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EN BUSCA DE PAPÁ Llamando al Papá que hay en el hombre Charles Elliott Newbold, Jr. “El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición.” Malaquías 4:6 Contenidos Prefacio Introducción—Buscando a papá Capítulo 1 – La naturaleza familiar de Dios Capítulo 2 – Una familia para Dios Capítulo 3 – Una familia para el hombre Capítulo 4—El poder del papá Capítulo 5 – Guerra contra la familia Capítulo 6 – Sanando la herida del Padre Capítulo 7 – Encontrando al Padre­Dios Capítulo 8 – Haciéndonos Hijos primero Capítulo 9 – La verdadera vocación del Papá Capítulo 10 – Características de los ancianos en su proceso de creación Capítulo 11—Un Hombre que sirve Capítulo 12 – Un Hombre en obediencia Capítulo 13 – El Poder de ser valorado Capítulo 14 ­­Un Hombre de bendiciones Capítulo 15 ­­ Un Hombre de Paz: Un hombre de guerra Capítulo 16 – Un Hombre que rinde cuentas Capítulo 17 – Un Hombre consagrado Capítulo 18 – Un Hombre que hace lo recto Capítulo 19 – Un Hombre probado en el fuego Dedicación: A mi fiel esposa, que me siempre me ha dado lugar con toda gracia parea ser el marido y el papá que Dios quiso; y a mis hijos, que multiplican las bendiciones de la familia recibiendo el don de papá para ellos mismos.
Oro por todos los que lean estos libros para que Dios pueda daros espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de Él; para que sean alumbrados los ojos de vuestro corazón; para que podáis conocer la esperanza de Su llamamiento, cuales sean las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos y cual la supereminente grandeza de Su poder hacía ti como creyentes. Copyright © 1997 por Charles E. Newbold Jr. – Todos los Derechos Reservados Publicado por Ingathering Press, 306 Cumberland Cove Road; Monterrey, TN 38574 USA A no ser que sean citadas específicamente, todas las citas bíblicas corresponden a la versión inglesa de la Biblia King James*, con ciertas palabras cambiadas a su equivalente moderno; por ejemplo “vos” y “usted” han sido sustituidas por “ti” y “tu”. Algunas palabras y marcas de puntuación han sido modernizadas. Las citas de la Escritura identificadas como NAS corresponden a la versión inglesa New American Standard Bible. Copyright© 1960, 1962, 1963, 1968, 1971, 1972, 1973, 1975, 1977 por la Fundación Lockman. Las citas de la Escritura identificadas como NKJV corresponden a la Santa Biblia, New King James versión. Thomas Nelson Publishers. Copyright© 1983 por Thomas Nelson, Inc. Las citas de la Escritura identificadas como NIV corresponden al Nuevo Testamento, New International versión. Zondervan Bible Publishers, Copyright © 1973 by New York Bible Society International, tal y como aparecen en el Nuevo Testamento Paralelo de Zondervan in Griego e Inglés. La traducción literal y más exacta de la palabra griega ekklesia, que es “llamados­fuera” o “asamblea”, se ha usado en lugar de la traducción tradicional de “iglesia”. Los nombres de personas y ciertos detalles han sido cambiados para proteger las identidades de las personas a quienes se hace referencia en este libro. Library of Congreso Catalog Card Number: 96­95019 ISBN 0­9647766­1­8 *Nota del Traductor. La versión de la Biblia utilizada en castellano es la Reina­Valera 1960 o la Biblia de las Américas.
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Prefacio Cuando repasé el manuscrito de este libro, ¡suspiré! ¿Cómo es posible que un hombre viva conforme a los estándares puestos aquí? Mi respuesta. Ni lo intentes. ¡Es imposible! Pero con Dios todas las cosas son posibles. La idea de este libro es que no podemos. Dios sí puede, así que dejémosle—dejémosle hacer por nosotros lo que se Ha propuesto hacer de cualquier modo: llamar al papá que hay en el hombre. Simplemente he intentado pintar lo que yo creo que es un cuadro dado por Dios de cómo es el papá. Lo único que cualquiera de nosotros puede hacer es mirar al cuadro y decir, “¡Qué pasada! Yo quiero eso.” Y después, pedir a Dios que nos ponga dentro de ese cuadro al poner Él ese cuadro en nosotros. Lee estas ideas de este libro en oración y en fe y deja que el Espíritu Santo te convenza donde tengas que ser convencido, te cambie donde necesites ser cambiado, te anima cuando necesites ser animado, y fortalecido cuando necesites ser fortalecido. Reuniones de estudio de grupos pequeños Puedes potenciar al máximo los beneficios de este estudio usándolo en la clase de la escuela dominical de adultos, en estudios bíblicos o en un grupito de los que se reúnen para dar cuentas. Al final de cada capítulo incluyo preguntas para tratar el tema. Tomaos tiempo en vuestra primera sesión para establecer normas y líneas generales para la reunión. La norma más importante es la confidencialidad. Cada miembro del grupo debe tener la certeza de que cualquier cosa que se diga no va a ser repetida fuera de la reunión. Acordad ser abiertos y honestos unos con otros. Aceptaos unos a otros incondicionalmente. Edificaos unos a otros y afirmad acciones positivas, decisiones y cambios. Cada persona es responsable de sus propios pensamientos, sentimientos, acciones, decisiones y asuntos. No se debe esperar que nadie sea consejero sino que todos han de ser buenos oidores. Permaneced centrados en el tema. Sed constantes y puntuales en la asistencia. Estableced políticas de comportamiento y de organización que consideréis necesarias y apropiadas. Dedicad tiempo a las cosas que queráis conseguir durante cada reunión de grupo y ceñíos a eso. Las reuniones que duran demasiado desaniman la asistencia. Durante la semana, antes de cada reunión, leed un capítulo de este libro y usando una libreta, responded a las preguntas de ese capítulo concreto. Agenda sugerida para las reuniones de grupo Tomad una cantidad de tiempo asignado para discutir de forma general los asuntos que surgieron más frecuentemente en el capítulo de estudio correspondiente a esa semana. Compartid vuestras respuestas a esas preguntas. ¿Qué ideas tuvieron el mayor impacto sobre ti? ¿Qué no entendiste? ¿Cómo se identifican personalmente los contenidos del capítulo con tus experiencias?
Después, compartid brevemente vuestras respuestas a las preguntas para cada capítulo. Sed abiertos a otras buenas preguntas que puedan surgir. Después de esto, haced los ejercicios de grupo que aparezcan. Y finalmente, tomad peticiones de oración. Limitad éstas a los asuntos que son tratados y por los que hay que dar cuentas. Orad unos por otros mientras sois guiados por el Espíritu Santo y/o por las Escrituras. Orad en privado unos por otros durante la semana. Si estáis leyendo este libro personalmente o estudiándolo junto con otros, os llamo a permanecer abiertos a lo que el Espíritu Santo quiere hacer en vuestra vida. Invitadle a daros un espíritu de sabiduría y de conocimiento por revelación cada vez que cojas este libro para leerlo. Introducción – Buscando a Papá
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Introducción – Buscando a Papá A los 58 años de edad, cuando comencé a escribir este capítulo, era padre de tres hijos, abuelo de tres nietos, padrastro de tres y abuelastro de dos. Y Yo seguía buscando a papá. Yo no tuve padre a lo largo de casi toda mi niñez. Él andaba por ahí, echando a perder su negocio y estando con otras mujeres. Sólo me quedan unos pocos recuerdos del tiempo que estuvo en casa. Me aferro a cada uno de ellos. Nos dijeron que él fue el sexto hijo de una familia pobre llamada Elliott en Carolina del Norte. Su madre murió dando a luz al séptimo hijo cuando él tenía sólo un año. Su padre no podía encargarse de sus hijos y tuvo que romper la familia. Papá fue acogido por la familia Albert Newbold y criado en Pennsylvania. Que yo sepa, eso es todo lo que él sabía de su propio parentesco sanguíneo. Mi padre creció y tuvo dos hijas con su primera esposa. Las abandonó y trasladó su negocio de camiones a Kentucky, donde conoció a mi madre y se casó con ella. Tuvieron tres hijos—mi hermana mayor, yo y mi hermana menor. No sé porque mi padre estuvo lejos de nosotros todo el tiempo ni tampoco por qué él y mi madre se divorciaron. Supongo que le gustaban sus mujeres más que nosotros, porque pronto se enredó en la red de otro matrimonio de corta vida. Él fue el único esposo de mi madre. Estaba en bancarrota cuando se volvieron a juntar y a casar. Después, dos años más tarde, murió de un ataque al corazón en medio de la noche. Yo tenía catorce años. Me alegraba de haberle tenido en casa pero años más tarde me pregunté por qué mi madre le había vuelto a recibir. Ella solía decir que Dios la dejó vivir sus días como viuda más que como divorciada. Criar a los tres fue la misión única de mi madre en la vida. Hizo todo lo que supo. Pero las mamás no pueden ser papás y los papás no pueden ser mamás. Dios no nos hizo de ambos modos. Así crecí yo, sabiendo de madres. Pero nada de padres. Los abuelos habían muerto cuando yo nací. Así que ahí estaba yo: sin padre, sin abuelos, sin tíos que se preocuparan, y sin ni siquiera un hermano. Necesitaba un padre. Habiendo estado muerto por cuarenta y cinco años, yo aún seguía buscándole. Le buscaba en algún lugar dentro de mí. Le buscaba en alguna memoria escondida en mi interior, algún abrazo significativo, en una buena zurra detrás del granero, o en ese momento de momentos en el que mi padre mayor que la misma vida, me llamara de la choza de mi madre, por así decirlo, para sentarme entre los hombres de la tribu, y escucharles decirme, “Este día, joven, has llegado a la mayoría de edad”. Me habría aferrado a cualquier cosa que añadiera algo a esos pocos recuerdos gastados y fotos antiguas que yo tenía de él. Pero eso era entonces. En los meses que siguieron a mi 59 cumpleaños, Dios comenzó a sanar la herida de mi padre. En el proceso, Él reveló Su propio corazón y el anhelo de una familia y cómo Él mismo está restaurando el padre a la familia en cumplimiento de Malaquías 4:5­6: “He aquí Yo envío al profeta Elías antes del gran y terrible día del Señor. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición.”
Yo perdí a mi padre, primero con su divorcio, y finalmente con su muerte. Mi amigo Jerry perdió a su padre con el whisky. Daphne perdió a su padre hace veinte años sin libertad condicional en la penitenciaría estatal. Ricky perdió a su padre por causa del cáncer. Clarisa perdió a su padre en las calles, cuando las drogas le hicieron perder su trabajo. Laura perdió a su padre por ira, después de una paliza tras otra. Donny también perdió a su padre. Bueno, él no está muy seguro. Su padre simplemente se fue a algún lugar muy dentro de él mismo. ¿Dónde han ido a parar todos los padres? Las sociedades florecientes se edifican sobre la integridad de pequeñas unidades familiares. Las unidades familiares florecientes dependen grandemente de la integridad de los padres en esas unidades familiares. La pérdida de la paternidad para una familia es una pérdida para toda la familia del hombre. La cadena de la sociedad es tan fuerte como su vínculo más débil. Al ir en busca del padre en este estudio, pretendemos encontrar algo más que un cheque de apoyo para un niño o un padre hecho polvo abofeteado en una prisión. Estamos buscando la naturaleza de Dios que ha sido sembrada en la tierra del alma de todo varón. Al descubrir esta semilla de la naturaleza del padre dentro, esperamos que Dios ponga Su deseo de familia en nuestros corazones y restaurar a la familia tal y como Él lo quiso originalmente volviendo el corazón de los padres a los hijos. Te invito ahora a unirte conmigo en esta búsqueda de papá. Guía de Estudio ∙ Escribe un breve párrafo describiendo la relación que tú has tenido con tu padre y qué efectos, si los hubiera, tuvo esa relación sobre ti. ¿Cómo te ha preparado o ha dejado de prepararte esa relación para ser padre? ∙ Escribe cualquier pensamiento o sentimiento que has tenido al leer la introducción de este libro. ∙ Revisa las líneas generales del pequeño grupo de estudio en el “Prefacio” antes de tener tu primera reunión. Capítulo 1 – La Naturaleza Familiar de Dios
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 1 – La Naturaleza Familiar de Dios El padre es algo grabado en el contexto de la familia que Dios se había propuesto. Si hemos de desvelar el misterio del papá, tenemos que conocer a la familia tal y como Dios la propuso. Por tanto, comencemos con Dios. Dios ha prometido que los corazones de los padres volverán a los hijos y que los corazones de los hijos volverán a los padres, no sea que Él venga y golpee a la tierra con maldición (Mal. 4:5­ 6). No es el corazón de Dios golpear a la tierra con una maldición. En su lugar, Él pretende restaurar a la familia tal y como Él la quiso originalmente, y derramar Sus bendiciones sobre ella. ¿Quién es este Dios y como podemos afirmar conocer Su corazón? Yo tomo la postura de que el Creador del universo es un Dios que Se hizo a sí mismo manifiesto a testigos claves a lo largo de la historia de la humanidad. Estos testigos llevan consigo testimonio consistente de de lo que Dios ha dicho sobre Sí mismo. Estas revelaciones han sido registradas en las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento, que sirven como autoridad para sus afirmaciones. Creo la declaración de 2ª Tim. 3:16, de que “toda la Escritura es dada por inspiración de Dios, y es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”. Creo que los conceptos establecidos en este libro concuerdan con todo el consejo de las Escrituras. La integridad de la familia en Dios Basado en lo que el Dios­Creador ha dicho sobre Sí mismo en Escrituras reveladas, tengo confianza en decir que Dios existe como una entidad espiritual con identidad e integridad masculina y femenina. No sólo es Dios hombre y mujer, también es padre, madre, marido (novio desposado) e hijo. Es un Dios con todos estos diferentes aspectos de Su ser. Se relaciona consigo mismo de todas estas formas. Dios siempre ha sido así y siempre lo será. Esto es más que mera imaginación o metáfora. Dios es dentro de Su ser, esencialmente familia. Estos aspectos de los géneros y de los miembros familiares residen en Dios íntegramente. Por integridad quiero decir que son del más alto estándar para la corrección moral y ética; son inigualables, sanos, íntegros, no divididos, completos y verdaderos. Dios representa dentro de Sí mismo lo que la familia idea es. Dios como hombre y mujer La evidencia en la Escritura para la afirmación de que Dios tiene un aspecto femenino es algo escasa pero creo que es suficiente. Nuestra pista principal para afirmar que Dios es tanto varón como mujer la evidencia primeramente Génesis 1:1, que dice, “en el principio Dios creó…” El término hebreo para Dios que se usa aquí es Elohim. Elohim es el plural de eloha, que procede probablemente de la raíz principal, el, que significa Dios o dioses. De hecho, es interesante que esta palabra es plural­Dios, lo que revela muchos aspectos de Su ser. Génesis 1:27 dice. “Así, Elohim, creó al hombre a su propia imagen, a la imagen de Elohim lo creó, varón y hembra los creó.” Si Elohim creó al hombre a Su propia imagen—varón y hembra—entonces Elohim es tanto varón como mujer.
Puesto que Adán fue el primer hombre creado por Dios, no tuvo padre ni madre—Dios era su propia ascendencia, tanto padre como madre. Que Dios tiene un aspecto femenino maternal en Su ser es algo que lo revela un poco más el título El Shaddai, que Él se aplica a Sí mismo (Gén 17:1). Las palabras hebreas El Shaddai han sido traducidas como “Dios Todopoderoso”. Sin embargo, algunos comentaristas bíblicos creen que Shaddai procede de la palabra hebrea shad, que significa pecho y que siempre se usa en la Escritura en género femenino. El Shaddai habla de Dios (El), que nutre y provee. El atributo maternal femenino de Dios aparece como alegoría en Isaías 66:13, pasaje en el que el Señor promete vindicar a Sión diciendo, “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo.” Hablando en alegorías, Jesús clamo con la pasión del corazón de una madre, “Jerusalén, Jerusalén… ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mat. 23:37) Aunque Dios puede ser tanto varón como mujer, no queremos apresurarnos en llamarle nuestra madre, como algunos han hecho. De acuerdo con el testimonio revelado en las Escrituras, Él prefirió revelarse a Sí mismo en masculino y retuvo la posición y la función como el Padre de Su familia. Además, los aspectos masculinos y femeninos de Dios son realidades espirituales que distan mucho de la realidad natural. Queremos tener cuidado en no intentar comprender asuntos espirituales con nuestra mentes naturales lascivas. Necesitamos que el Espíritu Santo interprete las cosas espirituales por nosotros. Ora para que eso suceda. Dios como Padre La primera referencia a Dios como Padre en el Antiguo Testamento está en Deuteronomio 32:6: “¿Así pagáis a Jehová, Pueblo loco e ignorante? ¿No es él tu padre que te creó? El te hizo y te estableció.” El rey David conoció a Dios como Padre. 1ª Crónicas 29:10 nos dice que, “Asimismo se alegró mucho el rey David, y bendijo a Jehová delante de toda la congregación; y dijo David: Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, desde el siglo y hasta el siglo.” Isaías 64:8 dice: “Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros.” Dios estaba llamando a Israel al arrepentimiento en Jeremías 3:19 cuando dijo, “¿Cómo os pondré por hijos, y os daré la tierra deseable, la rica heredad de las naciones? Y dije: Me llamaréis: Padre mío, y no os apartaréis de en pos de mí.” Dios declaró Su paternidad muy directamente en Jeremías 31:19: “Yo soy Padre para Israel y Efraín es Mi primogénito.” Salmos 68:5 declara que Dios es un padre para los huérfanos. Salmos 103:13 nos dice que el Señor es como un Padre que tiene compasión por sus hijos. El Nuevo Testamento está repleto de referencias de Jesús a Dios como Padre—el mismo Padre­Dios del Antiguo Testamento.
La paternidad de Dios es evidente en Su disciplina. Hebreos 12:5 dice, “Hijo Míos, no menosprecies la disciplina [corrección, castigo] del Señor ni desmayes cuando eres reprendido por Él; porque aquel a quien Dios ama, disciplina, y azota a toda aquel que recibe por hijo”. Dios como esposo Dios habló de Si mismo como un esposo para Israel, “Porque tu marido es tu hacedor, Jehová de los ejércitos es Su nombre.” (Is. 54:5). El profeta Ezequiel capturó por escrito la furia de Dios como marido por su esposa adúltera, Israel. “Confiaste en tu propia hermosura”, dijo Dios y “y te prostituiste a causa de tu renombre, y derramaste tus fornicaciones a cuantos pasaron; suya eras. Además de esto, tomaste tus hijos y tus hijas que habías dado a luz para mí, y los sacrificaste… degollaste también a mis hijos… eres una esposa adúltera que toma a extraños en lugar de a tu marido”: (Ezequiel 16:15, 20,21­32). Finalmente Dios se divorció de ella después de que ella continuamente adulterara y no se arrepintiera. Él dijo, “Ella vio que por haber fornicado la rebelde Israel, yo la había despedido y dado carta de repudio; pero no tuvo temor la rebelde Judá su hermana, sino que también fue ella y fornicó.” (Jeremías 3:8). En su misericordia, Dios también declaró, “Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo; y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sión.” (v. 14). Dios como el novio En las Escrituras del Nuevo Testamento, Jesús es presentado claramente como el Novio y Su cuerpo de creyentes como la Novia. Jesús hablaba de Sí mismo como el Novio en Marcos 2:18­20: “Y los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunaban; y vinieron, y le dijeron: ¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan, y tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el esposo? Entre tanto que tienen consigo al esposo, no pueden ayunar. Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces en aquellos días ayunarán.” Juan el Bautista hablaba de Jesús y de Sus seguidores cuando dijo, “El que tiene a la esposa es el esposo.” (Juan 3:29). El libro de Apocalipsis dibuja la gran boda de los últimos tiempos que ha de tener lugar entre Cristo, el Novio, y Su cuerpo, la novia. “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.” (Apocalipsis 19:7). Pablo revela este acuerdo marital entre Cristo y Sus llamados­fuera en 2ª de Corintios 11:2 diciendo, “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo.”
Dios como Hijo ¿Cómo podemos pensar en Dios como hijo? ¡Muy fácil! Isaías profetizó: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.” (Isaías 9:6). En la plenitud del tiempo, el ángel apareció a María y dijo: “Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo.” (Lucas 1:30­32). Dios en Cristo se humilló a Sí mismo hasta el punto de estar dispuesto a nacer en este mundo como un niño del vientre de su madre. Creció de la niñez a la adolescencia, y después a la edad de adulto. Fue un hijo en la casa de su madre terrenal, María, y de su marido José. ¡Piensa en eso! El Dios todopoderoso se sujetó como un niño pequeño a sus padres terrenales, a quienes Él mismo había creado. Jesucristo vino a redimir a la humanidad para Dios. Él acabó la obra de Dios. Vino como Hijo a Su Padre porque ése es quién Él siempre había sido para Su Padre. Son una familia. Conocer a Dios como familia es esencial para el entendimiento de lo que son las intenciones de Dios al crear a la humanidad. Guía de Estudio ∙ ¿Cómo moldeó tu relación con tu padre, tu propia visión de Dios? ∙ ¿Cómo ha cambiado tu visión de Dios como resultado de leer este capítulo? ∙ ¿Cómo han cambiado los conceptos en este capítulo tus ideas sobre como has de identificarte con Dios? ∙ ¿Cómo has experimentado a Dios como varón y mujer, padre, esposo, novio e hijo? ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo Capítulo 2 – Una familia para Dios
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 2 – Una familia para Dios Dios es esencialmente familia en Sí mismo. Él hizo al hombre una entidad familiar para Sí mismo. Por tanto, las familias de los hombres reflejan el deseo de Dios de tener una familia espiritual para Él mismo. Las familias naturales de la humanidad “Así creó Dios a Su propia imagen, a la imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creo.” (Gén. 1:27). Dios dijo que no era bueno para el hombre (Adán) estar solo y que le haría una ayuda idónea. Tomó una costilla de Adán y formó una mujer. Adán la vio y dijo, “Ésta es ahora hueso de mi hueso y carne de mi carne; y será llamada mujer [ishshah en Hebreo] porque fue tomada del hombre [ish en Hebreo]”(Gén. 2:23). Adán, o ish, fue tanto hombre como mujer antes de que Dios sacara a ishshah de él. Dios separó estos dos aspectos de ish. Las escrituras enseñan que “el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne” (Gén. 2:24). Ish, habiendo sido creado varón y mujer, fue separado y después vuelto a unir en el matrimonio. El varón y la mujer son compañeros compatibles. Gén. 2:18 dice que Dios hizo una ayuda idónea (compañera) para Adán. La versión NKJV dice que Dios hizo una ayuda “comparable” a Adán. La versión NAS usa el término “adecuado”, que dicen que significa literalmente “que se relaciona con”. Son propiedad uno del otro de forma natural. La primera cosa que Dios hizo después de crear a Adán (humanidad) fue bendecidle y decir. “Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra y someterla y ejercer dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo y sobre toda criatura que se mueve sobre la tierra.” (Gén. 1:28).ç Así hizo Dios al hombre, le separó para forma a la mujer y luego los volvió a unir en el matrimonio, los bendijo y les dijo que formaran una familia. Puestos en familias Dios nos hizo seres sexuales—varones y mujeres—y nos puso en familias. Él estableció que hubiera varón y mujer, esposo y esposa, padre y madre, padres e hijos, del mismo modo que Él mismo es en Su propia naturaleza. La pareja varón­mujer ha de reproducir más varones y mujeres. El hombre y la mujer de nuestros días crecen en familias distintas, se encuentran, se atraen personal y sexualmente, encuentran amistad y amor, y deciden casarse y tener hijos propios. Con el tiempo, esta familia muere y sus hijos y los hijos de sus hijos prosiguen. Ese es el ciclo de la vida. Somos programados como seres sexuales para cumplir el mandato de Dios de “fructificad y multiplicaos.”
Nos encontramos habiendo nacido en una red más grande de los miembros de la familia natural extendida que consiste de abuelos, tíos, tías, primos, etc. Normalmente tenemos un sentido de seguridad al ser parte de una familia. Muchos individuos sufren la soledad y la pérdida de identidad sin la familia. Somos seres sociales y sufrimos soledad y pérdida de identidad sin la familia. Somos seres sociales y encontramos imposible sobrevivir social, física, económica, política, sexual, emocional y espiritualmente sin alguna conexión significativa con otros seres humanos. Incluso cuando nos peleamos entre nosotros, tendemos a juntarnos de nuevo ante una amenaza mayor desde el exterior. El deseo de Dios: Tener una familia espiritual Dios se reveló a Sí mismo a lo largo de la historia del hombre como nuestro Padre y quiere que nosotros pensemos de nosotros mismos como sus hijos. Para poder ser Sus hijos, debemos nacer del Espíritu Santo. Jesús lo denominó un segundo nacimiento (Lee Juan 3). Escogemos nacer de Dios por la fe. El primer hombre, Adán, fue creado un ser viviente pero no tuvo vida eterna del Padre en él, aunque tenía el potencial para tenerla. Dios no quería marionetas, por lo que creó al hombre con la capacidad para tomar decisiones morales. Quería hijos con capacidad para elegir que le amaran y le obedecieran por elección propia. De este modo Dios plantó dos árboles en el huerto. Uno era el árbol de la vida. El otro era el árbol del conocimiento del bien y del mal. Se acepta ampliamente que el árbol de la vida es un cuadro de Cristo. Adán habría escogido correctamente si hubiera comido del árbol de la vida. Habría escogido la vida centrada en el Padre y en ese momento habría recibido la vida eterna de su Padre celestial. Más que un ser creado, se habría convertido en un eterno hijo de Dios. Sin embargo, por causa del engaño de la serpiente a través de su esposa, Eva (la parte femenina de él), él comió del árbol del bien y del mal. Escogió mal. En lugar de convertirse en una criatura centrada en un Padre, se convirtió en una creación centrada en sí misma. Perdió su derecho de nacimiento potencial en Dios y consecuentemente, fue apartado de la bendición que habría seguido a ese derecho por nacimiento. La vida de Adán y la familia cayeron bajo maldición. Tuvo que arar la tierra con sudor, habiendo perdido su autoridad para ejercer dominio. Su hijo, Caín, mató a su otro hijo, Abel. Toda la creación cayó bajo maldición y hasta la fecha por la “manifestación (surgimiento, revelación) de los hijos de Dios.” (Rom. 8:19­20). Adán cayó, pero eso no cambió el plan eterno de Dios y Su propósito de tener una familia para Sí mismo. Sin embargo, la familia de Dios no puede consistir de hijos caídos, rebeldes, no redimidos. Han de ser hijos redimidos y obedientes que nacen de nuevo por Su Espíritu. Así, Él Se envió a Sí mismo en forma de hijo, el unigénito Hijo de Dios, Jesús, el Cristo, para mostrarnos al Padre y abrir el camino para que nosotros naciéramos de Su Espíritu. Un cuadro natural de lo espiritual La familia es un cuadro en el ámbito natural de lo que Dios ha querido para Sí mismo en el ámbito espiritual. En el libro de Devern Fronke, Su Propósito Final, el autor expresa el plan eterno de Dios de tener hijos para el Padre, un cuerpo y una esposa para Su Hijo, y un templo (el cuerpo de Cristo) para Su Espíritu Santo: Padre, Hijo y esposa son todos ellos términos familiares.
Pablo escribió a los Efesios explicándoles que el matrimonio piadoso del varón y la mujer es un tipo de Cristo y Su novia. Como tal, los maridos han de amar a sus esposas como Cristo amó a la iglesia (asamblea de los llamados fuera). Las esposas han de sujetarse a sus maridos como al Señor. Los hijos han de obedecer a sus padres. Como padres no han de provocar a sus hijos a la ira; sino que han de criarlos en disciplina y amonestación del Señor (Lee Efesios 5:22­6:4). La familia está en el mismo corazón del plan y del propósito de Dios por toda la eternidad. Los miembros espirituales de la familia de Dios Dios es el Padre de Su familia. Jesús es “el” Hijo. La asamblea general de todos los verdaderos creyentes de todos los tiempos es la madre. Con frecuencia nos referimos a ella como la “Iglesia madre”: Yo creo que ella es la mujer de Apocalipsis 12:1­2: “Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. 2 Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento”. También Pablo escribió en Su carta a los Gálatas: “Pero la Jerusalén de lo alto es libre, es nuestra madre”. ¿Quién es la Jerusalén “de lo alto”? Apocalipsis 21:2 dice: “Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo.” El Hijo de Dios, Jesús, es el marido, el Novio. Sus creyentes verdaderos son Su novia. El apóstol Pablo escribió a los creyentes de Corinto, “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo.” (2ª Cor. 11:2). También escribió, “¿No sabéis que vuestros miembros son miembros de Cristo?... El que se une al Señor un espíritu es con Él”. (1ª Cor. 6:15,17). Nosotros, como creyentes que hemos nacido a la familia de Dios, somos conocidos como los hijos de Dios—hermanos y hermanas en Cristo. Los creyentes que son obedientes al Espíritu Santo son los hijos de Dios. Somos de hecho la familia de Dios. “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”. (Efesios 2:19). La fiesta de bodas del Cordero La Biblia comienza con una boda y termina con una boda. Como era en un principio así también será al final. Primero era Dios, Elohim, que existía como una entidad espiritual con género completo e integridad de miembro familiar. Elohim está completo en Su naturaleza como hombre, mujer, padre, madre, esposo (novio) e hijo.
Después Elohim hizo a Adán a Su propia imagen y semejanza: varón y mujer. Vio que no era bueno que el hombre (Adán) viviera solo, y así, tomó la parte femenina de Adán de su lado y se la volvió a dar como su ayuda idónea. De igual modo, Dios escogió a una familia para Sí mismo—el Israel de antaño y los llamados­ fuera como asamblea en Cristo. Él se ha expresado a Sí mismo en Su familia espiritual como varón, mujer, padre, madre, esposo para la mujer, padre para el hijo. Tal y como Él devolvió ishshah a ish, igualmente Él ha planeado devolver la novia de Cristo al Novio, Cristo, para que al final de los tiempos, ambos sean uno en espíritu. La oración de Jesús en Juan 17:21 será contestada…”que todos sean uno, como Tú, Oh Padre en Mí, y Yo en Ti, para que puedan ser uno en Nosotros: que Edmundo pueda creer que Tú Me enviaste.” La novia de Cristo no va estar a Su lado; será devuelta dentro de Su costado. Todos estaremos en Dios como la familia de Dios en toda la plenitud e integridad de Dios. Seremos uno con Cristo y Dios nuestro Padre, aunque estaremos en cuerpos glorificados y no perderemos nuestras identidades individuales. La familia del hombre redimido se convertirá en la familia de Dios de modo que lo que Dios propuso al principio se cumplirá al final de los tiempos. La obra final del Hijo, Jesús, es entregar todas las cosas al Padre. “Pero luego que todas las cosas le estén sujetas [a Jesús], entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1ª Cor. 15:28) Guía de Estudio ∙ Describe como los miembros de tu familia de origen han modelado a la familia tal y como Dios lo había querido. ∙ Describe como los miembros de otras familias han sido ejemplos de lo que Dios había querido. ∙ ¿Cómo te ves a ti mismo hoy en relación con Dios como miembro de Su familia? ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo Capítulo 3 – Una Familia para el Hombre
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 3 – Una Familia para el Hombre La madre de los Joad, en la clásica novel a de John Steinbeck, Las uvas de la ira, intentó persuadir a su hijo Tom para que no abandonara a la familia. “Madre dijo enojada, ‘¡Tom! Hay muchas cosas que no comprendo. Pero que te vayas no a solucionar las cosas. Más bien nos va a pesar. Hubo un tiempo que estábamos en la tierra. Teníamos unos límites. Los viejos morían y los pequeños nacían, y éramos siempre una cosa… éramos la familia… una unidad delimitada. Ahora no hay ningún límite claro… Padre ha perdido su lugar. Él ya no es el cabeza de familia. Nos derrumbamos, Tom. Ahora no hay familia.’{1} La familia es el límite que ayuda a definir quienes somos. Sabemos quienes somos porque sabemos de donde venimos. Saber de donde venimos nos da una guía respecto de hacia donde vamos. Como cristianos, sabemos que somos los hijos de Dios porque vinimos de Dios. Nacimos a Su familia por el Espíritu de Dios. Como hijos, tenemos nuestro destino en Él. Cuando la familia está intacta tal y como Dios la quiso, nos valida y nos da un sentido de identificación y de pertenencia. El amor, la aceptación, la confianza, la fidelidad, la seguridad y la paz son la clase de cosas que definen sus límites y hacen que la familia funcione—pero no cosas como el dinero, el poder, las posiciones y el prestigio. El término “familia”, en lo que respecto a los humanos, se refiere fundamentalmente a un hombre y a una mujer y su descendencia, que viven juntos en una sociedad mayor. Comparten objetivos y valores, tienen compromisos a largo plazo el uno con el otro y normalmente residen en un mismo hogar. El término también se refiere a un grupo de personas que comparten una ascendencia común. El misterio de la familia A pesar de mi definición, el término “familia” trasciende a la descripción. Es más que una simple categoría de palabra que describe a una cierta forma de pensamiento en nuestras mentes. Es más que un concepto o un término para definir una situación social. Es más que un hombre, una mujer y algunos hijos que viven juntos y se autodenominan familia. Es más que un término que describe la estructura social de una pequeña unidad de individuos que viven juntos. La familia es un misterio. Un misterio es algo que desconcierta o esquiva el entendimiento. El matrimonio y la familia son así. Es una unión espiritual, sagrada, entre individuos que los une como uno en una dimensión más allá de las palabras. Dios inició este misterio cuando hizo cuando hizo al hombre como varón y mujer a Su propia imagen y semejanza. Miró al hombre y a la mujer junto con todo lo demás que Él había hecho y “vio que era bueno”: (Gén. 1:26­31). El autor de Proverbios, asombrado por este misterio, consideró “el camino del hombre en la doncella” incomprensible para él (Prov. 3=.18­19). El apóstol Pablo escribió sobre como la relación entre marido y mujer es semejante a la de Jesús y Su novia, la asamblea de los llamados­fuera. Después, como si él mismo fuera golpeado por la naturaleza asombrosa de esta relación y la imposibilidad de hallar palabras para describirla, concluyó que “esto es un gran misterio” (Efesios 5:22­32).
El Poder de la Familia La familia es un poder cuando está intacta, como Dios la planeó originalmente. Es una energía que surge de quién es Dios para hacer que algo funcione para bien entre nosotros. Cuando seguimos el modelo de la familia como Dios lo ha querido, nos convertimos en los recipientes de esa fuerza que hace que suceda. Nosotros seguimos el modelo; Dios llena de poder. “Skip está fuera de control”, dijo el maestro desesperado. “Los otros chicos dicen que él da puñetazos a su hermana y que su madre nunca está en casa por la noche. No tiene limitaciones, no tiene barreras, presiona a todo el mundo al máximo. Su madre soltera rehúsa disciplinarlo a casa. Tampoco apoya a sus maestros en la escuela. En lugar de eso, denunció a un maestro en el juzgado acusándolo de abusos a menores. El juez no tardó mucho en tomar su decisión. “Entiendo que este joven ha sido azotado más de treinta veces por diferentes maestros este año”; dijo el juez. Sólo con un azote del Sr. McClure puede yo captar el mensaje. No creo que el problema en este caso sea con el sistema escolar. Creo que necesitamos una cooperación mayor de los padres con los maestros. Caso desestimado.” ¿Dónde estaba el papá de Skip? No lo sé. Sin el padre de Skip que actuara responsablemente en casa como un padre piadoso, y más aún, sin Dios en el hogar, faltaba el poder de la familia para nutrir, disciplinar, validar y proveer de identidad. Consecuentemente, Skip era la víctima del abuso—el abuso del abandono. Estaba cayéndose por las grietas. El profesor frustrado filosofeaba, “el padre es el principal en enseñar las limitaciones en el hogar. Los niños que generalmente juegan mejor a la pelota son los que tienen en casa padres que los disciplinen. No todos, pero muchos de los niños que no tienen a un padre, tienen una mala actitud, acusan falta de respeto y llevan todas las cosas al límite. Los límites son muy difíciles de enseñar sin el factor limitador del varón.” Una vida familiar sana y nutriente edifica el carácter en los individuos y los individuos edifican sociedades. La familia, como poder, es mayor que la suma de sus miembros individuales. Cuando Dios es involucrado, “uno puede perseguir a miles y dos a diez miles” (Det. 32:20). “Cordón de tres dobleces no se rompe pronto” (Ecl. 4:12). Cuando vivimos conforme al plan y al propósito de Dios, tendremos disponible el poder de Dios para obrar el plan, porque Él unge lo que Él ordena y da poder a lo que Él inspira. SI tratamos de definir a la familia conforme a los estándares del mundo, tendremos que operar en nuestra propia fuerza para tratar de hacer esa llamada “obra de familia”. Cuando el poder de Dios no está en acción, tenemos que depender de la manipulación y del control de los demás. Cuando hacemos un patrón conforme al plan de Dios, tenemos a la familia tal y como Dios quiere que sea, y tenemos a Dios en nuestras vidas de la forma que Él quiere ser. Dios es quién marca la diferencia porque ÉL es el cuadro, la presencia, y el poder de la familia.
Plazos y condiciones de la familia Dios determinó los plazos y las condiciones del matrimonio y la familia. Él determinó que un varón y una mujer tenían que estar juntos en el matrimonio. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa, y los dos serán una sola carne.” (Gén. 2:24). Dios determinó la monogamia en el matrimonio. Al principio, Él sólo dio una esposa, Eva, a un hombre, Adán. Aunque la poligamia era practicada por algunos de los patriarcas de Israel, la monogamia se había convertido en la norma en los tiempos de Jesús. El Diccionario Bíblico Harper afirma, “Oseas predicó la monogamia como símbolo de la fiel unión entre Dios y Su pueblo. Malaquías (2:14) da por hecho la monogamia. La mujer ideal de Proverbios 31 se movía en una sociedad monógama. En los tiempos del Nuevo Testamento, los maridos judíos normalmente tenían una sola esposa. {2} Proverbios 5:18­19 nos exhorta a gozarnos con la mujer de nuestra juventud. “Como cierva amada y graciosa gacela, sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre.” Las cartas del Nuevo Testamento abogan claramente por la monogamia y revelan que cosas como el adulterio, el divorcio y la fornicación, son enemigos de Dios, de la vida cristiana y de la familia (lee Rom. 7:2­3; 1ª Cor. 7:2,11, 1ª Tim. 3:2; Tito 1:6). Dios determinó que la parejas permaneciesen casadas de por vida. Los fariseos, buscando poner una trampa a Jesús, le preguntaron sobre el divorcio. El contestó: “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.” Entonces le preguntaron por qué Moisés concedió cartas de divorcio. Jesús contestó, “Por causa de la dureza de vuestro corazón… pero en el principio no fue así.” (Mat. 19:3­8). Dios estableció que al marido y a su esposa les nacieron los hijos dentro del matrimonio monógamo y que los hijos fueran considerados como una bendición del Señor. “Corona de los viejos son los nietos, Y la honra de los hijos, sus padres.” (Prov. 17:6). El contexto de la familia La familia es el contexto apropiado para dotar a sus miembros individuales de la nutrición espiritual, física, social, emocional y sexual. Dios instituyó a la familia para dar esta nutrición. Él nunca quiso que el estado hiciera de padre a los hijos. Se necesitan seres humanos viviendo juntos como familia para llenar las arcas de los hijos con validez e identificación. Las instituciones que fracasan en proveer a los grupos familiares no pueden hacer esto. La familia es el contexto apropiado para la disciplina del niño, tal y como es descrita en la Escritura. Dios es el modelo perfecto para los padres que disciplinan a sus hijos, y los padres son un ejemplo sobre como Dios nos disciplina como hijos. Deuteronomio 8:5 dice, “Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga.” Hebreos 12:5­7 encarga, “habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?” He escuchado a padres decir “No puedo pegar a mi pequeño. Le amo demasiado.” Al contrario, la disciplina correcta es un acto de amor. El profesor frustrado que temía por el futuro de Skip decía: “La mamá de Skip, pensando que le defendía cuando en realidad tenía que haber respaldado a las autoridades en la vida de él, probablemente le destinó a una vida de delincuencia y prisión.”
