ADVIENTO: Una espiritualidad para nuestro tiempo

Transcripción

ADVIENTO: Una espiritualidad para nuestro tiempo
ADVIENTO
Una invitación a la esperanza.
Una espiritualidad para este tiempo.
Síntesis del artículo del P. Ramón Novell, Sch. P.
inspirado en “Una Espiritualidad para nuestro tiempo”, del obispo emérito de Bilbao,
Juan María Uriarte (antiguo alumno escolapio)
El tema de la espiritualidad es importante porque sobre el vacío espiritual solo se edifican proyectos y
estructuras pastorales vacías y extenuantes. Asimismo, porque unas mutaciones sociales y eclesiales
tan profundas reclaman no solo una espiritualidad recia.
La auténtica espiritualidad no es una mística difusa, sino una experiencia concreta, personalizada y
compartida, subyacente a nuestras opciones y actividades pastorales. Sus rasgos y sus acentos no son
fruto de nuestro saber, ni de nuestro esfuerzo, ni de nuestro temperamento, sino, ante todo, del
Espíritu Santo, verdadero Protagonista de nuestra maduración espiritual.
“Cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12,10)
(…) Existe en derredor de nuestras comunidades cristianas un amplio círculo que muestra una fe
debilitada y fragmentada, pero subsistente, y un sentimiento de pertenencia no cálido, pero tampoco
inexistente. Incluso en gente más alejada encontramos con frecuencia, sobre todo en momentos
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existenciales de su vida, un «algo», un núcleo religioso que pervive como valor vital precioso, pero
precario, que necesita urgentemente ser «hidratado»…
Una espiritualidad de la confianza, no del optimismo
Ser optimistas hoy podría delatar un déficit de profundidad para percibir el calado de las mutaciones
sociales y eclesiales en curso, o una tendencia a confundir deseo y realidad. (…)
Los creyentes no tenemos ninguna garantía revelada para afirmar que «las cosas irán mejor dentro de
25 o de 40 años». Pero sí la tenemos para ahondar, en esta época de intemperie, nuestra confianza
en la incesante e irreductible voluntad salvífica de Dios, y para entregar en sus manos, domesticando
nuestros miedos, el presente y el futuro de nuestra fe, de la Iglesia, de nuestra sociedad. (…)
Una espiritualidad que aprecia lo pequeño sin añoranza de lo grande
El aprecio por lo pequeño no es, en la espiritualidad cristiana, un «premio de consolación» cuando «lo
grande» no está a nuestro alcance. No es fruto de la resignación que, a falta de resultados brillantes,
busca su satisfacción en frutos escasos y pobres. Lo pequeño y los pequeños tienen especial nobleza
evangélica. (…)
Apreciar lo pequeño es incluso signo de calidad humana. Las personas sensibles aprecian lo pequeño
y valoran su dignidad. La vida grata y feliz de las personas está, en buena parte, tejida y sostenida por
cosas pequeñas. (…)
Con todo, esta espiritualidad no debe caer ni en una mitificación de lo pequeño ni en un menosprecio
de actividades y proyectos de cierta envergadura. Jesucristo no ha vinculado en exclusiva su salvación
a los medios pobres. (…) Su preferencia por lo pobre no debe encubrir nuestra pereza para proyectar
y realizar cosas mayores con tal de que las vivamos «con alma de pobres»…
Una espiritualidad de la fidelidad, no del éxito
… la consciencia humana de Jesús fue comprendiendo cada vez con mayor intensidad experiencial
que el Padre le pedía fidelidad y no éxito inmediato. (…)
Hemos de sembrar mucho para recoger poco. Hemos de pedir la gracia y el gozo de la fidelidad en
tiempos de escasa fecundidad. Nos sentimos retratados en las palabras de Simón Pedro: «Hemos
estado toda la noche faenando sin pescar nada; pero, puesto que tú lo dices, echaré las redes» (Lc
5,5). (…)
En una actitud pastoral que camina hacia la madurez espiritual, una sana y deseable gradación nos
conduce sucesivamente de la expectativa del éxito a la búsqueda de la fecundidad, y, de esta, a la
fidelidad. (…)
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Una espiritualidad responsable, pero no culpabilizadora
No podemos cruzarnos de brazos ante lo que
podemos hacer. Vivir y testificar el Evangelio
no solo es importante, sino lo más importante.
La frivolidad o la pereza son pecados en toda
vida cristiana. La responsabilidad y la seriedad
son postulados irrecusables del apóstol.
