamiento habían
comenzado —según ella misma lo dice— varios años antes.
Mi primera crisis fue traicionera: estaba en el baño yendo de cuerpo y, cuando voy a
tirar la cadena, hubo un segundo decisivo, en tomar fuerza y no querer seguir como lo
venía haciendo desde antes de ir a Villa Gesell, exactamente cuando había dejado Bellas
Artes de Cosquín... Ya que un día, cuando volvía de ahí, me sentía aturdida, pues debía
hacer un montón de trabajos y no podía pensar en ellos, no podía organizarme
(desorganización del pensamiento, embotamiento afectivo). Sentí pánico
(angustia psicótica), se me adormecieron los sentidos, y me senté en una silla; cuando
volví en mí miré la hora, como si recién me hubiera pasado lo antes descrito, pero no,
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habían pasado 1 ó 2 horas en que mi mente no registró el tiempo de nada… cuando yo
volví en mí era como si recién hubiera terminado de pensar que no podía hacer lo que
me habían pedido en la escuela, no estaba dormida, estaba sola, sentada, y mis ojos no
los había cerrado (Comienzo insidioso, temprano, del tipo de la esquizofrenia
incipiens, con sentimientos de despersonalización, extrañeza, miedo). Bueno,
quería describir esto para entender desde cuándo venía soñando y, volviendo al
principio, después de ese segundo decisivo (ya explicado), me atrajo la idea de seguir
soñando, y es en ese momento que me sentí como en otra dimensión, segunda
dimensión, paralela a la mía, de “lo de ahora”; un sonido de los que se escuchan en las
películas de ficción (el de La Guerra de las Galaxias) (sentimientos de
despersonalización; el delirio adquiere explicación de soñado, “soñando
despierta”), cuando de un lugar una imagen pasa a otra; lo sentí agudo y extendido,
entonces las imágenes que yo soñaba sin perder la concepción de lo que me rodeaba,
cuando miré el inodoro, y estaba por tirar la cadena, en el momento del sonido, no era
más yo ni mi sueño en mi mente, era de pronto que la persona que yo veía en mis
sueños podía ver lo que yo veía, y esa persona veía lo que yo hacía, miraba, decía y
pensaba (influencia, lectura del pensamiento, percepción de autoscopía-la figura
de él mismo como si se tratara de un doble), no había límite, y no sólo la persona
podía ver eso, sino que yo podía ver todo ello, y no lo que me rodeaba, y las personas
implicadas en el sueño hablaban conmigo, se mezclaba el aparente pasado con el
presente, pues tenía las alucinaciones en la que las voces que escuchaba me decían lo
que iba a pasarme y me lo mostraban en imágenes en mi mente (alucinaciones
visuales y auditivas). Las personas me insultaban porque veían lo que yo veía y hacía
en el baño, específicamente; también el olfato, me veía desnuda y cuando ejecutaba los
actos normales en un baño, fue cruel, horrible y asqueroso (sufrí mucho por eso)
(alucinaciones olfativas, cenestésicas y autoscópicas).
Se había levantado la guardia del límite que separa (no sé cómo describirlo) (vivencia
de apofanía, revelación), lo lineal que encierra una fantasía y la separa de la realidad
del ahora.
Yo ya no podía controlar los sueños. Estos se habían apoderado de mi y de mi cuerpo,
ya que todo lo que veía, escuchaba, o sentía en mi mente, mi cuerpo lo padecía
(alucinaciones cenestésicas, aquí más claras); fue espantoso, y ya que no quería ir
al baño, porque la persona que imaginaba veía y sentía lo que yo, y a veces perdía la
noción totalmente de los objetos que me rodeaban (total despersonalización).
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Yo sentía los sonidos, el tacto, el olor, el gusto de las alucinaciones (cenestésicas
nuevamente) y no paraba de alucinar. Vi vidas pasadas, vi cosas que no puedo
describir de lo asquerosas y horrorosas que fueron. Los temas los recuerdo: sexo, Dios,
el diablo, y a veces hasta que yo era la encarnación de Juana de Arco (se sumerge en el
delirio con síntomas positivos).
El miedo y la soledad emocional ungió mis días, los unge hoy (duele menos). Sentirme
parte de nada, ni de nadie, excepto del alma gemela que creo conocí en raras ocasiones;
la duda es mi esencia, como querer encontrar la verdad.
Quería darles a conocer el especial momento de la exaltación de lo doloroso en el que
quería morir, porque nunca se me escuchaba, nunca nada de lo que hacía parecía estar
bien, sentí que a nadie le importaba, “ahora”, me olvidaba de mí. Era confusión,
desesperación, específicamente una isla tiene más paraísos que el destierro de mi mente
y la maldición de mi pecho. Para mí en ese momento hay la yegua que caminará errante
por la nada y eternamente (un fragmento de mis palabras cuando me maldije, después
de haber maldecido a Dios, en un episodio cuando tenía 13 años, y del cual trato de
reponerme).
Los antecedentes
A los 4 años se produce una escena que la confronta con el tema de la sexualidad,
apareciendo ya una respuesta sintomática. Había concurrido a un campamento que
organizaban las monjas de su colegio. Lo relata de la siguiente manera: “...Me tocó
dormir con un chico. Cuando amanecí a la mañana estaba humedecida, no entendía,
desde ese tiempo iba a la capilla, y me pasaba tiempo mirando el sagrario donde estaba
Cristo, miraba la lucecita roja, le pedía perdón, a veces me tenían que venir a buscar
porque perdía la noción del tiempo”.
A la misma edad, cuando concurría a un pre-jardín, la invitaron a un cumpleaños
de un compañero. A la salida del cumpleaños, en momentos en que su madre la buscaba
de la fiesta, ocurrió el hecho que ella misma relata:
Era una fiestita de cumpleaños, en la cual a todos les regalaban una bolsita con dulces y
juguetes en miniatura; era una sorpresa. Yo, dolorosa, recuerdo que con intensa timidez
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y dulzura tomé mi bolsita, ya jugaba yo mis juguetes y mi imaginación. Asombrada por
mi regalo, estaba contenta con éste; salimos, nuestros papás nos buscaban, y cuando
tomé la mano de mi madre, que fue a buscarme, un niño me arrebató el regalo, y
sollozando, inútil e inmóvil, le indiqué a mi mamá el arrebato para que recuperara mi
regalo. El niño me miraba y, sin decir nada, mi mamá sólo dijo que no importaba y me
llevó a casa. Lloré todo el camino, ella me retaba, yo había perdido mi regalo.
Ese mismo año ocurre otro hecho, cuando jugaba en el jardín. Dice:
Mientras observaba muy atentamente a las hormigas, un borracho me tomó y me alzó y
me besó, y abrazó muy fuerte. Yo me asusté muchísimo y empecé a gritar con llanto
desesperado. Las maestras me sacaron de las manos del hombre, y se fue. Entonces ellas
me pegaron para que me callara y dejara de gritar; me zamarrearon un buen tiempo
porque yo no me callaba.
A los 5 años comenzó a ir a otro jardín, en Nuestra Señora del Calvario. “Una
escuela de monjas”, como dice. Rememora un episodio en el que estaba en clase
dibujando y le sucedió algo cuando entregó su dibujo a la maestra. Dice:
Fui a mostrarle a la señorita mi dibujo. Al lado del escritorio se encontraban dos chicas
grandes. Lo que quedó en mi mente es que la señorita me preguntó qué era mi dibujo;
yo le dije que era un elefante, y estas chicas, junto con la señorita, se empezaron a reír.
No estoy muy segura si se burlaban... me senté en mi banco, pero lo cierto es que a mí
me dolía la burla.
Ese mismo año un hecho más que le deja dudas:
Quise ir al baño y estaba ocupado. Me quedé esperando, porque los otros baños también
estaban ocupados. Mientras esperaba yo sentía las voces de un chico y una chica. Vino
una compañera que también quería ir al baño, y ahí fue cuando los dos chicos (nena y
nene) salieron riéndose y acomodándose los guardapolvos. No entendí, entonces la otra
niña que quería ir al baño me dijo que debían de haber estado besándose porque eran
novios. Es confuso todo lo que sentí, inquietud, miedo, fue feo, pero como la niña
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empezó a reírse, yo también. Salió la señorita y nos retó, y esta niña los acusó. Ahora
recuerdo haberme dicho a mí misma: “nunca un beso”.
A los 6 años relata un hecho con su padre que, según dice, le dejó una marca
para toda su vida. Relata:
En primer grado el hecho que me marcó toda la vida, más fuerte que los anteriores, fue
cuando la señorita del grado le dijo a todo el curso que los padre debían colaborar con el
colegio; como por ejemplo, que no se tenía plata para comprar una garrafa para la estufa
del aula. No se dirigió a nadie en particular. Yo pensé en mi papá que tenía una
ferretería y vendía garrafas.
Ese día, cuando estábamos almorzando, dije en la mesa las palabras textuales de la
maestra y me quedé mirando a mi papá, con picardía y felicidad, y también orgullo... no
dije nada más, él tampoco.
Entonces ese día vi llegar a mi papá con una garrafa. La había llevado rodando dos
cuadras.
No recuerdo bien pero la señorita le dijo que no hacía falta, que otro señor ya había
traído una. Con dolor vi a mi padre haber sido despreciado; yo sentí una fuerte
humillación en su rostro, yo estaba orgullosa de él, pero me invadió la tristeza y la
marginación... No puedo olvidar cómo mi papá se volvía a casa con la garrafa, cruzando
el patio...
Mi dolor siempre dije: humillación, pero en realidad fue desprecio, y una muy arraigada
culpa.
Cuando volví a casa, los pensamientos, imparables, de cómo miraría a mi padre, por mi
culpa, no sé... Llegué y le dije “hola” con dulzura y un profundo amor, que no pude
volver a sentir... Papá ni me miró, estaba atendiendo a los clientes. Él dice ahora no
haber estado enojado para nada, pero la trompa, cuando estábamos en la mesa, no podía,
no la disimuló, ni dijo nada, fue cuando temblorosa mi voz dijo “gracias y perdón”. La
culpa la sentí hasta mucho tiempo, hasta hoy.
Dos nuevos episodios sintetizan lo conmocionante de su relación con Dios. Uno
transcurre en la capilla de su escuela. El siguiente en la iglesia.
Entraba en la capilla a mirar la luz encendida, y yo le hablaba a Dios allí, porque creía
que allí vivía Él. Recuerdo que le pedía que me llevara con Él. También le pedía que si
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no me llevaba, me viniera a buscar un príncipe, y que bendijera mis niños y a todos los
niños de la tierra.
El segundo hecho, en la iglesia, transcurrió en una oportunidad en la que,
estando sentada en un banco, y en momentos en que los demás rezaban, ella dijo,
mirando el rostro de Cristo: “...Había unos mosaicos con la cara de Cristo, yo fijé la
mirada y se me nubló la vista, y comencé a ver la cara del diablo en la cara de Cristo.
Me asusté, empecé a mirar y vi la cara de Cristo otra vez; me dio terror, me levanté y
me fui”.
A los 8 ó 9 años le sucede otro episodio referido al lugar que ocupaba en el seno
familiar. Por ese tiempo estudiaba dibujo, y a partir de un problema económico de su
padre, su madre le dijo que no podía continuar con los estudios, porque ya que no tenían
plata. Le dijo que debían elegir entre su estudio y el de una de sus hermanas que
estudiaba un idioma, y que habían decidido por su hermana, ya que el idioma era más
importante. Ella así lo expresa:
Aún no puedo explicar lo que sentí, ya que cuando iba a llorar para que no me quitaran
Dibujo, se apoderó de mí un cambio de pensamiento tan rápido, tan oscuro, tan feo, que
sentí el mal y me maldije, dije “nunca más voy a pintar”. Fue un odio potencial,
maligno, y luego me puse a llorar forzadamente, y me sentí maligna, le pedía perdón a
Dios, pero no me perdoné ni perdoné a mi mamá ni sentí el perdón de Dios, quise
castigar a mi mamá haciéndolo conmigo. A la semana mi hermana dejó inglés.
A los 13 años se presenta un episodio sobre un encuentro con el sexo opuesto.
Fue cuando un chico —según dice ella— le pidió “arreglo”, cosa que no pudo soportar,
quedando marcada por el hecho. Este es el relato:
Y me pidió arreglo. Yo sentí un fuerte pánico, y para disimularlo estaba jugando a las
cartas con una amiga. Se me acercó otro chico y me preguntó si me gustaría arreglarme
con Y; en ese momento, mi compañera de juego me dijo algo, a lo que yo contesté
haciéndome la distraída. A la pregunta del muchacho dije “no tengo ganas”. Eso es lo
que le transmitió el muchacho a Y, lo que yo había dicho. Yo vi cuando Y, con su carita
de miedo, esperaba, y cuando me mandó a la m... Nunca lo olvidé, y fue cobrando cada
vez más importancia.
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Cuando fui a contarle a mi mamá que quería ser monja, ella me respondió “estás loca”;
fui a misa y miré hacia una pared en la que estaba la figura de Cristo; su mirada se
transformó en algo feo, en una mirada de odio, hasta que su rostro se convirtió en el
rostro del diablo; entonces fui a confesar, y el cura me dio una penitencia. Cuando
estaba rezando me dije “pero de qué tengo que pedir perdón”… lo maldije, me levanté y
me fui a casa.
La historia de una enfermedad
A los 14 años, a partir de su queja de dolores en la espalda, le diagnosticaron escoliosis.
Por ese motivo fue llevada por su tía —hermana de la madre— a Buenos Aires para
llevar a cabo un tratamiento.
Le colocaron un corcet que debió usar durante dos años. Ese periodo, sin
embargo, fue insuficiente para lograr efectividad en el tratamiento, y terminaron
aconsejándole una cirugía.
Le realizaron una primera intervención quirúrgica a los 16 años, en diciembre de
1987. Un tiempo después —en mayo de 1988— debieron efectuarle una nueva
operación. La paciente presenta el recuerdo de la primera intervención:
Fui a una revisación y me intimidaron, la hermana de mi mamá y los doctores que me
operaron, para quedarme, porque sino no me iba a curar nunca. Me encerró mi tía en la
pieza y me dijo, mostrándome el espejo, que decidiera qué quería de mi vida, si
enderezarme o quedar como la foto (mientras me mostraba una foto de una enferma
avanzada). Y llorando decidí quedarme. Fue cuando llamé por teléfono a mamá, que me
empezó a insultar; mi tía me arrebató el teléfono y me echó de la habitación. Nunca
supe qué se dijeron. Hasta el día de hoy mi mamá, en el fondo, no me perdona. Durante
el tiempo que estuve viviendo con mi tía mi mamá nunca me escribió.
Ese mismo año regresa a su casa en La Falda, para finalizar en 1988 el colegio
secundario.
A los 19 años, su tía se muda a Villa Gesell y la invita a vivir con ella. La
paciente accede, aunque regresa al año siguiente por los numerosos problemas que tuvo
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con su tía y la familia, especialmente por el trato que ésta última le propinaba. Ella dice:
“Mi tía hablaba cosas raras, además de que era loca; mentía en cosas, pero también
entraban hombres todas las noches, era loca”.
El Otro
Esta paciente es la segunda de cuatro hermanos, con una hermana dos años mayor, una
hermana dos años menor y un hermano ocho años menor. Vive con ellos, además de su
madre y su padre.
Cuando describe la relación con su madre, relata que le costó darse cuenta de
que tenía algo especial con ella. Lo expresa de la siguiente manera:
Tal vez comencé a pensar por qué me agredía, y comprendí con tristeza que no era yo
quien no cortó el cordón con mamá, sino que ella no quería que lo corte; no soportó
verme volar. Ella quiere que vuele la ruta de ella, y no soporta la diferencia de ser que
tengo con ella… Yo, con mi forma de ser, siento que le recordaba a ella los sueños que
alguna vez tuvo y que mi abuela le reprimió Eso la enfurecía, y por eso me gritaba, y me
hacía sentir sus frustraciones. La culpa que yo tenía era la culpa de su memoria de los
sueños no realizados. Ella me chupó todo el ser, lo manoseó, lo estropeó, y aún no
quiere hacerse cargo de ello; ella me amó y soy su preocupación, dice.
Continúa hablando de su madre:
Siempre me gritó y me hizo sentir culpable, no había sentido para quererla, no había
consecuencia tan grande como para agredirme y arruinar mi vida por ella, como lo hice.
Ya fue tarde, estoy encorvada por ello, no creo que pueda quererla, aún rezo para que
Dios me ilumine y pueda perdonarla, tal vez para amarla, tal vez para que Dios me
perdone por estos sentimientos y pueda cortar las cadenas que me atan a ellos, y no me
dejan, tal vez recibir la gracia de Dios, por qué me pesa mucho la espalda (la gracia es
hacer realidad mis sueños: enderezar totalmente mi columna, y ser libre como podría
haberlo hecho desde niña). Por años cargué su mochila con las piedras de ella, de su
camino, lo siento Dios, pero ella me quitó lo que más quería, mi ser físico y del espíritu,
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lo cohajó, lo cortó, y no fue sin querer.
De su padre dice que es una persona muy buena, pero desatenta, que no escucha,
y que no da importancia a las cosas. Pero por sobre todo que no le atiende a ella cuando
quiere hablarle.
En la transferencia
En oportunidad de la primera entrevista la paciente relata un fenómeno que le ha
ocurrido durante su primera crisis. Dice: “Estaba mirando la televisión, y mientras le
prestaba atención mi mente pensaba, y sentí algo en el cuerpo, un vacío y un grito de
adentro que decía no, y luego tronó. A veces pienso que, según lo que piense, aparecen
los truenos”.
En otro pasaje de ese primer tiempo del tratamiento, formula el comentario sobre
un sueño que ha tenido y que nos arroja alguna explicación sobre su enfermedad. En ese
sentido afirma: “Soñé que estaba a los 7 años y había un conde que se dedicaba a violar
y a matar chicas vírgenes. Les arrancaba los órganos, especialmente a una chica; estaba
con una señora que la quería mucho y la cuidaba con amor, era buena, muy buena. A
ella también la mató”.
Ante la pregunta de quién era ella en el sueño, respondió: “Las dos, son dos
almas, yo soy las dos, yo las sintetizo, es la unión que produzco. ¿Usted cree en la
reencarnación?, porque yo sí creo, y pienso que en mí están estas dos personas,
aproximadamente desde 300 años atrás que viven separadas, en mi caso están las dos en
mí”.
La primera crisis
Es un desafío llevar a cabo la semiología de los síntomas, no sólo desde el punto de
vista del fenómeno sino de la función que vienen a cumplir. Varios fenómenos se
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presentan en esta primera crisis, tal como lo relata ella. Sin embargo, tomaremos uno de
esos fenómenos para la explicación de aquella diferencia enunciada entre lo fenoménico
y lo estructural.
Respecto de la frase que la paciente pronuncia —“Estaba mirando la televisión,
y mientras le prestaba atención mi mente pensaba, y sentí algo en el cuerpo, un vacío y
un grito de adentro que decía no, y luego tronó. A veces pienso que según lo que piense,
aparecen los truenos”—, propongo dividir la frase en dos partes para pensar la
diferencia entre fenómeno y estructura, a fin de definir desde dónde podemos formular
el diagnóstico y las consecuencias que esto conlleva en la dirección del tratamiento.
Esta sería la primera parte de la frase: “Estaba mirando la televisión, y mientras
atención mi mente pensaba, y sentí algo en el cuerpo, y un grito de adentro que decía
no, y luego tronó”.
A De Clerambault (10), le reconocemos haber tenido la virtud de contribuir a la
diferenciación entre fenómeno y estructura, a partir de describir su “automatismo
mental”. De Clerambault produjo una especie de revolución dentro de la clasificación
de las psicosis al igualarlas en un punto de origen, sobre el cual —recién en un segundo
momento— se establecería el delirio como superestructura.
Este punto de origen que nombra con la letra S le da la característica de
atemático y neutro; es decir, que luego recibirá los contenidos y la coloración afectiva
de acuerdo al fondo paranoico, perverso, mitomaníaco, interpretativo, sobre el que se
produce. El S reviste el carácter de ser autónomo pero se refracta sobre ese fondo,
produciendo así los modos clínicos en su diversidad.
El delirio aparece, entonces, como una superestructura. Incluso De Clerambault
llega a plantear el pensamiento como secundario.
El S de De Clerambault podemos asignarlo como el correlato de la estructura a
partir de dos análisis, principalmente: por un lado, el grafo de la comunicación; por otro,
el problema que se suscita entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación.
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El grafo de la comunicación
En el discurso, el “yo” es el lugar donde el sujeto se produce como aquel que habla. Ya
hemos visto que esa particularidad tópica —de lugares— dependía del estatuto mismo
del sujeto; éste sólo aparece en el discurso y por el discurso, para eclipsarse
inmediatamente. Ese desvanecimiento (fading) del sujeto proviene de la relación de él
con su propio discurso, ya que —como hemos dicho, siguiendo las enseñanzas de
Lacan— un significante es lo que representa un sujeto para otro significante, es decir,
un significante se valora siempre en relación a otro significante (relación de oposición,
de diferencia).
De esta estructura de división resulta una consecuencia fundamental dentro del
proceso del discurso, y es la discriminación que queda notificada entre el lugar en el que
se origina el discurso y el lugar en donde se produce al reflejarse. Para decirlo en
términos que ya conocemos: la relación que se instituye entre lo que hemos llamado el
Otro y el yo que aparece en la frase.
Hemos dicho que el sujeto que emite la palabra se percibe a sí mismo bajo la
forma de su yo, a través de la imagen de otro. En este sentido, la forma de su yo que
constituye su identidad depende estrechamente del otro especular, tal como lo indica el
estadio del espejo. La relación del sujeto consigo mismo y con los otros —sus objetos—
está siempre mediatizada por el eje imaginario, en una relación de reciprocidad. La
relación del sujeto con su yo, entonces, depende necesariamente del otro, e
inversamente, la relación que mantiene con los otros depende de su yo.
Esta dialéctica de sí hacia el otro y del otro hacia sí nos induce a una relación
absolutamente singular en la comunicación intersubjetiva.
Cuando un sujeto quiere comunicarse con otro sujeto, nunca alcanza a su
destinatario en su autenticidad, y siempre se trata de un yo que se comunica
concretamente con otro yo semejante a él, dado esto por el eje imaginario. En otras
palabras, el sujeto que se dirige a un Otro sólo se comunica con un pequeño otro,
quedando, así, atrapado en la ficción de su propia alienación subjetiva.
El sujeto que emite la palabra y se dirige a otro se encuentra en el camino con un
pequeño otro retornándole la respuesta en dos niveles. Una en su propio yo, en forma
concreta; la otra respuesta debe suponerla, viniendo del Otro a quien se dirigía en
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primera instancia. Sucede como si algo le llegara a este sujeto de ese Otro, por el simple
hecho de dirigirse a él. Pero esto le llega de un modo muy especial, caracterizad por el
encuentro o el choque de esa línea de respuesta con el eje imaginario.
Podemos sintetizar lo que significa el hablarle a otros. Cuando un sujeto le habla
a otro siempre se dirige a ese otro que necesariamente considera como otro; esto nos
muestra en qué medida ese otro al que se dirige es reconocido como Otro absoluto. Pero
aunque el sujeto lo reconozca como otro absoluto, según nos enseña Lacan, en este
punto no lo conoce como tal, y lo que caracteriza, entonces, la palabra al nivel en que es
hablada al otro es esencialmente este desconocimiento en la alteridad del Otro.
En la emisión de la palabra, el Otro es eso frente a lo cual nos hacemos
reconocer en la medida en que ya lo reconocemos como tal. Lacan lo expresa en el
Seminario III de esta manera:
El reconocimiento de un Otro absoluto, al que se apunta por encima de todo lo que
ustedes podrán conocer y para quien el reconocimiento tiene sólo el valor porque está
más allá de lo conocido. El reconocimiento es aquello a través de lo cual ustedes lo
instituyen, pero no como un simple elemento de la realidad, un peón, una marioneta,
sino como un absoluto irreductible, de cuya existencia como sujeto depende el valor
mismo de la palabra en la cual ustedes se hacen reconocer. (Lacan, 1957-58) (26).
El motor de la articulación de una palabra plena nos viene dado por el principio
mismo que estructura la comunicación auténtica, en esa clase de mensajes que el sujeto
ordena como si vinieran del otro en forma invertida. Es una manera de decir que “el
emisor recibe del receptor su propio mensaje, en forma invertida”. (Lacan, 1957-58)
(26).
Uno de lo ejemplos más claros de esta comunicación con el Otro es la fórmula:
“eres mi maestro”. Este es un mensaje que constituye plenamente lo contrario de lo que
articula en el presente de la palabra e ilustra con claridad el reconocimiento implícito
del Otro.
El sujeto, al interpelar al otro con la frase “Tu eres mi maestro”, le está
formulando implícitamente “Soy tu discípulo”, aunque lo que articule en la realidad de
su discurso siga siendo “Tu eres mi maestro”. El sujeto se hace reconocer como un
discípulo a la vista de Otro, al que puede reconocer explícitamente, en la palabra, como
su maestro. Esta estructura de la comunicación es imperativa, ya que sólo ella permite
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explicar de dónde saca el sujeto la certeza asertiva que lo autoriza a afirmar “Tu eres mi
maestro”. Este mensaje sólo puede fundarse en un más allá de la palabra: con más
precisión, en un mensaje que previamente le llegó desde ese más allá y a través del cual
él se reconoce como discípulo.
En el seminario III Lacan dice:
El “eres mi mujer” o “eres mi maestro” quiere decir: Eres lo que aún está en mi palabra
y eso sólo lo puedo afirmar tomando la palabra en tu lugar. Eso vine de ti para encontrar
aquí la certeza de lo que yo comprometo. Esta es una palabra que te compromete. Aquí
está manifestada la unidad de la palabra como fundadora de la posición de los dos
sujetos. (Lacan, 1957-58) (26).
El más allá de la palabra de la que proviene ese mensaje implícito es el Otro, lo
que contribuye a hacer que el lenguaje humano dependa de una forma de comunicación
en donde nuestro mensaje nos viene del Otro bajo una forma invertida. Dicho en otras
palabras: “La palabra siempre incluye subjetivamente su respuesta”. (Lacan, 1957-58)
(26)
De acuerdo con esto, todo se lleva a cabo como si la alocución se constituyera
como una respuesta del sujeto, de tal modo que podría decirse que en la comunicación
auténtica, hablar sería hacer hablar al Otro como tal.
Retomamos ahora la frase de la paciente: “Estaba mirando la televisión y,
mientras le prestaba atención, mi mente pensaba, y sentí algo en mi cuerpo, un vacío y
un grito de adentro...”
Es en su cuerpo donde experimenta —tal cual dice— la recepción del mensaje.
Se experimenta como receptor, cosa que no sucede en un neurótico, ya que al amparo de
la mediación simbólica, el mensaje que le pudiera llegar en forma invertida queda por
debajo de la barra, reprimido, dándole la ilusión de que es él el que habla cuando en
realidad es hablado por el Otro.
Esto falla en la paciente en la primer parte de su mensaje. En el hecho de que no
sólo no enuncia su yo como representante de quien emite el mensaje, sino que acusa
directamente la recepción del mensaje en su cuerpo, algo que en un sujeto neurótico
quedaría bajo la barra de la represión.
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Sujeto del enunciado, sujeto de la enunciación
El S de De Clerambault se impone como un hecho absoluto, un hecho irreductible del
pensamiento.
El segundo aspecto a partir del cual abordamos la frase de la paciente, tomando
en cuenta el automatismo mental, es el aspecto de la enunciación. Hay una perturbación
entre el enunciado y la enunciación que logra emancipar una fuente parásita.
Este fenómeno es llamado eco del pensamiento, en el cual el sujeto se descubre
doblado por una emisión paralela que lo emancipa, lo acompaña o lo sigue, que incluso
puede no decirle nada. El sujeto, en posición de receptor —como hemos dicho—, no
deja de estar suspendido a ella. Es un fenómeno puramente psíquico, un fenómeno
verbal.
Desde la perspectiva que hemos abordado, la división del sujeto implica la
necesidad de definir una parte de nuestra subjetividad como sujeto del inconsciente,
como sujeto del deseo. Esta conclusión surge de la articulación de la relación del sujeto
con su discurso, por el efecto de lo que Freud llamó la Spaltung. En su artículo
“Posición del Inconsciente” (1964) (40), Lacan lo expone de esta manera: “Al sujeto,
entonces, se le habla. Ello habla de él y es allí donde él se capta”.
En esta frase se encuentran condensadas las consecuencias de la división
subjetiva por el orden significante. El “Ello habla” hace referencia al sujeto en su ser, en
la autenticidad y en la verdad de su deseo. Una verdad de esta índole no puede ser
hablada por el propio sujeto, dado que él sólo está representado en su discurso. Lo único
que puede hacer, es hacerla hablar. A partir de lo que hemos conceptualizado como la
metáfora del Nombre del Padre, es un significante segundo que viene a sustituir a un
significante primero, el que da un producto que conocemos como efecto de
significación. Esto se produce cuando la dimensión del lenguaje oculta al sujeto de sí
mismo en la verdad de su deseo. A la inversa, podemos decir que el deseo del sujeto
ello habla de él, en su discurso, sin que lo sepa. El sujeto, en la verdad de su deseo,
puede ser considerado como sujeto del inconsciente. El “Ello habla de él” —que
designa a este sujeto del inconsciente— constituye aquello de lo que estamos
indefectiblemente separados al estar únicamente representados en el lenguaje.
Correlativamente, el sujeto hablante articula permanentemente algo de su deseo en el
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desfiladero de la palabra.
La articulación de un discurso supone, entonces, la identificación de los dos
aspectos que lo caracterizan. El aspecto del enunciado del discurso, y el acto de la
enunciación, que elabora ese enunciado. Esta discriminación clásica de la lingüística es
lo que ha tomado Lacan para representar la relación del sujeto hablante con el
inconsciente y con el deseo.
¿Qué se entiende en lingüística por enunciado?
En primer lugar, la idea de una serie acabada de palabras emitidas por un
locutor. La finalización de un enunciado está dada por un silencio. Cada tipo de discurso
se caracteriza por una serie de enunciados cualitativamente diferentes.
En el año 1932, con la publicación del tratado de Lingüistique Générale et de
Lingüistique Francaise, de Bally (7), se opone al enunciado respecto de la enunciación.
La enunciación es efectivamente un acto individual del habla, y por lo tanto el
enunciado debe ser considerado como el resultado de un acto de enunciación. En otras
palabras, como un acto de creación del sujeto hablante.
La enunciación plantea algunos problemas lingüísticos. En primer lugar, porque
se trata de un acto de lenguaje: es decir, de una iniciativa intencional del que habla.
Ahora bien, el conjunto de factores que contribuyen a la producción de un enunciado es
múltiple.
Entre quienes se han dedicado a estudiar las propiedades del acto del habla
podemos mencionar a la Escuela de Oxford, con J. L. Austin, como así también John
Searle, de la Universidad de Cambridge.
Austin trató, en especial, de identificar lo que sucede cuando se produce una
enunciación. Esto lo llevó en un primer tiempo a minimizar la importancia de los
enunciados que la filosofía llamaba enunciados afirmativos. Algunas afirmaciones
pueden ser consideradas verdaderas o falsas desde el punto de vista del acto de la
enunciación. Austin diferenció, de esta manera, las afirmaciones auténticas que
provienen de una enunciación constatativa respecto de aquellas que hacen algo sin que
por eso se las declare verdaderas o falsas: las llamó enunciaciones preformativas.
Estos últimos actos de enunciación aparecen como enunciaciones que nos
permiten hace cosas por medio de la palabra misma. Esto es lo que lleva a Austin a la
conclusión de que toda enunciación es, ante todo, un acto de discurso; y que como tal
apunta a realizar algo.
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En una segunda etapa, Austin intenta aislar el aspecto de ese acto de enunciación
en tanto que acto de discurso, aspecto que denomina con el nombre de valor ilocutorio
de la palabra. Para decirlo de otro modo, es el aspecto del habla que puede realizar algo
en tanto forma parte de un acto. El ejemplo que cita Austin refiere al sí que debe dar una
persona que se casa en el momento mismo del casamiento: este sería un “sí”
preformativo.
Austin afirma que en el momento de emitir el “sí”, que aparece como una
afirmación, más que darnos cuenta de algo (de que nos casamos), en realidad estamos
haciendo algo (nos casamos).
Este aspecto demostrado por Austin es realmente trascendente, en la medida en
que deja sentado que la enunciación no es estrictamente homogénea a la ejecución del
enunciado.
Esto hace que en lingüística se pueda circunscribir la enunciación dentro de
ciertos parámetros. El más importante de estos parámetros concierne a la puesta en
escena del sujeto en su enunciado.
Un parámetro como éste nos remite a la naturaleza del representante que va a
hacer que el sujeto esté presente en el enunciado, y al que denominaremos sujeto del
enunciado. Este parámetro introducirá al sujeto del enunciado de un modo particular
que dependerá de que esté presente en forma explícita o, por el contrario, relativamente
ausente.
Habitualmente el sujeto se actualiza en sus propios enunciados por medio del
pronombre yo, presente en la frase. Pero el sujeto del enunciado puede también
encontrar un representante adecuado en el “se”, el “tu” o el “nosotros”. Estos
pronombres le permiten al sujeto mostrar cierta neutralidad subjetiva con respecto a sus
propios enunciados, como en el ejemplo del discurso didáctico, articulando enunciados
generales o universales: “la tierra gira alrededor del sol”.
En ejemplos como el último parece abrirse una brecha entre el enunciado y la
enunciación. Por el contrario, parece que esta brecha disminuye cuando el sujeto
articula el enunciado por su cuenta: por ejemplo, “yo voy al colegio”. Sin embargo, el
yo de este enunciado no deja de ser un representante del sujeto en el discurso. Para
decirlo con más precisión, un representante convocado por el sujeto en el acto mismo de
su enunciación; distinguir entre el sujeto del enunciado propiamente dicho y su
participación subjetiva, que es lo que lo convoca como tal en el discurso. Esa clase de
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participación subjetiva que actualiza un representante como sujeto del enunciado en un
discurso es lo que denominaremos sujeto de la enunciación. Se trata del locutor
considerado como una entidad subjetiva, lugar y agente de la producción de los
enunciados.
En síntesis, podríamos decir que existe una oposición entre el sujeto de la
enunciación y el sujeto del enunciado, que sólo viene a representar la oposición puesta
en evidencia en el interior del sujeto a través de su división.
En esta paciente había una intrusión al nivel de su pensamiento; cosas
enunciadas de las que no podía reconocerse como enunciadora. Ella no figura en el
enunciado como sujeto; no se hace representar por un pronombre para que la represente
como sujeto, sino que es su mente la que produce esa representación. Lo dice ella: “mi
mente pensaba”.
Aparece de este modo el surgimiento del discurso del Otro, pero en una forma
directa. Sin el apaciguante desconocimiento de la inversión de la comunicación, que es
lo que nos hace creer que, cuando creemos hablar, en realidad somos hablados.
El análisis del caso
Se puede plantear a priori tres ejes en el análisis del caso, tomando lo que nos dice la
paciente. El primero es el eje de la sexualidad, del encuentro con la sexualidad. El
segundo es el eje de su relación con Dios o lo religioso. Finalmente, el tercer eje es el de
la interpretación que ella brinda ante los hechos que se le presentan, y que tiene efectos
sobre su cuerpo y su pensamiento.
Respecto del encuentro con la sexualidad tenemos que poner en serie los
acontecimientos que le sucedieron al momento de su entrada en el mundo social, el prejardín, a los 4-5 años, con la escena a los 13 años del encuentro con el otro sexo.
A los 4 años concurre entonces a un campamento y al amanecer nota que está
“humedecida”, hecho que le genera un enigma sin respuesta, que tampoco puede
conversar con alguno de sus pares. A continuación, el encuentro desafortunado con un
borracho, que la toma en sus brazos y la abraza fuerte, mientras ella miraba atentamente
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las hormigas. Y, finalmente, su ida al baño que encuentra ocupado, donde tiene que
esperar para ingresar, y donde durante esa espera escucha las voces de una chica y un
chico, que salen del baño “arreglándose los guardapolvos y riéndose”. Ella no puede
interpretar lo que sucede pero obtiene la respuesta de una compañera que también
esperaba por el baño. Ésta le dice: “Debían haber estado besándose porque eran
novios”. Su inmediata conclusión fue la siguiente: “nunca un beso”. Aquí ya se presenta
su rechazo a la sexualidad.
Estas tres escenas se confrontan en su interpretación cuando las ponemos en
contacto con aquella otra producida a los 13 años, que la remite al encuentro con el otro
sexo. Se trata de lo que ella llama “el arreglo”: un chico, según dice, quería arreglarse
con ella, por lo que ella debió hacerse la desentendida, como única forma que encontró
en ese momento para negar lo que estaba ocurriendo. Esto viene a certificar el rechazo
del que era presa sobre la sexualidad.
Tanto en las escenas de los primeros años —la referida en un principio— como
en la de los 13, la respuesta fue complementada por la referencia a Dios. A los 4 años
dice: “...desde ese tiempo iba a la capilla, y me pasaba tiempo mirando el sagrario
donde estaba Cristo...”
A los 13 años —la escena ya mencionada del encuentro con el otro sexo—, ella
concurre inmediatamente a contarle a su mamá, pero le habla acerca de su vocación
religiosa de ayudar a los demás. Dice:
Cuando fui a contarle a mi mamá que quería ser monja, ella me respondió “estás loca”;
fui a misa, miré hacia una pared en la que estaba la figura de Cristo y su mirada se
transformó en algo feo, en una mirada de odio, hasta que su rostro se convirtió en el
rostro del diablo. Entonces me fui a confesar, y el cura me dio una penitencia. Cuando
estaba rezando me dije “pero de qué tengo que pedir perdón”… Lo maldije, me levanté
y me fui a casa.
Entre estas dos escenas aparecen, además, otros dos hechos relatados por la
paciente que hablan en el mismo sentido de la relación con lo religioso. El primero se
produce en la capilla de la escuela, cuando le pedía a Dios que la llevara con Él. Dice:
“Recuerdo que le pedía que me llevara con Él; también le pedía que si no me llevaba,
me viniera a buscar un príncipe, y que bendijera mis niños y todos los niños de la
tierra”.
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El otro hecho sucede cuando, estando en la iglesia sentada, observó cómo la cara
de Cristo se transformaba en la cara del diablo. Así lo relata: “Había unos mosaicos con
la cara de Cristo; yo fijé la mirada y se me nubló la vista, y comencé a ver la cara del
diablo en la cara de Cristo...”
En estas escenas podemos observar como al sujeto se le presentan divididas las
figuras, en figuras opuestas: lo bueno y lo malo; lo lindo y lo feo; Dios y el diablo.
Este es el tercer eje de análisis que he presentado en el caso o, mejor dicho, en el
modo de tratamiento que esta paciente le ha dado a fenómenos que se le presentan como
enigmáticos y ante los que no puede elaborar una respuesta que no sea sintomática,
desde el punto de vista de la enfermedad.
En este momento, antes de proseguir en el análisis de estos caminos elaborados
por la propia paciente, es necesario determinar dónde encontramos la falla fundamental
que ha permitido semejante búsqueda.
Es por esto que nos remitimos a escenas fundamentales y que —tal como ella lo
indica— han dejado marca para toda su vida en su forma de ser, y —deberíamos
agregar—en la relación con su sexo.
Una escena fundamental es aquella en la que cuenta cómo el padre decide
colaborar con la escuela, llevando una garrafa para la estufa de su aula. La forma en que
ella se dirige a su padre —como forma generalizada, sin poder dirigirse directamente a
él— para formularle el pedido de colaboración, que termina haciendo en modo
impersonal, lo que no sólo la deja sin poder obtener una respuesta directa, sino que al
mismo tiempo queda en la indeterminación de alguien a quien no se ha dirigido
directamente, que no puede devolverle en el lugar de su yo una respuesta positiva o
negativa que le otorgue un lugar en el mundo, un lugar de existencia. Por esto es que la
paciente debe procurarse ese lugar por otros caminos.
Puede sumarse a lo anterior cuando ella reclama de ese padre el lugar que
“hable”, a posteriori, que responda. Frente a ese reclamo sólo encuentra que una vez
más el padre se corre, no ocupa ese lugar del modo esperado, no encarna el lugar de la
respuesta, dejándola definitivamente a la deriva de su ser. Dice:
En primer grado, el hecho que me marcó toda la vida, más fuerte que los anteriores, fue
cuando la señorita del grado le dijo a todo el curso, que los padres debían colaborar con
el colegio; como, por ejemplo, que no se tenía plata para comprar una garrafa para la
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estufa del aula. No se dirigió a nadie en particular, pero yo pensé en mi papá que tenía
una ferretería y vendía garrafas.
Ese día, cuando estábamos almorzando, dije en la mesa las palabras textuales de la
maestra y me quedé mirando a mi papá, con picardía y felicidad, y también orgullo. No
dije nada más, y él tampoco.
Entonces ese día vi llegar a mi papá con una garrafa. La había llevado rodando dos
cuadras.
No recuerdo bien pero la señorita le dijo que no hacía falta, que otro señor ya había
llevado una. Con dolor vi a mi padre haber sido despreciado; yo sentí una fuerte
humillación en su rostro, y estaba orgullosa de él, pero me invadió la tristeza y la
marginación... No puedo olvidar cómo mi papá se volvía a casa con la garrafa, cruzando
el patio.
En mi dolor siempre dije: humillación, pero en realidad fue desprecio, y una muy
arraigada culpa.
Cuando volví a casa, los pensamientos imparables por cómo miraría a mi padre, por mi
culpa, no sé... Llegué y le dije “hola” con dulzura y un profundo amor que no pude
volver a sentir... Papá ni me miró, estaba atendiendo a los clientes. Él dice ahora no
haber estado enojado para nada, pero la trompa, cuando estábamos en la mesa, no podía,
no la disimuló, ni dijo nada. Fue cuando mi voz, temblorosa, dijo “gracias y perdón”. La
culpa la sentí hasta mucho tiempo, hasta hoy.
A esta defección del padre en la presencia como tal —es decir, no prestar su
cuerpo para encarnar la posibilidad de identificación de este sujeto, y que pueda decirse
“yo”— se une complementariamente la actitud de la madre respecto de este hombre.
La paciente se refiere a la relación con su madre en reiteradas oportunidades y
nos va elaborando una lógica de la relación con ella, así como de la actitud de su madre
como mujer, es decir, de la posición sexuada, la posición frente a la sexualidad de la
mujer que hay en su madre.
Su madre, según indica, fue una mujer que se sintió desplazada por su hermana
en la atención que les prestaba la madre, quien atendía más a esa otra hija por distintas
razones. Su madre debió hacerse cargo de la casa, en el sentido de hacer los trabajos
pesados, lo que le llevó a concentrar un resentimiento hacia la madre y su hermana,
transformado en odio en muchas oportunidades, sin saber de la existencia de semejante
sentimiento aunque así lo haya transmitido a esta hija. Dice la paciente:
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Tal vez empecé a pensar por qué me agredía, y comprendí con tristeza que no era yo
quien no cortó el cordón con mamá, sino que ella no quería que lo corte, no soportó
verme volar. Ella quiere que vuele la ruta de ella, y no soporta la diferencia de ser que
tengo con ella. Yo, con mi forma de ser, siento que le recordaba a ella los sueños que
alguna vez tuvo y mi abuela le reprimió. Eso la enfurecía, y por eso me gritaba y me
hacía sentir sus frustraciones. La culpa que yo tenía era la culpa de su memoria de los
sueños no realizados. Ella me chupó todo el ser, lo manoseó, lo estropeó, y aún no
quiere hacerse cargo de ello. Ella me amó y soy su preocupación, dice.
Esta es una división que ha vivido su madre entre ella y la hermana, si la
referencia es el amor de la madre, sin ninguna posibilidad de que entre en juego el padre
de ambas mujeres. Esto nos hace ver la relación entre mujeres con ausencia de lugar
para hombre alguno, por lo que la madre de nuestro sujeto traslada perfectamente esto a
la relación con su marido. En este sentido, los efectos en el sujeto son los no efectos de
la función paterna, como lo hemos llamado según la efectivización de la metáfora.
Pero, al mismo tiempo, esta acumulación de resentimiento en la mujer que
habita en su madre —con el defecto de ella en desear un hombre que sea capaz de
satisfacer su deseo— se manifiesta como odio, o para decirlo en los términos en que lo
hemos descrito con anterioridad, en actitudes agresivas, que en este caso se concentran
casi con exclusividad en esta hija, nuestra paciente. Así lo dice:
…siempre me gritó y me hizo sentir culpable; no había sentido para quererla, no había
consecuencia tan grande como para agredirme y arruinar mi vida por ella, como lo hice.
Estoy encorvada por ello, no creo que pueda quererla, aún rezo para que Dios me
ilumine y pueda perdonarla, tal vez para amarla, tal vez para que Dios me perdone por
estos sentimientos y cortar las cadenas que me atan a ellos, y no me dejan, tal vez
recibir la gracia de Dios, porque me pesa mucho la espalda (la gracia es hacer realidad
mis sueños: enderezar totalmente mi columna y ser libre como podría haberlo hecho
desde niña). Por años cargué su mochila con las piedras de ella, de su camino. Lo siento
Dios, pero ella me quitó lo que más quería, mi ser físico y del espíritu, lo cohajó, lo
cortó, y no fue sin querer.
A modo de síntesis, y corriendo el riesgo de pecar de reduccionismo en la
elaboración del análisis, podemos decir que de este encuentro entre una madre que no
reserva como mujer un lugar para hombre alguno, que ha quedado atrapada en la
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dialéctica entre su hermana y ella, con el resentimiento acumulado, y actuado en el
encuentro con un hombre que como padre defecciona al momento de encarnar un lugar,
más allá del acierto con que lo haga —es necesario que lo ocupe, según hemos visto—,
surge la debilidad en este sujeto, en el momento y por tanto en la función de la
formación de su yo, de aquel nuevo acto psíquico del que hablaba Freud para que
emprenda el camino de la constitución subjetiva e ingrese en la dialéctica llamada por
Freud “edípica”.
El efecto de este desencuentro —o de este mal encuentro— ha recaído sobre el
sujeto, quien a partir de aquellos fallidos contactos con la sexualidad, presentificados y
actualizados a los 13 años en el pedido de “arreglo”, termina trasladando esta falta de
respuesta al enigma de la sexualidad sobre su cuerpo, sobre su columna, declarándosele
una escoliosis a los 14 años.
Recién después de los tratamientos médicos y quirúrgicos correspondientes, y
sus posteriores fracasos, y mediando entre tanto la actualización del problema familiar
de su madre, este sujeto ensaya una interpretación, y allí es cuando aparecen los
síntomas, los sueños separados de ella misma, ya que desde mucho antes soñaba, pero
soñaba como parte de su ser.
Es esta división y el trabajo por unir lo que la tiene trabajando sobre el tema, a
modo de ensayo de una solución. Es decir, de un encuentro con los demás.
Queda evidenciado, de esta manera, aquello que sostenía Lacan respecto de la
locura, cuando afirmaba que para la producción de un loco hace falta que contemos tres
generaciones. En este caso, la abuela de la paciente, con su forma de mirar a sus hijas;
y los efectos sobre la madre de la paciente; y finalmente ella: quien muestra los
síntomas de la enfermedad ya desencadenada.
Hay otra cosa que podemos incluir en este análisis, y es la sexualidad. Habíamos
dicho que Freud propone en diferentes textos el desarrollo de la relación con la
sexualidad del niño, lo que se juega en lo que hemos llamado la lógica edípica: en la
relación de un sujeto con el mundo externo, representados por sus padres o quienes
ocupen estas funciones.
En este sentido, a la salida de este proceso lógico, el sujeto tendrá consecuencias
a un doble nivel, que nuestra paciente muestra claramente: al nivel del ser y al nivel del
sexo; es decir, una respuesta a su existencia y su consecuente lugar en el mundo, y la
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forma en que se representa ante los demás y se relaciona con ellos, es decir, desde el
lugar sexuado que lo haga.
Es oportuno plantear, a esta altura, que lo que llamamos el sujeto del
inconsciente no tiene sexo, y que la diferencia sexual no se inscribe como tal en el
inconsciente, sino que —como decíamos— esta cuestión se plantea en términos de
significantes, que a su vez producen la desnaturalización de la sexualidad de entrada y
nos ponen en el camino de atender a las formas de salida del problema. Es lo que
tratamos de despejar en una cura, en un tratamiento: los recursos y las vías que están al
alcance del sujeto, en lo referente a situarse o tomar posición respecto de su sexo. A esto
llamamos la posición sexuada.
¿Cómo y frente a qué toma posición el sujeto?
Freud ha planteado la cuestión de la feminidad en términos de elección a partir
de condiciones dadas; y entre un número limitado de opciones al alcance del sujeto, ante
un problema en sí mismo irresoluble para una mujer: “el complejo de castración”.
Ya habíamos dicho que Freud propone la lógica edípica como salida a la
cuestión de la sexualidad humana, en tanto que no está determinada naturalmente por el
instinto.
Desde esta perspectiva, el deseo sexual requiere una explicación, y el falo es el
concepto que da cuenta del modo de inscripción de la realidad sexual de cada sujeto en
el inconsciente.
Lacan avanza sobre el tema, y lo hace desprendiendo la lógica de la castración
de la lógica edípica: es decir, deja de lado la subordinación que Freud había propuesto
de la castración a la lógica edípica. Esto quiere decir que la lógica del falo es la que
acrisola y resume tanto la posición del ser como la posición respecto del sexo en el
inconsciente, y esto se demuestra en los caminos que encuentre cada sujeto para la
salida de esta encrucijada, hecho que se revela en el tratamiento a través de la
articulación “estructura clínica-posición sexuada”.
Esta falla en la formación del yo queda resumida en las propias palabras de la
paciente cuando relata la escena de la garrafa, donde al referirse a su padre con el fin de
pedir perdón, no puede enunciar “yo”, sino que es su voz la que habla: “...fue cuando
temblorosa mi voz dijo “gracias y perdón”.
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Esta cita muestra dónde localizamos la falla. Ahora bien, a través de un sueño
relatado por la paciente en el curso del tratamiento, asimismo, quedaría expresado el
camino de su trabajo por solucionar tal falla. Dice ella:
Soñé a los 7 años que había un conde que se dedicaba a violar y matar a chicas vírgenes.
Les arrancaba los órganos; especialmente a una chica la violó varias veces, le arrancó
los ojos y el corazón, yo lo vi, y la mató; acompañando a la chica estaba una señora que
la quería mucho y la cuidaba con amor. Era buena, muy buena. A ella también la mató.
Ante la pregunta sobre cuál de las mujeres era ella, respondió: “las dos, son dos
almas, yo soy las dos, yo las sintetizo, es la unión que produzco”. Agrega a
continuación: “¿Usted cree en la reencarnación?, porque yo sí creo, y pienso que en mí
están estas dos personas, aproximadamente desde 300 años atrás que vienen separadas;
en mi caso están las dos en mí”.
Este sueño viene a dar significación a los hechos vividos por el sujeto desde su
infancia, pensando que se presentan a los 7 años, mirando hacia el futuro, sabiendo de
antemano lo que le pasaría, o le había pasado, o le estaba pasando. Tienen un
antecedente inmediatamente anterior cuando dice: “quiero ser misionera en África,
ayudar a los más oprimidos, los más relegados, ayudarlos como ayudanta de las
monjas”.
Más adelante completa: “Leí un pasaje en el evangelio que me llamó mucho la
atención: es el que dice ‘lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre’; yo digo: eso
será para las almas que son compatibles, ¿pero para las que no son compatibles?”.
A modo de síntesis
Los tres ejes tomados en el análisis de este caso se entrecruzan a partir de distintos
encuentros que tiene la paciente a lo largo de su vida, en especial en sus primeros años,
hasta que llega a la adolescencia. Fundamentalmente debe abocarse a suplantar la falla
en la identificación yoica que le permita desenvolverse en su vida desde un lugar
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consistente. Debe posicionarse desde un lugar diferente, para posicionar su existencia
desde un lugar delirante.
Respecto del encuentro entre sus padres son dos las cosas a destacar: por un lado,
la no-mirada, en ambos casos por igual, hacia la paciente; es decir, tanto su madre como
su padre no la han mirado ni escuchado lo necesario y suficiente, sobre todo en
situaciones críticas. En el segundo caso, la particularidad de la relación con su madre,
quien a través del mecanismo de intercesión transmite a su hija el lugar de la
enfermedad, que a su vez permite a la madre sostenerse en un lugar de estabilidad.
Es aquí cuando la paciente toma a su cargo la situación de su madre con la
hermana y la madre, respectivamente, y lleva tal cuestión a síntomas corporales que
pesan sobre su columna, y que un tiempo más tarde se desencadenarán en síntomas del
pensamiento. Es lo que enuncia ella mediante un sueño, y por lo tanto habla de una
división que llevará para siempre sobre sus espaldas, lo que puede —si el analista lo
soporta— trasladarse a la relación transferencial y disminuir los síntomas físicos,
manteniendo, de este modo, la estabilidad.
El caso “A”
Se trata de un sujeto femenino de 48 años de edad que concurre a la consulta luego de
varios años de padecimiento, y también varios tratamientos ensayados entre distintos
períodos de abandono. Esta era la situación al momento de la consulta.
Relata su padecer de la siguiente manera:
Mi primera crisis fue a los 28 años, estaba en quinto año de la facultad. Mi novio me
había dejado. Horacio se fue a Buenos Aires y yo presentí que me iba a abandonar,
porque la situación era difícil. Vivía en la pensión de los angelitos (sito en la calle
Buenos Aires); desde allí iba a misa a Los Capuchinos y a Los Franciscanos.
Con Horacio no nos podíamos comunicar por teléfono. Además mi hermano se había
casado y me maltrataba. A la mujer de él le advertí, antes del casamiento, que si a mí
me pegaba, a ella también iba a pegarle. Era muy torpe y creía en brujas (eso le enseñó
mi madrastra).
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Después me hicieron una cura de sueño, quedé traumatizada, a pesar de que necesitaba
descanso y comida. Me llevaron a un brujo, lo peor que pudieron haber hecho. Yo
hinchada y me daban pastillas. Había empezado a pensar y analizar, pero eso me lo
cortaron a partir del brujo.
Antes de la primera crisis había estado dos semanas sin dormir ni comer, puesto que
tenía que rendir Arquitectura V, y la aprobé con 9.
Mi novio me dejó porque era muy celoso y creía que tenía otro hombre. Después me
enteré que se había casado en Buenos Aires. No lo quise ver más.
Mi amiga del alma se había casado, se fue a Buenos Aires, y ya no fue lo mismo. El
marido me juzgó porque me había ido de mi casa, mientras yo entregaba lo mejor de mí
en todos los aspectos.
Después que me fui de casa se me cortaron todos los caminos; mi abuela fue una bruja,
y me prohibió la entrada a la casa.
Todos, por ser la mayor, me miraron el culo (tíos, papá, madrastra, hermano, etc.), y
eso, al perder la virginidad a la edad de 21 años, fue muy feo, porque no estaba
preparada.