Proverbios 13:24 (NKJV) amonesta: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige.” (versión Reina Valera 1960 en castellano). Proverbios 19:18 afirma, “Corrige a tu hijo mientras hay esperanza, pero no desee tu alma causarle la muerte.” La disciplina piadosa no puede ser retenida. La familia es el contexto apropiado para dar instrucción y entendimiento. Proverbios 4:1­4 también amonesta, “Oíd, hijos, la instrucción de un padre, y prestad atención para que ganéis entendimiento, porque os doy buena enseñanza; no abandonéis mi instrucción. También yo fui hijo para mi padre, tierno y único a los ojos de mi madre, y él me enseñaba y me decía: Retenga tu corazón mis palabras, guarda mis mandamientos y vivirás.” La familia es el contexto apropiado para que los hijos aprendan sobre la honra, la confianza, la veracidad y la obediencia—infundiéndoles sabiduría y valores. Proverbios 8:32,33 dice: “Ahora, pues, hijos, oídme, Y bienaventurados los que guardan mis caminos. Atended el consejo, y sed sabios, Y no lo menospreciéis.” La familia es el contexto apropiado para que los hijos aprendan de Dios y del temor del Señor. Es un lugar de refugio para la seguridad espiritual. Proverbios 14:26 afirma “En el temor de Jehová está la fuerte confianza; Y esperanza tendrán sus hijos”. Y el versículo tan frecuentemente mencionado de Proverbios 22:6 afirma: “Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” La familia es el contexto adecuado en el que sus miembros toman la responsabilidad unos por otros. Jesús cumplió ciertas obligaciones hacia Su familia natural incluso mientras sufría la agonía de la cruz. A Juan, Su discípulo amado, le dijo respecto de Su madre, María: “¡He ahí tu madre!” Desde ese momento Juan tomó la responsabilidad de María en su propia casa (Juan 19:27). Jesús debía haber sido responsable de Su madre como el primogénito, de otro modo no tendría la autoridad para asignar esa responsabilidad a ningún otro. La familia es el contexto adecuado para dejar legados. Las tradiciones de un niño, la herencia cultural, la herencia material, vienen por medio de la familia.”El bueno dejará herederos a los hijos de sus hijos.” (Prov. 13:22). “Camina en su integridad el justo; Sus hijos son dichosos después de él.” (Prov. 20:7). Cada generación debería poder edificar sobre el legado dejado por los que la precedieron. Mientras que la mayoría de los niños quieren que sus papás sean mayores que la vida misma, la mayoría de los papás quieren que sus hijos les superen. Basada en el sacrificio La familia es un poder de Dios. La primera familia del hombre se basó en el sacrificio. Dios obró personalmente la ceremonia quirúrgica que la dio a luz. Adán tuvo que dar algo de sí mismo para poder tener una esposa para él. La promesa de un hijo para Abrahám fue confirmada en el sacrificio. Isaac era el hijo por el que Dios quería cumplir Su pacto con Abraham de hacerle padre de muchas naciones. Sin embargo, Dios demandó a Abrahám que le ofreciera en sacrificio y Abrahám tuvo que estar dispuesto a hacerlo. En el instante final, Dios suplió el cordero del sacrifico (Lee Gén. 22:1­19). Este cordero representaba a Cristo, el Cordero de Dios sin mancha y sin defecto de quien toda la familia de Dios es dada. “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, (Efesios 2:19)
De igual modo que Jesús murió para que pudiéramos tener Su vida y hacernos Su esposa, nosotros, también somos llamados a hacer sacrificios del yo para poder hacer que la familia funcione. “Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a la iglesia [asamblea de los llamados fuera] y se entregó a Sí mismo por ella.” (Efesios 5:25). El pacto de la familia La familia es un poder de Dios porque se basa en un pacto. Dios entró en un pacto con Abrahám diciendo, “Te multiplicaré abundantemente… y serás padre de muchas naciones.” Dios cambió el nombre de Abram al de Abraham, que significa “padre de multitudes”. Este pacto tenía que ver con la familia. Este pacto no estaba solo establecido entre Dios y Abraham, sino entre Dios y todos los descendientes de Abraham. “Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti.” (Gén. 17:2­7). La promesa de la bendición Las bendiciones de Abraham se asociaban con el pacto de la familia. Dios bendijo a Abrahám dándole a sus descendientes una tierra­Canaán—como un pacto eterno (Gén. 17:8). Canaán era la tierra de la promesa de Dios. Era una tierra que fluía leche y miel (Lev. 20:24). La leche y la miel son términos que representan la bendición de Dios que acompaña al pacto de Dios. Las bendiciones de Dios se asocian con el pacto de Dios para la familia. Abraham impartió la bendición a su hijo Isaac, quien a su vez la impartió a su hijo Jacob (también llamado Israel), quien a su vez la impartió a sus hijos. Los que creemos en Dios por medio de Cristo somos los verdaderos herederos de la fe conforme a Gálatas 3:29: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.” Las bendiciones de Dios se asocian con la familia cuando somos familia tal y como Dios lo había propuesto. Dios otorga Su bendición sobre aquel a quién Él señala. Él señala, da poder, y otorga Su bendición sobre la familia. Las bendiciones de la familia pueden producir riquezas pero tienen que ver con mucho más que simplemente hacer dinero. Una familia puede ser relativamente pobre y aún así ser bendecida por Dios. Somos bendecidos cuando tenemos salud, una mente sana, alimento, cobijo, ropa, paz, gozo y relaciones. Yo me siento bendecido cuando me tomo una ducha caliente o cuando recibo una carta de un amigo especial. Tener familia y ser parte de la familia es una bendición en sí. Las bendiciones pueden llegar en grandes o pequeñas cantidades. Pueden ser cualquier cosa buena que venga a alguien en un momento dado, o a una familia, concreta o no. El indigente puede considerar una gran bendición un plato de comida caliente en la misión, pero él mismo no está necesariamente bajo la bendición. La persona sometida a un gran dolor puede considerar una bendición encontrar alivio en una pastilla, pero eso no significa que él o ella estén necesariamente bajo la bendición. La presencia de Dios en la familia llena de poder a la familia. La ausencia de Dios en la familia deja a la familia sin fuerzas. La familia llena de fuerzas está bajo la bendición mientras que la familia sin fuerzas lucha bajo la maldición.
Las familias que permanecen unidas en el nombre de Jesús tendrán concedidas bendiciones abundantes sobre ellas. Pacto Roto La ruptura de la vida familiar es una brecha del pacto de Dios con el hombre. El segundo capítulo de Malaquías levanta los siguientes interrogantes: “¿No tenemos todos a un Padre? ¿No hemos sido creados por un Dios? ¿Por qué el hombre traiciona a sus propios hermano…?” ¿Cómo se traicionaron mutuamente? De dos maneras. Primero, profanando el pacto de sus padres (Mal. 2:10). Como nación, Judá rompió el pacto con Dios casándose con paganos de la tierra e inclinándose a sus dioses extraños (v. 11). En segundo lugar, traicionando a las esposas de su juventud—sus compañeras y esposas por pacto. “Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales.” (Malaquías 2:15­16). Dios espera del padre que sea fiel en su pacto con Dios siendo fiel en su pacto con su esposa. Rompemos el pacto con Dios cuando dejamos de vivir responsablemente como esposos y padres. Romper el pacto con Dios es abandono. Abandonamos Su voluntad en nuestras vidas y quitamos la cobertura espiritual de nuestra familia. Además, nos abandonamos a nosotros mismos porque nos cortamos de la bendición que acompaña al pacto. Son los padres, no las madres, por preciosas que sean como madres, quienes pasan la plenitud de la bendición de una generación a la otra. El padre nunca encontrará satisfacción plena hasta que el pacto le haya sido restaurado o haya buscado y hallado perdón de Dios. Eso puede producir desánimo a aquellos padres que ya se encuentren separados de sus hijos. ¡Pero cobrad ánimo! “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” (1ª Juan 1:9). Otros pasajes de Malaquías dicen: “Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos… y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. Más a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada.” (Malaquías 3:7,17; 4:2). La prioridad de la familia La familia, tal y como Dios la quiere, tiene toda la prioridad. Damos prioridad a la familia dando prioridad a satisfacer las necesidades de los miembros individuales de la familia. Las necesidades de cada familia son únicas. Al nutrir la situación familiar, todos los miembros se sentirán especiales, y como si recibieran prioridad. Estaremos haciendo lo que es en el mejor interés de todos cuando es servido el mejor interés de da uno individualmente. La tara principal del padre es preservar a la familia, preservar la idea de la familia y preservar el poder y la bendición de la familia. La tarea de la madre es ayudarle a hacer eso. El marido y la esposa que viven sus vidas de tal modo están en pacto con Dios.
Guía de estudio ∙ ¿Cómo te ha afectado la ausencia o la presencia de Dios en tu familia de origen? ∙ ¿De qué modo las cosas podrían haber sido distintas? ∙ ¿Cómo te afecta la ausencia o la presencia de Dios en tu familia presente? ∙ ¿De qué modo las cosas pueden ser distintas? ∙ ¿Qué impide que las cosas cambien? ∙ ¿Qué nuevos compromisos están surgiendo en tu interior? ∙ Escribe las ideas y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Notas {1} John Steinbeck, The Grapes of Wrath (Toronto: Bantam Book, published by arrangement with The Viking Press, 1972), 434. {2} Madeleine S. Miller and J. Lane Miller, Harper's Bible Dictionary (New York: Harper and Brothers Publishers, 1956), 110. Capítulo 4 – El poder del papá
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 4 – El poder del papá Dios puso al hombre como la cabeza de su familia. Pablo escribe: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.” (1ª Cor. 11:3). Como cabezas de nuestras familias, los hombres hemos recibido un poder especial de Dios para hacer nuestra tarea como padres. Las madres no han recibido este poder de los padres y tampoco pueden recibirlo. Los hermanos y las hermanas tampoco lo tienen ni lo pueden conseguir. Cada uno de ellos tiene el poder que corresponde a la función de ellos, pero no se trata del poder del papá. El papá es un poder sobrenatural y trascendente que procede del Padre­Dios, capacitándonos a nosotros, como hombres, para ser padres piadosos para nuestras familias. Es un depósito de la vida de Dios en nosotros. Una vez que hemos recibido este poder de o alto, somos capacitados para ser lo que se supone que tenemos que ser en relación a nuestras familias. Cuando el papá funciona, el poder del papá está presente. El poder de Dios Esta capacitación es de Dios, y por tanto nos supera. Es un poder sobrenatural que Dios da y que viene sobre nosotros, los padres, lo cual nos capacita para ser más y para hacer más de lo que jamás hubiéramos podido ser y hacer como meros hombres—a eso llamo yo el poder del papá. Tal y como hago uso de ello en este escrito, el poder tiene que ver con una energía invisible o fuerza que hace que algo funcione. En nuestro caso como meros hombres, es esa fuerza con la que Dios nos ha dotado y que nos capacita para ser lo que Él quiere que seamos para nuestras familias. Sin el poder del papá en operación, nosotros los hombres no podemos ser los papás que Dios siempre había querido que fuéramos. Hemos recibido un poder en particular que nos capacita para ser más que toros que se dedican a hacer descendencia. Tenemos un poder procedente de Dios para operar conforme al plan y al propósito de Dios. Él escoge, unge, inspira y nos capacita para hacer el papá. Cuando el papá funciona en la práctica, parecemos mayores que la vida a nuestras familias. Nuestras esposas se sienten más seguras y más protegidas en nuestra presencia y nuestros hijos se jactan delante de los otros niños del bloque, “Mi papé puede ganar a tu papá”. Saber que este poder viene solo de Dios, nos deja débiles y vulnerables ante Dios. La autoridad de Dios El poder del papá lleva consigo una autoridad que procede de Dios. Dios es la autoridad más alta en el universo. Sólo Él da autoridad final a las personas y a los ángeles. Cuando buscamos la dirección de Dios y actuamos en consecuencia, actuaremos bajo el poder de Su autoridad. Y así se logran las cosas.
Mis tres nietos habían estado jugando en un dormitorio cuando comenzó la pelea. Mi hijo me miró y me dijo confiadamente, “Yo me ocuparé de esto”. Él se inclinó sobre los niños pequeños en pie junto a la puerta de la habitación en la que estaban jugando. “Lucas”, dijo con voz calmada pero llena de autoridad, “¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué esta Zacarías llorando?” Lucas dio su defensa de que no era su culpa. Comprobando la verificación, mi hijo se volvió hacia su hija, Cody, y preguntó, “¿Qué ha pasado?” Ella dio su versión. Un silencio sepulcral cayó sobre los niños mientras esperaban el veredicto del padre. Yo también esperaba, esperando alguna acción punitiva. Pero sin una sola palabra, el papá se apartó y se alejó de ellos. “¿Qué paso?”, pregunté yo. Entonces él explicó, “Me paré un momento y pregunté, ‘Padre, ¿qué tengo que hacer con esto?’ Me vinieron las palabras, ‘Apártate de eso’. Y eso es lo que hice.” El asunto quedó zanjado. Papá había buscado la sabiduría de Dios, creyó que la tenía y actuó en consecuencia. Los niños jugaron felizmente unos con otros el resto de la tarde. “¿Puedes imaginarte el poder en el que andaríamos en todo momento si consultáramos con Dios así todo el tiempo?”, dije yo a mi hijo. El modelo de Dios Esta autoridad dada por Dios significa que seremos un modelo de dios tanto si lo queremos como si no. Comoquiera que seamos, buenos o malos, así es como nuestros hijos crecerán pensando de Dios. Pat Springle escribió, “nuestras visiones de Dios, nuestros conceptos de nosotros mismos, y nuestras capacidades para relacionarnos con otros, son principalmente formadas por nuestras relaciones con los padres. Si nuestros padres fueron cariñosos y nos apoyaron, creeremos probablemente que Dios es cariñoso y fuerte. Pero si por otro lado, nuestros padres fueron ásperos y exigentes, creeremos probablemente que Dios es imposible de agradar. {3} Springle usa cuadros para ayudar al lector a comprender como la relación de alguien con su padre y con su madre puede haber moldeado su relación con Dios. Yo rellené los cuadros marcando los apartados que mejor describían mi relación con mi padre, con mi madre, y después con Dios. Las opciones eran “siempre”, “con frecuencia”, “a veces”, “a penas”, “nunca” o “no sabe”. Estas opciones se aplicaban a una columna de características como “amable”, “severo”, “cariñoso”, “distante”, “nunca aprobando”, “lejano”, “cerrado” e “íntimo”. Marqué la casilla de “a penas” para la gran mayoría de las características de la página de mi padre. No era ni amable ni severo, ni tierno y enfadado, tampoco era ni exigente ni alguien que apoyara. Nunca estuvo ahí para ser nada de eso.
Sin embargo, abundaban las marcas en la página de mi madre. Era tierna, jamás áspera; compasiva, nunca impaciente, siempre justa, a penas impredecible. Ella siempre estaba ahí en la mayoría de las cosas que si cuentan. La página de Mi Dios parecía un duplicado de la página de mi madre. Como resultó ser, ella moldeó mi visión de Dios más que mi padre. No obstante, yo no conocía las características de un padre como las conozco ahora. Si funcionamos bajo el poder del papá, probablemente representaremos como Dios es a nuestros hijos más fielmente. El representante de Dios No somos simplemente papás para nuestras familias, somos los papás de nuestras familias para Dios. Dios no solo nos capacita para ser Sus representantes a nuestras familias, sino que nos capacita para actuar por Él a favor de nuestras familias. Una mañana estaba en oración y me encontré con los brazos extendidos, con las palmas de mis manos hacia abajo, pronunciando una bendición sobre nuestros hijos y sus familias. Al hacer esto, vi a Jesús suspendido en el aire, vestido de blanco, con sus brazos extendidos como yo mismo los tenía. Vi a un hombre en pie frente a Él, superpuesto como una doble exposición, y con las manos también extendidas. Estaba haciendo lo que el Señor hacía. Estaba bendiciendo a Su familia. Y sin embargo no estaba bendiciendo a su familia ni en él mismo ni de él mismo; Jesús estaba bendiciendo a su familia por medio de él. La paternidad de Dios No necesitamos preocuparnos por nuestra habilidad para ser el papá. No podemos. No se trata de lo que podemos hacer. Se trata de dejar que Dios como Padre invada nuestras vidas de tal manera que sea el Padre Dios haciendo la labor de la paternidad a través de nosotros. Yo llamo a esto la paternidad reemplazada, algo prestado de la idea de la vida descrita por el apóstol Pablo en Gálatas 2:20 que dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo más vive Cristo en mí, y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por Mí.” Necesitamos al papá del Dios­Padre implantado en nuestro ser. Necesitamos algo más que hacer como Él. Necesitamos Su poder para ser como Él. Nuestro amor por nuestra familia es Dios amando a nuestra familia a través de nosotros. Nuestro servicio a nuestra familia es Dios sirviendo a nuestra familia a través de nosotros. Nuestro apoyo a nuestra familia es Dios apoyando a nuestra familia a través de nosotros. Nuestra disciplina de nuestros hijos es Dios disciplinando (discipulando) a nuestro hijos a través de nosotros. No estamos pidiendo a Dios que bendiga nuestras obras. Estamos pidiendo a Dios que Él sea nuestras obras. Estamos pidiéndole que invada nuestras vidas tan enteramente que nosotros seamos la presencia y el poder de Dios a nuestra familia. El papá es un hombre de Dios vendido, totalmente entregado, lleno del Espíritu, sensible al Espíritu, y guiado por el Espíritu. Tiene el amor de Dios, el gozo, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la gentileza, la mansedumbre, la misericordia, la gracia, la vida, y el poder para derramarlos sobre su familia.
Cuando mi hijo consultó al Espíritu Santo antes de poner en marcha su propia acción punitiva con sus hijos, esperó la respuesta de Dios. La respuesta de Dios no solo solucionó el problema, sino que hizo la vida más fácil para todo el mundo involucrado. Mientras escuchaba al Espíritu Santo en ese instante del tiempo, mi hijo intercambió su vida por la vida de Dios, su voluntad por la de Dios, su reacción potencial por la acción de Dios. Fue una pequeña pero asombrosa demostración del poder del papá en acción. Al vivir nuestras vidas de este modo, traeremos honra, alabanza, y gloria a Su nombre. Hemos de vivir tan entregados al señorío de Jesucristo que cuando los miembros de nuestra familia nos miren, no nos vean a nosotros, sino a Dios en nosotros. No es fácil caminar en esta clase de abandono a la vida del Padre dentro de nosotros. Lleva práctica. Requiere que mostremos tanta misericordia hacia nosotros mismos como Dios nos pediría que la mostrásemos hacia los demás. La vida intercambiada es una vida cambiada. Somos cambiados por Dios, que trabaja dentro de nosotros, de dentro hacia fuera. No podemos hacer que el cambio suceda por nosotros mismos. El Padre Dios tiene que avivar la simiente del papá dentro de cada hombre de fe, y hacer que la simiente madure, como sucede de igual modo en el cuerpo de Cristo, hasta llegar a ser “un varón perfecto, conforme a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” (Efes. 4:13). Dios en Cristo es el “Padre Eterno” de todos nosotros (Isaías 9:6). Él es Padre por naturaleza y nos recibe como padre a todos nosotros directamente. No obstante, Él ha escogido al papá dentro del hombre para vivir Su Paternidad en las familias de los hombres siempre que eso sea posible y esté disponible. El Padre­Dios es EL PAPÁ del papá dentro del hombre. Guía de estudio ∙ ¿Cómo ha sido marcada tu percepción de Dios por la autoridad de tus padres, especialmente de tu padre? ∙ ¿De qué forma tú, como padre, estás marcando la percepción que tienen tus hijos de Dios? ∙ ¿De qué forma podrías cambiar para poder ser un mejor modelo de Dios? ∙ Pide a Dios que comience a mostrarte quién es Él realmente como Padre y que te imparta el poder del papá. ∙ Escribe tus pensamientos y tus sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo Notas {3} Pat Springle, Rapha's 12­Step Program for Overcoming Codependency (Houston and Dallas: Rapha Publishing/Word 1991), 15. Capítulo 5 –Guerra contra la Familia
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 5 –Guerra contra la Familia Margie se puso en pie y testificó: “El 25 de Septiembre de 1980, mi marido dejó a nuestra familia con cuatro hijos.” Nos preguntamos: Papá, ¿Dónde fuiste? ¿Por qué te fuiste? ¿Caíste presa de la red del pecado sexual? ¿Te ahogaste en una botella de alcohol? ¿Caíste bajo el peso de la responsabilidad financiera? ¿O es que simplemente la hierba parecía más verde al otro lado? Papá probablemente no sabe nada con certeza. Él y su familia son víctimas de una guerra viciosa que está siendo librada en el mundo espiritual en contra de la familia. La familia es la eterna voluntad de Dios. Todas las obras de Dios, especialmente la obra redentora de Cristo en la cruz, son aspectos del plan de Dios de adquirir una familia para Sí mismo. Cada palabra que Él envía, cada señal y milagro que Él obra, cada hecho que Él consigue, son pasos para lograr Su meta eterna. Nada evitará que Dios tenga aquello por lo que ya ha pagado. Pero Satanás lo intentará de cualquier modo. Su principal intención en toda la eternidad es frustrar la voluntad de Dios destruyendo a la familia. Con toda certeza él sabe que la familia es el plan eterno de Dios y Su propósito. Sabe que el poder y la bendición de Dios están sobre la familia. Si puede destruir a la familia, puede romper el pacto, cortar el poder, y robarnos la bendición. Él está ahí fuera para destruir la familia por cualquier medio de que disponga: por la guerra, el hambre, la pobreza, el crimen, el divorcio, el feminismo, las adicciones, especialmente la lascivia y los pecados sexuales (fornicación, adulterio, homosexualidad, pornografía, pedofilia, bestialismo, etc.). Aunque el pecado es pecado, los pecados sexuales pueden ser más devastadores para la familia que cualquier otro pecado. La familia se basa en la relación sexual entre un hombre y una mujer que se han hecho una sola carne. Si Satanás puede destruir eso, ha destruido entonces la integridad del matrimonio y violado la santidad de la familia. Ha cortado el poder de la familia. La familia ha sufrido una gran pérdida como resultado de la revolución sexual de los sesenta. El “sexo libre” se ha vuelto muy caro con el tremendo incremento de ilegitimidad, adicciones sexuales, abusos sexuales y SIDA. Hemos generado una sociedad amoral. La gente hace gala de sus preferencias sexuales en público y se burla de Dios. Su falta de arrepentimiento se parece mucho a la descripción del apóstol Pablo en Romanos 1:24­28: “ Por consiguiente, Dios los entregó a la impureza en la lujuria de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos; porque cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos. Amén. Por esta razón Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la naturaleza; y de la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío. Y así como ellos no tuvieron a bien reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente depravada, para que hicieran las cosas que no convienen.”
Para promover su agenda anti­familia, Satanás se ha entregado a la política, la ciencia, la educación, los medios de comunicación, la música, el entretenimiento, la religión, y cualquier otro aspecto de la sociedad. La agenda anti­familia está al cuidado del espíritu del anticristo que ha sido suelto en el mundo hoy día. Al hacer guerra contra las almas de los hombres, Satanás puede destruir a la familia— destruyendo por medio de ello el derecho de nacimiento junto con la bendición. El derecho de nacimiento y la bendición pueden perderse en una sola generación. Es como pasar un testigo en una carrera de relevos de un corredor a otro. Si ese testigo cae al suelo, la carrera se pierde. Una generación de papás ausentes ha resultado en una generación de niños perdida. Cuando se deja de pasar el derecho de nacimiento y la familia, la familia queda vulnerable a la maldición. Esta maldición pasa después de una generación a otra a menos que Dios muestre misericordia y reestablezca la autoridad del papá en nuestros hogares. Necesitamos entender claramente quién es nuestro enemigo, cuales son sus tácticas y por qué razón él está determinado a destruir a la familia por medio de la decapitación rumbo al infierno. Satanás ha tenido demasiado éxito en hacer naufragar la vida familiar durante las últimas décadas. Abandono Una familia sin padre es una familia decapitada. Por familia decapitada me refiero a una familia en la que la cabeza espiritual, el marido y papá, ha sido quitado. Es una familia potencialmente maldita, herida y rota. Los hijos que crecen en una familia rota son víctimas del abandono, y el abandono es una forma de abuso. Esta clase de abandono ha alcanzado proporciones epidémicas en nuestra sociedad occidental hoy día, especialmente en USA. Nosotros los papás estamos más preparados para dejar a la familia que las mamás. O nos partimos por la mitad o estamos solo en cuerpo. Abandonamos nuestras responsabilidades morales, sociales, espirituales, físicas, relacionales y económicas. Puesto que éstas son nuestras responsabilidades, se quedan sin cumplir. Muchas mamás han quedado atrás para hacer lo mejor que puedan, pero no es su función ser aquello que sólo el papá recibe para ser y para hacer. Las mamás pueden infundir valores morales y espirituales en sus hijos hasta cierto grado, pero normalmente será un peso diferente en comparación con el del papá. La influencia de la mamá es diferente de la influencia del papá. Las mamás no tienen el mismo poder. Los hijos necesitan lo que ambos padres están capacitados para dar. Así, la ausencia del papá, ha resultado en una decadencia económica, espiritual, social y moral en nuestra sociedad hoy día. La familia es la costura que ata el tejido de la sociedad. Es el poder de una sociedad fuerte y floreciente. Cuando la familia se rompe, lo siguiente es la sociedad. La decadencia de la sociedad está sucediendo en América hoy día. Niños que dan a luz niños. Niños que matan a otros niños. Niños que están en rebelión con sus padres. Niños que usan drogas, alcohol y que tienen relaciones sexuales a edades cada vez más tempranas. Con una frecuencia cada vez mayor se van formando bandas para dar seguridad y estructura social que de otro modo faltaría en su mundo. Los padres venden a sus bebés a cambio de alcohol y drogas. La seguridad social se ha convertido en un fondo de saco para innumerables personas. La pérdida de ingresos y la carencia del hogar aumentan cada vez más.
Los hijos del abandono sufren una pérdida que no pueden entender. La pérdida que se sufre cuando el padre muere por un accidente, una enfermedad fatal, la guerra o alguna otra catástrofe, es diferente de la pérdida que se siente por un padre centrado en sí mismo, por el alcohol, la adicción a las drogas, la delincuencia, la adicción al trabajo, la violencia doméstica, el divorcio o el adulterio. Los padres que se marchan sin advertencia previa y sin preparar a sus hijos, terminan provocando un daño devastador. Sin embargo, nunca puede haber preparación suficiente para el déficit del padre en la familia. La pérdida que se siente en el interior del individuo abandonado con frecuencia se convierte en ira y violencia que se expresa o se reprime bajo muchos disfraces. El niño crece en un sistema familiar que no funciona, sufriendo el dolor que con frecuencia es medicado con alcohol, drogas, sexo u otros comportamientos destructivos, obsesivos y compulsivos. Una generación perdida Estamos viviendo en una generación perdida. A nuestros hijos se les conoce hoy día como la Generación X. Algunos dicen que América está ahora viviendo en la era post­cristiana. ¿Qué nos ha pasado?... Se fue el papá. La oficina del Censo de 1994 informó en 1996 que más de 27 millones de niños (38%) por debajo de los 18 años en los Estados Unidos viven separados de sus padres biológicos. La mayoría de los hombres que hoy están encarcelados crecieron sin un padre en sus vidas. No sólo sigue aumentando el número de niños que vive sin los padres en el hogar, sino que muchos de ellos no ven a su papá en un año normal. Myron Magnet dibujó para nosotros este lúgubre cuadro en un artículo de la revista Fortune. “Hoy día más de la mitad de los matrimonios que se casan por primera vez, terminan en divorcio. De éstos, el 57% tuvo hijos por debajo de los 18 años de vida. Más de un millón de niños al año tienen que superar la crisis de la ruptura del matrimonio de sus padres. Un incremento epidémico de nacimientos fuera del matrimonio—del 4% de hijos nacidos en 1950 a un asombroso 27% en 1989—ha aumentado aún más el número de niños de familias de un solo cónyuge. Dos de cada tres niños negros nacen fuera del matrimonio hoy día y uno de cada cinco niños blancos… Un cuarto de niños americanos viven en hogares de un solo cónyuge— normalmente encabezados por la mujer.”{4} Muchos expertos creen que el gran gobierno, la gran sociedad, y los programas de bienestar, incentivan el nacimiento de hijos fuera del matrimonio. Las noticias liberales de los medios de comunicación han burlado y despreciado a los que han hablado a favor de los valores familiares. La agenda de los derechos de los homosexuales enfatiza la preeminencia del individuo sobre la familia. El divorcio y la ilegitimidad enseñan a la siguiente generación lo que es el plan del juego familiar. Algunos niños no pueden verse a sí mismos con un compañero/a de por vida. David Blankenhorn, fundador y presidente del Instituto para los Valores Americanos, advierte que “la falta de un padre es la tendencia demográfica más peligrosa de este generación. Es la causa principal del declive del bienestar infantil en nuestra sociedad. Es también el motor que impulsa nuestros problemas sociales más urgentes, desde la delincuencia hasta el embarazo adolescente, el abuso sexual o la violencia doméstica contra la mujer.” {5}
Ken Canfield del Centro Nacional de Apadrinamiento, ha recogido información que afirma que los niños que crecen en hogares sin padre tienen más tendencia al “absentismo escolar, al fracaso escolar, al abandono de la educación en la enseñanza secundaria, a ser activos sexualmente, a ser susceptibles a la presión de grupo, a sufrir depresión y/o a mostrar un comportamiento agresivo (especialmente las niñas), así como una mayor tendencia a sufrir enfermedades. Como adultos, tendrán una tendencia mayor que aquellos que han nacido en un hogar con padre, a sufrir pobreza, a la necesidad de ayuda social, a casarse a edades más tempranas, a tener hijos fuera del matrimonio, al divorcio, a la delincuencia y al uso de drogas o alcohol.” {6} Yo también sugeriría que tendrán una tendencia mayor a volverse hacia prácticas ocultas y sectas religiosas en busca de significado, identidad y poder. Canfield cita otro informe de 1990 que muestra que aquellos niños con padres muy involucrados en su formación, son “más confiados y sufren una ansiedad menor cuando son colocados en marcos poco familiares, disfrutando de una mejor capacidad para lidiar con la frustración, y de una disponibilidad mejor a adaptarse a circunstancias de cambio y rupturas de la rutina. Igualmente tendrán una mejor disposición para obtener un sentido de independencia y de identidad fuera de la relación madre/hijo.” {7} Añade que “un estudio de 1990 descubrió que el gran factor para definir si un niño crecería o no hasta convertirse en un adulto demostrando ‘afecto de empatía’ (amor) a la edad de 31 años, sería el hecho de haber tenido o no a un padre involucrado en su cuidado”. {8} Después, citando un informe de Harris y Furstenberg, dice: “Los Padres que pasan tiempo con sus hijos como adolescentes, ‘promocionan el logro económico y educacional’, y los padres que mantienen un vínculo emocional cerrado y estable con sus adolescentes, les protegen de involucrarse en comportamientos delictivos.” {9} Los valores tienen que ser enseñados. Nuestros hijos van a aprender valores, buenos o malos. Aprenden principalmente de lo que ven, escuchan y experimentan en el hogar. Si no se les enseñan buenos valores en las instituciones tradicionales del hogar, de la iglesia, y de la escuela, aprenderán otros valores en las calles de cualquiera que se los enseñe. El papel de los Medios de comunicación La TV liberal y Hollywood pueden ser culpados de la gran devaluación de la familia a través del descarado uso de la violencia, lenguaje soez, sexo inmoral, lo oculto, la exposición del sentimiento anti­cristiano en su programación y en su consentimiento de estilos de vida alternativos. Los hombres con frecuencia aparecen retratados por la TV como payasos o caguetas irresponsables, infieles, inmorales, vulgares, machos, insensibles y brutos. Muchos programas y comerciales apelan al ego del hombre para tener un coche más veloz, una mujer más sexy, y un estilo de vida desinhibido. Hay muy pocas series humorísticas que representen a un núcleo familiar intacto que sea sano conforme a los estándares bíblicos. Nuestros modelos han desaparecido. Los medios de comunicación contienden que son los únicos que reflejan las cosas tal y como son. Sin embargo, muchos de nosotros afirmamos que los medios de comunicación tienen mucho que ver con hacer que las cosas sean como son. Cuando una manzana de chicos malos de “Hollywood” es descrita como el típico pueblito provinciano de USA, esto sirve para sugerir a todos los niños en todas partes que esta forma de vida no solo es aceptable, sino que es deseable.
Ausencia del modelo de varón fuerte Incluso los científicos sociales seculares hoy día admiten que muchos de nuestros problemas sociales tienen su origen en la ausencia del personaje del padre varón en el hogar. Cuando los papás abandonaron sus responsabilidades como padres, cortaron el poder del papá e impidieron que pasara a sus hijos. Los chicos crecieron sin saber como ser maridos y papás. Algo de la naturaleza de la esposa y madre falta también en las hijas cuando un papá responsable, dadivoso, sensible, cariñoso, benefactor y fuerte, falta en el hogar. Estas hijas tendrán una tendencia menor a apreciar como lo cambia todo un papá y una mamá y en consecuencia, su propia sexualidad se verá ensombrecida. Los niños crecen en estos hogares rotos, se casan por lascivia, y tienen muy poca idea de lo que realmente es el verdadero amor y el matrimonio. No hay cantidad suficiente de consejería prematrimonial para una pareja, que pueda sustituir a todo lo que debería haber aprendido a lo largo de sus años de crecimiento. Tendrán un conocimiento muy pequeño de lo que realmente es el matrimonio. No estarán preparados ni entrenados para ello. Y en consecuencia, terminan casándose por las razones equivocadas. El matrimonio no funciona, se divorcian, y los hijos quedan entregados al abandono. Gente abandonada abandona a gente Paul, meditando sobre la carencia de amigos íntimos en su vida, preguntó a su esposa, Rebecca, “¿Crees que hemos abandonado a la gente?” Ella estaba insegura al principio pero recordó algunas relaciones antiguas y contestó, “No es que quisiéramos, pero hay algunos que pienso que se han sentido abandonadas por nosotros.” “Tengo que admitir”, dijo Paul, “que puedo ver un patrón por el que invitamos a la gente a nuestras vidas, nos involucramos con ellos durante un corto período de tiempo, y después, por varias razones, nos distanciamos de ellos. Me pregunto si esa tendencia tiene que ver con que mi padre me abandonara. Sólo en años recientes me he dado cuenta de cuánto eso me afectó a mí—lo perdido y solo que me he sentido por causa de eso.” Meditó en esos pensamientos un instante, y después, preguntó, “¿Crees que la gente abandonada abandona a la gente?” Yo creo que la respuesta es “si”. Con frecuencia aprendemos patrones de comportamiento sobre cómo la gente significativa en nuestra vida nos trató en nuestra infancia. Si somos las víctimas del abandono, vamos a tener sentimientos de abandono. Nos convertiremos muy probablemente en perpetradores de abandono. Nos sentiremos probablemente atraídos por otras víctimas abandonadas que también se han convertido en autores de abandono y estableceremos relaciones con ellos. Probablemente nos prepararemos para ser abandonados por ellos y les tenderemos la trampa para ser abandonados por nosotros. Queremos aprender a actuar de forma distinta.
El abandono es un asunto espiritual Tenemos relaciones con compañeros, padres, hijos, vecinos, cristianos, colaboradores y otros muchos en la vida. Estas relaciones existen para satisfacer necesidades imprescindibles entre nosotros. Personas diferentes satisfacen necesidades diferentes. Estas necesidades tocan cada área de la vida—cosas como la buena nutrición, un entorno higiénico, un techo, la ropa, la higiene apropiada, la educación, el amor, los abrazos, el ánimo, la capacidad para transmitir valor, seguridad, propósito, significado, autenticidad, elegibilidad, esperanza, dignidad, y poder. Será nuestra responsabilidad como papás satisfacer muchas de estas necesidades. Muchas de estas responsabilidades han sido dadas por Dios. Cuando abandonamos cualquiera de estas relaciones, no solo hemos abandonado nuestras responsabilidades hacia nosotros mismos y los demás, sino que también hemos abandonado el llamado de Dios sobre nosotros. De este modo, el abandono se convierte en un asunto espiritual. El abandono provoca pérdidas. Muchas de estas pérdidas no pueden ser recuperadas. Cuando somos las víctimas del abandono y de sus pérdidas posteriores, debemos aprender a llorar por estas pérdidas y a entregarlas a Dios. Al hacer eso, podremos finalmente resolverlas y proseguir con nuestras vidas. {10} El abandono es el mal de la familia causado por la carencia del papá. Por tanto, la cura está en la restauración del papá a la familia. Guía de estudio ∙ ¿Qué armas concretas ha usado Satanás para tratar de destruir a tu familia de origen? ∙ ¿Cuáles de esas armas, si las hubiera, están presentes en tu situación familiar ahora? ∙ ¿Cómo experimentaste el abandono mientras crecías de niño? ∙ ¿De qué manera has abandonado tú a otros, especialmente a los miembros de tu propia familia? ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Notas {4} Myron Magnet, "The American Family," Fortune, 10 August 1992, 42­43. {5} David Blankenhorn, Fatherless America (New York: Harper Collins Publishers, Harpers Perennial, 1995
{6} Canfield, Ken. "The Importance of Fathers," National Center for Fathering, January 1997, citing Sara McLanahan and K. Booth, "Mother­only families: problems, prospects and politics," Journal of Marriage and Family S1 (1989): 557:580. For resources see: http://www.fathers.com {7} Ibid., citing Carla Cantor, "The father factor," Working Mother, June 1991, 39­43. {8} Ibid., citing E. M. Koestner and P.D. Fairweather, "The family of origin of empathetic concern; a 26­ year longitudinal study," Journal of Personality and Social Psychological, 58(4) (1990): 709­717. {9} Ibid., citing Kathleen M. Harris, Frank Furstenberg, Jr., and Jeremy Marmer, "Paternal involvement with adolescents in intact families: the influence of father over the life course" (paper presented at the annual meeting of the American Sociological Association, New York, N.Y., August 16­20, 1996). {10} Un ejercicio excelente para tratar con pérdidas lo encontrarás en Boundary Power, un libro que yo escribí junto con Mike S. O'Neil. See Chapter 14: "Resolving the Losses" (Sonlight Publishing, Inc., 4809 Honey Grove Dr., Antioch, TN 37013, phone 615­834­6194). Capítulo 6—Sanando la herida del padre
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 6—Sanando la herida del padre George, moviendo nerviosamente las monedas que había en su bolsillo, se acercó a mí lentamente después de la reunión de apoyo y me preguntó si yo querría ser su mentor. “Claro”, le contesté. Después de todo yo ya tenía el pelo lleno de canas y él era lo suficiente joven como para ser mi hijo. Después de reunirme con él para comer un par de veces, me di cuenta de que necesitaba algo más que a un mentor. Buscaba un padre. Se moría por recibir el afecto que su padre irresponsable dejó de darle durante sus años de crecimiento. Necesitaba que su padre le diera apoyo e identidad. Todos necesitamos eso. “Esta agobiante ‘herida del padre’ que los hombres han sufrido a lo largo de generaciones es una herida de ausencia”, escribe Gordon Dalby. {11} Dejar de recibir seguridad e identidad por parte del papá, es una clase abandono—abandono de la responsabilidad. Nos deja preguntándonos, ¿Quién soy? ¿De quién soy? Este abandono es una violación a nuestro carácter y emociones. Me senté en la mesa frente a George y le observé bebiendo a sorbos su cóctel para medicar la vergüenza de su peor adicción: la homosexualidad. Buscaba a su padre en hombres mayores. Él odiaba eso de sí mismo. Sabía que su respuesta no estaba ni en la botella ni en otros hombres, pero no tenía energías para parar este comportamiento auto­destructivo. Necesitaba sanidad para la herida del padre. Las heridas del abandono de Geroge le hicieron muy difícil comenzar relaciones sanas y beneficiosas. Salía de una mala relación a otra. Las personas abandonadas son atraídas por otras personas que también han sido abandonadas, de quienes tienen la esperanza de poder recibir aprecio, pero de quienes finalmente reciben más abandono. Puesto que la herida del padre es provocada por el abandono que resulta de una falta de aprecio e identificación, entonces la sanidad de esta herida tiene que venir de una figura de padre que tenga la autoridad y el poder para dar aprecio e identidad; es decir, nuestros padres. La sanidad procede de saber quienes somos porque sabemos de quién somos. Si como niños no recibimos aprecio, el Padre­Dios es la única fuente de aprecio en la edad de adultos. “Sólo Jesús”, escribe Dalby, “puede sanar la herida del padre porque sólo él puede vencer a nuestra naturaleza de pecado y restaurar la relación con el verdadero Padre presente de todos los hombres”. {12} Necesitamos que Dios sane soberanamente nuestras heridas del padre y restaure nuestras relaciones. Él consigue esto haciéndonos Sus hijos. Dalby: “Solo la dignidad de la condición de hijo puede vencer la vergüenza del abandono.” {13} Qué declaración tan profunda. Para poder promover la sanidad y la restauración, queremos cooperar con el Espíritu Santo en tres marcos temporales: Necesitamos cambiar el presente, tratar con el pasado y edificar hacia el futuro. Este capítulo identifica los pasos necesarios para el futuro del ejercicio de la paternidad piadosa.