También en este punto Jesús es neto y
enérgico. «Busquen ante todo el Reino de Dios
y lo que es propio de él, y Dios les dará todo lo
demás» (cf. Mt 6,33). (…)
Una espiritualidad de la sintonía, no de la distancia
(…)
Cuando un mundo cambia tanto y produce estragos en la comunidad, provoca fácilmente reflejos
defensivos, distantes, hacia él. Cuando en ese mundo se segregan criterios, costumbres, leyes,
escritos, programas televisivos que contrarían nuestra sensibilidad cristiana, pueden generarse
sentimientos de extrañeza, de desconfianza, de hipercrítica, de frialdad e incluso de agresividad, que
congelan notablemente nuestra comunicación con él.
Es cierto que corresponde a la misión de la comunidad cristiana ser, entre otros movimientos sociales
críticos, polo dialéctico ante corrientes hegemónicas, poderes sociales, políticos y económicos
dominantes, poniéndose del lado del ser humano y particularmente de los débiles. Hay progresos
sociales, económicos y políticos que son más bien regresiones. Pero una Iglesia que no se sintiera
verdaderamente parte de la sociedad en la que está inscrita; que no respetara su legítima autonomía;
que adoptara ante ella una actitud arrogante, incomprensiva, maternalista o trágica; que confundiera
la claridad de la doctrina con el tono frío y duro propio de la distancia, estaría descuidando un aspecto
muy importante de su misión de ser signo de la condescendencia de Dios y «señal e instrumento de la
unidad de los hombres entre sí» (LG 1).
(…)
Una espiritualidad de la alegría, no de la tristeza
Los tiempos son recios. Producen en muchos cristianos, sinceramente incorporados a la pastoral y al
compromiso cívico, un cierto estado de abatimiento y de tristeza. La nostalgia de lo que fue y nunca
volverá habita en el corazón de esta tristeza. (…)
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Y sin embargo, uno se encuentra frecuentemente con grupos que, percibiendo y padeciendo las
mismas dificultades, viven su fe y su compromiso cristiano en alegría y paz. No son menos lúcidos,
más ingenuos ni más idealistas que los demás. Eso sí, cultivan la oración comunitaria sosegada, las
sesiones de formación propia, la convivencia distendida y la fiesta, la mutua ayuda. Son ellos y no los
demás, los que aciertan con la reacción adecuada. (…)
La alegría es una característica de las comunidades cristianas del Nuevo Testamento. No puede faltar
en ninguna genuina espiritualidad cristiana, sea cual sea nuestra situación. En ocasiones
extraordinarias será exultante. En otras, serena paz y contento interior. En el sufrimiento,
consolación. En la oscuridad, instinto interior de adhesión al Señor. Es compatible con el sufrimiento.
Lo contrario de la alegría es la tristeza, no el sufrimiento. El cristiano conoce y padece la tristeza, pero
su panorama habitual es la alegría. (…)
Una espiritualidad más sanante que denunciante
(…)
Hoy el ejercicio de la misericordia no es ni menos importante ni menos necesario que en tiempos de
mayor penuria material. La Iglesia ha recibido el encargo de prolongar en la historia la misión de
Jesús, el Buen Samaritano. «Sus heridas nos han curado» (1 Pe 2,24). Los cristianos participamos, al
mismo tiempo, de las heridas de los humanos y de la misión sanante de Jesús. No hemos recibido solo
el encargo de: «Vayan y anuncien» y el de: «Vayan y bauticen», sino también el de: «Vayan y sanen»
(Lc 9,2).
Podemos sanar, como Jesús, incluso a través de nuestras propias heridas. Podemos poner en ellas el
aceite y el vino de nuestra compañía, de nuestra escucha, de nuestra palabra. La Iglesia tiene un
sacramento para curar la herida del pecado. Sepamos acogerlo y realizarlo. Seamos más compasivos
que críticos. Más misericordiosos que censores.
Una espiritualidad que aprende y enseña a orar
La espiritualidad es un panorama más amplio que la oración. Pero esta es una pieza decisiva dentro
de aquella. Es en sí misma una actividad teologal de primera magnitud, un ejercicio de la fe, de la
esperanza y del amor. Es, además, un espacio necesario para la interiorización y, en consecuencia,
para la experiencia creyente. La oración hace que Dios se nos vuelva «real», no un ser intermedio
entre la realidad y la imaginación. Es un componente privilegiado para discernir, muchas veces entre
sombras, lo que Dios Padre pide de nosotros. Sin orar asiduamente, el cristiano languidece y el
apóstol desiste. (…)
Te invitamos a leer el artículo completo, para que profundices en las reflexiones y aportes del P.
Ramón sobre “una espiritualidad para este tiempo” de Adviento. Es “una invitación a la esperanza”.
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