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El Servicio Nacional del Consumidor tiene como misión informar, educar y proteger a los consumidores ciudadanos de todo el país. Como parte de su área de trabajo educativa, el Servicio ha desarrollado programas, cursos, materiales y talleres de capacitación dirigidos a niños y niñas, jóvenes, adultos y personas mayores. En esta misma línea, y como reflejo de la preocupación por incluir la perspectiva ciudadana de la educación para el consumo, SERNAC se planteó la posibilidad de escuchar activamente a las personas, conocer sus vivencias relacionadas con el consumo y revelar, de esta manera, qué hay detrás de cada compra. Por ello, el año 2015 se lanzó la segunda versión del concurso de relatos de consumo «ConsuCuento, detrás de cada compra hay una historia», el cual tiene como principal objetivo incentivar la participación creativa de los consumidores y motivarlos a que nos cuenten sus experiencias personales de consumo. En esta segunda versión, nos interesó saber qué pensaban especialmente los jóvenes y personas mayores de nuestro país, conocer el lado humano en el acto de compra de estos dos grupos etarios. En definitiva, con esta iniciativa, quisimos lograr que las personas se transformaran en los protagonistas de cada historia. Como resultado, podemos señalar que cumplimos, pues recibimos relatos y experiencias de 766 jóvenes y adultos mayores de todo el país. Y, a través de este material, queremos compartir lo expresado por los treinta relatos ganadores de esta segunda versión del «ConsuCuento». Esperamos que los disfruten. Ganadores 3 El almacén de mi barrio Mayores de 60 Región de Arica y Parinacota Frente a mi departamento hay un almacén. En él, compro el pan especialmente; llega calentito y crujiente. La dueña es sonriente, amable y conversadora; siempre vende muchos productos: quesillo, jamón, galletas. Tiene también diversas hierbas para distintas enfermedades, sabe mucho de esto, porque vivió muchos años en el campo hacia el sur. Muchos de mis vecinos acuden a ella por estos remedios. Su marido se complementa muy bien con su esposa, es un hombre risueño, muy trabajador y juntos atienden el negocio. Un día comentó: «Ella es una machi, hace rituales, ¡jajaja!». Y yo le respondí: «¿Verdad?», en tono de broma. La imagino danzando alrededor de las velas. La señora atendiendo a otros vecinos sonríe al vernos conversar, ignorando el tema. Su hija, que ayuda principalmente en la caja, saca cuentas y da los vueltos, sale todas las tardes en su auto para traer este sabroso alimento para el hombre que es el pan. Juntos están proyectando planes para agrandar el almacén, de a poco van juntando dinero para la construcción. Tal vez pronto comiencen los trabajos, pues tienen bastantes clientes. El almacén en realidad se ve pequeño porque está provisto de un gran surtido de provisiones. Sus puertas se abren poco antes del mediodía y se cierran muy tarde en la noche. A veces llegan niños pequeños con monedas para golosinas sabrosas y helados tan apetecidos en esta época de verano. Olvidé contar que también fían los pedidos, hay vecinos que pagan a fin de mes y ellos lo permiten anotando en un cuaderno los totales de cada día. Elena Bahamondez Puga, 76 años, Arica 4 Ganadores Ganadores 5 La gozadora 18 a 29 años Cerquita de mi casa existe una botillería que parece un acuario: la señora que atiende lo hace como si estuviera debajo del agua, con esa lentitud semejante a la de un astronauta en práctica, y además rodeada de vidrio. Atiende uno por uno y la cola crece y crece tanto que parece un monasterio, una invitación a la paciencia y el autocontrol. Estando a tres personas ya es imposible salir de la fila, falta tan poco, pero pasa tan lento… que ya olvidé a qué venía, me duele la cabeza y a los carteles se les acabaron las letras… Pero ahí fue cuando lo vi. Mientras la persona que estaba siendo atendida buscaba el dinero con la desesperación del tiempo aplastándole, la señora detrás del vidrio miró por sobre sus lentes y sonrió. «¡Ajá!», se me escapó en voz alta. Los de la fila me miraron y sólo fingí que aclaraba la garganta, pero en mi mente repetía: «¡Oh! Cómo te fascina, cómo te encanta». Ella sabía lo que hacía... y las gozaba todas. Sebastián Lucero Rivas, 29 años, Arica 6 Ganadores Región de Tarapacá Ganadores 7 El sombrero y la sonrisa de marfil Mayores de 60 Tras pagar la letra mensual de la tienda, acostumbro a dar vueltas por los percheros de ropa para ver si me gusta algo. Y, como siempre, algo me gustó. Un sombrero color beige adornado con una cinta azul. Su precio era económico así que lo compré de inmediato. Cuando me dirigía a la salida, una sonrisa conquistó mi atención, parecía hecha de marfil: era la sonrisa deslumbrante de una maniquí. Me quedé contemplándola unos segundos cuando me di cuenta de que esa sonrisa no brillaba por sí sola, algo la hacía resaltar, algo que estaba sobre su cabeza; era un sombrero. El mismo sombrero que acababa de comprar, pero de otro color; sobresalía el negro y la elegancia. Lo quería. ¿Qué hago?, pensé. No podía comprarlo, olvidé la tarjeta de crédito en casa y el efectivo que traía se desvaneció entre el pago de la mensualidad y la compra del sombrero beige. Si me iba a casa tal vez al volver no lo encontraría, era el único. Cuando ya perdía las esperanzas de tenerlo, una dulce voz resonó en mis oídos: «Podemos cambiárselo si desea». Era la joven cajera que me acababa de atender y que aparecía como mi salvación. «Sí, por favor», le contesté con entusiasmo. La joven con destreza se subió sobre el alto pedestal en que se encontraba el maniquí y con delicadeza sacó el sombrero. Con mis setenta y tres años yo no podría haberlo hecho. «Sólo necesito su boleta», me dijo. Así, el cambio de sombreros duró unos segundos. Con una gran sonrisa llegué a casa, me miré en el espejo y me encontré linda. Inmediatamente