VICTORIA LICERAS
Transcripción
VICTORIA LICERAS
Victoria Liceras - Isabel Justo V ictoria L iceras - I sabel J usto Organitzen: Col·laboren: CONSEJO GENERAL DEL CONSORCI DE MUSEUS DE LA COMUNITAT VALENCIANA Presidente de honor Alberto Fabra Part President de la Generalitat Presidenta María José Catalá Verdet Consellera d’Educació, Cultura i Esport Vicepresidentes Rita Barberá Nolla Alcaldesa de Valencia Luisa Pastor Lillo Presidenta de la Diputación Provincial de Alicante Juan Alfonso Bataller Vicent Alcalde de Castellón de la Plana Presidenta de la Comisión Científico-artística Julia Climent Monzó Secretaria Autonómica de Cultura i Esport Vocales Sonia Castedo Ramos Alcaldesa de Alicante Javier Moliner Gargallo Presidente de la Diputación Provincial de Castellón INSTITUCIÓN JOAQUÍN SOROLLA DE INVESTIGACIÓN Y ESTUDIOS Presidenta de la Comisión Científica Julia Climent Monzó Secretaria Autonómica de Cultura y Deporte Vocales Felipe V. Garín Llombart M. Isabel Justo Fernández Francisco Javier Pérez Rojas Blanca Pons-Sorolla Facundo Tomás Ferré Secretario Nicolás S. Bugeda Miembros de honor Michel A. Codding Victoriano Lorente Sorolla † DIRECCIÓN GENERAL DE CULTURA Directora General Marta Alonso Rodríguez Subdirector General de Patrimonio Cultural y Museos Carlos de la Fuente Arévalo Jefa de Servicio de Museos Susana Vilaplana Sanchis Alfonso Rus Terol Presidente de la Diputación Provincial de Valencia Vicente Farnós de los Santos Representante del Consell Valencià de Cultura Marta Alonso Rodríguez Directora General de Cultura de la Conselleria d’Educació, Cultura i Esport Director Gerente Felipe V. Garín Llombart Secretario Jesús Carbonell Aguilar Subsecretario de la Conselleria d’Educació, Cultura i Esport MUSEO DE BELLAS ARTES DE VALENCIA Directora Paz Olmos Peris PUBLICACIÓN Textos Victoria Liceras Isabel Justo Revisión y documentación Isabel Justo Coordinación de la edición Vicente Samper Diseño y maquetación Julio Giner Traducción valenciana Servici de Traducció i Assessorament del Valencià de la Conselleria d’Educació, Cultura i Esport Traducción inglesa Lambe & Nieto (texto de V. Liceras) Amanda Nolen (texto de I. Justo) Impresión y encuadernación La Imprenta CG Créditos fotográficos Joaquín Cortés (retrato de Silverio de la Torre y Eguía) Nuria Andrés (montajes de indumentaria) Agradecimientos Leoncio Fernández Hans Rudolf Gerstenmaier María Victoria Liceras Agustín Méndez Alejandro Méndez Marisa Oropesa Blanca Pons-Sorolla Aurora Zubillaga. Sotheby’s España © de los textos: los autores © de las imágenes: los propietarios y/o depositarios Colección Cajasur (Palacio de Viana) Colección Gerstenmaier Museo de Bellas Artes de Valencia Museo Sorolla The Hispanic Society of America © 2014. Metropolitan Museum of Art/Art Resource/Scala, Florence. The Morgan Library & Museum. © de la presente edición: Consorcio de Museos de la Comunitat Valenciana, 2014. ISBN: 978-84-482-5962-4 Depósito Legal: V-2169-2014 Colección: Institución Joaquín Sorolla de Investigación y Estudios, nº 9. Este libro se publica con motivo de la exposición Vestidos para posar. Retratos de Sorolla e indumentaria contemporánea (Valencia, Centro del Carmen, 25 de septiembre de 2014 - 11 de enero de 2015) (Museo de Bellas Artes de Valencia, 24 de septiembre de 2014 - 11 de enero de 2015) EXPOSICIÓN EN EL CENTRO DEL CARMEN EXPOSICIÓN EN EL MUSEO DE BELLAS ARTES DE VALENCIA Organización Consorcio de Museos de la Comunitat Valenciana Institución Joaquín Sorolla de Investigación y Estudios Organización Museo de Bellas Artes de Valencia Comisarias Victoria Liceras Isabel Justo Coordinación técnica María Francisca Castilla Coordinación técnica Vicente Samper Diseño expositivo Joaquín Lara Diseño gráfico Julio Giner Transporte y Montaje Art i Clar Pintura Jose Arte. Espacio artístico Iluminación Jesús Martínez Rotulación y pancartas Artefacte Seguros HISCOX Comisaria Victoria Liceras Coordinación administrativa Susana Pérez Diseño y dirección del montaje Joaquín Lara Montaje Sebastián López Movimiento de obras e instalación en sala Víctor Donat Juan Ramón Martínez Montaje de textiles Esther Castellano Acondicionamiento de textiles Elena Maupoey Iluminación Juan Ignacio Toledo Jesús Martínez Diseño gráfico Julio Giner Grafismo en sala Vicente Galindo Lourdes Zárraga Protocolo Ramón Martínez Miñana Transporte Josearte s.l. ÍNDICE 15 Vestidos Para Posar. La Indumentaria En La Obra De Joaquín Sorolla. Mª Victoria Liceras 47 Del modisto al estudio del artista. los retratos de Joaquín Sorolla Isabel Justo 79 Catálogo 87 Referencias bibliográficas 93 Versió en valencià 121 English version J oaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863-Cercedilla 1923), incuestionable genio de la pintura universal, destaca asimismo por una impronta de su personalidad que resalta el carácter espontáneo, vivaz y “moderno” que confirió a todas y cada una de sus obras. Y es que el artista valenciano, atendiendo a su propio carácter audaz e inquieto y sobre todo a su despierta curiosidad, siempre se mostró como un activo y fiable testigo del fascinante tiempo que le tocó vivir a caballo entre los siglos XIX y XX, es decir, en una encrucijada temporal en la que la Historia aceleró su ritmo y en la que surgieron grandes transformaciones. En este sentido, uno de los indicadores de estas transformaciones más gráficos y elocuentes, por su propia visibilidad y belleza plástica y por su capacidad para reflejar el ineludible impacto de su repercusión social, fue la vestimenta y, en general, todo lo relacionado con el ámbito que con el tiempo se daría a conocer como “moda”. En los últimos años de su carrera entre el fin de la Belle Époque y el inicio de los Happy Twenties, años cruciales para la moda europea y norteamericana básicamente, Sorolla no pudo por menos que hacerse eco de la evolución de las tipologías y los cánones en el vestir. Tanto en la indumentaria masculina, como en la femenina, mucho más rica en el uso de tejidos, matices, combinaciones y formas, se sucedían las innovaciones, a partir de la versatilidad y comodidad, y todo ello con patrones estéticos elegantes y cosmopolitas, acordes con unos códigos morales más avanzados y coherentes con el espíritu de los tiempos. Fueron años en los que la moda empezó a dejarse influir y a su vez influir de forma decisiva sobre otros lenguajes artísticos tan decididamente modernos como la fotografía, el diseño, la ilustración gráfica o un cine cada vez más en auge. Esta publicación, nueva entrega de la colección de monografías impulsada por la Institución Joaquín Sorolla de Investigación y Estudios, editada por el Consorcio de Museos, revela la continua expansión y evolución de la moda a través de los retratos del artista y proyecta a su vez un completo retrato coral, integral y certero, de la sociedad de su tiempo. Esa imagen, más allá de los aspectos meramente artísticos, sorprende aún a día de hoy por los componentes simbólicos y referenciales de esta época ciertamente fascinante. Acompañando de forma paralela a las exposiciones que sobre este interesante tema han tenido lugar en el Centro del Carmen y el Museo de Bellas Artes de Valencia, este nuevo estudio confirma y ratifica la innegable modernidad de la obra de Sorolla y la apuesta de la Generalitat por seguir difundiendo la que es, sin lugar a dudas, una de las firmas que mejor proclaman la imagen de marca de la Comunitat en su conjunto, la firma del pintor por excelencia de la luz y el color. Alberto Fabra Part President de la Generalitat Valenciana O rganizada por el Consorcio de Museos de la Comunitat Valenciana y la Institución Joaquín Sorolla de Investigación y Estudios, la exposición Vestidos para posar. Retratos de Sorolla & indumentaria contemporánea se presenta simultáneamente en el Centro del Carmen y el Museo de Bellas Artes de Valencia, coincidiendo con los desfiles de la Valencia Fashion Week, que este año se celebra precisamente, entre otros espacios, en el Centro del Carmen. La exposición y la publicación que le acompaña indagan en el arte de la retratística en la pintura de Joaquín Sorolla, atendiendo especialmente a aquellas obras a partir de las cuales se pueden seguir de cerca los cambios y evoluciones en el vestido de los hombres, mujeres y niños de la época de Sorolla, desde los últimos años del siglo XIX hasta finales de los años diez del siglo XX. La muestra analiza el vestir de la sociedad elegante de la época con el fin de abordar el estudio de las manifestaciones sociales, económicas y culturales de esos tiempos, motivo de trabajo de la Institución Joaquín Sorolla desde que iniciara su andadura hace cinco años. En la exposición se ha querido establecer una comparación entre los retratos de Joaquín Sorolla con piezas de indumentaria antigua de la colección de Victoria Liceras. Con esta exposición, el Consorcio de Museos de la Comunitat Valenciana y la Institución Joaquín Sorolla de Investigación y Estudios pretende proseguir su labor investigadora así como el análisis de la obra de Joaquín Sorolla y su tiempo, pero también de su entorno familiar y de los artistas de su propio contexto. Mª José Catalá Verdet Consellera de Educación, Cultura y Deporte 14 Vestidos para posar. La Indumentaria en la obra de Joaquín Sorolla. Mª Victoria Liceras L a producción pictórica de Joaquín Sorolla transcurre paralela a cada etapa de su vida y consecuentemente en cada una de ellas se refleja el entorno, la situación, la circunstancia ambiental de ese preciso momento. Como en otros artistas, al observar su obra se nota la evolución lógica, la trayectoria de un maestro. Inquisidor en la mirada, escrutador hasta del más pequeño detalle, Sorolla aprovechó estas cualidades para plasmar en sus cuadros motivos que nos suponen una importante ayuda en el tema del que nos vamos a ocupar: la ropa, los vestidos… en definitiva, la moda. Dentro de su obra nos centraremos en la representación de la imagen humana, quizás la faceta más realista, perfectamente definida en los retratos. Estos están alejados del academicismo historicista o 15 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla la representación religiosa, incluso de los jardines y paisajes, tan representativos de su color y su luz, que en este caso no sirven para nuestro recorrido, ya que los personajes se difuminan en el conjunto sin aportar detalle a nuestra investigación. Sí cabe citar aquel tipo de vestidos representados en obras como Figuras de casaca jugando en un jardín (1900), un fiel calco de elementos suntuarios del siglo XVIII que con certeza poseía Sorolla extemporáneamente, como muestra-modelo, dado el realismo de las piezas; son un caso excepcional dentro de su producción artística, pero importantes sin duda. Señoras vestidas “a la francesa” que danzan acompañadas de caballeros elegantes con importantes casacas, zapatos de tacón y pelucas empolvadas. Vistosa sedas, diseños florales muy encajados en el contexto histórico [il. 1 y 2]. O esa otra faceta suya en la que, gracias al encargo de la Visión de España para la Hispanic Society of America, muestra una gran variedad de ropajes y muy diferentes trajes recopilados en toda la geografía española. Explosión de color en un conjunto de vestimentas próximas a desaparecer, como él mismo citaba. Modelos alejados de las corrientes estilísticas del momento, pero importantísimos como muestrario de la variopinta indumentaria regional española. 16 Victoria Liceras No hay que olvidar toda la obra relacionada con la propia tradición valenciana, sus usos y costumbres, importantísima como material etnográfico y para el estudio y recuperación de material histórico. Fueron sus propios hijos los que en ocasiones sirvieron de modelo para llevar los trajes más representativos de Valencia y su entorno; no sólo lo observamos en pinturas como Grupa valenciana (1906) [il. 3 y 4], sino también en abundantes fotografías que corroboran lo que fue el amor de Sorolla por su tierra. Modelos de trajes populares, en diferentes estilos y para ocasiones distintas, fueron realmente usados tanto por hombres como por mujeres y más tarde representados por Sorolla de manera fidedigna. Esas ropas auténticas las conserva hoy la Fundación Sorolla y forman parte de los fondos del Museo Sorolla de Madrid. Se transmite así un legado de relevante importancia con especial atención a las joyas tradicionales, un referente que en la actualidad es imprescindible para el trabajo de investigadores y estudiosos. El motivo tradicional sirve de excusa para representar una figura femenina que Sorolla utilizará en el boceto para el periódico El pueblo [il. 5 y 6]. El simbolismo de sus complementos es evidente, y realista es la interpretación de todas las prendas de ropa que lleva 17 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla 1. Figuras de casacas jugando en un jardín, 1900. Ól/lz. 175 x 137’3 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 2. Conjunto de seda gris: camisa, calzón, chaleco y casaca bordados y chorrera con encaje. Ca. 1790. Colección Victoria Liceras. 18 Victoria Liceras Conjunto de seda negra: chaleco y casaca bordados, calzón de lana sin adornos, camisa y chorrera con encaje. Ca. 1790. Colección Victoria Liceras. Conjunto de seda color ala de mosca: camisa, calzón, chaleco y casaca bordados y chorrera con encaje. Ca. 1790. Colección Victoria Liceras. Traje de seda rosa con espolinado multicolor y metal plateado; falda completa y bata tipo Wateau encolada. Ca. 1785-90. Colección Victoria Liceras. Traje de seda rosa anaranjado con espolinado multicolor; falda completa acolchada de color amarillo “a la polonesa”. Ca. 1790. Colección Victoria Liceras. Traje de seda azul celeste con espolinado multicolor: falda y jubón, pañuelo de cuello de tul de algodón bordado. Ca. 1790-1800. 19 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla 3 Grupa valenciana, 1906. Ól/lz. 200’5 x 187 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 20 Victoria Liceras 4. Traje regional valenciano de seda espolinada beige con flores multicolor: falda, justillo y camisa de algodón, delantal y pañuelo de tul de seda bordado con metal. Ca. 1906. Colección Victoria Liceras. Traje regional valenciano de seda artificial beige: calzón y jupa, chaleco floreado y camisa de algodón, faja de seda barret y sombrero tipo “rodina”. Ca. 1906. Colección Victoria Liceras. 21 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla 5. Boceto de cartel para el diario “El Pueblo”, ha. 1894. Ól/lz. 95’5 x 172’3 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 6. Traje regional valenciano de seda adamascada color rojo intenso: falda, justillo y camisa de algodón, delantal de seda y pañuelo de cuello de tul bordado con metal. Ca. 1890. Colección Victoria Liceras. 22 Victoria Liceras 23 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla 7. Dibujo de señora incluido en la carta de Sorolla a su mujer del 13 de abril de 1914. Museo Sorolla. CFS/1233. 8. Dibujo de traje de chaqueta incluido en la carta de Sorolla a su mujer del 1 de noviembre de 1915. Museo Sorolla. CFS/1534. 24 Victoria Liceras puestas, prueba del grado de observación acerca de la manera de vestir. Pero en los casos anteriores el concepto moda no es el que se trata y por tanto lo dejaremos aparte para otro tipo de investigación. A lo largo de su vida artística Sorolla tuvo la oportunidad de percibir las transformaciones en la manera de vestir. Al parecer era entusiasta de las innovaciones y las nuevas tendencias, como se ve en las cartas que enviaba a su esposa, en las que suele haber alusiones a tal o cual novedad, acompañadas incluso de pequeños dibujos o esquemas que hacen más significativo el traje [il. 7 y 8]. No era raro que en algunas ocasiones Sorolla regalara a su esposa complementos o accesorios de moda, alguno de los cuales se verían representados en los múltiples retratos que le hizo a lo largo de su vida. Precisamente en el momento de fin del siglo XIX y el inicio de XX, fue cuando hubo más cambios. Sobre todo en lo concerniente a la indumentaria femenina, cuyas corrientes estilísticas fueron más breves, más fluctuantes. El traje tiene la ventaja de transportarnos directamente al corazón de los valores de la sociedad y las señoras tuvieron su gran momento de elegancia, lujo y fantasía. 25 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla 9. María con blusa roja, 1910. Ól/lz. 63’5 x 43 cm. Colección particular, depositado en el Museo de BBAA de Valencia. 26 Victoria Liceras 10. Traje de algodón rojo carmesí: falda acampanada y jubón ancho de cuello alto, cerrado en espalda y ceñido a cintura; mangas largas tipo globo. Ca. 1900. Colección Victoria Liceras. 27 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla En los retratos de Sorolla la observación de la ropa es casi un placer para todos los sentidos. No es necesario tocar, sólo mirar. Encajes, bordados, dominio del blanco y negro, algún detalle de color. Muy destacado es el traje rojo que se encuentra varias veces retratado y que es una excepción dentro del escaso cromatismo que posee la ropa de esa época [il. 9 y 10]. Compendio de historia de modas. Un conjunto de efectos anónimos que se ha reunido para responder a los caprichos de la estética. Ante nuestros ojos aparecen como milagros que el tiempo había disperso. Entre los años 1870 y finales de los 80 se desprende cierto aire barroquizante en la indumentaria femenina [il. 11 y 12]. Esta moda coincide con la etapa de formación e incluso con el inicio de consolidación de Sorolla como pintor. Momento que sin duda dejó huella en el concepto moda del artista. Los cuerpos de los trajes continúan muy ceñidos al busto y algo más largos que lo que encontraremos en etapas posteriores y con decoraciones más contenidas; ahora las faldas presentan bullones, drapeados, recogidos, lazos y aplicaciones en un mágico virtuosismo de la aguja. Hay predominio del polisón, la prenda que consigue dar forma y volumen, especialmente en la parte trasera del vestido de la mujer. 28 Victoria Liceras En esta época las modistas empiezan a tener un papel relevante. Es posible combinar y armonizar elementos diferentes unidos por juegos cromáticos de gran habilidad, que denotan la genialidad del taller. La sinuosidad y movimiento en la indumentaria se impondrá a finales de la centuria caminando de la mano del Art Nouveau. Es la corriente modernista de entre 1890 y 1914 en la que surgen nuevos estilos y formas que van desde la inspiración del Renacimiento hasta el triunfo de la línea sinuosa característica de 1900. Cuerpos estilizados pero flotantes y faldas ceñidas en las caderas que se despegan más abajo y se mueven rítmicamente siguiendo muy de cerca la estética finisecular. El modernismo supone la exaltación de la mujer y se expresa en el ritmo casi musical de las curvas. Se trata de una belleza femenina que no es provocativa, pero sí frágil y seductora [il. 13 y 14]. Antes de que acabe la primera década del siglo XX se comienza a imponer en la moda la línea recta. Las faldas, que tan sólo se acompañan de una enagua, han perdido todo su volumen. Sin embargo el corsé sigue ocupando un lugar destacado, aunque adquiriendo apariencia cada vez más flexible y cómoda en respuesta a las exigencias impuestas por la higiene y por la medicina, que persiguen crear prendas que 29 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla 11. Pilar Elegido, 1889. Ól/lz. 72’5 x 50 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 12. Mantilla rectangular “española” de seda blanco marfil; encaje tipo “Granada”. Ca. 1905. Colección Victoria Liceras. 30 Victoria Liceras 31 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla 13. Señora de Estanislao Granzow e hijo, 1905. Ól/lz. 101 x 116’5 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 32 Victoria Liceras 14. Traje de seda adamascada negra: falda acampanada y jubón ancho, cerrado en delantero y ceñido a cintura. Cuello blanco de encaje de guipur y gran pechera de batista. 1905. Colección Victoria Liceras. Traje de niño: calzón de lana y cuerpo ablusado de algodón adamascado, recogido en cintura. Gran cuello de piqué blanco y chalina de seda natural beige. 1905. Colección Victoria Liceras. 33 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla 15. Lucrecia Arana, 1919-20. Ól/lz. 104.8 x 81.5 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 16. Traje de una sola pieza, de seda color negro con aplicaciones de encaje, manga larga, escote con sobrepuesto transparente. Se acompaña de capelina de terciopelo ribeteada en piel. Ca. 1919-20. Colección Victoria Liceras. 34 Victoria Liceras 35 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla proporcionen mayor libertad al cuerpo. De nuevo el mundo clásico (al igual que ocurrió con la moda Imperio) sirve de inspiración y referencia, y grandes artistas y modistos como James McNeill Whistler, Gustav Klimt, Mariano Fortuny y Paul Poiret, participarán en esa búsqueda de la simplificación [il. 15 y 16]. Con el tiempo el traje femenino se va minimizando, inspirándose en lo deportivo y lo militar. La mujer parece más feliz y menos monótona y cuando una práctica deportiva entra en las costumbres femeninas la moda imita a lo masculino. Una novedad ligada íntimamente a este concepto es la aparición del llamado “traje de chaqueta”, que recuerda cierta masculinidad y hace respirar aires de libertad y de igualdad. A Sorolla le impactó el modelo, como se aprecia en algunos dibujos epistolares [il. 17]. La tela, la más frágil de todas las materias, muestra a través de un retrato o un simple maniquí, una silueta icono de nuestra historia de la moda. El objetivo no es vulgarizar el sentido, ni restituir una ficción próxima de un cierto verismo, ni de pretextar una situación para jugar con los trajes. El resultado está ahí y hoy constituye el trabajo de un sueño de emociones. Se ha querido profundizar, llamar a los especialistas de la moda para un aclaramiento histórico más pertinente. Existe la creación. 