El trinomio ”vida, muerte y violencia” y la conformación de estilos
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El trinomio ”vida, muerte y violencia” y la conformación de estilos
El trinomio ”vida, muerte y violencia” y la conformación de estilos juveniles. Un estudio de significaciones con hip hoperos y dark-góticos. Resumen Ejecutivo. Café Diálogo 27 mayo 2004, INJUV. Presentación en Café Diálogo: Oscar Aguilera Ruiz Carlos Bravo Urzúa Investigadores: Mauricio Sepúlveda Galeas Ana Vergara del Solar Carlos Bravo Urzúa Tatiana Rojas Silva Equipo de Investigación “Infancia, juventud y cambios culturales” Facultad de Ciencias Humanas y Educación U. Diego Portales Descripción del estudio El estudio forma parte de una investigación comparativa de carácter internacional, iniciada en el año 2002 y que culiminará a finales del 2004. Esta red ha sido coordinada por el Departamento de Investigaciones de la Universidad Central (DIUC) de Bogotá y participan de ella varias universidades de Colombia (de Medellín, Cali, Cartagena, Neiva y Quibdó), Argentina, Perú, Brasil, México, España, Inglaterra y Finlandia. La interrogante central sobre la cual se centró la red de investigadores tiene que ver con los efectos que la presencia de complejos socioculturales regionales y nacionales diversos puede tener en la conformación de significados acerca de la vida y la muerte, en jóvenes urbanos. La temática de vida y muerte fue vinculada, con distintos énfasis locales, con aspectos tales como la religiosidad, los consumos culturales y la violencia, considerados a la vez ámbitos de expresión y de generación de imágenes culturales. Cada equipo local realizó las adaptaciones necesarias para darle sentido de acuerdo a su propia realidad sociocultural y las particularidades de los jóvenes con los cuales esperaba encontrarse. La ventaja de articular dos ámbitos simultáneos, es decir, un trabajo local e internacional, es que la comprensión puede verse potenciada y enriquecida, tanto por el conocimiento que los equipos locales tienen de su propia realidad juvenil como por la posibilidad de identificar vínculos con procesos más amplios de cambio en los estilos juveniles y en las sociedades actuales, en general. El estudio chileno fue llevado a cabo por el Equipo de Investigación en “Infancia, Juventud y Cambios Culturales”, de la Facultad de Ciencias Humanas y Educación de la Universidad Diego Portales, compuesto por psicólogos y antropólogos. Para su realización, se contó con el apoyo del fondo concursable de investigación de la Universidad y los aportes complementarios de la División de Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior, del Programa de Cooperación Científica Internacional de CONICYT y de COLCIENCIAS, Colombia. Se orientó a tres objetivos generales: a) dar cuenta de las significaciones de la vida y la muerte que configuran jóvenes urbanos provenientes de determinados estilos juveniles, b) explorar las significaciones de la violencia y su vinculación con los sentidos atribuidos a la vida y la muerte, c) analizar las narrativas vinculados a determinados estilos juveniles y el papel que juega en ellos el trinomio vida-muerteviolencia. Se trabajó con jóvenes de Santiago, provenientes de dos estilos juveniles:hip hop y dark-gótico. Estos estilos fueron delimitados en base a una consulta a expertos y a la necesidad considerar distintos énfasis articuladores de los estilos. Los grupos de hip hop contactados correspondían a un nivel socioeconómico bajo, teniendo por énfasis característico la producción cultural (Feixa,1998) de música, baile y encuentros juveniles y barriales en torno a estas expresiones. Los jóvenes dark-gótico, por su parte, provenían de un nivel socieconómico medio, correspondiendo la estética (op.cit) a un aspecto central en la configuración del estilo y siguiendo una trayectoria de carácter más individual o microgrupal con algunos espacios colectivos articulados en torno a la fiesta y el espectáculo. El estudio buscó abordar la violencia no como fenómeno en sí mismo, sino como un referente simbólico vital en la conformación de nuestros imaginarios sociales. Ello porque en la violencia, en nuestras sociedades actuales y en nuestras biografías, parece estar en todas partes y en ninguna, entregándonos sólo fragmentos discontinuados de esos entramados de lenguajes y de relaciones sociales en que intentamos situarla. Por otra parte, queríamos evitar contribuir a la estigmatización de los jóvenes y las culturas juveniles, asociándolos acríticamente con el tema. Es así como la definición de un carácter exploratorio del