Relatos Ganadores - Coca-Cola

Transcripción

Relatos Ganadores - Coca-Cola
Índice
Presentación ......................................................................................................................................................................................................................... 5
Las tres ganadoras nacionales:
GANADORA NACIONAL. CASTILLA-LA MANCHA
Sin título
Alicia Carreras Hernández................................................................................................................................................................... 7
1.ª FINALISTA NACIONAL. EXTREMADURA
Sin título................................................................................................................................................................................................................................ 11
Carmen Arellano Benito
2.ª FINALISTA NACIONAL. CANTABRIA
Base de base
Inés Ballesteros Gutiérrez .............................................................................................................................................................. 13
El resto de ganadores autonómicos, ordenados alfabéticamente por comunidad:
ANDALUCÍA
Sin título
Sarah Gil Zedira .......................................................................................................................................................................................................... 16
ARAGÓN
Heroína desconocida
Marta García Ayerbe........................................................................................................................................................................................... 20
ASTURIAS
Sin título
Claudia Villahoz Rodríguez..................................................................................................................................................................... 22
BALEARES
Las palabras perdidas
Candela Torres Arellano............................................................................................................................................................................... 25
3
CANARIAS
Sin título
Gabriela Báez Barroso...................................................................................................................................................................................... 28
CASTILLA Y LEÓN
Sin título
Lucía Arias Otero....................................................................................................................................................................................................... 31
CATALUÑA
Una imagen no vale más que mil palabras
Clàudia Soriano Maresma......................................................................................................................................................................... 34
COMUNIDAD VALENCIANA
Diario de la rebelión de las sirenas
Ana Benavent Torres ......................................................................................................................................................................................... 36
GALICIA
La adicción del inspector Hazelcrowt y cómo nos salvó
Sergio Garrido Areal............................................................................................................................................................................................ 39
LA RIOJA
Sin título
Sara Porres Montaña.......................................................................................................................................................................................... 42
NAVARRA
Lo nunca encontrado
Guido Biante Cravero........................................................................................................................................................................................ 44
MADRID
Sin título
Teresa López Cuesta............................................................................................................................................................................................ 46
MURCIA
El poder de un abrazo
Ana Galiano Gómez............................................................................................................................................................................................. 48
PAÍS VASCO
Diccimini
Ainhoa Suárez Limia........................................................................................................................................................................................... 51
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Querido/a amigo/a:
El libro que tienes en tus manos recoge los relatos ganadores de la 54.ª
edición del Concurso Coca-Cola Jóvenes Talentos de Relato Corto, el certamen de literatura juvenil más longevo del país. A través de sus páginas,
podrás echar a volar tu imaginación con las historias de las tres ganadoras
nacionales, así como con las del resto de ganadores a nivel autonómico.
En total, diecisiete relatos (uno por cada comunidad autónoma) cargados
de fantasía e ingenio que ahora publicamos.
Fomentar la creatividad y el talento entre los jóvenes, así como animarles
a construir su futuro mediante las palabras son los ingredientes que hacen
que Coca-Cola Iberia lleve más de 50 años promoviendo este certamen.
Con el objetivo de ir siempre un poco más allá, la 54.ª edición fue un año
muy especial porque contamos con la colaboración de la Real Academia
Española en su III Centenario.
En la prueba escrita del concurso se presentaron un total de 12500 participantes. Los jóvenes escritores se enfrentaron al peculiar estímulo creativo
de este año, el periódico ficticio “El Chispazo”. ¿El reto? Inspirar sus relatos
en la situación que presentaba la alocada noticia de portada: “Desaparecen
misteriosamente todos los diccionarios del planeta” (periódico del viernes
4 de abril)/ “Alarma mundial: Todos los diccionarios del planeta han amanecido con las definiciones trastocadas” (periódico del sábado 5 de abril).
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Bolígrafo en mano, los participantes hicieron acopio de toda su agudeza
literaria para escribir las historias que fueron leídas por nuestro Jurado de
Especialistas, integrado por reconocidos escritores, periodistas y docentes. Los 17 ganadores autonómicos, así como sus familiares y profesores,
tuvieron la oportunidad de acudir a la Gala Nacional, una celebración de
entrega de premios inolvidable en la sede de la RAE.
Pasados los nervios y las emociones de tal evento, los ganadores pudieron
disfrutar del gran premio del concurso: el Campus Jóvenes Talentos de
Relato Corto, una experiencia de carácter literario y de ocio en Madrid
de una semana de duración. Por las mañanas, los ganadores se acercaron a la escritura creativa gracias a un curso impartido por el Centro de
Literatura Aplicada de Madrid Función Lenguaje, en el que entraron en
contacto con prestigiosos autores como Marta Sanz, César Mallorquí u
Olvido García Valdés. Por las tardes, los jóvenes disfrutaron de actividades sorprendentes como acudir un taller de circo en la Escuela Carampa,
una visita exclusiva a los entresijos del musical El Rey León o un taller de
foto en la escuela EFTI.
Te invitamos a sumergirte en un mundo paralelo lleno de emociones y
aventuras con la lectura de este conjunto de historias. ¡Que disfrutes los
relatos de los Jóvenes Talentos Coca-Cola 2014!
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GANADORA NACIONAL
SIN TÍTULO
Alicia Carreras Hernández
IES Aguas Vivas (Castilla - La Mancha)
H
ace unos días encontré una palabra. No sabía su significado, por
lo que decidí buscarla en el diccionario. Cuando entré esta mañana en el despacho de mi padre no lo encontré, así que pensé en
esperar a que mi padre volviese del trabajo para preguntar.
Cuando llega a casa le pregunto dónde está.
–Donde siempre-, me responde cansado.
–No lo he encontrado-, respondo insistente.
Me empieza a mirar mal. Mejor me voy.
Estoy buscándolo por toda la casa y no lo encuentro. Harta, decido ir a la
biblioteca para buscar allí esa palabra. Cuando llego y voy al estante me
doy cuenta de que el diccionario no está. La bibliotecaria tampoco sabe
qué ha pasado con él.
Termino por volver a casa un poco enfadada. Mis padres deben de haber
encendido la televisión, pero no la están viendo. De pronto, una noticia
me llama la atención:
<<DESAPARECEN MISTERIOSAMENTE TODOS
LOS DICCIONARIOS DEL PLANETA>>.
Esto sí que es curioso. Decidido, en cuanto me den las vacaciones hago
de detective.
Al fin es viernes por la tarde. Comienzo con mi nuevo trabajo y salgo a la
calle a preguntar cosas como: ¿Dónde lo viste por última vez? ¿Última vez
que lo usaste? ¿Cuándo te percataste de que no estaba?
Y me respondían con cosas como: Ni me acordaba de que tenía uno.
Hace mucho que no lo uso.
Estoy agotada. La gente no ayuda y no sé si esto servirá de algo. Creo que
lo voy a dejar para mañana.
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Justo cuando me voy a quedar dormida, un ruido procedente del conducto de ventilación me sobresalta. Quizás esto tenga algo que ver con la
desaparición. Sé que suena tonto pero, ¿quién sabe?
Me cuelo en el conducto y veo una tenue luz procedente de algún sitio.
Decido seguir avanzando hacia ella.
Después de un buen rato arrastrándome y llenándome de porquería, veo
algo que me deja boquiabierta. Hay un montón de conductos que llevan a un mismo sitio, supongo que el que emite esa luz. Lo más curioso
son unos extraños duendecillos con largas barbas y unas gafitas redondas
que les hacen parecer un poco raros. Son bastante graciosos. Estos seres
arrastran unos carritos llenos de libros. Me pellizco por si es un sueño,
pero sigo allí, boquiabierta. Termino siguiéndoles con cuidado de no ser
descubierta.
Pasa el tiempo y esto parece no acabar. De pronto, les pierdo de vista y se
abre una especie de compuerta debajo de mí, lo que hace que caiga a un
pozo que parece no tener fin.
Cuando pienso que moriré allí mismo, cayendo sin parar o, finalmente,
aplastada contra el suelo, aterrizo en un mullido suelo que parece hecho
de nubes. Entonces vuelvo a divisar a los duendecillos, pero solo les veo a
ellos, todo lo demás es negro. ¿Qué más remedio que seguir?
A medida que voy avanzando, se va aclarando todo el paisaje. Me encuentro en una inmensa jungla, cuya vegetación son palabras y el suelo
hojas de libros. El camino que seguimos parece un marcapáginas. Es rojo.
Parece que estoy en una ceremonia importante. Supongo que otro no me
vería así, en pijama y llena de suciedad caminando por un extraño lugar
y siguiendo a unos misteriosos seres. Sí, lo se, mi cabeza no se coordina
con la realidad.
Pues lo dicho, palabras, páginas… Todo es así. Consigo hacerme una idea
del paisaje y encontrarle sentido. Se me hace más fácil seguir el camino
cuando me doy cuenta de que todo está hecho con caligramas.
Los árboles son contornos formados por las letras que forman la palabra
árbol, las piedras, las nubes… Entonces aguzo la vista y veo que en el interior de las figuras hay adjetivos. Aun hay más. Mientras camino, me doy
cuenta de que voy dejando un rastro tras de mí, y hay verbos definiendo
cada cosa que hago, y se van quedando atrás. Parece que te vuelves loco
aquí pero, sinceramente, no se está mal, es agradable.
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De pronto me choco contra algo. Miro y veo que los duendecillos se han
parado. Uno me lanza una mirada, como si me saludase. Supongo que
habré hecho un poco el ridículo, porque ya sabían que les seguía.
Observo que han parado delante de un enorme… libro-edificio. No sé,
imagino que un edificio con forma de libro. La portada se abre y veo
que el interior es una enorme sala decorada con miles de palabras, y los
duendecillos entran y van colocando los libros de los carros en estantes.
Todos los estantes tienen nombres. Hay uno en el que pone Atlas, otro dice
Mapas, y muchos otros más. Entonces diviso Diccionarios, y los duendecillos están colocando allí los diccionarios, todos los diccionarios del mundo.
Observo también que otros duendes llenan las estanterías de Mapas con
mapas, Atlas con atlas, Cuentos populares con libros de cuentos populares, cuentos que ya no se cuentan.
Alguien me llama, un hombre, con una voz suave y de tono honesto.
–¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?
–Soy Alicia. Esto… Estoy aquí porque han desaparecido todos los diccionarios del planeta, aunque veo que también están desapareciendo
más cosas.
–Entonces, ¿tú querías recuperar los diccionarios?
–Eh, sí, supongo… – respondo con timidez-. Esto es muy impactante.
–Bien, entonces te explicaré el porqué de todo esto, y por qué, probablemente, no te los puedas llevar.
El hombre, un señor mayor, muy parecido a los duendecillos pero más
alto que yo, se levantó del pilar de libros que formaban un trono y me
cogió del hombro, suavemente, invitándome a pasear con él.
–Verás. Antes, la gente usaba mucho los libros, leía, usaba mapas,
diccionarios… Pero ahora, con las nuevas tecnologías, todo eso se
está perdiendo. No digo que sean malas, pero tampoco son perfectas.
Ahora no hacen falta mapas ni atlas. La gente está muy ocupada para
leerle a sus hijos, y los jóvenes prefieren salir y emborracharse antes
que abrir un libro. Por eso estamos llevándonos todo eso, fundando
nuestro propio mundo, al que solo se podrá entrar si yo lo digo.
–¡Pero a mí me gusta leer! Y busco en el diccionario. Bueno, a veces…
Por favor, denos una oportunidad, yo quiero seguir leyendo y usando
libros–, digo suplicante.
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–De acuerdo. Pondré una clave para entrar, y solo podrá entrar el que
de verdad sepa apreciar la magia de los libros, pero la esencia del
libro se quedará aquí, y solo aquí podréis disfrutar de ellos. Solo aquí
podréis apreciarlos de verdad.