me acordé de la maniquí. Teníamos la misma sonrisa deslumbrante, la misma sonrisa de marfil. Trueque 18 a 29 años ¿Cuántas monedas se necesitan para obtener la felicidad?, le preguntó un mendigo a la señora del negocio. Ella le dio el vuelto en calugas. Ariel Jopia Bruna, 24 años, Iquique Regina Vera Farías, 70 años, Iquique 8 Ganadores Ganadores 9 La cama matrimonial Mayores de 60 Región de Antofagasta Después de casi tres meses de habernos trasladado desde Arica hasta Temuco y a tan sólo días de habernos casado, mi primer sueldo partía financiando el arriendo de una casa en la que el principal implemento sería, claro, una cama de dos plazas. Luego de visitar algunas tiendas y de comprobar la insuficiencia de nuestros recursos, nos fuimos alejando progresivamente del centro hasta llegar a un establecimiento en el cual exhibían una cama de estilo rústico, confeccionada con madera nativa y somier sueco, a un valor bastante conveniente. Decidimos comprarla. Pero para nuestra sorpresa, el dependiente titubeó, indicándonos que no les quedaba stock y que, si deseábamos la que estaba a la vista, deberíamos pagar un sobreprecio por concepto de rearmado de la sala de exhibición. Nos retiramos tristes y rabiosos: habíamos encontrado lo que queríamos y nos lo negaban. ¿Con qué derecho? Nos dirigimos entonces a las oficinas del SERNAC, donde obtuvimos rápido respaldo: no se nos podía negar la venta de un objeto en exhibición. Telefonearon al local y, luego de algunos tira y afloja, accedieron a la venta, manteniendo el precio original. Radiantes, conseguimos un camión fletero y volvimos a la tienda, hicimos la compra, nos trasladamos a casa y armamos la cama, cuya madera realmente olía a bosque. Al llegar la noche, y luego de compartir una deliciosa cena, mi esposa se adelantó, para esperarme acostada. Algunos minutos después la seguí y al más puro estilo hollywoodense me lancé sobre ella. Un fuerte crujido enfrió nuestros ánimos y de pronto nos encontramos en el suelo, entre almohadas y frazadas. Sin entender nada, nos miramos, luego a la cama, y enseguida rompimos en carcajadas: la tan ansiada cama matrimonial de madera nativa no fue capaz de resistir el peso del amor. José Araya Torres, 64 años, Antofagasta 10 Ganadores Ganadores 11 Construyendo el amor 18 a 29 años Resido en una ciudad desértica rodeada de mineras, una ciudad donde no abunda la alegría y sólo escuchas críticas y quejas. Cansado de este lugar, fui a probar suerte a mi ciudad natal, esperando huir del desolador ambiente. Comencé arrendando un pequeño cuarto, lo único que podía costear, mientras estudiaba en las mañanas y trabajaba en las tardes. Tiempo después me llegó un mensaje que decía: «¡Hey, Gabriel!, supe que andabas por la ciudad. ¿Sabes?, arriendo un pequeño departamento y tengo una pieza desocupada. Me gustaría que te dieras una vuelta por si te gusta, y no te preocupes por el costo, pagarás lo mismo que ahora, sólo necesito una pequeña ayuda». No lo pensé más y fui a darme una vuelta. Era un lugar mágico, con vista al mar, rodeado de palmeras y surfistas. Y, como se imaginan, mi respuesta fue afirmativa. Poco a poco fuimos construyendo y adornando nuestro hogar, iba regularmente al Homecenter pues siempre faltaba algún detalle por arreglar. Muchas veces tenía que ducharme con agua helada y una vez estalló la válvula del agua; estaba acostumbrado a que mis padres hicieran todo por mí y en momentos como esos no sabía cómo reaccionar. Recuerdo que se filtraba el agua del departamento de arriba y que los soportes de las cortinas cedían y debíamos pegarlos con cinta adhesiva. Aprendí a crear un presupuesto mental para medir mis gastos y llegar como corresponde a fin de mes. El tiempo corría rápidamente y sin darnos cuenta nos fuimos enamorando profundamente el uno del otro. Al final del día contaba con una gran compañía y juntos habíamos creado un cómodo y plácido lugar para vivir y compartir. Región de Atacama Gabriel Rivera Lillo, 22 años, Calama 12 Ganadores Ganadores 13 La maravillosa Navidad en Diego de Almagro Mayores de 60 En uno de los poblados de Diego de Almagro, Las Parcelas, vivía el matrimonio López Rojas y sus hijos Alberto, de diecinueve años, Luis, de dieciocho, y Emilio, de quince; buenos alumnos, de excelentes notas. Él era pirquinero, ella dueña de casa muy modesta. Alberto y Luis, por notas y exitosa PSU, obtuvieron becas para estudiar gratis en la Universidad Católica de Santiago; Alberto medicina y Luis ingeniería civil, sus vocaciones. Ilusionados, eufóricos, viajaron a la capital. Emilio y sus padres continuaron su cotidiana vida. Primer año universitario un éxito. Sus vacaciones de invierno y de verano las gozaron con la familia, pero, viendo la precaria situación familiar, decidieron que trabajarían en las vacaciones siguientes para sustentar sus gastos, previo consentimiento de sus padres. Transcurrieron seis años y el padre mascullando el día de la Navidad que nuevamente estarían solos, sin nada para esta espera. Ya en casa, trasmitió sus inquietudes a la esposa, ella respondió: «Paciencia, viejito. Como otras oportunidades, esperaremos el nacimiento en la ermita del cerro, regresando prepararé té con tostadas y nos iremos a soñar con nuestros hijos». A las veintidós horas del día 24, se fueron a la ermita, colmada de vecinos. Emilio no asistió. Finalizada la ceremonia, regresaron al hogar. Le costó abrir la puerta, la empujó… ¡Oh!, la casa por arte de magia se iluminó. ¡Sorpresa! Vieron la cocina, el comedor y el living con muebles nuevos, una mesa atiborrada de manjares, mientras la cocina vaporizaba un aromático chocolate caliente. De pronto se asomaron sus hijos, nueras, nietos y Emilio, el cómplice que ladinamente sonreía. Después vinieron los fraternales abrazos y «Jesús ha nacido» en nuestro hogar... ¡GRACIAS POR ESTE BENDECIDO REGALO: NUESTROS HIJOS Y SUS HERMOSAS FAMILIAS! El polerón de egreso 