frustración de un sueño libertador:yo el supremo, de augusto roa

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frustración de un sueño libertador:yo el supremo, de augusto roa
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FRUSTRACIÓN DE UN SUEÑO LIBERTADOR: YO EL SUPREMO,
DE AUGUSTO ROA BASTOS
Sara Carini
Università Cattolica del Sacro Cuore
Tomando como punto de partida el análisis de Adriana Bergero sobre la
crítica a la modernidad implícita en Yo el Supremo (231-245), tenemos la
oportunidad tanto de establecer un paralelo entre la historia de Paraguay y la
trayectoria de las independencias latinoamericanas como de mirar con ojos
críticos las actitudes de América Latina en el preciso momento histórico en el
que reclamaba su independencia. Según Bergero, queda claro que el destino de
América ha pasado, con las debidas excepciones, desde la eficacia y buena salud
del aparato democrático ideado por los libertadores a la sustitución del mismo
por el autoritarismo (231-245). Nos referimos con esto a la pérdida de estímulos
que vivieron las ideologías independentistas bajo el influjo de la Restauración
europea, y a los sistemas políticamente inestables que se crearon como
consecuencia de la desilusión hacia la introducción de gobiernos republicanos
en América Latina (Palacios, Moraga 107-131).
Yo el Supremo, afirma Bergero, recorre la trayectoria del gobierno de Francia, de la eficacia de un gobierno democrático al asentamiento del absolutismo
(197-206);1 y evidencia, como señala Winthorpe Wright, que “el frágil republi1
El proceso al que está sometido el Supremo se funde, según Bergero, con la construcción del discurso hegemónico nacido como reflejo al discurso dogmático de la colonia y
sufre ante la imposibilidad de exportación del proyecto ilustrado en el que nacían las
ideas de Francia.
2
canismo liberal que recorrió América Latina en tiempos de la independencia no
difiere demasiado del régimen autoritario del Paraguay” (85). Europa y América, subrayan Palacios y Moraga, compartían un destino común, pero un punto
de partida distinto: en la primera, las conciencias nacionales de la época de la
Revolución ya estaban declaradas; en la segunda, “fue el Estado el que construyó
la nacionalidad” (122). La imposición en tiempos de la Colonia de las estructuras políticas europeas tuvo como consecuencia que en el momento de reivindicar su independencia los latinoamericanos lo sintieran más como una cuestión de libertad política y autonomía que como una cuestión étnica. Esto sería,
según Palacios y Moraga, la causa de la inestabilidad política posterior: “el título
de ciudadano aludía a una igualdad en derechos políticos y económicos, que era
el principal reclamo de los criollos, quienes, en cuanto a elite social y económica, no pudieron idear la nación sino a imagen y semejanza de su aspiración
política, aunque esto funcionara sólo en el papel y en la teoría política” (177178). Intentaremos demostrar que Yo el Supremo es, desde el punto de vista literario, la fotografía de esta situación.
Al analizar el texto, el primer dato que se evidencia es la parálisis del Supremo. Éste no consigue evolucionar, afirma Bergero, y queda atrapado por la transición desde el sistema feudal de la Colonia al proyecto europeo de la Ilustración
(199), parálisis a la que se añade la incapacidad de difundir su “filosofía” del
poder; de la misma manera, ya en el siglo XX, América Latina vivió la parálisis
“política” como consecuencia de la intromisión extranjera y del aislamiento a
nivel internacional (Carmagnani 302-386). Sin embargo, si el intento del Supremo para superar la parálisis frustrante es reescribir la historia, en una actitud
“confesional”, el manejo de la palabra por parte de los regímenes autoritarios
latinoamericanos, cualquiera que fuese el siglo de pertenencia, nunca fue señal
de autocrítica, es más, la palabra y su expresión fueron objeto de persecución y
tanto el discurso político como el histórico fueron manipulados para proponer
una perspectiva distorsionada de la historia.2 Con estas premisas, el estudio de la
2
Las referencias son múltiples, desde el punto de vista literario, la falta de comunicación “limpia” impulsó el desarrollo del testimonio y la renovación de un género, el de la
3
evolución del uso de la palabra en la novelística de Roa Bastos se impone como
eje del paralelo entre la época del franciato y la época contemporánea y esto demarca los límites de la imagen atribuida a América Latina por los países occidentales.