Todas mis compañeras y amigas me mentían; luego me enteré que ninguna se había
casado virgen, todas mintieron para poder casarse. Por eso ahora tengo cuidado en los
diálogos con los otros, porque todos mienten.
Fui atendida por un psiquiatra que me internó, y salí del pozo, pero el bloqueo
continuaba, además no había pensado más en mi novio. Después que me recibí sentía
que el título se lo debía a él, porque había insistido en que yo me tenía que recibir.
Había dejado la carrera en la época de la dictadura: él, hijo de milico, yo hija de la
democracia. El era tres años menor que yo.
La segunda crisis fue cuando tenía 32 años, en el año 1988. Había regresado a vivir con
mis abuelos. Elegí a un hombre 18 años mayor que yo, separado, tres hijos. Sufría del
corazón.
En la primera relación sexual que tuve con él me desgarró la vagina. Sentí como si
hubiera sido un aborto. Estuve internada una noche en el Hospital de Urgencias.
Tenía que mentir, pero no se mentir. Me las arreglé con mis compañeras de tesis, ellas
no lo podían creer. Me decían que sólo a mí me podía pasar algo así. Después no pude
seguir ocultándolo más, lloraba y lloraba hasta que después lo hice vox populi.
Fue otra crisis pero sin internación.
La tercera crisis se produjo cuando mi madrastra me llevó a brujas. No hay mejor bruja
que una misma. Esta crisis coincidió con la muerte de mi hermano. Mi cuñada
desapareció con las nenas, y yo con la menopausia precoz.
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No hice más que llorar durante 10 años, y también murió este señor. Ya tenía 36 años.
En mi casa hay grabadores, se enteran de todo, yo hablo a propósito, hablo, digo que
salgo con tipos, que cojo todos los días, que se enteren, que hablen, si quieren hablar
que hablen.
A los 5 años di un concierto de piano. Yo escribí la letra. Hay poetas que me han
copiado todos los poemas.
Los antecedentes
Desde su niñez ya comienzan a aparecer los acontecimientos que la conmueven en su
vida. A los 8 años de edad fallece su madre, al momento de un parto. Vivían en el
interior provincial. Ella lo relata así: “Murió en el nacimiento de un bebé, de un paro
cardíaco”.
Al pasar un año de la muerte de su madre, su padre comenzó a convivir con una
mujer, con quien luego se casó. Este casamiento se produjo cuando la paciente tenía 14
años.
Luego falleció la madre de su madrastra, y así lo relata: “A mi madrastra se le
había muerto la madre, y me tomó de madre a mí: le limpiaba, hacía la comida... cuando
le convenía me agarraba de madre”.
Cuando se refiere a su padre en lo atinente a este matrimonio y su relación con
ella a partir de allí, hace dos comentarios. Por un lado habla de su abuela paterna, y
dice: “Mi abuela fue una bruja”. Por otro lado, sostiene en referencia al casamiento de
su padre: “Mi papá se casó dos veces por iglesia, porque la pureza no pasa por un
vestido blanco; por eso no creo en un vestido blanco
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La historia de una enfermedad
La paciente relata una infancia relativamente feliz en la que estuvo presente su madre, y
que, como dice, “era un pan de Dios”, todos la querían mucho.
Cuenta que vivían en una ciudad del interior de la provincia de Córdoba, y que
su vida se ajustaba al ritmo de ese tipo de ciudades. Presenta un recuerdo de un hecho
ocurrido junto a su madre que no puede interpretar acabadamente. Lo relata de esta
manera: “Mi mamá me había regalado una muñeca pepona, de las grandes. Yo estaba en
la calle, pasó una chica y me la arrebató; le dije a mi mamá para que la recuperara, pero
ella, que estaba embarazada, ‘mirá si voy a salir corriendo’, me dijo. ‘Dejala, capaz que
nunca tuvo una pepona’”.
Esta escena ocurre meses antes de la muerte de su madre, en el parto. La
paciente tenía 8 años. Al respecto se refiere: “Murió de un paro cardíaco en el parto de
un bebé. Vivíamos en una ciudad chica, no había demasiados recursos”.
Un año después su padre comenzó a convivir con una mujer, con quien se
casaría seis años más tarde, cuando la paciente tenía 14.
A esa edad comenzó a trabajar como escape para salir de su casa, ya que se
llevaba mal con la mujer de su padre. Lo dice de esta manera: “Empecé a trabajar a los
14 años, cuando se casó mi papá. A esa edad también tuve mi primer noviecito”.
Luego continúa hablando de su relación con los hombres: “He tenido muchos
novios. A los 21 años tuve un novio agresivo, que quería sexo, solamente. ‘Me ensució’,
lo comentó en toda la facultad. Lo comentó para que no me siguieran, pero me siguieron
lo mismo, para vengarse”. Agrega lo siguiente respecto de su relación con los hombres
y los efectos que le producía:
Yo he salido con personas importantes de Córdoba, hijos de gobernadores, personas de
familias tradicionales, tenía un grupo muy grande de amigos, salíamos a bailar. Tuve
muchos novios, pero lo que pasa es que hay mucha envidia; si yo me enamoraba de
alguno, los chicos lo vivían llamando a él, me perseguían, me perseguían mis tías
llamándolo a él, Córdoba es una mugre. Las cosas se ponían de moda: si yo iba a misa,
los tipos iban a misa; si yo iba a ponerle flores a mi mamá, los tipos iban a ponerle
flores a su madre.
96
Aparece también en esos años de la paciente una nueva interpretación que ella
hace de su relación con los hombres, posterior a lo antes citado. Dice:
Siempre me han mirado el culo. Los maridos de mis tías me han mirado el culo, se lo
decían a ellas. Eran unas envidiosas; si iba de vacaciones me envidiaban; mis tíos me
miraban el culo, mis tías me envidiaban el culo.
Mi abuela fue una bruja; el padre de mi padre se dedicaba a ir a misa, iba a la iglesia
católica, los curas son unos flor de pícaros.
A los 28 años se produce la primera crisis, y es el momento en que necesita de la
concurrencia a la atención psiquiátrica. Concurrieron varios factores en ese momento:
laborales —tenía problemas en su trabajo—, relacionales —tenía problemas con su
novio—, familiares —problemas en el seno de su familia— y también en sus estudios.
Lo relata de la siguiente manera:
En el colegio tenía problemas. Yo era profesora en un colegio secundario; no querían
que enseñara como yo enseñaba, fue después del cambio de gobierno. Hacía falta
infraestructura, eran todos homosexuales, había y hay una degeneración que es un
peligro, se degenera cada vez más la humanidad, pero yo no pierdo los principios. Los
principios me vienen de mi madre. Yo no he recibido nada de nadie, ni de los tipos, ni
de las mujeres, y eso que me han ofrecido cosas grandes.
El Otro
Vive actualmente con su padre, quien participa enteramente de los síntomas de la
paciente a partir del fallecimiento de su madre al momento del parto de su hermano. Su
hermano murió de grande, cuando la paciente tenía 36 años. A partir de ese momento no
vio más a sus sobrinas, ni a la esposa de su hermano; lo que constituye —según dice—
un serio problema para ella. Es por esto que queda sólo junto a su padre como
integrantes de la familia original, porque su madrastra también falleció hace algunos
años. Su padre, a raíz de ello, intensificó su ingesta de bebidas alcohólicas, y también la
mala relación para con ella. Dice de su padre:
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Él está lleno de miedos: miedo a morirse, miedo a pasar hambre, piensa en la comida,
tiene complejo de inferioridad, porque tiene un ojo desviado. Debido a su ojo desviado
fue muy sobreprotegido por su madre; ella lo subestimó, lo apañó, “pobrecito el nene
con el ojo desviado”. Era un padre golpeador, y eso venía de su padre. Por eso él estaba
acostumbrado.
En la actualidad está como un nene de 13 años. Pelea, discute, sale a la calle a pelear, se
junta con los amiguitos. Yo le preparo los dulces, la comida, y él se junta con los
amigos; se juntan a tomar. Eso está mal.
Mi papá fue muy feliz con mi mamá. Yo también. Mi hermano también fue feliz, yo
siempre viví enamorada del amor.
Sobre su madre dice:
Mi mamá murió en otoño. Era un pan de Dios. Vivíamos en una ciudad chica, nunca
fumó, hizo una vida sana, era muy inteligente; tenía 39 años cuando murió. Yo ahora no
le tengo miedo a la muerte.
A mi madre la llevo en el alma, porque ya murió, y a mi padre lo llevo en el corazón,
porque sigue latiendo.
Yo soy muy hábil, hago todo en la casa.
Respecto de la mujer de su padre —a quien llama madrastra— expresa lo
siguiente: “Mi madrastra vivía con los brujos, era una mujer muy mala, muy envidiosa,
era muy agresiva, me amenazaba con una cuchilla; por eso me fui a vivir sola, porque
era muy envidiosa y me miraba siempre el culo”.
El análisis del caso
Es preciso abordar el análisis de este caso en una forma seriada de las distintas crisis, es
decir, en las coordenadas comunes que se encuentran en su desencadenamiento.
Estos factores se pueden agrupar a partir de dos ejes principales: por un lado, el
de la constitución del yo para afrontar sus relaciones con los demás, por lo que los
efectos sentidos a nivel sintomático son los de una gran fragmentación corporal,
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traducidos en la fragmentación de su pensamiento. Y en segundo término, el eje de la
sexualidad, que es el que oficia de denominador común en los tres desencadenamientos.
Es de hacerse notar, sin embargo, que estos dos ejes quedan anudados a partir de
considerar un tercer elemento que entra en juego en todos los casos: el hecho de que se
haga público, que se sepa de sus actos, que hablen de lo que ella hace; elemento que
sirve para el desencadenamiento pero que también sirve para la pacificación de la crisis.
¿Por qué podríamos decir que el mismo elemento que sirve para el
desencadenamiento, puede ser usado por el sujeto como elemento de pacificación? ¿Se
trata de una identificación y, en ese caso, de una identificación suplente?
La no constitución del yo en este sujeto
Este podría ser un título adecuado para el primer eje del análisis. Ya hemos descrito en
el proceso de la estructuración subjetiva una fase que llamamos imaginaria, de ingreso a
este proceso, y la fase simbólica, que se vale del significante del Nombre del Padre para
completar el mismo proceso. En ambos casos se trata de identificaciones. En el primero
de ellos, una identificación imaginaria, la del yo, que usa la imagen del semejante para
lograr tal finalidad. Esta falla en el ingreso al proceso lógico de formación subjetiva no
permite la consecución del fin perseguido en la estructuración subjetiva.
Es esta fase imaginaria en la que se conforma el yo, que se vale de la imagen del
otro para la misma, y que hemos descrito —con Freud— a través del concepto de
narcisismo, y con Lacan a través de lo que llamamos el estadio del espejo.
Por esto lo ubicamos dentro de lo que llamamos lo imaginario. Esto es
caracterizado esencialmente por: a) la identificación; b) el narcisismo; y c) la
agresividad. La identificación por la que se forma el yo a través de la imagen del otro,
dentro de este orden imaginario, se constituye en la sede de una alienación fundamental
para la constitución subjetiva.
Pero esta relación dual establecida en el espejo imaginario entre el yo y el
semejante, es narcisista en sí misma, porque es usada por el sujeto para la formación de
su yo basada en ese nuevo acto psíquico, como lo llamó Freud, de mirarse a sí mismo.
Implica de inmediato señales que se juegan a este nivel, tales como las de prestancia, de
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dominio y de posesión; entramos, así, en la tercera característica de lo imaginario, ya
que Lacan agrupó estas señales en lo que denominó la agresividad constitutiva del
sujeto.
Sabemos, también —por lo que descrito en este trabajo respecto del estadio del
espejo—, que para que un sujeto pudiera mirarse a sí mismo, era absolutamente
necesario que fuese mirado por un tercero desde afuera; mirada en la que se apoyaría la
mirada del infante para poder sostenerse como tal, en una identificación yoica. De no
ocurrir así, no sólo no se producirá tal identificación del yo, sino que los efectos se
harán notar tanto en el cuerpo del sujeto como en la relación de ese sujeto con los
demás, quedando sumido en el infierno de las relaciones de transitividad y agresivas de
una lucha a muerte.
Este orden imaginario del que venimos hablando produce varias ilusiones en el
sujeto: la de síntesis, la de totalidad, la de unidad, la de autonomía, de dualidad y de
semejanza. Es en estos seis niveles que se harán sentir los efectos de la no constitución
del yo. Al mismo tiempo que el infante no puede nombrarse “yo”, no puede unificar su
cuerpo ni sentirlo como propio, quedando de esta forma sometido a una fragmentación
del mismo cuerpo, y quedando en el medio de una relación de transitividad con los otros
en que los objetos nunca le pertenecen totalmente, y por lo cuales, para su posesión,
debe entrar en una lucha agresiva —en algunos casos hasta la muerte, en el sentido de la
desaparición del rival o la de él mismo.
Lo imaginario ofrece, sintéticamente, un poder cautivante sobre el sujeto,
fundado en la imagen especular. Es aquí donde encuentra sus raíces la relación del
sujeto con su propio cuerpo, a través de la imagen del otro, formándose una imagen de
su propio cuerpo que —como podemos ver— puede no coincidir en nada con las formas
objetivas de ese cuerpo.
En el caso de “A”, observamos una doble vertiente de falla para que se produzca
su identificación imaginaria. En primer lugar, por el lado de la madre, cuando la
describe como una madre de vida sana, a quien amaban mucho porque se hacía amar;
sin embargo, en el instante de mirarla a la paciente desfallece, no lo hace con la firmeza
necesaria. Ella lo relata así: “Mi mamá me había regalado una muñeca pepona, de las
grandes. Yo estaba en la calle, pasó una chica y me la arrebató; le dije a mi mamá para
que la recuperara, pero ella, que estaba embarazada, ‘mirá si iba a salir corriendo’, me
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dijo. ‘Dejala, capaz que nunca tuvo una pepona’”. De inmediato agrega: “Murió de un
paro cardíaco en el parto de un bebé. Vivíamos en una ciudad chica. No había recursos”.
Estas dos escenas presentadas por la paciente nos hacen ver el trípode en el que
se asienta el desfallecimiento de la madre en el lugar del Otro que debía mirarla.
Primero, cuando le pide que recupere su muñeca: la madre no toma en cuenta ese
pedido. Al mismo tiempo, y en segundo instancia, “A” pone en juego el estado de
embarazo de su madre. El tercer elemento que ingresa es la muerte de su madre en el
parto. Estos tres elementos conjugados se constituyeron en un tiempo de ninguna
mirada, cuando lo que necesitaba la paciente era justamente lo contrario.
Por el lado del padre, lo describe como un padre agresivo, que se dedicaba a la
ingesta de bebidas alcohólicas, ausente en la casa y en las decisiones, y que al fallecer
su madre ya entró en convivencia con otra mujer.
Es de esta conjunción establecida en la relación entre la madre y el padre que
encontramos la falta de mirada necesaria para la identificación del yo.
El encuentro con la sexualidad
El común denominador de la sexualidad, tal como ella la ha vivido, se presentó en las
tres crisis descritas por la paciente, pero para su análisis vamos a anteponer el
antecedente ocurrido a los 21 años, momento de su primera relación sexual con el novio
que ella llama “el agresivo”.
En este suceso, según relata, se encuentra con aquello a lo que no puede darle
una interpretación en que ella esté incluida como sujeto, sino que debe recurrir de
inmediato a una identificación suplente para nombrar su accionar con el novio. Dice:
“He tenido muchos novios. A los 21 años tuve un novio agresivo. Ese novio agresivo
quería sexo, solamente, ‘Me ensució’, lo comentó en toda la facultad. Lo comentó para
que no me siguieran, pero me siguieron lo mismo, para vengarse”.
En esta ocasión aparece el entrecruzamiento de los ejes que estamos utilizando
para el análisis del caso: la sexualidad, en el momento presentado de su primer
encuentro con un hombre, no puede responder al enigma que hace presente lo sexual
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con un yo que se haga responsable de su acto; es entonces desde el tercer eje que
podemos encontrar la respuesta de este sujeto, cuando dice: “me ensució...”
El “me ensució”, en la medida que según ella había comentado su novio, viene
al lugar de esa identificación yoica faltante. Podríamos enunciarlo como “la sucia”: esa
es la forma en que sería nombrada, y en que se nombra, y que le vuelve desde el lugar
del Otro, en forma sonora, en el comentario de los demás de la facultad.
El segundo momento, en el que ella agrega “...lo comentó en toda la facultad. Lo
comentó para que no me siguieran, pero me siguieron lo mismo, para vengarse...”, es de
lo que se ha servido para sostenerse sin que se produjera una crisis, sin que tuviera
síntomas que la llevaran a la consulta. Ella misma produjo esta identificación para
mantener y justificar su lugar en el mundo —deberíamos decir su existencia—, tal como
lo hemos analizado en otros casos, deduciendo la relación entre la sexualidad y la
existencia. Eso es lo que le brinda el “me ensució”.
¿Qué sucede en la primera crisis de la paciente? ¿Por qué no funcionó el mismo
sistema implementado a los 21 años de una identificación suplente?
Concurrieron varios factores en la producción de lo que ella ha llamado su
primera crisis. En primer lugar, su novio la había dejado, si bien estaba pensando que
iba a ocurrir una cosa así. Lo dice: “Mi primera crisis fue a los 28 años, estaba en quinto
año de la facultad. Mi novio me había dejado”.
“Horacio se fue a Buenos Aires, y yo presentí que me iba a abandonar, porque la
situación era difícil”.
En segundo término, el alejamiento de su amiga del alma, quien se casó y se fue
a vivir a Buenos Aires. Dice ella: “Mi amiga del alma se había casado, y se fue a
Buenos Aires. Ya no fue lo mismo, el marido me juzgó porque me había ido de mi casa,
mientras yo entregaba lo mejor de mí en todos los aspectos”.
El tercer factor que intervino en ese desencadenamiento fue el del estudio, a
partir de un examen que tenía que dar, por el que estuvo dos semanas sin dormir ni
alimentarse. Podemos decir que la crisis ya estaba en curso. Lo dice así: “Antes de la
primera crisis había estado dos semanas sin dormir, ni comer, puesto que tenía que
rendir Arquitectura V. La aprobé con 9”.
En la concurrencia de estos tres factores podemos encontrar las causales por las
que esta situación se transformó en una crisis, teniendo presentes los tres ejes a través de
los cuales estamos analizando el caso.
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Respecto del eje del yo —de la identificación yoica—, y a partir del antecedente
de su primer encuentro sexual con un hombre, en esta oportunidad el novio se va de
viaje y la deja. Lo mismo ocurre con su amiga del alma, quien también la deja porque se
va a vivir a Buenos Aires; pero al mismo tiempo ingresa con su amiga el segundo eje, el
de la sexualidad, ya que ésta se ha casado, y de aquí va a desprenderse uno de sus temas
interpretativos delirantes, respecto de la situación sexual en relación a lo privado y a lo
público de estos actos.
Y es de esta manera que se integra el tercer eje de lo público, que en la
oportunidad anterior de los 21 años sirvió de pacificador, de estabilizador, cuando ella
aparecía como la sucia frente los demás.
En la crisis de los 28 años su novio no sólo se va, sino que no dice nada, ni habla
en público de las situaciones privadas; esto es lo que faltó en esta oportunidad y
determinó el desencadenamiento de la crisis. A partir de esto es que ella debe hacer una
nueva suplencia de este faltante, provocando una relación directa con la situación
anterior de sus 21 años e iniciando con los contenidos autoreferenciales lo referente a lo
sexual, con un contenido de cierto corte erotómano.
Dice ella respecto de su novio: “Después me enteré que se había casado en
Buenos Aires, y no lo quise ver más”.
Continúa, respecto de su amiga: “...el marido me juzgó porque me había ido de
mi casa, mientras yo entregaba lo mejor de mí en todos los aspectos”.
Es aquí cuando inicia la suplencia de la falla identificatoria, que se continuará
con los contenidos delirantes autoreferenciales, erotómanos. Dice: “Todos, por ser la
mayor, me miraron el culo (tíos, papás, madrastra, hermanos, etc.), y eso, al perder la
virginidad a la edad de 21 años fue muy feo, porque no estaba preparada”.
Una vez enunciado esto queda ya ubicada en la relación con los otros, con una
existencia ante otros lograda a través de la suplencia delirante.
Relata: “Todas mis compañeras y amigas me mentían; luego me enteré que
ninguna se había casado virgen, todas mintieron para casarse”.
“Por eso tengo cuidado con los diálogos con los otros, porque todos mienten”.
La segunda crisis —a los 32 años— muestra nuevamente los tres ejes
interactuando: el encuentro sexual traumático con un hombre, la falla en la
identificación, y finalmente la presentación en lo público de lo que le sucedió, hasta el
103
punto en que ella misma debe hacerlo público, a falta de otros, para lograr una cierta y
relativa pacificación. Lo dice de la siguiente manera: “…elegí a un hombre 18 años
mayor que yo, separado, tres hijos. Sufría del corazón”.
“En la primera relación sexual que tuve con él me desgarró la vagina. Sentí
como si hubiera sido un aborto…”.
De inmediato toma la salida de este enigma sexual con la relación a los otros, al
estilo de la crisis anterior, pero con la misma estructura. Dice: “Tenía que mentir, pero
no se mentir. Me las arreglé con mis compañeras de tesis. Ellas no lo podían creer. Me
dijeron que sólo a mí me podía pasar algo así. Después no pude seguir ocultándolo más,
lloraba y lloraba, hasta que lo hice vox populi”.
Finalmente, en la tercera crisis se repiten los ejes, la misma estructura.
Dice: “La tercera crisis se produjo cuando mi madrastra me llevó a brujas. No
hay mejor bruja que una misma. Esta crisis coincidió con la muerte de mi hermano. Mi
cuñada desapareció con las nenas, y yo con la menopausia precoz. No hice más que
llorar durante 10 años, y también murió este señor. Ya tenía 36 años”.
Se produce aquí un desencaje con el lugar en que ella se ubicaba, desde el punto
identificatorio, que ella misma aclara rápidamente para reubicarse en dicho lugar,
cuando dice:”La tercera crisis se produjo cuando mi madrastra me llevó a brujas. No
hay mejor bruja que una misma”.
Señala así el defecto en la identificación, junto a la problemática sexual: “y yo
con la menopausia precoz…”
El discurso continúa ubicado en el lugar de la existencia desde lo delirante en
forma más sostenida. Agrega: “En mi casa hay grabadores, se enteran de todo. Yo
hablo, a propósito hablo, digo que salgo con tipos, que cojo todos los días, que se
enteren, si quieren hablar que hablen”.
A modo de síntesis
Podemos decir, para sintetizar el recorrido por este caso, que se nos ilustra en cada una
de las crisis acerca de la estructura que se conforma, en la que podemos distinguir los
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tres ejes mencionados en el análisis, pero que fundamentalmente nos muestra el
esfuerzo de esta paciente para solucionar ella misma la falla estructural presentada.
Este trabajo es llevado adelante mediante identificaciones suplentes, en
reemplazo de la no identificación del yo, y que a su turno le han ofrecido mayor o
menor pacificación de su crisis, pero siempre le han servido para su enlace a los demás,
para fabricar ese lazo con los otros que estaba fallado de su lado.
Esas identificaciones suplentes fueron, en primera instancia, “la sucia”, a los 21
años; luego, en la primera crisis a los 28 años, “la juzgada, criticada” porque se había
ido de su casa; y finalmente —en la tercera crisis— la identificación supletoria más
fuerte que ha utilizado, y que la acerca a una identificación más familiar del lado de su
abuela materna que conserva hasta la actualidad: “la bruja”.
Este sujeto va orientándonos, a partir del camino que sigue con estas
identificaciones suplentes, en el camino de su cura.
El caso “S”
Se trata de una mujer de 40 años de edad que presenta su primera crisis a los 25 años,
momento en que realiza la primera consulta con un estado de excitación psicomotriz,
por lo que es internada para su tratamiento.
En el momento actual, luego de 15 años de tratamiento combinados con el
tratamiento
psicofarmacológico,
este
último
ha
disminuido
ostensiblemente,
manteniéndose en dosis muy bajas.
En los días previos a la crisis no ha dormido ni ha querido alimentarse, sumado
esto a conductas como querer escapar de su casa, con sus hijos, aduciendo que debía
salvarlos del demonio. Asimismo, habla de los hombres con quienes habría tenido
contacto sexual, y de la proximidad de la venida de Cristo.
Ocho meses antes había tenido un hijo, y según su relato ya había comenzado
con estos síntomas durante el embarazo. Dice: “Sentía que tenía un diablo, que mi hijo
era un demonio. Luego esto pasó porque nos pusimos a orar con mi cuñada, y se
superó”.
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En ese momento no concurrió a la consulta porque los síntomas habían
desaparecido, según dice, aunque reaparecieron una semana antes de esta internación,
habiendo realizado ayuno durante varios días, sin haber dormido en la última semana,
con irritabilidad, desatención hacia sus hijos, hacia los quehaceres de la casa y hacia su
marido. Ella dice: “Creí que mi marido era un demonio. No era cristiano como debía
ser, era el demonio, y yo tenía que salvarme y salvar a mis hijos”.
Continúa la paciente, respecto del momento de crisis:
Cuando fui a atender a mi hija la chiquita se despertó, y ahí me agarró como un ataque
de locura. Pensé que iba a venir Cristo, empecé a cantar y a gritar fuerte, cada vez más
fuerte, y entonces vino mi marido y me pegó. Yo estaba incontenible; vino el servicio
de emergencia, me colocaron inyecciones y me dormí… me sentía como enfrascada en
mi casa.
Sentía que me hablaban al oído, una multitud, pensaba que mi esposo era un diablo.
Me sentí mal cuando estaba embarazada en casa, a los tres meses de embarazo. El día
23 de diciembre me sentí mal, y oramos, lloramos mucho con mi esposo; yo lo acusaba
de que había tenido relaciones con una compañera mía que él no conocía; aunque en
realidad yo había querido tener relaciones con un compañero mío, pero no sé, él no
quiso”.
Respecto de los fenómenos que sintió durante la crisis, explicó:
El día 23 de diciembre andaba en la moto que yo tenía. Sentía frío, me sentía sucia,
llegué a una esquina y me quedé: no sabía dónde estaba. Después llegó mi marido y yo
no le quería decir que había ido a la casa del hombre que nos había vendido el caballo;
con él me sentía querida, atendida, sentía que me trataba bien, como si fuera mi padre.
Solamente me abrazaba y me besaba. Me besó una vez y no le dije nada; me besó la
segunda vez y yo me enojé, y no me abrazó mas.
Me parecía que mi marido había sido adúltero. La hermana de una amiga y mi hermano
me habían dicho que lo habían visto entrar al mueble. Él dijo que no, que todo lo
inventé yo.
Cuando habla del embarazo, al momento de su crisis, afirma lo siguiente:
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Ah, sí, pensaba que era hijo de un demonio, que mi esposo era un demonio, tipo como
la película El Bebé de Rosemarie. Este hombre me quería hacer creer que poniendo un
guante entre las manos, y poniendo las manos así, como en posición de oración, iba a
tener un bebé como el de Rosemarie; era un demonio.
Después, cuando estaba en el parto, tenía mucho miedo… sentía que alguien me
hablaba en el oído, o que me tocaban en la espalda, y no había nadie. Con lo único que
lo podía relacionar era con mi compañero de trabajo, Pepe; ahora que fue un muchacho
a casa para ver las camas de bronce, me confundió como si lo hubiera visto antes a él;
me pareció que lo había visto antes, en la casa de este hombre del caballo. Para mi fue
todo imaginario, porque yo no me acuerdo de haber visto más que al hombre éste.
La historia de una enfermedad
La paciente pertenece a una familia muy religiosa que practica la religión Evangélica, y
ha concurrido a la iglesia desde su infancia. Justamente en la iglesia conoció a quien
luego fue su marido, cuando tenía 13 años. Entró en contacto con él, y a los 15 se puso
de novia. Tres años más tarde ―cuando tenía 18― se casó. Dice:
No nos llevamos bien, no podemos convivir juntos. Yo lo conocí cuando tenía 13 años,
me puse de novia a los 15 y me casé a los 18 años. Siempre lo he querido, pero no
puedo convivir con él, el trato no es el mismo que antes, en las cosas cotidianas de la
casa, en cosas que me van molestando; mi marido es 10 años mayor que yo.
A los 6 años de casada tuvo su primera hija, y un año después nació su segundo
hijo. Durante ese último embarazo fue que comenzaron los síntomas de la crisis que la
trajo a la consulta.
Con anterioridad a estos embarazos tuvo 3 abortos, que según dice se hicieron
porque no estaba en condiciones de atender a ningún chico.
La paciente menciona haber realizado dietas de todo tipo, desde su adolescencia,
porque no quería estar gorda, así como períodos que ella llama “ayunos”:
Los medios ayunos a veces los he hecho por mi esposo. En mi casa, como mi mamá está
constantemente diciéndome que coma, yo para no molestarla hago medios ayunos. Mi
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mamá fue siempre muy temática con la comida; yo hice varias dietas antes de casarme.
A mi mamá le gusta que coma, porque sino le parece que uno se va a enfermar. Por
supuesto que uno no va a hacer 40 días de ayuno como Jesús… yo no toleraría tanto
tiempo.
Hice varias dietas de distinto tipo, para cuidarme, para no engordar, para no comer
tantas cosas que me hacen mal.
Yo estoy gorda después de los embarazos. Antes de casarme también hacía dieta, pero
no sin comer nada. Trato de comer todo lo más sano posible; no es que nunca como un
caramelo, es algo equilibrado. Nunca nos enojamos por el asunto comida: ella
simplemente es así, y uno la acepta como es.
A mis hijos les enseño que coman todos juntos para que sean temperantes. Temperantes
quiere decir que tengan dominio propio sobre sus acciones. Surge de La Biblia, cuando
en un versículo dice que los dones del espíritu son amor, paz, benignidad, gozo, bondad,
temperancia, etc. En mi casa todos sabían esto.
Estoy de acuerdo en que se preparen los alimentos y coman cosas sanas; pero eso es una
cosa impuesta. Una como ama de casa prepara cosas sanas, pone en la mesa cosas sanas,
pero para mi esposo esto no tiene valor, porque él dice que come cualquier cosa.
Comenta, asimismo, cómo se relacionó con su esposo desde el momento en que
lo conoció, y la conmoción que esto le produjo. Lo relata de esta manera:
El trato con mi esposo era el de una religiosa, justo lo contrario de cuando uno es
amante. Mi esposo se encerraba y yo estaba continuamente con mis chicos; esa era la
causa mayor por la que nos llevábamos mal. Yo no lo atendía como antes pero lo
atendía lo mismo. No dejábamos tiempo para nosotros, y al no dejar tiempo para
nosotros los dos nos aislábamos. No es que no lo atendía en sus necesidades, pero como
no hacíamos el amor, ya estábamos separados, y al estar separados el hogar no funciona.
Atenderlo en sus necesidades es demostrar amor, y en todo momento le demostré amor,
en las cosas pequeñas, el lavado de la ropa, el planchado, esperarlo con una comida
caliente, con flores en la mesa.
Respecto de esta idea de la atención, menciona el aprendizaje que experimentó
en su familia desde niña. Lo relata así:
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Yo me casé a los 18 años, aunque todavía era una adolescente. Todavía era una rebelde.
Lo conocí a los 13, me puse de novia a los 15 y me casé a los 18.
Yo atendía mis responsabilidades en mi casa: lavaba mi ropa, me planchaba, ayudaba a
mi mamá en mi casa… atendía mis responsabilidades.
Antes de hacerlo por mi esposo, lo hacía para mí. Mi mamá desde chica nos enseñó
parra que le ayudáramos en la casa. A los 10, 11 años ya nos enseñó para que nos
atendiéramos; cocinar no me gustaba, recién ahora estoy aprendiendo. Yo le enseño a
mi hija que lave la ropa para que el muñeco de ella esté limpio.
En relación a este tema, también relata los momentos previos a la crisis:
Andaba mal en las cosas del matrimonio. Fui a una reunión de oración y ahí explicaron
que si él no discernía las cosas espirituales, no tenía por qué explicárselas yo; si no veía
el amor de Dios, entonces tenía que separarme, y le dije que se fuera de la casa. En esa
reunión me enseñaron que si no discernía las cosas del amor de Dios… estaba en La
Biblia...”.
Continúa:
El problema era que yo le dedicaba tanto tiempo a mis hijos que no me dejaba tiempo
para atender a mi esposo; él dice que le da rechazo todo lo concerniente a lo mío. Trato
de no leer tanto, de leer lo necesario… yo estaba un poco obsesionada con el tema
religioso, estaba obsesionada en mi afán de querer estar más cerca de Dios, quería que
mis hijos fueran fuertes cristianos, y les enseñaba los cantos, La Biblia, pero no estaba
distribuyendo bien mi tiempo. Quería que fueran fuertes cristianos, que estuvieran bien
aferrados a Cristo, para que fueran fieles testigos, preparándolos para la segunda venida
de Cristo.
El Otro
Al momento de la consulta su familia está constituida por su marido ―que es 10 años
mayor que ella― y dos hijos: una niña de un año y ocho meses y un varón de ocho
meses. Como antes se mencionó, también relata que ha tenido 3 abortos, realizados con
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el consentimiento de su marido. Ella dice: “Tuvimos tres embarazos que abortamos;
estaba mal, con náuseas, me sentía mal. Por eso me fui a los legrados”.
Respecto de su familia de origen, dice que está constituida por su padre, de 60
años, su madre de 61 y dos hermanos mayores: una mujer y un varón, 5 y 4 años
mayores que la paciente, respectivamente.
Cuando habla de su familia expresa lo siguiente:
Además de mi esposo y mis dos bebés, después tenemos la familia, con mi padre, mi
madre y mis hermanos. Mi papá es un hombre aislado, no le gusta tratar mal a la gente,
se aísla tanto que si alguien lo visita se altera, no sabe relacionarse con las demás
personas. Siempre está en el patio, afuera, tiene un cuartito donde arregla bicicletas, y
ahí está. Mi mamá es una persona totalmente locuaz, muy dada, quiere ayudar a la
gente, pero a la vez es muy odiosa, y siempre se pone del lado de la víctima, que es ella;
los demás o la presionan o la lastiman.
Hace un año le devolví todo lo que era de ella y de otros que estaba en mi casa. Cuando
hice eso se largó a llorar, y me dijo que estaba loca. Me mandó a casa.
Le devolví las cosas, porque me molestaban, quería limpiar; devolví también los regalos
que le habían hecho a mi bebé y que me habían hecho para mi casamiento. Yo no
quiero, molestar a nadie: era lo más correcto. No quería que se metieran ni en mi casa ni
en mi vida. No quiero que con los objetos te tengan agarrado, que no te dejen vivir.
La relación entre mis padres siempre fue pésima, porque mi mamá es una mujer que
está siempre enferma, con muchas operaciones, y siempre dijo que a mi papá no lo
quería, que se había casado porque no había tenido otra persona con quien casarse.
Además, lo que siempre decía mi papá es que estaba fea la comida. Eso es un síntoma
de lo mal que se llevan.
Agrega otras cosas sobre la relación entre sus padres:
Mi madre estuvo siempre un poco distanciada de mi papá. Ahora se llevan un poco
mejor... mi papá, además de trabajador y bueno, yo lo quiero mucho porque es mi papá,
le gusta andar en bicicleta, hacer deportes, es un poco gruñón a veces, de enojarse con
facilidad, pero se le pasa. Ellos no se llevaban bien, a mi mamá no le gustaba estar con
él. Ahora se los ve más juntos; mi mamá dice que se casó con él porque no tenía otro,
que ella ya se casó y no tiene cómo remediarlo; la única manera de separarse es que
alguno de los dos cometa adulterio, entonces sí podrían separarse.
110
Habla más acerca de la relación con el Otro, a partir de lo que ella llama “ser
obediente”. Lo dice así: “Siempre fui obediente. Es por eso que mi esposo decide por
nosotros: decide que yo esté con él”.
“En el tiempo que era adolescente yo tendía a reclamar, pero ahora obedezco.
Cuando fui adolescente estuve rebelde con mi mamá; claro que ella decidía: mi papá no.
Él no opinaba”.
Continúa luego sobre la relación con su madre:
Es una persona muy dada, ayuda mucho a la gente, siempre es muy servicial,
constantemente está haciendo pequeños actos de abnegación. Ella también va a la
iglesia; es una persona activa, nada más.
Ella es así, uno la acepta como es, tiene una parte mala y una parte buena, como toda
persona. Si ella hubiera estado las noches que yo tenía problemas hubiera consentido
con que me internaran. Si alguien le dijera tal o cual cosa ella lo haría, y yo no me
enojaría, porque es mi mamá.
Si, Dios lo manda. Dice hay que honrar al padre y a la madre.
Respecto de la relación con su marido, afirma lo siguiente:
Yo lo quiero mucho, él me quiere mucho, y cuando dos personas se quieren mucho
andan bien; hace unos días pensaba que no podía convivir con él, por las circunstancias.
A mí me faltaba paciencia para atenderlo, darme cuenta que no lo estaba atendiendo
como antes; atendía más a los chicos que a mi esposo. No es malo atender más a los
chicos que a mi esposo, dividirme para atender a los tres.
No sabría muy bien cómo explicar lo de la convivencia, pero en nuestro trato de
elevarnos juntos, de crecer juntos, en eso no nos llevamos bien, pero la falla estaba en
mí, también.
Elevarnos es crecer: uno coloca una semilla, y si no la riega, esa semilla no puede ser
más alta, no puede dar fruto; pero si esa misma semilla tiene quien la riegue, todo va
bien; elevarnos es crecer espiritualmente, crecer como individuos, personas que somos
en el hogar, crecer con los niños.
111
La relación con la iglesia
Respecto de su relación con Dios y con la iglesia dice lo siguiente:
El lunes ayuné la comida del mediodía, y a la noche cené. Me gusta hacer los ayunos
porque quiero estar más cerca de Dios, tener la mente más libre para estar más cerca de
Dios. La mente más libre: que no esté embotada con comida, que no te deja orar, te hace
dormir… es lo que pasa con mucha cantidad de comida.
Embotada, de embotar, estar encerrada, es como cuando envasan botellas, no las
guardan para comer; he visto en la iglesia que juntan la uva, la pasan por una olla y
juntan el jugo, la usan para conservas con las botellas. Cuando hay frutas, en verano,
compran los cajones y lo hacen; tienen una maquinita y los van tapando, la señora que
los hace es la mamá de la chica que toca el órgano. A veces está de secretaria de la
escuela sabática. Yo estuve un tiempo de maestra, pero después pusieron otra. Los
cuidan bien a los chicos.
El análisis del caso
Conviene que analicemos la crisis que presenta en el momento de la consulta: el
momento del desencadenamiento, tal como lo hemos denominado, y las coordenadas
que favorecieron su producción.
Si tomamos el momento en que se produce dicho desencadenamiento, podemos
notar dos cuestiones importantes: la cuestión de la religión y la cuestión de la
sexualidad. Decimos la “cuestión” porque para ella es un cuestión, en el sentido de
hacer de un tema una cosa pensable, que le permita preguntarse, reflexionar sobre lo que
le está ocurriendo, y en el sentido de lo que ella cuestiona y objeta del mismo tema.
Esto es lo que le sucede con su situación de embarazo, especialmente con el
segundo de ellos, y con el modo en que se produjo.
En el momento de la crisis hacía ocho meses que había dado a luz su segundo
hijo, y ya tenía su hija mayor, de un año y ocho meses. Esto quiere decir que al año de
haber tenido a su primera hija, dio a luz el segundo. A los tres meses de su primer parto,
nuevamente quedó embarazada.
112
Por eso es que ella remite rápidamente ―cuando habla de lo que le sucedió en la
crisis del último embarazo― al embarazo anterior, como antecedente inmediato. Ella
dice:
El problema era que yo le dedicaba mucho tiempo a mis hijos, pero no me dejaba
tiempo para atender a mi esposo. Él dice que le da rechazo todo lo concerniente a lo
mío. Trato de no leer tanto, de leer lo necesario, porque estaba un poco obsesionada con
el tema religioso; estaba obsesionada en mi afán de querer estar más cerca de Dios,
quería que mis hijos fueran fuertes cristianos, y les enseñaba los cantos, La Biblia, pero
no estaba distribuyendo bien mi tiempo. Quería que fueran fuertes cristianos, que
estuvieran bien aferrados a Cristo, para que fueran fieles testigos, preparándolos para la
segunda venida de Cristo.
Esta descripción resume, a nuestro criterio, las coordenadas que intervinieron en
el desencadenamiento.
Por un lado la religión, tal como ella presenta y usa lo que ha vivido para su
interpretación del momento. También concurre en esta secuencia a su relación con la
sexualidad, y a la relación con su madre, en la que ―como refiere― queda atrapada,
haciendo distintos esfuerzos para salir, con resultados más o menos logrados.
¿De dónde proviene la relación de este sujeto con la religión?
Quizás podríamos responder rápidamente que proviene de su familia, de la
forma en que vivían el tema religioso a partir de cómo se acercaban a la iglesia, hecho
que vivió desde su niñez. Es ahí mismo donde conoce a quien sería su marido,
comenzando de este modo el entrecruzamiento con la sexualidad.
Asimismo, un parámetro más entra en juego en la relación de la familia con la
religión: es el que se refiere a lo que ella llama “La familia”.
Su madre tenía relación con la iglesia y la enviaba a participar en las actividades
que se realizaban.
Cuando habla de “la familia”, en dos pasajes diferentes, toma como concepto lo
que llama “La familia” de los ideales, que está en contraposición con la suya, según
podemos corroborar luego con sus dichos. Dice: “Además de mi esposo y mis dos
bebés, después tenemos la familia de mi padre, mi madre y mis hermanos”. Y agrega en
un segundo pasaje:
113
No sabría muy bien cómo explicar lo de la convivencia, pero en nuestro trato de
elevarnos juntos, en eso no nos llevamos bien. Pero la falla estaba en mí, también.
Elevarnos es crecer: uno coloca una semilla, y si no la riega, esa semilla no puede ser
más alta, no puede dar fruto. Pero si esa misma semilla tiene quien la riegue, todo va
bien; elevarnos es crecer espiritualmente, crecer como individuos, personas que somos
en el hogar, crecer con los niños.
Su familia
¿Cómo es su familia en la realidad? Podemos interpretar la manera en que ella presenta
a sus familiares y los nexos comunicativos o relacionales con ella; principalmente, los
lazos sociales planteados desde lo imaginario. Dice la paciente:
Mi papá es un hombre aislado, no le gusta tratar mal a la gente. Se aísla tanto que si lo
visita alguien se altera, no sabe relacionarse con las demás personas; siempre está en el
patio, afuera, tiene un cuartito donde arregla bicicletas, y ahí está.
Mi mamá es una persona totalmente locuaz, muy dada, quiere ayudar a la gente, y a la
vez es muy odiosa; siempre se pone del lado de la víctima, que es ella. Los demás o la
presionan o la lastiman.
Respecto de la relación entre sus padres dice lo siguiente:
La relación entre mis padres fue pésima, porque mi mamá es una mujer que está
siempre enferma, con muchas operaciones, y siempre dijo que a mi papá no lo quería,
que se había casado porque no había tenido otra persona con quien casarse.
Además, lo que siempre decía mi papá es que estaba fea la comida. Eso es un síntoma
de lo mal que se llevan.
Mi madre estuvo siempre un poco distanciada de mi papá, aunque ahora se llevan un
poco mejor. Mi papá, además de ser trabajador y bueno, yo lo quiero mucho porque es
mi papá; le gusta andar en bicicleta, hacer deportes, es un poco gruñón a veces, de
enojarse fácilmente, pero se le pasa. Ellos no se llevaban bien; a mi mamá no le gustaba
estar con él. Ahora se los ve más juntos; mi mamá dice que se casó con él porque no
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tenía otro, que ella ya se casó y no tiene como remediarlo. La única manera de separarse
es que alguno de los dos cometa adulterio. Entonces si podrían separarse.
Es de esta contraposición entre su familia de la realidad, como la hemos llamado, y “La
familia” de sus ideales, que ingresa la relación con su marido, que a su vez también
produce su encuentro en el marco de su trabajo en la iglesia, donde su madre la enviaba.
Por lo tanto, este encuentro con el sexo opuesto se produce dentro de esos ideales
orientados por lo religioso y dentro de la realidad de las relaciones con los miembros de
dicha familia.
En síntesis, un padre distanciado, alejado, con poca presencia ―que no sea bajo
el silencio―, a quien le molesta la relación con los demás y prefiere el encierro en lo
suyo; una madre que explícitamente dice no tener lugar para el hombre que ha elegido
para compartir su vida de matrimonio ―ya que según sus palabras “no había otro”―, y
que por lo tanto no reserva un lugar para un hombre, sino que queda más atrapada,
atraída por el tema de las enfermedades de su propio cuerpo, más entretenida con las
operaciones que con su propia pareja. Es decir, cada uno en lo suyo y con sus modos de
satisfacerse.
Esto, sin duda, es lo que crea un ambiente nada propicio para alguna
identificación del tipo yoica, que lleve a “S” al camino de la constitución subjetiva.
La primera crisis
Dichas estas consideraciones previas, estamos ahora en condiciones de analizar las
coordenadas de producción de la primera crisis.
Habíamos dicho que este caso iba a ser tomado en su análisis a partir de tres
coordenadas: la sexualidad, la religión o la relación con la iglesia, y finalmente el tercer
eje: la relación con su madre.
¿En qué condiciones se produce, entonces, esta crisis?
Es necesario remarcar que este sujeto había dado a luz a su segundo hijo hacía
ocho meses, pero al momento de quedar embarazada, su primera hija tenía sólo 11
meses. Y aún más: antes de esos embarazos, había sufrido 3 abortos. Respecto de esto
115
último ella dice: “Tuvimos tres embarazos que abortamos. Estaba mal, me sentía mal, y
por eso me fui a los legrados”.
Ya podemos vislumbrar el germen de la incógnita en que ingresaba la paciente a
partir de la maternidad, que es una de las formas de presentación de la feminidad.
Se refiere entonces a su segundo embarazo, en el que se producen fenómenos
psicóticos:
Ah, sí, pensaba que era hijo de un demonio, que mi esposo era un demonio, como en la
película El bebé de Rosemarie. Este hombre me quería hacer creer que poniendo un
guante entre las manos, y poniendo las manos así, como en posición de oración, iba a
tener un bebé como el de Rosemarie. Era un demonio.
En ocasión del segundo hijo la crisis no pudo ser evitada, porque varias
condiciones concurrieron para el desencadenamiento. Ella así lo expresa: “Sentía que
tenía un diablo, que mi hijo era un demonio. Esto pasó porque nos pusimos a orar con
mi cuñada, y se superó”.
Este pensamiento ya indicaba que, en realidad, esta crisis era una forma de
respuesta con la interpretación delirante de aquel enigma que la aquejaba desde sus tres
primeros embarazos que fueron abortados; modo en que evitó ―o se presentó,
podríamos decir―, la respuesta. Continúa con sus interpretaciones: “Creí que mi
marido era un demonio. No era cristiano como debía ser, era el demonio, y yo tenía que
salvarme y salvar a mis hijos”.
¿En qué quedaba representado este enigma para la paciente? Ella misma lo dice:
El trato con mi esposo era el de una religiosa, justo lo contrario de cuando uno es una
amante. Mi esposo se encerraba y yo estaba continuamente con mis chicos; esa era la
causa por la que nos llevábamos mal. Yo no lo atendía como antes pero lo atendía lo
mismo; no dejábamos tiempo para nosotros, y al no dejar tiempo para nosotros, los dos
nos aislábamos. No es que no lo atendía en sus necesidades. Al nosotros no hacer el
amor, ya estábamos separados. Y al estar separados el hogar no funciona.
La sexualidad en el punto que no está funcionando cuando ella afirma “no
hacíamos el amor”. También nombra el lugar de amante: sin embargo, es el lugar de
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religiosa el que elige para nombrar su relación con el marido para este tiempo de crisis.
Dice así: “Atenderlo en sus necesidades es demostrar amor, y en todo momento le
demostré amor, en las cosas pequeñas, el lavado de ropa, el planchado, esperarlo con
una comida caliente, con flores en la mesa”.
Estas son las ideas que tomó de su familia desde muy chica, en su adolescencia.
Es decir que en el momento del encuentro con el sexo opuesto, de establecer los lazos
con el sexo masculino, ella toma contacto con su marido a través la iglesia: un señor 10
años mayor que ella, junto al que admite las mismas condiciones que su madre acepta
en la convivencia. Lo dice así:
Yo me casé a los 18 años. Era todavía una adolescente. Todavía era una rebelde. Lo
conocí a los 13, me puse de novia a los 15 y me casé a los 18.
Yo siempre atendía mis responsabilidades en mi casa; lavaba mi ropa, me planchaba,
ayudaba a mi mamá en mi casa… atendía mis responsabilidades.
Antes de hacerlo por mi esposo, lo hacía por mí. Mi mamá desde chica nos enseñó para
que le ayudáramos en la casa. A los 10, 11 años ya nos enseñó para que nos
atendiéramos.
Aún nos queda introducir en este análisis la relación con su madre, y la similitud
de ésta con la relación que llevaba con su esposo. Es lo que hemos llamado la relación
con el Otro. Dice ella:
Siempre fui obediente, y es por eso que mi esposo decide por nosotros. Decide que yo
esté con él.
En el tiempo que yo era adolescente tendía a reclamar, pero ahora yo obedezco. Cuando
fui adolescente estuve rebelde con mi mamá: pero claro, ella decidía, mi papá no. Él no
opinaba.
Esta es la síntesis que presenta de su relación con el Otro, y de los intentos que
hace por salir de ese atrapamiento al que está sometida.
Varias formas presenta como intento de separarse del Otro, para constituirse
como sujeto ―podríamos decir: para separarse de su madre y/o de su marido.
La primera forma en su intento de separación es la que lleva a cabo a través de
las dietas, que de inmediato quedan incluidas en el eje de su relación con Dios. Lo
117
expresa de la siguiente manera: “me gusta hacer los ayunos porque quiero estar más
cerca de Dios. Tener la mente más libre, que no esté embotada con comida, que no te
deja orar, y te hace dormir; eso es lo que pasa con mucha cantidad de comida”.
La segunda forma se presenta a través de la devolución de los objetos y regalos
que le habían hecho. Dice:
Hace un año devolví todo lo que era de ella y de otra gente que estaba en mi casa.
Cuando hice eso se largó a llorar, y me dijo que estaba loca. Me mandó a casa.
Le devolví las cosas porque me molestaban. Quería limpiar, y devolví también los
regalos que le habían hecho a mi bebé y para mi casamiento. Yo no quería molestar a
nadie, era lo más correcto. No quería que se metieran más en mi casa, en mi vida. No
quiero que con los objetos te tengan agarrado, que no te dejen vivir.
Queda reflejada así la relación con el Otro, esta vez representada por la relación
con su madre y con su esposo, con el denominador común de querer separarse de cada
uno a su turno.
La forma siguiente es la de la crisis: la forma delirante que toma en el momento
del desencadenamiento, con los factores que intervinieron.
Por un lado, el embarazo nuevo, sin haber menstruado; por otro, la relación de
religiosa con su marido, sin sexo, separados. Un factor más es el encuentro con el grupo
de la iglesia, en que se le presenta la idea consistente de que si su marido no discernía
sobre las cosas espirituales, y no veía el amor de Dios, entonces tenía que separarse, tal
como decía La Biblia. Y, finalmente, el factor del encuentro con el hombre a quien le
habían vendido el caballo, tal como lo mencionó.
Ese hombre, por una parte, la trata como si fuera un padre, que según ella le
había faltado. Y por otra parte intenta acercarse a ella como hombre, para finalmente
decir que podía quedar embarazada si colocaba las manos en una forma determinada,
con “un guante en el medio”.
La interpretación de esta situación ―desde la paciente― es la producción de la
respuesta delirante, en la que incluye ―en su delirio― la idea de que alguno de los dos
debía cometer adulterio para poder separarse. Que es lo que finalmente concretará, para
llevar, como actualmente lo hace, una vida de religiosa.
118
A modo de síntesis
Se trata de un sujeto en cuya adolescencia ya podemos encontrar los primeros indicios
de su enfermedad, aunque no haya producido su desencadenamiento en esa época. En
ese momento ocurre el encuentro con el sexo opuesto, que queda encuadrado dentro de
los parámetros de la religión, por lo que no produce alternativas sintomáticas que la
lleven a una consulta.
El encuentro entre un padre ausente, que prefiere no tomar contacto con la gente,
con una madre que repite a cada momento que su hombre no era “el elegido” ―o que se
trataba del elegido pero sin las condiciones de amor necesarias―, son suficientes para
presumir la ausencia de una identificación al padre que ordene la vida del sujeto,
sufriendo las consecuencias en lo imaginario, ya que no puede sostener los enunciados
propios ―sino los de la iglesia, que se corresponden con los de su madre― en el orden
simbólico, por no tener ningún ordenamiento de sus actos.
Finalmente, se puede verificar el entrecruzamiento de ejes cuando llega a la
consulta: el sexual, el religioso y el de la relación con el Otro (madre, marido). En el
contenido mismo de su delirio enuncia el camino a seguir en el tratamiento: la
separación entre un hombre y una mujer, que es lo que pasaba entre sus padres y a lo
que su madre hacía permanente referencia; separación que se alcanza únicamente por la
vía del adulterio.
Al mismo tiempo enuncia lo que para ella viene como contrapartida: la vida de
religiosa. La vida que llevaba en la iglesia sin la intromisión de hombre alguno, a través
de las comidas.
Asimismo, pasar de sentirse enfrascada en su casa ―sensación que la impulsaba
a huir de allí― a realizar tareas como las que se llevan a cabo en la iglesia, de enfrascar
conservas, preparar comidas y ponerlas en frascos. Esta es una de sus tareas en la
actualidad.
119
El caso “P”
Se trata de una mujer de 44 años que ha llegado a la consulta a los 33, y que refiere su
primera crisis a los 16 años. Su tratamiento está combinado con neurolépticos —
antipsicóticos— en muy bajas dosis, manteniéndose en estado de estabilización. Vive
sola, se autosostiene —si bien también colaboran sus familiares—, y desarrolla sus
actividades intelectuales corrientes.
Cuando llega a la consulta a los 33 años, momento en que necesitó de una
internación, dice lo siguiente: “A los 16 años me dio una crisis porque habían violado a
una hermana mía, y escribía poemas delirantes, por lo que tuve tratamiento”.
Respecto del momento de la consulta dice:
Yo soy católica y mi pareja me dice que el psicoanálisis es anormal, y que cada uno se
construye a partir de uno mismo; y el cura me dice en confesión que voy a construir un
mundo sin Dios. Yo soy estudiante de Filosofía, y somos escépticos en esto: a mí me
interesan los griegos, por el deseo.
Estoy estudiando a Niezstche, y detesto a los lacanianos.
Mis padres se separaron cuando tenía 12 años. Estaba estudiando inglés, y nos fuimos
con los abuelos maternos. Yo iba a misa con mi abuelo, pero eso para sentir su
presencia.
