PALACIO DE GOBIERNO DEL ESTADO DE JALISCO PALACIO DE
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PALACIO DE GOBIERNO DEL ESTADO DE JALISCO PALACIO DE
Palacio de Gobierno del estado de jalisco Guadala jara, 1936 - 1937 De nueva cuenta el artista tiene un reto con la estructura arquitectónica de su próximo mural: el cubo de la escalera de este edificio. De cierto modo, se puede hablar de un gran tríptico al observar los tres enormes tableros que lo constituyen, diferenciados ente sí, pero también unidos por un tema central: el hombre abatido por el poder. En el centro, en la parte superior, la figura prometeica de Hidalgo ilumina los horrores del campo de batalla bajo un ondear de banderas rojas; en los muros laterales, una procesión siniestra de prelados de la iglesia bendice a una figura oculta por un mantón carmesí, la cual empuña un sable; en el otro extremo, el circo de las ideologías —las del fascismo alemán, italiano y japonés al lado de las del comunismo ruso—, todas ellas encarnizadas en una interminable y delirante perorata. No hay lugar a dudas: aquí Orozco rebasa la condición de personaje histórico del cura de Dolores y lo trasciende hacia un plano mítico; el incendio y la explosión a su espalda no perturba en lo más mínimo su semblante ausente pero decidido al llamado supremo —ese estar ausente del mártir y del héroe—, absorto pero gravitando en torno de lo que sucede en la vida de los mortales, resplandeciendo entre la corrupción de las élites y de las ideas. Las serpientes y las armas punzocortantes poseen una misma valencia, la de lo grotesco y turbio, propio de la violencia con saña y de la demencia monstruosa. Palacio de Gobierno del estado de jalisco Guadala jara, 1936 - 1937 Once more the artist faces a challenge with the architecture of his next mural: the staircase of the building. In a certain way, one can talk about a large tryptich observing the three huge panels that make it up different among them but also united by a central theme: man overcome by power. At the center, in the upper part, the promethean figure of Hidalgo illuminates the horrors of the battlefield under an undulation of red flags; on the lateral walls, a sinister procession of clergymen blesses a figure hidden under a crimson cloth, clutching a saber; on the other end, the circus of ideologies—of German, Italian and Japanese fascism besides those of Russian communism— fiercely engaged in an endless and delirious raving. There is no doubt about it: Orozco takes the priest from Dolores’s condition as a historical character beyond to place him in the mythical sphere; the fire and the explosion at his back do not upset in the least his detached expression—that detachment of martyrs and heroes—but ready for the supreme call, engrossed but aware of what is happening in the lives of mortals, glowing amidst the corruption of elites and ideas. The serpents and sharp weapons hold a similar meaning, that of the grotesque and murkiness of vicious violence and monstrous insanity.