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La Calera, Cundinamarca
M e m o r i as d e
F r a i l e j o na l
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Ministerio de Cultura
Memorias de Frailejonal
Mariana Garcés Córdoba
Ministra
Autores
Pablo Santiago
Abelardo Perdigón
Carmen Díaz
Eladio Flórez
Sinaí Perdigón
María Claudia López Sorzano
Viceministra
Enzo Ariza Ayala
Secretario general
Juan Luis Isaza Londoño
Director de Patrimonio
Grupo de Patrimonio Cultural
Inmaterial
Adriana Molano Arenas
Coordinadora
Norma Constanza Zamora
Nicolás Lozano
Asesores de la estrategia
Investigaciones locales
desarrolladas en el marco de la
estrategia Salvaguardia integral
con énfasis en culturas campesinas
Convenio sobre Patrimonio Cultural
Inmaterial desde la perspectiva
local
Compilador
Pablo Mora
Fotografías
Pablo Mora
Valentina Mora
Daniela Medina
Noel Perdigón
Tatiana Perdigón
Tropenbos Internacional
Colombia
Grupo de trabajo local sobre
cultura campesina, vereda
Frailejonal, La Calera
Noel Perdigón
Sinaí Perdigón
Ángel Cortés
Daniela Medina
Oswaldo Perdigón
Tatiana Perdigón
Pilar López
Alicia Carvajal
Tomás Navas
Pablo Mora Calderón
Valentina Mora López
Equipo de acompañamiento
(TBI Colombia en Cundinamarca)
Carlos Alberto Benavides Mora
Julieth Rojas Guzmán
Mónica Velasco Olarte
Carlos A. Rodríguez
Director de programa
Corrección de estilo
Adriana Tobón Botero
Catalina Vargas Tovar
Coordinadoras del proyecto
María Clara van der Hammen
Sandra Frieri
Diseño
Machete
estudiomachete.com
Coordinación editorial
Catalina Vargas Tovar
Vanesa Villegas Solórzano
Impresión
Torreblanca Agencia Gráfica
Bogotá D.C., 2014
Citación sugerida
Santiago, Pablo; Perdigón, Abelardo;
Díaz, Carmen; Flórez, Eladio &
Perdigón, Sinaí. (2014) Memorias
orales de Frailejonal. Convenio
Patrimonio Cultural Inmaterial
desde la perspectiva local. Bogotá:
Ministerio de Cultura & Tropenbos
Internacional Colombia.
ISBN
978-958-9365-57-1
Esta obra es el resultado de
un proceso de investigación
local apoyado por Tropenbos
Internacional Colombia en el
marco del convenio 342/14 con el
Ministerio de Cultura; los contenidos
no representan ni comprometen
la posición u opinión oficial del
Ministerio de Cultura o el gobierno
colombiano y solo recoge la opinión
de sus autores.
M em or i a s de F railejon al
Pablo Santiago, Abelardo Perdigón,
Carmen Díaz, Eladio Flórez, Sinaí Perdigón
La Calera, Cundinamarca
Tabla de
c ont eni do
3 Memorias de
Frailejonal
3 Pablo Santiago,
Abelardo Perdigón,
Carmen Díaz, Eladio
Flórez, Sinaí Perdigón
6 No hay como
Dios, a la moda
antigua por
Abelardo Perdigón
8 La historia de
Colombia y América
9 Historia de Frailejonal
10 Historia de La Calera
12 Las estancias de El
Sucre
14 Cuando yo ya me
conocí
16 De la estancia a la
parcela
17 En ese tiempo no
había amor como hoy
19 La época
del trigo
21 Las primeras semillas
de papa
22 La historia de Siberia
23Coplas
24 Consejos para esta
vida
26
Quiso Dios
que la Luna me
alumbrara por
Carmen Díaz
30 Uno comía de lo que se
daba en la tierrita
31 El nacimiento de mis
hijos
32
Tiempos
bravos
por Pablo Santiago
36 Mi primer peso
37 Cómo me robé a mi
mujer
39 Si uno no trabajaba,
no comía
40El diablo y la bruja
42
Anécdotas
de la vida
anterior por
Eladio Flórez
46
El diablo
por Sinaí
Perdigón
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
6
N o hay co mo
D i os , a la
m od a an tigua
Por Abelardo Perdigón
Memorias de Frailejonal
7
- Abelardo Perdigón -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
La historia de
Colombia y
América
8
Américo era hijo de unos
ricos, que lo pudieron mandar
a educar y Cristóbal, de unos
pobres. Él les ayudaba a sus
padres a hilar lana y cuando
tenía tiempo libre, le daba
para mirar la naturaleza y
vio que en el agua llegaban
palitos y hojitas y entonces
pensó que tenía que haber
otra tierra después del mar.
Entonces fue y les contó a los
reyes de España a Fernando
e Isabel, los cuales le dijeron
que siguiera observando.
Ya después de un tiempo
ellos le ayudaron a hacer
las tres embarcaciones,
que cuando ya estuvieron
listas empezaron el viaje
por el mar para buscar este
territorio. Uno tripulaba en la
Santa María mientras el otro
dormía y cuando ya llevaban
casi un mes, venía tripulando
la nave Cristóbal Colón y
entonces le dio el timón a
Américo y cuando este vio
tierra, gritó: «¡Tierra!», y el
otro estaba dormido. Por eso
los nombres están puestos
así. Cuando ya alcanzaron
a venir todos los españoles
a mirar la tierra nueva, solo
eran hombres, se toparon
las indiecitas. Por eso somos
mestizos. Aquí los indios
cultivaban el maíz, pero los
españoles mataban a los
indios, porque no les decían
donde estaba el oro.
Colombia es la nación
más rica del mundo, del
continente. Tiene de todo,
hasta buen tiempo. Hay
petróleo, oro, esmeralda.
En otras naciones no tienen
muchos recursos como aquí.
Pero me pregunto: ¿Por qué
la gasolina es carísima para
los colombianos, siendo que
aquí mismo se produce?
Según mis estudios,
Colombia es la más rica, la
más bella de las naciones.
De aquí sacan muchos
alimentos, porque hasta
tenemos tiempo bueno. En
otras naciones, según la
historia, están las estaciones,
cuando hay primavera hay
árbol, cuando hay otoño se
recogen las matas, cuando
hay verano todo se seca y en
invierno nada de nada.
Memorias de Frailejonal
Historia de
Frailejonal
Antes, las veredas de El
Salitre, Volcán y Tunjaque,
todo eso era Frailejonal. Y,
en ese tiempo, había poca
gente. La gente venía desde
Jerusalén y de Cartagena a
estudiar aquí. Todavía existen
dos personas que estudiaron
en esta escuela: Elvira Cortés
Escobar y Ramón Escobar,
ellos viven todavía. El límite
por el norte era Choachí;
Fómeque hacía parte del otro
municipio, de Choachí.