Humildad: reconociendo el problema El primer paso que podemos tomar hacia la sanidad y la restauración es reconocer que tenemos un problema de abandono. Queremos desenmascarar el orgullo detrás del cual se esconden nuestras inseguridades. “Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes”: (Santiago 4:6). La mayoría de nosotros hemos protegido nuestros sentimientos tan completamente que dejamos de ver que tenemos un problema. Nos avergonzamos tanto de nosotros mismos y de nuestros sentimientos que pasamos la culpa a otros. El juego de la culpa fue perfeccionado en el huerto del Edén, cuando Adán habló esas palabras inmortales, “la mujer que me diste me dio a comer del árbol y yo comí”. (Gén. 3:12). La humildad es honestidad—la capacidad para poseer la verdad sobre nosotros mismos. La arrogancia, la altivez, y la culpa palidecen a la luz de lo miserables que somos sin Jesús. La humildad es salir de la negación a la realidad. Mi papi yacía muerto frío como la piedra dentro del ataúd. La gente pasaba por delante de su cuerpo, y después se volvía para consolar a los miembros de la familia. No recuerdo si la gente lloraba. Yo no lloraba. No me sentía ni bien ni mal sobre su muerte. Sólo recuerdo haber disfrutado hablando y bromeando con mis amigos. Yo tenía catorce años. Cuarenta y dos años más tarde. Era mi tiempo para compartir. Los chicos de mi grupo no podían creerse que yo no estuviera enfadado sobre los asuntos de mi padre. “¿Asuntos de padre?” pregunté yo. “¿Qué asuntos de padre? No tengo ningunos asuntos de padre. Yo no me siento enfadado. No me siento contento. No siento nada. ¿No podéis verlo? Nunca estuvo lo suficiente en mi vida para que yo me sienta de un modo o de otro.” Entonces no sabía que esos sentimientos de “nada” eran mis asuntos del padre. Debía haber tenido alguna clase de sentimientos. Pero había congelado la ira provocada por el abandono en lo más profundo de mí. Solamente cuando el Espíritu Santo comenzó a sanarme de eso, supe que tenía una herida de padre. Él me llevó a la humildad. Reconociendo el abandono como pecado El segundo paso a la sanidad y la restauración es reconocer que el abandono es pecado. Jesús dijo, “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial” (Mat. 6:14). El pecado es una ofensa. Como tal, es una violación de un límite. Violar un límite es cualquier cosa que cruce una línea de seguridad en nuestras vidas, sea en lo físico, espiritual, psicológico, emocional, sexual, financiero o relacional. Cuando se cruza esa línea, sucede una violación. Toda violación de un límite es abusiva. Violamos a Dios al traspasar Su palabra y Su voluntad. Violamos a los demás al quebrar su voluntad o nuestras responsabilidades hacia ellos, y nos violamos a nosotros mismos por medio de varios abusos hacia nosotros mismos. Las violaciones pueden ser tan obvias como una violación sexual o tan sutiles como un padre que no responde.
El papá de George le violó al dejar de abrazarlo en su regazo y llenar su pequeña copa de amor. George no llenó esa copa; por tanto, tampoco podía dar de sí mismo. Tendremos un mayor incentivo para corregir nuestros malos comportamientos si reconocemos lo devastador qué es el pecado del abandono. Confesando el pecado del abandono El tercer paso hacia la sanidad y la restauración es reconocer cómo nosotros mismos hemos abandonado a otros. “Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados.” (Santiago 5:16). Habiendo tenido el abandono como pecado, necesitamos obedecer las escrituras y confesarlo a los demás. Dos buenas razones para hacer eso: primero, saca fuera la oscuridad de ese pecado para que la luz de Cristo al erradique. “Pero todas las cosas se hacen visibles cuando son expuestas por la luz, pues todo lo que se hace visible es luz.” (Ef. 5:13). Este versículo indica que la luz de Cristo torna a la oscuridad en luz. En segundo lugar, confesar nuestros pecados de abandono nos hace dar cuentas a los demás. Queremos confesar cómo hemos sido víctimas del abandono y el efecto que ha tenido sobre nosotros y también cómo hemos abandonado a otros y qué efecto esto ha tenido sobre ellos. Arrepintiéndonos del pecado del abandono El cuarto paso para la sanidad y la restauración es arrepentirse del abandono, puesto que lo hemos reconocido como pecado. Nos aproximamos a esto desde dos ángulos: Queremos arrepentirnos de los resentimientos que tenemos y de los comportamientos auto­destructivos que practicamos como víctimas del abandono. Podemos soltar estos sentimientos y comportamientos malos mucho más fácilmente una vez que nos damos cuenta de que están conectados al abandono. El segundo ángulo es arrepentirnos de nuestro continuo abandono hacia los demás. El arrepentimiento es lamentar nuestra conducta del pasado lo suficiente como para hacer algo diferente con nuestras vidas, para cambiar nuestras mentes y nuestros comportamientos. El arrepentimiento limpia la casa de nuestra alma. Cualquier cargo contra nosotros que puedan dejar caer los demás, puede depender en gran medida de lo limpias y barridas que estén nuestras casas. Dios nos concede el arrepentimiento. Cuando el Espíritu Santo cayó sobre los gentiles, Pedro explicó que era Dios quién también les había concedido el arrepentimiento para vida (Hechos 11:8). En los primeros años de mi andadura con el Señor, Él me convenció de que necesitaba arrepentirme de un cierto pecado en mi vida. “Bueno Señor, me arrepiento”. Tenía las palabras, pero no el corazón para ello. “¡Arrepiéntete!” Me dijo repetidamente durante varios meses. Cada vez trataba de salir de ese pecado con todas mis fuerzas. Cada vez caía sobre mi rostro.
Dios, en Su tiempo, usó una circunstancia en mi vida para exponer ese pecado para producir tristeza según Dios y verdadero arrepentimiento. La mayoría de las veces, he experimentado el proceso del arrepentimiento de Dios de este modo: Él me llama al arrepentimiento. Yo lo intento. Fracaso. Me llama de nuevo. Lo intento una y otra vez. Fracaso y fracaso y fracaso de nuevo. Después, Él es fiel para llevarme hasta el fin de ese pecado y me arrepiento verdaderamente, no en mis propias fuerzas, sino porque Él me concedió el arrepentimiento desde Su misericordia y gracia hacia mí. Ahora necesitamos que Dios no lleve a la tristeza según Dios en ese asunto del abandono. Perdonando a los demás El quinto paso para la sanidad y la restauración es perdonar a quienes nos han dañado. Hay una tremenda sanidad que se libera en el proceso del perdón. Perdonar a los demás sus ofensas es asunto nuestro. Tanto si la otra persona pide o no perdón, eso no es asunto tuyo. Perdonamos a los demás por causa de nosotros mismos, porque la falta de perdón puede llevar a una raíz de amargura, y una raíz de amargura puede llevar a problemas espirituales, emocionales, físicos y personales. Necesitamos hacer lo que sea necesario para liberar a los demás de nuestros resentimientos de modo que nosotros seamos libres de nuestros resentimientos. Para los propósitos de este estudio, queremos estar alerta a nuestra necesidad de perdonar a aquellos que nos han abandonado. Si somos hijos víctimas del abandono de nuestros padres, necesitamos descubrirlo en nuestros corazones para perdonar a nuestros padres. Los problemas financieros, los argumentos de los padres, y una ruptura en la comunicación, fueron entre otras cosas, algunas de las razones que llevaron a Alex a huir de su casa varias veces y adoptar un estilo de vida alternativo. Mientras estaba en un festival de música cristiana, aceptó al Señor en su corazón. Meses después, Alex y su padre asistieron juntos a una reunión de avivamiento. Hubo una invitación para que las personas pasaran al frente para que fueran ministradas y para que oraran por ellas. Alex salió delante porque sentía que la culpa le rodeaba. Estando ahí en pie, llorando, y tratando de descubrir lo que tenía que soltar en su vida, sintió una mano sobre su hombro y escuchó un gemido detrás de él. Pensó, “es mi padre”. Se dio la vuelta y vio a su padre llorando. “Bueno, Señor”, musitó Alex bajo su aliento, “¿Qué se supone que tengo que hacer ahora?”. Inmediatamente tuvo una visión de una gran cruz con las palabras escritas, “Perdónale”. La cruz representaba la necesidad de Alex de echar a un lado su orgullo, su ira y resentimientos para poder pedir perdón. También supo que su padre era un hombre cambiado y que él había de perdonarle por todas las cosas del pasado. “Escogí perdonarle”, testificó. “Lloramos juntos cerca de media hora, cada uno sobre el hombre del otro y desde entonces, hemos tenido la clase de relación íntima que deben tener un padre y un hijo”, dijo. Alex supo en su corazón que si podía perdonar a su padre, la amargura en su interior desaparecería, y podría perdonar a cualquiera.
La falta de perdón es como retener una deuda a alguien. “Me lo debes”. El perdón es dejar que esa deuda se borre del libro mayor. Nos puede ser de ayuda hacer una lista verdadera de lo que pensamos que nos debe nuestro padre. Y después, repasarla y escribir, “Pagado”, en cada cosa. ¿No es eso exactamente lo que hizo Jesús por nosotros? Amo las palabras del coro, “Tenía una deuda que no podía pagar. Él [Jesús] pagó una deuda que no debía. Yo necesitaba que alguien me lavara los pecados…” Luchamos por la reconciliación en toda relación sometida a presión. La reconciliación desarma al enemigo invisible en la guerra contra la familia. Sin embargo, perdonar a una persona abusiva no significa que tengamos que regresar a someternos a su abuso. Solo significa que podemos ser libres. Pidiendo perdón y enmendando El sexto paso para sanar y restaurar es pedir perdón a los que hemos dañado. Si hemos abandonado a nuestros hijos o a nuestros hijastros, emocional, espiritual, social o físicamente, necesitamos buscar su perdón y enmendar lo que sea posible. Hay mucho más trabajo involucrado en asegurar el perdón de los demás que en perdonar a los demás. Necesitamos estar seguros de que hemos hecho todo lo que esté a nuestro alcance para asegurar el perdón de ellos. Jesús enseñó, “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.” (Mat. 5:23­24). Hacemos lo que podemos. Y sin embargo nos enfrentamos también al hecho de que no todo el mundo nos perdonará y se reconciliará con nosotros. Hay varios pasos más involucrados en asegurar el perdón por parte de los demás. Primero, queremos estar seguros de que somos personas cambiadas, que ya no más hacemos esas cosas que dañan a los demás. Mostrar a los demás que nos hemos arrepentido verdaderamente hace mucho para edificar la confianza. En segundo lugar, queremos saber la naturaleza exacta de nuestras ofensas a los demás y confesarlas. En tercer lugar, queremos expresar una tristeza sincera a nuestras víctimas—mostrar que nosotros, de hecho, sufrimos por ellos, que sentimos su dolor. Si no sentimos realmente su dolor, entonces debemos pedir al Espíritu Santo que nos toque donde tengamos que ser tocados. En cuarto lugar, queremos restituir todo lo posible por las ofensas. En quinto lugar, habiendo hecho estas cosas primero, estaremos en una mejor posición para pedir perdón en sinceridad. Restituir puede ser de lo más difícil. Podemos devolver un dinero que hayamos robado de nuestro jefe. Podemos arreglar el daño que hayamos hecho a la verja de nuestro vecino. ¿Pero como podemos pagar la deuda de violar a un niño? ¿Cómo podemos restituir por todos los años perdidos por causa del abandono? ¿Cómo quitamos la nube de soledad, temor e ira que hicieron que nuestros propios hijos cayeran en las drogas, el alcohol, el sexo o en relaciones destructivas? ¿Cómo podemos volver atrás y llenar esas arcas vacías? Enmendar y restituir pueden llevar años de trabajo para re­edificar vidas sacudidas. Las semillas silvestres, una vez sembradas, son muy difíciles de arrancar. Sin embargo, hacemos todo lo que esté a nuestro alcance para comenzar el proceso, para dar marcha atrás a la maldición, para matar las razones que puedan mantener vivo al resentimiento. Puede que necesitemos consejería para nosotros mismos. Puede que tengamos que aconsejarles o incluso ofrecernos a ir a consejería con ellos. El abandono nos quita algo; la restitución tiene la esperanza de devolvérnoslo.
El perdón pone fin a asuntos no terminados en nuestras vidas. Algunas veces tendremos que regresar a ese tema sin terminar para que podamos pasar por ahí y así, dejarlo atrás. La sanidad para mí Este libro fue comenzado durante un período de seis meses de tiempo que yo llamo mi “ayuno de gente”. Tenía que ver con la obra del Señor librándome de un cuidado insano de otros. Al principio de este ayuno, no tenía ni idea de que Dios fuera a sanarme de asuntos con mi padre. “Señor”, pregunté unos meses más tarde. “Este es el último día de mi ayuno de gente. ¿Qué tienes que decirme al respecto?” Su respuesta cambió mi vida profundamente: “Descubrirán en su momento, como habías sospechado, que el cuidado era parte de un ciclo que te llevó a temas masculinos. No habías aprendido cómo ser un hombre porque fuiste criado por una mujer. Pero todo eso ha cambiado ahora. Ahora eres un hombre, Mi hombre. Eres un hombre conforme a Mi corazón. Eres un hombre que busca Mi voluntad, que está dispuesto a poner todo lo que eres para que Yo pueda tener MI voluntad completa y Mi camino en tu vida. Eres un hombre entre hombres. Serás visto como un hombre de hombre, un padre entre los hijos.” Fue abrumador que mi Padre celestial validara mi hombría de este modo, diciendo en esencia, “Eres Mi hijo amado [con hache minúscula], en quien tengo complacencia.” Momentos más tarde el Espíritu Santo me sorprendió permitiéndome saber intuitivamente que mi papá estaba con Él en el cielo. Yo no tenía esa certeza anteriormente. “El lamentó profundamente el abandono”, dijo el Espíritu Santo, “pero comprende que Mi gracia es suficiente.” Era suficiente saber que Papá estaba con el Señor. Pero Él continuó diciendo “Todos estaréis juntos en Mi gloria. Tu Papá sabe quien eres y se agrada profundamente de quién has llegado a ser. Del mismo modo que sucede con tu hijo, tu eres un hijo que hace que su padre se sienta muy orgulloso.” Estas pocas pero poderosas palabras, habladas en el perfecto tiempo de Dios, me sanaron de la herida de mi padre. No puedo decirte lo consolador que fue para mí que el Señor me asegurara de que mi Papá estaba con Él y que lamentaba el abandono. Yo necesitaba saber eso. Lloré y le dije, “Papá, te perdono. Te echo de menos y te amo. Ojalá pudiéramos tener la experiencia de padre­hijo que yo tengo con mi hijo”. (Yo valoro las relaciones con mis hijas. Pero yo era un hijo que necesitaba un padre y estaba mirando a esto desde el punto de vista del padre­hijo). Esta experiencia única puso fin a una intervención quirúrgica espiritual que solamente Dios podía efectuar con una sanidad y una precisión únicas. Dios ya había sanado la herida provocada por el padre entre mi hijo y yo. Este día la sanó entre mi padre y yo mismo. Aunque la sanidad es un proceso progresivo entre mis hijos, mis hijastros y yo mismo, al menos prosigue. Dios todavía está involucrado en el proceso de hacer surgir al papá dentro de este hombre.
La sanidad final y la restauración vendrán al ser nosotros cada vez más conformados y más hechos a la imagen de Jesús, que es quién imparte en nosotros a ese papá. Él nos hace ser lo que necesitamos ser para nuestros amados. Guía de estudio ∙ Tus respuestas a las siguientes preguntas pueden ayudarte a determinar si hay un patrón de abandono en tu vida: ∙ Haz una lista de aquellos que piensas que te han abandonado en tu vida, de un modo u otro. ∙ ¿De qué manera has sido abandonado por cada uno de ellos? ∙ ¿Qué expectativas legítimas deberías haber tenido de cada uno de ellos? ∙ ¿Qué expectativas falsas podrías haber tenido de cada uno de ellos? ∙ ¿Qué razones, si las hay, te fueron dadas para proceder al abandono? ∙ ¿Cómo podría tu vida ser distinta si no hubieras sido abandonado por cada uno de ellos? ∙ ¿Has tenido muchas relaciones que hayan surgido y terminado a lo largo de tu vida? ∙ Si la respuesta es afirmativa, ¿Con quién? ∙ ¿Qué tipo de relación tuviste con cada uno de ellos? (compañero, padre, miembros de iglesia, compañeros de trabajo, etc.) ∙ ¿Por qué razón abandonaste a cada uno de ellos? ∙ ¿De qué forma habría sido tu vida distinta si no hubieras abandonado a ninguno de ellos? ∙ Si ha habido un patrón de abandono en tu vida, contesta a lo siguiente: ∙ ¿Qué enmiendas o restituciones necesitas hacer a los miembros de tu familia por haberlos abandonado? ∙ ¿Qué resentimientos y falta de perdón tienes hacia tu padre? ∙ Antes escribí que la “falta de perdón es como retener una deuda a alguien, es como un proclamar, ‘Me debes algo’ ”. Sugerí que "podría sernos de ayuda hacer una lista real de lo que pensamos que nos debe nuestro padre.” ∙ Si estás listo, prepara ahora mismo esa lista ∙ Si estás listo, marca cada aspecto como “Pagado” ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo.
Notas {11} Gordon Dalby, Fight Like a Man (Wheaton: Tyndale House Publishers 1995), viii. {12} Ibid., ix. {13} Ibid., ix Capítulo 7 – Encontrando al Padre­Dios
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 7 – Encontrando al Padre­Dios El 4 de Abril de 1978 mi esposa y yo nos convertimos radicalmente. Necesitábamos que así fuera. Yo me había convertido en un ateo profeso. Ella admitía ser una agnóstica. No creía que hubiera un dios, un mundo espiritual o una vida después de la muerte. “Esta vida terrenal es tu única oportunidad”, solía jactarme. “Si tienes éxito en la vida, date un palmadita en la espalda. Si no, pégate una patada.” Yo me consideraba mi propio dios. Me revolqué en esa arrogancia durantes unos años que culminaron con un breve encuentro con el ocultismo. Eso transformó nuestras vidas. Nosotros no lo llamábamos “ocultismo” en ese momento. Eso probablemente me habría repugnado. Se nos había dicho que se trataba de fenómenos paranormales. Eso era un término más atractivo, y tienes que comprender que pensábamos que éramos intelectuales. Después de algunas experiencias aterradoras, pedimos oración y fuimos librados de esos poderes demoníacos en los que nos habíamos involucrado. Pronto aprendimos por medio de una buena enseñanza bíblica que hay dos reinos en el mundo espiritual. Nos habíamos metido en el equivocado. Uno es el Reino de Dios con Jesucristo como Rey de Reyes, y otro es el de las tinieblas, con Satanás como el gobernador de este mundo. Qué día glorioso el de nuestra conversión. Fue para mi como si el velo del templo de Dios se abriera y pudiera ver a través del Lugar Santísimo. Supe más allá de cualquier sombra de duda, que Jesús estaba vivo y era real y que yo había sido un verdadero loco. No es necesario decir que me arrepentí ese día. También mi esposa. Decidimos entregar nuestros corazones y nuestras vidas a la completa voluntad de Dios en Cristo. Nos convertimos alguien en nosotros mismos que era diferente de quienes habíamos sido antes. No había forma de cambiarnos a nosotros mismos de ese modo. Fuimos literalmente trasladados del reino de las tinieblas al Reino de la luz de Dios. Ese día de Abril, conocí a mi Padre­Dios. No sabía mucho sobre Él en ese tiempo. Primero llegué a conocerle como alguien que me amaba tal y como era. Eso era suficiente para mí. Los años siguientes pasaron en lo que yo llamo mi viaje del desierto, en el que Él, por el poder de Su Espíritu Santo, me llevó por el proceso de separarme del mundo, del pecado, del poder de la carne y del dominio de Satanás. No fue hasta comenzar este libro que Dios reveló los aspectos más profundos de Su paternidad hacia mí. Hasta entonces, conocía a Jesús como mi salvador, señor, pastor y hermano mayor; y conocí al Espíritu Santo como mi maestro, mi consolador, mi purificador y mi guía. Supe que Dios Se llamaba a Sí mismo nuestro Padre, pero no comprendí en su totalidad la realidad de ello. Él me sigue revelando Su naturaleza como Padre. Cuanto más llego a conocerle así, más me convierto en la clase de Padre que Él es. Estoy tomando Su carácter.
Conocimiento del Padre El Padre­Dios reveló a Su Hijo para que Su Hijo pudiera revelarle a Él como Padre. Dios reveló esta relación Padre­Hijo como ejemplo, incluso como prototipo de lo que Él quiere entre Él y nosotros. ÉL quiere muchos hijos llevados a la gloria. “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.” (Heb. 2:10). Dios Se reveló a Sí mismo en Jesucristo para darnos a conocer Sus intenciones; es decir, que ÉL quiere una familia para Sí mismo, un cuerpo y una esposa para Su Hijo, y un templo para Su Espíritu Santo. Estos son los términos muy personales e íntimos que Dios ha usado para describir de qué modo Él quiere relacionarse con nosotros. Nosotros no conocemos al Padre­Dios simplemente para poder disfrutar de una experiencia de una vez que nos permita obtener un billete gratuito al cielo. No Le conocemos simplemente para poder disponer de alguien con quién podamos gimotear cuando nuestros rostros se manchen un poquito. No Le conocemos para poder jugar con Él a Santa Claus en nuestros tiempos de necesidad. Le conocemos para poder desarrollar una relación íntima y permanente con Él. El corazón del Padre­Dios Dios quiere algo más que simplemente que sepamos cosas sobre Él. Él quiere que Le conozcamos personalmente. Quiere que conozcamos Su corazón. Un análisis radical de las Escrituras resalta el corazón del Padre­Dios. Él bendice a Su pueblo. Él pronuncia Su bendición sobre personas. Él es fiel. Él promete no dejarnos nunca ni abandonarnos. Él guarda Sus promesas. Él cuida de nosotros y nos guarda. Él nos pastorea, nos protege, y provee para nosotros. Tiene compasión por nosotros. Él muestra misericordia y perdón. Él se acerca a nosotros cuando nosotros nos acercamos a Él. Él nos ama, nos salva y nos libra del mal. Él nos exalta y nos recompensa. Él nos cubre. Él es paciente. Él es bueno hacia nosotros. Él está lleno de gracia y nos da de Su gracia. Él nos guarda. Él es un Dios de paz. Él es verdad. Él nos fortalece. Él se goza por nosotros. Él es nuestro sanador. Por su gran amor hacia nosotros, Él nos disciplina como hijos. Él tiene celo cuando somos infieles y se enfada cuando somos desafiantes y rebeldes. El Padre­Dios nos dio a Jesús, que es nuestro redentor, justificador, sustituto, justicia, salvación y glorificador. Él es el autor y el consumador de nuestra fe, el apóstol y sumo sacerdote de nuestra vocación, el pastor y obispo de nuestras almas. Él es nuestro abogado, el autor de la eterna salvación, el pan de vida, nuestro libertador, el buen pastor, el camino la verdad, la vida y la luz. Él es el mediador entre nosotros y el Padre y siempre está intercediendo por nosotros. Jesús nos dio el Espíritu Santo para que fuera Su presencia permanente dentro de nosotros; para darnos el poder de su señorío; para guiarnos, enseñarnos, consolarnos y ayudarnos. Por medio de Cristo y del Espíritu Santo, somos ahora una nueva creación, la justicia de Dios en Cristo, el cuerpo de Cristo, la esposa de Cristo, la familia de Dios, el rebaño de Dios, Su morada, Su casa espiritual, Su templo, los hijos de Dios, los escogidos, los elegidos, los herederos, luces, hijos de Dios, árboles de justicia, vasijas de honra, vasos de misericordia, pilar y el fundamento de la fe, la Nueva Jerusalén.
Es así como el Padre­Dios lo quiere. “Porque yo sé los planes que tengo para vosotros"­­ declara el SEÑOR­­"planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza.” (Jeremías 29:11 Biblia de las Américas). Intimidad con el Padre Dios no solo quiere que Le conozcamos, Él quiere que seamos amigos. ¡Imagínatelo! ¡Tú y yo, amigos personales de la mayor autoridad en todo el universo! Jesús dijo a Sus seguidores, “Ya no os he llamado siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; pero os he llamado amigos; porque todas las cosas que he oído de Mi Padre os las he dado a conocer.” (Juan 15:15). El escrito que incluyo más abajo, que surgió poco después de mi conversión en 1978, me llamó a una relación más íntima con Dios como mi Padre Celestial. Oro que podáis escuchar la voz de Dios llamándoos a un caminar más cercano con Él. ¿Caminarás Conmigo y hablarás Conmigo como si Yo fuera el único? Cuando tenéis amor fraternal hacia algunos, sentís afecto hacia ellos; queréis estar con ellos, habláis con ellos, hacéis cosas juntos. Os amo, pueblo Mío, y quiero ser vuestro amigo. Quiero pasar tiempo con vosotros y teneros, y hablar con vosotros. Tengo hambre de comunión. Tengo celo cuando vuestro corazón se aparta hacia otro amor. Vuestra atención esta aquí y allí y en todas partes, pero no en Mí. Aún no Me amáis con amor fraternal. Porque ese amor os lleva a querer tener comunión Conmigo. Desead, Pueblo Mío, ser Mis amigos, porque Yo ya soy vuestro amigo. Desead amarme con amor fraternal, y Yo os daré el afecto por el que habéis de amarme. ¿No he dicho Yo en Mi palabra, no he prometido que cualquier cosa que pidáis, os la daré si permanecéis en Mi palabra? Pedid lo que Yo os pido que pidáis, y ciertamente Yo os lo daré. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, alma, mente y fuerzas” Pedidme que os muestre lo que significa amarme así, y ansiosamente os lo mostraré. Porque Mi corazón está vacío para que Me améis de este modo. Este es el propósito por el que Yo os hice y os redimí con Mi sangre. No hay otro propósito legítimo para vuestra vida. Todo lo demás que hagáis en esta vida es secundario y sin valor si primero no Me amáis con todo vuestro corazón, alma, mente y fuerzas. Yo soy el Señor vuestro Dios, que os hice, que os formé para esté preciso propósito. No seáis engañados por el mundo o por los deseos de la carne. Estas cosas pasarán pero Mi palabra es para siempre. Si no permanecéis en Mi palabra, no tenéis parte en Mí ni Yo en vosotros. No seáis engañados, pequeñitos Míos; el tiempo es corto y los momentos son preciosos. Pronto estaremos como familia en la eternidad, pero por ahora nuestra comunión es en un Espíritu y verdad. Seguid Mi Espíritu y Yo os impartiré Mi verdad. Mientras caminemos juntos lado a lado en el sendero de la vida, no habrá nadie junto a Mí. Yo soy vuestro único y verdadero amor. Tengo cosas que deciros, cosas que mostraros, lugares en el Espíritu dónde llevaros; pero no puedo si no Me escucháis y si no tenéis comunión conmigo, si no os volvéis de todo vuestro corazón, alma, mente y fuerzas. Derramaré MI Espíritu sobre los que diligentemente Me busquen y Me sigan, los que estén dispuestos a ser invisibles, a no tener parte en el auto­reconocimiento y aplauso personal, sino que estén dispuestos a vaciarse a si mismo y a seguirme con todo el corazón.
No os demoréis en Mi búsqueda, pueblo Mío. Estoy a la puerta en esta misma hora, esperando y llamando para entrar y cenar contigo. Cenar contigo es Mi forma de decir que quiero tener comunión contigo como la tuve con Moisés, dos hombres hablando uno al otro como íntimos amigos. ¡Cómo anhelo ser vuestro amigo como vosotros los sois para Mí! Anhelo tomar vuestra mano y caminar con vosotros entre los árboles otoñales, dando un paseo juntos, como recogiendo las hojas caídas. En todo momento quiero estar tan cerca de vosotros en vuestras vidas del mismo modo que la cálida brisa del verano está sobre vuestra frente. Alcanzadme, amados Míos; estoy esperando frente a vosotros para tomaros de la mano y guiaros. Tenemos una montaña qué escalar juntos, vosotros y Yo. Y esa escalada es tan individual como un caminar juntos tu y Yo, mano a mano. No os atraséis, Hijos Míos. No hay tiempo para tonterías, para locura. No hay tiempo qué perder en los afanes y preocupaciones de este mundo. ¡Si supierais las cosas que os he preparado! No dudaríais ni un momento en dejarlo todo y correr a Mis brazos. No por causa de las “cosas”, sino por causa de Mi amor. Venid a Mí. Venid a Mí. Venid a Mí. Cenad Conmigo y Yo con vosotros. La fiesta está lista. El llamado avanza. No os retraséis. Venid, Mis queridos. Venid. Os estoy esperando. Tienes que nacer de nuevo Antes de poder tener esta clase de intimidad, antes de que podamos tomar Su carácter, antes de que el papá pueda surgir dentro de nosotros, antes de que podamos realmente tener una familia restaurada a nosotros tal y como Dios diseño a la familia originalmente, tenemos que tener al Espíritu de Dios morando en nosotros. Necesitamos nacer a la familia de Dios y hacer a Jesús el Señor de nuestras vidas. Jesús dijo a Nicodemo que a menos que uno nazca de nuevo, no puede ver ni entrar al Reino de Dios (Juan 3:3,5). El término popular, “nacido de nuevo” literalmente se traduce de “nacido de lo alto”. Si hemos de nacer de lo alto antes de poder ver y entrar al Reino de Dios, entonces debe ser importante saber lo que significa. El primer Adán cayó. Cada persona nace de su misma línea sanguínea, y por tanto, también ha caído. “Porque todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). Cada uno de nosotros es espíritu con un alma (personalidad) que vive en un cuerpo. Nuestros cuerpos no son lo que somos, sino simplemente las casas en las que vivimos nuestra existencia terrenal. Aunque nuestros cuerpos se corrompan con la muerte, las personas reales que somos viven después de la muerte.
Solo hay dos lugares a los que pueden ir los espíritus humanos que han partido: el cielo o el infierno. A menos que nazcamos de lo alto, no podemos ni ver ni entrar al Reino de Dios. No podemos ir al cielo. Dios, el Padre, se hizo hombre en la persona de Jesucristo. Se llamó a Sí mismo, el Hijo de Dios. Él es considerado en la Escritura como el "último Adán” (1ª Cor. 15:45). Vivió conforme a la justicia de Dios. Fue crucificado, murió, fue sepultado, resucitó, ascendió a los cielos y envió Su Espíritu Santo a la tierra desde el día de Pentecostés hasta ahora para cumplir Sus propósitos divinos en la humanidad. Cuando nosotros, por la fe en Jesucristo, recibimos a Jesús, recibimos Su Espíritu. El mismo aliento de Dios es soplado en nuestros espíritus humanos y somos avivados a nuevas vidas en Cristo. Nacemos literalmente de lo alto. Ya no somos más del linaje del primer Adán, sino que nacemos al linaje del último Adán, Jesucristo. En ese instante de fe salvadora, nos convertimos en bebés espirituales en Cristo Jesús, y comienza el proceso de la salvación. Nacemos de lo alto cuando nos arrepentimos de no haber hecho a Jesucristo señor de nuestras vidas. El verdadero arrepentimiento vendrá solo como resultado de la obra de gracia de Dios de revelarnos a Jesucristo a nosotros. La salvación es por completo resultado de la gracia de Dios y no tiene nada que ver con lo que merezcamos o con lo que podamos hacer por nosotros mismos. El apóstol Pablo dice en su carta a los Efesios: “Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no sea que ninguno de vosotros se gloríe.” (Efesios 2:8­9). No obstante, no nos atrevemos a vivir nuestras vidas pasivamente, esperando que algún día algo dramáticos nos suceda y nos dé esa sentido de seguridad de que hemos nacido de lo alto. Nadie sabe cuando la muerte pueda tragarnos. Esta decisión no puede tomarse después de la muerte. Por tanto, antes de morir, deber tomar una decisión deliberada de arrepentirnos y de hacer a Jesucristo Señor de nuestras vidas. La oración del pecador Esta decisión es hecha más adecuadamente a través de lo que es comúnmente llamado “la oración del pecador”. No hay pasos fáciles a la salvación. No es algo que hagamos, como unirnos a un club. Porque Jesús, la persona, es en Sí las buenas noticias de Dios y la salvación es el resultado de una relación continua y personal con Jesucristo como Señor. De modo que orar “la oración del pecador” no merece en sí la salvación. Sin embargo, cuando oramos sinceramente la oración del pecador con un corazón contrito y humillado, el Señor escucha y contesta. Es nuestra invitación a Dios en Cristo a venir a nuestras vidas, no solo para residir ahí, sino para gobernar. Estos son los puntos principales en la oración de un pecador que nos ayudan a expresar a Dios el deseo de nuestros corazones arrepentidos. Si tienes alguna duda en tu corazón sobre si eres o no un hijo nacido de nuevo del Dios viviente, puedes tener esa seguridad ahora tomando los siguientes pasos en oración: Reconoce que eres un pecador, que estás perdido, rumbo al infierno, y necesitado de salvación. Confiesa a Dios que eres un pecador, admítelo a Él. Pídele que te recuerde todos los pecados por los que necesitas el perdón.
Nómbrale a Él esos pecados y pídele que te perdone por ellos. Después, pídele que rompa el poder del pecado en tu vida. Pídele que quite tus pecados y que te libre de toda injusticia. Confiesa que Jesucristo es el Hijo del Dios viviente. Invita a Jesús a venir a tu ser y a vivir Su vida en ti. Declárale que quieres que Él sea el señor por completo de toda tu vida. Pídele que sople sobre ti con Su Espíritu Santo y que te haga nacer de lo alto. Pídele que te llene, que te sumerja y que te revista de Su Espíritu Santo para que tú puedas tener el poder de vivir la vida cristiana diariamente. Pídele que te de los dones del Espíritu puesto que Él desea esos dones y desea avivarlos en ti para que tú puedas servir a otros en el poder de Su Espíritu. Habiendo hecho una oración como ésta, y habiendo creído en tu corazón que has nacido de nuevo de lo alto por el Espíritu de Dios, cuéntale a alguien sobre tu decisión de hacer a Jesús el señor de tu vida. Seguimiento Dios el Padre continúa siendo nuestro padre por medio de la persona de Su Espíritu Santo, que nos instruye en Su palabra. La palabra de Dios nos dice que el bautismo en agua es un primer paso necesario de obediencia para todo nuevo creyente (Hechos 2:38). Sé bautizado inmediatamente y entra en comunión con otros creyentes que te ayudarán a crecer en el Señor. En este tiempo de fe salvadora, eres un cristiano bebe. Acabas de empezar tu nueva vida en Cristo. El nuevo nacimiento no es la meta de la vida del cristiano; es el comienzo de la misma, y no puedes comenzar de ninguna otra manera. Es fácil desanimarse y la tentación de volverse al mundo va a estar ahí. Por eso la Escritura nos exhorta a los creyentes a ser constantes y a no dejar de congregarnos con el propósito de animarnos unos a otros (Heb. 10.25). Estudia tu Biblia para conocer la palabra de Dios por ti mismo. Desarrolla el patrón de hablar a Dios continuamente en oración. Ten comunión con Él todo el tiempo en el Espíritu Santo. La experiencia del nuevo nacimiento es una transformación real que ocurre dentro de ti. Literalmente te conviertes en una nueva criatura—una nueva creación. Fuiste creado por Dios para convertirte en un hijo de Dios en la familia de Dios para que pudieras glorificarle y disfrutarle para siempre. Una vez que nacemos de nuevo nos hacemos uno con Él—estamos en el Padre y el Padre está en nosotros. Ahora podemos ser recibidos por el Padre de padres, el único que pone en nosotros el papá para que podamos convertirnos padres.
He descubierto al papá en mí y Él es el todopoderoso Dios, Jehová, el gran YO SOY, Dios el Altísimo, Jesús—Él es mi Padre celestial. Todavía sigo aprendiendo más acerca de Él, y Él sigue cultivando esa simiente del papá dentro de mí. Guía de Estudio ∙ ¿Has conocido al Padre Dios a través de una experiencia de nuevo nacimiento? Si así no fuera, ¿Oraste la “oración del pecador” que sugerimos en este capítulo? ∙ Si fuera así, describe por escrito tu experiencia brevemente. ∙ ¿Qué es lo que piensas y sientes sobre ser un hijo en relación con Dios como Padre? ∙ ¿Qué planes has hecho de recibir el bautismo en agua? ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Capítulo 8 – Haciéndonos hijos primero
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 8 – Haciéndonos hijos primero Camino de mi cuadragésima reunión del instituto, visité a un compañero del colegio que había levantado un exitoso negocio de concesionario de automóviles en mi pueblo natal. “¿Qué has estado haciendo últimamente?”, le pregunté. “Se echó hacia atrás en su silla y una sonrisa satisfecha recorrió su rostro. “Principalmente he estado dedicándome a las sesenta cabezas de ganado en la granja que tengo en el campo”, contestó. “Mis hijos llevan el negocio”. Dios me había estado enseñando lo que significa ser un hijo de Dios y cómo nosotros, como hijos Suyos, tenemos un negocio con Él. Somos Padres e Hijos S.A., tal y como lo expuso un maestro. Cuando mi amigo me dijo que sus hijos llevaban el negocio, una inundación de analogías pasó por mi mente. No conozco los nombres de sus hijos y lo que sigue ahora es estricta ficción. He llamado a uno de los hijos “Junior”. Desde el tiempo de su niñez, a Junior le gustaba quedarse con su padre en el concesionario. Me imagino a él, sentado en la enorme silla de su papaíto, con sus pies puestos sobre la mesa, como su papá. Papá era el más grande. Cuando Junior creció un poquito, comenzó a ir con su papá al banco, y a ver como recibía préstamos de cientos de miles de dólares para pagar una nueva entrega de automóviles. Un buen día decidió ir solo al banco e intentar hacer lo que había visto hacer a su padre. “Hola, soy Junior, ¿Te acuerdas de mí? Necesito un préstamo de un zillón de dólares para mi papá. Dentro de poco le viene una nueva tanda de coches. Poned el dinero en la cuenta como siempre hacéis.” El empleado de banca sonrió, se inclinó desde detrás de su mesa y explicó cuidadosamente, “Bueno Junior, parece que estás aprendiendo mucho en el negocio de tu papá. Estoy seguro de que un buen día empezarás igual que tu papá. Pero hay un problemilla. No podemos hacer esa clase de préstamo a menos que tu papá esté aquí para solicitarlo él mismo o a menos que primero nos informe de que tú estás autorizado para solicitarlo en su nombre.” Junior comprendió… más o menos. Se encogió de hombres y se marchó. Treinta años después, mas o menos, Junior entra en ese mismo banco y habla con el empleado de banca, quién, sin rechistar, le presta el capital que necesita. ¿La diferencia? Trabajó duro en su negocio, demostró ser un hijo file y ahora tiene la autorización de su padre para hacer negocio en su nombre. Yo estaba convencido, aunque mi amigo no había dicho nada de eso, que él no se había apartado de la supervisión general del negocio. Puede que sus hijos llevaran el negocio, pero no eran los dueños. Puede que tuvieran mucha mano en ciertas áreas, pero llevaban el negocio conforme a la voluntad y la forma personal de su padre. El concesionario sigue estando a nombre del padre.
