Oscuros - Historias Cortas

Transcripción

Oscuros - Historias Cortas
OSCUROS
Historias Cortas
LAUREN KATE
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Sinopsis:
Cuando salió a la venta la segunda entrega de la Saga Oscuros, Oscuros. El Poder de
las Sombras (“Torment”), en algunas páginas de compra por internet se incluyeron tres
relatos cortos escritos por la misma autora, Lauren Kate, que conforman el primer grupo
de de historias cortas y que aclaran muchas cosas sobre las dos primeras novelas de la
saga. Posteriormente, y por el motivo del lanzamiento del tercer libro de la saga,
Oscuros. La Trampa del Amor (“Passion”), en la página de la saga en Australia se
fueron publicando nuevas historias cortas escritas por la autora, así como el Fragmento
del Diario de Daniel Grigori, todas ellas muy interesantes y que nos aclaran algunas de
las escenas de los libros. Finalmente, y por el lanzamiento de Oscuros. La Eternidad y
un Día (“Fallen in Love”) y Oscuros. La Primera Maldición (“Rapture”), el último libro
de la saga, la autora ha publicado un último juego de historias.
Debido a esto, y a que cada historia está vinculada a un libro concreto, han sido
organizadas de acuerdo a su relación con los libros y se recomienda su lectura después
del libro al que están vinculadas.
Créditos:
Autor: Lauren Kate (Texto original en inglés)
Traducido por: “Staff Saga Oscuros” (http://sagaoscuros.blogspot.com.es/)
Corregido y Editado por: “Following a Night Light”
(http://followinganightlight.blogspot.com.es).
Diseño de la Cubierta: Imagen de Fernanda Brussi, Edición por “Following a Night
Light” (http://followinganightlight.blogspot.com.es).
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Índice.
• Oscuros.
- El Primer Avistamiento de Daniel…………………………………..5
- La Pelea de Daniel y Gabbe………………………………………..13
- El Día Libre de Arriane…………………………………………….21
- Antes del Fuego……………………………………………………28
- Lo que le Pasó a Trevor……………………………………………37
• Oscuros. El Poder de las Sombras.
- El Diario de Shelby…………………………………...……………47
- La Oficina de Francesca……………………………………...…….49
- Cam se va de Cacería……………………………………………....51
- Una Cita con un Proscrito………………………………………….54
- Daniel en L.A………………………………………………...…….56
- Fragmento Exclusivo del Diario de Daniel Grigori…………..……65
• Oscuros. La Trampa del Amor.
- Miles en la Oscuridad………………………………………..…….71
- Daniel en el Juicio………………………………………….………74
• Oscuros. La Eternidad y Un Día.
- El Regalo de Daniel………………………………………………..78
• Oscuros. La Primera Maldición.
- La Cita de Luce y Daniel…………………………………………..82
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Oscuros
“El Primer Avistamiento de Daniel”
E
mpezó con un temblor. Daniel se despertó con frío esa mañana: castañeteo de
dientes y piel de gallina a lo largo de sus brazos. Él estaba temblando bajo sus
mantas a pesar de que sabía que ese día iba a ser húmedo y estaría casi a treinta y cinco
grados tan pronto como saliera.
Esa fue la primera señal.
Cuando se levantó de su cama en el dormitorio de Espada & Cruz y miro su reflejo en el
espejo, sus ojos violetas estaban vidriosos.
La segunda señal.
Algo estaba a punto de suceder.
Tal vez debería haberlo visto venir. Por supuesto que tenía que ver con Lucinda - el frío
penetrante y el violeta brillando en sus ojos - pero eso era solo temporal. Algunos días,
Daniel simplemente sentía frío. Llego a pensar que días como esos eran cuando ella
necesitaba de él un poco más de lo normal. Cuando ella sentía un profundo vacío en el
pecho pero no podía explicar la razón.
En esta vida de Lucinda, sin importar donde viviera, sin importar lo que estuviera
haciendo, sin importar quien fuera importante para ella, más de lo era el Daniel que aún
no llegaba a conocer. Ella tenía diecisiete años y cuarenta y cuatro días. Su mayor éxito,
su vida más larga. Y él lo iba a mantener de esa manera. Le tomaría todas sus fuerzas,
cada uno de los días, pero esta vez, iba a dejar que Lucinda viviera.
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Se vistió con su uniforme negro que todos los estudiantes estaban obligados a usar.
Antes de dejar su habitación, se puso su chaqueta de cuero negro y su bufanda roja para
tener calor extra en clase. Se puso sus oscuras gafas de sol para esconder el color de sus
ojos.
La mayoría de veces, a menos de que tuviera que hacer una demostración en frente de
un mortal, Daniel se saltaba sus comidas. Pero le gustaba sentir una bebida caliente
deslizándose por su garganta, calentando su estómago, especialmente en un día como
ese cuando hacia tanto frío. Se dirigió a la cafetería y se puso en cola para comprar un
café.
Casi todos los estudiantes se movían en parejas o en grupos por el campus. A los
mortales - incluso los mortales problemáticos y rebeldes - no les gustaba estar solos.
Últimamente Daniel estaba notando eso cada vez más. Encontraban consuelo
conectándose con otros mortales. Encontraban amistad, incluso amor, no solo en una
persona, si no en todas las personas que pasaban por sus vidas. Él no lograba
entenderlo. Solía tener otra mitad. Estaba acostumbrado a ser parte de un par. No
muchas veces, pero siempre era el mismo. Pero eso fue hace mucho tiempo y les
costaba demasiado a ambos. Pensaba que nunca habría nadie para Daniel, y esperaba - y
temía – que pudiera existir alguien más para ella. No había hecho ni un solo nuevo
amigo desde el día que llego a Espada & Cruz. No lo necesitaba, nunca lo haría. Ellos
palidecerían si supieran cuantos amigos solía tener.
Roland fue inscrito en la escuela, aunque sea vagamente, y Arriane y Molly también.
Pero claro, ellos no contaban como amigos. Arriane era como su hermana y entre ellos
nunca hubo mucha interacción. Roland era alguien a quien Daniel le decía unas cuantas
palabras de vez en cuando, alguien que no le importaba. Evitaba a Molly. Sabía que ella
tenía que seguirlo a todas partes, pero su presencia le molestaba. En realidad no
importaba. Estaba ocupado tratando de pasar el día. Soportando desde la mañana a la
noche sin romper su promesa de alejarse de ella.
Su café negro estaba muy caliente, calentaba sus manos mientras él se deslizaba a través
de los estudiantes, dejando la cafetería. Había un complejo desolado fuera del Agustine.
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Un bosquecillo de cactus torcidos donde los estudiantes estaban de pie antes de que
sonara la primera campana. Un grupo de chicas se volvieron hacia él y pudo oírlas
susurrando algo. Siempre había chicas susurrando cosas, amontonadas, mirándolo. Ellas
siempre se quedaban en un segundo plano para Daniel.
Una chica estaba caminando hacia él. Merryweather o Pennyweather, no estaba seguro.
Tenía unas gruesas gafas color púrpura, una mata de cabello castaño, corto y rizado.
Cuando se encontraron, casi chocándose, lo miro de arriba abajo. Pero no de la misma
forma en la que lo veían las demás chicas. Estaba mirando su atuendo. Le tomo un
momento entender que ella estaba envuelta en tantas capas de ropa como él. Tenía los
brazos en jarras.
– ¿Suficientemente caliente? – Se sorprendió a si mismo al decirlo. No sarcásticamente.
– Con tantos microbios por ahí – la chica dijo rápidamente, también sorprendida. – No
quiero atrapar una enfermedad. –
– No – convino él. No habían hablado antes. Había algo sobre Pennyweather o
Merryweather parada en frente de Daniel esa mañana. Era diferente al resto de los
estudiantes, pero Daniel no podía explicar en que sentido. Tal vez solo era que ella se
veía agradable. Iba a decir algo más pero ella ya estaba arrastrando los pies lejos de él.
El resto de los estudiantes estaban reunidos en círculos familiares sobre el césped
fangoso. Quedaban cinco minutos para que tocaran la campana y nada más que hacer
que tomarse ese café y tal vez ir a hablar con Roland, que estaba apoyado contra los
muros de hormigón del edificio. Y después, cuando la campana sonara, no habría nada
más que hacer que ir a clase y pretender aprender las innumerables lecciones que Daniel
ya conocía. Ya sabía todo eso por cientos de años escolares y por cientos de vidas a
través de la historia, en cualquier acontecimiento que se narrara en esos libros. Y
cuando la clase hubiera acabado, la escuela hubiera terminado, y su inexplicable
sospecha acerca de Sophia Bliss hubiera acabado, no habría nada más que hacer que
vagar por la tierra, solo, hasta el final de los tiempos, buscando alguna manera de pasar
los minutos, horas, milenios. De repente Daniel se sintió muy solo, quería tirar su
cabeza hacia atrás y gritar.
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Porque… ¿De qué sirve la eternidad sin amor?
– Daniel. – Roland le hizo una seña a través del césped.
Daniel se compuso, respirando profundamente y sacudiendo sus hombros para relajar
las alas que le quemaban en su espalda antes de comenzar a caminar.
–Hermano. –
– Gabbe está aquí – dijo Roland silenciosamente. – La mismísima Reina – Rompe –
Culos. – Ellos no se estaban mirando, estaban de pie el uno al lado del otro, contra la
pared, mirando al resto de los estudiantes sin verlos en realidad.
– ¿Trae un mensaje? – pregunto Daniel, porque eso tendría sentido.
Daniel creía que ella había caído después de la guerra, Gabbe había sido uno de los
primeros ángeles en regresar al cielo. Demasiado rápido ella se ganó otra vez su puesto
en el cielo y había sido mensajera por un tiempo. Daniel la veía a veces: le entregaba
mensajes y luego se iba.
De vez en cuando, Daniel echaba de menos su viejo empleo. Todos los ángeles se
realizaban con su original propósito como mensajeros. Pero nunca fue como si fuera lo
único que Daniel estaba destinado a hacer. Era esa sensación - el que probablemente él
estaba destinado a algo más - la que era la raíz de todos sus problemas.
– No sé nada sobre un mensaje – dijo Roland. Había una duda en su voz en la que
Daniel no confiaba. – Pero ella está bien vestida, emperifollada y lista para reventar el
cráneo de Dios sabrá quien. Se ha presentado esta mañana. Dijo que la señorita Sophia
la arrastró hasta aquí. –
Cuando Sophia Bliss encontró a Daniel y lo trajo a esta escuela, ella pensó que le estaba
salvando. Habló de cuidar de él siempre, desde la guerra, y que le hirió ver como la
guerra le había hecho caer.
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Puedes ser un objetor de conciencia, Daniel, dijo ella, pero no puedes ir por ahí
haciendo el vándalo y robando carritos de supermercado.
Daniel no se preocupó por corregirla, de decirle que él lo único que estaba tratando de
hacer era pasar el tiempo. Los barrios bajos en Los Ángeles o un reformatorio en
Georgia, no le importaba. O lugares donde Luce nunca aparecería, por lo que no se tenía
que preocupar sobre si rompía su voto de estar completamente fuera de la vida de Luce.
Mientras tanto, había sido casi interesante ayudar a Sophia con algunas de sus
investigaciones. Ella lideraba una comisión en los Vigilantes, la vieja secta de Ángeles
que habían sido arrestados por amar a mujeres mortales. Era algo sobre lo que Daniel
sabía una cosa o dos. Ella había leído su libro. A veces le preguntaba algunas cosas.
Pasó el tiempo.
No fue raro que Gabbe apareciera en Espada y Cruz. En realidad, lo esperaba. Pero era
extraño que Sophia la hubiera arrastrado hasta aquí. No era algo muy comprensible para
Daniel y él tembló.
– Y eso no es todo – dijo Roland. – Hay algo más. O alguien más, supongo que debería
decir. –
Pero Daniel ya lo sabía. El brillo dorado se estaba haciendo visible más allá de las
paredes del reformatorio, atravesando los árboles como la neblina de la mañana. Parecía
hermosa, pero no lo era. Nada podía haber sido una señal más oscura.
Cam estaba aquí.
Los ojos de Daniel no habían encontrado al demonio todavía, pero sus alas guardadas se
sentían tan calientes que éstas podrían haber quemado sus ropas. Su enemigo estaba lo
suficientemente cerca para que Daniel pudiera notar la lucha creciendo en su interior.
Amargo y metálico, creciendo en su garganta.
Lo que pasaba con Cam es que era diferente del resto de ellos, y no hacía nada sin un
propósito explícito. Daniel deambuló por la tierra en una solitaria agonía; y algunos
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otros vieron su expulsión del Cielo como unas vacaciones sin fin. No Cam. Cam era
eternamente estratégico, siempre conspirando, siempre preparándose para la siguiente
batalla de la Guerra. Así que si él aparecía en Espada y Cruz, algo estaba ocurriendo.
Realmente, podía ser solo una cosa.
La boca de Daniel estaba seca. Se volvió hacia Roland. – ¿Cuánto hace que lo sabes? –
Roland alzó sus cejas. Por un momento, parecía asustado. Pero entonces se desvaneció
en una ancha sonrisa. – ¿Importa eso? –
Se dice que cuando un mortal está a punto de morir, su vida entera pasa delante de sus
ojos. Daniel no tenía experiencia de eso; nunca la tendría. Pero en ese momento, era
como si estuviera viendo la vida de Lucinda - no, todas sus vidas, y todas sus muertes en un solo horrible flash. Su muerte original, al Principio, la que le dejó enfermo
durante una década. La multitud de muertes a través de los siglos y continentes, cuando
Daniel, estúpidamente, sin cuidado, se rindió a su destino, como un chico que nunca ha
visto su corazón roto, amándola sin sentido y dejándola ir cada vez. Las últimas
muertes, cuando él estaba cansándose del dolor, cuando su muerte estaba en su mente
por su vida entera, cuando su amor estaba siempre manchado por su pena que ella no
entendía. Y finalmente: la más reciente de todas, la columna de fuego en el lago
congelado hacía diecisiete años. La muerte que había causado que Daniel renunciara a
ella. Cuando se dijo a sí mismo: Ya no más.
Ahora Cam estaba aquí y había solo una posible explicación. Pero ¿qué podía haber
hecho Lucinda para acabar en un lugar como Espada y Cruz?
Había sido estúpido al pensar que no sería posible. En cada vida, había pares de alas
empujándoles el uno hacia el otro. Había hecho de todo para alejarse de ella esta vez. Y
aun así, no había sido suficiente.
Era horrible, tan completamente desmoralizado, que era casi… divertido. Daniel sintió
un estremecimiento.
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Una risa.
Le sorprendió, esa primera pequeña y aguda risita. Pero entonces se convirtió en una
profunda y dolorosa risa que se extendió a través de sus miembros, tomando todo su
cuerpo. Estaba furioso con todo, pero tembloroso a causa de la risa, y aun así temblando
de frío.
– ¿Daniel? – Roland parecía preocupado.
Eso solo le hizo a Daniel reír más fuerte. Porque todo fue tan inútil y él había sido tan
ingenuo. No podía parar. Se dobló sobre sí mismo, jadeando.
Roland comenzó a reírse también, nerviosamente, como si él estuviera esperando para
ver lo que Daniel iba a hacer después.
– Mírame, Daniel – dijo Roland.
Daniel trató de calmarse. Se quitó las gafas y las guardo en su bolsillo. Pero cuando
movió sus ojos para mirar a Roland, éstos cayeron en alguien más, Lucinda.
Ahí estaba ella.
Sí, él había sabido que esto iba a ocurrir. Había sabido que la presencia de Lucinda le
embestiría como un tren de carga. Había sabido que ellos serían peones en el juego del
Cielo durante otra ronda, con todos los otros reunidos alrededor como espectadores.
Había sabido que ella estaría allí para enamorarse de él, y él de ella. Y aun así, nada de
eso preparó a Daniel para el momento en que la vio por primera vez.
Estaba preciosa. Su pelo era corto. Su piel era blanca y suave. Sus ropas eran simples,
negras. Su rostro era encantador, intoxicante y dulce, perfecto…
Y profundamente, profundamente afligida.
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Él nunca había visto su mirada así. Como si ella hubiera pasado por una guerra. Pero…
no era posible que ella lo recordara… ¿Podría? No, su expresión cargaba el peso de algo
diferente. Una nueva tragedia. ¿Qué había pasado sin él?
Si pudiera correr hacia ella, lo haría. Cogerla entre sus brazos y girarla, consolar cada
tristeza, cada dolor que hubiera sentido alguna vez. Acercarla más a cada segundo hasta
que estuvieran tan entrelazados que nunca pudiera dejarla ir. Presionar sus labios con
los suyos, el beso más dulce, su gran adicción.
Ella le sonreía, una tímida y maravillosa sonrisa que él se moría por devolver. Pero la
sonrisa se convertiría en el saludo que él ya sentía crecer en su brazo, lo que llevaría a
un paso en su dirección y enviarlo en una caída hacia el lugar donde Daniel había jurado
que no iría.
Su brazo se tambaleó en el aire…
Ella era el amor de su vida. Ella lo era todo. Y él había sido maldecido para destruirla.
No había nada en el mundo que hacer, salvo salvar su vida y enseñarle el dedo corazón.
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“La Lucha de Daniel y Gabbe”
D
aniel salió corriendo del dormitorio de Cam en Espada y Cruz y contuvo su
respiración en la quietud del pasillo. La fiesta bramaba detrás de él. Estaba
preocupado, por supuesto que estaba preocupado de que Luce aún estuviera en el
interior. Era su primera introducción a la vida social en el reformatorio. Pero si ella se
iba a esfumar de su lado, Daniel se negaba a sentarse allí y ver como sucedía. Sería
como ver su propio corazón siendo arrancado de su pecho y destrozado.
¿Dónde estaba Gabbe? Se suponía que tenía que reunirse aquí con él hacía mucho
tiempo. Daniel no sabía por qué estaba sorprendido. Hasta ahora, en esta vida, Gabbe
había sido todo menos el ideal ángel guardián para Luce. Tal vez todo su plan había
sido un error.
Se paseó por el pasillo, demasiado consciente de cada sonido que hacía su cuerpo. Cuan
torpe se sentía allí en el suelo. Sus zapatos chirriaron contra el suelo. Su respiración
salió pesada y exasperada. Su reloj hacia tic tac constantemente.