36 Victoria Liceras 17. Dibujo de traje de chaqueta incluido en la carta de Sorolla a su mujer del 4 de noviembre de 1915. Museo Sorolla. CFS/1499-2. 37 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla Esta última etapa es quizás la más fructífera respecto a los retratos que realiza Sorolla. Coincide con su época de consolidación y podríamos incluso decir de culminación como autor. Es ya un gran pintor reconocido y solicitado. No sólo representa reiteradamente, como ya hemos hecho notar, a miembros de su familia, en especial a su esposa e hijos, sino que recibe muchos encargos de personas dispuestas a que su imagen pase a la posteridad. Y, para ello, tanto caballeros como señoras se visten con las mejores galas, con lo que nos hacen llegar un legado importantísimo respecto a la moda imperante. Trajes de calle, trajes de tarde, trajes de noche y de ceremonia. Era necesario conocer y ceñirse a estrictas reglas de etiqueta para que las señoras fueran idóneamente vestidas dependiendo del momento del día en que estuviesen o del evento al que acudieran. Cuando más importante es el momento escogido más rico es el conjunto deseado para posar. Y de ahí que hayan llegado hasta nuestros días modas y mitos que permanecen imperecederos a nuestros ojos. Sorolla poseía una gran facilidad para retener lo que veía a su alrededor y plasmarlo en el lienzo. Esto no ocurría sólo en las escenas de playa, pescadores o labradores, manifestaciones de su origen popular 38 Victoria Liceras y el amor a su tierra, sino que sabía transmitir en sus cuadros el conjunto sumergido de factores económicos, sociales, ambientales, que influyeron tanto en la evolución de la indumentaria. La moda nos descubre hoy gustos efímeros que en la actualidad suponen para nosotros un fiel testimonio histórico. Los retratos de Sorolla también nos hacen reflexionar sobre la identidad masculina. En esta época ya no se imponían los códigos indumentarios posteriores a la Revolución francesa. Podíamos hablar de una nueva tendencia: la anglomanía, que redefinió la masculinidad dando una silueta más adaptada al día a día y de donde surgirá la moda del futuro hombre moderno. La simplificación de la moda para los hombres se aceleraría con el nacimiento de los marchantes de indumentaria que concentran en la mujer todas sus atenciones. La historia castiga al vestido masculino, al hombre burgués más dedicado a los negocios, a la política…y tan sólo reserva ciertos ornamentos y tejidos para simular el fasto. Esta identidad sobria se cristaliza a finales del siglo XIX alrededor de colores oscuros y a menudo el negro, sinónimo de autoridad. Los profundos cambios en la sociedad fijan nuevos usos indumentarios. Los chalecos de rayas y motivos geométricos reemplazan a las flores de épocas anteriores. La anglomanía y el gusto por lo natural y líneas más sencillas, favorecen 39 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla 18. D. Carlos Urcola con su hija Eulalia, 1914. Ól/lz. 166 x 92 cm. Colección particular, depositado en el Museo de BBAA de Valencia. 40 Victoria Liceras 19.Traje completo en sarga de lana negra, con chaleco de seda color marfil y camisa con pechera y cuello almidonados. Ca. 1914. Colección Victoria Liceras. Traje de una pieza en organdí de algodón estampado, manga corta hueca y profusión de pequeños volantes. Ca. 1914. Colección Victoria Liceras. 41 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla un vestuario masculino menos complicado y hasta inspirador de modas femeninas, como hemos podido apreciar anteriormente. Si el sentido de representar es el recurrente en el caso de los dos sexos, el móvil no es el mismo en el caso del hombre. La puesta en situación de la ropa masculina siempre reúne las mismas piezas: camisa, chaleco, chaqueta y pantalón. Siempre igual, pero nunca con las mismas formas. En el fin del siglo la elegancia última pasaba por la corbata. Podíamos decir que proporcionaba felicidad a los elegantes. La corbata no es solamente un “útil protector contra reuma, torticolis, dolor de muelas y otras gentilezas” (según opinión de algunos) sino que es una parte esencial y obligada del traje que en sus variadas formas ayuda a conocer a quien la lleva. O sea, que la corbata se lleva, o más exactamente se anuda, de diferentes formas. Lo indisociable de la corbata al cuello y los puños almidonados y desmontables, constituyen el último avatar del hombre moderno de finales del siglo XIX. Puede ser desmontable el cuello, esta vez por razones de higiene. Si es blanco constituye la marca de las clases superiores. Y por último, la parte delantera de la camisa o pechera, que se almidona en ella misma o se aplica como plastrón adornando. El vestuario masculino evoluciona lentamente durante este período. Los códigos burgueses de este 42 Victoria Liceras fin e inicio de siglo quieren reducir el traje a la más estricta sobriedad. Firman un tiempo y representan la transposición de códigos sociales y económicos. En los retratos masculinos Sorolla tampoco olvidaba detalles. Tomaba el tiempo necesario para buscar una buena postura que enseñase la delicadeza de una corbata, el movimiento de una manga, o la exuberancia de un bordado. Y a pesar de que la ropa del hombre es a menudo más insignificante que el traje femenino, sus retratados son portadores de mensajes. En ocasiones pretextan una situación para jugar a la instantaneidad con el traje [il. 18 y 19]. Finalmente no podemos olvidar la indumentaria de los niños. Esos niños que desde su más tierna infancia son muchas veces retratados aprovechando el crecimiento de la prole, a los que podemos distinguir dentro de su ambiente doméstico, en sus juegos callejeros o posando más ceremonialmente solos o en familia. Los vestidos infantiles son blancos, unisex durante los primeros años de vida, y posteriormente con volantes y rizos para las niñas y con pantalones casi siempre cortos para los niños, en los que destaca la inspiración marinera o militar con trencillas y adornos sobrepuestos. A pesar de la monocromía, en los retratos de Sorolla se notan los detalles, incluso la textura del tejido, en donde la presencia del algodón 43 L a I ndumentaria E n L a O bra D e J oaquín S orolla induce a admitir una industrialización consolidada. Como hemos visto antes, el pintor también viste a sus propios hijos con ropas más o menos tradicionales, para identificarlos con su querida Valencia, a la grupa de caballo y con aire festivo, conservando para ello algunas ropas antiguas, así como joyas y complementos posiblemente de procedencia familiar. He aquí el conjunto. He aquí el legado. Ambos cobran forma en la exposición Vestidos para posar. Y aunque las piezas físicas de ropa no hayan sido, en algunos casos, idénticas a las representadas en los cuadros, sí se ha buscado la máxima similitud, con una misma tendencia, estilo, tipo de patronaje y tejido. En fin, una representación que nos haga adivinar a través del tiempo lo que en su momento se lució con elegancia. 44 Del modisto al estudio del artista. los retratos de Joaquín Sorolla Isabel Justo L a indumentaria del cambio de siglo XIX al XX causa especial fascinación al espectador del siglo XXI: es una admiración nostálgica, ya que todavía consideramos los objetos y trajes que poseyeron nuestros abuelos y bisabuelos, huellas de una historia propia. El vestido de esa época, especialmente el femenino, nos evoca sentimientos contradictorios: por un lado reconocemos su espectacularidad y por otro lo vemos incómodo o aparatoso, combinación de la elegancia de una silueta inventada por el apretado corsé y los largos vuelos de aquellas faldas que dificultaban la marcha normal. La pintura, y muy especialmente el retrato de la época, es una herramienta excelente para revisar, como si de un álbum de fotos familiar se tratara, la ropa de aquellos tiempos, acercándonos a la sociedad del momento, al menos al pujante grupo que podía 47 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a permitirse encargar retratos a un pintor de fama internacional, como lo fue Joaquín Sorolla Bastida. También para acerarnos a la realidad de clases más populares, analizando la relación de retroalimentación entre pintura y fotografía, entre el retrato exclusivo pintado y la imagen en blanco y negro, solución económica con la que conservar la propia efigie. La retratística no era, en aquella época, una actividad artística especialmente apreciada desde el punto de vista intelectual; y menos si se trataba del retrato femenino. La contaminación cruzada entre retrato y moda, que ahora nos es tan útil para estudiar la época, hacía que los artistas temiesen verse comparados a los modistos, y por lo tanto infravalorados. Dicotomías como arte/artesanía, profundidad/superficialidad, verdad/artificio, desnudo/vestido e incluso virilidad/ femineidad, estaban a la orden del día en los debates de artistas e intelectuales. Quizás los artistas se sintieran obligados a condescender con las señoras admitiendo ciertos “arreglos” o “composturas” en sus retratos, que las favorecieran pero falsearan el resultado final. Al menos ese fue el temor que, de una manera o de otra, manifestaron numerosos artistas, también Sorolla, que tuvo atender numerosos encargos que si bien no siempre despertaban su interés como pintor, 48 Isabel Justo multiplicaron su popularidad, mejoraron su estatus social y le proporcionaron una vida cómoda. LOS TRAJES DE LOS MODELOS DE SOROLLA Sobre el retrato en la obra de Joaquín Sorolla se ha escrito mucho en los últimos años, lo que ha contribuido a mejorar considerablemente la consideración del valenciano en lo referente al género y colocarlo en el contexto internacional al que perteneció.1 Si sus primeros biógrafos, con pocas excepciones, consideraban que los retratos no estaban a la altura de sus famosas escenas al aire libre (cfr. Pons-Sorolla 2006, 115 y 2014b, 136), hoy se le reconoce un gran talento para la retratística, se revisa su evolución, destacando el estilo sobrio, velazqueño, de muchas obras y la riqueza de matices y dramáticos contrastes cromáticos de sus retratos al aire libre. 1 En 2011 Javier Pérez Rojas hizo una revisión del género del retrato en Sorolla que publicamos en el número 2 de esta misma colección de la Institución Sorolla; el texto incluye un completo estado de la cuestión. Habría que añadir ahora los artículos y fichas del catálogo Retratos de la Belle Époque (Llorens; Llorens 2011) y los del reciente Sorolla and America, que hace especial hincapié en el análisis del medio centenar de encargos de clientes americanos a Sorolla (cfr. Pons-Sorolla 2014a y 2014b). Para conocer los retratos que Sorolla dedicó a su mujer y musa es fundamental revisar el catálogo de la exposición dedicada a Clotilde García del Castillo en 2012 por el Museo Sorolla (Luca de Tena 2012); al respecto, y muy especialmente por su estudio de la moda de la época, véase el folleto editado por el mismo museo sobre la moda a través de sus retratos (Descalzo 2012); sobre los autorretratos de Sorolla véase el número 4 de esta misma colección (Justo 2012). 49 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a En los más de quinientos retratos individuales que pintó Joaquín Sorolla (cfr. Pons-Sorolla 2006, 116), el protagonista suele aparecer sereno, relajado, levemente sonriente, con la mirada vivaz; en otros casos, quizás más frecuentemente los femeninos, el retratado está caracterizado por una actitud indolente, que acentúa su elegancia alejándolo afectivamente del espectador. El traje ayuda, muchas veces, a acentuar estas actitudes, junto con el mobiliario y el entorno, un interior de tonos oscuros, muy frecuentemente almagres, o un jardín lleno de flores. Los intelectuales y artistas retratados por Sorolla (incluyendo los autorretratos), pueden ir acompañados de objetos relacionados con su profesión o afición (un pincel, un microscopio, un libro, una pieza de arqueología...); visten indistintamente ropa del trabajo o trajes elegantes que los “caracterizan” como profesionales o como parte de la clase social a la que pertenecen. Fuera de los amigos más cercanos y la familia de Joaquín Sorolla, cientos de retratos fueron encargados al pintor; éste tenía unos precios estipulados según el tamaño de la obra y su dificultad, que fueron subiendo con los años.2 En estos cuadros los hombres suelen ir de negro (con alguna excepción 2 Entre 1893 y 1900 Sorolla cobraba entre 2000 y 3000 pesetas por cada retrato. De 1900 a 1904 desde 2500 a 5000; a partir de 1904, con excepciones más caras, entre 5000 y 10.000 pesetas (cfr. Pons-Sorolla 2006, 128). 50 Isabel Justo veraniega y algún que otro uniforme), de etiqueta o en traje de calle; los niños pequeños y las jovencitas van vestidos de blanco y los muchachos de gris; estos últimos —el hijo de los Granzow, el del niño José María Suarez o muchos de los retratos de Joaquín hijo— parecen acercarse poco a poco con sus trajes grises al luto riguroso de sus progenitores. Un buen ejemplo de retrato de caballero es el del abogado Silverio de la Torre y Eguía (1893). [cat. I; il. 20] Vestido con el aire intemporal del frac —que en más de un siglo no ha cambiado prácticamente— y rodeado de una tonalidad almagre, en la que se intuye un sillón, reposa el retratado con una actitud serena. Por todo adorno una flor blanca, a juego con la pechera, cuello y puños de la camisa, alegra sobriamente la solapa izquierda. Su pálida piel es la mancha de pintura más clara después de la camisa; mientras, a la oscuridad rojiza del fondo, siguen los negros del pantalón, chaleco, pajarita y chaqueta, junto al del cabello y la barba, otro elemento que se debe considerar expresivo de su personalidad, garantía de masculinidad y madurez. Sus manos, estudiadamente relajadas, dibujan una condición elegante y afable. Mientras los caballeros y los niños generalmente son representados casi en blanco y negro, las damas 51 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a 20. Abogado Silverio de la Torre y Eguía (det.), 1894, Ól/lz. 100 x 124 cm. Colección particular. 21. Señora de Martínez de Tejeda (o Luisa de Martínez de Tejeda), 1907, Ól/lz. 81 x 122 cm. Colección particular. 52 Isabel Justo se resisten a la uniformidad. Podemos encontrar señoras de buen tono vestidas de tonos claros o de blanco inmaculado, como Luisa Martínez de Tejeda [il. 21], pero es muy frecuente el uso de trajes de tarde o de noche en retratos más o menos llamativos: desde la exquisita sobriedad de Teresa de Beruete (retratada en 1901 con unos impertinentes en la mano, un traje de cuello cerrado, de rasos grises y corbata con lazada, rodeada por su propio abrigo y sentada en una butaca del teatro) hasta la impresionante presencia de la Condesa de san Félix (1906) que viste un traje de noche de brillante tela 53 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a rosa, muy escotado, o la fastuosidad de Elena Ortúzar (1906) con una capa con vuelta de armiño en la parte superior que le confiere aire regio. Esa actitud a todas luces carente de modestia de Elena Ortúzar, al elegir un cuello de armiño, asociado siempre a las casas reales europeas, no es un caso aislado. Algunas de las señoras que encargaron retratos a Sorolla en América, después de admirar en su exposición neoyorquina de 1909 el retrato de la reina Victoria Eugenia, pidieron al pintor que su efigie se pareciera a la de la monarca española. PonsSorolla destaca el caso de dos damas pintadas, como la reina, en un retrato oval (2014, 138); junto a casos como el de Mrs. Charles B. Alexander [il. 22] —que además del formato está adornada con un larguísimo collar, similar a los que lucía la reina Victoria Eugenia con frecuencia— otras señoras copiaron la capa de armiño (Portrait of Frances Tracy Morgan, 1909) [il. 23] el vestido o el peinado. Los personajes de la alta sociedad o del mundo del espectáculo marcaban tendencia y eran copiados en sus peinados y trajes tal y como se sigue haciendo hoy en día. El peinado a lo Cleo de Meróde, por ejemplo, con la raya al medio y cubriendo las orejas, causó furor en la primera década del siglo XX, en la época de mayor esplendor y fama de la bailarina belga. Pero 54 Isabel Justo 22. Señora de Charles B. Alexander, 1909. Ól/lz. , 145 x 115 cm. Colección particular. 55 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a 23. Frances Tracy Morgan, 1909. Ól/lz. , 115 x 90 cm. New York, The Morgan Library & Museum. 56 Isabel Justo volviendo a Victoria Eugenia, cabe citar otro retrato suyo, uno exquisitamente sobrio en el que el negro es también protagonista. Pintado en 1918 [il. 24], representa a la reina como un ser delicado y etéreo, que parece guardar el equilibrio con las puntas de los dedos apoyadas en lo que parece la barandilla del palco en un teatro. Como en el retrato de Silverio de la Torre, un tono terroso y rojizo invade el fondo, del que emergen la piel pálida, el cabello dorado y los ojos azules de la reina, apenas adornada con algunos puntos brillantes en los dedos, las orejas y las muñecas, que han sustituido las joyas aparatosas de retratos anteriores; los largos collares de perlas, los pesados vestidos y las capas regias han desaparecido, dejando un escotado traje de noche negro de tirantes con los hombros velados por un sutil tejido. Es este un modelo similar al que luce la anónima señora que Sorolla retrata sentada (colección Gerstenmaier) [cat. II; il. 25], en un entorno igualmente oscuro, pero animado por la madera labrada del respaldo en el que se apoya la retratada. Sorolla hizo en este retrato como su apreciado John Singer Sargent hiciera décadas antes en su famoso Retrato de la señora X (1883-1884), en el que pintó a una dama vestida con un impresionante traje de noche negro ajustado al cuerpo —aunque de corte más antiguo— con uno de los tirantes caído como al descuido. A Sargent el “descuido” le valió que la interesada no 57 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a 24. La reina Victoria Eugenia en el palco del Teatro Real, 1918. Ól/lz. , 142 x 114. Córdoba. Colección Cajasur. Palacio de Viana. 58 Isabel Justo 25. Retrato de señora (det.) ,1913. Ól/lz. 150 x 107,5 cm. Colección Gerstenmaier. 59 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a quisiera comprar el retrato (hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York), ni aún después de subirle pudorosamente el tirante, pero, como afirma Barbara Guidi (2011, 37), le proporcionó fama y, sin duda, nuevos encargos. No sabemos si Sorolla pretendía aquí jugar a la provocación o si fue una sugerencia extravagante de la modelo. Modelo sin nombre, por cierto, como Madame X de Sargent [il. 26]; aunque sí sabemos que esta última se llamaba Madame Pierre Gautreau y que Sargent omitió su nombre al presentar su provocativo retrato al Salón de París de 1884. 60 Isabel Justo 26. John Singer Sargent. Madame X (Madame Pierre Gautreau), 1883-84. Ól/lz. 208’6 x 109’9 cm. New York, Metropolitan Museum of Art. Arthur Hoppock Hearn Fund, 1916. Acc.n.: 16.53. 61 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a ¡YO, PINTOR DE RETRATOS! En septiembre de 1913 Sorolla viajó a París para llevar a cabo el retrato del que se considera su “otro patrón americano”, Thomas Fortune Ryan (cfr. PonsSorolla 2014, 202);3 también para entrevistarse con Huntington y revisar el proyecto de la decoración de la Hispanic Society of America. Entonces realizó algunos de los encargos que se quedaran pendientes en sus dos viajes a Estados Unidos (1909 y 1911), entre ellos el de la mujer que tiempo después sería la Sra. Ryan, Mary Townsend Cuyler; este último retrato causó sensación en París cuando fue presentado en sociedad; así se lo contaba Sorolla a su esposa por carta el 14 de octubre de ese año: Hoy he sabido que anoche hubo una gran recepción en casa de Ryan, y el retrato de la señora tuvo tan gran éxito que es conceptuado como lo mejor que he hecho: todas están deseando vaya a América. Yo, ¡¡pintor de retratos!!, no salgo de mi asombro, y más aún, ¡¡de señora!! (cfr. Lorente Sorolla; Pons-Sorolla; Moya 2008, 76-77). Sorolla no salía del asombro de verse a sí mismo aplaudido y buscado por las señoras de la alta sociedad 3 De Thomas Fortune Ryan Sorolla pintó dos retratos por encargo y le regaló un tercero, una cabeza, que realizó en esas mismas fechas, de septiembre a octubre de 1913. Sobre el personaje véase además el artículo de Mark A. Roglán en el mismo catálogo de la exposición Sorolla and America (2014). 