18 a 29 años «Ustedes son el curso más desordenado del colegio», nos decían a diario. Y es que fuimos famosos toda la enseñanza media por nuestra desorganización y desorden en la sala. Llegó tercero medio y la elección del clásico polerón de egresados. La presidenta del curso intentó hacernos callar durante toda la hora del bloque de jefatura. Logramos escoger, entre la bulla, algunos detalles del polerón: el color (gris), el dibujo que le pondríamos (Bob Esponja) y asignamos un título de generación («Los nenes»). Luego corrió una lista por toda la sala y cada uno anotó la forma en que quería que estuviese escrito su nombre o apodo. La secretaria del curso, una chica con letra bastante fea y poco legible, fue la encargada de llevar la hoja con los nombres, apodos y detalles escogidos a la empresa que nos fabricaría el polerón. La sorpresa que nos llevamos al recibir nuestra prenda fue tragicómica: era gris claro escrito con letras de un color gris oscuro, el título de generación decía «Los nenes Bob Esponja» y no aparecía el dibujo. Algunos de los nombres de nuestros compañeros no estaban y otros se encontraban mal escritos debido a las ininteligibles letras que utilizó cada uno. La secretaria del curso fue a hacer un reclamo a la empresa de confección. Allí le respondieron que el error fue nuestro debido a la forma en que presentamos el pedido y le enseñaron unos documentos que explicaban los derechos y deberes del consumidor antes de contratar un servicio y después de hacerlo. Ahora, egresados, algunos usan el polerón como piyama y otros, simplemente, lo donaron a la caridad. Mayron Sills Cifuentes, 19 años, Copiapó Maximiliano Guzmán López, 88 años, Diego de Almagro 14 Ganadores Ganadores 15 Una compra inesperada Mayores de 60 Región de Coquimbo Caminando por Valparaíso, provenientes de la ciudad de Ovalle, recordando mi niñez en esa ciudad, llevo a mi familia a pasear por diferentes calles junto con mis dos hijos. En un momento vemos una gran aglomeración en un local, «¿entremos a ver?», digo. Era un remate de muebles y otros artículos. Mientras mirábamos cómo apostaban, justo muestran una lámpara de lágrimas. Me llama la atención porque en mi antiguo hogar había una parecida. Con calor, apretados entre el público, trato de arreglarme el pelo y, ¡zas!, no me doy ni cuenta y me adjudico la lámpara. «¡La señora! Ella se lleva este lindo objeto por tres mil pesos. ¿Nombre, señora?», dice el martillero. «Margarita», digo asombrada. Mi esposo paga, recibe el boleto de retiro de la especie, y de sólo una entrada a mirar, no nos dimos ni cuenta cómo salimos con una compra… «¿Quién lleva la lámpara por la calle?», pregunto. «Una cuadra cada uno», dicen mis hijos. Cuando llegamos a la plaza Echaurren, típica en Valparaíso, le toca a mi esposo tenerla y le pido que se quede ahí para ir a comprar helados para mis hijos. De pronto, miro a lo lejos y veo a su alrededor varias personas conversando con él. Al llegar a buscarlo le pregunto: «¿Y la lámpara?». «¡La vendí!», me dice, «a unos turistas les encantó, les entregué el boleto de compra». Ellos se fueron felices y nosotros recuperamos el dinero, sólo nos quedó la historia. Mis hijos siempre recuerdan esta compra inusual, que por un empujón y por levantar levemente la mano para acomodarme el pelo en un remate salimos con una lámpara de lágrimas que sólo nos duró algunas cuadras. Hoy se la contamos a nuestros nietos. Margarita Santana Valenzuela, 64 años, Ovalle 16 Ganadores Ganadores 17 El aroma del recuerdo 18 a 29 años La vida está llena de recuerdos, buenos, malos, se repetía mientras caminaba. Las calles atestadas de personas apuradas que no notaban su tristeza, sólo caminaban perdiéndose por las calles. Un torbellino de palabras inundaron su mente, lo paralizaron, no entendía. El médico había sido categórico: es una enfermedad irreversible, su padre sufre una demencia senil fulminante, se irá apagando poco a poco, olvidará el presente, el pasado, no habrá futuro, sólo hay que esperar. La espera fue angustiante, se quedó en silencio, el tocadiscos dejó de sonar, los libros se llenaron de polvo, el diario quedó tirado en el jardín y los árboles poco a poco perdieron sus hojas, las flores se marchitaron al son del viento y desde la ventana se asomaba una sombra con la mirada perdida en el ocaso. Miguel se preguntaba ¿por qué?, ¿qué hacer para devolverle los recuerdos, la sonrisa, las lágrimas? Caminó y en su desesperación recordó un aroma, ese que desde niño conocía, ese que emanaba de su padre al verlo partir por las mañanas; recordó también que tenía un lindo velero, su envase era todo blanco, de cristal, «Old Spice» repetía una y otra vez para que el recuerdo no se esfumara. Se apresuró y se dio cuenta de que estaba cerca de la vieja botica, reconoció al farmacéutico con su delantal blanco, ahora más viejo y canoso, lo saludó gentilmente, pidió la colonia. Sentirla en sus manos le devolvió la esperanza, pagaría lo que fuera por devolver los recuerdos. «Papá, esto es para ti». Tomó la caja, la abrió lentamente hasta sentir su aroma y emocionado dijo: «Gracias, Miguelito, es la colonia que tu madre me regalaba, ¿te acuerdas?». Mi padre había vuelto, era el aroma del recuerdo, era el pasado, el presente y el futuro. Región de Valparaíso Claudio Canales Meléndez, 22 años, Coquimbo 18 Ganadores Ganadores 19 Mi querida vitrola Mayores de 60 Arrastrando los pies por el paso del tiempo, voy como cada noche realizando la misma rutina antes de irme a dormir: revisar ventanas, asegurar puertas, decir una oración por los hijos frente a aquella foto familiar en la que tú y yo con la belleza de la juventud sonreímos radiantes junto a nuestros tres retoños. De pronto fijo la mirada en el viejo baúl que por tantos años ha permanecido en aquel rincón de la casa e impulsada por una extraña fuerza o quizás por la nostalgia, levanto la pesada tapa y, al hurgar en