Mi padre es un gran NN. Me faltó desde la infancia.
En la adolescencia dejé la religión, y Charly García me dedicó un disco. Me puse de
redactora de una revista de rock, y me enamoré de Spinetta.
Esta crisis de los 33 años se produce en relación con un viaje que decide hacer a
Buenos Aires, con el fin de registrar un libro de su autoría. Ella dice: “Me fui de viaje a
Buenos Aires para intentar registrar un libro. Fui a buscar refugio en la policía para
volver a Córdoba, y vi cosas que no me resultaban. El movimiento de la gente y de los
autos me alteraba. No pude volver”.
Comenzó entonces un deambular por diferentes lugares con el fin de cristalizar
su intento de registrar su libro. Dice: “Deambulé durante 3 ó 4 días, incluso fui a Retiro,
pero la policía me protegía. En el bolso llevaba un libro, el rosario y cómo rezarlo”.
120
Conoció a sus 16 años —a raíz de haberse convertido en corresponsal de una
revista de rock— a un empresario de la música, de quien se enamoró, y a quien buscaba
por la calle, en su deambular, preguntándole a cada persona que veía sobre su paradero.
Lo dice de esta manera: “Caminaba y le preguntaba a la gente si no lo había visto. Cada
vez que me encontraba un hombre, lo confundía con él”.
De inmediato, ante este no-encuentro con el hombre a que buscaba, aparece una
interpretación delirante: “Era la irrupción de lo sobrenatural en lo natural. Pensé que si
se relacionaba conmigo a la banda le iba hacer mal”.
Luego continúa relatando sus actitudes en esos días:
Buscaba en las bolsas de basura para ver si había restos de cadáveres.
Mi padre es músico folklórico, estudiaba derecho, estaba en política, bohemio, le
gustaba el cine, y yo recibí frialdad (todo esto contado por mi madre).
Tengo una hermana casada que está esperando un hijo, y mi padre no apareció nunca.
Yo vivía con mi madre y ella estaba internada en un sanatorio por la violación de mi
hermana. El médico de ella no quería que viviera con nosotras. Ahí mis tíos nos
ayudaron económicamente.
Mi hermana estudia plástica. Mi madre es muy especial, siempre estuvo al lado mío. Me
pone pautas.
La historia de una enfermedad
Dice haber tenido una infancia sin sobresaltos, aunque hace referencia a
sus padres: de su madre dice que era quien pautaba su vida, quien la ordenaba; en tanto
a su padre, lo recuerda como un gran ausente.
Al llegar al comienzo de su adolescencia —cuando ella tenía 12—, se produce el
divorcio entre sus padres. Por ese motivo ella y su hermana fueron a vivir con sus
abuelos maternos.
Entre sus 15 y 16 años se producen dos hechos sumamente importantes en su
vida: por un lado, se produce la quiebra económica de su abuelo, y por otro ocurre la
violación de su hermana por un familiar.
Respecto del primer hecho dice: “Yo tenía muy buen relación con mi abuelo, lo
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acompañaba a misa. Mi padre estaba ausente”. En relación al hecho de la violación de
su hermana: “Mi hermana tenía 13 años. Ella me dijo: ‘lo que me pasó a mí, se lo tenían
dedicado a otra persona’, haciendo referencia a una amiga”.
En ese mismo año y a raíz del hecho que sufrió hermana, su madre es internada
en una institución psiquiátrica, y la paciente tiene dos intentos de suicidio por medios no
conocidos con precisión. Luego lleva adelante sus estudios de filosofía, hasta obtener el
título de licenciada en filosofía.
Esto es lo que sucede hasta el momento de la consulta, en la que presenta el
motivo del desencadenamiento, a los 33 años. La crisis, sin embargo, había comenzado
unos meses antes, y desató esta sintomatología tan florida e invadida de síntomas en el
pensamiento y en la motricidad. Se inicia cuando quiere registrar un libro de su autoría,
en el que cuenta la verdadera historia de su personaje —libro que años más tarde pudo
editar. Dice ella: “Fui a Buenos Aires para intentar registrar un libro. Fui a buscar
refugio en la policía, para poder volver a Córdoba, y vi cosas que no me resultaban. El
movimiento de la gente y de los autos me alteraba. No pude volver”.
A partir de ese momento comienza su deambular de varios días, en el que va a
ingresar a diferentes lugares, sostener encuentros con varias personas, buscar refugio y
protección en la policía e intentar el regreso a Córdoba. En todos los casos, estos
encuentros son mediatizados por fenómenos sensoperceptivos y del pensamiento.
Uno de ellos, en ocasión en que ella buscaba al hombre de quien se había
enamorado en su adolescencia cuando era corresponsal de una revista de rock, es
relatado de la siguiente manera:
Vi a un hombre de seguridad con quien había tenido un encuentro erótico, y me dijo que
la persona que yo buscaba estaba de viaje en el extranjero. Le propuse darle un beso;
hice el intento. Me masturbó. Yo no noté que él tuviera un pene real. Él tomó mi libro
para algo. Yo debo tener algo especial, y puede tener algo que ver con mi apellido de
origen árabe, por mis antepasados árabe-israelitas o por mi relación con el hombre que
buscaba.
Salí de ahí y me recogió otro hombre. Era otra prueba, me quedé en una estación de
ómnibus y vi lo más terrible de mi vida, pasaban ómnibus con gente terrorista. Llegué a
estar completamente aterrorizada y temblorosa.
Continúa con su relato:
122
Tomé un tren sin rumbo, quería venir a Córdoba, me pidieron que me baje, me sacó la
policía, y cuando bajé entré en una villa de emergencia; pedía el camino del ejército de
los cuervos, lo pedía con la mente y pasaban aviones.
Caminaba con mis botitas, las que me había regalado la amiga de mi madre, y se
llenaron de lodo.
Entré en una zona residencial donde había mantas para recubrir muertos. Llegué a un
río, traté de atravesarlo, me saqué las botitas, las perdí, sentía que el agua me chupaba,
me sacó la policía y me llevó a la internación, en un hospital.
Cuatro años más tarde, debido a la interrupción del tratamiento y a
circunstancias que considera muy adversas, se produce una nueva crisis con internación.
Ocurre que han tomado cosas de su libro, sobre la vida de ella, y han filmado una
película, sin avisarle y sin su permiso. Esto desencadena una situación que la desborda,
ya que su casa se ve invadida por periodistas y por algunos participantes de esa película,
que quieren conversar con ella y que, según dice, han distorsionado la historia de su
vida. Dice la paciente: “Estas circunstancias adversas que se me daban, hicieron que
saliera al balcón de mi departamento. Tiré las cosas, los muebles, gritaba, amenazaba
con un cuchillo, estaba agresiva, quería saltar al transformador de la empresa de energía,
si Dios me lo manda”.
Había dejado el tratamiento dos meses atrás y comenzando con actitudes
agresivas, en especial en contra de sus familiares, sus tíos y primos. Hacía llamados
telefónicos para insultarlos y para hablar en contra de ellos.
Luego de esta última y corta internación se aplica con mayor dedicación al
tratamiento, lo que permite disminuir las dosis psicofarmacológicas y un mayor
sostenimiento en el trabajo psicoterapéutico. Esto continúa en la actualidad: ha
recuperado su trabajo habitual y sus actividades intelectuales y sociales.
El Otro
Describe a su familia como extensa, a partir de la separación de sus padres cuando ella
tenía 12 años. Es por esto que cuando hace el árbol constitutivo de su familia, incluye a
123
sus abuelos maternos y tíos del mismo lado. Dice que su madre es la tercera de diez
hermanos, y que fue muy sobreprotegida por el padre mientras vivió. Dice: “Mi madre
fue siempre una sobreprotegida de su padre, durante toda la vida. Después se casó con
un hombre bohemio cuando tenía 17 años”. “Vivimos en casa de mis abuelos hasta mis
14 ó 15 años”.
Al querer hablar sobre la relación con su padre, termina hablando de su abuelo, a
quien —según dice— quería mucho: “Mi padre era ausente, estuvo hasta mis dos años.
Yo quería mucho a mi abuelo, era una persona muy considerada, religiosa, decía que yo
no tenía límites, que me comportaba mal con mi madre; una hija que se portaba mal con
la madre, sin límites”.
Luego retoma el tema de su padre: “Mi padre era un playboy, salía en las
revistas, muy considerado en el arte. Él era muy conservador, era como un enigma para
mí. Muy considerado, pero a la vez tenía algo desconocido; era mi padre pero a la vez
no lo era. Yo rechazo la raza judía de mi padre. Además se juntó y tuvo una nueva hija”.
Habla nuevamente de su abuelo: “Era mi figura paterna”.
De su abuela: “Una persona encantadora, soberbia y dulce, pero más inclinada a
mi hermana”.
Habla de su madre: “Era una persona que limpiaba todo el día. Extremadamente
afectuosa, pero distante, muy parecida a su madre, se daba una afinidad. Siempre me
daba los gustos, siempre me protegió mucho. Me sigue protegiendo hoy, a pesar de sus
límites”.
Y de la relación con su hermana:
Era como una retrasada, era más lenta, yo era la precoz, y ella la retrasada. Tardó en
todo más que yo. No éramos dos hermanas solas, sino en una familia con tíos. Yo tendía
a protegerla pero de manera autoritaria. Finalmente crecía más que yo, se adelantó; se
casó, tiene dos hijas y trabaja. Yo era la intelectual y ella la mano de obra.
Al hablar de su familia en la actualidad dice lo siguiente:
Mi familia está constituida por mi madre, quien se halla internada en un geriátrico en
Cosquín, y mi hermana, que es licenciada en pintura y también reside en Cosquín. Pero
en realidad la que me ayuda económicamente y me acompaña en esta tarea de vivir es
una tía (hermana de mi madre), quien dice quererme como una hija.
124
Mi padre murió hace unos años (tuvo un infarto), pero nos abandonó cuando mi
hermana menor tenía dos años, y nunca se hizo cargo ni económica ni afectivamente de
nosotras (mi madre, mi hermana y yo).
Así es que aparecen en nuestras vidas esta legión de tías y en algunos casos primos que
nos apoyan y ayudan (incluidos mis abuelos maternos, cuando vivían).
Habla también de su enfermedad, en el momento actual:
Pienso que mi enfermedad deviene de una pluralidad de causas convergentes
(biológicas, psicológicas, sociales, culturales, etc.). Es una enfermedad difícil porque
ataca el sistema nervioso, que es el que comanda la vida del hombre. Por lo tanto,
perder la razón o la conciencia es perder el timón de la nave, y quedar a merced de la
tormenta.
Pero creo que existe en el hombre algo del orden psicológico o anímico, lo espiritual,
que no es reductible a lo biológico, si bien interactúa permanentemente con ello. Esto,
que constituye la identidad más profunda del sujeto, debe ser el blanco de la terapia. El
yo en estas enfermedades puede llegar a desaparecer, y es lo que hay que reconstituir,
reforzar.
El hombre no es objeto, por eso la ciencia nunca curará por sí sola estas enfermedades.
El hombre es sujeto, subjetividad. Las patologías surgen de un desorden o lesión de esta
subjetividad.
Creo que si el paciente puede comprender que está enfermo y que necesita ayuda (no
interrumpir el tratamiento farmacológico, acudir con la periodicidad convenida a las
sesiones terapéuticas), en definitiva, ser dócil al tratamiento indicado, hay grandes
posibilidades de recuperación, y puede llegar a hacerse una vida bastante normal. Pero
para ello es necesario abandonar el lugar de omnipotencia, de Dios en que la psicosis lo
suele poner.
El análisis del caso
En el análisis notamos rápidamente que existe una alteración del tiempo en el sujeto, lo
que se hace observable en el manejo de sus distintas crisis, tal como las ordena para
comentarlas en su tratamiento.
125
Es por esto que, al producirse su primera internación, remite de inmediato lo que
llama su “primera crisis”, a los 16, y más adelante la de sus 27 años, como si se tratara
de la misma. De hecho, es la misma temática la que está en juego, lo que se define en el
contenido delirante.
Este lapso de tiempo inexistente que aparece como el mismo lapso en el relato
de las crisis, es un continuo en el que se halla inmersa y del que no puede salir
fácilmente, a no ser que recurra a medios francamente sintomáticos, desde el punto de
vista de las alteraciones del pensamiento, o bien a otros medios, que son aquellos que
puede lograr ―en algunos casos por sí misma― con la ayuda del tratamiento.
Es este continuo lo que se constituye en el sustrato de su enfermedad, o mejor
dicho, en cómo ha hecho para poner una limitación a este continuo, cómo fabricarle un
borde que le permita mirar la vida sin el vértigo al que queda sometida tras aquella
inercia. De hecho, en este continuo queda subsumido o rechazado el sujeto, que intenta
aparecer mediante diferentes medios que serán desarrollados en este análisis.
Asimismo, en el contenido encontraremos las cuestiones que aquejan a este
sujeto, que son la de la existencia y la de su posición sexuada.
En la etapa de la adolescencia suceden varios hechos que hacen que la paciente
ingrese en este vértigo, al no poder dar respuesta a ciertas incógnitas, transformándose
esta presencia en traumática.
Este es el caso de la confrontación con la sexualidad, que sucede cuando se
produce la violación de su hermana, a sus 16 años.
La incógnita se le hace evidente cuando ―como dice― le pregunta a su
hermana acerca de este hecho, y ésta le responde que lo que le ocurrió no estaba
dirigido a ella, sino que se lo tenían dedicado a otra persona.
Tal es la forma que le dio la hermana a este suceso. Ahora bien, notamos dos
cosas en esta respuesta que inquietan al sujeto: por una parte, lo sexual, a lo que la
hermana le resta total importancia; y en segundo término, la forma de la respuesta, al
decir que se lo “tenían” dedicado a otra persona.
En ese “tenían” queda promovido el contenido persecutorio que organizará más
tarde. Dice ella: “...Escribía poemas delirantes”.
Sin embargo, la importancia de la violación de su hermana estaba dada por la
repercusión que tuvo en su madre, que fue internada en una clínica psiquiátrica para su
tratamiento, luego del hecho.
126
Cuatro años antes ―cuando tenía 12― se habían separado sus padres, por lo que
ella y su hermana habían quedado a cargo de sus abuelos maternos.
Es en este momento cuando toma a su abuelo como la figura paterna. Así lo
expresa: “Mis padres se separaron cuando yo tenía 12 años, estaba estudiando inglés, y
nos fuimos con los abuelos maternos. Yo iba a misa con mi abuelo, pero eso para sentir
su presencia”.
Esto combinaba perfectamente con lo que llama la “ausencia de su padre”, desde
siempre. Y aún más a partir de la separación. Dice: “Mi padre es un gran NN, me faltó
desde la infancia”.
En su adolescencia, esta combinación entre la ausencia de su padre y la figura
paterna encontrada en su abuelo comienza su desacoplamiento, ya que se produce la
caída económica de su abuelo que le hace perder consistencia como figura, debiendo la
paciente ir en búsqueda de la figura paterna a partir de otros parámetros ―que
encontrará en los resabios de su padre―. Lo dice de esta manera: “En la adolescencia
dejé la religión, y Charly García me dedicó un disco. Me puse de redactora de un revista
de rock, y me enamoré de Spinetta”.
Frente a esto surge de inmediato una pregunta: ¿qué puede tomar de su padre,
para orientar sus acciones? Es decir, ¿de qué rasgo paterno puede servirse para este
proceso? Lo encontramos en sus dichos:
Mi padre era una persona ausente, estuvo hasta mis 2 años. Yo quería mucho a mi
abuelo, era una persona muy considerada, religiosa...”.
Mi padre era un playboy, salía en las revistas, muy considerado en el arte. Era muy
conservador, era como un enigma para mí. Muy considerado, pero a la vez tenía algo
desconocido: era mi padre, pero a la vez no lo era. Yo rechazo la raza judía de mi padre,
además se juntó y tuvo una nueva hija.
Mi padre es músico folklórico, estudiaba derecho, estaba en política, bohemio, le
gustaba el cine, y yo recibí frialdad...
Es de estos resabios de su padre, entonces, que se sostiene para concurrir al
encuentro de una nueva figura paterna: por un lado su inclinación al arte y a la música, y
por otro “algo desconocido que tenía”, tal como lo dice.
El segundo momento de crisis ―según relata― es a los 27 años, en oportunidad
de un noviazgo. Aquí la paciente queda confrontada con el tema de la existencia, ya que
127
comienza a vacilar lo que hasta allí había sido un sostén muy grande en su vida, para
explicarla: el tema religioso, que se constituía para ella en una filosofía de vida.
Tema que a su vez había tomado del abuelo, y que al entrar éste en una fuerte
caída económica, caía también esta forma ideal de vida que encarnaba.
Toma entonces la forma de su padre: la música, el arte, la bohemia. Dice ella:
“Yo soy católica, y mi pareja me dice que el psicoanálisis es anormal, y que uno se
construye a partir de uno mismo; el cura me dice en confesión que voy a construir un
mundo sin Dios”. Luego continúa hablando de su ser: “Yo soy estudiante de filosofía, y
somos escépticos en esto; a mí me interesan los griegos por el deseo...”.
En ese encuentro con la palabra de su pareja está contenido el debate en el que
ingresa acerca de la existencia, en su vertiente filosófica: “construir un mundo a partir
de uno mismo”; sobresellada por las palabras del sacerdote, quien le dice “construir un
mundo sin Dios”. Vacila de esta manera su filosofía de vida apoyada en el abuelo, y
más tarde en algunos resabios de su padre.
Cobra valor, sin embargo, lo que llama “filosofía de vida”, a pesar del momento
de crisis.
A los 33 años, la crisis merece ser tratada con una internación, ya que lo que ha
vacilado nuevamente ha sido este entrecruzamiento de los ejes de la existencia y la
sexualidad, sostenidos en una filosofía, en “construir un mundo” a partir de ella misma,
o sin Dios, pero construirlo. A partir de esto se presentan sucesos ―exteriores a ella―
en los que indirectamente tiene participación. Aparece la filmación de una película
sobre su vida “sin haber sido consultada”, que desencadena una fuerte crisis.
En esta crisis retorna ―en forma desordenada― a los resabios de su
adolescencia, de la música, del enamoramiento de un rockero y la revista de rock, con
los que en aquel momento sí podía ordenar su vida. En esa oportunidad se le
presentaron fenómenos de todo tipo: en sus encuentros con otras personas, recurriendo a
los valores de su abuelo, a los rasgos de su padre, a su madre, al músico rockero, etc.
Cuatro años más tarde se produce una nueva crisis que requiere una última
internación, a partir del abandono del tratamiento que llevaba entonces.
Es allí cuando comienza el tratamiento psicoanalítico en forma sistematizada,
que le proporciona efectos a corto plazo.
Entre estos efectos podemos mencionar el más sólido, hasta el momento, que
128
tiene relación con la construcción de un mundo, que alcanza el valor de una filosofía de
vida. Lo enuncia cuando habla de su familia en la actualidad:
Mi familia está constituida por mi madre, que se halla internada en un geriátrico en
Cosquín, y mi hermana, que es licenciada en pintura, y también reside en Cosquín. Pero
en realidad la que me ayuda económicamente en esta tarea de vivir es una tía (hermana
de mi madre), que dice quererme como una hija.
Mi padre murió hace unos años (tuvo un infarto), pero nos abandonó cuando mi
hermana menor tenía dos años, y nunca se hizo cargo ni económica ni afectivamente de
nosotras (mi madre, mi hermana y yo).
Así es que aparecen en nuestras vidas esta legión de tías, y en algunos casos primos que
nos apoyan y ayudan (incluidos mis abuelos maternos, cuando vivían).
También habla de su enfermedad en la actualidad:
Pienso que mi enfermedad deviene de una pluralidad de causas convergentes
(biológicas, psicológicas, sociales y culturales). Es una enfermedad difícil porque ataca
el sistema nervioso, que es el que comanda la vida del hombre. Por lo tanto, perder la
razón o la conciencia es perder el timón de la nave, y quedar a merced de la tormenta.
Pero creo que existe en el hombre algo del orden psicológico, o anímico, lo espiritual,
que no es reductible a lo biológico, si bien interactúa permanentemente con ello. Y esto,
que constituye la identidad más profunda del sujeto, debe ser el blanco de la terapia. El
yo, en estas enfermedades, puede llegar a desaparecer, y es lo que hay que reconstituir,
reforzar.
Entra, entonces, de lleno en la filosofía de vida:
El hombre no es objeto, por eso la ciencia nunca curará por sí sola estas enfermedades.
El hombre es sujeto, subjetividad; las patologías surgen de un desorden o lesión de la
subjetividad. Creo que si el paciente puede comprender que está enfermo y que necesita
ayuda (no interrumpir el tratamiento farmacológico, acudir con la periodicidad
convenida a las sesiones terapéuticas), en definitiva, ser dócil al tratamiento indicado,
hay grandes posibilidades de recuperación, y puede llegar a hacerse una vida bastante
normal. Pero para ello es necesario abandonar el lugar de la omnipotencia, de Dios en
que la psicosis lo suele poner.
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Una filosofía sobre el ser o sobre la existencia, sintetizada en este “ser dócil”.
A modo de síntesis
Se trata de un sujeto que desencadena su enfermedad en la adolescencia, habiendo
apelado a distintas respuestas frente al enigma que se le presenta en ese momento de su
vida respecto de su existencia, entrecruzado con el tema de la sexualidad.
De la conjunción entre su madre (una persona exigente, que no es capaz de
retener un hombre, que nunca más forma una pareja ―la cuestión de la posición
sexuada―, que ha quedado retenida en la relación de sobreprotección que su padre tenía
hacia ella), su padre ausente (aunque con resabios de algo desconocido) y rasgos que no
alcanzan a constituirse en atrayentes para la madre de la paciente, es que surge la
“lesión” de su yo.
Lesión que toma la forma ―a partir de sus estudios en filosofía― de una
filosofía sobre la existencia, sobre un ser existente. Estudios que finalizó y que hoy lleva
adelante con tareas inherentes a su título de Licenciada en Filosofía.
Asimismo, su principal filosofía de hoy es la filosofía de vida, que ya enuncia en
sus primeras crisis, y que en la actualidad la encuentra con las herramientas intelectuales
para sus posibilidades concretas, como ella dice: “...en esta difícil tarea de vivir”.
El caso “LS”
Se trata de un sujeto femenino que produce su consulta a los 16 años, y que lleva 10
años de tratamiento ininterrumpido desde ese momento, siempre en forma ambulatoria,
combinando el nivel psicoterapéutico ―que ha realizado en forma continuada― con el
nivel psicofarmacológico en dosis mínimas.
Al momento de la consulta, a los 16 años, concurre acompañada por su madre.
Dice la paciente:
130
Se me va la vista y la mano es como ida también, desde que empecé hace 5 semanas,
más o menos. Estaba estudiando para una evaluación y se me cansó la vista, con dolor
de cabeza. Fue como si se acalambrara: se pone dura, como si hubiera forzado la vista.
Era una evaluación de historia. Luego se me pasó, pero me di cuenta que para leer tenía
la letra media vaga. Siento un vaivén cuando me quiero bañar. Yo me baño con ollas de
agua; es un poco cerrado, tengo esa inestabilidad cuando me voy a bañar, es cuando más
lo noto.
Me veía medio gorda, he estado mucho con dieta, me he dado cuenta que no me hace
bajar tanto de peso, me doy cuenta ahora.
Bajé de peso, me noto más delgada, creo que he cambiado, me quedo un poco más, la
acompaño más a mi mamá.
Ahora me he dado cuenta que me miro el cuerpo; es lo que tiene esta enfermedad ahora,
y no que me fijaba solamente en mi cuerpo.
Yo venía a veces cansada del colegio. Nos unieron a los dos terceros, y yo no tenía
lugar. Yo antes era chistosa. Decidí dejar el colegio y empezar el año que viene.
Continúa hablando inmediatamente como aclaración del problema de vista.
Respecto a la significación que le da, dice lo siguiente:
El problema de la vista me tiene mal, se me para la vista hace 8 semanas. La vista se me
cansó cuando estaba estudiando historia.
Yo uso lentes desde los 5 años; le tenía miedo a las cosas, yo estaba leyendo mucho
últimamente, pero no estoy para ir al colegio. El ojo es la vista, el ver es la pupila. Ese
vaivén, se me ha ido la vista, es lo que sigue, como si estuviera dura, cansada. Dura, se
me acalambra, como que no quisiera seguir viendo. Yo quería hacerme ver de la vista,
de la nariz. Vi una mujer con epilepsia, una Doctora que no la podía contener; era
gorda, algo le pasaba. Cuando veo esas cosas me deprimo.
Habla, asimismo, de la relación con su padre y su madre:
No me puedo despegar de mi mamá. Yo lo iba a ver a mi padre en colectivo: me animé.
Cuanto menos lo vea mejor, porque cuando lo veo me quedo traumada.
Lo veo como a una persona que está medio perdida; cuando lo veo me confunde, no sé
cómo tomarlo, no sé si quererlo o si no quererlo.
131
Habla también de la relación con el tiempo, cuando afirma que sus días son más
cortos que las noches: “Los días a mí se me acortan; las noches son largas, siento que el
día se me acorta, ya a las 6 de la tarde...”. Cuando habla de los condicionantes de la
crisis se refiere al colegio, y a lo que le produjeron los cambios introducidos en él: “Fui
a visitar a los chicos al colegio. Me dijeron que les daban mucho de estudiar, como si
fueran a la facultad. Fui al colegio, quería estar con los chicos, tengo miedo de que no
me dé. Me agarró la angustia, rompí un vidrio, aunque el vidrio ya estaba roto. Ya lo
han cambiado”.
En otro orden, habla de su ambiente familiar, también como factor que intervino
en la producción de la crisis. Dice: “Yo me crié en ambiente de grandes. Si yo me
quiero independizar me cuesta mucho, es como si me fuera a pasar algo; no me siento
segura de salir, que me pise un auto o que un hombre quiera abusar de mí”.
A partir de allí incluye un factor respecto de la relación con el otro sexo.
Comenta:
Se trata de un profesor del grupo de confirmación. Me levantó la nota de la prueba; un
día después de una prueba le hicieron preguntas y él dijo que me preguntaran a mí. No
sé por qué hizo eso, si yo no sabía de la prueba. Ese mes tenía que hacer la
confirmación, me enfermé de gastritis, y yo ese día quería salir a bailar y se me pinchó
el globo.
Habla, además, de los factores que intervinieron en la producción de su crisis:
Tengo síntomas depresivos, ansiedad, todo lo veo mal, no veo la luz de nada, encerrada
en algo, todo negro, barullo, muy cerrada, no quiero salir, mi padre me decía “buscá,
buscá”. Escucho barullo, barullo con chillidos, muy atormentada.
A los 15 años caí en cama, dieta, bajón de presión sanguínea, se me movía el piso, yo
estaba en la escuela, ya menstruaba en 7º grado, estudiaba mucho, pero en 1º y 2º año
me llevé materias; pasé para el otro lado, me empecé a obsesionar, tenía problemas
alimentarios.
A los 15 años, en septiembre, fui a un retiro espiritual. Yo comí, cenábamos, llegué a
pesar 58 kilos. En el verano, dieta forzada, quería provocar el vómito y no salía, chicles
laxantes, comía de a dos.
A continuación habla de la relación con el cuerpo:
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Siento mucha bronca, veo cuerpitos, y no sé como llegar a eso. Son más flacas que yo.
Me privo bastante. Es un tormento esa sensación fea de que estaría por explotar, con
que mi cuerpo fuera a explotar, mi mente no da más.
No puedo dominar la mente, es como si se paralizara, como si la razón no existiera, me
siento muerta. Es como si viniera una fuerza de arriba, como si no es de uno, como si yo
estoy cayendo, tengo miedo. Hace que yo me enoje por cualquier cosa; cualquier cosa
que dice y hace mi madre me pone con bronca. Ella está ciega por mi hermano.
Se paraliza la mente, no la puedo dominar; antes me enceguecía por la comida, me
pongo ciega ahora.
De inmediato habla sobre la relación con su abuelo: “Se murió mi abuelo, era tan
grande para mí; yo dije que me iba a morir con él, yo no valoro lo que tengo al lado”.
La historia de una enfermedad
Comienza en el tercer año del colegio secundario, a los 15 años, con problemas de
conducta, desequilibrios y agresividad, especialmente hacia su madre. Conductas
alimentarias desordenadas, dietas extremas con decaimiento, tendencia a quedarse en la
cama. Dice ella: “Me veía rara. Busco la cama”.
Ese mismo año falleció su abuelo, y según dice reaccionó recién meses después.
Lo dice así: “Reaccioné a los meses, era con quien más hablaba”.
Cuando ella concurría a sexto grado ―a los 12 años― se separaron sus padres.
Su padre se fue de la casa porque ―según dice― tomaba. Tiene un hermano tres años
menor que ella, que es discapacitado motriz y psíquico (parálisis cerebral). El año
anterior a la crisis, este hermano dejó de concurrir al colegio en el que estaba internado,
quedándose en su casa, lo que cambió la vida de la familia. Dice: “Mi hermano ya no
iba a la escuela, eso me cambió mi vida”.
133
La relación con la comida
Desde niña mantiene una relación particular con la comida. Ella lo expresa de la
siguiente manera: “Muy gorda, fui muy gorda, siempre fui muy gorda, demasiado
gorda, de mucho comer”.
A los 7 años, luego de tener hepatitis de tipo A, comienza con una dieta estricta,
indicada por su médico y controlada por su madre.
En séptimo grado volvió a engordar, reiniciado una dieta que controló ella
misma. Es la misma dieta que continúa haciendo en la actualidad.
Sin embargo, alterna con períodos de alimentación excesiva y desordenada, tal
como lo dice:
Me como todo, lo relaciono con el trabajo. Mi madre me dice que no me ilusione tanto;
con la comida me pongo ciega, me desquito todo ahí.
Hago dieta muy estricta. Como chicles laxantes para ir de cuerpo; no me sale el vómito;
hoy tomo sopa sola, debo empezar de nuevo a comer bien, sin pasarme.
Desde que fui al retiro espiritual en septiembre engordé mucho: comía pan con manteca,
comía los chicles, pero no me hacían efecto. Todo se acentuó en las vacaciones, porque
no salía a ningún lado, ni a casa de mis amigas. Soy muy de encerrarme; los de
alrededor me salen con que mi madre no toma conciencia que estoy mal; yo me siento
enferma, no es normal lo que hago, como poquito, como y como mucho, y aunque esté
saciada sigo comiendo, y como por demás.
La relación con la sexualidad
Comienza a hablar de la sexualidad en un anudamiento entre algunos síntomas y la
relación de su madre con una pareja. Dice sufrir ataques de nervios, que descarga con su
madre. Comenta:
Ataques de nervios muy fuertes, contra mi madre, vuelvo a la infancia, parezco una
nena de 5 años, no tengo ganas de higienizarme; lo hago por obligación. Mi mamá tiene
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una pareja, un amigo. Ella no lo define bien; yo no creo mucho en la amistad. A ese tipo
nunca lo tragué, es muy agrandado. Yo siempre lo voy a estar queriendo a mi padre, sea
como sea.
Continúa hablando en la intersección del sexo con la comida: “Descargar los
nervios sobre la comida, comía, comía, comía y no pensaba antes; ahora caigo en la
depresión y no paro. Como poco y no puedo ver chicas flacas, que comen de todo. Me
deprime”.
Habla también de su relación con los hombres, sobre cómo han sido las
oportunidades en que ha tenido que enfrentarse con alguien del sexo opuesto:
Me decidí y hablé, me dijo que quería tener una charla intensa conmigo; eso me
confundió, yo le manifesté lo que sentía y la respuesta fue no, y las cosas no cambiaron.
Yo quería salir con él. Fue un monólogo, porque no podía estar con él.
Yo entendí lo de “intensa” como transar conmigo. Mi madre dice que si la respuesta es
no, para qué querés seguir regalándote. Mi prima, en cambio, es más impulsiva: no para
hasta sacarle el sí.
Me sentí mal, como si lo que me hubieran dicho no pudiera aceptarlo, como si no lo
pudiera creer. Él no cree todo lo que yo siento por él.
Es difícil, porque a mi me gustaría decirle que lo que siento es verdadero; me hubiera
gustado decirle un montón de cosas. Estoy muy expuesta, si la otra vez quedé
descolgada, sentía como si saliera sangre de adentro, como si me hubieran clavado un
puñal.
Agrega respecto de la opinión de su madre:
Me estoy comportando muy mal en mi casa, estaba muy rebelde. Estaba haciendo dieta,
me puse más mala, me pasaban cosas con esta persona; no es que estaba regalada, mi
madre me dice que me va a querer para transar, como una loquita, para pasar el rato,
pasar el tiempo.
Formula inmediatamente el enlace con la comida:
Me veo gorda, los lentes son la traba más grande; si me ven los lentes no creo que
alguien me quiera. Si veo un chico con lentes no lo acepto. Es la moda: los sentimientos
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no importan, es la figura, es un desastre, no me quiero, la panza, tengo mucha panza.
Luego se refiere a los hombres: “Tomo a ellos como si ellos tuvieran la culpa.
Hasta él tiene la culpa, pero no, porque fui yo la que me ilusioné. Por último, una
palabra en referencia a su padre: “Él está pero no está, estoy por averiguar de mi papá,
no sé si me conviene. Él ha venido a verme, pero de visita de novio, no como padre.
El Otro
El nacimiento de su hermano con discapacidades muy severas fue un detonante
permanente en el funcionamiento familiar, es decir, en las relaciones establecidas entre
sus padres, su hermano y ella. Dice de su hermano: “Al principio lo trataba bien, lo
quería; él no soporta que le hablemos en voz alta, es como si nos peleáramos. Esto me
produce angustia, como un odio adentro mío”.
Continúa hablando esa relación:
Me asusto de no ver. Nosotros dejamos la luz prendida y ya me acostumbré, sentía
miedo de quedarme ciega, porque mi hermano me tiró un chupetín en el ojo y el lente se
rompió y entró al ojo... Mi hermano tiene más miopía que yo. A mi abuela paterna
siempre la vi con lentes.
Cuando nació mi hermano yo estaba contenta, no sabía que estaba mal. Yo juego pero
no lo puedo dominar, no me hace caso.
De la relación con su padre dice lo siguiente:
Mi papá no me llama, me parece que usa algo para no oírme a mí. Me pone mal cuando
propone algo y no cumple. Mi papá se aprovecha de quien quiere, cuando viene a mi
casa. No sé lo que quiere, yo creo que él sí quiere a mi hermano. Yo me tomo muy a
pecho cosas que no son; creo que podemos estar juntos, y no es. Mi papá la pasa de
diez, y yo quedo tirada. Cuando mi papá me llama me descoloca. Yo soy caprichosa
porque no creo que me haya ido así. Cuando mi tío me dice que va, yo me siento bien,
porque creo que podemos estar todos juntos.
136
Continúa hablando de su padre, pero en relación al profesor que dice tiene
interés en ella: “Quisiera acercarme a mi padre; tengo este profe, se me mezclan los
sentimientos, no sé si me refugiaba en esta persona porque se estaba muriendo mi
abuelo. Fui más compinche de mi abuelo, de mi padre, de los varones”.
En ese sentido, refiere de inmediato lo que a ella le produce la relación con su
padre, y el modo en que su madre interviene en esa relación. Dice:
Ella hace todo el orden de captura hacia mi padre, por su abandono de la cuota
alimentaria; no sé si me haría bien verlo; voy a lo de mi tía para preguntarle por mi
padre y ella me dice “no sé nada de tu padre”. Es la hermana de él. Él a mi me quiso, no
puedo entender que pueda estar tan alejado de mí.
Vengo sufriendo con mis padres desde los 10 años. Si traía una mala nota me ligaba el
cinto; me tenía que ir al garaje. Yo siento que lo necesito, no sé si buscarlo u olvidarlo.
Sobre uno de esos períodos en que su padre desaparece totalmente, agrega lo
siguiente: “Mi padre entró como pancho por su casa, en la casa de una tía materna. Se
puso a jugar a las cartas, dijo que estaba en General Mosconi. Es como si se estuviera
riéndose de mí, mintió, dijo que él había venido a casa, que estaba consiguiendo un
permiso para venir a vernos”.
La paciente vive en la casa con su madre, su hermano ―cuando no está
internado― y su abuela materna.
La madre de la paciente dice que “LS” es una chica complicada y difícil,
autoritaria. Se ha divorciado de su marido cuando la paciente tenía 12 años, en el
momento en que éste comenzaba a beber con frecuencia. Esto comenzó a partir del
nacimiento de su segundo hijo, que sufre problemas motrices y de retraso mental por
problemas al momento del parto.
La madre dice que le pidió a su marido que se fuera de la casa. De su hija agrega
que en los primeros años de vida era alegre y pachorrienta, incluso hasta en el jardín de
infantes. Del nacimiento de su hijo con retraso, dice haber sido una decisión compartida
con su marido.
Al hablar de su madre, LS afirma que no es expresiva; que para cualquier cosa
se afirma en ella como la conductora del hogar. Respecto de la relación con ella dice:
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Como, como mucho, es algo avasallante, me descargo ahí, necesito más afecto de ella,
no se lo puedo demostrar y lo estoy necesitando, le demuestro agresividad; cada
problema es la comida o es la agresividad: en lugar de romper algo, como.
Siempre tengo que estar peleada con alguien, o con mi madre o con mi abuela. Cuando
no está mi madre, la empiezo a extrañar.
El análisis del caso
En el desencadenamiento de la enfermedad de este sujeto podemos distinguir
claramente los momentos previos de preparación de la crisis, así como los factores que
intervinieron luego. Es así que un año antes de desencadenarse la crisis, cuando tenía
15, comienza una secuencia francamente sintomática a partir de la concurrencia a un
retiro espiritual en el que come sin control. Dice la paciente: “A los 15 años, en
septiembre, fui un retiro espiritual; yo comí, cenábamos, llegué a pesar 58 kg.”.
Continúa luego con el relato de la secuencia: “...En el verano dieta forzada,
quería provocar el vómito y no salía, chicles laxantes, comía de a dos”.
Los factores que intervinieron en el desencadenamiento fueron los siguientes:
a) Los cambios ocurridos en el colegio, con la consecuente pérdida del lugar,
hecho que a ella le genera la representación de su existencia en el mundo y su
justificación. Dice la paciente: “Yo venía a veces cansada del colegio, nos unieron a los
dos terceros, y yo no tenía lugar. Yo antes era chistosa. Decidí dejar el colegio y
empezar el año que viene”.
Es aquí cuando ocurre el adosamiento, en sus dichos, de los cambios producidos
en el colegio con lo que ella llama “la pérdida del lugar”, para deducir de ello su lugar
de no existencia. Cuando dice que no tenía lugar, y que antes ella era chistosa, de
inmediato aparece el verbo ser en su enunciación, para decir que dejaba de ser.
b) La muerte de su abuelo, que la remite rápidamente a su propia muerte a partir
de la relación que mantenía con él, para deslizarse a su nacimiento y lo que piensa de
esto. Dice: “Se murió mi abuelo. Era tan grande para mí; yo dije que me iba a morir con
él, yo no valoro lo que tengo al lado”.
Respecto de su nacimiento, en el que ya comienza el problema de su existencia,
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agrega: “Yo siento que nací en una oficina. No se definir cómo es mi vida”. “No puedo
dominar la mente, es como si se paralizara, como si la razón no existiera, me siento
muerta”. Es entonces cuando comienza el drama de su existencia, a partir del momento
de su nacimiento; es decir, el drama de explicar su lugar en el mundo.
También se deduce de este pasaje el desapego o, mejor dicho, la pérdida del
sentimiento de la vida que invade a este sujeto —a los sujetos psicóticos en general—, y
que se traduce en su sufrimiento.
c) El reingreso de su hermano a su casa. Ha ocurrido, para el momento del
desencadenamiento, el reingreso de su hermano en la casa, a partir de que ya no fuera
recibido en la internación que habitualmente era su lugar de residencia. Este hecho
retrotrajo a la paciente a la relación con este hermano discapacitado, que lleva desde su
infancia la atención y mirada de su madre; mirada que queda cegada para ella. Dice la
paciente: “Al principio lo trataba bien, lo quería. Él no soporta que le hablen en voz alta,
es como si nos peleáramos. Esto me produce angustia, como un odio adentro mío”.
Continúa, luego, refiriéndose al momento del nacimiento de su hermano:
“Cuando nació mi hermano yo estaba contenta, no sabía que estaba mal. Yo juego pero
no lo puedo dominar, no me hace caso”.
Seguidamente, respecto de esta relación, aparece una de las causas de sus
síntomas en la mirada. Dice:
Me asusto de no ver. Nosotros dejamos la luz prendida y ya me acostumbré, sentía
miedo de quedarme ciega, porque mi hermano me tiró un chupetín en el ojo, y el lente
se rompió y entró en el ojo... Mi hermano tiene más miopía que yo. A mi abuela paterna
siempre la vi con lentes.
d) La sexualidad. Representada en el incidente con el profesor, quien tiene una
actitud condescendiente hacia la paciente que ella interpreta como una actitud interesada
desde el punto de vista sexual, a partir de las palabras de su madre. Dice:
Se trata de un profesor del grupo de confirmación. Me levantó la nota de la prueba, un
día después de la prueba le hicieron preguntas y él dijo que me preguntaran a mí. No sé
por qué hizo eso, si yo no sabía de la prueba. Ese mes tenía que hacer la confirmación,
me enfermé de gastritis, y yo ese día quería salir a bailar y se me pinchó el globo.
139
Luego expone su interpretación de ese encuentro con el profesor: “Me decidí y
hablé; me dijo que quería tener una charla intensa conmigo. Eso me confundió, yo le
manifesté lo que sentía y la respuesta fue no, y las cosas no cambiaron. Yo quería salir
con él. Fue un monólogo porque no podía estar con él”.
Es a continuación de esto último que se presenta la palabra de su madre, para
dar algún sentido al hecho del encuentro con un hombre. Dice ella:
Yo entendí lo de intensa como transar conmigo. Mi madre dice que si la respuesta es no,
para que querés seguir regalándote. Mi prima, en cambio, es más impulsiva, no para
hasta no sacarle el sí.
Me estoy comportando muy mal en mi casa, estaba muy rebelde. Estaba haciendo dieta,
me puse mala, me pasaban cosas con esta persona. No es que estaba regalada: mi madre
me dice que me va a querer para transar, como una loquita, para pasar el rato, pasar el
tiempo.
Se pueden observar en el sujeto las respuestas que ha ensayado a lo largo de su
vida y, podría decirse, antes de iniciarla, sobre las dos cuestiones fundamentales del ser
humano: la existencia y el sexo. Cuestiones que encuentra en su entrecruzamiento y le
producen el desencadenamiento de su enfermedad.
Desde el momento de su nacimiento lucha para dar significación a su vida, tal
como dice que siente que “nació en una oficina”; lo que ya denota la relación con sus
padres, esto es, cómo encarnaron sus padres la función por la que estaban para ella. En
el caso de la madre, dedicada a partir de sus 3 años a su hermano discapacitado, sin
tener una mirada hacia ella.
Es a partir de esto último, de esta falta de mirada como rasgo de la familia
materna —la miopía de las mujeres, muy notoria en su abuela, pero a su vez uno de los
déficit de su hermano, casi ciego, que llama la dedicación de su madre— que aparecen
sus síntomas en la visión al momento de la crisis.
En lo que concierne a su padre, totalmente ausente aún en el momento actual, la
paciente duda de su presencia. Un padre que demuestra flaquezas en su función al
momento del nacimiento de su hermano, cuando se entrega a la bebida en forma
descontrolada y motiva la separación de su esposa.
140
De la unión de estos padres es que deducimos la consecuencia en ella de la
justificación de su existencia. Pero, al mismo tiempo, es de estos padres de quienes
toma algunos rasgos para dar sentido a su presencia en el mundo: por ejemplo, el hecho
de tomar de su padre una manera de rescatar la función paterna. Ella dice respecto de su
actitud con el sexo opuesto: “Tomo a ellos como si ellos tuvieran la culpa...”, o cuando
se refiere a la pareja de su madre: “Mi mamá tiene una pareja, un amigo. Ella no lo
define bien; yo no creo mucho en la amistad, a ese tipo nunca lo tragué, es muy
agrandado...”.
También obtiene de su padre el calificativo de la acción del verbo “tomar”,
cuando dice que tomaba “descontroladamente”. Este descontrol es el que ella sufre con
la comida.
A partir de lo anterior, es que podemos hablar del intento que hace por generar
una suplencia a la ausencia de su padre —o mejor dicho, a la ausencia de función
paterna—, y por tanto justificar su existencia, crearse un lugar en el mundo desde el
cual interactuar con los demás.
El eje de la sexualidad —la segunda pregunta a la que responde este sujeto—, si
bien en sus dichos aparecen ambas cuestiones fusionadas, aparece también fallado por
dos razones. O, dicho de otro modo, en dos momentos de su vida encontramos su falla.
La cuestión de la feminidad, a la que quiere dar respuesta, la encontramos en las
actitudes de su madre. En el (primer) momento en que ella ingresa a las relaciones
grupales, sociales —edad del jardín de infantes—, la madre ciega su mirada hacia ella y
se dedica a su hermano definitivamente.
El segundo momento lo encontramos cuando concurre al séptimo grado,
momento en que decide retomar una dieta estricta por sí misma. Esta dieta cuenta con el
antecedente de otra realizada a los 7 años, posterior a una hepatitis viral, que debió
llevarla a cabo con la orden del médico y control de su madre.
Cuando se refiere a este segundo momento —en que reingresa al mundo social a
partir de su contacto con el sexo opuesto—, ella misma entrecruza la sexualidad con el
tema de la alimentación. Dice:
(...) A los 15 años caí en cama, dieta, bajón de presión sanguínea, se me movía el piso,
yo estaba en la escuela, ya menstruaba en séptimo grado, estudiaba mucho, pero en 1º
año y 2º año me llevé materias, pasé para el otro lado, me empecé a obsesionar, tenía
problemas alimentarios.
141
Es el momento del fallo de la función de sus padres, momento en el que —al
decir de Lacan— una segunda oleada de represión debe advenir para que la niña
encuentre su lugar de mujer, en relación con el sexo opuesto.
Pero esta niña —nuestra sujeto—, en este caso sólo encuentra en su madre una
respuesta ambigua respecto de su feminidad, demostrada en los dos casos: por un lado,
en la pareja con el padre de la paciente, sin mirada para éste por la dedicación a su hijo;
y en el segundo caso, respecto de su pareja actual, del que la paciente dice que “no sabe
definir”: “Mi mamá tiene una pareja, una amigo. Ella no lo define bien...”.
Este sujeto proviene de una familia mayoritariamente de mujeres: su abuela, su
madre, con gran peso; familia en que los hombres son poco tenidos en cuenta —poco
mirados como hombres, como es el caso de su padre— o que mueren, como en el caso
de su abuelo, con quien llevaba una relación muy cercana.
A su vez estos hombres desfallecen al momento de ejercer la función de
paternidad, con lo que desfallece la posibilidad de alguna identificación ordenadora de
la identidad de este sujeto, que queda a la deriva de encontrar —de crear por ella
misma— una forma suplente de función paterna, lo que encuentra siempre una forma
sintomática. En algunos casos, como los de crisis, francamente sintomática; en otros
casos, con un síntoma funcionando como pacificador y estabilizador.
Esto último es lo que encontramos en la paciente dentro de lo que llama “su
búsqueda”, y que toma —una vez más— en un nuevo y más fructífero rescate de la
función paterna.
Dice en el momento de la consulta, cuando habla de sus síntomas: “Tengo
síntomas depresivos, ansiedad, todo lo veo mal, no veo la luz de nada, encerrada en
algo, todo negro, barullo, muy cerrada, no quiero salir, mi padre me decía ‘buscá,
buscá...’”.
¿Dónde encuentra esta paciente su búsqueda, que queda reflejada en sus
acciones?
Esta búsqueda se la puede encontrar en diversos momentos de su discurso, a lo
largo del tratamiento, y en diferentes formas. Desde la búsqueda de su padre, la
búsqueda de hombres, la búsqueda de Dios, la búsqueda de trabajo y, finalmente, la
búsqueda de la soledad.
142
Respecto de la búsqueda de su padre —y del resquemor que ésta le produce—
dice lo siguiente:
Mi madre está por averiguar algo de mi padre. No sé si me conviene; cuando el ha
venido, vino como visita de novio, no como padre, no sé si será un aliento encontrarme
con él. No sé si me haría bien verlo, si yo gasto 5 pesos hasta la casa de mi tía, la
hermana, para que me diga que no sabe nada de él.
Él a mí me quiso, no puedo entender por qué puede estar tan alejado de mí.
Respecto a la búsqueda de los hombres, en cada momento de encuentro con
algún representante del sexo opuesto, ella dice: “Quiero acercarme a mi padre, tengo
este profe, se me mezclan los sentimientos, no sé si me refugié en esta persona porque
justo se estaba muriendo mi abuelo. El profesor de confirmación… se me hizo claro que
él sentía algo por mí, pero no me dijo...”.
En otro momento, en el que la paciente está en el colectivo, se produce un
fenómeno semejante: “Es raro lo que me está pasando, subí al colectivo y sentí que el
colectivero me miraba tres veces; yo me senté adelante y no me saludó: a veces me
equivoco”. Esto último refiere la manera de significar su encuentro con la mirada de un
hombre en forma interpretativa delirante, ya que se refiere a esa mirada aún con la duda
que ella misma contiene.
Ahora bien, respecto a la cuestión de Dios, la paciente lleva a cabo la búsqueda
por el doble camino de una relación directa hacia Él, en un primer momento, o bien
mediatizada por su intención de ser monja. Lo dice así:
...Mantenéte como te criaron, bien, algo de arriba, me dice, no estoy preparada para ser
madre, cocinar, criar chicos.
Él no me vio esta vez; muchas cosas se las atribuyo a Dios, muchos encuentros de mi
papá. Mi mamá estuvo averiguando que trabaja en una empresa; ojalá sea algo de Dios,
de encontrarlo. Esas cosas se las atribuyo a Dios, las relaciono de alguna forma. No sé si
Dios las pone en mi camino.
En relación a la posibilidad de ser monja, dice: “Tengo ganas de ir a hablar con
la monja en mi colegio; quiero estar con monjas”. O en otro momento: “Necesidad de
ser monja, hablé con una monja para hacer un retiro espiritual...”. “Soy muy fuerte
143
porque yo en esos momentos pienso en ser monja, me quiero ir a retiro espiritual,
alejarme...”.
Respecto a la búsqueda de trabajo, la paciente refiere lo siguiente cuando —a su
vez— habla de la relación con el profesor de confirmación:
El otro tema lo estoy asimilando, empecé a darme cuenta que me voy a perjudicar. Si
venía y quería algo lo iba a rechazar, y lo suplanté por la búsqueda de trabajo. Hice un
curso de operador de PC, dos veces por semana.
Quiero empezar Psicología, es difícil, es muy costoso, quiero ir formando un pozo que
me ayude a estudiar. Estudiar y trabajar.
Por último se refiere a la búsqueda de la soledad, que queda a la luz en distintos
pasajes de su relato. Este es, finalmente, el lugar de búsqueda que más la estabiliza.
Dice, por ejemplo, cuando habla de ser monja: “...Ese paso de poder cambiar de vida
así, poder ser monja sin los hábitos”.
En relación a su encuentro con el sexo opuesto: “no quiero buscarlo, porque va a
quedar descolgado. Si me dice algo yo no voy a aceptarlo, porque quiero estar sola, no
comer a nadie”.
Cuando se dedica, en última instancia, a hablar directamente de su soledad, lo
relata de esta manera: “A veces tengo miedo de equivocarme en la elección de ser
monja. Mi madre no me apoya. No sé cómo encaminar mi vida, si yo quiero estar con
Dios. Vivo en este estado de soledad hace mucho tiempo, y yo busco estar sola”.
Esta es la identificación que la estabiliza, la de la búsqueda, que le permite
lograr un lugar bastante más estable en su funcionamiento en el mundo: es decir, en su
relación con las demás personas y con ella misma. Pero esta última forma de
identificación está adjetivada por el secreto en que se sostiene, a mi entender, esta
estabilización. Y no es otro que la adjetivación de la soledad, la búsqueda de ésta. Es
una forma de nombrar su lugar en el mundo, que coincide con su segundo nombre.
144
A modo de síntesis
Un sujeto que desde muy temprano —desde su nacimiento—, comienza con su
problema de justificar la existencia. Problema que se entrecruza en sus dichos con la
cuestión de la sexualidad, por un lado, que aparece representada en objetos como la
mirada y lo oral, y con el descontrol de ambos, que no encuentran un ordenamiento por
la falta de efectos de la función paterna. Este descontrol parte de lo que se ha producido
en la unión entre sus padres, de la que se deduce una falta de función en la que el sujeto
pueda identificarse.
Es por esto último que va en su auxilio con identificaciones suplentes; desde la
vía sintomática hasta pasar por varios intentos para rescatar el ordenamiento paterno.
Este ordenamiento lo encuentra principalmente con la identificación al
funcionamiento de la soledad, de la búsqueda de una soledad en todos los rubros: en
relación al padre, en relación a Dios, en relación a los demás. Esta identificación
funciona como estabilizadora en la medida que el objetivo de la búsqueda es lo que la
nombra a ella, en su propio nombre (por ser su segundo nombre de pila).
El caso “AG”
Se trata de una mujer que actualmente tiene 59 años y que concurre a la consulta a los
41, en el momento de una crisis. A partir de eso, sostiene el tratamiento por un período
de 18 años, hasta hoy. El tratamiento es compartido entre lo psicoterapéutico y lo
psicofarmacológico, reducido este último a una mínima dosis.
Según relata en ese momento de la consulta, su primera crisis se produjo a los
21, al año siguiente de conocer a su marido. Dice: “Casarse no es todo color de rosa;
cuando se cae el pedestal del hombre, empiezan las preguntas. Él se portaba mal, por
eso no me iba a portar mal yo. Él se fue, quedé sola, hasta hoy que sigo así. Mi mamá
me decía ‘doña, busque un compañero para estar, no se puede estar sola’”.
145
Al llegar a la consulta, a los 41 años, habla de ella: “Yo soy muy tranquila hasta
cuando me alteran; tengo un carácter templado. Si me hacen renegar a veces grito, pero
siempre una puede ser callada”.
Luego habla de lo que le afecta en los momentos de crisis:
A veces hablo con Dios. Son momentos en los que hilvano cosas y nada más, yo soy
una iglesia en mí; en la iglesia yo encuentro la superación mía; fui criada durante 20
años en una escuela religiosa. Llegué a la Argentina y murió mi papá, entonces mi
mamá me puso en una escuela religiosa. Después me casé; una de mis hermanas estuvo
con problemas de cansancio, se cansaba y se iba.
Agrega respecto del comienzo de su enfermedad: “En el año 75, a raíz de los
militares, los secuestros y las matanzas, al lado de mi casa una chiquita se pega un tiro.
Mi marido trabajaba en una fábrica, y yo observaba que los policías traían cadenas”.
Respecto de su relación con la mujer vecina, comenta: “Comencé a enterarme,
en la hechicería, que la mujer del lado me había hecho un daño, y ese era el problema:
que los vecinos me hacían daño. Era gente de tendencias primitivas; yo sola me superé.
