El (auto) elogio de los gobernantes

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El (auto) elogio de los gobernantes
El (auto) elogio de los gobernantes
Escrito por Jaime García Chávez
Lunes 06 de Febrero de 2012 21:18 -
Sin que el desenfado esté ausente y sí en contra de la empalagosa solemnidad, cualquier
ciudadano de este país aspira a que el comportamiento de los gobernantes fuera propio de una
auténtica república en el que el cumplimiento del deber se vea como lo ordinario y cotidiano, y
sólo porfrío cumplimiento con la ley se elevan a la magninimidad y, llegado el caso, hasta la
heroicidad.
En México, y Chihuahua dentro de él, los gobernantes hacen de su oficio una pompa
permanente y la fastuosidad, por cualquier acontecimiento fútil, un motivo para autoelogiarse,
como medio frecuente para lo que ha resultado un rudimentario culto a la personalidad. Hace
unos cuantos años, al comentar la estupenda novela de Mario Vargas Llosa, La fiesta del
Chivo, cuyo tema central es la vida y la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en la República
Dominicana, subrayé que ese estilo crecía como las verdolagas en muchos países
latinoamericanos y había germinado en Patricio Martínez García. Dejando en paz a este
personaje, futuro senador (ad mayorem gloriam dei), hoy tenemos que el titular del Ejecutivo es
claro ejemplo de ese culto, que desmiente las formas republicanas, digamos mucho más
potables, para pasar la siempre amargosa píldora del poder.
El dictador Trujillo nunca
adoptó la mesura en ninguno de sus actos. Violencia y crimen iban de la mano, pero no solo,
también la tomaba contra la fama de los sacrificados, el sosiego de sus familias y los
cadáveres mismos eran mancillados. Mataba a un hombre y ordenaba que se le inyectara
semen por el recto para enterar a sus deudos de los supuestos pasos donde andaba el padre,
el hermano, el hijo. La perversidad sin límites. Por eso es, aparte de la estética, importante leer
la obra del nobel peruano ciudadanizado español. En esa dirección Trujillo no dudó en bautizar
con su nombre a Santo Domingo, la primera ciudad fundada por los españoles en América,
tampoco rebautizar al más alto pico isleño con su propio nombre (por cierto, antes se llamaba
el pico Duarte). Se hizo llamar El Benefactor de la patria, el Primer Obrero del país, El Jefe,
Doctor, Licenciado, Padre de la Patria Nueva, Protector de la Iglesia. Para entrar en la
universidad había que rendirle pleitesía y para graduarse era requisito indispensable hacer
profesión pública de fe trujillista, y mucho más.
En el interior de todas las casas se obligaba a fijar su nombre, para tenerlo presente en todas
las actividades privadas inherentes al entorno doméstico. Las muy católicas iglesias fijaron,
inicialmente, en los altares la frase “Dios y Trujillo”, para luego corregirla por “Trujillo y Dios”.
Declaró escritora y filósofa a su esposa semianalfabeta y la promovió como aspirante al nobel
de literatura, y él mismo pretendió el galardón sueco por la paz. El escritor Hans Magnus
Enzensberger desentraña bien toda la trama de esta tiranía y explica la explosiva mezcla que
se da entre política y delito y enfatiza algo verdaderamente estrujante: todo lo hizo ciñéndose a
las formalidades de las leyes, para eso tenía a personajes de la talla del Cerebrito Cabral o el
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Constitucionalista Beodo y, por supuesto, un periódico en el que a diario, aparte de las loas,
era el medio para comunicar los favores y las desgracias de los políticos dominicanos a través
de la columna “El Comillo Público”. Si le da por hacer paralelismos, inténtelo que será buen
divertimento dominical.
Herencia colonial, patrimonialismo, rezago político-cultural, empleomanía, capricho, soberbia,
falta de alcances para comprender el lugar que se ocupa, todo esto podría servir para explicar
por qué a muchos gobernadores les da por reproducir esos moldes. Aquí en Chihuahua en los
años contemporáneos ya tuvimos una primera edición y ahora nos encontramos en la segunda,
pero corregida y aumentada. Lo de menos es la lambisconería que se advierte en exhibir el
ajuar nupcial de Bertita Gómez, en una especie de museo de las novias, del que seguramente
el inmortal Balzac se habría burlado en su obra La fisiología del matrimonio; eso es
simplemente lo rastacuero, lo grave está en otros temas.
