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Historia, Mito o Realidad Del Escenario a la Celda Cuenta la leyenda que en el siglo XVIII vivió una hermosa mujer en Nueva España llamada Rebeca. Era actriz, cantante y dominaba todos los géneros teatrales; sus actuaciones tan excelentes conmovían hasta las lágrimas y atraía a todos con su hermosa voz; era muy amada y querida por el público. Pero no todo era maravilloso. Detrás de bambalinas era altiva y arrogante, era muy grosera con sus compañeros y los trataba como criados. Por supuesto mucha gente la odiaba y buscaban por todos los medios perjudicarla y desprestigiarla; para esto último lo único que había que hacer era contar lo que se sabía de ella: era amante de los hombres más ricos y poderosos de la época. Las damas debían de vigilar a sus maridos en todo momento cuando asistían a una actuación de Rebeca, cuando alguna notaba que su esposa se portaba de manera “extraña” ó la actriz les lanzaba un coqueto guiño, las molestas mujeres empezaban a pensar la mejor forma de aniquilarla. Pero ustedes se preguntaran: ¿no tenía miedo aquella mujer a algún castigo? Ella se sentía muy segura porque tenía a todas las autoridades inquisitoriales embrutecidas con sus encantos. Para la demás gente la actriz era una perdida. Con su poder de embrujar a los hombres, con el tiempo amasó una gran fortuna y se llegó a convertir en una de la mujer más elegante, enjoyada y mejor vestida de Nueva España. Incluso la actriz trataba a sus amantes de manera arrogante, como si les estuviera haciendo favor y consideraran un honor requerirle de amores y quedar profundamente agradecidos. Su suerte no duraría mucho; todo cambió el día que el hombre más poderoso de la nación le mandó una serenata, todo salió a pedir de boca, la mujer quedó muy agradecida ante tal obsequio. Pero, al poco tiempo el virrey fue relevado de su cargo, acusado de de corrupción, las autoridades desprotegida. El nuevo inquisidor la mandó apresar, acusada de embrujar a los hombres con sus encantos y para que no hechizara a los verdugos, les vendaron los ojos y así evitar su diabólica mirada. Los inquisidores la desnudaron y encadenaron; acto seguido con una sierra le cortaron lentamente sus hermosos y bien formados pechos, después le metieron en la vagina y el ano hierros al rojo vivo. La sangre salía a borbotones y los gritos de la pobre mujer eran desgarradores, horribles, como destazar vivo a un pobre animal. Los verdugos no conformes con el dolor físico le decían cosas obscenas en todo momento, para hacer más horrible su sufrimiento. Promesas, súplicas, gritos, lágrimas, nada parecía conmover a sus torturadores. La pobre Rebeca murió desangrada y quemada por dentro.