De repente hubo un destello. Esa luz que vi antes, ahora con más fuerza,
hace que cierre los ojos. Cuando los vuelvo a abrir estoy en mi habitación, arropada en la cama. Me levanto corriendo para comprobar que están todos los libros. ¡Mi diccionario! ¡Bien! Ya puedo buscar esa palabra:
“Transportar”.
Eso es lo que yo hago, me transporto. Cada vez que leo un libro vuelvo
al mundo de las palabras, donde todo cambia según lo que se lea, y me
meto en otro lugar diferente, donde pasan días que apenas son segundos,
donde nadie ni nada puede molestarme. Y, por suerte, tengo un diccionario al que preguntar en caso de necesidad.
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1.ª FINALISTA NACIONAL
SIN TÍTULO
Carmen Arellano Benito
Colegio San José (Extremadura)
P
az. Tranquilidad. Solemnidad. Esas eran las palabras que definían mi
expresión en aquel momento.
Hoy era el día. Se cumplía el quince aniversario de la acción más espectacular de mi carrera. Mis comisuras de los labios se torcieron ligeramente hacia
arriba. Sí, definitivamente fue mi mejor golpe. Planeado durante tanto tiempo en secreto. Tuve una sola oportunidad. Y la supe aprovechar. Me levanté
del ya carcomido sofá en el que me encontraba. Me dirigí hacia la cocina.
Rebusqué entre los múltiples cajones de caoba. La encontré rápidamente:
mi preciada botella de vino “Gran Reserva riojana” del año 2045. Ya habían
pasado cincuenta y dos inviernos desde aquella cosecha. Con gran parsimonia, la abrí, aspirando el tan característico aroma. La ocasión lo merecía. Acto
seguido, me encaminé hacia el desván. Los tablones de madera crujían a mi
paso. No tardé en llegar a la estancia. En una de las esquinas, alumbrado por
una parpadeante bombilla, se hallaba mi magnífico baúl tallado. Una fina
capa de polvo lo cubría. Lo limpié cuidadosamente. Y al levantar la tapa, allí
estaba. Un antiguo noticiario en cuya portada podía leerse “Desaparecen
misteriosamente todos los diccionarios del planeta”. Sonreí y cerré los ojos.
Me permití parar unos instantes a recordar…
–¿Lo has memorizado ya?
–Aún no, padre.
–No te he criado para esto.
El rápido movimiento de su cinturón cortó el aire, produciendo un sonido
ni mucho menos desconocido para mí. Aunque no era el golpe lo que más
dolía, sino la inexpresividad de su rostro. El silencio solo era roto por mis sollozos contenidos. Solo me quedaba una página. Una mísera página de aquel
horrible libro: el diccionario de mi abuelo. Deseé de nuevo ser un niño normal. Pero, para mi desgracia, había una diferencia entre las demás personas
de mi edad y yo: ellas no poseían una capacidad asombrosa para memorizar
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cualquier dato. No podía comprender la obsesión de mi posiblemente trastornado padre. No tenía ninguna utilidad grabar a fuego en mi mente todas
aquellas definiciones. Salvo una: cumplir el sueño que él no consiguió alcanzar. De nada servía quejarme.
Los años pasaron lenta y amargamente. Mi plan había ido tomando forma
desde que tuve uso de razón. Solo me faltaba aplicarlo. Había luchado
mucho para que me nombraran “Director general de bibliotecas” a nivel
mundial. Todas bajo mi control. Aproveché la quincena festiva internacional. Contraté a cientos de experimentados ladrones de guante blanco.
Realizaron su misión con eficacia: ni un solo libro idéntico al que me
atormentó en mi infancia quedaba ya en escuelas, bibliotecas, centros
administrativos y demás. Sumergirlos en el fondo marino fue una tarea
fácil. Apareció en todos los telediarios y periódicos. Tuve que declarar en
varias ruedas de prensa. Me resultó increíblemente sencillo mostrar mi
fingida sorpresa y conmoción. Nunca me encontré tan satisfecho conmigo
mismo. Nadie llegó a sospechar ni un ápice de mi reconocida persona.
Nadie volvería a pasar por lo mismo que yo. Nadie.
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2.ª FINALISTA NACIONAL
BASE DE BASE
Inés Ballesteros Gutiérrez
Colegio San Gregorio La Compasión (Cantabria)
L
uz. Calor. Lenguas de fuego se alzaron sobre la noche sumiendo el crepúsculo en una representación de colores amarillos, rojos y naranjas
que se fundían para formar flamas mecidas por el viento. Visto desde
fuera, era un espectáculo que rozaba lo impresionante, lo grandioso.
Visto desde dentro, era el himno a la peor de las desgracias, la más triste
de las endechas, el clamor más profundo.
Las hojas de miles de diccionarios morían en silencio. Todas aquellas páginas que encerraban en su interior el más rico de los saberes humanos
se retorcían ahora bajo las llamas asesinas, hasta quedar reducidas a un
montón de cenizas.
La hoguera era visible desde kilómetros a la redonda, pero se hallaba perdida en medio de un campo al que nadie acudiría en mitad de la noche. El
fuego cesó con la llegada del alboreo. Los asiduos de aquel descampado
no tardaron en dar la voz de alarma al comprobar los vestigios que aquella noche había traído consigo.
<<¡Extra! ¡Extra! ¡Miles de diccionarios desaparecidos y multitud de
misteriosas hogueras sacuden el planeta!>>
Aquella fue la noticia más repetida durante todo el día. Las imprentas
de todo el mundo estaban colapsadas. En cada rincón parecían haber
desaparecido los diccionarios para dar lugar a gigantescas hogueras e incendios. La edición de “El Chispazo” fue la primera en llegar a manos de
Vanesa. Contempló su portada con horror, y una punzada de déjà vu la
invadió al mirar las fotografías. Aquella noche había vuelto a despertarse,
sonámbula y, al regresar a casa, su ropa y su pelo desprendían un terrible
hedor a humo. ¿Había sido ella la causante? O, mejor pensado, ¿había
sido “él” el causante de su salida? No lo pensó dos veces. Recogió su
cabello en una larga y elegante trenza castaña y se precipitó al exterior.
Caminó con paso decidido mientras el húmedo aire otoñal y el susurro
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de la hojarasca la acompañaban a su destino: la mansión abandonada de
las afueras.
Enfurecida, abrió la puerta con un golpe seco y entró. De niña, aquella
casa siempre la había atraído. Ahora sólo le generaba repulsión.
Recorrió los largos pasillos y subió la escalera de caracol que conducía a
la biblioteca.
Dentro, la luz matinal se filtraba a través del ventanal, iluminando la estancia y confiriendo un especial resplandor al espejo de cuerpo entero
situado en su interior. Se hallaba en el centro, su marco era de madera y
el sol arrancaba destellos rojizos a los rubíes incrustados en él.
Vanesa recorrió la estancia rápidamente y se dirigió sin parsimonia hacia
la mesa de roble que hacía las veces de escritorio. Había una daga junto
a un libro. La joven conocía de sobra la página en la que estaba abierto.
<<Lionel Wimbour –rezaba-, último descendiente del linaje Wimbour. Rubio, ojos verdes. Muerto en el incendio de 1857…>>.
No se molestó en terminar la lectura, pues la conocía de memoria.
Asió la daga y sujetó firmemente su empuñadura mientras hacía un tajo
sobre su mano. La sangre comenzó a manar y Vanesa apoyó la herida
sobre el espejo.
El anguloso rostro de un joven, ataviado con un elegante traje oscuro, no
tardó en aparecer ante ella. Sus ojos verdes y su tez pálida rezumaban
confianza, a la recíproca que orgullo.
Inclinó la cabeza ante la muchacha, a modo de saludo.
– ¿Qué te trae a mí? –preguntó con voz suave.
–Has sido tú –le acusó ella-. Tú hiciste que quemara los diccionarios.
¿Por qué?
– No te lo tomes a mal, Vanesa. No es personal. Y, además, ¿no fuiste tú
la niña inocente que vino a quemar sus libros?
Vanesa se sonrojó mientras se removía molesta.
–El curso había acabado. Yo era pequeña y estúpida. No valoraba los
libros.
–Pero yo te enseñé a hacerlo. Entonces no parecías tan molesta en mi
presencia.
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– No me has respondido. ¿Por qué lo has hecho?
– Por la mente humana.
La muchacha enarcó las cejas. No esperaba aquella respuesta.
– La mente –prosiguió Lionel- es lo más importante que posee el ser humano. Pueden olvidar, recordar, pensar. Pueden escribirlo y guardarlo
todo. Pero, para transmitir conocimientos eternamente, hace falta una
base.
– No te sigo –sentenció Vanesa.
–¡Las palabras! –exclamó él-. ¡Los significados! ¡La escritura! ¿Quién
puede guardarlo todo? ¡Los diccionarios, Vanesa! Tú quemaste el tuyo
sin pensar en las consecuencias, sin saber lo que hacías. ¿Nunca te
has parado a pensar que los libros son una de las cosas más valiosas
que posee el ser humano?
– Sólo son papel…
–¡No! ¡No lo entiendes! La tecnología suplantará la magia de un libro.
Porque un libro puede ser lo que tú quieres que sea.
– Y para escribir un libro…
– …hace falta saber qué palabras usar. La mente humana es compleja y,
probablemente, la escritura sea lo más complejo que hay en ella.
Entonces, Vanesa comprendió. Nunca supo muy bien qué la llevó a hacer
aquello, pero simplemente aferró la daga que hacía unos minutos había
usado para cortarse y la clavó en el espejo.
Lo último que llegó a ver de Lionel Wimbour fue un gesto de sorpresa
acompañado por una sonrisa justo antes de que el espejo estallara en una
lluvia de esquirlas de madera y cristal.
De los fragmentos del espejo comenzaron a salir páginas y páginas de
diccionarios. Grandes y pequeños, de sinónimos y antónimos. En inglés,
francés y español. Diccionarios de todo tipo resurgieron, cual fénix de sus
cenizas, por todo el mundo.
Vanesa sonrió ampliamente mientras contemplaba cómo la mansión
Wimbour era engullida por toneladas de diccionarios.
<<A veces –pensó-, necesitamos que alguien nos enseñe a valorar lo
que poseemos. Porque la escritura es la base de todo, y los diccionarios son la base de la base>>.
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GANADORA AUTONÓMICA
SIN TÍTULO
Sarah Gil Zedira
IES Albero (Andalucía)
E
stábamos a punto de saltar al mundo humano. No podía contener
esa risa que se escapaba por mis labios cada vez que el nerviosismo
se adueñaba de mí. Allí, como dos brujas consagradas que éramos,
y elegidas para competir por el trono de reina, mi misión era conseguir el
máximo de corazones de aquel nuevo mundo.
Era extraño, puesto que aquellos corazones humanos no eran como los
nuestros. Tenían forma de libro, y dentro había palabras con su debido significado, palabras que habían utilizado toda su vida. Palabras hermosas,
palabras feas, palabritas, palabrotas…
Aún así, descubrir un nuevo mundo era emocionante, y podía llegar a
ser divertido. Miré a mi compañera, la que competiría contra mí por el
puesto más deseado de todo el mundo brujeril, la que había estado conmigo desde mi niñez. Habíamos compartido risas, llantos y, ahora, este
enfrentamiento.
Ella me devolvió una mirada violeta, llena de timidez y emoción. Presa
del nerviosismo, enterraba su dedo en una maraña de pelo rizado y blanco.
Yo le sonreí, intentando infundirle ánimos. Nos tomamos de la mano y,
entonces, saltamos a través de un agujero envuelto en llamas que se había
abierto en la urna, que lucía unos bellos tonos azules.