estudio, además de corresponder a una precisión técnica, nos hizo sentir con la libertad de indagar distintas entradas e interpretaciones y situarlo como parte de una línea de trabajo de mediano y largo plazo. Con Agnes Heller, pensamos entonces, la investigación como una búsqueda de autoreconocimiento y autocomprensión históricas, justamente, porque nos está resultando muy difícil ese reconocimiento y esa comprensión, en un momento de transformaciones culturales tan intensas, que quisiéramos congelar y mirarlas con distancia, por el borde externo de nuestros cuerpos y nuestras sensibilidades. En el intertanto, circulamos entre mensajes que muestran la negatividad presente de la violencia y, sin embargo, la exaltan en su gloria y su generatividad pasada. Las sitúan como la explicación privilegiada de situaciones y relaciones que quedan, sin embargo, invisibilizadas. Las hacen parecer una mera palabra que describe ciertos comportamientos, olvidando que su enunciación es siempre la expresión de una lucha política por su definición. Nos preguntamos entonces, ¿cómo investigar la relación de jóvenes actuales con la violencia, sin cosificarla y sin reforzar una asociación estigmatizadora de los jóvenes?, ¿cómo ir más allá de explicaciones psicológicas, epidemiológicas o económicopolíticas que la sitúan como un mero efecto de carencias, de desajustes, ya sean éstos biográficos o estructurales?. ¿Cómo estudiar su dimensión expresiva, su lugar escritural en la construcción de identidades juveniles y en las expresiones dinámicas de grupalidad y consumos culturales?. Como se explicita en el marco teórico, el estudio siguió una línea interpretativa que indica que la violencia no puede seguir siendo estudiada como un hecho aislado, sino en su relación con las transformaciones socioculturales y su impacto en la manera de concebir la vida y, por ende, la muerte. En este marco, nos interesó conocer las significaciones que están configurando, respecto a la violencia, jóvenes provenientes de ciertas grupalidades juveniles dinámicas. Siguiendo la línea de investigaciones recientes, se partió de la base de que las significaciones de la violencia deben ser estudiadas como parte de un trinomio violencia-vida-muerte y atendiendo a ciertos campos de expresión simbólica de particular relevancia histórica. En particular, en el estudio se trabajó bajo el supuesto teórico provisorio de que existe un vínculo estrecho entre el trinomio mencionado y la conformación de estilos juveniles particulares, expresados en ciertas narrativas y consumos culturales (música, gráfica, estética corporal, videos, etc.) propios del grupo. Por otra parte, se partió de la base de que los fenómenos socio-históricos de violencia tienen un peso relevante en la conformación de este trinomio violencia-vida y muerte, y en la conformación de tales estilos juveniles particulares. El enfoque metodológico del estudio relevó el carácter narrativo, contextual y holístico de las significaciones culturales y la naturaleza dialéctica del conocimiento producido entre investigador e investigados. Se trabajó en dos fases de terrenos, realizada la primera en el año 2002 y la segunda el 2003, con entrevistas en profundidad, individuales y grupales, y observaciones participantes de situaciones intragrupales e intergrupales, además de algunas secuencias de “preparación” personal (entrenamiento, maquillaje, etc.), para acudir a estos encuentros. Inicialmente, se pensó centrar la investigación en las narrativas biográficas de estos jóvenes, en tanto sujetos identificados con determinados estilos. A medida que avanzó el trabajo, se nos hizo necesario un cambio de direccionalidad en el énfasis, dando mayor relevancia a los horizontes subjetivos que los estilos proveen a los sujetos, por sobre las narrativas personales. RESULTADOS PROVISORIOS Un primer análisis de los contenidos obtenidos en el trabajo de campo nos ha permitido trazar consideraciones provisorias respecto a los sentidos asignados a este trinomio violencia-vida y muerte. Sin embargo, estamos conscientes de que el material obtenido admite muchas más interpretaciones, además de ser interesante la investigación posterior respecto a otros estilos con las cuales se tomó un contacto inicial, de modo de tener una perspectiva más amplia del tema. En primera instancia, quisiéramos destacar que tanto la emergencia del mundo Darkgótico como el Hip-hop en nuestro país, responden a procesos de globalización cultural, tratándose inicialmente de movimientos surgidos en los países del norte, y que se hacen conocidos a través de distintas modalidades de consumo