Judith y Holofernes

Transcripción

Judith y Holofernes
Judith y Holofernes
(Ángel Utrillas Novella)
SINOPSIS
Se conocieron virtualmente en un chat de internet. Se citaron a ciegas. Iniciaron una
relación apasionada. Nunca supieron sus verdaderos nombres, siempre fueron Judith y
Holofernes. Dicen que del amor al odio solo hay un paso, Entre Eros y Tánatos apenas
una débil frontera que es muy fácil cruzar. No te pierdas esta aventura y ten cuidado,
nunca se sabe quién hay detrás de un nick en un chat.
¿Conoces la historia de Judith y Holofernes?
Era una mujer hebrea, viuda y sobre todo muy, muy hermosa, su rostro era de bellas
facciones, su estirpe de alta educación y enorme piedad. Nunca nadie se le oponía ni
estaba contra ella. Habitualmente vestía con hábito de penitencia y muchas veces estaba
en ayuno. Su difunto marido le había dejado mucho dinero.
En plena guerra de Israel contra el ejército babilónico, el general asirio Holofernes se
halla con sus tropas asediando la ciudad de Betulia. La bella Judith se ofrece para salvar
a su pueblo, marcha hacia el campamento asirio fingiendo ser una traidora a su sangre,
con la excusa de informar a los sitiadores. Pronto consigue, con su belleza, atraer a
Holofernes quien le invita a un banquete a su tienda, la mujer hebrea consigue que el
general asirio se emborrache y cuando finalmente cae dormido empuña una espada y lo
decapita.
¿Y cómo se aplica esta historia a la actualidad de nuestras redes sociales? No te pierdas
esta novela, emocionante, apasionada, trágica y… real.
- Judith y Holofernes · Ángel Utrillas -
INTRODUCCIÓN
Era una mujer hebrea, viuda y sobre todo muy, muy hermosa, su rostro era de bellas
facciones, su estirpe de alta educación y enorme piedad. Nunca nadie se le oponía ni
estaba contra ella. Habitualmente vestía con hábito de penitencia y muchas veces estaba
en ayuno. Su difunto marido le había dejado mucho dinero.
En plena guerra de Israel contra el ejército babilónico, el general asirio Holofernes se
halla con sus tropas asediando la ciudad de Betulia. La bella Judith se ofrece para salvar
a su pueblo, marcha hacia el campamento asirio fingiendo ser una traidora a su sangre,
con la excusa de informar a los sitiadores. Pronto consigue, con su belleza, atraer a
Holofernes quien le invita a un banquete a su tienda, la mujer hebrea consigue que el
general asirio se emborrache y cuando finalmente cae dormido empuña una espada y lo
decapita.
Estos fueron todos los datos que, de manera apresurada, consiguió reunir en una visita
rápida a una página de Internet sobre la figura de Judith, de inmediato cerró la pestaña y
de nuevo recuperó la conexión con el Chat.
- Estimada Judith, quiero ser tu Holofernes- escribió, y entre tanto recibía respuesta,
abrió otra página de historia religiosa, para tratar de obtener más información sobre la
mítica mujer y pudo leer:
Quedaron en la tienda sólo Judit y Holofernes, desplomado sobre su lecho y rezumando
vino (Judit 13,2) Avanzó, después, hasta la columna del lecho que estaba junto a la
cabeza de Holofernes, tomó de allí su cimitarra, y acercándose al lecho, agarró la cabeza
de Holofernes por los cabellos y dijo: ¡Dame fortaleza, Dios de Israel, en este momento!
Y con todas sus fuerzas, le descargó dos golpes sobre el cuello y le cortó la cabeza
(Judit 13,6-8)
- Te recuerdo que no me conoces personalmente, para poder ser mi Holofernes tendrías
que verme y quedar cautivado y embriagado por mi belleza- la respuesta de la mujer
que estaba al otro lado de la tecnología había llegado y él se apresuró a añadir.
- Quiero conocerte, ya me ha cautivado tu encanto a través de la red, seguro que cuando
te vea quedaré embriagado por tus atractivos físicos.
- O a lo mejor no, tal vez sea fea y antipática.
