1 EMILIO O LA EDUCACIÓN MODERNA Mr. Media Abundan las

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1 EMILIO O LA EDUCACIÓN MODERNA Mr. Media Abundan las
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EMILIO O LA EDUCACIÓN MODERNA
Mr. Media
Abundan las críticas sobre la calidad de los medios de comunicación, lo insulso
de muchos programas de televisión, la banalidad de las interpretaciones que ofrece la
prensa, la inaguantable repetición de lo mismo, la enorme trivialidad de tantos espacios
radiales; en general, lo efímero y poco valioso que resulta el medio ambiente creado
por la industria de las comunicaciones.
La pregunta que cabe hacerse es si podría ser de otra forma.
Antes de responder, verifiquemos primero la verdad de tales aserciones en
extrema críticas. Puede hacerse el siguiente experimento mental. Imaginemos a un
niño --llamémoslo Emilio como el de Rousseau-- a quien, desde los dos años,
pusiéramos en una casa ricamente dotada de receptores de todo tipo; televisión
satelital directa, por cable y abierta; radio; un servicio expedito de mensajeros con el
local de la esquina que arrienda VCR; un buzón por donde todos los días llegara la
prensa local, periódicos y revistas. ¿Qué tipo de niño tendríamos a la vuelta de 3 años
y luego cuando Emilio celebrara sus 18 años edad? Seguramente un autómata,
alienado, con la cabeza llena de ruidos y aire y una imagen desfigurada del mundo. Al
igual que Rousseau en su famosa obra, nos veríamos llevados a exclamar: “Todo sale
perfecto de manos del autor de la naturaleza; en las del hombre todo degenera”. Una
educación provista sólo por los medios, transformaría a Emilio en una víctima perfecta
de un mal preceptor.
Pero bien sabemos que la comunicación proporcionada por la industria de
mensajes no lo es todo y que, por eso, sus efectos son también limitados. Ni hay obra
de cultura que pudiera cumplir a cabalidad, por sí sola, esa difícil misión educativa.
Puede uno imaginar cuan mal le iría a nuestro Emilio, también, si en vez de llenarle la
cabeza con el incesante producto de los medios lo alimentáramos sólo con libros,
incluso los más excelsos y virtuosos escritos a lo largo de la historia de la humanidad. A
no dudar, Emilio terminaría como un loquillo, esclavo de sus fantasías y sintiendo al
igual que su homónimo rousseauniano “la desazón de las necesidades sin conocerlas
ni imaginar medio ninguno de satisfacerlas”.
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Más bien, lo que muestran estos experimentos mentales son los límites de la
invención humana. Pues a esta altura, resulta evidente que no hay capacidad en el
mundo para llenar las infinitas posibilidades de transmisión que han creado las
tecnologías de las comunicaciones.
Luego, si la industria de mensajes no pudiera recurrir a las trivialidades, si no la
dejásemos repetirse hasta el cansancio, si de ella borrásemos todo lo que carece de
valor educativo, si le exigiésemos entretener con altura e informar en serio, nos
quedaríamos probablemente con horas de pantalla en blanco, con innumerables
páginas de diarios y revistas vacías y sin muchas películas que arrendar en el local de
la esquina para nuestro Emilio.
La explosión de los medios corre delante de la invención de contenidos. De allí,
entonces, que debamos ser tolerantes con la industria de las comunicaciones, cuyo
destino es ser locuaz a toda hora sin detenerse jamás. ¿Quién podría serlo
inteligentemente, con constante brillo e insondable profundidad? ¿Quién, sin caer en la
ignorancia y lo insulso o bien renunciando a lo extravagante, lo sensacionalista, lo
superficial o lo repetido? Hacer de lo fugaz algo perdurable, de lo pasajero una obra,
de lo periférico un centro de atención, de lo repetido una novedad, de cada lunes en la
noche una fiesta, todo eso es la tarea constante de los medios, sin tregua ni descanso.
De modo que a nuestro Emilio, si queremos educarlo en la condición humana de
hoy, tendremos que exponerlo al suave, mediocre, bombradeo de los medios de
comunicación, guardándonos sin embargo de condenarlo a vivir rodeado por ellos
solamente. Además, habremos de mostrarle --¡primera lección de humildad!-- que si los
medios actúan como lo hacen y suelen no elevar más arriba nuestro espíritu, se debe
únicamente a que éste no da de sí tanta invención y riqueza como se necesitaría para
satisfacer la infinita capacidad de transmitir de aquellos. De esta forma, tal como quería
Rousseau, desde temprano le haremos ver a nuestro educando que “sólo se
compadece en otro aquellos males de que uno mismo no se reputa exento”.

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