él, van apareciendo: tus cartas, vestidos, libros, cuadernos de nuestros hijos, fotos, algunos mechones de pelo. Cómo describir mi emoción al encontrarla aquí, silenciosa, mi vieja y querida vitrola. Sí, fue aquí donde el avance de la tecnología nos obligó a ponerla un día. Comienzo a evocar las tardes en que cogidos de la mano íbamos a contemplarla a la vitrina de la tiendita aquella. Recuerdo que por temor a endeudarnos fuimos juntando peso a peso su valor. ¡Cómo olvidar la alegría del momento en que por fin pudimos llevarla a nuestra casa! Vienen a mi mente las noches en que después de lograr hacer dormir a nuestros niños su melodía nos envolvía y firmemente sostenida por tus brazos danzábamos al compás de nuestro tango favorito. Por arte de magia el cansancio desaparecía, nuestros pies parecían tener alas, girando, girando, alegres, felices, enamorados. Sintiendo la tibieza de una lágrima que rebelde insiste en rodar por mi cara, tímidamente quizás esperando un milagro, doy vueltas la manilla de este tesoro musical y sus notas brotan rompiendo el aire como un suspiro: «Laaate un corazóoon»… La importancia de las boletas 18 a 29 años El frío le recordaba que necesitaba urgente comprarse una nueva chaqueta. Sí, era un muy helado verano, con un promedio de treinta y cinco grados por día. Comenzó a sentir aquel frío el sábado de la semana anterior, cuando fue a la multitienda en búsqueda de un regalo para su madre. La vio entre la caja y los estantes de ropa, tenía el pelo castaño, una sonrisa eterna y cara de ganas de que terminara luego su turno. Quiso acercarse pero le fue imposible, necesitaba comprar un perfume y ella estaba en la sección de ropa de abrigo o, mejor dicho, de lo que sobró de la temporada de invierno. Decidido se acercó a la sección en búsqueda de una chaqueta nueva, a pesar de que siempre prefirió los chalecos. Se le acercó la vendedora y poco escuchaba las especificaciones que ella le mencionaba, estaba más enfocado en mirarla. Se concretó la transacción y él, apurado y algo nervioso, se retiraba de la tienda. La vendedora le gritó para que se detuviera: «¡No olvide su boleta!». Él, confundido, fue a buscarla y la guardó en su bolsillo. Con una sonrisa, la muchacha agregó: «Tiene siempre que llevarse su boleta, en caso de que tenga alguna emergencia». Se retiró pensando en qué inocente era ella, como si me interesara revisar el precio o cambiar el producto. Más inocente era él, que aún no notaba que al reverso de la boleta había un número telefónico anotado. Mauricio Mura Pineda, 20 años, Los Andes Teresa Toro Flores, 62 años, La Calera 20 Ganadores Ganadores 21 La yapa Mayores de 60 Región Metropolitana Hoy no tengo ánimo, mis huesos amanecieron adoloridos, pero es viernes, día de feria. Necesito ir, aunque arrastre el carrito; ir significa verdura y fruta fresquísima para toda la semana y, lo más importante, un buen ahorro para mi pensión. Llego a la feria y mi ánimo cambia, los porotos granados están preciosos, colorados y brillantes y cuestan mil pesos el kilo (un buen precio); los choclos están regados en abundancia, saboreo en mi imaginación porotos granados con mazamorra y albahaca y, para el domingo, humitas con tomate y cebollita. ¡Qué rico y barato está todo! Los melones están a quinientos pesos, son pequeños, pero muy fragantes. Los duraznos gigantes apenas caben en mi mano. Poco a poco, deposito todos mis tesoros en mi carrito. De pronto llego al puesto del pequeño Luchito, que trabaja con su madre en la venta de las papas. «¿Y tu mamá?», le pregunto. «Fue a cambiar sencillo», me responde. Mientras tanto, pesa las papas que le pido y como de costumbre deposita un pequeño montón de papas de regalo en mi carro. «Luchito, no es necesario que hagas eso. Tu madre se dará cuenta un día y te castigará». Me miró con su carita gordita y transpirada y algo avergonzado dijo: «Señora Juanita, mi mamá antes de empezar a vender arregla la pesa». Juana de Las Mercedes Abrigo Caris, 71 años, San Joaquín 22 Ganadores Ganadores 23 Centro 18 a 29 años Calles de cemento, desiertas a pesar de los cientos de personas que las recorren todos los días. Veredas angostas, desprovistas de verde, desprovistas de todo menos de negociantes llamando a sus presas. Pisos, paredes y techos grises y cientos de oficinas con súbditos con miradas vacías que en su hora de almuerzo van al negocio más cercano (a ese que les cobra más caro, pero con treinta minutos para almorzar, ¿qué otra opción les queda?) y que venden todos los días una fracción de su sueldo por un poco de comida que les ayude a sobrevivir el día. Uno de esos caminantes es una mujer con tres hijos en casa y una madre enferma; compra todos los días la ensalada más barata (desearía traer almuerzo de casa pero no tiene tiempo y el cansancio la estremece) y come rápidamente para llegar antes del límite de la media hora y seguir trabajando, siempre trabajar (¿hay alguna otra cosa?). Son las seis cuarenta y aún no puede dejar el lugar de empleo, a las siete finalmente apaga el computador y camina lo más rápido que puede a la estación. En el camino una pequeña tienda llama su atención. Vestidos, poleras, blusas, pantalones y faldas nublan la vista desde el ventanal. Se prueba un vestido que le queda maravilloso pero no tiene dinero para disponer de él ni ocasiones para usarlo, así que elige una blusa negra que le sirva para el día siguiente en el trabajo, le paga a la chica los seis mil novecientos noventa pesos, que ella agradece mirando el celular y con un movimiento de cabeza. Con un nudo en el estómago llega a casa para arrepentirse rápidamente de su compra al ver a su madre con los ojos cerrados y a su hijo mayor llorando a su lado. Región de O’Higgins Javiera Cristi Castillo, 22 años, Providencia 24 Ganadores Ganadores 25 El carnicero Juguetes frustrados Pese a mis sesenta y dos años, mi tozuda memoria se niega a olvidar una vivencia