Él ni siquiera sabia cuanto tiempo había estado esperando que Gabbe apareciera. Hacia
poco tiempo pero el espacio se sentía fuera de control para Daniel, desde que Luce
había aparecido de la nada y volvía a entrar en su vida. Él debería haber sabido que ella
iba a aparecer, ella siempre los hacía, pero de alguna manera le había sorprendido. Una
vez más.
Desde que ella había llegado a Espada y Cruz él no había sido capaz de pensar con
claridad. Apenas podía mantener sus alas contenidas. Esta era la parte más difícil de lo
que tenía que hacer. Y no había fin para eso a la vista.
Ellos dos. Solos, atrapados aquí. Juntos.
Como si eso no fuera suficiente, todo era mucho peor por los demás cerniéndose sobre
ellos, esperando a ver como iba a terminar esta vez.
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– Daniel.
Toda la cara de Gabbe estaba maquillada. La brillante sombra de ojos plateada hacia
que sus grandes ojos azules destacaran, y sus labios eran de un suave y brillante rosa. El
suéter blanco de su traje y las altas botas café se veían como de “cena de club”, no de
“fiesta en el dormitorio”. De todos los ángeles que visitaban a Luce a través del tiempo,
Daniel se estaba dando cuenta de que Arriane y Gabbe eran las únicas que regularmente
cambiaban de apariencia.
Arriane parecía encontrar el mismo tipo de placer en sus diversos atuendos que los
mortales tenían en vestirse para un baile de Halloween. Pero Gabbe era diferente. Era la
manera en que ella elegía sus personajes con el fin de facilitar más la vida de Luce. Esta
vez Luce creció en Dixie, así que Gabbe era la perfecta belleza sureña.
Claramente, porque ella era Gabbe, y ella era un ángel, sus intenciones eran puramente
inocentes, pero dentro de las paredes de Espada y Cruz, arrastrando las palabras, la
elegante Gabbe destacó más que ninguno del resto de ellos. Su plan para ser discreta
había fracasado.
Entonces Daniel la agarró por la muñeca y tiró de ella alrededor de la esquina del
pasillo. Quería estar escondido por si alguien más salía de la fiesta de Cam.
– Llegas tarde – le dijo.
– Daniel, sólo han pasado tres días. ¿Ya estás tenso?
Tres días. ¿Eso era todo? Sentía que había sido mucho más tiempo. Los tres años que
Daniel había pasado en Espada y Cruz sin Lucinda no le habían molestado en absoluto.
Fue a clase, hizo sus deberes y cuando Ronald estaba cerca hablaban. Pero sólo en los
tres días que habían pesado desde la llegada de Luce al campus Daniel había empezado
a desmoronarse.
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En el oscuro pasillo, la cara de Gabbe estaba muy tranquila. ¿Cómo era posible que ella
no tuviera ni idea de a lo que se estaban enfrentando? No podía soportarlo.
– Tres días es tiempo suficiente para que consigas quedarte a solas con Luce y hables
con ella. ¿Sabes ni siquiera lo que he tenido que presenciar en ese cuarto? – Señaló
hacia la fiesta de Cam y se estremeció. – ¿Tengo que recordarte la forma en que la mira,
como si estuviera hambriento?
Usualmente, Daniel sólo se enfrentaría a Cam si este llegara a cruzar el límite. Había
sucedido muchas veces en todas las vidas. Todos los ángeles eran utilizados para su
lucha. Roland los había separado miles de veces. Pero esta vida era diferente.
Daniel estaba retrocediendo, sí, pero él nunca, nunca se la entregaría a Cam.
Es por eso que necesitaba a Gabbe. Él sólo había pensado que ella sería de más ayuda.
Se sentía cansado y chocante. Todavía podía oír el ruido de la fiesta, y su corazón quería
que volviese. Pero su cabeza no sabía qué hacer. Alguien, tal vez Molly, estaba
cantando en el karaoke “Amor Contaminado”.
Luce probablemente estaba allí bailando. Sus brazos serpenteando alrededor del cuello
de Cam.
— Oh. Lo siento…— dijo Gabbe. — No volverá a ocurrir. Te juro que…
— No puede volver a ocurrir— él la corrigió. —Prometiste que estarías allí, y no
estabas.
Gabbe lo miró como si estuviera decidiendo decirle algo o no. Después de un momento,
metió la mano en su bolso grande de cuero y le tendió una pequeña tableta rectangular.
La parte superior estaba impresa con una ornamentada insignia circular en plata.
Daniel la reconoció de inmediato. La marca del Juicio Celestial.
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Los juicios tomaban lugar cada solsticio de verano e invierno. Eran un ajuste de cuentas
de las idas y venidas de cada ángel y demonio desde el juicio anterior. Una sentencia
para unos y recompensa para otros. Todo eso estaba grabado allí mismo, en una
pequeña caligrafía plateada, en la tableta en la mano de Gabbe.
Daniel la cogió. Había pasado un tiempo desde que había visto una de ellas.
Efectivamente, su nombre todavía estaba allí, en la misma columna en que había estado
desde después de la caída. Desde el comienzo de los Juicios Celestiales.
Él no podía y realmente no le preocupaba hacer entrar en razón al resto. Los números
siempre eran sorprendentes, y el destino de casi todos los otros no le importaba lo más
mínimo. A él o al mundo. Al final, sólo había unos pocos que significaban algo en
absoluto.
Pero, ¿Cómo había conseguido Gabbe esto? Sólo los secretarios celestiales…
— Espera un minuto— Su voz era un susurro. Las identidades de los secretarios eran
generalmente mantenidas en secreto. — ¿Tu eres…?—
Gabbe asintió con la cabeza. —Sólo las recibo— susurró de vuelta.
Él podría decir que Gabbe estaba forzando una sonrisa cuando deslizó la tableta de
nuevo en su bolso. — Tendrás confiar en mí, cariño — Su voz se elevó de nuevo a su
dulce acento sureño, como si nada hubiera sucedido. — Solo me tienes a mí.
Daniel no quería pensar demasiado sobre lo que estaba sucediendo en el cielo, pero las
noticias de Gabbe lo habían confundido, liberando en su cabeza un aluvión de dolorosos
recuerdos. — ¿Todavía están protestando?
— Más que nunca— Gabbe asintió. —Y, por supuesto, todavía te quieren. En cualquier
momento que cambies de opinión…—
— Ya tengo suficiente — él gruñó.
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Gabbe se estremeció. Daniel inmediatamente se arrepintió de su tono. A veces olvidaba
que los otros todavía juraban a aquellas antiguas lealtades.
— Lo siento — dijo. — Es una noticia inesperada. No sabía que habías estado allí.
Roland dijo que le dijiste que estabas haciendo trabajo misionero en Uganda. Que
estabas en medio de la construcción de un pozo cuando Sophia apareció para arrastrarte
aquí.
— Una pequeña mentira— Gabbe se encogió de hombros. —Estaba en Uganda cavando
pozos— Ella se inclinó para susurrar, —Y entonces fui a los Juicios Celestiales. Pero
ahora estoy aquí, ¿no? Y voy a hacer todo lo que pueda.
Daniel exhalo, pero algo aún no estaba bien. Él se inclinó y ladeó su cabeza, intentando
atrapar sus ojos azules. — ¿Que no estás diciendo?
—No es nada— Gabbe siguió mirando hacia otro lado. —Nada importante, de todos
modos. Mira, sé que ni siquiera debería decir esto, especialmente a ti. Pero es solo que,
cada vez que he intentado hablar con Luce en esta vida, ella me evita. Creo que cree que
soy snob o demasiado remilgada o algo así. Creo que mi acento la está fastidiando.
Ella suspiró, cruzando sus los brazos sobre su pecho, y Daniel casi podía sentir lo dolida
que estaba porque sentía como si Luce la estuviera rechazando. Por una fracción de
segundo, él envidiaba su problema. Sería más fácil si sólo Luce lo tratara de esa manera.
—Solíamos ser inseparables— continuó Gabbe. —No sé. Creo que esta vez le gusta
más Arriane. Tal vez deberíamos pedirle ayuda a Arriane—
—No podemos contar con Arriane— interrumpió Daniel. —Además, es muy cercana a
Roland.
—Tú también eres cercano a Roland—Gabbe parpadeó. — ¿Ahora te estás convirtiendo
en Arriane?
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Daniel no sabía por qué seguía regañando a Gabbe. Pero ella tenía razón en una cosa: Él
era la última persona que ella debería regañar por no ser más cercano a Luce en esta
vida. Luce sólo era el amor de Daniel, y él nunca se había sentido más distante de ella
que en Espada & Cruz.
—No me estoy convirtiendo en nadie— Él se obligó a suavizar su voz. —Pero tenemos
que pensar primero en Luce. Ella es impresionable. Y Arriane es demasiado dispersa.
Te necesito para que inculques en ella, que sobre todas las cosas, Cam no es una opción.
—Si ella ni siquiera me escuchara— dijo Gabbe. —El otro día, me ofrecí a dejarla
utilizar mi maquillaje cuando estaba llorando, pero ella…—
—Entonces encuentra una manera de llamar su atención. ¡Inventa algo!
—Bueno— resopló ella —Si eres tan exigente, ¿Por qué no escribes el guión?
—Bien— dijo rápidamente. —Di que sales con Cam. Di que terminó mal, que era un
novio terrible y que todavía estas hecha pedazos por ello. Di que estás aterrorizada de
que él siga adelante y comience a ver a alguien más.
—No le voy a mentir, Daniel.
—¿Por qué no? Recién le mentiste a Roland.
—Sólo porque podía ser condenada por decirle a alguien, incluyéndote, lo que he estado
haciendo en Cielo. Esto es diferente. Para mentir a Luce, incluso sobre un alianza
temporal con Cam, sería mentir sobre los mismos fundamentos de nuestro universo.
Justo cuando necesita que se los expliquen— Gabbe sacudió su cabeza. —no
funcionará.
Daniel se apoyó contra la pared del pasillo y cerró sus ojos. Su cuerpo se sentía como
una jaula estrecha alrededor de su alma. Encajonado y antinatural. Sintió ganas de
liberarse de todo esto. Pero era egoísta e imposible, porque no importaba que hiciera, su
camino siempre lo llevaría de nuevo justo aquí. A ella.
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—Lo siento— le dijo a Gabbe. —Soy un desastre en este momento. Es la agonía.
—Lo sé, Daniel—
—No— dijo. —No lo entiendes. Yo... yo la insulte.
—¿Qué?— Gabbe jadeó. Su cabeza dio vueltas y sus ojos azules se clavaron en él. —
No puedes insultarla.
Daniel se encogió. Él debía haber pensado antes de decírselo. Gabbe quería una
respuesta porque estaba en su naturaleza insistir en que Daniel no se diera por vencido.
—No quiero matarla de nuevo— dijo, mordiendo las palabras. Estaba a punto de llorar
y no le importaba. —No puedo.
—Eres demasiado irracional— dijo ella, pero había pánico aumentando en su voz y
Daniel no quería oírlo. —Hay un camino a través de esto. Sé que dirás que nunca antes
ha estado, pero tiene que existir. Yo lo creo. — Ella agarro sus hombros. —Prométeme
que no vas a renunciar.
—Entonces dime qué hacer.
—No sé— dijo —Confía en tus instintos.
—Están en guerra.
Por la expresión en el rostro de Gabbe, Daniel sabía que tenía que verse miserable. Ella
tiro de él y puso sus brazos a su alrededor. No podía recordar la última vez que lo
habían abrazado. Gabbe no sólo era bondad, también era fuerza.
—Me hare su amiga— ella dijo. —Me ocuparé de Cam. No le voy a mentir, Daniel,
pero no te voy a mentir a ti, tampoco. Cuando digo que puedes contar conmigo, sabes
que mi palabra es buena.
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—Gracias.
—No me des las gracias todavía. Cuando oiga cosas de arriba, te diré— dijo. —Y tú me
vas a ayudar aquí. Algo está pasando. No sé qué, pero sólo va a aumentar de tamaño.
No podemos tenerte insultando a Lucinda justo antes de que la Guerra estalle— Ella le
miró con una intensidad que era casi aterradora. —No cuando te necesitamos para
ganar.
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“El Día Libre de Arriane
Arriane”
rriane”
– ¡Carga pesada! ¡Apártense! –
Arriane conducía un gran carrito de compras de color rojo por el pasillo de artículos
para el hogar en la tienda de ahorro “El Ejército de Salvación” en Savannah. Sus
delgados brazos conducían el carrito mientras impulsaba todo su peso hacia adelante
para acelerar la velocidad. Ella ya había echado al carrito dos pantallas de lámparas, un
sofá a mitad de precio, dos almohadas viejas, nueve linternas de Halloween llenas de
dulces caducados, una media docena de vestidos estampados a muy bajo precio, un par
de cajas de zapatos repletas de pegatinas de parachoques y un par de patines con ruedas
de neón. Así que en ese momento se le hacía muy difícil a Arriane, que media un poco
más de 1’60, ver donde estaba parada.
– Hazte a un lado, idiota, a menos de que ya no necesites los dedos del pie. ¡Así es! Le
estoy hablando a usted y a su hijo. –
– Arriane – dijo Roland calmadamente. Él estaba al otro lado del pasillo, intentando
pasar por un estante lleno de cajas de leche y vinilos en polvo. Su chaqueta estaba
desabotonada mostrando una camiseta de “Pink Floyd” debajo. Sus trenzas oscuras
colgaban cerca de sus oscuros ojos. – Tú sí que sabes cómo mantener un perfil bajo
¿eh? –
– ¡Hey! – Arriane sonaba herida mientras trataba de maniobrar su carrito de compras en
una curva cerrada e ir a toda velocidad hasta Roland. Ella se detuvo enfrente de él y le
clavo una uña pintada de azul eléctrico en su pecho. – Me tomo mi trabajo muy enserio,
amigo. Nos quedan aún muchas cosas que comprar en solo dos días –
Las palabras de Arriane parecieron recordarle algo que la llenaba de felicidad, y así era.
Sus ojos azul pastel centellearon y una gran sonrisa se extendió por su rostro. Ella
agarro el brazo de Roland y lo sacudió, haciendo que su largo cabello negro se
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deshiciera de su moño hecho un desastre, descendió hasta la cintura mientras ella
gritaba – ¡Dos días! ¡Dos días! ¡Nuestra Luce vendrá de nuevo en dos malditos días! –
Roland se rió entre dientes – Te ves bien cuando te emocionas. –
– ¡Entonces debo de ser el alcalde de Adorablelandia en estos momentos! – Arriane se
inclinó sobre un viejo estéreo y suspiro felizmente. – Me emociono mucho en sus
llegadas. Bueno, no de la misma manera como se emociona Daniel, obviamente. Pero
siento cierta alegría ante la perspectiva de volver a verla. – Ella apoyó su cabeza sobre
el hombro de Roland. - ¿Crees que habrá cambiado? –
Roland estaba de espaldas revisando la colección de música. Cada tres o cuatro discos
metía uno en el carrito de Arriane. – Ella tiene una nueva vida, Arri. Claro que habrá
cambiado un poco. –
Arriane arrojo el álbum “Sly and the Family Stone” que había estado examinando. –
Pero seguirá siendo nuestra Lucinda. –
– Eso ha sonado demasiado paternal. – Dijo Roland, mirando a Arriane con la mirada de
“estas loca” que Arriane recibía de casi todas las personas, incluyendo a todos los que
estaban en la tienda, pero no de Roland. – Al menos, ha sido así durante los últimos
miles de años. ¿Por qué estás preguntando si seguirá siendo la misma? –
– No se. – Arriane se encogió de hombros. – Me pase por la oficina de la Srta. Sophia
en Espada & Cruz. Estaba llevando esas cajas llenas de archivos, murmuraba algo sobre
preparaciones. Que todo tenía que salir perfecto o algo así. No quiero que Luce aparezca
y sentirme decepcionada. Tal vez ella será diferente, muy diferente esta vez. Ya sabes
cómo se me dan los cambios. –
Ella miro su carrito de compras. Las almohadas que había elegido en caso de que Luce,
como la Luce pasada, podría animarse con una buena pelea de almohadas. De repente le
parecieron feas y ridículas a Arriane. ¿Y los patines? ¿Cuándo es que alguna vez
utilizaran patines en un reformatorio? ¿En que estaba pensando? Se había dejado llevar
por la emoción. Una vez más.
- 22 -
Roland pellizco la nariz de Arriane. – Sé que sonará trivial, pero… Yo solo digo que
seas tú misma. Luce te amara. Siempre lo hace. Y si todo lo demás falla, – dijo,
revisando los artículos que habían en el carrito de compras – Siempre está tu arma
secreta. – Sostuvo la pequeña bolsa de plástico de pajitas con sombrillas para beber. –
Deberías utilizar uno de estos. –
– Tienes razón. Como siempre. – Arriane sonrió, acariciando la cabeza de Roland. –
Esto es lo que yo llamo “La hora feliz”. – Ella deslizo sus brazos alrededor de la cintura
de Roland. Ambos impulsaban el carrito de compras hasta llegar al otro lado del pasillo.
Mientras caminaban, Roland revisaba la lista de compras que había hecho en su
BlackBerry – Tenemos la música para la fiesta. Tenemos las decoraciones para tu
habitación, y la cinta adhesiva. –
– ¿Sabías que la cinta adhesiva es uno de los grandes misterios del universo? –
– ¿Algo más que necesitemos antes de irnos a la tienda gourmet? –
Arriane sorbió su nariz. – ¿La tienda gourmet? Pero… A Luce le gusta la comida
chatarra. –
– No cierres el Messenger, – dijo Roland. – Cam me pidió que eligiera para él un poco
de caviar, una libra de higos y otro par de cosas. –
– ¿Caviar? Primero que todo, es asqueroso. Y Segundo, ¿Para que querría Cam un
caviar? Espera un minuto… –
Se detuvo de repente en medio del pasillo causando un paro repentino en otra
compradora con su carrito lleno de decoraciones para navidad. Arriane dejo que la
mujer pasara, luego subió su voz. – Cam no va a tratar de seducir a Luce de nuevo, ¿o
si? –
Roland le dio la espalda empujando el carrito de compras. Él era excelente en mantener
en secreto las cosas que Arriane más necesitaba saber, y eso siempre la había hecho
enojar.