Autoridad graduada Cuando era niño, espiritualmente hablando, yo tenía ciertos privilegios, aunque no muchos, en la casa de mi Padre­Dios. Principalmente aprendí y fui disciplinado por Dios, quien se encargó fielmente de todas mis necesidades. Al crecer bajo sometimiento a mi Padre­Dios, aprendí de Su voluntad y de Sus caminos. Aprendí principalmente viendo a Su Hijo, mi Hermano mayor, Jesús, y por la disciplina de Su Espíritu Santo. Aprendí más y más sobre la forma que Él tiene de hacer negocios y cómo Él espera que Sus hijos hagan negocios con Él. Gradualmente iba tomando una mayor autoridad en mí, mientras yo iba demostrando fidelidad y obediencia para hacer Su voluntad y para andar en Sus caminos. Un día llegué a un punto en el que podía decir ciertas cosas y tendrían que suceder simplemente porque yo lo había dicho. No puedo decir simplemente lo que me apetezca, pero sé que hay cosas que es correcto declarar porque conozco la voluntad de mi padre y sus caminos. Son la clase de cosas que Él mismo diría, y Él me ha dado la autoridad para decirlas en Su Nombre. Sé que no es ser arrogante ni presuntuoso sobre estas cosas. Tomo esta responsabilidad muy seriamente, del mismo modo que pienso que lo hacen los hijos de mi amigo cuando van al banco para pedir préstamos de grandes sumas de dinero. Como creyentes nuevos, muchos de nosotros fuimos enseñados que teníamos autoridad en el nombre de Jesús. Declarábamos toda clase de cosas en Su nombre, aunque nada cambiaba. Nos hemos podido desanimar e incluso algunos han caído en incredulidad. No nos enseñaron que teníamos que crecer hasta convertirnos en hijos responsables antes de poder ejercer autoridad en ciertas áreas. No fuimos sazonados lo suficiente para usar esa autoridad de forma adecuada. Tenemos que ser hijos antes de poder ser padres. No saltamos al mundo para convertirnos automáticamente en padres. Crecemos en eso. Como hijos, tenemos que aprender a depender de nuestro Padre­Dios por cada necesidad que tengamos. Tenemos que sujetarnos a nosotros mismos a su disciplina en nuestras vidas de voluntaria y gozosa. En cualquier caso, lo único que Él quiere hacer es criarnos hasta llegar a ser padres en autoridad, llevar Su imagen y hacer negocio conforme a Su voluntad y a Sus caminos. La condición de hijos Cuando utilizo el término “condición de hijos” no me refiero simplemente a niñitos­hijos e hijas. Me refiero a esa clase de madurez a la que llegamos cuando hay ciertos elementos clave presentes en nuestras vidas—cosas tal y como el sometimiento a la autoridad, la obediencia, la confianza, la humildad y el amor generoso. Un hijo no puede entrar con facilidad en la condición de adulto, si la paternidad no está presente para hacer que surja. La condición de hijo va mano a mano con la paternidad. La paternidad es esencialmente, la presencia del papá.
Dios mismo es la más alta y perfecta personificación de la paternidad. Él da a conocer Su presencia a nosotros y nos llama como Sus hijos espirituales que somos. “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (Rom. 8:19,29­30). Lo que Dios quiere en Su casa espiritual es lo mismo que Él quiere en las familias naturales de Su pueblo—hijos hechos conforme a la imagen de Su Hijo. La persona de Jesucristo define la condición de hijo en su máximo esplendor. Los hijos aprenden el sometimiento a la autoridad Dios es la autoridad más alta en el universo. Él ha delegado al padre para ser la autoridad en las vidas de sus hijos. La madre tiene autoridad, pero es diferente y mucho menos apremiante. Un padre sano y funcional que está presente en la vida de sus hijos, enseñará autoridad y sometimiento. El sometimiento a la autoridad es muy importante para Dios. Hemos de someternos unos a otros (Efe. 5:21), a la supervisión pastoral (Heb. 13:17), a Dios (Santiago 4:7), a toda institución humana (1ª Ped. 2:13). Las esposas han de someterse a sus maridos (Efesios 5:22; Col. 3:18), y los jóvenes a los ancianos (1ª Ped. 5:5). Si nosotros como hijos no aprendemos el sometimiento en el hogar, se hace difícil aprender a someterse a la justicia de Dios (Rom. 10:3). Jesús estaba completamente sometido a Su Padre celestial, y así, aprendió la autoridad y tuvo autoridad. “Porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.” (Mat. 7:29). De este modo, la condición de hijo lleva consigo el sometimiento a la autoridad. El hijo que aprende el sometimiento aprenderá a estar en autoridad. El padre es una autoridad justa cuando él mismo está bajo la autoridad de Jesús. Los hijos aprenden la obediencia La obediencia es la característica de la condición espiritual de hijos. “Los que son guiados por el Espíritu de Dios, ésos son los hijos de Dios”: (Rom. 8:14). Jesús es nuestro ejemplo de hijo en absoluta obediencia a Su Padre. Estaba atado por amor a Su Padre para hacer solo aquello que Él veía hacer al padre. “Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. 20 Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis.” (Juan 5:19­20). “Jesús dijo: …No hago nada por mi cuenta, sino que hablo estas cosas como el Padre me enseñó.” (Juan 8:28). El sometimiento y la obediencia son semejantes, aunque no exactamente iguales. Uno puede ser obediente sin estar sometido, como lo ilustra la historia del niño pequeño a quien dijeron que se sentara. “No, no quiero sentarme.”
“¡Te he dicho que te sientes!”, ordenó el padre severamente. “¡No!”, contestó. “Si no te sientas, me levantaré y te pegaré.” Finalmente se sentó pero dijo, “Puede que me esté sentando por fuera, ¡pero en mi interior estoy de pie!” La obediencia es el comportamiento externo de hacer las cosas. El sometimiento refleja una actitud, una condición del corazón. La obediencia pura es el fruto de un espíritu sometido. La condición de hijos habla de la clase de hijos que son tanto sometidos como obedientes. Responden bien a la paternidad. Se sientan, incluso en su interior, la primera vez que reciben la orden. Pablo exhorta, “Hijos someteos a vuestros padres en el Señor, porque esto es bueno” (Efesios 6:1). Y también, “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto es agradable al Señor” (Col. 3:20). La obediencia y el sometimiento no son cosas que surjan de forma natural en los hijos. Los hijos tienen que ser enseñados y modelados. Los hijos los adquieren por medio de la disciplina (discipulado). La paternidad discipula la condición de hijos; es decir, enseña el sometimiento y la obediencia. Los hijos aprenden a confiar Cuando la paternidad fiable y genuina está presente, un hijo aprende primero a confiar en su padre. Puede que no siempre comprenda o que ni siquiera esté de acuerdo con las acciones de su padre, pero se conformará con él. El ejemplo final de esta confianza ciega ocurría entre Abraham y su hijo Isaac. Abraham era un hombre bajo la autoridad del Todopoderoso. Era, por así decirlo, un hijo en obediente sumisión. Lo que Dios decía, Abraham lo hacía. Abraham confiaba en Dios como Padre. Dios había hecho Su pacto con Abraham de que él sería padre de multitudes. Abraham, como hijo bajo Dios, hecho un padre por Dios, y actuando sobre la base de una fe ciega en Dios, recibe ahora la orden de sacrificar a su hijo Isaac, el hijo de la promesa. Pienso al respecto. ¿Cómo podía Abraham pensar en ni siquiera levantar el cuchillo sobre su hijo? Pero… ¿Te has puesto a pensar alguna vez en todo esto desde la perspectiva de Isaac? ¿Puedes imaginarte la ráfaga de emociones que debió haber sentido cuando Abraham le ató y le puso sobre el altar? No hay indicación alguna de que Isaac pusiera alguna clase de oposición. Isaac no habría podido entregarse a sí mismo a Abraham si no confiara en él. Abraham tampoco habría podido ir tan lejos como fue si no hubiera confiado en su Dios. Isaac preguntó, “veo el fuego y la madera: pero, ¿Dónde está el cordero para la ofrenda quemada?” El Abraham lleno de fe respondió, “Dios proveerá”.
Abraham también ejerció Su confianza en Dios cuando antes había dicho a los dos hombres que viajaban con él, “Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros”. Él esperaba absolutamente que Dios proveyera, aunque estaba dispuesto a obedecer hasta el final. En el último instante, un ángel ordenó a Abraham que detuviera su mano y Dios proveyó otro sacrificio—un carnero atrapado en un matorral (lee Gen. 22.1­14; Heb. 11:17­19). Gracias a Dios por Su provisión. Dios siempre provee para los que ponen su confianza en Él y Le obedecen. Esos son los jóvenes que aprenden la condición de hijos. Jesús confirmó el papel que la fe y la confianza juegan en nuestra capacidad para someternos a la autoridad. Mateo relata: “cuando bajó del monte, grandes multitudes le seguían. Y he aquí, se le acercó un leproso y se postró ante El, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Y extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra. Entonces Jesús le dijo*: Mira, no se lo digas a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio a ellos. Y cuando entró Jesús en Capernaúm se le acercó un centurión suplicándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, sufriendo mucho. Y Jesús le dijo*: Yo iré y lo sanaré. Pero el centurión respondió y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; mas solamente di la palabra y mi criado quedará sano. Porque yo también soy hombre bajo autoridad, con soldados a mis órdenes; y digo a éste: "Ve", y va; y al otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace. Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en Israel no he hallado en nadie una fe tan grande.” (Mateo 8:5­10). La sumisión se hace muy difícil para nosotros cuando una autoridad abusa de su posición y nos viola. Perdemos nuestra confianza y nuestro respeto en él. Si hemos sido abusados por un personaje de autoridad significativo durante nuestros años de crecimiento, podemos encontrar dificultades en confiar de nuevo en cualquier otra autoridad. El papá, siendo un hombre de buen carácter e integridad, edifica confianza y por ello, demanda respeto y sumisión a su autoridad. Tiene autoridad por estar bajo la autoridad de Cristo. Los hijos aprenden la humildad El sometimiento, la obediencia y la confianza obran todos ellos a través de la humildad. La humildad tiene que ver con ser honestos y abiertos con nosotros mismos, con Dios, y con los demás. Cuando estamos dispuestos a ser honestos y abiertos con nosotros mismos, veremos la verdad sobre nosotros y eso siempre debería tener un efecto humillador sobre nosotros. El orgullo estorba nuestra capacidad para someternos. En cambio, la humildad nos hace libres para eso precisamente. A los hijos que aprendan a humillarse ante hombres mayores, les será más fácil humillarse ante Dios. 1ª Ped. 5:5­6 dice: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.” Es mucho mejor que Dios nos levante que intentar nosotros mismos levantarnos con nuestros inflados juicios respecto de nosotros mismos.
Los hijos aprenden la paternidad Un buen apadrinamiento probablemente engendrará buenos hijos. No obstante, algunos hijos se echan a perder sin importar lo bueno que haya sido el ejercicio de la paternidad por parte de sus primogenitotes. Los padres no deben sumirse en la auto­inculpación. ¿Cómo debió sentirse el padre del hijo pródigo cuando su hijo se marchó de casa y malgastó su herencia? (lee Lucas 15:11­24). Proverbios 22:6 dice, “Enseña al niño el camino en que debe andar, y aun cuando sea viejo no se apartará de él. Las Escrituras dicen que el hijo pródigo recuperó el sentido y regresó a casa. ¿Podría haber influido el entrenamiento del Padre en esa decisión? Los buenos hijos se convierten en buenos padres del mismo modo que los buenos árboles producen buen fruto. El padre es puesto en el hijo para que el hijo pueda convertirse en un padre. Y cuando el hijo se convierte en padre, aún retiene el corazón del hijo dentro de sí. El padre y el hijo son uno dentro de él. Si conocemos la condición de hijos, conoceremos la paternidad. Si conocemos la paternidad, conoceremos la condición de hijos. No podemos separar ambas cosas. Atravesamos tres etapas en nuestro desarrollo espiritual. Comenzamos como bebés y niños, después nos hacemos hijos (jóvenes) y finalmente nos convertimos en padres. Los padres están centrados en los hijos, los hijos están centrados en los padres y los niñitos están centrados en sí mismos. Dios el Padre está centrado en los niñitos, y Jesús, el Hijo, está centrado en el Padre. La inmensa mayoría de nosotros somos niños centrados en nosotros mismos. Tenemos que madurar para llegar a convertirnos en hijos centrados en el padre y que avanzan hacia la paternidad. La condición de hijos es un paso para convertirnos en el papá. Los atributos del carácter que un hijo aprende se convierten en atributos de paternidad que no tienen precio. Los atributos de carácter de la sumisión, obediencia, confianza y humildad nos enseñan como estar en autoridad. Si no tenemos estos atributos, no ejerceremos piadosa autoridad. Es poco probable que recibamos autoridad. Además, cualquier clase de autoridad que pensemos tener, será opresiva. La genuina autoridad y la sumisión a dicha autoridad, libera. Los niños que aprenden a respetar los límites, crecen con una comodidad y seguridad que produce libertad. Los niños que no reciben limitaciones, nunca aprenden realmente quienes son y se convierten en esclavos de cosas como el temor, la inseguridad, la lucha y la avaricia. Una cierta cantidad de estructura es algo liberador; una falta de estructura trae anarquía. Jesús, el Hijo patrón Si no tuvimos un modelo terrenal de papá en nuestro crecimiento, tendremos que aprender a ser papás de otras fuentes. La fuente perfecta es el Padre­Dios, que quiere ser nuestro padre y soltar las cuerdas del mandil emocional de nuestra madre. La única forma de poder aprender de Dios es siendo primero un hijo en relación con Dios. Esto significa que tenemos que someternos a la disciplina del Señor. Significa que tenemos que aprender la obediencia como Hebreos 5:8 afirma sobre Jesús: “Aprendió la obediencia por las cosas que padeció.” Jesús, como el Hijo de Dios, es el patrón por el que nosotros tenemos que guiarnos en relación con el Padre­Dios. Él es nuestro único ejemplo para aprender la condición de hijos.
Los padres cristianos son animados a ser Jesús no sólo a sus propios hijos sino a los niños huérfanos de sus comunidades, y especialmente en su comunidad de fe—y de llevar a esos niños a ser hijos de Dios y futuros padres. Características de buenos hijos Jesús amó a Su Padre más que a Sí mismo. El lo demostró siendo obediente hasta la muerte (Fil. 2:8). El ágape (el tipo de amor de Dios) tiene que ver con la negación de yo y de sus caminos obstinados y auto­indulgentes. Jesús se embarcó en su propio camino hacia la auto­ negación cuando venció las tentaciones del diablo en el desierto. Atravesó otra crisis en el huerto de Getsemaní en Su camino a la cruz. El amor que Jesús tenía por su Padre era la fuerza impulsora detrás de Su deseo irresistible por hacer la voluntad de Su Padre. No deseaba otra cosa. Esta atracción Le dio la capacidad para vencer el yo en cada curva. Comenzaba cada día en oración para descubrir lo que estaba en la agenda del Padre para ese día. Sólo hacía lo que veía hacer al Padre. Fue obediente y fiel hasta el final. “No mi voluntad, sino la tuya.” Isaac tuvo un anticipo de este amor­ágape. Su amor y Su respeto hacia su padre le dieron la fuerza y la confianza que necesitaba para estar dispuesto a poner su vida. Nosotros, como hijos espirituales, aprendemos la obediencia y la fidelidad a través de nuestros padecimientos, dejando que Cristo crucifique la naturaleza de nuestro viejo hombre de pecado. Continuamente Jesús tenía que someterse a la dirección del Espíritu Santo para conocer la voluntad del Padre y hacerla. Los hijos espirituales se someten continuamente a la dirección del Espíritu Santo. Jesús tuvo hambre de justicia. Los hijos espirituales tienen hambre de justicia. Él tuvo pasión por la santidad. Los hijos espirituales tienen pasión por la santidad. La santidad nada tiene que ver con “ir a la iglesia”. No tiene nada que ver con “ser buenos”. No es lo que hacemos, lo que vestimos, como nos arreglamos el pelo, o lo que decimos. Tiene que ver con lo que pasa en el interior de nosotros mismos como resultado de la obra interna del Espíritu Santo en nosotros. Tiene que ver con ser transformados como hijos espirituales en la imagen del Hijo patrón, Jesús. Jesús no hizo provisión para la carne. Los hijos espirituales de Dios no hacen provisión para la carne. Aprendemos a negar a nuestro hombre de carne sus demandas, deseos y obsesiones mentales. ¿Cómo hacemos eso? “Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne.” (Gál. 5:16). Avanzando Tenemos que aprender a ser hijos antes de poder saber a ser padres. Y sin embargo, no podemos retener la paternidad hasta que todos logremos ese modelo ideal de paternidad. Aprendemos la paternidad a la par que aprendemos a ser hijos y aprendemos a ser hijos al continuar hacia ser padres. La condición de padres y la condición de hijos van ambas de la
mano. No podemos aprender una sin que la otra suceda automáticamente. Una no puede existir sin la otra. No hay tal cosa como un padre a menos que haya hijos. No hay tal cosa como hijos a menos que haya unos padres. Los términos sugieren la existencia mutua. Sólo Dios, que es la personificación completa de la paternidad, puede llevarnos a la verdadera condición de hijos. Entreguémonos a Él y a Su Espíritu Santo para que Él pueda hacerlo. Guía de estudio ∙ Describe brevemente el tiempo más memorable en el que fuiste obediente en hacer algo positivo cuando se te pidió. ∙ ¿Has tenido un respeto saludable por las autoridades que han demandado de ti este acto de obediencia? ∙ ¿Cómo ves el papel que juega la confianza en este acto de obediencia? ∙ ¿Cómo ves el papel que juega la humildad en este acto de obediencia? ∙ ¿De qué modo te ha preparado para la hombría éste u otros actos de obediencia? ∙ Describe brevemente el tiempo que recuerdes haber sido desobediente. ¿Cuáles fueron las consecuencias si las hubiera? ∙ Describe brevemente de qué manera contribuyó tu padre a soltarte los lazos emocionales del mandil de tu madre. ∙ ¿Qué características de Jesús como el perfecto Hijo en relación con Su Padre­Dios quiere tú para ti mismo? Ejemplo: sumisión, obediencia, confianza, humildad, y paternidad. ∙ Ora y pide a Dios que haga surgir esas características en ti. ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Capítulo 9 – La verdadera vocación del papá
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 9 – La verdadera vocación del papá “Buddy y Helen Watts jamás hubieran podido soñar que el quinto hijo de seis de aquella comunidad rural de Oklahoma, en un pobre vecindario de gente de color, al este de los raíles del tren… que su hijo, Junior, algún día crecería para ser llamado congresista. Pero después de todo—esto es América.” Con ese comentario, J.C. Watts concluyó su discurso enardecedor en la Convención Republicana de 1996. No obstante, ya había afirmado que “existe un título mucho más querido que el de congresista, y es el de Papaíto”. Ser padre es la verdadera vocación de todo hombre. Cuando oímos el término “vocación”, generalmente pensamos en la ocupación adecuada para alguien o aquella para la cual se ha preparado. A veces usamos ese término para identificar el trabajo de alguien, incluso si el individuo no está particularmente preparado para eso. Sin embargo, una “vocación” en realidad tiene que ver con el llamado de alguien. La mayoría de nosotros estamos “llamados” a hacer una u otra cosa. Algunos creen que son llamados a ser predicadores, maestros, profesionales médicos, políticos, personas de negocios, amas de casa, trabajadores sociales, consejeros, peluqueros, carpinteros, electricistas, ingenieros, etc. Los que nos sentimos llamados a una vocación particular nos tomamos nuestros llamamientos muy en serio. Invertimos grandes cantidades de dinero y de tiempo preparándonos para estas carreras. Es especialmente gratificante cuando encontramos un empleo que nos ayuda a hacer esas cosas que nos sentimos llamados a hacer. No queda la menor duda de que muchos de nosotros, hombres, nos sentimos llamados a hacer cosas diferentes que sean importantes para otros y nos permitan tener un sustento en el proceso. No obstante, yo creo que éstos son nuestros llamamientos secundarios, y no los primarios. La Familia es la verdadera vocación del papá Creo que nuestra vocación primaria, nuestro verdadero llamamiento, es a ser el marido y el padre de nuestras familias. El significado original de la palabra marido es el de “propietario”. Tiene que ver con el cuidado de los asuntos de la casa. Incluye la mayordomía global dada al papá hacia la familia completa. El marido y padre es el pastor de su familia. Un pastor es alguien que pastorea, guarda y atienda ovejas. Los guías que se preocupan y dirigen a una congregación de personas son comúnmente llamados “pastores”. Guía y pastor son términos sinónimos. Dios no llamó a Abraham a ser un hombre de negocios, un fabricante de tiendas o un mercader. Le llamó a ser padre de multitudes. Del mismo modo, Dios también nos llama a ser padres. No obstante, Abraham se ocupó en aquellas cosas que suplían para la provisión y sostén de su familia. Del mismo modo, Dios nos llama a ocupaciones que nos permiten proveer para nuestras familias, y estas ocupaciones con frecuencia sirven a otros también.
Sin embargo, nuestra vocación primaria es la familia. Ese es nuestro trabajo, nuestra prioridad, nuestro enfoque y la meta de nuestra vida, tanto si somos o no conscientes de ello, si vamos tras eso o si lo eludimos. Cualquier cosa que hagamos, tiene como propósito apoyar a esta vocación principal. Este llamado de Dios para que el hombre sea el guía de su familia, descansa sobre su regazo. La Familia es la función del papá Por causa de este llamado, el papá tiene una función en la familia que nadie más puede obrar. Una mujer que se queda sola para criar a sus hijos tiene que hacer lo mejor que pueda, pero nunca podrá ser un padre para ellos, como tampoco el padre puede serles una mamá. Los niños necesitan tanto el papel del padre como el de la madre. Estos son dos papeles y funciones muy diferentes. Cada niño tiene un vacío en su alma que necesita llenarlo con un padre y una madre. Cuando uno o ambos faltan, el niño experimenta alguna clase de deficiencia espiritual, emocional y social. Tal deficiencia es abusiva incluso siendo tal ausencia inevitable a veces. Los padres que son abandonados para cuidar a sus hijos solos, no han de ser culpados. Han de ser animados y ayudados por otros en las familias y comunidades de fe tanto como sea posible. Que Dios bendiga a esos hombres y mujeres buenos que han dado un hogar y una vida llena de amor y cuidados a niños que han sido abandonados. Que Dios bendiga a los padrastros que dan un entorno de amor, aprecio y respeto unos a otros en sus situaciones difíciles. Tendremos que hacer lo mejor que podamos con lo que tengamos a nuestro alcance. Sin embargo, finalmente queremos obrar hacia la restauración de los hombres a la piedad, para que puedan reclamar su llamamiento como maridos y padres, para que puedan ver este llamamiento como su vocación primaria y no la dejen en manos de mamás, abuelos o padrastros. Nadie puede llenar completamente el lugar del padre como el padre genético del niño, estando este padre cumpliendo correctamente su vocación. La Familia es el enfoque del papá Como papás, llamas de celos deberían arder en nuestros espíritus por luchar por nuestras familias y por nuestro derecho a ser padres de nuestros hijos. En lugar de huir de la responsabilidad familiar, saltamos dentro de eso. En lugar de resistirnos al desafío del ejercicio de la paternidad responsable, nos dirigimos con decisión hacia eso. En lugar de extinguirnos en el olvido, miramos a nuestras inseguridades y temores a la cara y declaramos, “¡Nunca más!, Estaremos firmes en nuestro llamamiento de Dios.” Salimos de nuestro escondite en el ciberespacio, del vestuario en el local Y, de nuestra caja de herramientas, de nuestras furgonetas—la neblina de nuestras obsesiones—para centrarnos en esas responsabilidades domésticas que nos pertenecen. Descubrimos que nuestras familias son algo más que algo de que disponemos para entrar en nuestras actividades personales de vez en cuando. Descubrimos que nuestro lugar está en la caja de juguetes con nuestros hijos. Aprendemos a centrarnos en lo que Dios nos ha llamado a ser observando el modo en que Dios ejerce Su paternidad hacia nosotros. Hacemos nuestra tarea de hacer lo que sabemos
hacer, apoyándonos fuertemente en la gracia y en la misericordia de un Dios perdonador. Luchamos por hacernos competentes en nuestra tarea como padres, tanto como en las demás vocaciones secundarias. Dios quiere que tengamos el mejor empleo posible como provisión para nuestra familia. Quiere que hagamos lo mejor que podamos en ese trabajo. Pero Él quiere eso para que nosotros cumplamos nuestro papel principal como esposos y padres. La familia es nuestro enfoque principal. La familia es la posesión del papá Ciertamente la familia pertenece a todos sus miembros. La mamá ha hecho el mayor sacrificio en la crianza de los hijos. Se va a sentir de forma bastante natural y justa, muy posesiva de su familia. No queremos que eso deje de ser así. Y sin embargo, el papá necesita ver su papel de propiedad de su familia si es que ha de tomar su responsabilidad y su mayordomía de ellos. En el espíritu de Abraham, el papá de la familia salió de sus lomos y es una extensión del hombre mismo. Su familia es su propia posesión, del mismo modo que nosotros, como familia de Dios, pertenecemos a Dios. Dios, como Padre, quiso un pueblo para Su propia posesión cuando escogió a Israel. Deuteronomio 7:6 explica: “Porque tú eres pueblo santo para el SEÑOR tu Dios; el SEÑOR tu Dios te ha escogido para ser pueblo suyo de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra.” El Padre­Dios reafirmó este llamamiento en el Nuevo Testamento hacia Su asamblea de los llamados­fuera. Leemos en 1ª Pedro 2:9:” Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios , a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.” Aunque la familia es la posesión del papá, esta propiedad no nos da licencia como padres para ser dictadores. No somos autócratas y los miembros de nuestra familia no son nuestros esclavos. Por el contrario, existimos para servirles y para satisfacer sus necesidades. La familia es la responsabilidad del papá Si la familia es el llamado y la propiedad del padre, entonces la familia es su responsabilidad. Dios ha puesto al marido como la cabeza de la esposa, lo que automáticamente le hace la cabeza o el pastor de su familia. Es responsable de ellos. Tiene el llamado y la unción de Dios para ser la cabeza. No puede abdicar ni relegar esa responsabilidad sobre otros. Muchos de nosotros disfrutamos de la autoridad que lleva consigo el ser la cabeza de la familia, pero no nos tomamos también la responsabilidad que conlleva la autoridad. Toda autoridad lleva consigo responsabilidades correspondientes. La autoridad es una responsabilidad en sí y de sí misma. Cuando recibimos una responsabilidad, nos convertimos en la autoridad en esa área de administración. No podemos tener el uno sin el otro.
El papá es responsable ante Dios de lo que suceda a la familia. Una mujer puede terminar teniendo responsabilidades que se supone no ha de tener, pero no será tenida por responsable de lo que no es suyo. La familia es la mayordomía del papá Un mayordomo es por definición alguien que administra la propiedad de alguien, sus finanzas, o sus asuntos. En otros usos del mismo término, un mayordomo puede ser alguien que está a cargo de los asuntos de una casa, o de un gran patrimonio, y cuyos deberes pueden incluir la supervisión de la cocina y los siervos, la administración de las cuentas de la familia, o alguien que actúa como el supervisor o el administrador de alguien (como puede suceder con las finanzas o con las propiedades). La familia del papá es su verdadera vocación, función, enfoque, posesión y responsabilidad, pero sólo porque le ha sido dada por Dios para ejercer su mayordomía. Porque en realidad, Dios es el único poseedor de todos nosotros, incluyendo a la familia. La misma idea de la familia Le pertenece a Él. Nosotros, como maridos y padres, hemos recibido la mayordomía en nombre de Dios y para ciertas áreas de administración en virtud de nuestro llamamiento como hombres. Nuestra mayordomía se extiende a los límites extremos de nuestras áreas de administración. Somos mayordomos sobre todas las áreas de la vida que nos pertenecen a nosotros y a los miembros de nuestras familias. Estas áreas vitales principales son espirituales, físicas, emocionales, relacionales, sexuales, mentales, financieras, educativas, sociales, políticas, referentes a carreras y a empleos, y recreativas. Somos responsables de lo que nuestros hijos leen, ven, escuchan, y aprenden sobre Dios. Somos responsables de su salud, bienestar— todo. El papá que tiene en Sí mismo al Espíritu de Dios comenzará a sentir sus responsabilidades de mayordomía en todas estas áreas de su vida. Además, tiene varias responsabilidades de mayordomía hacia los miembros de su familia, tanto si son su esposa e hijos, hermanos y hermanas, padres ancianos, y en alguna extensión, su familia natural en general. Si hoy día los hombres adultos en el hogar actúan responsablemente como mayordomos de todas estas áreas de la vida, habría menos carencia de techo y una escasa necesidad de ayuda social pública. Una vez que nosotros, los padres, vemos que la familia es nuestra verdadera vocación, veremos que ser el papá es también un grandísimo honor y privilegio que Dios nos ha concedido.
Guía de estudio ∙ ¿Hizo tu padre de su familia su vocación primaria? ∙ Si no, ¿cómo podría tu vida familiar haber sido diferente si él hubiera hecho de su familia su principal vocación? ∙ Si estás casado, ¿es tu familia tu vocación primaria? ∙ Si no, ¿Qué podrías cambiar para hacer de tu familia tu vocación primaria? ∙ ¿Hasta qué punto estás dispuesto a hacer esto? ∙ Escribe una declaración específica de responsabilidad sobra cada área de la vida que piensas que está a tu cuidado; como por ejemplos las responsabilidades de ocio, profesionales (carreras y empleos), políticas sociales, educativas, financieras, mentales, sexuales, relacionales, emocionales, físicas y espirituales. ∙ ¿Qué metas tienes o necesitas tener para cumplir tus responsabilidades en esas áreas? ∙ ¿Qué progreso estás haciendo en la consecución de esos objetivos? ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Capítulo 10 – Características de los ancianos en su proceso de creación
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 10 – Características de los ancianos en su proceso de creación Entramos a la familia de Dios como niños pequeños. Los niños pequeños dependen completamente de sus padres. De esta forma es cómo Dios quiere que seamos hacia Él. Quiere que tengamos una dependencia completa en Él, pero no quiere que permanezcamos como niños pequeños porque los niños pequeños son típicamente egoístas. Dios quiere que crezcamos hasta llegar a ser hijos de obediencia. Hijos de obediencia que apartan sus preocupaciones del yo para buscar la voluntad de su padre. Finalmente Dios quiere que maduremos y que lleguemos a ser padres en Su Reino. La preocupación principal de un padre es sus hijos. Los verdaderos ancianos en el Reino de Dios son padres espirituales. Ancianos en el Reino El término anciano procede de la palabra griega presbuteros, que significa literalmente “hombre anciano”. Esto se refiere probablemente a la edad cronológica de los hombres en una asamblea de llamados fuera. Con toda certeza tiene que ver con la madurez espiritual que solo puede venir con el paso de los años en la fe. El apóstol Pablo escribió a Timoteo (a quién llamo “su propio hijo en la fe”) y enumeró ciertos requisitos para ser anciano: “Pero es necesario que el obispo [literalmente “supervisor”] {14} sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo.” (1ª Tim. 3:2­ 7). Estos requisitos tienen que ver con carácter e integridad. Los verdaderos ancianos en el Reino de Dios son padres espirituales llamados por Dios para alimentar y supervisar a la familia de Dios. Han de ser padres modelos para todos los padres naturales de las familias. Ancianos en el hogar Aunque no todos somos llamados por Dios a ser ancianos en el Reino de Dios, estos requisitos para ancianos son un modelo para todos los hombres que desean un carácter piadoso. Sirven como guías para aquellos de nosotros que queramos aprender a ser supervisores y pastores en nuestros hogares. Deberíamos aspirar a ser hombres de tal carácter e integridad. Queremos que el Espíritu Santo cultive estas características en cada uno de nosotros. Pero… ¿Cuál es el aspecto que tienen cuando están operando? Tomemos cada una de estas características y veamos como pueden ser aplicables a los maridos y a los padres.
Sin reproche {15} “Pero es necesario que el obispo sea irreprensible”. La palabra griega para “irreprensible” es anepilemptos. Tiene que ver con estar por encima de la crítica, de la vergüenza y de la deshonra. En la versión inglesa King James, esta palabra es traducida como “irreprensible” y en la Nueva Versión Internacional (NIV), “por encima de reproche”. El “Diccionario Expositivo de palabras del Nuevo Testamento” por W.E. Vine, dice que significa literalmente “que no puede ser culpado”, o que “es irreprochable, imposible de censurar.” {16} El carácter tiene que ver con quién somos—con ser, no con hacer; el carácter, pero no una actuación de carácter. No puede ser falsificado. No obstante, estamos aún en el proceso de convertirnos en quienes somos en Cristo. Hasta que no lleguemos a ese lugar de perfección, queremos hacer todo lo posible por ser irreprensibles. Queremos vivir nuestras vidas de tal modo que nadie pueda hallar falta legítima en nosotros. Marido de una sola mujer La mayoría de los académicos están de acuerdo en que la frase “marido de una sola mujer” se refiere a la práctica de la poligamia que estaba bien extendida entre los gentiles de aquel tiempo. Algunos piensan que esto debería incluir también a los divorciados. Esta escritura no dice explícitamente si esto incluye a los divorciados, pero podemos estar seguros de asumir que sí que habla en contra de la poligamia. Los matrimonios polígamos no tienen argumento para su aceptación conforme a las enseñanzas del Nuevo Testamento. El marido del Nuevo Testamento toma su ejemplo de los ancianos en la asamblea y se compromete a ser un hombre de una sola mujer. No es un hombre adicto sexualmente, mujeriego, misógino, y adúltero, que usa la pornografía. El papá es fiel y está entregado a su esposa e hijos y toda la asamblea lo sabe. Moderado La palabra griega para “moderado” es nephalios, que procede de una raíz que tiene que ver con ser libre de la influencia de productos tóxicos. Habla de una mente clara y con dominio propio. Se ha usado en asociación con “vigilancia” {17} . La versión King James lo traduce “vigilante” y “sobrio”. El papá es sobrio y de mente sobria. Sensato La palabra griega para “sensato” es sophron, que concuerda con tener buenos sentidos y dominio pronto. La versión King James la traduce como “buen comportamiento” y la NIV como “respetable”. También ha sido traducida como “prudente” y “de mente sobria”. La mente sobria en este contexto tiene que ver con como pensamos así como lo que pensamos. El papá recibe sabiduría, conocimiento y entendimiento. Aplica una consideración razonable y práctica a sus decisiones. No es compulsivo en su pensamiento o acciones. Busca el consejo
de otros. No racionaliza el mal comportamiento. En su lugar, se comporta de tal modo que se gana el respeto de los que son parte de su universo de relaciones, especialmente los de su propia casa. Ordenadamente La palabra griega para “ordenadamente” es kosmios, que tiene que ver con ser decente, modesto, y ordenado en apariencia y en comportamiento. La versión King James lo traduce como “buen comportamiento” y la NIV como “respetable”. El papá tiene orden en su vida. Si nuestras vidas personales son desordenadas, nuestra casa al completo sufrirá los efectos. Queremos progresar hacia la meta de ser respetables, decentes, modestos, y ordenados en todos los aspectos de nuestras vidas. Hospitalarios La palabra griega para “hospitalidad” es philoxenos, que es una combinación de dos palabras griegas, philos, que tiene que ver con afecto, amor fraternal, y xenos, que denota el concepto de extranjero. Así, podría traducirse como “recibir a un extraño con afecto fraternal”. La versión King James traduce esta palabra como “entreteniendo a extraños” en Hebreos 13:2. Tristemente, muchos papás han permitido que los propios miembros de su familia se conviertan en extraños además de convertirse también ellos mismos en extraños para los suyos. El papá es dado a la “hospitalidad”, primero que nada a los miembros de su propia casa. Él los recibe afectivamente. Apto para enseñar La palabra griega para “apto para enseñar” es didaktikos, que tiene que ver con dar instrucciones. El papá acepta la responsabilidad no solo de enseñar a sus hijos en el potencial de su conocimiento y capacidad, sino que también se asegura de que sus hijos aprendan lo que necesiten saber más allá de su potencial de conocimiento y capacidad. Nosotros junto con nuestras esposas somos jugadores del equipo de la educación de nuestros hijos. Todos estos rasgos de carácter del papá mostrados aquí nos capacitan para enseñar a nuestros hijos. Comunicamos mucho a nuestros hijos siendo hombres de carácter y de integridad. Hombres que enseñan tienen una influencia especial sobre los hijos a quienes enseñan. No dado al vino La palabra griega para “dado al vino” es paroinos, que significa literalmente “entregado al vino” o “dado al vino”. Se ha traducido como borracho y “entregado al vino fuerte”. La Biblia King James lo traduce “no dado al vino”, lo cual sugeriría una total abstinencia y la NIV, como “no dado a mucho vino”, lo cual sugiere templanza. El diccionario Vine dice que tiene que ver más
con los efectos de beber vino que con el hecho mismo de beber vino—y por tanto, tiene que ver con alguien que arma camorra bajo los efectos del alcohol.” {18}. Esto ciertamente apunta a los individuos que no pueden dejar de beber, que no pueden mantenerse sobrios y con un comportamiento adecuado. Muchas de las personas “dadas” a la bebida son víctimas de alcoholismo. La bebida ha tomado control. La abstinencia total es un deber para los alcohólicos. La abstinencia no es una mala regla para todos nosotros, puesto que nadie puede estar seguro de ser libre del alcoholismo. A veces no podemos saberlo hasta después de unos años de caer más y más profundo lentamente. Es difícil para un alcohólico creer que es realmente un alcohólico. La negación es otro nombre para este mal. El hombre dado a la influencia de productos tóxicos será un hombre problemático. Probablemente él será la persona adicta en su familia rota y fundamentada en la vergüenza. Así que si tan solo pensamos que podemos ser alcohólicos, necesitamos admitirlo y obtener ayuda. Hay mucho apoyo lleno de amor hoy día. No pendenciero, sino paciente La palabra griega para “pendenciero” es plekte, y tiene que ver con golpear a los demás. Puede estar asociado a la camorra de los borrachos. La versión King James la traduce como “no pendenciero” y la separa de la palabra “paciente” (que soporta). La versión NIV mantiene estas dos palabras en yuxtaposición tal y como el Griego lo tiene, y lo traduce como “no pendenciero, sino amable, paciente”. Las personas pendencieras están llenas de violencia debido posiblemente a asuntos sin resolver en sus propias vidas. Son abusivas físicamente, y adictas al control. Tratan de controlar a otros con violencia o amenazas de violencia. Sus víctimas son normalmente los miembros de su propia familia—la esposa e hijos maltratados. Las personas pendencieras son verbalmente abusivas, causando un trauma emocional a los miembros de su casa. Los pendencieros espirituales intentan controlar el comportamiento de otros con legalismo religioso. Exigen perfección y aceptan a los demás sobre el fundamento de actuaciones. Los pendencieros operan bajo un estándar doble, tanto si son abusivos física, verbal o espiritualmente. Es correcto equivocarse ellos mismos, pero no lo es que lo otros se equivoquen. Son carentes de perdón por las debilidades de los demás. Sus propias inseguridades son tan grandes que ellos encuentran demasiado difícil admitir sus propias debilidades, de modo que permanecen en una constante negación hacia sí mismos, sus problemas y sus debilidades. El papá no es pendenciero. No es violento, sino apacible. Su voz, su toque, y su personalidad son amables. Esa gentileza es como un manto de seguridad para todos. Su esposa e hijos saben que pueden depender de su papá para que les escuche y les consuele con su voz y sus palabras amables. Explica sus razones, por las que imparte entendimiento y sabiduría.