- Seguro que eres preciosa, haciéndote llamar Judith tus características son claras, eres
muy hermosa, de bellas facciones y de alta educación- escribió parafraseando sus
lecturas de las páginas recientemente visitadas-. ¿Cuándo podemos vernos?
Concertaron una cita, los dos lo estaban deseando y, convinieron verse y conocerse a lo
largo del fin de semana más cercano.
- Judith y Holofernes · Ángel Utrillas -
CAPÍTULO I: El encuentro
Reflexión de Judith
Siempre que me miro en el espejo me encuentro horrible y eso a pesar de ser una mujer
todavía joven y bastante agraciada o, quizá sea ése el motivo, precisamente por ser
atractiva quiero además parecerlo en exceso y siempre me encuentro fallos, mi pelo no
está bien, he dormido poco y se acentúan mis ojeras, me ha salido un grano por culpa
del chocolate ingerido ayer o he tomado en exceso el sol y mi rostro está quemado y
colorado. El espejo nunca me devuelve la imagen perfecta que yo quisiera ver o tan sólo
la correcta que debería aparecer.
Hoy además, esta sensación se agrava y se multiplica, me encuentro incómoda en este
vestido, no me sienta bien, no hace justicia a las curvas de mi figura, por no mencionar
la flor en el escote, me da un aspecto demasiado agresivo, demasiado ostentoso,
demasiado... florido, me encuentro como si llevara puesto el cartel de libre, “estoy sola
y busco novio”. Creo que me voy a cambiar de ropa y con esa idea en mi cabeza o con
la decisión ya tomada en el subconsciente, regreso a mi habitación.
Siempre que abro el armario me da la sensación de que debo renovar el vestuario, nunca
sé qué ponerme y en realidad tengo todo el espacio ocupado. Elijo lo de siempre, lo que
inconscientemente sabía que acabaría por ponerme, en todas mis citas acabo vistiendo
con lo mismo, al menos con esta ropa iré cómoda, pero queda pendiente la inminente
actualización de mi vestuario.
Aunque bien pensado quizá mi incomodidad la produzca el hecho de tener, una vez
más, una cita a ciegas obtenida de un Chat en la red. Muchos amigos y sobre todo
familiares, me han prevenido y advertido en múltiples ocasiones sobre los peligros de
estas citas, me han contado miles de sucesos en los cuales jóvenes imprudentes han sido
atacadas, robadas, violadas o incluso asesinadas por contactar con desconocidos en el
ciberespacio, de todos modos yo lo he hecho otras veces, a quedar con desconocidos me
refiero, y no me ha pasado nada malo, al contrario, he conocido gente encantadora
aunque luego no han cuajado como pareja estable en mi vida. Supongo que mi nombre
de guerra un poco... sugerente, “Judith”, junto con mi físico un tanto… atrayente,
consiguen que los hombres me vean como una adicta al sexo o una ninfómana
insaciable, alguien válida, incluso perfecta para las escenas de cama, y no obstante
alejada de cualquier sentimiento cercano al amor.
Espero que no sea el caso de la cita que he concertado para hoy, con este nuevo amigo
virtual llevo bastante tiempo hablando, casi a diario, en la red, la verdad es que estoy
muy ilusionada, me parece un hombre inteligente y sensible y lo que no se puede negar
es su cultura y su originalidad, enseguida asoció mi nombre al suceso histórico de Judith
y Holofernes, muy pronto se ofreció a ser mi Holofernes y eso es la primera vez que
ocurría, hasta ese instante nadie había hecho ningún comentario sobre el nombre elegido
para mis relaciones cibernéticas y que, desde luego, no fue decidido al azar.
¿Pero qué estoy haciendo? Me estoy haciendo ilusiones y me fabrico imágenes y ni
siquiera sé con seguridad que se trate de un hombre, ¿quién me garantiza que su
nombre, como el mío, no es inventado? De hecho lo es, claro, es imposible que se llame
Holofernes, pero me refiero a que quizá no es lo que dice ser. Debo dejarme de tontas
sospechas y alejar pensamientos que a ninguna conclusión satisfactoria me van a llevar.
