Untitled - Editorial Pez de Plata

Transcripción

Untitled - Editorial Pez de Plata
Cuando leas estas palabras, amada Kath, un hecho luctuoso habrá acaecido. Estaré muerto.
Y ·œsabes qué?· ahora que la muerte ha dejado de
ser para mí una hipótesis, admito lo que hasta hoy había
negado. El paisaje de mi infancia no fue un dorado jardín
de girasoles regido por un astro protector, sino el gris y
húmedo claustro; y que, por tanto, no fui un niño-girasol,
antes bien el junco hueco que, con resignada superioridad,
contemplaba cómo vosotros, inconscientes del acecho de lo
Opaco, girabais con bullicio en el tiovivo de la Felicidad.
Hablo en sentido figurado, por supuesto. El tiovivo de
la Felicidad y sus desgastados colores nunca han existido
más allá de mi inestable imaginación. Sin embargo, en mi
recuerdo adquiere la consistencia de lo real.
Veo el coche de bomberos sobre el que giraban mis
condiscípulos de la Escuela Obispal. Aquel Klasheimer que
proyectaba extraer de la piel de las naranjas un ungüento
para conservar la tersura de la piel de su madre, y aquel sonámbulo Klesheimer que de noche paseaba entre las gárgolas del ábside, y aquel Klisheimer consumido por el análisis
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psicológico del ÿmal del vértigo marineroŸ, y aquel otro,
Klosheimer, empecinado en hacerme partícipe de sus furtivas y onanistas escapadas a los urinarios del Scriptorium, y
también, según creo, un tal Klusheimer, personaje secundario que las inclemencias del tiempo han convertido en una
máscara sin nariz, ni color en el iris, ni tampoco un gesto o
una palabra memorables⁄
Y no sólo ellos giraban en aquel tiovivo.
Sorella Klottilde giraba sobre un sonriente pelícano
con una de sus apestosas infusiones de remolacha entre las
manos; y Karl, tocayo mío y chauffeur resentido, giraba al
volante del Mercedes Benz cuyo claxon nunca permitió que
yo hiciera sonar; y, sentado en el imponente trono, vestido
con las suntuosas ropas de Cardenal, con inflexible mirada,
giraba también papá.
Aunque eras tú, Kath, mi Lux vitae.
Mis ojos no se cansaban de observar la acuática mirada del caballito de mar sobre el que cabalgabas; ni cómo
tratabas de cerrar la boca para ocultar tu gracioso defecto
lingual; ni la complacencia con la que sonreías después de
rechazar con una sonora bofetada mis caricias en el aterciopelado añil de tus mejillas; ni tampoco ·por desgracia· el asco con el que, en aquella mágica ocasión en que
dejaste que te besara, me notificaste que mis labios sabían
a vinagre.
Estoy seguro de que no hubieras dicho lo mismo de haber sabido que, a la postre, éste sería el único fluido que
había de intercambiarse en nuestro amor...
–Pero no, discúlpame!
No sé lo que me digo, y digo sólo indignas insolencias.
Quiero decir, en realidad, que el amor incondicional que te
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profeso no está libre de las contradictorias turbulencias de
la pasión. Soy tu ardiente oxímoron, tu visceral antinomia,
tu contradictio in cordis.
œPuedes creer que ahora, al tiempo que dedico mis
últimos minutos a escribirte, siento cómo late aquí, en el
pecho, un rencor que reclama venganza y se convierte en
un anhelo de que, al leer este novelesco testamento, mis
palabras sean para ti incisivas como una daga y te atraviesen el corazón y hielen la sangre que corre por tus venas y
te muevan al arrepentimiento y por fin me ames y entonces
mueras?
Aun así, no me engaño. Sé que al leer estas palabras
adoptarás aquel aire de suficiencia tan típico en ti, como
diciéndome:
·Tu dolor me es ajeno.
No, no ignoro que mi dolor te es ajeno; demasiadas veces me lo has demostrado. Podría hacer una larga lista con
tus desdenes. Si no lo hago es porque sólo quiero olvidarlos
y, así, olvidarte a ti también.
Aunque mi carácter es débil, y no podré olvidarte. Por
eso, deja que me refiera a los inadmisibles sucesos del pasado jueves, cuando, formando una ordenada fila doble
que desprendía olor a incienso y susurraba silencio de pies
arrastrados, entrábamos en la capilla del Logaritmo Neperiano para celebrar una misa solemne por la salud de papá.
œCómo pudiste, Kath?
Comprendo que a aquel viejo degenerado Doktor Kellogg no le importara mancillar lo sagrado del instante y
volviera hacia ti su bizca mirada para pronunciar cierta impropia consideración acerca de la venerable señorita Knox.
Pero me parece inconcebible que tú, en lugar de ·–por lo
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menos!· ahogar la risa que tal insolencia te produjo, regalaras a los presentes con una estruendosa carcajada que hizo
caer al suelo las gafas en forma de corazón que te sujetaban
el cabello a modo de diadema.
–Convendrás que tal escándalo es impropio de una futura Cardenalesa!
