Descargar Mini libro

Transcripción

Descargar Mini libro
El Servicio Nacional del Consumidor tiene como misión
informar, educar y proteger a los consumidores ciudadanos
de todo el país. Como parte de su área de trabajo educativa,
el Servicio ha desarrollado programas, cursos, materiales y
talleres de capacitación dirigidos a niños y niñas, jóvenes,
adultos y personas mayores. En esta misma línea, y como reflejo
de la preocupación por incluir la perspectiva ciudadana de la
educación para el consumo, SERNAC se planteó la posibilidad
de escuchar activamente a las personas, conocer sus vivencias
relacionadas con el consumo y revelar, de esta manera, qué hay
detrás de cada compra.
Por ello, el año 2015 se lanzó la segunda versión del concurso de
relatos de consumo «ConsuCuento, detrás de cada compra hay
una historia», el cual tiene como principal objetivo incentivar la
participación creativa de los consumidores y motivarlos a que
nos cuenten sus experiencias personales de consumo. En esta
segunda versión, nos interesó saber qué pensaban especialmente
los jóvenes y personas mayores de nuestro país, conocer el lado
humano en el acto de compra de estos dos grupos etarios. En
definitiva, con esta iniciativa, quisimos lograr que las personas se
transformaran en los protagonistas de cada historia.
Como resultado, podemos señalar que cumplimos, pues recibimos
relatos y experiencias de 766 jóvenes y adultos mayores de
todo el país. Y, a través de este material, queremos compartir
lo expresado por los treinta relatos ganadores de esta segunda
versión del «ConsuCuento».
Esperamos que los disfruten.
Ganadores
3
El almacén de mi barrio
Mayores de 60
Región
de Arica y
Parinacota
Frente a mi departamento hay un almacén. En él, compro el pan
especialmente; llega calentito y crujiente. La dueña es sonriente,
amable y conversadora; siempre vende muchos productos:
quesillo, jamón, galletas. Tiene también diversas hierbas para
distintas enfermedades, sabe mucho de esto, porque vivió muchos
años en el campo hacia el sur. Muchos de mis vecinos acuden a
ella por estos remedios. Su marido se complementa muy bien
con su esposa, es un hombre risueño, muy trabajador y juntos
atienden el negocio. Un día comentó: «Ella es una machi, hace
rituales, ¡jajaja!». Y yo le respondí: «¿Verdad?», en tono de
broma. La imagino danzando alrededor de las velas.
La señora atendiendo a otros vecinos sonríe al vernos conversar,
ignorando el tema. Su hija, que ayuda principalmente en la caja,
saca cuentas y da los vueltos, sale todas las tardes en su auto para
traer este sabroso alimento para el hombre que es el pan. Juntos
están proyectando planes para agrandar el almacén, de a poco van
juntando dinero para la construcción. Tal vez pronto comiencen
los trabajos, pues tienen bastantes clientes. El almacén en
realidad se ve pequeño porque está provisto de un gran surtido
de provisiones. Sus puertas se abren poco antes del mediodía y se
cierran muy tarde en la noche. A veces llegan niños pequeños con
monedas para golosinas sabrosas y helados tan apetecidos en esta
época de verano. Olvidé contar que también fían los pedidos, hay
vecinos que pagan a fin de mes y ellos lo permiten anotando en un
cuaderno los totales de cada día.
Elena Bahamondez Puga, 76 años, Arica
4
Ganadores
Ganadores
5
La gozadora
18 a 29 años
Cerquita de mi casa existe una botillería que parece un acuario: la
señora que atiende lo hace como si estuviera debajo del agua, con
esa lentitud semejante a la de un astronauta en práctica, y además
rodeada de vidrio. Atiende uno por uno y la cola crece y crece
tanto que parece un monasterio, una invitación a la paciencia
y el autocontrol. Estando a tres personas ya es imposible salir
de la fila, falta tan poco, pero pasa tan lento… que ya olvidé a
qué venía, me duele la cabeza y a los carteles se les acabaron
las letras… Pero ahí fue cuando lo vi. Mientras la persona que
estaba siendo atendida buscaba el dinero con la desesperación del
tiempo aplastándole, la señora detrás del vidrio miró por sobre sus
lentes y sonrió. «¡Ajá!», se me escapó en voz alta. Los de la fila me
miraron y sólo fingí que aclaraba la garganta, pero en mi mente
repetía: «¡Oh! Cómo te fascina, cómo te encanta». Ella sabía lo
que hacía... y las gozaba todas.
Sebastián Lucero Rivas, 29 años, Arica
6
Ganadores
Región de
Tarapacá
Ganadores
7
El sombrero y la
sonrisa de marfil
Mayores de 60
Tras pagar la letra mensual de la tienda, acostumbro a dar vueltas
por los percheros de ropa para ver si me gusta algo. Y, como
siempre, algo me gustó. Un sombrero color beige adornado con
una cinta azul. Su precio era económico así que lo compré de
inmediato. Cuando me dirigía a la salida, una sonrisa conquistó
mi atención, parecía hecha de marfil: era la sonrisa deslumbrante
de una maniquí. Me quedé contemplándola unos segundos
cuando me di cuenta de que esa sonrisa no brillaba por sí sola,
algo la hacía resaltar, algo que estaba sobre su cabeza; era un
sombrero. El mismo sombrero que acababa de comprar, pero de
otro color; sobresalía el negro y la elegancia. Lo quería. ¿Qué
hago?, pensé. No podía comprarlo, olvidé la tarjeta de crédito
en casa y el efectivo que traía se desvaneció entre el pago de
la mensualidad y la compra del sombrero beige. Si me iba a
casa tal vez al volver no lo encontraría, era el único. Cuando ya
perdía las esperanzas de tenerlo, una dulce voz resonó en mis
oídos: «Podemos cambiárselo si desea». Era la joven cajera que
me acababa de atender y que aparecía como mi salvación. «Sí,
por favor», le contesté con entusiasmo. La joven con destreza
se subió sobre el alto pedestal en que se encontraba el maniquí
y con delicadeza sacó el sombrero. Con mis setenta y tres años
yo no podría haberlo hecho. «Sólo necesito su boleta», me dijo.
Así, el cambio de sombreros duró unos segundos. Con una gran
sonrisa llegué a casa, me miré en el espejo y me encontré linda.
Inmediatamente me acordé de la maniquí. Teníamos la misma
sonrisa deslumbrante, la misma sonrisa de marfil.