La demostración de que la palabra es el instrumento de desmantelamiento
del discurso histórico se ejemplariza en la voluntad del Supremo de reescribir el
pasado entero de Paraguay como si se tratara de su pasado: “Yo soy el árbitro”,
afirma. “Puedo decidir la cosa. Fraguar los hechos. Inventar los acontecimientos” (Roa Bastos, Yo el Supremo 329). Su postura ante la escritura es totalmente
dictatorial, desde la lectura del pasquín y reiteradamente a lo largo del texto
exige el poder, sobre todo porque siente el lenguaje como un medio falso e ilusorio. No obstante, su voluntad se ve destruida por interrupciones y elementos
externos y diacrónicamente ajenos a su persona y a su época y esto desestabiliza
su sentimiento de compostura.
El leitmotiv que funciona como impulso para la reescritura del pasado es el
resentimiento que el Supremo demuestra hacia sus conciudadanos y hacia sus
enemigos, considerados abyectos y cobardes. Ante ellos, exige que su compromiso con la causa independentista sea reconocido, así como exige que su
imparcialidad y esmero en el oficio le vengan atribuidos sin reservas junto con
los agradecimientos por ser el portador de una cultura “iluminada”:
En cuanto a los oligarcones ninguno de ellos ha leído una sola línea de Solón,
Rousseau, Raynal, Montesquieu, Rollin, Voltaire, Condorcet, Diderot. Tacha
estos nombres que no sabrás escribir correctamente. Ninguno de ellos ha
leído una sola línea fuera del Paraguay Católico, del Año Cristiano, del
novela histórica, que marcó un nuevo molde en la construcción de la imagen del pasado. Por lo que se refiere a la política, todos los Estados latinoamericanos, en lo que
efectivamente el cambio político ha dado libertad de expresión, siguen investigando y
sacando a luz los métodos, las estructuras y las cuentas a los regímenes autoritarios a
través de investigaciones, recordatorios, películas y conferencias que rehabilitan la memoria violada por la autoridad.
4
Florilegio de los Santos, que a estas horas ya también estarán convertidos en
naipes. [...] Se negaron a aceptar que toda verdadera Revolución es un cambio de bienes. De leyes. Cambio a fondo de toda sociedad. No mera lechada
de cal sobre el desconchado sepulcro. Procedí procediendo. Puse el pie al
paso del amo, del traficante, de la dorada canalla. De bruces cayeron del gozo
al pozo. Nadie les alcanzó un palito de consuelo. (135)
El resentimiento funciona en el texto como hilo conductor en la construcción del preámbulo al encuentro entre las personalidades del Supremo y de las
entidades externas que quieren juzgar su versión de la historia (Ezquerro 6077)3. Eliminado el resentimiento, descubrimos en Yo el Supremo un juego
textual donde, gracias a la “desautorización” del autor actuada por mano del
compilador, queda explícita la llamada “operación historiográfica” de Ricoeur.
Analizando el conjunto de textos que forman la novela podemos distinguir
entre una fase documentaria, representada por la inclusión de textos de distintos tipos y por las palabras del compilador; una fase de explicación/comprensión, que individuamos en la superposición de las voces del relato; y una
fase de representación histórica, definida por la Circular Perpetua (Ricoeur 191204). Como señala Ricoeur, las imperfecciones del discurso histórico se dan en
todas las fases de reconstrucción, pero en particular, la distorsión del pasado
empieza en la fase documentaria, o sea, cuando el testimonio tiene que hacer
frente al orden del tiempo y del lugar (208). El hecho histórico, recogido por el
testimonio, tiene que transformarse en enunciado para colocarse ante el
interlocutor como discurso sobre el pasado. Luego, en la última fase de
reconstrucción, el hecho histórico tiene que volverse hecho narrativo, y de
3
Las entidades externas están definidas por Milagros Ezquerro como dobles del Supremo, entre ellos hay: Policarpo Patiño, el corrector y el compilador. Dentro de las
distintas funciones que tienen en el texto, cada uno de estos elementos sabotea el proyecto totalizador del Supremo.