Cerré mis ojos verdes con fuerza, mientras chillaba a causa de la presión.
Mi mano no había soltado la de Lucy en ningún momento, y entonces ella
ejecutó un hechizo que nos hizo planear en el frío aire nocturno hasta
llegar a la azotea de un gran edificio.
Cuando me repuse de aquella insólita caída, le solté la mano y la miré,
con rostro serio.
–Lucy-, murmuré en un tono bastante raro en mí.
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–Que gane la mejor, Anaïs. Pase lo que pase, siempre seremos amigas.
Yo asentí, y con ello provoqué que dos lágrimas que colmaban mis ojos
de agua con sabor a sal cayeran al duro suelo de piedra.
Ella me acarició el largo pelo ondulado y pelirrojo y sonrió.
***
Habían pasado unos cuantos días desde que había comenzado el enfrentamiento.
Básicamente, se conseguían los corazones humanos si ellos mismos querían entregártelo. En otras palabras, había que enamorarles para adueñarse de ellos. Yo había empezado mal, para qué negarlo. Pero las aptitudes
para conseguir corazones, tanto en el mundo mágico como en el mundo
humano, las tenía Lucy, no yo.
Todos y todas caían rendidos a sus pies como moscas tras haber sido drogados con ese “spray antimosquitos”.
Todas las noches, con impotencia, escuchaba las cortas historias que mi
mejor amiga me contaba sobre su caza de diccionarios.
Pronto hubo que cambiar de ubicación: los corazones de todas las personas habían sido cogidos por Lucy. ¿Yo? Bueno, yo no había cogido ninguno aún.
Sucedió un día en que el sol me regalaba sus calurosos rayos y los depositaba en mi casa y hombros desnudos. Andaba sola por la arena de la playa
que se incrustaba en mis piernas. Mirando al frente, me encontré cara a
cara con un chico. Tendría poco más de mi edad (mi edad humana), unos
dieciséis años.
Se paró y se me quedó mirando, anonadado, con una mirada violeta confusa, cara enrojecida y pelo blanco revuelto.
¿Podría ser? ¿Podría ser que se hubiese enamorado de mí a primera vista?
Era poco probable, pero…
Me paré en seco para lanzar un conjuro. Pocos segundos después, tenía
un pequeño libro de pasta blanda y verde lleno de hojas de papel fino y
frágil. En ese momento me sentí la bruja con más dicha de todo el mundo
mágico.
***
Pasaron dos años y dos semanas.
17
Lucy cambió. No era la de siempre. Ya no hablábamos por las noches. No
la veía. Se pasaba el tiempo coleccionando diccionarios, inspeccionándolos y leyéndolos cuidadosamente. Yo ya no existía para ella.
Ahora yo estaba sola. Sola con mi diccionario de pasta blanda y verde
menta.
***
Todos los diccionarios habían desaparecido del mundo humano. Ya nadie tenía corazón. Yo había perdido y Lucy había ganado, como era de
esperar.
Ahora estaba en su ceremonia del sombrero. A la nueva reina se le colocaba un sombrero negro trenzado con hilos de plata y piedra de ónix, y
puntiagudo, con un medallón de pluma de fénix.
Lucy vestía un traje de volantes blancos, grises y rojos, semejantes a las
llamas de fuego del agujero de la luna. Avanzaba, con paso solemne, hacia su nuevo trono, con una sonrisa de satisfacción.
La sala estaba en completo silencio. Ahora tan solo la reina podría hablar.
–Yo, Dana, reina del mundo mágico, entrego el puesto, mi trono, mi
sombrero y mi medallón a Lucy, ganadora justa de este honor.
La sala estalló en aplausos. Yo bajé la mirada. Ahora toda esa gente humana vivía sin corazón, sin sentimientos. Una vida infeliz.
Me adelanté, con paso solemne, segura de que nadie se había percatado
de mi presencia.
–Mi reina Lucy –pronuncié con labios temblorosos–, es un honor para
mí y para todos teneros como nueva líder. Sin embargo, debo pediros
un favor.
Los consejeros y las cortes susurraron por debajo, algo escandalizados. Yo
les ignoré todo lo que pude.
–Por favor, devuelve los corazones de los humanos a su sitio. Tú no
debes tenerlos. Puedes tomarlos prestados, pero no quedártelos para
siempre.
Lucy me observó, con expresión impasible. No dijo nada.
Las lágrimas empezaron a asomar por mis ojos.
–Por favor –me puse de rodillas ante ella-, recuerda lo que soy y lo que
he sido.
18
Me corregí –Para ti. Sé que probablemente no lo recuerdes, pero inténtalo.
¿Qué es un humano sin corazón? ¿Qué es un ser sin corazón?
Me saqué mi diccionario, el único que había cogido, el que había tenido
guardado todo este tiempo. Se lo di.
–Perdóname. No me di cuenta de que eras tú. No me di cuenta de que
aquella bruja con disfraz de humano eras tú, y cogí tu corazón sin
pensar.
Lucy, por fin, habló. Se levantó y recogió el diccionario. Se lo guardó en
el pecho.
–Lo recuerdo todo, Anaïs. Devolveré los corazones. Perdóname tú. Por
todo.
Al final va a resultar que hasta los seres mágicos tenemos un diccionario
como corazón.
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GANADORA AUTONÓMICA
HEROÍNA DESCONOCIDA
Marta García Ayerbe
Colegio Sansueña (Aragón)
M
uchas son ya las infaustas tragedias que han sido designadas
para los seres humanos, mas, ¿quién iba a decir, entre incrédulas palabras, que alguna vez nos veríamos privados del denso,
ilustre, despampanante, magnificente tomo de prensadas páginas, a las
que una vez llamamos, apesadumbrados, diccionarios? ¿Por qué ahora,
tras los desmesurados años de brutal historia humana, tras caídas de imperios harto grandes, tras las miasmas de la peste, tras derramamientos
de inocente gente, de su sangre y sus derechos; tras todo lo ocurrido, lo
acaecido, lo ocultado y lo sabido, ahora se nos arrebataban de nuestras
vulnerables manos los diccionarios? Preguntas como ésta la gente se hacía, mas, hasta ahora, ninguna respuesta obtenían.
Pero, ah, acontece desde hace siglos, verdad irrefutable esta, que, cuando
los libros callan, el destino, jugador experimentado, pone entonces alza,
en su imponente tablero, a alguien de laureado valor, que habla. A esas
personas eruditas, pese a sus irremisibles miedos y temores, y pese a sus
sombras embellecidas, se les llama comúnmente héroes. Al parecer, de tal
raza soy ahora miembro.
Pero no, nuestra historia y mi paradero no tuvieron lugar ni en palacios de
esplendor enaltecido, ni en galaxias de redundantes constelaciones ya olvidadas, ni en otro mundo imaginario, aquél tan idolatrado por el espíritu
soñador del hombre; no, tuvo lugar en mi cuarto: remanso de paz, estado
solemne sin crimen ni castigo, siempre rodeado de libros.
Y, cómo no, es obvio, como en todo espacio, que aunque inadvertido,
contiene cierta cultura, en mi habitación hallábase un diccionario.
Por algún capricho de la suerte, irónica y teatrera como es, quiso el destino que aquella mañana, para el intelectual tragedia y para el analfabeto
euforia, mañana en que el gran exilio de los diccionarios tuvo lugar, no
me desapareciera a mí el mío. Inverosímil, inaudito, abstruso y de la más
20
extraña naturaleza puede parecer este suceso, pero no hay mentira alguna
en mis palabras.
Con paso débil, trastabillando como el más pequeño de los cachorros,
me acerqué a mi estantería aquella mañana. Ni mis febriles ojos ni mis
entorpecidos oídos daban crédito a aquel lomo rojo, aterciopelado y vetusto que se alzaba sobre una de las baldas, imparable y taciturno, como
el más solitario de los lobos. Tras tal telediario como había sido el de hoy,
saturado de apesadumbrados <<porqués>> y <<cómos>>, ¿cómo iba yo
a creer, afirmar ver ante mi difuminada vista, el tan dichoso y solicitado
diccionario?
Con sumo cuidado, mimo e incredulidad, unos de tal magnitud que no
podrían definirse sino con la palabra “inefable”, lo tomé en mis manos,
gélidas y mortecinas como estaban. Y con determinación, con las manos
del terror sobre mis hombros y las de la locura sobre mi cabeza, abrí
aquel millar de ásperas páginas, lúcidas y demacradas como el más real
fantasma.
Una cegadora y ardiente luz me invadió los ojos, y juro sobre la más pesada biblia que, aunque fuera por un momento, sentí mi cuerpo, mi voz, mi
corazón y mi alma, elevarse en el éxtasis de la luz de la verdad.
Segundos después, como bajada de los cielos laureados en las purísimas
alas de un ángel, hallábame yo nuevamente en mi vulgar habitación.
Pese a que jamás supe yo lo que entre aquellas hojas acaeció, de algún
modo, de alguna morbosa manera, creo recordar, como levísimos atisbos
de agua en el más ardoroso desierto, seráficas palabras que, ciegamente,
sordamente, reverberan hoy todavía por los más inusitados rincones de mi
mente: <<Se hostiga al saber, se idolatra al rey demonio del placer, mas,
por ser tú la predilecta respetada, os devuelvo vuestro solícito deber>>.
De lo único de lo que me queda hoy certeza y fiel conciencia es de que,
a la siguiente mañana, retornaron, lomo y hoja, los diccionarios, y de
que, tras aquella primavera, en vetusta y afamada librera me convertí. Fui,
desde entonces, una heroína desconocida.
21
GANADORA AUTONÓMICA
SIN TÍTULO
Claudia Villahoz Rodríguez
IES Jovellanos (Asturias)
A
quella mañana se había tornado mágicamente gris sin que yo me
percatara. Se trataba del inconveniente más voluminoso, estresante y angustioso que había vivido jamás.
Comenzaré por el principio, como vulgarmente se hace. Han de saber
que soy un olvidado artista polifacético sin más recursos que un maravilloso diccionario. Soy Abraham Smith, mi tiempo se disuelve en las cavilaciones, en la observación y en la consulta de mi diccionario.
Fue un hermoso libro de tapas duras, páginas blancas, finas, perfectas.
Cada día de mi vida abría aquella maravilla. En su exterior figuraba en
letras doradas: “Diccionario de la Real Academia Española. Primera edición 1714”.
A cada segundo leía, imaginaba, buscaba desesperadamente una nueva
palabra. Aquel elemento de consulta cumpliría hoy 300 años. Aun así
se conservaba flamante. Mis tristes y longevos dedos no debilitaban el
mágico diccionario.
Pero aquella mañana ocurrió algo que me desasosegó profundamente.
Eran las seis de la mañana, consideré que debía despertarme y abrir mi
“RAE 1714”. Estaba debajo de mi cama. Era mi única fuente de inspiración, palabras y felicidad. Pero el diccionario ya no era el mismo. Sus
tapas color granate hechas de cuero estaban podridas, raídas y mohosas.
Se hacían polvo con solo tocarlas. Sus magníficas letras doradas parecían no haber sufrido daños hasta que algo más ocurrió: se desvanecieron volando en el frío viento de la mañana, sin despedirse. Burlonas,
huyeron de la portada del diccionario hacia mi triste ventanuco, abandonándome.
Las hojas del diccionario continuaban tan impecables y hermosas como
de costumbre, pero sus letras también se habían desvanecido hacia algún
lugar mejor.