cultural. Ahora bien, estos horizontes, en tanto formas de ver la realidad y de “dar-se” forma en las experiencias vitales, son apropiadas y transformadas por los sujetos, como parte de sus procesos de construcción identitaria. En los términos anteriores, los estilos, junto con las imágenes y formas de consumo cultural no son sólo preferencias estéticas o modas caracterizadas por una externalidad a los sujetos, como se tiende a pensar. Tanto los Dark-góticos como los Hip-hoperos dan cuenta de que la creación de la presencia implica todo un horizonte subjetivo y una sensibilidad particular ante el mundo, la sociedad y el sí mismo. El desencanto, la desesperación y la rabia trasmitida respecto a un sistema que sienten les arremete-ya sea que se trate de una distinción más bien generacional, como en los Dark-gótico, o de clase, como en los Hip-hop- va de la mano con un gesto de mucha intensidad: la identificación con un estilo adquiere un sentido de vitalización y conservación de la dignidad personal frente a la amenaza de la desintegración subjetiva. Las imágenes culturales, los estilos y estéticas, la apariencia, los consumos y las producciones culturales, en definitiva, el conjunto de procedimientos y estrategias socioculturales orientadas a la construcción de identidades, tanto personales como colectivas, se corresponden a procedimientos y acciones eminentemente relacionales y situadas históricamente. Esto significa concretamente, que se dan en referencia a una “otredad”, es decir, a otro presente o imaginado, pasado o futuro, afuera o adentro, etc., esto significa que son eminentemente dialogantes, es decir que son formas de escritura “otra”, gramáticas culturales que dan sentido y ordenan tanto las experiencias subjetivas como el mundo exterior. Situadas en tanto no son procedimientos que operan en el abstracto, sino que son procedimientos, que concatenan una serie de actos y acciones inscritas de forma diferenciada en el orden social. Dicha inscripción esta marcada por las distribuciones asimétricas propias del mercado y por las condiciones sociales, entendidas éstas como el conjunto de derechos y obligaciones que definen la identidad del joven en el seno de una determinada estructura social y que sirven de soporte para la construcción de culturas juveniles (generación, clase, género, etnia y territorio). Sin embargo cabe señalar que los grupos o colectividades retienen, elaboran, seleccionan y, a veces, endosan a otros su memoria histórica y su proyecto de futuro, los que no son compartidos homogéneamente: están en disputa. Ellos se ubican, desde luego, en alguna estructura social, en series de relaciones de poder; pertenecen a tradiciones culturales, esto es, a procesos culturales histórica y socialmente conformados que contribuyen a reproducir, pero a los que no están irremediablemente esclavizados, y que potencian su transformación. Los resultados de la investigación confirman los planteamientos de Rossana Reguillo la cual sostiene que toda identidad necesita “mostrarse”, comunicarse para hacerse “real”, lo que implica por parte del actor individual o colectivo la “utilización dramatúrgica” de aquellas marcas, atributos y elementos que le permitan desplegar su identidad. Ello en un contexto –nos plantea Reguillo- con fuertes tendencias homogeneizadoras, y en una sociedad que ha ido suprimiendo los rituales de pasaje e iniciación, pero que exacerba la diferenciación y segmentación entre grupos de edad. Tal segmentación se genera a través del sistema productivo y de las fuerzas del mercado, y de manera particular, a partir de una crisis en las “instituciones intermedias”, incapaces por distintos motivos de ofrecer certidumbres a los actores sociales. En este marco, las culturas juveniles han encontrado en sus colectivos elementos que les permiten compensar este déficit simbólico, generando diversas estrategias de reconocimiento y afirmación, entre las que se destaca el uso de objetos, marcas y lenguajes particulares.1[1] Los resultados de la investigación, fundamentalmente aquellos vinculados con los procesos de formación o montaje de identidad, son perfectamente interpretables a partir de las nociones de creación de la presencia”2[2] y rituales performaticos3[3]. El uso de estas perspectivas teóricas enriquece y complejiza los horizontes de interpretativos, y permiten hacer inteligible los dispositivos socioestéticos propios a estas culturas juveniles. Por otro lado permiten visualizar la riqueza “creativa y generativa” de las practicas rituales juveniles insertándolas en la memoria histórica y en la lucha por el porvenir. Asimismo se desmarca con rigor de aquellas lecturas reduccionistas de las 1[1] Op.cit. pp. 99-110. 