que tuve allá por 1960, en la localidad agrícola de la Rinconada del Tambo, ubicada en el Chile Central. Como mi taita era un inquilino mal pagado, mi mami tenía que hacer malabares para parar la olla durante todos los días del año. Muchas veces empujada por la necesidad, le pedía cazuela o huesos carnudos fiados a don Marcos Salas, un caballero cincuentón, bajo de porte y de prominente barriga. Ese señor venía a vender carne desde El Naranjal, una localidad vecina, en una carretela tirada por un flaco y sufrido caballo, al cual llamaba el Sinvergüenza. A sus «caseras» les fiaba, eso sí que era riguroso en el cumplimiento del pago en la fecha convenida, pues si alguna deudora no pagaba en el día concordado, sufría las consecuencias de su ira desatada. Mi mami una vez, debido a la enfermedad de uno de sus diez retoños, no pudo pagarle a tiempo. A eso de las diez de la mañana del día acordado para saldar la deuda, sentimos que por el camino se acercaba la carretela y nos encerramos en la cocina. Al enfrentar nuestra casa, don Marcos ordenó detenerse al Sinvergüenza y, como vio que mi vieja no salía a pagarle, durante unos diez minutos tapó a garabatos a la pobre bestia de cuatro patas, garabatos que iban dirigidos a mi progenitora, que entendió el mensaje y, al día siguiente, le pagó lo adeudado con una docena de huevos y una pollita buena para la cazuela. Esa forma de cobrar las deudas era infalible, pues la gente hacía lo imposible para pagarle a tiempo, ya que decían que era preferible deberle el alma a Satanás y no unas chauchas a don Marcos Salas. Sórdido era el sonido de las sirenas vapuleando la calle, intimidando los semáforos en rojo. La máquina parecía que avivaría el fuego más que apaciguarlo y, dentro de ella, dos hombres de piel tersa y amarillenta se vestían para adentrarse en algunas llamas sin nombre ni cara, para morir quemados, y no por un sueldo. Cuando el primer bombero estaba por entrar al fuego, mi mamá me movió del hombro para hacerme reaccionar, y que sí, que te vamos a comprar el carro de bomberos, hijo. Yo lo tenía adherido a mis manos y estaba llorando o más bien gritando para que me lo compraran; nos acercamos a un vendedor, le lancé una mirada entusiasta de bombero-superhéroe, pero nada, él no entendía, él era un vendedor, quizás antes fue bombero, pero ya no. Aún hoy tengo el camión escondido en el entretecho y cizaña contra el joven vendedor que no entendió mi mirada cómplice. Obviamente yo no comprendí nunca su desánimo: él siempre quiso ser bombero, no vendedor. Mayores de 60 18 a 29 años Mauro Lucero Castro, 20 años, Rancagua Hugo González González, 60 años, San Vicente de Tagua Tagua 26 Ganadores Ganadores 27 Tractor verde manzana Mayores de 60 Región del Maule En nuestra ciudad sureña nos hemos adaptado a asaltos furtivos. Aumentaron los robos por sorpresa alrededor del centro. El día que me pagaron en el banco la parcela que vendí, fui donde mi amigo Remberto, agente del mismo banco, y colocamos en un cartucho de papel cien millones en paquetes de diez millones de pesos. Aquel día vestí jeans viejos y una chaquetilla desguañangada, fue mi camuflaje; incluí seis días sin afeitarme, de modo que más parecía un vagabundo limpio. Juntos ordenamos el dinero. De tapón arriba instalé mi pañuelo y lo aplané con un pan amasado que cargaba en un bolsillo. Canturreando crucé la plaza. Con mi mano izquierda apretaba el bolso de papel con millones adentro. Ingresé feliz al local de Ford, iba a cumplir mi sueño: comprar un tractor ¡verde manzana!, que allí se vendía. Había tres vendedores conversando. Me examinaron por cinco segundos, de arriba abajo, y sacaron su vista de mí. Sentí desprecio y discriminación. Luego pensé que quizás yo andaba «en estado prepotente», ya que el dinero que tenía alcanzaba sobrado para tractor y arado. Nunca dejaron de conversar, detrás había una oficina, esperé varios minutos, no dejaron de hablar: «Atiéndelo tú», dijo el más moreno; «no, tú», rebatió otro. Desde la oficina alguien habló: «Señor, ¡le ayudo! Soy el jefe». Sutil avanzó hacia donde yo permanecía atónito. «¿Qué desea?». «Un tractor», dije parsimonioso, «¿cuánto vale ese?» y con los labios apunté el verde. «¡Uff! Ese es muy caro, señor». Hubo silencio. Recapacitó, explicó, corrigiendo su error: «¡Pero es bueno!». «¡Yaaa!», contesté. Los vendedores se reían del diálogo. «¿Pagará con cheque?». Guardé silencio. «¿Pagará con tarjeta bancaria?». «No. Pago con billetes. Ahora». «¡Llévese rápidamente su tractor! ¿Cómo se llama, señor?». «¡Monardes!», exclamé feliz. De reojo, vi cómo los tres vendedores se hundían. Renato Hernández Riquelme, 63 años, Linares 28 Ganadores Ganadores 29 Ilusión de escaparate 18 a 29 años «Me observa», me dije desconcertada. El rubor pareció conquistar mis pómulos. Por primera vez una mujer me prestaba atención desde mi llegada. La mayoría pasaba arrojándome fugaces miradas y continuaba, pero esta muchacha aún estaba allí, inmovilizándome. Tras cada paso que ella daba para contemplarme desde otro ángulo, yo la escoltaba con mis marrones frontales mientras mi cuerpo seguía sin responder. Sólo mis ojos se desplazaban tras la hermosa joven. Y yo estaba allí, inmóvil, sin vida, presa del nerviosismo. «Es bella», murmuró la joven observándome detenidamente. Yo me petrifiqué aún más al oír esas dulces palabras que se deslizaron entre sus labios. La muchacha resolvió acercárseme. Su mirada denotaba decisión y sus pasos, convicción. Su cabello de ébano se agitaba sobre sendos hombros contrastando con el marfil de su cuello. Extendió su delicada mano sobre mí, estremeciéndome por completo. Mi cabeza comenzó a dar vueltas, sometida al éxtasis de las emociones. ¡Hacía ya mucho tiempo que otra mujer no me tocaba! Sus dedos recorrieron con suavidad mi brazo y su mirada parecía desabrochar mi coqueto escote. Mi pecho se agitó propagando el amor por mis venas cuando comenzó a