Un pequeño granito de arena

Transcripción

Un pequeño granito de arena
Un pequeño granito de arena
ESCUCHE DECIR AL VIENTO….
Que este granito de arena se sentía pequeño y no es que fuera
más chico que los granitos de arena a su alrededor, tampoco
era más grande, se podría decir que era casi como los otros, ni
más hermoso ni más feo. Sin embargo cuando observaba la
montaña detrás suyo o el enorme océano al frente pensaba
sobre su pequeñez y su insignificancia.
¿Por qué no había nacido montaña? ¿Por qué no era tan
grande como el mar? Si por lo menos fuera roca, pero no, tan
solo era un pequeño grano de arena...
Y además estaba triste. Así que pasaba sus días pensando cómo
podría crecer, cómo podría tener la magnificencia de la
cordillera o – en el peor de los casos – la solidez de aquel cerrito.
A estos pensamientos dedicaba sus días, a estos sueños
dedicaba sus noches.
Sin embargo, cómo pasa en las historias, esa tarde ocurrió algo
distinto.
Nuestro granito de arena observaba las olas que llegaban a la
playa y se dio cuenta que mientras algunas olas rompían
alegremente y entre risas, algunas otras lo hacían de forma triste
y a regañadientes, notó como sufrían al saber lo efímera que era
su vida, que irremediablemente al chocar contra la arena
dejarían de ser olas para siempre. Y algo en su corazón de arena
se ablandó, deseó profundamente que fueran capaces de
observar lo que las otras olas miraban - las que rompían con
alegría casi cantando - que notaran que no tenían porque sufrir,
que vieran que su naturaleza es la del mar y la brisa y que sólo
estaban cambiando de forma.
De alguna manera le pareció muy triste que no se dieran cuenta
de esto.
Y fue curioso como el hecho de observar la tristeza de las olas
hizo crecer a este granito, de pronto notó que era más grande –
sin cambiar su tamaño – y deseo que no sólo las olas dejaran de
sufrir, sino que también lo hiciera aquella piedrita que quería
estar seca y que el mar siempre mojaba, y que aquel cangrejo
que siempre se quejaba por caminar de lado fuera más feliz y
que también lo fueran el árbol, el cerro y la nube, y los granitos
de arena alrededor suyo e incluso los de playas que él no
conocía, y poco a poco su tamaño dejó de tener importancia.
Ya que mientras su amor y su compasión crecían, se iba dando
cuenta que no estaba separado, que no había gran diferencia
entre él y la roca, y el cerro y la montaña y el cielo y el cangrejo. Y
aquellos que pudieron observarlo cuentan que una gigantesca,
enorme alegría, surgió de este granito de arena, una alegría más
allá de toda medida.
Y todavía hay relatos que cuentan como un pequeño granito de
arena creció tanto – sin cambiar su tamaño – que ahora contenía
al universo entero con todos sus universos...
y que esa es la razón por la que hoy todavía hay algunos que
pueden maravillarse al observar universos enteros en un granito de
arena.
Sergio Hernández Ledward
Nautillus

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