Aquí se llamó Frailejonal
porque en ese tiempo había
mucho frailejón y el alcalde
que vino a la inauguración
de la escuela del Sucre
dijo que no, que ya no era
Sucre sino Frailejonal. Lo
que sucedió es que la gente
se fue multiplicando. La
escuela ya era muy pequeña
para las otras veredas que
ahorita existen, entonces las
autoridades pusieron más
escuelas. Al construirlas, la
gente se iba a esas veredas
y le ponían el nombre de
la vereda a las escuelas. En
las escrituras antiguas todo
figura como Frailejonal.
9
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Historia de
La Calera
10
Mire, yo recuerdo —porque
lo viví y porque mi mamá
me contó, porque ella nació
primero que yo [Risas]—,
que este municipio figura
en los cuatro cerros
orientales de los Andes: va
desde Choachí y Guasca, en
el alto de la Pinta, hasta por
allá del lado de Usaquén.
Y aquí va por la orilla de
Cartagena y por la orilla de
La Mira de Aguagorda.
Cuando los Tovar y
Buendía compraron La
Calera se instalaron aquí.
Ellos vinieron del extranjero,
no se de dónde, no tengo
historia. Esta primera
historia que le cuento yo
la tenía en papeles pero se
perdió cuando me ardieron
la casa aquí. Se quemaron
todos esos papeles. Desde
pequeño me gustaba leer
mucho todos esos relatos
como el descubrimiento de
Colombia, la fundación de
Bogotá, quiénes eran los
presidentes que mandaban,
todas esas historias.
Después de que
los Tovar y Buendía se
instalaron en La Calera fue
cuando ya pensaron en
hacer un pueblo. Entonces,
hicieron un caserío. Y La
Calera fue construida
por don Juan Pedro
Tovar y Buendía el 17 de
septiembre de 1772. Y está
situada al pie del río en una
ramificación de la cordillera
oriental de los Andes.
Se llama así porque a 5
kilómetros está la mina de
caliza. Fue fundada por don
Pedro Juan Tovar y Buendía
con doce casas de bareque
y paja, puertas de cuero
y corredores hacia la calle
con columnas de palma
boba. Entonces formaron
su hacienda allí y ellos se
Memorias de Frailejonal
adueñaron o compraron
todo, desde La Calera
hasta Choachí, y hasta los
cerros de Usaquén y todo.
Esa hacienda se llamaba El
Sucre.
Según la historia, en
la parcela donde hoy es la
alcaldía, los Tovar y Buendía
mantenían marranos que
se comían. Un buen día,
una mañana, se levantó
la señora que les servía
a los fundadores, les dio
desayuno y se fue a ver
sus marranos. Un marrano
había levantado una laja
bastante grande, y cuando
ella se acercó y miró, y vio
a la virgen de La Calera,
que se le reveló ahí para
que hicieran su capilla ahí
mismo donde la señora la
había encontrado. Cuando
la gente fue aumentando,
construyeron la otra
iglesia. Más adelante,
en la guerra de los mil
días, el general Amadeo
Rodríguez, conservador,
vino mandando como
general y verriondo y dijo
que no, que se iba a llevar a
la virgen para Aposentos en
Los Lagos y allá se hizo una
capilla que todavía existe.
A los dos días se voló la
virgen y volvió a La Calera
y le dijo a otra persona que
su puesto era ahí. Entonces
la volvieron a traer.
11
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Las estancias
de El Sucre
12
Como todo era barsal, es
decir chiquero de sarsa y
mugrero de chusque, y había
poca gente, entonces a los
que venían de otro lado
les daban estancias. Los
estancieros tenían patrón,
mayordomo y administrador.
Y cuando venían a pedir
estancia a los patrones,
hablaban con el mayordomo
y el mayordomo hablaba
con el administrador y el
administrador hablaba con
el patrón y ya les daban la
parcela de unas dos o tres
fanegadas, lo que podían. En
ese tiempo, no había cerca de
alambre sino que alinderaban
con la misma madera que
trozaban para hacer la cerca
de la estancia.
A la gente le dejaban la
estancia con la siguiente
condición: podían trabajar
cuatro días para que
sacaran el carbón y la leña
con que mantenerse y
les tocaba pagar dos días
como obligación para la
limpieza de la hacienda,
haciendo potreros, donde
todavía no había estancias.
Así se empezó a poblar la
hacienda y llegó más gente
y siguieron dando estancias.
Los primeros que
llegaron aquí fueron los
españoles. Y no me acuerdo
quiénes fueron los que
vinieron a pedir estancia
primero. Los que venían a
pedir la estancia tomaban
un pedazo, pero tenían que
dormir, entonces rozaban
el chiquero de la misma
finca y se favorecían para
hacer sus casas como
pudieran, porque en ese
tiempo no había en partes
sino cortadera. Mientras
Memorias de Frailejonal
hacían sus casas, ellos se
arrimaban a los mismos
palos y hacían ramada de la
misma madera y se metían
ahí. ¡Cómo sufría la gente!
Y luego, de cama, hacían
una barbacoa de palos: un
horcón allá y otro aquí, y
cortaban unas varas que
amarraban con un bejuco
que se llama rejo, que
ese verraco es muy duro.
Amarraban bien y luego de
colchón echaban las tapas de
los costales del carbón o un
poco de frailejón o un poco
de mota y en eso dormían. Y
se tapaban con los mismos
costales del carbón.
Para cocinar era con
unos tarros mantequeros.
Eso no había ollas ni había
nada. Y para que no se
reviniera la sal, porque en
ese tiempo llovía mucho
(como era todo barzal,
había mucha niebla y no
calentaba casi el sol),
entonces iban a Bogotá y
traían tres piedras grandes
de sal que metían en la
cocina y las ponían de
fogón. Metían los tarros
encima y ahí venía la sal sin
revenirse. Y, cuando querían
echar sal en la olla, con una
piedrita cortaban un trisito
y lo echaban ahí. Eso daba
lástima.
Y para ir a Bogotá, unos
tenían bestiecitas y sino
se echaban sus cargas de
carbón y su bulto de leña
a sus costillas por unos
caminos tremendos.
13
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Cuando yo ya
me conocí
14
Mi papá abuelo era español
y se llamaban Santo Roberto
Perdigón Ballesteros. Y mi
mamá abuela era india, por
eso somos mestizos. Él no
vino aquí, se fue para su
tierra en España. El primer
administrador que manejaba
la hacienda se llamaba
Vicente Rincón. Y el primer
patrón era don Evaristo
Leiva, que era uno de los tres
dueños de La Calera con los
Tovar y los Buendía. Todo
esto era de ellos.
Mi papá fue estanciero. Se
llamaba Pascual Perdigón. Y
mi mamá Clementina Florez
Velásquez. Cuando yo ya
me conocí ya estaba bien
poblado todo y potreriado.
Los primeros anteriores que
yo conocí se llamaban Manuel
Cortés, Severo Díaz, Uldarico
Díaz, Domingo Díaz y Manuel
María Silva. Ya la gente había
comprado burros, caballos y
mulas, y entonces traficaban
el carbón en esas bestias. Y
donde pisaban esas mulas se
enterraban en esos barriales.
En mi juventud, se veían
de toda clase de pájaros.