Trueque
18 a 29 años
¿Cuántas monedas se necesitan para obtener la felicidad?, le
preguntó un mendigo a la señora del negocio. Ella le dio el vuelto
en calugas.
Ariel Jopia Bruna, 24 años, Iquique
Regina Vera Farías, 70 años, Iquique
8
Ganadores
Ganadores
9
La cama matrimonial
Mayores de 60
Región de
Antofagasta
Después de casi tres meses de habernos trasladado desde Arica
hasta Temuco y a tan sólo días de habernos casado, mi primer
sueldo partía financiando el arriendo de una casa en la que
el principal implemento sería, claro, una cama de dos plazas.
Luego de visitar algunas tiendas y de comprobar la insuficiencia
de nuestros recursos, nos fuimos alejando progresivamente del
centro hasta llegar a un establecimiento en el cual exhibían una
cama de estilo rústico, confeccionada con madera nativa y somier
sueco, a un valor bastante conveniente. Decidimos comprarla.
Pero para nuestra sorpresa, el dependiente titubeó, indicándonos
que no les quedaba stock y que, si deseábamos la que estaba a la
vista, deberíamos pagar un sobreprecio por concepto de rearmado
de la sala de exhibición. Nos retiramos tristes y rabiosos:
habíamos encontrado lo que queríamos y nos lo negaban. ¿Con
qué derecho? Nos dirigimos entonces a las oficinas del SERNAC,
donde obtuvimos rápido respaldo: no se nos podía negar la venta
de un objeto en exhibición. Telefonearon al local y, luego de
algunos tira y afloja, accedieron a la venta, manteniendo el precio
original. Radiantes, conseguimos un camión fletero y volvimos a
la tienda, hicimos la compra, nos trasladamos a casa y armamos
la cama, cuya madera realmente olía a bosque. Al llegar la noche,
y luego de compartir una deliciosa cena, mi esposa se adelantó,
para esperarme acostada. Algunos minutos después la seguí y
al más puro estilo hollywoodense me lancé sobre ella. Un fuerte
crujido enfrió nuestros ánimos y de pronto nos encontramos
en el suelo, entre almohadas y frazadas. Sin entender nada, nos
miramos, luego a la cama, y enseguida rompimos en carcajadas: la
tan ansiada cama matrimonial de madera nativa no fue capaz de
resistir el peso del amor.
José Araya Torres, 64 años, Antofagasta
10
Ganadores
Ganadores
11
Construyendo el amor
18 a 29 años
Resido en una ciudad desértica rodeada de mineras, una ciudad
donde no abunda la alegría y sólo escuchas críticas y quejas.
Cansado de este lugar, fui a probar suerte a mi ciudad natal,
esperando huir del desolador ambiente. Comencé arrendando un
pequeño cuarto, lo único que podía costear, mientras estudiaba
en las mañanas y trabajaba en las tardes. Tiempo después me
llegó un mensaje que decía: «¡Hey, Gabriel!, supe que andabas por
la ciudad. ¿Sabes?, arriendo un pequeño departamento y tengo
una pieza desocupada. Me gustaría que te dieras una vuelta por
si te gusta, y no te preocupes por el costo, pagarás lo mismo que
ahora, sólo necesito una pequeña ayuda». No lo pensé más y fui a
darme una vuelta. Era un lugar mágico, con vista al mar, rodeado
de palmeras y surfistas. Y, como se imaginan, mi respuesta fue
afirmativa. Poco a poco fuimos construyendo y adornando nuestro
hogar, iba regularmente al Homecenter pues siempre faltaba algún
detalle por arreglar. Muchas veces tenía que ducharme con agua
helada y una vez estalló la válvula del agua; estaba acostumbrado
a que mis padres hicieran todo por mí y en momentos como
esos no sabía cómo reaccionar. Recuerdo que se filtraba el agua
del departamento de arriba y que los soportes de las cortinas
cedían y debíamos pegarlos con cinta adhesiva. Aprendí a
crear un presupuesto mental para medir mis gastos y llegar
como corresponde a fin de mes. El tiempo corría rápidamente
y sin darnos cuenta nos fuimos enamorando profundamente el
uno del otro. Al final del día contaba con una gran compañía y
juntos habíamos creado un cómodo y plácido lugar para vivir y
compartir.
Región de
Atacama
Gabriel Rivera Lillo, 22 años, Calama
12
Ganadores
Ganadores
13
La maravillosa Navidad en
Diego de Almagro
Mayores de 60
En uno de los poblados de Diego de Almagro, Las Parcelas, vivía el
matrimonio López Rojas y sus hijos Alberto, de diecinueve años, Luis,
de dieciocho, y Emilio, de quince; buenos alumnos, de excelentes
notas. Él era pirquinero, ella dueña de casa muy modesta. Alberto y
Luis, por notas y exitosa PSU, obtuvieron becas para estudiar gratis
en la Universidad Católica de Santiago; Alberto medicina y Luis
ingeniería civil, sus vocaciones. Ilusionados, eufóricos, viajaron a la
capital. Emilio y sus padres continuaron su cotidiana vida. Primer
año universitario un éxito. Sus vacaciones de invierno y de verano
las gozaron con la familia, pero, viendo la precaria situación familiar,
decidieron que trabajarían en las vacaciones siguientes para sustentar
sus gastos, previo consentimiento de sus padres. Transcurrieron seis
años y el padre mascullando el día de la Navidad que nuevamente
estarían solos, sin nada para esta espera. Ya en casa, trasmitió sus
inquietudes a la esposa, ella respondió: «Paciencia, viejito. Como
otras oportunidades, esperaremos el nacimiento en la ermita del
cerro, regresando prepararé té con tostadas y nos iremos a soñar
con nuestros hijos». A las veintidós horas del día 24, se fueron a la
ermita, colmada de vecinos. Emilio no asistió. Finalizada la ceremonia,
regresaron al hogar. Le costó abrir la puerta, la empujó… ¡Oh!, la casa
por arte de magia se iluminó. ¡Sorpresa! Vieron la cocina, el comedor
y el living con muebles nuevos, una mesa atiborrada de manjares,
mientras la cocina vaporizaba un aromático chocolate caliente. De
pronto se asomaron sus hijos, nueras, nietos y Emilio, el cómplice que
ladinamente sonreía. Después vinieron los fraternales abrazos y «Jesús
ha nacido» en nuestro hogar... ¡GRACIAS POR ESTE BENDECIDO
REGALO: NUESTROS HIJOS Y SUS HERMOSAS FAMILIAS!
