De la sesión dos a las tres. Reflectores y luciérnagas.
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De la sesión dos a las tres. Reflectores y luciérnagas.
De la sesión dos a las tres. Reflectores y luciérnagas. ola: escribo algunas reflexiones que me surgieron a partir a la última sesión. Yo coordino con Amador (gracias a Amador podremos leer a Balestrini bien en contexto, en edición, en el 68 italiano, bien situado en su lughar, y menos mal) la siguiente, de manera que estas notas si sirven sobre todo sirven de hilo, si se quiere, entre una y otra sesión; o mejor de puerta, espero; no para cruzar de un lado a otro, de hecho el binarismo (los falsos “vs.” en los que yo caigo de vez en cuándo) sería poco deseable; sino para mirar desde el umbral al menos dos partes de la cosa. el otro día me quedé pensando en una idea que pudo circular por la mesa en algún momento de la conversación, 'es normal que lxs pobres quieran ser clase media porque la pobreza es muy dura'. Estoy quizás exagerando, pero en serio que se trata de notas para hilar y aportar, para nada intento conseguir ninguna otra cosa. El caso es que, creo, esa idea es en parte obvia (creo que nadie allí exaltó la pobreza material como un bien) y que en parte desmerece los textos que llevamos para pensarla. Puede que Owen Jones exalte con nostalgia una cultura proletaria-obrera muy discutible desde sus categorías, como expuso Miriam; pero creo que en ningún caso exalta la escasez material – al revés, diría yo, pues Jones describe el proceso concienzudo de desmantelamiento del sistema de bienestar inglés mediante leyes específicas (como aquella “Ley de propiedad” de Margaret Thathcher que convirtió el parque de vivienda social en vivienda privada; a los inquilinos que podrían permitirse comprar su casa, en propietarios) y mediante eso que Isidro López/Ecos del gueto llama la revolución cultural neoliberal (http://www.nativa.cat/2013/04/thatcher-y-elneoliberalismo-cultural/) - por la cual, en este caso, todo lo que huela a looser es catalogado como “chav”. No sé si el término chav-choni-grone, como nini o nimi, nos convence o nos va a aportar algo – pero esta descripción de Jones no es mala a la hora de entender que es una imágen ideológica que parodia y caricaturiza y televisa formas de vida, sujetos y culturas que, como toda forma de vida, sujeto y cultura, es compleja y trae, además de contradicciones, potencias. Como lo que contaba Rafa de la auto-organización en el Madrid Arena, y así. O sea, que no se trata de consificar a nadie al pensar (aunque se corra el riesgo); ni tampoco se trata de alienarse de esos alguienes completamente (como si nosotrxs fuéramos absolutamente ¿otrxs?); sino de pensar qué imágenes producidas por qué cultura ocultan, cuáles relucen, cuáles causan una interferencia en los modos de esa cultura... En cualquier caso, perdón, que me desvío; sólo quería anotar que creo que Jones no exalta la escasez; que, al revés, habla del desmantelamiento del Estado del Bienestar Y en todo caso creo que quizás ni Jones ni Pasolini se refieran en negativo al bienestar/la riqueza burguesa, a la hora de criticar las formas culturales en que esta se despliega. Creo que a lo que aluden (uno de un modo más descriptivo y el otro más desesperado) fundamentalmente es al Consumo/Consumismo, en tanto cultura y hasta, como dice Pasolini, “civilización” insostenible ética y estéticamente para aquellxs a quienes el dinero no les viene dado con la clase y depende de los ciclos económicos que ordenan desde arriba ;;; o algo así. Es esa fecha, 1975, que Pasolini le pone al triunfo del consumo la que coincide también con cierto declive de las luchas del 68 (en las que Balestrini había participado), con una cierta intuición de que el orden económico y cultural del capitalismo (ese que describe Jones en Inglaterra) había vencido del todo. Pero ese “todo” es tal vez el problema más grave de las descripciones e interpretaciones totales de este tipo; el que convierte a estos tipos en “agoreros de la decadencia”, como dijo Miriam. También lo dice y lo explica muy bien Georges Didi-Huberman, en el libro que citó Juan Trotter, Supervivencia de las luciérnagas, contextualizando un poco lo que le pasa a Pasolini. A Pasolini le pasa que en el 75 (aprox, es un decir) se desespera y deja de ver luciérnagas – o sea, señales de deseo en medio de la noche hechas por cuerpos parece que débiles, pero resistentes; que forman “comunidades de deseo”, no por ello “buenas” (en un sentido moral), pero sí bellas. Dice Didi-H que Pasolini deja de ver luciérnagas porque deja de moverse para verlas: