Venga tu Reino! Roma, 12 de junio de 2011 A los legionarios de

Transcripción

Venga tu Reino! Roma, 12 de junio de 2011 A los legionarios de
Venga tu Reino!
Roma, 12 de junio de 2011
A los legionarios de Cristo
A los miembros consagrados del Regnum Christi
Muy estimados en Jesucristo:
Hoy estamos celebrando la solemnidad de Pentecostés, pidiendo a Dios que esta efusión
del Espíritu Santo nos encuentre bien abiertos y dispuestos, de modo que Él pueda renovar
nuestro corazón y llenarnos de sus dones. El amor de Dios ha sido derramado en nosotros
por el Espíritu, como nos dice la Escritura, y este amor es el motor y lo que da sentido a
toda nuestra vida.
Una de las protagonistas del evento de Pentecostés es, sin duda, la Santísima Virgen, con
quien los apóstoles perseveraron unidos en oración, en espera del Espíritu Santo.
Acabamos de celebrar el mes de mayo, especialmente dedicado a Ella. Y ahora quisiera
retomar algunas reflexiones sobre la relación de María con el Espíritu Santo.
Nos ayuda mucho contemplar a María, que nos muestra con su ejemplo cómo vivir abiertos
a las inspiraciones del Espíritu Santo, cómo dejarnos guiar por Él, como dice san Pablo:
«todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8,14). El
evangelista Lucas nos narra que apenas María recibió la inspiración de visitar a su prima,
se puso en camino “con prontitud”. Ella vivía llena de Dios, escuchaba constantemente su
voz y correspondía siempre con rapidez y docilidad. La vemos caminando rumbo a Ain
Karin, dialogando con el “dulce huésped del alma”, como un templo vivo de la presencia de
Dios en el mundo.
María, llena de gracia, dejó que el Espíritu hiciera obras grandes en ella y por medio de
ella. Su vida fue un canto de alabanza a Dios. Ella estuvo reunida con los apóstoles en el
cenáculo mientras oraban suplicando la venida del Paráclito, del Consolador que Jesús les
había prometido, aquél que los iba a conducir a la verdad plena, que les iba a explicar
tantas cosas que Jesús no había podido decirles porque no podían cargar el peso. María
experimentó en sí misma la fecundidad y el poder del Espíritu que la había cubierto con su
sombra. Por eso estuvo presente en Pentecostés y está siempre presente en la Iglesia que
pide y suplica “¡Ven Espíritu Santo!”.
Yo quisiera invitarles en esta solemnidad a vivir un especial espíritu de oración y súplica, de
la mano de María. Pidamos con insistencia a Dios que infunda los dones de su Espíritu en
cada uno de nosotros, y en toda la Legión de Cristo y el Movimiento Regnum Christi. En
estos momentos tan particulares de nuestra historia, necesitamos que el Espíritu Santo nos
lleve a Jesús, que la Legión sea cada vez más de Cristo; que el Movimiento sea siempre de
Cristo, sólo de Él. Ahora que está terminando la Visita Apostólica a la vida consagrada y las
comunidades de legionarios están inmersas en el proceso de reflexión de las
Constituciones, Dios nos pide abrirnos a su plan, para que la Legión y el Regnum Christi
sean lo que Dios quiere. ¿Cómo va a quedar todo después de este proceso? Ninguno de
nosotros tenemos la respuesta, pero sabemos que Cristo Resucitado hace nuevas todas
las cosas (cf. Ap 21, 5) y que en todo interviene Dios para bien de los que le aman (cf. Rm
8, 28).
Este proceso exige de todos y cada uno de nosotros un gran desprendimiento personal. Es
preciso aceptar que no tenemos todas las respuestas, pero «el Espíritu viene en ayuda de
nuestra flaqueza» (Rm 8, 26). Los dones del Espíritu son tan maravillosos que sólo los
puede recibir un corazón vacío de sí mismo. No se trata de pedir al Espíritu Santo que siga
nuestras ideas personales, sino de dejarnos guiar por Él para encontrar su voluntad.
«Nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8, 26). Como nos escribía el Delegado
Pontificio, «en vez de crear contraposiciones para hacer triunfar la propia visión, es
necesario que cada uno mire también a los demás y esté abierto y disponible a la
valoración de otros. De la valoración y de las contribuciones de todos, estamos llamados a
un discernimiento que nos lleve al camino del cambio en la continuidad de la misma vida de