Estoy a punto de salir de casa, estoy nerviosa, quizá me he ilusionado en exceso con
esta cita, espero encontrarme con un Adonis inteligente, culto y agradable que se
enamore de mí y tal vez me aguarde un Cuasimodo psicópata que sólo quiere ultrajarme
y asesinarme. De cualquier modo ya he decidido ir al lugar convenido a la hora
acordada, quien no se arriesga no gana, la suerte está echada, ojala al final del día no se
haya derribado de un tímido soplo, mi castillo de naipes.
- Judith y Holofernes · Ángel Utrillas -
El encuentro
Una rosa en el ojal de la chaqueta brillaba y daba un toque carmesí sobre el azul cobalto
de su traje, Holofernes, entró al local vestido del modo que habían acordado y a la hora
que habían convenido. Sus ojos tardaron pocos segundos en acostumbrarse a la
penumbra del recinto y una vez conseguido el enfoque correcto, buscó a una chica alta,
de larga melena rubia, vestida con traje blanco y con una orquídea en el escote. La
buscó sin lograr encontrarla, había una sola mujer rubia en el local, era muy alta, pero
con el pelo recogido y ataviada con chaqueta y pantalón de cuero negro, como si de una
motorista se tratara, ésa no era ella, Judith no estaba. Empezó a pensar que todo fue un
engaño, un sueño, comenzó a presentir que ella ya no vendría.
Pasó el tiempo, los segundos dolían y los minutos caían como losas que sentenciaban su
fracaso, como toneladas de reproches que manifestaban su ingenuidad. Se sentía
ridículo luciendo una flor roja en el ojal en aquel sitio, en aquellos tiempos. Rosa de
fuego que ardía de rabia y de vergüenza, tan cercana a su corazón, tan lejos de su
cerebro. Empezó a pensar en que quizá fuera el momento oportuno de retirarse, una
retirada a tiempo suele ser una victoria.
- Me voy a ir yendo ya- pensó dando un sorbo a su bebida intacta, era una frase utilizada
para advertir que se iba, aunque no era todavía inminente su marcha. Decisión tomada y
postergada.
- Me voy a ir yendo- murmuró para sí mismo consultando por enésima ocasión su reloj
y sabiendo que sí, que había decidido irse pero que se daba un pequeño margen, aún.
- Me voy a ir- pensó, pensando que le quedaban pocos segundos para pensarlo mejor.
- Me voy- pronunció las dos palabras mientras dejaba un billete sobre la barra, esa sí era
la frase definitiva, el reconocimiento del error y el inicio de la retirada.
Caminando hacia la puerta, arrancó de cuajo, con la furia decepcionada del enamorado
plantado, la rosa de su solapa y, no había alcanzado la calle todavía cuando la motorista
alta y rubia se cruzó en su camino convirtiéndose en un obstáculo e impidiéndole
continuar avanzando.
Con un gesto rápido y certero, la mujer, liberó su melena del objeto punzante que la
mantenía recogida en un rodete; las guedejas rubias flotaron sobre su rostro mientras
decía...
- ¿Eres Holofernes verdad? Yo soy Judith.
Se quedó sin habla, no era una chica guapa quien le hablaba, era una mujer preciosa la
que estaba frente a él, decía ser Judith aunque no llevaba la indumentaria acordada. La
miraba atónito sin apenas pestañear y una sonrisa comenzaba a atenuar la dureza
anterior de su rostro.
- Disculpa, no estoy vestida como te dije que vendría, no me atreví a salir de casa con
un vestido blanco y una orquídea en el escote, me dio vergüenza.
Seguía sin poder hablar, todavía albergaba dudas, pero tenía que ser ella, si no lo fuera
no podía tener aquella información.
- Me alegro de que la timidez me venciera y me obligara a cambiar mi vestimenta; de
este modo he podido observarte durante unos minutos con tranquilidad, es peligroso
contactar con personas desconocidas a través de la red, ¿sabes? Ahora pienso que ha
merecido la pena venir.
- ¿Creías que era un psicópata?- consiguió por fin hablar cuando una leve indignación
sucedió a la sorpresa.