22
Mis viejos ojos grises se tornaron de negro, se humedecieron destrozados. Perdí los escasos cabellos blancos que malamente había conservado. Temblé. Había perdido todos mis bienes físicos, pero la ausencia de
cabello no era el problema: las palabras se habían extraviado hasta el fin
de los tiempos. Aullé de dolor, pero mis alaridos eran imperceptibles para
cualquier ser vivo del vasto universo. Las palabras ya no existían, tampoco
los sonidos. Rompí bruscamente la ventana, a diez metros del suelo, para
salir de algún modo a buscar ayuda. El lenguaje se había perdido. Nadie
conocía el significado de “comunicación” y nadie desempeñaba esa maravillosa labor. En frente un bebé lloraba, pero su canto infantil se perdía
en su garganta y no era perceptible. Una mujer observaba detenidamente
las hojas de un libro en blanco. Abajo, una pareja de enamorados se
miraba, trataban de abrir sus bocas pero sus palabras eran absorbidas por
aquella extraña fuerza y la comunicación se perdía. Los diccionarios habían sido maldecidos por un hechizo y las palabras y sonidos estaban
encarcelados entre rejas metálicas en algún recóndito lugar.
Había que solucionarlo. Salí de mi pobre y lúgubre hogar en busca del
periódico de la comarca, “El Chispazo”, pero sus hojas no tenían letras de
ningún tipo. Sólo se hallaba una voluminosa fotografía en primera página:
mostraba la famosa piedra Rosetta, el más antiguo documento escrito en
la historia de la humanidad. La piedra carecía de inscripciones, se veía
pobre, muda y solitaria. ¿Dónde se habían escondido sus frases?
Observé detenidamente cada rincón del pueblo: el llanto de los bebés
era imperceptible. Los niños no podían estudiar para sus exámenes pues
sus libros estaban en blanco. La ópera que se estrenaría aquella tarde se
suspendió, pues el guión ya no estaba. Los ancianos paseaban lánguidos
pues los crucigramas de la prensa habían volado a causa del viento y carecían de cualquier otro entretenimiento.
Me situé en el porche de mi cabaña buscando alguna solución. Al momento divisé algo que me encendió la negrura de los ojos, me sacó una sonrisa y
levantó mis viejas y abandonadas piernas. Una palabra revoloteaba haciendo surcos sinuosos entre los cipreses. ¡Una palabra! ¡No pude dar crédito
a lo que divisaba! ¡Un conjunto de letras revoloteaba divertida al igual que
una joven mariposa en el estío! No podía perder la oportunidad. Agarré mi
inútil cazamariposas, que jamás habría imaginado estrenar, y me dispuse a
atrapar la palabra. Increíblemente lo logré. Estaba mareada, perdida y soñolienta. Era la palabra ESPERANZA. Sin mi habilidad y composición física
no hubiera sido capaz de atrapar aquello, no habría podido leerla. Había
23
conseguido obtener la primera palabra del mundo. Era el salvador. No podía perderla, pero lo hice. Mi complexión anciana fue incapaz de guardar a
ESPERANZA y esta huyó con sus revoloteos mariposiles. La perseguí, pero
fue inútil. La traviesa palabra atravesaba bosques, mares y montañas a la
velocidad de la luz. Pero una fuerza extraña me facilitó la persecución.
Milagrosamente no perdía a ESPERANZA de vista.
Divisé de pronto una jaula de dimensiones considerables situada en el
punto más alto de una colina. El sol se escondía, pero se distinguía una gigantesca masa de cosas negras y extrañas. Volaban igual que abejas hacia
la miel. Pensé que podría tratarse de moscas, pero eran palabras. La masa
de negras palabras era muda, pues las palabras sin dueño nunca fueron
audibles para nadie. ¡Debía liberar las palabras!
La horrenda jaula metálica no contaba con ninguna puertecilla. Eran barrotes realmente anchos, por lo que podía penetrar perfectamente un ser
humano de normal complexión. Pero las palabras, mareadas, no eran capaces de huir. Me interné miedosamente por uno de los barrotes junto con
ESPERANZA. Esta comenzó a moverse del mismo modo que sus compañeras. Las palabras se alertaron y excitaron. Se unieron en un perfecto montón
que formaba un proporcionado círculo. Y se aproximaron a mí, penetrando
violentamente por mi boca, mis oídos y mis ojos. Me sentía enfermo, pero
sabía que, ahora que las palabras podían ser soltadas por un ser vivo, solo
debía salir de la jaula y repartirlas entre el extenso globo terráqueo.
Pero era imposible salir de la jaula. En ella, colgada de un barrote, se veía
una bola, negra, metálica, de letras blancas que decían:
”FÁCIL FUE PENETRAR, IMPOSIBLE SERÁ HUIR”
Me sentía destrozado. Conservaba en mi cuerpo todas las palabras del
universo, horrendas, hermosas, en cualquier idioma del mundo. Pero me
veía atrapado en una estúpida jaula. Quise soltar entonces todas las palabras que se hallaban en mi interior, y así fue.
Se oyó en el mundo entero la estruendosa cantidad de palabras, idiomas
y sonidos que volaron de mi boca. Más de un millón de decibelios habían
salido de un anciano. ¿Se habían recuperado las palabras? No pude averiguarlo. Caí en un profundo sueño, encerrado en aquella jaula. Soñé que
todos recuperaban sus palabras. Los bebés lloraban, los niños estudiaban
y los libros volvían a contener aquellas hermosas inscripciones llamadas
palabras. Sí, fue un sueño precioso. El último sueño de mi vida.
Fin
24
GANADORA AUTONÓMICA
LAS PALABRAS PERDIDAS
Candela Torres Arellano
IES Algarb (Baleares)
A
dam no era un chico corriente. Las personas no se giraban al verlo
pasar, pues ni él, ni su trastabillante forma de andar, ni su pelo
pajizo, llamaban la atención.
Adam parecía un chico sin brillo. Sus padres hacía tiempo que se habían
rendido. Le dejaban solo, allá en su mundo, pensando que le habían perdido.
El mundo de Adam era un mundo diferente, pues ni de ladrillo ni de mármol estaba construido. Era un mundo de palabras, de sueños e historias,
que se alzaban como murallas impenetrables, como torreones defensivos
que todo y nada veían.
Adam recortaba. No paraba de recortar. No había nada que más le gustara
que el zis - zas de sus tijeras contra el papel.
Adam recortaba. No paraba de recortar. Recortaba palabras y más palabras que creaban montañas blancas en el suelo de su habitación. Zis - zas,
zis - zas… Palabras nevaban. Adam no veía otra cosa a través de su flequillo de paja. Sus ojos buscaban ansiosamente las palabras más raras o las
que simplemente más le gustaban. Daba igual a qué hora, daba igual qué
día. Él solo quería sus palabras perdidas.
Pero un día todo cambió.
Adam se despertó. Le escocían los ojos, pues se había quedado hasta altas
horas creando colinas de periódico. Sentía la boca reseca y una sensación
extraña en el cuerpo. Un cosquilleo desagradable.
“Algo no va bien”.
Se levantó de un brinco brusco. Los viejos muelles de la cama gimieron.
Trepó por la estantería.
“Algo no va bien”.
Lo notaba, lo notaba en el aire. Sus manos pasaron las páginas de su diccionario favorito, aquel que guardaba en lo más alto.
25
“No”.
Todo estaba mal. Cambiado, desordenado, catastrófico. Mal. Adam se
pellizcó varias veces el brazo, ya que aquello parecía la peor de las pesadillas.
De súbito, el mundo parecía tambalearse. Adam fue de libro en libro,
estaba a punto de echarse a llorar.
“Mis palabras están perdidas. Perdidas de verdad”.
No se molestó en peinarse, ni en quitarse el pijama. Corrió escaleras abajo oyendo cómo su pequeño mundo se derrumbaba a sus espaldas.
“¡Papá!, ¡Mamá!”.
Sus padres estaban en el salón, con la televisión encendida y el olor a café
impregnado en el aire. Adam pudo escuchar la monótona voz del presentador decir algo que sonaba así: “El mundo despierta con las definiciones
de los diccionarios cambiadas”.
A Adam no le gustó aquella frase. Sonaba fría, sonaba gris.
Sus padres miraban indiferentes la televisión. El muchacho vio la boca de
su madre moverse. Largos instantes más tarde, su voz de flauta travesera
llegó:
“Qué pena. Aún así, hoy en día nadie lee”.
“Es cierto” – saltó el trombón que era la voz de su padre–. “No creo que
nadie se de cuenta”.
Adam se fue. No llegó a oír las carcajadas.
“¿Qué puedo hacer?”
Adam estaba allí, sentado en su lugar favorito del mundo: la biblioteca.
Sostenía en sus brazos un diccionario perdido.
Trataba de ordenar sus pensamientos con la ayuda del perpetuo silencio
de la biblioteca. Respiraba entrecortadamente.
“¿Qué puedo hacer?”
A lo lejos sonó el nervioso repiqueteo que emitían los tacones de aguja de
Miss Blue, la bibliotecaria. Vio a Adam sentado en su rincón, con su mirada de loco clavada en algún punto perdido y aferrándose con la fuerza de
sus nudillos blancos a un libro verde.
“Adam – llamó-, ¿te encuentras bien?”.
26
Adam no respondió. Adam nunca respondía. Solo le dirigió una mirada
cobriza, cargada de miedo.
Miedo.
Miss Blue notó una flor azul de tristeza florecer en su interior.
“Lo siento por lo de los diccionarios. Lo siento mucho”. Y se fue.
Adam pensó que no lo sentía de verdad.
Adam leía. Leía por decimoséptima vez el viejo tomo de La Isla del Tesoro. Podía ver las letras, podía oler el libro, podía sentir el tacto rugoso de
las páginas amarillentas.
Pero su mente no estaba allí. Él no estaba allí.
Estaba lejos, muy lejos, vagando por el caos que era ahora su mundo, en
busca de las palabras perdidas. Buscaba, buscaba.
Tiró el libro al suelo. Con violencia. Enseguida se arrepintió. El libro hizo
que cientos de copos de papel flotaran por la habitación.
Adam abrió mucho los ojos. Una de sus palabras se le había posado en
la nariz. La leyó, la dijo en voz alta. Su voz apenas fue un suspiro que se
fundió en el aire.
“Rellenar”.
Adam salió corriendo de allí.
Ese día, la gente sí que se giró para mirar a Adam. Miraban al chico de
pelo de paja que pedaleaba a toda prisa por las calles con un libro bajo
el brazo. Sonaron cientos de cláxones e insultos. Adam no los escuchó.
Cuando llegó a casa, Adam arrojó violentamente su mochila. Creo que
rompió algo, pero le dio igual. En su cabeza resonaba una sola palabra:
“Rellenar. Rellenar”.
Sus padres seguían mirando absortos la chillona televisión. No notaron la
llegada del chico de las palabras. Adam sacó cola de su estuche y entró
en su pequeña y blanca habitación. No había tiempo que perder. Se llevó
un puñado de copos de papel y, poco a poco, palabra por palabra, fue
rellenando el libro en blanco.
“Rellenar. Rellenar”.
Cuando acabó la letra Z sólo podía pensar en una cosa.
“Las palabras perdidas han sido encontradas”.
FIN
27
GANADORA AUTONÓMICA
SIN TÍTULO
Gabriela Báez Barroso
IES Santa Úrsula (Canarias)
E
ntraba el sol por las ventanas de la biblioteca. Eva intentaba concentrarse para estudiar, pero podía escuchar un murmullo de fondo,
como si alguien estuviera enfadado. Giró la cabeza, pero estaba sola.
“Será mi imaginación”, pensó.
Era una chica un poco antisocial, tímida y reservada. Prefería estar rodeada de libros y de grandes autores que de personas. Y, sin embargo,
tenía un don especial: podía percibir muy bien el estado de ánimo de las
personas.
Salió de la biblioteca y se dirigió a su casa. Allí se encontró con su tía
Emma.
–Hola cariño – saludó-. ¿Qué tal los estudios?