Esto no es decir que un hombre nunca se enfade o alce su voz, sino que un hombre ha de controlar su espíritu en lugar de que sus emociones le controlen a él. “Él que es lento para la ira es mejor que los poderosos; y el que gobierna su espíritu más que el que toma una ciudad” (Prov. 16:32). “El que no gobierna sobre su propio espíritu es como una ciudad derruida y sin muros”. (Prov. 25:28). Paciente La palabra griega para “apacible” es epieikes que significa amable, apacible, considerado. La versión King James la traduce como “paciente” y la NIV como “amable”. Filipenses 4:5, usando esta palabra nos exhorta a todos: “Vuestra gentileza [amabilidad, buen trato, paciencia, sensatez] sea conocida de todos los hombres.” Apacible La palabra griega para “apacible” es amachos que literalmente tiene que ver con “no dado a la lucha”. La versión King James la traduce como “no un camorrista” y la NIV como “no pendenciero”. El papá busca la paz y vive bajo tales como principios de Cristo como “amad a vuestros enemigos”, “dad la otra mejilla”, y “haced bien a los que os desprecien”. Jesús enseñó “bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. (Mat. 5:9). No codicioso La palabra griega para “no codicioso” es aphilarguros, que tiene que ver con no ser avariciosos. La versión King James la traduce como “no codiciosos de lucro deshonesto” y la NIV como “no amantes del dinero”. Cualquier hombre obsesionado con ganancia material es un candidato más que probable a su búsqueda por medio de formas inmorales, no éticas e ilegales. Hará cualquier cosa a su alcance para conseguirlo. Nunca estará satisfecho con lo que tiene, sino que será adicto al “más”. Estará intentando obtener ganancia para el yo y no considerará ninguna causa piadosa y espiritual. Además, el hombre codicioso con toda probabilidad se convertirá en un marido y padre ausente. Sus riquezas podrán comprarle poder y preeminencia en el mundo, pero puede ser un desastre para su familia en su hogar. Cualquiera que entre por ahí será herido. Usará a otras personas para su propio provecho y avance. No hay nada malo con tener riquezas o con querer lo mejor para nuestras familias. El apóstol Juan escribió, “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.” (3ª Juan 1:2). La riqueza en sí misma es algo neutro, ni bueno ni malo. Un hombre cruza la línea cuando se obsesiona con un deseo de riquezas. La riqueza se convierte en su dios, su objeto de
adoración. Como con cualquier dios ídolo, termina por controlarle. Pronto adoptará la filosofía del ladrón: “Lo que es tuyo, es mío. Te lo quito.” El papá no codicia más por causa de tener más. No codicia ni a la esposa de su prójimo, ni a su propiedad, sino que aprende a contentarse en cualquier estado se encuentre. Esta paz y contentamiento alcanza a los miembros de su familia. Gobierna bien su casa y tiene a sus hijos en sujeción con toda honestidad La palabra griega para “gobernar” es proistemi, que tiene que ver con ser un líder, que ejerce autoridad, administra, cuida y ayuda. La versión King James dice “gobierna bien su casa” y la NIV, “debe dirigir bien a su familia”. Vine dice que la palabra “gobernar” literalmente significa “estar delante”, es decir, “dirigir, asistir”, (indicando cuidado y diligencia). {19} El papá es un hombre en posesión de su propia alma, con una confianza tranquila sobre sí mismo, que ha ganado el respeto de su familia, y su confianza como el líder de su casa. Sus hijos están en sujeción con toda honestidad. Vine dice que “honestidad” en este sentido “denota ‘dignidida, venerabilidad’: es una característica necesaria de la vida y de la conducta de los cristianos.” {20} Gobernar la casa no significa ser un dictador. La sujeción no es opresión. La sujeción es un acto voluntario en respuesta al amor, la confianza y el respecto. El respeto es ganado, no demandado. El papá es un hombre cariñoso, comprensivo, que apoya, que ama, y que sabe cuando y como disciplinar a sus hijos, y por ello, se gana su respeto. Ellos aprenderán el concepto del respeto en el proceso. No un neófito La palabra griega para “neófito” es neophutos. Es una combinación de neos, que significa “nuevo” y phuo, que significa “surgir, producir” según Vine. {21}. En el contexto del versículo significa “no un nuevo convertido”. La versión King James traduce la frase “no un novato” y la NIV, “no debe ser recién convertido.” Pablo explica que un novicio no debería ser hecho anciano “no sea que sean envanecido con orgullo y caiga en la condenación del diablo”. Todos los papás van a ser novatos al principio. El problema principal de los hombres jóvenes cuando se hacen padres hoy día es la falta de patrón que ha habido delante de ellos. Este aspecto muy importante de la vida de un hombre recibe un entrenamiento y una atención muy limitados. Nunca es demasiado tarde para mejorar nuestra habilidad como maridos y como papás. Podemos aprender unos de otros.
Tener buen testimonio La palabra griega para “testimonio” es marturia, que tiene que ver con testimonio, con ser un testigo, que tiene la oportunidad para testificar. La versión King James la traduce como “buen informe” y la NIV como “buena reputación”. El carácter y la integridad asociados al papá es un testimonio a los que están fuera de la comunidad de la fe. Ser un buen testigo va mucho más allá de ser irreprensible. Sugiere que hemos de vivir nuestras vidas de tal modo que otros podrán ver a Jesús en nosotros. Desde luego, los miembros de nuestra propia casa necesitan ver a Jesús. El marido es un tipo de Cristo en el hogar. Si tiene verdaderamente la naturaleza de Jesús en él, eso será visto por dondequiera que vaya. Será un testimonio andante. “Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, (1) y alumbra a todos los que están en casa.” (Mateo 5:15). Cuando nosotros, como padres, comencemos a tener estas características de los ancianos, enseñaremos a nuestros hijos con nuestro ejemplo. Es generacional. Los papás reciben al papá para que nosotros podamos pasarlo a nuestros hijos, quienes a su vez crecerán para pasarlo a los suyos. Guía de estudio ∙ Escribe sobre alguna ocasión reciente en la que tu carácter e integridad fueron probados y hazte la siguiente pregunta: en una escala de uno a diez, siendo el diez la perfección en tu obrar, ¿De qué manera has estado a la altura de ser irreprensible, moderado, sensato, ordenado, hospitalario, paciente, no pendenciero, generoso, ayudador y un buen testimonio? ∙ ¿Qué podrías haber hecho de forma diferente para mejorar en alguna de estas áreas? ∙ Aplica ese test frecuentemente para desafiar situaciones en tu propia vida. Tal práctica podrá ayudarte a sensibilizarte y a responder de forma distinta en el futuro. ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Notas {14} Anciano, Obispo y pastor son términos sinónimos en el Nuevo Testamento. Este es algo claramente probado en Hechos 20:17,28. Pablo llamó a los ancianos de Éfeso a unirse a él en Mileto. Entre otras cosas, dijo, “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor.” {15} Ésta y las siguientes características han sido tomadas del Nuevo Testamento interlinear Griego­ Inglés que usa el texto griego Nestle con una traducción literal en Inglés, por el Reverendo Alfredo Marshall D. Litt. © Samuel Bagster and Sons Ltd. 1958, as found in The Zondervan Parallel New Testament in Greek and English (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1977).
{16} W. E. Vine, Jr., Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento, eds. Merrill F. Unger and William White (Nashville: Thomas Nelson Publishers, 1985), 68. {17} Ibid., 583. {18} Ibid., 77. {19} Ibid., 540. {20} Ibid., 278. {21} Ibid., 436. Capítulo 11 – Un hombre que sirve
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 11 – Un hombre que sirve La grandeza en la familia de Dios no es determinada por voto popular. El asunto no es quién tiene el mayor poder, prestigio, dinero o la posición y la alabanza más altas. Se concede a los humildes y mansos que sirven sin considerar esas cosas. Jesús explicó a Sus discípulos, “Si alguno desea ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos.” (Marcos 9:35). En otra ocasión dijo, “El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo” (Mateo 23:11). Las escrituras hablan de Jesús como de un siervo.” He aquí mi siervo, a quien he escogido.” (Mat. 12:18). Hay muchas referencias en las que los apóstoles hablaron de ellos mismos como siervos. Gálatas 5:13 exhorta: “Hermanos, servíos por amor unos a otros.” Dados estos ejemplos, queda claro que el papá ha de ser un siervo a su familia. Servicio Yo solía asistir a una comida de hombres cristianos que se reunían de forma regular en un restaurante muy bonito. Nos reuníamos, hablábamos unos con otros, comíamos una comida abundante, compartíamos nuestros testimonios, orábamos unos por otros y regresábamos a casa. Siempre disfruté mucho de estas reuniones. Un día observé a un camarero, apoyado en la pared, con sus brazos cruzados, sin pretensión alguna, esperando que llegara la siguiente persona a tomar su asiento. Silenciosamente inclinaba su cabeza y preguntaba: “¿Café o Té?”. Procedió del mismo modo con cada uno de nosotros. Cada uno daba su respuesta pero nadie le prestaba atención. Una vez servida una persona, retomaba su postura contra la pared, esperando que llegara la siguiente persona. Esto era característico de la manera casi invisible en que nos sirvió a lo largo de toda la comida. Este día en particular, sentí como si el Espíritu Santo me tocara y me dijera que mirara a esos hombres cristianos que había en la habitación. “Escúchalos”, dijo. Algunos eran claramente bastante arrogantes, jactándose todo el tiempo de lo que Dios había hecho en sus vidas. Después me dijo que mirara al camarero que se encontraba junto a la pared. Al hacerlo, me dijo, “¿Quién es el mayor entre vosotros?”. La respuesta era obvia por la pregunta—era el camarero. Nunca he podido quitarme de encima ese cuadro del siervo­ministro. Tampoco es que quiera. Me mantiene sobrio. Jesús había terminado de tomar Su última cena con los doce cuando se inclinó al suelo para lavar sus pies. Pedro protestó, “Jamás lavarás mis pies” (Juan 13:4­8). Pensaba que era él quien tenía que haber lavado los pies de Jesús. Pero aún no había comprendido la ironía de la verdadera grandeza en el Reino de Dios. Porque en el Reino, sabes, los más grandes lavan los pies a los más pequeños. Los hijos consideran a sus papás los más grandes. Pero llegamos a la verdadera grandeza tal y como Dios la ve cuando nos convertimos en ministros­siervos en nuestras casas, lavando, por así decirlo, los pies de los miembros de nuestras familias.
Juan el Bautista dijo, “Él debe crecer, pero Yo debo menguar” (Juan 3:30). Lo mismo sucede con nosotros, papás—debemos menguar en importancia personal para que el Siervo­Cristo pueda crecer en nosotros. Si servimos a nuestras familias de la forma que Cristo nos sirve, entonces trataremos con nuestras familias como si fueran nuestros discípulos. Veremos que nuestra labor, entre otras cosas, es llevarlos a Jesús. El papá sirve a su familia como pastor (supervisor), proveedor, protector, médico, profeta y sacerdote de su casa. Sirve asociado con su esposa. Ella es su ayuda idónea; es decir, le ayuda a servir de esta manera. El papá como pastor Los pastores son supervisores. De Ezequiel 34 sabemos que los pastores de Israel habían de dirigir, alimentar, atender y sanar a las ovejas. Las características de los pastores espirituales (ancianos), como he dicho, establecen el ejemplo para cada papá que es pastor de su familia. La esposa del papá y sus hijos son sus ovejas, al menos hasta el día en que sus hijas se casen y sus hijos tomen esposas para ellos mismos y se marchen de casa. El hijo abandona la cobertura de su parentela para convertirse en la cobertura para su propia esposa y familia. El papá ha sido puesto en él para poder salir de la casa de su padre y ser el papá en su propia casa. Las hijas abandonan la cobertura de su padre cuando se casan. Tradicionalmente ha sido el padre quien ha llevado a su hija al altar y a quien le han preguntado, “¿Quién entrega a su hija para casarse con este hombre?”. Él contesta, “Yo”. En ese momento tan significativo, el papá, que siempre será el papá, renuncia a su cabeza y pastoreo y lo entrega al otro hombre en la vida de su hija. No es nada fácil para un padre consciente. Estaban ensayando la boda. El papá de Brenda, Gerald, estaba practicando su parte. “¿Quién entrega a esta mujer para casarse con este hombre?”. Como una explosión de sol a través de la neblina de la mañana, se dio cuenta de repente de que no podía decir, “Yo”. No podía entregar a su hija a este hombre irresponsable, aunque su hija estaba embarazada de él. Y así, termino con la boda. Brenda se sometió, y se evitó un mal matrimonio. Muchas hijas hoy día, no habrían honrado a sus padres de tal modo. Y sin embargo, Gerald honró a su hija actuando conforme a su conciencia como el pastor de su familia. El papá como proveedor Los hombres son por intuición “ganadores del pan”. Normalmente quieren trabajar y proveer para las necesidades de sus familias. Cuando sus instintos de provisión son frustrados por otras causas, como pueden ser una limitación física o la incapacidad para encontrar un trabajo, sienten una pérdida de su hombría. Y sin embargo, el hombre que pierde su vida en su trabajo, abandona a su familia. La historia ha sido revivida una y otra vez en la vida real y en la ficción—el enojado hijo adulto ataca a su papá por no haber estado ahí con él o con ella mientras crecía. El papá responde con desmayo, “¡Pero si lo hacía por ti!”
“Esto no es lo que yo necesitaba, papá. No necesitaba una casa muy grande y ropas muy caras. Yo te necesitaba a ti. Necesitaba un abrazo. Necesitaba un papá.” El papá provee a los miembros de su familia en todas las áreas de la vida sobre las que ha recibido jurisdicción. Provee física, espiritual, financiera, emocional y socialmente. El papá como el protector Del mismo modo, los hombres son protectores por instinto. Como el pastor y cabeza de su casa, no solo tiene la responsabilidad de proteger a su familia, sino que tiene la autoridad espiritual y las armas para hacerlo. Como en todos los otros aspectos del ministerio a su familia, protege en todas las áreas de la vida. Físicamente, protege la salud y el bienestar de la familia y mantiene un entorno de cuidado sobre cada uno de los miembros de la familia. Los protege de todo daño posible. Les enseña a evitar el peligro cuando se trata de extraños, del sexo, las drogas y otras trampas de la vida. Espiritualmente protege a su casa asegurándose de que tenga un entorno del Espíritu Santo en lugar de uno demoníaco. Enseña a sus hijos valores familiares, morales y espirituales. Disciplina con justicia a sus hijos. Los levanta en el cuidado y amonestación del Señor. Es una epístola viva sobre sus vidas. Él da ejemplo como buscador del Reino, guerrero de oración dedicado a la lectura de la Biblia. Al conocer por sí mismo la verdad sobre quién es Dios, él mismo es equipado mejor para proteger a su familia de los engaños y mentiras de las falsas religiones, sectas y otras doctrinas de demonios. Él pone un fundamento espiritual en las vidas de su familia sobre la que sus hijos pueden edificar el resto de sus vidas. Aprenden a discernir las verdades espirituales, lo correcto de lo incorrecto, el bien del mal, la verdad de la falsedad. En cuanto a relaciones, él protege la integridad de la familia estando ahí él mismo y sosteniendo a la familia en unidad. Esta tarea cae de forma errónea sobre otros miembros de la familia cuando el papá no está ahí, creando de este modo una situación familiar que no funciona ni aporta el cuidado necesario. Sexualmente, él protege a su familia de invasión de inmoralidad a la que hay un acceso tan fácil a través de la televisión, el ciberespacio, las películas y los medios de comunicación impresos. Los protege de los abusos potenciales de otros y de la permisividad de la sociedad. Él protege con educación, comunicación y con ejemplo. Mantiene una línea abierta con una mente comprensiva. Protege llenando las copas de los miembros de su familia con amor de modo que no necesiten ir a buscarlo en lugares equivocados. El papá como médico Nuestro papel como médicos puede no ser claro para la mayoría de nosotros, hombres, como otra de nuestras responsabilidades, pero somos sanadores por instinto. Queremos que las
cosas rotas se arreglen, y normalmente queremos arreglarlas nosotros mismos. No somos expertos médicos, ni se espera que lo seamos. Pero como cabezas espirituales de nuestras casas, Dios nos ha dado la responsabilidad de dar sanidad emocional, espiritual y física cuando hay heridas. El papá sana por medio de la oración. Aprendemos por las Escrituras que todos los creyentes reciben autoridad para sanar. Marcos 16:17­18 dice, “Y estas señales seguirán a los que creen… pondrán las manos sobre los enfermos y sanarán.” Santiago 5:14­15 nos instruye: “¿Hay alguno enfermo entre vosotros?, Llame a los ancianos de la iglesia [asamblea de los llamados fuera], y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor; y la oración de fe salvará al enfermo y el Señor le levantará.” Tanto si se trata de heridas físicas o corazones y sueños rotos, la oración puede ser una herramienta en las manos del papá. Deberíamos usarla. El papá sana a través del amor. El verdadero amor piadoso es el amor ágape. El ágape es la disposición para poner los intereses egoístas de uno mismo por y a favor de otro. Cuando alguien se ofrezca a nosotros en ágape, lo sabremos enseguida. Nos sentiremos conectados y no solos. El amor edifica. El amor de Jesús es la sanidad definitiva para el hombre­espíritu, alma y cuerpo. Él sigue derramando su amor en nosotros para darnos un depósito de amor que poder derramar sobre otros, comenzando por nuestras propias familias. El papá sana a través del cuidado. Es difícil separar el cuidado de la oración y del ágape. La oración es un trabajo muy duro para la mayoría de nosotros. Yo tengo que poner mi vida para orar por los demás. Tengo intereses más egoístas que esos para gastar mi tiempo. ¿Tú no? Pero cuando me preocupo lo suficiente como para orar o estar ahí a favor de alguien en su necesidad, estoy mostrando el amor ágape. Ayuda mucho saber que al menos hay una persona en este mundo que se preocupa por nosotros, que va a ocuparse con nosotros y que va a compartir su vida con nosotros. Los papás que toman tiempo para escuchar, jugar, y trabajar con sus niños les dan la confianza de que su papá realmente se preocupa por ellos. El papá sana a través del perdón. La falta de perdón puede ser uno de los espíritus más malignos y destructivos en una persona. Cuando la falta de perdón queda sin tratar, puede crecer en una “raíz de amargura”. Esta falta de perdón y amargura puede acarrear problemas emocionales y físicos a la persona que no perdona. Los espíritus faltos de perdón pueden pasarse de una generación a otra. Sin embargo, en el momento en que uno verdaderamente perdona y deja la puerta abierta, sanidad y paz vienen como un río. El papá perdona y da ejemplo de perdón. El papá perdona a través de oídos comprensivos y dispuestos a escuchar. Tantas veces en las relaciones con un mentor, lo único que se necesita es a alguien que nos escuche. El que nos escucha no tiene que tener las respuestas ni tampoco arreglar nuestros problemas. A veces simplemente tenemos que sacarlo todo. Todos nosotros necesitamos tener a alguien que se preocupe lo suficiente como para escucharnos sin oídos ni defensivos ni críticos. Nosotros los papás queremos cultivar el hábito de escuchar a los demás antes de contestar. Queremos mantener abiertas las líneas de comunicación con nuestras esposas e hijos.
El papá sana a través de palabras suaves. “Palos y piedras podrán romper mis huesos, pero las palabras jamás me dañarán.” ¡Falso! La Biblia dice, “Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, no sea que desmayen.” (Col. 3:21). Palabras hirientes, degradantes y críticas pueden herir profundamente el alma de un niño. Si estamos tensos, llenos de ira, y nuestras palabras hacia nuestros hijos son perversas, ellos se terminarán tensos, llenos de ira y perversos. El enfado y las palabras condenatorias provocarán precisamente el comportamiento que intentamos evitar. Por otro lado, si hablamos a nuestros hijos pacíficamente, ellos serán pacíficos. Palabras edificantes preservarán las almas de nuestros hijos e incluso podrán traer sanidad al cuerpo. Proverbios nos instruye muy bien. “La blanda respuesta quita la ira; Mas la palabra áspera hace subir el furor.” (Proverbios 15:1). “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; Mas la lengua de los sabios es medicina.” (Proverbios 12:18). El papá sana a través de un toque tierno. Tantos niños hoy día solo conocen el abuso de las manos de sus cuidadores. He escuchado a muchos adultos decir que no pueden recordar a sus padres abrazándoles o tocándoles en amor. Todos necesitamos ser tocados y abrazos de forma piadosa. Un acercamiento correcto puede dar valor y confirmar a una persona pequeña que esté sufriendo temor e inseguridad. Tal acercamiento puede comunicar mensajes como por ejemplo, “Te amo por ser quién eres, y no por tu forma de obrar, “Es correcto que me ames”, “Todo va a estar bien”, “Estás bien y seguro aquí”, “Eres uno de nosotros”, “Estamos conectados y no hay nada que pueda romper eso.” El papá como profeta Los profetas hablan por Dios. Están entre Dios y el pueblo para hablar al pueblo en nombre de Dios. Se supone que tienen la palabra del Señor. Son supervisores. Perciben el corazón de Dios. Llaman al pueblo al arrepentimiento cuando ven al pueblo en pecado y en injusticia. Los papás son profetas en el hogar en el sentido de que han de mantener a la familia en línea con Dios. Cuando la familia como unidad o cualquier miembro individual de la misma, está fallando al blanco, es el papel del papá llamarlos al arrepentimiento. Esto no se consigue hablándoles palabras ásperas de legalismo, sino mediante sabiduría y palabras cariñosas, tiernas, llenas de misericordia, que llevarán al miembro familiar perdido de vuelta a Dios. Si el papá ha de hablar por Dios, necesitará conocer la palabra de Dios por sí mismo, buscando sabiduría y dirección. El papá como sacerdote Los sacerdotes hablan por el pueblo. Los sacerdotes están entre el pueblo de Dios y Dios para hablarle a Dios en nombre del pueblo. En el Nuevo Testamento, todos los creyentes son sacerdotes que pueden venir confiadamente al trono de la gracia.
No obstante, el papá sirve específicamente como sacerdote a su familia en varias formas diferentes. La función sacerdotal es la de escuchar la confesión de pecados. Esto nos lleva de vuelta al aspecto del papá que se toma el tiempo para escuchar con oídos que comprenden. Es paciente, amable, gentil, no amenazador, no juicioso y un gran apoyo para ganar la confianza de su familia en él como sacerdote. Podrá ser un mentor capaz para los miembros de su familia en la medida de su disposición a escuchar las confesiones de ellos en amor y comprensión. La función sacerdotal es la de perdonar y absolver el pecado. Si tenemos entendimiento, podremos llevar a nuestras familias al arrepentimiento y al perdón. Jesús ha dado a todos los creyentes autoridad para perdonar y absolver los pecados de otros. Él dijo a Sus discípulos, “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:23). “Remitir pecados” significa conceder el perdón por una falta, una ofensa, o una herida; perdonar, excusar u ofrecer el perdón. “Retener” significa tener y mantener la posesión de uno, sostener, reservar. La función sacerdotal es una función en la que pueden involucrarse todos los creyentes y es especialmente poderosa para que los papás funcionen correctamente. No retenemos los pecados de terceros por despecho o por una motivación injusta. El papá expresa y muestra el corazón perdonador del Padre­Dios. Un padre piadoso disciplinará a sus hijos conforme a la palabra de Dios. Como profeta, los llamará al arrepentimiento y como sacerdote, los absolverá de sus pecados—todos en el nombre de Jesús. ¡Qué liberación tener a alguien en autoridad sobre nuestras vidas que declare, “Tus pecados han sido perdonados!” Todos necesitamos ver más perdón expresado en nuestras relaciones, especialmente dentro de la familia. Los papas dan el ejemplo. La función sacerdotal es interceder en oración. Tener a una persona en autoridad orando por nosotros e intercediendo por nosotros, es algo muy poderoso. “Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.” (Santiago 5:16). Dios escucha y responde a la oración. No siempre nos da lo que Le pedimos pero cuando nosotros estamos en contacto con el cielo, sabremos como orar conforme a Su voluntad, para que Su voluntad sea hecha en la tierra, como lo es en el cielo. Queremos depender más en Dios en oración y menos en nuestras propias fuerzas. La función sacerdotal es hablar las bendiciones de Dios. Dios se pone en acción cuando el papá habla la bendición sobre su familia. Necesitamos disciplinarnos a nosotros mismos en imponer las manos sobre los miembros de nuestra familia y pronunciar bendiciones sobre ellos. Por medio de ello romperemos maldiciones, muchas de las cuales han pasado de una generación a otra por causa de los pecados y las maldiciones de los padres. La función sacerdotal es romper el pan y derramar el vino de la comunión. El pan y el vino celebran la vida, la crucifixión, la resurrección y la ascensión de nuestro Señor y salvador Jesucristo. El papá, al actuar en estos varios aspectos del servicio (como pastor, protector, médico, profeta y sacerdote), demuestra la vida de Jesús. Él está rompiendo el pan de vida y derramando el vino de la vida centrada en su familia como el sacerdote de su familia. Vincula a su familia, unos miembros con otros, junto en un cordón de tres dobleces que no se rompe fácilmente.
Pide a Dios que te de conocimiento de revelación de tu llamamiento como siervo de tu familia. Y aún más, pídele que te capacite para servirles como Cristo nos sirve a todos nosotros. Guía de Estudio ∙ ¿Quién ha sido un asombroso ejemplo de siervo en tu pasado? ∙ ¿Cómo impactó esa persona tu vida? ∙ ¿Qué requisitos del servicio reconoces en ti mismo? ∙ ¿Qué requisitos del servicio piensas que te faltan? ∙ Escribe sobre alguna situación reciente en tu vida en la que los requisitos del siervo como pastor, protector, médico, profeta o sacerdote operaron efectivamente. Define de qué manera piensas que habrías podido manejar la situación más efectivamente en relación con alguna de estas funciones. ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Capítulo 12 – Un hombre en obediencia
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 12 – Un hombre en obediencia “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.” (Heb. 11:8). Nosotros, los hombres, hemos sido llamados a ser algo que nunca hemos sido, a recibir una heredad que nunca hemos tenido. Como Abraham, somos empujados por Dios a obedecerle por la fe: a juntar a nuestras familias y aventurarnos a esta tierra extraña de la promesa espiritual—buscando esa ciudad que tiene fundamentos y cuyo constructor y creador es Dios. No estamos solos. Dios está con nosotros, liberando Su poder sobre aquello que Él llama a surgir dentro de nosotros. Y hay otros, multitudes de hombres que tienen hambre de tener el poder del papá liberado en ellos. Nuestros caminos individuales convergen hacia un sendero único llamado obediencia. Jesús, al predicar a las multitudes, explicó la importancia de la obediencia, diciendo, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 7:21­23). Lo ilustró así: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena” (Mateo 7:24­27). Este mensaje es simple. Si construimos algo para Dios conforme a su anteproyecto—incluida la familia—soportará las tormentas de la vida que están destinadas a golpear contra ella; de otro modo, caerá. El papá edifica su casa sobre la roca de la obediencia a Dios. Dios quiere un pueblo obediente Dios escogió inicialmente a Israel para ser Su familia y quiso que fueran un pueblo obediente. Habló a Moisés y dijo: “He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición: la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os ordeno hoy, para ir en pos de dioses ajenos que no habéis conocido” (Deut. 11:26­ 28). Jesús dejó claro que la familia de Dios es un pueblo obediente. Alguien vino a Jesús un día y Le dijo que Su madre y Sus hermanos querían hablar con ÉL. Jesús le respondió: “¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre.” (Mateo 12:46­50).
Dios quiere papás obedientes Los hombres de obediencia están bajo la autoridad de Dios que los ha hecho las cabezas de sus casas. Siempre que permanezcan bajo la autoridad de Dios, Dios extiende su cobertura sobre esa familia. Aunque los hijos puedan estar viviendo en rebelión y sean responsables personalmente delante de Dios por sus actos, no pueden influenciar el poder de la bendición de la familia siempre que el papá haya permanecido en obediencia a Dios. La vida nacional del viejo Israel ilustra este principio. Dios consideró a Israel y a Judá como naciones justas siempre que sus reyes actuaban justamente. Los reyes idólatras provocaron pobreza y el desagrado de Dios sobre su nación no importa lo justa que fuera la gente. Y a la inversa, los reyes justos que honraron a Dios y regresaron a la prescrita adoración del Señor, trajeron prosperidad y el favor de Dios sobre su nación, no importa lo maligno que pudiera ser el pueblo. El bienestar de los pueblos a lo largo de la historia tiene más que ver con la obediencia de sus cabezas de estado que con los ciudadanos del estado. Como vayan las cabezas políticas de las naciones, así mismo irán esas naciones. Del mismo modo, Dios honra a la familia cuyo papá honra y obedece a Dios, que lleva a su familia como Dios quiso. Obediencia por amor Obedecemos a Dios porque Le amamos. Jesús dijo, “Si Me amáis, guardad Mis mandamientos.” (Juan 14:15). Cuánto más lleguemos a conocer a Dios en Cristo, más llegaremos a amarle. Tenemos que conocer a Dios por nosotros mismos. Saber que Dios tiene más que ver con estar en una relación personal con Él; amarle con todo el corazón, alma, mente y fuerzas. Amarle lo suficiente como para presentar hasta nuestros cuerpos a Él como sacrificio vivo (Rom. 12:1). Cuánto más lleguemos a conocerle, más podremos confiar en Él y obedecerle. El viejo himno sigue siendo cierto: “Confía y obedece, porque no hay otra forma de ser feliz en Jesús que confiar y obedecer.” El amor, la confianza y la obediencia funcionan juntos. La obediencia es un sacrificio Dios casi siempre requiere algo de nosotros que va en contra de nuestro viejo hombre de naturaleza de pecado, de carne. La obediencia al Espíritu de Dios clava nuestra carne a la cruz. Gálatas 5:17 dice: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.” La obediencia hace guerra contra nuestro sentido de importancia personal, nuestra ambición de poder, posición y posesiones. Yo digo “Yo”. La obediencia dice “Él”. Yo digo “Yo quiero”. La obediencia dice todo el tiempo, “Entrégate”.
La obediencia es el acto de rendirnos al señorío de Jesucristo. Tenemos que estar dispuestos a sufrir pérdida si es que vamos a aprender la obediencia a Dios. Incluso Jesús tuvo que aprender la obediencia de la forma dura. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.” (Heb. 5:8). Cualquier cosa que nos impida ir por medio de la cruz hasta la vida de resurrección, es enemiga de la cruz. Jesús es nuestro ejemplo de obediencia hasta la muerte. Él también nos provee con el poder de la gracia para estar dispuestos y ser capaces de hacer tales sacrificios del yo. Él dijo, “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mateo 11:29­30). Lo que parece imposible para nosotros, se hace posible cuando saltamos en fe y obediencia. Obedecemos la Palabra La obediencia a Dios tiene que ver con vivir por la palabra de Dios. Tiene que ver con tomar a Dios por Su palabra—creyendo que Dios dijo lo que quiso decir y que quiso decir lo que dijo. Hay muchos principios en la palabra de Dios que tenemos que obedecer simplemente porque Él lo dijo así. Éstos son unos pocos puntos definidos de obediencia en la palabra de Dios. Cuando tratamos de la familia de forma específica, las esposas han de someterse a sus maridos como al Señor. Los maridos han de amar a sus esposas como Cristo amó también a Su Asamblea de los llamado fuera y Se entregó a Sí mismo por ella (Efesios 5:22­25). Los maridos han de vivir con sus esposas conforme al conocimiento y entendimiento, honrándolas (1ª Ped. 3:7). Los niños han de obedecer a sus padres en el Señor; han de honrar a sus padres y madres; y los padres no han de provocar a sus hijos a ira, sino criarlos en la disciplina y amonestación del Señor (Efesios 6:1­4). El papá busca obedecer la palabra de Dios en todas las cosas. Obedecemos al Espíritu Romanos 8:14 nos dice que los hijos de Dios son los que son guiados por el Espíritu de Dios. La palabra de Dios nos da principios generales para tener dirección. Pero a veces necesitamos una palabra más específica de Dios. Para esta palabra, oramos. Escuchamos la silenciosa voz en nuestros espíritus. Esperamos a tener el testimonio y el acuerdo en la palabra y en los demás. Probamos los motivos de nuestros corazones. Sondeamos nuestras conciencias. Y después, actuamos en fe. Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. (Santiago 1:5). Nos levantamos por la mañana, entregamos nuestras vidas a Su voluntad, Le pedimos que se encargue de nuestro día, y confiamos en que lo haga así. Tenemos un deseo profundo de obedecer a Dios en cada aspecto de nuestras vidas.
Confiamos que “Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, Y él aprueba su camino.” (Salmos 37:24). Descansamos en la confianza de que Dios no nos dejará equivocarnos incluso si nos equivocamos, porque “sabemos que todas las cosas ayudan a bien a los que aman al Señor, a los que son llamados conforme a Su propósito.” (Rom. 8:28). Dios es un Dios exigente Ahora asumimos saber algo de Dios, de Su Palabra, de Su voluntad y de lo que nos va a exigir la obediencia a Él. Es tiempo de obedecer. En el acto de la obediencia, encontramos que Él es un Dios exigente. Jesús contó una parábola sobre tres individuos que recibieron una cierta cantidad diferente de dinero cada uno de ellos de parte de un noble. El que recibió menos devolvió al noble sin aumento y dijo, “te tenía miedo, porque eres un hombre exigente, que recoges lo que no depositaste y siegas lo que no sembraste." (Lucas 19:21). El noble en esta parábola describe a un Dios que demanda lo que se le debe. Dios quiere que Le obedezcamos explícitamente. La obediencia es hacer lo que Él dice, hacerlo cuándo Él lo dice, hacerlo cómo Él lo dice y hacerlo todo el tiempo que Él requiera que se haga. Es para nuestro bien que hacemos esto. La obediencia es justicia Abraham creyó a Dios y Dios depositó justicia en su cuenta bancaria espiritual. La justicia es estar a bien con Dios. Estamos a bien con Dios cuando estamos andando en fe. Abraham fue hecho justo porque creyó en lo que Dios estaba haciendo y actuó sobre lo que Dios había dicho. Santiago 2.17 dice, “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.” La obediencia es el acto (u obras) de la fe. Sin la obediencia la fe está muerta. La obediencia es justicia en movimiento. Descubrimos lo que Dios quiere, entonces Le amamos y confiamos en Él lo suficiente como para salir en fe para hacer exactamente lo que Él pide. La obediencia libera el poder La obediencia a Dios libera el poder de Dios. Él llena de poder y bendice Sus planes, no los nuestros. Sus obras se cumplen por Su fuerza. Nuestras obras tendrán que cumplirse con nuestras propias fuerzas. Sus obras perduran por toda la eternidad. Nuestras obras perecerán con nosotros. Sus obras son vivas. Nuestras obras son muertas.
Pablo escribe: “la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego.” (1ª Cor. 3:13­15). Cualquier obra que no esté edificada sobre el fundamento de Jesucristo, será quemada como madera, paja y hojarasca (v. 11­12). La obediencia libera las bendiciones Las bendiciones de Dios también están asociadas con la obediencia a Dios. Deuteronomio 28:1­14 describe todas las bendiciones que vendrían sobre los israelitas y los cubrirían si escuchaban la voz del Señor su Dios: Habían de ser bendecidos en la ciudad, en el campo, en el fruto del cuerpo, el fruto de su tierra, el fruto de sus rebaños. Disfrutarían de aumento de sus ganados, de sus ovejas, de su cesta y de su despensa. Serían bendecidos por donde quiera que fueran. El Señor haría que los enemigos que se levantaran contra ellos serían golpeados delante del rostro de ellos: vendrían en contra de ellos por un camino y huirían por siete. El Señor ordenaría la bendición de sus despensas y de todo aquello en lo que pusieran sus manos. Los bendeciría en la tierra que el Señor les daba. El Señor los establecería como un pueblo santo para Él mismo, tal y como lo se lo había jurado. Todo el pueblo de la tierra vería que eran llamados por el nombre del Señor y les temerían. El Señor los haría abundar y les abriría a ellos SU buen tesoro—el cielo para dar la lluvia en su tierra y a su tiempo, y para bendecir la obra de sus manos. Prestarían a las naciones y no tomarían prestado. El Señor había de hacerlos cabeza y no cola. Y tenían que estar por encima, no por debajo, si escuchaban los mandamientos del Señor su Dios, que Él mismo les había ordenado obedecer y cumplir. Los cincuenta y cuatro versículos que siguen a estas bendiciones describen las cosas que vendrían sobre ellos bajo la maldición de la desobediencia. Habría un cambio de 180º en la bendición. La obediencia a Dios mantiene unida a la familia y libera la bendición del Padre sobre la familia. La desobediencia resulta en la desintegración de la familia, marcando la maldición. Israel se rebeló contra Dios y consecuentemente fue cortado de Él. La maldición de la desobediencia consumió la bendición de la obediencia. Cuando la familia se rompe y perdemos de vista los propósitos eternos de Dios, perdemos Su poder y caemos presa de la maldición. El papá es un hombre de obediencia. Permanece en la brecha a favor de su familia para que su familia sea el recipiente del amor de Dios, de su misericordia, gracia, poder y bendición.
Guía de Estudio ∙ ¿Quién ha sido un asombroso ejemplo de obediencia en tu vida familiar? ∙ ¿Cómo impactó esa persona de obediencia a tu vida? ∙ ¿Qué cosa te ha exigido Dios que hagas y que has obedecido, respecto de tu vida familiar? ∙ ¿De qué manera te ha costado ése u otro acto de obediencia a Dios algo de tu yo? ∙ ¿Qué cosa te ha pedido Dios que hagas y que has sido desobediente al respecto de tu vida familiar? ∙ ¿De qué manera te ha costado algo ése u otro acto de desobediencia a Dios? ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Capítulo 13 – El Poder de ser valorado
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 13 – El Poder de ser valorado Gotas de sudor corrían por la cara polvorienta de Bill mientras cortaba el césped bajo el sofocante sol de Kansas. “Mi madre”, recordaba él, “estaba haciendo algo con las mujeres y papá estaba en la casa. Era la hora de comer.” “Hijo, ven”, gritó el padre desde la puerta de la cocina. Su voz de mando encajaba con su complexión. “Tu madre ha dejado unas judías y pan de maíz para nosotros. Vamos a comer.” “Me apresuré al lavabo, me lavé las manos, me puse agua sobre mi rostro quemado por el sol, y me dirigí a la cocina. No podía creerme que mi padre hubiera puesto los platos y los cubiertos para nosotros dos. Incluso ya había puesto un vaso de leche fría junto a mi plato.” “Siéntate, comamos juntos”. Su mano encallecida apuntaba hacia el respaldo de mi silla. Me senté. Oró. Comimos. Bromeamos el uno con el otro. Después, algo comenzó a suceder. Nos conocimos el uno al otro de hombre a hombre. Fue un tiempo de verdadera comunión. “Se quitó una migaja de pan de maíz de su boca, dobló su servilleta y la puso cuidadosamente sobre la mesa. Después me miró a los ojos y me preguntó: “¿Estarías dispuesto a ir a los pozos conmigo a trabajar?” Él era un capataz en la Shell Oil Company. “Si, claro”, contestó. Nunca lo olvidaré. Tenía 15 años. Hasta entonces, me había disciplinado y tratado como a un niño. Pero algo sucedió ese día. Tuvimos una de las comuniones más profundas que yo haya tenido jamás con alguien. Y comenzó con un bol de judías y pan de maíz. Algo muy poderoso sucedió en el espíritu entre mi padre y yo. Yo había sido recibido como un hijo que acababa de alcanzar la edad de adulto. “Tuve una intimidad con él que jamás habíamos compartido antes. Pudimos discutir cosas muy profundas en sí, incluso cosas espirituales. Incluso tuve la libertad para estar en desacuerdo con él. A veces tuvimos fuertes discusiones, y mamá se enojaba. Yo la miraba, después me volvía a mi padre, y nos reíamos porque sabíamos que estábamos el uno con el otro. Ya no le tenía miedo. “El Señor se movió en su corazón ese día. Él vio que era el momento. Tuvimos comunión y yo fue establecido.” Una afirmación es una declaración firme y positiva de que alguien o algo tiene valor y es verdadero. Todos nosotros necesitamos ser valorados. Necesitamos a alguien en autoridad sobre nuestras vidas que haga que sintamos que valemos, para poder decir, “voy en serio. Así que tómame en serio”. Nuestros padres y especialmente los papás, son la fuerza más poderosa en nuestras vidas para impartir ese sentir de valor o para impedir que ese sentir de valor nos alcance. Si el papá no lo ha hecho, es difícil que nosotros podamos recibirlo de otra fuente distinta.