Los animales de tierra
eran armadillos, guaches,
zorros, lobos, conejos, curíes,
perdices, pavas y gallinetas.
Algunos servían para comer
como los guaches, los conejos,
los tinajos y los armadillos.
Los zorros no se comían y
solo algunos comían runcho.
Cuando uno no tenía carne
pues mataba una paloma o
pichona o torcaza o gallineta
y ahí tenía carne para comer.
Una vez un hombre echó un
perro al monte
y el perro ladró muy duro
y la cacería que llevaba
fue un infeliz zancudo.
El zancudo cayó al mar
y cayó en una remanse,
siete metros tenía de hondo
y una pierna daba alcance.
Para matar a este animal
acudió a la infantería
con cuatro ametralladoras
y un cañón de artillería.
Del cuero de este animal
hicieron dos mil paraguas
y un pedacito que quedó
a una vieja las naguas.
El feo de este animal
lo llevaron pa Tabón
y esto hace quinientos años
que todavía hay jabón.
Memorias de Frailejonal
La carne de este animal
la llevaron pa la artillería
ciento cincuenta hombres
y carne hay todavía.
La estancia la podían
tener de por vida mientras
cumplieran la obligación.
Desde que cumplieran las
órdenes ahí podían comer
y vivir. Cuando venía el
mayordomo a manejar a
los obreros (que ya a lo
último eran como cuarenta o
cincuenta hombres) les daba
tareas. Ellos limpiaban con
machete haciendo rocerías
para hacer los potreros.
Eso trozaban una cepa sin
miedo. Y donde había harto
chusque usaban un machete
especial. Ya después salieron
los azadones, los sopeños, los
de cinco libras. Cada uno se
repartía dos o tres metros y
en línea recta una fanegada
hacia arriba. Y el que era más
ventajoso le echaba el mugre
al otro y lo hacía joder. Es que
toda la vida ha habido cizaña.
El trato no era bien porque
apenas les daban la sopa, no
les daban más. Había mujeres
que traían la harina o el maíz
para hacerles la sopa y otros,
manténganse como puedan.
La sopa era de maíz: molían
el maíz, lo ponían a “jechar”
y ahí hacían la sopa. Y de
recado le echaban cubios o
chuguas, no había papa. Y
cuando no había nada de eso,
le echaban las mismas hojas
de la chugua o del cubio a la
sopa. Como en ese tiempo no
había tallos, ni nada. Es que
en ese tiempo la gente era
triste.
Y cuando iban a llevar su
carbón a Bogotá cargaban su
perrita del cuero para traer
los cunchos para hacer la
chicha. Entonces ya se mejoró
todo. Porque con la chicha
se mantenían sin comer
nada. Las mismas señoras
que llevaban el carbón para
Bogotá traían los cunchos en
las perritas de cinco botellas y
ahí hacían la olla del guarapo.
Primero quebraban el maíz
y lo dejaban ocho días ahí.
Después lo sacaban, lo
molían en piedra, lo colaban
y le echaban un poquito de
cunchos y un poquito de
miel. La miel la traían las
mismas bestias que llevaban
el carbón. La cargaban en
zurrones de cuero de ganado
de cinco galones. Para hacer
los zurrones los cocían bien
cocidos y ahí traían la miel.
En ese tiempo las pieles del
ganado eran muy útiles para
todo: para rejos, coyundas,
para los zurrones y para los
rejos de amarrar los animales.
El cuero lo curtían. Mi
papá llevaba cáscara de
encenillo a una tenería y
allá con cáscara de quimicua
curtían lo cueros y quedaban
blanditicos. Todos los orillos
servían. Los echaban en
un recipiente hasta que
cuajaran, metían las cáscaras
de encenillo y el cuero en un
recipiente, no cocinado sino
en temperatura bajita de 20
o 30 grados.
15
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
De la
estancia a la
parcela
16
Pasados varios años, los
estancieros se volvieron
propietarios por un decreto
en el que todo patrón tenía
que venderle las parcelas
a los arrendatarios. Y así,
los que ya tenían platica,
compraron. Y ya llegó el
alambre y empezaron a
cercar las parcelas.
Cuando parcelaron como
quinientas fanegadas desde
el puente de Socha hasta
la mata de calor, donde
están ahora los tanques
de agua, unas parcelas las
compró un señor Policarpo
Silva que había trabajado
por allá en la sabana y tenía
sus centavitos. Donde está
la escuela todo eso era
de Policarpo. Él tenía un
tío que se llamaba Nicolás
que compró menos. Y mi
tío Enrique Flórez que no
tenía cómo comprar se hizo
socio de un señor Anacleto
Cortés. Entonces se hicieron
socios y pagaron esa finca.
Mi papá alcanzó a comprar
donde vivo ahora. Nosotros
vivíamos en la escuela que se
llama Frailejonal. Él seguro le
pagaba algo al municipio. Yo
nací ahí. Después construyó
la casa aquí. Él no tenía casa
sino una estancia, se pasó
con el mayordomo y después
hizo una casita mejor.
Memorias de Frailejonal
En ese
tiempo no
había amor
como hoy
La gente se casaba entre
ellos. Los hijos le ayudaban a
los papá a hacer la leña y el
carbón y a servirles. Entonces
cuando el muchacho tenía
unos treinta años y la
china también, los casaban.
Como no había escuela
ni nada, los chinos no se
enamoraban. En ese tiempo
no había amor, como hoy
que están mamando y están
enamorando. No, en ese
tiempo había mucho respeto.
Entonces se cuadraban a los
hijos entre los compadres y
amigos.
Lo que pasaba entonces
era que, un ejemplo, si usted
era el papá del muchacho
y yo el de la muchacha,
entonces ya éramos
compadres y amigos. Se
reunían los cuatro esposos
y decían: «Bueno, mija
tiene tantos años y el suyo
tantos, hagamos una cosa:
pidámosle al patrón que
nos de otra estancita y los
mandamos a casar y les
ayudamos.» Así se hacía.
De alguna manera les
compraban chiritos, hablaban
con el padre de La Calera
y les decían: «Bueno, aquí
está su vestido, tal domingo
camine para La Calera que
vamos a misa.» Los papás ya
tenían arreglado con el cura.
Entraban a misa y les decían
que cuando el padre dijera
tal cosa, contestaran que
sí. Eran las mismas palabras
de ahora porque eso no ha
cambiado. Y cuando ya salían
a la puerta de la iglesia,
cogían a la china de la mano
y le decían al chino: «Aquí
está la mujer de usted y
hagan vida como la hacemos
nosotros.» Entonces ellos se
casaban con enjalma verde.
Eso era tremendo. A mi no
17
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
18
me tocó, eso fue antes. Y los
que tenían sus centavitos
prestaban ropa, todo. En ese
tiempo había mucho cariño,
mucha confianza y mucho
respeto entre todos. Los
matrimonios duraban hasta
la muerte, como decía el
cura: «En las buenas o en las
malas hasta que la muerte
los separe.»
De esos tiempos, me
acuerdo de estas coplas:
La boda fue en la cocina,
tan bien que la pasamos,
ella debajo de un chino
y yo debajo del sarso.