62 Isabel Justo americana; no sin cierto fastidio tuvo que continuar unos días más en París para atender otras solicitudes, como el retrato de Mme. Seligmann, después de hacer a regañadientes el de Mary Townsend Cuyler, que al parecer de Sorolla no era muy agraciada y quizás por ello viera el tema más complicado de lo normal. El de Sorolla no es un caso aislado, maestros contemporáneos como James Abbott McNeill Whistler, Giovanni Boldini o John Singer Sargent, Anders Zorn, Antonio de La Gandara o Philippe de Lázlo, se dedicaron al retrato de sociedad, algunos en exclusiva; como Sorolla, disfrutaron de fama y reconocimiento en vida, pero tuvieron que practicar un género considerado poco creativo y monótono, aunque muy lucrativo (cfr. Guidi 2011, 29-30). ¿Qué es lo que tanto desagradaba a los artistas de pintar retratos de sociedad, especialmente de señora? ¿Acaso las obligaciones de las relaciones públicas, a menudo superficiales y aburridas, espantaran a los artistas más bohemios? No debía ser fácil huir de ese tipo de relaciones, ni aún negándose a pintar retratos: cualquiera que quisiera vivir de su obra y estar en el mercado tenía que tratar amigablemente con ese grupo de alto poder adquisitivo que constituía el principal cliente de artistas y artesanos. La respuesta debe buscarse en línea con una misoginia propia de la 63 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a época, que despreciaba las preocupaciones e intereses de la mujer contemporánea, también por la situación inicial de fusión e intercambio entre las artes con mayúsculas y las artes aplicadas, la decoración, la moda o el diseño. En este momento inicial se podían encontrar distintas reacciones al respecto: por un lado los puristas, los intelectuales que rechazarían cualquier relación entre las artes mayores y la artesanía y los nuevos medios de creación (el cine, la fotografía), y por otro el auge del los movimientos Arts & Crafts y la consecuente democratización del diseño. Las mujeres eran acusadas precisamente de mezclar estos dos polos de manera frívola,4 cuando en realidad pueden considerarse la avanzadilla de una situación incipiente que estallaría con rabia en la sociedad de consumo y de masas del siglo XX, y cuya máxima expresión sería el Pop Art. En su novela La Quimera (1903-1905), Emilia Pardo Bazán exhibe todos sus conocimientos sobre el mundo de la moda del París de la época de Sorolla, diferenciando drásticamente entre la exclusiva Rue de la Paix y los grandes almacenes donde reinaban las 4 Cuando las mujeres eran alabadas por su moderna actitud integradora no carecían los halagos de ironía y burla, piénsese, por ejemplo, en la actitud de Oscar Wilde, que por boca de su trasunto, Lord Henry, decía de las mujeres en El retrato de Dorian Gray: «They are charmingly artificial, but they have no sense of art» (1890-91, cap. VIII, 30). 64 Isabel Justo ofertas y los saldos.5 La novela está protagonizada por Espina Porcel, una exquisita mujer joven, refinada y peligrosa, que para divertirse apadrina a un pintor, Silvio Lago, prometiéndole abrirle las puertas de la sociedad más selecta. Una de las jugarretas que Espina le gasta a Silvio sucede precisamente en la calle de la Paz, en París. Espina humilla públicamente al pintor presentándoselo al modisto de moda, Paquin, para que trabaje para él como dibujante de figurines. Durante toda la trama Lago se debate entre diferentes tendencias y actitudes frente a la pintura, lamentando verse convertido en un mero pintor de sociedad que sólo destaca por su habilidad con la pintura al pastel. Silvio, en pos de la quimera del título, busca siempre ir más allá. Así lo expresa el personaje mientras retrata a otra protagonista de la novela, Minia, trasunto de Pardo Bazán: - … Corregir líneas, corregir tonos de cutis, hacer de lo 5 «En la calle de la Paz, el lujo no se hace adaptable, accesible, como en tantos puntos de París, por ejemplo, los grandes Almacenes, que anzuelan a la mujer con el cebo de la baratura. Al contrario. La calle de la Paz seduce, altanera, con lo exorbitante, lo que sólo allí se paga a tal precio, aunque en otra parte se encuentre, acaso indiscernible. Los sombreros de la calle de la Paz, las camisas de la calle de la Paz, las joyas de la calle de la Paz, tienen la pretensión de cifrar la plenitud e intensidad del lujo, lo serio y gallardo de derroche. Fanatizan... Y no son sólo los escaparates con sus vidrios limpios y altos los que incitan al poderoso. En todos los pisos de las casas, los balcones están cruzados de letreros de oro, enormes, con el reclamo del nombre de alguna celebridad o especialidad de alta fantasía; allí han fijado su residencia los grandes modistos, pontífices de la vanidad y dictadores del trapo» (1903-1905, cap. III, 438-441). 65 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a ajado lo suavemente pálido y de las remolachas rosas... eso, cualquiera sabe. Más difícil es infundir un alma en caras que no la tienen. El intríngulis es meter esa belleza del ensueño y del pensamiento en fisonomías de modelos que están rabiando porque el vestido sienta mal o porque el corsé aprieta. ¿Verdad que los retratos siempre parece que nos cuentan algo, algo muy melancólico y digno o muy amoroso? En cien casos, es que el retratista presta al modelo el espíritu de que carece. - Según - respondió Minia, interesada por la teoría -. Hay pintores muy realistas, por ejemplo, don Vicente López, y un flamenco antiguo, Franz Hals, que retrata la naturaleza animal y la expresión vulgar... ¡Y hacen prodigios... Vaya! A lo que el pintor responde: Eso es lo bueno, lo bueno: la verdad, sin trampas ni artificios. ¡Dichosos los que no necesitan falsificar nada!... (op. cit., cap. I, 149-150). ¡La verdad y el vestido siempre enfrentados! Hoy podríamos simpatizar más con la actitud de Espina que, mucho más moderna, quería poner a colaborar a un pintor y un modisto, anticipándose a la invasión transversal del diseño en nuestra sociedad de masas. Susan Kirkpatrick ha visto clara y prometedora para aquel entonces, la ligazón entre preocupación femenina por el vestir y la decoración y el despunte del diseño en los movimientos Arts & Crafts: 66 Isabel Justo Entre la preocupación “femenina” por la estética de la ropa y el interior doméstico y los movimientos de finales del siglo XIX íntimamente asociados a las manifestaciones esteticistas del modernismo europeo, tales como el movimiento de artes y oficios o el art nouveau en el diseño, media solo un paso (Kirkpatrick, 2003, 80). Un interés que daría sus frutos décadas después, al volverse funcional y cómoda la moda, acompañando los logros de los movimientos de liberación de la mujer.6 En el personaje de Espina Porcel, la protagonista de La Quimera, se aúnan dos características que aparentemente aclaran la postura de Emilia Pardo Bazán a la hora de permitir el encuentro entre arte y artesanía. Espina es bellísima pero tiene una personalidad funesta; es una mujer culta, que conoce la historia del arte, aunque lo interpreta todo sin miramientos, sin respeto, 6 Las representaciones culturales de la mujer reflejaron los cambios en los códigos de conducta femenina que se produjeron en el siglo XX. Las nuevas modas, ejemplificadas por la ropa diseñada por Coco Chanel, seguían la tendencia estilizada del diseño modernista europeo, enderezando las curvas femeninas del art nouveau y eliminando lo decorativo en favor de lo funcional. En efecto, los nuevos estilos de ropa más corta y sencilla, así como más holgada, resultaban funcionales para la mujer moderna, puesto que la liberaban para practicar deporte, conducir automóviles y ejercer una profesión. La imagen de la flapper o garçonne se difundía ampliamente en los medios de comunicación de masas (Kirkpatrick 2003, 220). 67 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a caprichosamente.7 Como el protagonista de El retrato de Dorian Gray, (Wilde 1890-91) Espina termina de la peor de las maneras y esconde bajo esa apariencia brillante la fealdad y el vicio; en su caso las marcas de los pinchazos de morfina, ocultos entre los volantes y rasos de su elegante toilette. Aunque el personaje de Espina es tan divertido, irreverente e interesante que convierte al pobre Silvio Lago —obsesionado con una meta inalcanzable, con los grandes maestros, el arte clásico, el renacimiento, la pureza de la naturaleza, incluso la verdadera masculinidad— en un ser ridículo y anticuado. Desde mi punto de vista Pardo Bazán se limitaba a plantear todas las contradicciones del mundo contemporáneo sin tomar partido. Ella misma debía sentir esas contradicciones, era amante del lujo y la moda y defensora de la tradición y de las artes con mayúsculas. Javier Pérez Rojas ya utilizó hace años La Quimera de Pardo Bazán para explicar esa contradicción del artista a la hora de dedicarse al retrato y el conglomerado de arte y moda que el género podía suponer en aquellas fechas: 7 Reflexiona Silvio, pensando en Espina: «La he llevado al Museo, la he llevado a la Academia de Bellas Artes, la he llevado a la ermita de San Antonio. Lo único que noto que la impresiona es Goya. La maja desnuda y la maja vestida fuerzan su entusiasmo, y ante esas dos figuras enigmáticas, profundamente perturbadoras, hablamos otra vez del desnudo, hacia el cual reitera su desprecio. / Las etéreas figuras de la Florida le seducen. / - Goya - me dice - es un moderno, un moderno. No lo son muchísimos que pintan ahora, y que por dentro están en el año 60» (Pardo Bazán 1903-05, cap. II, 360-361). 68 Isabel Justo Doña Emilia retrata al retratista y desvela con su narración la importancia y significado del retrato en el fin de siglo, como uno de los géneros predilectos entre artistas y clientes, claro que esta predilección exige ciertas matizaciones con respecto al artista por lo que el encargo puede suponer también de dependencia y servilismo cuando se somete no solamente a perpetuar una imagen más ideal que real, que proclama la belleza y distinción del retratado, sino a realizar una operación de maquillaje que requiere incluso un alma de modisto (Pérez Rojas 2002, 334). En una carta fechada en 1913, Sorolla manifestaba a su esposa la desazón que sentía al perderse por las mismas calles que describe la autora gallega en La Quimera, y agradecía la aparición de una conocida valenciana que lo trae y lo lleva, pudiendo el pintor encargar ropa para las mujeres de su familia. De hecho esos dos meses de septiembre y octubre, con un calor insoportable en París, Sorolla se dedicó, exclusivamente, a pintar retratos y a buscar trajes para las mujeres de su familia. Como te dije en mi anterior, ayer me dediqué a la busca con las medidas que me enviaste. Tuve la suerte de ser presentado a una señorita valenciana, amiga de Cadena, la cual viste muy bien y que conoce París en sus rincones, y me acompañó; compré un sombrero para Helenita en la avenida de la Ópera, y luego fuimos al quinto infierno en busca de un sastre ruso, y después de esperar allí una hora el «hombre sastre» no apareció. Hoy volveremos (cfr. Lorente; Pons-Sorolla; Moya 2008, 67-68). 69 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a En los epistolarios con Clotilde, Sorolla no deja de comentar lo que ve por la calle, a menudo le pide sus medidas y las de sus hijas, María y Elena, y algunas veces sus cartas incluyen dibujos,8 especie de figurines, en los que explica detalles muy concretos apuntando al lado indicaciones precisas [il. 27]. El interés por la estética de Sorolla, unido al amor e interés que las mujeres de su familia le despertaban, hacían de Sorolla un hombre preocupado por la moda. Al parecer Joaquín Sorolla no dejaba siempre opinar a los personajes que retrataba. Es probable que más de una señora lo llevara de cabeza (entre ellas la reina Victoria Eugenia, poco puntual y antojadiza)9 pero en otro casos, como el de Pérez de Ayala, Sorolla insistió en plasmar su propia idea del retratado, aunque fuera una primera impresión del mismo. 8 También solía dibujar para entretenerse mientas almorzaba o cenaba a los personajes (muchos de ellos cosmopolitas turistas, sobre todo en Sevilla y París) que compartían comedor con él, a menudo encontramos en su correspondencia cabezas de mujeres y hombres, útiles para conocer las distintas tendencias en lo que a sombreros se refiere. Véase al respecto las ilustraciones de los epistolarios editados por Lorente; Pons-Sorolla y Moya en 2008 y Pons-Sorolla; Lorente en 2009. 9 Véanse, por ejemplo, las cartas 230-262 (Pons-Sorolla; Lorente Sorolla 2009), en las que Sorolla, desde Sevilla, relata a su mujer los cambios de planes que demoran la conclusión del retrato de Victoria Eugenia y, por tanto, la vuelta de Sorolla junto a su familia a Madrid «ahora solo pido a Dios que la Reina no me salga con alguna nueva molestia, pues ya no creo la aguantaría» 20 y 21 de febrero de 1908. 70 Isabel Justo Conocemos, por relato del propio Pérez de Ayala, que Sorolla le pidió que se vistiera de una forma muy peculiar para su retrato de la galería de la Hispanic Society of America: [il. 28] En una exposición particular me presentaron a Sorolla (…) Antes que nada, me dijo: “Precisamente iba a escribirle hoy mismo. Mr. Huntington me pide que haga un retrato de usted para la Hispanic Society, de Nueva York. ¿Puede usted venir mañana a mi estudio? (y fijándose con impertinencia en mí, añadió): Tal como está usted ahora, con impermeable, paraguas y esas gafas”. Yo le respondí riendo, porque me había caído en gracia el capricho: “Le advierto a usted que no me pongo gafas sino por excepción, como ahora, para mirar unos cuadros. Y en cuanto al impermeable y el paraguas, hoy es uno de los contados días del año que llueve en Madrid. Si un retrato retiene lo sustancial y más permanente de una fisonomía, usted, al pintar los accidentes más accidentales e inexpresivos que en este instante aparecen sobre mí, no hará mi retrato, sino una efigie imaginaria”. “No importa; me gustaría pintarle tal como está usted ahora”. Al siguiente día, fui a su estudio. La casa de Sorolla era la más comprensiva y extensiva interpretación del dueño. ¿Dónde concluye una personalidad? ¿En la epidermis? Las ropas que nos vestimos, ¿no son un índice de nuestro secreto ser, con sus inclinaciones y aspiraciones, acaso más sincero que las palabras que hablamos? ¿Y la casa donde vivimos? ¿No será la casa que construimos algo así como la concha calcárea de un molusco, secreción dura de nuestra secreta intimidad? (Pérez de Ayala 1923, 243-244). 71 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a 27. Dibujo de traje de chaqueta incluido en la carta de Sorolla a su mujer del 4 de noviembre de 1915. Museo Sorolla. CFS/1499-1. 72 Isabel Justo Se podría contestar que sí, a esa pregunta retórica de Pérez de Ayala, que alabó como algo positivo, importante, fundamental en la pintura de Sorolla, la superficie, la epidermis, sin la que, por otra parte, es imposible que haya “profundidad”, constituyendo ambos conceptos las dos caras de una misma moneda. El vestido ha sido visto como piel de la que hay que desprenderse para llegar a la verdad del desnudo, pero también como forma de expresión, parte sustancial de la personalidad del individuo. Felipe Garín y Facundo Tomás no se han cansado de subrayar la importancia de la superficie en la obra de Sorolla, y del retrato, y del vestido como manifestación del ser humano, con su capacidad de producirse estéticamente, de seducir y relacionarse: ¿qué es un retrato pintado sino una demostración de apariencia seductora en la que el hábito juega un papel determinante? (2006, 263). Tomás y Garín revisaron especialmente la fortuna crítica del artista en su época y la opinión que sus obras merecían a algunos de los miembros de la denominada generación del 98. Hablando sobre el retrato Clotilde en el estudio afirmaban: (…) demuestra aquí el pintor haber merecido el comentario que, insidiosamente pero con gran acierto, haría Ramiro de Maeztu varios años más tarde hablando de una exposición en Londres (Maeztu 1908): “Bastien-Lepage decía que el paisaje ha de tratarse como un retrato, Sorolla tiende, por instinto, a tratar el retrato como un paisaje”. 73 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a 28. Ramón Pérez de Ayala, 1920. Ól/lz. 105,8 x 81 cm. Nueva York, The Hispanic Society of America. 74 Isabel Justo Pocas afirmaciones como esta pueden dar la clave de la sustancial dimensión superficial de la pintura de Sorolla. Efectivamente, frente a la tradicional distinción del retrato entre “fondo” y “figura”, la figura se incorpora aquí al fondo para forjar unidad de superficie, afirmando el plano pictórico como sola entidad, como objetivo único de la actividad plástica (Tomás; Garín 2001, 45). Haciendo oídos sordos a sus propias convicciones, finalmente Ramón Pérez de Ayala claudicó y concedió a Sorolla ser retratado con impermeable,10 aun considerando que no era algo que reflejase su manera de ser. La razón que da en su artículo del cambio de opinión refleja la habilidad de Sorolla para tratar con los modelos más exigentes, de salirse con la suya y retratar lo que su exquisito buen gusto encuadraba casi en cada vistazo, como una artística, frenética y perfecta máquina de fotografiar. Llegó el instante de comenzar mi retrato. Sorolla insistía en pintarme con impermeable, gafas y paraguas. Yo me negué. Llegamos a una transacción. Accedí a permanecer con el impermeable abotonado, porque, según él decía, recordaba algo el hábito de un fraile, lo cual no me desagradaba (ibídem.). Sorolla imaginó que la imagen de sí mismo como un fraile iba a ser atractiva a Pérez de Ayala: era 10 En otro retrato de 1920 aparece de traje en el jardín de Sorolla (colección Pérez de Ayala). 75 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a una imagen poética, con un trasfondo ascético que sin duda pareció interesante al escritor. Es posible que plasmando lo que tanto llamó su atención, esa primera impresión de Pérez de Ayala como un fraile entrando en la sala de exposiciones, Sorolla nos dijera finalmente algo más del escritor que un análisis psicológico más prolongado. O puede que, pensando que el hábito no hace al monje, Sorolla utilizara la imagen del “fraile” sólo para convencer a Pérez de Ayala, mientras se centraba en preocupaciones menos literarias y más pictóricas, como el reflejo de la tonalidad verdosa sobre su piel cetrina, lo que se tradujo por fin en una combinación que hace de su efigie algo peculiar y distinto, muy sugerente, en la línea de otras obras de gran modernidad que se pueden contar entre lo mejor de su producción.11 11 Por ejemplo los retratos de su hija María convaleciente, tomando el sol de la sierra muy tapada, con ropas que le confieren un aspecto extraño, casi siniestro, que permite experimentar con el formato, la superficie pictórica, las manchas de color, sin preocuparse del aspecto de su hija, muy distante de los retratos de María vestida con ropa elegante que Sorolla acostumbraba realizar. En general, son los retratos de familiares y amigos los que Sorolla aprovechaba, desde el primer momento de su carrera, para experimentar, también los que la crítica ha considerado mejores. 76 Isabel Justo El hecho de que un artista sea más o menos superficial, que se adentre en lo que se da en llamar “hondura psicológica del retratado”, o se acerque al modelo con la intuición del artista experimentado que compone sin pestañear, (o una mezcla de todas) no nos quita la capacidad de conferir al resultado final el significado que cada ideología prefiera o necesite afirmar. Lo mismo que si la personalidad del modelo fuera bondadosa, inteligente o aburrida, ahora nos sería imposible saber si el retratado respondía a lo que parecía o, como afirmaba el protagonista de la Quimera de Pardo Bazán, su personalidad era mérito o demérito del pintor. Pérez de Ayala con impermeable puede ser interpretado, indistintamente, como expresión de los nuevos tiempos, de la voluntad de modernidad que caracterizaban el espíritu del escritor, periodista y crítico de arte, de su sentido del humor o incluso de una profunda vocación ascética que Sorolla adivinó en él a primera vista. 77 Del m o di s t o a l e s t u di o de l a r t i s t a 29. Traje femenino de fiesta de seda blanca, dos piezas. Ca. 1900-1905. Gargallo Hermanas, San Sebastián. Colección Victoria Liceras 30. Traje de chaqueta femenino, en tela de otomán de seda negra, dos piezas. Ca. 1890-95. Valencia, Concha Merelo Pérez, Confecciones. Colección Victoria Liceras 78 Isabel Justo 79 CATÁLOGO Recogemos aquí las fichas de las dos obras de Joaquín Sorolla que han formado parte de la exposición temporal Vestidos para posar… en la Sala Institución Sorolla del Centro del Carmen. Como se puede apreciar en las ilustraciones de este libro, la colección de indumentaria de Victoria Liceras se expuso junto a algunas de las obras maestras de Sorolla que exhibe permanentemente el Museo de Bellas Artes de Valencia en su Sala Sorolla. I.- Retrato del abogado Silverio de la Torre y Eguía (1894) Óleo sobre lienzo 124 x 100 cm. Colección particular. Dedicado en el áng. inf. dcho.: “Recuerdo para el hijo / de mi inolvidable amigo Silverio / J. Sorolla” Pantorba 1953, nº 1857; BPS, nº 1000 Exposiciones: Madrid 1932 nº cat. 10. Lieja 1985 nº cat. 32. Nueva York, San Louis, San Diego, Valencia 1989-90 nº cat. 9. Madrid 2007. 31. Traje masculino completo, tres piezas, en sarga de lana negra. Camisa con pechera almidonada. Sin firma. Ca. 1910. Colección Victoria Liceras II.- Retrato de señora (1913) Óleo sobre lienzo 150 x 107,5 cm. Firmado y datado arriba dcha.: J Sorolla y Bastida 1913 Colección Gerstenmaier. BPS, nº 013. Exposiciones: Madrid 2001, pag. 42. Madrid 2003, pag. 149. San Sebatián 2004, nº cat. 80. Las Palmas de Gran Canaria 2006, pag. 100. Madrid 2007, pag. 80-81, 122-123. Valladolid 2008, pag. 62-63. Toledo 2011, pag. 128. Gijón 2012, pag. 48. Zaragoza; Valladolid 2013-2014. 