Que existe el mal es lógico, yo no puedo poner en mi mente otra cosa, me siento bien
con lo que yo he logrado”.
La historia de una enfermedad
Según relata la paciente, su primera crisis fue alrededor de los 20 años, antes de casarse,
cuando acababa de conocer a su marido. Agrega que en el momento de cada uno de sus
embarazos —en especial del primero— también sufrió síntomas, pero que en esos casos
no recurrió al tratamiento, como en la primera crisis.
A los 7 años fue internada por su madre en un colegio religioso, luego del
fallecimiento de su padre. Vivió en ese convento de hermanas franciscanas, como dice,
hasta que conoció al hombre con el que luego se casaría, como forma de salir del
convento.
La vida en el convento era exigente y dura, de mucha penitencia y sacrificio. Por
eso quería salir. Dice: “La vida en el convento es difícil, de sacrificio, las penitencias
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que hay que cumplir, estar de rodillas al mediodía...”. También se refiere a los
conocimientos que recibió en su estadía en el convento, que ella valora de manera
especial. Dice: “La iglesia da conocimiento; cuando la iglesia a uno no le da, uno busca
otra cosa, otro conocimiento...”. Quedan a la vista las razones para salir del convento, y
para trasladar su búsqueda a otro lugar del conocimiento.
Conoce así a quien sería su marido, pero al mismo tiempo comienza su
desacomodamiento respecto del sexo opuesto, lo que se traducirá en síntomas que
finalmente la llevaron a su primera gran crisis. Dice ella: “La armonía es para la familia,
la paz para uno, y el control mental para el interior”.
También habla de lo obtenido en el convento en relación al amor, si bien ya
enuncia algo de su pensamiento de lo que le sería propio: “El amor lo tenés, lo
transmitís, no todo se compra en la vida...”. Luego habla acerca de la forma en que se
adquiere lo que ha llamado “el conocimiento”, y del sentido que para ella adquiere: “A
través del sufrimiento, viene el conocimiento. Sufro por esto, sufro por aquello, sufro
por lo otro...”.
Inmediatamente después de esas palabras, en las que indica el modo propio de
obtener el conocimiento, habla del encuentro con el sexo opuesto. Dice: “Casarse no es
todo color de rosa. Cuando se cae el pedestal del hombre, empiezan las preguntas...”.
El Otro
Es interesante la vida familiar de la paciente, así como las relaciones que se fueron
dando entre los miembros de ésta, donde se han sumado lo azaroso, lo circunstancial y
la transmisión a partir de sus progenitores.
La paciente nació en Italia. Fue traída a la Argentina a los 7 años, por razones de
búsqueda de trabajo del padre, que vino primero al país para luego traer a su familia. Un
mes después de que el resto la familia llegara a la Argentina, el padre falleció por causa
de un accidente de autos, por lo que a partir de ese momento se jugó el destino de la
madre, de ella y de sus dos hermanos. Lo dice de esta manera:
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Primero vino mi padre, por trabajo. Después vinimos la familia. Al mes él murió en un
accidente de auto. Mi madre quedó sola, tuvo que trabajar para mantenernos; trabajaba
en el servicio doméstico, pero no le alcanzaba.
Entonces nos repartió. Mi hermano se fue a trabajar en relación de dependencia. A mí
me internó en un convento de las hermanas franciscanas. Soy una santa, y a mi hermana
menor la internó en un cardiológico, ya que ella tenía una enfermedad en el corazón.
A partir de allí va a referirse al marido y a su familia, es decir, a sus tres hijos y a
todo lo que debió trabajar para sostenerlos, siempre sola. Del marido dice: “Él se
portaba mal; salía con otras mujeres, por eso no me iba a portar mal yo, me quedé sola”.
Es aquí cuando cita las palabras de su madre respecto de ese “quedarse sola”, de la
siguiente forma: “Mi mamá me decía: ‘doña, busque un compañero para estar, no se
puede estar sola’”.
Luego realiza el comentario acerca del sufrimiento, en relación con las palabras
de la madre: “El sufrimiento lo va madurando, lo va puliendo; o sea, perder el tiempo
con un hombre, ¿para qué?”.
El análisis del caso
El análisis de este caso reposa sobre el ejercicio de un nombre, aunque sin la conclusión
definitiva de su adopción —es decir, el “nombrarse”—. Este sujeto se encuentra en la
práctica misma de lo que llama una “santidad”. Santidad que ella cita textualmente sólo
en una oportunidad, aunque enumera e interconecta detalladamente cada una de las
condiciones del ejercicio de tal santidad, según cada caso.
De esto deducimos la falencia en la formación del yo, mediante una
identificación formativa y constituyente; así como el arreglo de esta falla mediante su
correspondiente suplencia: en este caso, la práctica de las condiciones de una “santa”.
Entre estas condiciones se enumeran las siguientes: la soledad, el sacrificio, el
sufrimiento, el conocimiento y el amor.
Asimismo, en la descripción de estos factores se encuentran las coordenadas del
desencadenamiento, en cada una de las oportunidades en que ha ocurrido.
148
La primera de estas condiciones, la soledad, aparece en su discurso en forma
permanente. Se trata de un sujeto esencialmente solo, desde su niñez, ya que desde su
arribo al país la paciente fue dejada en el convento de las hermanas franciscanas para su
crianza; decisión que tomó su madre a raíz de la muerte del padre —redoblando tal
soledad. Dice de su padre: “Primero vino mi padre, por trabajo. Después vinimos la
familia. Después él murió en un accidente de auto”.
Aquí es cuando se encuentra sola respecto de la presencia de su padre, pero al
mismo tiempo sufre la pérdida de lo que ella llama la “armonía”. Lo dice de esta
manera: “la armonía es para la familia, la paz para uno, y el control mental para el
interior”.
Es esta la causa que le hizo salir del convento para poder casarse: para buscar
esa armonía que creía iba a encontrar en una familia.
Para que esta creencia tomara fuerza debió combinarse con otros factores: por
ejemplo, el de la penitencia, la vida de sacrificio dentro del convento. Lo relata de esta
manera: “La vida en el convento es difícil, de sacrificio; las penitencias que hay que
cumplir, estar de rodillas al mediodía...”.
Sin embargo, el desencuentro que se produce al momento de la salida del
convento es con otro de los factores enunciado en el análisis: el factor de lo que ella
llama “el conocimiento”. Esta búsqueda aparece en el momento en que el sacrificio se le
hace excesivo; un exceso que no puede metabolizar bajo los parámetros que hasta ese
momento sí le servían. Dice ella: “La iglesia da conocimiento. Cuando la iglesia a uno
no le da, uno busca otra cosa, otro conocimiento”.
Son estas las coordenadas que, al cruzarse y combinarse, desembocan en la
primera crisis de la paciente, cuando conoce a quien luego sería su marido. Estos
factores son: a) el exceso del sacrificio —o, mejor dicho, la pérdida del sentido que
daba a este sacrificio— y sufrimiento dentro del convento; b) la pérdida del “recibir”
conocimiento de la iglesia, por lo que debió buscarlo en otro lado; y c) la búsqueda de la
armonía en la familia, armonía que en su caso había quedado en la familia desarmada a
partir de la muerte de su padre.
Este conocimiento, este retomar el sentido del sufrimiento y el reencuentro de la
armonía a través de la familia, le llevó a la salida del convento, mediante la unión con
su marido. Pero esta unión implicaba —como en cualquier caso— el encuentro con el
Otro sexo; sólo que para ella este encuentro desataba no sólo la pregunta sobre su
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feminidad, sino básicamente sobre su existencia como tal. Así lo expresa: “Casarse no
es todo color de rosa. Cuando se cae el pedestal del hombre, empiezan las preguntas...”.
Preguntas que, en su caso, no sólo se limitan a la cuestión del sexo, sino que
lleva a la paciente a preguntarse en forma directa por el sentido de su existencia, vía la
sexualidad, su ser de mujer. Es, justamente, por no poder responder a esta pregunta que
debe recurrir a mecanismos supletorios de respuesta; mecanismos sintomáticos,
fenómenos del desencadenamiento. Un ejemplo de su relato: “A veces hablo con Dios;
son momentos que hilvano cosas y nada más...”.
De inmediato relaciona este fenómeno supletorio con la falla en el mecanismo
de adquisición del conocimiento, que hasta ese momento pasaba por su vida en el
convento. Esto la lleva a una relación directa con Dios: “...Yo soy una iglesia en mí, en
la iglesia yo encuentro la superación mía”.
Pero la soledad, en ella, se ve reforzada por el accionar de su madre ante la
muerte de su padre, cuando quiere hacer el intento de mantener con su trabajo a sus
hijos, sin poder lograrlo. Por este hecho es que decide entregarlos. En este sentido, su
madre opta por la vía de la soledad: soledad de hombre, sumada a la de sus hijos. Dice:
Mi madre quedó sola. Tuvo que trabajar para mantenerse, trabajaba en el servicio
doméstico, pero no le alcanzaba. Entonces nos repartió. Mi hermano fue a trabajar en
relación de dependencia. A mí me internó en un convento de las hermanas franciscanas;
soy una santa; y a mi hermana menor la internó en un cardiológico, ya que ella tenía una
enfermedad en el corazón.
Estas mismas coordenadas son las que se han interconectado al momento de
producción de nuevas crisis, si bien se han presentado con distintas magnitudes, en
algunos casos necesitando de tratamiento, y en otros superándolas en soledad.
Así como la primera crisis de la paciente se produjo al conocer a su marido, en
cada embarazo —en especial el primero— reprodujo los síntomas; teniendo su última
crisis aproximadamente a los 28 años, luego de tener el último hijo y en el momento en
que la relación con su marido era insolvente, respecto de lo que ella había creído que
podía encontrar en tal unión. Comenta: “En el año 75, a raíz de los militares, los
secuestros, las matanzas, al lado de mi casa una chiquita se pega un tiro”. “Mi marido
trabajaba en una fábrica, y yo observaba que los policías traían cadenas”.
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De su relación con la mujer vecina —la madre de la chiquita que se suicidó—,
comenta: “Comencé a enterarme, en la hechicería, que la mujer del lado me había hecho
daño; y ese era el problema, que los vecinos me hacían daño, era gente de tendencias
primitivas...”. Respecto de cuál fue su salida a esto, comenta: “...Yo sola me superé.
Que existe el mal es lógico, yo no puedo poner en mi mente otra cosa, me siento bien
con lo que yo he logrado”.
En relación a la condición del sufrimiento, dice lo siguiente: “Él se portaba mal,
salía con otras mujeres, por eso no me iba a portar mal yo. Él se fue, me quedé sola,
hasta hoy sigo así...”. Y agrega, en este mismo sentido: “A través del sufrimiento viene
el conocimiento; sufro por esto, sufro por aquello, sufro por lo otro”. “El sufrimiento lo
va madurando, lo va puliendo...”.
Sobre el amor, como un don que ella ejercita en forma innata, comenta lo
siguiente: “El amor lo tenés, lo transmitís, no todo se compra en la vida”.
¿Cuál es, entonces, el sentido que le da esta sujeto a la soledad, en relación a la
orientación de la cura? ¿Qué es lo que permite que permanezca estabilizada en estos
últimos años, luego de su última crisis a los 28 años?
Queda claro que cada una de las condiciones que he propuesto como las de una
práctica, la práctica de la santidad, se ven reflejadas en el tratamiento llevado adelante
en estos años, en la forma que adquieren los encuentros con ella. Durante estos
encuentros, en el marco de la transferencia, aplica cada una de esas condiciones: por
ejemplo, hablando poco, pero concisa y concreta; advirtiendo de su sufrimiento, sin
necesidad de tener que hablar cada vez del mismo.
Toman entonces valor y peso las palabras referidas a esta práctica en distintos
pasajes del tratamiento, enunciadas desde el comienzo. Dice ella: “Yo soy muy
tranquila hasta cuando me alteran, tengo un carácter templado, si me hacen renegar a
veces grito, pero siempre una puede ser callada”.
Aquí ya hace alusión a una característica de santidad: carácter templado y, en
segundo lugar, el “soy callada”. Continúa: “...Yo sola me superé. Que existe el mal es
lógico, yo no puedo poner en mi mente otra cosa, me siento bien con lo que yo he
logrado”.
Respecto del sentido de la soledad, más directamente abordado, sostiene: “Él se
portaba mal, salía con otras mujeres, por eso no me iba a portar mal yo, me quedé sola”.
151
Aquí hace ingresar la palabra de su madre —pero no lo que ella sostenía—. Dice: “Mi
mamá me decía: ‘doña, busque un compañero para estar, no se puede estar sola’”.
El destino de la soledad estaría ligado, a su vez, a la sexualidad, pues ella misma
sostiene en una intervención: “El sufrimiento lo va madurando, lo va puliendo, o sea,
perder el tiempo con un hombre, ¿para qué?”. En esta pregunta queda resumida la unión
de la práctica de la santidad con la cuestión de la sexualidad; cuestión que ella ya ha
solucionado con esa vida de santa.
Finalmente queda la vida de santa, la relación con Dios y con la iglesia, desde
donde se origina. Escuchemos una vez más a la paciente cuando se refiere a la familia
de Italia y sus prácticas. Dice: “Mi familia que está en Italia, son de la comuna, allá se
junta la gente bien, la de la comuna con la gente de la iglesia, y van a ayudar a los
pobres”. Recurrió a sus antepasados, a sus ancestros, para obtener el camino: la vía que
la conduzca a una solución a la falla estructural de la formación subjetiva.
A modo de síntesis
Una sujeto que desde su niñez estuvo sola. Soledad que encontró una cara paterna, ante
el fallecimiento del padre cuando toda la familia lo había seguido, y una cara materna:
la de la soledad.
Debió dar, entonces, un sentido a esa soledad, para lo cual ha recurrido a los
ideales de su familia en Italia, en la que se ha apoyado para encontrar la respuesta y
solución al vacío en la formación del yo y de la estructuración subjetiva.
Sin embargo, ha desencadenado las crisis en los momentos en que esta posición
tambaleó: cuando ha estado vacilante en distintos momentos de su vida, al conocer a
quien sería su marido, o al quedar embarazada.
152
El caso “DM”
Se trata de una mujer que en la actualidad tiene 43 años de edad, y que realiza su
consulta a los 31 años con una crisis de tipo delirante, desencadenada a partir de sucesos
en su familia que le han afectado —según dice— y que focaliza sus síntomas a nivel
relacional con su marido, sus hijos, padres y una extensa familia en la cual desarrollaba
su vida cotidiana, hasta el momento de la crisis.
Asimismo, dice haber tenido —dos años atrás— una internación por una
sintomatología similar, de la que salió con un tratamiento que había abandonado al
momento de la consulta de referencia.
En el momento actual, luego de 12 años de tratamiento, continúa con éste en
forma compartida entre el nivel psicoterapéutico y el nivel psicofarmacológico,
habiéndose separado de su marido, estando a cargo de sus hijos, y desarrollando su vida
más alejada de las relaciones familiares, que si bien le sirvieron en gran parte de
contención, son las mismas que —tras algunos cambios y sucesos— le producen su
desestabilización.
Al momento de producirse esta consulta de referencia, la paciente vivía con su
marido y sus cuatro hijos, comenzando, después de un período de aproximadamente dos
meses de estar en cama, sin hacer nada, decaída, sin atender a sus hijos, con conductas
extrañas y agresivas hacia los hijos. Salía de noche a deambular y los corría con un
cuchillo. Dice la paciente: “Afuera todo está mal, yo soy la última en enterarme, tengo
miedo a que me quiten los chicos, mi marido trata con mi madre y con un hermano, creo
que tienen relaciones”. “Tengo miedo que los chicos, en especial el varón, crean cosas
que no son”.
Respecto de cómo se había sentido en momentos previos a la crisis, refiere: “Me
dijeron que no podía estar con ellos, que ellos no tienen dónde estar; pensé que me
dejaban sola de nuevo, siempre me dejan sola”.
Continúa hablando de su casa: “Quiero ir a mi casa de Toledo; tengo miedo de
no tener casa, me dicen que me tire, que vaya de acá para allá”. Luego dice:
Empecé a sentirme sola, nadie me cuenta nada de lo que pasa afuera, mi marido no me
dice nada.
153
Estoy irritada. Con bronca con mi marido, y con la chica que trabaja en casa que cuida
los chicos. Mi marido trabaja y está todo el tiempo afuera de mi casa. Me siento
desganada, fatigada, deprimida, no puedo hacerme cargo del cuidado de mis hijos, me
cuesta, y no estoy de acuerdo en la forma que los atiende la chica que los cuida.
No puedo dormir hace unos días; tengo alucinaciones, como una nube gris, cuando
puedo la nube se va: había flores, no le di valor, es tan poco entendible.
Agrega, respecto de esto último: “Escucho ruidos de pasos de gente que quiere
entrar a casa, ruidos en el frente y en el fondo; aparecen ladrones en todas partes”.
Del momento de crisis:
Mi marido trabaja en el campo, me engaña con la Ramona, la empleada doméstica, y lo
descubrí en el garage. A él le molesta que yo escuche la radio y duerma. A veces tengo
ganas de pegarle una trompada; sé que tiene una amante, otra mujer pero no lo quiere
decir. Él dejó de cuidarme, andaba con la Ramona.
En casa no puedo hacer las cosas, ni atender a mis hijos; ellos me reclaman, pero yo no
puedo.
Habla también de la casa y de su situación en la localidad en que vive:
Hace días que los ladrones me quieren robar, no se puede vivir en Toledo por la
cantidad de ladrones que hay; metí todas mis cosas en un baño en construcción. Hace
varios días que esto también me altera.
Escucho ruidos de pasos de gente que quiere entrar a casa, ruidos en el techo y en la
vereda, hay ladrones en todas partes.
Respecto de su situación, que ella llama de “soledad” y que siempre la
acompañó, dice lo siguiente: “Me dijeron mis padres que no puedo estar con ellos, que
ellos no tienen dónde estar; pensé que me dejaban sola de nuevo, siempre me dejan
sola...”. Continúa hablando de sus padres: “La posición de mis padres es ambigua
respecto de mi situación; al final la perdoné a mi mamá: yo entiendo lo que es lo mío,
pero no puedo explicarlo, a lo mejor pensando en lo mío se olvida de lo otros chicos...”.
En relación al trato con sus familiares y a la relación entre ellos —o mejor dicho,
su interpretación de estas relaciones—, relata: “No quiero vivir con mi madre. Ella está
de acuerdo con mi marido; él le da dinero, con eso se viste, se compra cosas, por eso
154
ella no me quiere, está comprada por él”. Luego agrega sobre su vida y sus
preocupaciones: “No quiero vivir como una pordiosera. Hablo a mi casa continuamente
para averiguar qué pasa en mi casa”.
La historia de una enfermedad
Relata la paciente que a los 16 años —aproximadamente— estuvo de novia con el que
fue su primer novio, al que no le permitía entrar a su casa. Ese noviazgo duró tres años y
se terminó por decisión de ella, ya que el muchacho quería acceder al sexo. Dice: “Yo
me dejé con él porque quería tener relaciones sexuales; él me llevaba cinco años: yo
tenía 17 y él tenía 22”.
A los 19 años comienza una relación de noviazgo con otro muchacho, con quien
a la postre se casaría, no sin antes brindar una interpretación del por qué se casó con él,
y de los sucesos que la llevaron a ese casamiento. Dice respecto de este noviazgo, y de
su duración de cuatro años: “Mi suegra me preguntó por qué seguía de novia después de
cuatro años. Mi suegra tenía problemas con mi suegro, porque él tenía otra mujer”.
Respecto del trayecto que la llevó a ese casamiento, relata varios hechos que
están concatenados entre sí, que cobran valor —para ella— en la relación de
encadenamiento de uno con otros. En relación al nacimiento de los niños de la familia
(sobrinos y sobrinas), y acerca de las mujeres de la familia, dice lo siguiente:
Me casé a los 23 años. El 1º de agosto nació la primera sobrina, hija de mi cuñada y del
hermano de mi novio; el 8 de agosto me casé con mi novio. Decían que esa chiquita que
había nacido era de mi marido y de mi cuñada. Ella lo mandó a casarse conmigo.
Yo me había peleado con él el verano anterior, y luego vino a arreglarse, porque ella, mi
cuñada, lo mandó.
Según su relato, entre el momento de su casamiento, a los 23 años, y el momento
de la producción de su primera crisis, a los 28 —en oportunidad de estar embarazada de
su última hija—, transcurrieron varios hechos. Entre ellos, cuatro embarazos, uno de los
cuales debió ser interrumpido. Dice de su primera hija: “Con la primera hija, mi suegra
decía que era de otro hombre, porque nació antes”.
155
En el segundo embarazo nace su hijo varón. Luego queda nuevamente
embarazada, e intenta hacer un legrado que le produce algunas consecuencias. Dice al
respecto: “...Eso me puso mal, yo no quería tener más hijos”.
Durante el tercer embarazo ocurre un incidente con su madre y su suegra, que es
interpretado por la paciente de un modo sumamente particular, recortado por el sesgo de
su pensamiento: “Durante mi tercer embarazo, mi madre fue a conversar con mi suegra,
y después de esa conversación empezó a querer sacarme mi casa”. Inmediatamente
después sostiene sobre la relación con su suegra: “Mi suegra estaba triste porque su hija
se había ido a vivir a Bolivia”.
Es entonces cuando queda embarazada de su cuarta hija, al tiempo que su suegra
empeora de una enfermedad incurable que padecía. Un mes antes del nacimiento, muere
su suegra. Dice la paciente: “...Después me quedé embarazada de Anabela. El doctor y
la psicóloga querían inducirme el parto a los seis meses. Después murió mi suegra, y yo
caí en un pozo depresivo”.
También habla acerca del interés que, según ella, tanto su suegra como su madre
tenían por sus hijos. Dice: “Mis hijos son bonitos, son rubios, como extranjeros, no son
como sus primos, que son negritos”.
El Otro
La relación con sus padres ha sido lo que dejó marcas para su desenvolvimiento con los
demás, en todo los ámbitos de su vida. De su madre sostiene que era una mujer de
carácter fuerte, muy exigente y dura con ella y con su hermano. Lo dice así: “Mi madre,
de carácter fuerte, pegaba mucho, le pegaba mucho a mi hermano, muy violenta”.
Según relata la paciente, su madre decía que no tenían ni dinero ni lugar para
recibirla en su casa. “Los chicos me hacen poco caso. Mi madre dijo que me apoyaría y
ayudaría para conseguir un lugar donde vivir, pero no puede recibirme en su casa,
porque no estaría tranquila; dice que no tienen dinero ni lugar para recibirme en su
casa”.
A continuación habla de su madre en relación a sus hijos:
156
Con Melania (la tercera hija) es con la que más problemas tengo, y con mi madre que
no soporta que los chicos me sigan. Me trata como una persona mal de la cabeza y me
duele. Ella me ignora y hace lo que quiere con mis hijos.
Siempre gana ella. Yo había discutido con Melania y me empezó a gritar “loca, loca,
andá, internate”. Nunca me había dicho eso.
De su padre dice que es una persona que siempre ha buscado el bienestar de sus
hijos. Lo expresa así: “Mi padre trataba de darnos todo lo que nos faltaba: la comida, el
estudio, la ropa, la salida”. Un hombre, según dice, que no se metía mucho. Su madre
era quien mandaba.
Respecto de sus hijos, habla de ellos siempre en medio de la relación con su
madre y con su suegra. Lo dice en varias oportunidades.
Mis hijos llaman a mi madre cuando me ven mal, o para contarle que su padre tiene
relaciones con la mucama. Ella, la Ramona, grita, me deja encerrada en el dormitorio,
no me deja dormir ni me da de comer, ni me guarda la comida. Cuando estoy depresiva
y no quiero levantarme, puedo pasar varios días sin comer.
Continúa hablando de la relación de sus hijos con la empleada doméstica:
“Andrés le rompe y le tira por la ventana toda la ropa de ella. Desde que se enteraron
que ella tiene relaciones con el padre, ellos se portan muy mal, no aceptan que se les
diga nada, sólo quieren estar conmigo o con mi madre”.
Respecto de su marido, enfoca la relación desde la indiferencia y el abandono de
parte de él hacia ella, como así también del hecho de que tuviera otras mujeres. Dice:
“Siempre tuve problemas con mi marido, es una persona de campo, tiene una forma
difícil de ser”. “Dice que yo le grito a mis hijos, y que mi madre había desaparecido
durante varios años, reapareciendo ahora”.
Habla, asimismo, de la pareja con su marido, y de la similitud con la de sus
padres, o al menos del enfoque que ella ha tomado de su madre. Dice: “Mi mamá se
quejaba de que mi padre no terminaba la casa, no hacía nada en la casa, y ahora mi
marido hace lo mismo”.
157
El análisis del caso
El análisis de este caso está cruzado por los dos ejes de cuestión en la vida de un sujeto:
la existencia y el sexo. Claramente definidos en los dichos de la paciente, se entrecruzan
en diferentes momentos: entre ellos para el desencadenamiento de la crisis, momento en
que no puede manejarlos con las respuestas que hasta allí le habían servido a tal fin.
El eje de la existencia queda demostrado a través de tres temas que aborda la
paciente: los chicos, la soledad y la casa.
Respecto de los chicos dice: “Afuera todo está mal, yo soy la última en
enterarme, tengo miedo de que me quiten los chicos, mi marido trata con mi madre y
con un hermano, creo que tienen relaciones”.
Ya en esta intervención se nota el entrecruzamiento que lleva adelante entre la
existencia, representada en su miedo al robo de los chicos, y el sexo, representado en las
relaciones que tendría su marido con su madre y hermano. Ella corrobora la unión de
estos ejes en la aseveración que sigue: “Tengo miedo de que los chicos, en especial el
varón, crean cosas que no son”.
¿Por qué aborda este tema a partir de este hijo varón? ¿Por qué es en este hijo
que se entrecruzan los ejes de la existencia y de la sexualidad?
Se encuentra respuesta a estos interrogantes en las mismas palabras de la
paciente, en distintas oportunidades. Esto puede percibirse cuando ella se remonta a la
relación con sus padres, en especial la relación con su madre, de quien presume que
puede ser la que tome alguna actitud respecto de robar a sus hijos.
Lo refiere directamente a la relación que su madre tenía con su sexualidad, ya
que en el momento de relacionarse con su hijo varón lo hacía —tal como dice la
paciente— de una forma agresiva, y hasta violenta. Dice: “Mi madre, de carácter fuerte,
pegaba mucho, le pegaba mucho a mi hermano, muy violenta”.
Luego aborda el segundo tema en el que se refleja la problemática de la
existencia: el de la soledad. Dice: “Me dijeron que no podía estar con ellos, que ellos no
tienen dónde estar, pensé que me dejaban sola de nuevo, siempre me dejan sola”.
“Empecé a sentirme sola, nadie me cuenta nada de lo que pasa afuera, mi marido no me
dice nada”.
158
También es conveniente visualizar este tema a partir de la relación de “DM” con
sus padres, en quienes no ha encontrado un lugar para ella en el que pueda dar razón a
su vida. Este no lugar queda demostrado en distintos momentos por la manera de actuar
de sus padres, y traducido a través de sus palabras. Dice: “...Mi madre dijo que me
apoyaría y ayudaría para conseguir un lugar donde vivir, pero no puede recibirme en su
casa, porque no estaría tranquila; dicen que no tienen dinero ni lugar para recibirme en
su casa”. En otra oportunidad agrega: “Me dijeron mis padres que no puedo estar con
ellos, que ellos no tienen dónde estar; pensé que me dejaban sola de nuevo, siempre me
dejan sola”.
Finalmente lo referirá una vez más a su madre: “La posición de mis padres es
ambigua respecto de mi situación: al final la perdoné a mi mamá; yo entiendo lo que es
lo mío, pero no puedo explicarlo, a lo mejor pensando en lo mío se olvida de los otros
chicos”.
En esta última expresión queda plasmada la cuestión de la existencia en este
tema de la soledad.
La tercera cuestión que compone la existencia es, entonces, la de la casa.
Respecto de su propia casa dice: “Quiero ir a mi casa de Toledo, tengo miedo de no
tener casa, me dicen que me tire, que vaya de acá para allá”. Luego continúa hablando
de su casa, y del miedo de que entren a robar, a partir de los fenómenos sintomáticos
que demuestran su crisis en el momento de aquella consulta. Dice: “Hace días que los
ladrones me quieren robar, no se puede vivir en Toledo por la cantidad de ladrones que
hay, metí todas mis cosas en un baño en construcción. Hace varios días que esto
también me altera”.
Aborda entonces el segundo eje a partir del cual se presenta el análisis de este
caso: el del sexo. Esto queda de manifiesto en el encuentro con el otro sexo, tanto en la
relación con quien sería finalmente su marido como en sus antecedentes, que ella misma
se ocupa se hacer conocer a través de sus dichos.
Es aquí cuando se refiere al encuentro con su marido: el por qué de su
casamiento con él; aquello que hizo que se despertara en ella la certeza de que debía
casarse con ese hombre y, fundamentalmente, todo este razonamiento apoyado en la
pregunta enigmática sobre la sexualidad.
159
Para ensayar una respuesta a esta pregunta, la paciente toma los dichos de su
madre y de su suegra, agregándolos unos a otros, y por supuesto concluyendo en el acto
del casamiento.
Cuando se remite a su suegra y a su noviazgo, dice: “Mi suegra me preguntó por
qué seguía de novia después de cuatro años. Mi suegra tenía problemas con mi suegro,
porque él tenía otra mujer”. Una mujer —su suegra, en este caso— que le pregunta
directamente acerca del por qué ella continuaría con un hombre después de cuatro años.
Una mujer que hace que “DM” abra la cuestión de la feminidad, ya que quien le
pregunta —la suegra— había ensayado una forma de respuesta, porque su marido había
recurrido a otra mujer; a pesar de lo cual —o contando con ese factor— continuaba su
relación matrimonial.
En el caso de su madre, el encuentro con su padre —tal como lo ha descrito—
no había sido satisfactorio. Esto queda demostrado en las palabras de la paciente: “Mi
mamá se quejaba que mi padre no terminaba la casa, no hacía nada en la casa...”. Es de
lo dos lugares femeninos, entonces, de donde toma elementos para plantearse la
cuestión de su ser de mujer.
De inmediato recurre a un antecedente respecto de su encuentro con un hombre:
cuenta sobre un noviazgo anterior —a los 16— que tuvo una duración de tres años. Dice
lo siguiente acerca de los recaudos que tomaba en esa relación: “Yo no le permitía que
entrara a mi casa. Yo no le dejaba entrar”. Luego ofrece el argumento por el que lo dejó:
“Yo me dejé con él porque quería tener relaciones sexuales; él me llevaba cinco años:
yo tenía 17 años y él tenía 22”.
Ahora bien, pasa entonces a decir cuál fue su respuesta, el modo que encontró de
responder a la problemática que le planteaba encontrarse con este hombre que luego
sería su marido, diferente al anterior encuentro. En su forma de responder es que se
notan los fenómenos delirantes del pensamiento, que denotan el lugar en el mundo que
había adoptado, y que es conmovido en el encuentro con este hombre. Asimismo, cada
vez que este lugar se vea conmovido, la respuesta estará conformada por estos
fenómenos del pensamiento: por ejemplo, sus embarazos.
Comienza con el tema de su casamiento. Dice:
Me casé a los 23 años. El 1º de agosto nació la primera sobrina, hija de mi cuñada y del
hermano de mi novio; el 8 de agosto me casé con mi novio. Decían que esa chiquita que
había nacido era de mi marido y de mi cuñada: ella lo mandó a casarse conmigo.
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Yo me había peleado con él el verano anterior, y luego vino a arreglarse, porque ella, mi
cuñada, lo mandó.
En los cinco años siguientes, hasta la producción abierta de su crisis —o de su
internación, para decirlo con más precisión, porque sus síntomas ya estaban
funcionando— se producen varios hechos de destacar. Entre ellos, los nacimientos de
sus tres hijos menores, los encuentros con miembros de su familia, y la interpretación
que ella hace, cada vez, de estos encuentros.
Respecto de su primer embarazo, y del nacimiento de su primera hija, sostiene:
“Con la primera hija, mi suegra decía que era de otro hombre porque nació antes”.
Luego del nacimiento de su segundo hijo, y al quedar embarazada nuevamente, dice
haber tenido problemas. Lo relata de la siguiente manera: “...Eso me puso mal, yo no
quería tener más hijos”. Es en ese tercer embarazo que interpreta un hecho sucedido en
su familia de manera delirante, pero que conduce a quien escuche a orientarse en la
dirección que conviene seguir en el tratamiento, ya que es la dirección que ella misma
ha tomado. Dice: “Durante mi tercer embarazo, mi madre fue a conversar con mi
suegra, y después de esas conversaciones empezó a querer sacarme mi casa”.
Se produce aquí el cruce de las dos mujeres de quien había tomado los
elementos para conjeturar acerca de la feminidad. De su madre el tema de la casa —
todo un tema para ésta, ya que lo ponía en primer plano entre ella y su marido (el padre
de la paciente). En el caso de su suegra, la otra interlocutora, agrega: “Mi suegra estaba
triste porque su hija se había ido a vivir a Bolivia”. Lo que le aparece, entonces, es la
relación de una madre con su hija, representada en su suegra y su hija.
Lo resultante de este entrecruzamiento es la interpretación de robo, que puede
referirlo a su casa, pero que no descuenta en relación a sus hijos, ya que cuando se
refiere a ellos y a la relación con las abuelas, sostiene que éstas tenían cierta preferencia
por ellos —a diferencia de sus primos— a raíz de su “belleza natural”. Dice la paciente:
“Mis hijos son bonitos, son rubios, como extranjeros; no son como sus primos, que son
negritos”.
Finalmente, durante su último embarazo, su suegra enferma de cáncer y muere
un mes antes del nacimiento de la niña. Dice ella: “Después me quedé embarazada de
Anabela. El doctor y la psicóloga querían inducirme el parto a los seis meses. Después
murió mi suegra, y yo caí en un pozo depresivo”.
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Ya había empezado un tratamiento, pero incluye en su interpretación el accionar
del médico y la psicóloga, que no pudo morigerar la intensidad de los síntomas.
¿Por qué no pudo moderar los síntomas, desencadenando finalmente la crisis que
determinó su primera internación?
La enfermedad de su suegra, y su posterior muerte durante ese cuarto embarazo,
sumado al alejamiento de su madre, hizo que perdiera los puntos de apoyo en que se
sostenía mediante las interpretaciones que hacía de las acciones de esta dos mujeres. El
vacilar de su posición —tanto de hija como de robada en su casa y sus hijos— produce
los síntomas que podríamos llamar desencadenamiento pero que, sin embargo, ya
reconocían 12 años de antecedente, si se cuenta desde el encuentro con aquel primer
novio.
A modo de síntesis
Se trata de un sujeto, entonces, que desde su nacimiento ya comienza una lucha tratando
de buscar un lugar en el mundo, ante los mensajes de sus padres sobre que no había
lugar en la familia para ella, lo que interpreta a partir de los dichos de ellos y de sus
consecuentes actuaciones para con ella.
Trata de salvar esta existencia comprometida a partir del encuentro con un
hombre, su marido, que tiene como condición una madre muy particular, que a su vez
pone de manifiesto tales particularidades con la paciente.
Las dos mujeres, en sus relaciones con sus maridos, le proveen de elementos que
ella toma para responder a la cuestión de la sexualidad y alivianar el peso de su
existencia sin razón. Mujeres que permanecían al lado de un hombre sin presentar razón
valedera —en sus dichos, al menos—, y hombres que no demostraban interés por sus
mujeres.
Es a partir de estos elementos que toma la vía de su casa, donde refiere todo lo
que sucede. Esto queda demostrado más claramente a partir de su tercer embarazo,
cuando describe la conversación entre su madre y su suegra y su posterior
interpretación: querían robarle su casa.
Es, también, lo que permite vislumbrar una línea en la dirección de este
162
tratamiento, ya que “DM” llama permanentemente por teléfono a su casa, para
comprobar si esa casa está ahí. Dice ella: “Hablo a mi casa continuamente para
averiguar qué pasa en mi casa”.
En la cura, en la relación transferencial, se produce un traslado paulatino de
estos llamados telefónicos al analista, aunque sólo sea para dejar un mensaje en el
contestador; lo que viene al lugar, en esta relación transferencial, de las llamadas a su
casa en las que se soporta su existencia.
Soportar los llamados telefónicos, en este caso, es sostener la transferencia en el
tratamiento, lo que permite a su vez que la paciente mantenga su estabilización y su
pacificación sintomática.
El caso “GA”
Se trata de una mujer que actualmente tiene 51 años, y que ha concurrido a consulta en
el Hospital hace 12 años, momento en que comienza su tratamiento psicoterapéutico y
psicofarmacológico. Sin embargo, su enfermedad reconoce antecedentes previos,
desde la infancia, lo que se desprende de su relato a lo largo del tratamiento.
En el momento antes mencionado, cuando la paciente tenía 39 años, concurre a
la consulta en medio de una crisis, sin querer aportar demasiados datos acerca de su
situación. No obstante relata lo sucedido: “Tengo problemas con mi hija, que me pega,
me insulta, me dice cosas obscenas, me trata mal”. También comenta que esta crisis se
desata a partir de que su pareja ha dejado de visitarla. Lo dice así: “Mi pareja no ha
venido más a visitarme; me siento deprimida, sin ganas de hacer las cosas”.
Más adelante comenta alguno de los fenómenos que le invaden:
Tengo ruidos en la cabeza, y voces: entre estas voces me hablan de personas que les
pegan a otras, hombres que les pegan a sus mujeres.
Siento miedo a la gente y más que todo a los hombres, creo que mis vecinos murmuran
sobre mí. Tengo miedo de hacer algo malo; mi pareja me cansa, me harta, lo veo y me
transformo. Siento miedo a salir a la calle; yo, a lo hombres, no, nunca.
Continúa hablando de los síntomas que ella llama depresivos:
163
Me siento más o menos, como si no tuviera fuerzas para hacer las cosas. No se me va la
depresión que tengo, me cuesta levantarme de la cama, me tiene preocupada esta
enfermedad, no sé si será mala.
Es como si tuviera mal la cabeza, es como si no fuera la misma de antes, me cuesta
mucho hablar, expresarme. Mi sobrina me trata mal, se pone agresiva conmigo.
Establece la primera relación entre estos síntomas de agresividad con la relación
con su marido. Dice: “Yo me dejo dominar siempre por los demás... como cuando me
pegaba mi marido. Es un problema porque yo no sé defenderme en la vida”.
En una internación al año siguiente de la descrita, a la que concurre sola,
sostiene lo siguiente: “Necesito ayuda porque me siento abandonada por todos. No
salgo de mi casa porque la gente se ríe de mí, o hablan de mí; mi mayor anhelo es salir a
trabajar, pero no puedo porque busco excusas. Esta vez empezó cuando se fue mi hija
de mi casa, y se llevó a mi nieta.
Aquí incorpora a su madre en el relato: “Mi hijo me obliga a ir a casa de mi
mamá, y yo no soporto estar ahí, no la puedo ver sufrir así, yo no soy enfermera, soy
sólo hija”.
También habla de su hijo, con quien dice tener problemas: “Mi hijo se lastimó
las manos cuando estaba alcoholizado, y me hizo recordar a los tiempos de su marido,
cuando estaba ebrio y le pegaba”.
Presenta, al mismo tiempo, los síntomas de ruidos en la cabeza, y de inmediato
una interpretación sobre éstos y sus causales. Dice: “Siento ruidos en la cabeza y
contracturas musculares”. Luego agrega, en otro momento del tratamiento: “Mi hija
volvió a casa, con mi nieta de meses. Me siento invadida y muy preocupada, ya que mi
hija no tiene sostenimiento estable, por lo que me siento responsable de mantenerla a
ella y la nieta”.
Continúa sobre la relación con su hija: “Mi hija me pegó y me pateó. En ese
momento me perdí, no me acuerdo de nada, como me pasaba con mi marido; sé que le
pedí a mi hija que se llevara la nena, yo no puedo vivir con ella”.
Finalmente enuncia su objetivo: “Quiero tener mi vida bien organizada. Así sé
mantener bien los límites. Me hace bien que me reconozcan mis esfuerzos, cómo hablo
de bien, cómo me doy vueltas sola en la vida; me siento muy capacitada”.
164
La historia de una enfermedad
La paciente relata que desde sus 12 años ha sufrido abusos de los hombres,
generalmente de su familia, y sin contar con la ayuda ni la escucha de su madre, quien
no solamente no daba crédito a lo que ella decía, sino que ni siquiera la escuchaba, en la
mayoría de las oportunidades. Comienza este relato a propósito de que, según comenta,
en uno de esos momentos de crisis hubo un intento de su cuñado por abusar de ella. Lo
dice así: “Hace 15 días, mi cuñado intentó abusarme; no intenté defenderme, no le hice
nada, sólo me fui del lugar”. Y de inmediato agrega: “No quiero ir a casa de mi hermana
porque él está solo”.
Esto trae a su recuerdo lo sucedido en el ingreso a la adolescencia: “Mis tíos y
primos del lado de mi madre querían abusar de mí cuando tenía 12 años. Nunca me
entregué a ellos, no pude decírselo a mi mamá, ella no escuchaba”.
Asimismo, la paciente dice que le gusta arreglarse; le gusta la coquetería, estar
bien presentable: “Es mi forma de ser, siempre me gustó la coquetería, bañarme,
cambiarme, estar bien”.
A los 15 años se une a su marido, con quien tiene su primer hijo a los 16. Luego
pasan 12 años hasta que tiene a su segunda hija. Lo comenta así: “Yo siempre preferí a
mi hijo. Lo tuve a los 16 años, en cambio a mi hija la tuve a los 28, la tuve después de
un tratamiento de mi marido y yo. Ella ha vivido una vida muy dura, en cambio mi hijo
ha vivido mucho amor”.
A partir de ahí se declara una persona muy celosa y desconfiada de los otros: de
las actitudes que los otros tienen hacia ella y que no puede hablar. Dice: “Mi yerno me
ha insultado en la calle, y ha querido pegarme. Me ha dado mucho miedo, y me he
quedado encerrada en mi dormitorio”. A continuación amplía lo que siente frente a las
demás personas: “La gente del barrio me mira, y escuchó lo que me dijo mi yerno, los
insultos que me dijo”.
Esta es la manera que tiene de relatar cómo es su relación con los otros, a partir
de estos sucesos de su infancia y comienzos de la adolescencia.
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Otra forma de manifestación de esta relación conflictiva con los otros queda
demostrada en el momento en que le pide a una amiga —que vivía con ella, y a la cual
había invitado— que se vaya de su casa. Lo comenta de esta forma: “Le pedí a mi
amiga que se fuera de casa, que ya no viva más acá; eso me tranquilizó. Recuperé el
orden, ahora sé dónde están las cosas, dónde está cada cosa, me gusta que los adornos
estén como yo los pongo, en el lugar que yo los pongo. Ella andaba todo el día por ahí”.
Inmediatamente transmite la opinión que su hijo tiene de ella, tal como la interpreta:
“Me dice mi hijo: ‘te vas a morir sola, porque no sabés compartir con nadie’”.
Respecto de lo anterior, la paciente responde acerca de la pérdida del
ordenamiento que le implicó el hecho de convivir con esta amiga, lo que desencadenó
—además de sus síntomas a nivel del pensamiento y los actos— síntomas a nivel del
cuerpo, como el aumento desmesurado y descontrolado de los niveles de glucosa en
sangre. Dice: “Este hecho hace que no pueda estar tranquila, y haya perdido el orden de
mi casa. Extraño mi gato que está asustado y no entra a la casa, extraño mi habitación
ordenada, no sé ni por dónde empezar y eso me aturde la cabeza, me produce como
ruido. Creo que fundamentalmente el desorden me desordena”.
Presenta, luego, una posible solución a esta situación que se le ha planteado a
partir de la convivencia: “Voy a buscar la forma de decírselo despacito”.
También agrega, respecto de hacer entrar gente en su casa, para vivir con ella:
“Eso me pasó a mí, no tenía dónde vivir cuando vine, cuando tenía dos años”.
Una manera de solución que ella propone permanentemente en su relato, tiene
que ver con la posibilidad de tener paciencia. Dice que aprender a tener paciencia le
haría muy bien, y que le permitiría ver con más claridad las cosas y, al mismo tiempo,
llevarse mejor con los demás. “Es un buen método tenerse paciencia; yo antes me hacía
un mundo de todo”.
La otra forma de solución que presenta, ante uno de estos hechos, es la siguiente:
“Este hombre que era mi amigo se quiere quedar a vivir en casa, y yo no quiero vivir
con él, quiero vivir sola; no estoy para vivir con un hombre, no lo quiero, me agarran los
ruidos en la cabeza, y me empiezo a quedar en casa, no salgo, estoy sensibilizada”.
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El Otro
Dice de su madre:
Mi hija me dijo “estás igual a la abuela”; esto me gustó, ya que mi madre nunca me hizo
faltar nada, me atendió y me quiso siempre. Me quiso demasiado, ese fue el problema.
Mi madre me hizo dormir con ella hasta los 15 años. Me ponía vestidos hasta el piso,
me ocultaba.
Quiero vivir mi vida. Mi madre me hizo dormir con ella hasta los 15 años, nunca me
dejó jugar con mis primos, ni hacer nada. Después mis hermanos, después mi marido,
ahora con ellos. Hay que vivir la violencia para saber cómo la marca a una. Yo tengo
mis metas, mi trabajo, mis estudios, mi tratamiento, me cuido a mí misma. Hoy, este
hombre me dice “te hacés la pendeja”; yo le contesto “yo no soy tu madre, no soy tu
esposa para que aporrees”.
Cuando se refiere a la pareja de su madre, sostiene lo siguiente: “Él me quiere
demasiado y ese me pone mal”.
Respecto de su padre, cuando habla de él conecta directamente con la forma de
relacionarse que adoptaba éste para con su madre y ella. Dice: “Yo hago las cosas mejor
que los hombres. Me gusta la gente aspirante, mi padre era un líder, fino, me contaba mi
mamá”.
No obstante, comienza a hablar de la violencia de su padre: “Mi mamá les pega a
los chicos, ella es muy agresiva, a mí se me traba la lengua cuando empiezo a vivir la
violencia de mi padre, porque la de mi mamá es idéntica a la violencia de mi padre”.
La relación con los otros es el lugar en que se producen la mayoría de los
fenómenos que describe. En diferentes oportunidades se refiere a esto: comienza
hablando de la relación con su hija, en primera instancia, para luego continuar sobre su
relación con un hombre: “Casi le tiro con la pava de agua hirviendo, ella me faltó el
respeto, me insultó, para mí el respeto es fundamental, nunca nadie me respetó”. Y
agrega: “Hace un mes atrás un hombre también me faltó el respeto, me dijo que iba a
matarme si yo miraba a otro hombre. Desde ese momento tengo miedo”.
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La solución que toma en estas ocasiones es la siguiente: “Me tranquilizo
haciendo menos cosas, estando un poco sola, cuidando mis plantas, y pensar en arreglar
mi casa. Verla desordenada me hace mal”.
Respecto a sus hijos dice: “Mis hijos son ingratos conmigo. Yo les di todo y
ahora no tengo hijos. Mi hijo no, él es bueno, anda mal. Ella no me habló ni para el día
de la madre ni para las fiestas; sin embargo quiero ver a mis nietos, no me importa mi
hija”.
A partir de lo anterior, continúa hablando sobre su hijo y las actitudes agresivas
que tiene: “Es agresivo con la mujer, le pega hasta hacerla ir al hospital. Me hace
acordar a mi historia, me da angustia. Mis hijos me pagaron mal, yo no supe poner
límites”.
La relación con los otros continúa a partir de su relación con los hombres, entre
agresiva y erotómana. Así lo relata:
Tengo problemas con la subsistencia, siento miedo de estar sola en mi casa. He ido
organizando mi vida de a poco. Lo único que no puedo vencer es mi desagrado con los
hombres: no aguanto la mugre, el maltrato, o sea, no aguanto al hombre. Si lo que
quiero es tener relaciones con alguien, pero no quiero que se introduzca en mi vida.
Yo con el hombre no me puedo relacionar, no me gusta que me toquen.
En otra oportunidad, relata lo siguiente respecto de su relación con los hombres
y el obstáculo que encuentra, así como de su solución: “Siento que los hombres me
miran, es una atracción, no puedo llamarle de una forma más clara, no lo puedo
describir, pero eso me pone mal”. Y la solución: “Tengo que hacer las cosas despacito y
con paciencia, sino que quiero hacer todo y me exijo demás”.
Al hablar de un amigo: “Este señor me dice ‘aquí me vendré a vivir’. Yo le digo
que aquí las reglas las impongo yo, es alguien que me pretende desde hace mucho
tiempo”.
Por último, al momento de visitar a un hermano enfermo comenta lo siguiente:
“Fui a visitar a mi hermano, está enfermo del corazón. Yo me tengo que cuidar, y
prepararme si tengo que perder a un hermano. A mí el sufrimiento y la violencia me
hacen mucho daño”.
168
El análisis del caso
Este caso conviene analizarlo a partir del momento en que la paciente concurre a la
consulta, para ubicar allí las coordenadas que se juegan en cada crisis y que,
desprendiéndose de su relato, ya funcionaban desde su infancia en las relaciones con los
demás.
Es así que, al momento de producirse esta crisis, se cruzan en una sumatoria las
siguientes: su pareja ha dejado de visitarla, por un lado, y su madre se encuentra
enferma, por otro. Es cuando ella dice: “Mi pareja no ha venido más a visitarme; me
siento deprimida, sin ganas de hacer las cosas”. Respecto de la enfermedad de su madre
comenta: “Mi hijo me obliga a ir a casa de mi mamá, y yo no soporto estar ahí, no la
puedo ver sufrir así. Yo no soy enfermera, soy sólo hija”.
La paciente hace alusión, en estas dos intervenciones, a dos temas cruciales
contenidos en el relato. Con su pareja incluye el tema de la relación con los hombres,
pero fundamentalmente la relación que guarda con los demás: es decir, la distancia,
mayor o menor, según el momento, que conviene que se mantenga del otro, para no
sentirse sola pero tampoco para sentirse invadida.
En la intervención respecto de su madre incluye la cuestión de la agresividad,
que si bien es una característica constituyente en cualquier sujeto, en ella sin embargo es
una forma de relacionarse con los otros. La enfermedad de su madre queda incluida en
este eje: es el máximo de agresividad, cuando esta enfermedad lleva implícita la muerte,
como en este caso.
Es así que los síntomas, los fenómenos que se le presentan, aparecen al nivel de
la relación con los otros; relación agresiva y hasta violenta, como ella misma las
nombra. Dice: “Tengo problemas con mi hija, quien me pega, me insulta, me dice cosas
obscenas, me trata mal”.
Aquí ya ubica esta agresividad en el eje madre-hija. Sin embargo, el
desencadenamiento ha sido fuerte, por lo que no es suficiente ubicar esta agresividad en
el eje con una sola persona. Por esto recurre a la relación ampliada con las demás
personas, yendo más allá de sostener esta relación en espejo, transitiva, con un miembro
de su familia. Dice entonces: “...Tengo ruidos en la cabeza, y voces. Entre estas voces
me hablan de personas que les pegan a otras, hombres que les pegan a sus mujeres”.
169
Es aquí cuando incorpora el efecto en su cuerpo de estos síntomas relacionales,
al comentar lo de los ruidos en su cabeza y las alteraciones alucinatorias. Su cabeza se
llena de estos ruidos y voces.
Toma entonces la vía de la preocupación por su propio cuerpo, expresado a
través de este malestar que relata en su cabeza: “Es como si tuviera mal la cabeza, es
como si no fuera la misma de antes, me cuesta mucho hablar, expresarme...”. En ese
sentido, enuncia su interpretación sobre cuál es su problema: “Yo me dejo siempre
dominar por los demás... como cuando me pegaba mi marido. Es un problema porque
yo no sé defenderme en mi vida”.
Por otra parte ubica, a partir de allí, una interpretación que formula en estos
términos: “Necesito ayuda porque me siento abandonada por todos. No salgo de mi casa
porque la gente se ríe de mí, o hablan de mí; mi mayor anhelo es salir a trabajar, pero no
puedo porque busco excusas...”.
Respecto de la relación con su madre, y por ende —como se dijo— de la
agresividad, se pueden tomar los fundamentos que Jacques Lacan sostiene respecto de
este concepto. En un texto conocido con el nombre de “La agresividad en el
psicoanálisis” (24), en el que resume sus conceptos sobre el tema en cinco tesis, Lacan
sostiene —en la cuarta tesis— lo siguiente: “La agresividad es la tendencia correlativa
de un modo de identificación que llamamos narcisista y que determina la estructura
formal del yo del hombre y del registro del registro de entidades característico de su
mundo”. (Lacan, 1948) (24).
La tendencia agresiva se manifiesta principalmente en algunas entidades
mórbidas tales como las psicosis paranoides y paranoicas.
Lacan ha demostrado, a partir de su trabajo de tesis doctoral denominado “De la
psicosis paranoica y sus relaciones con la personalidad” (7) —en el que sostiene que la
personalidad paranoica, este razonamiento paranoico, viene a constituir el núcleo de la
personalidad del sujeto— que la paranoia es la misma personalidad, tomando el ejemplo
en tal caso de lo que llamó la Paranoia de autocastigo, en la que queda demostrado —a
través de un caso clínico— que el acto agresivo puede resolver la construcción
delirante.
En ese sentido, el acto de agresión viene al lugar de una construcción delirante,
por lo que tendría funciones de pacificación y de estabilización en el paciente, ya que a
posteriori de llevar a cabo el acto agresivo, el delirio desaparecería. Esto es lo que
170
ocurrió con el caso presentado por Lacan en su tesis doctoral, llamado El caso Aimée.
También establece, en este artículo, una progresión en los actos agresivos, o en los
contenidos agresivos de actos referidos al sujeto —y desde el sujeto concernido— que
se pueden reproducir. Enumera:
Así sería de manera continua la reacción agresiva, desde la explosión brutal tanto como
inmotivada del acto, a través de toda la gama de las formas de beligerancias, hasta la
guerra fría de las demostraciones interpretativas, paralelamente a las imputaciones de
nocividad que, para no hablar del kakón oscuro al que el paranoide refiere su
discordancia de todo contacto vital, se superponen desde la motivación, tomada del
registro de un organismo muy primitivo, del veneno, hasta aquella otra mágica, del
maleficio, telepática, de la influencia, lesional, de la intrusión física, abusiva, del
desarme de la intención, desposesiva, del robo del secreto, profanatoria, de la violación
de la intimidad, jurídica, del perjuicio, persecutoria, del espionaje y la intimidación,
prestigiosa, de la difamación y el ataque al honor, reivindicadora del daño y de la
explotación.
Esta serie que revela las diferentes formas de envoltura, que toma a la persona en
su estatuto biológico y social, tal como dice Lacan, considera una organización original
de las formas del yo y del objeto; es decir, de la relación del yo y del objeto, quedando
ambos implicados —en esta estructura— en categorías de temporalidad y espacialidad,
como una consecuencia de una perspectiva de espejismos, presentado en forma de
afectos en que la dialéctica con el otro queda suspendida.