He pasado la mayor parte de mi vida tratando de agradar a otros, tratando de ganar su aprobación, esperando que alguien en algún lugar me hiciera sentir que yo valía. Yo no creía que yo pudiera ni siquiera agradar a mi propia madre porque yo no había sido valorado por mi padre. Tampoco es que él hablara palabras despectivas hacia mí, cosa que no hizo, que yo sepa. Pero un niño necesita recibir conciencia de valía, y cuando uno fracasa en recibir esto, lo interpreta como desaprobación. El ser valorados nos da el sentir de quienes somos porque sabemos a quien pertenecemos. Cuando sabemos de quién somos, desarrollamos personalidades confiadas y somos más capaces de recibir la bendición que viene con la familia. La falta de estima en nuestras vidas nos hace emerger en personalidades inseguras, dudosas, temerosas, y a veces, enfurecidas. Nos cuesta mucho recibir la bendición en parte porque el poder de ser valorados ni siquiera esta presente. Estamos bajo la maldición. Las maldiciones son lo contrario a las bendiciones. El ser valorados, como lo es no ser valorados, constituye en sí un poder que puede tener un profundo efecto sobre nosotros a lo largo de nuestras vidas. En el contexto de la familia y del poder del papá, encontramos el ser valorados de forma certera y duradera, así como la estima, la bendición y la confianza. La valoración de Jesús Miramos al Padre­Dios como nuestro modelo para poder ver la forma en que Él valoró a Su unigénito Hijo, Jesucristo. El poder de la afirmación fue proclamado sobre Jesús mucho antes de que naciera. Isaías 9:6 profetizó: “Porque un niño nos he nacido, hijo nos es dado. El gobierno será sobre su hombro y su Nombre será Admirable, Consejero, Dios poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz.” Dios proclamó la bendición de la afirmación sobre Jesús de nuevo a través del ángel Gabriel cuando visitó a la virgen María. El ángel vino a ella y le dijo, “concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” (Lucas 1:26­33). La bendición de la afirmación sobre Jesús fue proclamada otra vez a través de Elisabet, la madre de Juan el Bautista y prima de María, cuando ésta fue a visitarla. “Y hablo en alta voz y dijo, “Bendita tú eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”” (Lucas 1:42). Jesús nació y el poder de la bendición de la afirmación de Dios continuó empapándole. José y María llevaron al bebé Jesús al tempo en Jerusalén para presentarle ante el Señor como su primogénito conforme a la ley. Simeón estaba en Jerusalén, hombre devoto y justo que tomó a Jesús en sus brazos y bendijo a Dios diciendo, “Señor, ahora dejas que tu siervo parta en paz, conforme a Tu palabra: porque mis ojos han visto Tu salvación, que has preparado delante de todos los pueblos; luz para alumbrar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”. José y su madre se maravillaron de las cosas que decían del Él. (Lee Lucas 2:25­33). Aproximadamente treinta años después, Jesús fue a Juan en el desierto para ser bautizado por él. Juan, hablando por el Espíritu, había estado confirmando el ministerio de Jesús diciendo, “Yo te bautizo en agua para arrepentimiento; pero viene después de mí otro mayor que yo, del que no soy digno de desatar su calzado. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.” (Mat. 3:11).
Cuando Juan bautizó a Jesús, las escrituras dicen que Jesús salió del agua y vio los cielos abiertos y al Espíritu de Dios que descendía sobre Él como paloma. El Padre­Dios habló desde el cielo proclamando, “Tú eres Mi Hijo Amado, en quién tengo complacencia.” (Marcos 1:11). Es muy consolador escuchar a papá decir, Tú eres mi hijo.” Es aún mejor oírle decir, “Eres Mi hijo amado”. Pero escuchar a papá decir, “Eres mi hijo amado en quien tengo complacencia”, es de hecho algo completo. En este momento del tiempo, Jesús estaba siendo valorado, aprobado, conformado, validado, verificado y ungido para el ministerio por Su Padre en los cielos. A partir de entonces, nada podía sacudir a Jesús. Sabía quien era porque sabía a quien pertenecía. Conocía Su misión. La solemne declaración de Su Padre declaraba Su destino. Porque Él, como el Hijo de Dios, también era el Cordero de Dios. Su Padre le había bendecido con el poder de ser valorado. Adueñándose del ser valorado Después de Su afirmación en el Jordán y la tentación en el desierto, el evangelio de Lucas nos dice que Jesús fue a la sinagoga como era de costumbre en el Sabbat. Se le entregó el libro de Isaías. Abrió el rollo en lo que hoy es el capítulo 61:1­2. El pasaje es citado en Lucas 4:18­19: “El Espíritu del Señor está sobre Mi porque Me ha ungido para predicar el evangelio a los pobres, me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a predicar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a libertar a los heridos y predicar el año agradable del Señor.” Jesús, sabiendo que era el Hijo de Dios amado y acepto, cerró el libro, lo devolvió al ministro y se sentó. Un silencio profundo cayó sobre la asamblea. Sus ojos estaban fijos en Él esperando las palabras que diría a continuación. Jesús rompió el silencio y dijo, “esta escritura se ha cumplido delante de vuestros ojos” (lee Lucas 4:20­21). Jesús declaró quién era Él y en el proceso, se hizo dueño del poder de la afirmación sobre Su vida y su ministerio. La confianza de ser valorado Cuando Jesús hizo esta declaración, el silencio prevaleció por un momento al meditar en las implicaciones de lo que acababa de decir. Después me imagino el comienzo del murmullo, uno a uno diciendo, “¿Qué ha dicho?”, “¿Qué es lo que quiso decir?”. Hasta hacerse más audible. “¿No es éste el hijo de José?” Su sorpresa se volvería en ira al seguir Él profetizando que sería rechazado. Entonces les dijo, “Nadie es profeta en su propia tierra.” Al escuchar esto, se abalanzaron sobre él, le echaron de la ciudad, y le arrinconaron en el filo de la colina sobre la que había sido construida la ciudad para despeñarle. Pero no pudieron hacerlo. Lucas nos dice que pasó en medio de ellos y se apartó. (Lee Lucas 4:22­30). ¿Puedes captar la confianza y la seguridad que tenía dentro de Sí para alejarse de ese modo? El poder de la palabra proclamada de la aprobación de Dios estaba sobre Él y Él lo sabía.
Nuestra necesidad de ser valorados La mayoría de nosotros vivimos toda nuestra vida queriendo escuchar una palabra de aprobación de papá a través de una u otra voz. “Eres mi hijo, te amo y estoy muy contento contigo.” Quizás la mayoría de nuestros temores, debilidades, flaquezas, confusiones, crisis de identidad y dolores internos, se desvanecerían ante el sonido de estas palabras brotando de los labios del padre. La mayor parte de nuestra falta de funcionamiento en esta vida es resultado de un déficit de valoración en nuestra vida. La historia de la película “La ópera del Sr.Holland” {22} ilustra muy bien mi tema. Holland, un profesor, amaba su música y vivía para ella. Lo único que quería para él mismo era tener libertad para escribir la música que sentía dentro de él. Puesto que Cole, el hijo de Holland, adolescente, había nacido ciego, sus esperanzas de compartir su amor por la música con su hijo habían sido sacudidas fuertemente. Consecuentemente, no dedicó mucho tiempo a Cole, sino que se entregó a sus estudiantes. Holland regresaba un día a casa, lamentando la muerte de John Lennon, y entrando en una discusión con Cole. Comenzó a explicar a Cole que Lennon había sido asesinado, pero abandonó su argumentación. “No lo entenderías.” Cole persistió en tratar de obtener su atención. “Quiere decirte algo y quiere que estar seguro de que le has entendido,” le explicó la mamá. “¿No podríamos hacer esto en otro momento?”, dijo Holland con cara enfurruñada. “¡No!”, insistió Cole. La madre interpretó el lenguaje de signos de Cole: “¿Por qué das por hecho de que la muerte de John Lennon no ha significado nada para mí? ¿Crees que soy estúpido?” “… Nunca dije que fueras estúpido” “Debes pensarlo si crees que no sé quienes son los Beatles, o si crees que no conozco su música en absoluto. ¿Piensas que no me preocupo por lo que haces o por lo que amas? Eres mi padre. Sé lo que es la música. Podrías ayudarme a conocerla mejor, pero no. Te preocupas más por enseñar a otros que por mí.” Visiblemente afectado por la confesión de Cole, Holland descubrió lo que su falta de estima había hecho a su hijo. Su momento de reconciliación llegó después cuando Holland cantó la canción de John Lennon en el colegio de Cole y se la dedicó. “Cierra tus ojos, no tengas temor. El monstruo se ha ido, ha huido, y tu papi está aquí.” El gozo de la aceptación mutua produjo lágrimas en los ojos del padre y del hijo mientras Holland cantaba la última línea, “Hermoso, hermoso, hermoso, hermoso, Cole.” {23} Cole tenía el reconocimiento que siempre había necesitado de su papá. Una onza de aprobación en los labios de un padre puede llevar a un hijo a un largo camino. No importa lo que le suceda, no importa lo que otros puedan pensar de él, él esta bien porque su papá se lo ha dicho.
Hebreos 1:5 dice respecto de Jesús, “Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, Y él me será a mí hijo?” Jesús sabía quien era y de que trataba su vida entera porque Él sabía a quien pertenecía. Ni un instante fue persuadido, ni siquiera por el mismo diablo, para ser atrapado en orgullo, poder, riquezas, posición, lascivia, auto­compasión, confusión ni cualquier otra auto­indulgencia. Me pregunto si Jesús habría podido soportar Sus sufrimientos si no hubiera sido literalmente bañando con la estima de Su Papá. Hambre en el alma Si no recibimos esa estima de nuestros papás, la buscaremos en cualquier otro lado. Trataremos de encontrarla por medio de éxitos académicos, logros en nuestra carrera, negocios, éxito financiero, posición de autoridad, actuaciones religiosas, relaciones, consejería psicológica, siendo llevados por la multitud—de cualquier manera posible. Pero estas cosas nunca nos librarán. Hubo un tiempo en el que yo sabía muy bien que la unción del Espíritu Santo estaba sobre mí cuando predicaba, y sin embargo seguía buscando la aprobación de mi esposa. Me gustaba cuando la gente me alababa pero yo quería oírlo de ella. “Cariño”, me la imaginaba diciendo, “Hoy estuviste muy fuerte. Fue el mensaje más ungido que jamás haya yo oído. Nadie puede predicar como tú.” De camino a casa después del culto, esperaba impaciente, casi explotando, hasta preguntar, “Bueno, ¿qué piensas? ¿Cómo estuvo el mensaje?”, lo que se traduce en: ¿Estuve bien o estuve bien? Parece mentira que ése fuera yo. Yo sabía que no debía haber necesitado de su aprobación. Sabía que su papel no era el de proveerme de estima. Y así, lo mantenía en control. Ella se movía un poquito en su asiento y yo sabía que estaba lista para soltar la bomba. Me imaginaba que estaba intentando encontrar las palabras que me dieran la mayor alabanza posible. “Cariño, ya sabes que me sentí un poco incómoda cuando dijiste…” ¡Y ahí se acababa mi ego! Si yo hubiera recibido estima de mi papá en mi niñez, no habría necesitado de la aprobación de ella ahora. Ni siquiera se me hubiera ocurrido preguntarle. No importaría nada lo que ella o cualquier otra persona hubieran pensado. Habría sabido quién era yo porque habría sabido a quién pertenecía. Habría sido el hijo de mi padre, bien complacido conmigo. La verdad es que mi esposa siempre me llena de estima y eso es bueno, porque yo necesito una estima constante. Mi pequeño cubo tiene muchos agujeros dentro. No podemos llenarnos de estima nosotros mismos. La auto­estima es artificial y no tiene ningún valor. Irónicamente, cuando el papá llena de estima al “yo” en nosotros, el “yo” deja de tener que ser el centro de nuestro universo enfocado hacia nosotros mismos. No necesitamos seguir teniéndonos que llenar de estima por nosotros mismos ni tratar de manipular a los demás para que lo hagan por nosotros.
La estima de Dios Si no fuimos llenos de estima en la niñez, buscaremos la aprobación de los demás y será probable que comencemos relaciones impracticables. Puede que seamos atraídos de forma adictiva hacia relaciones abusivas y de desaprobación. Tendremos que evaluar esas relaciones y tomar decisiones difíciles: Podemos escoger no esperar que los demás nos llenen de estima. Podemos escoger protegernos a nosotros mismos de relaciones abusivas que siguen haciéndonos sentir que no valemos nada. Podemos escoger relacionarnos con los demás y estar bajo autoridades que sean más nutrientes y cariñosas de forma natural. Podemos tomar nuestras propias decisiones de dar estima a los demás. Pero sobre todo, podemos escoger volvernos a nuestro Padre Celestial que es la única fuente real de poder para proveernos de estima ahora. El Padre Dios siempre esta presto en ministrarnos estima como hijos. Él ya está diciendo a cada uno de nosotros que lo vayamos a recibir, “Eres Mi hijo amado en quien tengo complacencia.” Puede que nunca sintamos alivio o satisfacción en nada de lo que hagamos hasta que oigamos y recibamos el poder de la estima de Dios por nosotros. Llenando de estima a los nuestros Haber sido llenos de estima, o incluso ser conscientes de la necesidad de esa estima, nos convence para que nos aseguremos de llenar de estima a los miembros de nuestras propias familias. Los hijos y las hijas necesitan el poder de la estima del papá. Muchos expertos creen que la homosexualidad es principalmente resultado de una falta de relación con el progenitor del mismo sexo. Esta falta de vínculo con el progenitor del mismo sexo deja un vacío que el hijo ya adulto busca llenar en un compañero­a del mismo sexo que él­ella. No obstante, el hombre, especialmente el padre, es que provee de la masculinidad de los hijos y de la feminidad a sus hijas. Nosotros los padres debemos querer buscar el consejo y la sabiduría de nuestro Papi Celestial para saber como llenar de estima, valorar, confirmar, verificar y bendecir a nuestros propios hijos de forma individual. No podemos dar estima ligeramente. Ministrar y proclamar estima es algo poderoso solo cuando esa proclamación habla la verdad. Niños distintos tendrán atributos diferentes que deberemos querer apreciar y bendecir. Palabras­de­Dios Hay poder en la palabra hablada, especialmente si esa palabra es una palabra de Dios. Las palabras de Dios son lo que Dios dice porque somos persuadidos de que eso es lo que Dios diría o nos está diciendo. Las palabras de Dios edifican, animan, fortalecen, llenan de poder, edifican la fe y se espera que tengan un cumplimiento. Podemos esperar que Dios cumpla lo que Él dice. Es su tarea cumplir lo que Él dice, no la nuestra. Nuestra tarea es estar de acuerdo con Su Palabra en fe y decir lo que Él dice en confianza.
¿Cómo podemos saber lo que es una palabra de Dios? Podemos leer la Biblia. Está llena de promesas que podemos reclamar para nuestros hijos. También podemos orar en fe, esperar y escuchar que Dios nos inspire con una palabra. Una palabra que es de Dios concuerda con las Escrituras, edifica, anima, y nos hace libres. Santiago 1:5­6 afirma que “si alguno tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, que da a todos generosamente… y le será dada. Pero pida con fe, no dudando de nada.” Los padres, especialmente los papás, tienen un enorme poder sobre sus hijos. Lo que digamos o dejemos de decir puede determinar aquello en lo que los hijos se conviertan. Es un asunto de vida o de muerte para ellos. Los bendecimos con nuestra expresión de estima y los maldecimos con nuestra desaprobación. Incluso el silencio al no decir nada susurra en sí la maldición de la desaprobación. Más poder Hay muchas cosas para ministrar estima que podemos hacer para dar a los demás más poder para vivir vidas seguras y de éxito. Podemos hablar palabras positivas, edificantes y constructivas, en verdad y en sinceridad. Podemos abrazar de forma apropiada y tocar a los miembros de la familia. Podemos mostrar confianza. Podemos aceptar, amar, y apreciarlos a pesar de sus diferencias, exclusividad e individualidad. Podemos acoger un sentimiento de pertenencia por el que saben que “eres mío en libertad y yo soy tuyo en libertad”. Es decir, “esta es mi familia. Pertenezco a ella. Me siento en casa en ella. Sé quién soy porque sé de quién soy.” Podemos llenarlos de autenticidad diciendo y haciendo cosas que les hagan saber que los tomamos en serio. Podemos reconocer y aceptar sentimientos reales. Podemos mostrar perdón y misericordia cuando sea necesario. Podemos escucharles con oídos abiertos y que se preocupan por ellos. Podemos aplaudir sus éxitos. Acción de estima La estima es algo que involucra algo más que hablar palabras floreadas. Necesitamos apoyar nuestras palabras con la acción. Yo puedo decir a mi hijo, “Eres un buen carpintero”, y después darle un martillo. Puedo decir a mi hija, “Tienes un gran talento musical” y después darle lecciones de música. Exaltamos aquellos atributos únicos que descubrimos en ellos como individuos.
Un proceso continuo La estima no es una bendición de golpe, que proclamamos sobre los nuestros. Es la forma en que nos sentimos genuinamente sobre los demás todo el tiempo, incluso si estamos enfadados con ellos o decepcionados por algo que ellos hayan hecho. En mi adolescencia, traje seis botellas de cerveza en una bolsa de papel y las escondí en mi armario. Yo sabía que mi madre con toda probabilidad las había visto. Le pregunté años más tarde por qué no me había dicho nada al respecto. Nunca olvidaré su respuesta. “Sabía que ése no eras tu.” Estaba en lo cierto. El papá es una personalidad que produce estima. Es positivo, optimista, siempre encuentra lo bueno incluso en medio de una mala situación. Infunde confianza. No critica, acusa, culpa ni avergüenza. Cuando sus hijos crecen, saben quienes son y a quien pertenecen porque su papá ya se lo ha declarado. Guía de estudio ∙ Escribe sobre alguna declaración o acción por parte de tu papá que haya contribuido a tu propia estima. ∙ ¿De qué manera te ha dado eso confianza? ∙ Escribe sobre cualquier proclama o acción por parte de tu padre que te haya hecho sentir desaprobación. ∙ ¿De qué manera ha afectado eso a tu confianza? ∙ ¿De quién has esperado estima hasta ahora, de quien ahora ya has decidido no recibirla más? ∙ ¿De qué relaciones abusivas tienes que protegerte? ∙ ¿Cómo te protegerás a ti mismo de esas relaciones abusivas? ∙ ¿Con que autoridad edificante y que te provea de estima puedes relacionarte? ∙ ¿De quién eres tu responsable de proveer estima en tus relaciones? ∙ ¿Estas dispuesto y listo a esperar que Dios como Padre te llene de estima? Háblale sobre eso. Pídele que te llene de su estima. ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo.
Notas {22} Mr. Holland's Opus, escrito por Patrick Sheane Duncan, producida por Ted Field, Michael Nolin, y Robert W. Cort, dirigida por by Steven Herek; Una película de Interscope Communications Polygram Film Entertainment Production en asociación con Charlie Mopic Company, presentada por Hollywood Pictures; Una película de Steven Here (1996). {23} Beautiful Boy, escrita por Lennon. Capítulo 14 –Un hombre de bendición
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 14 –Un hombre de bendición “Regresando de Haití, el Espíritu Santo habló a Mi corazón que apartara a mi hijo y le bendijera”, dijo Bill. “El Señor me ha mostrado la importancia y el poder de la familia y como las bendiciones y las maldiciones pasan a través de los padres más que a través de las madres.” Kel y su esposa, Lorraine, vinieron enseguida de haber llegado a casa. Le indiqué el camino hacia la escalera y dije en voz baja, “¿Podríamos bajar al cuarto de estar? Hay algo que el Señor quiere que hagamos. “Claro que sí, papá”, asintió Kel. Nos sentamos en frente el uno del otro. Puse mis manos sobre su cabeza y comencé a hablar lo que escuchaba que el Padre le hablaba a él. “Me complazco contigo y quiero impartir esta bendición a través de tu papá aquí en la tierra. Te he llamado a este lugar de negocio donde ahora trabajas. Eres un líder de hombres y quiero bendecirte con abundancia, no riquezas, sino abundancia. Pronto hallarás favor con aquellos que están en autoridad sobre ti en tu trabajo. Escúchales pero tu principal prioridad es escucharme a Mí. Este negocio está bendecido porque el hombre que lo posee tiene un corazón de amor hacia aquellos a quienes él da empleo.” En unos meses el propietario de la empresa pidió a Kel que fuera su presidente. “Por supuesto”, contestó Kel con un entusiasmo reservado. “Pero estoy seguro de que otros hombres cuestionarán mi edad y el poco tiempo que he estado en la empresa.” Los otros hombres sugirieron esperar al menos cinco años. Kel estaba dispuesto a hacer eso, pero Dios tenía otros planes. Se convirtió en su presidente poco después. Dios le ha bendecido en ese lugar. ÉL fue fiel en Su promesa. Viendo como el Señor bendecía a mi hijo a través de mí, rogué tímidamente que Él me hablara una bendición a través de mí para mi hija y mi yerno. Pero me dijo que esperara. “Mi hija Melissa, y su marido, David, habían esperado doce años para tener un hijo. Ella había deseado ser madre desde el momento en que había sido lo suficientemente grande para sostener una muñeca en sus manos. Los médicos habían expresado pocas esperanzas de que alguna vez llegara a quedarse embarazada. Pero llegó un momento en el que el Señor me habló de otro modo: “Quiero que preguntes al padre de David si se uniría a ti para impartirles una bendición, sobre el vientre de ella, para que ella pudiera tener un hijo.” “Por supuesto”, contestó el padre de David. Ese día de acción de gracias cenamos juntos y oramos para que el vientre de Melissa fuera receptivo y para que fueran bendecidos con un hijo que llegara a ellos como un gran gozo. Tres meses después ella quedaba embarazada.
El siguiente día de acción de gracias, nos reunimos para dar gracias a Dios por la bebé, Kendra. ¡Y vaya gozo que ha sido!, afirma el abuelo Bill. Santiago 3:8 dice que “con la lengua bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición.” Y después exhorta, “hermanos, esto no debe ser así.” Proverbios 18:21 añade fuerza a esto diciendo, “La muerte y la vida están en poder de la lengua.” El papá es un hombre de bendiciones. El es bendecido y es la cinta transportadora de las bendiciones de Dios cuando pasan de una generación a otra. Él bendice y no maldice. Hay poder en la palabra hablada. La Biblia afirma, “El impío es enredado en la prevaricación de sus labios” (Prov. 12.13). “El hombre será saciado de bien del fruto de su boca; Y le será pagado según la obra de sus manos.” (Prov. 12.14). “…La lengua de los sabios es medicina. El labio veraz permanecerá para siempre; Mas la lengua mentirosa sólo por un momento.” (Proverbios 12:18­19). “El que guarda su boca guarda su alma; Mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad” (Prov. 13:3). “Las vanas palabras de los labios empobrecen” (Prov. 14:23). El papá bendice a Dios El papá es un hombre bendito porque es llamado por Dios para ser el papá de la casa. Es un hombre bendito porque las bendiciones del Padre fluyen de él. El papá reconoce sus bendiciones y da gracias a Dios por ellas. Alaba a Dios por s esposa, sus hijos, su trabajo, su casa y su hogar—no importa lo humilde que pueda ser—y da gracias en la mesa por su pan diario. Es una letanía de alabanza por todo lo que él ve que Dios hace o promete hacer en su familia. Es un hombre positivo con una visión positiva de la vida. No toma sus bendiciones por descontado. El papá se bendice a él mismo Aunque somos hombres de bendición, venimos de entornos deshonrosos porque nacimos bajo la maldición del hombre caído y de la carne, Adán. Por tanto, tendemos hacia la autodestrucción y la muerte compuesta por los pecados de los padres. Añade a eso cualquier rechazo posible que hayamos sufrido en la concepción o el nacimiento, o las posibles maldiciones proclamadas en nuestro crecimiento, la condenación de nuestros propios pecados, los demonios de nuestras vidas, y las personas que nos hayan herido en este mundo. Sentir falta de respeto hacia nosotros mismos y perpetuar los malos sentimientos que hayamos tenido sobre nosotros mismos es algo muy común. Lo que sintamos en nuestro interior será manifiesto en nuestras bocas. “Yo soy estúpido”, “No valgo nada”, “Nunca tengo nada”. Nos maldecimos a nosotros mismos con esas actitudes. Jesús dijo, “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.” (Mateo 15:11). ¿Qué es lo que sale normalmente de nuestras bocas? ¿Declaraciones negativas? ¿Críticas? ¿Juicios? ¿Maldiciones y juramentos? ¿Calumnias? ¿Prejuicios, intolerancias y falsos testimonios? Estas cosas con frecuencia se deslizan hacia nosotros para cazarnos. Seremos juzgados por la forma en que juzgamos a otros y por los estándares que exijamos de los demás (Mat. 7:2). Tal y como lo pinta el mundo, “Lo que gira, da la vuelta.”
Como hombres de Dios deberíamos desear renunciar, revocar y repudiar estas palabras corruptas que proclamamos con nuestras bocas, sea que estemos maldiciéndonos a nosotros mismos o los demás. Puede que no veamos resultados inmediatos de nuestro arrepentimiento, pero las cosas cambiarán finalmente. Comenzaremos a plantar buena semilla para nosotros mismos y para las generaciones que sigan después. Queremos hablar bendiciones sobre nosotros mismo y enseñar a los miembros de nuestras familias a hacer lo mismo por ellos mismos. Queremos desear proclamar bendiciones en todas las áreas de nuestras vidas­espíritu, alma, mente, emociones, cuerpo, salud, finanzas y relaciones. Queremos descubrir en la Palabra de Dios lo que Él tiene que decir sobre nosotros y proclamar eso mismo. Por ejemplo: “Somos los hijos de Dios: y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom. 8.16­17). Cuando decimos lo que Dios dice sobre nosotros, estamos en acuerdo con Él. La Biblia dice que “si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos.” (Mateo. 18:19). El papá bendice a su esposa 1ª Pedro 3:7 nos instruye como maridos a convivir con nuestras esposas “conforme al conocimiento, dando honor a la esposa como a vaso más frágil, y como siendo herederos juntos de la gracia de la vida” para que nuestras oraciones no tengan estorbo. Yo creo que estoy casado con la mujer más hermosa del mundo. Con frecuencia le digo lo atractiva que es, incluso vestida con sus viejas vestimentas de pintura—porque lo es. Es una persona muy dotada y la veo como el regalo de Dios para mi vida. Reconozco sus dones y los recibo como complemento a lo que a mí me falta. Tengo un respeto altísimo por mi esposa como para llamarla con nombres despectivos como “bruja”, “perra”, “fea” o “hechicera”. Es mi esposa, mi regalo de parte de Dios. ¿Cómo podría yo decir algo así a mi regalo de Dios? Los hombres que se dirigen a sus esposas como “mi viejita” puede que lo hagan en broma, pero de hecho las están infravalorando ante sus ojos y los ojos de los demás. Dirigirse a ellas como “mi esposa amada” es tan fácil y habla de bendiciones y de edificación. El papa bendice a sus hijos Los padres tienen la autoridad y el poder para proclamar bendición o maldición sobre sus hijos. No importa lo que otros puedan llamarnos, creemos quienes nuestros padres dicen que somos. Él imparte el nombre. El nombre crea la imagen dentro de nosotros. Esa imagen se convierte en la realidad de quienes somos. Esa realidad nos lleva a nuestro destino, sea para bien o para mal. Lo que él nos llama, se convierte en nuestro llamamiento. Margaret creció creyendo que nunca podría vivir a la altura de las expectativas de su padre. De este modo, no­puedo­hacer­nada­bien se convirtió en el nombre que preparó su vida de antemano. Medicaba sus inseguridades y su dolor con compras frívolas.
Esta infancia la llevó a los brazos de un hombre muy parecido a su padre, que profirió su propia marca de insultos vergonzosos sobre ella. “¡No­puedes­hacer­nada­bien, esta casa es un desastre!”, “¿De donde has sacado unos zapatos tan horribles?”, “¿Es que no puedes controlar a esos niños?”, “¿Qué es lo que te pasa?” Entonces, un día en oración, un momento de visión divina alumbró sobre su rostro cuando su Padre Celestial le habló al corazón diciendo, “Porque te he redimido, tu nuevo nombre es “No­ puedes­hacer­nada­mal­hecho”. “Buenos días, No­puedes­hacer­nada­mal­hecho.” En lugar de cumplir un guión que la había llevado por el pésimo camino de la desesperación, Margaret ahora puede esperar dejar que Cristo trabaje en su interior para poder ser revelado completamente a través de ella. Su vida ya no consiste más en lo que los demás dicen que ella es, sino en quien el Padre dice que ella es. Aún más, su vida consiste en Él. Él es su destino. Recordamos que Dios cambió el nombre de Abraham. Este nombre significa “padre de multitud”. Si habláramos hebreo, eso es lo que estaríamos diciendo cada vez que mencionáramos su nombre. Estaríamos recitando la bendición de pacto que Dios había proclamado sobre él. Mis hijos son regalos divinos concedidos para mí del mismo modo que mi esposa. Por tanto, debo querer bendecidlos proclamando sus virtudes y sus buenas cualidades. Nosotros los padres debemos querer disciplinar a nuestros hijos en fuerza, confianza y consistencia pero nunca controlarlos llamándolos, “estúpidos”, “malos”, y “torpes”, o usando comentarios como “siempre tú” o “nunca tú”. Estas cosas dejan impresiones indelebles en sus mentes y emociones que pueden marcarlos de por vida. Un niño es bendecido y edificado cuando le alabamos por sus cosas buenas. “Eres tan inteligente”, “eres un niño bueno”, “eres una preciosa niña feliz”. Con frecuencia nos volvemos conforme a lo que se ha proclamado sobre nosotros y conforme a lo que nosotros mismos hemos proclamado sobre nosotros, del mismo modo que otros se vuelven conforme a lo que nosotros hemos proclamado sobre ellos­tanto bendiciones o maldiciones. Animamos a otros con palabras edificantes—incluso proclamando las cosas que no son como si fueran. El papá pronuncia bendiciones sobre sus hijos por conocimiento de revelación y la fe que resulta de eso. Dios hablará al corazón del hombre que se vuelve hacia Él buscando una palabra. Una vez que hemos oído de Dios sobre algún asunto en concreto, podemos esperar que Dios nos de la fe que necesitamos para permanecer firmes en esa palabra. El don de fe es diferente de la fe presuntuosa o las confesiones positivas del control mental. Mi esposa dice que hay unas pocas cosas que ella sabe sin lugar a dudas que Dios le ha hablado a ella. Una de estas tiene que ver con sus hijas. Cuando hay circunstancias en las vidas de ellas que la incomodan, se vuelve a la promesa que Dios le dio de Isaías 44:3­4: “Mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos; 4 y brotarán entre hierba, como sauces junto a las riberas de las aguas.” Hay dos líneas de una vieja canción que parecen ser muy apropiados hoy día: “Pon acento en lo positivo, pégate a lo afirmativo.”
El papá bendice a otros Nuestras bendiciones se extienden más allá de los miembros de nuestra propia familia, puesto que bendecimos a nuestros vecinos, amigos y miembros más lejanos de nuestra familia. Mi vecino Alfred era un imán para gastarle bromas. Cuando estaba con él, era algo muy natural comenzar a bromear sobre su edad o su arregladísimo jardín. Su dudosa sonrisa trataba de decirme que no le estaba edificando, sino que más bien lo estaba echando por tierra. Persuadido por la convicción, escogí guardar mi lengua. Él necesitaba, como todos los demás, ser animado, fortalecido, valorado y edificado en la fe. Me propuse hablarle solo bendiciones. Algo de valor, de dignidad y de virtud puede ser encontrado en todos nosotros. Qué bendición es tener esa valoración en lugar de nuestras faltas. El papá dice lo que Dios dice Qué diferentes serían nuestras vidas y las de los demás si habláramos “conforme a las palabras de Dios” (1ª Ped. 4:11). Cuando el papá dice lo que Dios dice, se convierte en el conducto para la bendición de Dios. Queremos que nuestros testimonios sobre nosotros mismos y los demás como hijos de Dios encajen con las Escrituras. Queremos decir lo que Dios dice de nosotros. La Palabra de Dios ilumina y edifica. Ya no queremos por más tiempo estar de acuerdo con lo que tengan que proclamar sobre nosotros mismos, personas odiosas, demonios, nuestros propios pecados o vergüenzas. Todo lo contrario, queremos apropiarnos de lo que nuestro Padre dice de nosotros: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Rom. 8:1). El papá encuentra tiempo para estudiar la palabra de Dios y así descubrir cómo habla nuestro Padre Dios de modo que él pueda aprender a hablar como Él. Pasa tiempo en comunión con el Espíritu Santo para descubrir qué bendiciones específicas Dios quiere proclamar sobre su vida y sobre las vidas de los miembros de su familia. Después las proclamará él mismo. Incluso cuando no “escuchamos” a Dios de este modo, podemos aún ver las virtudes y las características que queremos que nuestros hijos desarrollen y proclamarlas sobre ellos. Esto no incluye nuestros deseos de que ellos se conviertan en grandes jugadores de fútbol, estrellas de cines, ni cosas semejantes. Son cosas como por ejemplo, “eres sabio”; “amable” o “paciente”. Podemos cultivar el fruto del Espíritu (Gál. 5:22­23) en ellos ejemplificándolo en nuestras propias vidas y proclamándolo sobre sus vidas. Podemos cultivar los aspectos positivos que vemos en ellos para emerger en los individuos únicos que son. Los niños aprenden lo que nosotros les enseñamos. El papá rompe las maldiciones Muchas familias sufren la maldición generación tras generación con cosas como la pobreza, el alcoholismo, el divorcio, los pecados sexuales, las enfermedades mentales, el abandono, la ignorancia y problemas médicos. Comenzamos a romper esas maldiciones cuando nos arrepentimos de los pecados asociados a ellas. Renunciamos a ellos, los revocamos y los repudiamos junto con cualquier influencia demoníaca asociada a ellos. Permanecemos en pacto con dios. Honramos a nuestras esposas y a nuestros hijos.
Qué diferente es eso de las discusiones, murmuraciones, calumnias, acusaciones, críticas, condenaciones—cosas todas estas que producen maldiciones. Cuando proclamamos estas cosas, damos a los poderes demoníacos autoridad para llevarlas a cabo. Invitamos a esta atmósfera destructiva a nuestros hogares y contra los miembros de nuestra propia familia. Cuando somos conscientes de estas prácticas, podemos comenzar a hacer lo opuesto. Practicamos el confesar la verdad en lugar de mentir. Practicamos la proclamación de “Yo puedo”, en lugar de “Yo no puedo”: Practicamos bendecir esas cosas y personas a las que querríamos maldecir. Cuando vemos defectos de carácter en los demás, queremos bendecir lo que Dios dice sobre esas personas en lugar de lo que sus defectos dicen sobre ellos. Quizás sea Dios quién nos haya dado visión para ver las debilidades de los demás. Si eso fuera así, ¿con que fin? ¿Para que podamos criticar y condenar a nuestros hermanos? Es la arrogancia y el orgullo que dicen, “Soy mejor que ellos”. ¿O es para que podamos ser arrojados a un lago de misericordia y de intercesión? ¡No es una mala idea! El papá rompe las maldiciones por medio del arrepentimiento y del bendecir a los demás con la palabra del amor de Dios. Reconectando lazos familiares Yo pensaba que mi hijo había dicho que nuestra participación en una reunión de hombres es lo que había sanado nuestra relación. De modo que le pregunté lo que había sucedido para poder provocar eso. Rápidamente me corrigió y me dijo que la relación ya había sido restaurada. Pero ahora comprendía que la maldición de la “no existencia de un modelo de varón” había sido rota. “¿Era algo parecido a la maldición del abandono?”, le sugerí. “No”, insistió él. “Es más como lo que yo había dicho—la maldición de la no existencia del modelo del papel del hombre y la maldición del divorcio sobre los apellidos familiares.” Explicó que era como si el nombre Newbold ahora se hubiera establecido en las generaciones aún por venir, que su papá había tomado su lugar como el patriarca de la familia y ahora tenía un hijo y nietos para perpetuar el nombre. “En algún momento del pasado”, resumió, “una maldición había sido puesta sobre el apellido familiar, probablemente como resultado de los pecados de los padres. Eso había establecido un ciclo de degeneración que robó el modelo de varón positivo a la familia. Pero ahora Dios lo ha devuelto. Hay un nuevo comienzo para este apellido de familia.” Le dio un renovado sentido de estabilidad e identidad. Ahora tenía raíces y ramas en su árbol genealógico. “Hay algo que sólo Dios puede hacer”, añadió. “La grandeza siempre se ha transmitido en las familias. Un patriarca edifica algo grande y sus hijos o bien lo llevan adelante o lo corrompen.” Fui tremendamente sobrecogido por esta percepción. Concluyó diciendo, “el papá en la familia no puede ser un patriarca para aquellos que no le reconocen ni le perciben como tal. Lo mismo sucede con Dios.
Él es el Patriarca de todos. Dios como Padre, siempre amará a Sus hijos, pero Él nunca Se impondrá sobre ellos. Él les deja la libertad de reconocerle como Padre Dios o de rechazarle. Si Le reconocen y Le reciben, serán bendecidos por Él. Pero si escogen no reconocerle ni recibirle, estarán escogiendo la maldición para ellos mismos. Hasta ahora, poco habíamos sabido sobre mi papá y su rama familiar. De forma irónica, poco a poco y de forma inesperada comenzó a llegarme escasa información sobre su vida, inspirándome a encajar dicha información como piezas, en la medida que me era posible. Descubrí que mi búsqueda era más que un interés pasajero en genealogía. Era Dios, re­ estableciendo el nombre Newbold para aquellos de nosotros que habíamos sufrido la desconexión del abandono. Tal y como había dicho mi hijo desde su propia perspectiva: “Hay un abuelo Newbold, un padre Newbold, Yo soy un padre Newbold, y ahora tengo hijos.” Dios ha re­establecido nuestro linaje. Los evangelios de Mateo y de Lucas documentan la genealogía de Jesús cuidadosamente, vinculándole con el trono de David. Todos somos primogénitos de Dios por medio de Jesucristo—ese es el único linaje que importa espiritualmente. Y sin embargo, la familia es importante. Estar conectado es importante. El matrimonio y la familia fueron la primera institución de Dios. Las bendiciones y las maldiciones pasan a través de las familias. Sin la bendición, una familia estará bajo la maldición. Las naciones mueren cuando la vida familiar es corrompida. La bendición del Padre Todos necesitamos la bendición del Padre. Necesitamos ese momento significativo en el tiempo en el que papá impone su mano sobre nuestras cabezas y pronuncia la bendición sobre nosotros, proclamando lo que ha oído decir al Padre­Dios sobre nosotros. Cuando eso sucede, somos valorados y afirmados y nuestras identidades se solidifican. Tenemos un sentir de pertenencia. “Papi se moría”, escribió Frances. Dijo que había sido un alcohólico toda su vida. Había tenido una grave caída que requería cirugía y la mamá de Frances le había dicho que podía ser el fin. “Entonces es cuando comencé a orar para que Dios me diera un padre”, dijo. Le visitó todos los días, entrando y saliendo del hogar de ancianos durante los siete meses antes de su muerte. “Dios me dio cada una de las peticiones que yo Le había hecho respecto de mi Padre. Me dio un Papi el resto de su vida. Me dejó que Le compartiera la Palabra para que la entendiera. Me permitió estar con él cuando aceptó a Cristo. Me dio la bendición que yo siempre había querido de mi padre.” Sobre la bendición, ella dijo, “Cuando regresó del hospital, pregunté a mi papi si recordaba dónde estaba en la Biblia el pasaje en el que se daba una bendición a los hijos. Le conté la historia y después le pregunté si me daría la bendición. Él dijo, “Si”. Así que fui a la cabecera de su cama y bajé la cabeza para que él pudiera poner su mano sobre ella, y dijo, “Señor, te doy gracias por esta hija tan cariñosa, bendícela y cuídala.” No puedo expresar como me hizo sentir en mi interior que mi padre hiciera esto. Solo se que ahora me siento completa como hija. Es la memoria más querida que tengo de mi padre conmigo. Esta fue una de las últimas cosas que hizo antes de morir.” Dios está volviendo soberanamente al papá a los hijos para que pueda pronunciar la bendición sobre ellos. Sin embargo, cuando el papá ha muerto o no está disponible para nosotros, podemos y debemos ir a la Fuente misma de la bendición del Padre.