32. Traje femenino de fiesta en seda negra, una pieza. Sin firma. Ca. 1910. Colección Victoria Liceras Referencias bibliográficas Exposiciones citadas Referencias bibliográficas Descalzo, Amalia 2012, La moda a través de los retratos de Clotilde García de Sorolla, (folleto para: La pieza del mes, junio’12), Madrid, Museo Sorolla. Guidi, Bárbara 2011, “Retratistas empresarios. Notas sobre el mercado del retrato en el fin-de-sècle y sobre las estrategias d sus principales intérpretes”, Retratos de la Belle Époque (cat. exp.), Valencia, Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana; Ediciones el Viso, pp. 27-28. Justo, Isabel 2012. Autorretratos. Joaquín Sorolla Bastida (Colección Institución Joaquín Sorolla de Investigación y Estudios; 4). Valencia, Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana. Llorens, Tomàs; Llorens, Boye (com.) 2011, Retratos de la Belle Époque (cat. exp.), Valencia, Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana; Ediciones el Viso. Lorente Sorolla, Víctor; Pons-Sorolla, Blanca; Moya, Marina (eds.) 2008, Epistolarios de Joaquín Sorolla. II. Correspondencia con Clotilde García del Castillo, Barcelona, Anthropos. Luca de Tena, Consuelo (com.) 2012, Clotilde de Sorolla (cat. exp.), Madrid, Fundación Museo Sorolla. Pardo Bazán, Emilia 1903-1905, La Quimera; ed. de Marina Mayoral, Madrid, Cátedra, 1991. Pérez de Ayala, Ramón 1923, “Sorolla”, La Prensa, Buenos Aires, 30 de septiembre; Ramón Pérez de Ayala y las artes plásticas, Fundación 88 V estidos para posar Rodríguez-Acosta; Caja de Ahorros de Granada, 1991, 52, pp. 243-244 Pérez Rojas, Francisco Javier 2002, “La “quimera” y el retrato elegante”, en En el país del arte: segundo encuentro internacional, literatura y arte en el entresiglos XIX - XX: Celebrado en la Academia de España de Roma: 6-9 de julio de 2001 (actas del encuentro), Valencia, Biblioteca Valenciana, pp. 331-356. −2011. Familia de Estanislao Granzow. Joaquín Sorolla (Colección Institución Joaquín Sorolla de Investigación y Estudios; 2). Valencia, Generalitat Valenciana. Pons-Sorolla, Blanca 2006, “Sorolla: retratos individuales”, Sargent / Sorolla (cat. exp.), Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza, pp. 115-131. −2014 a, Sorolla and America (cat.exp.), Madrid, Ediciones el Viso. −2014 b, “Catalogue”, Sorolla and America (cat.exp.), Madrid, Ediciones el Viso, pp. 117-281. Roglán, Mark A. 2014, “Ryan and Sorolla. Rediscovering the Rich Life of an American Patron”, Sorolla and America (cat.exp.), Madrid, Ediciones el Viso, pp. 69-87. Tomás, Facundo; Garín, Felipe 2001, Los motivos de Sorolla: Clotilde”, el Museo Sorolla visita Valencia (cat. exp.), Valencia, Generalitat Valenciana, pp. 35-61 − 2006, Joaquín Sorolla (1863-1923), Madrid, T.f. Wilde, Oscar 1890-91, The Picture of Dorian Gray; ed. y trad. esp. Manuel Francisco Míguez, El cuadro de Dorian Gray, Madrid, Cátedra, 1995 (2ª ed.; 1ª ed.: 1992). 89 Exposiciones Citadas EXPOSICIONES CITADAS Gijón. 2012. Senderos a la Modernidad pintura española de los siglos XIX y XX. Centro Cultural Cajastur Palacio Revillagigedo. Las Palmas de Gran Canaria. 2006. Paisaje y Retrato en la colección Gerstenmaier, Sala de Arte de Caja Canarias. Lieja. 1985. Sorolla/Solana (Europalia 85 España). Salle Saint Georges. Madrid. 2001. De Brueghel a Miro, colección Gersternmaier. Sala de exposiciones del Deutsche Bank. Madrid. 2007. Del neoclasicismo a la modernidad a través de la Colección Gerstenmaier. Museo de la Ciudad. Madrid. 2007. Iustitita. La justicia en las artes. Fundación Carlos de Amberes. Museo de la Pasión de Valladolid. Nueva York, San Luis, San Diego, Valencia, 1989-1990. Joaquín Sorolla Bastida, IBM Gallery of Science and Art, The Saint Louis Art Museum, San Diego Museum of Art, IVAM. Santa Cruz de Tenerife. 2006. Paisaje y Retrato en la colección Gerstenmaier, Espacio Cultural de la Fundación Caja Canarias. Toledo 2003, Pintura española del siglo XIX. CCM Obra Social. Toledo. 2011. La pintura española de los siglos XIX y XX en la Colección Gesternmaier, Centro Cultural San Marcos. Valladolid. 2008. Pintores españoles de los siglos XIX y XX en la Colección Gerstenmaier. Zaragoza, Valladolid. 2013-2014. Eterno femenino: retratos entre dos siglos. Centro de exposiciones Ibercaja: Patio de la Infanta, Museo de la Pasión. 90 VERSIÓ VALENCIANA 93 L a I ndumentària en l ’ obra de J oaquín S orolla VESTITS PER A POSAR LA INDUMENTÀRIA EN L’OBRA DE JOAQUÍN SOROLLA Mª Victoria Liceras L a producció pictòrica de Joaquín Sorolla transcorre paral·lela a cada etapa de la seua vida i conseqüentment en cada una es reflectix l’entorn, la situació, la circumstància ambiental d’eixe precís moment. Com en altres artistes, quan observem la seua obra es nota l’evolució lògica, la trajectòria d’un mestre. Inquisidor en la mirada, escrutador de fins i tot el detall més xicotet, Sorolla va aprofitar estes qualitats per a plasmar en els seus quadros motius que ens suposen una important ajuda en el tema del qual ens ocuparem: la roba, els vestits…, en definitiva, la moda. Dins de la seua obra ens centrarem en la representació de la imatge humana, potser la faceta més realista, perfectament definida en els retrats. Estos estan allunyats de l’academicisme historicista o la representació religiosa, inclús dels jardins i paisatges, tan representatius del seu color i la seua llum, que en este cas no servixen per al nostre recorregut, ja que els personatges es difuminen en el conjunt sense aportar cap detall a la nostra investigació. Sí que cal esmentar el tipus de vestits representats en obres com Figures de casaca jugant en un jardí (1900), un fidel calc d’elements sumptuaris del segle xviii que amb certesa posseïa Sorolla extemporàniament, com a mostra model, atés el realisme de les peces; són un cas excepcional dins de la seua producció artística, però importants sens dubte. Senyores vestides a la manera francesa que dansen acompanyades de cavallers elegants amb importants casaques, sabates de tacó i peluques empolvorades. Vistoses sedes, dissenys florals molt adients amb el context històric [il·l. 1 i 2]. O eixa altra faceta seua en què, gràcies a l’encàrrec de la Visió d’Espanya per a la Hispanic Society of Amèrica, mostra una gran varietat de vestidures i molt diferents trages recopilats en 94 V ictoria L iceras tota la geografia espanyola. Explosió de color en un conjunt de vestimentes pròximes a desaparéixer, com ell mateix deia. Models allunyats dels corrents estilístics del moment, però importantíssims com a mostrari de la molt variada indumentària regional espanyola. No s’ha d’oblidar tota l’obra relacionada amb la mateixa tradició valenciana, els seus usos i costums, importantíssima com a material etnogràfic i per a l’estudi i recuperació de material històric. Van ser els seus mateixos fills els qui de vegades van servir de model per a portar els trages més representatius de València i el seu entorn; no sols ho observem en pintures com Gropa valenciana (1906) [il·l. 3 i 4], sinó també en abundants fotografies que corroboren quin fou l’amor de Sorolla per la seua terra. Models de trages populars, en diferents estils i per a ocasions distintes, van ser realment usats tant per hòmens com per dones i, més tard, representats per Sorolla de manera fidedigna. Eixes robes autèntiques les conserva hui la Fundació Sorolla i formen part dels fons del Museu Sorolla de Madrid. Es transmet així un llegat de rellevant importància amb especial atenció a les joies tradicionals, un referent que actualment és imprescindible per al treball d’investigadors i estudiosos. El motiu tradicional servix d’excusa per a representar una figura femenina que Sorolla utilitzarà en l’esbós per al periòdic El pueblo [il·l. 5 i 6]. El simbolisme dels seus complements és evident, i realista és la interpretació de totes les peces de roba que porta posades, prova del grau d’observació sobre la manera de vestir. Però en els casos anteriors el concepte moda no és el que es tracta i per tant el deixarem a part per a un altre tipus d’investigació. Al llarg de la seua vida artística Sorolla va tindre l’oportunitat de percebre les transformacions en la manera de vestir. Segons sembla, era entusiasta de les innovacions 95 L a I ndumentària en l ’ obra de J oaquín S orolla i les noves tendències, com es veu en les cartes que enviava a la seua esposa, en les quals sol haver-hi al·lusions a tal o qual novetat, acompanyades inclús de dibuixos o esquemes xicotets que fan més significatiu el trage [il·l. 7 i 8]. No era rar que en algunes ocasions Sorolla regalara a la seua esposa complements o accessoris de moda, algun dels quals es veurien representats en els múltiples retrats que li va fer al llarg de la seua vida. Precisament en el moment de fi del segle xix i l’inici de xx va ser quan va haver-hi més canvis, sobretot pel que fa a la indumentària femenina, els corrents estilístics de la qual van ser més breus, més fluctuants. El trage té l’avantatge de transportar-nos directament al cor dels valors de la societat, i les senyores van tindre el seu gran moment d’elegància, luxe i fantasia. En els retrats de Sorolla l’observació de la roba és quasi un plaer per a tots els sentits. No cal tocar, només mirar. Randes, brodats, domini del blanc i negre, algun detall de color. Molt destacat és el trage roig que es troba diverses vegades retratat i que és una excepció dins de l’escàs cromatisme que posseïx la roba d’eixa època [il·l. 9 i 10]. Compendi d’història de modes. Un conjunt d’efectes anònims que s’ha reunit per a respondre als capritxos de l’estètica. Davant dels nostres ulls apareixen com a miracles que el temps havia dispersat. Entre els anys 1870 i final dels 1880 es desprén un cert aire barroquejant en la indumentària femenina [il·l. 11 i 12]. Esta moda coincidix amb l’etapa de formació i inclús amb l’inici de consolidació de Sorolla com a pintor; moment que sens dubte va deixar empremta en el concepte moda de l’artista. Els cossos dels trages continuen molt cenyits al bust i un poc més llargs que el que trobarem en etapes posteriors i amb decoracions més contingudes; ara les faldes presenten bollats, draperies, arreplegats, llaços i aplicacions en un màgic 96 V ictoria L iceras virtuosisme de l’agulla. Hi ha predomini del polissó, la peça que aconseguix donar forma i volum, especialment en la part posterior del vestit de la dona. En esta època els modistes comencen a tindre un paper rellevant. És possible combinar i harmonitzar elements diferents units per jocs cromàtics de gran habilitat, que denoten la genialitat del taller. La sinuositat i moviment en la indumentària s’imposarà a final de la centúria de la mà de l’Art Nouveau. És el corrent modernista d’entre 1890 i 1914 en el qual sorgixen nous estils i formes que van des de la inspiració del Renaixement fins el triomf de la línia sinuosa característica de 1900. Cossos estilitzats però flotants i faldes cenyides en els malucs que es desapeguen més avall i es mouen rítmicament seguint molt de prop l’estètica finisecular. El modernisme suposa l’exaltació de la dona i s’expressa en el ritme quasi musical de les corbes. Es tracta d’una bellesa femenina que no és provocativa, però sí fràgil i seductora [il·l. 13 i 14]. Abans que acabe la primera dècada del segle xx es comença a imposar en la moda la línia recta. Les faldes, que tan sols s’acompanyen d’unes enagües, han perdut tot el seu volum. No obstant això, la cotilla continua ocupant un lloc destacat, encara que adquirint una aparença cada vegada més flexible i còmoda en resposta a les exigències imposades per la higiene i per la medicina, que perseguixen crear peces de roba que proporcionen major llibertat al cos. De nou el món clàssic (igual que va ocórrer amb la moda imperi) servix d’inspiració i referència, i grans artistes i modistes, com ara James McNeill Whistler, Gustav Klimt, Mariano Fortuny i Paul Poiret, participaran en eixa busca de la simplificació [il·l. 15 i 16]. Amb el temps el trage femení es va minimitzant, inspirantse en l’àmbit esportiu i el militar. La dona pareix més feliç i menys monòtona, i quan una pràctica esportiva entra en els costums femenins la moda imita allò masculí. Una novetat 97 L a I ndumentària en l ’ obra de J oaquín S orolla lligada íntimament a este concepte és l’aparició de l’anomenat “trage de jaqueta”, que recorda una certa masculinitat i fa respirar aires de llibertat i d’igualtat. A Sorolla el va impactar el model, com s’aprecia en alguns dibuixos epistolars [il·l. 17]. La tela, la més fràgil de totes les matèries, mostra a través d’un retrat o un simple maniquí, una silueta icona de la nostra història de la moda. L’objectiu no és vulgaritzar el sentit, restituir una ficció pròxima d’un cert verisme ni pretextar una situació per a jugar amb els trages. El resultat està ahí i hui constituïx el treball d’un somni d’emocions. S’ha volgut aprofundir, cridar els especialistes de la moda per a un aclariment històric més pertinent. Hi ha la creació. Esta última etapa és potser la més fructífera respecte als retrats que realitza Sorolla. Coincidix amb la seua època de consolidació i podríem inclús dir de culminació com a autor. És ja un gran pintor reconegut i sol·licitat. No sols representa reiteradament, com ja hem fet notar, membres de la seua família, en especial la seua esposa i fills, sinó que rep molts encàrrecs de persones disposades al fet que la seua imatge passe a la posteritat. I, per a això, tant cavallers com senyores es posen les seues millors vestimentes de gala, amb la qual cosa ens fan arribar un llegat importantíssim respecte a la moda imperant. Trages de carrer, trages de vesprada, trages de nit i de cerimònia. Era necessari conéixer i cenyir-se a estrictes regles d’etiqueta perquè les senyores anaren idòniament vestides depenent del moment del dia en què estigueren o de l’esdeveniment a què acudiren. Com més important és el moment triat més ric és el conjunt desitjat per a posar. Per això han arribat fins als nostres dies modes i mites que romanen imperibles als nostres ulls. Sorolla posseïa una gran facilitat per a retindre el que veia al seu voltant i plasmar-ho en el llenç. Això no ocorria només en les escenes de platja, pescadors o llauradors, manifestacions del seu origen popular i l’amor a la seua terra, sinó que sabia transmetre en els seus quadros el conjunt submergit de factors econòmics, socials i ambientals, que van influir tant 98 V ictoria L iceras en l’evolució de la indumentària. La moda ens descobrix hui gustos efímers que actualment suposen per a nosaltres un fidel testimoni històric. Els retrats de Sorolla també ens fan reflexionar sobre la identitat masculina. En esta època ja no s’imposaven els codis indumentaris posteriors a la Revolució Francesa. Podíem parlar d’una nova tendència: l’anglomania, que redefiní la masculinitat donant una silueta més adaptada al dia a dia i d’on sorgirà la moda del futur home modern. La simplificació de la moda per als hòmens s’acceleraria amb el naixement dels marxants d’indumentària que concentren en la dona totes les seues atencions. La història castiga el vestit masculí, l’home burgés més dedicat als negocis, a la política…, i tan sols reserva certs ornaments i teixits per a simular el fast. Esta identitat sòbria es cristal·litza a final del segle xix al voltant de colors foscos i sovint el negre, sinònim d’autoritat. Els profunds canvis en la societat fixen nous usos indumentaris. Els jupetins de ratlles i motius geomètrics reemplacen les flors d’èpoques anteriors. L’anglomania i el gust per allò natural i línies més senzilles afavorixen un vestuari masculí menys complicat i fins i tot inspirador de modes femenines, com hem pogut apreciar anteriorment. Si el sentit de representar és el recurrent en el cas dels dos sexes, el mòbil no és el mateix en el cas de l’home. La posada en situació de la roba masculina sempre reunix les mateixes peces: camisa, jupetí, jaqueta i pantaló. Sempre igual, però mai amb les mateixes formes. A la fi del segle l’elegància última passava per la corbata. Podíem dir que proporcionava felicitat als elegants. La corbata no és només un “útil protector contra reuma, torticoli, mal de queixal i altres gentileses” (segons opinió d’alguns) sinó que és una part essencial i obligada del trage que en les seues variades formes ajuda a conéixer qui la porta. O siga, que la corbata es porta, o més exactament es nuga, de diferents maneres. Allò indissociable de la corbata al coll i els punys emmidonats i desmuntables constituïxen l’últim avatar de l’home modern de final del segle xix. Pot ser 99 L a I ndumentària en l ’ obra de J oaquín S orolla desmuntable el coll, esta vegada per raons d’higiene. Si és blanc, constituïx la marca de les classes superiors. I finalment, la part davantera de la camisa o pitera, que s’emmidona en si mateixa o s’aplica com a plastró adornant. El vestuari masculí evoluciona lentament durant este període. Els codis burgesos d’este acabament i inici de segle volen reduir el trage a la més estricta sobrietat. Firmen un temps i representen la transposició de codis socials i econòmics. En els retrats masculins Sorolla tampoc oblidava detalls. Prenia el temps necessari per a buscar una bona postura que ensenyara la delicadesa d’una corbata, el moviment d’una mànega o l’exuberància d’un brodat. I, a pesar que la roba de l’home és sovint més insignificant que el trage femení, els seus retratats són portadors de missatges. De vegades pretexten una situació per a jugar a la instantaneïtat amb el trage [il·l. 18 i 19]. Finalment, no podem oblidar la indumentària dels xiquets. Eixos xiquets que de molt jovenets són moltes vegades retratats aprofitant el creixement de la prole, que podem distingir dins del seu ambient domèstic, en els seus jocs del carrer o posant més cerimonialment sols o en família. Els vestits infantils són blancs, unisex durant els primers anys de vida, i posteriorment amb volants i rissos per a les xiquetes i amb pantalons quasi sempre curts per als xiquets, en els quals destaca la inspiració marinera o militar amb trenyelles i adorns sobreposats. A pesar de la monocromia, en els retrats de Sorolla es noten els detalls, inclús la textura del teixit, on la presència del cotó induïx a admetre una industrialització consolidada. Com hem vist abans, el pintor també vist els seus mateixos fills amb robes més o menys tradicionals per a identificar-los amb la seua volguda València, a la gropa de cavall i amb aire festiu, conservant per a això algunes robes antigues, així com joies i complements possiblement de procedència familiar. 100 V ictoria L iceras Heus ací el conjunt. Heus ací el llegat. Ambdós cobren forma en l’exposició “Vestits per a posar”. I encara que les peces físiques de roba no hagen sigut, en alguns casos, idèntiques a les representades en els quadros, sí s’ha buscat la màxima similitud, amb una mateixa tendència, estil, tipus de patronatge i teixit. En fi, una representació que ens faça endevinar a través del temps allò que en el seu moment es va lluir amb elegància. 101 del modista a l’estudi de l’artista. La indumentària en els retrats de Joaquín Sorolla: del modista a l’estudi de l’artista. Isabel Justo L a indumentària del canvi de segle xix al xx causa especial fascinació a l’espectador del segle xxi: és una admiració nostàlgica, ja que encara considerem els objectes i trages que van posseir els nostres iaios i besiaios, empremtes d’una història pròpia. El vestit d’eixa època, especialment el femení, ens evoca sentiments contradictoris: per una banda, reconeixem la seua espectacularitat, i per una altra, el veiem incòmode o aparatós, combinació de l’elegància d’una silueta inventada per l’estreta cotilla i els llargs vols d’aquelles faldes que dificultaven la marxa normal. La pintura, i molt especialment el retrat de l’època, és una ferramenta excel·lent per a revisar, com si d’un àlbum de fotos familiar es tractara, la roba d’aquells temps, que ens acosta a la societat del moment, almenys al puixant grup que podia permetre’s encarregar retrats a un pintor de fama internacional, com ho va ser Joaquín Sorolla i Bastida. També per a apropar-nos a la realitat de classes més populars, on podem analitzar la relació de retroalimentació entre pintura i fotografia, entre el retrat exclusiu pintat i la imatge en blanc i negre, solució econòmica amb la qual poder conservar la pròpia efígie. La retratística no era en aquella època una activitat artística especialment apreciada des del punt de vista intel·lectual, i menys si es tractava del retrat femení. La contaminació encreuada entre retrat i moda, que ara ens és tan útil per a estudiar l’època, feia que els artistes temeren veure’s comparats als modistes, i per tant, infravalorats. Dicotomies com ara art/artesania, profunditat/superficialitat, veritat/ 102 I sabel J usto artifici, nu/vestit i inclús virilitat/femineïtat, estaven a l’orde del dia en els debats d’artistes i intel·lectuals. Potser els artistes se sentiren obligats a condescendir amb les senyores a admetre certs “arreglaments” o “reparacions” en els seus retrats, que les afavoriren però falsejaren el resultat final. Almenys eixe va ser el temor que, d’una manera o d’una altra, van manifestar nombrosos artistes, també Sorolla, que va haver d’atendre nombrosos encàrrecs que si bé no sempre despertaven el seu interés com a pintor, van multiplicar la seua popularitat, van millorar el seu estatus social i li van proporcionar una vida còmoda. ELS TRAGES DELS MODELS DE SOROLLA Sobre el retrat en l’obra de Joaquín Sorolla s’ha escrit molt en els últims anys, la qual cosa ha contribuït a millorar considerablement la consideració del valencià pel que fa al gènere i col·locar-lo en el context internacional al qual va pertànyer.1 Si els seus primers biògrafs, amb poques excepcions, consideraven que els retrats no estaven a l’altura de les seues famoses escenes a l’aire lliure (cfr. Pons-Sorolla 2006, 115 i 2014b, 136), hui se li reconeix un gran talent per a la retratística, es revisa la seua evolució, en la qual es destaca l’estil sobri, de Velázquez, de moltes obres i la riquesa de matisos i dramàtics contrastos cromàtics dels seus retrats a l’aire lliure. 1 En 2011, Javier Pérez Rojas va fer una revisió del gènere del retrat en Sorolla que publiquem en el número 2 d’esta mateixa col·lecció de la Institució Sorolla. El text inclou un complet estat de la qüestió. Caldria afegir-hi ara els articles i les fitxes del catàleg Retratos de la Belle Époque (Llorens; Llorens 2011) i els del recent Sorolla and America, que fa especial insistència en l’anàlisi del mig centenar d’encàrrecs de clients americans a Sorolla (cfr. Pons-Sorolla 2014a i 2014b). Per a conéixer els retrats que Sorolla va dedicar a la seua dona i musa, és fonamental revisar el catàleg de l’exposició dedicada a Clotilde García del Castillo en 2012 pel Museu Sorolla (Luca de Tena 2012); respecte d’això, i molt especialment pel seu estudi de la moda de l’època, vegeu el fullet editat pel mateix museu sobre la moda a través dels seus retrats (Descalzo 2012); sobre els autoretrats de Sorolla, vegeu el número 4 d’esta mateixa col·lecció (Justo 2012). 