desnudarme. ¿Cómo podía atreverse a hacerlo en público? Sólo deseaba entregarme a esa vorágine de pasión que arrasaba con la moralidad de los hombres y, por un instante, creí hacerlo, pero… Pero ¿cómo me hiciste eso, alma mía? La vi partir con mi blusa –que sería para otra, una más humana que yo– hasta donde se encontraba aquella cómplice cajera de fácil sonrisa. Buscó en las profundidades de su cartera y sacó la tarjeta de crédito, cual guillotina, se deslizó sentenciando mi sino: la desnuda soledad. Petrificada en la oscuridad, comprendí que nunca una mujer se fijaría en una fría y estéril maniquí. Región del Biobío Franco Fornachiari Astudillo, 27 años, Linares 30 Ganadores Ganadores 31 Un campesino honesto con la naturaleza y las leyes Mayores de 60 Siempre me han gustado los árboles nativos. Es más, soy contrario a los bosques de pinos y eucaliptus, sedientos depredadores de napas subterráneas que dejan yermos los campos. El agua es un bien escaso hoy, otrora abundante. Avecindado en mi parcela Entremanueles, decidí crear un bosque para darme el gusto de verlo crecer aunque lentamente. No veré árboles grandes ni altivos, en cuyas copas aniden los pájaros. No importa, mi nieto lo hará. Visito un vivero de especies nativas, todo un descubrimiento que superó mis expectativas: un suelo húmedo con un pantano y las especies arbóreas en sus bolsitas negras, esperando ser acogidas para ver la vastedad de otros lugares con su pedazo de cielo y reverdecer el paisaje con su presencia. El dueño me atendió gentilmente, un experto en la Roma antigua, un lector empedernido y un conversador incansable que con su información didáctica me mostró los arbolitos, sus características y sus nombres científicos. Una enciclopedia humana, grata y encantadora. Elegí boldos, un temu, coigüe, raulí, arrayán macho, molle, quillayes y un laurel que vinieron a hacerle compañía a varios maitenes, al arrayán, patagua y avellano. Toda mi riqueza autóctona junta en un lugar especial que, espero, con los años se troque en un bosque admirado por quienes pasan raudos por mi parcela. Hoy, diariamente, después de varios meses asentados allí, visito mis árboles, agradeciendo al agradable conversador, una enciclopedia que disfruta y difunde el tesoro que tiene: un pantano, una rareza hoy día. Lo tiene porque no ha violentado a la naturaleza. Hoy conservo una boleta que en este vivero rural un noble hombre me expidió por la compra que hice. También cumple con las leyes. Una persona digna de fiar. El velorio equivocado 18 a 29 años Terminaba mi periodo de evaluaciones y comenzaban mis vacaciones de invierno. Como buen estudiante de psicología, tenía toda la claridad de que serían las mejores vacaciones de todo el año. Al llegar a mi hogar, mi madre me esperaba con la triste noticia del fallecimiento del abuelito de mi mejor amigo de la infancia, a quien por motivos de estudio no veía hace mucho tiempo. Lo bueno de toda esta tragedia fue que justo por esos días se me depositaba el dinero de mis becas de estudio, por lo que tendría suficiente para comprar una hermosa corona y un arreglo floral además de los aportes para el funeral. Con mi mamá nos preparamos y fuimos a buscar la mejor corona y el más bello arreglo floral; el tata José se lo merecía y mi querido amigo Nicolás también, ya que siempre me esperaban con ricos helados cuando los iba a visitar. Como es de costumbre en el sur, nos fuimos bien temprano para llegar a la hora de almuerzo para comer algo de carne, pues es tradición matar un animal en días de velorio. Ese día mi mamá no cocinó y nos fuimos toda la familia a despedir al tata José. Al llegar al velorio había mucha gente, muchos rostros desconocidos, ¡claro, habían pasado muchos años!, la casa estaba remodelada, era todo nuevo y tan extraño, y lo peor esta vez no se veía venir. Entregamos la corona, el arreglo floral, los aportes en dinero y el respectivo pésame a un familiar que estaba en la recepción. Esperamos un rato antes de pasar a comer cuando de repente en la puerta de entrada aparece Nicolás con toda su familia y el tata José. Resultó que la persona fallecida era un amigo que había comprado la casa del tata José. Oscar Salgado Suazo, 28 años, Curanilahue Alfonso Lloveras Cuevas, 65 años, Santa Bárbara 32 Ganadores Ganadores 33 El vendedor de máscaras Mayores de 60 Región de la Araucanía 34 Ganadores Era un hombre alto, delgado y anciano, un vendedor ambulante que había viajado por mucho tiempo. Cuando lo conocí me ofreció algo curioso: una máscara. Me contó unas historias respecto de ella, sobre que la crearon unos seres que se rechazaban a sí mismos y no aceptaban la imagen que les otorgó su creador, por lo que hacían máscaras para usarlas frente a todos y vivían con ellas puestas todo el tiempo. Esa máscara me interesó, la compré, el vendedor se desvaneció y me di cuenta de que la máscara en realidad no era tal, sino un espejo, y el reflejo que veía no era mi rostro, era una máscara. Luis Stuardo Montero, 69 años, Padre de las Casas Ganadores 35 La felicidad al alcance de la compañía 18 a 29 años Una anciana de apariencia desgastada iba caminado con seguridad y tranquilidad sobre la vereda. De repente divisó a lo lejos una silueta de una mujer más o menos del doble de su tamaño, que parecía sostener algo pequeño. A medida que se acercaba, la anciana empezó a notar con claridad los rasgos de la mujer, que se veía preocupada y a la vez ansiosa. Se paró frente a ella y le ofreció que le comprara un pequeño cachorro que tenía entre sus brazos. La anciana sin pensarlo se negó, puesto que no tenía lugar para un ser vivo tan indefenso en su vida, además pronto ella llegaría a su fin, estaba vieja y débil, eso lo sabía a la perfección; no tendría a nadie que lo ayudara cuando los últimos día llegasen. La mujer muy ansiosa le preguntó el porqué del rechazo, la anciana levantó su viejo rostro, que mostraba los duros años