–Bien, tía Em. ¿Dónde está Mike?
–En el jardín, como siempre –dijo sonriendo.
Salió a buscar a su hermano pequeño. Estaba sentado en el suelo, soplando dientes de león. Era un niño adorable. Le encantaba pedir deseos. Pero
ese día tenía mala cara.
–Palabras estúpidas… –murmuró-. ¿Para qué sirve un libro?
Eva estaba desconcertada. Pero entonces comprendió por qué estaba así.
Ese mismo día era el décimo aniversario de la muerte de sus padres. Antes
de que sucediera el accidente, su madre le había regalado un diccionario.
“Aprende, Mike –le había dicho-. Valora el poder de las palabras. Así
podrás entender el mundo y a las personas”.
Desde entonces, Mike había empezado a odiar los libros.
–Hey, Mike, ¿estás bien?, –preguntó Eva.
–Sí, claro.
28
–Venga, volvamos dentro. Está oscureciendo.
***
Cuando estaba acostada, Eva no podía dormir. Pensaba en cómo la gente
podía llegar a menospreciar un libro, un mundo oculto, los sentimientos
de un autor. “¿Qué pasaría si los libros pudieran sentir?, –pensó-. ¿Se enfadarían por todas las veces que los han pintado o tirado?”
***
Al día siguiente, en el instituto, Eva se dio cuenta de que algo no iba bien.
En clase de lengua, mientras el profesor repartía los diccionarios, Eva volvió a sentir ese murmullo enfadado.
Todos sus compañeros, al abrir los gruesos libros, dieron un grito de sorpresa: todas las palabras y significados estaban trastocados. Decían lo
contrario de lo que debían decir: la goma servía para escribir, los ríos eran
de agua salada, el mar de agua dulce, el sol salía por la noche, etc.
–¿Pero qué es esto? –dijo el profesor-. ¿Es una broma?
***
Después de lo ocurrido en clase, Eva volvió a su casa corriendo. Encontró
a su tía y a Mike viendo las noticias en la televisión.
–¡Se ha declarado la alerta roja! –informaba un hombre-. Todos los diccionarios del mundo son erróneos. Nadie sabe la razón. Los científicos están estudiando el problema, pero no hay resultados. ¿Será una
venganza? ¿Será una broma? Estén atentos.
–¡Oh, no! –exclamó Mike-. Creo que es mi culpa.
–¿Por qué dices eso? –preguntó Eva.
–Bueno… Ayer estaba tan enfadado y triste que pedí un deseo. ¡Pero
ahora me arrepiento, de verdad!
–¿Qué pediste? –preguntó tía Em.
–Que las palabras y los libros estuvieran equivocados. Que estuvieran
al revés. Que… que la “muerte” significara “vida”.
–Oh, Mike… –suspiró Eva-. No deberías haberlo hecho.
–Lo sé, lo siento.
–¿Y ahora qué hacemos? ¡Los diccionarios están enfadados! Los hemos
tratado mal. Las personas no aprecian su importancia.
29
–¿Por qué no vais al jardín?, –sugirió su tía.
***
Rodeados de dientes de león, los dos hermanos empezaron a soplar y a
pedir deseos. Con todo su corazón, pedían a los libros que volvieran a ser
como antes.
–No bastará solo con eso. Hay que demostrárselo a los libros.
–¿Cómo? –preguntó Mike.
–Tengo una idea.
***
Dentro de la gran biblioteca, Eva y Mike habían reunido a una gran parte
del pueblo.
–Espero que funcione –dijo Mike.
“Y yo”, pensó Eva. Luego se dirigió a las demás personas:
–Buenas tardes a todos – saludó-. Agradezco que quieran colaborar
para solucionar el problema actual. Y es más fácil de lo que creen.
Antes que nada, me gustaría decirles que los libros pueden servirnos
como guía, como amigo, como punto de apoyo, etc. Y que, por tanto,
cuando algo no nos salga bien, cuando fallemos, cuando nos enfademos, no les dirijamos malos pensamientos, ni les echemos la culpa.
Es hora de arreglar nuestros errores. Hagamos las paces con ellos. Y
por eso propongo que los corrijamos, que borremos cada línea que
pintamos en el pasado, que peguemos cada cubierta que rompimos,
que limpiemos el polvo de los libros que olvidamos…
La gente empezó a aplaudir. Luego se pusieron manos a la obra: Empezaron a coger los libros y los limpiaron y borraron. Eva y Mike ayudaron. Lo
mejor de todo es que lo hacían sin rencores y sin odio, sin subestimarlos,
sino con amor, con ganas de arreglar todo.
***
Un día después, sábado por la mañana, Eva se despertó por los gritos de
alegría de su tía y su hermano. Los dos estaban viendo la televisión:
–¡La alarma mundial ha sido desactivada! La solución ha sido encontrada
–y a continuación mostraron imágenes de las personas en la biblioteca -.
Debemos nuestro agradecimiento a Evangeline y Mike, dos hermanos que
nos han enseñado el valor de los libros y la importancia de las palabras.
30
GANADORA AUTONÓMICA
SIN TÍTULO
Lucía Arias Otero
IES Andrés Laguna (Castilla y León)
Y
allí, entre el polvo de un rincón olvidado, cubierto por algunas
motas de polvo, gritando palabras que guardaba dentro, estaba un
pequeño diccionario, a medio camino entre una cutre edición que
el periódico regalaba y un ejemplar de biblioteca, algo desgastado, con
una tapa amarilla y unas letras azules que decían claramente “Diccionario
de la lengua española”.
Era un tomo normal, de los que siempre hay que tener en casa, aunque
sea solo para adornar y complementar una estantería llena de libros releídos, volúmenes de cursos pasados y revistas de coloridas portadas.
Cuando más olvidado parecía estar aquel pequeño diccionario, desde la
sombra una silueta menuda y agachada lo recogía cuidadosamente del
suelo con unas manos pálidas y seguras y, sin más, aquel odiado compañero de estudiantes desapareció, como todos los demás, sin quererlo,
sin avisar.
La bomba estalló un par de semanas más tarde, cuando nadie encontró
su olvidado diccionario, cuando en los buscadores aparecía, en letras
mayúsculas y rojas, del rojo de la fresa más dulce que nadie haya podido
probar, una sola palabra que conquistaba las pantallas de móviles, ordenadores, tabletas y demás cacharros: Error. Páginas colapsadas, traductores bloqueados, y, con ello, redacciones inacabadas, frases incompletas,
y millones de preguntas sobre palabras raras, que extrañamente eran respuestas.
Probablemente, y sin esperarlo, esta historia os suene a cuento. Un malo,
un héroe con una preciosa princesita, que se casará con el héroe y juntos
derrotarán al malo. Puede. Pero no.
Esta es mi historia. La mía, la de Clara, la de Vera, la de Álex y la de Joel.
Nuestra pequeña historia, que escribiremos como anécdota detrás de un
diccionario, en la última de sus páginas. Eso, claro, cuando el mundo
31
tenga de nuevo alguno de estos libritos. Y quién sabe. A lo mejor nunca
los vuelve a tener.
En una clara tarde de septiembre, la última tarde con esos libros que daban definiciones, significados y traducciones, nos sentamos en la hierba,
algo fresca, y, en aquella agradable arboleda, Vera se marchó. Se mudaba
a Barcelona. Las reacciones fueron inesperadas. Clara gimió hasta que
rompió en un océano de lágrimas que resbalaban por sus sonrojadas
mejillas.
Álex la abrazó, susurrándole al oído que todo saldría bien, aunque no lo
creyera ni él. Joel agachó la cabeza y, en esta posición, maldijo el día en
que se inventaron las mudanzas.
Yo no dije nada. Me quedé sentada, mirándome los vaqueros, algo verdes
por la hierba, bastante desgastados por el uso, y que ahora parecían irradiar tristeza. Mi tristeza. La que sentía por Vera, por las lágrimas transparentes que inundaban los ojos de Clara, por la estupidez que había dicho
Álex, por la nuca blanca de Joel mirando hacia arriba mientras maldecía
para abajo.
Al día siguiente los cuatro la fuimos a despedir al aeropuerto. Vera llevaba
cinco maletas casi llenas y una bolsa de viaje. De la bolsa se le cayó un
libro, que fue recogido rápidamente por la mano segura de Vera. Nadie
le dio importancia.
Dos semanas más tarde no quedaría ni uno de esos diccionarios por el
mundo. A ninguno de los cuatro nos importó mucho, y así pasaron los
meses.
En Navidades decidimos visitar a Vera, darle una sorpresa. Fue al revés.
Joel contactó con su padre, fijaron un día y una hora concreta. El cuatro
de enero, a las cuatro.
Javier (padre de Vera y amigo de los padres de Joel, pues estudiaron juntos)
accedió a dejarles abierta la casa y sacar a su hija fuera desde las cuatro
hasta las cinco, para que los chicos pudieran prepararlo todo.
Llegaron con tiempo al pequeño piso, situado en las Ramblas. Según les
había contado Joel, Vera y su padre llevaban fuera todo el día, y volverían
a la hora acordada, después de dar un paseo por las avenidas de Barcelona.
En el edificio había tres pisos. Ellos dos vivían en el segundo. El piso no
era nada amplio. Una cocina, dos habitaciones, un salón y un baño. Todo
32
era de la escala de una Barbie. Según les había contado su amiga, su habitación era la más grande. Mentira.
Puede que fuera la más grande pero estaba llena de aquellos libros que
llevaban meses buscando. Los famosos diccionarios. ¿Quién iba a pensar
que una adolescente de diecisiete años podría hacer eso? Nadie.
Rondando las cinco entraron Vera y Javier. Cuando el padre los dejó solos,
Clara preguntó a Vera por los diccionarios.
La chica palideció. Corrió a la habitación y no salió de allí. Un olor a
quemado llegó hasta el salón. La duda se desvaneció, ocupando su hueco
el miedo.
Cuando quisieron darse cuenta, una adolescente sonriente, que tiempo
atrás fue su amiga, tenía un mando en la mano. Apretó despacio el botón,
saboreando el momento con placer. Luego todo estalló.
Todos los diccionarios se perdieron. Hubo explosiones por todo el mundo, desde grandes ciudades hasta pequeños poblachos, todos con libros
escondidos por protectores sigilosos de palabras.
Vera murió apretando ese botón. Álex corrió la misma suerte al intentar
detenerla. Clara cayó en coma. Sigue igual, atada a millones de máquinas,
dormida, parada mientras todo se muere a su alrededor.
Joel y yo nos distanciamos bastante. Él se fue a estudiar fuera y perdimos
el contacto. Ninguno supimos nunca nada del otro.
Los diccionarios se reescribieron, incluyendo nuevas palabras y desechando las que se perdieron. Todo volvió a su curso. La puesta de sol
volvió a ser de esos maravillosos colores que todos los pintores quieren
retratar. Los periódicos volvieron a escribir aburridas noticias sobre economía. Con el tiempo todo volvió a la normalidad.
Pero, ¿quién le da tiempo al tiempo? ¿Quién le da palabras a un mudo?
¿Quién hace ver a un ciego?
Como eso nadie lo sabe, aquí estoy, dándome tiempo, contándote una
historia con mis palabras, palabras que no vienen de ningún diccionario,
palabras que sólo un mudo sabe pronunciar, con sentimientos que sólo
un ciego puede ver.
33
GANADORA AUTONÓMICA
UNA IMAGEN NO VALE MÁS
QUE MIL PALABRAS
Clàudia Soriano Maresma
Colegio Sagrado Corazón (Cataluña)
Y
a no somos dueños de nuestras palabras, y mucho menos las palabras lo son de nosotros. Las frases hechas no tienen ninguna gracia y los poemas no despiertan emociones. Tampoco nos podemos
quejar del estrafalario olor que se desprende al hojear libros, ya que están
todos quemados. No nos podemos topar con un mísero papel cubierto de
tinta. Sin embargo, sí podemos quedarnos sin piernas si nos topamos con
una mina explosiva.