la Congregación». Necesitamos vivir muy abiertos al Espíritu para progresar en este
camino.
Un alma abierta al Espíritu Santo es un alma que vive inmersa en las virtudes teologales.
La fe nos enseña a descubrir a Dios en todos los acontecimientos, también en las
contrariedades o en los propios límites; la esperanza sobrenatural nos quita los miedos y
desalientos que a veces nos paralizan y nos da la seguridad inquebrantable en el triunfo
que viene de Dios; la caridad que el Espíritu derrama en nuestros corazones nos llena de
amor filial y nos da las fuerzas para perseguir el ideal, sin importar el cansancio o las
dificultades. Lo que más necesitamos como Legión y como Movimiento es vivir estas
virtudes en profundidad. Pero esto no es algo que podamos adquirir con nuestra propia
voluntad, a fuerza de proponérnoslo. Es un don que Dios nos quiere dar si dejamos que el
Espíritu Santo llene nuestros corazones y encienda en ellos el fuego de su amor.
Necesitamos el don de temor de Dios para que nuestro único miedo sea no responder a la
llamada que Dios nos hace a la santidad; el don de fortaleza para perseverar en la lucha y
combatir el buen combate como san Pablo, “todo lo puedo en aquel que me da fuerza”;
necesitamos el don de piedad para tener absoluta confianza en Dios Padre que nos hace a
todos hijos suyos y hermanos, miembros de un mismo cuerpo; necesitamos el don de
consejo para no obrar según la prudencia humana, sino proceder con santa audacia y
dejarnos sorprender por el Espíritu; el don de ciencia para descubrir la mano de Dios en
nuestra historia y el don de entendimiento para vernos como Dios nos ve, conocernos
como Él nos conoce.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a crecer cada día en el discernimiento para no
permitir que nadie nos arrebate la paz y la alegría interior, que ninguna situación nos lleve
al desánimo, al temor o a la desconfianza. Ya conocemos cuáles son los frutos del Espíritu
que tanto necesitamos: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22). Los pensamientos y sentimientos que se oponen
a estos frutos, no vienen del Espíritu Santo.
Necesitamos que el Espíritu Santo nos renueve interiormente, como a los Apóstoles, para
evangelizar sin miedo y para que nada nos pueda detener ni dividir. Benedicto XVI
enseñaba a los jóvenes que «la fecundidad apostólica y misionera no es el resultado
principalmente de programas y métodos pastorales sabiamente elaborados y eficientes,
sino el fruto de la oración comunitaria incesante. La eficacia de la misión presupone,
además, que las comunidades estén unidas, que tengan “un solo corazón y una sola alma”
(cf. Hch 4, 32)» (Benedicto XVI, Mensaje a los jóvenes, Sydney 2008). Yo creo que para
dar más frutos apostólicos Dios nos está pidiendo más oración y más caridad. En algunas
comunidades y obras de apostolado se han organizado de manera espontánea tiempos
especiales de adoración al Santísimo Sacramento. La Eucaristía –escribía el Papa
Benedicto– es un “Pentecostés perpetuo”. Ahí descubrimos que «donde no llegan nuestras
fuerzas, el Espíritu Santo nos transforma, nos colma de su fuerza y nos hace testigos
plenos del ardor misionero de Cristo resucitado» (ibid).
Les invito a pedir la gracia de que el fuego del Espíritu nos renueve por dentro y a hacer un
examen de conciencia sobre nuestra apertura y docilidad al Espíritu Santo. Busquemos la
gracia de abrir más y más nuestro corazón para recibirlo y para que Él viva en nosotros,
para que aceptemos interiormente su voluntad por encima de la nuestra, dejando de lado el
deseo de controlar y dirigir los acontecimientos de nuestra propia vida, y permitiendo a Dios
tomar las riendas. Junto con esta carta les estoy enviando unos textos que quizás les
puedan servir para su reflexión personal y meditación en estos días.
María, unida en oración a los Apóstoles en el Cenáculo, nos acompañe siempre y obtenga
para todos los legionarios y miembros consagrados del Regnum Christi la gracia de un
nuevo y continuo Pentecostés en nuestras vidas.
Su hermano afectísimo en Jesucristo,
Álvaro Corcuera, L.C.

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