El polerón de egreso
18 a 29 años
«Ustedes son el curso más desordenado del colegio», nos
decían a diario. Y es que fuimos famosos toda la enseñanza
media por nuestra desorganización y desorden en la sala. Llegó
tercero medio y la elección del clásico polerón de egresados.
La presidenta del curso intentó hacernos callar durante toda la
hora del bloque de jefatura. Logramos escoger, entre la bulla,
algunos detalles del polerón: el color (gris), el dibujo que le
pondríamos (Bob Esponja) y asignamos un título de generación
(«Los nenes»). Luego corrió una lista por toda la sala y cada uno
anotó la forma en que quería que estuviese escrito su nombre o
apodo. La secretaria del curso, una chica con letra bastante fea y
poco legible, fue la encargada de llevar la hoja con los nombres,
apodos y detalles escogidos a la empresa que nos fabricaría el
polerón. La sorpresa que nos llevamos al recibir nuestra prenda
fue tragicómica: era gris claro escrito con letras de un color gris
oscuro, el título de generación decía «Los nenes Bob Esponja»
y no aparecía el dibujo. Algunos de los nombres de nuestros
compañeros no estaban y otros se encontraban mal escritos
debido a las ininteligibles letras que utilizó cada uno. La secretaria
del curso fue a hacer un reclamo a la empresa de confección.
Allí le respondieron que el error fue nuestro debido a la forma
en que presentamos el pedido y le enseñaron unos documentos
que explicaban los derechos y deberes del consumidor antes de
contratar un servicio y después de hacerlo. Ahora, egresados,
algunos usan el polerón como piyama y otros, simplemente, lo
donaron a la caridad.
Mayron Sills Cifuentes, 19 años, Copiapó
Maximiliano Guzmán López, 88 años, Diego de Almagro
14
Ganadores
Ganadores
15
Una compra inesperada
Mayores de 60
Región de
Coquimbo
Caminando por Valparaíso, provenientes de la ciudad de Ovalle,
recordando mi niñez en esa ciudad, llevo a mi familia a pasear por
diferentes calles junto con mis dos hijos. En un momento vemos
una gran aglomeración en un local, «¿entremos a ver?», digo.
Era un remate de muebles y otros artículos. Mientras mirábamos
cómo apostaban, justo muestran una lámpara de lágrimas. Me
llama la atención porque en mi antiguo hogar había una parecida.
Con calor, apretados entre el público, trato de arreglarme el pelo
y, ¡zas!, no me doy ni cuenta y me adjudico la lámpara. «¡La
señora! Ella se lleva este lindo objeto por tres mil pesos. ¿Nombre,
señora?», dice el martillero. «Margarita», digo asombrada. Mi
esposo paga, recibe el boleto de retiro de la especie, y de sólo una
entrada a mirar, no nos dimos ni cuenta cómo salimos con una
compra… «¿Quién lleva la lámpara por la calle?», pregunto. «Una
cuadra cada uno», dicen mis hijos. Cuando llegamos a la plaza
Echaurren, típica en Valparaíso, le toca a mi esposo tenerla y le
pido que se quede ahí para ir a comprar helados para mis hijos.
De pronto, miro a lo lejos y veo a su alrededor varias personas
conversando con él. Al llegar a buscarlo le pregunto: «¿Y la
lámpara?». «¡La vendí!», me dice, «a unos turistas les encantó, les
entregué el boleto de compra». Ellos se fueron felices y nosotros
recuperamos el dinero, sólo nos quedó la historia. Mis hijos
siempre recuerdan esta compra inusual, que por un empujón y
por levantar levemente la mano para acomodarme el pelo en un
remate salimos con una lámpara de lágrimas que sólo nos duró
algunas cuadras. Hoy se la contamos a nuestros nietos.
Margarita Santana Valenzuela, 64 años, Ovalle
16
Ganadores
Ganadores
17
El aroma del recuerdo
18 a 29 años
La vida está llena de recuerdos, buenos, malos, se repetía
mientras caminaba. Las calles atestadas de personas apuradas que
no notaban su tristeza, sólo caminaban perdiéndose por las calles.
Un torbellino de palabras inundaron su mente, lo paralizaron, no
entendía. El médico había sido categórico: es una enfermedad
irreversible, su padre sufre una demencia senil fulminante, se irá
apagando poco a poco, olvidará el presente, el pasado, no habrá
futuro, sólo hay que esperar. La espera fue angustiante, se quedó
en silencio, el tocadiscos dejó de sonar, los libros se llenaron de
polvo, el diario quedó tirado en el jardín y los árboles poco a poco
perdieron sus hojas, las flores se marchitaron al son del viento y
desde la ventana se asomaba una sombra con la mirada perdida
en el ocaso. Miguel se preguntaba ¿por qué?, ¿qué hacer para
devolverle los recuerdos, la sonrisa, las lágrimas? Caminó y en su
desesperación recordó un aroma, ese que desde niño conocía, ese
que emanaba de su padre al verlo partir por las mañanas; recordó
también que tenía un lindo velero, su envase era todo blanco, de
cristal, «Old Spice» repetía una y otra vez para que el recuerdo no
se esfumara. Se apresuró y se dio cuenta de que estaba cerca de
la vieja botica, reconoció al farmacéutico con su delantal blanco,
ahora más viejo y canoso, lo saludó gentilmente, pidió la colonia.
Sentirla en sus manos le devolvió la esperanza, pagaría lo que
fuera por devolver los recuerdos. «Papá, esto es para ti». Tomó la
caja, la abrió lentamente hasta sentir su aroma y emocionado dijo:
«Gracias, Miguelito, es la colonia que tu madre me regalaba, ¿te
acuerdas?». Mi padre había vuelto, era el aroma del recuerdo, era
el pasado, el presente y el futuro.
Región de
Valparaíso
Claudio Canales Meléndez, 22 años, Coquimbo
18
Ganadores
Ganadores
19
Mi querida vitrola
Mayores de 60
Arrastrando los pies por el paso del tiempo, voy como cada
noche realizando la misma rutina antes de irme a dormir: revisar
ventanas, asegurar puertas, decir una oración por los hijos frente a
aquella foto familiar en la que tú y yo con la belleza de la juventud
sonreímos radiantes junto a nuestros tres retoños. De pronto fijo
la mirada en el viejo baúl que por tantos años ha permanecido
en aquel rincón de la casa e impulsada por una extraña fuerza o
quizás por la nostalgia, levanto la pesada tapa y, al hurgar en él,
van apareciendo: tus cartas, vestidos, libros, cuadernos de nuestros
hijos, fotos, algunos mechones de pelo. Cómo describir mi emoción
al encontrarla aquí, silenciosa, mi vieja y querida vitrola. Sí, fue
aquí donde el avance de la tecnología nos obligó a ponerla un día.