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– Roland. – Ella encajó la punta de su bota negra en la rueda del carito para detenerlo. –
¿Necesito recordarte el desastre que hubo en 1684? Sin mencionar los problemas que
Cam causo en 1515. Y sé que recuerdas lo que paso con el intento de estar con ella en el
año mil doscientos… –
– Y tú también sabes que he intentado mantenerme lejos del drama. –
– Si. – Arriane murmuro. – Y sin embargo siempre estás en medio de todo. – Él puso
los ojos en blanco y trato de alejarse de Arriane. Ella agarro el carrito. – Lo siento, pero
cortésmente, Cam es mi pesadilla. Lo prefiero a él gruñendo y echando espuma por la
boca como el malvado perro que es. – Arriane imitó el sonido de un perro rabioso, pero
al no obtener ni una sonrisa de Roland cruzo los brazos sobre su pecho. – Y hablando de
lo horrible que es el lado malo, ¿Cuándo dejaras esa fachada y volverás a nosotros,
Ro?–
Roland no se detuvo. – Cuando pueda creer que ese es el lado en el que debo estar –
– Muy bien, Señor Anarquía. Y eso es cuando… ¿Nunca? –
– No – él dijo, – Es como, esperar y ver. Solo tenemos que esperar y ver qué pasa. –
Pasaban por el pasillo de jardinería, que incluía una manguera verde enredada, un
montón de astillas, macetas de terracota, y un soplador de hojas último modelo. Pero fue
el gran jarrón de peonias blancas que hizo que Arriane y Roland se detuvieran.
Arriane suspiro. No le gustaba ponerse demasiado sentimental, habían ángeles como
Gabbe que si lo hacían, pero esa era una de esas cosas sobre Daniel y Luce que siempre
la hacía conmoverse.
Al menos una vez en cada vida, Daniel le daba a Luce un gran ramo de flores. Siempre
eran, sin excepción, peonias blancas. Debía de haber una historia detrás. ¿Porque
peonias en vez de Tulipanes o Gladiolos? ¿Porque blancas en vez de rojas o rosadas?
Pero sin importar las especulaciones de otros ángeles, Arriane se había dado cuenta de
que el secreto detrás de esa tradición no lo lograría entender nunca. Ella no conocía el
amor, solo el que había visto entre Daniel y Luce, pero ella disfrutaba viéndolos. Y la
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forma en la que Luce siempre parecía más enamorada y marcada por sus gestos que
Daniel.
Arriane y Roland se miraron entre sí. Como si estuvieran pensando en lo mismo, ¿o no?
¿Por qué estaba el rostro de Roland preocupado?
– No le compres esas flores a él, Arri. –
– Nunca le compraría esas. – dijo Arriane. – Son falsas. Arruinarían totalmente el
propósito de las flores. Tenemos que conseguir unas verdaderas, en un jarrón de cristal
con una cinta, y solo cuando sea el momento adecuado. No sabemos si será pronto o no.
Podrían ser semanas, meses, antes de llegar hasta ese punto. – Ella se quedó inmóvil
mirando a Roland con escepticismo. – Pero ya sabias todo esto. ¿Así que porque no me
dijiste que no consiguiera las peonias? Roland, ¿Qué es lo que sabes? –
– Nada. – Su rostro se veía preocupado de nuevo.
– Roland Jebediah Sparks, tercero. –
– Nada – puso sus manos en modo de súplica.
– Cuéntame. –
– No hay nada que contar. –
– ¿Quieres que te vuelva a quemar las alas? – Le amenazó, agarrando la parte de atrás
de su cuello y sintiendo como su brazo se tensaba.
– Mira, – dijo Roland, apartándola de su camino. – Tú te preocupas por Luce y yo me
preocupo por Daniel. Ese es el trato, ese siempre ha sido el trato. –
– A la mierda con tu trato – gritó Arriane, alejándose de Roland.
Arriane se veía genuinamente herida, y si había algo que Roland no podría soportar, era
lastimarla. Hubo una larga pausa, respiro profundamente. – La cosa es que no se si
Daniel va a hacer todo de la misma manera esta vez. Tal vez él no quiera las peonias. –
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– ¿Por qué no? – Arriane preguntó y Roland comenzó a responder, pero la expresión de
Arriane era triste. Ella levanto una mano para que Roland parara de hablar. – Daniel
quiere estar fuera de su vida esta vez, ¿no? –
Arriane rara vez se sentía estúpida, pero en ese momento se sentía así. Parada en el
medio de la tienda de ahorro con su carrito de compras con sobrecupo, con bromas y
propuestas torpes. No es que todo ese asunto fuera un juego para ella, pero era diferente
para el resto de ellos que para Daniel.
Arriane había comenzado a recordar la vez en que Luce… se marcha en cada vida,
como su amiga estaba fuera de la tienda en el campamento de verano mientras Arriane
seguía en casa. Luce volvería. Las cosas serían aburridas sin Luce, pero ella siempre
volvería.
Pero para Daniel.
Su corazón hecho pedazos. Debe de romperse un poco más en cada vida. ¿Cómo puede
soportarlo? Tal vez, pensó Arriane, no lo hacía. Y en esta vida Daniel había estado
anormalmente triste. La pena y el dolor de Daniel habían llegado finalmente al punto
donde no solo su corazón estaba hecho pedazos, el mismo lo estaba.
¿Y si es así? La parte realmente triste era, que no importaba. Todos sabían que Daniel
tenía que seguir con su vida. Tenía que seguir enamorándose de Luce. Justo como el
resto de ellos tenía que observar, empujando gentilmente a los tortolitos hacia su
inevitable perdición.
Daniel no podía hacer nada para revertir la historia, así que ¿porque no mantener las
partes buenas y dulces de su historia de amor? ¿Porque no darle a Luce las peonias?
– Él no quiere amarla esta vez – dijo Roland finalmente.
– ¡Eso es mentira! –
– Ese es Daniel – Ambos lo dijeron al mismo tiempo.
– Bien, ¿que se supone que haremos? – Preguntó Arriane.
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– Seguir dentro de nuestro territorio. Proporcionar los bienes de la tierra que ellos
necesitan cuando lo necesiten. Y tú proporcionarás el alivio cómico. –
Arriane le lanzo una mirada, pero Roland sacudió su cabeza. – Hablo enserio. –
– Hablas enserio sobre bromas. –
– Hablo enserio sobre el rol que tú tienes en todo esto. –
Él le lanzo un tutu rosa de la papelera que estaba cerca de la línea de pago. Arriane lo
recibió, pero aún seguía pensando en que significaría todo eso para ellos si Daniel se
resiste a caer por Luce, y la olvida. Si él de alguna manera, rompe el ciclo y ellos no
están juntos. Pero todo esto causo en Arriane un sentimiento muy pesado dentro de su
cuerpo. Como si su corazón hubiera sido arrastrado hasta sus pies.
En cuestión de segundos, Arriane tiraba el tutu a lo largo de sus vaqueros y comenzó a
hacer piruetas en la tienda. Se estrelló contra una publicidad de ropa nueva, y casi se
lleva por delante un montón de velas apiladas antes de que Roland la tomara en sus
brazos. Él la hizo girar para que el tutu diera vueltas alrededor de la figura de Arriane.
– Estas loca – dijo él.
– A ti te encanta que este loca – Arriane respondió mientras su cabeza le daba vueltas.
– Sabes que si me encanta – el sonrió. – Vamos, paguemos todas estas cosas y salgamos
de aquí. Tenemos muchas cosas que hacer antes de que ella llegue. –
Arriane asintió. Muchas cosas que hacer para asegurarse que todo sea como se supone
que debe ser: Luce y Daniel, enamorados. Con todos alrededor de ellos, esperando que
de alguna manera, algún día, ella sobreviva.
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“Antes del Fuego”
Fuego”
L
uce tenía una mancha de aceite en la mejilla y una mancha pegajosa cerca del
dobladillo de su camisa. Sus zapatillas blancas eran ahora de un espumoso color
gris. Pero a ella no le importaba; apenas se dio cuenta. Estar tan cerca de un Alfa
Romeo del 67 era un gran beneficio de su trabajo luego de la escuela. Luce estaba muy
a gusto con ese trabajo.
Había tenido una especie de sentimiento de navidad por la mañana, cuando te levantas a
buscar los regalos, cuando uno de los pocos coches antiguos de la ciudad entro en la
tienda. El pequeño cómodo convertible Fiat o el chisporroteo que hace el Chevy Impala.
Eran mucho más geniales que los Mustangs y 4Runners último modelo.
Esos eran los trabajos a los que Luce les temía. Los que parecían por dentro más como
computadoras que como coches, por eso prefería los antiguos. Son los tipos de coches
que llevaría uno de los ricos estudiantes de preparatoria que asisten con Luce en Dover.
Y eso apestaba.
Los chicos de su clase de precálculo se la pasaban mirando sus manchas de grasa y los
cortes en su atuendo, sus expresiones la hacían sentir aún más sucia de lo que ya era.
Las chicas que tenían sus casilleros al otro lado del de ella entraron en la tienda juntas,
luciendo tan artificiales con su brillo y rimel. Ellas dejaron sus BMWs y luego fueron a
la tienda de Jake por cigarrillos mientras esperaban sus coches. Ellas no se fijaron en
Luce de la manera en como lo hicieron los chicos. No la miraban en absoluto.
Pero era un pequeño precio que pagar para poder tener sus manos es un par de coches
clásicos. Como en el que estaba trabajando hoy. Seguro, el Alfa era un poco áspero en
los bodes. Su transmisión ya había sido reemplazada dos veces y parecía que necesitaba
ser reemplazada otra vez. Windows no se ha hecho con él.
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Pero era un coche de unos cuarenta y tantos años. Debió de haber estado en lugares y
haber visto cosas que Luce ni siquiera podría imaginar. Tenía una historia y dignidad.
Historias que podían eclipsar a cualquier otra de los carros lujosos que manejan sus
compañeros en Dover.
Con un calambre en el codo y un profundo sentido de satisfacción, Luce desenrollo el
tapón del drenaje del Alfa y vertió aceite. Luego rodó sobre su cuerpo debajo del carro.
- Es muy tarde para que estés aquí
Las voz sorprendió a Luce. Aunque no sabía porque debería haberse sorprendido. El Sr.
Pisani, el jefe de Luce, prácticamente vivía en esa tienda. Aunque en realidad, vivía en
el piso de arriba, con su esposa y sus tres hijos, en el apartamento anexo a la tienda,
pero en los tres años que Luce había estado trabajando para él, tratando de ganar algo de
dinero extra para invertirlo en su educación en Dover, nunca lo había visto ir al piso de
arriba.
- Estaba acabando – Dijo Luce, apoyando sus codos en el suelo.
El Sr. Pisani extendió su mano para ayudarla a ponerse de pie. Su mano era fuerte, su
antebrazo bronceado y su cuerpo corpulento. Aun cuando sus manos habían dejado de
trabajar en la tienda, seguían teniendo suciedad en los pliegues de la palma.
- Los chicos y yo vamos a extrañar tenerte por aquí este verano.
Luce sintió las comisuras de sus labios extendiéndose por su rostro. Para el Sr. P. eso
era muy emocionante
- Estaré de regreso en otoño – Dijo Luce, agarrando el trapo menos sucio del caballete
para limpiar sus manos. – Si fuera por mí, me quedaría aquí todo el verano. Pero mis
padres me quieren de vuelta en casa. Me echan de menos.
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Una serie de golpes, seguido de unas cuantas palabrotas en italiano se escucharon al
otro lado de la tienda. A través de las ventanas interiores, Luce pudo ver a los tres hijos
del Sr. Pisani haciendo lucha libre en el vestíbulo.
- Imagine esto – Dijo el Sr. Pisani, mirado hacia la ventana. Sus hijos habían
desaparecido de la vista. Hizo una mueca cuando escuchó un estrépito metálico – Tal
vez tus padres te quieran echar de menos un poco más este año. Llévate a estos
“Briccones” a Georgia contigo este verano.
Luce soltó una carcajada. Como la única hija de sus padres demasiado convencionales.
Se imagino a los hijos de Pisani luchando en su tranquila sala de estar. Sus padres nunca
han tenido que lidiar con una horda de chicos bulliciosos. Han tenido que lidiar con
Luce, y con las cosas más silenciosas y oscuras que vinieron con su crianza.
El Sr. Pisani le dio unas palmaditas en su espalda y señaló el vestíbulo con su cabeza. –
No te vayas sin decir adiós ¿Me oyes? Estaré en la oficina. Tengo receptores hasta en
mis oídos.
- Está bien – Luce reunió las pocas cosas de su cubículo, tirando de una camisa de su
bolso y luego tirando de él. Su móvil estaba en el bolsillo frontal del medio. Estaba
vibrando. Un mensaje de Callie con las direcciones de la fiesta de final de año de
Rachel Allison cerca del lago.
Luce no quería ir. Ella nunca había estado en ninguna de las fiestas de Rachel, pero se
imaginaba que habrían aún más rumores insoportables de los que siempre habían los
lunes por la mañana como:
“Rachel y Trevor terminaron - –hors d’oeuvres”
“Rachel y Trevor fueron vistos en la cama de la habitación del yate del padre de
Rachel.”
“Collins y Eli tienen un concurso de vómitos en el lago”
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- Pero es la última noche del año – Había dicho Callie esa misma mañana en la ducha
que queda al lado del dormitorio de Luce – Nos divertiremos.
Frotándose el Shampoo de sus ojos, Luce farfulló – Precisamente es la razón por la cual
no deberíamos ir a esa fiesta poco convincente de preparatoria.
- Oh, vamos. Sabes-quien-estará ahí – Dijo Callie cantando – Comienza con una TR- y
termina con ¡tu obsesión platónica!
Trevor Beckman. Él no ha sido su obsesión por siempre. Solo los 540 días que Luce ha
estado en Dover. Ella no podía evitarlo. Ni lo trataba de hacer. Demasiado alto y
musculoso, con un maravilloso cabello color arena, Trevor era por mucho el chico más
sexy en Dover.
En los primeros meses de clase, cuando Luce todavía tenía que arrastrarse para ver al
Dr. Sanford, su psiquiatra en Shady Hollows, tres y a veces cuatro veces por semana
luego de la escuela, era mucho más brillante su día con solo ver la sonrisa de Trevor en
los pasillos. Ni siquiera le sonreía a ella. Eso sólo había pasado unas cuantas veces, y
normalmente la hacían sentirse más nerviosa que cualquier otra cosa.
No, a ella le gustaba simplemente ver su sonrisa a través de la habitación, la forma en la
que sus ojos realmente parecían centellear. Como si un oscuro pensamiento nunca
hubiera atravesado su precioso rostro.
Sola en el garaje, Luce deslizó su móvil de vuelta a su mochila, y el mensaje de Callie
devuelta a su mente. Ella apenas era capaz de pedirle a Trevor que le pasara el Bisturí
en Biología. Al igual que aquella iba a ser incapaz de hablarle en medio de la fiesta de
su novia.
Se estaba cómodo aquí, en la tienda, con los Pisani. Eran divertidos, porque antes de
que ella se hubiera mudado a New Hampshire para ir a Dover (para ir al siquiatra, en
realidad), Luce no tenía el menor interés en coches. Seguro, ella había esperado tener
uno cuando tuviera dieciséis años, pero eso tuvo que cambiar, cualquier cosa antigua de
su vida tuvo que cambiar.
- 31 -
Antes de que comenzará a trabajar aquí, un cambio de aceite significaba lavar su cabello
por primera vez en unos cuantos días. Pero ahora, a veces este sucio garaje se sentía más
como un hogar que cualquier otro lugar que Luce conociera.
Ella extrañaba a sus padres, por supuesto, pero las cosas eran difíciles con ellos. Su
hogar entero parecía hundirse bajo el peso de los “conflictos” de Luce. Conflictos. Era
una palabra utilizada por sus padres, que le recordaba a Luce que en realidad su padres
no querían conocer los detalles de esos “Conflictos”.
Tal vez ese no era el caso. Tal vez si se preocupaban y si les interesaba. Bien, ella sabía
que se preocupaban. Pero era la atención y preocupación de sus padres lo que hacía
imposible hablar con ellos sin sentir que Luce estuviera loca. A veces parecía que la
única cosa que salvaba su relación era el hecho de que ella siempre estaba ocupada con
la escuela durante la mayor parte del año. Cuando ella está en casa, es dolorosamente
obvio cuan preocupados están sus padres por ella.
Y ella no tenía que lidiar con cosas como el Sr. P.
Solo los tres chicos: Dominick, el hijo más joven y tímido, al cual trataban como un
príncipe; Frankie, el del medio, siempre enamorado de una mujer mayor, que utilizaba a
Luce para desahogarse como si fuera su diario personal; Y Joe, el mayor, que era tan
protector con Luce como la hermana menor que nunca tuvo. Luce los quería mucho, a
todos ellos. Ella siempre quiso tener hermanos. Ella quería al Sr. Pisani, también,
aunque no había nadie como su padre. Torpe y con mala suerte, pero siempre haciendo
bromas. El Sr, Pisani y sus hijos la hacían sentir cómoda. Normal, incluso. A Luce no le
gustaba pensar que eso solo era así porque no habían visto su lado oscuro.
Apagó las luces del garaje y caminó por el estrecho vestíbulo hacia la oficina del Sr.
Pisani. Hora de decir Adiós. Se sentía rara y triste, un poco sola y algo más que no tenía
nombre. Todo el día el sentimiento la había estado persiguiendo. Ella había estado
totalmente consiente de las sombras de la tienda, pero hasta ahora, nada fuera de lo
normal. Probablemente eran los nervios de irse.
Irse
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¿Porque no se había dado cuenta? Luce estaba enfrente de la puerta de la oficina del Sr.
Pisani cuando lo recordó: El tradicional regalo de despedida de verano. Los Pisanis
hacían eso cada año. Ella gimió, pero fue la clase de gemido que hace la gente cuando
se sienten halagados, como un chico en un salón de karaoke obligado por sus amigos a
cantar una y otra canción. Luce estaba sonriendo cuando llamó a la puerta.
Con total seguridad, el Sr. Pisani y sus hijos la estaban esperando en la oficina. Ningún
receptor en las orejas de nadie. Solo Frankie, saliendo de detrás de la puerta con un
trapo grasoso usado como venda.