Impartir la bendición a los hijos, es, como cualquier otra cosa, una impartición del poder del papá—la naturaleza paternal de Dios en el hombre. El papá que imparte el poder del papá siempre estará con sus hijos incluso cuando se marche de ellos, porque este depósito de Dios como Padre permanece en ellos. Cuando los hijos necesiten el consejo de su padre, lo encontrarán en ellos mismos. Guía de estudio ∙ ¿Qué bendiciones fueron proclamadas sobre ti de niño? ∙ ¿De qué manera han impactado tu vida? ∙ ¿Qué maldiciones fueron proclamadas sobre ti de niño? ∙ ¿Cómo han impactado tu vida? ∙ ¿De qué modo has proclamado la bendición sobre los miembros de tu familia? ∙ ¿De qué manera han impactado esas bendiciones en sus vidas? ∙ ¿Qué maldiciones has proclamado sobre los miembros de tu familia? ∙ ¿De qué manera han impactado esas maldiciones sobre sus vidas? ∙ Haz un listado de las bendiciones que te gustaría que Dios como Padre te impartiera. Pídele que extienda Su mano conforme a Su voluntad y que así lo haga. ∙ Después, cuando pienses que es el tiempo adecuado, pide al Señor que te de Sus palabras al impartir las manos sobre tus propios hijos para pronunciar la bendición del Padre sobre ellos. ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Capítulo 15 – Un hombre de paz: Un hombre de guerra
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 15 – Un hombre de paz: Un hombre de guerra Mantener la paz civil es muy diferente de tener la paz de Cristo. La paz civil puede ser posible mediante el uso de la fuerza, pero en cuanto los que mantienen la paz son quitados, la desobediencia civil vuelve. La paz mediante la fuerza no puede cambiar las vidas. Solo la paz interior del Cristo que vive dentro puede cambiar las vidas y las actitudes. La ocupación militar y policial no es necesaria una vez que las vidas han sido transformadas por la presencia interna del Príncipe de paz. La ocupación militar y policial tiene que ser puesta en lugares en los que Cristo está ausente. Incluso estando Cristo presente, tenemos un adversario de la paz. Satanás y sus emisarios de engaño pueden causar estragos a nuestra paz espiritual, relacional, financiera, social, emocional y física. Él tiene que ser confrontado con frecuencia a diario, para que el hombre de paz pueda retenga su paz. El hombre piadoso de la paz tiene que ser necesariamente un hombre de guerra. Suena como una contradicción de términos decir que el hombre piadoso de la paz tenga que ser un hombre de guerra. Jesús, de acuerdo con Isaías 9:6, es el Príncipe de Paz. También es descrito como un poderoso guerrero. Él apareció ante Josué antes de la destrucción de Jericó con una espada blandida anunciando que Él era el comandante del ejército del Señor (Jos. 5:13­15). Jesús es descrito como un guerrero por el apóstol Juan en Apocalipsis 19: 11­16: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. 15 De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.” Del mismo modo que Jesús es un hombre de paz y un hombre de guerra, así igualmente sucede con el papá. Hombre de paz El papá es primero un hombre de paz. Él tiene la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento (Fil. 4:7). Esta paz de Cristo es la única paz que perdura. El papá también es un pacificador. Jesús dijo, “Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios.” (Mat. 5:9). El hombre de paz debe estar en paz con Dios, consigo mismo y con los demás. Ministra la paz de Cristo a los demás en la medida que el Príncipe de Paz reside en él y en la medida en que está en paz consigo mismo. El hombre de paz guarda su paz porque la paz es parte de quién es él como papá. Guarda su paz no permitiendo que otro se la quite. Guarda su paz y puede guardar la paz de su familia.
Hombre de guerra La comandancia aérea estratégica de las Fuerzas aéreas de los Estados Unidos tiene como lema “La paz es nuestra profesión”. Parece incongruente que los hombres de guerra que hacen volar máquinas de destrucción, se llamen a sí mismos pacificadores. Sin embargo, su capacidad consiste en destruir los enemigos de la paz para asegurar la paz. Este concepto también es verdadero en el Reino de Dios. Para poder ser un hombre de paz, el papá, irónicamente, ha de ser un hombre de guerra. Debe estar preparado para confrontar a sus adversarios. Jesús dijo, “Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. Pero cuando viene otro más fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín.” (Lucas 11:21­22). Jesús, nuestro ejemplo, confrontó y derrotó a sus adversarios. De acuerdo con 1ª Juan 3:8…”El hijo de Dios fue manifiesto para destruir las obras del diablo.” La epístola de Pablo a los Colosenses dice de Jesús: “Y habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de El.” (Col. 2:15). Cuando los hijos de Israel entraron en la tierra prometida bajo el líder guerrero Josué, se les exigió que tomaran la tierra de los ocupantes poco a poco. Habían de destruir a las naciones y sus ídolos (lee Deut. 7). La tierra había de asegurarse para Dios como una herencia de Dios para ellos. Israel tuvo victorias y derrotas. Sus victorias se asociaron a su dependencia de Dios. Sus derrotas vinieron como resultado de su incredulidad, su pecado y sus intentos de tomar por ellos mismos en sus manos todos los asuntos. La tierra aún no había sido asegurada en los días del rey David. El terminó la tarea. Fue llamado hombre de sangre por causa de sus muchas batallas. Pero por causa de la guerra del Rey David, su hijo Salomón y todo Israel disfrutaron de paz por todas partes en sus fronteras (1ª Reyes 4:24). Muchas batallas tuvieron que ser libradas y ganadas por David y por sus fuertes hombres de valor antes de que la paz pudiera ser asegurada. Lo que Josué y David tuvieron quehacer en el ámbito de lo natural, nosotros tenemos que hacerlo en el ámbito espiritual. “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2ª Cor. 10:3­4). Hay en realidad un enemigo en el ámbito de lo espiritual que pretende destruir a la familia de Dios. Uno de sus principales objetivos es la destrucción de la unidad familiar en sí. Debemos aceptar esta realidad y equiparnos a nosotros mismo para hacer una guerra espiritual efectiva. Dos ámbitos y dos reinos Existen dos reinos muy reales en el ámbito espiritual que no pueden ser vistos por el ojo del hombre natural: el Reino de Dios y el reino de la oscuridad. Colosenses 1:13 nos dice que Dios “nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo amado”. La misión del Apóstol Pablo a los gentiles era la de “abrir sus ojos y llevarlos de las tinieblas a la luz, del poder de Satanás al poder de Dios.” (Hechos 26:18).
1ª Pedro 2:9 confirma que una vez estuvimos en oscuridad pero ahora estamos en la luz de Dios. “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.” Jesús es el Rey del Reino de Dios y Satanás, la cabeza de su reino. “Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino?” (Mateo 12:26). Efesios 2:2 dice, “en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.” Satanás, el príncipe de la potestad del aire Hay ciertamente una entidad espiritual llamada Satanás (Job 1:1; 1ª Cr. 21:1; Mateo 4:10) y diablo (Mateo 4:8; Apoc.12:9). Él no es igual a Dios ni a Cristo. Fue creado por Dios, se rebeló contra Dios y fue expulsado del cielo para servir a los propósitos de Dios. No puede hacer nada que Dios no le permita hacer. Está bajo la autoridad de Dios porque todas las cosas están bajo la autoridad de Dios. En Apocalipsis 12:9 vemos que el diablo, Satanás, es el gran dragón que fue expulsado, que “engaña al mundo entero”. La principal táctica de Satanás es llevarnos a creer que él no existe. Con su maldad, puede conseguir lo suyo en nuestras vidas y en el mundo, si creemos locamente que no es real. Necesitamos zanjar este asunto de la existencia real de Satanás. Necesitamos ser bien educados, entrenados y equipados en la guerra espiritual. No necesitamos temer al diablo si somos de Dios “porque mayor es el que está en nosotros que el que está el mundo” (1ª Juan 4:4). Ciertamente Satanás conoce que el plan eterno de Dios es llevar muchos hijos a la gloria, hijos que son de la naturaleza y del carácter de Su Hijo modelo, Jesucristo. Ciertamente él sabe que Dios quiere tener una familia de hijos para Sí. Su principal objetivo es impedir la voluntad de Dios intentando destruir al Hijo de Dios y a los hijos de Dios. Su ataque ha sido y siempre será para conseguir la destrucción de la familia, de la paternidad y de la condición de hijos. Todo lo demás que él hace en este mundo y por lo que es acusado ha sido diseñado simplemente para frustrar el propósito eterno de Dios de un modo u otro. Hay algunos ejemplos de esto en las Escrituras. Moisés es visto con frecuencia como un tipo de Jesús en su papel de libertador enviado a liberar a Israel de la esclavitud de Egipto. Faraón es visto como un tipo de Satanás que quiere mantener al pueblo esclavo. Egipto es visto como un tipo del mundo y del pecado. Cuando el Faraón vio que los hijos de Israel era grandes en número y poder, ordenó que fueran matados todos los primogénitos de los Israelitas. (Éxodo 1:7, 16,22). Después hallamos al rey Herodes, en el tiempo de Cristo. Cuando le dijeron que había nacido el Rey de los judíos en Belén, se dispuso a matar a todos los niños varones de la zona que fueran menores de dos años (Mat. 2:16). Lo que fue prefigurado en Moisés, se convirtió en una realidad en Jesús. Finalmente, Apocalipsis 12:1­6 nos habla de la mujer que da a luz al hijo varón. El dragón espera para devorar a este niño al ser dado a luz, pero este niño es tomado por Dios. La mujer
de este pasaje representa a la asamblea general de los llamados­fuera. El niño varón representa a los muchos hijos de Dios que Dios va a llevar a la gloria. El dragón es Satanás (creo que Satanás ya está intentando destruir al “niño varón” a través de tantos abortos voluntarios—1,5 millones de bebés cada año solo en Estados Unidos). En los tres casos de las Escrituras citados arriba, Satanás mata a muchos bebés pero fracasa en su intento de destrucción del ungido de Dios. Y sin embargo, estaba dispuesto a intentarlo. Hemos experimentado un ataque vicioso contra la familia en las últimas décadas. Satanás intentará destruir a la familia con el pecado, la enfermedad, el mal, la pobreza, el crimen, las prácticas ocultas, el alcohol, las drogas, la lascivia, el divorcio—todo lo cual resulta en la decapitación de la familia, en la desaparición de la cabeza—el marido y el papá. Razón aún más fuerte para que el pastor de la familia sea un hombre de guerra para ahuyentar al destructor del pueblo de Dios. Jerarquía Satanás tiene una jerarquía de espíritus para obedecer a sus premisas. Están bajo su autoridad para llevar a cabo sus esquemas engañosos. Efesios 6:12 los identifica como principados, poderes, gobernadores de las tinieblas de este mundo y de maldad espiritual en lugares altos. Las autoridades y principados pueden gobernar como fortalezas sobre naciones, ciudades, religiones e instituciones. Estos poderes y principados pueden también gobernar sobre iglesias, denominaciones y sectas religiosas. Son títeres maestros que manipulan toda clase de maldad en el mundo, como la pobreza, la violencia, el crimen, las adicciones, el sexo ilícito, los nacimientos fuera del matrimonio, y el suicidio. Influencian sobre nosotros para hacer guerra unos contra otros. Por esta razón solamente, muchos matrimonios desembocan el divorcio; las familias se rompen; la gente engaña, defrauda y se roban unos a otros; manipulan, usan, abusan y se asesinan unos a otros; las naciones y grupos étnicos hacen guerra unos contra otros. Demonios Satanás no puede estar en todas partes al mismo tiempo. La mayoría de nosotros somos demasiado insignificantes para que Satanás sepa quienes somos, seamos o no creyentes. Por otro lado, los demonios, son los emisarios de Satanás que se involucran en las vidas de los individuos. Parece que existen hordas de demonios. Los evangelios hablan de un hombre que tenía tantos demonios que eran llamados Legión, una división militar romana que consistía entre 3000 y 6000 soldados (Marcos 5:9; Lucas 8:30). Jesús expulsó a siete demonios de María Magdalena (Marcos 16:9; Lucas 8:2). Los demonios operan bajo los principios del reino de la oscuridad, tanto si son o no conscientes de ello. Pueden no ser muy inteligentes. Simplemente actúan conforme a lo que son. La Biblia se refiere a ellos como espíritus inmundos, como espíritus malignos y como espíritus de seducción. {24} La Biblia deja muy claro que los seres humanos pueden ser poseídos (Mat. 8:16) u oprimidos (Hechos 10:38) por demonios.
Estos espíritus malignos e inmundos pueden causar problemas en todas las áreas de nuestras vidas. Pueden tentarnos a pecar y hacernos sentir enfermos, malos, débiles y perturbados mental y emocionalmente. Pueden provocar estorbos en nuestras finanzas y en nuestras relaciones. La autoridad del creyente Jesús ha dado autoridad a los creyentes sobre los espíritus demoníacos. Sin lugar a duda en mi mente, el papá tiene esta autoridad, especialmente en lo que concierne a su casa. Jesús puede dar esta autoridad porque Él tiene toda la autoridad en el Cielo y en la tierra. Filipenses 2:9­11 declara:” Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” Él ha dado a los creyentes la autoridad para “hollar serpientes y escorpiones y sobre toda autoridad del enemigo” con la promesa de que nada, en modo alguno, nos dañará (Lucas 10:19). Nos ha dado las llaves del Reino de los Cielos. “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.” Los creyentes pueden expulsar demonios de otras personas; los no creyentes no tienen esa autoridad (lee Hechos 19:13­16). El exorcismo no es una técnica o un ritual. No tiene nada que ver con ser piadoso o religioso. Es un asunto de simplemente tener autoridad en el nombre de Jesús y creerlo. Tenemos esa autoridad al estar en Jesucristo como creyentes nacidos de nuevo. Sin esa autoridad, no tendríamos ningún poder. Podemos atar demonios, pero no podemos atar a Satanás. Satanás no está bajo nuestra autoridad. Está bajo la autoridad de Dios. Jesús nos ha dado una autoridad limitada. Los demonios están asociados al pecado. Tienen derecho de oprimirnos o poseernos por medio de los pecados que cometamos o de los pecados indirectamente cometidos contra nosotros. El rechazo paterno antes del nacimiento o cualquier clase de abuso físico, sexual o emocional contra los niños después del nacimiento son ejemplos de pecado indirecto. Echar fuera demonios es una señal y un prodigio. Marcos 16:17:” Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios…” Vemos que esto lo confirma el Apóstol Pablo cuando expulsó un espíritu de adivinación en el nombre de Jesucristo de una joven que le había seguido por todas partes y que le había entristecido muchos días (Hechos 16:16­18). No obstante, Jesús dijo a Sus discípulos que no se alegrasen por el hecho de que los espíritus se les sujetasen, sino que se regocijasen porque sus nombres estaban escritos en los cielos (Lucas 10:20). Queremos evitar fascinarnos con Satanás, los espíritus malignos o cualquier parte de la oscuridad, evitando dar mayor crédito al diablo del que merece. Sin embargo, los demonios son un peligro muy real presente para nosotros y para el bienestar de nuestras familias. Tenemos que aprender cómo limpiarnos nosotros mismos, nuestras casas y a los miembros de nuestras familias, de la corrupción de los espíritus malos.
La naturaleza de nuestra batalla La guerra espiritual incluye diferentes tácticas y armas. Algunas situaciones invitan al arrepentimiento de pecado y la confesión a otros en una actitud de rendir cuentas. Algunas situaciones exigen liberación. Otras requieren oración e intercesión. Algunas situaciones exigen que estemos firmes en la fe, o alabanza y adoración, o que se ate y se suelte, o que oremos por el profundo poder sanador de Dios. En todo momento hemos de someternos a Dios, resistir al diablo y andar en santidad. La santidad hacia el Señor es el arma final de nuestro arsenal contra nuestros enemigos espirituales. Convierte a la derrota en victoria. La santidad es otra palabra para la santificación. Ambas palabras significan separación. Hemos de separarnos para el Señor, del pecado, del mundo, de la carne y de Satanás. La santidad no es algo que podamos conseguir en nuestras propias fuerzas, tratando de vivir conforme a un código de “haz” y “No hagas”. La santidad es el proceso por el que el Espíritu Santo obra para conformarnos a la imagen de Jesús. Nuestra parte consiste en cooperar con Él por medio del arrepentimiento y de la obediencia; seguir a nuestro Señor, que dijo, “Si alguno quiere seguir en pos de Mí, tome su cruz cada día y sígame.” (Mateo 16:24). Una vez que estamos comprometidos con la vida consagrada de obediencia a Jesús, nos apartaremos de nuestros pecados y de esas tentaciones que nos mantienen atados al mal. No podemos servir a dos señores. O Jesús es el amo, o el pecado. Jesús nos libera, el pecado nos esclaviza. A menos que nos arrepintamos y caminemos en santidad, todo lo demás que tratemos de hacer hará guerra contra Satanás y sus huestes será un esfuerzo inútil. Los demonios hallaran nuestra casa limpia pero vacía. Se unirán a siete más peores que ellos y regresarán para ocupar nuestras vidas (lee Mateo 12:43­45). Llenamos nuestras vidas con la palabra y con el Espíritu Santo de Dios y con la obediencia a Él. Luchar contra este enemigo invisible exige que nos vistamos de la armadura que Dios nos ha dado: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo…Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad., pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.” (Efesios 6:11,13­17). Cuánto más caminemos en verdad, justicia, en el evangelio de la paz, en la fe, la salvación y la palabra de Dios, mejor preparados estaremos para hacer guerra contra Satanás y su séquito. “Seguid la paz con todos los hombres, y la santidad, sin la cual, nadie verá al Señor” (Heb. 12:14). La batalla de la mente La mente es el campo de batalla. Por esta razón, nos involucramos en una guerra espiritual “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.” (2ª Cor. 10:5).
Todo pecado comienza a modo de tentación en la mente. Santiago 1:14­15 explica, “que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.” Si amamos al Señor con toda nuestra mente, nos entregaremos al Señor. De lo contrario, seguiremos entregándonos al enemigo de nuestras mentes. Este enemigo no siempre se marcha. Puede que tengamos que hacer guerra contra algunas molestias a nuestra paz el resto de nuestras vidas. Pero la victoria es posible. Ahora podemos hacer algo con esas tentaciones que invaden nuestras mentes. Tenemos las armas de la elección, la oración, el atar y el desatar y el dar cuentas, la resistencia, la fe. Al enemigo le gustaría condenarnos por tener simplemente la tentación, pero la palabra de Dios nos mantiene en perfecta paz. Satanás es derrotado. Podemos escoger lo que pensemos sobre lo que Pablo escribió. “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.” (Fil. 4:8) Jesús es el Príncipe de Paz. Cuando le recibimos, recibimos Su paz. Si tenemos la mente de Cristo tal y como dice la Biblia, deberíamos tener paz de mente. Si hemos preservar esa paz de mente, tendremos que estar dispuestos a hacer guerra contra todo aquello que perturbe esa paz. Porque el hombre de paz es hombre de guerra. Guía de estudio ∙ Haz tres columnas en una hoja de papel. ∙ En la primera, haz una lista con esas cosas de tu vida y de la vida de tu familia que perturben la paz. Ejemplos: pensamientos lascivos, ira, un hijo desafiante y rebelde, un conflicto de relaciones, calumnias, maldiciones, manipulación. Revisa Santiago 3:13­18. ∙ En la columna del centro, escribe lo que piensas que es la causa o fuente de esas perturbaciones que se relacionan con las cosas que escribiste en la columna primera. Ejemplos: exponerte a la pornografía, a las falsas expectativas de otros o del yo, las influencias de los compañeros, el uso excesivo de fármacos que alteren el estado de ánimo, etc. ∙ En la tercera columna, escribe lo que piensas que puede ser el arma adecuada contra esas perturbaciones que corresponden a las cosas escritas en la primera columna. Los ejemplos que hemos dado en este capítulo son: arrepentimiento de pecado, confesión de pecado a otros, sometimiento a un ministerio de liberación, oración e intercesión, permanecer en la fe, en la alabanza y la adoración, atar y desatar, sometimiento al profundo poder sanador del Espíritu Santo o resistir al diablo. ∙ Aplica las posibles armas en los días y semanas siguientes y aprecia los efectos. Prepárate para usar diferentes armas al mismo tiempo. ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo.
Notas {24} Espíritus inmundos: lee Mat. 10:1; Marcos 1:27; 3:11; 5:13; Lucas 4:36; 6:18; Hechos 5:16; 8:7; Apocalipsis. 16:13­14. Espíritus malignos: lee Lucas 7:21; 8:2; Hechos 19:12­13. Espíritus de seducción: lee 1ª Tim. 4:1. Capítulo 16 – Un hombre que rinde cuentas
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 16 – Un hombre que rinde cuentas Los hombres se reunían cada Martes por la noche en el sótano de Steven. Lo habían estado haciendo durante años. Bebían café. Reían. Lloraban. Oraban. A veces pasaban las doce de la noche para asegurarse de que todos hubieran tenido una oportunidad de compartir. Dios ha sido conocido por hacer milagros poderosos en favor de estos hombres que se preocupaban lo suficiente por sus vidas y por las de sus amados para dar cuentas unos a otros semana tras semana. Estos hombres no estaban solos. Muchos hombres se están reuniendo en grupos para rendir cuentas, en busca de integridad. Estudian juntos, reciben colectivamente de la sabiduría y experiencias de los demás, oran juntos, crecen juntos y son mentores unos a otros en amor. Colectivamente suplen la ausencia del modelo de papá. Rendir cuentas es vivir en relación con otros como un libro abierto por el que otros pueden no solo leer nuestras vidas, sino influir en la escritura de las mismas para producir carácter e integridad. Disposición para rendir cuentas Rendir cuentas tiene que comenzar con una disposición de que otros sepan todo de nosotros en nuestras vidas. Necesitan saber los secretos más oscuros—esos pecados que tan fácilmente nos acosan—no para avergonzarnos o condenarnos o extender la murmuración sobre nosotros, sino para ayudarnos a mantener un estilo de vida de arrepentimiento, para animarnos y fortalecernos. Lo que hay escondido en la oscuridad permanece escondido siempre que sea mantenido en secreto. El pecado prospera en la oscuridad del secretismo y de la negación. Pero una vez que el pecado es expuesto a la luz, es erradicado por la luz. No puede sobrevivir en la luz del arrepentimiento y la confesión. Rendir cuentas en relaciones con los demás será fingido y estéril si no estamos dispuestos a ser transparentes. Seguiremos engañándonos a nosotros mismos e intentaremos engañar a los demás haciéndoles creer que estamos bien cuando en realidad no lo estamos. Honestidad con el yo Antes de poder dejar que otros nos sondeen, deberíamos desear hacer un poco de sondeo nosotros mismos. Deberíamos querer ser dueños de la verdad en relación con esos pecados que hemos estado pretendiendo que no existen. Dejaremos de justificarlos. Conocer la verdad sobre nosotros mismos es difícil para muchos de nosotros, porque no fuimos enseñados como saber lo que sentimos, pensamos, queremos o creemos. ¿Cómo podemos entonces esperar que lo contemos a los demás? Comenzamos echando una larga y seria mirada honesta a nosotros mismos y nos confesamos culpables ante algunos hilos de verdad. Admitimos que tenemos problemas: pecados, adicciones, comportamientos obsesivo­compulsivos, y malas actitudes. Y quizás, solo quizás, seamos nosotros la causa de esos problemas.
Somos dueños de esas realidades sobre nosotros mismos. Somos dueños del hecho de que nuestras vidas son imposibles de manejar, que no tenemos fuerza sin Dios, que estamos dispuestos a cambiar o a ser cambiados por Dios y que necesitamos rendir cuentas en nuestras vidas. Confesiones como éstas llevan al arrepentimiento. El arrepentimiento tiene que ver con cambiar nuestras mentes y la dirección de nuestras vidas. Cuanto más aprendemos sobre nuestros defectos de carácter, seré menos probable que estos defectos gobiernen nuestras vidas. Sólo podemos resolver esos problemas que sabemos que existen. Pero no todo lo que tiene que ver con nosotros es malo. Tenemos también rasgos de personalidad buenos. Cuánto más sepamos sobre nuestros dones, talentos y atributos, más podremos consagrarlos para que Dios los use en Su Reino. Él quiere todos ellos. Al llegar a saber quienes somos, estaremos mejor preparados para someternos a Dios y a otros rindiendo cuentas. Llegando al “ fondo” No es hasta que llegamos al “fondo” que estamos dispuestos a arrepentirnos. El arrepentimiento comienza cuando llegamos al final de nosotros mismos. Lo profundo que tengamos que llegar para tocar “fondo” es diferente para cada uno de nosotros. Puede depender de nuestra terquedad. Norman estaba sentado en la cocina mientras le ofrecíamos orar con él por sus problemas. Teníamos un deseo tan grande de ayudarle a dar un giro a su vida. No tenía hogar, estaba hambriento, en bancarrota, y en paro. Su única posesión era la ropa que vestía su cuerpo. Caminaba horas por noche, algunas veces bajo la lluvia, durmiendo de pie apoyado contra una pared. “Norman, ¿estas contento con tu vida?”, le pregunté. “Si”, fue su simple respuesta. “¿Eso es todo?”, pregunté. Había sido golpeado por la incredulidad. “Si eso es todo, entonces no puedo hacer nada por ti”. Lo profundo que tengamos que llegar para “tocar fondo” podrá depender de lo profundamente arraigado que esté el pecado; porque cuánto más profundo es el pecado, más difícil será desarraigarlo. Cuando ese pecado es generacional, como lo es en muchos casos, esa raíz crece aún más profundamente. Aunque no siempre nos gustan los efectos que esos pecados tienen en nosotros, parece como si fueran amiguitos para nosotros. No queremos rendirlos. Puede que no hayamos terminado con ellos, y sólo vamos a dar a Dios aquellas cosas con las que hemos terminado. Rara vez hemos terminado algo hasta que comienza a producirnos más dolor que placer. Así, Dios puede permitir que sucedan ciertas cosas como resultado de que ese pecado nos lleve al fin de ello, para llevarnos al fin de nosotros mismos.
Sometiéndonos a un círculo de mentores Diferentes mentores servirán a diferentes propósitos en nuestras vidas. Puede que descubramos que ya tenemos un círculo de mentores. Algunos nos guían espiritual y moralmente. Algunos os ofrecerán servicios profesionales, como doctores, abogados y contables. Otros estarán disponibles para la consejería emocional y psicológica. Diferentes mentores están cualificados para estar ahí a favor nuestro en maneras distintas. Debemos anhelar recibir de estos mentores conforme a sus propósitos. Abusaríamos de nuestros dentistas si le contásemos nuestros problemas financieros. No son expertos en esa área ni tampoco es asunto de ellos—a menos, claro está, que les debamos dinero. Nuestras esposas, si estamos casados, son mentores en ciertas áreas de nuestras vidas. Mi esposa sabe todo lo que necesita saber sobre mí para la santidad de nuestro matrimonio. Me conoce física, espiritual, social, sexual ética, financiera y moralmente. Me conoce como un libro. Rindo cuentas a ella automáticamente por cada donut que se supone que no debo comer, por cada taza de café que se supone que no debo beber, por cada grano de sal que se supone que no debo usar, y por cada dedo que no se supone que no debo levantar. Mi esposa es una influencia positiva en mi vida porque ella es la que vive conmigo día a día. Es cariñosa, tierna y me acepta. No es crítica ni juiciosa. Sabe como “estar junto a su hombre”. No predica, no da la lata ni intenta rescatarme. Está casi demasiado dispuesta a que yo tome mis propias decisiones, sabiendo muy bien que yo estoy dispuesto a sufrir las consecuencias, ella es una roca. Además, con frecuencia cuenta como va por encima de mi cabeza en oración para entregar las cosas a mi Cabeza, Jesús, cuando piensa que estoy haciendo algo mal; y puede dejarlo ahí. Y sin embargo, hay veces cuando necesito a otros hombres, no a mi esposa, con quien hablar las cosas. Sometiéndonos a hermanos de confianza Encontrar a los hombres adecuados para esta clase de rendimiento de cuentas no es tarea fácil. Lleva tiempo encontrar a otros hombres que se han probado dignos de confianza y que estén dispuestos a conectar en apertura y honestidad. Hemos de ser cautelosos sobre airear nuestros trapos sucios a cualquiera. Muchos no pueden ser confiados con nuestra honestidad. Ellos mismos están todavía en pecado y negación. Siempre que puedan apartar la atención sobre ellos mismos calumniando a los demás, eso es precisamente lo que harán. Una vez di mi testimonio a un grupo de hombres de iglesia. Creo que me estaban considerando como un candidato a pastor asistente. Yo quería ser honesto y abierto con ellos. Les compartí sobre mi participación en algunas actividades de ocultismo durante un breve tiempo en mi período de ateismo y como esa atadura me había llevado de vuelta al Señor. No pudieron manejar esa información. ¿Cómo era posible que un hombre que había sido ordenado previamente para el ministerio, pudiera haber llegado tan lejos? ¿Se podría confiar otra vez en él? ¿Se había vuelto loco? No estoy seguro de lo que pensaron; pero sea lo que sea, la puerta se cerró para mi ministerio candidato después de aquello. Aunque tenemos que ejercer la cautela, no podemos ser gobernados por lo que otras personas piensen de nosotros. No es asunto nuestro lo que piensen los demás a menos, que por supuesto, les hayamos dañado y necesitemos arreglar algunos asuntos. Si tenemos temor de lo que otros piensen de nosotros, lo más seguro es que nos sea imposible abrirnos a otros hermanos de confianza.
Sometiéndonos a hermanos que nos aceptan Hasta que no lleguemos a aceptarnos unos a otros sin juzgarnos ni criticarnos, lo más probable es que no revelemos nuestras más profundas necesidades. Dudo mucho que hubiera podido hacer un círculo para rendir cuentas de aquellos hombres de iglesia a quienes di mi testimonio. Debemos mostrar tanta gracia, amor y aceptación unos a otros como el Señor nos las ha mostrado hacia nosotros mismos. Y sin embargo, aceptarnos unos a otros no significa que condonemos nuestros pecados en absoluto. La meta del rendir cuentas es ayudarnos unos a otros a vivir por encima del pecado. Porque “no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que el mundo fuera salvo por Él.” (Juan 3:17). Es vitalmente importante que los hombres nos reunamos para rendir cuentas honestamente, abiertamente y en aceptándonos unos a otros. Encontrar otros hombres con quienes deseemos ser honestos mutuamente, abiertos y receptivos es como encontrar un tesoro enterrado. Vale la pena comprar todo el campo para tenerlo. Sometiéndonos a hermanos consagrados Los hombres que están dispuestos a conectarse unos a otros en honestidad, apertura y recepción, desearán entregarse fielmente unos a otros, a ellos mismos, a Dios y al proceso. Esto implica una entrega de tiempo. Los hombres que rinden cuentas tienen que comprometerse a un tiempo para estar juntos y comprometerse a ser fieles unos con otros en ese tiempo. Los hermanos que han entrado en relaciones para rendir cuentas pueden recibir llamadas a las dos de la madrugada. Saltarán de la cama, nos recogerán en la cabina de teléfono junto a la tienda de bebidas alcohólicas de la esquina, y compartirán una taza de café hasta que rompa el día, si es que eso es lo necesario. Dios me ha bendecido a lo largo de los años con unos pocos hombres que están tan cerca de mí como hermanos. Estamos a cientos de millas de distancia unos de otros; y sin embargo, estaremos dispuestos a cruzar la frontera de varios estados para “estar ahí” unos por otros. Conocemos las debilidades y fortalezas de todos. Nos amamos y nos apoyamos unos a otros. Compartimos nuestras alegrías y nuestros sufrimientos. No nos juzgamos ni nos condenamos unos a otros, pero tampoco dejamos que ninguno de nosotros se marche con basura en nuestras vidas. Creo que Dios ha puesto hombres con quién Él nos va a conectar. Él quiere esto por todos nosotros. No quiere a hombres gobernando a otros hombres, sino a hombres sometidos unos a otros como compañeros. Puede que esos hombres ya estén en nuestras vidas. Oremos y pidamos a Dios que nos abra los ojos para verlos. Demos pasos con medida para llegar a conocernos unos a otros a un nivel más íntimo. Construyamos una relación de confianza y estemos dispuestos a comprometernos unos con otros en sinceridad. Por causa de rendir cuentas, no es necesario buscar a otros hombres que tengan el mismo pecado que nosotros. Pero está bien si así fuera, porque comprenderemos la vulnerabilidad en cada uno de nosotros. Pero es algo igualmente poderoso si tenemos a otros en nuestras vidas que son fuertes en áreas en las que nosotros somos débiles, y nosotros podemos ser fuertes en áreas en las que otros son débiles. Romanos 15:1 nos instruye: “Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos.”
Podemos ganar fortaleza unos de los otros cuando estamos conectados a hombres que conocen nuestras debilidades y vulnerabilidades, que puedan llamarnos en cualquier momento que sientan la necesidad de hacerlo y preguntar, “¿Cómo te va en esa área?”. Si nos va bien, lo decimos. Si no, lo decimos dejamos que el hermano nos ministre. La fidelidad y la lealtad son disciplinas que han de perfeccionarse con la práctica. Comencemos a practicar la fidelidad y la lealtad a nuestros hermanos rindiendo cuentas. Seamos fieles en lo poco—siendo fieles en participar de las reuniones con ellos, llegar a tiempo, quedarse un buen rato y orar fielmente. Aprender la fidelidad en el grupo tendrá su efecto maduro sobre nuestra fidelidad en casa. Sometiéndonos a hermanos que oran Siempre podremos encontrar a quién estén dispuestos a escucharnos, a cargarnos de consejo, a servirnos una bebida. Es más difícil hallar a otros que estén dispuestos a ponerse de rodillas y orar por nosotros. Podemos someternos a nuestros camareros, barberos, médicos y abogados, pero lo que en realidad necesitamos es socios de oración. Cuántas más personas podamos incluir en nuestro círculo de mentores, más apoyo de oración que habremos conseguido para nosotros mismos. Dios responde a la oración, especialmente a la oración ferviente y eficaz de hombres piadosos (Santiago 5:16). Oremos juntos unos con otros, oremos unos por otros, oremos juntos unos por otros y oremos cuando estemos lejos unos de los otros. La oración nos ayudará a mantenernos cubiertos de los dardos de fuego del diablo. Sometiéndonos unos a otros El sometimiento unos a otros sugiere que todos nosotros tenemos un terreno común. Aquellos individuos que consideran que están más allá de la corrección no pertenecen al grupo. Crean un clima de desconfianza y no produce seguridad tenerlos cerca. Cuando nos sometemos unos a otros en el entorno de un grupo de apoyo confidencial, seremos más transparentes y confiaremos más unos en otros. Dios dará más de Su misericordia y de Su gracia. Nos dará sabiduría y entendimiento. Se creará un clima para que Dios envíe Su palabra para edificación, sanidad, liberación, transformación y fortalecimiento. El Salmo 107:20 dice “El envió su palabra y los sanó y los libró de la muerte.” Tomando responsabilidad por nosotros mismos Aunque rindamos cuentas unos a otros, no podemos esperar que otros vivan nuestras vidas por nosotros. Podemos y probablemente deberíamos hacer un inventario de nuestras vidas para ver lo que nos ha hecho ser como somos. Pero no podemos escondernos detrás de lo que otros nos han hecho como excusa para permanecer en pecado. Es tiempo de crecer y de tomar responsabilidad por nosotros mismos. Mi hijo pasó un tiempo de prueba hace muchos años que le llevó a la consulta de un consejero. Su consejero le ayudó a ver los efectos que sus padres y su pasado habían tenido sobre él para moldearlo hasta llegar a ser la persona que era. Culparnos era la excusa que él tenía para no trabajar sobre sus propios asuntos.
Le he pedido que me perdone en repetidas ocasiones. Nada cambió hasta que un día le dije, “Hijo, yo acepto mi responsabilidad por lo que te sucedió de niño. Cometí serios errores contigo. Pero ahora eres un hombre maduro, un individuo adulto tú mismo. Ya no puedes más esconderte detrás de mí. Tienes que ser responsable por ti mismo.” Me dijo varias veces después que esa amonestación cambió su mente y su vida. Yo tiendo a ser un conserje en el sentido disfuncional del término. Por conserje me refiero a alguien que hace por los demás lo que en realidad ellos tendrían que estar haciendo por ellos mismos. Los conserjes hacen estas cosas para hallar significado en la aprobación de los demás. Aunque nunca obtengamos esa aprobación, seguimos preocupándonos por todo compulsivamente. Nos inclinamos hacia los asuntos de los demás aunque no sean asunto nuestro. Nos inclinamos a los asuntos de los demás porque no tenemos un sentido claro de nuestros propios límites. No diferenciamos bien lo que es asunto nuestro de lo que no es. He sido condicionado a ser así durante mis años de formación. Podría culpar a mi madre por hacerme así y por seguir preocupándose por los demás, o podría tomar mi propia responsabilidad yo mismo y dejar de actuar de ese modo. Necesito que otros hombres que saben esto de mí—hombres que me llamen la atención cuando me vean liando las cosas. Pero esos otros hombres en mi vida no pueden vivir mi vida por mí. Yo no puedo vivir mi vida por ellos. Tenemos que tomar responsabilidad por nosotros mismos. Hasta que no estemos dispuestos a hacer eso, estaremos simplemente falsificando el rendir cuentas, algo que no cambiará nada. Deberíamos desear tomar responsabilidad en todas las áreas de la vida: lo que pensamos y hacemos. Deberíamos desear tomar responsabilidad por nuestro crecimiento espiritual, nuestra salud física y emocional, las finanzas, actitudes y resentimientos. Deberíamos querer tomar responsabilidad si dejamos a una mujer embarazada, mentimos o cometemos errores. No hemos de echar la culpa a los demás. Deberíamos decir “Lo siento, por favor, perdóname.” Daremos los pasos necesarios para arreglar las cosas. Somos responsables de recibir ayuda cuando la necesitamos. ¿Cómo sabemos cuando necesitamos ayuda? Cuando Dios ha intervenido sobrenaturalmente y no podemos ignorarlo por más tiempo. Siempre que seamos honestos con nosotros mismos, será más probable que aceptemos responsabilidad por nosotros mismos. Cuando dejamos de ser honestos con nosotros mismos, echaremos las culpas a los demás de nuestro comportamiento. Sometiéndonos a Dios Finalmente, rendir cuentas es un asunto entre el individuo y Dios. Podemos fingir unos con otros y negarnos a nosotros mismos, pero no podemos engañar a Dios. Poco bueno surge de pretender sometimiento a otros si no estamos dispuestos a someternos a Dios para rendirle cuentas. Sólo nosotros sabemos si somos o no honestos en cuánto a ser responsables de nosotros mismos, Dios y los demás, cuando nadie más nos está mirando.
Guía de estudio ∙ ¿Estás dispuesto a admitir la verdad sobre ti mismo, tú mismo? ∙ ¿Qué cosas ahora estás dispuesto a admitir sobre ti mismo que has estado pretendiendo que no existían o que no eran un problema? ∙ ¿Estas dispuesto a entregar esta verdad de ti mismo a otros? ∙ ¿Qué te estorba para admitir y dar a conocer esta verdad a otros? ∙ ¿Qué medidas puedes tomar para quitar esos estorbos? ∙ ¿De qué manera te ha ayudado a mantener la victoria en un área concreta el hecho de haber compartido una verdad sobre ti mismo a hermanos de confianza? ∙ ¿Cómo has experimentado la derrota en un área de tu vida por causa de no estar dispuesto a dar a conocer una verdad a alguien? ∙ Haz una lista de aquellos a quienes podrías confiar tus secretos. ∙ Si aún no estás en un grupo para rendir cuentas, ¿estarías dispuesto a llamar a unos pocos? ∙ Haz las llamadas ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Capítulo 17 – Un Hombre consagrado
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 17 – Un Hombre consagrado En el ámbito de lo natural derrotamos a nuestros enemigos cuando se nos rinden. En el ámbito del espíritu, derrotamos a nuestros enemigos cuando nosotros nos consagramos al señorío de Jesucristo. Él va delante de nosotros para expulsar a nuestros enemigos. El lucha nuestras batallas por nosotros. Rendirse al señorío de Jesucristo es entregarnos nosotros mismos como barro húmedo en las manos del Maestro Alfarero para que nos moldee hasta ser el hombre que Él quiere que seamos. Su rueda de alfarero gira y Su horno está encendido en Su disposición de hacer su obra en nosotros. No obstante, Él jamás violará nuestras voluntades. Él espera hasta que realmente queramos que Él sea el Señor de nuestras vidas. Queremos que Dios nos moldee para ser los mejores maridos y papás posibles. Podemos hacer cosas por nosotros mismos para producir un cambio, pero la mayoría de los cambios toman forma en las palmas de las manos del Alfarero. El barro no tiene poder para moldearse a sí mismo. Entregamos nuestras vidas al cuidado de Dios que es quien tiene el poder para cambiarnos. Podemos cambiar lo que hacemos pero solo Dios puede cambiar lo que somos. La Biblia nos enseña que somos espíritu, alma y cuerpo. Pablo escribe en 1ª Tes. 5:23: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” El papá consagra todo lo que Él es­espíritu, alma y cuerpo—a todo lo que Cristo es. Esto incluye cada aspecto de cada área de la vida sobre la que el papá es responsable. Rindiendo nuestros espíritus Prestamos poca atención al hecho de que somos espíritu, alma y cuerpo. Vivimos nuestras vidas sintiéndonos bien o mal, estando bien o estando enfermos, riendo o llorando, teniendo hambre o comiendo, corriendo por los laberintos de nuestras vidas, siendo quienes somos para bien o para mal. Pensamos sobre cosas. Aprendemos cosas. Olvidamos cosas. Sentimos cosas. Nos enfadamos, nos entristecemos, nos alegramos o nos asustamos. Sentimos cosas emocionalmente y sentimos cosas corporalmente. Pero puede que nunca pensemos sobre nosotros mismos que somos seres humanos íntegros, completos. Ni siquiera nos lo planteamos. Pasamos por aquí viviendo, actuando y reaccionando, con esperanza, orando, esperando, corriendo por aquí y por allí. Entonces, un día somos confrontados con la realidad de Jesucristo en el ámbito del hombre del espíritu. Descubrimos repentinamente que Él es el Señor de Señores y el Salvador del mundo, o como Pedro confesó, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” (Mat. 16:16). Jesús se abre camino hasta nosotros con la realidad de Su presencia. Nos quedamos cortos en nuestra forma de vivir. Se nos dice que tenemos que rendir nuestros corazones y nuestras vidas a Él y declararle Señor de nuestras vidas. Podemos pronunciar las palabras de la entrega repitiendo la oración del pecador y descubrir que nuestras vidas no han cambiado. No podemos huir de algo que se ha hecho parte de nosotros. Nacemos de nuevo de lo alto por el Espíritu Santo en nuestro espíritu humano. Rendimos nuestros espíritus a Él.