Comienzo a evocar las tardes en que cogidos de la mano íbamos a
contemplarla a la vitrina de la tiendita aquella. Recuerdo que por
temor a endeudarnos fuimos juntando peso a peso su valor. ¡Cómo
olvidar la alegría del momento en que por fin pudimos llevarla a
nuestra casa! Vienen a mi mente las noches en que después de
lograr hacer dormir a nuestros niños su melodía nos envolvía y
firmemente sostenida por tus brazos danzábamos al compás de
nuestro tango favorito. Por arte de magia el cansancio desaparecía,
nuestros pies parecían tener alas, girando, girando, alegres, felices,
enamorados. Sintiendo la tibieza de una lágrima que rebelde insiste
en rodar por mi cara, tímidamente quizás esperando un milagro,
doy vueltas la manilla de este tesoro musical y sus notas brotan
rompiendo el aire como un suspiro: «Laaate un corazóoon»…
La importancia de las
boletas
18 a 29 años
El frío le recordaba que necesitaba urgente comprarse una nueva
chaqueta. Sí, era un muy helado verano, con un promedio de
treinta y cinco grados por día. Comenzó a sentir aquel frío el
sábado de la semana anterior, cuando fue a la multitienda en
búsqueda de un regalo para su madre. La vio entre la caja y los
estantes de ropa, tenía el pelo castaño, una sonrisa eterna y cara
de ganas de que terminara luego su turno. Quiso acercarse pero
le fue imposible, necesitaba comprar un perfume y ella estaba
en la sección de ropa de abrigo o, mejor dicho, de lo que sobró
de la temporada de invierno. Decidido se acercó a la sección en
búsqueda de una chaqueta nueva, a pesar de que siempre prefirió
los chalecos. Se le acercó la vendedora y poco escuchaba las
especificaciones que ella le mencionaba, estaba más enfocado en
mirarla. Se concretó la transacción y él, apurado y algo nervioso,
se retiraba de la tienda. La vendedora le gritó para que se
detuviera: «¡No olvide su boleta!». Él, confundido, fue a buscarla
y la guardó en su bolsillo. Con una sonrisa, la muchacha agregó:
«Tiene siempre que llevarse su boleta, en caso de que tenga
alguna emergencia». Se retiró pensando en qué inocente era ella,
como si me interesara revisar el precio o cambiar el producto.
Más inocente era él, que aún no notaba que al reverso de la boleta
había un número telefónico anotado.
Mauricio Mura Pineda, 20 años, Los Andes
Teresa Toro Flores, 62 años, La Calera
20
Ganadores
Ganadores
21
La yapa
Mayores de 60
Región
Metropolitana
Hoy no tengo ánimo, mis huesos amanecieron adoloridos, pero
es viernes, día de feria. Necesito ir, aunque arrastre el carrito; ir
significa verdura y fruta fresquísima para toda la semana y, lo más
importante, un buen ahorro para mi pensión. Llego a la feria y mi
ánimo cambia, los porotos granados están preciosos, colorados y
brillantes y cuestan mil pesos el kilo (un buen precio); los choclos
están regados en abundancia, saboreo en mi imaginación porotos
granados con mazamorra y albahaca y, para el domingo, humitas
con tomate y cebollita. ¡Qué rico y barato está todo! Los melones
están a quinientos pesos, son pequeños, pero muy fragantes.
Los duraznos gigantes apenas caben en mi mano. Poco a poco,
deposito todos mis tesoros en mi carrito. De pronto llego al puesto
del pequeño Luchito, que trabaja con su madre en la venta de las
papas. «¿Y tu mamá?», le pregunto. «Fue a cambiar sencillo», me
responde. Mientras tanto, pesa las papas que le pido y como de
costumbre deposita un pequeño montón de papas de regalo en
mi carro. «Luchito, no es necesario que hagas eso. Tu madre se
dará cuenta un día y te castigará». Me miró con su carita gordita
y transpirada y algo avergonzado dijo: «Señora Juanita, mi mamá
antes de empezar a vender arregla la pesa».
Juana de Las Mercedes Abrigo Caris, 71 años, San Joaquín
22
Ganadores
Ganadores
23
Centro
18 a 29 años
Calles de cemento, desiertas a pesar de los cientos de personas
que las recorren todos los días. Veredas angostas, desprovistas
de verde, desprovistas de todo menos de negociantes llamando
a sus presas. Pisos, paredes y techos grises y cientos de oficinas
con súbditos con miradas vacías que en su hora de almuerzo van
al negocio más cercano (a ese que les cobra más caro, pero con
treinta minutos para almorzar, ¿qué otra opción les queda?) y que
venden todos los días una fracción de su sueldo por un poco de
comida que les ayude a sobrevivir el día. Uno de esos caminantes
es una mujer con tres hijos en casa y una madre enferma; compra
todos los días la ensalada más barata (desearía traer almuerzo
de casa pero no tiene tiempo y el cansancio la estremece) y
come rápidamente para llegar antes del límite de la media hora
y seguir trabajando, siempre trabajar (¿hay alguna otra cosa?).
Son las seis cuarenta y aún no puede dejar el lugar de empleo, a
las siete finalmente apaga el computador y camina lo más rápido
que puede a la estación. En el camino una pequeña tienda llama
su atención. Vestidos, poleras, blusas, pantalones y faldas nublan
la vista desde el ventanal. Se prueba un vestido que le queda
maravilloso pero no tiene dinero para disponer de él ni ocasiones
para usarlo, así que elige una blusa negra que le sirva para el día
siguiente en el trabajo, le paga a la chica los seis mil novecientos
noventa pesos, que ella agradece mirando el celular y con un
movimiento de cabeza. Con un nudo en el estómago llega a casa
para arrepentirse rápidamente de su compra al ver a su madre
con los ojos cerrados y a su hijo mayor llorando a su lado.
Región de
O’Higgins
Javiera Cristi Castillo, 22 años, Providencia
24
Ganadores
Ganadores
25
El carnicero
Juguetes frustrados
Pese a mis sesenta y dos años, mi tozuda memoria se niega
a olvidar una vivencia que tuve allá por 1960, en la localidad
agrícola de la Rinconada del Tambo, ubicada en el Chile Central.