- Ustedes – Luce se rió – No teneís que hacer esto cada año, estaré de regreso en tres
meses. Yo…
- Shhh – la regañaron todos en unísono. Riendo y discutiendo entre ellos en Italiano,
como lo hacían cada año, le vendaron los ojos a Luce con la venda improvisada, como
lo hacían cada año, y la llevaron a la habitación de atrás para su sorpresa anual. Cuando
Luce dijo que conocía tan bien la tienda de los Pisani que podría caminar por ella con
los ojos vendados no estaba bromeando.
La experiencia le había enseñado a Luce a no esperar demasiado. Tan dulce como eran
los hombres Pisani, no eran exactamente expertos en el arte de regalar.
En su primer año, le habían regalado el par de pendientes más llamativos del mundo, sin
duda sacados de la tienda de joyas de la Sra. Pisani: unas flores de color púrpura de seda
del tamaño de dos pelotas de Golf, con un montón de joyas colgando perezosamente de
una plata amanzánate. Ella había considerado empeñarlas, había una excelente tienda de
consignación abajo en la calle de la casa de sus padres, pero cuando estaba cerca de
hacerlo, se dio cuenta que no podía separarse de las cosas feas.
En su segundo año, los Pisanis le dieron una bufanda de gran tamaño tejido a mano por
la abuela Pisani. Luce la había utilizado para calentarse un par de veces, hasta que
Collin Marks le dijo en la clase de bilogía que la bufanda era del mismo color que el
feto de cerdo que estaba disecando. Desde que Collin se hizo amigo de Trevor, y este se
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rió (solo un poco, intentado disimular) fue lo que llevo la bufanda a las regiones más
profundas del armario de Luce.
- Redobles, por favor – dijo Dominick con un acento suave. Habían dirigido a Luce a la
puerta trasera de la habitación. Obedientemente, Luce golpeó las palmas contra sus
muslos.
- Bien, ¿Qué te parece? – Le pregunto el Sr. Pisani antes de que le hubiera quitado la
venda de los ojos.
Para la mayoría de personas, al haberlo visto delante de ellos solo habrían visto un
montón de chatarra, metal oxidado, pintura descascarada y un tubo de escape roto. Pero
Luce vio su belleza en todo su potencial.
Era una Honda Triumph negra del 89. Ella había visto a Joe resucitar ese montón de
chatarra semanas atrás. Había estado babeando todo el año por esa moto que Joe había
arreglado.
- De ninguna manera – Jadeó cayendo de rodillas ante la moto vieja. – De ninguna
manera, ¡de ninguna manera!
- Claro que si – Dijeron los Pisanis juntos, sonando complacidos.
- ¿Te gusta? –Pregunto Dominick, mostrando sus blancos dientes detrás de su cara
grasienta de mecánico. – Digo…, necesita unas pocas reparaciones.
- ¿Unas pocas? – Resopló el Sr. Pisani.
- Te dije que iba a repararla este verano mientras ella se iba.
- Pon un poco de pelo en su pecho – Murmuro el Sr Pisani a Luce.
Luce miró a Dominick, quien agachó su cabeza sólo un segundo demasiado tarde para
evitar que Luce viera el rubor de sus mejillas.
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- No puedo aceptar esto – Dijo ella, deseando inmediatamente resistir su molesta
tendencia a ser amable y gritar un “¡sí!”
- Si puedes – Dijo el Sr. Pisani suavemente. – Lo harás. Ven en Septiembre, estará tan
hermosa que no podrás resistirse.
Luce paso su mano por el desvanecido asiento negro de la moto. La lluvia y el tiempo
habían dañado el asiento un poco, la espuma se salía por los bordes. Pero le daba un
toque genial y fresco a toda la moto. Luce la adoraba completamente.
- Es perfecta – Dijo, esperanzada. – No podría querer ninguna otra cosa.
- Una chica como tú necesita un par de llantas rápidas para defenderse de todos esos
chicos, ¿eh? - Gruño el Sr. Pisani. - ¿Te vas a quedar a cenar o qué? Huelo Boloñesa en
el piso de arriba.
- No puedo, no…
- Ella es una hermosa joven – Dijo Joe – ¿Que te hace pensar que ella quisiera pasar
aquí toda la noche? - Se volvió hacia Luce, que en realidad le hubiera encantado
quedarse a cenar. Pero ya había aceptado demasiadas cosas de los Pisanis. – Vamos –
Dijo Joe – Te acompañare a la puerta.
Abrazo al resto de ellos y les prometió llamarlos, y luego Joe la estaba siguiendo a la
puerta del frente. Estaba oscureciendo y comenzaba a hacer frío. Luce estaba a punto de
deslizar las manos en sus bolsillos para calentarse cuando Joe puso una llave en su
palma.
- ¿Qué es esto? – Pregunto Luce
Pero ella sabía que era. La moto de Joe. Su dorada Honda Shawdow del 86.
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- Escuche que hay una fiesta esta noche – Joe sonrió – ¿No necesitas con que
transportarte hasta el lago? - Luego pasó la mano por sus cabellos enmarañados y
desapareció dentro de la tienda antes de que ella pudiera responder.
Su móvil estaba vibrando otra vez. Probablemente más persuasión de Callie sobre la
fiesta. Luce estaba sola en la callada noche de verano, la llave estaba tomando fuerza y
calor dentro de su puño. Otra vez tenía esa sensación. Un fuerte temor dentro de ella, se
sintió ansiosa de que se convirtiera en algo más.
Ella sabía que iría a la fiesta. Ella sabía que algo estaba por pasar. Algo grande,
importante e inevitable. Algo difícil de descifrar. Solo que ella no sabía si lo que sea
que fuera a pasar iba a ser bueno o malo
Ella se dirigió hacia la moto, haciendo sonar las llaves en su mano. Por un breve
instante antes de encender el motor, pensó que buscaría a Trevor en la fiesta y lo
invitaría a dar un paseo en el lago.
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“Lo que le Pasó a Trevor”
Trevor”
L
uce estacionó la motocicleta frente a la casa del lago. Ella estaba enamorada. De la
motocicleta: era una Honda Shadow del 86 y era hermosa.
Su loca compañera de clase Rachel Allison, con su cabello teñido de rojo y su perfecto
francés, había crecido, y aún vivía a unos pocos kilómetros al norte de su escuela, La
Preparatoria Dover. Por lo que, cada vez que sus padres dejaban la ciudad, la mayoría
de su clase, y la mayoría del pueblo eran el resultado de una inevitable fiesta.
Esta era la primera vez de Luce. Cuando ella había registrado su turno en la tienda del
Sr. Pisani, Luce había recibido tres mensajes de Callie: Uno con las direcciones de la
fiesta. Otro haciéndole saber a Luce que Callie había tomado prestado sus negras flipflops. Y el tercero con una foto de Callie bebiendo un mai tai a bordo de una de las
lanchas de Rachel.
¿Pero había sido el mensaje de voz? No, el mensaje de voz de Callie no la había
convencido. Lo que convenció a Luce a aparecerse fue Trevor Beckman diciendo: Dile
a Luce que se apure y llegue aquí. Él era fácilmente el chico más genial de su clase. El
más lindo, también. Trevor era el capitán del equipo de baloncesto, el rey de la
preparatoria, y el compañero de laboratorio de Luce. Él también fue alguna vez el novio
de Rachel Allison. Y aun así: él quería que Luce se apurara y llegara a la fiesta.
Por supuesto, a Luce le gustaba Trevor. ¿A quién no le gustaría Trevor? Alto y fuerte y
siempre con una sonrisa en su rostro, con un cabello café oscuro que combinaba a la
perfección con sus ojos. Todo sobre este chico era atractivo. Pero era la clase de
atracción a la que Luce nunca planeo prestarle atención. Ella nunca iba por ahí
buscando chicos. Nunca lo ha hecho. Eso volvía a Callie loca, pero Luce estaba
perfectamente cómoda admirando a Trevor y a sus músculos desde lejos. Mucho más
cómoda que como se sentía en ese momento caminando hacia esa fiesta. Ella apago el
motor de la motocicleta y se bajó de un salto antes de que alguien la viera y se preguntó
cómo podría ella pagar una moto así alguna vez.
- 37 -
Luce no podía permitírselo. Ella la tenía prestada solo por una noche de la tienda de
motocicletas, donde ha estado trabajando medio tiempo durante los últimos tres años
solo para poder pagar los “imprevistos” en Dover. Su dormitorio y su comida estaban
cubiertos, vergonzosamente, por la escuela y solo una beca. Para conservar esa beca,
Luce lo había hecho por tres años de clases con honores, manteniendo un promedio de
A. Sin mencionar los tres años de sus sesiones semanales en Shady Pines, un secreto
para todos en la escuela.
Ella probablemente lo habría hecho por tres años sin ir nunca a una de las famosas
fiestas de Rachel, de no haber sido por Joe, el hijo del Sr. Pisani que era unos años
mayor que ella. Sexy en una forma oscura. Él siempre se había fijado en Luce, desde
que ella comenzó a trabajar en la tienda. Él también sabía que ella deseaba la
motocicleta que él había resucitado de su pedazo de mierda de metal. Justo antes de que
Luce se fuera a la fiesta, él había deslizado la llave en la palma de su mano.
‒ ¿Qué es esto? ‒
‒ Escuche que hay una fiesta esta noche ‒ Joe sonrió ‒ ¿No necesitas con que
transportarte hasta el lago? ‒
Esa vez, Luce sacudió su cabeza. Ella no podía. ¿Pero entonces? En tres días, ella habría
volado a casa para pasar el verano con sus padres en Thunderbolt, Georgia, donde las
cosas serían calmadas, fáciles y cómodas. Y aburridas. Tres meses enteros de mucho,
mucho aburrimiento.
‒ Diviértete ‒ Joe le guiño un ojo a Luce.
Y luego se marchó. La sensación de conducir una motocicleta, del viento contra su
rostro, de la velocidad, la emoción de todo, le era familiar y a la misma vez como nada
parecido en el mundo. La hizo sentir como si estuviera volando.
Cuando ella cruzo el umbral de antorchas de la fiesta, Luce vio a Callie de pie cerca del
agua rodeada por un circulo de muchachos. Ella llevaba puesto la parte de arriba de su
bikini rojo, las flip-flop de Luce, y un largo pareo blanco atado en su cintura.
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‒ ¡Por fin! ‒ ella gritó cuando vio a Luce. Callie estaba totalmente mojada. Ella debió de
haber salido de nadar, lo cual Luce no podía imaginarse haciéndolo en el frío y negro
lago que se extendía más allá de ellos. Callie era la clase de persona que siempre
enfrentaba sus miedos en el momento adecuado. Ella se acercó a Luce y le susurro: ‒
¿Adivina quién acaba de tener la pelea más gigantesca de la historia? ‒
Trevor estaba caminando hacia ellas, sosteniendo una copa y usando su camisa de
baloncesto y su traje de baño. Detrás de él, a un par de pasos, el rostro de Rachel estaba
ardiendo de ira.
‒ Justo a tiempo ‒ dijo él, sonriendo a Luce. Sus palabras salieron de su boca un poco
confusas.
‒ ¡Trevor! ‒ Rachel gritó. Ella parecía como si tuviera muchas ganas de ir tras él, pero
se quedó quieta, con las manos en las caderas. ‒ ¡Esto es todo. Le estoy diciendo al
camarero que ya no eres bienvenido! ‒
Trevor se paró enfrente de Luce. ‒ ¿Que tal un viaje a la barra conmigo? ‒
Callie le dio la espalda a Luce, junto con un empujoncito justo antes de desparecer y
que Luce quedara sola con Trevor Beckman. Tal vez ella debió haber cambiado su
grasienta camiseta blanca y haber arreglado un poco su cabello antes de presentarse en
la fiesta. Luce tiro de la banda para liberar la larga trenza que llevaba al trabajo. Ella
podía sentir los ojos de Trevor clavados en su oscuro y ondulado cabello, que llegaba
hasta la mitad de su espalda.
‒ Una bebida suena bien. ‒
Trevor sonrió, abriéndose camino hasta la barra. En medio del césped, Rachel se había
reunido con sus secuaces. Cuando Luce paso con Trevor al lado de Rachel, esta inclino
su cabeza hacia arriba y olfateo el aire.
‒ ¿Lo que huele es una estación de gasolina? ‒
- 39 -
‒ Iiuu de la clase obrera ‒ respondió la Rachel número dos. Shawna Clip era justo la
otra mitad de Rachel, pero no era tan inteligente.
‒ Lo siento ‒ dijo Trevor, alejando a Luce de ese lugar. ‒ Son un montón de perras. ‒
Las mejillas de Luce entraron en calor. Ella no estaba afectaba por los insultos de
Rachel, pero era vergonzoso que Trevor pensara que si lo estaba. Él se quedó mirándola
por un momento, luego la llevo por detrás de la barra. ‒ Pensándolo bien, el padre de
Rachel mantiene las cabañas llenas de licor también. ‒ Él sonrió y señaló el bosque con
su cabeza, al lugar donde el camino iluminado por la luna llevaba hasta el lago
Winnipesaukee. Las antorchas tikis estaban un poco lejos, y más allá, solo estaba el
gran y oscuro bosque.
Luce vaciló. El bosque era una de las razones por las cuales ella evitaba esas fiestas.
Para todos los demás, la oscuridad de la noche significaba que era hora de volverse
locos, en el buen sentido. Para Luce, era cuando las sombras salían. En el otro sentido
de locura. Pero esta era la primera vez que estaba a solas con Trevor, sin contar las
veces que han sostenido un bisturí juntos. Ella no iba a levantar sospechas de ser “la
chica rara” diciéndole que no fueran al bosque.
‒ ¿Por aquí? ‒ Luce trago saliva.
Él le acaricio la mejilla con su pulgar. Luce se estremeció. ‒ Solo es oscuro hasta el
claro, y voy a tomar tu mano todo el tiempo. ‒
Era la mejor oferta que nunca le habían hecho, pero Luce nunca sería capaz de
explicarle a Trevor porque la propuesta no era tan buena en realidad. Porque ella se
sentía como si estuviera caminando hacia una pesadilla a la que no se sentía capaz de ir.
Si las sombras estuvieran ahí, la encontrarían. Ellas la molestarían. Pero Luce no podía
contarle eso a Trevor. La oscuridad se cernía sobre ellos mientras caminaban. Luce
podía sentir cosas turbias en los árboles sobre sus cabezas, podía escuchar un débil
zumbido en las ramas. Pero mantuvo sus ojos en el suelo.
- 40 -
Hasta que algo pellizco su hombro. Algo frío y duro que la hizo saltar a los brazos de
Trevor.
‒ No hay nada que temer. ¿Ves? ‒
Trevor comenzó a darle la vuelta, pero Luce tiró de su mano. ‒ Solo salgamos de aquí. ‒
Cuando llegaron al claro, la luna brillaba en lo alto otra vez. Una limpia hilera de
cabañas se extendía frente a ellos. Luce miró en dirección al bosque pero no podía ver el
camino de regreso a la fiesta. Creyó oír el zumbido de las sombras en los árboles otra
vez.
‒ ¿Una carrera? ‒ dijo ella.
Comenzaron a correr en dirección a la primera cabaña, Trevor pisándole los talones
hasta que ambos se derrumbaron en la puerta. Estaban riéndose y quedándose sin
aliento. El corazón de Luce se aceleró por el esfuerzo, el miedo, y los nervios de lo que
estaban haciendo en ese momento lejos de todos los demás. Trevor metió la mano en su
bolsillo y saco una llave. La puerta crujió y entraron a la disponible y limpia cabaña.
Había una chimenea, una pequeña cocina, y una muy prominente cama extra grande.
Hace una hora, Luce nunca habría creído que estaría sola en la cabaña con su amor de
hace tres años. Ella no hacía cosas como esta. Nunca había hecho algo así en su vida.
Trevor se trasladó directamente al bar y comenzó a verter un líquido café de una botella
de vidrio esmerilado. Cuando él le entrego la copa pequeña, medio llena, ella ni siquiera
sabía que no debía tomárselo todo de una sola vez.
‒ Whoa. ‒ Se río cuando ella se atraganto con la bebida. ‒ Por fin, alguien que necesita
un trago tanto como yo. ‒
Si Luce no hubiera estado tambaleándose por la quemazón en su garganta, tal vez se
hubiera reído y hubiera entendido lo que Trevor dijo. ¿Acaso dijo Por fin, alguien que
necesita un trago tanto como yo? Así que eso significaba que ella necesitaba un trago
tan desesperadamente como lo necesitaba a… él.
- 41 -
Él tomo su copa vacía y paso un brazo por la cintura de Luce, atrayéndola hacia él.
Estaban tan cerca que su cuerpo estaba presionado contra el de ella. Luce podía sentir su
pecho musculoso, el calor que desprendía su piel.
‒ Rachel y yo, estamos mal. ¿Sabías? ‒
Oh Dios. Se supone que Luce debería sentirse mal por esto. ¿No es así? Él la iba a besar
y ella le devolvería el beso y eso significaría que su primer beso sería con alguien que
tiene una novia. Una terrible bruja como novia, pero aun así era su novia. Luce no sabía
que Trevor y Rachel estaban mal, pero de repente ella también supo que Trevor estaba
mintiendo. Porque él no lo sabía. Él solo estaba diciéndolo para que ella perdiera su
tiempo con él. Porque, probablemente, él sabía que Luce estaba enamorada de él.
Probablemente la había atrapado mirándolo todos estos años. Él debe de tener el
presentimiento de que ella lo deseaba.
Ella lo quería, si, pero hasta ahora había sido una fantasía. Ahora que estaban tan cerca,
ella no tenía idea de qué hacer con él. Ahora su rostro se cernía sobre el de ella y sus
labios no estaban muy lejos. Sus ojos se veían diferentes a como lo hacían en la foto del
calendario al que Luce estaba acostumbrada.
Y de repente, ella se dio cuenta que no lo conocía tan bien después de todo. Pero ella
quería hacerlo. A pesar de todo, ella quería saber como se sentía ser besada, besada de
verdad, empujada contra una pared y besada intensamente, hasta que se sintiera
mareada, hasta que estuviera tan llena de pasión que no existiera espacio para sombras o
bosques oscuros, o una visita semanal al consultorio.