Vagamente revolotean por mi cabeza sonidos hermosos, grafías bellísimas, y alguna pude percibir gracias a algunos individuos que me llamaban “cariño” o “mi pequeña Anita”.
No sé por qué me llamaban así ni por qué me daban esas pilas de cómics
sin venir a cuento, pero me resultaban agradables. Lo único que sé, pero
no comprendo aún, es que cuando me separaron de ellos una sustancia
líquida salida de mis ojos bailó lentamente por mi mejilla.
Perdón por mi falta de educación. Soy 03989, 039 para amigos. Ahora
mismo vivo en un lugar remoto. Aquí todo está desolado, decaído. Pronto
a mis compañeros y a mí nos tocará irnos a otro lugar peor que éste, si
puede haberlo. Las más cotillas de mi nave dicen haberse enterado de que
allí nos pondrán unos objetos redondos en la cabeza, de un color sobrio
a conjunto con unos instrumentos muy chulos que si los accionan hacen
un sonido bestial. Y se han enterado también de que pueden causar daños
leves.
Un señor muy simpático llamado 042041, alías 042, me contó que tiempo atrás aniquilaron a todos los mayores de ocho años excepto a unos
nueve o diez hombres (creo que eran políticos), entre cuyos nombres puedo recordar un tal Franco y algo de Hitler. Estos son los que dirigen todo
este montaje. Ellos tampoco saben cómo va eso de las palabras y por eso
34
la cosa va tan mal, supongo. Ahora nuestros nombres están hechos a base
de números y nuestras muestras de afecto, de odio o indiferencia funcionan con gestos. Lo último que recuerda haber leído 042 es un titular en el
periódico que decía: “Todos los diccionarios del planeta han amanecido
con las definiciones trastocadas”.
En estos momentos, aquí estoy yo, escribiendo a escondidas para no acabar con un fatídico final como acabaron esas personas que me llamaban
“cariño”.
TREINTA AÑOS MÁS TARDE
–Demos la bienvenida a Ana García Reyes, que hoy nos va a presentar
su magnífico libro “Una imagen no vale más que mil palabras”. Inverosímil escritora.
(Gran aplauso y ovación del público).
–¡Gracias, muchas gracias!
–¿Nos podría decir cuál es la clave a la hora de escribir sus libros?
–Simplemente, cuando ya nadie creía en el don de la palabra, yo proclamé su derecho a existir. Cuando más oscuro estaba el panorama,
recordé esas palabras de significado indeterminado para mí y las empecé a tomar sentido.
–Perdone, no he entendido muy bien qué ha querido decir. ¿Qué situación oscura? Hace tiempo que no estamos en conflicto bélico con
nadie…
–Nada… Metáforas, son solo metáforas.
FIN 35
GANADORA AUTONÓMICA
DIARIO DE LA REBELIÓN
DE LAS SIRENAS
Ana Benavent Torres
Colegio Nuestra Señora del Carmen (Comunidad Valenciana)
L
as ciudades humanas son muy estridentes y no me dejaban analizar
con claridad todo lo que había sucedido mientras me dirigía a la casa
de la hechicera.
Nos habían reunido en la barrera de coral para anunciar algo importante, pero ni yo misma esperaba que se tratase de una declaración de
guerra.
Los humanos y hechiceros de la superficie terrestre habían incumplido su
promesa de no comer pescado y Poseidón estaba enfadado. Con la ayuda
de una bruja marina había echado un maleficio sobre los libros y los diccionarios humanos sin los que no podrían comunicarse y con el paso del
tiempo perderían sus conocimientos del lenguaje.
El siguiente paso era inundar la superficie. Todo sería mar. Y
sirena elegida a suertes de entre los 7 mares sería enviada
los humanos. Se encargaría de comunicar la situación de
sin diccionarios y de avisar de cuándo dar el gran golpe
superficie.
para ello una
al mundo de
los humanos
e inundar la
Y allí estaba yo. Escondida, como cualquier otra humana. Mi cola de
sirena ya no estaba.
Esta vez éramos nosotros los que empezábamos la guerra entre los dos
mundos.
La hechicera Cora es la única humana que ayudó al mundo marino en la
guerra. Una traidora que me acogería en su casa.
Reconocí la casa porque me la habían descrito. Pero justo antes de llamar
oí voces dentro y puse la oreja. A través del cristal de la puerta reconocí
con quién estaba. Era M. Suliman, la más poderosa maga y la líder. Pero
su conversación fue lo que más me asombró.
36
M. Suliman había descubierto el origen del maleficio y entre las dos hablaban sobre un gran buque con el que saldrían al mar a pescar sirenas.
Estaba dispuesta a salir de allí corriendo pero mi torpeza para utilizar piernas humanas delató que estaba allí fuera. Estaba claro, ya no me dejarían
vivir si sabía su plan, porque M. Suliman sabía perfectamente que yo era
una sirena.
Esperaba impaciente mi muerte cuando un misterioso hombre me sacó de
la trayectoria del hechizo de M. Suliman. Conseguimos huir, pero ahora
ya no estaría segura en ningún sitio, porque ella me buscaba.
–Puedes esconderte en mi casa. Ningún lugar es seguro para ti ahora.
Reconocí al instante que era un mago cuando vi su casa. Pero, ¿él me
habría reconocido a mi? No dije nada ni me delaté. Tampoco pensaba
hacerlo.
Los días pasaban rápido en la casa del mago. Cada vez eran más los periódicos que anunciaban el problema de los diccionarios y cada vez había
más faltas de ortografía y más textos imposibles de entender.
El plan de Poseidón había funcionado y eso se notaba también en las palabras de Kaito, el mago. Sin embargo, descubrí en él la bondad. Los humanos no son fríos, pero, de todas formas, nunca se sabe cómo reaccionarán
delante de un pescado, que no habían probado en años.
Pasaba los días sola en la casa, porque el mago desaparecía por la mañana
y regresaba a las tantas de la noche. Siempre me despertaba, aunque hacía movimientos sigilosos, no para no despertarme, sino para que no viera
las condiciones en las que volvía de noche.
Y al final descubrí que pasaba todo el día protegiendo a los magos que
eran citados por M. Suliman, que se aprovechaba de una de las reglas de
la escuela de magia –“Los magos siempre acudirán cuando sean llamados”– para tenderles una trampa y quitarles sus almas. Así los controlaba
sin utilizar el lenguaje, porque este método de comunicación había desaparecido por completo.
También pude comprobar que, cada vez que usaba sus poderes, su forma humana adoptaba partes de un cuerpo monstruoso. Cada vez que
intentaba ayudar a los demás magos con su magia, el maleficio de M.
Suliman aumentaba. Quién sabe qué día volvería completamente transformado en monstruo. Pero a mí no me importaba porque me había
enamorado de él.
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El puerto de la ciudad se había convertido en un lugar de obras donde el
buque de pesca finalizaba su construcción. Hasta que estuvo terminado
por completo.
Un día, sin avisar, noté algo extraño en Kaito. Intentaba despedirse de mí indirectamente. Y supe entonces que la batalla final en el buque daba inicio.
Conseguí colarme en su aerodeslizador sin que se enterase y me fui con él.
El puerto no era el mismo. Se había convertido en una carnicería. Reconocí a las sirenas de los demás mares observando desde el puerto cómo
Kaito y M. Suliman mantenían una animada negociación, dudando si ayudar, con lo que tendrían que delatarse, o no.
Cuando vi a las sirenas la alegría me invadió y salí de mi escondite sin
saber que el aerodeslizador estaba sobre el mar, enfrente del buque donde
estaba M. Suliman. Así que cuando salí y caí al agua, revelando mi aspecto, todos pudieron verme.
Cuando Kaito vio mi verdadera forma de pez, su cuerpo empezó a cambiar a su forma de monstruo, porque utilizó la magia para controlar sus
ansias de comerme.
–Lo estás deseando. No te hará ningún mal comer un poco de pescado–, le incitaba M. Suliman.
–¡No la escuches!–, le pedía yo a gritos.
–Es inútil. No puede entendernos a ninguna. Vosotros destruisteis nuestro lenguaje.
Las otras sirenas se acercaron revelando también su aspecto de pez. Kaito
perdió el control e hicimos lo que mejor sabíamos hacer: emplear la voz
como defensa.
La melodía de los siete mares provocó un dolor de cabeza tremendó a M.
Suliman, con lo que su cabeza explotó y nació el mar Rojo. Y Kaito ahora
estaba inconsciente. Temblaba por el contacto del frío suelo del puerto.
Un puerto lleno de paz, tranquilo.
Todo había acabado y sin M. Suliman ya no había protección en el mundo
humano. Podíamos atacar y vencer. Sin embargo, las demás sirenas coincidían en sus opiniones sobre los humanos y convencimos a Poseidón
para que detuviese la guerra.
Los diccionarios volvieron a la normalidad. El lenguaje renacía. Tal vez
este fuese el principio de un mundo libre de guerras donde todos podían
expresarse plenamente. O no.
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GANADOR AUTONÓMICO
LA ADICCIÓN DEL INSPECTOR
HAZELCROWT Y CÓMO NOS SALVÓ
Sergio Garrido Areal
IES Pino Manso (Galicia)
L
os diccionarios no tienen piernas, eso está bastante claro. Desde luego, alguien los ha tenido que robar. Pero, ¿qué clase de demente es
capaz de robar todos los libros con una simple definición? Y lo más
importante: ¿para qué?
Al menos eso pienso yo, y no creo que esté muy equivocado. Algo está detrás de todo esto, y lo voy a averiguar. ¿O hay algún caso que se le resista
al inspector Hazelcrowt?
Como primera pesquisa, he decidido ir a visitar a los presidentes de las
principales potencias mundiales. Y os contaré una cosa: qué aburridos son
la burocracia y los protocolos. Todo, para decirme que no saben nada.
Pero qué broma de mal gusto. ¡Si mi tiempo es oro!
Después de eso me he ido en avión a China. Dicen que allí se inventó el
papel, así que algo tiene que haber. Pues nada oye, ni pistas ni nada. Eso
sí, muchos chinos han intentando venderme souvenirs y un arroz que no
sabía bien. Menos mal que he sacado la petaca y he empezado a beber
(agua, eh, que el alcohol es para el bar con los colegas).
Y entonces fue cuando me dije: “¿Pero qué estoy haciendo? Lo que tengo
que hacer es irme a Alemania, donde se inventó la imprenta”.
Al principio me pareció una buena idea, sobre todo porque las alemanas
eran más guap… quiero decir, corteses. Y allí me fui con mi petaca (os
prometo que solo eché otro trago), a Alemania. Pero resulta que como
“siempre” tengo tanta suerte, en vez de que mi guía fuera una chica jovencita que no pasara de los veinticinco años, me fue a tocar con la que
debió ser la señora de Tutankamon porque, ¡madre mía!, mira que le colgaba el pellejo del cuello. Traducir traduciría muy bien, pero no hizo más
que hablarme de sus quinientos nietos alemanes y sus respectivos novios
y novias.
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Así que, después de oír durante horas a la mujer de Tutankamon, llegamos
al que había sido el taller de Gutenberg, el inventor de la imprenta (debe
ser el único día que atendí en clase, porque, si no, no me explico cómo
lo sé).
Allí fue donde encontré la primera pista. El problema: pues que era una
pieza de museo. Hablemos claro: la robé. Sí, no nos andemos con medias
tintas. Yo soy un hombre de palabra y juré que la devolvería. Pero ahora
creo que la tengo de recuerdo en la estantería, y eso que han pasado tres
meses.