Como mi taita era un inquilino mal pagado, mi mami tenía que
hacer malabares para parar la olla durante todos los días del año.
Muchas veces empujada por la necesidad, le pedía cazuela o huesos
carnudos fiados a don Marcos Salas, un caballero cincuentón, bajo
de porte y de prominente barriga. Ese señor venía a vender carne
desde El Naranjal, una localidad vecina, en una carretela tirada por
un flaco y sufrido caballo, al cual llamaba el Sinvergüenza. A sus
«caseras» les fiaba, eso sí que era riguroso en el cumplimiento del
pago en la fecha convenida, pues si alguna deudora no pagaba en
el día concordado, sufría las consecuencias de su ira desatada. Mi
mami una vez, debido a la enfermedad de uno de sus diez retoños,
no pudo pagarle a tiempo. A eso de las diez de la mañana del día
acordado para saldar la deuda, sentimos que por el camino se
acercaba la carretela y nos encerramos en la cocina. Al enfrentar
nuestra casa, don Marcos ordenó detenerse al Sinvergüenza
y, como vio que mi vieja no salía a pagarle, durante unos diez
minutos tapó a garabatos a la pobre bestia de cuatro patas,
garabatos que iban dirigidos a mi progenitora, que entendió el
mensaje y, al día siguiente, le pagó lo adeudado con una docena de
huevos y una pollita buena para la cazuela. Esa forma de cobrar las
deudas era infalible, pues la gente hacía lo imposible para pagarle a
tiempo, ya que decían que era preferible deberle el alma a Satanás
y no unas chauchas a don Marcos Salas.
Sórdido era el sonido de las sirenas vapuleando la calle,
intimidando los semáforos en rojo. La máquina parecía que
avivaría el fuego más que apaciguarlo y, dentro de ella, dos
hombres de piel tersa y amarillenta se vestían para adentrarse en
algunas llamas sin nombre ni cara, para morir quemados, y no
por un sueldo. Cuando el primer bombero estaba por entrar al
fuego, mi mamá me movió del hombro para hacerme reaccionar,
y que sí, que te vamos a comprar el carro de bomberos, hijo. Yo lo
tenía adherido a mis manos y estaba llorando o más bien gritando
para que me lo compraran; nos acercamos a un vendedor, le lancé
una mirada entusiasta de bombero-superhéroe, pero nada, él no
entendía, él era un vendedor, quizás antes fue bombero, pero ya
no. Aún hoy tengo el camión escondido en el entretecho y cizaña
contra el joven vendedor que no entendió mi mirada cómplice.
Obviamente yo no comprendí nunca su desánimo: él siempre
quiso ser bombero, no vendedor.
Mayores de 60
18 a 29 años
Mauro Lucero Castro, 20 años, Rancagua
Hugo González González, 60 años, San Vicente de
Tagua Tagua
26
Ganadores
Ganadores
27
Tractor verde manzana
Mayores de 60
Región
del Maule
En nuestra ciudad sureña nos hemos adaptado a asaltos furtivos.
Aumentaron los robos por sorpresa alrededor del centro. El día que
me pagaron en el banco la parcela que vendí, fui donde mi amigo
Remberto, agente del mismo banco, y colocamos en un cartucho de
papel cien millones en paquetes de diez millones de pesos. Aquel
día vestí jeans viejos y una chaquetilla desguañangada, fue mi
camuflaje; incluí seis días sin afeitarme, de modo que más parecía
un vagabundo limpio. Juntos ordenamos el dinero. De tapón arriba
instalé mi pañuelo y lo aplané con un pan amasado que cargaba en
un bolsillo. Canturreando crucé la plaza. Con mi mano izquierda
apretaba el bolso de papel con millones adentro. Ingresé feliz al
local de Ford, iba a cumplir mi sueño: comprar un tractor ¡verde
manzana!, que allí se vendía. Había tres vendedores conversando.
Me examinaron por cinco segundos, de arriba abajo, y sacaron su
vista de mí. Sentí desprecio y discriminación. Luego pensé que
quizás yo andaba «en estado prepotente», ya que el dinero que
tenía alcanzaba sobrado para tractor y arado.
Nunca dejaron de conversar, detrás había una oficina, esperé varios
minutos, no dejaron de hablar: «Atiéndelo tú», dijo el más moreno;
«no, tú», rebatió otro. Desde la oficina alguien habló: «Señor,
¡le ayudo! Soy el jefe». Sutil avanzó hacia donde yo permanecía
atónito. «¿Qué desea?». «Un tractor», dije parsimonioso, «¿cuánto
vale ese?» y con los labios apunté el verde. «¡Uff! Ese es muy caro,
señor». Hubo silencio. Recapacitó, explicó, corrigiendo su error:
«¡Pero es bueno!». «¡Yaaa!», contesté. Los vendedores se reían
del diálogo. «¿Pagará con cheque?». Guardé silencio. «¿Pagará
con tarjeta bancaria?». «No. Pago con billetes. Ahora». «¡Llévese
rápidamente su tractor! ¿Cómo se llama, señor?». «¡Monardes!»,
exclamé feliz. De reojo, vi cómo los tres vendedores se hundían.
Renato Hernández Riquelme, 63 años, Linares
28
Ganadores
Ganadores
29
Ilusión de escaparate
18 a 29 años
«Me observa», me dije desconcertada. El rubor pareció conquistar
mis pómulos. Por primera vez una mujer me prestaba atención
desde mi llegada. La mayoría pasaba arrojándome fugaces
miradas y continuaba, pero esta muchacha aún estaba allí,
inmovilizándome. Tras cada paso que ella daba para contemplarme
desde otro ángulo, yo la escoltaba con mis marrones frontales
mientras mi cuerpo seguía sin responder. Sólo mis ojos se
desplazaban tras la hermosa joven. Y yo estaba allí, inmóvil,
sin vida, presa del nerviosismo. «Es bella», murmuró la joven
observándome detenidamente. Yo me petrifiqué aún más al oír esas
dulces palabras que se deslizaron entre sus labios. La muchacha
resolvió acercárseme. Su mirada denotaba decisión y sus pasos,
convicción. Su cabello de ébano se agitaba sobre sendos hombros
contrastando con el marfil de su cuello. Extendió su delicada mano
sobre mí, estremeciéndome por completo. Mi cabeza comenzó a
dar vueltas, sometida al éxtasis de las emociones. ¡Hacía ya mucho
tiempo que otra mujer no me tocaba! Sus dedos recorrieron con
suavidad mi brazo y su mirada parecía desabrochar mi coqueto
escote. Mi pecho se agitó propagando el amor por mis venas cuando
comenzó a desnudarme. ¿Cómo podía atreverse a hacerlo en
público? Sólo deseaba entregarme a esa vorágine de pasión que
arrasaba con la moralidad de los hombres y, por un instante, creí
hacerlo, pero… Pero ¿cómo me hiciste eso, alma mía? La vi partir
con mi blusa –que sería para otra, una más humana que yo– hasta
donde se encontraba aquella cómplice cajera de fácil sonrisa. Buscó
en las profundidades de su cartera y sacó la tarjeta de crédito, cual
guillotina, se deslizó sentenciando mi sino: la desnuda soledad.