El día de mi matrimonio,
un cabro verraco estaba,
y así lo mandé matar
pero me queda el consuelo
que sí le di de tragar.
Un plato de chicharrones sin
múchigos sin limpiar
mi suegra está encarcelada en una
cárcel de plata
y de alimento le daban una
mazamorra clara
tan caliente, sin cuchara y en un
platillo de lata
para que me quema la boca esa
vieja condenada.
Memorias de Frailejonal
La época
del trigo
Con el tiempo, todo
estaba mejorado un poco.
Las mujeres estaban
adiestradas para ir a Bogotá
y cogían la chicha y ya
podían traer más mercadito
y salía más recadito por ahí.
Entonces comenzó a haber
el trigo, porque no había
maíz por el frío.
El trigo fue aquí así:
cuando ya estaba potreriado
todo eso, que la estancia
estaba limpia, el patrón
daba permiso de sembrar
trigo en ese pedazo limpio y
la gente echaba los bueyes
para trabajar. Tenían un yugo
de madera, sus jacas, sus
dos camellas para poner el
barzón y sus coyundas del
mismo cuero del ganado. Y
ambos bueyes iban haciendo
el trabajo. El gañán iba
atrás y el muchacho, que se
llamaba el aseador, adelante.
El arado se hacía con una
cabeza de palo jorobada
de tíbar, de arrayán o de
chaque, que eran unos
palos muy verracos.
Cualquier palo no servía. Le
hacían por debajo un hueco
y le ponían dos teleras y el
timón. Y ahí iban los bueyes
con el gañán sosteniendo la
yunta y arado.
En esa época, Anacleto,
Policarpo, Nicolás y mi
papá ya tenían yuntas de
bueyes y ellos alquilaban los
bueyes a los que no tenían
y sembraban más trigo. Los
que tenían más, sembraban
máximo una carga, los otros
sembraban una arroba, los
otros media arroba, los otros
seis libras y los otros tres
libras. Sembraban en el mes
de febrero para recoger en
el mes de noviembre. Cada
uno sembraba su montoncito
de trigo y ya cuando estaba
la cosecha, cada uno hacía
su parva y lo arrimaban a
la montonera más grande.
Y ahí era donde llegaba
la máquina para trillarlo.
Pero luego, para trillar ese
trigo, era un trabajo muy
verriondo. Porque, póngase
usted a pensar: en Guasca
unos señores Quinches eran
los dueños de la máquina,
pero como en ese tiempo no
había llantas, sino ruedas
19
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
20
como las carretillas antiguas,
para traer la máquina de
Guasca acá se echaban casi
quince días y con veinte o
treinta yuntas de bueyes y
otros tantos hombres para
trancarlas ahí porque eso
eran puros pantanos, sin
carreteras. La gente sí se
jodía mucho.
La máquina trabajaba
con tamo y agua, no era de
gasolina. Se instalaba y cada
uno pagaba la trilla de su
parva: tanto por la carga o
por las arrobas que sacaban.
El que sacaba cuatro o cinco
arrobas dejaba una arroba
para comer y el resto lo
vendía en Bogotá, llevándolo
en mula a los molinos de
pan. Cuando se acababa la
parva, la máquina tenían que
devolverla a Guasca.
Después empezaron a
sembrar cebada. Pero pasó
que la cebada no daba bien,
adelgazaba mucho la tierra y
la esterilizaba. Entonces fue
cuando llegó la papa.
Memorias de Frailejonal
Las primeras
semillas de
papa
Dejaron de sembrar la
cebada porque llegó la
semilla de papa. Y con
la papa llegó el tractor
y se normalizó todo. Se
arreglaron caminos y ya todo
el mundo tuvo forma de vivir.
Porque antes éramos muy
pobres y todo muy triste.
Las primeras papas
que vinieron acá fueron la
lisaraza carriza y la lisaraza
rosada. Después llegó la
tocana blanca y después
la tocarreña. Despues de
la tocarreña, la criolla. Y
después fue la valdeza.
Ahorita ha cambiado todo.
En ese tiempo, para
sembrar la papa se rozaba un
pedazo de tierra con azadón,
descepando. Se hacían
cespedones y se dejaban
todo medio echado. Dos o
tres meses después, cuando
llegaba el verano, se hacía
la ronda, se metía candela
y se quemaba todo eso
que se volvía ceniza. Y esa
ceniza era el abono. No había
que fumigar ni qué nada:
hacer el hoyo, sembrar la
papa y desyerbarla, no más.
No había llegado el pasto,
entonces no había mucha
hierba. Y no caía la gota.
Por eso no había químicos.
Uno comía vegetación
únicamente. En cambio
ahora, ¿por qué estamos
enfermos? Por las sustancias
químicas. Hasta el ajo, la
cebolla y los cubios hay que
fumigarlos porque ya tienen
animales que los dañan.
Y los mismos químicos se
han encargado de coger
la sementera. Porque, por
ejemplo, cuando no se picaba
la papa, ¿quién iba a traer
remedio?
21
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
La historia de
Siberia
22
La historia de la Siberia
empieza antes de que
estuviera la fábrica de
Cementos Samper. Se había
descubierto la mina de
caliza que es en piedra.
La gente hacía mochilas
de rejo, de cuero rajado,
cargaban la cal en las mulas
y llevaban el material desde
Siberia hasta Usaquén.
En Usaquén era donde
quedaba el horno de cocinar
la cal. Muchísimas casas
eran en ese material, no
en cemento. Cuando ya
vinieron los de Samper
inventaron que iban a
hacer la fábrica por la
caliza e hicieron una fábrica
chiquita. Vino la ciencia
más delante e hicieron un
horno mucho más grande
y la fábrica fue creciendo.
En torres de madera
ponían el cable para la
fábrica y después ya con
la tecnología lo hicieron
en metal. El transporte en
vagoneta se movía por
un motor y un cable fijo,
por donde iban las ruedas.
Para construir los edificios
hacían una mezcla de cal
cocida y arena.
Memorias de Frailejonal
Todo se acaba mujer en
esta vida
Coplas
Antes de entrar a la fábrica
yo tenía más tiempo,
entonces por allá en el
pueblo yo oía que llegaba
un cantante y le compraba
el libro o el cuadernito de los
cuentos y las canciones. Los
guardaba y cada día leía y
me los aprendía. Por eso yo
puedo recitar todo eso, como
la copla del tren que hicieron
en tiempo de Rafael Uribe
Uribe que dice:
Pasan las horas, pasa el momento,
¿adónde irá? Más allá, más allá,
(…) los horizontes.
Rompe los montes pa Soledad,
ella con lazo robusto y cierto,
une al desierto con la ciudad,
hija del cielo, borra fronteras,
discordia entera, Oh Dios, al mar.
¿Adónde irá? Más allá, más allá.
Todo se acaba mujer en esta vida,
la riqueza, el amor y la hermosura.
Y es tan fácil el amar como se olvida
que en reposo estaré en la sepultura
porque cuando yo muera, mujer idolatrada,
ya sin tus besos estará mi cuerpo helado.