‒ ¿Luce? ¿Estás bien? ‒
‒ Bésame ‒ susurró.
No se sentía del todo bien, pero ya era demasiado tarde. Los labios de Trevor se
abrieron y se juntaron con los de ella. Ella abrió su boca pero no encontró dificultades
para devolverle el beso. Su lengua se sentía enredada. Ella estaba luchando en sus
- 42 -
brazos como en un sueño, tratando de no luchar contra el beso, tratando de hacerlo y
dejar que sucediera. Los brazos de Trevor envolvieron su espalda, empujándola hacia la
cama. Sentados en el borde, seguían besándose. Sus ojos estaban cerrados, pero luego
los abrió. Trevor la estaba mirando fijamente.
‒ ¿Qué? ‒ ella pregunto, nerviosa.
‒ Nada. Solo que eres tan… hermosa. ‒
Ella no sabía que responder a eso, así que se rió. Trevor comenzó a besarla de nuevo,
sus labios húmedos contra su boca, luego su cuello. Ella esperó el brillo, los fuegos
artificiales de los que hablaba Callie. Pero ese beso era diferente a lo que ella había
esperado. Ella no estaba segura de cómo se sentía respecto a Trevor, su lengua en la de
ella, sus manos equivocadas. Pero él parecía saber mucho más de lo que ella conocía.
Luce trató de dejarse llevar. Ella escuchó algo y se apartó de Trevor para poder mirar
alrededor de la habitación.
‒ ¿Que fue eso? ‒
‒ ¿Qué fue que? ‒ dijo Trevor, mordisqueando su oreja.
Luce miró hacia las paredes con paneles de madera, pero estaban vacías de cualquier
clase de pintura o decoración. Examinó la chimenea, que aún estaba oscura. Por un
segundo ella creyó ver algo, una llama, un destello de color amarillo y rojo, pero un
instante después ya había desaparecido.
‒ ¿Estás seguro que estamos solos? ‒ preguntó.
‒ Por supuesto ‒ las manos de Trevor se apoderaron de la parte inferior de su camisa,
subiendo por todo su cuerpo. Antes de que ella pudiera decir algo, estaba acostada en la
cama azul brillante tan solo con su sostén.
‒ Whoa ‒ dijo Trevor, sosteniendo la mano sobre sus ojos como si se estuviera
protegiendo del sol.
- 43 -
‒ ¿Qué? ‒ Luce hizo una mueca de dolor, sintiéndose pálida y un poco avergonzada.
‒ De repente todo es tan brillante ‒ dijo Trevor, parpadeando. ‒ ¿No es así? ‒
Luce pensó que entendía lo que él quería decir. Como refiriéndose sobre ellos dos
iluminando toda la habitación. ¿Era ese el brillo que ella había estado esperando? Se
sintió caliente y viva, pero también un poco consiente de su cuerpo. Y como estaba de
expuesta en ese momento. Esto la hacía sentir incomoda.
Cuando él se inclinó de nuevo sobre ella, su interior se sentía como si se estuviera
quemando, como si se hubiera tragado algo ardiendo. Luego la cabaña entera se calentó
y creció demasiado la luz, se hacía difícil respirar y de repente ella se sintió mareada, su
visión quemaba por el brillo que hacia como la sangre que bajaba corriendo de su
cabeza.
Ella no podía ver nada. Trevor agarró su cintura, pero ella comenzó a alejarse.
Escuchaba sonidos otra vez, y estaba segura de que alguien más estaba en la cabaña,
pero no podía ver a nadie, solo podía oír el ruido que crecía cada vez más, como el
sonido que hacen cientos de sierras contra alguna clase de metal. Ella trato de moverse
pero sintió como si estuviera atascada, los brazos de Trevor la estaban apretando. Se
apodero de su caja torácica hasta que pensó que él podía romper sus huesos, hasta que la
piel de Trevor se sintió como si se estuviera quemando su carne, hasta que…
Hasta que desapareció.
Alguien estaba sacudiendo los hombros de Luce. Era Shawna Clip. Estaba gritando.
‒ ¿Qué hiciste, Lucinda? ‒
Luce parpadeó y sacudió la cabeza. Estaba sentada afuera en la noche negra llena de
humo. Su garganta le picaba y su piel se sentía fría y congelada.
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‒ ¿Dónde está Trevor? ‒ Se escuchó a ella misma murmurar. El viento azotó su cabello.
Levantó la mano para apartarse los hilos sueltos de la cara y se quedó sin aliento cuando
un mechón de cabello negro y espeso se deslizo a la derecha de su rostro de su cuero
cabelludo. Aterrizó en su palma, estaba frágil y chamuscado. Ella gritó y se tropezó con
sus pies. Cruzó sus brazos sobre el pecho y miro alrededor. Todavía estaba el frío y
oscuro bosque, todavía tenía el presentimiento de las sombras rondando por ahí.
¿Todavía estaba la hilera de cabañas?
Las cabañas estaban en llamas. ¿La cabaña en donde ella había estado sola con Trevor?
¿Ella había…? ¿Cuán lejos habían llegado? ¿Qué había sucedido? Ahora todo estaba
envuelto en llamas. Las cabañas de la izquierda y la derecha estaban comenzando a
prenderse del fuego del medio. El aire de la noche estaba impregnado de azufre. La
última cosa que ella recordaba era el beso.
‒ ¿Qué demonios hiciste con mi novio? ‒ Rachel. Se puso de pie entre Luce y las
cabañas en llamas, un rojo brillante salpicaba sus mejillas. La mirada de sus ojos hacia
que Luce se sintiera como un asesino.
Ella abrió su boca, pero no salió nada. Shawna señaló a Luce. ‒ Yo la seguí. Pensé que
los encontraría follando por ahí ‒ se cubrió el rostro con las manos y se sorbió la nariz.
‒ pero ellos entraron y luego… ¡Todo exploto! ‒
El rostro de Rachel y su cuerpo se relajaron cuando ella se dio la vuelta hacia la cabaña
y comenzó a llorar. El sonido horrible se levantó en la noche. Fue solo hasta entonces
que Luce entendió, con una contracción de su pecho:
Trevor todavía estaba adentro.
Entonces el techo de la cabaña cedió, escupiendo una columna de humo. Para entonces,
las cabañas más cercanas comenzaron a quemarse, pero Luce podía sentir una oscuridad
cerniéndose sobre ellos, grande e implacable.
Las sombras, antes escondidas en el bosque, ahora se arremolinaban por encima de sus
cabezas. Tan cerca que ella podía tocarlas. Tan cerca que ella casi podía escuchar lo que
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susurraban. Sonaba como si estuvieran diciendo su nombre, Luce, repitiéndolo cientos
de veces, dando vueltas alrededor de ella y luego desapareciendo en un pasado oscuro.
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Oscuros. El Poder de las
Sombras
“El Diario de Shelby
Shelby”
helby”
• Noviembre 10 •
¡Vaya!, ha pasado un tiempo desde la última vez que escribí. Creo que estos últimos, eh,
tres años, ¡han pasado realmente rápido! (Y solo para que conste, por mi última entrada,
ya no me asustan más los globos de agua. Solo los payasos).
Estoy escribiendo hoy porque, bueno, hay una nueva chica aquí en La Escuela de La
Costa. En realidad, es mi compañera de habitación. Y ya sabemos que no soy muy
buena compartiendo. Justo había acabado de limpiar mi habitación de todas las malas
vibras (mi bolsa de hojas de salvia por fin llego de la tienda Canyon Country), cuando
llega caminando esta humana llena de malas vibras.
Lucinda Price.
Solo ha estado aquí, como, un día, pero ya está invadiendo mi espacio… y ya me he
comportado con ella como una horrible perra.
Digamos que la vieja Shel no se está adaptando muy bien al cambio. No me refiero a
que la odie todo el tiempo. Es solo que ella es tan indefensa e ingenua y…
Está bien, ¿La verdad?
- 47 -
Conozco al chico con el que está saliendo. ¿Recuerdas a Daniel Grigori? ¿La perfección
rubia con ojos grises que puedo jurar que en ocasiones eran violetas? (Si no, mira de las
paginas doce hasta la veintidós de este libro.) (Lo sé. ¡Lo sé! Escribí mucho sobre el
luego del único encuentro que tuvimos, el cual terminó en una muy poco romántica
visita a la cárcel, pero Daniel fue muy amable conmigo. No puedo evitarlo.) (Creí que
teníamos una conexión. Fui estúpida. No fue nada. Estaba equivocada.)
No era más que una de esas personas raras que también resultaban hermosas. Él tan solo
me encontró en un mal momento y juro que no conocía la historia que tenía con
Lucinda Price. No es que yo estuviera en ese entonces en La Escuela de La Costa,
donde apenas puedes estornudar sin caer en chismes de alguna de las chicas femeninas
sobre lo romántico que es su historia de amor.
Lucinda y Daniel.
Lucinda y Daniel.
Vomito.
Como sea. Supongo que es puro karma que la chica terminara siendo mi compañera de
habitación. Tal vez no es tan mala. No es que le vaya a dar una oportunidad. Se presentó
aquí, de la nada. Voy a tratar de ser más amable. Tal vez mañana. Tal vez si ella lo hace
primero…
¡Vaya, me tengo que ir! ¡Mi nueva compañera de habitación acaba de entrar!
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“Dentro de la Oficina de Francesca”
F
rancesca estaba molesta, pero no estaba segura del porqué. Era obvio que lo estaba
por sus respiraciones cortas, el espacio tenso detrás de sus rodillas y el dolor de
cabeza incipiente detrás de sus ojos. Ella odiaba cuando se molestaba. Odiaba estar por
debajo de como que solía estar: “perfectamente controlada”. Pero no estaba controlada,
y no sabía porque. Ciertamente no era por causa de este nuevo alumno inexperto.
Cuando Roland Sparks había llegado a La Escuela de la Costa, Francesca no se había
sorprendido. Casi todos los Ángeles Caídos estaban en movimiento durante los días de
tregua, por lo que solo era cuestión de tiempo que uno de ellos buscara a Steven por
ayuda.
Se sentó ante su escritorio, ahora, con su ostentosa camisa blanca almidonada, y había
convencido a Steven para permitirle asistir a las clases Nefilim. Ridículo. Si Roland
quería espiar a Lucinda, existían formas mucho menos molestas.
– Tendrás que cambiar tu atuendo, – le dijo al Ángel Caído, o como la costumbre dicta
llamarlos, Demonio. Genial. – Los verdaderos estudiantes de La Escuela de la Costa
jamás han escuchado nada sobre una tabla de planchar, y mucho menos sobre… ¿Qué
es eso? – bajo la mirada hacia las botas de Roland.
Su sonrisa casi parecía mofarse de ella. – Ferragamo.
– ¿Ferragamo? Recoge una camisa y un par de zapatillas abajo en El Ejercito de
Salvación. – La mirada de Francesca estaba ausente, mientras revisaba unos papeles de
su escritorio sin sentido alguno. No importa cuánto tiempo hubiera vivido con Steven,
los demonios siempre se las arreglaban para ponerla nerviosa.
– Francesca – Steven giro su silla para acercarse a la de ella – ¿No quieres hablar de lo
que ha sucedido hoy?
- 49 -
– No hay nada de qué hablar – dijo cerrando sus ojos para bloquear la imagen que se le
venía a la cabeza, las caras pálidas y atemorizadas de sus mejores estudiantes cuando
ella y Steven les ofrecieron una visión dentro de una oscura Anunciadora. – Fue un error
tan solo intentarlo.
– Nos arriesgamos. Solo tuvimos mala suerte.
Steven entrelazo su mano cálida con la de ella. Él siempre estaba caliente y ella siempre
estaba fría. Normalmente, eso la hacía querer estar cerca de él cada vez que podía. Pero
hoy, su calor la oprimía, y su demostración abierta de afecto hacia Roland la
avergonzaba. Retiró su mano de la de él.
– ¿Mala suerte? – se burló. Podía sentir que estaba a punto de lanzar una diatriba sobre
las estadísticas de seguridad en clase y sobre esos chicos Nefilim que aún no estaban
listos para las Anunciadoras. Y mientras cada palabra dicha sería absolutamente cierta,
los tres en esa habitación sabían que era solo un estúpido encubrimiento de su verdadera
preocupación ese mismo día. La verdadera razón que la tenía tan molesta y preocupada.
Lucinda Price estaba lista.
Y eso aterrorizaba a Francesca.
- 50 -
“Cam se va de Cacería”
C
am se apoyó en el árbol de madera rojiza y cogió un cigarrillo de su pitillera de
plata. En el borde del bosque, estaba fuera de la vista de la terraza de La Escuela
de la Costa, en donde los Nefilim se dedicaban a otro de sus inútiles proyectos de clase.
Podía vigilar desde ese lugar. Podía protegerla sin que ella lo supiera.
Una rama se rompió tras él y Cam se volvió hacia atrás con los puños cerrados y el
cigarrillo entre sus labios. Interesante. Era una de las hembras, sola. No tenía sentido
que estuviera allí, al otro lado del árbol. Su arco de plata no estaba ni siquiera en
posición.
– ¿Tienes fuego, Proscrito?
La chica parpadeo sus ojos blancos, lo que hizo que Cam sintiera náuseas y casi un poco
de lastima por ella. Casi.
– Los Proscritos no juegan con fuego – dijo ella con voz vacía moviendo sus pálidos
dedos hacia el interior del bolsillo de su abrigo marrón.
– Ese siempre fue el problema de los Proscritos ¿A qué no? – Cam se hacia el relajado.
No tenía intención de alarmarla. Eso solo haría que lanzara la flecha estelar más rápido.
Chasqueo los dedos, encendiendo una pequeña llama y luego llevo los dedos hacia el
cigarrillo.
– La estas espiando – La chica levanto la cabeza rubia por encima de la terraza, donde
estaba sentada Lucinda en un banco, viéndose sorprendente con un suéter de color rojorosa y con el cabello recién teñido. Estaba hablando con algún amigo Nefilim de la
misma forma abierta y confiada a como hablaba con Cam. Sus ojos color avellana
abiertos y sus labios fruncidos con esa antigua tristeza. Cam podría mirarla por el resto
del día.
- 51 -
Por desgracia, se forzó a dar la vuelta hacia la criatura sin vida que estaba frente a él.
– La estoy protegiendo de los que son como ustedes – espeto. – Hay una diferencia,
pequeña, que no serias capaz de notar.
Miro rápidamente a Luce. Ella se había levantado del banco. Sus ojos iban de un lado
para otro fijándose en las escaleras de la terraza, las cuales estaban muy cerca del lugar
donde hacia guardia Cam, en el borde del bosque. ¿Qué estaba haciendo? Él se puso
rígido ¿Venia hacia aquí?
La flecha estelar zumbo por el aire cuando Cam menos lo esperaba. Lo sintió en el
último segundo y la esquivo moviendo su cabeza hacia la derecha, raspándose la mejilla
contra el tronco de un árbol, y cogiendo la flecha por el mango con su mano enguantada
de cuero. Temblaba, pero no podía darle la satisfacción a la Proscrita de saber cuan
cerca había estado. Guardo la flecha en su bolsillo.
– Me gustaría utilizar esto para extinguirte – dijo rápidamente – pero sería perder una
flecha estelar en perfecto estado. Especialmente cuando es mucho más divertido golpear
a un Proscrito.
Antes de que la chica pudiera sacar otra flecha, Cam se abalanzo sobre ella y la agarro
de su cola de caballo. Él le dio un duro rodillazo en el estómago. Luego, sacudió su
cabeza hacia atrás y le dio un puñetazo al lado de la cara. Ella grito y algo se rompió, tal
vez el hueso de su nariz, pero Cam seguía golpeándola, incluso cuando la sangre
comenzó a salirle por la nariz y la boca, nunca dejo de hacerlo. Desde el momento en
que Cam había comenzado la caza de Proscritos, se había obligado a sí mismo a no
prestarle atención a los gemidos de las chicas. De lo contrario, no habría podido seguir
haciendo eso. Los Proscritos no tenían vida y carecían de valor; pero a pesar de todo
eso, eran una amenaza para todo lo que le importaba a Cam.
– Tu – puñetazo – no – golpe con la rodilla – te quedaras con ella.
La Proscrito se atragantaba mientras expulsaba uno de sus dientes y escupía sangre en la
camiseta de Cam.
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– ¡Mira quién habla! Alguien que ni siquiera ha tenido nunca la oportunidad – la golpeo
de nuevo, justo en el ojo. – Yo si la tuve. ¿Escuchaste eso, Proscrito? Puede que ya no,
pero solía tener la oportunidad.
Golpear a un Proscrito era fácil, demasiado fácil. Era un acto inútil, como un antiguo
videojuego que ya habías superado pero lo jugabas de nuevo por aburrimiento. Ellos
sanaban al igual que todos los caídos, no importaba cuánto daño se les causara.
La Proscrito gruño cuando Cam le dio en el cráneo la última patada que la tiro al suelo.
Aterrizo boca abajo en un montículo de hojas. Después de eso, no se movió, por lo que
Cam la tiro de sus pies llevando su ensangrentado cuerpo de vuelta por donde había
venido.
– Dile a tus amigos que no son bienvenidos en este bosque – le grito, mientras abría una
Anunciadora y la metía dentro.
Se recostó contra la secuoya y tomo una larga y calmante aspirada de su cigarrillo justo
cuando Lucinda comenzaba a bajar las escaleras.
- 53 -
“Una Cita con un Proscrito”
P
hil sacó el destartalado Mercedes color granate de la carretera Costa del Pacifico a
la tercera señal que ponía “Vista panorámica” La mayoría de las parejas
estacionaban en la segunda señal al norte de La Escuela de la Costa, pero por lo que
Shelby había odio, eso era solo si estaban “oficialmente juntos” y definitivamente iban a
darse el lote. Shelby aun no estaba totalmente consciente de lo que hacia con ese chico.
Apenas hablaron en el viaje. Pensándolo bien, apenas habían hablado desde que se
conocieron, solo una especie de gesto cuando se veían en los pasillos y en ocasiones
intercambiando tareas.
El la había invitado a salir por primera vez esa noche y ella había dicho que si porque…
el era casi guapo. Podría haber sido más guapo si Shelby fuera la clase de chica que le
daba a sus novios cambios extremos. Tal vez debía sugerirle algunos cambios. Como…
¿Por qué seguía utilizando esas odiosas gafas de sol? El sol se había escondido hacia
horas.