Judith respiró hondo, llenó de aire sus pulmones y sus ampulosos senos hicieron lo
propio con su escote, luego espiró y exhibió una encantadora sonrisa que realzaba su
natural belleza, aquel gesto seductor fue toda su respuesta.
- Tal vez lo sea, un psicópata, un pervertido o incluso ambas cosas.
- Judith y Holofernes · Ángel Utrillas -
- No me lo pareces, no cumples con el perfil, así pues, correré el riesgo.
Pasaron juntos una tarde muy agradable haciendo añicos el famoso mito de que lo que
mal empieza mal acaba. En primer lugar hablaron de sus respectivos trabajos, él era
empleado de una empresa de seguridad privada.
- ¿Segurata?- preguntó ella sorprendida.
- No me lo digas, puedo adivinarlo, no cumplo con el perfil. Quizá vuelvas a plantearte
la situación y me veas como un psicópata.
- Pues no, la verdad es que no cumples con el perfil de segurata.
- Preferiría que me consideraras vigilante de seguridad.
Ella trabajaba en la biblioteca municipal.
- ¿Librera?
- ¿Tampoco yo me ciño al perfil establecido?- interrogó tras su encantadora sonrisa.
- No sé, hubiera apostado por cualquier otra profesión, no pareces librera.
- Preferiría que me consideraras bibliotecaria.
Después avanzaron en el más resbaladizo terreno de su intimidad y hablaron sin
ambages de su actual situación sentimental.
- ¿Tienes novio?
- No, estoy sola y libre como un pájaro, he conocido a varios hombres pero todos
buscan lo mismo en mí.
- No me digas más, ya sé qué buscan en ti, te quieren por tu dinero- bromeó Holofernes
al tiempo que con sus manos dibujaba en el aire una silueta de mujer que se adaptaba a
la perfección con la perfección de las curvas de la joven.
- Exacto, lo has acertado- dijo entre risas Judith-. Y tú ¿tienes novia?
- No, estoy solo y libre como un taxi, me he enamorado un par de veces pero no eran las
personas adecuadas, cuando descubrieron que carecía por completo de fortuna se
marcharon, así que... borrón y cuenta nueva.
Algunas copas y muchas confesiones más tarde, él la acompañó a su casa, fue muy larga
la despedida en el portal, durante mucho tiempo se abrazaron, se besaron, se acariciaron
como dos adolescentes enamorados, incendiados de pasión a duras penas reprimida. Su
primera cita casi terminó en el lecho, prendados, embriagados, al borde del acantilado
del amor y su inherente locura de lujuria, se quedaron.
Cuando por fin se separaron parecía como si se conocieran de toda la vida y sin
embargo seguían siendo Judith y Holofernes, no conocían sus verdaderos nombres y era
ese detalle lo que menos les importaba en aquellos instantes. Esa noche apenas pudieron
dormir, quemado el uno por el recuerdo y el hechizo y la ausencia y la necesidad del
otro, y el otro incendiado por el recuerdo y el hechizo y la ausencia y la necesidad del
uno.
Al día siguiente él dedicó una canción en el programa de radio favorito de ella junto con
un mensaje personal.
Judith, quiero ser tu Holofernes.
El rostro de Judith se iluminó con la preciosa sonrisa que acentuaba su hermosura,
mientras sonaban los primeros acordes de una antigua canción, “Morir de amor”,
empezando entonces, lo que hoy acaba de acabar para siempre.
- Judith y Holofernes · Ángel Utrillas -
CAPÍTULO II: El segundo encuentro
Reflexión de Holofernes
Cierro los ojos y veo su imagen. Aprieto los párpados cuan fuerte puedo para tratar de
ahuyentarla y la percibo con más claridad, su perfecta silueta de mujer diez se recorta
nítida en la oscuridad de mi mente, de mi alma, de mi vida. Aprieto los dedos contra la
palma de las manos hasta casi hacerlas sangrar y no consigo que se me caiga su tacto,
tengo su piel adherida a mi piel, tengo sus besos prendidos de mis labios, su aroma en
mi corazón y ni puedo ni quiero desprenderme de todas sus reminiscencias.