Como un modo de sintetizar estos conceptos, podemos decir —parafraseando a
Lacan— que la noción de agresividad, entendida como una tensión correlativa de la
estructura narcisista en el devenir del sujeto, permite comprender en una función muy
simplemente formulada toda clase de accidentes y de atipias en este devenir subjetivo.
Este sujeto, que presenta una amplia gama de manifestaciones agresivas en su
relación con los objetos —es decir, en su relación con los otros— relata que desde los
12 años ya recuerda hechos que debió significar bajo esta rúbrica. Dice que fue objeto
de intentos de abusos de los hombres de su familia, sin contar con la ayuda de su madre,
que no la escuchaba en este problema. Relata: “Mis tíos y mis primos del lado de mi
madre querían abusar de mí cuando tenía 12 años. Nunca me entregué a ellos, no pude
decírselo a mi mamá, ella no escuchaba”.
171
También demuestra que las categorías de temporalidad y de espacialidad han
quedado afectadas después de estos hechos, ya que este relato lo ofrece en el contexto
de un intento de abuso actual por parte de su cuñado. Dice: “Hace 15 días, mi cuñado
intentó abusarme. No intenté defenderme, no le hice nada, sólo me fui del lugar”.
Introduce allí el tema de la sexualidad, que empezaba a jugar para esa época en
el reingreso al grupo social. Lo enuncia de la siguiente manera: “Es mi forma de ser,
siempre me gustó la coquetería, bañarme, cambiarme, estar bien”.
Ella ingresa el tema de la sexualidad respondiendo con su ser, con su existencia,
tal como la concibe e interpreta en ese momento, y que dejará marca para toda su vida.
¿Cuál es la salida que va a tomar “GA” para esta cuestión que se le planteó en el
comienzo de su adolescencia?
Si se sigue su discurso, se encuentra respuesta.
A los 15 años conoce un hombre que será su marido, y al año siguiente ya tiene
su primer hijo. Este hombre que eligió, como no podía ser de otra manera, es un hombre
agresivo, con actitudes violentas hacia ella y sus hijos, por lo que después de varios
años —luego del nacimiento de su segunda hija, a los 28 años— le pide que se vaya.
Es aquí cuando relata otras formas de relacionarse con los otros en esta serie
agresiva, que inauguró con los abusos, seguida por los actos violentos de agresión física,
y pasando a su vez por la intrusión y la difamación. Relata: “Mi yerno me ha insultado
en la calle, y ha querido pegarme; me ha dado mucho miedo, y me he quedado
encerrada en mi dormitorio”. Agrega, refiriéndose a los otros: “La gente del barrio me
mira, y escuchó lo que me dijo mi yerno, los insultos que me dijo”.
La relación con su madre tiene otros aspectos concatenados en su relación
directa con ella, así como de la transmisión que ha hecho de su padre, de quien sólo
guarda recuerdos a partir de los dichos de su madre.
Comenta que ésta la tuvo de compañera en la cama hasta sus 15 años, revelando
el poco lugar que había en su madre para un hombre o, en todo caso, sólo hombres
impotentes que debían recurrir a los golpes. Dice: “Mi madre me hizo dormir con ella
hasta los 15 años...”. Luego avanza aún más sobre el tema de la feminidad, sobre cómo
su madre vivía esto, y de su competencia con la masculinidad. Dice: “...Me ponía
vestidos hasta el piso, me ocultaba”.
Salió de la cama de su madre y entró en la cama con el hombre con quien se
casó, con estas consignas que había recibido y que se transmitieron directamente en su
172
relación con sus hijos. Dice ella: “Yo siempre preferí a mi hijo. Lo tuve a los 16 años,
en cambio a mi hija la tuve a los 28; la tuve después de un tratamiento de mi marido y
yo. Ella ha vivido una vida muy dura, en cambio mi hijo ha vivido mucho amor”.
Queda claramente demostrada la diferencia de trato con su hijo varón, que vino a
cerrar el ciclo de la sexualidad, el abuso, el dormir con su madre, el encuentro con un
hombre agresivo, y el nacimiento del hijo; la diferencia con su hija mujer, con quien su
relación ha sido totalmente diferente, casi de rechazo.
Esta es la génesis de los síntomas presentados por la paciente en la crisis
desencadenada a los 39 años, cuando recurre al tratamiento. El cruce entre la pérdida de
su pareja, con la enfermedad y el avisoramiento de la muerte de su madre, desencadena
la fuerza de su crisis.
Respecto del mensaje ―doble― que su madre le brinda de su padre, por un lado
dice que se trataba de un hombre con rasgos de líder y aspirante; aunque, por otro lado,
dice de su padre era un hombre violento.
Ella tomó por esta segunda vertiente, que es la que le produce el
desencadenamiento, haciéndola entrar en la transitividad de la agresión bajo sus
diferentes manifestaciones en la serie agresiva. Pero al mismo tiempo, la otra vertiente
del padre que su madre le transmitió ―el padre fino, líder y aspirante― es la que usa
para la pacificación de los síntomas.
De esta manera expone la solución que ha tomado por ella misma, que le permite
regular la distancia con los otros y resguardarse, protegerse ante la no formación del yo,
y, por ende, ante la falta del narcisismo mínimo y necesario ―para con ella― que le
permita desenvolverse en una vida simbólicamente ordenada en el mundo. Lo dice así:
“Tengo problemas con la subsistencia, siento miedo de estar sola en mi casa. He ido
organizando mi vida de a poco. Lo único que no puedo vencer es mi desagrado con los
hombres: no aguanto la mugre, el maltrato, o sea, no aguanto al hombre...”.
Dice a modo de resumen sobre la relación con su madre:
Quiero vivir mi vida. Mi madre me hizo vivir con ella hasta los 15 años; nunca me dejó
jugar con mis primos, ni hacer nada. Después mis hermanos, después mi marido, ahora
con ellos. Hay que vivir la violencia para saber cómo lo marca a uno. Yo tengo mis
metas, mi trabajo, mis estudios, mi tratamiento, me cuido a mí misma. Hoy, este hombre
me dice, “te hacés la pendeja”. Yo le contesto: “yo no soy tu madre, no soy tu esposa
173
para que aporrees”.
“Tengo que hacer las cosas despacito y con paciencia...”, dice la paciente. Y
finaliza: “Quiero tener mi vida bien organizada. Así se mantener bien los límites. Me
hace bien que me reconozcan mis esfuerzos, cómo hablo de bien, cómo me doy vueltas
sola en la vida. Me siento muy capacitada”.
A modo de síntesis
Se trata de un caso en el que queda claramente demostrada la relación entre la
formación del yo ―incluido en la constitución simbólica del sujeto― y los accidentes
que pueden ocurrir, a los que queda sometido este proceso.
En este caso, ante una madre que no acepta lugar para un hombre, a no ser que
sea un hombre impotente y, por tanto, violento; y un padre que ocupa ese lugar de
violento, según el discurso de su madre, se pone de manifiesto la cuestión de su
existencia y de su posición sexuada, en el entrecruzamiento propuesto en el análisis, que
lleva al sujeto a encontrar en la agresividad un modo de expresión de esta relación con
los otros. Esta agresividad, en sus diferentes modos, es la representación del defecto en
la identificación yoica, a la vez que el modo de establecer el lazo social.
Asimismo, su solución ―enunciada en su primera consulta― orienta sobre el
ordenamiento que conviene observar: cuando está sola, en su casa, con ella misma, con
su cuerpo, y que debe cuidar en cada una de sus relaciones.
El caso “L”
Se trata de un sujeto femenino que en la actualidad tiene de 44 años, y que comienza su
enfermedad aproximadamente a los 20, según indica. La consulta se produce en esa
época, aunque el tratamiento psicoterapéutico se inició a sus 27 años, cuando ocurre una
174
nueva desestabilización. El tratamiento es compartido en el doble nivel de lo
psicoterapéutico y psicofarmacológico.
A los 20 años comienza a estudiar un profesorado, en el que ―según referiría
luego― tenía problemas. Tres años más tarde, a los 23, comienza con los síntomas, por
lo que deja el profesorado. O bien, podríamos decirlo en forma invertida: como deja su
profesorado, comienza con la crisis de su desencadenamiento.
Al mismo tiempo, queda embarazada de su novio, con quien pensaba casarse.
Pero no lo hace debido a la intensificación de los síntomas. Al año siguiente nace su
hija, y ella debe ser internada luego del nacimiento porque los síntomas ya eran muy
intensos.
La paciente relata que comenzó a decaer cuando cursaba el tercer año del
profesorado. En ese momento tenía 23 años, y comenzó a venirse abajo en el estudio,
con problemas en el rendimiento, la memoria y la concentración. Se veía dificultada en
el seguimiento de las materias que debía estudiar. No presenta, en esa oportunidad,
síntomas de tipo agresivos.
Luego del comienzo de estos problemas queda embarazada, desencadenándose
los síntomas más intensos después del nacimiento de su hija ―que no fue reconocida
por el padre. Desde ese tiempo, ha alternado períodos que ella llama “andar bien” con
otros que llama “andar mal”.
Así se manejó desde esa época, sin poder lograr continuidad alguna, tanto a nivel
de estudio como a nivel laboral y afectivo. Según dice, era una chica muy tranquila y
buena, pero empezó de golpe esta enfermedad. Dice ella:
Yo deseo tener un título porque desprecio la gente que no tiene título, desprecio todo
eso, yo, ambiciosa, me pongo nerviosa porque no tengo mucha actividad, quiero tener
un título; podría tenerlo si me ayudan a tener un orden: necesito tener todo limpio para
comenzar a estudiar.
Yo creo que me pueden ayudar: con que usted llame por teléfono al colegio para que me
reciban allá… yo estoy bien para inscribirme en este colegio.
Creo que no puedo salir del todo, porque no estoy casada con el padre de la nena, que es
lo que hubiese querido; yo tuve golpes, no pude hacer lo que debía hacer, casarme,
después tener hijos, recibirme y ganar chirolitas; pero esto golpes, estos golpes que te
marcan y me quitó fuerza, seguridad. Esa fue mi causa, pero sé que hay cosas peores.
175
A continuación habla de su situación en el profesorado:
Quedé embarazada porque en el curso había judíos... yo soy cristiana, y tenía que
demostrar que era una buena cristiana y no tomaba anticonceptivos, ni me hice abortos.
Tenía una profesora que era judía. Mi novio quería casarse, pero yo no me sentía muy
bien con él, él no me respetaba.
En el embarazo iba a curanderas para que ayudaran a combatir a los judíos. Ellos le
hicieron mucho mal a mi Jesús, y yo iba para fortalecer mi fe. Tengo ideas que no
pueden ser explicadas.
Luego hace un nuevo racconto de la época de la crisis, desde la perspectiva de la
relación con su madre y una amiga:
Yo antes de tener la nena estaba bien. Mi mamá no lo reconoce, yo siempre trabajé y
eso me agotó. Cuando estaba embarazada ya estaba cansada. No sé, sería por el
profesorado. Iba a las curanderas y a la iglesia, estaba muy desesperada. Me sentía
agotada.
Una compañera fue a mi casa: me pasaban por la televisión, y yo tenía miedo que le
hiciera mal al bebé... Empezaron a hacer chistes y a nombrarme: yo tenía miedo que le
hiciera mal al bebé de ella, porque también estaba embarazada.
Ahora no trabajo; pienso en rezar y pedirle cosas para mi nena. Yo me siento
presionada, obligada a hacer cosas.
Cuando fue mi primer ataque era como si volara, como si volaran las ideas.
La historia de una enfermedad
Relata la paciente que su infancia ha sido feliz, en su familia, y que sus problemas
comenzaron a los 20 años, edad en la que sindica ―como antes se dijo― los primeros
problemas en el estudio del profesorado. Sin embargo, siguiendo su relato, podemos
advertir que hubo algunas circunstancias familiares que tuvieron su importancia, que
habían sido tenidas en cuenta por la paciente pero que actuaron sobre ella por su peso
propio.
176
En 1982 ya estaba en el profesorado, con 20 años. Un año más tarde queda
embarazada de su hija, que nace en 1984. Ese mismo año se separa de su novio. Dice la
paciente: “Estábamos por casarnos, pero no lo hice porque empecé a andar mal”.
Según relata la madre de la paciente, a los 23 años ―en el tercer año del
profesorado― comenzó con problemas, a decaer en el estudio, con falta de memoria y
mucha depresión. No estaba agresiva: esos síntomas se manifestaron más tarde, cuando
queda embarazada, nace su hija y el padre de la nena no la reconoce. Fue internada ese
mismo año, en 1984. De ahí en adelante alternó periodos de bienestar con otros de
“andar mal”. No pudo tener continuidad en ninguna esfera: trabajo, estudio, afectiva, de
relación. Siempre fue una chica tranquila; solía ser divertida, pero eso se terminó de
golpe.
Diez años después del nacimiento de su hija y de la primera crisis ―en 1994―,
la paciente se refiere al tema:
No tengo mucho que decir, aflojé mucho. Cuando estoy deprimida vuelo mucho, y no
me concentro en una actividad. Este año coincide con el año en que nació la nena, que
fue un año perdido; dejé el profesorado, los estudios… yo antes me sentía martirizada
por la poca unión de la familia. Mi abuela tuvo a mi papá de soltera. Eso me ponía muy
mal y vengo yo y hago lo mismo. Yo no quiero tener más hijos de soltera. Es un dolor
muy grande tener un hijo de soltera, porque uno nunca olvida al padre real, y uno no
puede partir con otro, así que es esperarlo a él... Yo estaba muy bien con él hasta que
quedé embarazada, y mezclé la religión y fue peor... la religión no permitía las
relaciones sexuales... Y nosotros viajábamos a Mar del Plata a casarnos, y el padre me
exorcizó, me hizo desaparecer físicamente, y después me hizo volver y a partir de allí
estuve mal. Yo sufro por cosas que no he podido concretar, los estudios.
El Otro
Dice la paciente acerca de la relación con su madre: “Me encuentro un poco alterada y
agresiva con los miembros de mi familia. Estoy molesta porque mi mamá siempre mira
televisión, y a mí en el profesorado me dijeron que no viera televisión, que leyera”.
177
Cuando quiere enunciar algo acerca de la relación con los integrantes de su
familia en general, vuelve a hablar de su madre:
La relación en general es buena, pero con mi mamá no es muy buena. Ella ve televisión,
no se informa de nada; a mí me dijeron que mi mamá no me apoyó y yo lo sé, ella
nunca me apoyó sexualmente, ella nunca buscó la posibilidad de que yo me casara con
mi novio.
Hace 10 años yo me pongo mal. Agresiva cuando alguien es vago; odio la vagancia, yo
le dije a mi amigo médico si podíamos llegar a más, pero él me dijo que no.
Respecto de este “amigo médico” dice lo siguiente: “Yo tengo un amigo médico
y él me aconsejó que hiciera psicoterapia, y después de algunos años, siempre vuelvo a
él como a contarle todo. El padre, el sacerdote, me dijo que es como si estuviese casada
con él, y eso me hace sentir mejor”.
De la relación con su padre dice muy poco. Solamente se refiere a él cuando lo
nombra como un hijo de madre soltera. En tanto, en su lugar, dice algunas cosas
respecto de su relación con la iglesia y con miembros: “...Voy a misa y me confieso, y
bueno, creo que puedo estar bien”.
Continúa así: “Mi vida cambió desde que tuve la nena, porque, bueno, no es lo
mismo... yo ayudo a mi amiga porque sé ayudar, pero el padre no me aceptó para dar
catequesis”.
El análisis del caso
En el análisis de este caso es conveniente comenzar por donde la misma paciente lo
hace: es decir, por el momento de la crisis, el momento de desencadenamiento
dramático en que debió recurrir a tratamiento especializado para no abandonarlo hasta la
actualidad.
El desencadenamiento se va aclarando en la medida que la paciente va hablando
sobre ese momento, pudiendo concluir recién 10 años después, cuando habla del año en
que nació su hija. Se hace necesario, por un lado, seguir los acontecimientos sucedidos,
y por otro apelar a la interpretación que hace ella de esos acontecimientos.
178
En 1982, cuando tenía 20 años, decide iniciar sus estudios en el profesorado, en
su lugar de residencia ―el interior provincial―, entusiasmada por una idea que tiene
desde siempre respecto de las personas que estudian y de las que no estudian. Dice ella:
“Yo deseo tener un título porque desprecio a la gente que no tiene título, desprecio todo
eso; yo, ambiciosa, me pongo nerviosa porque no tengo mucha actividad, quiero tener
un título...”.
En la continuidad de este relato hace ver cuáles serían las condiciones que
espera se puedan dar para que ella alcance ese ansiado título. Dice: “...Podría tenerlo si
me ayudan a tener un orden; necesito tener todo limpio para comenzar a estudiar”.
Este es el modo que tiene de pedir la ayuda de un padre que no figura en su vida
y, como consecuencia de eso, tampoco en su relato. Pedido de ayuda que traslada de
inmediato a la situación transferencial. Dice: “Yo creo que me pueden ayudar, con que
usted llame por teléfono al colegio para que me reciban allá, que yo estoy bien para
inscribirme en este colegio”.
Durante sus estudios en el profesorado se produce un doble encuentro. Por un
lado con el grupo social, sus compañeros, profesores, etcétera; por otro, en el mismo
tiempo, se da el encuentro con un hombre ―su novio―, lo que le trae aparejado
problemas que deberá resolver en ambos frentes.
En el tercer año del profesorado, a su vez, se suscitan los hechos que,
conjugados, concluyen en la crisis que ya venía gestándose desde el comienzo de sus
estudios. Su relación con algunos docentes le resulta inquietante, así como con algunos
de sus compañeros, especialmente cuando se producen las reuniones de grupo
necesarias para realizar los trabajos requeridos. Dice la paciente: “...En el curso había
judíos... yo soy cristiana, y tenía que demostrar que era una buena cristiana y no tomaba
anticonceptivos, ni me hice abortos”.
Siguiendo con los elementos que participaron en el desencadenamiento, la
paciente habla de una relación que le produjo problemas con una profesora: “Tenía una
profesora que era judía. Mi novio quería casarse, pero yo no me sentía muy bien con él,
él no me respetaba”.
Sin embargo, la verdadera causa a la que nos remite “L” acerca de su
desestabilización es la que puede enunciar recién diez años después de ocurrida, cuando
habla del nacimiento de su hija. Dice: “No tengo mucho que decir, aflojé mucho.
Cuando estoy deprimida vuelo mucho, y no me concentro en una actividad. Este año
179
coincide con el año en que nació la nena, que fue un año perdido; dejé el profesorado,
los estudios, yo antes me sentía martirizada por la poca unión de la familia...”.
Aparece así el elemento que ha creado desde su infancia, el terreno necesario
para la aparición de la crisis: lo que ella llama la “poca unión de la familia”. Es preciso
entonces remontarse a cómo habla de los miembros de la familia, en las diferentes
intervenciones en las que anoticia sobre su relación con ellos. Dice de su madre: “Me
encuentro un poco alterada y agresiva con los miembros de mi familia, estoy molesta
porque mi mamá siempre mira televisión, y a mí en el profesorado me dijeron que no
mirara televisión, que leyera”.
Continúa luego con esta relación que le ha traído problemas, porque justamente
es en la madre en quien concentra el peso de todas las relaciones familiares. Dice la
paciente: “La relación en general es buena, pero con mi mamá no es muy buena. Ella ve
televisión, no se informa de nada...”.
Este depósito que hace en su madre se conjuga con la falta de apelación a la
presencia del padre, ya que sólo menciona esta posibilidad de “padre” cuando se refiere
a él como un “hijo de madre soltera”. Su falta paterna es muy notoria, ingresando ante
esta falta la vía religiosa como intento de suplantar algo de ella.
El círculo se cierra en el momento en que su novio no reconoce ni se hace cargo
de su hija, tal como ocurrió. Pero un elemento más se hará presente para que esta falla
entre en funcionamiento, y es la de la sexualidad: el encuentro con un hombre
―representado en su novio―, presente en cada una de las intervenciones de su relato.
Dice la paciente, en referencia a su madre: “...Ella ve televisión, no se informa
de nada. A mi me dijeron que mi mamá no me apoyó y yo lo sé; ella nunca me apoyó
sexualmente, ella nunca buscó la posibilidad que yo me casara con mi novio”.
El tema de la sexualidad también aparece en oportunidad de relatar una relación
de amistad con un médico, en quien dice confiar, y al que acude a pedir consejos acerca
de su relación con las personas que llama “vagos”; aquellos que no estudian ―que
finalmente sería su propia situación. Dice al respecto: “Hace 10 años yo me pongo mal.
Agresiva cuando alguien es vago, odio la vagancia, yo le dije a mi amigo médico si
podíamos llegar a más, pero él me dijo que no”.
Es este el momento en que conviene hablar ya no de los condicionantes del
desencadenamiento, sino de la interpretación que ella hace de los sucesos. Es aquí
cuando, refiriéndose a la crisis, sostiene:
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Quedé embarazada, aflojé mucho. Cuando estoy deprimida vuelo mucho, y no me
concentro en una actividad. Este año coincide con el año en que nació la nena, que fue
un año perdido; dejé el profesorado, los estudios. Yo antes me sentía martirizada por la
poca unión de la familia. Mi abuela tuvo a mi papá de soltera. Eso me ponía muy mal y
vengo yo y hago lo mismo. Yo no quiero tener más hijos de soltera. Es un dolor muy
grande tener un hijo de soltera... porque uno nunca olvida al padre real, y uno no puede
partir con otro, así que es esperarlo a él. Yo estaba muy bien con él hasta que quedé
embarazada, y mezclé la religión y fue peor...”.
Queda demostrada, en este pasaje, la conexión que “L” establece entre el acudir
a la religión, como modo de interpretar lo que le estaba pasando en el profesorado, y en
el encuentro con un hombre; pero, al mismo tiempo, que este acudir a la religión no le
es suficiente para pacificar sus síntomas de inquietud, de no poder responder a lo que le
ocurría.
No es suficiente el tema religioso porque es el mismo tema que le produce su
desestabilización. Se desencadena la crisis en la medida de la relación con la profesora
judía, y en la medida de lo que, según sostiene, debía dar cuenta de su ser de cristiana,
que demuestra en definitiva lo que estuvo puesto en juego: su ser.
Por esta razón recurre a algo más directo, relacionado con el padre. Con lo poco
que le fue transmitido de la figura paterna, aunque sea un padre “deshilachado”, hijo de
madre soltera.
Toma esta vía y queda embarazada de su novio, aunque su interpretación de este
acto sea absolutamente delirante; como la interpretación de cada cosa que le pasa en
esos tiempos, se convierte en un fenómeno del pensamiento. Dice ella: “...Y mezclé la
religión y fue, pero... la religión no permitía las relaciones sexuales... Y nosotros
viajábamos a Mar del Plata a casarnos, y el padre me exorcizó, me hizo desaparecer
físicamente, y después me hizo volver y a partir de allí estuve mal...”.
Aquí se ve una interpretación delirante de su embarazo, ya que si su cuerpo fue
hecho desaparecer, ella no participó de una relación sexual en forma carnal: esto se
llevó a cabo por otro camino.
Asimismo, esta manera de interpretar viene a conjugarse con la manera de
encarar las cosas en el momento del profesorado. Dice la paciente: “Quedé embarazada
181
porque en el curso había judíos... yo soy cristiana, y tenía que demostrar que era una
buena cristiana, y no tomaba anticonceptivos, ni me hice aborto”.
También se deduce, de esta intervención, que el mismo tema que oficia de
desencadenante es aquel al que la paciente acude para su estabilización. En el momento
del desencadenamiento, tal como ella lo relata, se producen fenómenos que no pueden
ser explicados por la paciente. Por ejemplo: “En el embarazo iba a curanderas para que
me ayudaran a combatir a los judíos. Ellos le hicieron mucho mal a mi Jesús, y yo iba
para fortalecer mi fe. Tengo ideas que no pueden ser explicadas”.
El fenómeno del pensamiento religioso o místico ―sin poder llegar a conformar,
hasta este momento, un delirio ciertamente sistematizado― es el que se le presenta
primero, y que la incluye en el mundo bajo esas coordenadas. Esto es notorio a partir de
lo que tiene en cuenta respecto de su embarazo, cuando afirma que tenía que demostrar
que era una buena cristiana, que no tomaba anticonceptivos, ni hacía abortos.
Otro fenómeno que se le presenta claramente desestabilizante es la visita de su
amiga, también embarazada. Esto hace que entre en confusión, ya que ella no puede
deslindar de qué lado queda ese embarazo. Este fenómeno está producido por la falta de
identificación imaginaria en la que se apoya la formación del yo, por lo que cualquier
cosa, hecho, o palabra que entre en juego ―por el transitivismo del estadio del espejo―
puede aplicarse a cualquiera de los dos lados.
Ella lo dice muy claramente en su relato: “Una compañera fue a mi casa. Me
pasaban por la televisión, y yo temía que le hiciera mal al bebé... Empezaron a hacer
chistes y a nombrarme, yo tenía mal al bebé de ella, porque también estaba
embarazada”.
Finalmente, la orientación que ha tomado este sujeto para solución de su
problema identificatorio deficitario es la del cuidado de su hija ―hija de madre
soltera―, que la ubica en el mundo con una función determinada.
Asimismo, el tema religioso sigue siendo muy comprometido para ella, por lo
que los cuidados respecto de esto deben ser extremos. Dice ella: “Ahora no trabajo, yo
pienso en rezar y pedirle cosas para mi nena. Yo me siento presionada, obligada a hacer
cosas”.
Frente a la recurrencia del nombre de “madre soltera”, como complemento de
cuidar una hija de madre soltera, dice lo siguiente:
182
Creo que no puedo salir del todo, porque no estoy casada con el padre de la nena, que es
lo que hubiese querido. Yo tuve golpes, no pude hacer lo que debía hacer, casarme,
después tener hijos. Recibirme y ganar chirolitas, pero estos golpes, estos golpes que te
marcan y me quitó fuerza, seguridad. Esa fue mi causa, pero hay cosas peores.
Por último, habla de la función de esta madre soltera, y de su comunidad con lo
religioso: “Mi vida cambió desde que tuve la nena, porque, bueno, no es lo mismo... yo
ayudo a mi amiga porque sé ayudar, pero el padre no me aceptó para dar catequesis”.
A modo de síntesis
Un sujeto, en el cual es notoria la falta real de padre, ya que no figura ni en la vida real
ni en sus dichos, está revelando la poca predisposición de la mujer que hay en su madre
para otorgar un lugar a un hombre que pueda cumplir una función.
La falta de identificación yoica por ausencia de un padre, deja a la paciente en
una transitividad desmedida, en la que debe luchar por encontrar un lugar en el mundo.
Para encontrar este lugar pasa por al menos tres identificaciones diferentes.
Aunque son lábiles las dos primeras, finalmente puede encontrar una ―la tercera― más
estable, que le permite trabajar desde esa existencia.
La primera identificación ensayada es la de la vía religiosa, que sigue desde el
mismo desencadenamiento. La insuficiencia de esta vía la lleva a la segunda, la
identificación con su abuela paterna ―madre soltera―, por lo que queda embarazada,
con quien no estaba bien, según su decir, y que finalmente no reconoce su hija.
Por último la tercera identificación, que le atribuye una función: la de cuidar de
esta hija de madre soltera. “Cuidar a la nena”, dice la paciente. Esto es lo que hasta el
momento la sostiene en su estabilización.
183
El caso “MA”
Se trata de un hombre de 36 años de edad, en la actualidad, que lleva a cabo la consulta
inicial a los 32 años, pero que padece esta enfermedad desde los 17. A lo largo de estos
19 años de tratamientos en diversas partes del país, ha tenido varias crisis, con también
varias internaciones, que si bien interesan por su número, cobra mayor valor la forma en
que habla de este trayecto de enfermedad, así como de los hechos que se derivan de ella,
en relación a sí mismo, a su familia y a su medio social y laboral.
Es sumamente interesante e ilustrador escuchar la manera en que describe su
enfermedad y los diferentes momentos por los que ha debido atravesar, ya que ello
habla de la forma que ha tomado como solución a la falla que produjo tal enfermedad.
Cuando es preguntado sobre lo que le sucede, relata lo siguiente: “Mi primera crisis fue
a los 17 años de edad, en el año 1987. Fue por una pelea que tuve con un compañero de
curso. Yo rehusé esa pelea, huí, no quise pelear”. Continúa sobre el mismo tema: “A los
14 años había tenido un hecho similar, con otro compañero del colegio”.
Retoma, entonces, el relato anterior:
Al momento de los 17 años, cuando el segundo episodio, volví llorando a casa como
una criatura. En ese momento me convertí en un niño o, mejor dicho, en un bebé. Ahí
aparecieron miedos muy fuertes, sobre todo a la violencia física.
Más adelante en el tiempo tuve otras crisis; al momento de suspenderme la medicación,
por ejemplo. Fueron episodios psicóticos agudos con ideas persecutorias.
Agrega respecto de sus internaciones:
He tenido varias internaciones en total. Empecé a los 20 años. Después a los 22, 23, 27,
28, 30 y a los 32 años. Las tres primeras fueron en el Hospital Psiquiátrico de
Corrientes: “San Francisco de Asís”. Fue en los años 90, 92 y 93.
Después, en Córdoba, estuve internado en el Sanatorio..., en los años 98, 99, y 2000.
Fueron cuatro veces en total. Me hicieron electroshocks. Después viví dos años en un
geriátrico, a los 30. Y por último, estuve en una fundación por tres meses y medio, a los
32 años.
184
En ese último momento relatado comienza el tratamiento actual.
Habla, a continuación, de los tratamientos que ha hecho y de sus respectivas
especificidades. Dice: “El tratamiento ha sido psicofarmacológico y psicoterapéutico,
desde los 17. La medicación en un momento se interrumpió. Pasé por el conductismo, la
psiquiatría biológica, el sistémico, actualmente el psicoanálisis. Hice hospital de día,
también actualmente, y acompañamiento terapéutico”. Luego concluye su alocución con
consideraciones acerca de su enfermedad, acrisoladas a lo largo de este tiempo de
enfermedad y del trayecto por los diferentes tratamientos. Dice:
Mi enfermedad es crónica. Es una psicosis, un transtorno esquizofrénico de tipo
paranoide.
Mi enfermedad es como una compañera que me acompaña. Siempre, en todas partes.
Tengo como una herida mental. Es una disfunción psiquiátrica. Soy como un rengo
mental, pero puedo caminar.
Ahora estoy totalmente estable y compensado, estoy más estructurado y organizado.
El Otro
El paciente ubica todos sus sufrimientos a nivel de su relación con los demás, y en
especial en relación a sus familiares más directos. Retoma, para esto, el tema desde
distintas perspectivas: las que refiere a su familia más directa —madre, padre y
hermana—; la relación de él con cada uno de ellos; la relación entre ellos; y la relación
con sus abuelos y tíos, a quienes, en algunos casos si bien no ha conocido, sí lo ha
hecho a través de los dichos de sus padres.
Es así que va configurando el lugar del Otro, cuyos matices a veces ofician de
pacificadores, pero en muchos casos han oficiado de desestabilizadores. Dice respecto
de su padre:
Mi padre era estudiante en Córdoba. Debió regresar antes de terminar su carrera al
Chaco, por la muerte de su padre. Fue viajante, vendedor de mercería, de juguetería,
relojería, bijouterie, telas, libros.
185
Recorrió todo el nordeste, seis provincias: Chaco, Corrientes, Misiones, Entre Ríos,
Formosa, y norte de Santa Fe. Después fue inmobiliario, en Resistencia, Chaco. Tuvo
dos inmobiliarias: de una era dueño, y en la otra tuvo un socio. Ahí hizo varias ventas
de casas y departamentos.
Habla también de su madre, en los siguientes términos: “Mi madre es abogada.
Hizo toda la carrera judicial en el Chaco, hasta llegar a ser jueza. Fue camarista laboral.
En el año 94 se retiró; fue cuando vinimos a vivir a Córdoba capital. A mamá siempre le
gustó Buenos Aires”.
De la relación entre sus padres, dice espontáneamente: “Mis padres son muy
unidos, sobre todo después de que me enfermé en el año 87, hace ya 19 años”.
Habla también de su hermana: “Mi hermana es menor, es abogada. Tiene 31
años, y trabaja en tribunales. Se casó el año pasado con..., que es médico...”. Respecto
de la relación que ha llevado ella, dice lo siguiente:
Cuando yo estaba muy enfermo, no andaban tan bien las cosas con ella. Una vez,
estando internado en el psiquiátrico de Corrientes, le quise dar un beso en la boca; se
enojó mucho. Yo andaba muy mal en ese momento, año 93. Ahora, de adultos, nos
vemos poco y nos llevamos mejor. Los dos ya pasamos la adolescencia.
Continúa hablando, luego, de su familia extensa, con las mismas particularidades
que demuestra respecto de su familia nuclear; es decir, con su interpretación incluida.
Comenta: “Mis abuelos varones murieron jóvenes, no los conocí. Moisés, abuelo
paterno, murió en un accidente. Se cayó de espaldas de un camión. Fue el primer
comerciante particular de Las Palmas, Chaco. Era muy trabajador, y tenía mucha fuerza.
Era de Rumania”.
Cuando habla de su abuela paterna, incluye su interpretación acerca de lo que ya
pudiera ser un antecedente de enfermedad. Dice: “Mi abuela paterna era polaca. Se le
murieron hermanos en el Holocausto. Le daba la teta a mi papá llorando y sufriendo.
Hablaba idish con mi papá. El idish es un dialecto de Europa, mezcla del inglés y el
alemán”.
Continúa con su abuelo paterno, y los antecedentes de enfermedad mental:
“Moisés tenía una hija, Raquel, de otro matrimonio, que murió en Oliva (la colonia
psiquiátrica)”. Y afirma: “En la familia de Moisés hay varios con problemas mentales”.
186
Luego comienza el relato de sus abuelos maternos: “Marcos P, abuelo materno,
era enfermo. Tenía depresión. Le hicieron electroshocks, y estuvo internado en el
Hospital Borda. Era polaco. Según mamá, Marcos era débil”.
Habla entonces de su abuela materna. Relata lo siguiente: “Victoria, abuela
materna, era hija de rusos. Tenía un carácter muy fuerte. El padre de Victoria estuvo en
la guerra ruso-japonesa. Le quedó una bala en el brazo. Era herrero. Según mamá, es la
imagen masculina más fuerte en su familia. En Polonia, Marcos era sastre”.
Continúa el desarrollo sobre su familia extensa con los hermanos de sus padres y
los primos. Dice: “Mi padre tiene una hermana menor en Buenos Aires, que es maestra
jardinera jubilada. Tiene dos hijos. Una psicóloga, casada, vive en Israel. Y mi primo,
que tiene un vivero y es divorciado”. Y respecto de la familia de su madre: “Mamá tiene
dos hermanas menores en Israel. Tengo seis primas. En Buenos Aires hay una prima
psicóloga (de mamá). Mamá tiene un primo psicólogo en Israel”.
La historia de una enfermedad
A los 17 años comienza su enfermedad, declarada a partir de los síntomas con forma de
crisis. Sin embargo esto venía conformándose desde algunos años antes, con elementos
jugados en las relaciones en su familia que arrastraba desde su infancia. Dice el
paciente: “Mi primera crisis fue a los 17 años. En el año 1987. Fue por una pelea que
tuve con un compañero de curso. Yo rehusé esa pelea, huí, no quise pelear”.
De inmediato sugiere su interpretación del hecho: “Al momento de los 17,
cuando el segundo episodio, volví llorando a casa como una criatura o, mejor dicho,
como un bebé. Ahí aparecieron miedos muy fuertes, sobre todo a la violencia física”. El
antecedente a esta pelea frustrada —o rehusada— estuvo dado a los 14 años, en ocasión
de un encuentro similar con otro compañero, en el que también se rehusó a pelear.
En esta oportunidad previa de los 14 años, luego de rehusar la pelea, regresa a su
casa. En el camino de regreso, un compañero de colegio pasa a su lado y le dice al oído
“maricón”. Llega a su casa y le comenta a su padre lo que le ha sucedido. Le dice:
“Papá, te he defraudado porque no he peleado cuando tenía que pelear”.
187
¿Cuál fue, entonces, la reacción de su padre ante esta presentación de su hijo?
Dice “MA”: “Vas a ir a estudiar artes marciales”.
Eso fue lo que hizo el paciente durante tres años, siguiendo las palabras de su
padre.
A la edad de 17 años se repite el episodio, esta vez desencadenando síntomas y
dejando de asistir al colegio por el resto del año. Allí ubica su primera crisis.
En este momento del relato se remonta a sus recuerdos sobre lo que ha vivido en
sus años de la infancia. Dice: “De chicos vivíamos en Villa Ángela, antes del Chaco.
Fuimos a esa ciudad porque a mi mamá la trasladaron por cuestiones de trabajo”. A
continuación presenta su relato sobre actitudes violentas entre sus padres: “En esa
época, en la más temprana infancia, vi mucha violencia doméstica. Mi padre la golpeaba
mucho a mamá. Se peleaban mucho. Ella lo sacaba de las casillas”.
Realiza, entonces, una aclaración respecto a la parte final del relato de su crisis
de los 17 años, cuando dice que de ahí en adelante desarrolló miedos, sobre todo a la
violencia física. A partir de ello es que rememora lo siguiente: “A esa edad de 3, 4, y 5
años sufría mucho ver tanta violencia. Desarrollé mucho miedo a la violencia física”.
Luego presenta la actualización de su interpretación acerca de las consecuencias
de estas vivencias de su infancia. Dice: “De adulto entiendo las peleas, pero nada
justifica la violencia”.
A partir de este momento, deja el colegio secundario —por ese año— y
comienza un tratamiento. Al año siguiente retoma el colegio y finaliza el tratamiento.
El siguiente paso es el ingreso a la universidad, que debe realizar en otra ciudad,
hecho que produce el desencadenamiento de su crisis de manera completa. A raíz de
esto debe ser internado.
Comienza, entonces, un peregrinaje por diferentes tipos de tratamientos en
diferentes sitios del país, que él describe muy detalladamente desde el punto de vista
cronológico, así como desde el punto de vista técnico. Dice: “Pasé por el conductismo,
la psiquiatría biológica, el sistémico, actualmente el psicoanálisis. Hice hospital de día,
también actualmente, y acompañamiento terapéutico”.
También hace la aclaración que desde ese momento en que dejó su casa para ir a
la universidad, nunca, hasta el momento actual, volvió a vivir con sus familiares: vivió
en pensionados, departamentos compartidos e instituciones de diferentes tipos, entre
otros.
188
El análisis del caso
El análisis de este caso destaca dos condiciones fundamentales que se desprenden del
trabajo en el tratamiento: por un lado, el defecto en la identificación que se produce y
sobre el que ilustra detalladamente el caso, en sus diferentes pasos; en segundo lugar, la
forma de suplencia que ha adoptado ante esta falla, para lo cual el paciente plantea de
entrada, y cada vez, su trabajo en ese sentido.
La primera cuestión se hace presente en el momento del desencadenamiento, a
sus 17 años. ¿Por qué este hecho, sucedido a los 17 años, produce desencadenamiento?
¿Cuál fue la causa que en ese momento hizo desencadenar una crisis, y que tres años
antes, en el anterior episodio, no lo había hecho? O quizás la pregunta pueda ser
formulada en forma invertida: ¿Por qué a los 14 años no desestabilizó, y lo hizo recién a
los 17?
Al intentar responder esta cuestión, tal como se presenta el caso, es necesario
hacer la diferenciación, mediante el mecanismo de la identificación, entre un neurótico
y un psicótico —esto a partir de que “MA” es psicótico, si bien no se sabe que lo llevó a
“elegir” este camino.
Jacques Lacan —como se dijo, psicoanalista que desarrolló su trabajo durante el
siglo XX— dedicó un seminario, en los años 70, para explicar una particularidad de
algunos sujetos psicóticos que no han desencadenado la enfermedad porque han
interpuesto algún recurso. En ese seminario se dedica al estudio de los escritos de un
escritor irlandés, James Joyce, quien habría sorteado el trance a partir de la escritura.
Joyce ha perdurado, a través de sus escritos, con un lugar muy importante en las
letras mundiales, siendo estudiado en todas las universidades del mundo. Asimismo, el
estudio de Lacan produjo avances fundamentales en el entendimiento sobre la
producción de las psicosis, así como respecto de su tratamiento.
En ese sentido, otros autores han avanzado también sobre la obra de Joyce, y han
propuesto sus postulados para colaborar en el avance ya expuesto. Es el caso de un autor
francés llamado Jacques Aubert, autor de un artículo denominado “De un Joyce al otro”
(42), en el que analiza algunas cuestiones referidas a los aspectos involucrados en el
189
proceso que estudia los modos de relación entre las personas, es decir, lo que se llama
los lazos sociales.
Aubert se refiere a este proceso de enlace al otro como poesía; o lo que viene a
ese lugar, que cumple con ese efecto. Una cita de este artículo nos aclara sobre esto.
Dice Aubert: “El drama es la forma más elevada de poesía, y ésta, repitámoslo, tiene por
objeto la acción. Joyce desprende lo que puede haber de acto del sujeto en la acción
dramática”. Para este cometido, Joyce lleva a cabo este trabajo mediante sus escritos. A
través de su escritura —una forma tan particular y rara, la creación de una nueva manera
del idioma materno— logra interesar a los otros. Este trabajo de interesar a los otros, un
sujeto neurótico, lo logra mediante el uso de su cuerpo, en tanto nuclear; y de sus
prolongaciones, sus orificios, que es lo que enlaza un sujeto con otro (la mirada, la voz,
etcétera).
Como no lo puede hacer con su cuerpo, Joyce hace ese trabajo con la escritura.
Todo el drama que escribe genera algo en los otros, aunque él no haya buscado ese
efecto. Este pasaje a la acción es lo que se llama poesía.
Una segunda cita de este mismo artículo ayuda en el razonamiento llevado
adelante. La cita habla de Joyce en sus primeras obras. Dice: “La necesidad de
introducir un poco de vida en la doxa, por medio de su interpretación. Por su
intermedio, se instaló enteramente en la poética, fuera de encarnación, y fuera de
identificación”. De esta cita se desprenden dos procesos en los que se apoya la
constitución de un sujeto neurótico: la encarnación y la identificación.
En el primer caso, la encarnación: la posibilidad de encarnar, de tomar a cargo,
con su propio cuerpo, la relación con el Otro. En tanto la identificación, definida a partir
de un enlace afectivo al otro, que le hace incorporar tal rasgo y por el que el sujeto sufre
una modificación.
Joyce demuestra, a partir del uso de la escritura, que un sujeto psicótico está
antes de ambos procesos: que su psicosis es anterior al efecto de la identificación y al
efecto de poesía.
¿Cómo se dan estos procesos en un sujeto neurótico?
Una tercera cita del artículo mencionado hace una aclaración al respecto: “Todo
ocurre como si el aplanamiento poético, o sea, el pasaje a la acción hacia el otro, que es
el de la escritura, debiera pasar por tomar en cuenta el cuerpo en su consistencia de
imagen”.
190
Como se ha dicho en este trabajo, el proceso de constitución subjetiva está
conformado por dos identificaciones, encadenadas en un proceso lógico. La primera de
ellas es una identificación imaginaria en la que se constituye el yo, y para esto el
individuo se vale de la imagen del otro.
A través de este procesamiento de la imagen del otro —al tiempo que constituye
su yo— puede apoderarse de su cuerpo. Ese cuerpo es el que utiliza para enlazarse al
otro; pero lo hace mediante esa consistencia imaginaria, o bien, mediante la consistencia
simbólica de la palabra, con lo que aplana el efecto de poesía, de pasaje a la acción
hacia el otro. Es decir que el neurótico aplana la acción, llamada poética, a partir del uso
que hace de la consistencia imaginaria de su yo.
El psicótico está antes de esta identificación imaginaria y, por lo tanto, de
cualquier posibilidad del uso de su cuerpo en beneficio del enlace al otro —es decir, en
beneficio de la acción llamada de poesía.
En “MA”, este proceso se ha llevado a cabo de la siguiente manera, de acuerdo
al relato de los hechos: a los 17 años, tiene un encuentro totalmente agresivo —en el
campo de la agresividad— con un compañero del colegio, en el que no pelea. Después
de este hecho no quiere volver al colegio, durante ese año. Tiene el antecedente de un
hecho de similares características a los 14, en el que también rehúsa de la pelea. En esta
oportunidad de los 14, en el momento en que volvía a su casa, un compañero le grita al
oído “maricón”. “MA” llega a su casa y se dirige a su padre, diciéndole “Papá te he
defraudado porque no he peleado cuando tenía que pelear”. Y el padre le responde “Vas
a ir estudiar artes marciales”.
Esta respuesta del padre demuestra que este hombre no se hace cargo del pedido
de su hijo: pedido de que ponga nombre a lo que siente, a lo que le pasa. Sino que este
padre deriva a otro semejante tarea. Lo deriva al estudio de las artes marciales, con lo
que demuestra que no pone su cuerpo, no se ofrece a la identificación de este hijo que,
en definitiva, es lo que necesitaba: una palabra con la cual identificarse.
Este padre rehúsa de esa tarea, se rehúsa a poner el cuerpo, y deja a su hijo a la
deriva de aquel campo agresivo en el que no se encontraba.
En el hecho sucedido a los 14 años el paciente consigue sostenerse a través del
estudio de las artes marciales, y porque encontró gente, en ese entorno, en la que podía
mirarse. A los 17 esto ya no fue suficiente: la derivación del padre, en esa oportunidad,
191
produjo la deriva del hijo, y éste no encontró alternativa en quien mirarse, por lo que
desencadena la crisis sintomática.
Una pregunta que puede sugerirse al momento del desencadenamiento, es acerca
de por qué este sujeto habría rehusado en ambos casos a la pelea.
Es necesario recurrir al encuentro de este padre, flojo, que no ofrece su cuerpo a
una identificación, con la madre que no hace lugar a un hombre, mucho menos a éste
que eligió, y que generan un vínculo agresivo, violento, al decir del paciente. Queda
reflejado este funcionamiento en los dichos del sujeto: “Mis padres son muy unidos,
sobre todo después de que me enfermé, en el ‘87, hace 19 años”. En ese sentido,
también agrega acerca del funcionamiento de sus padres: “Cuando me enfermé, mi
padre dejó de trabajar para cuidarme a mí”.
El padre, que negó su cuerpo (negó encarnar su lugar para una identificación), se
dedica al cuidado del hijo enfermo, similar a lo que le había sucedido con su propio
padre, a quien debió reemplazar a posteriori de su muerte, y por lo que debió dejar su
carrera, es decir, el camino elegido por él. Del lado de la madre, los hombres han sido
muy flojos; sólo uno de ellos, el abuelo, era aceptado por ella como un hombre fuerte.
De este encuentro de un hombre flojo para ejercer la función de padre, en lo que
se refiere a la identificación, con esta mujer que no tiene ningún lugar para un hombre,
se produce el vínculo agresivo, violento, perfectamente interpretado por el paciente, que
se hace cargo de esta forma de vinculación mediante el procedimiento llamado de
intercesión.
La intercesión es el proceso mediante el cual estos padres hacen de
intermediarios entre la enfermedad de la generación antecesora y la generación que les
sigue, la de sus hijos, transmitiendo de ese modo la enfermedad. Es así que, al
transmitirla, los padres permanecen estabilizados.
Este procedimiento se cumple perfectamente en este caso. Tal como lo sostenía
Lacan, “para generar un loco hace falta al menos tres generaciones”.
Finalmente, se suma a este análisis —ante este defecto tan notorio en la
identificación yoica— la vía que tomó el paciente, como modo de una suplencia de esa
falla. Este sujeto tiene una predilección absoluta y detallada —así como una
pormenorizada descripción— de su enfermedad, convirtiendo a ésta en una compañera
necesaria para su vida.
Esta es la forma que encuentra para solucionar la cuestión de la justificación su
192
existencia: la de adoptar la enfermedad al modo de un nombre. Con la enfermedad,
“MA” se nombra: encuentra un nombre que le permite tener un lugar en la sociedad.
Dice: “Mi enfermedad es crónica. Es una psicosis, un trastorno esquizofrénico de tipo
paranoide. Mi enfermedad es como una compañera que me acompaña siempre, en todas
partes. Tengo como una ‘herida mental’. Es una disfunción psiquiátrica”.
Define, de esta manera, su relación con la enfermedad, para darle a continuación
la función que le atañe: la de un nombre. Así lo expresa: “Soy como un rengo mental,
pero puedo caminar”.
A modo de síntesis
Este sujeto interpreta perfectamente el vínculo y la forma de vinculación que hay entre
su padre y su madre, y toma a su cargo ese vínculo, ya que eso le permite encontrar un
lugar en ese mundo tan agresivo.
Al mismo tiempo, ese encuentro entre sus padres promueve un defecto en la
función paterna que es altamente insuficiente para el proceso identificatorio, necesario
para la constitución como sujeto.
Se suma a estos dos factores el proceso de intercesión, por el que los padres
actúan trasladando a este sujeto la carga de enfermedad que traen de sus ancestros y, de
ese modo, mantienen su estabilidad. A raíz de esto se puede entender el por qué
mantienen a este sujeto fuera de su casa, y siempre en relación a instituciones de
atención especializada.
Por último, debe señalarse que este sujeto encontró en la misma enfermedad un
nombre, que le permitió sostenerse en el mundo, en ese lugar, como enfermo
esquizofrénico. Por esta razón es que se posiciona como casi un especialista en esta
enfermedad.
193
El caso “SP”
Se trata de un sujeto femenino que actualmente tiene 35 años. El recorrido de su
enfermedad cuenta con aproximadamente 11 años, desde su primera crisis hasta la
actualidad.
Realiza su primera consulta siete años atrás, en oportunidad de una segunda
crisis, de tipo delirante paranoide, con síntomas de agresividad y actitudes violentas
hacia el otro, en especial hacia familiares pero focalizadas principalmente sobre su
madre. En ese momento, a sus 28 años, es llevada a la consulta en el hospital por
familiares, ya que los síntomas de agresividad eran muy intensos.
Dice en ese momento: “Escucho las bocinas de los autos y los helicópteros que
andan en el edificio de mi casa... En la calle la gente me dice que soy una loca”. Habla a
continuación de sus conductas relacionales con las demás personas, en especial con sus
familiares, sosteniendo que sufre, que llora mucho y que tiene actitudes de agresión.
Asimismo, hace referencia al modo de alimentación que lleva adelante. Dice al
respecto: “Hace seis meses que me alimento solamente con mate cocido”.
Luego pasa a explicar esta conducta a través de la siguiente argumentación: “No
me alimento, porque los diferentes alimentos me recuerdan distintas personas que tienen
relación conmigo, y que quieren abusar”. Se hace presente en su relato, luego, el
próximo contenido de su pensamiento, pero perfectamente encadenado con el anterior.
Comenta: “Ese maniático me la pone. Hay distintos hombres que abusan de mí...”.
Por otra parte, comienza a hacer un racconto de los síntomas de su primera
crisis, sucedida cuatro años atrás, en circunstancias que también describe:
Comenzó cuando yo estaba viviendo sola en Carlos Paz. Trabajaba en un Servi Shop;
empecé a sentirme aislada de mis compañeros de trabajo, hasta llegar a no dirigirme la
palabra.
No podía dormir de noche. Tenía un fuerte dolor de columna y cabeza hasta quedar
totalmente contracturada. Comencé a sentir voces que me hablaban, ruidos de autos que
frenaban, tocaban bocina, voces que me hablaban desde el baño en el departamento de
la planta alta, donde yo alquilaba.
194
Habla a continuación de las consecuencias de los momentos vividos en ese
tiempo. Dice lo siguiente: “Me dejaron sin trabajo, luego me vine a la casa de mi papá,
estuve un tiempo. Luego me vine a vivir con mi mamá”.
La historia de una enfermedad
En el año 1995, a la edad de 24 años y a raíz de problemas con su madre, que ella llama
“problemas de independencia”, decide buscar trabajo en el interior provincial, lo que le
llevó a vivir a la localidad de Carlos Paz y a salir de su casa materna. Dice ella: “Quería
lograr más independencia desde el punto de vista económico, por eso busqué trabajo...”.
Luego habla de la situación que vivía en su casa materna, para argumentar
acerca de su decisión. Comenta: “Mi madre me presionaba mucho, la relación que tenía
con su pareja no la entendía, me sentía mal...”.
Durante tres años, aproximadamente, estuvo viviendo fuera de su casa, tiempo
en el que se suscitaron los hechos que desencadenaron su primera crisis, si bien se
reconocen antecedentes en los años previos —especialmente en el ámbito de la relación
con su madre, el medio familiar, y por otro lado con su padre.
En el año 1995, a meses de trabajar en ese Servi Shop, comienza a sentir
experiencias no explicables por ella, que sin embargo se ubicaban en la relación con sus
compañeros, y que al mismo tiempo produjeron su aislamiento.
Para ese tiempo ya había alquilado un departamento, y los síntomas fueron
trasladándose progresivamente hasta ese lugar de vivienda. No encontraba la paz, tan
ansiada y buscada por ella, ni en su propia casa.
Según su relato, los síntomas comenzaron en el trabajo, a partir de la relación
con sus compañeros que ella define con la palabra “acoso”. Dice: “Me sentía acosada”.
Cuando quiere hacer aclaraciones respecto del sentido que tiene esta palabra
para ella, expone hechos referidos al trabajo mismo, que ella refiere hacia sí misma.
Dice: “Me mandaban a acomodar las góndolas; yo me quedaba hasta tarde haciendo ese
trabajo, y a la mañana siguiente estaban desacomodadas, por lo que me mandaban de
nuevo a acomodarlas”.
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La referencia hacia sí misma aparece cuando sostiene que a otros compañeros no
les ocurría lo mismo; que a ella le encargaban ese trabajo. Lo dice así: “...Empecé a
sentirme aislada de mis compañeros de trabajo, hasta llegar a no dirigirme la palabra...”.
Al mismo tiempo, dice haber comenzado con dolores de columna y cabeza, que
en un principio atribuyó a este trabajo repetido y sin fin de acomodar cada día las
mismas cosas.
Sin embargo, de inmediato hace referencia a los fenómenos que ocupaban su
cabeza, y que le producían una situación de incomodidad en su propia casa —hecho que
también contribuía a su dolor de cabeza. Relata: “Totalmente contracturada, comencé a
sentir voces que me hablaban, ruidos de autos que frenaban, tocaban bocina, voces que
me hablaban desde el baño en el departamento de planta alta, donde yo alquilaba”.
En ese tiempo sufre un accidente automovilístico, viajando con su padre, en el
que sufre la pérdida de conocimiento por un tiempo más o menos prolongado. Debió ser
internada en una institución especializada, para una lenta recuperación.
En el año 98 decide regresar a la ciudad de Córdoba, ensayando, en primera
instancia, la convivencia con su padre, para más tarde volver a casa de su madre, por
causas que atribuye a ésta, que permanentemente le hablaba mal de su padre.