Anda a esa tumba triste y desolada
y reza por tu amante ya olvidado,
no me lleves coronas florecidas
ni nada, nada que engalane mi fosa,
que en la tumba donde mueren mis días
la custodia es una errante mariposa.
23
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Consejos para
esta vida
24
En esta vida que estamos, les
aconsejaría que no hay como
Dios a la moda antigua. Yo en
mi época conocí una vida y
ahora estoy conociendo otra
vida que tengo. Igualándolas,
analizo que la ciencia va
adelante. Vuelvo y analizo
y me doy cuenta que la
ciencia va hacia adelante y
el mundo para atrás. Hoy
yo les cuento esta historia,
porque la viví, la existí. En
ese tiempo los profesores le
enseñaban verdaderamente a
uno lo que era la naturaleza.
Ahora enseñan lo que va a
ser. ¿Cómo les van a enseñar
una vida que aun nadie
conoce? Si todavía no ha
llegado mañana, todavía no
ha existido. ¿Cómo puedo yo
aprender de eso? ¿Por qué
enseñan lo que no han visto
sino lo que oyen decir por
allá?
Sobre la voluntad de
Dios no hay nada más. Dios
le dijo al hombre: «Ayúdate
que Yo te ayudaré». Creen
que el médico es Dios, pero
no, es Dios que le dio poder.
Uno no se manda solo, uno
tiene quien lo manda y
quien lo gobierna. Dios nos
dejó la enseñanza de que la
voluntad de él es la de uno.
[Entrevista de Sinaí Perdigón
y Noel Perdigón a don
Abelardo Perdigón el 17 de
agosto de 2014 en la casa
de Noel Perdigón, vereda
Frailejonal, municipio de La
Calera. Transcribió Valentina
Mora y editó Pablo Mora]
Memorias de Frailejonal
25
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
26
Qu i so Dio s q ue
la L un a me
a lu mbrara
Por Carmen Díaz
Memorias de Frailejonal
27
- Carmen Díaz -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
28
Mi esposo es Abelardo
Perdigón, pero para enumerar
a todos nuestros doce hijos,
seis mujeres y seis hombres,
¿quién sabe? La fecha de mi
nacimiento sí es un secreto.
Mi mamá me tuvo acá en la
misma vereda San Rafael.
Ella se llamaba Ema García y
mi papá Severo Díaz. Éramos
catorce hijos. De los catorce yo
soy la pura mayor. Ya no tengo
sino tres hermanos, porque los
demás han muerto.
La gente se casaba aquí,
no salía a buscar marido por
fuera. Nos conocíamos en la
escuela y nos casábamos,
unos con los otros. Yo
estudié en la escuela,
hasta quinto de primaria
y lo mismo mi esposo.
En la escuela… mmm,
como le digo yo, revuelto
hombres y mujeres. Nos
soltaban a las mujeres
adelante y ahí soltaban
a los muchachos. Muchas
veces los muchachos nos
asustaban: se metían entre
los hoyos y uno cruzaba y
le metían tremendo susto.
Qué malos. Después en la
escuela dieron la orden de
que los muchachos tenían
que estudiar más tarde y
a nosotras nos soltaban
más temprano, para que no
hubiera encuentro con los
muchachos.
La vida era distinta a
esta, mucho más bella, no se
sufría tanto. No había tanto,
como digo yo, libertinaje.
Vivíamos muy apegados
a los padres y nos tocaba
trabajar duro con ellos para
mantenernos. Si no salía
comida tocaba hasta robar.
La situación de mis padres,
no les alcanzaba para
sostener a los catorce hijos.
Cada uno tenía su obligación.
Mi madre nos llevaba a las
Memorias de Frailejonal
más grandecitas a alistar
la leña, a arreglarla. Y los
días miércoles y sábados se
iban para Bogotá con sus
bestias. Muchas veces mi
mamá me llevaba. Para yo
poder montar, mi mamita me
amarraba de adelante para
que no me cayera, ¡Ay Señor
Todo Poderoso! Cogíamos la
Morita y me llevaba.
Por cierto mi amor, aquí
no había casas, era puro
monte. No había carreteras
ni caminos en ese tiempo,
solo trochas y el camino
real que iba de Bogotá a
La Calera. Para subir hasta
aquí nos tocaba por La
Cuchilla. Poco se sembraba
y teníamos que tener la
vaquita de leche para
ordeñar y poder darle a
los hermanos. ¿Qué más le
dijera yo? Bueno sí, había
mucho bosque, mucha
vegetación: chite, totiadera,
arrayanes, mortiños. No
había ningún árbol de
eucalipto, ni de pino, de
eso no había nada. Había
mucho pajarito, mucho.
Los primeros que yo conocí
eran mirlas, copetones y
carpinteros. Habían pavas
pero muy pocas, ellas
estaban en las montañas,
en las cordilleras de monte
que eran una belleza.
También había arrulladores
y currucuyes. Nuestros
padres nos asustaban con
esos animales porque decían
que ellos eran parte del
diablo y que si nosotros
hacíamos alguna pilatuna, el
diablo nos llevaba. Los tales
currucuyes cantaban así:
¡Cocococú, cocococú!
29
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Uno comía
de lo que se
daba en la
tierrita
30
En ese tiempo no era como
ahorita. Mi casita era que se
arrastraba, se arrastraba,
porque era de pura paja
hasta al suelo y así por
debajo iba todo amarradito,
como para que se sostuviera.
Vivíamos, cómo le dijera
yo, en la pura tierra. El piso
era de tierra y las paredes
se hacían de una mezcla de
estiércol de vaca y tierra.
El techo era de paja de
carrizo. Nos hacían la camita
y dormíamos con costales
donde ponen las papas y con
trapitos que ya no servían.
Todo mundo colaboraba,
hombres y mujeres: traer la
leña para hacer la fogatica,
traer el agua para hacer el
alimento. El desayuno era
agua de panela con unas
mogollitas que se llamaban
las rubieñas. Teníamos unas
lajas y se tostaba el maíz en
unas ollas de barro, se molía
la panela y se hacían unas
tonguitas de chocolate.
Nos levantábamos por
ahí a las seis de la mañana o
cinco, a hacer oficio, a barrer,
a tener la casa arreglada,
traer la leña, ordeñar la
vaca y así varios oficitos
que no le faltaban a uno.
Mi papá tenía una yunta
de bueyes y, ¡ush!, cómo
sufría yo con esos bueyes.
Eran toros sumamente
chuscos de las mismas
vacas e íbamos adelante
con un palito y… ¡ay señor!
¡Hohohoho!, les gritaba mi
papá. Y los llamaba por
sus nombres, Caramelo y
Granate. Cuando la tierra
ya estaba preparada se
sembraba la papa. El trigo
ya se había acabado cuando
era pura bebita. Por ahí a las
nueve nos daban un agua de
panela y a las doce llegaba
mi mami con el almuerzo:
la mazamorra, que era
una sopa con cubiesitos y
tallitos. Muchas veces le
echaba hojitas de chugua.