103 del modista a l’estudi de l’artista. En els més de cinc-cents retrats individuals que va pintar Joaquín Sorolla (cfr. Pons-Sorolla 2006, 116), el protagonista sol aparéixer seré, relaxat, lleument somrient, amb la mirada vivaç; en altres casos, potser més sovint els femenins, el retratat està caracteritzat per una actitud indolent, que accentua la seua elegància i que l’allunya afectivament de l’espectador. El trage ajuda, moltes vegades, a accentuar estes actituds, junt amb el mobiliari i l’entorn, un interior de tons foscos, molt sovint mangres, o un jardí ple de flors. Els intel·lectuals i artistes retratats per Sorolla (incloent-hi els autoretrats), poden anar acompanyats d’objectes relacionats amb la seua professió o afició (un pinzell, un microscopi, un llibre, una peça d’arqueologia...); vestixen indistintament roba del treball o trages elegants que els “caracteritzen” com a professionals o com a part de la classe social a què pertanyen. Fora dels amics més pròxims i la família de Joaquín Sorolla, centenars de retrats van ser encarregats al pintor; este tenia uns preus estipulats segons la grandària de l’obra i la seua dificultat, que van anar apujant amb els anys.2 En estos quadros, els hòmens solen anar de negre (amb alguna excepció estiuenca i algun uniforme), d’etiqueta o en trage de carrer; els xiquets menuts i les jovenetes van vestides de blanc i els xics de gris; estos últims —el fill dels Granzow, el del xiquet José María Suárez o molts dels retrats de Joaquín fill— pareixen acostar-se a poc a poc amb els seus trages grisos al dol rigorós dels seus progenitors. Un bon exemple de retrat de cavaller és el de l’advocat Silverio de la Torre y Eguia (1893). [cat. I; il·l. 20] Vestit amb l’aire intemporal del frac —que en més d’un segle no ha canviat pràcticament— i rodejat d’una tonalitat mangra, en la qual s’intuïx una butaca, reposa el retratat amb una actitud serena. Com a adorn una flor blanca, a joc amb la pitera, coll i punys 2 Entre 1893 i 1900, Sorolla cobrava entre 2.000 i 3.000 pessetes per cada retrat. De 1900 a 1904 des de 2.500 a 5.000; a partir de 1904, amb excepcions més cares, entre 5.000 i 10.000 pessetes (cfr. Pons-Sorolla 2006, 128). 104 I sabel J usto de la camisa, alegra sòbriament la solapa esquerra. La seua pàl·lida pell és la taca de pintura més clara després de la camisa; mentrestant, a la foscor rogenca del fons, seguixen els negres del pantaló, jupetí, llacet i jaqueta, junt amb el del cabell i la barba, un altre element que s’ha de considerar expressiu de la seua personalitat, garantia de masculinitat i maduresa. Les seues mans, estudiadament relaxades, dibuixen una condició elegant i afable. Mentres els cavallers i els xiquets generalment són representats quasi en blanc i negre, les dames es resistixen a la uniformitat. Podem trobar senyores de bon to vestides de tons clars o de blanc immaculat, com Luisa Martínez de Tejeda [il·l. 21], però és molt freqüent l’ús de trages de vesprada o de nit en retrats més o menys cridaners: des de l’exquisida sobrietat de Teresa de Beruete (retratada en 1901 amb uns impertinents en la mà, un trage de coll tancat, de rasos grisos i corbata amb llaçada, rodejada pel seu propi abric i assentada en una butaca del teatre) fins a la impressionant presència de la comtessa de Sant Fèlix (1906), que vestix un trage de nit de brillant tela rosa, molt escotat, o la fastuositat d’Elena Ortúzar (1906), amb una capa amb volta d’ermini en la part superior que li conferix aire regi. Eixa actitud, sens dubte, sense modèstia d’Elena Ortúzar, al triar un coll d’ermini, associat sempre a les cases reials europees, no és un cas aïllat. Algunes de les senyores que van encarregar retrats a Sorolla a Amèrica, després d’admirar en la seua exposició novaiorquesa de 1909 el retrat de la reina Victòria Eugènia, van demanar al pintor que la seua efígie s’assemblara a la de la monarca espanyola. Pons-Sorolla destaca el cas de dos dames pintades, com la reina, en un retrat oval (2014, 138); junt amb casos com el de Mrs. Charles B. Alexander [il·l. 22] —que a més del format està adornada amb un llarguíssim collar, semblant al que lluïa la reina Victòria Eugènia ben sovint— altres senyores van copiar la capa d’ermini (Portrait of Frances Tracy Morgan, 1909) [il·l. 23], el vestit o el pentinat. 105 del modista a l’estudi de l’artista. Els personatges de l’alta societat o del món de l’espectacle marcaven tendència i eren copiats en els seus pentinats i trages tal com es continua fent hui en dia. El pentinat a l’estil de Cleo de Meróde, per exemple, amb la ratlla al mig i cobrint les orelles, va causar furor en la primera dècada del segle xx, en l’època de major esplendor i fama de la ballarina belga. Però tornant a Victòria Eugènia, cal esmentar un altre retrat seu, un exquisidament sobri en el qual el negre és també protagonista. Pintat en 1918 [il·l. 24], representa la reina com un ser delicat i eteri, que pareix guardar l’equilibri amb les puntes dels dits recolzades en el que pareix la barana de la llotja en un teatre. Com en el retrat de Silverio de la Torre, un to terrós i rogenc invadix el fons, del qual emergixen la pell pàl·lida, el cabell daurat i els ulls blaus de la reina, a penes adornada amb alguns punts brillants en els dits, les orelles i els canells, que han substituït les joies aparatoses de retrats anteriors; els llargs collars de perles, els pesats vestits i les capes règies han desaparegut, per a donar pas a un escotat trage de nit negre de tirants amb els muscles vetlats per un subtil teixit. És este un model semblant al que lluïx l’anònima senyora que Sorolla retrata assentada (col·lecció Gerstenmaier, 1913) [cat. II; il·l. 25], en un entorn igualment fosc, però animat per la fusta treballada del respatler en què es recolza la retratada. Sorolla va fer en este retrat com el seu apreciat John Singer Sargent va fer dècades abans en el seu famós Retrat de la senyora X [il. 26] (1883-1884), en el qual va pintar una dama vestida amb un impressionant trage de nit negre ajustat al cos —encara que de tall més antic— amb un dels tirants caigut com a distracció. A Sargent, la “distracció” li va costar que la interessada no volguera comprar el retrat (hui en el Metropolitan Museum de Nova York), ni encara després de pujar-li pudorosament el tirant, però, com afirma Barbara Guidi (2011, 37), li va proporcionar fama i, sens dubte, nous encàrrecs. No sabem si Sorolla pretenia ací jugar a la provocació o si va ser un suggeriment extravagant de la model. Model sense nom, per cert, com Madame X de Sargent, encara que sí que sabem que esta última s’anomenava Madame Pierre Gautreau, i que 106 I sabel J usto Sargent va ometre el seu nom al presentar el seu provocatiu retrat al Saló de París de 1884. JO, PINTOR DE RETRATS! Al setembre de 1913, Sorolla va viatjar a París per a dur a terme el retrat del qual es considera el “seu altre patró americà”, Thomas Fortune Ryan (cfr. Pons-Sorolla 2014, 202);3 també per a entrevistar-se amb Huntington i revisar el projecte de la decoració de l’Hispanic Society of America. Llavors va realitzar alguns dels encàrrecs que es quedaren pendents en els seus dos viatges als Estats Units (1909 i 1911), entre estos el de la dona que temps després seria la Sra. Ryan, Mary Townsend Cuyler. Este últim retrat va causar sensació a París quan va ser presentat en societat; així li ho contava Sorolla a la seua esposa per carta el 14 d’octubre d’eixe any: Hoy he sabido que anoche hubo una gran recepción en casa de Ryan, y el retrato de la señora tuvo tan gran éxito que es conceptuado como lo mejor que he hecho: todas están deseando vaya a América. Yo, ¡¡pintor de retratos!!, no salgo de mi asombro, y más aún, ¡¡de señora!! (cfr. Lorente Sorolla; Pons-Sorolla; Moya 2008, 76-77). Sorolla no eixia de la sorpresa de veure’s a si mateix aplaudit i buscat per les senyores de l’alta societat americana; no sense un cert fastidi va haver de continuar uns dies més a París per a atendre altres sol·licituds, com el retrat de Madame Seligmann, després de fer de mala gana el de Mary Townsend Cuyler, que segons Sorolla no era molt agraciada i potser per això va vore el tema més complicat del normal. El de Sorolla no és un cas aïllat, mestres contemporanis com James Abbott McNeill Whistler, Giovanni Boldini o 3 De Thomas Fortune Ryan, Sorolla va pintar dos retrats per encàrrec i li’n va regalar un tercer, un cap, que va realitzar en eixes mateixes dates, de setembre a octubre de 1913. Sobre el personatge vegeu, a més, l’article de Mark A. Roglán en el mateix catàleg de l’exposició “Sorolla and America” (2014). 107 del modista a l’estudi de l’artista. John Singer Sargent, Anders Zorn, Antonio de la Gándara o Philip de László, es van dedicar al retrat de societat, alguns en exclusiva. Igual que Sorolla, van disfrutar de fama i reconeixement en vida, però van haver de practicar un gènere considerat poc creatiu i monòton, encara que molt lucratiu (cfr. Guidi 2011, 29-30). Què és el que tant desagradava als artistes de pintar retrats de societat, especialment de senyora? Potser les obligacions de les relacions públiques, sovint superficials i avorrides, espantaren els artistes més bohemis? No havia de ser fàcil fugir d’eixe tipus de relacions, ni encara negant-se a pintar retrats: qualsevol que volguera viure de la seua obra i estar en el mercat havia de tractar amigablement amb eixe grup d’alt poder adquisitiu que constituïa el principal client d’artistes i artesans. La resposta ha de buscar-se en línia amb una misogínia pròpia de l’època, que menyspreava les preocupacions i els interessos de la dona contemporània, també per la situació inicial de fusió i intercanvi entre les arts amb majúscules i les arts aplicades, la decoració, la moda o el disseny. En este moment inicial es podien trobar distintes reaccions respecte d’això: per una banda, els puristes, els intel·lectuals que rebutjarien qualsevol relació entre les arts majors i l’artesania i els nous mitjans de creació (el cine, la fotografia); per una altra, l’auge dels moviments Arts & Crafts i la consegüent democratització del disseny. Les dones eren acusades precisament de mesclar estos dos pols de manera frívola,4 quan en realitat poden considerar-se les precursores d’una situació incipient que esclataria amb ràbia en la societat de consum i de masses del segle xx, i la màxima expressió de la qual seria l’art pop. 4 Quan les dones eren lloades per la seua moderna actitud integradora no mancaven els afalacs d’ironia i burla, penseu, per exemple, en l’actitud d’Oscar Wilde, que per boca del seu reflex, Lord Henry, deia de les dones en El retrat de Dorian Gray: « They are charmingly artificial, but they have no sense of art 1890-1891, cap. VIII, 30). 108 I sabel J usto En la seua novel·la La quimera (1903-1905), Emilia Pardo Bazán exhibix tots els seus coneixements sobre el món de la moda del París de l’època de Sorolla, i diferencia dràsticament entre l’exclusiu carrer de la Pau i els grans magatzems on regnaven les ofertes i els saldos.5 La novel·la està protagonitzada per Espina Porcel, una exquisida dona jove, refinada i perillosa, que per a divertir-se apadrina un pintor, Silvio Lago, a qui li promet obrir-li les portes de la societat més selecta. Una de les jugades que Espina li gasta a Silvio succeïx precisament en el carrer de la Pau, a París. Espina humilia públicament el pintor quan el presenta al modista de moda, Paquin, perquè treballe per a ell com a dibuixant de figurins. Durant tota la trama, Lago es debat entre diferents tendències i actituds enfront de la pintura, i lamenta veure’s convertit en un mer pintor de societat que només destaca per la seua habilitat amb la pintura al pastel. Silvio, a l’encalç de la “quimera” del títol, busca sempre anar més enllà. Així ho expressa el personatge mentres retrata una altra protagonista de la novel·la, Minia, reflex de Pardo Bazán: - … Corregir líneas, corregir tonos de cutis, hacer de lo ajado lo suavemente pálido y de las remolachas rosas... eso, cualquiera sabe. Más difícil es infundir un alma en caras que no la tienen. El intríngulis es meter esa belleza del ensueño y del pensamiento en fisonomías de modelos que están rabiando porque el vestido sienta mal o porque el corsé aprieta. ¿Verdad que los retratos siempre parece que nos cuentan algo, algo muy melancólico y digno o muy amoroso? En cien casos, es que el retratista presta al modelo el espíritu de que carece. 5 «En el carrer de la Pau, el luxe no es fa adaptable, accessible, com en altres punts de París, per exemple, els grans Magatzems, que atrapen la dona amb el cimbell de la barator. Al contrari. El carrer de la Pau seduïx, altiu, amb l’exorbitant, el que només allí es paga a un preu, encara que en una altra part es trobe, potser indiscernible. Els barrets del carrer de la Pau, les camises del carrer de la Pau, les joies del carrer de la Pau, tenen la pretensió de xifrar la plenitud i intensitat del luxe, la part seriosa i gallarda del malbaratament. Fanatitzen... I no són només els aparadors amb els seus vidres nets i alts els que inciten el poderós. En tots els pisos de les cases, els balcons tenen de rètols d’or, enormes, amb el reclam del nom d’alguna celebritat o especialitat d’alta fantasia; allí han fixat la seua residència els grans modistes, pontífexs de la vanitat i dictadors de la roba» (1903-1905, cap. III, 438-441). 109 del modista a l’estudi de l’artista. - Según - respondió Minia, interesada por la teoría -. Hay pintores muy realistas, por ejemplo, don Vicente López, y un flamenco antiguo, Franz Hals, que retrata la naturaleza animal y la expresión vulgar... ¡Y hacen prodigios... Vaya! A la qual cosa, el pintor respon: Eso es lo bueno, lo bueno: la verdad, sin trampas ni artificios. ¡Dichosos los que no necesitan falsificar nada!... (op. cit., cap. I, 149-150). La veritat i el vestit sempre enfrontats! Hui podríem simpatitzar més amb l’actitud d’Espina que, molt més moderna, volia posar a col·laborar un pintor i un modista, anticipant-se a la invasió transversal del disseny en la nostra societat de masses. Susan Kirkpatrick ha vist clar i prometedor per a aquell temps, el lligam entre preocupació femenina pel vestir i la decoració i allò destacat del disseny en els moviments Arts & Crafts: Entre la preocupación “femenina” por la estética de la ropa y el interior doméstico y los movimientos de finales del siglo XIX íntimamente asociados a las manifestaciones esteticistas del modernismo europeo, tales como el movimiento de artes y oficios o el art nouveau en el diseño, media solo un paso (Kirkpatrick, 2003, 80). Un interés que donaria els seus fruits dècades després, al tornar-se funcional i còmoda la moda, acompanyant els èxits dels moviments d’alliberament de la dona.6 6 «Les representacions culturals de la dona van reflectir els canvis en els codis de conducta femenina que es van produir en el segle xx. Les noves modes, exemplificades per la roba dissenyada per Coco Chanel, seguien la tendència estilitzada del disseny modernista europeu, adreçant les corbes femenines de l’art nouveau i eliminant allò decoratiu a favor d’allò funcional. En efecte, els nous estils de roba més curta i senzilla, així com més folgada, resultaven funcionals per a la dona moderna, ja que l’alliberaven per a practicar esport, conduir automòbils i exercir una professió. La imatge de la flapper o garçonne es difonia àmpliament en els mitjans de comunicació de masses» (Kirkpatrick 2003, 220). 110 I sabel J usto En el personatge d’Espina Porcel, la protagonista de La quimera, s’unixen dos característiques que aparentment aclarixen la postura d’Emilia Pardo Bazán a l’hora de permetre la trobada entre art i artesania. Espina és bellíssima, però té una personalitat funesta; és una dona culta, que coneix la història de l’art, encara que ho interpreta tot sense miraments, sense respecte, capritxosament.7 Com el protagonista d’El retrat de Dorian Gray, (Wilde 1890-1891), Espina acaba de la pitjor manera i amaga sota eixa aparença brillant la lletjor i el vici; si és el cas, les marques de les punxades de morfina, ocultes entre els volants i rasos de la seua elegant toilette. Encara que el personatge d’Espina és tan divertit, irreverent i interessant que convertix el pobre Silvio Lago —obsessionat amb una meta inabastable, amb els grans mestres, l’art clàssic, el renaixement, la puresa de la naturalesa, inclús la verdadera masculinitat— en un ser ridícul i antiquat. Des del meu punt de vista, Pardo Bazán es limitava a plantejar totes les contradiccions del món contemporani sense prendre partit. Ella mateixa havia de sentir eixes contradiccions, era amant del luxe i la moda i defensora de la tradició i de les arts amb majúscules. Javier Pérez Rojas ja va utilitzar fa anys La quimera de Pardo Bazán per a explicar eixa contradicció de l’artista a l’hora de dedicar-se al retrat i el conglomerat d’art i moda que el gènere podia suposar en aquelles dates: Doña Emilia retrata al retratista y desvela con su narración la importancia y significado del retrato en el fin de siglo, como uno de los géneros predilectos entre artistas y clientes, claro que esta predilección exige ciertas matizaciones con respecto al artista por 7 Reflexiona Silvio, pensant en Espina: «L’he portada al Museu, l’he portada a l’Acadèmia de Belles Arts, l’he portada a l’ermita de Sant Antoni. L’única cosa que note que la impressiona és Goya. La maja nua i La maja vestida forcen el seu entusiasme, i davant d’eixes dos figures enigmàtiques, profundament pertorbadores, parlem una altra vegada del nu, cap al qual reitera el seu menyspreu. / Les etèries figures de la Florida . / - Goya -em diu- és un modern, un modern. No ho són moltíssims dels que pinten ara, i que per dins no passen dels anys 60» (Pardo Bazán 1903-05, cap. II, 360-361). 111 del modista a l’estudi de l’artista. lo que el encargo puede suponer también de dependencia y servilismo cuando se somete no solamente a perpetuar una imagen más ideal que real, que proclama la belleza y distinción del retratado, sino a realizar una operación de maquillaje que requiere incluso un alma de modisto (Pérez Rojas 2002, 334). En una carta datada en 1913, Sorolla manifestava a la seua esposa el desfici que sentia al perdre’s pels mateixos carrers que descriu l’autora gallega en La quimera, i agraïa l’aparició d’una coneguda valenciana que el du i el porta, d’esta manera el pintor pot encarregar roba per a les dones de la seua família. De fet eixos dos mesos de setembre i octubre, amb una calor insuportable a París, Sorolla es va dedicar, exclusivament, a pintar retrats i a buscar trages per a les dones de la seua família. Como te dije en mi anterior, ayer me dediqué a la busca con las medidas que me enviaste. Tuve la suerte de ser presentado a una señorita valenciana, amiga de Cadena, la cual viste muy bien y que conoce París en sus rincones, y me acompañó; compré un sombrero para Helenita en la avenida de la Ópera, y luego fuimos al quinto infierno en busca de un sastre ruso, y después de esperar allí una hora el «hombre sastre» no apareció. Hoy volveremos (cfr. Lorente; Pons-Sorolla; Moya 2008, 67-68). En els epistolaris amb Clotilde, Sorolla no deixa de comentar el que veu pel carrer, sovint li demana les seues mesures i les de les seues filles, María i Elena, i algunes vegades les seues cartes inclouen dibuixos,8 espècie de figurins, en els quals explica detalls molt concrets i apunta al costat indicacions precises [il·l. 27]. L’interés per l’estètica de Sorolla, unit a l’amor i interés que les dones de la seua família li despertaven, feien de Sorolla un home preocupat per la moda. 8 També solia dibuixar per a entretindre’s mentres esmorzava o sopava els personatges (molts d’ells cosmopolites turistes, sobretot a Sevilla i París) que compartien menjador amb ell, sovint trobem en la seua correspondència caps de dones i hòmens, útils per a conéixer les distintes tendències quant a barrets es referix. Vegeu respecte d’això les il·lustracions dels epistolaris editats per Lorente; Pons-Sorolla i Moya en 2008 i Pons-Sorolla; Lorente en 2009. 112 I sabel J usto Segons pareix, Joaquín Sorolla no deixava sempre opinar als personatges que retratava. És probable que més d’una senyora el portara de cap (entre elles, la reina Victòria Eugènia, poc puntual i capritxosa),9 però en un altre cas, com el de Pérez de Ayala, Sorolla va insistir a plasmar la seua pròpia idea del retratat, encara que fóra una primera impressió d’este. Coneixem, per relat del mateix Pérez de Ayala, que Sorolla li va demanar que es vestira d’una forma molt peculiar per al seu retrat de la galeria de l’Hispanic Society of America: [il·l. 28] En una exposición particular me presentaron a Sorolla (…) Antes que nada, me dijo: “Precisamente iba a escribirle hoy mismo. Mr. Huntington me pide que haga un retrato de usted para la Hispanic Society, de Nueva York. ¿Puede usted venir mañana a mi estudio? (y fijándose con impertinencia en mí, añadió): Tal como está usted ahora, con impermeable, paraguas y esas gafas”. Yo le respondí riendo, porque me había caído en gracia el capricho: “Le advierto a usted que no me pongo gafas sino por excepción, como ahora, para mirar unos cuadros. Y en cuanto al impermeable y el paraguas, hoy es uno de los contados días del año que llueve en Madrid. Si un retrato retiene lo sustancial y más permanente de una fisonomía, usted, al pintar los accidentes más accidentales e inexpresivos que en este instante aparecen sobre mí, no hará mi retrato, sino una efigie imaginaria”. “No importa; me gustaría pintarle tal como está usted ahora”. Al siguiente día, fui a su estudio. La casa de Sorolla era la más comprensiva y extensiva interpretación del dueño. ¿Dónde concluye una personalidad? ¿En la epidermis? Las ropas que nos vestimos, ¿no son un índice de nuestro secreto ser, con sus inclinaciones y aspiraciones, acaso más sincero que las palabras que hablamos? ¿Y la casa donde vivimos? ¿No será la casa que construimos algo así como la concha calcárea de un molusco, secreción dura de nuestra secreta intimidad? (Pérez de Ayala 1923, 243-244). 