El Otro
La paciente se refiere a su familia como el medio, el ambiente, en el que se han
desarrollado los síntomas, además de sostener que es el ámbito donde se han producido.
Refiere que tanto las peleas entre sus padres, cuando estaban juntos, como los sucesos
entre ellos luego de separados, le han afectado.
Esta separación ocurrió durante su niñez, quedando a merced de su madre en sus
decisiones, a lo que ella llama “dependencia”. Dice acerca de las relaciones con ella:
“Las relaciones alteradas con mi madre, el independizarme y poder hacer mi vida...”.
Asimismo, habla de las intervenciones de su madre en relación al padre. En la
oportunidad del accidente que tuvo junto a él, en el que ella salió con serías lesiones
mientras que su padre salió ileso, su madre le decía: “Tu padre quiso matarte”. Estas
196
afirmaciones influyeron en ella para cambiar de casa, cuando regresó, en el año 1998,
de la casa de su padre a la de su madre.
De su padre, además de hablar de su bondad, refiere que sus contactos eran
como los de un novio: la buscaba, salían y después la dejaba de nuevo en su casa. “En
vez de un novio, me buscaba mi padre...”.
El análisis del caso
El análisis de este caso debe ser encarado a partir de analizar e investigar las
coordenadas que desembocan en lo que ella llama “la primera crisis”, así como ordenar
las falencias producidas en su formación como sujeto.
Dice la paciente que a los 24 años, en el año 1995, y a partir de su relación con
su madre que califica de “dependiente”, busca salir de su casa, “independizarse”, tanto
económica como personalmente. Sus palabras: “Quería lograr más independencia desde
el punto de vista económico, por eso busqué trabajo...”. Es por eso que comienza la
búsqueda de trabajo, que consigue finalmente en una localidad no muy lejana de la
ciudad de Córdoba: Carlos Paz.
Pero esta búsqueda está orientada por lo que venía sucediendo en su casa, no
solamente con su madre, sino con lo que sucedía entre su madre y la pareja. Esto
comienza a presentarse para ella como un enigma, y acude a una respuesta que es la de
salir de la casa, tratar de alejarse de esa cuestión. Sin embargo, esa cuestión la sigue a
donde ella va. Dice la paciente: “Mi madre me presionaba mucho, la relación que tenía
con su pareja no la entendía, me sentía mal...”.
Queda enunciada, entonces, la doble causa que la llevó a alejarse de su casa. De
la primera, la de la relación con su madre —que ella llama “presión”—, logra
desprenderse. Sin embargo, la otra causa es la que cobra valor en la medida del
encuentro con los otros, en el trabajo; en ese lugar, justamente, es que se producen los
fenómenos perceptivos del pensamiento: única forma que encuentra de responder a
aquel enigma que se le presentó a partir de la relación entre su madre y la pareja.
Las frases con las que ella representa esta problemática, y que contienen dicha
forma de respuesta, son las siguientes: “...En la calle me dicen que soy una loca”. “No
197
me alimento, porque los diferentes alimentos me recuerdan distintas personas que tienen
relación conmigo, y que quieren abusar”.
En esta intervención queda de manifiesto, claramente, que es en el encuentro con
las otras personas donde revive la cuestión que se le había planteado con su madre y la
pareja, y que ella decía no entender: la cuestión de la sexualidad
El corolario de estas intervenciones es la siguiente: “Ese maniático me la pone.
Hay distintos hombres que abusan de mí”.
En este sentido, es la vertiente de la sexualidad lo que a este sujeto le ha
producido el desencadenamiento. El reencontrar esta cuestión —esta pregunta— por
segunda vez, en el encuentro social, en este caso con sus compañeros de trabajo, es lo
que desencadena la crisis con el contenido del mismo tenor; es decir, sexual.
Describe, entonces, la ampliación de estos síntomas de su intimidad, de su
sexualidad, a los síntomas en relación a todos los otros, y aún a otros lugares, como su
trabajo y su vivienda. Dice ella: “Comenzó cuando yo estaba viviendo sola en Carlos
Paz. Trabajaba en un Servi Shop; empecé a sentirme aislada de mis compañeros de
trabajo, hasta llegar a no dirigirme la palabra”. Y agrega: “Me mandaban a acomodar las
góndolas. Yo me quedaba hasta tarde haciendo este trabajo, y a la mañana siguiente
estaban desacomodadas, por lo que me mandaban de nuevo a acomodarlas”.
Frente a esto que le ocurre, la paciente se ve obligada a ponerle un nombre, y
termina eligiendo uno que se dirige directamente a ella: “acosada”, para nombrar esa
relación con los compañeros de trabajo y que en el mismo trabajo mismo existe hacia su
persona. Dice: “Me sentía acosada”. Esta respuesta que ensaya mediante ese nombre
usado para designar lo que le está sucediendo, es una respuesta psicótica.
¿Cuál es el argumento por el que se demuestra que esta es una respuesta
subjetiva psicótica?
Consideramos dos elementos para definir una respuesta como la de este caso,
para ver si una frase se ubica como neurótica o bien como psicótica. Esos dos elementos
son el contexto y la referencia.
La frase enunciada por este sujeto dice “Me sentía acosada”. Esta frase, como
tal, podría ser absolutamente neurótica —normal, se podría decir—, o bien se puede
demostrar que es una frase psicótica. Dependerá del contexto en que es enunciada, y de
su valoración.
198
Contexto es un concepto que toma Lacan desde los principios de su enseñanza,
en un texto de los años 1957-58 que se conoce con el nombre de “La instancia de la
letra en el inconsciente”. Allí toma ese concepto y hace una serie de digresiones que
toma de otros autores, en todos los casos lingüistas.
Lo primero que toma es que para que una frase tenga sentido, conviene tomarla
en relación con la frase anterior. Por ejemplo, si la cita a esta frase en cuestión fuera la
siguiente: “Los patrones presionan mucho en el trabajo. Están encima de nosotros para
que cumplamos las tareas. Yo me siento acosada...”, existe una perfecta correlación
entre la frase anterior y la que sigue, por lo que adquiere un sentido. El sentido es hacia
el Otro: conduce al sujeto hacia el Otro, que por otro lado es el lugar donde se realiza
ese sujeto.
Se presenta entonces, en esta perspectiva, un problema, ya que no está dicho
quién es el locutor de la frase, quién es el interlocutor, o bien si esta frase es
pronunciada por algún miembro del grupo, o por alguien de la comunidad; es decir, el
contexto desde este punto de vista se hace infinito. Y este infinito se torna complejo.
Hay otra manera de presentar el estudio de esta frase, y es aquella que la toma
gramaticalmente y se dedica a estudiar su estructura. Se toma la frase, se la separa, se
analiza como está construida y se deduce la presencia de un sujeto detrás de ella. Se
trata de un análisis más focalizado.
En el primer caso el contexto es ilimitado, en tanto en la segunda perspectiva el
contexto es sumamente limitado.
¿Cuál es el contexto en el que se inserta la frase de la paciente?
Dice ella: “...Empecé a sentirme aislada de mis compañeros de trabajo, hasta
llegar a no dirigirme la palabra”. Continúa así: “Me mandaban a acomodar las góndolas.
Yo me quedaba hasta tarde haciendo este trabajo, y a la mañana siguiente estaban
desacomodadas, por lo que me mandaban de nuevo a acomodarlas”. Luego sigue esta
frase: “Me sentía acosada”.
Aquí es cuando el contexto se combina con la referencia. En el caso de la frase
anterior y su contexto, el sentido iba del sujeto al Otro, en lo sería el lugar del referente:
el lugar del Otro. En tanto en este caso, el referente es la misma sujeto, ya que cuando
se le presenta este vacío al que debe dar respuesta —es decir, aquello de por qué a pesar
del trabajo de acomodar las góndolas cada día, al otro día estaban desacomodadas—,
199
ella interpreta que es para que ella misma vuelva a acomodarlas, convirtiéndose de esta
manera en el referente de la frase.
El nombre de “acosada” que ella da a ese lugar, es la respuesta al vacío de
significación de por qué todos los días debe realizar el mismo trabajo de acomodar, si
ella ya lo había hecho el día anterior. Y es, justamente, la respuesta que se ensaye ante
ese vacío de significación, lo que define si tal respuesta es subjetiva neurótica o
psicótica. Si la respuesta ubica la referencia en el lugar del Otro, es una respuesta
neurótica. Sin embargo, como aquí hace la paciente, la referencia es ella misma, o mejor
dicho, ella pone su cuerpo en el lugar de la referencia. Al mismo tiempo que se
constituye en referencia, está rechazando el lugar del Otro.
Esto nos orienta en la maniobra que conviene hacer, con esta paciente, de
construir el lugar del Otro en la medida en que dialogue y transmita al otro lo que está
pensando, y vaya creando ese lugar que está rechazado para ella.
Esto demuestra la falla que se ha producido en la constitución subjetiva, en su
etapa de formación del yo, ya que ella debe recurrir a un mecanismo distinto del
neurótico para significar algo que le está sucediendo, y para lo que pone su persona —
su cuerpo— y rechaza el lugar del Otro. Es una manera de decirse “yo” por alusión,
porque ha ocurrido algún accidente en el momento de aquella identificación imaginaria
por la que se constituye el mencionado yo.
Este mecanismo al que echa mano, como se dijo, es la alusión, y para ello va a
recurrir a la temática del vacío de significación, que en este caso era la cuestión sexual.
Lo dice cuando habla de no comprender la relación entre su madre y la pareja, que le
hacía sentirse mal.
La alusión es el procedimiento por el cual un sujeto encuentra un lugar en el
mundo a partir de una realidad que se vuelve sobre sí mismo, sin haber tenido las
posibilidades de procesarla por los mecanismos simbólicos comunes a las personas.
Generalmente, este retorno de cuestiones o temáticas que se refieren al sujeto
directamente, o bien que el sujeto se las aplica, son injuriosas.
Dicho de otro modo, hay una parte de la realidad que no ha podido procesar, que
ha quedado fuera de su posibilidad de ser procesada, metabolizada, y le regresa de
forma abrupta, atropelladora, descarnada.
En el caso de “SP”, la temática rechazada de la sexualidad es la que le vuelve, y
se pone de manifiesto en diferentes dichos. Por ejemplo, cuando dice “Escucho las
200
bocinas de los autos y los helicópteros que andan en el edificio de mi casa... En la calle
la gente me dice que soy una loca”. Continúa describiendo los fenómenos en sus crisis:
“Hace seis meses que sólo me alimento con mate cocido... No me alimento, porque los
diferentes alimentos me recuerdan distintas personas que tienen relación conmigo, y que
quieren abusar”. Por último, una referencia directa: “Ese maniático me la pone. Hay
distintos hombres que abusan de mí...”.
Una manera de decirse yo, y lo que queda denunciado es la falla estructural en la
constitución subjetiva, por no haberse constituido su yo. Finalmente, esta es una forma
de lograrse una existencia que de otro modo ha quedado vedada en su acceso para ella.
A modo de síntesis
En este sujeto, la falla estructural está al ras de sus dichos, lo que pude deducirse de sus
propias palabras y aún de las causas circunstanciales e históricas que la han producido.
Una madre que no ofrece lugar para un hombre, ya que —según dice— las peleas con el
padre eran muchas y continuadas hasta el momento de su separación. Pero más aún, ya
que cuando la paciente intenta un acercamiento a su padre, al regresar de Carlos Paz, y
sufren un accidente de auto, quedando ella golpeada y su padre ileso, la palabra de su
madre es lapidaria: le dice “Tu padre te quiso matar”, frase que en ella tiene, una vez
más, efectos devastadores, en el sentido de la eficacia de la función paterna y el ensayo
de una identificación a algún rasgo del padre. Allí la paciente vuelve a vivir con su
madre y produce la segunda crisis.
Por el lado del padre, apariciones esporádicas y de “noviazgo”, lo que la
retrotrae —otra vez— al tema sin significación de la sexualidad. Dice: “En vez de un
novio, me buscaba mi padre”.
Finalmente, la orientación que brinda sobre la dirección a seguir en su
tratamiento es notoria a partir de sus dichos de no poder soportar las presiones, ya que
son los momentos en que sólo puede responder de modo alusivo y con los fenómenos
psicóticos. Esto se aplica también para el tratamiento, por lo que conviene guardar la
prudencial distancia sin abandonarla a su destino; es decir que el tratamiento se realiza
201
entre la no soledad y la independencia. Lo dice así: “Quiero lograr mi independencia
económica...”. “Mi madre me presionaba mucho...”.
El caso “MS”
Se trata de una mujer de 52 años que ha consultado por primera vez a los 16, en
oportunidad de su primera crisis, que requirió de una internación para su tratamiento.
A los 21 años, una nueva crisis motiva dos internaciones seguidas, a partir de las
cuales continúa su tratamiento en forma ambulatoria hasta la actualidad, momento en
que combina el tratamiento psicoterapéutico con el psicofarmacológico.
El desencadenamiento de la enfermedad se desató con síntomas delirantes y de
excitación psicomotora, con aditamentos como la ingestión de bebidas alcohólicas.
Permaneció siempre con una actitud autista, retraída, presentando conductas
discordantes, desprendidas de algún juicio de realidad, y con conductas agresivas hacia
sus familiares más directos, con quienes convive.
El examen psiquiátrico muestra una conciencia lúcida, con una conservación de
la orientación en su vertiente auto y alopsíquica. Asimismo no presenta alteraciones
sensoperceptivas. Su memoria está conservada, con tendencia a la confabulación de
recuerdos.
Afectividad discordante, con humor variable y risas inmotivadas.
El curso del pensamiento está demorado, y el contenido ideativo es de tipo
paranoide. La inteligencia se muestra deficitaria.
Desde varios días anteriores a las crisis presenta mayor retraimiento, actitudes
francamente agresivas —verbal y físicamente—, con ideas autorreferenciales y de tipo
paranoide. Dice la paciente: “Algunos me tienen envidia, por eso me observan. Creo
que en mi casa me ponen cosas en la comida, quizás mi hermano para hacer lo que
quiere conmigo”.
Aquí aparecen los síntomas referidos a sus familiares, combinados con la ingesta
de bebidas, ya que no quiere ingerir la comida que le dan en su casa.
La paciente fue adoptada a la edad de seis o siete años. Tiene la creencia de que
sus padres verdaderos están vivos, y que ha tenido oportunidad de conocerlos. Dice:
202
“Tengo varios padres, porque renací varias veces, mis últimos padres viven en
Venezuela”.
De inmediato agrega cosas de sus padres, con referencia a sus vidas anteriores:
La primera vez que me fui al otro mundo me dejaron en una casa que hay allá... Es muy
lindo allá... El que es bueno se va con Dios, sino va al purgatorio. No se sienten dolores,
ni se siente frío ni calor. El que es malo se va al purgatorio o al infierno, un infierno
mucho más fuerte de lo que se cree; yo sé lo que es el infierno y el purgatorio, para salir
de allí hay que prometerle muchas cosas a Dios... No hay que volver nunca al lado de la
familia, si Dios dice que te va a castigar, se cumple.
Luego habla de la relación que tiene con sus familiares, y en especial con su
madre. Dice: “Esos hombres la llevan y la traen a mi mamá, ruego a Dios que no la
vayan a dejar mal. Vivo con mis hermanos y con ella; la llevan y la usan más hombres,
le han pagado más plata y la han podido sacar”.
La historia de una enfermedad
La paciente fue adoptada a sus seis o siete años. Dice haber tenido una infancia de cierto
aislamiento y retraimiento, lo que es reafirmado por sus familiares. Sólo completó sus
estudios primarios, y abandonó en el momento de acceder al colegio secundario. A sus
16 años fallece su padre, que tenía 39, por causa de un accidente automovilístico.
Comienza de este modo el proceso de su enfermedad, con tres internaciones en
los primeros cinco años; es decir, desde los 16 a los 21 años, momento a partir del cual
continuó con su tratamiento de manera ambulatoria, llegando al momento actual en que
está pacificada en sus síntomas.
Su madre formó una nueva pareja, pero ese señor falleció cuando la paciente
tenía 39 años. Esto significó una suave desestabilización que fue corregida en el mismo
ámbito ambulatorio.
203
El Otro
La paciente pertenece a una familia que ella llama “numerosa”, ya que es la mayor de
nueve hermanos, y en la que —según indica— se encuentra gran parte del origen de sus
problemas. Esto a raíz de que todos los casos tienen grandes conflictos interpersonales.
Es la hija mayor, y adoptada.
De su padre dice lo siguiente: “Era alcoholista. Murió en un accidente
automovilístico a los 39 años. Yo tenía 16 años; ahí empezaron mis crisis”.
Respecto de su madre, dice que es una mujer grande y buena, así como sana:
“Mi madre es sana, ahora es una mujer grande, y muy buena”. También agrega que su
madre no es su madre, pero que no quiere hablar mucho de eso. Comenta: “Mi madre no
es mi madre, pero no le voy a hablar de esto ahora”.
El análisis del caso
El análisis de este caso lleva directamente al problema de la existencia, que la paciente
presenta a partir de un delirio sobre sus orígenes y, desencadenándose esta crisis, a
partir de la muerte de su padre. Es cuando ella dice: “Tengo varios padres, porque
renací varias veces. Mis últimos padres viven en Venezuela”.
De inmediato introduce la segunda cuestión, que ella plantea bajo la forma del
“uso”: la cuestión sexual. Ha quedado para ella debajo de toda posibilidad de asumir,
subsumida por la problemática de su existencia. Dice: “Esos hombres la llevan y la
traen a mi mamá, ruego a Dios que no la vayan a dejar mal. Vivo con mis hermanos y
con ella, la llevan y la usan más hombres, le han pagado más plata y la han podido
sacar”. Como se dijo anteriormente, con esta forma del “uso” establece una primera
conexión con el problema de la sexualidad.
A continuación se expresa acerca de su delirio, por medio del cual enuncia su
pensamiento y a la vez la orientación del tratamiento que ella misma le ha dado al
problema de su existencia. Comenta lo siguiente: “La primera vez que me fui al otro
204
mundo me dejaron en una casa que hay allá... Es muy lindo allá... El que es bueno se va
con Dios, sino va al purgatorio. No se sienten dolores, ni se siente frío ni calor...”.
Luego enuncia su modo de tratar esta cuestión sobre su origen: “...El que es
malo se va al purgatorio o al infierno, un infierno mucho más fuerte de lo que se cree;
yo sé lo que es el infierno y el purgatorio, para salir de allí hay que prometerle muchas
cosas a Dios... No hay que volver nunca al lado de la familia, si Dios dice que te va a
castigar, se cumple”.
El padre de la paciente muere en el momento de su crisis, por causa de un
accidente automovilístico. Padre que, según dice, era alcohólico. En ese sentido, sin
hablar de la relación específica entre sus padres, la paciente orienta sobre el tenor de las
relaciones interpersonales conflictivas en su casa, de manera permanente. Dice en este
caso que las peleas y los conflictos entre los padres y hermanos se sucedían con mucha
frecuencia.
En ese contexto, entonces, muere su padre, y su madre constituye una nueva
pareja con un hombre que morirá también a los 39 años: la misma edad en que falleció
su padre.
En el momento de su desencadenamiento, a los 16 años, la sujeto enuncia lo
siguiente: “Algunos me tienen envidia, por eso me observan. Creo que en mi casa me
ponen cosas en la comida, quizás mi hermano, para hacer lo que quiera conmigo”.
Es necesario destacar que, en esta enunciación, la paciente no presenta duda
alguna respecto de lo que dice. En ese sentido se puede decir que lo que está en juego
para ella no es la realidad, ya que no presenta duda sobre lo que dice, sino que lo que
queda perfectamente demostrado hacia ella, en el momento de su enunciación, es que
eso que sucede le concierne, tal como dice Lacan en su seminario sobre las psicosis:
está directamente dirigido hacia ella.
La misma paciente lo afirma de entrada: “Algunos me tienen envidia, por eso me
observan. Creo que en mi casa me ponen cosas en la comida...”.
El pensamiento de un sujeto normal tiene la característica de no tomar
totalmente en serio las realidades que se le presentan permanentemente, aunque
reconoce perfectamente que existen tales realidades. Estas realidades en algunos
momentos son alegres, divertidas, y en otros tristes; en otros momentos se presentan
como amenazantes, pero ninguna alcanza a desequilibrar la balanza del sujeto hacia su
205
creencia absoluta, sino que se mantiene en un medio de incertidumbre que le permite
vivir con cierta felicidad, o bien sabiendo que lo peor puede no siempre ser lo seguro.
De tal modo que la certeza, para un sujeto normal, es una cosa sumamente
inusitada. Puede, sin embargo, preguntarse sobre estas realidades, de acuerdo al interés
que tenga en ellas.
Ahora bien, es necesario precisar cuál es el crédito que el sujeto psicótico le da a
lo que le sucede. Porque es comprobable que para él mismo la creencia no es total, o
para decirlo mejor, el loco no cree.
Es así que lo que está en juego aquí no es la realidad. Parafraseando a Lacan, se
puede decir que el sujeto admite —por todos los rodeos explicativos verbalmente
desarrollados que están a su alcance— que estos pequeños fenómenos son de un orden
distinto a los de la realidad: sabe bien que su realidad no está asegurada, e incluso
admite hasta cierto punto su irrealidad.
Pero la diferencia con el sujeto llamado normal —para el que la realidad está
bien ubicada— es que el sujeto psicótico tiene una certeza, y esta certeza no la aplica
sobre la realidad, sino sobre lo que sucede, lo que sucede a él le concierne. Está
directamente dirigido hacia él.
Esto es lo que dice este sujeto de forma radical, inquebrantable, cuando sostiene
que la envidia de los demás está dirigida hacia ella, así como que su hermano le pone
cosas en la comida.
A modo de síntesis
Se trata de una mujer que es adoptada a sus seis o siete años —hecho que queda en la
familia sin saber como transmitírselo a la paciente—, bajo un ordenamiento que estaba
dado por los conflictos interpersonales, tal como ella lo indica, entre los miembros de su
familia, padres y hermanos.
Ese ordenamiento se pierde al morir su padre, momento en que ella entra en
crisis y aparece la cuestión sobre su origen, tomando la forma delirante a través de la
cual lo interpreta. A esto se suma su madre, una mujer ahora buena y grande —no así
206
anteriormente—, que volvió a casarse, aunque su segundo marido también falleció a la
misma edad que había muerto el primero.
Esto explica los fenómenos de su pensamiento en las crisis entre sus 16 y 21
años, después de lo cual sólo ha mantenido el tratamiento ambulatorio, en forma estable
y casi permanente.
Sin embargo, ella misma enuncia cuál es la vía que ha tomado para este trabajo
de sostener su estabilidad. Dice:
La primera vez que fui al otro mundo me dejaron en una casa que hay allá... Es muy
lindo allá. El que es bueno se va con Dios, sino va al purgatorio. No se sienten dolores,
ni se siente frío, ni calor. El que es malo se va al purgatorio o al infierno, un infierno
mucho más fuerte de lo que se cree; yo sé lo que es el infierno y el purgatorio, para salir
de allí hay que prometerle muchas cosas a Dios... No hay que volver nunca al lado de la
familia, si Dios dice que te va a castigar, se cumple.
Esto es, justamente, lo que ella ha hecho y continúa haciendo, y es la misma
orientación que se sigue en el tratamiento: la de mantener a su madre a cierta distancia,
en el sentido de que ella sostiene que esa no es su madre, pero no busca a la otra, o las
otras, según lo tome.
El caso “ME”
Se trata de un sujeto femenino de 42 años que concurre a la consulta a los 32,
acompañada por su padre, a partir de problemas que tienen su mayor expresión en la
relación con las demás personas. Presenta a este nivel actitudes agresivas de tipo verbal,
con gran irritabilidad, enojo y malhumor.
Relata, asimismo, que estos síntomas aparecieron dos años antes de la primera
consulta, y en correlatividad con la enfermedad que le diagnosticaron a su madre.
Enfermedad que terminaría por llevarla a la muerte seis meses antes de esa consulta.
Si bien refiere que los problemas sintomáticos aparecieron para ella hace un
tiempo, sin embargo el fallecimiento de su madre produjo una intensificación ostensible
de los mismos.
207
En la actualidad continúa en el tratamiento, luego de 10 años, en doble nivel:
psicofarmacológico, con dosis muy bajas de antipsicóticos y ansiolíticos, y el
tratamiento psicoterapéutico. Está reintegrada a su vida de familia y al negocio familiar,
en el que comparte la atención con su padre y sus hermanos.
Describe, al momento de llegar a la primera consulta, tener mucha angustia,
enojo, encono, irritabilidad, llanto fácil, alteraciones en el ritmo del sueño con
dificultades para iniciarlo, pasando noches sin dormir, junto con alteraciones en el
ritmo alimentario.
Sin embargo, el mayor grupo sintomático lo ubica en la relación con el mundo,
presentando una gran desconfianza, orgullo, altercados, actitudes agresivas de tipo
verbal.
En el mismo nivel de su relación con el Otro, relata alteraciones
sensoperceptivas y del pensamiento, tales como lectura, robo y eco del pensamiento.
Dice: “Lo que más me molesta es que me retruquen lo que yo digo; no entiendo cómo
he ido a parar ahí, lo peor es a la noche cuando duermo, o a la siesta”. Continúa con su
relato del siguiente modo: “Me sentía perseguida, sentía que me miraban por la
televisión, escuchaba voces, tenía pesadillas, dormía entrecortado, sentía que me iban a
matar, es lo que más me alteró”. Por último: “A medida que fue pasando el tiempo, ya
no me siento perseguida, pero me siento sola”.
Dos años más tarde, a los 32, apareció la segunda crisis, que ella llama una
“crisis fuerte”. Lo relata de la siguiente manera:
Tuve una crisis fuerte, fue tres semanas atrás, le pegué a una vecina, estuvo muy mal
porque es enferma del corazón. Estuve muy mal, pero traté de solucionar los problemas
de persecución.
Yo sentía que ella me molestaba, yo tengo la idea de que hablo dormida y ella me
escucha, no sé cómo, creía que había aparatos escondidos, y ahora pienso que soy yo,
con un aparato videograbador, que todo lo que veo y escucho lo digo dormida.
Con referencia a la agresión que le propinó a su vecina, relata lo siguiente:
208
Estuve todo el día pensando en la vecina, ella iba a venir al almacén a comprar cosas,
cuando pensaba en ella, la atraía con el pensamiento.
Es una mujer de 55 años que vive con su hija en la casa de enfrente. Me salió el impulso
y le pegué fuerte en la cara, pensé que venía a molestarme, que venía porque yo había
pensado en ella. Pensé que ese día a las 9 horas ó a las 9.30 iba a venir, que la iba a
golpear por esto que me hacía; y esto se repetía así: me acuesto y me pongo a pensar, y
la veo limpiar la casa y la vereda; si ella supiera que yo estoy pensando en ella.
Ahora me siento más tranquila, porque sé que no viene más, ella, y que me desquité de
la bronca que me daba. Desde ese día ya me siento mejor, ella hizo exposición en la
policía, nunca antes le había pegado.
Me siento bien porque me desquité, cumplí con lo que tenía guardado siempre, con el
hecho de defenderme.
Mi mamá me mandaba adentro de mi casa en una discusión, y no me defendía, quedaba
resentida; yo veo que otras madres les dicen: defendete, defendete, y eso está bien.
Los antecedentes
En este caso tomaremos los antecedentes de las crisis, ya que ilustran acerca de la
cualidad de los fenómenos y su evolución, que se traducen en su pensamiento pero
también en sus actos. Dice: “Empiezo a estar mal, me da vueltas por la cabeza, que me
empieza a dar todo vueltas por la cabeza, esa persecución, ese delirio. Desde estar bien,
tengo el presentimiento de que algo feo va a pasar, que uno espera que algo feo va a
pasar, no me va a durar la tranquilidad”.
Respecto de lo que ella llama “la persecución”, dice: “Escuchaba las
conversaciones; cuando yo hablo converso, y alguien está escuchando por algún medio
electrónico, y a través de algún aparato. Esto nunca sabe durar más de 15 días”.
En relación a sus ideas y sentimientos, que vienen de antigua data, dice lo
siguiente:
Los conflictos se resuelven o se aprenden a convivir; tengo que aprender a convivir con
ellos en mi caso, porque el pasado no se puede cambiar, convivir con las imágenes que
209
tuve, con el malestar que tuve, aprender a cambiar la relación que viene con los otros,
los sentimientos: frustración, odio, tristeza, desesperanza en la vida. De dos formas
debo hacerlo: aceptando el pasado como parte de la historia de uno; y tratando de usar
ese pasado para mejorar ese presente, lo que estuvo mal hecho tratar de cambiarlo, que
veo mala intención en la gente, mi desconfianza por años.
La historia de una enfermedad
La paciente indica que no pudo finalizar el colegio secundario en tiempo y forma, sino
que recién lo hizo a los 24 años, a partir de una dieta que le hizo bajar de peso, con lo
cual se sintió estimulada para hacerlo. Dice ella: “A los 24 años hice dieta, gimnasia,
bicicleta, bajé 25 kilos. Me animó a seguir el secundario, estaba bien delgada. Luego
engordé 10 kilos, llegué a 85, y quedé por varios años en ese peso. Cuando me dio el
ataque, no podía parar de comer”.
A continuación habla de la relación de sus síntomas, tanto con la comida como
con su cuerpo. Dice:
Me siento muy bien, me siento tranquila, no tengo sospecha de la gente, no tengo
inquietud de atender a la gente, antes me sentía agredida, incómoda; ahora atiendo
normal, casi normal me siento. Me falta completar algunas cosas, y hacer cambios: bajar
de peso, gimnasia, dejar de fumar. Los cambios pienso hacerlos ahora, los puedo llevar
adelante bien yo.
En ese sentido, también ofrece un panorama acerca de cómo fueron los años
previos a la crisis, en relación a los dos ejes de la comida y su cuerpo. Relata: “Me da
como una ansiedad fuerte, cuando estoy aburrida me pongo a comer, cuando está
cerrado el negocio, por ejemplo; el negocio me entretiene. Debo bajar 25 kilos. En los
dos últimos años aumenté de 85 a 95 kilos”.
Se refiere, entonces, a los dos años que transcurrieron desde su primera crisis
hasta el ataque a la vecina, en lo que ella llama “la crisis fuerte”. Dice: “En estos dos
últimos años, que me sentía deprimida sin saber qué hacer, sin rumbo que tomar, comía
210
cosas engordantes, golosinas, gaseosas, empecé a sufrir de la columna, de los pies,
cambiarse de ropa, me queda chico todo”.
Luego habla acerca de la situación posterior a la agresión que le propinó a su
vecina:
Algunos cambios desde que le pegué esa mujer… me siento más libre, más tranquila,
como le dije voy a buscar trabajo en Buenos Aires por una tía, cuidar una viejita cama
adentro. Me siento que ya no tengo persecución, que me están mirando, me he liberado
al pegarle, se me salió la bronca; me siento más capaz de buscar algo...
También hace comentarios sobre la forma en que trata estas situaciones, desde
que empiezan los fenómenos hasta los momentos de síntomas notables. Dice ella:
“Empecé un curso de dibujo y pintura, me están haciendo hacer caligrafía, y ablandar la
mano... Estoy contenta, con eso puedo seguir adelante, eso me da ganas de hacer, la
rutina… esa me mata, lo demoro, no me da ganas de hacer, hay que lavar los platos, hay
que lavar la ropa, etcétera.
Continúa hablando de la rutina, y del tratamiento que le da en los momentos en
que se siente mejor. Dice: “Estoy un poco más activa, fui al circo, voy a clase de
pintura. Me aburría con el dibujo. La pintura me entretiene, más activa. Tengo más
ganas. Paso más horas levantada, puedo hacer la rutina, ahora tengo ropa limpia, los
días son bastante rutinarios, no salgo de la casa y del negocio”.
Finalmente va a dar pistas sobre el modo de tratamiento que le da a los
fenómenos, en especial a aquellos que tienen que ver con la forma de ataque a esa mujer
(la vecina).
Dice lo siguiente:
...Estoy yendo a pintura, una vez por semana, estamos haciendo mezclas para saber que
colores resultan, rojo con blanco dan los rosas, amarillo y marrón dan el verde; rojo,
amarillo y azul, dan violeta; otros que dan los marrones; los que dan borravinos, azul,
rojo y blanco.
Aplicarlo a la cosmetología, al maquillaje, para hacer más tarde, como meta que tengo,
el maquillaje artístico. Es una deuda que tengo, hace años no lo puedo hacer.
211
Luego expresa lo siguiente, respecto de lo que llamó “la rutina” que la mataba:
“La rutina, la he asumido, creo que no puedo escaparme, que lo tengo que hacer, con
mis hermanos nos turnamos un poco, ya me he acostumbrado un poco...”.
Cuando se refiere a su enfermedad, en la actualidad, sostiene: “De mi
enfermedad pienso y aseguro que tengo muchos problemas emocionales que afectan mi
personalidad, mi carácter, mi trabajo. Pero no me considero una enferma
esquizofrénica”.
El Otro
Es poco lo que habla de su familia, aunque son muy sustanciosas las cosas que dice y,
sobre todo, cómo las dice.
La paciente cuenta que su familia se compone de sus abuelos fallecidos, madre
fallecida, padre con vida de 70 años, cuatro hermanos y ocho sobrinos. Lo expresa de la
siguiente manera: “tres mujeres y dos varones. Yo soy la segunda”. Y agrega: “Con mi
padre y mis hermanos tenemos una despensa”.
Respecto de su padre, dice que es un hombre enfermo del corazón, y que la pone
nerviosa saber que le tienen que hacer estudios y un tratamiento. Dice: “A partir del
problema que tuve se recuperó un poco, le hicieron un cateterismo, cuando lo vi mejor
me sentí más tranquila. Me siento tan contenta...”.
Respecto de su madre, son dos las intervenciones que tiene: por un lado, cuando
habla de cómo la trataba su madre, y de lo que ella sentía cuando era chica al producirse
alguna discusión. Por otro, habla de la enfermedad que ésta sufría.
En relación con lo primero dice: “Mi mamá me mandaba adentro de mi casa en
una discusión, y no me defendía; quedaba resentida, yo veo que otras madres les dicen
‘defendete, defendete’, y eso está bien”. En segundo lugar, se refiere a la enfermedad de
su mamá: “Mi madre enfermó, y falleció de un cáncer de nariz”.
También habla de la interpretación que ella misma tiene de la producción de su
enfermedad. Dice:
212
Mi período de crisis empezó a los 29 ó 30 años. No me siento con ganas. Nada tiene
sentido. Todo lo hago a la fuerza. Debía darle una solución a mi problema. Perdida, me
siento. Me sentía perseguida, me mandaban mensajes por la televisión, escuchaba
voces, tenía pesadillas, dormía entrecortado, sentía que me iban a matar, eso me alteró.
El análisis del caso
En el análisis de este caso se consideran las dos crisis que la paciente relata, y los
antecedentes que deducimos de sus palabras, así como de los efectos sintomáticos.
Aquella crisis de los 32 años, momento en que llega a la consulta, encuentra
antecedentes en su adolescencia, ya que ella no había podido completar sus estudios
secundarios. Remite esa demora –en varios años– a la relación que llevaba con su
cuerpo y con la comida. Dice: “A los 24 años hice dieta, gimnasia, bicicleta, bajé 25
kilos. Me animó a seguir el secundario, estaba bien delgada...”.
De este modo establece una conexión directa entre la comida, su cuerpo –
medido en peso– y su estado de ánimo: sus ganas de hacer las cosas o, para decirlo
mejor, sus ganas de vivir.
En este sentido, ella suma una característica a las ya puestas en evidencia: la de
acumular en su peso. Lo dice: “...Luego engordé 10 kilos, llegué a 85, y quedé por
varios años en ese peso. Cuando me dio el ataque no podía parar de comer”.
Esto es lo que relata respecto de los dos años previos a su primera crisis, en
relación a la comida, y el acumulado en relación a su cuerpo. Dice: “Me da como una
ansiedad fuerte, cuando estoy aburrida me pongo a comer, cuando está cerrado el
negocio, por ejemplo, el negocio me entretiene. Debo bajar 25 kilos, en los dos últimos
años aumenté de 85 a 95 kilos”.
Aquí es cuando continúa con el relato de su enfermedad, a partir de los
momentos fecundos mediante los cuales se puede seguir su evolución. Asimismo, la
213
interpretación que ella le da a cada uno de estos hechos cobra una significación
particular y direccionada. Lo relaciona al acumulado, de ahí en adelante, no sólo con el
peso, sino con el sentimiento. El acumulado del sentimiento, o mejor dicho, del
resentimiento que va acumulando en estos dos años transcurridos entre la primera y la
segunda crisis, que desembocará en la agresión a su vecina. Lo dice de la siguiente
manera: “En estos dos últimos años que me sentía deprimida sin saber qué hacer, sin
rumbo que tomar, comía cosas engordantes, golosinas, gaseosas; empecé a sufrir de la
columna, de los pies, cambiarse de ropa, me queda chico todo”.
A continuación la paciente da pistas sobre el origen de este resentimiento que
acumula: “Mi mamá me mandaba adentro de mi casa en una discusión, y no me
defendía, quedaba resentida. Yo veo que otras madres les dicen ‘defendete, defendete’,
y eso está bien”.
El paso siguiente de su relato, con el que nos orienta en el tratamiento, se refiere
al por qué de la “explosión” con su vecina de enfrente. Se trata de una vecina a la que
observa desde hace tiempo con atención, pero particularmente a la relación que tiene
esta vecina con su hija. La mujer tiene aproximadamente 55 años, según dice. Ella se
dedica a observarla en los momentos en que puede, y aún más: fabrica esos momentos,
lo que denota el interés que le lleva esta relación madre-hija. Lo dice así: “...Y esto se
repetía así: me acuesto y me pongo a pensar, y la veo limpiar la casa y la vereda; si ella
supiera que yo estoy pensando en ella”.
Respecto del procedimiento seguido en su pensamiento para la producción de la
crisis, o de estos accesos en su pensamiento, dice lo siguiente: “Empiezo a estar mal, me
da vueltas por la cabeza, que me empieza a dar todo vueltas por la cabeza, esa
persecución, ese delirio. Desde estar bien, tengo el presentimiento de que algo feo va a
pasar, que uno espera que algo feo va a pasar, no me va a durar la tranquilidad”.
Durante ese tiempo le diagnostican una enfermedad incurable a su madre, que
ella
relata como de “acumulación”, tanto en su peso corporal como en su peso
sentimental, a partir de tal enfermedad. Esta etapa se ve terminada con la crisis de
agresión a su vecina; es decir, al tiempo que concluye en el sentido de pegar un golpe,
de agredir, también concluye en el sentido que le aliviana el resentimiento.
214
Dice respecto al primer eje conclusivo: “Estuve todo el día pensando en la
vecina, ella iba a venir al almacén a comprar cosas; cuando pensaba en ella, la ataría con
el pensamiento”.
Al momento de explicar por qué pensaba en ella, se refiere a la relación que
tenía con su hija. Dice: “Es una mujer de 55 años que vive con su hija en la casa de
enfrente”.
Ahora bien, al exponer el recuento de la acción misma de la agresión, dice: “Me
salió el impulso y le pegué fuerte en la cara; pensé que venía a molestarme, que venía
porque yo había pensado en ella. Pensé que ese día a las 9 horas ó 9.30 iba a venir, que
la iba a golpear por esto que me hacía...”.
Resume el sentido que da a la causa de tal agresión de la siguiente manera:
Ahora me siento más tranquila, porque sé que no viene más ella, y me desquité de la
bronca que me daba. Desde ese día ya me siento mejor, ella hizo exposición en la
policía, nunca antes le había pegado.
Me siento bien porque me desquité, cumplí con lo que tenía guardado siempre, con el
hecho de defenderme.
Es su relato, basado en el primer eje de relación con su madre –aquel del
resentimiento–, ésta no la defendía, ni tampoco permitía que ella se defendiera sola. La
mandaba “adentro de la casa”, como dice la paciente, en momentos de discusión.
Sin embargo, el hecho de agredir sólo se convierte en acto en la medida en que
se une con el segundo eje de relación con su madre: el de la enfermedad incurable, el
cáncer de nariz, que es la razón por la cual “ME” golpea a la vecina en la cara. Dice:
“Mi madre enfermó, y falleció de un cáncer de nariz”.
Una vez establecido el por qué del momento, y el por qué del lugar en que
agredió –es decir, dos años acumulados de enfermedad de su madre, por un lado, y el
cáncer en la nariz por el otro–, queda por resolver por qué se define como acto esta
agresión.
Nuevamente, en las palabras de la paciente está la respuesta a este interrogante.
Dice lo siguiente: “Algunos cambios desde que le pegué a esa mujer… me siento más
libre, más tranquila, como le dije voy a buscar trabajo... Me siento que ya no tengo
persecución, que me están mirando, me he liberado, al pegarle se me salió la bronca, me
siento más capaz de buscar algo...”.
215
Un elemento más entra en el análisis de este caso, y es el de la labilidad del yo,
producida en ese encuentro entre una madre arbitraria en sus decisiones, que no da lugar
a un hombre que satisfaga alguna de sus necesidades, y un encuentro con un padre que
no hace lo necesario para forjarse un lugar en esa pareja, en la que ingresarán los hijos
en su desarrollo.
Ese yo se manifiesta por medio de la alusión, lo que se nota claramente en el tipo
de síntomas que presenta cuando llega a la consulta, y que se convierten en una placa
sensible, en este sujeto, en su relación con las demás personas. Es por esto que los
síntomas más notorios se producen a este nivel de relación. Comenta la paciente: “Debía
darle una solución a mi problema. Perdida, me siento. Me sentía perseguida, me
mandaban mensajes por la televisión, escuchaba voces, tenía pesadillas, dormía
entrecortado, sentía que me iban a matar, eso me alteró”.
Finalmente, en este análisis, este sujeto también orienta de entrada –con su
palabra– la vía a seguir en la conducción del tratamiento. Lo dice de la siguiente
manera:
Empecé un curso de dibujo y pintura, me están haciendo hacer caligrafía, y ablandar la
mano... Estoy contenta, con eso puedo seguir adelante, eso me da ganas de hacer; la
rutina me mata, lo demoro, no me da ganas de hacer, hay que lavar los platos, hay que
lavar la ropa, etcétera.
Estoy un poco más activa, fui al circo, voy a clase de pintura. Me aburría el dibujo. La
pintura me entretiene, más activa. Tengo más ganas. Paso más horas levantada, puedo
hacer la rutina, ahora tengo ropa limpia, los días son bastante rutinarios, no salgo de la
casa y del negocio.
¿Qué ha sucedido, entonces, para que este modo de interpretar los hechos haya
cambiado, y esté a favor de ella, es decir, a favor de la vida, y no de actitudes
destructivas y mortíferas, tanto hacia ella, como hacia los demás?
Dice lo siguiente:
Estoy yendo a pintura, una vez por semana, estamos haciendo mezclas para saber qué
colores resultan, rojo con blanco dan los rosas, amarillo y marrón dan el verde; rojo,
216
amarillo y azul da violeta, otros que dan los marrones, los que dan borravinos, azul, rojo
y blanco.
Aplicarlo a la cosmetología, al maquillaje, para hacer más tarde, como meta que tengo,
el maquillaje artístico. Es una deuda que tengo, hace años que no lo puedo hacer.
A modo de síntesis
Se nota en los síntomas que presenta esta paciente –y en la manera en que se le
presentan– el decaimiento de la formación del yo, por lo que debe acudir a mecanismos
de suplencia, y alusivos, para encontrar razones de existencia.
La dirección que conviene a este tratamiento queda resumida en las coordenadas
que se entrecruzan en la producción sintomática de la enfermedad de este sujeto: la de
deuda, por un lado, que antes había mencionado al acumulado, al resentimiento con su
madre, que aparecía como deuda, por lo que debió desquitarse, tal como ella lo dice; y
el lugar de la agresión, es decir, la cara. Esa cara en la que puede y quiere –que tiene
como meta– aplicar un trabajo de maquillaje artístico; que la entretiene y le permite
alivianar ese peso de sufrimiento persecutorio, que es la forma en que se le presenta el
Otro.
217
5. MARCO TEÓRICO
5.1. La constitución del sujeto
Creo que el retorno a los textos freudianos, que han sido objeto de mi enseñanza hace
dos años, me han dado la idea cada vez más certera de que la captación global de la
realidad humana es la realizada por la experiencia freudiana.
Lacan, 1954 (15).
Jacques Lacan describe el campo de la experiencia humana desde el año 1953 (14),
momento que él mismo llamó “de retorno a Freud”, y en el que trabajó la experiencia
analítica en tres registros claramente diferenciados: lo imaginario, lo simbólico y lo real.
Estos tres registros de la experiencia ―en los que seguirá trabajando
durante toda su enseñanza― atravesaron por diferentes momentos: en primer lugar, le
dio primacía a lo simbólico por sobre lo imaginario y lo real; más adelante, ya más
cercano a la última parte de su enseñanza, desplazó el acento principal de la experiencia
analítica sobre lo que llamó lo real, dejando plasmado esto en un texto que lleva el
nombre de La Tercera (Lacan, 1974) (16), en el que esquematiza aquellos tres registros
de la siguiente manera: R. S. I. (real, simbólico, imaginario).
Del funcionamiento de estos tres registros podemos deducir dos características
principales: dicho funcionamiento se revela como correlativo de la dinámica que Lacan
encuentra y sigue en Freud, a partir de conceptos tales como el estadio del espejo, la
función fálica, el complejo de castración, la metáfora del Nombre del Padre.
Por otro lado, el anudamiento propuesto de estos tres registros se manifiesta
como revelador de la subjetividad, pudiendo enfocarse el sujeto desde alguno de los tres
mencionados.
218
5.2. La formación del yo
En la teoría psicoanalítica se intenta explicar la génesis del yo de dos formas diferentes:
sea, por una parte, considerándolo como un aparato de adaptación, diferenciado como
tal a partir de su contacto con la realidad; o bien sea definiéndolo como el producto de
múltiples identificaciones que conducen a la formación, dentro de la misma persona, de
un objeto de amor del ello.
La extensión que adquirió la noción de yo en la teoría psicoanalítica queda
demostrada en la atención puesta en el yo por numerosos autores, así como en la
diversidad en las maneras de abordaje del concepto.
Es así que muchas escuelas han tratado de correlacionar los conceptos
psicoanalíticos con otras disciplinas, tales como la psicofisiología, la psicología del
aprendizaje, la psicología infantil o la psicología social.
Se reconoce una intención de constituir una psicología general del yo,
fundamentándose en dos ideas principales: por una parte, la idea de que habría una
energía, y que esta energía estaría neutralizada y a disposición del yo; por otra, se hace
hincapié en la función de síntesis que cumpliría el yo.
Se considera en este sentido y, ante todo, al yo como un aparato de regulación y
de adaptación a la realidad, intentándose explicar su génesis por medios de procesos de
maduración y de aprendizaje.
Según refieren Laplanche y Pontalis (1971) (17), se pueden agrupar las
concepciones freudianas acerca de la génesis del yo en dos grupos, según se tome la
vertiente que Freud llamó tópica, dinámica o económica.
La primera de estas concepciones muestra un yo como el resultado de una
diferenciación progresiva del ello, a partir de la influencia de la realidad exterior. Esta
diferenciación parte del sistema percepción-conciencia ―de las capas más corticales del
ello―, que va dominando progresivamente las capas más profundas del ello. En esta
concepción, el yo es presentado como un representante de la realidad, tendiente en su
función a controlar las pulsiones.
Al colocar el sistema percepción-conciencia en la superficie del psiquismo,
estamos inducidos a concebir el aparato psíquico como el resultado de una
219
especialización de las funciones corporales, y a considerar al yo como el producto final
de una larga evolución del aparato de adaptación.
Pero al mismo tiempo, Freud presenta esta forma de una imagen viviente,
caracterizada por su diferencia en el nivel energético con respecto al exterior,
poseyendo un límite sometido a efracciones que constantemente debe defenderse y
reconstituirse. Por lo tanto, no se basa ―en esta forma de presentarlo― en una relación
real entre la génesis del yo y la imagen del organismo.
Freud lo dice en su artículo “El yo y el ello”, de 1923 (18):
El yo es ante todo un yo corporal, no es solamente un ser de superficie, sino que el
mismo es una proyección de una superficie... El yo deriva, en último término, de
sensaciones corporales, principalmente de las que se originan en la superficie del
cuerpo. Puede así considerarse como una proyección mental de la superficie del cuerpo,
junto al hecho de que representa la superficie del aparato mental. (Freud, 1923) (18).
La segunda perspectiva hace intervenir una serie de operaciones psíquicas
especiales; precipitaciones de rasgos, imágenes, formas tomadas del otro humano. Por
ejemplo: identificaciones, introyección, narcisismo, estadio del espejo, objeto bueno,
objeto malo.
Puede observarse que la relación del yo con la percepción y con el mundo
exterior adquiere un nuevo sentido, sin quedar suprimida: el yo no es tanto un aparato
que se desarrollaría a partir del sistema percepción-conciencia, sino una formación
interna que tendría su origen en ciertas percepciones privilegiadas, provenientes no del
mundo exterior en general sino del mundo interhumano.
Desde el punto de vista tópico, el yo se define, entonces, más que como una
emanación del ello, como un objeto hacia el que apunta el ello: la teoría del narcisismo,
y del concepto correlativo de una libido orientada hacia el yo o hacia un objeto exterior,
según un verdadero equilibrio energético, es reafirmada por Freud a lo largo de toda su
teoría.
La clínica psicoanalítica, especialmente la aplicada a la psicosis, habla a favor de
esta concepción. Se comprueba, por ejemplo, depreciación y odio al yo en el
melancólico, ampliación del yo hasta fusionarse con el yo ideal en el maníaco, pérdidas
de los límites del yo en las psicosis productivas.
220
Este difícil problema del soporte energético ―que sería preciso atribuir a las
actividades del yo― se presta a ser examinado cuando se lo relaciona con el concepto
de catexis narcisista.
Se desplaza, entonces, el problema de saber qué significa el hipotético cambio
cualitativo, denominado desexualización o neutralización, a comprender cómo el yo,
como objeto libidinal, puede constituir no sólo un reservorio, sino constituirse en sujeto
de las catexis libidinales que de él mismo emanan.
5.3. El narcisismo
En el año 1914 Freud escribe su texto “Introducción al narcisismo” (19), en el que
desarrolla este concepto y deduce la importancia que reviste el mismo en la formación
del yo.
Toma el término narcisismo de Paul Näcke, quien lo utiliza “para designar
aquellos casos en que el individuo toma como objeto sexual su propio cuerpo y lo
contempla con agrado, lo acaricia y lo besa, hasta llegar a una completa satisfacción”.
En la primera parte del libro, Freud va a deslindar el concepto de narcisismo de
su exclusividad en las perversiones, a partir de retomar su casuística de personas
neuróticas. Estos neuróticos le han presentado a Freud una ubicación de la libido
localizada en el propio individuo, por lo que deduce que el narcisismo ya no es una
exclusividad de las perversiones, ni es una perversión en sí misma, sino que es un
complemento libidinoso del instinto de conservación, y que además podemos atribuir
esta cualidad a todo ser vivo.
De inmediato establece una diferencia con aquellos pacientes que padecen de
psicosis, quienes ―además de un delirio de grandeza― han sustraído su interés por el
mundo exterior. En tanto los pacientes neuróticos, sean histéricos u obsesivos, pierden o
transforman el vínculo con la realidad, pero los análisis demuestran que no han roto su
relación con las personas y con las cosas, sino que las conservan, pero en su fantasía. Es
decir, han sustituido objetos reales por objetos imaginarios, o los han mezclado con
ellos y, por otro lado, es notorio que han renunciado a realizar los actos motores
221
necesarios para la consecución de sus fines con tales objetos.
Freud lo dice de la siguiente manera:
Solo a este estado podemos llamarle introversión de la libido… El parafrénico se
conduce muy diferentemente. Parece haber retirado realmente su libido de las personas,
de las cosas, y del mundo exterior, sin haberlas sustituido por otras en su fantasía;
cuando en algún caso hallamos tal sustitución, es siempre de carácter secundario y
correspondiente a una tentativa de curación que quiere volver a llevar la libido al objeto.
(Freud, 1915) (20).
Freud, asimismo, en un texto del año 1905 conocido con el nombre “Tres
ensayos para una teoría de la sexualidad” (21), en el que trata de explicar el camino que
sigue la sexualidad en el infante, hace notar un estadio que existe previo al narcisismo, y
al cual llamó autoerotismo, definiéndolo a partir de la pulsión y su relación con el
objeto de satisfacción.
Toma al autoerotismo como una cualidad del comportamiento sexual infantil
precoz, mediante el cual la pulsión, ligada siempre al funcionamiento de un órgano o a
la excitación de una zona particular llamada zona erógena, encuentra su satisfacción en
ese mismo lugar; es decir, por un lado, no sólo no recurre el infante, en esta etapa, a un
objeto exterior, sino que además no tiene aún una imagen unificada del cuerpo.
Sintetizando, el instinto no se dirige a otras personas, sino que se satisface en el
propio cuerpo.
Para entender este funcionamiento es preciso tener presente la distinción que
hace Freud respecto de los llamados elementos de la pulsión: empuje, fuente, fin y
objeto.
En el autoerotismo, el objeto de la pulsión (aquello que representa su
satisfacción) cede su lugar al órgano, que en realidad es el lugar de la fuente de la
pulsión. Retomando el concepto de narcisismo a partir del texto ya mencionado, se le
plantea a Freud una nueva disyuntiva, que podrá resolver apoyándose en la observación
de las enseñanzas que le hacían sus pacientes, y no exclusivamente por el camino de la
elaboración teórica.
Se le hace necesario preguntarse acerca de la diferencia entre el autoerotismo y
el narcisismo, sobre todo sustentándose en afirmaciones anteriores en que había
dividido los instintos en instintos de autoconservación e instintos sexuales. De este
222
modo pensó que la libido debía, también, tener doble vía: una referida al yo, y otra
referida a los objetos.
De aquí se desprendía la posibilidad de que ambas hubiesen estado unidas, en
algún estado o tiempo primigenio.
Es este razonamiento el que permitió a Freud sumar una nueva pregunta a la ya
planteada acerca de la diferencia entre autoerotismo y narcisismo, que es la siguiente: Si
atribuimos a un estado anterior una síntesis de la libido, ¿para qué precisaríamos de su
división, luego, en libido del yo y libido sexual?
Con respecto a la primera pregunta, dice Freud:
Haremos observar ya la hipótesis de que en el individuo no existe, desde su principio,
una unidad comparable al yo, es absolutamente necesaria. El yo tiene que ser
desarrollado. En cambio los instintos autoeróticos son primordiales. Para constituir el
narcisismo ha de venir a agregarse al autoerotismo algún otro elemento, un nuevo acto
psíquico. (Freud, 1915) (22).
Ese nuevo acto psíquico es el yo, desde la concepción freudiana, ligada
sustancial e íntimamente al narcisismo.
5.4. El estadio del espejo
Jacques Lacan va a retomar este tema a partir de introducirse más profundamente en la
aplicación del tratamiento analítico a la psicosis, a partir de lo que se conoce con el
nombre de El estadio del espejo como formador de la función del yo, tal como se nos
revela en la experiencia analítica (Lacan, 1936) (12).