Lo de ayer fue fantástico, ni en mis mejores sueños podía imaginar tanta belleza ni tanta
pasión. Mientras suena en la radio la canción que le he dedicado, recuerdo sus caricias y
las mías, recuerdo sus gemidos y mis anhelos, resucito cada suspiro, cada roce y cada
mirada y me duele el tiempo que falta hasta nuestro próximo encuentro.
Insistió. Convencida me convenció de que era demasiado para una primera cita y a mí,
que el deseo me desbordaba, todo me parecía poco. Está claro, Judith no es mujer de
acabar entre sábanas nada más conocerte, pero yo sí soy de ese tipo de hombres, yo
hubiera ido con ella a su casa, a la mía, a una isla desierta, al fin del mundo e incluso un
poco más allá y sin embargo ella me pidió paciencia, me pidió lo único que no soy
capaz de darle. Quedamos en volver a encontrarnos hoy, al atardecer, y empezar nuestro
encuentro en el mismo punto en que ayer nos quedamos. Al borde del abismo, en las
primeras llamas de la ignición, a un paso de la lascivia y del éxtasis, a un milímetro del
desenfreno absoluto y disoluto.
No sé apenas nada de ella, ignoro su verdadero nombre y no me importa, no quiero
saberlo, a decir verdad prefiero llamarla siempre Judith, simplemente Judith, entre
nosotros no van a hacer falta nombres, ni palabras, ¿para qué perder el tiempo en
preámbulos? Somos mar de pasión, oleaje furioso que no deja de embestir contra el ser
amado, somos pura adrenalina.
Sólo tengo una duda que me ronda la cabeza sin llegar a inquietarme, no sé si la canción
que le he dedicado es la correcta. Morir de amor es un título demasiado sugestivo y tal
vez no sea el adecuado para nuestra relación, me parece incorrecto, pero prefiero
llamarle amor en vez de llamarle sexo, es la misma situación que se me plantea con ella,
prefiero llamarle Judith e ignorar su nombre, a lo nuestro le llamaremos amor aunque lo
que nos mueve tanto a uno como a otro es puramente atracción física.
Morir de amor sin saber si todo lo que he dado te llegó a tiempo, morir de amor y no
morir solo en desamor. Morir de amor sin tener un nombre que decirle al viento.
- Judith - digo en dirección al viento con una mueca bobalicona de felicidad y de triunfo
en mis labios por tener un nombre que decirle.
- Yo sí tengo un nombre que decirte.
- Judith y Holofernes · Ángel Utrillas -
El segundo encuentro
Los dos llegaron al lugar de su encuentro antes de que se cumpliera la hora acordada
para la cita y con un margen entre la presencia de uno y la llegada del otro de apenas
unos segundos, hasta en eso parecían estar de acuerdo.
El abrazo que precedió al primer beso evidenció pasión sin límite, la ausencia de
palabras, que continuaba siendo lo habitual, evidenciaba la necesidad de continuar
besándose, en verdad iniciaron su segunda reunión tal como habían planeado, en el
punto preciso donde habían dejado la primera y eso había sido ayer, tan solo ayer,
apenas unas horas atrás.
Enseguida se dieron cuenta de que el escenario donde se encontraban, en medio de la
calle, no era el más idóneo para aquél diálogo amatorio carente de palabras, además hoy
sabían, aunque no lo hubieran comentado ni previsto, que acabarían dando rienda suelta
a su deseo.
Las sombras de sus cuerpos se fundieron en una sola mientras recorrieron el breve
camino que les separaba del hogar más cercano y que no obstante tardaron una
eternidad en recorrer. Con la pausa del que no tiene prisa se besaron en cada baldosa, se
miraron sin rozarse, se rozaron sin mirarse, se besaron sin dejar de besarse. Los
semáforos cambiaban de color varias veces antes de que su excitada pasión les
permitiera darse cuenta de que el paso estaba abierto y podían cruzar a la otra acera.
Escandalizaron a viandantes tanto hombres como mujeres, a conductores, tanto
veteranos como noveles, e incluso a los taxistas que ya es difícil que se excandezcan.