9 Vegeu, per exemple, les cartes 230-262 (Pons-Sorolla; Lorente Sorolla 2009), en les quals Sorolla, des de Sevilla, relata a la seua dona els canvis de plans que demoren la conclusió del retrat de Victòria Eugènia i, per tant, la volta de Sorolla junt amb la seua família a Madrid «ara només demane a Déu que la reina no m’isca amb alguna nova molèstia, perquè crec que ja no l’aguantaria» 20 i 21 de febrer de 1908. 113 del modista a l’estudi de l’artista. Es podria contestar que sí, a eixa pregunta retòrica de Pérez de Ayala, que va lloar com a cosa positiva, important, fonamental en la pintura de Sorolla, la superfície, l’epidermis, sense la qual, d’altra banda, és impossible que hi haja “profunditat”; ambdós conceptes constituïxen les dos cares d’una mateixa moneda. El vestit ha sigut vist com a pell de què cal desprendre’s per a arribar a la veritat del nu, però també com a forma d’expressió, part substancial de la personalitat de l’individu. Felipe Garín i Facundo Tomás no s’han cansat de subratllar la importància de la superfície en l’obra de Sorolla, i del retrat i del vestit com a manifestació del ser humà, amb la seua capacitat de produirse estèticament, de seduir i relacionar-se: “què és un retrat pintat sinó una demostració d’aparença seductora en què l’hàbit juga un paper determinant? (2006, 263)”. Tomás i Garín van revisar especialment la fortuna crítica de l’artista en la seua època i l’opinió que les seues obres mereixien a alguns dels membres de la denominada generació del 98. Parlant sobre el retrat Clotilde en l’estudi afirmaven: (…) demuestra aquí el pintor haber merecido el comentario que, insidiosamente pero con gran acierto, haría Ramiro de Maeztu varios años más tarde hablando de una exposición en Londres (Maeztu 1908): “Bastien-Lepage decía que el paisaje ha de tratarse como un retrato, Sorolla tiende, por instinto, a tratar el retrato como un paisaje”. Pocas afirmaciones como esta pueden dar la clave de la sustancial dimensión superficial de la pintura de Sorolla. Efectivamente, frente a la tradicional distinción del retrato entre “fondo” y “figura”, la figura se incorpora aquí al fondo para forjar unidad de superficie, afirmando el plano pictórico como sola entidad, como objetivo único de la actividad plástica (Tomás; Garín 2001, 45). Fent oïdes sordes a les seues pròpies conviccions, finalment Ramón Pérez de Ayala va claudicar i va concedir a Sorolla ser retratat amb impermeable,10 inclús considerant que no era un tret que reflectira la seua manera de ser. La raó que dóna en l’article del canvi d’opinió reflectix l’habilitat de Sorolla per a 10 En un altre retrat de 1920 apareix de trage en el jardí de Sorolla (col·lecció Pérez de Ayala). 114 I sabel J usto tractar amb els models més exigents, d’eixir-se amb la seua i retratar el que el seu exquisit bon gust enquadrava quasi en cada ullada, com una artística, frenètica i perfecta màquina de fotografiar. Llegó el instante de comenzar mi retrato. Sorolla insistía en pintarme con impermeable, gafas y paraguas. Yo me negué. Llegamos a una transacción. Accedí a permanecer con el impermeable abotonado, porque, según él decía, recordaba algo el hábito de un fraile, lo cual no me desagradaba (ibidem.). Sorolla va imaginar que la imatge de si mateix com un frare seria atractiva a Pérez de Ayala: era una imatge poètica, amb un rerefons ascètic que, sens dubte, va paréixer interessant a l’escriptor. És possible que plasmant el que tant va cridar la seua atenció, eixa primera impressió de Pérez de Ayala com un frare que entrava en la sala d’exposicions, Sorolla ens diguera finalment un poc més de l’escriptor que una anàlisi psicològica més prolongada. O potser, pensant que l’“hàbit no fa el monjo”, Sorolla utilitzara la imatge del “frare” només per a convéncer Pérez de Ayala, mentres se centrava en preocupacions menys literàries i més pictòriques, com el reflex de la tonalitat verdosa sobre la seua pell citrina, la qual cosa es va traduir per fi en una combinació que fa de la seua efígie certament peculiar i distinta, molt suggeridora, en la línia d’altres obres de gran modernitat que es poden comptar entre el millor de la seua producció.11 El fet que un artista siga més o menys superficial, que s’endinse en el que s’anomena “fondària psicològica del retratat”, o 11 Per exemple, els retrats de la seua filla María convalescent, prenent el sol de la serra molt tapada, amb roba que li conferix un aspecte estrany, quasi sinistre, que permet experimentar amb el format, la superfície pictòrica, les taques de color, sense preocupar-se de l’aspecte de la seua filla, molt distant dels retrats de María vestida amb roba elegant que Sorolla acostumava realitzar. En general, són els retrats de familiars i amics els que Sorolla aprofitava, des del primer moment de la seua carrera, per a experimentar també els que la crítica ha considerat millors. 115 del modista a l’estudi de l’artista. s’acoste al model amb la intuïció de l’artista experimentat que compon sense pestanyejar (o una mescla de totes), no ens lleva la capacitat de conferir al resultat final el significat que cada ideologia preferisca o necessite afirmar. El mateix que si la personalitat del model fóra bondadosa, intel·ligent o avorrida, ara ens seria impossible saber si el retratat responia al que pareixia o, com afirmava el protagonista de La quimera de Pardo Bazán, la seua personalitat era mèrit o demèrit del pintor. Pérez de Ayala amb impermeable pot ser interpretat, indistintament, com a expressió dels nous temps, de la voluntat de modernitat que caracteritzaven l’esperit de l’escriptor, periodista i crític d’art, del seu sentit de l’humor o inclús d’una profunda vocació ascètica que Sorolla va vore en ell a primera vista. 116 Índex d’il·lustracions 1. Figures de casaques jugant en un jardí, 1900. Oli/llenç 175 x 137,3 cm. Museu de Belles Arts de València. 2. [Grup de sis. Col.lecció Victoria Liceras] Conjunt per a cavaller de seda de color gris, brodat en totes les seues peces compost per camisa, calçó, jupetí, casaca i gorgera amb randa, ca. 1790. -Conjunt per a cavaller de seda de color negre, brodat en jupetí i casaca, calçó de llana sense adorns, camisa i gorgera amb randa, ca. 1790. -Conjunt per a cavaller de seda de color ala de mosca, brodat en totes les seues peces, compost per camisa, calçó, jupetí, casaca i gorgera amb randa, ca. 1790. -Trage de senyora de seda de color rosa amb espolinat multicolor i metall platejat, falda completa i bata tipus Watteau encolada, ca. 1785-1790. -Trage de senyora de seda de color rosa ataronjat amb espolinat multicolor i falda completa encoixinada de color groc. Model “a la polonesa”, ca. 1790. -Trage de senyora de seda de color blau celeste amb espolinat multicolor compost per falda i gipó, mocador de coll de tul de cotó brodat del seu color, ca. 1790-1800. 3. Gropa valenciana, 1906. Oli/llenç 200,5 x 187 cm. Museu de Belles Arts de València. 4. [Parella. Col·lecció Victoria Liceras.] Xiqueta amb trage regional valencià de seda espolinada de color beix, amb flors multicolor, compost per falda, justacòs i camisa de cotó, davantal i mocador de tul de seda brodat amb metall. S’acompanya de complements (pintes, conjunt d’arracades, collar, agulles, joia i llaços), ca. 1906. -Trage regional valencià de seda artificial beix, compost per calçó i jupa, jupetí florejat i camisa de cotó, faixa de seda, capell i barret tipus “rodeta”, ca. 1906. 5. Esbós de cartell per al diari ‘El Poble’, ca. 1894. Oli/llenç 95,5 x 172,3 cm. Museu de Belles Arts de València. 6. Trage regional valencià de seda adomassada de color roig intens, compost per falda, justacòs i camisa de cotó, davantal de seda i 117 Í ndex d ’I l · lustracions mocador de coll de tul brodat amb metall. S’acompanya de barret frigi de llana roja i complements: pintes de material transparent, adreç (arracades, agulles, joia i llaços). 7. Dibuix de senyora inclòs en la carta de Sorolla a la seua dona del 13 d’abril de 1914. Museu Sorolla. CFS/1233. 8. Dibuix de trage de jaqueta inclòs en la carta de Sorolla a la seua dona de l’1 de novembre de 1915. Museu Sorolla. CFS/1534. 9. Maria amb brusa roja, 1910. Oli/llenç 63,5 x 43 cm. Col·lecció particular, depositat en el Museu de Belles Arts de València. 10. Trage roig de cotó de color roig carmesí, compost per falda acampanada i gipó ample de coll alt tancat en l’esquena i cenyit a la cintura, mànegues llargues tipus globus, ca. 1900. Col·lecció Victoria Liceras. 11 Pilar Elegido, 1889. Oli/llenç 72,5 x 50 cm. Museu de Belles Arts de València. 12. Mantellina espanyola rectangular de seda de color blanc marfil, randa tipus “Granada”, ca. 1905. Col·lecció Victoria Liceras. 13. Senyora d’Estanislao Granzow i fill, 1905. Oli/llenç 101 x 116,5 cm. Museu de Belles Arts de València. 14. [Parella. Col·lecció Victoria Liceras.] Trage de seda adomassada negra, compost per falda acampanada i gipó ample, tancat per davant i cenyit a la cintura. Coll blanc de randa de guipur i gran pitrera de batista. 1905. -Trage de xiquet compost per calçó de llana i cos bufat de cotó adomassat, arreplegat en la cintura. Gran coll de piqué blanc i xalina de seda natural beix. 1905. 15. Lucrecia Arana, 1919-20. Oli/llenç 104,8 x 81,5 cm. Museu de Belles Arts de València. 16. Trage d’una sola peça de seda de color negre amb aplicacions de randa, mànega llarga, escot amb sobreposat transparent. S’acompanya de capellina de vellut ribetejada en pell, ca. 1919-1920. Col·lecció Victoria Liceras. 17. Dibuix de trage de jaqueta inclòs en la carta de Sorolla a la seua dona del 4 de novembre de 1915. Museu Sorolla. CFS/1499-2. 118 Í ndex d ’I l · lustracions 18. Carlos Urcola amb la seua filla Eulàlia, 1914. Oli/llenç 166 x 92 cm. Col·lecció particular, depositat en el Museu de Belles Arts de València. 29. [Parella. Col·lecció Victoria Liceras.] Trage masculí complet, en sarja de llana negra, amb jupetí de seda color marfil i camisa amb pitrera i coll emmidonats, ca. 1914. -Trage de xiqueta d’una peça d’organdí de cotó estampat, mànega curta bufada i profusió de xicotets volants, ca. 1914. 20. Advocat Silverio de la Torre y Eguia (det.), 1894, Oli/llenç 100 x 124 cm. Col·lecció particular. 21. Senyora de Martínez de Tejeda (o Luísa de Martínez de Tejeda), 1907, Oli/llenç 81 x 122 cm. Col·lecció particular. 22. Senyora de Charles B. Alexander, 1909. Oli/llenç, 145 x 115 cm. Col·lecció particular. 23. Frances Tracy Morgan, 1909. Oli/llenç, 115 x 90 cm. Nova York, The Morgan Library & Museum. 24. La reina Victòria Eugènia a la llotja del Teatre Reial, 1918. Oli/ llenç, 142 x 114. Còrdova. Col·lecció Cajasur. Palau de Viana. 25. Retrat de senyora (det.), 1913. Oli/llenç, 150 x 107,5 cm. Col·lecció Gerstenmaier. 26. John Singer Sargent. Madame X (Madame Pierre Gautreau), 188384. Oli/llenç, 208,6 x 109,9 cm. NovaYork, Metropolitan Museum of Art. Arthur Hoppock Hearn Fund, 1916. Acc.n.: 16.53. 27. Dibuix de trage de jaqueta inclòs en la carta de Sorolla a la seua dona del 4 de novembre de 1915. Museu Sorolla. CFS/1499-1. 28. Ramón Pérez de Ayala, 1920. Oli/llenç, 105,8 x 81 cm. Nova York, The Hispanic Society of America. 29. Trage femení de festa de seda blanca, dos peces. Ca. 1900-1905. Hermanas Gargallo, San Sebastián. Col·lecció Victòria Liceras 30. Trage de jaqueta femení, en tela d’otomà de seda negra, dos peces. Ca. 1890-95. València, Concha Merelo Pérez, Confeccions. Col·lecció Victòria Liceras 119 Í ndex d ’I l · lustracions 31. Trage masculí complet, tres peces, en sarja de llana negra. Camisa amb pitera emmidonada. Sense firma. Ca. 1910. Col·lecció Victòria Liceras 32. Trage femení de festa en seda negra, una peça. Sense firma. Ca. 1910. Col·lecció Victòria Liceras ENGLISH VERSION 121 C lothing in the work of J oaquín S orolla . Dressed to pose: Clothing In The Work Of Joaquín Sorolla. Mª Victoria Liceras J oaquín Sorolla’s work runs parallel to each period of his life and thus, each of his paintings reflects the setting, situation and circumstances surrounding that particular moment. As in the case of other artists, when we observe his work we can see a logical progression; the evolution of a master. Inquisitive in his gaze, a scrutinizer of even the tiniest detail, Sorolla took advantage of these qualities to capture in his paintings costumes that are extremely helpful to us when it comes to tackling the subject that concerns us here: clothing, dresses… in short, fashion. We shall focus on the depiction of the human figure in his oeuvre, perhaps the most realistic facet of his work, perfectly defined in his portraits. Far from historicist academicism or religious representation, they even depict gardens and landscape scenes, so representative of his color and light, but they are of no use to us here since the figures blend into the rest of the composition without offering any details to aid our study. The type of garments depicted in works such as Figures in Frock Coats Frolicking in a Garden (1900) are, however, worth pointing out. They are faithful copies of luxury pieces from the 18th century which Sorolla certainly owned extemporaneously as samples or models, judging from how realistic they look; they are an exception in his work, but certainly important. Ladies dressed in the French style dancing with elegant gentleman wearing formal frock coats, highheeled shoes and powdered wigs. We can see eye-catching silks and floral designs very much in keeping with historical context [ill. 1 and 2]. There is also that other facet of Sorolla 122 V ictoria L iceras where, thanks to the commission from The Hispanic Society of America to paint Vision of Spain, he shows a wide variety of garments and costumes from all over Spanish territory: an explosion of colour in outfits on the verge of extinction, as he himself noted. They were far from the fashion trends of the moment, yet extremely important as a record of the many different types of regional dress from around Spain. We mustn’t forget all the works related to the traditions of Valencia, its habits and customs, extremely important as ethnographic records and for the study and recovery of historic material. Sorolla often used his own children to model the most typical costumes from Valencia and its surroundings; this can be seen not only in paintings such as Grupa valenciana (“Valencian Sidesaddle”, 1906) [ill. 3 and 4], but also in many photographs that confirm Sorolla’s great love for his homeland. Folk costumes, in various styles and for different occasions, were actually worn by both men and women and later faithfully depicted by Sorolla. These authentic pieces are now kept at the Sorolla Foundation and belong to the Sorolla Museum Collection in Madrid. An important legacy is thus passed down, with a special focus on traditional jewellery, an essential reference for the work of modern-day researchers and scholars. The traditional costume serves as an excuse to depict a female figure which Sorolla would use in his sketch for the newspaper El pueblo [ill. 5 and 6]. The symbolism of her accessories is evident, and all the articles of clothing she is wearing are realistically rendered, proof that the artist paid close attention to the way she was dressed. But in these cases fashion is not the subject, so we shall leave them for a different type of study. Over the course of his career, Sorolla had the opportunity to witness transformations in fashion. He was apparently very fond of 123 C lothing in the work of J oaquín S orolla . new trends and innovations, as can be seen in the letters he sent to his wife, which often include allusions to some new style, even accompanied by little drawings or sketches that underscore the importance of the garment [ill. 7 and 8]. It was not unusual for Sorolla to give his wife fashion accessories, some of which can be seen in the many portraits that he did of her over the course of her life. The turn of the 20th century was precisely the moment marked by the most changes, particularly in women’s attire, where trends were shorter and more volatile. The advantage of clothing is that it transports us straight to the heart of a society’s values and this was when women had their big moment of elegance, luxury and fantasy. In Sorolla’s portraits, observing clothing is almost a pleasure for all the senses. One does not need to touch, only to look. There is lace, embroidery, a masterful combination of white and black, the occasional accent of colour. One important element is the red dress which he painted several times, an exception to the limited palate in clothing from that period [ill. 9 and 10]. A compendium of the history of fashion. A collection of anonymous effects brought together to satisfy the whims of aesthetics. Before our eyes they appear as miracles dispelled by time. Between the 1870s and late 1880s we can detect a certain baroque air in women’s clothing [ill. 11 and 12]. This style coincides with Sorolla’s years of training or even the beginning of his career as a painter: a time that surely influenced his idea of fashion. The bodices of the dresses are still very tightfitting and somewhat longer than the ones we shall find in subsequent periods, with more modest adornments; now the skirts have puffs, drapes, gathers, bows and appliqués in a magical, masterful command of the needle. There is a preponderance of bustles, an accessory used to add form and volume, especially to the back of a woman’s dress. 124 V ictoria L iceras During this period, dressmakers began to play an important role. Different elements are now harmoniously brought together in extremely clever colour combinations that denote the skill of the atelier. Sinuosity and movement would become fashionable in clothing at the end of the century with the Art Nouveau movement. The modernist trend, from 1890 to 1914, gave rise to new styles and forms ranging from the inspiration of the Renaissance to the triumph of the sinuous lines typical of 1900. Slim yet airy bodices and skirts fit close to the hips and flare out below, moving rhythmically, according to the aesthetic of the fin de siècle. Modernism means the exaltation of women and is expressed in the almost musical cadence of curves. It is a feminine beauty that is not provocative but rather fragile and seductive [ill. 13 and 14]. Before the first decade of the 20th century comes to an end, straight lines start to become fashionable. Skirts, accompanied by only a petticoat, have lost all their volume. Yet the corset continues to occupy a key place, taking on an increasingly flexible, comfortable appearance in response to the demands of hygiene and medicine, which call for garments that allow a greater freedom of movement. Once again the classical world (just like with the Empire fashion) serves as a reference and source of inspiration, and great artists and courtiers such as James McNeill Whistler, Gustav Klimt, Mariano Fortuny and Paul Poiret would share this pursuit of simplification [ill. 15 and 16]. With time the female wardrobe is minimized, drawing inspiration from sportswear and military uniforms. Women seem happier and less monotonous and when they begin to play sports, their outfits are modelled after men’s fashion. One new item of clothing closely tied to this idea is the so-called “tailleur”, a women’s suit that evokes a certain masculinity and exudes an air of freedom and equality. Sorolla was impressed by this suit, as we can see in some of the sketches in his letters. [ill. 17]. 