de edad, y vio que los ojos color miel de la joven mujer comenzaban a mojarse con lágrimas. La anciana con un gesto inquisitivo decidió pregúntale por qué estaba triste, y la mujer le explicó con una idea absurda que por motivos de viaje no podría quedarse con el animal. La anciana, después de pensarlo y analizarlo, le preguntó en voz baja el precio del cachorro, y la mujer con mucho entusiasmo se lo dijo. La anciana recibió al cachorro con mucha humildad y seguridad; la mirada de la mujer y la anciana se cruzaron. Y con una sonrisa de los ojos, le dio las gracias por la compra tan generosa que había hecho. La anciana sólo sonrió. Y mientras se alejaba acariciaba al cachorro; ahora nunca estaría sola. Región de Los Ríos Denisse Salazar Ibañez, 24 años, Pucón 36 Ganadores Ganadores 37 Hoy día voy a crecer Un pequeño camión Dame $24.990 para ir a comprar mi regalo de cumpleaños, le dijo Leonor a su esposo y salió feliz a comprar su regalo con sus pequeños pasos que se perdieron por la avenida Picarte. Yo pensaba comprarle una tenida, invitarla a cenar a ese restorán donde nos conocimos hace diez años, incluso me parecía poco lo que me había pedido. Eso era lo que más le intrigaba a Carlos, no saber qué era lo que quería comprar Leonor. Yo nunca he sido apretado para hacerle regalos, es más, sólo me interesa verla contenta. Al cabo de unas cuatro horas volvió con una caja que en su interior tenía unos zapatos con plataforma. Lo que le causaba curiosidad a Carlos es que ella siempre estaba muy contenta con su pequeña altura y nunca había querido usar tacos. Al consultarle Carlos por su compra, Leonor le respondió coquetamente: es una fantasía que tengo, quiero que lo hagamos «a la paraguaya». Aún recuerdo el día en que compré este pequeño camión que sostengo hoy en mis manos. Fue con mi primer sueldo, pues mi padre me había encomendado la tarea de limpiar el patio y ordenar la leña que faltaba guardar para el invierno. Al terminar mi labor recibí de sus manos un billete; a mis ojos era una fortuna… cuando tienes ocho años, dos mil pesos son comparables con todo el dinero del mundo. La felicidad de entender que todo esfuerzo merece una recompensa alegraba mi corazón; la única duda que me asaltaba en ese momento era en qué gastaría el fruto de mi trabajo. Somos personas de campo, una sola salida al mes para toda la familia a visitar el pueblo merecía la espera. Guardé el dinero en mi bolsillo y cuando pasamos por el gran bazar en el centro pedí a mi madre que me acompañara para ver qué podía comprar. Había un universo de cosas a mi alcance. Apenas lo vi me enamore de él: un pequeño camión de madera barnizada, una obra de algún artesano que lo esculpió en roble añejo del sur y que ahora era entregado a este niño sorprendido. De eso ya más de veinte años. Hoy es el cumpleaños de mi hijo, cumple ocho y en sus ojos veo el reflejo de las mismas fantasías que alguna vez jugaron conmigo en esta tierra gredosa. Me acerco a él con las manos en la espalda, en su rostro la sorpresa ante mi regalo, el camión que por tantos años me acompañó, el mismo que me vio crecer es ahora suyo; su sonrisa no se puede comprar ni con todo el oro del mundo. La imagen imborrable de mí mismo en el espejo de ese pequeño camión que compré tanto tiempo atrás. Mayores de 60 Víctor Toledo Aguilar, 61 años, Valdivia 18 a 29 años Andy Alvarado Azócar, 29 años, La Unión 38 Ganadores Ganadores 39 Imaginar el cielo Mayores de 60 Región de Los Lagos Las despejadas noches de primavera y verano de los Altos del Río Pescado, en los faldeos del lado noroeste del volcán Calbuco, muestran un contraste perfecto entre la luz y la oscuridad. Este ambiente sin interferencias permite observar la vía láctea en todo su esplendor, la salida de la luna por detrás de la cordillera de los Andes, las estrellas fugaces, los cometas brillantes de larga cola, los satélites que recorren este maravilloso espacio. Nuestra curiosidad familiar no se conformaba con mirar a simple vista estos fascinantes eventos que han recorrido la historia de la humanidad. Siempre se mantuvo latente la idea de adquirir un telescopio para ver de más cerca esta hermosa realidad. Fue así como en un gran esfuerzo económico uno de los progenitores se contactó con una tienda que vende ese bien material, para hacer tangible este hermoso deseo. La empresa facilita la seguridad psicológica en el contacto con el cliente, pues hay cortesía y profesionalismo en la atención, responde al requerimiento en la fecha convenida, dándole credibilidad y confianza, respeta los tiempos de espera, es decir, se expresa una calidad total en la gestión de servicios. Las expectativas de compra se fueron cumpliendo fielmente. A fines de año la promesa se cumple. Llega a casa el hermoso y anhelado regalo. Para quienes no nacimos con la tecnología de punta existente en estos tiempos, el gran desafío era armar el complicado «aparatito». Pero los hijos de la informática y de la computación todo lo pueden; en un breve tiempo el telescopio estaba instalado y en funcionamiento. Un humilde sueño se configura en nuestras mentes: observar el espacio exterior en todo su esplendor e imaginar el cielo de la paz y la felicidad que nos espera en la otra vida. Juan Almonacid Vargas, 65 años, Puerto Montt 40 Ganadores Ganadores 41 Casorio 18 a 29 años Me compré un celular en Lovistar. Lo pagué, lo sigo pagando y lo pagaré por siempre hasta que la muerte nos separe. Anita Del Carmen Mancilla Ojeda, 21 años, Puerto Montt Región de Aysén 42 Ganadores Ganadores 43 La orilladora viajera La compra del amor Un día simplemente tomé la decisión de que ya no le tendría miedo al computador y comencé a navegar en la web. Siempre veía a mi hija que compraba por internet y en verdad se veía tan fácil, que me dije ¿por qué no? Sentado frente a la pantalla, me di cuenta de que mi patio necesitaba un cariñito y dije en voz alta: –Debería comprar