Después de un momento de observar el océano iluminado por la luna delante de ellos,
Phil alcanzo la mano de Shelby y la apretó con fuerza sobre sus vaqueros… estaba
realmente suave. Su tacto era frío, recorriendo todo el cuerpo de Shelby a través de sus
vaqueros, pero ella se obligo a permanecer sentada allí y a pretender que era romántico
o algo.
– ¿Así que tienes una nueva compañera de cuarto? – le preguntó a Shelby que puso los
ojos en blanco
– Si, pero ¿Quién quiere hablar sobre ella?
– Tal vez yo quiera.
- 54 -
– ¡Entonces invítala a salir! – Dijo Shelby, apenas tratando de ocultar su repentina furia.
Jesús, hombre. Que buena forma de hacer sentir a una chica especial.
– Lo siento, Shelby. – Su mano helada la apretó con fuerza – Solo quería saber si las
dos se estaban llevando bien.
– ¿Te gustaría mucho teniendo una habitación para ti solo de repente llegara esta… esta
chica martirizada y te arruinara todo?
– Me gustaría conocerla algún día.
– ¿Qué? – Shelby no estaba segura de si Phil le estaba jugando una broma o si ella
estaba reaccionando de forma exagerada. Ella tenía fama de reaccionar exageradamente.
Como cuando fue enviada a un territorio completamente Nefilim. Padre ausente, madre
destrozada, bla, bla, bla. – Si, como quieras. Seguro.
– Tal vez podríamos salir todos alguna vez – dijo él.
– Dije “seguro” – como si alguna vez sucediera. Shelby y Lucinda no eran exactamente
las mejores amigas.
Phil sonrió. Ella nunca lo había visto sonreír antes. Nunca había notado cuan pálidos
eran sus labios.
– Excelente – dijo él, acomodándose las gafas justo por encima de sus ojos. Shelby
contuvo el aliento ante el iris de sus ojos. Eran del azul más hermoso e intoxicante que
jamás había visto. El color era tan increíble que casi parecía imposible que fuera real.
No tenía más opción que besarlo.
- 55 -
“Daniel en L.A.”
L.A.”
C
uando el sol se puso sobre los barrios bajos de Los Ángeles, una ciudad de tiendas
de campaña se levantó. Una por una hasta que la multitud de ellas impedía el paso
de los coches por las calles. Un montón de tiendas de jirones de nylon arrancados de la
parte trasera de un camión de Wal-Mart. Y las otras tiendas hechas de la nada, una
sábana sobre alguna tabla de madera. Familias enteras metidas en esas tiendas. Para
ellos la pérdida había terminado allí, porque al fin podían dormir sin miedo a la muerte.
Y porque, después de la noche, los policías dejaron el lugar solo. Daniel terminó allí
porque siete mil personas le hacían más fácil soportar todo. Y porque los barrios bajos
era el último lugar en la tierra donde esperaba encontrar a Luce.
Daniel se había hecho una promesa después de la última vida. Perderla de esa manera:
un resplandor brillante en medio de un lago congelado. No podía soportarlo. No podía
dejar que ella muriera de nuevo por él. Ella merecía amar a alguien sin tener que
pagarlo con su vida. Y tal vez hubiera podido si tan solo Daniel se hubiera mantenido
alejado.
Así que, en el centro, a lo largo de la calle Grittiest en la ciudad de los Ángeles, Daniel
montó su tienda, lo había hecho todas las noches durante los últimos tres meses, desde
que Luce había cumplido trece años. Cuatro largos años antes de que, como suele pasar,
se encuentren. Eso fue lo que llevó a Daniel a romper con ese ciclo.
No había nada más solitario o depresivo que los barrios bajos de los Ángeles. Ninguno
de los otros hogares que había construido Daniel para el mismo había resultado tan
desolador. Pero al menos en ese lugar, no había nada de romanticismo. El tenía los días
libres para pasear por la ciudad, y en la noche, tenía una tienda, que al cerrar la
cremallera dejaba al resto del mundo fuera. Tenía unos vecinos que se cuidaban los
unos a los otros. Tenía un sistema que podía manejar.
Hacía mucho tiempo que había dejado de buscar la felicidad. Travesuras que nunca se
atrevió a realizar, no como lo hicieron sus amigos ángeles caídos. No, prevención,
- 56 -
prevenir a Luce de enamorarse de él, de siquiera conocerlo en esta vida, ese era su único
y último objetivo.
Él rara vez volaba, y extrañaba hacerlo. Sus alas querían salir y sentirse libres. Sus
hombros le provocaban picazón casi todo el tiempo y la piel de su espalda se sentía a
punto de estallar por la presión. Pero parecía demasiado conspicuo dejarlas libres, aun
en la noche, en la oscuridad y solo. Siempre hay alguien que lo ve, y Daniel no quería
que Arriane o Roland o incluso Gabbe supieran dónde estaba escondido. Él no quería ni
la más mínima compañía.
Pero de vez en cuando, se supone que debía reunirse con un miembro de La Escala.
Ellos eran una especie de oficiales de libertad condicional para los caídos. En el
comienzo, La Escala tenía más importancia. Más ángeles por ahí que vigilar, más
ángeles para llevarlos a su verdadera naturaleza. Y ahora que muy pocos de ellos se
mantuvieron “en juego”, a La Escala le gustaba tener un cuidado especial con Daniel.
Todas las reuniones que él había tenido con ellos a lo largo de los años, habían sido
nada más que una enorme pérdida de tiempo. Hasta que la maldición se rompió, las
cosas estaban obligadas a seguir un curso: el limbo. Pero Daniel ha estado dando vueltas
por ahí el tiempo suficiente para saber que si él no los busca, ellos vendrán por él.
Al principio, Daniel había pensado que la nueva chica era uno de ellos.
Resulto que era algo completamente diferente.
– Hey.
Una voz fuera de la tienda. Daniel abrió la cremallera y saco la cabeza. El cielo al
atardecer era de un rosa pálido. Otra noche caliente.
La chica estaba parada enfrente a él. Tenía el cabello en puntas y una desgastada
camiseta blanca. Su cabello rubio estaba enrollado en un espeso nudo en la parte
superior de su cabeza.
– Me llamo Shelby – Dijo.
– ¿Y?... – Dijo Daniel mirándola fijamente.
- 57 -
– Y que tú eres el único chico de mi edad en este lugar. O al menos, el único chico de
mi edad, que no está a la vuelta de la esquina cocinando Crack. – dijo señalando una
parte de la calle que desemboca en un callejón oscuro que Daniel nunca había visto. –
Solo pensé en presentarme.
Daniel entrecerró sus ojos. Si ella fuera de La Escala hubiera tenido que anunciarse
antes. Ellos aparecen en la tierra vestidos como humanos, pero siempre anuncian su
llegada a los Caídos. Es simplemente una regla más.
– Daniel – dijo finalmente. Él no salió de su tienda.
– ¿No eres muy amable? – Preguntó en voz baja. Se veía molesta pero aun así, se quedó
dónde estaba. Se le quedó mirando fijamente, cambiando su peso de un pie al otro y
tirando del dobladillo de sus shorts. – Mira, uh, Daniel, tal vez esto te va a sonar
extraño, pero tengo una entrada a la fiesta de esta noche en el Valle. Vine a preguntarte
si querías ir – se encogió de hombros – podría ser divertido.
Todo lo relacionado esta chica parecía un poco más grande que la vida. La cara
cuadrada, la frente alta, los ojos verdes salpicados de color avellana. Su voz se elevó por
encima de todo el lugar. Se veía lo suficientemente fuerte como para hacerlo en la calle,
pero
por
otra
parte,
también
sobresalía.
Casi
tanto
como Daniel.
Se sorprendió al darse cuenta que, mientras más la miraba, más difícil se le hacía apartar
la mirada. Se veía tan increíblemente familiar. El debió haberse dado cuenta de eso
desde antes, cuando la veía caminar por ahí. Pero no fue sino hasta ese momento que se
dio cuenta a quién le recordaba Shelby. Ella era la viva imagen de
Sem.
Antes de la caída, Sem fue uno de los confidentes más cercanos de Daniel. Uno de los
poco verdaderos amigos que tenía. Precoz y lleno de opiniones, Semihazah fue honesto
y ferozmente leal. Cuando comenzó la guerra y muchos de ellos dejaron el cielo, Daniel
estaba demasiado ocupado con Luce. De entre todos los ángeles, Sem fue el único que
se acercó y comprendió la situación de Daniel.
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El tenía una debilidad similar por el amor.
Precioso, hedonista. Sem podría lanzar un hechizo sobre alguien conocido.
Especialmente el sexo débil. Por un tiempo, parecía que cada vez que Daniel veía a Sem
luego de la caída, el tenía una chica mortal diferente bajo sus alas.
Excepto la última vez que se encontraron. Fue hace unos años. Daniel estaba en la
época en la que Luce estaba viva, por lo que se acordó de la visita de Sem el verano
antes de entrar a la escuela intermedia. Daniel pasaba sus días en Quintana Roo cuando
Semihazah se presentó en su puerta solo.
Una llamada de negocios. Sem tenía la insignia que lo demostraba. Una cicatriz de La
Escala. La insignia de oro de la cicatriz de siete puntas. Ellos lo habían encontrado. Lo
habían estado persiguiendo y finalmente se cansó. Daniel se preguntó si alguna vez se
ha sentido cansado de todo esto.
A Daniel le dolía ver a su amigo así… tan… tan cambiado. Ahora formaba parte de La
Escala y todo en el parecía más pequeño. La llama dentro de él se había apagado.
Su último encuentro fue tenso y sin gracia. Hablaron como si fueran unos extraños.
Daniel recordó haberse sentido aún más furioso cuando Sem ni siquiera preguntó por
Luce. Cuando se fue, maldijo por lo bajo y Daniel supo que no lo volvería a ver. Él
pediría que lo reasignaran a otro caso. El pediría a alguien más fácil de tratar.
Daniel aceptó que tal vez nunca volvería a ver a su amigo. Razón por la cual, se dio
cuenta de quién era la chica.
Parada delante de él en el barrio bajo de L. A. estaba una descendiente de Semihazah.
Una hija.
Ella debía de tener una madre mortal. Shelby era una Nefilim.
Daniel se puso de pie para verla mejor. Ella se puso rígida, pero no retrocedió ni un solo
paso cuando se le acercó a su rostro. Debía tener unos 14 años. Linda, pero
problemática. Como su padre. ¿Ella siquiera sabía quién, o que, era? Sus mejillas se
sonrojaron mientras Daniel la miraba con detenimiento.
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– Um, ¿Estas bien? – preguntó ella.
– ¿Dónde es la fiesta?
Pasaron una hora atrapados en el tráfico en una furgoneta llena de extraños. Daniel no
era capaz de hablarle a Shelby, aun si supiera que decirle. “Háblame del padre que te
abandono” no parecía la mejor manera de comenzar. Cuando finalmente pasaron las
colinas de los Ángeles, llegaron a un extenso valle. La furgoneta se detuvo frente a una
casa a oscuras. No se parecía en nada a una fiesta.
Daniel tuvo cuidado. Durante todo el viaje estuvo buscando señales de que esa fiesta
fuera más que una ordinaria y humana fiesta. Una señal de que Shelby perteneciera a un
círculo de Nefilims de los que le había oído hablar a Roland. Daniel nunca le había
prestado atención a eso antes.
La puerta estaba abierta, Daniel entró siguiendo a Shelby, y Shelby siguiendo al resto de
personas. Esa no era una reunión celeste. No, la gente de esa fiesta parecía sin vida. La
única luz de la habitación provenía del refrigerador que quedó medio abierto cuando
alguien fue por una cerveza, estaba tapada y caliente y algo en la esquina de la
habitación olía a podrido.
Daniel no sabía porque había venido, que estaba haciendo en ese lugar, y esto le
provocó un dolor por Luce. ¡Él podía volar lejos de ahí e ir hasta ella en ese momento!
El tiempo que pasaban juntos eran los únicos momentos en toda la existencia de Daniel
en los que su vida tenía sentido.
Hasta que ella se va en un destello y todo se vuelve oscuro.
Él estaba olvidando su promesa, de mantenerse lejos esta vez. De dejarla vivir.
En la oscuridad, en la desagradable habitación, Daniel se imaginó como seria su vida sin
ella, y se estremeció al pensarlo. Si hubiera tenido una salida, la hubiera tomado. Pero
no lo hizo.
– Esto apesta. – Shelby estaba parada al lado de Daniel. A pesar de que Shelby estaba
gritando por encima de la música discordante, Daniel sólo lograba leer sus labios.
Señaló a la puerta trasera con su cabeza. Daniel asintió, siguiéndola.
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El patio trasero era pequeño y cercado. El césped estaba descuidado y quemado, con
parches de tierra arenosa. Se sentaron en una placa de cemento pequeña, mientras
Shelby destapaba una cerveza.
– Lo siento, te arrastré hasta aquí para ver este espectáculo de mierda. – Dijo, tomando
un trago, luego se la paso a Daniel.
– ¿Sales con esta gente muy a menudo?
– Es la primera y última vez – dijo – Mi madre y yo, no nos quedamos en un mismo
lugar por mucho tiempo, así que nunca llego a tener algún amigo por mucho tiempo.
– Bien – Daniel dijo – Quiero decir, no creo que esta sea la clase de amigos con los que
debes pasar tu tiempo. ¿Qué edad tienes, catorce?
Shelby resoplo – Um, gracias por la advertencia, papa. Pero soy capaz de cuidarme sola,
tengo años de práctica.
Daniel dejo la cerveza y miro hacia el cielo. Una de las razones por la que le gustaba
L.A. era que nunca se veían las estrellas. Esta noche, pensó, las extrañaba.
– ¿Qué hay de tu familia? – preguntó Daniel finalmente.
– Mi mama es buena, trabaja todo el tiempo. O, todo el tiempo se la pasa buscando
trabajo. Tiene un talento especial para que la despidan. Así que seguimos mudándonos y
ella sigue prometiendo que algún día las cosas serán “estables” para nosotras. He tenido
algunos problemas, ya sabes, adaptándome. Es una larga historia…
Shelby se detuvo, como si pensara que ya había dicho demasiado. La forma en la que
estaba evitando la mirada de Daniel, le hizo entender que ella sabía al menos un poco
sobre su linaje de Nefilim.
– Pero mi mama piensa que ella tiene la solución – continuo, sacudiendo la cabeza. –
Ella tiene la idea de abrir una escuela y todo. Es algo así como un sueño.
– ¿Y tu padre?
– Nos abandonó antes de que yo naciera. Un hombre con mucha clase, ¿no?
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– Solía ser así – Daniel dijo suavemente.
– ¿Qué?
Luego, Daniel no supo porque, extendió su mano y tomo la de Shelby. Ni siquiera la
conocía, pero sintió la necesidad de protegerla. Era la hija de Sem. Lo cual la convertía
casi en la sobrina de Daniel. Ella se sorprendió cuando sus dedos se entrelazaron, pero
no se apartó.
Daniel quería llevársela lejos de ahí. Ese no era un lugar para una chica como Shelby.
Pero al mismo tiempo, él sabía que esa fiesta o ese barrio no era el problema. La vida de
Shelby era el problema. Estaba totalmente jodida. Todo por culpa de Sem.
Justo como todas las vidas de Luce estaban jodidas por culpa de Daniel.
Daniel trago saliva y se sorprendió a sí mismo, al sentir la nueva necesidad de ir por
Luce. Él no pertenecía a ese lugar, a ese patio cercado, a esa noche calurosa, a esa
estúpida fiesta, con nada por lo que luchar por el resto de la eternidad.
Ahora Shelby apretaba su mano. Cuando sus ojos se encontraron, se veían diferentes.
Más grandes. Más suaves. Se veían como…
Uh-oh
Se alejó y se puso de pie rápidamente.
Shelby pensó que él quería algo muy diferente a lo que en realidad pasaba por su mente.
– ¿A dónde vas? – Dijo ella – ¿Hice algo mal?
– No –Daniel suspiró – Yo lo hice.
Él quería dejar las cosas claras pero no sabía cómo. Daniel fijó su mirada en la puerta de
alambre roto cuando una sombra se tambaleo ligeramente en el viento fuerte y cálido.
Una anunciadora.
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Normalmente las ignoraba. En el último par de años, aparecían cada vez menos. Tal vez
esta anunciadora, tenía algo que ver con Shelby. Tal vez podría descubrir todo a través
de la sombra, en vez de las palabras.
Daniel asintió hacia la anunciadora y la dejó deslizarse en la palma de su mano.
Después de un momento, Daniel la convirtió en un rectángulo, un rectángulo negro.
Podía ver como la imagen comenzaba a verse más clara. Y supo instantáneamente que
había cometido un gran error. Luce. Sus alas se quemaban y su corazón dolía como si se
hubiera roto en pedazos dentro de él. No sabía que o cuando la estaba viendo en el
tiempo. Pero eso no le importaba. Todo lo que podía hacer era no entrar en la sombra e
ir tras ella. Una sola lágrima se deslizó por su mejilla.
– ¿Qué demo…? – El tono sorprendido de Shelby interrumpió la concentración de
Daniel.
Pero antes de que Daniel pudiera responder, una sirena sonó en la calle. Las luces
intermitentes iluminaron un lado de la casa, luego, el césped del patio trasero. La
Anunciadora se escapó de las manos de Daniel. Shelby se puso de pie, estaba mirando a
Daniel como si hubiera acabado de entender algo, pero no tenía palabras para
explicarlo.
Entonces fue cuando la puerta que estaba detrás de ellos se abrió y dio paso a un puñado
de chicos corriendo.
– Policías – Uno de ellos le susurro a Shelby, antes de que todos atravesaran el césped
hasta la cerca. Se ayudaban entre ellos a pasar al otro lado de la cerca.
Un momento después, dos policías estaban revisando el perímetro de la casa y se
detuvieron enfrente de Daniel y Shelby.
– Bien, niños, vendréis con nosotros.
Daniel entrecerró los ojos. No era la primera vez que lo arrestaban. Tratar con los
policías siempre había sido para él una molestia menor y una gran broma. Pero Shelby
no lo estaba tomando tan bien.
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– ¿Ah si? – Exclamó – ¿Bajo que cargos?