125 C lothing in the work of J oaquín S orolla . Fabric, the most fragile of all materials, reveals through a portrait or a mere mannequin an iconic silhouette of our fashion history. The goal is not to trivialize the meaning, to re-establish a fiction close to a certain verism or to use a situation as a pretext to play with clothing. Here is the result, and it’s the fruit of an exciting dream. The goal has been to do an in-depth study, to consult fashion experts for a more proper historical clarification. Art exists. This is perhaps the most fruitful period in terms of Sorolla’s portraiture. It coincides with the time when he established his reputation as an artist and perhaps even the peak of his career. He is now a renowned, highly-solicited painter. Not only does he repeatedly portray, as we have already noted, members of his own family, especially his wife and children, but he also receives numerous commissions from individuals who wish to preserve their likeness for posterity. To this end, gentlemen and ladies both donned their best finery, giving us an invaluable record of the fashions of the epoch. Daywear, evening wear and formal wear: it was essential to be familiar with and follow strict rules of etiquette so that ladies would be dressed in the appropriate attire, depending on the time of day or the event they were attending. The more important the moment portrayed, the richer the outfit to pose in must be. Thus, styles and legends have survived to this day, everlasting to our eyes. Sorolla had a great knack for retaining everything he saw around him and capturing it on the canvas. This occurred in his beach scenes and his paintings of fishermen or labourers, which attest to his popular origins and his love of his homeland, yet he also managed to convey the underlying set of economic, social, environmental factors that were such a major influence on the evolution of fashion. Today, fashion reveals ephemeral tastes that serve as a faithful record of the past. Sorolla’s portraits also make us think about masculine identity. During this period, the dress codes established after 126 V ictoria L iceras the French Revolution went out of vogue. We can talk about a new trend: a craze for all things English that redefined masculinity, with a silhouette more suited to everyday life that would give rise to future men’s attire. The simplification of clothing for men accelerated with the birth of apparel merchants who focus all their attention on women. History has not been kind to men’s fashion; to the bourgeois man more focused on business, politics… conserving only certain ornaments and fabrics to simulate splendour. This austere identity takes shape at the end of the 19th century around dark fabrics and often the colour black, a symbol of authority. Profound changes in society give rise to new dress codes. Striped vests and geometric motifs replace the flowers of previous epochs. The craze for all things English, a taste for the natural and more simple lines favour a less complicated male wardrobe and even serve as inspiration for women’s fashion, as we have seen earlier. If both sexes have their portraits done on a recurring basis, in the case of men the motive is not the same. Their outfits always consist of the same pieces: shirt, vest, jacket and trousers: always the same, but never with the same forms. At the end of the century, neckties were the epitome of elegance. One might say that they made elegant men happy. The necktie is not only “useful protection against rheumatism, stiff necks, toothaches and other ailments” (according to some) but an essential, mandatory part of the suit which, in its multiple forms, tells us a great deal about the wearer. That is, ties are worn, or rather knotted, in many different ways. The tie inseparable from the neck and starched, removable cuffs are the last impediment to modern man at the end of the 19th century. The collar may be removable, this time for hygienic reasons. If it is white, it is a sign of the upper classes. And finally the shirt front, which is starched on the shirt itself or attached as a decorative cravat. The male wardrobe evolves slowly during this period. The bourgeois codes of the fin de siècle attempt to reduce the suit 127 C lothing in the work of J oaquín S orolla . to the strictest sobriety. They signify a time and represent a transposition of social and economic codes. In his male portraits, Sorolla also paid great attention to detail. He took the time to find a good pose that would show off the delicacy of a tie, the movement of a sleeve or the lavishness of an embroidered element. And even though men’s clothing is often more insignificant than women’s, his male figures still convey a message. Sometimes they use a situation as a pretext to play with the instantaneous quality of the clothing [ill. 18 and 19]. Finally, we mustn’t forget the outfits worn by children: boys and girls who from a very early age were often painted as the family grew, either in their domestic surroundings, playing street games or in ceremonious poses alone or with the family. The children wear white clothing, unisex during their early years of life and later with flounces and ruffles for the girls and trousers – almost always short – for the boys, often with nautical or military motifs in the form of braids and appliqués. Despite their monochrome nature, in Sorolla’s portraits we can see the details and even the texture of the fabric, where the presence of cotton denotes the rise of industrialized clothing. As we have already noted, the painter also has own children pose in more or less traditional outfits to identify them with his beloved Valencia, riding side-saddle with a festive air, saving certain old garments for them as well as pieces of jewellery and accessories, possibly family heirlooms. This is the ensemble. This is the legacy. Both take shape in the show Dressed to Pose. And though the actual pieces of clothing are not always the same as the ones depicted in the paintings, we have tried to find the closest possible match, with the same style, type of pattern and fabric. In short, it’s an exhibition that will give us a glimpse, through time, of pieces once worn with elegance. 128 Fashion in Joaquín Sorolla’s Portraits From the Dressmaker to the Artist’s Studio Isabel Justo Clothes and fashion in the period straddling the nineteenth and twentieth century hold a special fascination for the twenty-first century spectator. This is largely the result of a nostalgic viewpoint, as we still view the objects and costumes worn by our grandparents and great-grandparents as part of our past. The form of dress of the time, and this is particularly true for women, conjures up conflicting emotions: on one hand, we admire the sheer flamboyance but, on the other, we also recognise the discomfort and awkwardness, the combination of an elegant silhouette invented by tight corsets and the long trains of skirts that made the simple act of walking an arduous task. Painting, especially portraiture in the era, is an excellent optic through which to cast a look back on the clothing of other times, almost as if we were browsing an old family album. It gives us a chance to glean a better insight into the society of that particular moment, or at least the upper echelons that were able to afford to have their portraits painted by an artist of international fame, as was the case of Joaquín Sorolla Bastida. It also affords an opportunity to look at the social reality of less well-off classes, analysing the mutual feedback between painting and photography, between the painted canvas and the black and white photo, a more inexpensive option for people wishing to have their portrait taken for posterity. One ought to bear in mind that portraiture, as a genre, was not held in particularly high esteem from an intellectual viewpoint; and even less so in the case of female portraits. The crossover between portraiture and fashion, which now 129 F rom the dressmaker to the artist ’ s studio proves so useful in studying the era, meant that many artists were afraid of being put on a par with dressmakers and, in consequence, underestimated. Dichotomies such as art and craft, depth and surface, truth and artifice, nude and clothed, and even virility and femininity, were the order of the day in debates between artists and intellectuals. And perhaps artists felt pressure to condescend towards ladies by allowing certain “adjustments” or “repairs” in their portraits that would flatter them at the expense of falsifying the end result. At least this was the fear that, in one way or another, was expressed by many artists, Sorolla included, who took on numerous commissions that, although they may not have stoked their interest as painters, did however greatly boost their popularity, improved their social status and proportioned them a comfortable living. CLOTHING WORN BY SOROLLA’S SITTERS Much has been written in recent years on the place of portraits within Joaquín Sorolla’s overall body of work. This has, in turn, considerably raised the appreciation of the work of this artist from Valencia in the genre and has put him in his rightful place in a wider international context.1 While his first biographers, with scant exceptions, believed that his portraits were not on level pegging with his famous open-air scenes (cfr. Pons-Sorolla 2006, 115 & 2014b, 136), nowadays 1 In 2011 Javier Pérez Rojas undertook a complete revision of Sorolla’s output as a portraitist which we published in number 2 in this collection by the Institución Sorolla. His study embraced a complete state of the question. Now we can also add the essays and entries in the catalogue Portraits of the Belle Époque (Llorens; Llorens 2011) and in the more recent Sorolla and America, which focused on an analysis of the fifty or so commissions from American clients to Sorolla (cfr. Pons-Sorolla 2014a & 2014b). For an in-depth study of the portraits which Sorolla painted of his wife and muse, see the catalogue of the exhibition dedicated to Clotilde García del Castillo in 2012 at the Sorolla Museum (Luca de Tena 2012). For a closer study of the fashion of the time, see the leaflet published by the museum on fashion in his portraits (Descalzo 2012); on Sorolla’s self-portraits see number 4 of this collection (Justo 2012). 130 I sabel J usto he is recognised for his enormous talent in portraiture, and his sober Velazquian style, his high output and the wealth of nuances and dramatic chromatic contrasts of his open-air portraits are rightly underscored. In the five-hundred plus individual portraits that Joaquín Sorolla painted (cfr. Pons-Sorolla 2006, 116), the sitter is usually depicted in a serene, relaxed pose with a slight smile and a lively sparkle in their eye; in other cases, and perhaps more frequently in his portraits of ladies, the sitter is depicted in an indolent pose that enhances their elegance and distances them affectively from the spectator. Very often the clothing accentuates these attitudes, together with the furniture and other accessories, as did an interior in dark, frequently ochre tones, or a garden replete with flowers. The intellectuals and artists portrayed by Sorolla (including his self-portraits), would be depicted with objects related to their profession or hobby (a paintbrush, a microscope, a book, a piece of archaeology...); they might be dressed indistinctly in working clothes or elegant suits that vouch for their standing as professionals or members of the social class to which they belong. Outside his circle of close friends and family, Joaquín Sorolla painted hundreds of portraits; these had stipulated fees depending on the size of the work and the difficulty entailed, and they also increased over time.2 In his canvases, the men were usually dressed in black (with the occasional exception in summertime and perhaps the odd uniform), in formal evening wear or day suits; small children and young girls are usually dressed in white and older boys in grey; the latter—for instance the son of the Granzows, or the son of José María Suarez or many of the portraits of his own son Joaquín— seem to shift gradually 2 From 1893 to 1900 Sorolla charged a fee of between 2000 and 3000 pesetas per portrait. From 1900 to 1904 he charged between 2500 and 5000; and from 1904 onwards, with the odd more expensive exception, he charged between 5000 and 10,000 pesetas (cfr. Pons-Sorolla 2006, 128). 131 F rom the dressmaker to the artist ’ s studio closer in their grey suits to the strict mourning of their elders. A good example of a portrait of a gentleman is the lawyer Silverio de la Torre y Eguía (1893). [cat. I; ill. 20] Dressed in timeless tails —which have remained largely unchanged in over a century— and surrounded by ochre tones in which one can intuit an armchair, the sitter is depicted in a peaceful pose. The only adornment on show is a white flower, matching the shirt front, collar and cuffs, soberly brightening his left lapel. After the shirt, his pale complexion is the next brightest patch of paint; meanwhile, against the dark red ground, we have the black of his trousers, waistcoat, necktie and jacket, as well as his hair and beard, another element that ought to be considered expressive of his character, and a sign of his masculinity and maturity. His studiously relaxed hands round off this elegant and personable character. While gentlemen and boys were mostly depicted dressed in black and white, ladies resisted this levelling. Though we can find examples of fashionable ladies in bright or immaculate white costumes, such as Luisa Martínez de Tejeda [ill. 21], we are more likely to see them in evening dresses in striking portraits: ranging from the exquisite soberness of Teresa de Beruete (portrayed in 1901 with lorgnettes in one hand, a highnecked grey satin gown with a ribbon, seated in the theatre with her coat draped behind her) to the striking impression cased by the Countess of San Félix (1906) dressed in a pink evening gown with a low neckline, or the more sumptuously turned out Elena Ortúzar (1906) with a cloak with ermine collar that lends her an almost regal look. This ostentation on the behalf of Elena Ortúzar, in choosing an ermine collar, usually associated with European royal families, was by no means an isolated case. Some of the ladies who commissioned Sorolla to paint their portraits in America, after having seen the portrait of Queen Victoria Eugenia in his exhibition in New York in 1909, asked the 132 I sabel J usto artist to make them look as much as possible like the Spanish queen. Pons-Sorolla made a special mention of two particular ladies painted, like the queen, in an oval portrait (2014, 138); as well as the case of Mrs. Charles B. Alexander [ill. 22] —who as well as repeating this format is also adorned with a long necklace similar to one often worn by Queen Victoria Eugenia— other ladies copied the ermine cloak (Portrait of Frances Tracy Morgan, 1909) [ill. 23] the dress or the hairstyle. Members of high society or the world of show business set the fashions at the time and their hairstyles and costumes were slavishly copied, a lot like what still happens today. The hairstyle of Cleo de Meróde, for instance, with a central parting and covering the ears, became all the rage in the opening decade of the twentieth century, at the peak of the Belgian dancer’s fame. However, returning to Queen Victoria Eugenia, it is worth noting another portrait of her, this one exquisitely sober with a striking prominence of black. Painted in 1918 [ill. 24], it depicts the queen as a delicate, ethereal being who seems to be kept upright by her finger tips resting on what appears to be the railing of a box in the theatre. Similarly to the portrait of Silverio de la Torre, the background is in an earthy red tone, against which the queen’s pale complexion, golden hair and blue eyes stand out, with some additional bright spots in the fingers, ears and wrists, replacing the showy jewellery of previous portraits; the long strings of pearls, the heavy gowns and regal cloaks have given way to a low-necked black evening gown with straps with her shoulders covered by a light gauzy material. The dress is very similar to the one worn by the anonymous lady that Sorolla portrayed in a seated position (Gerstenmaier collection, 1913) [cat. II; ill. 25], in an equally dark setting, though this time enlivened by the carved wood back of the chair behind her. In this portrait Sorolla did what his much-admired fellow painter John Singer Sargent had done decades previously in his celebrated Portrait of Madame X (1883-1884) [ill. 26], in which he painted a lady dressed in a fitted black evening gown—though in an older style— with one of the dress straps off her shoulder as if by oversight. However, 133 F rom the dressmaker to the artist ’ s studio because of this “oversight” the lady in question refused to pay Sargent for the portrait (now in the Metropolitan Museum in New York), not even after he had chastely put the strap back up. However, as Barbara Guidi argues (2011, 37), it did win him notoriety and as a result many new commissions. We have no idea whether in this portrait Sorolla wished to emulate the provocation or whether it was the suggestion of the sitter herself. And, by the way, she too, like Sargent’s Madame X is an anonymous sitter; although we do know that Madame X was in fact Madame Pierre Gautreau and that Sargent deliberately omitted her name when presenting the picture at the Paris Salon of 1884. I, A PORTRAIT PAINTER! In September 1913 Sorolla travelled to Paris to paint the portrait of the person he called his “other American patron”, Thomas Fortune Ryan (cfr. Pons-Sorolla 2014, 202);3 and also to meet with Huntington to speak about the project to decorate the Hispanic Society of America in New York. He also took advantage of this trip to carry out some commissions that had remained pending from his two trips to the USA (1909 and 1911), including the future Mrs Ryan, then Mary Townsend Cuyler; this portrait caused a sensation in Paris when it was presented in society, as Sorolla himself reported to his wife in a letter dated 14 October of that year: This morning I heard that Ryan held a great reception at his house last night, and the portrait of the lady met with such success that it is considered the best I have ever done: they are all waiting for me to go to America. Imagine, I, a painter of portraits! I can’t get over it, and even more, of ladies! (cfr. Lorente Sorolla; PonsSorolla; Moya 2008, 76-77). 3 Sorolla was commissioned to paint two portraits of Thomas Fortune Ryan though he presented him with a gift of a third, a bust, which he made around the same time, from September to October 1913. For more about this character see the article by Mark A. Roglán in the catalogue for the exhibition Sorolla and America (2014). 134 I sabel J usto Sorolla could scarcely get over his surprise on seeing himself applauded and sought after by ladies of American high society. Not without a certain annoyance, he had to stay on in Paris for longer in order to look after other commissions, like the portrait of Madame Seligmann, after having reluctantly done one of Mary Townsend Cuyler, who, according to Sorolla, was not very attractive and perhaps for that reason it proved more complicated than usual. But Sorolla was by no means an isolated case, and contemporaries such as James Abbott McNeill Whistler, Giovanni Boldini and John Singer Sargent, Anders Zorn, Antonio de La Gandara and Philippe de Lázlo, all painted society portraits. In fact, some of them dedicated themselves exclusively to this genre. Like Sorolla, it earned them fame and fortune during their lifetime, though at the expense of practicing a genre considered to be monotonous and uncreative however lucrative it might be (cfr. Guidi 2011, 29-30). What was it that artists found so distasteful about painting society portraits, especially ladies? Was it the often superficial and boring obligations of public relations that frightened off the most bohemian artists? Nonetheless, it must have been difficult to avoid these relations, even if refusing to do portraits: anyone who wished to make a living as an artist and be accepted in the market had necessarily to maintain friendly relations with the section of society with the purchasing power that made them the main clients of artists and craftsmen. The answer probably lies more in the misogyny of the time, which looked down on the concerns and interests of women, and also because of the incipient situation in which there was beginning to be more crossovers and exchanges between the fine arts and applied arts and crafts like decoration, fashion and design. At this time of change, varying opinions can be found in this respect: on one hand, there were the purists, the intellectuals who refused to acknowledge any relationship between the fine arts and crafts or other new mediums of expression like film and photography, and, on the other hand, there was the rise of the Arts & Crafts movement and the consequent democratisation of design. Women were accused 135 F rom the dressmaker to the artist ’ s studio precisely of frivolously mixing these two poles,4 when in fact they should be considered as the spearhead of a new regime that would burst onto the scene in the mass consumer society of the twentieth century and eventually find its maximum expression in Pop Art. In her novel La Quimera (1903-1905), Emilia Pardo Bazán expounded her insights into the fashion world in Paris at the time of Sorolla, making a drastic differentiation between the exclusive Rue de la Paix and the department stores with their sales and bargain offers.5 The main character in the novel is Espina Porcel, a refined and exquisite yet dangerous young woman who amuses herself by patronising a painter, Silvio Lago, promising to introduce him to high society. One of the underhand tricks Espina plays on Silvio takes place precisely in Rue de la Paix in Paris. Espina publicly humiliates the painter by introducing him to Paquin, the most sought-after dressmaker at the time, so that he could draw costumes for him. Throughout the story Lago is torn between different trends and attitudes to painting, and he regrets seeing himself converted into a mere painter of high society who is known only for his talent with pastel painting. Silvio, in 4 When women were praised for their modern attitude, it was not exempt from irony and mockery, like, for instance, what Oscar Wilde said about women in The Picture of Dorian Gray through the mouth of his creation, Lord Henry: “They are charmingly artificial, but they have no sense of art” (1890-91, ch. VIII, 30). 5 “In Rue de la Paix, luxury is not adaptable, accessible, like in so many places in Paris, like for instance the department stores which offer women the bait of a cheap bargain. On the contrary to Rue de la Paix, which haughtily seduces with the exorbitant, with what can only be found there at such prices, though it can be found elsewhere with scarcely any difference. The hats in Rue de la Paix, the shirts in Rue de la Paix, the jewellery in Rue de la Paix, have the pretension of putting a figure on the height and intensity of luxury, the soberness and elegance of expenditure. Arousing fanaticism... And not only the window displays, with their large polished glass that incite the wealthy and powerful. On all floors of the buildings, the balconies are adorned with large golden signs with the endorsement of some celebrity or high fantasy speciality; this is where the great dressmakers, the high-pontiffs of vanity and dictators of rags have set up residence” (1903-1905, ch. III, 438-441). 