2[2] “Esta noción alude más a acciones que a textos, es decir los textos o guiones no fijan a aquellas; se refiere más a la construcción social de la realidad que a su representación; y nos remite fundamentalmente a hábitos y técnicas corporales. El performance, y la ritualización como uno de sus casos singulares, está articulado con la creación de la presencia”. Díaz, Rodrigo (2002), La creación de la presencia. Simbolismos y performance en grupos juveniles, en Alfredo, Domínguez, Jóvenes, culturas e identidades urbanas, Universidad Autónoma Metropolitana, México. 3[3] Entiendo que el performance es un hacer que describe ciertas acciones que están transcurriendo, ejecutadas en sitios específicos, atestiguadas por otros o por los mismos celebrantes: es un hacer que focaliza esa presencia en tanto acto de creación. Pero, también, nos retrotrae a lo ya hecho, a los performances ya completados, concluidos, recordados, olvidados, que atraviesan campos discursivos ya preexistentes. Esto es, al mismo tiempo que es un transcurrir, hace inteligible la materia, los tópicos y los elementos con que se ha construido y de que están armados previos performances: convenciones de género, historias raciales, tradiciones morales y estéticas, tensiones políticas y culturales, conciente o inconscientemente reconocidas que abarcan experiencias, proyectos y memoria colectivas, sentidos plurales de la historia –en conflicto, en disputa-. Tal retrotraer no supone sólo repetir; mejor: es un repetir en el presente preformativo, todavía no completado ni concluido, todavía abierto a la posibilidad de interpelar sus efectos emocionales y políticos, de interpelar esas relaciones sociales y hábitos corporales que consagra y reitera. Abierto, pues, a transformar –lenta, tenazmente- sus tópicos, materia y elementos, o a resignificarlos. Y por supuesto que ese presente preformativo, ese transcurrir que crea presencias, puede destacar, reforzar y evidenciar con vigor las asimetrías, las máximas sectarias, las categorías opresivas preexistentes, las autorepresentaciones y representaciones estigmatizadas: puede crear y hacer presente, según señalé, realidades suficientemente vividas como para conmover, seducir, ilusionar, divertir, aterrorizar”. Op.cit. practicas rituales juveniles, visiones que solo ponen énfasis en las lecturas que caracterizan al sujeto juvenil como epifenómeno de la moda, la mercantilización de las relaciones sociales, el hedonismo y la “imagen sin contenido” tan propia del mundo juvenil tan lejos del mundo adulto. La creación de la presencia mediante los variados performances y los juegos socioestéticos delinean identidades. Es decir integran en una comunidad (virtual, imaginada, emocional o sentimental) el “yo” en el “nosotros” sin diluir su unidad básica . Es decir se da la identificación y la diferencia. Dicho de otro modo, estamos ante los procesos de identidad-alteridad. En ese sentido los resultados de la investigación han permitido relevar la importancia y la potencia asociada al estudio de los rituales de la presencia, en tanto estos al ser retomados de modo complementario con los planteamientos desarrollados por Marc Augé en los cuales platea que el otro representa la diferencia, al diferente que nos permite constituirnos, por lo que es imposible excluirlo. De acuerdo a Augé, esto no significaría que sin el otro no se pueda vivir, sino que el otro contribuye a construir la identidad. Así, para M. Augé la reflexión sobre el ser del ser se transforma en una proyección de la identidad, proyección que se hace inexpresable sin la referencia a un otro en relación, por lo que los otros se convierten en el camino para pensar en lo mismo, en lo idéntico. De acuerdo a sus planteamientos, cualquier reflexión acerca del sentido de los otros implica necesariamente estudiar su actividad ritual, a través de la cual se establecen, reproducen y renuevan las identidades, tanto individuales como colectivas. La idea de alteridad surge de las actividades rituales, actividades que siempre se manifiestan en la relación con otros, involucrando el conectarse, tocarse, ser afectado por otros. De allí entonces, que el estudio de los rituales de la presencia nos abren un camino fecundo para estudiar el “juego” de la identidad y la alteridad. Los resultados de la investigación nos muestran provisoriamente que los procesos desplegados para la construcción de las identidades específicas a sus colectivos juveniles se dan en una relación de identidad-alteridad caracterizada