Cuando por fin llegaron a un portal sus manos ya recorrían, sin ningún pudor y con
ansioso apetito, pieles tibias bajo intimas ropas ajenas. Y si en la calle su actuación rozó
el escándalo, en el ascensor su zozobra fue verdaderamente indecente y tanto tiempo
tuvieron el elevador en usufructo que al final un vecino impaciente acertó a pulsar el
botón en el instante preciso requiriéndolo a su puerta, con tan mala suerte para los
fervorosos amantes que se trataba de Martín Preciado, un sacerdote que se alojaba en
régimen de alquiler en el tercero C. Sus zapatos limpios y su alzacuellos níveo
contrastaron con su mirada sucia cuando clavó sus pupilas en los pechos grandes y
turgentes que a Judith no le había dado tiempo de ocultar, los pezones sonrosados y
erectos apuntaron directamente a sus celestiales pupilas y por ello no pasaron
desapercibidos, ni tampoco cierta prenda de encajes que el hombre desconocido llevaba
en la mano y que le hizo mirar, y pensar, y quizá atisbar, imaginar por descarte, que
entre la mini falda y la piel había ausencia de lencería. Las risas de los jóvenes fueron
tan incontenibles como su lujuria y también como la furia del cura vecino, quien
amparado en el anonimato de una caja de ascensor vacía, descargó su puño diestro e
irascible contra la puerta y si hubiera podido hubiese enviado la furia divina contra los
desvergonzados pecadores.
- No sé a dónde vamos a llegar, ¡qué tiempos!- protestó en voz alta el malhumorado
religioso.
- Hemos enfadado al cura- dijo Judith más preocupada por la condición de vecindad de
su vecino que por la del sacerdocio del sacerdote.
- Lo que hemos, o mejor dicho has..., lo que has hecho es ponerlo cachondo.
- ¿Y tú, cómo estás o cómo te he puesto a ti?
- Yo estoy loco por ti, fuera de mí desde que te conozco, eres una droga y yo soy adicto
a ti desde la primera vez que te vi y te probé.
No llegaron vestidos a la habitación, bueno para ser sinceros no llegaron a la habitación,
fue el pasillo el escenario donde se celebró el primer asalto de su primer combate. Un
escalofrío recorrió sus cuerpos cuando se convirtieron en solamente uno, desarmados,
cautivos de las garras del amor y del deseo hasta que, el estallido del relámpago culminó
- Judith y Holofernes · Ángel Utrillas -
la primera tormenta. Escampó brevemente y, no tardó en suceder a una leve calma, una
nueva tempestad. Desabrocharon sus pieles para llenarlas de caricias mudas y besos
ardientes, cobijados, en esta ocasión sí, entre la suave caricia de las sábanas. Y los
dedos se deslizaron entre vientres y cinturas y alcanzaron, empujados por un mar
embravecido, parajes fantásticos y desconocidos donde se percibían sensuales melodías
apenas susurradas y sin embargo, perfectamente audibles.
Derrotados, exhaustos, reposaron el tiempo imprescindible hasta que, de nuevo…
Las manos vadean la corriente, se aferran a los pechos tibios, saboreando más despacio
el exquisito tacto, degustando con tiempo, sin urgencias, con más deleite y mayor
placer, cada bocado, deseando y a la vez temiendo saciar por completo el apetito. Pronto
caería sobre la ciudad el negro terciopelo de la noche, sin embargo a ellos la virtud del
descanso, que no la de los sueños, se les negaría, el amanecer les sorprendería
henchidos de amor, ahítos de sexo y sin embargo, deseosos del voluptuoso horizonte de
la próxima noche, del ya anhelado horizonte de la próxima noche juntos.
- Judith y Holofernes · Ángel Utrillas -
CAPÍTULO III: La primera semana
Reflexión de Judith
No sé qué me está pasando en esta ocasión, no me reconozco, no soy yo, parece que una
magia negra me ha hechizado y quizá sea simplemente el bermejo conjuro del deseo.