Este escrito lo situamos en el contexto de los últimos años de la década de 1940,
época en la que se desarrolló y llegó a su fin la Segunda Guerra Mundial.
Varios son los textos que Lacan presentó en 5 años: Acerca de la causalidad
psíquica (1946) (23); La agresividad en el psicoanálisis (1948) (24); El estadio del
espejo (1949) (12), que retoma su conferencia del año 1936); y La criminología
(1950)(24). Estos textos los ubicamos en la etapa previa a la referencia lingüística de la
enseñanza de Lacan a partir de 1953.
223
El estadio del espejo es el intento de Lacan de organizar las coordenadas
planteadas por Freud en el desarrollo de la sexualidad infantil, coordenadas que
entrecruzan lo instintual con lo energético y la relación con los lugares; es decir, cruzan
lo tópico, lo dinámico y lo económico.
El estadio del espejo se ordena esencialmente sobre una experiencia de
identificación fundamental, en cuyo transcurso el niño realiza la conquista de la imagen
de su propio cuerpo. La identificación primordial del niño con esta imagen va a
promover la estructuración del yo, poniendo término a esa vivencia psíquica singular
que Lacan denominó “fantasía del cuerpo fragmentado”.
En efecto, antes del estadio del espejo, el niño no puede experimentar su cuerpo
como una totalidad unificada, sino que lo vive como algo disperso y desintegrado.
Es esto lo que podemos comprobar en la actividad lúdica de los bebés, al
promover juegos con partes de su cuerpo: por ejemplo, con sus manos.
Esta fantasía del cuerpo fragmentado, cuyos efectos también se verifican en los
sueños, así como en los procesos de desestructuración psicótica, se pone a prueba en la
dialéctica del espejo, cuya función es la de neutralizar la dispersión angustiante del
cuerpo a favor de la unidad del cuerpo propio, para lo cual debe hacer el pasaje por su
imagen.
Al decir de Lacan:
El estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a
la anticipación; y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial,
maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo, hasta
una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad; y a la armadura por fin asumida
de una totalidad enajenante que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo
mental (Lacan, 1949) (12).
Al comienzo es como si el niño percibiera la imagen de su cuerpo como la de un
ser real, al que intenta acercarse, o bien atrapar.
Es este momento en el que se inicia, para el niño, la confusión entre él y ese otro
real, a quien busca detrás de ese espejo imaginario; es también la representación de por
qué una persona, en sus principios, vive y se localiza en el lugar y a partir de otro. Es el
momento en que el registro que Lacan denominó imaginario tiene una fuerte
pregnancia.
224
En un segundo momento comienza ya a decidirse un proceso identificatorio. El
niño llega a descubrir que ese otro del espejo no es un ser real, sino que se trata de una
imagen, dejando de lado el intento de atraparla pero quedando, al mismo tiempo,
inmerso en la dialéctica del transitivismo, ya que si bien puede distinguir que se trata de
una imagen, no puede aún adueñarse de la misma, por lo que los hechos que se sucedan
en ese momento pueden distribuirse para cualquiera de los dos lados del espejo, en uno
de los cuales está el niño, mientras que en el otro está la imagen.
Dice Lacan al respecto:
Esta captación por medio de la imagen de la forma humana domina, entre los 6 y los 2
años y medio, toda la dialéctica del comportamiento del niño en presencia de sus
semejantes. Durante este período se registrarán las reacciones emocionales y los
testimonios articulados de un transitivismo normal. El niño que golpea dice que lo han
golpeado, el que ve caer, llora (Lacan, 1949) (12).
El tercer momento del estadio del espejo es la dialéctica entre los dos anteriores,
no sólo porque el niño se asegura de lo que ve en el espejo es su imagen, sino, sobre
todo, porque adquiere la convicción de que esa es una imagen que es la suya. Para que
esto ocurra, es necesario que participe en este juego un tercer elemento externo, que es
la mirada de alguien en la que el niño encuentre un soporte; en la que el niño encuentre
un acogimiento a lo que está sucediéndole, y él mismo interpreta.
Al reconocerse a través de esta imagen, el niño reúne la dispersión del cuerpo
propio. La imagen del cuerpo es, entonces, estructurante para la identidad del sujeto que
realiza en ella su identificación primordial.
Esta identificación le permite cerrar un ciclo en el que estaba envuelto en su
relación con el semejante: a partir de ésta, su imagen, y bajo la atenta mirada del Otro,
le permite reconocerse.
Al mismo tiempo, este “reconocerse” ingresa al niño en el camino de su relación
con este Otro, representado en este juego por su madre, en primer lugar, y por su madre
y su padre en el momento siguiente; lo que tiene consecuencias en la estructuración
subjetiva, a nivel de reconocerse como sujeto, primero, y luego la relación de este sujeto
con su propio deseo.
En esta etapa de la enseñanza de Lacan, previa a la concepción lingüística del
inconsciente, este autor ubica ―en los tres momentos del estadio del espejo― a la
225
libido, la energía que Freud llamó libido, colocándola en el espacio de relación del niño
con su semejante, lo que tendrá también efectos que podrán observarse en la clínica.
Estas manifestaciones de la libido están en correlación con el movimiento de
fenómenos, hechos y actitudes agresivas que caracterizan al niño en esta época de su
vida, en su relación con el semejante.
Estos fenómenos, según lo recomienda el autor mencionado en un texto
denominado “La agresividad en el psicoanálisis” (Lacan, 1948) (24), conviene que sean
ordenados y agrupados en una relación transferencial, para que sean puestos desde la
perspectiva clínica y terapéutica de la agresividad.
Lacan intenta, en este texto, convertir la agresividad en un concepto de uso
científico.
Se trata de observar en el hombre actitudes agresivas y transformar estos hechos
en objeto científico, para que encuadrados en una relación terapéutica puedan ser
tomados como variables suyas.
Lacan considera estos hechos fundados en una tendencia a la agresividad,
tendencia que es propiamente libidinal ―al decir de Freud―, de modo que estos hechos
pueden ser considerados como variables de la libido. Es la manera como Lacan presenta
una serie ordenada de reacciones agresivas, considerándolas como variables de la libido.
Podría decirse, sin embargo, que se trata de una libido especial; una libido
negativa, para representar lo que Freud ha llamado la pulsión de muerte.
Se produce el paso, de esta manera, de una subjetividad de la intención a la
noción de tendencia a la agresividad; es decir, de una fenomenología de nuestra
experiencia a un ordenamiento metapsicológico.
Es un intento de Lacan de resolver el problema abierto por Freud acerca de la
pulsión de muerte: propone, para esto, tomar la teoría del narcisismo, produciendo un
desplazamiento dentro de la misma teorización; este desplazamiento consiste en dejar
de lado la definición del yo a partir del sistema percepción-conciencia ―es decir, dejar
la definición del yo a partir de su adaptación a la realidad― y pasar a definirlo a partir
de la denegación y el narcisismo.
La denegación (Verneinung) y el narcisimo, son los pilares de la formación del
yo. Utilizando estos dos conceptos, Lacan ha definido el yo como una instancia de
“meconnaissance”.
226
“Meconnaissance” puede ser definido por desconocimiento, aunque este
significado no dice todo lo que esta palabra expresa en su original francés, sino que se
trata, más bien, de un conocer al lado, un poder de ilusión, de falsedad y de mentira; es
no conocer, pero haciendo surgir otra cosa en el lugar del desconocimiento.
Lacan desplaza el acento para definir el yo como un poder de desconocimiento,
en el plano más simbólico de la denegación. El yo es, entonces, la instancia en la que el
sujeto que habla y dice no enfrenta ―o desconoce― la verdad de lo que dice.
Dice Lacan en la tesis III de la agresividad: “Caracterizo aquí esta instancia (la
instancia del yo) no por la construcción teórica que da Freud de ella en su
metapsicología como el sistema percepción-conciencia, sino por la esencia
fenomenológica que él reconoció como la más constantemente suya en la experiencia,
bajo el aspecto de la “verneinung” (Lacan, 1948) (24). Este desplazamiento es retomado
por Lacan en la tesis IV de la agresividad, cuando dice: “...No cabe duda que proviene
de la pulsión narcisista, no bien se concibe mínimamente al yo según la noción subjetiva
que promovemos aquí por estar conforme con el registro de nuestra experiencia”
(Lacan, 1948). (24).
Es esto lo que permite a Lacan resolver el problema de la pulsión de muerte a
partir de la teoría del yo, enfocado desde el mismo Freud en la doble conceptualización
del narcisimo y la verneinung.
Ahora puedo extraer conclusiones del estadio del espejo en el camino de la
formación del yo, y de la función que cumple. Por un lado, el yo se constituye a partir
de una identificación primordial que le permite salvar la situación planteada a raíz de la
relación con sus semejantes; y por otro, con su propio cuerpo, en la medida en que éste
está desunido, o fragmentado desde un principio.
Asimismo, por el pasaje por el espejo, que dejará marcas para toda la vida del
sujeto en la relación que lleve con sus semejantes, encerrando la tendencia hacia este
otro, a partir de la libido, que es contabilizada en este momento como tendencia a la
agresividad.
Otra conclusión de este razonamiento es que la instancia de la formación del yo
es parte de la constitución del sujeto, al mismo tiempo que viene a cumplir una función
de desconocimiento, o de no querer conocer algo, para colocar en ese lugar algo
diferente, ilusorio y mentiroso, pero que le permite el acceso a la dialéctica de su
227
relación con los otros, representado por sus padres. Es la instancia de la relación con su
propio deseo que lo verá una vez más entremezclado con los otros, esta vez con lo que
supone que es el deseo del Otro.
Otro dato sumamente importante, a manera de conclusión, también, de este
momento constitutivo del sujeto, es el hecho de resaltar que para que esta identificación
primordial se lleve a cabo, es necesario que exista la mirada de un tercero desde el
exterior. Esta mirada será efectiva para el sujeto si desde la misma le vuelve un nombre
para la acción que ese sujeto está llevando a cabo, lo que le certificará la presencia de
ese tercero y promoverá el poder mirarse en la mirada de ese tercero, así como sumar la
satisfacción que se juega entre ambas miradas: la del que mira, con la del que es mirado.
Estos efectos del estadio del espejo, en la formación del yo y sus consecuentes
efectos en la constitución subjetiva, podrán ser valorados mejor a la luz de la dialéctica
que Freud planteó a partir de los conceptos de Edipo y Castración, como un proceso de
formación lógica.
En este proceso pueden ocurrir accidentes o hechos que obstaculicen la
constitución subjetiva en alguna de sus partes, quedando ese sujeto ―o ese niño― a la
deriva de la desunión de su propio cuerpo, a la desarticulación de su relación con los
otros y al transitivismo consecuente, efectos que tienen su máxima exponencia en el
caso de la psicosis.
Este es el punto que marca una línea de división en la clínica, entre la psicosis y
la neurosis.
He de hacer notar, también, el por qué desde esta concepción del abordaje de
pacientes psicóticos, a través del tratamiento psiconalítico, cobra un valor relevante
considerar los síntomas que se presentan en la relación del sujeto con los otros, en el
nivel del lazo social. De la particularidad que adquiera este lazo se podrá definir no sólo
la enfermedad que aqueja a la persona que concurre a la consulta, sino también la
manera singular con la que el sujeto ha resuelto la encrucijada subjetiva en la que se
encontró.
Finalmente, esta singularidad de la solución que ha buscado el sujeto nos orienta
acerca de la dirección que conviene al tratamiento.
228
5.5. Edipo y Castración
Al salir de la fase identificatoria del estadio del espejo, el niño ha ingresado en una
relación con su madre cercana a un punto de indiferenciación, es decir, cercana a la
fusión con su madre.
¿De qué forma lleva adelante el niño esta indiferenciación?
La misma es el producto de la posición que ha tomado el niño respecto de su
madre. El niño trata de identificarse con lo que cree que es el objeto del deseo de su
madre. Esta identificación, a través de la cual el deseo del niño se convierte en deseo del
deseo de la madre, se ve promovida y facilitada por esta relación de proximidad entre el
niño y su madre.
Es decir que es esta proximidad la que pone al niño en la situación de hacerse
objeto de lo que supone que le falta a la madre.
Aparece aquí un nuevo elemento en la relación entre el niño y la madre: se trata
de la falta, que es lo que regirá esta relación, en este momento, de la constitución
subjetiva.
La interacción dinámica del deseo entre la madre y el niño se entiende solamente
en relación con la falta. En efecto, existe en el niño el presentimiento de que lo que le
falta a su madre puede ser colmado por un objeto, ofreciéndose el niño como este objeto
que puede colmar imaginariamente esta falta.
Es por este mecanismo que el niño se identificará, imaginariamente, con este
objeto que supone puede colmar lo que falta en el Otro.
Por lo tanto, el espacio de esta relación no traduce la experiencia de la relación
entre la madre y el niño ―relación dual―, sino que esta indistinción fusional viene a
fundarse porque preexiste un tercer término, la falta, y la existencia de un objeto
imaginario que podría colmarla.
El lugar de este objeto es representado por el falo. Quizás podemos decir ahora
que lo que moviliza la dinámica de la relación fusional entre la madre y el niño es, sin
duda, el objeto de la falta como tal. El niño encuentra la problemática fálica en la
relación con su madre, al querer constituirse él como el falo materno.
Es en este sentido que podemos hablar de indistinción o indiferenciación
fusional, puesto que el niño tiende a ocupar imaginariamente el lugar de único y
229
exclusivo objeto, que viene a colmar la falta en el deseo de su madre.
Pero un problema más se suma a esta encrucijada que encuentra el niño en el
camino de la constitución subjetiva: no sólo el niño se ofrece como el objeto único y
exclusivo que colme el deseo de su madre, sino que al mismo tiempo queda inmerso en
la dialéctica del ser: ser o no ser el falo.
Esta primera configuración triangular, que abre la lógica del deseo en el Edipo,
sólo pone en juego una serie de componentes imaginarios. Al objeto fálico imaginario,
que supone colma la falta en el Otro, se corresponde la identificación imaginaria
―también― del niño con tal objeto de la madre.
Es en esta triangulación madre-niño-falo que el niño va a encontrar, a la salida
del espejo, la dialéctica de su ingreso en relación al deseo, cómo ser el deseo del deseo
del Otro, que es lo que Freud marcó con la dialéctica del Edipo y la castración.
Ese es momento en que ingresa la figura paterna en la indistinción fusional
madre-hijo.
¿De qué modo se manifiesta este ingreso del padre?
La presencia del padre viene a cuestionar la identificación fálica en una doble
vertiente: por un lado, el niño toma en cuenta el interés que cada vez más la madre
acuerda al padre en la realidad; y por otro, desarrolla la convicción de que no logrará ser
todo el Otro en la realidad de su existencia.
El encuentro con estas experiencias en la realidad, y su consecuente repetición
cotidiana, es lo que tendrá el efecto de una simbolización de la figura paterna, que se ha
introducido en la relación de indistinción fusional entre el niño y la madre.
Lacan hace saber aquí de su conceptualización ―aproximación hecha a partir de
su concepción lingüística del inconsciente―, que esta repetición permitirá que el niño
correlacione los hechos mediante un ordenamiento significante; es decir, de acuerdo al
nombre y lugar que le otorguen desde afuera, desde el exterior, desde el lugar del Otro.
Si el niño no es todo para la madre, no podrá ser entonces el objeto que colme su
falta, al menos en la forma que lo había imaginado. Al mismo tiempo, la madre se
muestra cada vez más desprovista de falo, en este espacio imaginario de la relación de
indistinción, en la medida en que el padre se significa como un polo de atracción de su
deseo.
230
Dos deducciones se pueden extraer de estos razonamientos. En primer lugar, un
nuevo protagonista ingresa en aquella triangulación madre-niño-falo; y segundo, el falo
circula, ahora, a partir del cuestionamiento de la identificación fálica.
Es de este modo que se observa el entrecruzamiento de los registros
mencionados al inicio: de lo imaginario y lo simbólico.
Esta mediación paterna es la que hace ingresar la dimensión simbólica en la
dialéctica edípica.
¿Cuál es el mecanismo en el que se sostiene esta mediación paterna?
Es importante que la madre ―tanto en su manera de ser como en su discurso
para con el niño― transmita el papel privilegiado que desempeña el padre en relación
con su propio deseo. De esta manera se produce una “prescripción simbólica”,
consistente en significarle al hijo sin equívoco ni ambigüedad. Lo que ella espera
obtener de su hombre.
Es así que el niño recibe del discurso materno la garantía de que no debe esperar
nada de su identificación imaginaria con el falo, en la medida en que la madre sepa
significar simbólicamente cómo su dependencia es del padre y no del niño, en lo que
respecta a su deseo.
En este punto es donde se pueden registrar accidentes, y modos diferentes de
significación a partir de las actitudes de la madre, que conllevan consecuencias en la
estructuración subjetiva.
La mediación inducida por esa prescripción simbólica sólo es estructurante en la
medida en que la existencia “intrusiva” del padre hace eco en ella de modo simbólico.
Pero del mismo modo en que la madre debe significar al niño su dependencia
deseante respecto del padre, éste último debe afirmarse y confirmarse en su incidencia
en esta relación, encarnando el lugar de esta vehiculización de la ley. Ley que viene, por
un lado, a prohibir una relación de integridad incestuosa entre la madre y el hijo, y por
otro lado prescribe un deseo, un camino para que el hijo pueda seguirlo.
También este punto ―el que conviene que sea asumido y encarnado por el
padre― está sometido a las contingencias, circunstancias y accidentes que tendrán sus
efectos en la estructuración del sujeto.
Para resumir esta última etapa de la dialéctica edípica del deseo, el momento
central está marcado por la simbolización de la ley, que es lo que demuestra que el niño
ha comprendido su significado. El valor estructurante, para él, reside en la localización
231
exacta del deseo de la madre. La función paterna es sólo un representante de la ley bajo
esa condición.
El enfrentamiento del niño con la relación fálica se modifica de forma decisiva
al dejar de lado la problemática del ser, y aceptar a cambio la problemática del tener.
Esto se produce en la medida en que el padre no se le presente al niño como un falo
rival ante la madre.
Dado que tiene el falo, el padre deja de ser el que priva a la madre del objeto de
su deseo. Por el contrario, al ser el supuesto depositario del falo, lo reestablece en el
único lugar en que puede ser deseado por la madre. Así el niño queda inscripto en la
dialéctica del tener: la madre, que no lo tiene, puede desearlo de parte de quien lo posee;
el niño, por su parte, podrá codiciarlo allí donde se encuentra.
5.6. El Otro
El Otro es un lugar que enmarca lo que es exterior al sujeto. Es por esto que cuando nos
referimos a la persona decimos el mundo, la realidad exterior, pero cuando nos
referimos al sujeto, en cambio, decimos el Otro. Suponemos con esto que la realidad, el
mundo de la persona, en verdad, es el lugar del Otro.
Es así que nosotros, los practicantes del psicoanálisis, interrogamos la relación
del sujeto con el Otro. Interrogamos lo que hay en esta relación del sujeto con el Otro,
es decir la falta en el Otro. Este Otro es encarnado en distintos personajes a lo largo de
la vida del sujeto: la madre, el padre, el mismo analista, son formas de interrogar la
relación con el Otro.
El lugar del Otro es un lugar asimétrico, no es un semejante. Puede ser ocupado
por distintos personajes: la madre, el padre, Dios, etcétera. Para algunos, la mujer puede
ubicarse también en ese lugar del Otro. Por esto la cuestión del punto que marca una
asimetría: este eje simbólico del sujeto y el Otro, en oposición al eje imaginario, es
decir, al eje en que se ubica la transitividad, la agresividad, traducidas en acciones de
rivalidad y de lucha.
En oposición, la relación entre el sujeto y el Otro es una relación asimétrica, y
no de semejantes como la imaginaria.
232
En el caso de un neurótico, las respuestas que le vienen del Otro siempre son
respuestas significativas; en el psicótico son respuestas absolutamente reales, sin
mediación del eje simbólico.
Es decir que el neurótico significa cada vez las respuestas del Otro bajo las
preguntas, por ejemplo: ¿me reconoce o no me reconoce?, ¿me quiere o no me quiere?,
me gusta, o le gusto? Es decir, todas las formas de lo que el Otro puede querer del sujeto
se constituyen en los desvelos de un neurótico en su relación con el Otro, que se le hace
presente en la relación con los otros.
En el psicótico, el sujeto se posiciona desde la perplejidad frente al Otro, frente a
la realidad, donde la realidad que le habla significa nada más ni nada menos que algo se
le viene desde afuera, en forma de mensaje.
Esta es la esencia de la cuestión, en la que vemos que a un sujeto psicótico la
realidad le habla. Es lo que permite a Lacan decir que el sujeto psicótico nos habla de
una realidad que le habló. Dice Lacan: “...en el psicótico, mas allá de la realidad, hay
Otro que le dice cosas” ( Lacan 1957-58 ) (25).
El Otro se convierte en alguien que tiene su propia subjetividad.
Es lo que le ocurre al presidente Schreber, con su Dios que adquiere
subjetividad, que se humaniza para él y que le dice cosas, e incluso, quiere hacerle
cosas. Desde esta cierta humanización del Otro ―que para un neurótico puede ser
mediada por lo simbólico―, en el psicótico ese Otro le habla.
A diferencia, entonces, el neurótico tiene su lucha por hacerse reconocer por el
Otro, pero en la medida que lo reconoce como tal, es decir, reconoce Otro asimétrico, y
busca su reconocimiento; esta es la clave de la relación del sujeto neurótico con el Otro.
¿Qué quiere decir reconocer, reconocimiento?
Se puede hablar de reconocimiento en un doble sentido: reconocimiento al yo, y
reconocimiento al sujeto.
Reconocer a una persona quiere decir saludarla, nombrarla, reconocer su
nombre, distinguir si se trata de un hombre o de una mujer, es decir, lo que llamamos
los reconocimientos imaginarios. Es este el reconocimiento al yo, es lo que hacemos en
el primer momento de la consulta.
En tanto reconocer al sujeto implica reconocerlo en su discurso, en lo que dice,
en aquello que dice y contiene una verdad para él, y que adquiere un sentido que lo
gobierna, pero que no sabe que ello ocurre.
233
Es así que el Otro, para el neurótico, es aquello que se interpone entre la realidad
y él mismo; es lo que lo posiciona siempre desde un mismo lugar ante las cosas, y que
le crea sus permanentes desvelos pero, a su vez, es lo que le permite hacer la vida más
“vivible”, al darle una significación cada vez a eso que le sucede y que viene desde
afuera. El neurótico inventa Otro.
A diferencia de esta operación neurótica, el psicótico no puede interponer nada
entre él y la realidad, por lo que las respuestas le aparecen en forma descarnada, desde
la realidad y hablándole a él directamente.
En esta diferencia el neurótico hace de la respuesta de afuera una respuesta del
Otro; en tanto para el psicótico se trata de una respuesta real.
Para ejemplificar la operación neurótica, tomamos el ejemplo que nos brinda
Freud. A partir del obsesivo, toma de estos pacientes lo que llama “la voz de su
conciencia”, voz que le dirige en sus actos, cuando le dice: “muévete así”, “no te
levantes con el pie izquierdo”, etc. Los rituales del obsesivo están sostenidos en la voz
de su conciencia.
En la histeria, esta cuestión ―que es un límite de diferencia entre psicosis y
neurosis― se ubica en el cuerpo, en la despersonalización, en el extrañamiento, en la
descomposición corporal; todos fenómenos que se ubican en el marco de la
especularidad, que se padecen tanto en la histeria como en algunos trastornos
esquizofrénicos.
A nivel de la psicosis, a la respuesta ―y al nivel de la respuesta― la denomina
“alusión”, un fenómeno que le resulta enigmático al sujeto, que no sabe descifrar lo que
quiere decir pero sí sabe que le dice algo, y está seguro que ese algo que dice se dirige a
él. En síntesis, el psicótico lleva una relación alusiva con el Otro. Esta relación alusiva
con el Otro es el basamento de la posición paranoica del psicótico.
Al mismo tiempo, implica que la relación del psicótico con el Otro es de
exclusión; el Otro está excluido. En este sentido Lacan señala: “Excluido el Otro, en el
campo de la psicosis, lo que concierne al sujeto es dicho realmente por el pequeño otro”
(25). Es decir que el psicótico subjetiva al Otro, al Otro simbólico, al de la conciencia
moral, a Dios, etc., y lo personaliza, lo que quiere decir que lo convierte en un pequeño
otro imaginario, en un semejante que le habla, quedando así en la dialéctica imaginaria.
234
“El Otro está excluido verdaderamente de la palabra delirante. Detrás de ella no
hay otra verdad”. Detrás de la palabra delirante no hay otra verdad que le pueda decir el
Otro, no hay un supuesto saber alojado en el lugar del Otro que le pueda significar eso
de una u otra forma. Sólo hay una verdad que se sostiene del delirio.
“El sujeto no le atribuye verdad alguna, y está frente a este fenómeno en la
perplejidad” (25).
Está entonces enmarcado en el fenómeno denominado de alusión. Esto es, el
psicótico es aludido por el enigma que le presentifica el Otro, y es ahí donde comenzará
el trabajo para reducir esta perplejidad en el campo de la prepsicosis, o bien avanzar con
la certeza que implica ya un desencadenamiento de la enfermedad, y por tanto la
destitución de esa perplejidad por la certeza y por el delirio que entra así, también, en el
campo de la certeza.
5.7. El trabajo con el psicótico
Como se ha dicho, hay sujetos psicóticos que tienen una inserción en el mundo y un
lazo social que no padece de trastornos, que sólo aparecen en momentos de
desencadenamiento o de crisis.
Sobre aquello que ha fallado en el sujeto psicótico en la estructuración subjetiva,
y que implica una falla, el sujeto psicótico ubica una suplencia, es decir, una forma
particular de suplir esa falla.
Dos vertientes se observan en esta operación de suplencia. Por un lado, el
trabajo que el mismo psicótico ha realizado para suplir esta falla y, por otro, el trabajo
realizado en el tratamiento junto al psicótico.
En los primeros tiempos de la enseñanza de Lacan, cuando la referencia es el
seminario III ―Las psicosis― (26), la suplencia toma el nombre de la “metáfora
delirante”; en tanto en la última enseñanza de Lacan, a esta suplencia va a denominarla
“síntoma”.
Se trata de dos formas diferentes de hacer suplencia, existiendo entre ambas la
diferencia de que la metáfora delirante va a mostrarse más frágil en su consistencia y
sistematicidad.
235
La suplencia denominada síntoma está pensada como una articulación de los tres
registros en que se desarrolla la estructuración subjetiva: lo imaginario, lo simbólico y
lo real.
Pensado en el sentido de suplencia, nos permite aceptar que hay suplencia
posible implementado esto por el mismo sujeto, de modo que de ahí mismo deducimos
la posibilidad de construir una nueva suplencia en el tratamiento que se corresponda con
la orientación de la primera.
¿Cómo es el trabajo del psicótico, en el sentido de la suplencia?
Jacques Alain Miller aclara en su texto “La psicosis en el texto” (Miller, 1995)
(27)que este trabajo con el psicótico es a partir del texto mismo que nos aporta,
deslindando de este trabajo el problema de la referencia que tome quien lleve el
tratamiento adelante; es decir, no verificamos el ajuste que tiene respecto de la realidad
aquello que presenta como texto el psicótico, sino que trabajamos en las articulaciones
que él mismo presenta.
¿Qué es el texto de un psicótico?
Es su discurso, su delirio, todo lo que dice que le pasa, y lo que dice de su
relación con el mundo.
Cuando hablamos de texto, se presenta la idea de algo articulado. Sin embargo,
en el caso del psicótico, es un texto desordenado lo que presenta: es cuando trabajamos
el camino que va de la universalidad de los dichos a la particularidad, a lo que hace de
hilo conductor de ese texto, que es lo particular en ese sujeto.
Por esto la idea de texto es lo que queda, lo que resta de los dichos. En lo que se
dice; se trata de una serie de dichos que finalmente ―si se puede escuchar sin
interferir― ayuda a constituir eso que se dice en su precisión, los rasgos, el hilo
conductor, el ombligo del sueño, para pasar de un decir desordenado y caótico a
establecer un texto. Es a esto lo que llamamos el trabajo sobre las articulaciones del
texto.
Cuando un psicótico se desencadena, presenta como articuladores de su texto los
fenómenos que llamamos elementales, tal como son descriptos por Lacan en el
seminario III.
Estos fenómenos pueden tomar los sentidos, el pensamiento o el cuerpo. Se trata
de un fenómeno por la fijeza que presenta: fijeza quiere decir que no tiene movilidad, es
decir, que no puede ser representado por significantes, que es lo que permite
236
movilizarlos. Es un fenómeno que no se mueve para el propio sujeto, y que tampoco se
mueve en el trabajo con el analista. Siempre está en el mismo lugar.
Esta última definición es la que usa Lacan para definir lo real, lo cual implica
que no tiene una consistencia específica, como ocurre con el significante en el registro
simbólico, o bien la imagen para el registro imaginario.
Esto real puede ser un significante, o una imagen, pero en tanto estén fijos, no
tengan movilidad, ni se presenten en red, ni relacionados con otros pares.
El psicótico puede enfrentarse a estos fenómenos elementales mediante dos
posiciones: la perplejidad y la certeza.
Finalmente, cabe la pregunta: ¿Qué viene a buscar un sujeto psicótico en el
tratamiento con un analista? (Podemos agregar: si ha perdido la razón de su existencia,
y la razón de su posición sexuada).
Quizás podemos responder que el sujeto psicótico viene en la búsqueda del
sentimiento de la vida que ha perdido, en este camino de suplir aquella falla estructural
en la constitución subjetiva. Es lo que puede darle un tratamiento analítico: un nuevo
lazo con el sentimiento de la vida.
5.8. La metáfora paterna
El juego del fort-da en el niño, descrito por Freud, nos proporciona la explicación del
modo en que el niño accede a lo simbólico de la acción paterna, lo que Lacan va a
considerar bajo el nombre de la metáfora del nombre del padre.
La interpretación que hace Freud del juego de su nieto ―quien jugaba a arrojar
un carretel de hilo por fuera de su cuna y luego lo hacía aparecer, acompañando este
movimiento con exclamaciones vocales, realizando este movimiento en repetidas
oportunidades― era que el juego estaba relacionado con importantes resultados de tipo
cultural, obtenidos por el niño en este movimiento, ya que produciría un renunciamiento
a la satisfacción de la pulsión para permitir, de este modo, la partida de su madre sin
manifestar oposición.
Tres cosas son notorias en este juego: en primer término, la sustitución de la
bobina de hilo en lugar de su madre; en segundo lugar otra sustitución, aquella que
237
representa la partida de su madre, y luego el regreso, en el juego de desapariciónaparición de la bobina de hilo. Y finalmente, en tercer término, lo más importante en
relación a las dos anteriores: que el niño, de ser un espectador pasivo de lo que le
sucedía ante la partida de su madre y el regreso, se ha transformado en un actor activo
de ese movimiento, ante la repetición de ese hecho con el objeto sustituto que ha
encontrado, obteniendo de ello una satisfacción.
El niño ha invertido la situación, siendo ahora él quien deja a su madre. El niño
se ha adueñado así de la situación mediante una identificación. Este dominio sobre la
bobina, sobre el hecho que pueda hacerla aparecer ―segundo movimiento― cuando el
quiera, es lo que le produce satisfacción.
Al mismo tiempo, se puede deducir que el niño ha dirigido su interés hacia otros
objetos que reemplacen el objeto perdido. Pero el acceso al lenguaje es lo que va a
permitir al niño que afirme su dominio sobre el objeto, mediatizada esta operación por
la operación que Lacan denominó la metáfora del nombre del padre.
Esta metaforización es la simbolización primordial de la ley que se cumple en la
sustitución significante.
Se trata de una experiencia subjetiva por la cual el niño va a sustraerse a una
vivencia inmediata para darle un sustituto. La vivencia inmediata del niño se basa en el
modo de expresión de su captura dentro de la dialéctica del ser, es decir, ser el único
objeto que colme el deseo de su madre; ser el objeto que colme su falta; ser el falo.
Para encontrar un sustituto a esta vivencia en el registro del ser que experimenta,
deberá acceder a la dimensión del tener.
Para que esto suceda, convendrá que el niño distinga la vivencia de lo que es el
sustituto simbólico llamado a representarla. Es decir que el niño debe adoptar una
posición de sujeto, y no sólo la de objeto del deseo del Otro. La aparición de este sujeto
se actualiza en una operación inaugural en la que queda representado este
renunciamiento del niño al objeto perdido.
Es esta sustitución del significante fálico ―también llamado el significante del
Deseo de la Madre― sustituido por el significante del nombre del padre.
El proceso metafórico consiste en introducir un nuevo significante que hace
pasar bajo la línea de significación al viejo significante y, en consecuencia, queda
momentáneamente en el inconsciente.
Es lo que produce el niño con el juego del fort-da. Demuestra la renuncia a su
238
deseo original a través del movimiento ausencia-presencia de la madre. El niño se
pregunta: ¿Qué quiere ella? Ese es el significado que representa con el movimiento de
idas y venidas de su madre: este significado es el falo.
Podemos representar esta sustitución con un quebrado: representando en el
numerador el Deseo de la Madre, y en el denominador el significado de este deseo, es
decir, el falo.
Pero el niño va a relacionar esta ausencias de la madre con la aparición del
padre, o más precisamente, con la presencia del padre. Supone que si su madre se
ausenta de su lado, es porque está junto a su padre.
Este movimiento es crucial para el niño, ya que el padre, de ser un rival fálico,
pasa a ser el poseedor del falo. Es en ese momento que el niño puede comenzar a
nombrar la causa de las ausencias de su madre, convocando en este lugar al significante
del nombre del padre que tiene el falo, es el padre simbólico. Es aquí donde interviene
el nombre del padre, asociado a la ley simbólica que encarna.
El nombre del padre es una designación del reconocimiento de una función
simbólica, circunscripta al lugar en el que se ejerce la ley. Esta designación es producto
de una nueva sustitución: el significante del nombre del padre viene a sustituir al
significante del Deseo de la Madre.
De este modo, el niño encuentra un significado diferente para su existencia de
sujeto, a partir de esta metaforización en la que el significante del Deseo de la Madre es
sustituido por el del nombre del padre.
5.9. La forclusión del nombre del padre
Hemos visto que la metáfora paterna tiene una función estructurante en la constitución
subjetiva. Si algo falla en este proceso, se producen efectos sintomáticos que se miden
en la relación del sujeto con los otros. Dice Lacan:
Intentemos concebir ahora una circunstancia de la posición subjetiva en la que, al
llamado al nombre del padre, responde no ya la ausencia del padre real, ya que esta
ausencia es compatible con la presencia del significante, sino que responde la creencia
de un significante mismo (...)
239
Extraigamos de varios textos de Freud un término que está lo suficientemente articulado
como para volverlos justificables si ese término no designa allí una función del
inconsciente diferente de lo reprimido. Tenemos por demostrado lo que fue el nudo de
mi seminario sobre la psicosis, es decir, que ese término se remite a la implicación más
necesaria de su pensamiento cuando éste se mide con el fenómeno de la psicosis: es el
término WERWERFUNG (Lacan, 1958) (25).
Esta werwerfung, traducida como “forclusión”, es lo que para Lacan hace
fracasar la represión originaria, constituyendo el aporte más original de Lacan en la
diferenciación en el mecanismo de producción de una psicosis respecto de una neurosis.
Lacan trabajó a partir de la noción freudiana de esición psíquica, produciendo
avances en especial acerca de la concepción y el tratamiento de pacientes psicóticos, a
partir de las consecuencias de la elaboración de la metáfora paterna.
Es justamente la elaboración de este proceso lo que le permitió tomar la
forclusión como modo de especificidad de diagnóstico de la psicosis, distinguiéndolo
del mecanismo fundante de la neurosis, es decir, de la represión.
Es, entonces, el mecanismo de la forclusión del nombre del padre lo que
caracteriza a la psicosis cuando ocurre en el lugar del Otro, sede de las sustituciones
que han sido descritas con el nombre de la metáfora paterna.
A modo de síntesis, la forclusión del nombre del padre, que neutraliza el
advenimiento de la represión originaria, hace fracasar al mismo tiempo la metáfora
paterna, quedando comprometido así el acceso a lo simbólico.
Este bloqueo del acceso a lo simbólico deja al niño atrapado en la relación dual
con la madre, en el registro imaginario, con las consecuencias de transitivismo, y el
encierro de la libido en las conductas agresivas en relación al otro.
240
6. RESULTADOS Y ANÁLISIS
Se trata el presente, de un trabajo cualitativo-cuantitativo, de un grupo de pacientes, que
son tratados en el Hospital Neuropsiquiátrico Provincial, de la ciudad de Córdoba, y que
padecen de una patología caracterizada como una Psicosis delirante Crónica, de acuerdo
a la clasificación francesa, o de un Transtorno Esquizofrénico, según los clasificadores
internacionales actuales ( DSM IV ) (43), CIE 10) (44).
Es una muestra de 15 pacientes, de largo tratamiento, y, seguimiento prolongado
combinado entre tratamiento psicofarmacológico, y, tratamiento psicoanalítico. El 20%
de los pacientes han sido tratados por menos de 10 años, en tanto el 80%, ha llevado
tratamiento entre 10 y 20 años.
Desde el punto de vista cuantitativo, se han tomado en cuenta dos tipos de
variables: variables sociodemográficas, y variables clínicas de la muestra de 15
pacientes.
Respecto de las variables sociodemográficas, se observa en el gráfico I que al
momento del estudio, el 86,7 % de los pacientes son mujeres, en tanto el 13,3 % son
masculinos.
Tabla I. Sexo
Variables
Masculino
Femenino
Total
Frecuencia
2
13
15
Porcentaje
13,3
86,7
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007.
En cuanto a la edad, el 6,7 % resultó ser menor de 30 años, el 26,7 % entre 31 y
40 años; el 46,6 %; y, el 20 % por encima de 51 años.
Respecto al estado civil y la posibilidad de una pareja los datos arrojan
resultados similares, en ambos casos, como puede apreciarse en la tabla II y III:
241
Tabla II. Estado civil
Variables
Soltero/Soltera
Separado/Separada
Total
Frecuencia
11
4
15
Porcentaje
73,3
26,7
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007.
Tabla III. Posibilidad de pareja
Variables
Sin pareja
Tenía hasta el
tratamiento/Parejas transitorias
Total
Frecuencia
11
Porcentaje
73.3
4
26.7
15
100.0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
El 73,3 % de los pacientes entrevistados está en condición de solteros, o no han
tenido una pareja estable en algún momento, en tanto solo 26,7 % tenían pareja hasta el
momento de enfermar o se separaron a partir del desencadenamiento de la misma.
En cuanto a la convivencia actual, 40 % vive solo, en tanto 60 % vive con algún
miembro de su familia, lo que se muestra en la tabla IV:
Tabla IV. Convivencia
Variables
Vive solo/sola
Vive con la familia cercana
(madre/hijos)
Vive solo con los hijos
Total
Frecuencia
6
Porcentaje
40,0
7
46,7
2
15
13,3
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
Como dato complementario, en estas variables sociodemográficas, al verificar el
tipo de estudio que han tenido estos pacientes, se muestra que el 46% tienen estudios
secundarios completos, 13,3 % secundario incompleto; 13,3% estudios universitarios
completos, 20 % universitarios incompletos, y el 6,7 % terciarios incompletos. (Tabla
V)
Tabla V. Nivel de estudios
Variables
Secundaria Completa
Frecuencia
7
Porcentaje
46,7
242
Secundaria Incompleta
Terciario Incompleto
Superior Universitaria Completa
Superior Universitaria Incompleta
Total
2
1
2
3
15
13,3
6,7
13,3
20,0
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
La tabla VI, muestra la relación con el trabajo que tienen o han tenido quienes
forman la muestra en este estudio: sin trabajo o no han trabajado nunca el 33,3 %;
tienen trabajo independiente 20 %; en tanto 13,3 % han tenido trabajos transitorios en
algún momento; 2 han trabajado en trabajo estable hasta el momento de la primera
crisis, 13,3 % han tenido trabajo en relación de dependencia, y solo 6,7 % caso trabaja
en su casa.
Tabla VI. Situación ocupacional
Variables
Sin trabajo
Independiente
Transitorios
Trabajo hasta la crisis
Dedependiente
En su casa
Total
Frecuencia
5
3
2
2
2
1
15
Porcentaje
33,3
20,0
13,3
13,3
13,3
6,7
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
En la tabla VII, se muestra la relación que tienen con la familia, sea con su
familia directa, o bien con la familia extensa; el 86,7 %, tienen relación con familiares
directos, en tanto el 13,3 % la tienen con familia extensa.
Tabla VII. Relación con la familia
Variables
Con familiares directos
Relación con la familia directa y
extensa
Total
Frecuencia
13
Porcentaje
86,7
2
13,3
15
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
Respecto de la tabla VIII, en la que se muestra el tipo de vínculos sociales que
guardan los pacientes, manifiesta que 46,7 % tienen pocos vínculos sociales, en tanto
243
26,7 % solo tienen vínculos con familiares y amigos; 13,3 % tienen vínculos con
compañeros de grupos terapéuticos, y otro 13,3 % se presentan sin vínculos sociales.
Tabla VIII. Vínculos sociales
Variables
Con familiares y amigos
Pocos vínculos sociales
Con compañeros del grupo terapéutico
Sin vínculos sociales
Total
Frecuencia Porcentaje
4
26,7
7
46,7
2
13,3
2
13,3
15
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
Las variables clínicas mensuradas han sido las siguientes: a) edad de la primera
crisis, que mide la edad en que se desencadenó la enfermedad; b) crisis I y crisis II, que
miden la aparición de crisis durante el curso del tratamiento, dividiendo lo que sucedía
en la primera y en la segunda mitad del mismo tratamiento; y c) medicación I y
medicación II, que mide la dosis de medicación neuroléptica antipsicótica, en la primera
y en la segunda mitad del tratamiento.
Respecto de la edad de la primera crisis : 40 % desencadenaron su enfermedad
antes de los 20 años; 33,3 % tuvieron su primera crisis entre los 21 y 30 años; y
finalmente, 26,6 % entre los 31 y los 40 años (Tabla IX).
Tabla IX. Edad de la primera crisis
Variables
Menores de 19
20 - 24
25 - 29
30 - 34
Mas de 35
Total
Frecuencia Porcentaje
6
40,0
3
20,0
2
13,3
3
20,0
1
6,7
15
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
Referente a las crisis producidas en la primera parte del tratamiento: 13,3 %
presentaban crisis permanentes; 33,3 % presentaron una sola crisis; 33,3 % presentaron
crisis anuales o bianuales; 13,3 % pacientes presentaron crisis aisladas, y 1 paciente no
presentó crisis (Tabla X).
244
Tabla X. Primera crisis
Variables
Crisis permanentes
Una crisis
Crisis anuales. bianuales
Crisis aisladas
Sin crisis
Total
Frecuencia Porcentaje
2
13,3
5
33,3
5
33,3
2
13,3
1
6,7
15
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
En cuanto a crisis II, que representa la producción de crisis en la segunda mitad
del tratamiento, 6,7 % presentó crisis aisladas, en tanto 93,3 % no presentaron crisis
(Tabla XI).
Tabla XI. Segunda crisis
Variables
Sin crisis estabilizado/ estabilizada
Crisis esporádicas
Total
Frecuencia
14
1
15
Porcentaje
93,3
6,7
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
Del análisis de esta tabla con crisis producidas en la primera mitad y
relacionándola con las que se presentaron en la segunda mitad, se deduce que en la
primera mitad solo el 6,7 %9 no presentó crisis, en tanto el 93,3 %, presentó crisis de
alguna manera. En la segunda mitad esta proporción se invierte, presentado 6,7 % crisis
esporádicas, en tanto el 93,3 % no presentó crisis, manteniéndose estabilizado en sus
síntomas.
En relación con la medicación administrada, se puede observar que en la tabla
XII el 80% presenta medicación en dosis convencionales, en tanto 20%, transcurrieron
con dosis menor a las convencionales.
Tabla XII. Medicación 1
Variables
Neurolépticos antipsicóticos
Neurolépticos antipsicóticos
mínimos
Total
Frecuencia
12
Porcentaje
80,0
3
20,0
15
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
245
La medicación medida en la segunda parte del tratamiento, y a través de la tabla
medicación II, presenta un 80 % que permanecieron con dosis disminuidas, en tanto un
20 %, se mantuvieron sin medicación (Tabla XIII).
Tabla XIII. Medicación 2
Variables
Sin medicación
Neurolépticos antipsicóticos, dosis disminuida
Total
Frecuencia Porcentaje
3
20,0
12
80,0
15
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
Las tablas anteriores, muestran la relación que existe entre la administración de
neurolépticos con acción antipsicótica, en dosis usuales o convencionales, en la primera
y en la segunda mitad del tratamiento, y con dosis disminuidas, o bien sin medicación
de este tipo en la primera y la segunda mitad del tratamiento.
En la primera mitad, el 80 % usaron de dosis convencionales, en tanto en la
segunda mitad este mismo 80 %, aparecen con dosis disminuidas. En tanto 20 %
transcurrieron con dosis disminuidas en la primera mitad, en la segunda mitad aparecen
sin medicación.
El análisis cualitativo está planteado a partir de tres ejes: a) el primero es el de la
falla del yo, la falla en una identificación yoica que le impide al paciente afirmarse en
una existencia; b) el segundo es el de la particularidad, es decir, la manera particular de
solución en suplencia a esta falla, que el mismo paciente ha encontrado y ejecutado; y c)
en tercer lugar, el hallazgo que los mismos pacientes —en sus enunciaciones— orientan
ya sobre el camino suplente seguido, lo que redunda en la orientación del mismo
tratamiento, si se sabe escucharlos con atención y estar dispuestos y disciplinados para
seguirlos.
a) La falla en la identificación del yo
Se trata de unificar en este error estructural, de la constitución subjetiva, una de las
causas en que se basa la producción de estas enfermedades.
A riesgo de caer en un enunciado universal, conviene hacer entrar en este carril a
la falla estructural de la que se trata, si bien esto queda despejado, ya que las
condicionantes de tal falla son —en cada caso— particularizadas en los dichos del
paciente psicótico, y en su experiencia vivida.
246
En todos los casos está implicado desde el comienzo el deseo de los padres, que
preexiste al sujeto y que conduce las acciones de ambos padres, así como lo que
transmiten al hijo.
En el caso “J”, este defecto de la identificación yoica se ve en la conjugación de
una madre que no reserva lugar alguno para un hombre —excepto que éste sea un
hombre enfermo, como era el caso— y que está sometida a la prohibición de tener un
nuevo hijo por razones orgánicas.
En tanto el padre, se presenta débil al momento de sostener la posición de
decisión, así como una posición de sufrimiento casi permanente, al menos ante los
problemas suscitados en su casa. Este padre no mira con atención a su hijo, lo que se
pone de manifiesto en la manera de enunciar sus dichos al dirigirse a él. El mismo padre
que recurre a los médicos, o a los jesuitas en tanto representantes de Dios, para sostener
su lugar como padre.
Es esta falta de mirada, en el encuentro de estos padres, lo que produce que el
sujeto no pueda encontrar claramente el rumbo, ni los significantes que vienen del Otro
para nombrarse, ya que sólo le viene una generalización de los dichos que recibe.
De esta manera ha quedado comprometida su existencia como sujeto, debiendo
recurrir a otro modo de respuesta a la pregunta sobre esa existencia: es decir, el ¿quién
soy?
En el caso “T”, la situación es diferente entre la madre y el padre. La madre, a
raíz de su internación en un convento hasta la edad de 15 años, reniega de la relación
con un hombre, y decide guardarse para Dios. El padre, por su lado, tomó y aceptó esta
propuesta de la madre y se ausentó como padre, finalizando su vida también con un
acercamiento a Dios. Es así que la sujeto no se afirma en ninguna identificación; sólo
tomando los componentes religiosos para afirmar su existencia, representada por el yo,
en este caso, en el “me guardo para Dios”, al momento de su comunión.
En el caso “C”, la falta de atenta mirada de ambos padres es la responsable del
defecto en el yo. En el caso del padre, se pone al margen al momento de ser convocado
por su hija en alguna acción en la que ella pudiera reflejarse. El ejemplo de la garrafa es
el paradigmático. La madre, en tanto, consumida en la relación con su propia madre y su
hermana, relación que no dilucidarán hasta el momento actual. De esta relación dividida
247
la paciente se hará cargo.
De este desencuentro —o encuentro, como se quiera llamar— entre sus padres,
queda abierta una brecha de no identificación, en la que al no poder llamarse yo, al no
haber con quién identificarse, la paciente debe soportar con su propio cuerpo esa
hiancia.
En el caso “S”, el desencuentro entre la madre y el padre se produce a partir de
una madre rígida, tal como expresa la paciente, y un padre ausente, que elegía vivir
aislado del mundo social. Pero, fundamentalmente, este defecto en la identificación está
precedido por los dichos de la madre, en los que afirma que el hombre con quien se casó
y vive no es el hombre elegido, descalificando así toda posibilidad de que encarne
identificación alguna. Se verá, así, obligada a tomar rasgos de su vía materna.
En el caso “P”, se produce el encuentro entre una madre exigente y un padre
ausente pero con algún rasgo desconocido, según lo transmite la paciente. Esto produce
el defecto yoico.
De estos restos de la función paterna —resabios de algo desconocido, la
bohemia del padre, el interés por lo creativo— es que se toma la paciente, en la época
de su adolescencia, para suplantar su falta.
En el caso “A”, se produce una serie entre las dos figuras maternas, es decir, las
dos figuras que ocuparon ese lugar: su propia madre, que falleció en su adolescencia, y
la madrastra, quien le hacía la vida imposible. A esto se suma un padre impotente,
manifestado a través de sus actitudes violentas.
De esta conjunción surge la fragilidad en obtener una identificación que lo
afirme en un lugar de existencia, a partir de la actitud evasiva del padre para prestarse a
esta operación.
En el caso “LS”, para reflejar la producción de la falla en la identificación, con
un yo que le represente, se produce la conjunción entre una mujer —su madre— que no
reserva lugar alguno para un hombre —y mucho menos éste que ha elegido, quien se
dedica a los intermediarios, como las bebidas alcohólicas, para sostener sus lazos
sociales—, con un padre que a partir de estas condiciones enunciadas por la paciente se
248
representa como ausente.
En el caso “AG”, la circunstancia de la ausencia del padre, por fallecimiento en
su venida a la Argentina desde un país extranjero, y las conductas de su madre de
desprenderse de sus hijos por no poder mantenerlos —y quedarse finalmente sola, sin
hombre—, han concluido en la defección de una identificación, debiendo recurrir a las
suplencias por la vía de la religiosidad. Esto se origina porque ella fue internada en un
convento a los 7 años, a posteriori de la muerte de su padre.
En el caso “DM”, la defección en la identificación imaginaria del yo puede ser
observada en dos tiempos, con la misma estructura, y enunciada desde una doble
perspectiva.
Por un lado, el tiempo del encuentro de la madre y el padre; de la mujer que hay
en la madre con el hombre que hay en el padre: una madre desatenta, sin mirada para
ella, y un padre que se dedica a las bebidas alcohólicas y a las acciones evasivas, y que
por lo tanto no ofrece ninguna posibilidad de identificarse.
En estas condiciones, la sujeto trata de suplantar este defecto con la elección de
su partenaire, pero elige un hombre que reúne justamente las mismas condiciones de
relación entre sus propios padres que las que existían entre los de ella. Estas condiciones
se enuncian en doble vertiente: por un lado, hombres que no demuestran interés por sus
mujeres; y, en segundo término, mujeres que eligen hombres que no se interesan en
ellas como mujeres.
En el caso “ME”, el defecto en el yo está dado por la fuerte y absorbente
relación que la paciente lleva con su madre, que ha fallecido poco antes de
desencadenarse su enfermedad, y que no ha permitido la entrada de un padre que ordene
esa relación, o modere la potencia materna en esa relación madre-hija.
Es por esto que al no poder nombrarse mediante un yo, debe recurrir a las
representaciones que lleva dentro de la relación con su madre: la deuda de su madre
para con ella; el acumulado que va produciendo en los años posteriores a la muerte de la
madre; y el resentimiento desde niña para con su madre, por no defenderla
oportunamente.
Esta potencia materna no ingresa en ningún ordenamiento, ni domesticación, por
parte del padre (función paterna), por lo que la sujeto queda a expensas de tal potencia y
249
desorden. Esta es la causa de que su síntoma gire en derredor de la agresividad,
concretada en la acción de agredir en la cara a su vecina.
En el caso “L”, la conjunción necesaria y suficiente para la no producción de
una identificación yoica está dada no sólo por la inexistencia real del padre, en la
medida que no conoció la existencia de tal hija, sino en la no existencia simbólica, ya
que la madre no hizo lugar a tal existencia. Una madre que prefirió el camino de la
soledad, sin hombres, quedándose con la paciente.
En el caso “MA”, se observa cómo es el encuentro entre la madre y el padre.
Una madre sumamente exigente y descalificadora del lugar del hombre, por razones de
la relación de sus ancestros y el lugar que han ocupado los hombres en la familia.
Encuentro que se produce con un padre impotente para hacer escuchar su palabra,
debiendo recurrir a la violencia, hecho que lo volvió aún menos escuchado.
En este caso, se puede ver con mayor claridad —en cualquiera de los
presentados— el mecanismo por el cual se establece la falla en una identificación. Esto
le compete a la acción del padre, cuando es llamado a intervenir, en carácter de su
condición de padre, por el sujeto.
Se presenta una sucesión de hechos que ofrecen la misma estructura, del sujeto
con compañeros de colegio, que en la segunda oportunidad en que se produce, se
desencadena la crisis.
En cada uno de estos hechos, cuando el sujeto recurre a su padre para buscar una
palabra que lo calme y lo ordene, este padre lo deriva a otro, “corre” su cuerpo, y no se
presta así a encarnar la posibilidad de que el sujeto se afirme en una identificación, tras
la cual pueda decirse “yo”. Esta es la falla por la que buscará mecanismos de suplencia
a ese faltante.
En el caso “GA”, se presenta una madre que no ofrece otro lugar para un hombre
que no sea el de competencia, lo que se conjuga con un hombre que actúa con violencia,
generada en ese mismo vínculo.
Por esta razón, este encuentro es tomado directamente por la sujeto, que encarna
con su propio cuerpo aquello generado en el vínculo entre su padre y su madre: la
violencia. Este será el motivo de desencadenamiento para ella, en forma permanente.
250
En ese sentido, dicho encuentro entre el padre y la madre no sólo no le da
posibilidad de identificarse, sino que para lograr la afirmación de una existencia debe
recurrir al camino supletorio de la agresividad y la violencia.
En el caso “SP”, se produce la falla en la conjunción del encuentro entre una
madre que no sólo no hace lugar a un hombre, sino que busca la forma más
descalificadora de no permitir ese lugar: la desautorización, haciendo de esto un
mecanismo en su vínculo de pareja. Es el caso del hecho del accidente, en que la madre
dice a su hija que su padre había querido matarla.