Carne no se comía. Uno
comía de lo que se daba en
la tierrita. Lo poco que se
compraba era la panela y el
cacao. Y muchas veces no se
veía de comer. Era muy dura
la vida. Mi padre le tocaba la
obligación, que era unos día
de trabajo obligado, donde
el dueño de la estancia.
Memorias de Frailejonal
El nacimiento
de mis hijos
Mi mamá me cantaba una
canción: «Arrurú mi niño,
arrurú mi ya. Y el coquito
viene y se lo comerá».
Era para asustarnos a
los niños, para que nos
acostáramos en la hamaca.
Tanto sería de dura la
vida que cuando tuve a mi
primer hijo, Sinaí, mi mama
me regaló unos chiros y
después se los puse a mis
otros hijos, a Ángel, a Elsa
a Noemí. A todos ellos los
tuve en la casa con una
partera que se llamaba
Evangelina. Con Sinaí duré
dos días y tres noches
sufriendo, hasta que di.
Gracias a la partera todos
nacieron buenitos, bendito
y alabado sea mi Señor.
Todos me nacieron bien,
gracias a Dios.
Unos me nacieron por
el camino, sola, cerca de la
casa, ¡ay! Una vez me dio
miedo que mi niña llegara
y se muriera, entonces
salí. Quiso Dios que la Luna
me alumbrara. Menos mal
que la chinita salió como la
escopeta. La cogí y con la
ropa y con la misma ruanita
la tapé. Otra vez duré quince
días llorando, porque no podía
tener la hija. Era terrible y me
llevaron para mi casa y allá
tenía que estar los cuarenta
días. Otro, Noel, me nació
llegando a la casa. Yo venía
de la clínica y me habían dicho
que eso me faltaba unos
meses. Apenas me agaché
a cruzar la cuerda, reventé
fuente y nació mi chinito. Los
otros los tuve en mi casa y le
doy gracias a Dios.
31
[Entrevista de Daniela
Medina y Pablo Mora a
Carmen Díaz el 17 de agosto
de 2014 en la casa de Noel
Perdigón, vereda Frailejonal,
municipio de La Calera.
Transcribió Daniela Medina y
editó Pablo Mora]
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
32
T i em p os bravos
Por Pablo Santiago
Memorias de Frailejonal
33
- Pablo Santiago -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
34
Yo nací en la vereda
de Aguagorda. Tengo
76 años. Mis papás se
llamaban Oliverio Santiago
y María Julia Guerrero.
En ese tiempo era muy
bravo porque me tocaba
ir muy lejos y no había
carros, ni carreteras.
No había nada. Es más:
uno no usaba zapatos ni
medias, me tocaba a pata
limpia. Y sufría mucho por
los inviernos, no como
ahorita. En ese tiempo
eran ocho días que no
podíamos salir de la casa
porque los inviernos eran
bravísimos. Y, cuando
escampaba, salíamos a
ver los animalitos. Todo
lo que se producía en la
región lo llevaban a costilla,
desde Mundo Nuevo
hasta El Salitre. A pesar
de tanto frío que hacía
siempre bajábamos alegres.
En cambio, los jóvenes
de hoy en día no viven
agradecidos. ¡Por Dios!, les
compran un par de zapatos
y le dicen que tienen que
ser de marca o si no, no.
La comida era muy
buena, pero también
bregábamos mucho para
conseguirla. Me acuerdo que
se hacía harina, se tostaba el
trigo, se molía y a veces, se
mojaba con agua de panela
o leche. Mi papá le decía a
Julia: «Haga una harina de
trigo, échele caldo de cola
de caballo, píquele un poco
de cebolla, échele y moje
la harina». Pero no se le
podía echar leche porque
era con sal y quedaba
aun más bueno. Con la
harina también hacían una
mazamorra muy deliciosa y
eso se la tomaba uno. A mi
papá le gustaban las papas
con panela.
Luego me mandaban
a misa. Me daban unas
alpargatas de cuero con una
cabuya para el camino y
me decían: «Mucho cuidado
con ponérselas en el calle».
Memorias de Frailejonal
Entonces me iba a rezar y si
llegaba con las alpargatas
sucias me daban una leñera.
En ese tiempo los hijos
sufríamos mucho y si uno no
hacía caso, nuestros padres
nos mandaban un zapato.
Era una cosa terrible por
que a uno le daban unas
muendas muy bravas, casi
nos mataban.
Mis padres trabajaban
en la agricultura, en el
carbón y la leña. Cuando
ellos me pusieron a
estudiar, me tocaba salir
de la escuela a ayudarles
a trabajar. Eso no lo
dejaban descansar a uno.
Continuamente tocaba
hacer el carbón y picar
la leña. A las tres de la
mañana mi papá y mi mamá
arrancaban a pura pata, a
pesuña, y llegaban a Bogotá
al Siete de Agosto. Iban
golpeando en las fincas:
«Me compran el bultico
de carbón o el bultico de
papa». Aguantaban con
el desayuno de acá hasta
las doce o una de la tarde,
cuando acababan de vender
lo que llevaban. Y nosotros
pequeñitos esperando a
qué horas llegaba mi papá
o mi mamá de Bogotá.
Como casi no había comida
era un gusto que llegaran
ellos con la comidita. Y el
día que no se vendía no
había para el mercadito.
Era un sufrimiento bravo.
La carguita de carbón se
vendía a dos pesos y eso
alcanzaba para el mercado.
La carga de leña se vendía
también a lo mismo. A
veces conseguían siete u
ocho pesos, que era poquito
pero valían.
35
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Mi primer
peso
36
Póngale cuidado a esta
historia que fue muy linda
Había aquí en Los Lagos un
señor que sembraba mucha
papa y mantenía noventa
obreros. Un día mi papá me
dijo: «
­ Mijo, vaya a trabajar
con don Julio Carrillo para
que nos ayude». Yo fui y
entonces don Julio me dijo:
«Hágale mijo». Como yo
era pequeñito, me ganaba
ochenta centavos y a los
señores de edad les pagaba
un peso. Yo con el anhelo
de ganarme más le dije a
don Julio: «¿Por qué no me
paga el pesito?» Don Julio
me contestó: «Usted trabaja
muy bonito pero solo le pago
el peso si lo veo levantando
un bulto de cinco arrobas
a la tolda donde estamos
arrimando la papa». Y yo
con esas ganas le dije a mi
hermano mayor, que ya era
grande, que me ayudara a
levantar las cinco arrobas y
me las pusiera en la espalda.
Mi hermano les pidió al
hijo del patrón y a otro
amigo que me colaboraran
poniéndome los bultos a
mi espalda para llevarlos
a la tolda. Y así fue. Ellos
levantaban el bulto y me lo
echaban al hombro. Pero,
al principio, yo no podía.
Como a uno no le ponían
vestidos en ese tiempo como
ahora sino una camisita
muy delgadita y como la
tierra era suelta porque la
habían aflojado, al cargar el
bulto me temblequeaban las
piernas. Pero yo lo llevaba.