5
nuevo está manipulado y elaborado subjetivamente por el autor.4 En Yo el
Supremo, la supremacía del discurso histórico y de su carácter verídico está
puesta en tela de juicio por la estructura misma de la novela y también por los
argumentos que vinculan la atención del lector. El Supremo se presenta como
un personaje frustrado, clausurado en la soledad privada y política y esclavo de
la idea iluminista, víctima también de su falta de conciencia autocrítica. Este
pecado será la base del juicio histórico “privado” (Roa Bastos, Yo el Supremo
340-341) al que le someterá su perro Sultán, el único autorizado porque representante del estatuto de “servidor fiel”, quien le reprochará con desdén el abuso
y la manipulación que el Supremo hace de la palabra y del discurso, recordándole que sus memorias cometen pecado de parcialidad y su actitud incoherente
con respecto a la imagen que quiere divulgar de sí mismo y su incapacidad de
mantener alejadas sus debilidades personales y sus pasiones de sus decisiones.
Además, Sultán le reprocha al Supremo también su “sentido” de palabra y escritura,5 demostrándole cual es el verdadero curso de la palabra y de la historia
Lo escrito en el Libro de Memorias tiene que ser leído primero; es decir, tiene
que evocar todos los sonidos correspondientes a la memoria de la palabra, y
estos sonidos tienen que evocar el sentido que no está en las palabras, sino
que fue unido a ellas por movimiento y figura de la mente en un instante determinado, cuando se vio la palabra por la cosa y se entendió la cosa por la
palabra. [...] Esa segunda lectura, con un movimiento al revés revela lo que
está velado en el propio texto, leído primero y escrito después. Dos textos de
los cuales la ausencia del primero es necesariamente la presencia del según4
Para profundizar la relación entre narración e historia ver también los estudios de
Hayden White.
5
. “Escúchame, Sultán... / Entiendo, entiendo; no tiene necesidad de decirme nada, ex
supremo. Todo lo tuyo me resulta sumamente claro. Quieres escribir. Hazlo. [...] No
importa que no lo entiendas. Escribe. Sigue el hilo conductor sobre el laberinto horizontal-vertical de los folios, en nada parecido a las circunvoluciones de tus latomías
subterráneas. Tu habla es tan obscura que parece salir de esas mazmorras”. (Roa Bastos
558).
6
do. Porque lo que escribes ahora ya está contenido, anticipado en el texto
leíble, la parte de su propio lado invisible. Continúa escribiendo. Por lo demás no tiene ninguna importancia. En resumidas cuentas lo que en el ser
humano hay de prodigioso, de temible, de desconocido, no se ha puesto hasta ahora en palabras o en libros, ni se pondrá jamás. Por lo menos mientras
no desaparezca la maldición del lenguaje como se evaporan las maldiciones
irregulares. Escribe pues. Sepúltate en las letras. (559)
Su última tentativa de gobernar por lo menos la historia escrita (si es que no
pudo gobernar el desencadenamiento de los hechos de la historia real) es su
única manera de escaparse del juicio ajeno. Por esta razón, durante la composición del discurso oficial, el Supremo no quiere sólo escribir su propia
versión sino que quiere impedir las historias que, fuera de la legalidad él considera apócrifas e incorrectas porque fruto de la mala memoria (según el Supremo
el hombre de buena memoria “no recuerda nada porque no olvida nada”. Por
esta razón su escritura es, por su admisión, un ajuste de cuentas:
De lo único que estoy seguro es que estos Apuntes no tienen destinatario.
Nada de historias fingidas para diversión de lectores que se lanzan sobre ellas
como mangas acridios. Ni Confesiones (como la del compadre Juan Jacobo),
ni Pensamientos (como los del compadre Blas), ni Memorias Íntimas (como
las remeras ilustres o los letrados sodomitas). Esto es un Balance de Cuentas.