Petrificada en la oscuridad, comprendí que nunca una mujer se
fijaría en una fría y estéril maniquí.
Región del
Biobío
Franco Fornachiari Astudillo, 27 años, Linares
30
Ganadores
Ganadores
31
Un campesino honesto con
la naturaleza y las leyes
Mayores de 60
Siempre me han gustado los árboles nativos. Es más, soy contrario
a los bosques de pinos y eucaliptus, sedientos depredadores de
napas subterráneas que dejan yermos los campos. El agua es un
bien escaso hoy, otrora abundante. Avecindado en mi parcela
Entremanueles, decidí crear un bosque para darme el gusto
de verlo crecer aunque lentamente. No veré árboles grandes
ni altivos, en cuyas copas aniden los pájaros. No importa, mi
nieto lo hará. Visito un vivero de especies nativas, todo un
descubrimiento que superó mis expectativas: un suelo húmedo
con un pantano y las especies arbóreas en sus bolsitas negras,
esperando ser acogidas para ver la vastedad de otros lugares con
su pedazo de cielo y reverdecer el paisaje con su presencia. El
dueño me atendió gentilmente, un experto en la Roma antigua,
un lector empedernido y un conversador incansable que con su
información didáctica me mostró los arbolitos, sus características
y sus nombres científicos. Una enciclopedia humana, grata y
encantadora. Elegí boldos, un temu, coigüe, raulí, arrayán macho,
molle, quillayes y un laurel que vinieron a hacerle compañía a
varios maitenes, al arrayán, patagua y avellano. Toda mi riqueza
autóctona junta en un lugar especial que, espero, con los años
se troque en un bosque admirado por quienes pasan raudos por
mi parcela. Hoy, diariamente, después de varios meses asentados
allí, visito mis árboles, agradeciendo al agradable conversador,
una enciclopedia que disfruta y difunde el tesoro que tiene: un
pantano, una rareza hoy día. Lo tiene porque no ha violentado a
la naturaleza. Hoy conservo una boleta que en este vivero rural
un noble hombre me expidió por la compra que hice. También
cumple con las leyes. Una persona digna de fiar.
El velorio equivocado
18 a 29 años
Terminaba mi periodo de evaluaciones y comenzaban mis
vacaciones de invierno. Como buen estudiante de psicología,
tenía toda la claridad de que serían las mejores vacaciones de
todo el año. Al llegar a mi hogar, mi madre me esperaba con la
triste noticia del fallecimiento del abuelito de mi mejor amigo de
la infancia, a quien por motivos de estudio no veía hace mucho
tiempo. Lo bueno de toda esta tragedia fue que justo por esos
días se me depositaba el dinero de mis becas de estudio, por lo
que tendría suficiente para comprar una hermosa corona y un
arreglo floral además de los aportes para el funeral. Con mi mamá
nos preparamos y fuimos a buscar la mejor corona y el más bello
arreglo floral; el tata José se lo merecía y mi querido amigo Nicolás
también, ya que siempre me esperaban con ricos helados cuando
los iba a visitar. Como es de costumbre en el sur, nos fuimos bien
temprano para llegar a la hora de almuerzo para comer algo de
carne, pues es tradición matar un animal en días de velorio. Ese
día mi mamá no cocinó y nos fuimos toda la familia a despedir al
tata José. Al llegar al velorio había mucha gente, muchos rostros
desconocidos, ¡claro, habían pasado muchos años!, la casa estaba
remodelada, era todo nuevo y tan extraño, y lo peor esta vez no
se veía venir. Entregamos la corona, el arreglo floral, los aportes
en dinero y el respectivo pésame a un familiar que estaba en la
recepción. Esperamos un rato antes de pasar a comer cuando de
repente en la puerta de entrada aparece Nicolás con toda su familia
y el tata José. Resultó que la persona fallecida era un amigo que
había comprado la casa del tata José.
Oscar Salgado Suazo, 28 años, Curanilahue
Alfonso Lloveras Cuevas, 65 años, Santa Bárbara
32
Ganadores
Ganadores
33
El vendedor de máscaras
Mayores de 60
Región
de la
Araucanía
34
Ganadores
Era un hombre alto, delgado y anciano, un vendedor ambulante
que había viajado por mucho tiempo. Cuando lo conocí me
ofreció algo curioso: una máscara. Me contó unas historias
respecto de ella, sobre que la crearon unos seres que se
rechazaban a sí mismos y no aceptaban la imagen que les otorgó
su creador, por lo que hacían máscaras para usarlas frente a
todos y vivían con ellas puestas todo el tiempo. Esa máscara me
interesó, la compré, el vendedor se desvaneció y me di cuenta de
que la máscara en realidad no era tal, sino un espejo, y el reflejo
que veía no era mi rostro, era una máscara.
Luis Stuardo Montero, 69 años, Padre de las Casas
Ganadores
35
La felicidad al alcance de la
compañía
18 a 29 años
Una anciana de apariencia desgastada iba caminado con
seguridad y tranquilidad sobre la vereda. De repente divisó a
lo lejos una silueta de una mujer más o menos del doble de su
tamaño, que parecía sostener algo pequeño. A medida que se
acercaba, la anciana empezó a notar con claridad los rasgos de la
mujer, que se veía preocupada y a la vez ansiosa. Se paró frente
a ella y le ofreció que le comprara un pequeño cachorro que
tenía entre sus brazos. La anciana sin pensarlo se negó, puesto
que no tenía lugar para un ser vivo tan indefenso en su vida,
además pronto ella llegaría a su fin, estaba vieja y débil, eso lo
sabía a la perfección; no tendría a nadie que lo ayudara cuando
los últimos día llegasen. La mujer muy ansiosa le preguntó
el porqué del rechazo, la anciana levantó su viejo rostro, que
mostraba los duros años de edad, y vio que los ojos color miel de
la joven mujer comenzaban a mojarse con lágrimas. La anciana
con un gesto inquisitivo decidió pregúntale por qué estaba triste,
y la mujer le explicó con una idea absurda que por motivos de
viaje no podría quedarse con el animal. La anciana, después
de pensarlo y analizarlo, le preguntó en voz baja el precio
del cachorro, y la mujer con mucho entusiasmo se lo dijo. La
anciana recibió al cachorro con mucha humildad y seguridad; la
mirada de la mujer y la anciana se cruzaron. Y con una sonrisa
de los ojos, le dio las gracias por la compra tan generosa que
había hecho. La anciana sólo sonrió. Y mientras se alejaba
acariciaba al cachorro; ahora nunca estaría sola.