Así me cargué los bultos
a la tolda. Cuando llevé el
último bulto para completar
diecisiete, sentí un dolor
tremendo aquí atrás. Se me
habían pelado las espaldas,
me estaba vertiendo sangre
y no me aguanté más. Yo
me acuerdo que a las cinco
de la tarde llegó el patrón
a darle de comida a todos
los obreros y a pagar, por
que en ese tiempo pagaban
diariamente. Cuando cruzó
don Julio me dio ochenta
centavos. Entonces le
dije: «Pero don Julio, yo
levanté los bultos que me
dijo, tiene que pagarme el
peso». «Bueno, bien» —me
contestó— y me dio el peso.
Yo me puse muy contento.
Me sacrifiqué pero me gané
los veinte centavos de más.
Memorias de Frailejonal
Cómo me
robé a mi
mujer
Yo me casé de 21 años no
completos. La mujer mía
tenía 18 años no completos.
Éramos unos chinos, pero
gracias a la Virgen salimos
adelante. Cuando yo conocí
a mi novia eso fue gracioso.
Para conquistarla era con
un respeto sagrado, pero
tocaba que los padres no
se dieran cuenta, porque
si no le pegaban a uno. Mi
suegro y mi suegra vivían al
frente de mi casa. Entonces
me tocaba salir a un altico
y ella también y me hacía
señas y yo a ella. Y así nos
tocaba vernos. Mi suegra sí
me quería pero mi suegro
no. A mí me contaron que él
tenía una navaja y que me
la iba a enterrar. Un día le
dije que si me iba a matar
por estar de novia con su
hija. Él me dijo: «No lo mato,
pero a mi hija no la saca de
mi casa». Yo le contesté:
«Vamos a ver, ella tiene que
ser mi mujer. Tal día vengo
por ella». Y dijo que no.
Fui a ver a mi suegra, que
ella sí era de gusto y le dije
el día que tenía pensado
pedirle la mano de su hija.
Fue y le contó al viejito. Eso
fue un sábado. El viejito se
opuso. Yo le dije a la viejita
que por la tarde iba y me
la sacaba. Y así fue. Me
la robé, me la llevé de su
casa. Yo ya había hablado
con el cura que me había
dicho que nos casaba al
día siguiente. Pero le conté
que no podía llevarla a mi
casa porque mis suegros
no querían que me casara.
El padre me preguntó que
adónde me la iba a llevar y
yo le dije que para donde
mi cuñado Diomedes que
vivía en El Salitre. El padre
me advirtió: «No me la vaya
a irrespetar». Y yo le dije
que tranquilo. Me la llevé
entonces ahí para abajito y
esa noche dormimos muy
sagradamente. Y, al otro
día, como a las diez de la
mañana nos casamos. El
disgusto fue de mi suegro,
pero el resto, todo el mundo
conforme.
Hice una fiesta
inolvidable que duró como
cuatro días, porque en ese
tiempo era así, fiestas y
fiestas. Yo trabajaba con
mi cuñado haciendo casas.
En ese momento solo
tenía quinientos pesos
y en un mes terminaba
37
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
Si uno no
trabajaba, no
comía
38
la obra. Como pensé que
con esos quinientos pesos
no me alcanzaba para el
matrimonio, me le fui a
Arturo Cortés y le dije:
«Lo invito al matrimonio,
pero hágame el favor y me
presta doscientos pesos.
Yo se los pago en uno o dos
meses máximo». Me dijo:
«Tranquilo Pablo, aquí están
los doscientos pesos, pero
yo no puedo ir porque el
patrón no me da permiso».
Así completé setecientos
pesos que en ese tiempo
no era nada. Me fui a hacer
el mercado: le compré el
vestido a mi mujer y el
vestido para mí. También
compré bebida, de todo,
y me salió por quinientos
cincuenta pesos. Hice la
fiesta y me sobraron ciento
cincuenta pesos. Cuando
pasó la fiesta me puse a
trabajar con mi cuñado y
como al mes completé los
doscientos pesos y se los
devolví a don Arturo. Y así
llevo más de cincuenta y
cinco años casado y a Dios
gracias levanté mi familia. La
mayoría vive en Bogotá, pero
me estima mucho.
A mí me tocaba trabajar
casi de noche y de día,
sembrando papa de las
cinco de la mañana hasta
las siete u ocho de la noche.
También fui carbonero y me
tocaba sufrir mucho para
sacar a mis hijos adelante.
Si uno no trabajaba no
comía. Trabajaba también
con mi papá viajando con
las mulas a Bogotá con
cargas de carbón y leña. Me
tocaba cargar las bestias y
bajarlas de aquí de Frailejonal
hasta El Salitre y de ahí
para Abastos en Bogotá. No
existía todavía Corabastos,
sino la plaza España. Allá
vendía las cargas y me venía
a atender a los obreros que
yo dejaba en ese tiempo
recogiendo papa. Me acuerdo
que el primer mercado me
valió doce pesos. Eso era
chocolate, pasta, arroz,
lentejas, panela y azúcar. Un
día mi papá alarmado me
dijo: «Pablo, se subió todo
a quince pesos». Ya cuando
yo empecé a trabajar por mi
cuenta, todo siguió subiendo.
El mercado ya valió dieciséis
pesos y después veinte
pesos. Y uno asustado por
que la plata era escasa.
Memorias de Frailejonal
El diablo y la
bruja
Bajaba yo con mi señora a
las once de la noche, porque
ella estaba enferma, con
los dolores del parto y la
llevaba a donde una médica
que había en El Salitre.
Ella andaba un ratico pero
no podía y se sentaba y
suplicaba, para que no
le fuera a nacer el chino
todavía. Cuando bajábamos
de La Cima, en la revuelta,
con la Luna baja, adelantico
de yo, apareció un perro
negro pero ni el hijuemierda
de grande, pegó un brinco,
cruzó detrás de la carretera
y se metió en una pinera ahí
abajo. Entonces yo pensé:
«Virgen Santísima que mi
mujer no lo haya visto».
A mí no me dio miedo y
esperaba que mi mujer no
lo hubiera visto. Entonces a
lo que cruzamos por donde
había cruzado el perro, se me
botó la mujer y me agarró
un brazo y me dijo que
había visto un perro negro
horroroso. Yo le dije que no
se afanara que debía ser uno
de los perros de don Pascual.
Pero, para mí, por el modo
que bajó del cerro no era un
perro normal. «¡Era el diablo
que se presentó en esa
forma, je je!»
También se me ha
presentado la bruja. Cuando
salía con mi mujer, muchas
veces pasaba cerquitica y
gritaba. Una noche, como a
las diez, voló sobre la casa y
soltó una carcajada. Yo le digo
que era una bruja, era una
vaina grandísima y pegaba
unos berridos muy feos.
[Entrevistas de :
Daniela Medina a don Pablo
Santiago el 23 de agosto de
2014 en la vereda Cartagena,
municipio de La Calera,
camino a Chorro Blanco.
Transcribió Daniela Medina y
editó Pablo Mora.
Oswaldo Perdigón, Sinaí
Perdigón y Daniela Medina
a Pablo Santiago, el 30 de
agosto de 2014 en la casa
de Noel Perdigón, vereda
Frailejonal, municipio de La
Calera. Transcribió Daniela
Medina y editó Pablo Mora.]