Tabla tendida sobre el borde del abismo. (143-144)
En efecto, el Supremo tiene que luchar contra voces que dentro del relato lo
estorban, y que nosotros consideraremos como la representación de la información “otra”, que no entra en la historia y que se esconde porque el mismo
historiador la ignora (Roa Bastos, Yo el Supremo 330). La actitud del Supremo
recalca así la situación de la América Latina post-independentista por lo que se
refiere al cambio de mentalidad entre primera y segunda fase de las independencias (Rouquié 17-33, 93-112, 205). Los poderes liberales, dentro de la difi-
7
cultad de gobierno dada por la amplitud geográfica de su acción y por la diversidad de situaciones en las que moverse, no supieron moldear programas y
estilos de gobierno; causa de esto es, según Rouquié, la falta de una conciencia
nacional completa capaz de implantar una organización adecuada a los moldes
americanos; la consecuencia fue la creación de poderes autoritarios que, en una
situación de vacío institucional, resienten de las estructuras coloniales internas.
En el texto literario, la pérdida de control por parte del Estado está indicada
por las reacciones voluntarias de desdén que el Supremo proporciona a sus opositores. En estas ocasiones parece ser que éste actúe frente a ellos con particular
virilidad para ver cuánto realmente saben y están decididos a hacer, si puede
valer la pena dejarles espacio o si es mejor eliminarlos. Al final siempre los considera cobardes y les reprocha el perseguimiento de sus intereses, que se contrapone al esmero del Supremo en la actuación de su oficio:
¿De qué me acusan estos anónimos papelarios? ¿De haber dado a este pueblo
una Patria libre, independiente, soberana? Lo que es más importante, ¿de
haberle dado el sentimiento de Patria? ¿De haberla defendido desde su nacimiento contra los embates de sus enemigos de dentro y de fuera? ¿De esto
me acusan? Les quema la sangre que haya asentado, de una vez para siempre,
la causa de nuestra regeneración política en el sistema de la voluntad general.
Les quema la sangre que haya restaurado el poder del Común en la ciudad,
en las villas, en los pueblos; que haya continuado aquel movimiento, el primero verdaderamente revolucionario que estalló en estos Continentes, antes
aún que en la inmensa patria de Washington, de Franklin, de Jefferson; inclusive antes que la Revolución francesa. (126)
Se añade que el Supremo tiene, más de una vez, que luchar consigo mismo
en el enfrentamiento entre ÉL y YO6 y delante de ciertos comentarios nos da6
Para la investigación sobre las relaciones entre ÉL, YO y el SUPREMO ver los estudios
de Carlos Pacheco.
8
mos cuenta de que el YO es frágil y pide a ÉL que piense en una punición,
porque no es lo bastante fuerte como para hacerlo por sí mismo. Es así que
cobra sentido el resentimiento con el que empieza la narración, no ya perfil de
una personalidad lúgubre, cuanto frustración por la ratificación del final de un
sueño y, por esto, una de las cuestiones de discusión con el autor de la Letra
desconocida (supuestamente un álter ego del Compilador), que le reprocha la
incapacidad en la creación de una barrera fuerte frente a los demás, hecho que le
causa la pérdida del poder absoluto:
antes clamabas por la sedición, ahora clamas contra ella [...] atacaban a El
Supremo como a una sola persona sin tomarse el trabajo de distinguir entre
Persona corpórea/Figura impersonal. La una puede envejecer, finar. La otra
es incesante, sin término. Emanación, imanación de la soberanía del pueblo,
maestro de cien edades... inquietud de tu genio. ¡Demasiado recargado todo
lo que dices! (212)
Se delinea así la reflexión roabastista sobre el poder representada por las
múltiples personalidades que se superponen a la del Supremo y que, como algo
que inevitablemente no puede llegar a ser absoluto y al final, termina por alejar
al propio hombre de sí mismo. El Supremo nota que el pueblo no le sigue y le
apoda más de una vez “pueblo muchedumbre” o subraya su incapacidad en
tomar decisiones. Incluso intenta dar una explicación médica a la postura de sus
conciudadanos que, al verle, bajan la mirada. El Supremo no sabe cómo
reaccionar a su poder. A este propósito, la focalización de la atención sobre el
resentimiento del Supremo responde a la búsqueda, por parte del autor real
(Roa Bastos), de crear un personaje que permita al lector acercarse al poder
desde el cotidiano: “nuestra percepción del poder es la de la persona que lo ha
conquistado” (Rama 16). El logro de Yo el Supremo es concentrar en sí todas las
opciones que las novelas de tema histórico del siglo XX habían buscado injertar
en sus textos para describir el desierto, la incomunicación y la retórica del poder
absoluto figuradas en el texto por las señas del contraste entre el Supremo y
9
Bolívar: dos libertadores enfrentados que finalmente no consiguen llevar a cabo
su proyecto con éxito completo.7 Más o menos, los dos se oponen cuando ya
Bolívar había escrito su famosa carta desde Jamaica, en la que subrayaba la
dificultad de gobernar un proceso como el de las independencias cuando éste se
volviese enorme. Sin embargo, los detalles con los que el compilador pone de
relieve las actitudes de los próceres de la independencia subrayan unas actitudes
poco favorables al diálogo y a la unión de intentos.8 Y éste es el objetivo que Roa
Bastos afirma como contraproducente en el proceso de “segunda independencia” representada por la quinta etapa de la integración.