Región de
Los Ríos
Denisse Salazar Ibañez, 24 años, Pucón
36
Ganadores
Ganadores
37
Hoy día voy a crecer
Un pequeño camión
Dame $24.990 para ir a comprar mi regalo de cumpleaños, le
dijo Leonor a su esposo y salió feliz a comprar su regalo con
sus pequeños pasos que se perdieron por la avenida Picarte. Yo
pensaba comprarle una tenida, invitarla a cenar a ese restorán
donde nos conocimos hace diez años, incluso me parecía poco
lo que me había pedido. Eso era lo que más le intrigaba a Carlos,
no saber qué era lo que quería comprar Leonor. Yo nunca he
sido apretado para hacerle regalos, es más, sólo me interesa
verla contenta. Al cabo de unas cuatro horas volvió con una
caja que en su interior tenía unos zapatos con plataforma. Lo
que le causaba curiosidad a Carlos es que ella siempre estaba
muy contenta con su pequeña altura y nunca había querido usar
tacos. Al consultarle Carlos por su compra, Leonor le respondió
coquetamente: es una fantasía que tengo, quiero que lo hagamos
«a la paraguaya».
Aún recuerdo el día en que compré este pequeño camión que
sostengo hoy en mis manos. Fue con mi primer sueldo, pues
mi padre me había encomendado la tarea de limpiar el patio
y ordenar la leña que faltaba guardar para el invierno. Al
terminar mi labor recibí de sus manos un billete; a mis ojos
era una fortuna… cuando tienes ocho años, dos mil pesos son
comparables con todo el dinero del mundo. La felicidad de
entender que todo esfuerzo merece una recompensa alegraba mi
corazón; la única duda que me asaltaba en ese momento era en
qué gastaría el fruto de mi trabajo. Somos personas de campo,
una sola salida al mes para toda la familia a visitar el pueblo
merecía la espera. Guardé el dinero en mi bolsillo y cuando
pasamos por el gran bazar en el centro pedí a mi madre que me
acompañara para ver qué podía comprar. Había un universo de
cosas a mi alcance. Apenas lo vi me enamore de él: un pequeño
camión de madera barnizada, una obra de algún artesano que
lo esculpió en roble añejo del sur y que ahora era entregado a
este niño sorprendido. De eso ya más de veinte años. Hoy es el
cumpleaños de mi hijo, cumple ocho y en sus ojos veo el reflejo
de las mismas fantasías que alguna vez jugaron conmigo en esta
tierra gredosa. Me acerco a él con las manos en la espalda, en
su rostro la sorpresa ante mi regalo, el camión que por tantos
años me acompañó, el mismo que me vio crecer es ahora suyo;
su sonrisa no se puede comprar ni con todo el oro del mundo.
La imagen imborrable de mí mismo en el espejo de ese pequeño
camión que compré tanto tiempo atrás.
Mayores de 60
Víctor Toledo Aguilar, 61 años, Valdivia
18 a 29 años
Andy Alvarado Azócar, 29 años, La Unión
38
Ganadores
Ganadores
39
Imaginar el cielo
Mayores de 60
Región de
Los Lagos
Las despejadas noches de primavera y verano de los Altos del
Río Pescado, en los faldeos del lado noroeste del volcán Calbuco,
muestran un contraste perfecto entre la luz y la oscuridad. Este
ambiente sin interferencias permite observar la vía láctea en
todo su esplendor, la salida de la luna por detrás de la cordillera
de los Andes, las estrellas fugaces, los cometas brillantes de larga
cola, los satélites que recorren este maravilloso espacio. Nuestra
curiosidad familiar no se conformaba con mirar a simple vista
estos fascinantes eventos que han recorrido la historia de la
humanidad. Siempre se mantuvo latente la idea de adquirir un
telescopio para ver de más cerca esta hermosa realidad. Fue así
como en un gran esfuerzo económico uno de los progenitores se
contactó con una tienda que vende ese bien material, para hacer
tangible este hermoso deseo. La empresa facilita la seguridad
psicológica en el contacto con el cliente, pues hay cortesía y
profesionalismo en la atención, responde al requerimiento en
la fecha convenida, dándole credibilidad y confianza, respeta
los tiempos de espera, es decir, se expresa una calidad total en
la gestión de servicios. Las expectativas de compra se fueron
cumpliendo fielmente. A fines de año la promesa se cumple. Llega
a casa el hermoso y anhelado regalo. Para quienes no nacimos
con la tecnología de punta existente en estos tiempos, el gran
desafío era armar el complicado «aparatito». Pero los hijos de
la informática y de la computación todo lo pueden; en un breve
tiempo el telescopio estaba instalado y en funcionamiento. Un
humilde sueño se configura en nuestras mentes: observar el
espacio exterior en todo su esplendor e imaginar el cielo de la paz
y la felicidad que nos espera en la otra vida.
Juan Almonacid Vargas, 65 años, Puerto Montt
40
Ganadores
Ganadores
41
Casorio
18 a 29 años
Me compré un celular en Lovistar. Lo pagué, lo sigo pagando y lo
pagaré por siempre hasta que la muerte nos separe.
Anita Del Carmen Mancilla Ojeda, 21 años, Puerto Montt
Región de
Aysén
42
Ganadores
Ganadores
43
La orilladora viajera
La compra del amor
Un día simplemente tomé la decisión de que ya no le tendría miedo
al computador y comencé a navegar en la web. Siempre veía a mi
hija que compraba por internet y en verdad se veía tan fácil, que me
dije ¿por qué no? Sentado frente a la pantalla, me di cuenta de que
mi patio necesitaba un cariñito y dije en voz alta:
–Debería comprar una orilladora para cortar el pastito y arreglar
las rosas.