Apenas llevamos juntos una semana y a pesar de no conocer nuestros nombres parece
que nos conocemos de toda la vida. A excepción de nuestra jornada laboral estamos
juntos a todas horas y apenas hablamos, hacemos el amor tantas veces como nos apetece
y se podría decir con poco margen de error que nos apetece a todas horas, a cada
minuto. Los primeros días han sido muy intensos, demasiado intensos. Aún no puedo
creer que, al segundo día de conocerlo, acabara en la cama con él. Yo nunca he sentido
tanta atracción por nadie por muy apuesto que fuera. Nunca he tenido un amante tan
especial, no es demasiado apasionado, ni tampoco demasiado romántico, tiene justo esa
mezcla que me vuelve loca y me hechiza, esa mezcla perfecta que quizá...quizá…no
debería pero tal vez… me enamore.
Las primeras veces, los primeros días, fue sólo excitación, simplemente sexo, pero del
sexo al amor hay apenas un paso y creo que yo ya lo he caminado y he cubierto esa
breve distancia de una amplia zancada. Ansío durante todo el día que llegue la hora de
reunirme con él, en el trabajo a veces me sorprendo mirando al infinito y divisando su
imagen, se me caen los libros, me hablan los usuarios de las instalaciones, me preguntan
por tal o cual autor y no acierto a responderles de forma correcta donde está la estantería
buscada. Las noches las paso enroscada en su cintura, aferrada a su pecho, sin dormir,
sólo amando y siendo amada. Nunca hubiera imaginado el torrente de pasión que una
cita nacida en Internet iba a generar, estoy asustada, por primera vez tengo la impresión
de estar poniendo más en la balanza que mi pareja, por primera vez tengo miedo a no
estar a la altura o a caerme desde esa situación tan elevada y romperme el corazón con
el impacto.
Llevo dos días pensándolo, me ha dedicado una canción titulada morir de amor, puede
ser su forma de declararse, un mensaje subliminal, ¿qué es morir de amor? Es quedarme
sin tu luz, es perderte en un momento.
Ya estoy decidida, de hoy no pasa, esta noche no nos vamos a la cama hasta que no
resuelva mis incógnitas, se lo plantearé de forma directa, ¿Cuáles son tus sentimientos?
¿Cuáles son tus intenciones con respecto a nuestra relación? ¿Me quieres o solamente
me deseas?
Sí, eso es y así será, sin rodeos, y sea cual sea su respuesta, sea satisfactoria o
decepcionante, después incendiaremos de nuevo la seda de nuestra alcoba. Ése es
nuestro destino, quemarnos, apurar la combustión hasta el límite, extinguir el incendio y
de inmediato resurgir en las cenizas aún humeantes y, volver a provocar las llamas y
quemarnos y, apurar la combustión hasta el límite y resurgir de los rescoldos una y otra
vez, una y otra vez... y otra.
- Judith y Holofernes · Ángel Utrillas -
La primera semana
La primera semana pasó rápida y fugaz, su relación fue intensa en grado superlativo,
había comenzado apoyada en la débil plataforma del sexo y el deseo, se había elevado
desde la raíz de la belleza exterior de ambos y se abría camino cual rascacielos en pos
de metas más ambiciosas. En busca del cielo.
La puerta de la casa se cerró a su espalda y en lugar de ser el estruendo del portazo la
caída del telón pareció ser el pistoletazo de salida. Eran más de besos que de palabras,
no obstante aquel día Judith tenía ganas de hablar.
- Espera por favor, espera un momento- dijo apartando a Holofernes de su cuerpo
ligeramente y sin demasiada convicción.
- ¿Esperar? Llevo todo el día esperándote, te parece poca tortura, tengo hambre de ti.
- Vale- adujo sonriendo halagada-, pero espera un poco quiero que antes de... comer,
hablemos.
- Está bien- respondió confuso y un tanto compungido. Holofernes pertenecía a ese
multitudinario grupo de hombres cuya creencia primordial era que cuando una mujer te
dice, tenemos que hablar, el hombre tiene un problema grave, algo ha hecho mal y van a
recriminárselo o incluso lo ha estropeado todo y van a dejarlo.
<< Por favor que no me diga esa frase tan ridícula: necesitamos darnos un tiempo para
pensar>> pensó.