La novela nos permite, además, reflexionar sobre la manipulación de la
información que vive toda América Latina desde la llegada de los españoles. La
atención a la palabra y a su significación, despojada a veces de su combinación
dual significado/significante e impuesta según interpretaciones subjetivas, pone
el acento sobre la capacidad que tuvieron los intelectuales de reivindicar su
independencia y la incapacidad que tuvieron los grupos políticos de poder
revindicar una autonomía desde el punto de vista histórico. A este propósito es
ejemplar la opinión de Roa Bastos sobre la palabra. Para comprenderla mejor
hace falta tomar en consideración que el concepto de novela roabastista se funda en la palabra y en la escenificación de su manipulación. Yo el Supremo es sin
7
Para profundizar el concepto se pueden tomar en consideración las opciones de la
novela de la revolución mexicana, por ejemplo la construcción psicológica del personaje de Luis Cervantes en Los de abajo, de Mariano Azuela, encarnación de lo que Luis
Castellanos señala como “el descreimiento en sus fines últimos [de la revolución] y en
sus logros, en el mejoramiento de las clases populares. Esta, que podría entenderse
como crítica interna, no es un sentimiento antirrevolucionario, sino un deseo de que
los principios en cuyo nombre se inició la lucha no fuesen traicionados, de que no se
aprovechara el hambre de justicia para levantar nuevas castas privilegiadas mientras
otros sectores quedasen privados de lo más elemental”. (Castellanos 23). Por lo que se
refiere al contraste literario Francia-Bolívar incluido en Yo el Supremo, el Supremo no
puede soportar que Bolívar no reconozca la República Paraguaya y siga considerándola
la Provincia Gigante. Por lo que se refiere al contraste histórico, sabemos que el
resentimiento de Francia nacía también de las cartas enviadas por Bolívar para sacar de
Paraguay al etnólogo Bompland.
8
Cfr. Circular Perpetua.
10
duda la novela que más representa al escritor y a su oficio, así como el autor real
(Roa Bastos) lo concibe: un trabajo artesanal, que implica una fe y una
conciencia ética y es, además, un medio con el que expresarse y comprenderse
mejor a sí mismos (Almada Roche 92-94, 114). Roa Bastos reitera a lo largo de
sus escritos la idea de literatura como trabajo ético y consciente que se ejecuta
como instrumento a través del que es posible esclarecerse a uno mismo. El
mismo escritor subraya que su escritura nace de la pasión, pero que esto, sin
embargo, no le permite pasar por alto la función social de la literatura. Yo el
Supremo representa, por estructura y argumento, una puesta en escena muy
eficaz de la diatriba sobre la escritura y reescritura de la historia oficial y es,
además, una abierta polémica con los métodos de construcción de la memoria
identitaria de un pueblo impuestos por el poder. Nos referimos aquí a los
métodos de censura y propaganda que suelen darse dentro de un régimen y que,
sobre todo en Hispanoamérica, vieron en la literatura una tenaz oposición al
discurso del Poder. El logro del texto es escenificar la misma trampa que el
conjunto palabra y memoria encierran en el momento de actuar la representación del pasado. Es Roa Bastos ante todo que, reflexionando sobre su novela,
la presenta como una novela anti-histórica: “Yo el Supremo no era una novela
histórica, sino en todo caso una novela anti-histórica, precisamente porque
irrumpía y se sublevaba contra todos los cánones conocidos de la Historia”
(Instituto Cooperación Iberoamericana 98), es decir una novela que según su
deseo tenía que explotar las dimensiones existentes de lo humano individual y
colectivo para conseguir una representación que impulsara la reflexión sobre el
hecho histórico.