136 I sabel J usto search of the chimera that gives the novel its title, is always looking for something else. He confesses as much while painting the portrait of another character in the novel, Minia, in which we can see Pardo Bazán herself: - … Correcting silhouettes, correcting skin complexion, making wrinkles softer and turning beetroots into roses... that much anyone can do. It is more difficult to convey a soul in faces that have none. The trick is to add that beauty of fantasy and of the mind to the faces of sitters who are furious because their gown doesn’t suit them or because their corset is too tight. Aren’t portraits always telling us something, something melancholic and dignified or more charming? In one hundred cases, it is the portraitist who lends the sitter the spirit he lacks. - It depends - Minia replied, interested in the theory -. There are realist painters, like for instance Vicente López and the old Flemish master Franz Hals, who portray animals and vulgar scenes... And they produce wonders... Imagine! To which the painter responded: That’s the good thing: the truth, without tricks or subterfuges. It’s the lucky few who don’t need to falsify anything!... (op. cit., ch. I, 149-150). Truth and costumes, always at loggerheads! Today we find it easier to identify with Espina’s more modern attitude when she wanted the painter and the dressmaker to work together, one step ahead of the transversal invasion of design in our society of masses. Susan Kirkpatrick believes that the link between women’s concern for fashion and decoration and the rise of design in the Arts & Crafts movement at the time was evident and promising: There was just one step between the “feminine” concern with the aesthetic of clothing and domestic interiors and the movements from the late nineteenth century closely associated with the aestheticist expressions of the European modern style, like the Arts & Crafts movement and Art Nouveau in design (Kirkpatrick, 2003, 80). 137 F rom the dressmaker to the artist ’ s studio This interest would produce fruit decades later, when fashion became more functional and comfortable, hand in hand with advances made by women’s rights movements.6 The character of Espina Porcel in La Quimera combines two features that apparently clarify the author Emilia Pardo Bazán’s stance when it came to allowing a fusion between art and crafts. Espina is beautiful but she has a terrible personality; she is a cultivated woman versed in the history of art, although she interprets everything whimsically, without respect and without consideration.7 Like the lead character in The Picture of Dorian Gray, (Wilde 1890-91) Espina ends up badly and hides ugliness and vice beneath a shiny surface; in her case the needle marks of morphine, hidden beneath the flounces and satin of her elegant toilette. Although Espina is so amusing, frivolous and fascinating that she transforms the poor Silvio Lago —obsessed with an unattainable goal, with the great masters, classical art, the renaissance, the purity of nature, even true masculinity— into a ridiculous and antiquated creature. To my way of thinking, Pardo Bazán limited herself to posing all these contradictions of the contemporary world without taking sides. She herself must have been torn by these same contradictions: she loved luxury and fashion but also defended tradition and the fine arts. 6 “Cultural representations of women reflect the changes in the codes of conduct that took place in the twentieth century. The new fashions, exemplified by the clothes designed by Coco Chanel, followed the stylised tendency of European modernist design, straightening the feminine curves of art nouveau and eliminating decorative elements in favour of functionality. In fact, the new shorter, simpler and looser fashions were much more functional for the modern women, given that they allowed her to practice sports, drive automobiles and to work in a profession. The image of the flapper or garçonne soon became widespread in the mass media” (Kirkpatrick 2003, 220). 7 When thinking of Espina, Silvio reflected: “I have taken her to the museum, I have taken her to the Fine Arts Academy, I have taken her to the chapel of San Antonio. The only thing that I have seen impress her is Goya. The Nude Maja and The Clothed Maja aroused her enthusiasm, and in front of these two enigmatic, profoundly disturbing figures, we spoke again about the nude, towards which she repeated her disdain. / The ethereal figures of La Florida seduced her. / - Goya – she told me – is modern. That cannot be said for many who are painting now, who are really still back in the 60s” (Pardo Bazán 190305, ch. II, 360-361). 138 I sabel J usto Some years ago Javier Pérez Rojas quoted La Quimera by Pardo Bazán to explain the artist’s contradiction in dedicating himself to portraits and the fusion of art and fashion that the genre could have meant at the time: Pardo Bazán portrayed the portraitist and revealed in her narration the importance and meaning of the portrait at the end of the century, as one of the favourite genres among artists and clients, though admittedly this predilection demanded certain concessions from the artist, for whom the commission could also mean dependency and servility when one agrees not only to perpetuate an image which is more ideal than real, that advertises the beauty and distinction of the sitter, but also to undertake a make-over operation that even requires the soul of a dressmaker (Pérez Rojas 2002, 334). In a letter dated in 1913, Sorolla tells his wife of the uneasiness he felt in the same streets as described in the novel La Quimera, and how thankful he was when he was introduced to a female acquaintance from Valencia who agreed to accompany him, helping the painter to buy clothes for the women in his family. In fact, in these two months of September and October, still unbearably hot in Paris, Sorolla dedicated himself exclusively to painting portraits and to looking for costumes for his wife and daughters. As I told you in my previous letter, yesterday I went looking with the measurement you gave me. I was lucky enough to be introduced to a young lady from Valencia, a friend of Cadena’s, who dresses very well and knows Paris inside out, and she agreed to accompany me; I bought a hat for Helenita in Avenue de l’Opéra, and then we went to fifth hell in search of a Russian tailor, and after waiting there for an hour he never appeared. We are going back today (cfr. Lorente; Pons-Sorolla; Moya 2008, 67-68). In his letters to Clotilde, Sorolla keeps up a running commentary on what he sees on the streets, and he often asks her for her sizes and that of their daughters, María and Elena, 139 F rom the dressmaker to the artist ’ s studio and sometimes his letters include drawings8 and costume designs in which he explains highly specific details with notes on the side with precise instructions. [ill. 27] Sorolla’s interest in aesthetics, coupled with his love for his wife and daughters, gave him a better insight into fashion. It seems that Joaquín Sorolla did not always follow the diktats of the people he was portraying. It is likely that more than one woman drove him to distraction (including Queen Victoria Eugenia, who was whimsical and always late)9 but on other occasions, as is the case of Pérez de Ayala, Sorolla insisted on his own idea of the sitter, even if it were simply a first impression. Thanks to Pérez de Ayala himself, we know that Sorolla asked him to dress in a very peculiar way for his portrait for the gallery at the Hispanic Society of America: [ill. 28] I was introduced to Sorolla at a private exhibition (…) the first thing he said to me was: “I was just about to write to you today. Mr. Huntington asked me to do a portrait of you for the Hispanic Society of New York. Could you come to my studio tomorrow? And staring at me impertinently, he added: just as you are now, with raincoat, umbrella and those glasses.” I answered him with a laugh, because the occurrence amused me: “I’ll warn you that I don’t usually wear glasses except on the odd occasion, like today, to look at the pictures. And as far as the raincoat and umbrella are concerned, today is one of the few days in the year when it rains in Madrid. If a portrait captures what is substantial and most permanent about a physiognomy, by painting the most 8 To occupy himself during lunch or dinner he used to draw the people dining in the same room (many of them cosmopolitan tourists, especially in Seville and Paris), and we can often find in his correspondence heads of men and women which prove useful in following the various trends in hats. See in this regard the illustrations of the letters edited by Lorente; Pons-Sorolla and Moya in 2008 and Pons-Sorolla; Lorente in 2009. 9 See, for instance, letters 230-262 (Pons-Sorolla; Lorente Sorolla 2009), in which Sorolla, in Seville at the time, told his wife about a change of plans that delayed the conclusion of the portrait of Victoria Eugenia and, as a consequence, his return to his family in Madrid: “now I only pray to God that the Queen doesn’t come up with some new nonsense, because I don’t think I can put up with any more” 20 & 21 February 1908. 140 I sabel J usto accidental and inexpressive occurrences that you see me with right now, you won’t be making my portrait, but rather an imaginary effigy”. “Never mind” he replied, “I’d like to paint you exactly as you are now”. The following day I went to his studio. Sorolla’s house was a complete extension of its owner. Where does a character end? On the skin? The clothes we wear, are they not a sign of our secret being, with its inclinations and aspirations, perhaps more sincere than the words we utter? And the house where we live? Isn’t the house we build like the shell of a mollusc, the tough secretion of our secret intimacy? (Pérez de Ayala 1923, 243-244). One could answer in the affirmative to Pérez de Ayala’s rhetorical question, which praised the surface, the skin, of Sorolla’s painting as something positive, important and fundamental, without this curtailing, on the other hand, the possibility of “depth”, with both concepts making up the two sides of the one coin. Clothes have been viewed as a kind of outer skin which must be shed in order to reach the truth of the nude, but they are also seen as a form of expression, a consubstantial part of the personality of the individual. Felipe Garín and Facundo Tomás have never tired of underlining the importance of the surface in Sorolla’s work, and of the portrait, and of clothing as a manifestation of the human being, with its ability to aesthetically create, to seduce and to interrelate: what is a painted portrait if not a demonstration of a seductive appearance in which clothing plays a critical role? (2006, 263). Tomás and Garín made a particular revision of the critical fortune of the artist in his own time and the opinion his works aroused in some members of the so-called Generation of ‘98. Speaking about the portrait Clotilde in the Studio they argued: (…) here one sees that the painter had deserved the comment that, insidiously albeit pointedly, Ramiro de Maeztu made many years later when speaking of an exhibition in London (Maeztu 1908): “Bastien-Lepage said the landscape should be dealt with as if it were a portrait, and Sorolla, through instinct, tends to treat the 141 F rom the dressmaker to the artist ’ s studio portrait as if it were a landscape”. Few other affirmations come as close as this in capturing the substantial superficial dimension of Sorolla’s painting. Indeed, as opposed to the conventional distinction in the portrait between “ground” and “figure”, here the figure is incorporated into the ground to create a unity of surface, affirming the painterly plane as a sole unit, as the unique objective of plastic action (Tomás; Garín 2001, 45). Ignoring his own convictions, Ramón Pérez de Ayala gave in and agreed to be portrayed by Sorolla with his raincoat,10 even though he believed that it was not something that reflected his way of being. The reason he gave in his article for his change of opinion reflects Sorolla’s skill in dealing with the most demanding models, of getting his own way and portraying what his exquisite good taste framed almost in every glance, like an artistic, frenetic and perfect camera. The time arrived to begin the portrait. Sorolla insisted on painting me with raincoat, glasses and umbrella. I refused. We reached a compromise. I agreed to keep the raincoat buttoned up because, as he said, it somehow reminded him of a monk’s habit, which didn’t displease me (ibid.). Sorolla imagined that the picture of himself as a monk would be to Pérez de Ayala’s liking: it was a poetic image, with an ascetic undercurrent that would surely strike the writer as interesting. It is possible that in rendering what had captured his attention, this first impression of Pérez de Ayala as a monk walking into the gallery, Sorolla was finally telling us something more about the writer that a more extensive psychological analysis. Or maybe, thinking about the Spanish saying that el hábito no hace al monje, literally meaning “the habit does not make a monk” and loosely equivalent to the English expression “clothes do not make the man”, Sorolla was using the image of the “monk” just to convince Pérez de Ayala, while he was actually more focused on less literary and more painterly concerns, like the greenish reflection on his 10 In another portrait from 1920 he is depicted in a suit in Sorolla’s garden (Pérez de Ayala collection). 142 I sabel J usto olive skin, which he ultimately rendered in a combination that gives the likeness a distinctive, unique and evocative touch, in step with other very modern works that are among the very best in his output.11 The fact that an artist is more or less superficial, that he explores what is called “the psychological depth of the sitter”, or if he approaches the model with the intuition of an experienced artist who composes without batting an eyelid, (or a mix of the above) does not take away one iota of his capacity to confer the end result with the meaning that each ideology prefers or needs to endorse. The same could be said whether the sitter is good-natured, intelligent or boring, though now it is impossible for us to know whether the sitter is what he seems to be or, as the lead character of Pardo Bazán’s Quimera claimed, his personality is the merit or fault of the painter. Pérez de Ayala in a raincoat could be indistinctly interpreted as an expression of the new times, of the desire for modernism that characterised the spirit of the writer, journalist and art critic, of his sense of humour or even of a profound ascetic vocation that Sorolla intuited in his first impression. 11 For example the portraits of his daughter María recovering from an illness, taking the sun in the sierra, well wrapped up in clothes that give her a strange, almost sinister appearance, which allowed him to experiment with the format, the painterly surface, the stains of colour, without being concerned with the appearance of his daughter, are very different from the portraits of María dressed in elegant clothes which Sorolla was used to painting. In general, from the very beginning of his career, Sorolla used the portraits of his family and friends to experiment, and they are also the ones which the critics have praised the highest. 143 Index of illustrations 1. Figures in Frock Coats Frolicking in a Garden, 1900. Oil/canvas. 175 x 137.3 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 2. [Group of six. Victoria Liceras Collection.] Men’s ensemble in grey silk with embroidery on every piece: shirt, knee-breeches, vests, frock coat and lace jabot, ca. 1790. -Men’s ensemble in black silk with embroidery on the vest and frock coat, plain wool knee-breeches, shirt and lace jabot, ca. 1790. -Men’s ensemble in iridescent greenish-black silk with embroidery on every piece: shirt, knee-breeches, vest, frock coat and lace jabot, ca. 1790. -Women’s gown in pink silk brocaded withfloral motifs in multicolouredand silver metallic thread, full skirt and Watteau robe with train, ca. 1785-90. -Woman’s gown in orangish-pink silk brocaded withmulti-coloured flowers and full quilted skirt in yellow. Polonaise design, ca. 1790. -Women’s sky blue silk gown brocaded withmulti-coloured flowers consisting of a skirt and bodice andcotton tulle shawl embroidered in the same colour, ca. 1790-1800. 3. Valencian Sidesaddle. 1906. Oil/canvas. 200.5 x 187 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 4. [Pair. Victoria Licera Collection.] Girl in regional Valencian costume of beige silk brocaded withmulti-coloured flowers, consisting of a skirt, jerkin and cotton shirt, apron and tulle shawl embroidered with metal thread. It is accompanied by accessories (combs, a pair of earrings, necklace, pins, pendant and bows). Ca. 1906. Victoria Licera Collection. -Regional Valencian costume in beige artificial silk, consisting of kneebreeches andjupajacket,flowered vest and cotton shirt, silk sashand rodina(typical round hat). Ca. 1906. Victoria Liceras Collection. 5. Poster sketch for the newspaper”El Pueblo”, ca. 1894. Oil/canvas. 95.5 x 172.3 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 144 I ndex of illustrations 6. Regional Valencian costume in bright red silk damask, consisting of a skirt, jerkin and cotton shirt, silk apron and tulle scarf with metal embroidery. It is accompanied by a red woolPhrygian cap and accessories: combs made of a transparent material, jewellery (earrings, pins, pendant and bows). Victoria Licera Collection. 7. Drawing of a lady from a letter Sorolla wrote to his wife on April 13, 1914. Museo Sorolla. CFS/1233. 8. Drawing of a tailleur, vest included, in a letter Sorolla wrote to his wife on November 1, 1915. Museo Sorolla. CFS/1534. 9. María in a Red Blouse. 1910. Oil/canvas. 63.5 x 43 cm. Private collection, on depositat the Fine Arts Museum of Valencia. 10. Crimson red cotton dress consisting of a flared skirt and wide bodice with a high neck that closes at the back, cinched waist and long balloon sleeves. Ca. 1900. Victoria Liceras Collection. 11 Pilar Elegido, 1889. Oil/canvas. 72.5 x 50 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 12. Rectangular “Spanish” shawl in ivory silk and “Granada”-style lace. Ca. 1905. Victoria Liceras Collection. 13. Mrs. Estanislao Granzow and Son, 1905. Oil/canvas. 101 x 116.5 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 14. [Pair. Victoria Licera Collection.] Black silk damask dress consisting of a flared skirt and wide bodice closed on the front and close-fitting around the waist. White guipure lace collar and large batisteshirt front. 1905. Victoria Liceras Collection. -Boy’s suit consisting of wool knee-breeches and a loose silk damask bodice, gathered at the waist. Large whitepiqué collar and beige natural silk cravat. 1905. Victoria Liceras Collection. 15. Lucrecia Arana, 1919-20. Oil/canvas. 104.8 x 81.5 cm. Museo de Bellas Artes de Valencia. 16. Dress made of a single piece of black silk with lace appliqués, long sleeves and neckline with sheerappliqué. It is accompanied by a velvet wide-brimmed hat with fur trim. Ca.1919-20. Victoria Liceras Collection. 145 I ndex of illustrations 17. Drawing of tailleurfrom Sorolla’s letter to his wife from November 4, 1915. Museo Sorolla. CFS/1499-2. 18. Carlos Urcola with his Daughter Eulalia, 1914. Oil/canvas. 166 x 92 cm. Private collection, on deposit at the Fine Arts Museum of Valencia. 19. [Pair. Victoria Licera Collection.] Full men’s suit in black wool serge with ivory silk vest and shirt with starched shirtfront and collar, ca. 1914. Victoria Liceras Collection. -Girl’s dress in a single piece of printed cotton organdy, short puffed sleeves and a profusion of little flounces, ca. 1914. 20. The Lawyer Silverio de la Torre (det.), 1894, Oil/canvas. 100 x 124 cm. Private collection. 21. Mrs. Martínez de Tejada (or Luisa de Martínez de Tejeda), 1907, Oil/canvas. 81 x 122 cm. Private collection. 22. Mrs. Charles B. Alexander, 1909. Oil/canvas. 145 x 115 cm. Private collection. 23. Frances Tracy Morgan, 1909. Oil/canvas. 115 x 90 cm. New York, The Morgan Library & Museum. 24. Queen Victoria Eugenie in a Box at the Teatro Real. 1918. Oil/ canvas. 142 x 114. Cordoba. Cajasur Collection. Palace of Viana. 25. Portrait of a Lady (det.),1913. Oil/canvas. 150 x 107.5 cm. Gerstenmaier Collection. 26. John Singer Sargent. Madame X (Madame Pierre Gautreau), 188384. Oil/canvas. 208.6 x 109.9 cm. New York, Metropolitan Museum of Art. Arthur Hoppock Hearn Fund, 1916. Acc.n.: 16.53. 27.Drawing of a tailleurfrom a letter Sorolla wrote to his wife on November 4, 1915. Museo Sorolla. CFS/1499-1. 28. Ramón Pérez de Ayala, 1920. Oil/canvas. 105.8 x 81 cm. New York, The Hispanic Society of America. 29. Two-piece white silk evening dress. Ca. 1900-1905. Gargallo Hermanas, San Sebastián. Colección Victoria Liceras 146 I ndex of illustrations 30. Lady’s two-piece costume with tailored jacket in black ottoman silk. Ca. 1890-95. Valencia, Concha Merelo Pérez, Confecciones. Colección Victoria Liceras 31. Gentleman’s three-piece suit in black wool serge. Anonymous. Ca. 1910. Colección Victoria Liceras 32. Lady’s black silk evening gown. Anonymous. Ca. 1910. Colección Victoria Liceras 147 Se terminó de imprimir este libro LA IMPRENTA CG, Valencia, el 25 de septiembre de 2014, en coincidiendo con la inauguración de la pasarela 17 Valencia Fashion Week en el Centro del Carmen