– Irrupción a la fuerza en una residencia privada. Uso ilegal de sustancias. Consumo de
alcohol. Perturbación de la paz y alguien robó ese carrito de compras de Ralphs. Elige,
cariño.
En la estación, Daniel saludó a los dos policías que conocía y sirvió dos tazas de café,
una para Shelby y otra para él. La muchacha lo miró nerviosa, pero Daniel sabía que no
tenía mucho de qué preocuparse. Estaba a punto de tumbarse en el asiento donde
minutos antes el policía le tomó sus datos y llenó su ficha policial cuando vio a alguien
de pie en la puerta de la estación.
Sophia Bliss.
Estaba vestida con un elegante traje negro, con su cabello color plata enrollado a la
altura de su cabeza en un nudo, sus tacones negros haciendo ruido con cada paso que
daba en el suelo de madera mientras se acercaba a Daniel. Sus ojos se fijaron
rápidamente en Shelby, luego volvieron a Daniel, mientras se dibuja una sonrisa en su
rostro.
– Hola, cariño – dijo. Se volvió hacia los policías – Soy la oficial de libertad
condicional de este adolescente. ¿Por qué está aquí?
El policía le entregó el reporte. La Srta. Sophia lo revisó rápidamente, chasqueando su
lengua.
– ¿En serio, Daniel, robo de un carrito de la compra? Y sabías que esta era tú última
violación antes de que la corte ordenara la reforma escolar. Oh, no pongas esa cara –
dijo. Una extraña sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios – Te gustara Espada &
Cruz. Lo prometo.
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“Fragmento Exclusivo del Diario de Daniel
Grigori”
Grigori”
- Prologo: Aguas Neutrales – Golden, Columbia Británica –
– Marzo 21, 1992 –
La próxima vez, tendré que renunciar a ella.
En esta vida, ya estamos demasiado lejos. Nuestro curso esta definido. Nuestros
antiguos tormentos están por delante de nosotros. Mi pluma tiembla mientras escribo
estas palabras:
No la puedo salvar.
Ha pasado un mes desde que ella me encontró en una librería. Un mes desde que ella se
presentó. Esta vez su nombre es Lucy. Su atractivo va más allá del suave rubor de sus
mejillas, de cómo metió su cabello por detrás de la oreja antes de ofrecerme la mano.
Un mes de tener esa mano en la mía cada tarde cuando ella regresaba a casa de la
escuela.
He acariciado cada centímetro de su cuerpo. He saboreado cada poro de su suave piel y
he llenado muchos cuadernos de bocetos con sus ojos hipnotizantes. Nada es más
agridulce que este mes de euforia. Siempre es lo mismo con cada amor de cada vida.
Soy un tonto por estarlo disfrutando. Sobre todo con el final tan cerca.
Años atrás, Gabbe me dijo que no escribiera este libro. Y hay una larga de lista de
razones por las que ella tendría la razón. He sido perseguido por cosas que escribo.
Juzgado por herejía. Me he ido de generaciones humanas con un precio en mi mente.
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Por supuesto, ahora mismo, la única razón que me importa es la siguiente:
Si yo nunca hubiera escrito Los Vigilantes: El mito de la Europa medieval, Lucinda
nunca hubiera tropezado con migo en la estantería de libros, mientras yo reponía un
ejemplar de Los Vigilantes, en la universidad donde estudiaba su hermana. Ella nunca
me hubiera invitado a caminar por el campus para conocer a Vera después de clases.
Nunca se hubiera llenado de valor durante esos diez minutos para escribirme el número
de su móvil en el reverso de un recibo de una tienda farmacéutica. Nunca habríamos
terminado en la casa de sus padres esa noche. Nunca habríamos caminado por la nieve
detrás de la casa de sus padres, hablando durante horas, riéndonos como si nos
conociéramos desde siglos atrás.
Nunca nos hubiéramos enamorado.
Y ella no estaría viviendo sus últimos días.
No, ni siquiera aquí, en estas paginas privadas, ¿Porque continúo ilusionándome?
¿La verdad?
Lucinda me habría encontrado a pesar de mi estúpido libro. Al igual que lo hace
siempre. Ella me habría encontrado y me habría seguido, bajando sus defensas de una
manera que nunca entiende. Ella se habría enamorado de todas formas. Por milésima y
una vez en su vida.
¿Y porque no? Esto no le hace daño a ella… solo hasta el final.
Lo que significa que esta en mi hacer el cambio.
Porque, como el cielo es mi testigo, me es imposible seguir así. La agonía de una
pérdida más me abruma. Me vuelve loco.
Tener que verla caminar una vez más en el fuego.
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No puedo.
Que estas páginas sirvan como un registro: Si se necesitan 17 años para purgarla a ella
de mi alma, sé que lo haré. La adicción se desvanecerá. El dolor de su partida tiene que
desaparecer.
¿Es siquiera posible? ¿Que un día el amor deje de atormentarme? ¿Hasta que ella sea
sólo un recuerdo, no una droga que necesito tener? Es muy difícil de imaginar, y es la
única opción que me queda.
Si puedo hacer eso por ella, Lucinda vivirá una larga y saludable vida. Ella hará algo
que no había hecho nunca antes: Morirá en su vejez. Ella amara y encontrara la
felicidad. Todas esas cosas que nunca conoció antes. Todo eso sin mí.
Es demasiado tarde ahora, pero no siempre lo será. Ya he comenzado las preparaciones
para nuestro próximo encuentro en 17 años.
Como salvarla. Como alejarla de mí
Ayer, fui a una reunión.
Había un volante en la parada de autobús de la esquina de Grand y Calgary: Doce pasos
para superar la adicción. Estaba muy nervioso después de cinco horas de no verla. Cinco
horas. Era todo lo que podía esperar hasta que llegara a casa de la escuela, para poderla
tomar entre mis brazos y…
Detengámonos. Siempre me tengo que frenar a mí mismo. Los momentos en los que no
he tenido que estar cuando ella muere. Tan pronto como la beso, tan pronto como hago
lo que me siento obligado a hacer, se la llevan lejos de mí
Amor. Desvanecimiento. En el aire.
Conozco todo esto muy bien, pero nunca ha sido fácil de controlar.
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Así que memorice la dirección del volante. Fui en bus y camine un poco. Entre en la
habitación oscura, de techo bajo anexada a una iglesia. Me senté en una dura silla
plegable en un pequeño círculo de los extraños con rostros sombríos. Cuando fue mi
turno, me puse de pie. Me aclare la garganta y trate de ignorar la picazón que me
provocaban las alas cuando dije: Hola, mi nombre es Daniel y soy un adicto.
Ellos asintieron y me dijeron: Háblanos de lo más lejos que has llegado.
El otro día, por ejemplo, fui más allá con mi droga preferida. Un paseo por el bosque.
Eso es todo. La nieve que cae, el sol quemando atreves del follaje de los árboles y ella.
Apuesto a que nadie nunca se ha sentido más vivo que yo. Fue como si no me bastara
ese momento. Sabía que podía tornarse feo. Sabía que estaba bailando con una
sobredosis, pero ese tentador beso fue simplemente hermoso, la verdad es, que siempre
resulta embriagador besarla. Cada momento supera la metáfora.
Ellos dijeron: Ahora de lo más bajo que has llegado.
Vacío. Desde el primer instante, escapo hasta el siguiente instante en el que me pueda
apoyar. Un vacío absoluto que me desgarra el pecho, sacando algo vital de él, peso
donde debería haber ingravidez. Un abandono peor que el infierno.
Luego dijeron: ¿así que eso vale la pena?
Y me quede en silencio porque es todo lo que hay y no, no vale la pena.
Y esos bastardos se quedaron mirándome como si lo hubieran conseguido.
Se dice que en algunos círculos uno tiene grandeza e ilusiones, pero este no es el caso.
Me reconocí a mí mismo en todas esas tristes almas que me rodeaban en la reunión. Mi
expresión de pérdida, el triste reflejo en cada uno de ellos. Sus pieles eran amarillas y
olían como el infierno, sus ojos estaban hundidos en una especie de desilusión y
debilidad. Y cada uno de ellos me decía que todo es más fácil de lo que parece.
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Más fácil.
No para mí.
Esto no iba a funcionar, se habló del amor con nostalgia, y en cierto modo, envidio eso.
Pero el problema de esas reuniones es que su lema y sus motivos para reunirse no se
aplican en mí.
Un día a la vez por más de 60 años es una gota en el océano comparado con lo que estoy
viviendo. Una eternidad sin la única cosa que me hace sentir completo. Un vacío
enorme. No tiene comparación.
También estaba el problema de Dios.
Ellos dijeron: Haz que te devuelva el sano juicio, búscalo a él.
Y la decepción de sus rostros cuando le dije que, sinceramente, es un ensayo sobre Dios
que simplemente no me va a ayudar. Yo sabía lo que estaban pensando: Con el tiempo,
con algunas reuniones más y un poco de perspectiva recta y sobria, me harían entrar en
razón. Ojala pudieran.
El lado bueno es que salí de la reunión con pensamientos más claros de los que he
tenido antes:
Mi adicción no me está matando. Yo soy la cosa toxica que la está matando a ella.
Di un paso hacia las sombras detrás de la iglesia, deje que mis alas de deslizaran y se
abrieran bruscamente.
Nunca me había sentido tan impotente. A pesar de estar volando lejos, hacia el cielo
blanco como la nieve, sobre la tormenta que estuve esperando durante días. Mis alas no
me pueden salvar. Mi naturaleza no puede salvarme. Es mi alma la que tiene trabajo que
hacer. Tengo que cerrar la puerta de Lucinda.
- 69 -
En la siguiente vida.
Esta vida ya ha avanzado mucho. No hay forma de detenerla ahora mismo. Empezó a
nevar otra vez y tengo que volver. Hay una fiesta de patinaje en la casa de Lucy esta
noche. Vera invito a todos sus amigos y le prometí que iría.
Voy a aparecer. Yo sé lo que viene. Y la amare como se debe hasta el último momento.
Esta será la última vez que Lucinda muera en mis manos.
La próxima vez, voy a renunciar a ella.
DG
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Oscuros. La Trampa del
Amor
“Miles en la Oscuridad”
Oscuridad”
M
iles nunca había tenido la intención de fragmentar a Luce.
Un momento, ella había sido una chica solitaria en peligro, también era su amiga, la
bella chica que él había besado una vez. Pero ese no era el punto, y un segundo después,
los ojos de Miles se nublaron y el corazón le comenzó a latir muy rápido, y antes de
saber lo que estaba haciendo, había lanzado un reflejo de Luce directamente al
enfrentamiento con los Proscritos. La logro reflejar de la nada gracias a los profundos
sentimientos que sentía por ella.
De repente, había dos Luces. Ambas tan hermosas como un cielo estrellado: vaqueros
oscuros, camisas oscuras, dos cabezas de cabello oscuro. Y luego, hubo una mirada muy
oscura en la Luce falsa cuando decidió irse con los Proscritos. Y luego con una flecha
estelar, el reflejo había desaparecido.
Y después, demasiado pronto, su amiga, la verdadera Luce, también había desaparecido.
¡Él era tan idiota! Las estúpidas palabras que él le había dicho a ella la primera vez que
tuvieron una conversación sobre su tan admirada habilidad no paraban de resonar en su
cabeza: “Es muy fácil hacerlo con las personas, que, ya sabes, amas.”
- 71 -
¿Se acordaría Luce de esa conversación que tuvieron aquel día en la terraza de la
escuela? ¿Fue lo que él le dijo a ella una de las razones que la motivaron a adentrarse
sola en esa Anunciadora?
Ella ni siquiera miro hacia atrás.
Ahora el patio trasero estaba lleno de ángeles incrédulos. Miles y Shelby estaban
pasando un mal momento lidiando con lo que Luce había hecho, pero ya la habían visto
abrir las Anunciadoras. Los ángeles, en cambio, parecían a punto de entrar en shock.
Miles vio al novio de Luce tratando de lidiar con su propio asombro. Abría y cerraba la
boca como un estúpido. Daniel no sabía que su novia podía hacer eso y mucho más. No
tenía ni idea de lo que era capaz de hacer ella.
Miles les dio la espalda a todos ellos y se cruzó de brazos. No le haría ningún bien
enojarse con Daniel. Luce estaba loca por él y además han estado enamorados por
siempre. Miles no podía competir con eso.
Le dio una pequeña patada al césped seco e inútilmente se tropezó con algo que brillaba
en la oscuridad.
Una flecha estelar sin dueño.
Nadie estaba mirando. Los ángeles estaban muy ocupados discutiendo entre ellos sobre
la mejor manera de encontrar a Lucinda.
Miles se sentía salvaje, desquiciado y para nada él mismo. Pero de repente agarro la
flecha estelar y la guardo en el bolsillo interior de su gabardina marrón.
– ¡Miles! ¿Qué estás haciendo? – susurró Shelby haciendo que Miles saltara del susto.
– ¡Nada!
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– Bien – lo llamo con la mano desde el cobertizo lejos de la vista de los ángeles. –
Entonces ven aquí y ayúdame con esta Anunciadora. Ha sido un verdadero dolor
el…argh – la oscura sombra se envolvió en las manos de Shelby con aire indiferente.
– ¡Shelby! – Miles susurro mientras corría hacia ella. – ¿Por qué estás haciendo eso?
– ¿Por qué crees, imbécil?
Miles se rió por lo bajo ante la feroz determinación de su rostro. No era la Anunciadora,
era Shelby. Era muy difícil para ella admitir que quería a Luce, pero moriría primero
antes de intentarlo. Era incluso tierno.
– Quieres… ¿Quieres ir tras ella? – pregunto él.
– ¡Duh! – dijo ella – ¿Estás conmigo? ¿O también estas demasiado asustado? –Miro a
Miles, luego trago saliva, cambio su tono de voz, y le tomo la mano – Por favor, no me
hagas ir sola.
Miles tomo la Anunciadora de las manos de Shelby y forcejeo con ella hasta expandirla
en la oscuridad. Pronto se abrió un portal negro como la tinta, muy parecido al que Luce
había acabado de entrar.
– Estoy contigo – dijo el, mientras tomaba la mano de Shelby.
Y juntos, entraron en la oscuridad.
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“Daniel en el Juicio”
Juicio”
– Ángel, ¡asciende!
Daniel se levantó de su silla y extendió sus alas produciendo un leve golpe. Él estaba
flotando a unos metros del suelo, al igual que los nueve ángeles de La Balanza en sus
siniestras capas negras que se agitaban en la sala común de juntas de los mortales a las
afueras de Dayton, Ohio. Dejó las alas al descubierto para mostrarles que estaba
desarmado. Los ángeles de edad que estaban presentes se sentaron en los asientos de oro
que habían sido especialmente instalados para El Juicio.
Llegada las ocho de la mañana, toda la evidencia de esa reunión habrá desaparecido.
– Es posible que quedes en el exilio – trono la misma voz detrás de él. Un ministro sin
rostro al cual Daniel no volvería a ver nunca más.
Aterrizo en la alfombra y se sentó solo, detrás de la larga mesa enfrentando a toda La
Balanza. Vio el sol saliendo por la ventana, tan increíblemente aburrido como el ritual
que se desarrollaba en ese momento. Cada uno de los miembros de La Balanza le estaba
dando la espalda, echando hacia abajo las capuchas de sus túnicas y dejando al
descubierto la insignia de oro marcada en la parte de atrás de sus cuellos: cada uno
llevaba tatuada una estrella de siete puntas.
Como si le importara. Como si esa fachada de La Balanza de una comunidad altamente
exclusiva llegara a interesarle. Era una junta que debatía simple y llanamente la libertad
condicional, era una junta celestial. La Balanza estaba compuesta de ángeles menores
hambrientos de poder. Ángeles tan lejos en los rangos de importancia que, antes de La
Caída, el Trono ni siquiera había sido capaz de distinguir a alguno de ellos de otro.
Claro, tenían poder ahora, pero… Daniel jamás se hubiera sentido tan superior a La
Balanza si ellos no hubieran estado jugando a ser superiores a Él.
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– ¿Daniel Grigori? – preguntó un miembro de La Balanza que para Daniel tenia cara de
sapo.
Ninguno de ellos tenía nombre. Era parte del protocolo de La Balanza. Una vez un
ángel se uniera a la secta, dejaba a un lado su individualidad. El grupo, sentía, que era
más importante que un solo ángel. Y de esa manera, los miembros de La Balanza se
negaban a darse nombres angelicales a ellos mismos. Ahora, eran parte de una gran
fuerza, una sola entidad.
– ¿Sí? – Daniel miro alrededor y puso los ojos en blanco como diciendo “¿Quién más si
no yo? – Yo soy el que es llamado Daniel Grigori. – Tenía que utilizar el protocolo por
ahora, pero cada Juicio lo irritaba una y otra vez.
Él había sido llamado ante La Balanza muchas veces a través de los años; aunque en un
principio eran tantos otros ángeles en la mesa con él, que el procedimiento se había
hecho menos doloroso. Ahora que Daniel, junto con otros pocos, no se inclinaba hacia
ningún bando, uno de los pocos que no habían elegido ni al Trono ni a Lucifer, La
Balanza había hecho de él, su proyecto favorito. Lo llamaban con cualquier excusa.
Pasaba muy poco tiempo con Lucinda y demasiado tiempo en esa burocracia. El los
odiaba por eso.
Cara de sapo se puso de pie y leyó en voz alta de un pesado rollo de pergamino.
– Usted es acusado de coacción hacia un Huésped establecido del Cielo.
– ¡Vamos! – dijo Daniel – Eso es ridículo.
– ¿Acaso no converso con Gabrielle Givens en la noche de Octubre del veintisiete,
diciendo, y cito: – en esta parte, la voz de Cara de sapo se convirtió melancólica y
afectada –“¿Nunca has sentido como si esto no valiera la pena en absoluto? ¿De verdad
ha cambiado en algo el Cielo desde la vez que nos echaron?” –Cara de sapo agudizo la
mirada entrecerrando los ojos. – Tenemos a muchos testigos que pueden dar fe de esta
declaración de herejía.
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Daniel trago saliva y dijo:
– Lo dije. Estaba de mal humor. ¿A quién le importa? Gabbe jamás renunciaría a su
puesto en el cielo. Si usted no sabe eso entonces debe ser un…
– ¿Y porque estaba usted de tan mal humor? ¿Sr. Grigori?