Con Yo el Supremo, Europa y América Latina se miran al espejo. Las
actitudes personales del Supremo y las ideas que construyen el discurso del Poder representan las mismas inquietudes que América Latina vivió en el momento de su salto de tierra conquistada a tierra que se conquista su independencia.
Durante las independencias chocaron las estructuras centralistas y clasistas
heredadas de la Colonia con el fomento de las ideas liberales importadas desde
11
Europa,9 con el agravante de la amplitud de la operación y de la dificultad de
gobernar un continente que encierra múltiples personalidades, por lo que concierne tradiciones, idiomas autóctonos, historia, cultura, etc (Rouquié 17-33).
Nuestras consideraciones se esclarecen si pensamos en algunos de los elementos que pudieron haber influido en la génesis de esta novela.10 Es conocido
que las muestras primigenias del núcleo narrativo de Yo el Supremo residen en
“Lucha hasta el alba”, pero en este caso la atención del escritor se centra en la
personalidad desbordante del Supremo, viva dentro del tejido social paraguayo
a lo largo de los siglos y enigmática por la falta de informaciones que la circundan. En este primer desarrollo textual de la personalidad de Francia, Roa
Bastos deja a un lado la referencia histórica, pero es interesante subrayar cómo
resuelve el tema biblíco a través de una “alegoría” que superpone dos imágenes
patriarcales: el padre del niño y el Karaí Guasú:
“… el narrador-luchador descubre, previsiblemente, en su oponente vencido
el rostro del Supremo Dictador confundido –o trasfundido– con el de su padre. Ve cara a cara las facciones cetrinas [...] Con el resto de sus fuerzas, con
un intento que el luchador siente como un impulso oscuro y cegador al mismo tiempo, lo estrangula y le corta la cabeza con el filo de la piedra. Ha ‘visto’
al dios oscuro, ha contemplado como en una pesadilla al diósoscuro, al demiurgo de los paraguayos. Ha dado la muerte al Padre Último-Primero, al
Primer Padre, y sabe también que ha cometido un doble parricidio”. Sin embargo, en la redacción de Yo el Supremo la urgencia parece más universal y
9
Para un esbozo de la situación histórica de América Latina y del Paraguay pre y postindependencia véanse también los estudios de Cooney, Malamud y Scott Palmer.
10
Nos referimos aquí al análisis de Elzabieta Sklodowska, quien distingue, dentro del
panorama de la nueva novela histórica latinoamericana dos direcciones: una centrípeta,
que “lleva a la novela a preservar el modelo estructurador/totalizador de un discurso
homogéneo (realista/mítico), a la vez refuncionalizándolo con el objetivo de ‘contestar
con la verdad a las mentiras’”, y una centrífuga, “auto-riflessiva, metaletteraria che, convierte a la novela en ‘un objeto irreverente de su propia teleología’”.
12
más centrada en la “disolución de la dicotomía historia-ficción”. (Roa Bastos
cit. in Ruffinelli 146-149)
El enfrentamiento de las figuras del Padre y del Fundador deja claro que la
expresión del uno no pueda darse ante y con el otro, hecho que tiene como
inmediata consecuencia el recurso a la ley de supervivencia. El mismo enfrentamiento “padre vs. Hijo” se da en Yo el Supremo de dos maneras diferentes: en
un nivel macrotextual con el enfrentamiento entre Paraguay (el hijo) y Francia
(el Padre/Fundador), y en un nivel microtextual, con el rechazo del padre por
parte del Supremo (Roa Bastos 437-438).
