Duérmete, niño, o vendrá `Nanysex` - Blackblog
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4 LA VERDAD • MARTES LA NOTICIA 22 DE JULIO DE 2008 I LA SENTENCIA DEL ‘CASO KOVA’ I LA CAÍDA DE UN PEDÓFILO «Duérmete, niño, o vendrá ‘Nanysex’» RICARDO FERNÁNDEZ E l monstruo que albergaba en sus entrañas comenzó a aguijonearle el bajo vientre apenas cumplidos los doce años. A la misma edad en que sus compañeros de colegio jugaban en el recreo a las chapas, al trompo o a las canicas, y en que alguno, quizás más despierto que el resto, comenzaba a apercibirse de extraños y a la vez inquietantes cambios en la fisonomía de las chicas de clase, Álvaro Iglesias se dedicaba a frecuentar los aseos de la escuela. La razón no estribaba en algún precoz y molesto problema de próstata –algo que hoy, visto con perspectiva, hubiese sido sin duda bastante más deseable–, sino en una especie de cortocircuito mental o moral que le empujaba a situarse junto a los urinarios ocupados por los niños más pequeños y a regodearse, con fugaces miradas de soslayo, en la visión de los impúberes genitales. Del pensamiento a la acción pasó en sólo unos meses, cuando el Diablo permitió que se quedase solo en casa con un menor de cinco años, amigo de la familia. El crío, cuya identidad se desconoce a día de hoy, así como los traumas y secuelas que pueda arrastrar, se convirtió en el primero de una larga lista que ni el propio pederasta es capaz de recordar con exactitud. «He estado con cien niños», les dijo a los agentes del Cuerpo Nacional de Policía que lo detuvieron en mayo del 2005, acusado de reiterados abusos sexuales a niños de corta edad, algunos de apenas unos meses de vida, así como de grabar en vídeo los aberrantes actos y de difundirlos por internet. Poco después, sin embargo, trató de maquillar la cruda realidad y ofreció una torpe explicación a esas palabras: «Que haya dicho que he estado con cien niños no significa que haya abusado de todos ellos». Quizás le pareciese más aceptable la cifra de treinta o cuarenta niños vejados, que es la que aportó a las dos psicólogas que le entrevistaron por orden del juzgado. «Los grababa en vídeo, por mí mismo, o lo hacían otras personas a través de una webcam. Quería utilizar los vídeos más tarde; rememorar esos momentos. Me gustaba hacer montajes, fantasear con otros planos. Los vídeos eran míos. Eran mis trofeos». DE PELÍCULA DE TERROR Álvaro Iglesias Gómez, que hoy tiene 26 años y que ha pasado los últimos tres en prisión, demostró albergar un sentido del humor tan macabro como preciso al elegir el nick de Nanysex para difundir sus fechorías en los foros de internet. Era la niñera sexual, el canguro pedófilo, que se ofrecía para cuidar a pequeños con el siguiente reclamo: «Canguro a domicilio. Experiencia con niños y educación infantil. Y si además tienes ordenador en casa, cursos de informática para niños. Disponibilidad tardes, noches y fines de semana. Desde 3 euros/hora». Cuando algún incauto caía en la trampa, Nanysex se presentaba en casa con una tranquilizadora sonrisa en el rostro y una mochila a la espalda, en la que llevaba una cámara de vídeo con la que registrar sus actos lúbricos: tocamientos, masturbaciones, felaciones... «Nunca penetré a ningún niño», apuntó, a modo de excusa, a los horrorizados policías que instruían el atestado de la Operación Kova. Pero no sólo se nutría de la cobertura que le ofrecía su ficticia condición de canguro. Como buen depredador no desaprovechaba cualquier oportunidad que el azar pusiese en sus manos. Así, abusó de los hijos de dos parejas con las que había compartido sendas viviendas de alquiler en Parla (Madrid) y en Murcia, e hizo lo propio con dos menores de San Pedro del Pinatar, localidad murciana en la que se refugió durante un tiempo, cuando las sospechas sobre su verdadera personalidad comenzaron a extenderse entre sus compañeros de piso. La estancia junto al Mar Menor tampoco se prolongó durante mucho tiempo, pues el socio con quien había montado un videoclub acabó encontrando un archivo informático en el que se veía a Álvaro abusando de un chiquillo. Lejos de denunciar el asunto a la Policía, el bienintencionado ciudadano utilizó el hallazgo para instar a Nanysex a abandonar su parte del negocio, y encima sin abonarle indemnización alguna. Prohombres como ése, comprometidos con la ley y la justicia, son los que faltan en la sociedad actual. Álvaro comenzó pronto a frecuentar los aseos del colegio: se situaba junto a los urinarios ocupados por los más pequeños y se recreaba en la visión de los impúberes miembros UNA TIENDA DE INFORMÁTICA Cercado una vez más por sus inclinaciones pedófilas, Álvaro Iglesias se vio obligado a reinventarse una vez más y reapareció en Murcia, asociado con su hermano, como propietario de una tienda de informática en la Plaza de San Juan. la cobertura era perfecta, pues aprovechaba los ordenadores y viviendas de algunos de sus clientes para difundir por internet las imágenes de sus abusos sexuales a menores, minimizando de esa forma el riesgo de llegar a ser descubierto un día. Los agentes de los Grupos de Delitos Tecnológicos que consiguieron darle caza tuvieron que estrujarse bien las neuronas para dar con su rastro. Pero, antes de que eso ocurriera, Nanysex había trenzado una estrecha red de contactos con otros pederastas. Al igual que ocurre con las aves o los reptiles, que se conocen entre sí por los colores de las plumas o los dibujos de las escamas, alguna clave debe existir entre los pedófilos para que, antes o después, acaben topándose unos con otros. Así acabó dando con tipos como el catalán Eduardo Sánchez Moragues, alias Todd; con el vigués José Gómez Cansino, alias Aza, y con el murciano Antonio Olmos Marzal, Toto o Susan, a quienes acabó arrastrando en su caída. Todos ellos comparten hoy el dudoso honor de haber sido condenados junto a uno de los pedófilos más despreciables de cuantos han sido detenidos nunca en España. TRES PISTAS REMITÍAN A ESPAÑA En la biografía de Nanysex comenzó a escribirse el largo capítulo carcelario el día en que un policía canadiense, especializado en la persecución de los delitos de pornografía infantil por internet, dio con varias imágenes de un niño que estaba siendo sometido a vejaciones sexuales. En la mano del menor, el agente apreció lo que parecía un billete de transporte público. En otras fotos se le veía jugando con un teclado de ordenador que incluía la letra Ñ. Y también el dibujo de una toalla que parecía proceder de un centro hospitalario madrileño. Pistas que fueron remitidas a España vía Interpol y que, después de un colosal trabajo de investigación de la Policía Nacional, acabaron conduciendo hasta Nanysex. La bestia, la alimaña, estaba en la jaula. Algunos padres iban a poder descansar más tranquilos. Ahora, Nanysex, el hombre que presumía de sus siniestras hazañas en los foros de pedófilos, que trató sin éxito de reencauzar su existencia y de vencer el deseo sexual que sentía por los más pequeños –incluso quemó sus archivos informáticos, poco antes de ser detenido, como prueba de buena voluntad–, tiene un par de décadas por delante para volver a ser, simplemente, Álvaro Iglesias. Tendrá, eso sí, que guardarse bien las espaldas. En prisión, es bien sabido, no son muy populares los internos de su calaña.