Pero no nos desviemos del tema. Resulta que la pieza era un plato conmemorativo del primer libro impreso. Tenía unas palabras grabadas: “Irás
al país de la pasta, donde la gran torre torcida aguarda. Busca la estatua”.
No hay que ser un genio para saber a qué país se refería… Francia. Luego
recapacité un poco, eché otro trago a mi petaca y me dirigí a Roma, en
Italia. Me dirigí, entre plazas y puentes, a una estatua de Poseidón, dios de
los mares. En su tridente, que por alguna razón inexplicable lo pude coger, me mostró la última pista: “Irás al país de la paella y los toros, donde
el castellano se encuentra en su punto de origen. Revisa la gran mancha”.
Lo reconozco: tampoco devolví el tridente.
Utilizando mi gran ingenio, me di cuenta de que se refería a Castilla-La
Mancha (al fin y al cabo, soy el inspector Hazelcrowt).
Concretamente, me fui a un pueblo de cuyo nombre no puedo acordarme. Tengo que dejar la bebida.
Yo ya estaba un poco asqueado. Que si chinos, que si alemanas centenarias, que si estatuas de dioses… ¿Qué tenía eso que ver con los diccionarios?
Pero al ver aquella universidad lo comprendí: Todos los lugares que había
visitado tenían algo en común, el conocimiento. Los chinos y el papel, los
griegos y romanos y sus filósofos, Gutenberg y la imprenta…
Entré en el edificio y me quedé sin palabras: diccionarios de todos los
idiomas, de antónimos y sinónimos, de ortografía, científicos… Todo en la
tierra donde nació Cervantes, aquel tío que escribió sobre el colgado de
Don Quijote (no me gusta la lectura, ¿qué pasa?).
Y así fue como descubrí que los diccionarios, cansados del desprecio y
pasotismo de las personas de hoy en día, decidieron darles una lección:
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desaparecer, y ver cómo se desesperaban sin ellos. Planteando una prueba que solo yo, el grandioso inspector Hazelcrowt, podría superar.
Ahora mismo, tres meses después, soy un héroe reconocido por todo el
mundo. Ah, y os confesaré un secreto: Lo que yo bebía de mi petaca no
era solo agua.
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GANADORA AUTONÓMICA
SIN TÍTULO
Sara Porres Montaña
Colegio San José Hermanos Maristas (La Rioja)
D
olor. Es la única palabra que aflora en mí en estos instantes. Vuelvo a escuchar el látigo y oigo un grito desgarrador. Ya no sé si ese
grito proviene de mi garganta, o si son todo imaginaciones mías.
Se me nubla la vista, pero llego a vislumbrar el rostro de la persona que
tiene el látigo. Y veo en sus ojos miseria, ignorancia, crueldad pero, sobre
todo, tristeza.
Porque sin educación el ser humano no es más que un animal.
De repente, me desplomo en el suelo y pierdo el sentido.
Todo empezó con la desaparición de los diccionarios. Recuerdo que salía
en todas las noticias: “Misteriosa desaparición de todos los diccionarios
del planeta”. “Un nuevo ataque contra la educación”.
Cuando lo escuché por primera vez me temblaron las piernas y casi caigo
al suelo. ¡No era posible! ¿Quién lo había hecho? ¿Por qué?
Yo no me considero escritor, me considero artista. Cada vez que escribo
una palabra en mi viejo cuaderno es como si trazase una pincelada en un
lienzo de papel. Cada una de las letras que dibujo con mi pluma es una
línea de color que da vida a un cuadro: mi historia.
Todo el planeta estaba confuso; no había ningún diccionario. Las editoriales tenían prohibido publicarlos, y todas las familias estaban obligadas
a entregar los suyos a las autoridades.
Las casas habían cambiado mucho. Los nuevos jefes de gobierno quemaron públicamente millones de libros y diccionarios. Su objetivo era dejar
al mundo sin acceso a la cultura. Así, las nuevas generaciones serían más
fáciles de manipular.
Aquella tarde me di cuenta de que mis mayores armas eran mi pluma y mi
cuaderno, donde expresar mis ideas y sentimientos, donde crear obras de
arte: únicas y personales.
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Y es por eso por lo que yo sé que no soy escritor, sino artista.
Recuerdo que todo sucedió muy rápido. Antes de que los policías viniesen a mi casa, cogí un diccionario y lo guardé bajo un tablón del suelo
que estaba suelto. No podía permitir aquello. Con una fuerza que no sé
de dónde saqué, le dije a los policías que no tenía nada. A partir de ese
momento, mi vida cambió.
En los años siguientes lloré todos los días. Lloré porque, al caminar por
las relucientes calles de Mondá, veía a los niños trabajando. Les miraba
a la cara y veía en sus ojos una madurez que no era propia de su edad. Y
es que esos niños jamás habían tenido la oportunidad de soñar despiertos
acariciando las hojas de una novela de aventuras, nunca habían tenido
miedo de los monstruos de los cuentos para los más pequeños.
Jamás habían leído nada.
Yo, cada día, leía y leía el diccionario hasta que me dolían los ojos, porque
sabía que era la única manera de no acabar convertido en uno de ellos.
En el fondo, me daban mucha pena.
Y así, día tras día, transcurrió mi vida. Las personas cultas que aún quedaban fallecieron y el mundo se convirtió en un infierno.
Pasaron los años y llegué a saberme el diccionario de memoria, palabra
por palabra.
Fue un día, que parecía ser como todos, cuando comenzó un infierno
peor que el que ya conocía. Estaba sentado en el porche, leyendo mi diccionario, cuando los policías entraron a mi casa y me agarraron y ataron
sin ningún miramiento. Y, entonces, un hombre sacó un látigo.
Recupero el sentido. Me siento muy débil. Estoy al límite de mis fuerzas
pero no puedo dejar de mirar a ese hombre. Y veo reflejado en él el dolor
de ser una pieza más en un juego del que todos formamos parte. No puedo
evitarlo y comienzo a sollozar. Sé que no es culpa suya haber acabado así,
pero siento una pena inmensa al comprobar en lo que le han convertido.
Noto cómo la vida se me escapa, lenta y dolorosamente, por cada una de
las heridas de mi espalda, unas heridas hechas por la miseria y la ignorancia.
Y entonces, haciendo acopio de las fuerzas que aún me quedan, le grito:
¡Esto no es culpa tuya! ¡Haz de este mundo lo que era antes! ¡No te rindas
a la ignorancia! ¡Tú… tú puedes cambiar las cosas… puedes…
Y, de repente, todo se torna negro.
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GANADOR AUTONÓMICO
LO NUNCA ENCONTRADO
Guido Biante Cravero
¡S
Colegio Miravalles - El Redín (Navarra)
ignificados, sinónimos, antónimos, morfosintaxis! ¡Más sabiduría! El
único deseo con el que soñaba.
Todos tenemos sueños, amores, deseos que nunca se cumplirán y jamás
se nos borran de la cabeza. Siempre tendremos esa pequeña gota de esperanza que, aunque sepamos que tal sueño, tal amor, tal deseo, es imposible, es lo que nos da ganas de vivir. ¡Ahí es donde se encuentra la verdadera felicidad! El hombre feliz no es aquel que desea algo y lo consigue
sin apenas esfuerzo. El feliz es el pobre, el trabajador medio que trabaja y
sufre el día a día con el amor de sus seres más amados. El que tras un duro
esfuerzo llega a su meta. Seguirá sin vivir su sueño. Tendrá algo muchísimo peor, pero lo que de verdad le hace feliz es contemplar su pequeña
consigna ya completada: Mirar atrás y ser admirado. Ya que, gracias a su
duro trabajo, no solo ha completado su consigna, sino que ha gozado de
vivir la esperanza, el esfuerzo, la diligencia y muchas más virtudes, más
necesarias que ningún material existente en la Tierra.
Un hombre trajeado, elegante, alto y pálido, siempre aprendiendo. Él lo
gozaba y solo entonces se le reflejaba una ligera sonrisa en su pálido rostro. Él decía: “He incrementado mi sabiduría pero lo que me preocupa es
que he vertido una gota más en el cáliz de la felicidad”.
Nada más que enciclopedias, diccionarios y libros de texto podías ver en
su despacho. Alzabas la mirada e incluso el techo parecía estar lleno de
palabras.
El día N empezó todo. Lo había estado planeando durante lustros. Ya lo
avisaba en el pequeño cartel que estaba colgado en la puerta: “El día N
es inminente, alcanzaré la felicidad”. Los vecinos creíamos que se iba a
suicidar, pero ocurrió algo mucho peor.
De los seis continentes, de todos los países y ciudades, los diccionarios
habían desaparecido. Alguien se había hecho con todo el conocimiento.
Él ya no estaba en su despacho. Los más sabios de la lengua de cada país
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se habían reunido para recopilar todas las definiciones posibles, pero todavía faltaba el más sabio, el rey de la lengua. Todo el mundo sospechaba
o incluso afirmaba que había sido él. Pero nadie sabía dónde se situaba.
Todos los días venían decenas de periodistas a preguntar y a averiguar
cualquier novedad. Pero hubo algo que me llamó la atención: un señor
muy mayor, que venía todos los días, se quedaba mirando el despacho y
lloraba. Yo no sabía por qué y la intriga, que no me dejaba dormir, iba a
acabar conmigo.
Un día tuve la suficiente fuerza de voluntad como para ir y preguntarle
cuál era la razón por la que venía, día sí y día también, a llorar. El anciano
me contestó: “Él era mi alumno en la universidad, el mejor. Le apasionaba la lengua, pero me daba miedo. Era especial. Siempre creyó en la
felicidad completa. Entraba en mi casa a medianoche y me suplicaba que
le pusiese un examen. Se le veía un rostro de desesperación insufrible”.
También me dijo dónde estaba. Y, tras pensarlo con la almohada varias
semanas, y tras muchas reflexiones, me decidí a ir a hablar con él.
Fue la mejor experiencia que he vivido jamás. Estaba en un refugio en la
cima de una montaña. Llamé a la puerta y no hubo contestación. Pensé
que no había nadie, así que me di la vuelta y di unos pasos. Hasta que
oí un grito estremecedor. Entré rápido y le vi sentado en una silla. Había
estado sin comer todo este tiempo. Me miró y me preguntó si era feliz. Yo
le contesté que a veces. Me respondió fríamente que me suicidase: “¿Para
qué vivir si no eres feliz?” Entonces le expliqué en qué consiste ser feliz y
que para ser feliz hay que amar y ser amado. Y me fui.
Se suicidó al día siguiente. Me había dejado una nota:
“Amigo,
Tú eres y habrás sido el único que he tenido en toda mi vida. Solo eres un
niño, pero eres más listo que yo. No desperdicies tu vida como he hecho
yo con la mía. Te amo desde lo alto”.
Gracias y hasta nunca.
Se feliz o muere”.
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GANADORA AUTONÓMICA
SIN TÍTULO
Teresa López Cuesta
Colegio Agustiniano (Madrid)
T
ic, tac. Cada segundo que marca el reloj me eriza el vello de la
nuca. La sangre me recorre las venas como plomo. Gotas de sudor
frío me resbalan por las mejillas. Tic, tac. El corazón oprimido lucha
por seguir latiendo al ritmo de mi acelerada respiración, mientras mi mente imagina el inminente destino.