una orilladora para cortar el pastito y arreglar las rosas. –Pero, papi –dijo mi nieta–, cómprate una por internet. Yo te ayudo. Se paró a mi lado, escribió unas cosas en el computador y me daba instrucciones, que para ella eran fáciles, y yo colgado. –Viste que es fácil, papi –dijo con una gran sonrisa en su rostro. Ante lo cual asentí con la cabeza. Pillé una orilladora que estaba muy barata, me pidieron mi correo, mis datos y sin darme cuenta la compré. Y pensé: se demorará un par de días en llegar. Pasaron los días y las semanas, y nada; siguieron pasando las semanas y, finalmente, me tuve que conseguir una cortadora de pasto, arreglé mi jardín, podé los rosales. Y un día, casi dos meses después, llegó la orilladora, envuelta en ese plástico de burbuja; ahí estaba, con un cable de unos treinta centímetros. Y pensé: voy a tener que comprar un alargador. –Pero, papi, con razón se demoró tanto en llegar, si la compraste en China. La miro y le digo: –Chuta, que nos salió viajera –y me reí. Y en fin, ahí tengo mi orilladora viajera en su caja y guardada en la bodega del patio, aún debo comprar el alargador, pero cada vez que voy a la ferretería se me olvida y mi pasto nuevamente está largo. Creo que le pagaré a alguien para que lo corte. Corría el año 2010 y varios metros de nieve habían caído sobre la tierra. Resultaba difícil movilizarse, pero era el cumpleaños de mi novia y debía encontrar algo para ella. Con esfuerzo salí a buscar un lugar abierto, pero las grandes tiendas y los comercios principales de mi ciudad estaban cerrados. No andaba locomoción así que decidí caminar por una calle empinada como un cerro, lo que, sumado a la nieve, era bastante agotador. El cansancio se hizo sentir, miré al cielo mientras la nieve volvía a caer y me di cuenta de que un negocio estaba abierto, era más bien la parte delantera de una casa antigua con un nombre un tanto borrado. Decidí entrar a comprar algo para comer. Una anciana apareció entre las sombras y me preguntó: «¿Por qué tan triste si eres un hombre joven?». Simplemente la miré mientras la nieve que tenía en mi ropa se convertía en agua y le expliqué mi situación. Sin responder nada, empezó a buscar entre las repisas y sacó una caja; adentro había un hermoso reloj despertador en forma de corazón. Con su avanzada edad me dijo: «Mi marido, que en paz descanse, me regaló algo parecido hace varias décadas atrás, y fue precisamente este regalo lo que hizo que yo me enamorara de él». Inmediatamente lo envolvió en un hermoso papel de regalo, lo guardó en una bolsa y me dijo: «Espero que te sirva como me sirvió a mí y recuerda que mi negocio siempre está abierto; es el único recuerdo que tengo de él». Le agradecí, pagué y me fui. Puedo decir que ese regalo cambió mi vida. Hoy está en la mesa de noche junto a mi novia, la cual actualmente es mi esposa. Mayores de 60 18 a 29 años Ricardo Coloma Moreno, 27 años, Coyhaique Aliro Ojeda Casanova, 72 años, Coyhaique 44 Ganadores Ganadores 45 La impresora Mayores de 60 Región de Magallanes Un día estaba imprimiendo un documento de trabajo, cuando de repente se estropeó todo. La marca era Zeus 780. Me puse mi vestido de domingo y fui a ver qué se podía hacer con la impresora. Al llegar al lugar me pidieron la boleta, la cual lamentablemente terminó en una lavadora vieja de esas que rompen todo. Decidí dejar las impresiones para el lunes, me desperté temprano pensando en el problema. Así que me propuse comprar una impresora nueva. A continuación fui a una tienda donde me ofrecieron la impresora Pucará 2000, de fabricación argentina. Como estaba en oferta, me explicaron que no tenía garantía. Ingenuamente la compré, me dijeron que era de una marca de aviones. En fin, la impresora falló de nuevo y esta vez fui al SERNAC, donde me indicaron que sí tenía derecho al reembolso o a otra impresora, aunque el producto estuviera en oferta. Finalmente me devolvieron el dinero, pero no pude imprimir el documento, por lo que me sancionaron en la pega. Ana Gallardo Huichapay, 63 años, Punta Arenas 46 Ganadores Ganadores 47 Chocolate caliente 18 a 29 años La señora Angélica, bibliotecaria, bajaba cada día a la cafetería por su chocolate caliente. Bajaba feliz, radiante, ese era el capricho del día… Lo pedía con entusiasmo y algo de picardía en la mirada, como si fuera una maldad de niñez, algo que no debía hacer. Me gustaba observarla al recibir el brebaje, lo olía, lo saboreaba, daba las gracias por su compra y calentándose las manos con el envase desaparecía tras sus libros. Cada día la misma rutina. La señora Angélica encontraba un momento de felicidad en algo tan pequeño como comprar su delicioso chocolate. Hoy la biblioteca está de luto. Y yo vengo a la cafetería, en su nombre compro un chocolate caliente y lo bebo despacito, pensando en que ya es hora de comenzar a disfrutar de los pequeños detalles de la vida. Andrea Rivas Águila, 29 años, Punta Arenas 48 Ganadores 1. Cuando recibas dinero, inmediatamente separa una parte para tus ahorros, así no los gastarás en otras cosas Tips educativos para minilibro Consucuento 2. Antes de comprar un producto compara su precio en distintos negocios, así podrás elegir el más económico y ahorrar. 3. Los precios que se informan en los productos deben respetarse siempre. No debes aceptar que te cobren cobre un precio superior al informado. 4. Si compras un producto y sale malo, puedes exigir la garantía legal y escoger entre tres opciones: cambiar el producto fallado por uno nuevo, que te devuelvan el dinero o la reparación gratuita. Tú eliges. 5. Todos somos consumidores con los mismos derechos a ser atendidos con respeto e igualdad. 6. Evita comprar en el comercio ambulante, sin boleta no podrás ejercer tu derecho a garantía legal. 7. Comprar un producto que no cuente con rotulado en castellano o no venga con instrucciones, puede ser un riesgo para tu salud. 50 Ganadores Ganadores 51