Rindiendo las fortalezas de nuestras almas Cuando nos rendimos por vez primera al señorío de Jesucristo, normalmente es en medio de alguna crisis en nuestras vidas. Llegamos al fin de nosotros mismos. No tenemos a nadie más a quien volvernos, así que finalmente nos volvemos a Dios. Dios es normalmente la fuente del último recurso. En ese momento, nos sentimos como si hubiéramos dado todo al Él. Sin embargo, poco después descubrimos que hay cosas en nuestras vidas que todavía necesitan rendirse. Son fortalezas sobre las que el enemigo de nuestra carne tiene un control particular, cosas a las que todavía queremos aferrarnos. Todavía podemos seguir siendo gobernados por nuestro pensamiento, nuestros temores, iras, depresiones, avaricia, resentimientos y lascivias. Podemos seguir estando gobernados por tragedias que nos ocurrieron en la niñez. Podemos seguir estando gobernados por el dinero o el deseo de cosas. Podemos seguir gobernados por una adicción, una relación o un pecado. Tenemos que llegar a estar dispuestos a rendir estas cosas en nuestras vidas. Al rendirnos, damos permiso a Dios para obrar en estas áreas. Echar abajo estas fortalezas es una obra gradual del Espíritu Santo mientras trabaja el Señorío de Jesucristo en nuestras vidas diarias. Comenzamos a darnos cuenta de que están teniendo lugar cambios verdaderos y duraderos en nosotros. Al avanzar, Él continúa revelando nuevas áreas que necesitan ser rendidas. Así, hemos nacido de nuevo en nuestro espíritu humano y la Biblia nos enseña que ahora estamos siendo conformados a Su imagen (Rom. 8:29). Es como si esa semilla de vida nueva plantada dentro del espíritu del hombre está brotando externamente para producir fruto en todas las áreas del alma. Rindiendo el cuerpo Rendir nuestros espíritus a Dios cuando nacemos de nuevo fue un sacrificio del yo. Rendir nuestras almas (es decir, nuestras personalidades: mente, emociones y voluntad) para ser conformados a Su imagen, es un sacrificio del yo. Sin embargo, el mayor sacrificio ocurre cuando estamos dispuestos y preparados para poner nuestros cuerpos. “Viviré para ti, Dios”, declaramos; pero Dios pregunta, “¿Morirás por Mí?” Pablo escribió en Romanos 12:1: “Os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional.” Apocalipsis 12:11 dice que los que vencieron al acusador de los hermanos (Satanás) se caracterizan por tres cosas: “le han vencido por la sangre del cordero y por la palabra de su testimonio; porque no amaron sus vidas hasta la muerte.” (cursiva, énfasis mío). Llegamos a esta muerte entregando totalmente a Dios lo que somos o lo que esperemos llegar a ser—espíritu, alma y cuerpo—y dejarle ser el Señor de cada área de nuestras vidas. Vencemos los abismos en nuestras vidas en la medida en que los rendimos al señorío de Jesucristo.
Rindiéndonos a la voluntad de Dios Rendirse el algo que tiene que ver con la entrega al Señor en obediencia, orando, “No mi voluntad, sino la tuya, Señor”. Entregarnos a la voluntad de Dios siempre exige alguna clase de acción. Jamás se trata de un asunto de pasividad, de tumbarse y hacerse el muerto. La palabra entrega en sí sugiere que tenemos que dejar algo a lo que queremos aferrarnos fuertemente. Entregarnos es un asunto del corazón. Llegamos a ese punto en el que Jesús es lo único que hay, dónde buscamos Su rostro y no Su mano, donde queremos hacer Su voluntad más que a nuestras propias vidas. Le invitamos a tomar un control total. Volviéndose muy detallista Debemos dejar que el Espíritu Santo se vuelva muy detallista con nosotros en cuanto a las cosas que Le rendimos a Él. Algunas de las cosas que pensábamos que estaban escondidas del escrutinio de nuestro Padre Celestial tarde o temprano serán llevadas a la luz de la cruz de Cristo. Debemos rendir a Dios nuestras mentes, pensamientos, emociones, resentimientos, temores, preocupaciones y ansiedades, expectativas y egocentrismo. Debemos rendir nuestros defectos de carácter, pecados, adicciones, co­dependencias, comportamientos auto­destructivos y malos hábitos. Debemos rendir nuestras voluntades, necesidades, aspiraciones y planes. Debemos rendir nuestros cuerpos, salud, hábitos de alimentación y vidas sexuales. Debemos rendir nuestras capacidades, profesiones, carreras, empleos y ministerios. Debemos rendir nuestras relaciones, familias, amigos y compañeros de trabajo. Debemos rendir nuestras finanzas, propiedades y posesiones. Debemos rendir nuestro tiempo, nuestras vidas pasadas, presentes y futuras. Incluso debemos rendir nuestros intentos religiosos por salvarnos a nosotros mismos. Rendimos todo a Dios con la convicción de que Él es Señor de todo, de que Él es todo en todos. Él es nuestra justicia y nuestra salvación, nuestra fuerza y gozo, nuestro justificador y nuestra justificación, nuestro redentor y nuestra redención, nuestro santificador y nuestra santificación, nuestro glorificador y nuestra glorificación. Es nuestro médico, nuestra salud y nuestra sanidad. Es nuestro proveedor, nuestro protector, el autor y consumador de nuestra fe, el apóstol y sumo sacerdote de nuestra vocación, el pastor y obispo de nuestras almas. Comprados por Dios Rendir nuestro todo es el acto de dar a Dios aquello que Él ya ha comprado. Pablo recordó a los corintios, “Habéis sido comprado por recio, por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1ª Cor. 6:20). Jesucristo pagó el precio por nosotros derramando Su sangre preciosa sobre la cruz. Depende de nosotros aceptar o no eso por la fe. Cuando Le declaramos Señor de nuestras vidas, estamos diciendo que nosotros ahora Le pertenecemos por completo. Pertenecemos a Él. Tiene completa jurisdicción sobre nosotros y todos los asuntos relacionados con nuestras vidas. Vivimos por la fe en Él. Él se convierte verdaderamente en Señor sobre nuestras vidas cuando nosotros nos entregamos a Él de esta manera. Así pues, si es que vamos a llegar a ser el papá que Dios siempre quiso que fuéramos entre otros hombre y en el hogar, debemos aprender a rendir nuestras vidas al señorío absoluto de
Jesucristo, por el que Le permitimos que lleve todo lo que somos a la cruz con Él. Él es el único que puede perfeccionar y madurarnos espiritualmente. Tenemos que rendirnos en toda sinceridad. Como dije antes, no rendiremos a Dios aquello que todavía no hemos terminado con nosotros mismos. Rendirse es algo muy sutil. Podemos pensar que lo hemos hecho así, pero es algo que tiene que tener lugar en el espíritu, y no sólo en la cabeza. Una vez que algo ha sido verdaderamente crucificado dentro de nosotros, nosotros lo sabremos. Cortado del patrón del Hijo Jesucristo es el Hijo de Dios. Como tal, Él es el prototipo de muchos hijos por venir. Él es el patrón. Cada nuevo hijo tiene que ser cortado directamente de Él. Rendimos todo lo que somos para llegar a ser todo lo que Él es. No sólo nos hacemos suyos, sino que nos volvemos como Él. 1ª Juan 3:1­2 afirma: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios… Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.” Nos rendimos a nosotros mismos completamente a Su cuidado divino, soberano, para poder ser conformados a Su imagen como hijos de Dios (Rom. 8:29). Morimos diariamente El apóstol Pablo dijo de sí mismo, “Yo muero cada día (1ª Cor. 15:31). Del mismo modo debemos morir nosotros también. Tenemos que morir a nuestra propia voluntad, atracciones, ambiciones, egocentrismo, pecados—todo aquellos que hable de independencia idólatra de Dios. Rendirnos es una actividad diaria. No podemos hacerlo solo una vez y dar por hecho que estas cosas ya han sido entregadas eternamente a Dios. Siempre tendremos a nuestras voluntades con quien contender. Somos bastante capaces de engañarnos a nosotros mismos para creer que estamos rendidos cuando en realidad hemos tomado algo de nosotros mismos en nuestras propias manos. Debemos prestar atención diaria a esto para asegurarnos que permanecemos rendidos al señorío de Jesucristo en todas las áreas de nuestras vidas. La vida entregada Rendirse así es parte de lo que Jesús quiso decir cuando nos llamó a cada uno de nosotros a “negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz y seguirle” (Mateo 16:24). Es lo que Él quiso decir cuando dijo, “Nadie que ponga su mano en el arado y mire atrás, es apto para el Reino de Dios” (Lucas 9:62). Es lo que Él quiso decir cuando dijo, “Si alguno viene en pos de Mí y no aborrece a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, hasta a su propia vida, no puede ser Mi discípulo” (Lucas 14:26).Aborrecer en este sentido significa que en todas las cosas damos preferencia a la voluntad del Padre Dios en lugar de a nuestra carne o a las expectativas de otros. Siempre que estemos siendo gobernados por lo que otros hombres piensen de nosotros, no podremos vivir en obediencia al Espíritu Santo.
La vida crucificada Entregarnos al señorío de Jesucristo tiene que ver con vivir la vida crucificada de Jesucristo. Romanos 6:3 dice, “¿No sabéis que los que fuimos crucificados en Cristo Jesús fuimos bautizados en Su muerte?” Esto tiene que significar algo más que ser inmersos en agua o rociados con agua. Tiene que ver con la forma en que vivimos nuestras vidas.”… Nuestro viejo hombre es crucificado con Él para que el cuerpo de pecado pueda ser destruido y no sirvamos más al pecado.” (Rom.6:6ª). Hemos de vivir vidas crucificadas. Vivir la vida crucificada es el único modo de llegar a la vida de resurrección. Romanos 6:4 dice, “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección.” Nosotros los papás tenemos que estar muertos al yo, al mundo, a Satanás y al pecado para que podamos ser resucitados como verdaderos hombres de Dios. Necesitamos ser levantados como verdaderos maridos, padres, cabezas de familia, y hombres de integridad en la comunidad. Esta es la obra santificadora del Espíritu Santo a la que nosotros nos entregamos. Atrévete a rendirte Como papás, nos atrevemos a vivir la vida entregada—nos atrevemos a destruir esas cosas que desagradan al Padre en el fuego de nuestra pasión por Él. Incluso si sabemos que bien podríamos retomarlas de nuevo, podemos ejercer nuestra voluntad para destruirlas porque ahora, conocer ese ejercicio, fortalece esa parte que es ejercitada (Heb. 5:14). Mantengamos ardiendo en nuestro corazón el fuego del sacrificio que arde en nuestros corazones y almas para que podamos ser hombres que vivan vidas entregadas, moldeadas conforme al Hijo patrón, por los dedos del Maestro Alfarero.
Guía de estudio ∙ ¿Qué significa para ti rendirte al señorío de Jesucristo? ∙ Haz un inventario serio de cada área de tu vida y se honesto contigo mismo y con Dios. Contesta por ti mismo: ∙ ¿Qué cosa o cosas no he llevado a la cruz? ∙ ¿Por qué razón no las he llevado? ∙ ¿Qué pienso yo de lo que esa cosa o cosas están haciendo aún para mí? ∙ ¿Qué me van a hacer a mí? ∙ ¿Cómo podría afectarme finalmente? ¿A mi familia? ¿A mi empleo? ¿A mi vida espiritual? ¿A mi salud? ¿A mi futuro económico? ¿A mi sanidad? ¿A otras relaciones? ∙ ¿Qué me va a costar estar dispuesto a rendirlo a Jesús? ∙ Refiérete al encabezamiento de este capítulo titulado “Volviéndose muy detallista” y determina cuales de estas áreas estás listo a entregar al señorío de Jesucristo. ∙ Ora deliberadamente una oración de consagración a Dios. Nombra cada cosa a Él que estás rindiendo. Repite esto a diario. ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Capítulo 18—Un hombre que hace lo recto
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 18—Un hombre que hace lo recto Junior no se volvió malo de la noche a la mañana. Lo que comenzó como una escapada ocasional para emborracharse, se hundió finalmente en una vida de falta de sentido con las prostitutas del pueblo. La garra de la ramera se aferró de su mente y le hizo perder todo el sentido. Dejar su hogar era su pensamiento. El mundo había entrado en él y le estaba llamando a meterse de lleno. “Papá”, exigió con arrogancia, “dame mi parte de la propiedad de la familia que me pertenece.” El padre lo había visto venir. Quizás ya se había propuesto dar a Junior lo que quería incluso antes de pedirlo. Sin una palabra el padre dividió el patrimonio entre Junior y su hermano mayor. El hermano mayor no había pedido esto. Estaba contento de estar en la casa del padre. Estaba contento de trabajar en los campos y de ganarse la vida honesta y justamente. ¡Pero Junior! Junior era el descontrolado de la familia. El padre de Junior había preparado un legado mejor para su hijo que éste. Estar ahí, viendo cómo su hijo escogía un camino de excesos, rompía su corazón. Pero sabía que no había lugar para la corrección en su hijo. Tuvo que dejarlo ir. Tuvo que darle lo que pedía. Era lo correcto bajo tales circunstancias. Días después, Junior tomó sus posesiones y viajó a un país extranjero donde se gastó su herencia en vino y mujeres. Después, una fuerte depresión ahogó la tierra. Lo perdió todo. ¿Dónde estaban sus amigos en esos momentos? En desesperación, buscó un trabajo en una granja de cerdos, deseando comer las cáscaras que comían los cerdos. Pero nadie le daba nada. Tuvo que revolcarse en la pocilga con los cerdos para recuperar el sentido. Finalmente razonó: “las manos que contrata papá tienen más que suficiente para comer. ¡Y yo me estoy muriendo de hambre! Iré a mi padre y le diré, “Papá, te hice mal. No soy digo de ser llamado hijo tuyo. Déjame volver y trabajaré para ti.” Andrajoso. Golpeado. Sucio. Y sin embargo, estaba convencido. Trabajó, con un pie descalzo por toda la tierra seca. Regresaba a casa. Su padre anhelaba el regreso de su hijo. Días tras día, echaba un vistazo al horizonte con la esperanza de alcanzar a ver la silueta de su hijo perdido. Finalmente llegó ese día. ¡Qué gozo llenó su corazón! Le vio venir a lo lejos, y en una compasión abandonada, corrió para encontrarse con él. Le abrazó y le besó. Qué amor. Que aceptación. Y aún no sabía lo roto y arrepentido que estaba Junior realmente. Junior cayó a los pies de su padre y le dijo con mucha decisión, “No soy digno de ser llamado tu hijo.” Sin una sola palabra, el padre se inclinó, le tomó la mano y lo levantó de sus pies. Se volvió a uno de sus obreros y le dijo, “Tráeme lo mejor de mis ropas para él, pon un anillo en su dedo y calzado en sus pies, y mata el carnero que estamos estado alimentando. Comamos y celebramos una fiesta.” Junior tenía un hermano mayor que no se sentía tan generosa hacia él como su padre. Rehusó unirse a la fiesta. Cuando el padre fue a él, su hijo le atacó. “¡Mira!, te he servido todos estos años y jamás te he llevado la contraria. Pero, ¿has hecho alguna vez una fiesta para mí y para mis amigos?”
Este padre misericordioso, lleno de compasión y generoso abrazó a su hijo y dijo, “Siembre has estado conmigo. Todo lo que tengo es tuyo. No tengas celos de tu hermano, sino alégrate conmigo. Está bien que hagamos una fiesta y nos alegremos, porque tu hermano estaba muerto, y ha revivido. Estaba perdido y ha sido hallado.” (Lee Lucas 15:11­32). “Esta bien”, es lo que dijo el padre, porque el papá hace lo que es recto. Saber lo que es correcto Saber lo que es correcto a veces es como andar a tientas en la niebla. Necesitamos desesperadamente la dirección de Dios. Necesitamos su sabiduría, conocimiento y entendimiento. Dios conoce nuestra debilidad. Él es paciente con nosotros cuando admitimos nuestra confusión y buscamos Su rostro para encontrar dirección. Tenemos una responsabilidad con Dios de hallar con lo mejor de nuestras capacidades lo que es bueno y recto. Muchos de nosotros no sabemos lo que es bueno y recto porque lo que es bueno y recto no ha sido modelado para nosotros. Y sin embargo, hay buenos modelos por todos lados y además tenemos a nuestro Padre Celestial que es nuestro modelo perfecto. Aún podemos aprender. El Nuevo Testamento abunda con exhortaciones de “unos a otros” que definen la conducta cristiana normal—un buen lugar para que empiece cualquier padre. Estad en paz unos con otros. Amaos unos a otros. Tened afecto unos por otros. Preferíos unos a otros en honor. Tened la misma forma de pensar unos y otros. Edificaos, recibíos, amonestaos, esperaos, y cuidaos unos a otros. Llevad unos las cargas de los otros. Sed tiernos de corazón, perdonadores, sometidos. Enseñaos y amonestaos unos a otros. No habléis mal unos contra otros. No os ofendáis. Confesaos vuestras ofensas y orad unos por otros. Mostrad hospitalidad y ministrad vuestros dones unos a otros y tened comunión unos con otros. Romanos 12:9­15:7 añade a esta lista de cosas que podemos proponernos en nuestro corazón. No seáis perezosos en vuestros asuntos. Servid al Señor. Sed pacientes en tiempos de conflicto. Permaneced en oración. Dad para las necesidades de los santos. Bendecid a los que os persiguen y no los maldigáis. No paguéis mal por mal. Si vuestro enemigo tiene hambre, dadle de comer. Si tiene sed, dadle de beber. Venced el mal con el bien. Pagad a cada uno lo que le debáis. No cometáis adulterio. No matéis, robéis, no deis falso testimonio ni codiciéis. Andad honestamente, no en trifulcas, borracheras, comportamiento lascivo, contienda o envidia. No hagáis provisión para la lascivia. Soportad las debilidades de los débiles. Además de estas directrices de las Escrituras, podemos mirar a hombre cristianos maduros como buenos modelos para nosotros. Cuando sea posible, podríamos invitarlos a nuestras vidas para recibir consejo. Si no podemos hacerlo, podemos observar sus vidas desde una distancia e imitar lo bueno que veamos en ellos. Cada uno de nosotros tiene algo de bueno para modelarnos unos a otros. Saber lo que es correcto es también un asunto de conciencia­ese algo muy profundo dentro de nosotros, esa suave voz que no sólo nos dice lo que es bueno y recto sino que infunde el deseo de hacer lo que es bueno y recto.
Hacer lo que es correcto Santiago 4:17 nos dice: “Al que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado”. Una cosa es saber lo que es bueno y otra muy distinta es hacerlo. Hacemos lo bueno no importa como nos sintamos sobre eso, no importa nuestro nivel de energía. Puede que no nos apetezca pasar la fregona sobre la leche derramada, o darles un baño a los niños, pero lo hacemos de todas maneras porque es lo que hay que hacer. Puede que no nos apetezca tomar nuestra Biblia y enseñar a nuestros hijos sobre Dios, pero lo hacemos de cualquier modo porque es lo que hay que hacer. Puede que no queramos sacrificar nuestras diversiones y escapadas para estar con la familia, pero lo hacemos de cualquier modo porque es lo que hay que hacer. Somos los responsables de hacer los juicios correctos. Dios quiere que nosotros seamos tan celosos respecto de hacer los juicios correctos en los asuntos de nuestra familia como lo somos con los árbitros que juzgan a favor de nuestros equipos deportivos favoritos. Puede que en una ocasión necesitemos irnos a pescar solos. Otras veces puede que necesitamos sacar a la familia. Habrá otras veces en que tendremos que quedarnos con los niños para que mamá este sola un rato. Lo que la sabiduría diga que es correcto hacer, eso haremos. Cuando obramos de forma responsable como maridos y padres al tomar las decisiones correctas, creamos una atmósfera positiva en la que nosotros y nuestras familias podemos crecer espiritual y personalmente. Nos convertimos en tierra fértil para que el todo completo de la bondad de Dios tome raíz y produzca buen fruto. Amor desinteresado Hacer lo recto como papá es el acto de poner nuestro egocentrismo por el bienestar de los demás. Esto es el amor­ágape. El ágape es la fuente de la misma vida de Dios dentro de nosotros que está disponible para satisfacer las necesidades legítimas de otros. Es vivir desinteresadamente en relación con los demás. Jesús lo explicó de este modo: “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Lo pintó de la siguiente manera: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.” (Juan 12:24). No estaba hablando sólo de Su propia vida y de la muerte sacrificada, sino también del costo del discipulado. Jesús definió el ágape con su propia vida. La muerte que viene como resultado del ágape es el único terreno para la vida de resurrección. El ágape, no importa cual sea nuestro estado de ánimo, nos dice que saquemos la basura, cortemos el césped, limpiemos el garaje, cambiemos el pañal, regresemos a casa después del trabajo, saquemos a nuestra esposa, oremos con ella, ayudemos a los niños con su tarea, y nos afeitemos el fin de semana. Encontrar lo que sea bueno en tu situación, y hacerlo. Dios recompensa el precio que pagamos por un amor desinteresado. El ágape no pone en los zapatos de otros. Recordamos el miedo que teníamos de niños cuando alguien nos gritaba o lo solos que nos sentíamos cuando necesitábamos un abrazo. Pensamos cómo debe sentirse nuestra mamá después de un día agotador con los niños, cómo debe anhelar una conversación con un adulto después de su confinamiento con los niños pequeños. Nos centramos en esa clase de cosas. Nos preguntamos a nosotros mismos preguntas como por ejemplo, “¿Cómo puede que esto se diferente?”.
La responsabilidad de criar a lo hijos es una asociación con el papá que toma la dirección. Tomar la dirección no necesita alzar nuestras voces con ira mientras los niños interrumpen un partido de fútbol. El ágape describe como a pesar de su amor por el partido, el padre está dispuesto a apagar la televisión y jugar en el suelo con sus niños cuando la situación así lo reclama. El papá es ejercitado en la madurez por la práctica, haciendo lo recto en cada situación. Hay un dicho entre los adictos y las personas con adicciones que están en fase de recuperación, “No podemos pensar en nosotros mismos haciendo lo bueno, tenemos que obrar nosotros mismos para pensar lo bueno.”Con la mayor disposición posible, hacemos lo bueno no importa cuales sean nuestros pensamientos y sentimientos, y al mismo tiempo, damos lugar al Padre­Dios para que nos guíe a ese lugar en el que el papá se convierte en la cosa más natural que hacemos. Es tiempo de tomar el viento del Espíritu Santo de Dios que está enseñando a los hombres todo lo que es recto. Nos está dando el coraje, el poder, y el deseo de hacerlo. Y en el cuso de hacer lo que es bueno para nuestros hijos, modelaremos lo que nuestros hijos han de llegar a ser. Crecerán con un retrato del papá impreso en sus espíritus. Guía de estudio ∙ Imagina una conversación con Dios como tu Padre. ¿Qué cosas cotidianas te aconsejaría Él que hicieras que no estés haciendo ahora mismo? Por ejemplo: cortar la hierba, cuidar de los niños, limpiar el garaje, ayudar en la cocina, alabar a tu esposa e hijos, comer juntos como familia, ayudar a los niños con su tarea, mejorar tu actitud, ser más generoso, ser más ahorrativo, etc. ∙ ¿Qué cosas te aconsejaría Él que dejaras de hacer y que estás haciendo? Por ejemplo, salir con otros, ver mucha televisión, ser perezoso, malgastar dinero, dejar facturas impagadas, criticar a la gente, etc. ∙ ¿Qué cosas cotidianas crees que puedes seguir haciendo correctamente? ¿Eres fiel en hacerlas? ∙ ¿Es tu fracaso en ayudar en las cosas de la casa una fuente de conflicto en tu matrimonio? ∙ ¿Qué piensa tu esposa que deberías estar haciendo y no haces? ∙ ¿De qué manera justificas tu fracaso en cumplir tu parte? ∙ ¿Cómo cambiaría tu relación con tu esposa e hijos si tomaras más responsabilidad en la casa? ¿Si hicieras más por ellos? ¿Si hicieras más con ellos? ∙ ¿Qué decisiones estás dispuesto a tomar para hacer lo que es recto no importa cual sea tu humor? ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo. Capítulo 19 – Un hombre probado en el fuego
En busca de Papá – Charles Elliott Newbold, Jr. Capítulo 19 – Un hombre probado en el fuego ¿No sería estupendo que Dios tuviera una varita mágica y que impusiera polvo mágico de paternidad sobre nuestras cabezas, cambiándonos súbitamente de ranas a hombres de Dios maduros? ¡Si! Pues bien, eso no va a suceder. Sólo el Padre­Dios es la Fuente que tiene el poder para dar origen al papá dentro del hombre que somos cada uno de nosotros. Pero Sus caminos no son nuestros caminos. Él nos cambia por la llama de Su pasión y de Su compasión por nosotros. SI queremos ser cambiados, debemos estar dispuestos a ser “hombres probados por el fuego.” Hablando por medio del profeta Malaquías, Dios expresa Su pasión por Israel, declarando, “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia.” (Malaquías 3:1­3). El mensajero de quien habla Malaquías era Jesús. Juan el Bautista proclamó a Jesús como aquel que purgaría por medio de fuego. “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (Mat. 3:10­12). Jesús vino a Su templo hace dos mil años y Él promete regresar otra vez. Su segunda venida es descrita por toda la Biblia como “el gran y terrible día del Señor”­grande para los que están dispuestos y terrible para los que no lo están. El Señor siempre viene con fuego. El pasaje de Malaquías sigue diciendo: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama.” (Mal. 4:1). Del mismo modo que Juan el Bautista vino en el espíritu de Elías para preparar el camino del Señor, igualmente vendrá el espíritu de Elías entre el cuerpo de Cristo hoy día para preparar el camino para Su segunda venida. Esa preparación vendrá en la restauración de la familia, tal y como lo profetiza Malaquías 4:5­6: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición”. (Cursiva mía). Dios promete volver el corazón de los padres a los hijos y el corazón de los hijos a los padres, y parece por esta lectura de Malaquías que pretende hacer esto a través de Su fuego purificador.
Haciendo las cosas al modo de Dios Poco después de que pusiera el manuscrito de este libro en manos de varias personas para su revisión, Dios me probó. Permitió que mi matrimonio de veinte y seis años y mi relación con los miembros de mi familia fueran arrojados al crisol del fuego purificador. Una vieja ofensa previa a mi conversión salió a la luz. Había estado escondida simplemente en la esperanza de que un día se vaporizara. Qué locura pensar que podemos esquivar ese versículo que nos advierte, “Sabed que vuestro pecado os alcanzará.” (Núm. 32:23). Hubo miembros de mi familia heridos fuertemente. La vergüenza, la culpa y las especulaciones en contra de mí igualmente tuvieron un efecto devastador sobre mi persona. “¿Por qué esto? ¿Por qué esto después de todos estos años?”. “Seguro”, pensé yo, “que esto es un intento del diablo para desacreditarme, y por medio de esto, desacreditar también este libro.” Si las cerillas del diablo se encontraban en la escena de este fuego, era solo porque tal y como lo ha dicho un maestro de la Biblia, “el diablo es el comité que juzga los caminos y de los medios de Dios.” Debería de haberlo visto antes de que llegara. El fuego purificador de Dios es Su medio de tratar con nosotros. Es así como Él funciona: Dios envía Su palabra Salmos 107:20 dice: “Envió su palabra, y los sanó.” Sabemos de Dios porque Él se nos ha revelado. Él se ha dado a conocer a través de gigantes de la Palabra como Abraham, Moisés, el Rey David, Elías, Isaías y Ezequiel. Las revelaciones que recibieron llenaron la mayor parte de las páginas del Antiguo Testamento. Dios Se reveló a Sí mismo en palabra y en hechos. Jesús fue la palabra de Dios enviada a nosotros. En la consumación del tiempo, Dios envió a Su unigénito Hijo, Jesucristo. Juan escribió, “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y nosotros vimos Su gloria, la gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.”(Juan 1:1,14). El Espíritu Santo ha sido siempre el agente de Dios para traer Su Palabra. Jesús, como la Palabra de Dios hecha carne, consoló a Sus discípulos diciendo, “Cuando Él, el espíritu de verdad, haya venido, Él os guiará a toda la verdad; porque no hablará de lo suyo, sino lo que oiga, eso hablará Y os enseñará las cosas que han de venir.” (Juan 16:13). Pablo explicó a los Corintios que Dios revela las cosas a nosotros “por Su Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, hasta la profundo de Dios.” (1ª Cor. 2:10). Dios nos transforma por Su palabra Dios envía Su palabra y Su palabra nos transforma. Este cambio comienza con la experiencia del nuevo nacimiento. Creer en Jesucristo como el Hijo del Dios viviente nos cambia. Le pasó a Simón Pedro cuando Jesús preguntó, “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” Por revelación Pedro contestó, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Jesús le explicó que “ni carne ni sangre te han revelado esto, sino Mi Padre que está en los Cielos” (Mat. 16:16­17). Esta revelación transformó la vida de Pedro.
La conversión de Saulo de Tarso (también conocido como Pablo) ilustra profundamente cómo la Palabra enviada de Dios, Jesús, puede cambiarnos radicalmente. Se encontraba en el Camino de Damasco suspirando amanzanas y asesinato contra los discípulos del Señor. Llevaba una carta en su puño para llevarla a las sinagogas en aquel lugar para que si era hallado cualquiera que fuera del Camino, fuera llevado a Jerusalén por él mismo. De camino, una luz del cielo le rodeó repentinamente. Cayó a tierra y escuchó una vez que decía: “Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?” Sacudido por todo esto, respondió, “¿Quién eres, Señor?”. Y Él contestó, “Yo Soy Jesús, a quién tú persigues.” Saúl quedó cierto y los hombres que le acompañaban se quedaron sin habla. Unos días después, su vista le fue restaurada, fue lleno con el Espíritu Santo “y enseguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas, diciendo: El es el Hijo de Dios”. (Hechos 9:1­20). ¡Vaya cambio en este hombre! Dios da gracia Dios nos da gracia para vivir conforme a la Palabra que Él envía. La vida no era un lecho de rosas para Pablo después de su conversión. Era un hombre lleno de fuego, y estaba constantemente expuesto al fuego. Su cansada letanía de problemas es expresada es su carta a los Corintios cuando defiende su llamado apostólico. Compararse con los otros apóstoles, escribió, “¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abraham? También yo. ¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez.” (2ª Cor. 11:22­27). También habló de las visiones y revelaciones que había recibido del Señor, incluso haber sido arrebatado al Paraíso donde escuchó palabras que no pueden expresarse—cosas que ni siquiera son “lícitas de hablar por cualquier hombre”. También le fue enviado un mensajero de Satanás para que le abofeteara, no fuera que fuera atrapado (en orgullo) por las cosas que le habían sido mostradas. Llamó a este mensajero su “aguijón en la carne”. Rogó tres veces que le fuera quitado, pero Dios contestó “Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad.” (Lee 2ª Cor. 12:1­9). Dios envió Su palabra a Pablo, le convirtió, le cambió la vida por la palabra, le envió y le dio gracia para sostenerlo en medio de su fuego. La gracia de Dios nos salva, nos guarda, nos capacita para hacer lo que Él nos ha llamado a hacer y a ser. Pero todo esto Él lo hace en Su fuego purificador.
Dios prueba Su palabra Dios usa Su fuego purificador para probar a nosotros Su palabra que cambia las vidas y que llena de gracia. El fuego purificador de Dios nos hace sentir como si nosotros fuéramos los que están expuestos al fuego. En realidad, Dios está probándose a Sí mismo. Está probando Su palabra y Su gracia—no para ver si, sino para mostrar que. No es un examen para ver si vamos a aprobar, porque no tiene nada que ver con nosotros. Tiene que ver con Dios que envía Su palabra, nos cambia por Su palabra, y nos da gracia para vivir conforme a Su palabra. Él quiere que sepamos que Su palabra funciona, que un cambio ha tenido lugar. Isaías 55:11 dice: “así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” Dios es Su palabra, Él obra Su palabra y nosotros somos el fruto de Su palabra. Por eso, en medio de una prueba, nos puede ayudar recordar que el fuego no tiene que ver con nosotros, sino con Dios. Es sobre Su palabra y Sus propósitos cumpliéndose en toda la eternidad. Sugerir que el fuego tiene que ver con nosotros da de lleno en la arrogancia. Normalmente Dios nos va dejar saber lo que se supone que ha de conseguir Su fuego para que podamos cooperar con Él. La terquedad y la rebelión por nuestra parte nos hacen un daño innecesario. 2ª Sam. 22:31 dice: “En cuanto a Dios, perfecto es su camino, Y acrisolada la palabra de Jehová. Escudo es a todos los que en él esperan”.Y Salmos 12:6 dice: “Las palabras del SEÑOR son palabras puras, plata probada en un crisol en la tierra, siete veces refinada.” Dios envía Su palabra y hace la obra que tenía que hacer, y después enciende Su palabra en nosotros para probar su integridad. Ha pasado un año y medio mientras escribía este libro. Muchas de las revelaciones han venido como resultado del fuego de Dios en mi vida. ¡Pero esto! Esta prueba personal en mi vida era Su examen para mostrar que Él me había convertido en la materia de la que yo había estado escribiendo. Muchas preguntas tenían que encontrar respuesta. ¿Podría hacer yo lo que era correcto? ¿Mostrar amor, compasión y misericordia? ¿Mostrar preocupación por los demás? ¿Sería yo capaz de poner los intereses de los miembros de mi familia antes que los míos propios? ¿Guardaría mi territorio de los ataques del enemigo? ¿Sería yo una cobertura para mi familia tanto si lo quisieran como si no? ¿Tengo yo ahora el poder del papá? La palabra derramada sobre estas páginas tenía que ser probada en mí. Los propósitos del fuego purificador de Dios El Salmo 97:3 declara: “Fuego irá delante de él, Y abrasará a sus enemigos alrededor.” Los enemigos de Dios son cosas semejantes al “adulterio, fornicación, impureza, idolatría, hechicería, odios, contiendas, ira, herejías, envidias, asesinatos, borracheras.” (Gál 5:19­21). En medio de este fuego, fue confrontado con una paradoja. Por un lado, parecía el intento del enemigo desacreditarme y por medio de ello, desacreditar también el contenido de este libro. Aún más, sería un abono en el libro mayor de Satanás si él pudiera tener éxito en echar mi matrimonio a la basura.
Por otro lado, este asunto era algo de Dios. Lo que Satanás habría usado para mal, Dios lo transformó para bien. “Sabemos que todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios, a los que son llamados conforme a Su propósito.” (Rom. 8:28). Dios quería hacer una obra más profunda en mí y sanar la herida entre los miembros de la familia. Ciertamente quería desarmar al enemigo en este tiempo crucial de mi vida. Este fuego en mi vida podía ser cualquier cosa menos algo agradable. Cada uno de los involucrados sufrimos nuestras propias pérdidas. Sentimos todos los sentimientos posibles excepto cualquier cosa buena. El dolor fue profundo. Las iras burbujearon. La depresión veló nuestras perspectivas. Con frecuencia no sabíamos lo que eran nuestros pensamientos y sentimientos. No sabíamos lo que debíamos pensar o sentir. Lo único que yo podía hacer al principio era pasearme por los pasillos de mi mente atontada y clamar a Dios. “No sé que hacer. No sé quien soy”. Después Dios envió una palabra sanadora para mí diciendo, “Eres quien tu Padre dice que eres”. “Eso es cierto”, pensé yo mismo. “Soy quién mi Padre dice que soy”. Él ya había confirmado que yo también era Su hijo amado en quién Él tenía contentamiento. La prueba ahora solidificó esa realidad en mí. Me afirmé sobre la palabra que me había dado. Él es mi fundamento. Cualquier otro cimiento es arena movediza. Este fuego fue un momento definitivo para mí. Ya no importaba nada lo que nadie pensara de mí. Mi Padre había hablado. “Porque tú nos has probado, oh Dios; nos has refinado como se refina la plata.” (Salmos 66:10). Certezas en la palabra de Dios Podemos esperar que Dios ponga Su fuego purificador bajo las teteras de nuestras vidas cuando Él comience a obrar el poder del papá en nosotros. Pero tomemos fuerzas. En medio del fuego, tenemos estas certezas: Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador; todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve. Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará? No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad. Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará. Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados. (Is. 43:1­3,7,11,13,18­19,21,25). Los fuegos se encienden y se apagan. Nunca dejan las cosas como eran antes. En cuanto a mí, después de este fuego, esto y conforme en quien soy conforme a Mi Padre, determinado a ser lo que Él me ha hecho ser, centrado en lo que Él me ha llamado a hacer, fortalecido para vivir una vida separada y consagrado a mi matrimonio y familia como nunca antes.
Para algunos, el perdón es muy difícil. Los recuerdos nunca mueren. Sin embargo, Dios está fortaleciendo nuestro matrimonio y haciéndolo más semejante a Cristo que nunca antes y yo estoy “seguro de esto, que El que comenzó la buena obra en [nosotros] la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). El Padre­Dios quiere hacernos hombres de valor—hombres que vayan con Él, que hagan lo que Él diga que hay que hacer, que digan lo que Él diga que hay que decir, y que sean quienes Él nos ha hecho ser, no importa la adversidad. Estoy convencido de que Malaquías 4:5­6, que profetiza que Dios volverá el corazón de los padres a los hijos y el corazón de los hijos a los padres, es una profecía de los últimos tiempos que está siendo cumplida en el presente por la venida del papá. El Padre­Dios está restaurando a la familia tal y como Él quiso a la familia, para que Él pueda cumplir Su propósito eterno en tener una familia para Él mismo. Aférrate a esta promesa. & Guía de estudio ∙ ¿Qué piensas que Dios está haciendo o quiere hacer con Su fuego purificador en tu vida? ∙ ¿Qué sacrificios tendrías que hacer para que Dios hiciera una nueva obra en ti? ∙ ¿Vale lo que Dios quiere hacer en tu vida los sacrificios que tengas que estar dispuesto a hacer? ∙ Más de Dios normalmente significa más fuego. Más fuego significa más poder. ¿Estás dispuesto a orar, “Más, Señor, más de Ti?” ∙ Ora sin cesar, “Padre, da origen al papá dentro de este hombre tuyo.” ∙ Escribe tus pensamientos y sentimientos sobre las ideas presentadas en este capítulo.
Cierre ∙ Al estudiar este libro, ¿Qué has aprendido que sea diferente de tus conceptos previos sobre ser un marido y un padre? ∙ ¿Cómo ha cambiado Dios las cosas a mejor en tu vida? ¿En tu matrimonio? ¿En tu familia? ∙ ¿Has cambiado tu personalmente al leer este libro? ∙ ¿Hacia dónde esperas ir desde aquí en relación con quién eres tú como papá? ∙ ¿Qué es lo que quieres que Dios complete ahora en ti? ∙ Si estás estudiando este libro con otros hombres, toma tiempo ahora para imponer las manos unos sobre otros, de uno en uno, y pedid al Padre que dé origen al papá dentro del hombre. Después, oíd al Espíritu Santo para que imprima sobre cada uno de vosotros una bendición que podáis proclamar unos sobre otros. ∙ Considerad avanzar juntos como grupo de crecimiento para rendir cuentas unos a otros o considerad dividiros en grupos nuevos para poder guiar a otros hombres a través de esta experiencia.

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