NOCHE DE ESTRELLAS - dejamequetecuente

Transcripción

NOCHE DE ESTRELLAS - dejamequetecuente
NOCHE DE ESTRELLAS
Ida Salcedo Gagliardi
A la luz de una farola, contando estrellas, había una pequeña niña de cabellos rubios. No dejaba de
repetirse a sí misma <<es tarde, mamá me castigará>>, pero eran tan hermosas las estrellas...
Llevaba ciento treinta y ocho contadas, y ni siquiera había llegado a la mitad. Le gustaba dibujar
líneas imaginarias que las unieran, como si no fueran más que puntos.
De pronto, alguien hizo que perdiera la cuenta:
―
¿No hace frío esta noche? – dijo lo que parecía una voz sofisticada y masculina.
La niña, que se llamaba Lucy, se giró con cara de enfado. Quería ver a aquel que había echado a
perder toda la hora que había pasado contando estrellas.
Lucy reprimió un leve grito al verle, y comprobar con asombro que quien le hablaba era un dulce
gatito negro que estaba posado sobre la valla del vecino y la miraba con unos ojos azules y curiosos.
―
¿Has... Has hablado?
―
Ya lo creo – respondió él, sonriendo ampliamente –. Encantado de conocerla, señorita.
―
Lo... mismo digo – respondió Lucy, sorprendida, acercándose más al animal.
―
Hay dos mil trescientas cuarenta y dos estrellas esta noche – comentó él.
―
¿Y cómo lo sabes?
―
No hay mucho que hacer cuando eres un gato. Duermes, comes, sueñas, cuentas estrellas...
No hay mucha diferencia. Pero por fin tengo a alguien que me haga compañía.
―
Pero yo tengo que irme – respondió Lucy, que aunque no quería volver a casa sabía que su
madre la estaba esperando y posiblemente estaría preocupada.
―
¿Irte? No. No puedes irte, no puedes dejarme.
―
Lo siento... Volveré mañana.
―
Mañana. Eso dicen siempre: volveré en una hora, volveré mañana, ya volveré cuando tenga
tiempo... Pero nunca tienen tiempo – susurró el gato, ensanchando más la sonrisa y mostrando todas
sus garras y colmillos –. Dicen que les doy miedo, que es demasiado tarde y deberían estar ya en su
casa, que estar de noche fuera es peligroso... Y nunca vuelven.
―
Yo sí. Lo prometo – respondió Lucy, retrocediendo con los ojos abiertos de puro terror.
―
Tranquila, no vas a irte. Estoy... tan cansado de que todos digáis lo mismo – la voz del gato
acabó en un grave rugido.
Se abalanzó sobre ella con las garras extendidas, y Lucy cayó sobre la hierba encogiéndose sobre sí
misma y temblando. Podía notar sus garras sobre su chaqueta, su pelaje áspero y sus ojos azules
clavados en ella...
Se despertó en su cama a la mañana siguiente, con el pijama puesto y tapada bajo las sábanas. Su
chaqueta estaba colgada sobre la silla de su escritorio, y no tenía ni un solo rasguño, aunque le dolía
todo el cuerpo.
Se dirigió hacia el jardín de la casa, buscando al temible animal. Allí solo encontró a su madre, que
estaba regando las plantas. Parecía enfadada.
―
¡Lucy! – gritó, y ella se encogió sobre sí misma –. Te encontré ayer en el jardín tirada en el
suelo y dormida. ¡Deberías haber entrado a casa cuando te lo dije, podrías haberte puesto enferma!
Lucy no quería explicarle a su madre que se había quedado contando estrellas y de repente un gato
había empezado a hablar con ella. Sabía que ella no la creería. Ni siquiera ella misma podía
creérselo.
―
Voy a entrar dentro – dijo su madre –. Tienes los cereales encima de la mesa.
Lucy se quedó sola en medio del jardín. No, no lo había soñado. Escuchó un ruido a su espalda,
como un rugido. Se giró rápidamente.
Era un gato negro de ojos azules que la miraba desde la valla del vecino, haciendo un gesto que se
asemejaba más a una risa que a un maullido.
FIN

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