La más floreciente de las industrias en Chihuahua es la del desplegado laudatorio. Por todo se
felicitan y se felicitan entre ellos. Una dependencia dice que otra trabaja muy bien y es
reciprocada. El gobernador aparece como Hércules desviando ríos, como el que saldará la
deuda histórica con las etnias de Chihuahua, el que ejercitará el poder para poder y no para no
poder. La clase política, los empresarios y los amigos del gobernante denotan una fiebre en
sus empeños por generar el elogio más alto. Las oficinas gubernamentales de comunicación
han impuesto la cultura del boletín oficial y oficioso y se reproduce en todos lados hasta con las
mismas faltas de ortografía. Como nunca se paga a medios nacionales para que toda la
república sepa lo que aquí se hace. A esto se le llama lisa y llanamente culto a la personalidad
y pretende presentar al gobernante como un ser divino, desentendiéndose de su sexenal
encargo.
En todo esto nunca faltan las plumas grotescas, “retro-reflexionantes”. Los legendarios
masones, un apéndice del viejo priísmo, antes de nombrar al gobernador anteponen las siglas
AL.G.D.G.A.D.U., lo que significa “A la Mayor Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo”, para
luego prodigarle estos adjetivos: enaltecido, hombre de visión amalgamada en los principios de
igualdad, libertad y fraternidad (si los escuchara Robespierre); hombre de talento, de visión y
de principios. Otros, en cambio, más declamatorios, le llaman “el que se requiere” y, ¡faltaba
más!, lo convierten hasta en un héroe de un pasado en el que ni siquiera había nacido. Algo
así: si él hubiera sido Napoleón, no se habría perdido Waterloo, ni habría venido la santa
alianza y el Conde de Meternich, el zar de las rusias, y el rey de Prusia habrían sido boleros
afuera de la ópera de Viena. Si mi abuela tuviera ruedas...
De tarde en tarde sí conviene elogiar a algún hombre del poder. Aunque no lo conozco ni sé de
su trayectoria pública, me parecen muy reconocibles las palabras del general de brigada
Bernardo Pineda Solís, quien valientemente reconoció, contrario a lo que se esperaría de un
militar en la coyuntura actual, que “el Ejército no es la solución a la inseguridad en el país”.
Pineda Solís está al frente de la comandancia XI en Zacatecas y agregó en entrevistas, “en un
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inusual tono académico”: “Les voy a decir algo que leí hace mucho tiempo. Es de Marco Tulio
Cicerón: 'si usted combate la violencia con violencia, va a producir anarquía, o dictadura'. ¿Si
me explico? Por eso, si nosotros queremos combatir la violencia debemos exigir que las leyes
se cumplan. Entonces, no es el militar el que tiene la solución”. A los reporteros que lo
entrevistaban les pidió que no hicieran las preguntas a los militares, sino que sobre los
problemas de violencia e inseguridad debían dirigirse a los actores políticos, económicos y
sociales del país. Esta austeridad, precisión, es la que informa de las dificultades y los retos
que encaran los gobernantes, no las florituras y la filigrana que hoy corre a raudales por
Chihuahua.
No han entendido los gobernantes que recurren a estos procedimientos que ellos mismos son
víctimas de este lenguaje y este culto, en primer lugar porque se lo autoprogidan, y en segundo
porque un día bajarán vertiginosamente del pedestal en el que se colocaron con encargo al
erario. Incluso llegan a tener trágicos desenlaces del que Mussolini, Hitler, el mismo Trujillo y
hasta El Negro Durazo son ejemplos. Es difícil, casi imposible, que lo entiendan con la
oportunidad que se impone: en el camino se enajenan y llegan a creer a pie juntillas las
magnificencias que salen de sus propias oficinas de comunicación e imagen, más cuando con
cargo al patrimonio público hasta los policías les herran el ganado a los altos burócratas en sus
cortijos. Es usual que con este culto a la personalidad, también se conviertan en dueños de
todo. Como Trujillo.
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