Todo ocurrió un día como otro cualquiera. Nadie sabía cómo ni por qué
habían desaparecido todos los diccionarios del planeta. Supuso una gran
pérdida, pues desaparecieron las palabras, en todos los idiomas y dialectos. Todos eran conscientes de que si no se hacía nada al respecto la
humanidad perdería la capacidad de hablar, de comunicarse. Cuando escuché la noticia era tan solo una cría de diez años. Sin embargo, me hizo
reflexionar. ¿Acaso era tan importante una montaña de hojas llenas de
definiciones? Aquello no podía ser del todo cierto. Comencé a investigar,
a observar a las personas, y por fin nació en mí una idea completamente
nueva. Pensé que cada persona guarda en su interior un diccionario. Es
un diccionario de sentimientos, experiencias, realidades, sueños. Cada
uno de ellos puede transformarse en bellas palabras, con significado aportado por cada uno de nosotros. Pensé en un mundo en el que una persona nunca muere para siempre, sino que su vida abandona su cuerpo
para transformarse en cada una de esas letras que formarán el libro de
su existencia. Con esta nueva concepción del mundo puse en marcha un
proyecto al que llamé “Una persona, un diccionario”. Logré convencer
a las autoridades para que me ayudaran con investigaciones. Y crearon
las máquinas de sentimientos. Pero, deseosos de obtener beneficios con
los diccionarios, no tuvieron en cuenta la moral, y crearon un verdadero
artefacto de destrucción humana.
Tic, tac. Oigo pasos que se aproximan. El miedo me invade por completo,
extendiéndose por cada partícula de mi ser. Decido ser valiente. No dejaré que disfruten con mi sufrimiento. Entonces se abre la puerta. Varios
hombres entran en la sala y me obligan a seguirlos. Me meten en una
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cámara muy estrecha y cierran las puertas. De repente, una corriente me
atraviesa y noto un intenso dolor. Poco a poco esa corriente me va consumiendo. Pierdo todo mi color, el brillo de mis ojos. Mis sentimientos se
desprenden de mí. Ya solo me queda el dolor, que me obliga a sentarme
en posición protectora, pero aquel tormento no para. Las lágrimas se escapan de mis ojos y me aferro a lo único que me queda: los recuerdos.
Pienso en el cariño de mis padres y de mis amigos, en los buenos momentos de mi vida. Me agarro a ellos por temor a perderlos también. Entonces
la máquina para y el mundo se desvanece a mi alrededor.
Despierto en una cama, pero no sé dónde estoy. Una mujer entra y sonríe
al verme. Se sienta a mi lado y me explica lo ocurrido: me habían elegido,
por mi fuerte carácter, para formar un diccionario, junto con veinte personas más. El experimento consistía en quitarme mis ilusiones, sentimientos
y recuerdos para construir con ellos palabras y definiciones. Sin embargo,
mi tesón por vivir había destruido la máquina, y había permitido a los
gobernantes darse cuenta de su gran error.
Ya estoy recuperada del todo. Han pasado meses desde que me atraparon.
Con paso tranquilo me dirijo a la nueva Real Academia de la Lengua. Mis
pies rozan suavemente la arena. Ha muerto una persona y, como es ahora
costumbre, la han colocado sobre el mar. Veo que, poco a poco, de ella
van surgiendo letras, palabras e imágenes. Un libro abierto sobre la arena
va recogiendo todo, hasta que el cuerpo desaparece por completo. Después, un hombre escribe el nombre del fallecido en la portada. Ese libro
pasará a formar parte de la Real Academia de la Lengua, situada ahora en
la orilla del mar, como nuevo diccionario de vidas que preservará la cultura de la humanidad. Sonrío complacida y, como enviada de la lengua,
vuelvo al lugar del que procedo: las palabras.
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GANADORA AUTONÓMICA
EL PODER DE UN ABRAZO
Ana Galiano Gómez
Colegio de la Señora de Nuestra Fuensanta (Murcia)
A
pesar de haber amanecido hace dos largas horas, el mundo estaba
ensombrecido, triste, oscuro. Hoy, el cielo y la tierra, ambos de un
color gris plomizo, disipados por una extraña niebla, se funden en
el lejano horizonte. Se avecina tormenta. Lo sé. Lo presiento. Juraría que
puedo oler algo diferente en el café con leche que me bebo. Algo falla. El
espeso líquido que adoro no es el mismo de siempre y el azúcar hoy no
sabe tan dulce como otros días. Cuando abro el periódico que mi servicial
labrador me trae, se me cae el alma al suelo al descubrir abatida que no
me había equivocado, algo iba mal. Una oscura noticia se cierne esta
mañana de sábado sobre el mundo entero. Aprieta tanto que me asfixia.
Por unos minutos hace que pierda la cordura. Me sumerjo en un futuro en
el que la gente no se entiende; un mundo donde las palabras pierden su
sentido desgastadas por el poco uso que se les da; un mundo en el que los
libros son inútiles y se queman en las hogueras, como algunos hicieron
antaño. Noto cómo una ola de cansancio me recorre de los pies a la cabeza, cómo la tristeza, la frustración y la impotencia se enfrentan en una
frenética carrera por llegar hasta mi corazón. La más rápida es la tristeza,
pero enseguida es sustituida por la frustración y la impotencia, que se
mezclan con mi alma robándole el brillo y la alegría que le corresponde.
Pero, quién sabe cómo, logro salir de mi casa con las lágrimas emborrachándome la vista y el periódico bajo el brazo. Decido acudir a la única
persona que sé que me dará todas las respuestas que necesito: Óscar.
Camino por las calles, donde la gente se mezcla, ríe y habla como si
nada ocurriese. Quizá no sepan aún la noticia, o ni siquiera les importe.
Sea lo primero o lo segundo, sigue siendo igual de horrible. Tengo ganas
de gritar con todas mis fuerzas, que me oigan todos, desde las pacíficas
cigüeñas que duermen en lo alto del campanario hasta las ratas que corretean por las alcantarillas. A pesar de todo no me sale la voz, pero noto
cómo la gente, más sensible de lo que parece, palpa mi dolor en el aire y
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se aparta para dejarme pasar, como si pudiese pegarles una enfermedad.
Justo cuando creo que no voy a soportar pasar un minuto más atrapada
ante esta multitud, comienza a llover. El agua fría cae del cielo en un descenso rápido, y recuerdo a mi hermana pequeña diciéndome que llueve
porque las nubes lloran. Y así paso el resto del trayecto, llorando con las
nubes y dejando que mis lágrimas se mezclen con las suyas. Al fin llego
a mi destino.
Un elegante edificio construido hace más de 40 años se alza majestuoso
ante mí. La familiar forma de las ventanas y el color grisáceo de la fachada me consuelan. Un rayo de sol atraviesa la niebla e ilumina un letrero:
“Biblioteca”. Atravieso la puerta. Me quedo largo rato en la entrada con
los ojos cerrados, dejándome acariciar por el ritmo que marcan las suaves
pisadas sobre el suelo de madera y el olor que desprende el polvo de los
libros. Cuando abro los ojos dirijo una mirada a las altas estanterías repletas de historias, vidas, recuerdos, amores y aventuras, y empiezo a caminar. Un anciano escuálido y encorvado me observa desde una esquina
de la enorme sala. Su bigote blanco y su larga barba destacan la primera
vez que lo veo. Pero conforme me voy acercando a Óscar me hundo en
sus grandes ojos marrones, que parecen hechos de chocolate fundido, eso
sí, un chocolate antiguo, espeso, cálido y enigmático que hoy encierra en
su interior una terrible noticia. Con una sola mirada, Óscar me comunica
más que lo que cualquier otra persona me diría con cientos de palabras.
Así sé que los diccionarios, cansados de pasarse la vida gritándonos desde
las estanterías, han dejado de hacerlo, se han rendido. Se han sentido tan
muertos, tan vacíos y tan inútiles que han dejado de esforzarse por mantener las palabras de la mano de sus correspondientes significados, han
dejado que la coherencia abandone sus páginas. Sólo espero que, con un
poco de suerte, siga quedando sitio para ella en el interior de esos gruesos
y sabios tomos, que se apiaden de nosotros y no nos abandonen.
Me acerco a una de las estanterías y cojo uno de aquellos diccionarios
entre mis manos, lo acuno como si de un bebé se tratara y, con cariño y
amor, lo acaricio lentamente en un intento desesperado de pedirle perdón
por no haberle escuchado, ya que me siento profundamente culpable.
Alguien me da una palmadita en el hombro. Antes de girarme sé que es
Óscar. Nos quedamos unos segundos callados, uno frente al otro, hasta
que, sin soltar el diccionario, le abrazo.
No es un abrazo normal. En él no solo hay dos cuerpos que chocan y dos
personas tocándose, sino dos almas que se abrazan fuertemente de forma
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invisible, se unen de una manera mágica y especial que nadie, excepto
ellos dos, puede percibir.
Así nos quedamos con nuestras almas entrelazadas, llorando de la forma
más bella que existe, en silencio, solo con los ojos y el corazón, dejando
al resto del cuerpo fuera. Y así, mientras nuestros mundos se derrumban
poco a poco a nuestro alrededor, compartimos nuestra pena y nuestro
dolor y sentimos que la pesada carga, al ser compartida, parece que pesa
un poco menos.
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GANADORA AUTONÓMICA
DICCIMINI
Ainhoa Suárez Limia
Colegio Paula Montal Escolapias (País Vasco)
“Y
o era un pequeño e indefenso diccionario cuando todo aquello
ocurrió”.
Me desperté en mi balda una mañana más de un corriente día de primavera,
5 de abril para ser exactos. Algo extraño ocurría. No estaban mis padres, Diccimamá y Diccipapá. Habían desaparecido.
Me lo tomé con calma, ya que los diccionarios nos caracterizamos por nuestras microscópicas piernas y nuestro gran peso, así que no podemos andar
muy lejos.
Ya me acuerdo. Ayer a la noche mis padres se escondieron porque estaban
hartos de la monótona situación que vivimos los diccionarios. Si nos caemos
de las baldas, no se molestan en recogernos. Cuando vamos en las mochilas,
no podemos respirar, y además nos llaman pesados, molestos o insignificantes.
Nosotros lo único que hacemos es ayudar. Estamos las 24 horas del día listos
para abrirnos y dar información a esos seres que nos tratan con tanto desprecio.
Dejando mis pensamientos atrás, me centré en encontrar el escondite de mis
padres. Justo cuando comencé a caminar, vi una tabla del parqué suelta y un
diccionario saludándome. ¡Era Diccimamá!
Corrí todo lo que pude para que mi dueño no me pillara, pero me parece
que me tengo que poner en forma ya que, justo cuando iba a entrar al
hueco de debajo de la tabla de madera, mi dueño entró y me vio corriendo.
– ¡Qué haces corriendo, si eres un diccionario! –gritó enérgicamente–.
¡Eres un diccionario y supuestamente habéis desaparecido del mundo!
–Eso es lo que usted cree. No hemos desaparecido, nos hemos escondido.
No estamos dispuestos a consentir que nos traten como a objetos.
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–Técnicamente lo sois – dijo irónicamente –. Es normal que os tratemos
como objetos.
–No, no lo es. Lo único que pedimos es que nos aceptéis como buenos
diccionarios que somos. Que nos cuidéis y nos miméis porque, al
igual que los humanos tenéis derechos, nosotros también deberíamos
tenerlos.
–Entiendo. Si los humanos creamos unos derechos para los diccionarios, ¿saldréis todos de vuestros escondites?
–Sí, supongo. Solo saldremos cuando se acepten nuestros derechos.
Mi dueño salió corriendo de la estancia y yo aproveché para meterme
debajo de la tabla del parqué y reunirme con mis padres.
Al cabo de unas semanas se crearon los D.U.D. (Derechos Universales de
los Diccionarios) y fue en ese momento cuando todos nosotros salimos
de los recovecos en que nos habíamos escondido. Por fin, gracias a mí,
fuimos felices y comimos chuletones a la brasa.
Más tarde ocurrió la revolución de los lapiceros, pero esa es otra historia
que contaré en otro momento.
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