Asimismo, admitirás que ·no ya por la estima que
puedas tenerme, sino por mero decoro· tendrías que agradecer mi discreción y caballerosidad. No sólo evité reprenderte en público, sino que además me zafé de la anciana
señorita Knox con el fin de recoger tus gafas y tratar, así,
de apaciguar el escándalo que se respiraba en el ambiente.
Cosa que si no logré fue porque ·cuando me había agachado y alargaba ya la mano· descubrí, reflejada en los
corazones de tus gafas, la desavenida mirada del Doktor. La
suya era⁄ –una mirada opaca!
No imaginas cuánto hubiera deseado advertir a los asistentes de aquella maligna presencia; lamentablemente, antes de que pudiera señalarla con el dedo y bramar: ÿ–Opacus
est!Ÿ, una descarga de electricidad nerviosa me convirtió en
el espasmódico pelele que boqueaba espuma, y te miraba
desamparado.
–Cualquiera hubiera compadecido a aquella criatura
menesterosa! Tú, en cambio, œqué me ofreciste? Sólo el
despectivo chasquido de tu lengua:
·Tcht.
–Pero eso no es todo!
En el remoto caso de que pudiera pasar por alto tu imperdonable desprecio, todavía quedarían demasiadas preguntas que no podría responder sin acusarte. œNo es cierto
que a lo largo de todos estos años te he venido repitien-
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do cuánto sufro durante el obligado y solitario reposo que
sigue a mis crisis nerviosas?; œacaso has olvidado cuánto
necesito a alguien a mi lado?; œignoras cuánto añoro unas
manos maternales que a las horas indiciadas por Kellogg
me cambien el cataplasma, que acaricien las mías en el frío
de la noche, que me consuelen al despertar amenazado por
los fantasmas de los sueños?; y aún, œpuedes afirmar que
no se te ha ocurrido hacerme una simple visita?, œno has
sentido la generosidad de regalarme unas flores de plástico,
sabedora de que las otras me producen alergia, o, por lo
menos, aquellos bombones blancos de la pastelería Krimm?
œPor qué no respondes, Katharina?, œte repelo?, œno
puedes soportar la idea de verme sufrir? Y, si no es lo uno ni
lo otro, entonces, œqué es? –œQué?!
Disculpa otra vez, Kath.
Me desquicio.
Pero compréndeme. Me resulta insoportable la certeza
de que, si pudieras hablar, me dirías algo semejante a lo que
me respondiste la última vez que te propuse matrimonio:
·Karl, por favor, deja de decir que nuestros protones
pertenecen a un mismo haz de Luz. Me pone enferma...
En fin, supongo que tienes razón. Nuestros protones no
pertenecen a un mismo haz de Luz y, en consecuencia, lo
más conveniente es abandonar esta espiral de recriminatorios interrogantes que me precipita al centro arácnido de mi
parálisis. Hacia el horror, –el horror!
Pero la ansiedad me impide dejar este bolígrafo y aceptar de una vez la aniquiladora realidad que me rodea, así
que te pido que me concedas un último favor. Permite que
me haga pasar por el idiota que, avanzando a través de la
deshilachada trama de su memoria, recorre este día que ha
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amanecido mansamente y que terminará ·œquién iba a suponerlo?· después de que dos Cardenales hayan muerto y
tú, convertida en Cardenalesa, rijas el Destino de esta noble
ciudad de Königsberg.
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CAP¸TULO PRIMERO, EN EL QUE SE NARRA CŁMO EL FUTURO CARDENAL VAN STEENBERGHEN I, EL FUGAZ (DESPUÉS DE LEVANTARSE, ASEARSE, HALLAR LAS GAFAS DE
CARDENALESA KATHARINA I, LA GRANDE, Y
CERRAR LA MALETA), SE DIRIGE AL DESPACHO DEL CARDENAL KÜGGER I, EL PERDURABLE, DONDE, TRAS ESCUSOL DE LA
CHAR UNA SINIESTRA CANCIŁN, FRACASA EN EL INTENTO
MISIONADO A LOS BARRIOS BAJOS; Y CŁMO EL FUTURO CARDENAL VAN STEENBERGHEN I, EL FUGAZ, OYE LA GRABACIŁN EN LA QUE SU
DE FORMULAR SU DESEO DE SER
PREDECESOR (Y PADRE) LE CUENTA CIERTA INTERESANTE
HISTORIA ACERCA DE SU PASADO, LE HACE UNA SERIE DE
AIRADAS ADVERTENCIAS, LE ANUNCIA QUE SU
MISIŁN
SER˘ LA DE ILUMINAR EL SUBMARINO STEINHOF Y LE DA
A LEER (DESPUÉS DE UN SIGNIFICATIVO LAPSUS) EL TESTAMENTO EN EL QUE LE DESIGNA SU SUCESOR; Y CŁMO EL
FUTURO CARDENAL VAN STEENBERGHEN I, EL FUGAZ, ES
GOLPEADO EN LA CABEZA AL DESCUBRIR LOS PROBLEMAS
DE RETENCIŁN ANAL DE SU PREDECESOR (Y PADRE).
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