Y aunque Holofernes estuviera en lo cierto pensando así y generalizando sobre el modo
de actuar del sexo femenino, de lo que no cabía ninguna duda era del hecho palpable de
que Judith, no era como el resto de las mujeres de este mundo, ella era diferente,
especial... Judith.
- Te has quedado muy serio- afirmó Judith utilizando el arma de su preciosa sonrisa
para tratar de insuflar un ápice de calor en la gélida atmósfera que de repente había
aparecido-. No tengas miedo, la conversación no será muy extensa.
- No puedo evitarlo, es temor a lo desconocido, creo que es la primera vez que me
siento a hablar contigo, me encontraría más cómodo si la conversación fuera por correo
electrónico, o en el Chat- adujo medio en broma medio en serio.
- Hasta este instante no me has parecido un cobarde y de repente ahora quieres ocultarte
detrás de una pantalla de ordenador.
- No soy cobarde, pero si tengo miedo de una cosa, de perderte.
- No me perderás si no quieres perderme.
- Mira Judith, yo no sé de qué quieres hablarme pero sé que no soportaría estar lejos de
ti, estoy todavía descubriéndote y ya sé que toda mi vida eres tú.
- Pues precisamente de eso es de lo que quiero hablarte, ¿no te das cuenta? Nos
llamamos con los seudónimos Judith y Holofernes ignorando nuestros verdaderos
nombres, ¿qué futuro nos aguarda si no conocemos del otro ni lo más elemental? ¿Qué
vamos a compartir? Solamente el lecho y la pasión que es una pertenencia cuya
tendencia es a disminuir con el tiempo. ¿Estaremos toda nuestra relación haciendo el
amor como animales sin compartir más sentimientos?
- No entiendo lo que intentas decir ¿acaso quieres hacer planes de futuro tras sólo una
semana de relación?
- No, no pretendo hacer planes de futuro, ni estoy pensando en boda, ni nada similar.
Pretendo saber si hay algo más que atracción física entre nosotros, si también hay o
puede haber amor, no son planes de futuro es la simple necesidad de saber si existe ese
futuro.- Ante la falta de respuesta de Holofernes tuvo que ser Judith quien de nuevo
tomara la palabra-, no estoy segura pero… creo que estoy enamorada de ti.
- Pues si ésa es toda tu preocupación olvídala- dijo Holofernes relajando los músculos
tensos de su cuerpo-, yo también te quiero, aunque nuestra relación está recién
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comenzada y es un poco pronto para poder decirlo con rotundidad y garantías, no
obstante, ya eres muy especial para mí.
- Pues me alegran tus palabras y ahora soy yo la cobarde, tengo miedo, hemos ido muy
deprisa en nuestra relación, apenas hace una semana que nos conocemos y parece que
llevamos juntos toda una vida y sin embargo no sabemos nada el uno del otro, está todo
por descubrir.
- Si te refieres a nuestros nombres verdaderos no es importante, no lo es para mí, en mi
corazón tú siempre serás Judith, mi amada Judith.
- No, no son sólo los nombres, ese detalle lo entiendo como un juego,- se sonrieron y se
tomaron de las manos, éstas siguieron juntas aunque las sonrisas menguaron-, no
sabemos nada de nuestras familias, ni de nuestros pasados…
- El día que te conocí desapareció mi pasado y el tuyo nunca existió, ahora sólo tengo
presente, un presente feliz a tu lado y yo diría, después de nuestra conversación de hoy,
que tenemos un amplio futuro juntos; esa era la incógnita al inicio de la conversación,
ya la hemos resuelto, ¿por qué preocuparnos de algo que ya no podemos cambiar?
Tras todas aquellas palabras que sin ser muchas eran todas, pues podía decirse que fue
la primera vez que hablaron, se fundieron en un abrazo y en esta ocasión había más
cariño que pasión en el contacto. Judith quedó satisfecha por la reacción y las respuestas
de su amado, Holofernes, emocionado e ilusionado por sentirse, no simplemente amante
sino también amado, y sin embargo ambos sentían ya la pequeña punzada del temor a
perder lo adorado.
Del sexo al amor hay apenas un paso, del amor apasionado a la lacerante sospecha de
los celos, apenas un pequeño salto.
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