–Pero, papi –dijo mi nieta–, cómprate una por internet. Yo te ayudo.
Se paró a mi lado, escribió unas cosas en el computador y me daba
instrucciones, que para ella eran fáciles, y yo colgado.
–Viste que es fácil, papi –dijo con una gran sonrisa en su rostro. Ante
lo cual asentí con la cabeza.
Pillé una orilladora que estaba muy barata, me pidieron mi correo,
mis datos y sin darme cuenta la compré. Y pensé: se demorará
un par de días en llegar. Pasaron los días y las semanas, y nada;
siguieron pasando las semanas y, finalmente, me tuve que conseguir
una cortadora de pasto, arreglé mi jardín, podé los rosales.
Y un día, casi dos meses después, llegó la orilladora, envuelta en
ese plástico de burbuja; ahí estaba, con un cable de unos treinta
centímetros. Y pensé: voy a tener que comprar un alargador.
–Pero, papi, con razón se demoró tanto en llegar, si la compraste
en China.
La miro y le digo:
–Chuta, que nos salió viajera –y me reí.
Y en fin, ahí tengo mi orilladora viajera en su caja y guardada en la
bodega del patio, aún debo comprar el alargador, pero cada vez que
voy a la ferretería se me olvida y mi pasto nuevamente está largo.
Creo que le pagaré a alguien para que lo corte.
Corría el año 2010 y varios metros de nieve habían caído sobre
la tierra. Resultaba difícil movilizarse, pero era el cumpleaños
de mi novia y debía encontrar algo para ella. Con esfuerzo salí a
buscar un lugar abierto, pero las grandes tiendas y los comercios
principales de mi ciudad estaban cerrados. No andaba locomoción
así que decidí caminar por una calle empinada como un cerro,
lo que, sumado a la nieve, era bastante agotador. El cansancio se
hizo sentir, miré al cielo mientras la nieve volvía a caer y me di
cuenta de que un negocio estaba abierto, era más bien la parte
delantera de una casa antigua con un nombre un tanto borrado.
Decidí entrar a comprar algo para comer. Una anciana apareció
entre las sombras y me preguntó: «¿Por qué tan triste si eres un
hombre joven?». Simplemente la miré mientras la nieve que tenía
en mi ropa se convertía en agua y le expliqué mi situación. Sin
responder nada, empezó a buscar entre las repisas y sacó una
caja; adentro había un hermoso reloj despertador en forma de
corazón. Con su avanzada edad me dijo: «Mi marido, que en paz
descanse, me regaló algo parecido hace varias décadas atrás, y
fue precisamente este regalo lo que hizo que yo me enamorara de
él». Inmediatamente lo envolvió en un hermoso papel de regalo,
lo guardó en una bolsa y me dijo: «Espero que te sirva como me
sirvió a mí y recuerda que mi negocio siempre está abierto; es
el único recuerdo que tengo de él». Le agradecí, pagué y me fui.
Puedo decir que ese regalo cambió mi vida. Hoy está en la mesa
de noche junto a mi novia, la cual actualmente es mi esposa.
Mayores de 60
18 a 29 años
Ricardo Coloma Moreno, 27 años, Coyhaique
Aliro Ojeda Casanova, 72 años, Coyhaique
44
Ganadores
Ganadores
45
La impresora
Mayores de 60
Región de
Magallanes
Un día estaba imprimiendo un documento de trabajo, cuando
de repente se estropeó todo. La marca era Zeus 780. Me puse mi
vestido de domingo y fui a ver qué se podía hacer con la impresora.
Al llegar al lugar me pidieron la boleta, la cual lamentablemente
terminó en una lavadora vieja de esas que rompen todo. Decidí
dejar las impresiones para el lunes, me desperté temprano
pensando en el problema. Así que me propuse comprar una
impresora nueva. A continuación fui a una tienda donde me
ofrecieron la impresora Pucará 2000, de fabricación argentina.
Como estaba en oferta, me explicaron que no tenía garantía.
Ingenuamente la compré, me dijeron que era de una marca
de aviones. En fin, la impresora falló de nuevo y esta vez fui al
SERNAC, donde me indicaron que sí tenía derecho al reembolso o a
otra impresora, aunque el producto estuviera en oferta. Finalmente
me devolvieron el dinero, pero no pude imprimir el documento, por
lo que me sancionaron en la pega.
Ana Gallardo Huichapay, 63 años, Punta Arenas
46
Ganadores
Ganadores
47
Chocolate caliente
18 a 29 años
La señora Angélica, bibliotecaria, bajaba cada día a la cafetería por
su chocolate caliente. Bajaba feliz, radiante, ese era el capricho del
día… Lo pedía con entusiasmo y algo de picardía en la mirada, como
si fuera una maldad de niñez, algo que no debía hacer. Me gustaba
observarla al recibir el brebaje, lo olía, lo saboreaba, daba las gracias
por su compra y calentándose las manos con el envase desaparecía
tras sus libros. Cada día la misma rutina. La señora Angélica
encontraba un momento de felicidad en algo tan pequeño como
comprar su delicioso chocolate.
Hoy la biblioteca está de luto. Y yo vengo a la cafetería, en su
nombre compro un chocolate caliente y lo bebo despacito,
pensando en que ya es hora de comenzar a disfrutar de los
pequeños detalles de la vida.
Andrea Rivas Águila, 29 años, Punta Arenas
48
Ganadores
1. Cuando recibas dinero, inmediatamente separa una
parte para tus ahorros, así no los gastarás en otras cosas
Tips educativos
para minilibro
Consucuento
2. Antes de comprar un producto compara su precio en
distintos negocios, así podrás elegir el más económico
y ahorrar.
3. Los precios que se informan en los productos deben
respetarse siempre. No debes aceptar que te cobren
cobre un precio superior al informado.
4. Si compras un producto y sale malo, puedes exigir la
garantía legal y escoger entre tres opciones: cambiar
el producto fallado por uno nuevo, que te devuelvan el
dinero o la reparación gratuita. Tú eliges.
5. Todos somos consumidores con los mismos derechos a
ser atendidos con respeto e igualdad.
6. Evita comprar en el comercio ambulante, sin boleta no
podrás ejercer tu derecho a garantía legal.
7. Comprar un producto que no cuente con rotulado en
castellano o no venga con instrucciones, puede ser un
riesgo para tu salud.
50
Ganadores
Ganadores
51

Documentos relacionados