A esto hay que añadir el hecho de que la novela se edita en una temporada
en la que toda América Latina se encuentra bajo poderes opresivos y el mismo
Roa Bastos vive una situación de exilio que se está planteando como semipermanente.11 No nos parece entonces equivocado ver en la prohibición, la imposición y falta de libertad, el motivo de la elección que ha llevado a Roa Bastos a
discutir y deconstruir el discurso político de un personaje históricamente
ambiguo como fue José Gaspar Rodríguez de Francia. En el panorama literario
latinoamericano, que ante la necesidad de proteger la perspectiva histórica sobre
los hechos procura una renovación del género de la novela histórica, Yo el
Supremo bien encaja con la idea de que la parodia del discurso hegemónico del
Poder que se toma en consideración no sea sólo el discurso que se refiere al
pasado, sino también el discurso histórico que se propagaba a través de la
opinión pública delante de una situación política manipulada por los gobiernos
de la época (Mora “The forgotten” 451-473; “From Dictatorship” 59-79). Cuál
mejor ejemplo para lograr este fin que parodiar a José Gaspar Rodríguez de
Francia, el emblema histórico del estatismo paraguayo, Dictador Supremo, de
1814 a 1840, elegido Dictador por una Junta Gubernativa que clamaba por la
independencia y permanecido al poder como Dictador Perpetuo para salvaguar11
Sólo en 1982 será considerado persona non grata, sin embargo, desde su primera fuga
la entrada a Paraguay no le estaba permitida sino bajo estrecho control.
13
dar la libertad de la Patria. La subida al poder se basa en los principios de la
ilustración y en sus palabras clave: libertad, igualdad y fraternidad, y la referencia al nombramiento como “dictador” se refiere al imperio romano; sin
embargo, contrastan en la definición las contradicciones en términos que lleva
consigo el desarrollo de los hechos. El “dictator” romano tenía poderes absolutos pero por un tiempo reducido y, como señala Norberto Bobbio, ésta es la
clave para que su actuación no desborde en la tiranía: la conciencia de que el
poder absoluto está concedido sólo delante de la necesidad y que no es para
siempre (Bobbio 157).
Llegamos así a ver en Yo el Supremo la paradoja del discurso político propuesto ante la opinión pública y en los libros de historia que tienen que preservar el pasado. Un acto deliberado, que no quiere divulgar informaciones, sino
que quiere primariamente desmantelar la percepción de la información que se
ha construido el lector e insinuar, a través del nuevo discurso, la duda sobre la
veridicidad de la información que le ha sido propuesta.
Sin embargo, consta que la finalidad de la novela no es reescribir la historia,
sino demostrar la falacia de la escritura como medio a través del cual transmitir
los hechos (Burgos 4, Tovar 117-118). La novela se construye sobre un personaje histórico, pero tan radicado en la mentalidad del pueblo que se ha vuelto
un mito, y el lector tiene que esforzarse para coincibir la significación de la novela más allá de la simple descripción del protagonista o de una zona geográfica
definida. Martin Gerald ve Yo el Supremo como una representación de la identidad crítica de la Revolución cubana y Francia como un álter ego de Stroessner
y del mismo Fidel Castro. La meditación de la escritura y el poder que ésta
puede conferir traducen, según Gerald, la idea de demostrar la incongruencia en
la subdivisión de los poderes entre masa y políticos (Martin 179). A esto se
añade la importancia que algunos críticos reponen tanto en la Revolución
cubana como en la mexicana como focos del desarrollo de la nueva conciencia
americanista que se vuelca en la nueva narrativa y, por ejemplo, en la nueva
novela histórica (Sklodowska, Menton 46-56, Rama 17-19). Sólo tomando en
consideración la amplitud de horizontes propuesto por la novela encontramos
14
su verdadero significado. “La historia es un punto de partida –dice Roa Bastos–,
mi novela no apunta necesariamente a referentes concretos. Está construida con
símbolos, mitos, entrelazamientos de varios niveles de significación, [...] Y
responde en su organización a las características de esta hora en América Latina.
Las obras tienen que señalar el caos y la ruptura que se observa en el continente”
(Almada Roche 123-124). Yo el Supremo es así la demostración que una vez más
la palabra, fundadora del espejismo latinoamericano durante la Conquista, sigue
reiterando su poder en la construcción del discurso histórico actual.
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