39
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
40
A nécdo tas de la
v i da an terior
Por Eladio Flórez
Memorias de Frailejonal
41
- Eladio Flores -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
42
Mi nombre es Eladio Flórez.
Tengo sesenta años y nací
en La Calera, Cundinamarca.
Soy hijo de Gerardo Flórez
y María Hipólita García. Mi
abuelita por parte de mi
papito se llamaba Hermencia
y mi abuelito difunto
Enrique Flórez. Por parte
de mamá eran María Díaz y
Pablo García. Mi mama vivía
en la vereda de El Volcán
y mi papa en Frailejonal.
Él trabajaba en la fábrica
de Samper. Como en esa
época se iba a pie a hacer
turnos, se conocieron con
mi mami, según cuentan
ellos, cuando mi papá
pasaba para La Siberia. En
ese tiempo antiguo eran los
papás los que arreglaban el
matrimonio: fulano y sutano
se tenían que casar. Somos
doce hermanos, seis hombres
y seis mujeres. Mi mamá
me tuvo en la clínica de la
fábrica de cemento Samper.
Los primeros nacieron en la
casa porque en ese tiempo
no había control ni nada para
las mujeres embarazadas, no
había sino parteras.
Nosotros estudiábamos
en una jornada todo el día.
Entrábamos a las ocho y
salíamos a las once y media.
Volvíamos a entrar a la una
y salíamos a las cuatro. En
ese tiempo se estudiaba por
ahí hasta cuarto de primaria.
Ya a lo último, cuando nos
retiramos, sacaron el quinto
de primaria. Había una o
dos profesoras no más,
para todos los niños. Una se
llamaba Raquel de Perdigón y
la otra era la profesora Rosa
Tovar y también Marujita
Tovar. Era apenas un salón
grande donde nos atendían a
todos y no había restaurante.
Yo no me acuerdo si era mixto
o por la mañana los hombres
y por la tarde las mujeres. En
esa época no había canchas
de microfútbol como ahora.
Yo me acuerdo que había una
cancha de básquetbol que la
hicieron en tablas de madera
y era en tierra.
A nosotros nos tocaba
muy duro porque no había
carreteras ni nada. Al principio
nos tocaba a pie limpio o
con cotizas. Después a lo
último ya empezaron a salir
las botas machas. Siempre
andábamos harto descalzos.
Y no teníamos luz sino era
con velas o esperma y los más
pudientes tenían lámparas de
gasolina. Ya como en 1970
empezaron a electrificar
las veredas de Frailejonal, El
Volcán y El Rodeo. Y entonces
nos tocaba hacer fiestas y
reinados para recoger plata
para los gastos, porque nos
tocaba dar plata para la
energía.
Me acuerdo que las
candidatas del primer
reinado eran Calixta Cortés y
Memorias de Frailejonal
Noemí Perdigón. Cada reina
tenía su comité y cada ocho
días hacían la fiesta en las
casas o en las escuelas de los
padres de las reinas. En ese
tiempo ganó Calixta.
Cada ocho días íbamos a
eventos deportivos a otras
veredas para recoger fondos.
A nosotros nos gustaba
mucho el deporte, pero como
no había donde practicarlo,
nos metíamos a los potreros,
donde hubiera un planecito
y jugábamos fútbol. Los
dueños de esos predios nos
sacaban a perder. Pero en
ese tiempo llegó la doctora
Beatriz de Anzola que era
una señora muy pudiente
de La Macarena, le pedimos
ayuda y nos patrocinó para
ir a representar a la vereda
en varios campeonatos. Así
estuvimos jugando en La
Calera, Fusa, Choachí, Treinta
y seis, Mundo Nuevo, Junia…
Como la doctora Beatriz era
muy hincha del Santafé, el
primer uniforme que nos dio
ella, fue de ese equipo. Ya
después nos comprábamos
los uniformes a nuestro
gusto. Nos poníamos de
acuerdo en el color y los
comprábamos en Bogotá,
con los otros implementos
deportivos. Doña Beatriz nos
colaboró mucho para hacer
las canchas. Nosotros fuimos
los primeros que hicimos las
canchas que hay ahora de
microfútbol y de fútbol. Las
inauguramos con las otras
veredas que vinieron en ese
tiempo. Vino mucha gente y
los del periódico campesino.
Por ahí tenemos los recortes
de cuando inauguramos la
cancha de fútbol.
En la vida anterior
no había tanta violencia,
maldad y envidia como
ahora, no; con gente de
otras partes, que ya casi
es estilo Bogotá. En ese
tiempo éramos más unidos
porque no había tanta gente
de otros lados, solo de la
región, todos conocidos, casi
familiares.
43
[Entrevista de Sinaí
Perdigón, Alicia Carvajal,
Daniela Medina y Oswaldo
Perdigón a don Eladio
Flórez el 13 de septiembre
de 2014 en la casa de doña
Gladis Cadena, vereda
Frailejonal, municipio de
La Calera. Transcribió Pilar
López y editó Pablo Mora]
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
El diablo
44
Por Sinaí Perdigón
Memorias de Frailejonal
45
- Sinaí Perdigón -
Salvaguardia integral de las culturas campesinas
46
Este cuento es de verdad
porque me lo contó un
tal José Martínez. Hay un
punto aquí que se llama La
cuchilla por donde pasaban
a medianoche los arrieros
que venían de debajo de El
36, camino a Bogotá. Una
noche pasó por ese punto
José con sus bestias. Él me
contó que las mulas iban por
el caminito una por delante y
las otras detrás. De repente
se paró la de adelante y no
quiso darle paso a los de
atrás. Y arréelas, arréelas
y nada. Y el hombre pensó
«No pasan las mulas». A
la que iba adelante, se le
dio la vuelta el costal en la
tripa. Entonces a José le tocó
bajar la carga de la mula. La
cuadró, le colocó la enjalma
y puso un bulto de papa
sobre otro. Pero no podía
con la mula. «Y ahora, ¿quién
diablos me ayuda a subir las
cargas a la mula?». Él mismo
me contaba esta historia
que no es mentira. Apareció
entonces un señor subiendo
que le dijo: «Tranquilo, si
quiere yo le ayudo». Cogió
los dos bultos de papa,
los echó a la enjalma y
los amarró. A lo que iba a
arrancar, José le dijo, como
era costumbre: «¡Adiós!»
Y cuando le dijo adiós, el
hombre le dio la vuelta a la
carga y se la dejó tirada en
el suelo. Más abajito, al pie
del cerro, donde hay un palo
grandísimo de nogal, de esos
que se usan para el molde
de queso, vio al hombre con
un lazo hamaqueándose,
chinchorreándose. Era
el diablo que lo estaba
asustando. A mucha gente
también le pasó lo mismo.
[Entrevista de Daniela
Medina a Sinaí Perdigón el
23 de agosto de 2014 en la
vereda Cartagena, municipio
de La Calera, camino a Chorro
Blanco. Transcribió Daniela
Medina y editó Pablo Mora]
Memorias de Frailejonal
47
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