no es que éstas desaparezcan, sino que estas están en otra parte, pues se mueven (aunque, dice D-H, ¿qué buscaba Pasolini en esa playa la noche que murió sino esos brillos del deseo...?) Copio unos párrafos: “En 1974 Pasolini desarrollará ampliamente su tema del “genocidio cultural”. El “verdadero fascismo”, dice, es el que la emprende con los valores, con las almas, con los lenguajes, con los gestos, con los cuerpos del pueblo. Es el que “conduce, sin verdugos ni ejecuciones de masas, a la supresión de amplias porciones de la sociedad misma”, y es por eso por lo que hay que llamar genocidio “a esta asimilación [total] al modo y a la cualidad de vida de la burguesía”. En 1975, a punto de escribir su texto sobre la desaparición de las luciérnagas, el cineasta se introducirá en el motivo – trágico y apocalíptico – de la desaparición de lo humano en el corazón de la sociedad presente: “Quiero simplemente que mires a tu alrededor y tomes conciencia de la tragedia. ¿Y cuál es la tragedia? “La tragedia es que no existen ya seres humanos; no se ven más que artefactos singulares que se lanzan unos contra otros”. ¿Hay que entender, entonces, que el improbable y minúsculo esplendor de las luciérnagas, a ojos de Pasolini – esos ojos que tan bien sabían contemplar un rostro o dejar desplegarse el gesto justo en el cuerpo de sus actores –, no metaforiza otra cosa que la humanidad por excelencia, la humanidad reducida a su más simple poder de hacernos una señal en la noche. ¿Ve entonces Pasolini su entorno contemporáneo como una noche que habría definitivamente devorado, sometido o reducido las diferencias que forman, en la oscuridad las sacudidas luminosas de las luciérnagas en busca de amor? Creo que esta última imagen no es la buena todavía. En efecto, no es en la noche donde las luciérnagas han desaparecido. En lo más profundo de la noche, somos capaces de captar el menor resplandor, y es la expiración misma de la luz la que nos resulta todavía visible en su estela, por tenue que sea. No, las luciérnagas han desaparecido en la cegadora claridad de los “feroces reflectores”: reflectores de los miradores y torres de observación, de los shows políticos, de los estadios de fútbol, de los platós de televisión. En cuanto a los “singulares artefactos que se lanzan unos contra otros”, no son maś que cuerpos sobreexpuestos, con sus estereotipos del deseo, que se enfrentan a la plena luz de las sitcoms, bien lejos de las discretas, vacilantes e inocentes luciérnagas, esos “recuerdos un poco punzantes del pasado”. La protesta de Pasolini en su texto sobre las luciérnagas mezcla de manera inseparable los aspectos estéticos, políticos e incluso económicos de este “vacío de poder” que observa en la sociedad contemporánea, ese poder sobreexpuesto del vacío y de la indiferencia transformados en mercancía. “He visto con 'mis sentidos' – dice para asumir el carácter empírico, sensible e incluso poético de su análisis – al comportamiento impuesto por el poder del consumo remodelar y deformar la conciencia del pueblo italiano hasta una degradación irreversible, algo que no había sucedido durante el fascismo fascista, periodo en el que curso del cual el comportamiento estaba totalmente disociado de la conciencia”. El carácter verdaderamente trágico y desgarrador de semejante protesta reside en que Pasolini se vea obligado, en estos últimos años de su vida, a abjurar de lo que había constituido la base de toda su energía poética, cinematográfica y política. A saber, su amor por el pueblo, que transfigura, sobre todo, sus relatos de los años cincuenta y todos sus filmes de los sesenta. Ello pasa por la asunción poética de los dialectos regionales, el paso a primer plano del subproletariado en crónicas como las Historias de la ciudad de Dios o La Larga Carretera de arena, o la representación de la miseria urbana en filmes como Accatone – contemporáneo, dicho sea de paso, de los Damnés de la terre de Franz Fanon –, Mamma Roma o La ricotta. Por otra parte, en sus ensayos teóricos Pasolini quiso mostrar la potencia específica de las culturas populares para reconocer en ellas una verdadera capacidad de resistencia histórica, y por tanto política, en su vocación antropológica por la supervivencia: “Argot, tatuajes, ley del silencio, mímicas, estructuras del medio y todo el sistema de relaciones con el poder permanecen inalterados”, dice, por ejemplo, a propósito de la cultura napolitana. [...]” (21-24) “Pero ¿cómo han desaparecido y “redesaparecido” las luciérnagas? No es que desaparezcan pura y simplemente de nuestra vista” Sería más correcto decir que, pura y simplemente, “se