por la presencia de complejos emocionales y/o racionales en los que se releva la sospecha, la amenaza, la contaminación, la pureza y impureza, toda vez que se piensa la interacción o apertura de sus fronteras del grupo hacia el exterior. Los “otros” son vistos como potenciales desvirtuadores. Los “otros” están constituidos por otros jóvenes pertenecientes a nuevas generaciones, u “otros” pertenecientes a otras tribus urbanas o grupalidades. Sin embargo habrá que señalar que los rituales de purificación que implementan estos grupos son rituales caracterizados por estrategias sutiles de diferenciación y exclusión, siendo difuso observar muestras de violencia en estos procesos, por lo tanto, estaríamos lejos de observar manifestaciones violentas del tipo de "guerras de identidad". La creación de la presencia los rituales performaticos, los consumos y producción cultural, la teatralización de la identidad, en síntesis, los procesos socioestéticos en su conjunto, constituyen matrices de subjetivación que permiten a los jóvenes modelar sus cuerpos y subjetividades en el presente histórico y cultural. Asimismo, les otorga la posibilidad de agenciarse en el orden social y simbólico, generando horizontes específicos para traducir y decodificar el pasado, el presente y el futuro: la creación de la presencia es un dispositivo simbólico que permite modular diferentes aspectos derivados del encuentro del sí mismo con el universo contextual (imaginario, real o simbólico). Tal como fue constatado por el equipo de investigadores colombianos que lideran la red de investigación sobre violencia. La apropiación de objetos, derivados del consumo cultural, entendido como un proceso sociocultural situado, permite establecer sistemas de organización de lo social, no tanto en el sentido de estructura social (a la manera clásica, descrita por la antropología en cuanto al "don", las redes de parentesco y los sistemas de reciprocidad), sino, a la manera de las "comunidades de consumidores " descritas por García Canclini Pero más allá de esto, el consumo permite "dar sentido", significar los sucesos de lo social y hacer inteligible la realidad que se vive. Resulta imprescindible ir mas allá de las representaciones dominantes y hegemónicas sobre las culturas juveniles emergentes, y es fundamental comprender la potencia creativa y generadora que los rituales de creación de la presencia implican. Es clave, por lo tanto, comprender que estos procesos son esenciales para comprender y modular la abrumadora realidad juvenil. En síntesis, la vida Hip-hopera y Dark–gótica y sus ritualizaciones no son sólo acciones simbólicas que expresan algo, son también instancias de performances: actos que crean presencia; actos que se van haciendo y cosas que ya están hechas, puesto que así, como una peregrinación, el tiempo que transcurre como tal, no se inventa, nos retrotraen a performances completados, concluidos, recordados, olvidados, que atraviesan campos discursivos preexistentes4[4]. En toda sociedad, en toda estructura existen figuras que bajo ciertas circunstancias y perfomance singulares simbolizan los valores de las comunitas. En contraste, y a veces en oposición, al poder coercitivo de los representantes del poder político; son figuras que representan la antiestructura (Turner, 1988). Es importante recordar que la noción de comunitas refiere a lo inmediato de la interacción humana en oposición a lo mediado por la estructura: tiene un aspecto existencial que implica al hombre en su totalidad en su relación con otros hombres, considerados también en su totalidad. La comunitas alude entonces, al genuino acto de comunión, en el que se mantienen valores tan universales como la paz y la armonía, la fecundidad, la salud del cuerpo y el alma, la justicia universal, la camaradería y la hermandad entre todos.Sus productos son el arte, la religión y las nuevas formas de pensamiento antes que las estructuras políticas y legales. Nos preguntamos, entonces, hasta que punto las culturas juveniles emergentes, entre ellas el Hip-hop y la Dark-gótica, representan parte de la antiestructura en tanto su potencia radica en que ellas rompen el consenso de la fuerza de la costumbre y abren la reflexión, la especulación, la imaginación de lo que podría ser en oposición a lo que es, por tanto sería una posibilidad para imaginar la sociedad de un modo distinto a lo que hoy es. 4[4] Díaz, Rodrigo (2002), La creación de la presencia. Simbolismos y performance en grupos juveniles, en Alfredo, Domínguez, Jóvenes, culturas e identidades urbanas, Universidad Autónoma Metropolitana, México. P.p.35