Desde la sujeto, queda el lugar de este “padre de novio”, como lo dice,
abriéndose el problema existencial a partir de la cuestión de la sexualidad, que es el
móvil de la mayoría de los contenidos del pensamiento que presenta en momentos de
crisis.
En el caso “MS”, la falta de identificación yoica en la que pueda afirmar su
existencia se muestra directamente en la cuestión sobre su origen: un delirio sobre el
origen, el efecto sintomático, que demuestra la existencia de la falla en la identificación.
b) La particularidad manifestada en la forma de solución que han buscado y
ejercitado para suplir la falla en la identificación
En el caso “J”, tal particularidad es notable a partir de dos hechos sucesivos: en primer
término, la enunciación de su cifra delirante al decir “Soy Dios, quiero sexo”; y, en
segundo término, el encuentro con un analista, en quien pueda depositar y sostener su
relación al psicoanálisis, es decir, la relación que mantiene el mismo paciente con el
psicoanálisis.
En el caso “T”, la particularidad está dada también en dos partes. La búsqueda
de lo religioso, por un lado, y la contención de esta búsqueda en la relación
erotomaníaca que reserva siempre para con Dios y sus representantes; sean estos
sacerdotes, médicos, etcétera.
251
En el caso “C”, tal particularidad, al suturar la falla, está dada en la división de
la que la paciente es presa y que toma a su cargo. En primera instancia, lo hace a través
de su cuerpo, pesando sobre su columna; para más tarde —en la relación terapéutica—
transformarlo en palabra, en la misión que ella tiene en esta vida: unir dos partes, unir
dos almas.
En el caso “S”, la particularidad es tomada a partir de una serie de
identificaciones suplentes: desde las extraídas del campo religioso, pasando por la
separación entre un hombre y una mujer —que son rasgos del lado de la madre—, hasta
llegar a un rasgo que toma de su padre, el del aislamiento, que es el que representa por
el significante “enfrascada”, y lleva a cabo en el juego de enfrascar las cosas.
En el caso “P”, dicha particularidad está representada en la serie de distintas
identificaciones. Primero la música, en su adolescencia; más tarde su estudios de
filosofía, y finalmente lo que llama la búsqueda y el ejercicio de una filosofía de vida.
En el caso “A”, la particularidad en suplir la identificación faltante ha
transcurrido por una serie de significantes en los que se ha ubicado. Primero, “la sucia”,
en su adolescencia; luego “la juzgada, la criticada”, cuando salía con un novio; y
finalmente aquella en que se estabiliza de manera sostenida, “la bruja”, posición en que
desarrolla su vida en la actualidad, tanto respecto a su padre, con quien convive, como
en la relación terapéutica.
En el caso “LS”, las identificaciones suplentes han transcurrido entre rasgos que
tomó de la unión entre sus padres, tal como el aislamiento, la agresividad y la violencia.
Finalmente, es un rasgo propio —si se puede decir así— el de su nombre. Su segundo
nombre es la derivación, en la actualidad, de aquel aislamiento y soledad de su niñez.
En el caso “AG”, toma un rasgo de su madre —y de su vida en el convento— a
modo de suplencia de la falta de su padre, por su fallecimiento. Es decir, el rasgo de la
vida religiosa, que es el de “mujer sola”. Esta posición la ejerce a partir de la separación
de su esposo, de quien nunca más quiso saber nada, y de llevar la vida adelante con sus
hijos, pero manteniendo el significante que la identifica y la sostiene: la soledad. Esta
252
soledad se desarrolla en el marco de las coordenadas del campo religioso, que es un
rasgo de su familia paterna en Italia.
En el caso “DM”, la forma que ha encontrado de suturar la falla —y sobre la
cual poder soportar su existencia— es llamando a su casa. Llama a su casa, de manera
permanente, para comprobar si hay un lugar para ella, ya que desde su nacimiento —
según dice— sus padres le transmitieron que no era esperada; que, justamente, no había
un lugar para ella. Por ese motivo necesita corroborar a cada momento si dicho lugar
está, y también, cada vez, encuentra en sus padres que ese lugar no está. Es esta la causa
de los permanentes llamados telefónicos a su casa. En su relación terapéutica hace lo
mismo, por lo que puede soportarse su existencia de esta manera, aceptando el analista
este lugar de ser llamado telefónicamente.
En el caso “ME”, la particularidad identificatoria en que encuentra estabilización
es la del maquillaje artístico. Un trabajo ordenado y artesanal: un “trabajo”, por un lado,
y “artesanal y ordenado” por otro, son las coordenadas que le sirven a la efectividad de
esta suplencia ensayada.
Es posible observar, entonces, la relación directa entre los síntomas que presenta
en las crisis —de agresión sobre la cara, en el caso el golpe a su vecina— y el desarrollo
de esta identificación de maquilladora, que también se corresponde como un trabajo en
el rostro.
En el caso “L”, las suplencias de la identificación faltante han pasado por tres
estadios bien marcados: en primer término tomó la vía religiosa, por la cual aparecen
también sus fenómenos sintomáticos en las crisis (ella, cristiana, tenía que defender a su
Jesús entre los compañeros judíos). En segundo término, el rasgo tomado de su abuela
paterna, de “madre soltera”. Y finalmente, la identificación de “cuidar a su hija” es la
que le produce estabilidad duradera.
En el caso “MA”, la particularidad está notada en la denominación que obtiene
este sujeto de “enfermo mental”. Es por esto que sabe de las enfermedades mentales, de
los tratamientos, y lleva su enfermedad en sí mismo, se acompaña de su enfermedad,
como dice. También por esto se destaca el relato pormenorizado y cada vez más atento a
253
los detalles de sus ancestros, de sus antecesores, centrado a partir de las enfermedades
que padecieron. Esto genera una estabilidad para él, como es una estabilidad para su
familia también.
En el caso “GA”, el modo que ha encontrado de soportar su existencia ante la
faltante identificatoria es el de “una soledad ordenada”. Esto es lo que le permite
desarrollar su vida diaria. Es también la pérdida de esta soledad y, sobre todo, la pérdida
del ordenamiento, lo que le desencadena y le hace perder su estabilidad.
Esto mismo se traslada a la relación terapéutica: concurrir ordenadamente al
doble tratamiento psicológico y psicofarmacológico, con la conveniencia de que sea
recibida con el mismo ordenamiento que ella propone en su forma de concurrencia.
En el caso “SP”, la “independencia” es la suplencia a la falla en la identificación,
que ha encontrado y busca permanentemente. Primero lo trató en la relación con su
madre, y luego con su padre. Esto es trasladado en la actualidad al tratamiento: la
búsqueda de la independencia en la relación terapéutica, lo que permite su regulación y
estabilización, si es que se sabe soportar por parte del analista.
En el caso “MS”, la particularidad está representada en la relación con su
familia, en especial con sus madres, tanto la biológica, como la adoptiva. Es por esto
que ensayó, en primera instancia, un delirio sobre su origen, en el que incluye a su
madre. Más tarde, la distancia con sus madres —tal como la mantuvieron a ella, desde
el momento de su nacimiento— es la suplencia con la que logra una estabilidad en su
existencia.
c) La orientación (en las propias enunciaciones del paciente) que ha tomado a
modo de solución de esta falla en la identificación yoica, y que a la vez orienta
sobre la dirección a seguir en el tratamiento
Este punto es más notable en algunos casos que en otros; sin embargo, es posible
aislarlo en cada uno de ellos. Esto queda bajo la responsabilidad del psicoanalista, quien
deberá tomar a su cargo este soporte que busca el sujeto psicótico, y que ha faltado en
su estructuración como sujeto.
254
Este proceso se lleva a cabo en varios movimientos, si es que se puede
desglosarlos para el análisis. En primer lugar, la localización mediante una atenta
escucha del camino que el mismo sujeto ha tomado, para solventar la falencia en la
identificación yoica.
En el lugar siguiente, promover y producir las condiciones en la relación
terapéutica para que esta vía se traslade a dicha relación, y encuentre mayor desarrollo
en ella. El argumento que soporta este movimiento es el de la necesidad que cualquier
sujeto humano tiene de dialectizar con los otros, lo que le permite desarrollar una
vinculación social, un lazo adaptado y modelado al modo de su cultura. Esto también
permite ubicar una de las coordenadas en la producción de la enfermedad mental: en el
tipo de lazos sociales que el sujeto psicótico —en particular— establece, y que por
cierto le produce sufrimiento.
El tercer movimiento se produce en la certeza de que en ese camino, ya
trasladado a relación transferencial, se sostiene la existencia de ese sujeto psicótico: en
soportar el lugar que el sujeto adjudica al analista.
Es así que, en el caso “J”, esto se lleva a cabo en los dichos del paciente, cuando
sostiene que él va a develar el misterio de la muerte cuando pueda tomar contacto con
los “sabios del mundo”, como los llama. Este lugar —el lugar que en los dichos del
paciente ocupan los sabios— es el mismo que deberá ocupar y soportar el analista.
En el caso “T”, estos movimientos están dados en la búsqueda; en permitir que
esa búsqueda no alcance el objeto, sino que sea ella misma la que se sostenga en el
tratamiento desde el lugar del analista. Porque si alcanza el objeto, ingresa en la
erotomanía.
En el caso “C”, el lugar reservado al analista es el de soportar la división de la
cual se ha hecho cargo la sujeto, y que le viene desde la relación con su madre y familia
materna. Sólo desde este lugar se podrá relevar de este peso a la sujeto.
En el caso “S”, estos movimientos están representados en el camino que va
desde el enfrascamiento, como un modo de nombrar la posición que toma el padre
respecto de los demás, al “enfrascar” las cosas, colocarlas en frascos, dicho esto desde
un punto de vista metafórico. Esto queda dicho en el momento en que la paciente habla
del trabajo que hacía en la iglesia, de hacer dulces y ponerlos en frascos, lo que une la
vía religiosa con el trabajo y con el objeto de que lo que esté en frascos no sea ella, que
dejaría ese lugar de objeto, que es el lugar en el que se encuentra con la enfermedad.
255
Queda para el analista colaborar con el enfrascamiento de los diferentes temas, y
guardar —al modo de esos frascos— lo que queda refrendado en el hecho de que, al
menos dos veces al año, la sujeto hace dulces, los enfrasca y los trae de regalo al
analista.
En el caso “P”, el movimiento donde queda enunciado se presenta cuando la
sujeto pronuncia “una filosofía de vida”. En este enunciado encontramos dos partes. Por
un lado, la filosofía, que es la identificación “licenciada en filosofía” que soporta su
existencia; y por otro “de vida”, que es una identificación que trae vida y no es
mortificante como lo era antes del tratamiento y al momento de enfermar. El analista
ocupa el lugar de dialogar, aún de filosofar, con la sujeto.
En el caso “A”, es en la búsqueda de una identificación —y el pasaje sucesivo
por al menos tres significantes—, en que se representa el movimiento, quedando
consolidado en el significante “la bruja”. Es “la bruja” la forma en que se presenta ante
el analista. Por lo tanto, conviene a su tratamiento sostenerla en ese lugar, aceptarla en
esa posición.
En el caso “LS”, estos movimientos están presentados por la sujeto cuando habla
de su soledad de “hombres”, de su vida con las monjas pero sin hábitos.
En el caso “AG”, se encuentran en la manifestación de la sujeto acerca de su
soledad, y fundamentalmente de su sufrimiento, en soledad, como el secreto de la propia
vida. Es este el testimonio que viene a dar a su analista cada vez que concurre al
tratamiento, que conviene no sea con demasiada frecuencia e intensidad, con el fin de
sostener tal soledad. Como ella misma dice: casi “una santidad”.
En “DM”, se plantea en los hechos de sus llamadas telefónicas, tanto a su casa
actual —si no se encuentra en el lugar— como a su casa paterna, lo que es trasladado a
los llamados al analista en forma sostenida en el curso del tratamiento.
En “ME”, se enuncia esta vía que tomó la sujeto cuando habla de sus estudios de
maquillaje. Estudios precedidos por los estudios de dibujo y pintura —un paso anterior
necesario—, para luego trasladarse a la cara, lugar en que se concentra toda la fuerza de
su enfermedad, ya que fue ese el lugar en el que enfermó su madre hasta la muerte, por
lo que su sintomatología más fuerte se denota allí. El calificativo de “artístico” es lo que
se logra en el curso del tratamiento mismo, y representa el procesamiento encontrado
por la sujeto a esta acumulación de resentimiento que traía desde su infancia y deriva en
un fin saludable.
256
En “L”, sus dichos respecto de los cuidados hacia su hija —en diferentes
momentos de su tratamiento— orientan estos movimientos, posibilitándose mediante
esos cuidados la vía solidaria y de ayuda al otro de lo religioso, con la vía de madre
soltera que le viene de su abuela paterna.
En “MA”, queda manifestado este movimiento en el hecho de nombrarse como
un “enfermo mental”, rengo mental, etc., con que se presenta desde un principio en la
consulta. Queda de manifiesto el traslado de esta identificación a la relación terapéutica,
en la medida de que el analista se preste a la conversación sobre la enfermedad mental,
sus cursos, evoluciones posibles, posibilidades terapéuticas, lo que iría en el sentido de
sostener el nombre que ha encontrado el sujeto para soportar su existencia.
En el caso “GA”, se manifiestan estos movimientos en los dichos acerca de
“vivir sola y ordenada”, que la sujeto trae en sus momentos de desencadenamiento, y el
lugar del analista de ofrecerse como sostén de ese orden que propone la sujeto,
demostrado en el cumplimiento del tratamiento mismo, con reflejos en su vida
cotidiana.
En “SP” se manifiestan estos movimientos subjetivos cuando habla de su
independencia. Primero es la independencia de la madre; más delante de su padre, para
trasladar esto a la relación terapéutica, en la medida en que quiere —o enuncia que
quiere— independizarse del tratamiento.
En el caso “MS”, por último, los dichos referentes al distanciamiento son los que
representan este triple movimiento, por lo que queda para el analista guardar también
cierta distancia y, aún más, hacerse custodio de que esa distancia sea respetada por
todos: familiares, madre especialmente, la sujeto y el analista mismo.
257
7. DISCUSIÓN
Al tratarse de una investigación cualitativa y cuantitativa, se presentan algunas
coordenadas favorables para entender el modo en que se conduce el tratamiento, con las
consiguientes explicaciones, y, la deducción teórica al producirse los efectos de alivio o
bien desaparición sintomática, o como se lo llama la pacificación sintomática, o
estabilización de la enfermedad; así como, el estudio mismo presenta limitaciones que
conviene enunciar.
El primer problema que presenta es la limitación de la muestra en el número de
casos tomados para su seguimiento. Se trata de una muestra que permite ambos aspectos
de la investigación, la cuantificación de los datos obtenidos, así como el seguimiento
cercano, durante los años correspondientes al tratamiento de las alternativas que
conducen al momento evolutivo actual.
Por otra parte, es esta última, la característica distintiva del estudio, ya que ha
sido muy difícil encontrar a nivel mundial, investigaciones tan minuciosas, y dedicadas,
de mas de 10 años de seguimiento, que se puedan tomar para la comparación de los
datos obtenidos, y, presentados, ya que la mayoría de los trabajos que implican
seguimiento, lo hacen a partir de datos incluidos en los historiales clínicos, pero no
tomados por la misma persona tratante de los pacientes.
Es de destacar el trabajo ímprobo de años, de meses, de semanas, de varias
sesiones semanales que están implicadas en esta síntesis realizada de cada caso.
No se puede tomar la prevalencia de la enfermedad Psicosis delirante crónica, o
Transtorno esquizofrénico en su porcentaje dentro de las psicosis, ya que desde el
vamos han sido tomados estos casos para ser incluidos en el estudio. Esta prevalencia
está aproximadamente en el orden de 2,34 pacientes por cada 1000 habitantes, según lo
han revelado estudios anteriores como el de Kelly (1998) (45).
Es de hacer resaltar que estos pacientes han sido o bien son atendidos en el
Hospital Neuropsiquiátrico Provincial de la Ciudad de Córdoba, es decir que reciben o
han recibido, en algún momento de su evolución, tratamiento a nivel público.
Del análisis de las variables sociodemográficas, se deduce que los pacientes de
la muestra en el 80 % han permanecido en tratamiento por más de 10 años .
258
Respecto de los estudios que han realizado, se muestra que el 46% ha
completado sus estudios secundarios, en tanto solo el 13,3% ha completado sus estudios
universitarios, de lo que se deduce que la transmisión de los datos es fidedigna a la hora
de confiar en los datos que han aportado los pacientes.
Se deduce de esto que esta enfermedad, y, aún teniendo en cuenta que en este
centro asistencial citado, concurren personas de bajos recursos económicos, el nivel de
estudios es muy bueno, y que la enfermedad se aloja en un nivel intelectual de medio a
alto, según esta muestra.
Al poner en contacto las variables edad de la primera crisis, con trabajo (Tabla
XIV), se denota que independientemente de la edad en que han desencadenado la
enfermedad, el 33 % de los pacientes no han tenidos ningún tipo de trabajo, el 20 % ha
tenidos trabajo independiente, el 13,3 % tuvo solo trabajos transitorios, el 13,3 %
trabajo en forma estable hasta el momento de la primera crisis, el 13,3 % ha tenido
trabajo dependiente, y el 6,7 % trabaja en su casa.
Tabla XIV. Edad de la primera crisis respecto a trabajo
Trabajo
Sin trabajo
Independiente
Transitorios
Trabajo hasta la crisis
Dedependiente
En su casa
Total
Menores
de 19
20,0
6,7
13,3
40,0
20 - 24
25 - 29
30 - 34
6,7
13,3
20,0
6,7
6,7
13,3
6,7
6,7
6,7
20,0
Mas de
35
6,7
6,7
6,7
Total
33,3
20,0
13,3
13,3
13,3
6,7
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
Respecto de la relación con la familia, y de acuerdo a la edad de comienzo de la
enfermedad (tabla XV), se muestra que 86,7% guardan una relación con familiares
directos, 9 de estos pacientes han comenzado su enfermedad antes de los 24 años, de lo
que se deduce que mientras mas temprano el comienzo de la enfermedad mayor
dependencia de sus familiares directos; en tanto 2 (13,3%) lo hacen con familia extensa.
Tabla XV. Edad de la primera crisis respecto a relación con la familia
Menores de 19
20 - 24
Relación con la familia
Con familiares
Relación con la familia
directos
directa y extensa
33,3
6,7
20.0
-
Total
40.0
20.0
259
25 - 29
30 - 34
Mas de 35
Total
13,3
13,3
86,7
6,7
6,7
13,3
13,3
20.0
6,7
100.0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
No obstante, en la muestra, el 40 % de los pacientes viven solos, aún tomando en
cuenta esta dependencia de sus familiares.
Estos datos se completan al ponerlos en relación con los que dicen acerca de si
los pacientes tienen o han tenido pareja de algún tipo. En este sentido, los resultados
arrojados presentan que el 73,3 % son solteros, en tanto el 26,7 % (c.f. Tabla II. Estado
civil) han tenido pareja hasta el momento de la primera crisis; de lo que puede deducirse
que esta enfermedad lesiona la posibilidad cierta de establecer una vida en común en
convivencia y en proyectos de apareamiento.
Asimismo, el tercer factor a considerar, en este rubro, es el de los vínculos
sociales, de el establecimiento de los vínculos sociales, mostrando que el estudio que
46,7 % tienen pocos vínculos sociales, el 26,7 % tiene vínculos solo con familiares, y
existe un 13,3 % que no presentan vinculación social (c.f. Tabla VIII.Vínculos sociales).
De los datos reproducidos y analizados en este segmento, se deduce que esta
enfermedad se ubica, o lesiona en forma principal, los lazos sociales que una persona
establece con los demás, para su sostenimiento en el mundo, por lo que podemos
entender así, la problemática existencial que presentan como sintomatología
predominante los afectados de esta enfermedad.
En este sentido, en esta muestra, y apoyado en el tratamiento sostenido de años,
no se registran suicidios, es decir la tasa se ubica, en esta muestra, en el 0 %, mas baja
que la revelada en otros estudios presentados, en los que se ubica habitualmente en el
orden del 10 %, tal como lo revelan estudios como los de Shepherd (1989) (46), o el
estudio de Kelly (1998) (45), o bien el de Mason P (1996) (47).
El análisis, dentro de las denominadas variables clínicas, de la edad del
desencadenamiento de la enfermedad, muestra que el 73 % desencadenaron la primera
crisis antes de los 30 años, para estar mas precisos el 40 % lo hicieron antes de los 20
años, en tanto el 33,3 % lo hicieron antes de los 30 años; por lo que queda demostrado,
también en esta muestra, que se trata de una enfermedad que comienza en edades
tempranas, y que a mas edad temprana comience, la cronicidad está en su misma
definición, y se deduce que el tratamiento será mas largo en el tiempo.
260
Cuando se analizan los resultados que arrojan tablas de contingencia en la edad
de la primera crisis, por años de tratamiento (tabla XVI), se observa que de aquellos
pacientes que iniciaron con enfermedad antes de los 19 años, (26,70 %) permanecen en
el tratamiento entre 10 a 14 años; en tanto aquellos que tuvieron su primera crisis entre
los 20 y los 24 años, 13,3 %), permanece en tratamiento entre 15 y 19 años. Finalmente,
considerando todos los rangos tomados en la producción de la primera crisis, es decir,
desde menores de 19 años, hasta quienes empezaron después de los 35 años, el 53,3 %
permanecen en tratamiento entre 10 y 14 años, hasta el momento de este corte. El 20 %,
lleva entre 5 y 9 años de tratamiento, y el 26,7, lo hacen entre 15 y 19 años de
tratamiento.
Tabla XVI. Edad por años de tratamiento
Menores de 19
20 - 24
25 - 29
30 - 34
Mas de 35
Total
Años de Tratamiento
5-9
10 - 14
15 - 19
6,7
26,7
6,7
6,7
13,3
6,7
6,7
20,0
6,7
6,7
20,0
53,3
26,7
Total
40,0
20,0
13,3
20,0
6,7
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
Si se pone en contacto las variables crisis I y crisis II, se observa que en la
primera mitad del tratamiento (c.f. Tabla X. Primera crisis), si se hace la sumatoria entre
quienes han tenido crisis permanentes 13,3 %, 33,3 % han tenidos una crisis; 33,3 %
que han tenido crisis anuales o bianuales, y, 13,3 %) que han tenido crisis aisladas,
suman el 93,3 % del porcentaje de pacientes que han padecido en esa primera mitad de
alguna forma de crisis, en tanto solo 6,7 %) ha permanecido sin crisis.
Si se refiere a la segunda mitad del tratamiento, la tabla de crisis II (c.f. Tabla.
XI. Segunda crisis) muestra los resultados en el sentido inverso, o el reverso del
anterior, resultando 93,3 % de los pacientes sin crisis o estabilizados, en tanto 6,7 % ha
tenido crisis esporádicas.
En relación con el tipo de curso que sigue la enfermedad, es decir si se trata de
un curso episódico o bien de un curso continuo, en la muestra presentada, aparece un
13,3 %, con un curso continuo, en tanto un 86,7 %, se ubican dentro de las de curso
episódico. Estos rangos se ubican un poco por encima de los datos establecidos en otros
trabajos, que marcan que los transtornos esquizofrénicos de curso episódico se ubican
261
en un porcentaje que oscila entre el 50 % y el 76 %, tal como lo revelan en sus
investigaciones Mason P. (1996) (47), y Harding CM (1988) (48).
Cuando se cruzan las variables clínicas de crisis I con medicación I, y las
variables crisis II y medicación II, se observa el siguiente comportamiento: en el primer
caso (tabla XVII), el 80%, que ha tenido algún tipo de crisis, han permanecido con dosis
convencionales de neurolépticos, solo el 20%, permaneció con dosis disminuidas.
Tabla XVII. Primera crisis con relación a medicación I
Crisis I
Crisis permanentes
Una crisis
Crisis anuales, bianuales
Crisis aisladas
Sin crisis
Total
Medicación I
Neurolépticos
Neurolépticos
antipsicóticos
antipsicóticos
mínimos
6,7
6,7
26,7
6,7
33,3
6,7
6,7
6,7
80,0
20,0
Total
13,3
33,3
33,3
13,3
6,7
100,0
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
En el caso de crisis II y medicación II, se muestra que un 80 % permanece ahora
con dosis disminuidas, en tanto 20 % permanece sin medicación (Tabla XVIII).
Tabla XVII. Segunda crisis con relación a medicación II
Medicación II
Sin crisis,
estabilizado/estabilizada
Crisis esporádicas
Total
Sin
medicación
Neurolépticos
antipsicóticos,
dosis disminuida
Total
20.00%
73.30%
93.30%
6.70%
20.00%
6.70%
80.00%
6.70%
100.00%
Fuente: Elaboración propia en base a datos obtenidos de los pacientes, 2007
El número de pacientes que presentan una remisión total de los síntomas se
ubica en el 20 %, similar a la tasa que se encuentra en la literatura acerca de las
remisiones sintomáticas totales que es alrededor del 25 %.
262
No obstante, el número de pacificación de los síntomas por periodos
prolongados, por lo que se puede hablar de estabilización, es significativamente
mayoritario en la muestra, si lo que se mide es la producción de crisis, y en contacto
con la dosificación de la medicación utilizada; ya que el 93,3 % no han presentado crisis
en la segunda mitad del tratamiento, y el 80 % permanece con dosis disminuida de
fármacos, en tanto el 20 % permanece sin crisis, y, sin medicación.
263
8. CONCLUSIONES
Los resultados encontrados en el presente estudio, permiten abonar, como
primera conclusión, la teoría que el ámbito principalmente afectado en la enfermedad en
cuestión, es el de los lazos sociales, es decir, la dificultad que padecen estos pacientes
en desarrollar vinculaciones sociales, que le hagan su estadía en la vida llevadera,
placentera, y, aún satisfactoria.
Se demuestra esto en cada una de las variables que se han tomado, sea en lo
referente al trabajo, en la forma en establecer relaciones sociales, en la dependencia
familiar.
Sin embargo el tratamiento llevado adelante, y, como segunda conclusión, desde
la perspectiva psicoanalítica, en combinación con el tratamiento medicamentoso, ha
permitido un desarrollo mayor de parte de los pacientes en el campo relacional, en los
aspectos mencionados mas arriba.
Es así, que en lo referente al trabajo, si bien el 33 % de los pacientes nunca ha
trabajado, el 77 % ha tenido algún tipo de trabajo, o lo tiene, en forma transitoria, ya
que chocan con la dificultad en el sostenimiento, en el tiempo, del mismo.
Si bien en la mayoría de los casos, la relación con la familia es la que
predomina, en el 86 % de los casos; se comprueba que el 40 % pueden vivir solos.
Asimismo, como tercera conclusión, si los casos en que se comprueba una
remisión de los síntomas es similar a la que se encuentra en los reportes a nivel mundial,
sin embargo, la mejora en la calidad de vida es sustancial, a partir del tratamiento
sostenido, demostrado en parámetros tales como : el tratamiento es mayoritariamente
ambulatorio, aún en momentos de crisis, las mismas se superan en forma ambulatoria,
pudiendo detectar precozmente cualquier indicio de que una crisis pueda producirse; la
tasa de suicidio es sustancialmente menor a la que se describe habitualmente, en casos
de esta enfermedad, lo que denota que los pacientes han recuperado el sentimiento de la
vida perdido; las crisis en la segunda mitad del tratamiento disminuyen o desaparecen
totalmente, lo que permite, en todos los casos disminuir las dosificaciones de
medicamento administrados, y el 20 % de los casos, hasta el momento de este corte, la
suspensión de los mismos.
264
Finalmente, a modo de cuarta conclusión, el Transtorno esquizofrénico, es una
de las enfermedades que mayor gasto económico produce en su tratamiento a los
gobiernos de todos los países del mundo; se comprueba que este tratamiento llevado
adelante, con base en el instrumento psicoanálisis, produce un ahorro también desde
esta perspectiva económica financiera.
En la vía del análisis cualitativo en tres ejes, tal cual fue planteado en la
casuística, se plantearán las conclusiones, con el agregado de una cuestión, una pregunta
que queda como corolario del trabajo clínico y cotidiano de la práctica con pacientes.
En primer lugar, en el primer eje, se trata de refrendar la afirmación universal
previa de que existe un defecto en una identificación en el yo, en estos sujetos, que
forma parte de un proceso de estructuración subjetiva. La identificación del yo es una
identificación imaginaria que, encadenada con una identificación simbólica, se
desarrolla en la estructuración de la subjetividad normal. La identificación imaginaria
del yo es lo que se constituye al mismo tiempo en el narcisismo —al decir de Freud—
básico y necesario para cualquier sujeto.
Por diferentes circunstancias, accidentes ocurridos en la vida familiar y sociocultural de cada sujeto, puede faltar la identificación. Ha quedado demostrado que estos
accidentes ocurrieron en todos los casos presentados; y es esto, justamente, lo que puede
enunciarse en una forma universal.
Estos accidentes incluyen siempre la relación con los padres o quienes ocupen
ese lugar, coincidiendo con problemas de cada uno de estos padres y con problemas en
la relación entre ellos; es decir, con la forma en que han establecido el vínculo entre los
padres.
Esto es lo que le permite a Jacques Lacan afirmar que para generar un “loco”
hacen falta tres generaciones; queriendo explicar que el proceso de producción de la
enfermedad, visto desde el punto de vista del psicoanálisis, incluye al sujeto, a sus
padres y a los padres de sus padres, constatándose con fidelidad en algunos casos más
que en otros mediante el proceso llamado de intercesión, por el cual los padres
mantienen la estabilidad con el costo de la enfermedad del hijo.
En el segundo eje, se plantea la salida a esta falla con la que se encuentra el
sujeto, y las coordenadas que utiliza.
En algunos casos, estas suturas se ubican entre las francamente delirantes, como
en el caso “J”, en el caso “T” y el caso “A”. En otros, han tomado el camino de
265
nombrarse de una manera particular; como ocurre en “MA”, que se llama “un enfermo
mental”. En otros casos la vía es la de tomar un rasgo del padre, como sucede en “P”
(“una filosofía de vida”), en “S”, con su rasgo de “enfrascar las cosas”, y en el caso “L”
(“la madre soltera que cuida su hija”).
Por su parte, en otros casos han tomado rasgos maternos, como indica el ejemplo
de “AG”: “la soledad sufrida, casi una santidad”. El caso “C”, tomando de su familia
materna esa división que lleva a cuestas y le llama “la unión de dos almas”. El caso
“MS”, con su rasgo “mantenerse a distancia”. El caso “DM”, con su “búsqueda de un
lugar en su casa”. El caso “ME”, en directa relación con su madre y la enfermedad de
ésta, y la estética, nombrada como “el maquillaje artístico”.
En otros casos han tomado su propio nombre. Aquí encontramos a “LS”, cuando
se ordena por “la soledad”.
Se trata solamente de un intento de agrupar lo inagrupable, dada la
particularidad que encierra en sí mismo cada caso. Esta particularidad está dada,
justamente, en la medida que entran en consideración las coordenadas que llevaron al
sujeto a “elegir” esa forma de sutura de la falla estructural.
Estas coordenadas están contenidas en la relación edípica de cada uno de sus
padres, y aún pueden ir más allá, en sus ancestros.
El rasgo que es elegido por el sujeto se convierte en ideal o, mejor dicho, es
ubicado en el lugar del ideal, por lo que permite al sujeto seguirlo con su trabajo diario.
En el marco del tercer eje tomado en el análisis, estos rasgos identificatorios que
particularizan a cada sujeto también particularizan la cura de cada uno, ya que de su
sostén depende el devenir futuro de la cura, con el fin de lograr y poder sostener una
estabilización.
En los casos presentados, se ha producido el traslado de estos rasgos a la cura
misma, o bien en todos los casos se han aislado, producido, o bien se los ha encontrado
en su desarrollo, lo que implica el trabajo del analista, sumado en la misma orientación
del trabajo del sujeto.
Se pone de manifiesto, al mismo tiempo, que los sujetos, al concurrir a la
consulta con un analista —concurrir a un tratamiento—, ponen en juego ese rasgo,
dando la orientación a seguir, lo que es tomado de sus propios dichos. El caso que mejor
sirve como ejemplo es el de “J”, con su encuentro con los sabios del mundo.
266
Esto permite hacer una nueva disquisición en el campo del trabajo de la
transferencia de la relación terapéutica.
Por una parte, se presentan algunos casos en que debido al movimiento
depositado en la relación, este dispositivo de tratamiento deberá sostenerse durante toda
la vida. En cambio, en otros casos se manifiesta posible la retraslación de este rasgo,
para que el sujeto mismo use de él, pudiendo, de esta manera, tomar distancia de un
tratamiento.
Finalmente, en el marco de las conclusiones de un trabajo disciplinado, como es
la práctica con pacientes —psicóticos en este caso—, y luego de reformularlos con la
teoría, queda expuesta una pregunta:
¿Qué busca un paciente psicótico cuando consulta con un analista?
Una respuesta posible, como lo enunciaba Jaques Lacan, es aquella que sostiene
que los pacientes buscan recuperar el sentimiento de la vida; el mismo que han perdido,
o del que no han podido apropiarse a raíz de su enfermedad. O, en todo caso, es ésa su
misma enfermedad. Aún así, es una pregunta a resolver cada vez en forma
particularizada: la misma particularidad que encierra una cura con un paciente psicótico.
267
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Libro 5. Paidós, Buenos Aires-Barcelona. (52)
52. LAPLANCHE, J.; PONTALIS, J. B. (1974), Diccionario de psicoanálisis. Labor,
Buenos Aires. (17)
53. LAURENT, E. (1998), “De Otro que no existe”. Seminario inédito. (5)
54. MASON, P.; HARRISON G.; Otros (1996), “The course of schizophrenia over 13
years”. A report from the International Study on Schizophrenia. (47)
55. MILLER, J. (1995), “La psicosis en el texto”. Inédito. (27)
56. MILLER, J. A. (1998), “De Otro que no existe”. Seminario inédito. (4)
57. PEIRCE, CH. (1932), “Collected papers of Charles Sanders Peirce”. Elements of
Logics. Vol. II. Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts. (33)
58. POROT, A. (1977), Diccionario de psiquiatría. Labor, Barcelona. (2)
59. SHEPERD, M.; WALT, D.; Otros. (1989), The natural history of schizophrenia: a
five-year follow-up study of outcome and prediction in a representative sample of
schizophrenics. Psychological Medicine - Monograph Supplement, EE.UU. (46)
271
10. GLOSARIO
AGRESIVIDAD: Es un concepto que Lacan aborda entre los años 1936 y 1950.
Al respecto, Lacan diferencia la agresividad de la agresión. La agresión la refiere sólo a
los actos violentos; en tanto la agresividad no solamente está por debajo de cada uno de
esos actos violentos, sino que también en otros actos del sujeto que tienen otra forma de
manifestarse.
Lacan sostiene, entonces, que en actos afectuosos también está contenida la
agresividad, como por ejemplo en las actitudes afectuosas de los filántropos, los
idealistas, el pedagogo o el reformador.
Deja incluida la agresividad en la relación entre el yo y el semejante. En el
estadio del espejo, el infante ve el contraste entre la totalidad de su cuerpo —que
encuentra en dicho espejo—, y la falta de coordinación de su cuerpo real. Esta tensión
creada entre la imagen y el cuerpo real es agresiva. Es así que la consiguiente relación
con el semejante contiene esta ambivalencia, que involucra el erotismo y la agresión.
El narcisismo, caracterizado por una identificación yoica, contiene esta
propiedad ambivalente erótica y agresiva que caracterizará las actitudes de ese sujeto en
sus relaciones intersubjetivas.
Lacan asigna suma importancia a la agresividad, en la cura, como precursora de la
transferencia negativa, que es lo que inauguraría la experiencia analítica.
CASTRACIÓN: Freud lo describe en forma de complejo de castración, en 1908
(49), sosteniendo que el niño, al descubrir la diferencia anatómica entre los sexos a
través de la presencia o ausencia de pene, supone que esta diferencia se debe a que el
pene en la mujer ha sido cortado. Este es el momento en que una teoría sexual —que
decía que todos tienen pene— es reemplazada por otra, que dice que las mujeres han
sido castradas.
El niño teme por la pérdida del pene (angustia de castración); en tanto la niña ya
lo ha perdido, e intenta negarlo o lograrlo de alguna manera (o bien sustituirlo).
El complejo de castración afecta a ambos sexos. Su aparición está vinculada con
la fase denominada fálica, fase de la organización genital infantil, porque representa el
272
primer momento en que las pulsiones parciales se unifican bajo la primacía de los
órganos genitales. Esta organización genital se completa en la pubertad, cuando el
sujeto ya tiene conciencia de los órganos genitales masculinos y femeninos.
Lacan habla directamente de castración, en lugar de complejo de castración.
Toma el nombre de castración como un fantasma de la mutilación del pene; y aún mas,
vincula este fantasma con los fantasmas de desmembramiento corporal, que se originan
en la imagen del cuerpo fragmentado —imagen contemporánea del estadio del espejo.
Al complejo de castración, en cambio, Lacan lo toma a partir de los años 50, en
el seminario de 1956-57 (50), en el que identifica la castración como una de las tres
faltas de objeto: la castración en lo simbólico, la privación en lo real y la frustración en
lo imaginario.
La castración es definida como la falta simbólica de un objeto imaginario. Es
decir que, con la castración, no se refiere a la falta del órgano pene, sino a la falta del
falo imaginario.
Pero la castración del sujeto —la castración en lo simbólico—, es la castración
propiamente dicha, aquella que la refiere al lenguaje. No se puede decir todo con el
lenguaje: las palabras, a través de su organización en el lenguaje, no alcanzan a decir
todo lo que se pretende.
EDIPO: el complejo de Edipo fue definido por Freud como un conjunto
inconsciente de deseos amorosos y hostiles, que el sujeto experimenta con relación a sus
padres. El sujeto, entonces, desea a un progenitor, y entra en rivalidad con el otro. El
progenitor del sexo opuesto es el deseado, en tanto el progenitor del mismo sexo es el
rival.
Si bien había indicios anteriores, recién en 1910 aparece en Freud la nuclearidad
del complejo de Edipo en la teoría psicoanalítica, junto al complejo de castración.
Lacan aborda este complejo en 1938 (51), en su texto sobre la familia, donde lo
incluye entre los tres complejos familiares: el primero es el complejo del destete,
siguiendo por el complejo de castración, y finalmente el complejo de Edipo.
Freud plantea el complejo de Edipo en una relatividad histórica, social y
cultural, con lo que le da a la producción de los síntomas una connotación francamente
de interrelación entre lo inconsciente individual y lo colectivo cultural.
273
Para Lacan, el complejo Edipo es la estructura triangular paradigmática que
contrasta con todas las relaciones duales. La función clave, desde esta perspectiva, es la
del padre: el tercer término que transforma la relación dual de la madre con el niño, en
una estructura triádica.
De este modo, se entiende el complejo de Edipo como el pasaje del registro
imaginario al registro simbólico. El hecho de que el pasaje a lo simbólico se lleve
adelante mediante una dialéctica sexual compleja, significa que el sujeto no puede tener
acceso al orden simbólico sin enfrentar el problema de la diferencia sexual.
Lacan, en su seminario V, analiza el complejo de Edipo en tres tiempos (Lacan,
1957-58) (52). En el primer tiempo, el complejo está caracterizado por el triángulo
imaginario de la madre, el niño y el falo. Lacan llama a este triángulo “preedípico”. La
cuestión de este triángulo —sea preedípico o bien un primer tiempo de lo edípico— es
que la relación entre la madre y el niño no es dual, sino que está mediatizada en todo
momento por un tercer elemento: el falo, es decir, un objeto imaginario que la madre
desea más que al niño mismo. Lacan indica que esta presencia del falo imaginario ya
anticipa la presencia del padre, que funcionará luego como padre simbólico.
Tanto el niño como la madre comprenden que están marcados por una falta. La
madre, porque se ve que es incompleta: si no fuera así, no desearía. El sujeto está
marcado por una falta, puesto que no satisface completamente el deseo de la madre. El
elemento faltante, en ambos casos, es el falo imaginario. El sujeto trata de ser el falo
materno y suturar la falta que hay en ella; en este momento, la madre es omnipotente, en
la medida de que su deseo es la ley.
Esta omnipotencia de la madre es amenazante desde el principio, pero esa
amenaza se acrecienta cuando comienzan a manifestarse las pulsiones sexuales del niño.
Esta emergencia de algo real en el niño introduce una nota de angustia en el triángulo
imaginario seductor. El niño se enfrenta, ahora, con la comprensión de que él no puede,
simplemente, engañar el deseo de la madre con la semejanza imaginaria de un falo;
tiene que presentar algo real. Pero este orden real del niño es inadecuado. Esta sensación
de inadecuación en potencia —ante un deseo materno omnipotente que es imposible de
aplacar— es lo que le produce la angustia. Sólo la intervención del padre, en los
tiempos que siguen en el complejo de Edipo, puede proporcionar una solución real a
esta angustia.
274
El segundo tiempo del complejo de Edipo está caracterizado por la intervención
del padre imaginario. Es el padre el que impone la ley al deseo de la madre, al negarle el
acceso al objeto fálico, y al sujeto le prohíbe el acceso a la madre.
Esta intervención del padre es mediada por el discurso de la madre: es tan
importante que el padre ingrese e imponga la ley que vehiculiza, como que la madre
respete esa palabra, tanto en su discurso como en sus acciones. El sujeto ve al padre
como el rival que disputa el deseo de la madre.
El tercer tiempo del complejo es marcado por la intervención del padre real. El
padre demuestra que él tiene el falo, y no lo intercambia ni lo da. El padre castra al niño,
en el sentido de que es inútil que compita con el padre real. El sujeto es, entonces,
liberado de la tarea imposible y angustiante de tener que ser el falo de la madre, cuando
comprende que el padre lo tiene. Esto le permite al sujeto identificarse con el padre.
En esta identificación secundaria, simbólica, el sujeto trasciende la agresividad
intrínseca en la identificación primaria, imaginaria.
Lo simbólico es el orden de la ley, representada y transmitida por el lenguaje. El
complejo de Edipo tiene una función normativa y normativizadora. Esta función
normativa es la que entendemos en relación con las estructuras clínicas, en las que
comprobamos la aceptación en mayor o menor grado, por parte del sujeto, de la
normatividad de la ley; o bien, su rechazo.
ESTADIO DEL ESPEJO: Lacan propuso este concepto en 1936, en el
Congreso Psicoanalítico Internacional de Marienbad. Fue reescrito en 1949 (12).
El “Test del espejo” fue descrito por Henry Wallon en 1931 (12). Este
experimento permite diferenciar al infante humano de las actitudes del chimpancé. La
diferencia entre el niño de seis meses y el chimpancé de igual edad es que el infante
queda fascinado frente al espejo cuando se enfrenta a su imagen, y asume con júbilo
esta imagen que le anticipa su funcionamiento. En tanto el chimpancé, ante su imagen,
rápidamente entiende que se trata de una imagen ilusoria, y pierde interés en ella.
Lacan le da al estadio del espejo —a diferencia de Wallon— un aspecto
fundamental en la estructuración de la subjetividad.
Cuado plantea el estadio del espejo, lo ve como un paso en el desarrollo del
niño. En tanto hacia los años 50, Lacan ya le asigna la importancia de lo más
275
representativo de la estructura permanente de la subjetividad, y lo constituye en el
paradigma del orden imaginario; orden en el que el sujeto es captado y cautivado por su
imagen.
El estadio del espejo describe la formación del yo a través del proceso de la
identificación, en la que el yo es el resultado de una identificación a la propia imagen
especular. La síntesis de la imagen corporal contrasta con la falta de coordinación del
niño en ese tiempo, que es experimentado como cuerpo fragmentado. El momento de
identificación —en el que el sujeto asume su imagen— es vivido como un momento de
júbilo, porque conduce a una sensación imaginaria de dominio.
El estadio del espejo también demuestra que el yo es producto del
desconocimiento, e indica el lugar donde el sujeto se aliena a sí mismo. Representa, con
esto, la entrada del sujeto en el orden imaginario; no obstante tiene una dimensión
simbólica importante. Esta dimensión simbólica está presente través de la mirada del
adulto que sostiene al infante en este proceso.
El estadio del espejo está estrechamente relacionado con el narcisismo freudiano.
FALO: En la obra de Freud hay una referencia reiterada al pene —órgano
masculino—, atribuyéndole los niños de ambos sexos un gran valor. Pero en pocas
oportunidades está mencionado el falo. Freud utiliza el adjetivo fálico, o fálica, para la
denominación de una fase del desarrollo. Asimismo, en este calificativo no hay una
clara diferenciación entre falo y pene, puesto que la fase fálica del desarrollo en la
criatura sólo reconoce un órgano genital: el pene.
Lacan emplea el término falo ( Lacan 1958) (53)—y no el de pene— para poner
en valor que lo que interesa a la teoría psicoanalítica no es el órgano genital masculino
en su realidad biológica, sino el papel que este órgano desempeña en la fantasía.
Reserva el término de pene para el órgano biológico, y falo para las funciones
imaginarias y simbólicas de ese órgano.
El falo está incluido, a su vez, en la teoría del complejo de Edipo, y en la teoría
de la diferencia sexual, según Lacan. Asimismo, este término es planteado en relación a
los órdenes imaginario, simbólico y real.
276
En relación al complejo de Edipo, es un objeto imaginario que circula entre los
otros dos elementos: la madre y el niño. La madre desea este objeto, y el niño trata de
satisfacer ese deseo de la madre identificándose con ese objeto; con el falo de la madre.
El padre interviene como un cuarto término en este complejo, cumpliendo la función de
hacer imposible esta identificación del niño con el falo de la madre. El niño, entonces,
debe aceptar o rechazar su castración.
Respecto a la diferencia de los sexos, el falo representa la manera de asumir la
castración, independientemente de la cuestión anatómica. El niño debe estar dispuesto a
renunciar a la posibilidad de ser el falo de la madre, y esto es lo que representa la
castración.
Esta renuncia al falo imaginario le promueve el ingreso a la relación con el falo
desde el punto de vista simbólico, lo que representa el pasaje del ser al tener.
FALTA: el término falta (54) está relacionado, en la obra de Lacan, con el
deseo: es una falta que causa el surgimiento del deseo. Sin embargo, con falta, Lacan
denomina diferentes cosas a lo largo de los años.
En 1955 (55), la falta designa la falta a nivel del ser, emparentado con los
planteos de Sartre. Lo que desea es el ser mismo. Hace de esta falta en ser —en este
tiempo— el núcleo central de la experiencia analítica. Lacan contrasta, entonces, la falta
en ser relacionada con el deseo: con la falta en tener, que relaciona con la demanda.
En 1956 (26), la falta pasa a designar la falta de un objeto, diferenciando tres
tipos de falta dependiendo del orden en que se la ubique: lo imaginario, lo simbólico y
lo real. A nivel simbólico, la falta está representada por la castración, y se convierte en
el centro de la experiencia analítica.
En 1957 (56),la falta designa la falta de un significante en el lugar del Otro. Este
significante que falta, es constitutivo del sujeto.
LIBIDO: El término libido, que en latín significa deseo, envidia, fue tomado por
Freud del autor alemán Moll (1898). Se encuentra por primera este término en el
manuscrito “E”, publicado en el año 1984.
277
Freud lo define del siguiente modo: “Libido es una expresión tomada de la teoría
de la afectividad. Llamo así a la energía, considerada como una magnitud cuantitativa
(aunque no pueda medirse) de las pulsiones que tienen relación con todo aquello que
puede designarse con la palabra amor”.
Freud tiene un concepto cuantitativo o económico de la libido: esta energía
podía aumentarse o decrecer y ser desplazada. Asimismo, insistió en la naturaleza
sexual de esta energía, y a lo largo de su obra mantuvo un dualismo en el cual la libido
aparecía como opuesta a otra forma de energía (no sexual).
Jung, en cambio, cuestionó este dualismo postulando una única forma de energía
vital —de carácter neutro—, y propuso que esta energía se denominara libido.
Lacan rechaza el monismo de Jung, y reafirma el dualismo freudiano. Sostiene,
al igual que Freud, que la libido es exclusivamente sexual. También opina —como
Freud— que la libido es masculina.
Freud le otorga a la libido dos características principales: a) Desde lo cualitativo,
la libido no es reductible —como decía Jung— a una energía mental inespecífica; si
bien puede ser desexualizada. Esto ocurre siempre secundariamente y por una renuncia
a la meta específicamente sexual. b) La libido, considerada como cuantitativa, permite
medir los procesos y transformaciones en el ámbito de la excitación sexual.
Freud también analizó el término respecto de su relación con la pulsión: según
él, la pulsión sexual está situada en el límite entre lo somático y lo psíquico; Lacan,
refiriéndose esto mismo, ubica la pulsión en el límite entre el cuerpo y el inconsciente.
La libido designa el aspecto psíquico de la pulsión sexual. Así fue introducido en
los escritos de Freud sobre La Neurosis de Angustia (1986) (57). Más tarde, en Los tres
ensayos sobre una teoría sexual (1905)(21), la libido permanece próxima al deseo
sexual que busca su satisfacción, y permite reconocer sus transformaciones —en este
caso Freud habla de “libido objetal”. Se concentra en ellos, se fija, los abandona,
sustituyendo un objeto por otro.
Dado que el instinto sexual representa una fuerza que ejerce una presión, Freud
es que define a la libido como la energía de esta pulsión.
Este aspecto cuantitativo prevalecerá en la concepción del narcisismo, y de una
libido del yo, lo que llamó una “teoría de la libido”. La denominación de libido del yo
implica una generalización de la economía libidinal.
278
Lo cierto es que Freud, en relación a las pulsiones, establece cierta oposición
entre la pulsión de muerte y la libido, como representativa de la vida.
Lacan, a partir de 1950, ubica la libido en el orden imaginario. La libido y el yo,
en este caso, están del mismo lado. El narcisismo es libidinal.
Sin embargo, desde 1964 en adelante, a partir de su seminario XI que lleva el
título de “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, (Lacan, 1964) (58),
articula la libido con lo real, aportando la “teoría de la laminilla” acerca de la libido, que
tendría un funcionamiento autónomo.
También partir de esta conceptualización, Lacan preferirá no emplear la palabra
libido, y reconceptualizar la energía sexual en términos de lo que llamó “el goce”.
PULSIÓN: Es un concepto freudiano que está en el núcleo de la teoría de la
sexualidad. La denominación que usó Freud en alemán es Trieb.
Este es el rasgo que distingue a la sexualidad humana, y el que la opone a la vida
sexual de los animales. Consiste en que la sexualidad no es regulada por ningún instinto,
ya que la pulsión es sustancialmente distinta de un instinto en la medida en que es
extremadamente variable de un sujeto a otro, y está influida por los modos de
satisfacción que han predominado en la vida de cada sujeto.
Lacan sostiene la distinción entre instinto (instinkt), y pulsión (trieb). Mientras
que el instinto designa una mítica necesidad prelingüística, la pulsión está
completamente sustraída a la biología.
Las pulsiones nunca son satisfechas, a diferencia de las necesidades biológicas,
porque no tienen un objeto que pueda satisfacerlas: más bien giran en torno a un objeto.
Lacan lo señala de esta manera, afirmando que la meta de la pulsión no es un destino
final, sino que la meta es el camino mismo, que lo que toma valor es ese “girar” en
torno al objeto. De modo que el propósito real de la pulsión no es una meta de
satisfacción completa, sino permanecer en esa senda circular. Y la fuente real del goce,
es el movimiento repetitivo de ese circuito cerrado.
Freud definió la pulsión como un montaje compuesto por cuatro elementos
discontinuos: el empuje, el fin, el objeto y la fuente. En este sentido, la pulsión no puede
concebirse como algo dado, final, arcaico y primordial, sino que se trata de una
construcción totalmente cultural y simbólica; es decir, mediatizada por el lenguaje.
279
Según Lacan, este circuito pulsional se ordena a partir de una zona erógena. Gira
en torno al objeto y retorna a la zona erógena. Asimismo, Lacan afirma que las
pulsiones son parciales; no porque sean parte de un todo, sino porque representan
parcialmente la sexualidad: representan la dimensión de goce de la sexualidad.
Freud, a través de las formulaciones acerca de la teoría de las pulsiones, siempre
mantuvo un dualismo. En un comienzo oponía las pulsiones sexuales a las pulsiones del
yo o de autoconservación. Más adelante, cuando comprende que las llamadas pulsiones
del yo son, en realidad, sexuales en sí mismas, comenzará a reconceptualizar ese
dualismo a través de las pulsiones de vida, en oposición a las pulsiones de muerte.
Lacan conserva este dualismo freudiano pero lo reconceptualiza en términos de
una oposición entre lo simbólico y lo imaginario, y no entre distintos tipos de pulsión.
Es así que para Lacan todas las pulsiones son sexuales, y toda pulsión es pulsión de
muerte, puesto que toda pulsión es excesiva, y repetitiva, y en última instancia también
destructiva.
Finalmente, las pulsiones están estrechamente relacionadas con el deseo: se
originan ambos en el campo del sujeto. Sin embargo, pulsión no es sólo un nombre del
deseo, sino que se trata de aspectos parciales en los cuales un deseo se realiza.
SUJETO: Sujeto es un término asociado al vocabulario de los discursos
filosófico, jurídico y lingüístico. Fue tomado por Lacan para su aplicación en la teoría
psicoanalítica, y no estuvo presente en el vocabulario freudiano.
En los primeros escritos de Lacan, anteriores a la guerra, sujeto parece designar
al ser humano, o bien al analizante.
En esos años distingue tres tipos de sujeto: en primer lugar, el sujeto impersonal,
noético, puro sujeto gramatical, el del “sé”, “se sabe que...”, por ejemplo. En segundo
término, el sujeto recíproco anónimo, que es igual y reemplazable por otro, que es
equivalente al otro. Y, finalmente, el sujeto personal, cuya singularidad se constituye
mediante un acto de autoafirmación. Esta tercera acepción es la que está en el foco de la
teorización de Lacan: el sujeto en su singularidad.
En el año 1953 (14), Lacan establece una distinción fundamental entre el sujeto
y el yo. Mientras le asigna al yo el orden imaginario, le adjudica al sujeto su
280
desenvolvimiento merced al orden simbólico. El sujeto, en Lacan, es el sujeto del
inconsciente.
En lingüística y lógica, el sujeto es aquello sobre lo que se predica, pero también
es lo opuesto al objeto.
En el campo filosófico, el sujeto tiene que ver con los aspectos del ser humano
que no pueden objetivarse. Designa, asimismo, la autoconciencia individual.
En el ámbito jurídico, significa súbdito; es decir, un sujeto a algo. Por ejemplo:
sujeto al poder. También designa el soporte de la acción: el sujeto es quien puede ser
responsable de sus actos.
Llamamos sujeto a lo que, en el camino de la objetivación, está fuera del objeto.
Lacan, a partir de los años 50, ingresa el componente lingüístico sobre el sujeto.
Distingue entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación, para demostrar que
el sujeto está esencialmente dividido, castrado, escindido.
En la década del ’60 (59), define al sujeto como lo que representa un significante
para otro significante, definiéndolo como un efecto del lenguaje.
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