van”. Que “desaparecen” en la sola medida en que el espectador renuncia a seguirlas. Desaparecen de su vista porque se queda en su lugar, que no es ya el lugar adecuado para percibirlas” (35) “Hay, probablemente, razones para ser pesimista a propósito de las luciérnagas romanas. En el momento mismo en que escribo estas líneas, Silvio Berlusconi se sigue pavoneando bajo los reflectores, la Liga Norte actúa con eficacia y los rumanos son fichados, lo cual es un buen medio para expulsarlos. Hay razones para el pesimismo, pero por eso es tanto o más necesario abrir los ojos en medio de la noche, desplazarse sin descanso, ponerse a buscar luciérnagas. He sabido que siguen viviendo por el mundo dos mil especies conocidas de estos pequeños animales (clase: insectos; orden: coleópteros; familia: lampíridos o lampyridiae) Ciertamente, como señalaba Pasolini, la polución de las aguas en el campo las hace desaparecer, y también la polución del aire en la ciudad. Se sabe igualmente que la iluminación artificial – farolas, refcletores – perturba considerablemente la vida de las luciérnagas, lo mismo que la de todas las demás especies nocturnas. Ello implica en ocasiones casos extremos, comportamientos suicidas, por ejemplo, cuando las larvas de luciérnagas suben a los postes eléctricos y se transforman en pupas […] peligrosamente expuestas a los depredadores diurnos y al sol que las seca hasta matarlas. Pero hay que saber que, pese a todo, las luciérnagas han formado en otras partes sus bellas comunidades luminosas […] Huelga decir que, en tales condiciones, las luciérnagas forman una comunidad anacrónica y atópica […]” () “La objeción que podría hacerse a Pasolini de la “desaparición de las luciérnagas” sería, pues, enunciable en estos términos: ¿cómo se puede declarar la muerte de las supervivencias? ¿No es algo tan vano como decretar la muerte de nuestras obsesiones, de nuestra memoria en general? […] Lo que el cineasta había sido tan magistralmente capaz de ver en el presente de los años cincuenta y sesenta – las supervivencias y los gestos de resistencia del subproletariado en las Crónicas Romanas, en Accatone o en Mamma Roma – lo habrá perdido de vista en el presente de los años setenta. Desde ese momento no veía ya dónde y cómo el Antes viene a percutir sobre el Ahora para producir el pequeño resplandor y la constelación de las luciérnagas. Deseperaba de su tiempo, nada más [...]” A mí, personalmente, me vino muy bien el otro día poder, gracias a la conversación, desconfiar del texto de Pasolini en tanto descripción fatal y total que como tal nos impide pensar en nuestro mundo como algo posible, donde aún se dan las supervivencias. Pero eché de menos ir a buscar luciérnagas, cuando había una, creo, sobre la mesa, sin atender. Era el libro de Cucurto, pienso yo – tan contradictorio y problemático como todo deseo que se precie. Pensaba el otro día que ya estábamos in the mood cucurto suficiente como para hablar del libro sin más, y eso fue un gran fallo de coordinación, pienso, porque me fue imposible en esa parte iniciar yo misma un habla sobre el libro. Lo siento. Esa era la parte que me tocaba a mí coordinar, de la sesión con Juan, y no reflexioné lo suficiente sobre la manera de hacerlo. Creo que en la próxima sesión estaría bueno volver al Hatuchay – como una de esas luciérnagas que emiten señales difíciles pero vivas – y compararlo con blackout – como uno de esos reflectores que dan a ver por sobreexposición las lenguas que nos hablan, que nos relatan; y las lenguas que, tal vez, al oponerse (las lenguas de la política antagonista) caen capturadas en la misma malla de sinsentido. El libro se llama “apagón” o, no sé ,tal vez, “fundido a negro”... history is made at night – hay una parte de la historia que se hace de noche, en apagones de la Historia. ¿No? Imagino que hay muchos modos de leer a la vez, por separado, en contraste, cruzados, dos libros tan distintos; pero los que a mí se me suelen ocurrir, por lo que sé hacer, vaya, o por lo que me gusta hacer, son los siguientes: * por la lengua, el lenguajeo, el castrapeo * por el procedimiento, la técnica, la artesanía, las decisiones de ese tipo, desde la hipótesis de que un libro también se hace, se construye con las manos * en este año euraca: por la búsqueda de descripciones del falso mundo (las imágenes que nos impiden reconocer el lughar) y la búsqueda de figuras de resistencia (sobre todo verbal, local, exuberante) que entre medias relucen. Ea, espero aportar algo con estas notas; algo así como la transición entre una sesión y otra, para tirar del hilo. Abrazos, ganas, m