A flor de piel... Las yemas de sus dedos tocaron sus carnosos labios

Transcripción

A flor de piel... Las yemas de sus dedos tocaron sus carnosos labios
A flor de piel...
Las yemas de sus dedos tocaron sus carnosos labios rosados dibujando su contorno y en un suave beso
dejó sentir el calor de los suyos.
Al abrir sus ojos notó una vela encendida. La tenue luz le permitió ver el rostro mirándole y en sus ojos
una mirada henchida de amor, intimidad y cariño.
Se acercó aún más y prosiguió acariciando sus cejas y otro beso depositó en su frente.
Sentados en aquella pequeña mesa de madera, apenas cabían sus piernas. Encantada saboreaba su
cuchara. Cada ingrediente de aquel suculento plato de vivos colores estimulaba sediciosamente su
paladar y gratitud.
Acercó tímidamente tus dedos a los suyos y jugando con ellos por unos instantes buscaba su mirada
extasiada por su dulzura.
Leyendo en aquel sillón improvisado sus pies descalzos rozaron los muslos de aquella mujer amada. Al
notarlo persistió dibujando figuras imaginarias sobre su piel hasta el amanecer.
Le tomó por el brazo con toda su mano y la acercó a la acera para esquivar la zanja. Un delicioso
escalofrío recorrió todo su cuerpo hasta las terminales nerviosas del placer.
Se cambiaron de acera, su mano rodeó aquella delgada cadera provocándole cual infinita sensación de
placer.
Tantos millones de milímetros de piel recubriendo todo su cuerpo, saturado de terminales nerviosas,
todas ellas listas para anunciar la delicia del placer. ¡Adelante!
Siempre atenta a su presencia para sentir sus yemas recorrer unos cuantos millones de milímetros
cuadrados de piel.
Delgado, tal vez más de lo deseado, mas sin embargo, abierto a sus caricias.
La imagen de una pequeña simple rosa enviada, desata hermosas sensaciones en todos sus cuerpos:
físico, el de las emociones, en la mente y en su espíritu, dejando soltar entre sus labios la frase que luego
aparece escrita: ¡TE AMO!!!
¡Ay, ay, ay, cuánto extraña este cuerpo un tiempo de su piel cerca de la suya! ¡Ay, ay, ay, cuánto
extraña este cuerpo un tiempo de su corazón cerca del suyo! ¡Ay, cuánto extrañan esos ojos un instante
del fondo de los suyos!
El frasco sin tapa, por la mitad de agua fresca y estacado en su centro, una única y pequeña flor silvestre
que había cortado con sus manos y colocado en la mesa junto a ella para hacer acogedor aquel desayuno
de solo yerba y agua.
Muy saltonas las venas del dorso de sus manos dibujan los años y las horas de trabajo, mas al caer la
noche en aquella habitación, buscan el pecho de su amado para conciliar unas horas de sueño antes de ir
en busca de su sexo.
Aún no amanece, sus ojos entreabiertos regresan de uno de sus recorridos nocturnos por la habitación
contigua. Al retornar al lecho le acerca su sexo y gustosamente responde a su llamado.

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