– ¡Usted sabe porque! – gritó Daniel, levantándose de su silla y alzándose del suelo. Él
ya había tenido suficiente. Sus alas eran mucho más altas que las de ellos,
empequeñeciendo sus pequeñas, tontas y azules alas y proyectando una sombra de
soberanía en sus rostros viejos. Unos pocos miembros de La Balanza se echaron hacia
atrás en sus asientos.
Uno de ellos se levantó y agito el dedo hacia Daniel.
– Si tanto le disgusta tener que respondernos, hay algo que puedes hacer. Aprenda de
sus errores, Sr. Grigori. Tome las decisiones que debió haber tomado hace mucho
tiempo.
Otro miembro tomo la diatriba.
– En lugar de escoger el amor. ¡Que pintoresco!
Un tercero de ellos continuo mientras el resto se amontonaba alrededor de la larga mesa.
Incluso restándole importancia a sus alas, que podían doblar el tamaño de las de ellos.
– Usted estaba muy distraído por un loco amor como para tomar la decisión correcta
antes. Pero ahora puede corregir sus errores.
Cara de sapo terminó.
– Ahora usted puede hacer lo que sabe que necesita hacer.
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Los cuatro llegaron a él desde cualquier lado, cada uno con camisas y ataduras de
fuerza, todos ellos sonriendo con anticipación. Esto, también, era casi parte de sus
protocolos. La Balanza disfrutaba de los castigos que infligían a los ángeles que no les
hacían caso. De esa manera, no eran muy diferentes a aquellos Caídos que habían sido
etiquetados como Demonios.
– ¡Nunca! – dijo Daniel, aun cuando ellos saltaron hacia él, amarrándolo con esa
horrible y negra camisa de fuerza, de la cual no había forma de salir libre. –¡Nunca! –
repitió antes de que lo ataran alrededor de su pecho, sus brazos, su boca.
El no cedería a La Balanza. Aunque lo ataran por un año, o por miles de años, el no
renunciaría a Lucinda.
- 77 -
Oscuros. La Eternidad y
Un Día
“El Regalo de Daniel”
D
aniel se despertó en una cama de peonías marchitas. La luz de las estrellas se
filtraba a través del dosel que formaban los robles por encima de su cabeza. Su
cuerpo estaba rígido y frío, acurrucado alrededor de un pequeño muñón de árbol; en vez
de estarlo alrededor del cálido cuerpo de su amada.
¿Cuánto tiempo había dormido?
Los pétalos debajo de él estaban aplastados y eran de un color marrón. Soltó el aire en
una forma frágil y decadente. Sus dedos aun tenían el negro sello de la ceniza en que se
habían convertido los huesos de Lucinda, antes de que estallara en llamas. Debía haber
estado durmiendo allí toda una semana, soñando con nada, alejado de este mundo…
pero no era tiempo suficiente. El dolor era extraordinariamente grande, más vasto que el
espacio que abarcaban sus alas… como si su alma cargara con el peso de veinte
hombres, y con el dolor de cada uno, como si cada hombre hubiese perdido a su más
querida amada. El desesperado dolor se estrechaba dentro de una ausencia donde su
corazón debería estar.
En los tres meses que siguieron desde su primer día de San Valentín con Lucinda,
Daniel la había traído de vuelta a ese lugar en el bosque de la Inglaterra Medieval al
menos otras veinte veces. Cada una de esas veces, durante su paseo por la verde aldea
hacia las profundidades frías del bosque, Daniel se encargaba de hacer florecer de nuevo
- 78 -
esas peonías de San Valentín, de modo que cuando Luce entrara en el claro, las flores
estarían tan encantadoras y atrayentes como Lucinda.
Las observó ahora, muertas, y arrancó un puñado de pétalos húmedos y aplastados. No
encontró poder dentro de sí mismo para hacer revivir esas delicadas flores. Él tenía dos
almas diferentes: una cuando Lucinda estaba viva, y otra cuando estaba muerta.
Necesitaba de su afecto, de la gloria de su presencia para ser la mejor versión de sí
mismo. La necesitaba para sumarle luz y dulzura al mundo.
Hizo una mueca mientras trataba de ponerse de pie. Sus alas estaban rígidas por la
tensión y la perdida. Comenzó a moverlas y expandirlas mientras salía del bosque, pero
con cada paso se sorprendía al encontrar su cuerpo aun más pesado y deprimido.
Quería conectarse con la memoria de ella, recorrer todas las calles por las que ella
alguna vez había andado buscando huellas del amor de Daniel. Siempre deseaba lo
mismo cuando ella moría. Nunca fue una buena idea. Esta vez, deforma inexplicable,
decidió darse el gusto. Camino tambaleándose de vuelta a la aldea donde ella había
vivido. Cruzando el camino de tierra, entrando al descubierto mercado a la media noche
y dando la vuelta a la esquina de la estrecha calle donde la familia de Lucinda vivía…
todo dolía más de lo que él estaba dispuesto a soportar.
A tres puertas de la casa de la familia de Lucinda, Daniel vio una luz que salía del
alfeizar de la ventana y gritó de dolor. Se lanzó contra el alto muro de piedra de una
vivienda vecina. La pena lo inundó y sus ojos se llenaron de ardientes lágrimas.
Al final entendió el porqué.
El dolor que él sentía al perder a Lucinda era agravado por el dolor que sentía su familia
por también perderla. Ellos la amaban por quién en verdad era, la amaban de una
manera similar a la que él lo hacía. Ahora ellos sufrían al igual que él, lo cual hacía que
sintiera aun más pena, sabiendo que la había separado de unas buenas personas que se
preocupaban por ella.
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Sigilosamente, se alzó hacia el oscuro cielo y aterrizo en la azotea de la casa donde la
familia de Lucinda dormía. Se recostó contra los sucios ladrillos y extendió sus alas ante
él, tratando de sentir el dolor que irradiaba aquella familia a través del techo.
Era la hora más oscura de la mañana y todo el pueblo estaba dormido. Pero Daniel
escuchaba… o sentía, una mujer llorando justo debajo de él. Siguió el sonido,
arrastrándose a lo largo del techo, escabulléndose por el lado de un muro hasta estar
justo afuera de la pequeña habitación donde sabia que la hermana mayor de Lucinda,
Helen, dormía con su esposo.
Los recién casados estaban profundamente dormidos. Y no había duda que en medio de
los sueños, Helen estaba llorando por Lucinda. Echando un vistazo dentro de la
habitación, Daniel vio la forma de los brazos de su esposo alrededor de ella, besándola
en la arrugada frente, ofreciéndole calma incluso en los sueños.
Estaban enamorados.
Daniel notaba como tantas cosas eran diferentes entre el amor de este esposo y esta
esposa, y entre el amor que él compartía con Lucinda. El amor del que era testigo esa
noche era constante, terrenal y finito. En cambio su amor con Lucinda era tempestuoso,
trascendental y, para mejor o peor, eterno. Era sorprendente que ambos tipos de
conexión, ambas formas de expresar devoción, podían ser llamadas de la misma
manera: Amor.
Y sin embargo, Daniel reconocía una cosa en la forma que tenían los brazos de aquel
hombre alrededor de su esposa: Él daría y haría lo que fuera para apaciguar el dolor de
su amada. Observó con descarada fascinación el somnoliento y profundo beso que se
daban los enamorados. Deseaba que hubiese algo que pudiera hacer.
Había interactuado con muchas almas dentro de sus cuerpos durante el milenio que
había pasado en la Tierra. El había acelerado el proceso de estas almas para llegar a la
paz y la luz del insondable más allá, el equivalente de Cielo para los mortales, al cual
los ángeles no tenían acceso.
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Pero Daniel nunca había guiado a la nueva vida en el mundo. Estaba más allá de sus
poderes… un regalo que sólo El Trono podía dar.
Sólo El Trono podía remover todos los obstáculos de los cuerpos y almas mortales, de
tal manera que, en nueve meses, pudieran traer un feliz y alegre niño al mundo.
Tal vez estos amantes recibirían aquel regalo, Daniel no lo sabía. Pero incluso si tenían
a su propio hijo, este jamás remplazaría a Lucinda. El alma particular que ella tenía
llevaría alegría a alguna otra familia en algún lugar lejano, al cual Daniel tendría que
esperar para eventualmente encontrarlo. Puede que tuviera que esperar décadas, pero ya
estaba acostumbrado a eso.
Por ahora, cualquier regalo que Daniel le diera a esta familia palidecería en
comparación con lo que habían perdido. Su mente se expandió hasta los límites,
tratando de apoderarse de algo que los pudiera ayudar. En el lejano bosque bordeando el
pueblo, su aguda visión se detuvo en un par de cabras que pastaban a la luz de la luna.
Sustituciones absurdas para Lucinda… y aun así…
Para esta familia, la leche de cabra sería rara hasta el punto de excepcional. Cualquier
alimento o ingreso que esos animales les pudieran dar, les traería algo de paz a esta
familia. Merecían eso y mucho más.
En un instante, Daniel voló hasta el lindero del bosque, recolectó las cabras y las llevó
por el cielo hasta las puertas de la familia de Lucinda, donde las ató con una cuerda. No
dejo ninguna nota. No entenderían su explicación. El simple gesto debería ser
suficiente.
Al mirar la ventana de la hermana de Lucinda, Daniel inclinó su rostro, humillado por la
realidad del mundo mortal. Luego extendió sus alas y se elevó al cielo, donde
permanecería hasta que su amor renaciera en otra vida, trayéndolo a él de vuelta a la
Tierra.
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Oscuros. La Primera
Maldición
La Cita
Cita de Luce
Luce y Daniel
Daniel
L
uce miró alrededor de la silenciosa cueva, sorprendida al descubrir que todos los
ángeles, demonios, Proscritos y Transeternos habían caído dormidos rápidamente.
Lo último que ella recordaba era la instrucción de Dee de esperar hasta que la luna
iluminara el Qayom Malak exactamente en el lugar correcto para que la ceremonia de
las tres reliquias pudiera dar inicio.
¿Qué hora era? Los rayos de la luz del sol entraban por la boca de la cueva.
Una cálida mano apretó su hombro. Ella se dio la vuelta y su cabello rozó la mejilla de
Daniel.
− Por un golpe de suerte nos encontramos solos –dijo él riendo.
Ella sonrió, y le susurró:
−Salgamos de aquí.
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Corrieron por el camino, tomados de la mano y riendo como niños. Cuando doblaron
una curva en el camino y se encontraron a sí mismos observando la gran vista de un
desierto sin fin, Daniel la atrajo a sus brazos de nuevo:
−No puedo mantener mis manos alejadas de ti.
Luce lo besó con deseo y dejó que sus manos acariciaran la blanca extensión de sus
alas; eran fuertes, impresionantes y absolutamente magnificas, como Daniel. Se
replegaron de placer bajo su mano. Daniel se estremeció y exhaló profundamente.
−¿Quieres volar a algún sitio? –preguntó él.
Luce siempre quería estar en el aire con Daniel. Sonrió:
−Claro. Donde sea. Sólo quiero estar contigo.
Él miró a lo lejos.
−¿Qué ocurre?
−Si es todo igual para ti –dijo él −podría ser bueno quedarnos en el suelo. Tengo esta
necesidad de dejar a un lado lo que somos. Ser sólo dos personas, un chico y una chica,
pasando el rato.
Él la miró con nerviosismo hasta que ella soltó su ala para tomar su mano.
−Sé a lo que te refieres. Me encantaría.
Daniel pareció agradecido mientras movía sus hombros hacia adelante, atrayendo sus
enormes alas de regreso a sus hombros. Se replegaron lenta y suavemente hasta
convertirse en dos pequeños brotes blancos en la parte posterior de su cuello. Luego
desaparecieron por completo y Daniel ya solo era Daniel.
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Cuando sonrió, Luce se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado desde que lo había
visto sin sus alas.
−Sería agradable mantener nuestros pies en el suelo –dijo ella, con la vista baja mirando
sus botas y las zapatillas de Daniel, ambas cubiertas con polvo del desierto.
Daniel estaba mirando por encima del hombro de ella, hacía abajo a la llanura árida que
había.
−O tal vez sólo un poco lejos del suelo
−¿A qué te refieres? –ella se dio la vuelta y se puso en puntillas para ver hacia donde
observaba él.
−¿Alguna vez has montado en camello?
−No lo sé –ella lo desafió - ¿Lo he hecho?
Le pusieron Woody al camello, porque lucía como un Woody Allen de 1970, con su
melena ondulada, roja y despeinada… aunque tenía siete pies de altura, dos jorobas, y
dos dientes delanteros torcidos. Lo encontraron pastando en una colina del Monte Sinaí
con otros dos camellos menos agraciados.
Cuando Daniel posó la mano en su costado, Woody no pateó ni resopló ante el toque
invisible; se inclinó y acarició el rostro invisible de Luce, luciendo encantadoramente
nervioso.
−Este es el indicado –dijo Daniel.
−¡No podemos tomarlo y ya! ¿Y si le pertenece a alguien?
Daniel levantó una mano para protegerse los ojos e hizo como si estuviera mirando a
través del vasto océano de arena.
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−Sólo lo vamos a tomar prestado durante el día –entrelazó sus dedos y se inclinó para
ayudar a subir a Luce con sus manos −Vamos. Súbete.
Ella se echó a reír mientras pasaba una pierna por encima del camello, encantada por la
sensación de deslizarse hacia abajo hasta la base de su columna entre las dos jorobas
−¿Cómo vas a hacer para subir, chico ordinario? –preguntó ella.
Daniel se quedó mirando la joroba a un pie de altura por encima de su cabeza y se rascó
la barbilla
−No había pensado en eso.
Él le pidió la mano a ella y se impulsó a sí mismo hacia arriba pero perdió el equilibrio
y cayó de espaldas al suelo.
−Un contratiempo momentáneo –gruñó él.
Para el segundo intento, llegó por el otro lado y trató de levantarse a sí mismo como un
nadador que sube a la superficie desde lo más profundo. Se resbaló y cayó sobre su
rostro. Woody escupió.
−Está bien –gritó Luce, tratando de no reírse −la tercera es la vencida.
Las primeras dos veces le habían encantado, también, y una cuarta vez le encantaría
incluso más.
Daniel volvió a gruñir, y cuando le tomó la mano a ella, Luce verdaderamente se
esforzó en tirarlo hacia arriba. Podía sentir su cuerpo levantándose del suelo y se
sorprendió por lo liviano que él se sentía en sus brazos. Aterrizó detrás de ella,
directamente en la joroba, en la entrepierna, y gritó de dolor. Ella no pudo más. Se
estaba riendo tanto que requería una disculpa, la cual era difícil de hacer con una
convulsión frenética. Daniel finalmente se rió cuando su ataque de risa casi la hizo caer
del camello.
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Cuando los dos se calmaron al fin, ella se giró para mirar a Daniel. Pasó un dedo por sus
labios.
−Todavía se siente como si estuviéramos volando.
−Supongo que siempre lo estamos haciendo –Daniel le besó su dedo, luego sus labios, y
sin inmutarse, le dio a Woody una suave patada para hacer que se moviera.
Woody no era un purasangre. Pasearon por la llanura con la lejana esperanza de llegar al
océano. No parecía probable pero tampoco importaba. Luce pensó en aquella
interminable extensión de arena marrón como el lugar más hermoso en la tierra.
Viajaron en un silencio cómodo hasta que algo le llegó a Luce.
−No creo haber estado en un camello nunca antes.
−No –ella podía oír la sonrisa formándose en su voz −no lo has hecho. Al menos, no
cuando he estado cerca. ¿Fuiste capaz de sacar eso de los recuerdos de tu pasado?
−Eso creo. Es extraño. Lo estaba buscando, pero… últimamente cuando mi mente
comienza a hacer círculos alrededor de un recuerdo y encuentra algo que he hecho
antes, siento una calidez –se encogió de hombros. −Ya que no sentí nada esta vez,
supuse que eso significaba que no había tenido esta experiencia antes.
−Estoy impresionado –dijo Daniel −ahora, ¿qué tal si me dices algo tú a cambio?
Cuéntame sobre tu tiempo en Dover.
−¿Dover? –eso la tomó por sorpresa. Preferiría hablar de cualquiera de las vidas pasadas
que había visitado en las Anunciadoras antes que de su experiencia en Dover.
Pasaron junto a un tronco de árbol estéril, que parecía no haber visto una hoja en años.
Pasaron junto a un camino seco y un río que no llevaba a ninguna parte. Allí no había
nadie para juzgarla. Solo Daniel.
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−Fueron tres años de aburrimiento seguidos de una catástrofe que dejó a un muchacho
al que conocí muerto –finalmente lo dijo −Me hace mal pensar en eso porque yo…
−La muerte de Trevor no fue tu culpa.
Ella giró hacia él
−¿Cómo lo sabes?
−Había alguien más detrás de eso. Alguien que sabía que te sentirías terrible por aquel
incendio… y quería que lo hicieras. Alguien que quería que creyeras que lo que pasa
dentro de ti cuando te preocupas por alguien es fatal.
−¿Quién haría algo así?
−Alguien que no quería que te enamoraras nunca. Alguien celoso de lo que tú y yo
tenemos juntos.
−Una persona murió por esos celos, Daniel. Un chico inocente que no tenía nada que
ver con nuestra maldición o nuestro amor.
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Aclaraciones.
Me gustaría aclarar algunas cuestiones sobre este libro. El libro es simplemente una
recopilación de las historias cortas que ha ido sacando la autora en diferentes páginas
web de forma gratuita, por lo que si son historias oficiales pero el libro en sí no existe.
Simplemente, estas historias han sido traducidas a español por el Staff del Blog "Saga
Oscuros"
y
yo
las
he
recogido,
corregido,
editado
y
creado
el
epub
(http://followinganightlight.blogspot.com.es/) para que así puedan llegar al mayor
número de fans de esta saga. Además, la portada también es una invención mía
basándome en una imagen de Fernanda Brussi, que creó las otras portadas de la saga. Y
aunque el pasado mes de diciembre (dic 2013) la autora sacó un e-Book titulado Angels
in the Dark que recopila algunas de estas historias, no es exactamente este libro. Por lo
que, este libro es simplemente un trabajo de fans para fans y espero que lo disfruten.
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